Capítulo 101 - El divino Padre quiso transformarme, por su gracia, en una mujer fuerte al llamarme para procurar el establecimiento de la Orden de su Hijo Encarnado, 24 de abril de 1634.
[601] En este día vi, antes de la comunión, un navío equipado, cuya vela mayor iba desplegada como un gran estandarte. Después de comulgar, se me explicó el capítulo 31 de Proverbios, en el que la mujer fuerte es comparada a la nave de un mercader que trae de lejos el trigo. Dicha mujer fuerte, a la que Salomón buscó hasta los confines del mundo, y a la que alabó tan altamente, es la Virgen, que sola conquistó al Padre eterno, el cual se encontró con esta amazona, y ella, la Virgen, también con él. Se trata de dos extremidades muy apartadas: la majestad de Dios y la debilidad de una joven. Su valor es inapreciable; Dios lo valora tanto, que no dudó en lanzarse a su seno, no pareciendo complacerse sino en la virginidad. No desea sino vírgenes en su séquito, y les da la victoria, no sólo sobre los demonios y el mundo, sino sobre su propia carne, para que se asemejen a los ángeles, que son los habitantes vírgenes del cielo, donde aquellos tienen más felicidad y éstas más poder, debido a que el Dios fuerte en la batalla desea verlas al lado de su madre: Las vírgenes, sus compañeras, tras ella son conducidas a ti (Sal_44_14). A ellas están destinadas las gracias más selectas de este rey purísimo, que las llama a compartir su corona y su cetro. ¿Quién hallará una mujer fuerte? De mayor estima es que todas las preciosidades (Pr_31_10).
El real esposo, divinamente enamorado, abandona todo su corazón a la virgen, y ella le confía todos sus intereses: En ella confía el corazón de su marido (Pr_31_11). [602] En este corazón encuentra su fuerza, y con él rebasa a todas las criaturas. Al poseer a Jesucristo, posee todos los tesoros del Padre. La virgen no tiene necesidad de botín de la tierra para enriquecerse: no tendrá necesidad de botín (Pr_31_11). Para no parecer ingrata hacia su esposo, que ha sido tan generoso con ella, no sólo se cuida de no ofenderlo, sino que guarda fielmente el voto perpetuo de virginidad que le hizo, ofreciéndole cada día de su vida un corazón que nada sabe de afectos extraños: Le acarrea el bien, y nunca el mal, todos los días de su vida (Pr_31_12).
La ocupación de esta joven fuerte consisten en buscar el lino y la lana y en trabajar con la destreza de sus manos; es decir, con manos inteligentes llenas de buen consejo y de prudencia: Busca lana y lino, de que hace labores con la industria de sus manos (Pr_31_13). La lana es el vellón de una oveja o de un cordero; el lino se recoge de la tierra. Las vírgenes se visten con la lana del cordero, su esposo, cosechando el lino en la tierra sublime de la santa humanidad, de la que reciben también el rocío de las bendiciones más escogidas del cielo.
Se entregan a la acción y a la contemplación de manera que sus obras son efecto de su meditación. La acción se da en la luz, y la contemplación no queda ociosa al obrar en ella. No es éste un consejo sin manos ni ejecución, ni manos que carezcan de aviso, poniéndose a la obra con aturdimiento e imprudencia. Cuando Dios se vale de una de sus esposas para cualquier obra importante dedicada a su gloria, lo hace con sabiduría y bondad. Por esta razón, me dijo:
Hija, te comunico estas luces porque te he llamado a fundar la Orden sagrada del Verbo Encarnado, que es mi Hijo. Eres como un bajel que llevará hasta los países más lejanos el pan y el trigo que alimentarán a ciudades y provincias enteras: Como la nave de un mercader, que trae de lejos el sustento (Pr_31_14). Te he convertido en un venturoso velero que bogará por el mar del [603] Verbo Encarnado, y que, por zarpar de en medio de los siglos y del pensamiento de tu Dios, lleva consigo tan glorioso destino. Lleva el pan de vida para darlo no sólo a las que tendrán la dicha de seguirlo en tan noble empresa, sino a un mundo de personas que jamás conocieron sus deberes hacia el Verbo que se encarnó por ellas, ni los honores y el amor debido a la persona de un Dios humanado. El pan que transportas es el manjar más delicioso de los ángeles y aun del Padre eterno. Tú renovarás el honor que le es debido, invitando al mundo a comerlo con respeto. Este instituto se establecerá para gloria del sacramento de amor y dará la vida a muchas almas que lo recibirán en esta orden de predilección.
Dios reveló a mi alma de qué manera había obrado en ella las maravillas que expondré aquí en obediencia a mi director, diciéndome que después de una noche de oscuridad y abandono, me había levantado con su gracia, y animada de nuevo valor, para dar alimento y contento a los extraños y domésticos que son las potencias superiores, y a las servidoras, que son las potencias de la parte inferior: Se levanta antes que amanezca para distribuir las raciones a sus domésticos, y el alimento a sus doncellas (Pr_31_15). Añadió que me había mostrado el vasto campo de la eternidad, en el que mi divino esposo, el Verbo Encarnado, es bendito. Dicho campo es el seno paterno y, aunque él mismo me lo regaló, quiso, en su bondad, que lo comprase al valorar su fertilidad, pues en él hallaría los tesoros del cielo y de la tierra: Puso la mira en unas tierras, y las compró (Pr_31_16). Es menester, empero, que plante en él la viña de su orden con el trabajo de mis manos, de mis escritos, cuyos frutos serán muchas y bellas plantas que florecerán en esta viña, que será deleite de mi esposo y fruto de bendición, a cambio del cual vale la pena sufrir un poco de dolor y aflicción: de lo que ganó con sus manos plantó una viña (Pr_31_16).
El mismo esposo que ciñe mis riñones con su fuerza y vigoriza mi brazo Revistióse de fortaleza, y esforzó su brazo (Pr_31_17), [604] me dijo que no tuviera miedo alguno a mis enemigos ni perdiera el valor ante las contradicciones, porque mi interior, simbolizado por los riñones, está colmado de su fuerza, y que mis brazos, que significan el exterior, son tonificados por su providencia. Sé, por experiencia, que este tráfico que hago con Dios y para Dios, de llevar al mundo el pan de los ángeles y para atraer a los hombres a Dios, es exitoso y lucrativo, porque apremio la bondad de mi esposo, por el que trabajo y me aventuro como una nave a merced de las olas y tormentas de un mar borrascoso. He dejado mi propio contento, que consistía en vacar conmigo misma a una soledad mental, al saber que él me llamaba a ir hacia el prójimo: Probó y echó de ver que su trabajo le fructifica (Pr_31_18). Por su causa, quise olvidarme de mí misma y, aunque en ocasiones me siento rodeada de una noche de tinieblas, confío en su misericordia que jamás se extinguirá su luz, a pesar de que parezca ocultarse: tendrá encendida la luz toda la noche (Pr_31_18).
Comprendí que mi esposo es mi lámpara, lo cual me mostró una noche en un sueño misterioso durante el cual vi, apagada, la lámpara de nuestra capilla, y en lugar de la llama, al Santísimo Sacramento ocupando el lugar de la lámpara y suspendido en el aire. Con ello se me significó que, al pensar en su gloria, pensaría en la mía; y que, al resolverme a servirle en empresas difíciles, él las coronaría con su misericordia: Aplica sus manos a los quehaceres fatigosos, y sus dedos manejan el huso (Pr_31_19). Añadió que, aunque me pareciera que mi debilidad no me permitirá al menos manejar la rueca o el huso, él quería mostrar su fuerza en mi fragilidad; que pusiera en él mi seguridad, pues le agrada mucho obrar en mí y a través de mí. De este modo, y ayudada por él, llegaré a la meta de su designio con más facilidad que si devanara un huso de hilo, pues con él me sobrepondré a los muros de las oposiciones y a mis enemigos.
Este Dios de bondad me habló con tanto cariño, que me sentí confusa ante sus tiernas caricias. La turbación y la humildad tiñeron [605] mi rostro de púrpura, impidiéndome revelar a mi director el resto de los prodigios que Dios obró en mí al constituirme mujer fuerte. Para librarme de sus ruegos, le dije que había en mis escritos cosas muy parecidas, ya que en otras ocasiones Dios me había dado conocimientos muy semejantes. Oculté así mi vergüenza, permítaseme la expresión, delante de aquel que se hubiera sorprendido ante las delicias que Dios concede a un alma tan imperfecta como la mía, si no supiera de antemano que se trata del Dios del amor, que se complace en permitir que sobreabunde su gracia en donde abundó el pecado. En gran caridad hacia nosotros, y por amarnos con amor eterno, entregó a su propio Hijo por nuestra salvación, para que él mismo nos salvara y redimiera: Tanto amó Dios al mundo que dio a su Hijo único, para que todo el que crea en él no perezca, sino que tenga vida eterna. Porque Dios no envió a su Hijo al mundo para juzgar al mundo, sino para que el mundo se salve por él (Jn_3_16s).
Capítulo 102 - Fue voluntad del divino Salvador darme la misión de trabajar con sus hijas en el establecimiento de su Orden. Para ello nos da su paz, la promesa de caminar con nosotras y ser nuestra victoria y recompensa, 25 de abril de 1634,
[609] El día de san Marcos, al meditar el evangelio del día tomado del décimo capítulo de san Lucas, en el que se lee que el Salvador envió discípulos a todos los lugares a los que él mismo debía ir dentro de algunos días, con el fin de disponer las voluntades y afectos de los pueblos que lo recibirían, pedí al mismo Salvador que, después de enviar sus divinas inspiraciones, viniera él mismo, ya que sólo él podía preparar su morada con mayor magnificencia; que se albergara en mi corazón y me tomase por compañera para seguirle a todas partes, concediéndome el favor de conducirme dondequiera que fuera, si así lo deseaba, para su gloria.
Añadí que deseaba seguirlo en la Iglesia militante, para alabarle en espíritu con la triunfante por medio de todas las criaturas; a las que rebasé con amorosa confianza para introducirme en el seno del Padre eterno, al que pedí me diera hospedaje. Me concedió morar en él, divino amor mío, pero dándome a entender que no había tiempo para reposar, por estar yo en camino y delante de mucha mies: aun tenía mucho que hacer por su obra antes de que el establecimiento de la Orden llegara al punto deseado por él. Era necesario rogar instantemente al dueño de la mies y autor de dicha empresa, para que ésta llegara a su cumplimiento.
Prosiguió diciéndome que mis hijas y yo éramos como ovejas a merced de los lobos, algunos de los cuales, movidos por la envidia y otros por su mala voluntad, nos desgarraban con toda su fuerza. Otros, por vanidad, nos rechazaban; otros, al equiparar los consejos de Dios con su insignificante entendimiento, nos despreciaban; los demás, dejaban de ayudarnos en la medida que esperábamos de ellos. En realidad, su sabiduría los había dejado caer en este estado por una amorosa providencia, la cual nos conservaba y seguiría conservando.
Añadió que no tuviéramos temor humano, pues era innecesario apoyarse en el frágil bordón o en las previsiones de la [610] sabiduría y poder humanos, o detenerse a la mitad del camino para rendir cumplimientos superfluos o mendigar el socorro de los hombres; lo más importante es avanzar hacia la perfección sin detenerse. Al ingresar en la congregación con espíritu desinteresado, encontrarían en ella la paz, porque se complace en morar con las almas pacíficas. El es nuestra paz, el Dios de la paz, el Hijo de la paz, que, movido por su pura bondad, entró el primero. Si permanece en ella sólo por bondad, debemos demostrarle la fidelidad que él exige. De este modo, su paz estará con nosotras y su gozo nos será dado en él y por él. Así como la esposa pertenece a su esposo y éste a ella, la paz y la alegría son comunes a los dos cuando entre ambos hay buen entendimiento y son un solo corazón en la unidad del amor.
Comprendí que en la posesión de esta paz era menester permanecer en la casa de Dios, comiendo y recibiendo lo que nos es presentado, bueno o malo, con generosa paciencia; que las que trabajan de este modo, son dignas de recompensa, y que la resignación en medio del sufrimiento agrada al Padre eterno cuando se le dice con su Hijo: Hágase tu voluntad. Al final, esta resignación irá seguida de gloria y júbilo. Las que, en cambio, van de una casa a otra dejándose llevar ora por una pasión, ora por otra, obran con frecuencia como los que parecen haber curado de la fiebre con un mal más ardoroso. Si permanecemos fieles, él mismo será la recompensa de las obras que con su gracia hayamos realizado, ofreciéndonos el delicioso alimento de sus divinos consuelos. Con su poder haremos maravillas, curaremos muchos males en nuestras casas y el Reino de Dios llegará cuando nos parezca que todo está perdido y desesperado.
Entonces su omnipotencia mandará a las tempestades que se calmen para confusión de sus enemigos, y concederá abundancia de paz a las que amen su ley y no sufran el escándalo de la cruz; hará brillar su poder en nuestras debilidades y su magnificencia en nuestras miserias y pobreza, de manera que podremos decir con el rey profeta: ¡Excelso sobre todas las naciones el Señor, por encima de los cielos su gloria (Sal_112_4); pero: ¿Quién como el Señor, nuestro Dios, que se sienta en las alturas, y se abaja para ver los cielos y la tierra? El levanta del polvo al desvalido, del estiércol hace subir al pobre, para sentarle con los príncipes, con los príncipes de su pueblo (Sal_112_5s).
Como nuestro divino Salvador fue ensalzado por encima de los hombres y de los ángeles, él es el cielo supremo que se asienta en el trono de la [611] grandeza divina. Su augusta majestad no tiene igual en grandeza ni en bondad, porque desde su trono sublime, enaltecido como Dios, contempla amorosa y afablemente a los humildes, levantándolos de su miseria con amorosa compasión para colocarlos con los príncipes celestiales y hacerlos príncipes gloriosos que supieron sufrir el desprecio de los hombres. Les concederá grados de gloria, elevándolos hasta a su trono de radiante esplendor; y así como ellos lo confesaron en la tierra, los glorificará en el cielo en presencia de su divino Padre y de sus ángeles.
¿Qué valor no tendrán los brillantes con los que adornó la corona de san Marcos, su evangelista, quien sostuvo y confesó constantemente delante de los hombres que El era el verdadero Hijo de Dios, sentado a la diestra como igual y consustancial a su divino Padre, de cuya gloria es el esplendor y figura de su sustancia, por llevar en sí toda su naturaleza y virtud? Es éste el León real que jamás cerrará los ojos en el eterno reposo de su gloria, ya que resucitó para nunca más morir. La muerte fue absorbida por su victoria. El es el león de la tribu de Judá que salió victorioso y triunfante, en cuya boca las almas generosas encontrarán sabrosa miel y vigor para combatir a sus enemigos.
El murió para darnos la vida, pero en abundancia. Su muerte es nuestra victoria; en él hemos triunfado ya de nuestros enemigos, por lo que podemos decir con el profeta y el apóstol: ¿Dónde está, oh muerte, tu victoria? ¿Dónde está, muerte, tu aguijón? Pero ¡gracias sean dadas a Dios, que nos da la victoria por nuestro Señor Jesucristo! (1Co_15_55s). El mismo apóstol, en la persona de los Corintios, nos dice: Así pues, hermanos míos amados, manteneos firmes, inconmovibles, progresando siempre en la obra del Señor, conscientes de que vuestro trabajo no es vano en el Señor (1Co_15_58).
Valor, hijas y hermanas mías queridísimas; manténganse firmes e inconmovibles en las resoluciones que el Espíritu Santo les ha inspirado. Hagan obras buenas en abundancia con el auxilio del Verbo Encarnado, Dios, Señor y Esposo suyo. No desmayen; estén seguras de que el trabajo que hacen junto con él y por él, no será en vano. El es su rey, que con amor y mansedumbre las coronará, y será su mayor recompensa.
El mismo se entrega a ustedes para, a su vez, ofrecerlas a su Padre, en cuyo seno habita. Su designio es que Dios sea todo en todos: Para que Dios sea todo en todos (Col_3_11).
Capítulo 103 - Mi divino Salvador me dijo que yo no sería llamada "La Abandonada". Las grandes promesas que me hizo, valiéndose de las mismas palabras de Isaías. 26, 27 de abril de 1634
[613] Al considerar, en presencia de mi divino esposo, las dificultades que se oponían a los designios de su gloria, le dije: Procuro tu establecimiento en medio de tantas contradicciones, sin auxilio ni socorro de los que deberían ayudarme. El me respondió: Por amor de Sión no he de callar; el amor que tenía a Sión no permitía que guardara silencio ni le impedía que trabajara por su querida Jerusalén, la cual permanecerá oculta a los hombres hasta que él mismo, por ser el verdadero justo, se muestre sobre mí resplandeciente de gloria, encendiéndome como una lámpara luminosa y ardiente: Por amor a Sión no he de callar, por amor de Jerusalén no he de estar quedo, hasta que salga como resplandor de su justicia, y su salvación brille como antorcha (Is_62_1).
Añadió que su Instituto se extendería en varias naciones, y que en esta Orden, que llevará su nombre, los reyes adorarán y admirarán su gloria: Verán las naciones tu justicia, todos los reyes tu gloria (Is_62_2).
Hija, tendrás un nombre nuevo que yo mismo te daré. Te haré fundadora de mi Orden. Este nombre, grande y glorioso, fue enunciado desde la eternidad y perdurará por toda una infinitud; nombre que tu sabes ha salido de la boca de Dios y que no es una mera invención humana. Cuando lo pidas, nadie se negará a conceder a mi Orden [614] el nombre que te he manifestado para ella. Fuiste testigo de la realización de esta promesa cuando mi vicario accedió a tu petición: por su medio pronuncio mis oráculos: y te llamarán con un nombre nuevo que la boca del Señor declarará (Is_62_2). Serás una corona de gloria que sostendré con mi mano para coronarte: Serás corona de adorno en la mano del Señor y diadema real en la palma de tu Dios (Is_62_3). No se te llamará la abandonada ni la despreciada; mi casa no se mantendrá en la desolación ocasionada por las esperas y prórrogas que hacen creer al mundo que tus proyectos no son sino vanas quimeras, que jamás verán el éxito: No se dirá de ti jamás abandonada, ni de tu tierra se dirá jamás desolada (Is_62_4).Todos conocerán que yo he guiado esta obra en cada momento y etapa.
Tengo mis complacencias en ustedes y torné fértil la tierra que escogí como habitación de un gran número de almas escogidas. Se te adjudicará el glorioso nombre del cumplimiento de su voluntad, hija de mi voluntad y Sión de mi corazón: Sino que a ti se te llamará Mi Complacencia, porque el Señor se complacerá en ti (Is_62_4).
Mi divino enamorado continuó favoreciéndome con el resto de las bendiciones que menciona dicho capítulo, diciéndome que él es el guardián y la corona de las vírgenes, moviéndome a gustar de la virginidad para que la conserve en la integridad; que trata conmigo con tanta prevacía y sagrado contento como un virginal esposo con su esposa; que confió los muros de esta Jerusalén tan amada a [615] centinelas que velan de día y de noche, para preservarme de cualquier ataque sorpresivo; que juró por su fuerte brazo que no tolerará que mis trabajos sean inútiles, ni que hijos de extraños gocen de sus frutos; que él llamaría a todos los pueblos para contemplar esta maravilla en la que había izado el pendón de su nombre, escogiendo sillares para construir a esta Sión; que era su voluntad que se me anunciara la buena nueva que me debía alegrar como a la hija de Sión: Decid a la hija de Sión: mira que viene tu salvación (Is_62_11), añadiendo que mi Salvador se acercaba con las manos llenas de coronas para recompensar mis sufrimientos y resolución de llevar a cabo su obra en mí, lo cual jamás perdía de vista: Mira que viene tu salvación; mira, su salario le acompaña y su paga le precede (Is_62_11).
Agregó que, a las hijas que su voluntad me había concedido, se las podría llamar el pueblo rescatado por el señor, el pueblo santo: Se les llamará Pueblo Santo, Rescatadas de Yahvé (Is_62_12). En cuanto a mí, me aseguraba una vez más que se me atribuiría el nombre de la ciudad querida, no desamparada, sino buscada: y a ti se te llamará Buscada, Ciudad no abandonada (Is_62_12).
Sé bien, divino Vencedor mío, que con tu combate me adquiriste, y que tu túnica está enrojecida con tu propia sangre. Los ángeles, admirados, exclaman al verte: ¿Quién es ése que viene de Edom, de Bosrá, con ropaje teñido de rojo? ¿Ese del vestido esplendoroso, y de andar tan esforzado? (Is_63_1).
Capítulo 104 - Diversas tierras de visión mencionadas en la Escritura, que es letra de muerte en un sentido admirable. Gran favor que Dios me concedió al darme conocimientos muy sublimes, abril de 1634.
[617] Mi divino amor, que se complace en enseñarme benignamente sus sagrados misterios por medio del entendimiento de la santa Escritura, me dijo que ésta era para mí una tierra de visión, el Monte Moriah, porque por su medio me enseñaba su voluntad. Añadió que ella es el código que me enseña sus secretos; que su amor parecía no poder contenerse (permítaseme explicar de este modo la inclinación del Dios del amor) para hablarme de sus maravillas, afirmando que con justa razón me había inspirado el mencionar la Escritura como una tierra de visión, ya que el origen de las Escrituras es él mismo, que es el Verbo y espejo donde el Padre contempla y conoce todo lo que él sabe, sea por la ciencia de visión, sea por la de simple entendimiento.
Se afirma que el Espíritu Santo es quien inspira a los escritores sagrados, y el que nos ayuda a entenderlas cada día; Espíritu que recibe del Verbo toda su ciencia, lo mismo que su ser, ya que procede de él y del Padre por una espiración eterna. El Salvador, que es el Verbo Encarnado, al hablar a sus apóstoles del maestro que iba a enviarles, aclaró: sino que hablará lo que oiga, y os anunciará lo que ha de venir (Jn_16_33).
El Verbo, como tal, es el espejo de la Majestad. [618] El Padre, al contemplar sus divinas perfecciones, engendra a su Verbo, que es su imagen, su visión y su dicción. Por ello, explicaba las escrituras a sus apóstoles. Me dijo que su amor lo había movido a darme la Escritura para que fuera mi tierra de visión, mi consuelo, mi heredad y mi dote en mi condición de hija y esposa, agregando que las esposas de los hombres, al morir ellos, enviudan y perciben una dote.
Amada mía, no puedes tú ser viuda porque yo no volveré a morir. Sin embargo, como soy invisible, a pesar de mi presencia viva, puede parecer a mis esposas que han enviudado, ya que me oculto en el sacramento eucarístico en forma inanimada. Por esta razón deseo que su fiel cariño reciba una dote. La tuya la constituirán el Espíritu Santo y la Sagrada Escritura junto con el secreto que existe entre tú y yo: el de mi nacimiento y el de mi corazón; eres, además, dueña de mi corazón. ¿Acaso no eres la hija bien amada del Padre, la esposa escogida del Hijo y la queridísima niña de pecho del Espíritu Santo? Estas realidades te confirman que la Escritura es para ti una tierra de visión, ya que por su medio llegas a conocer muchos misterios en un abrir y cerrar de ojos y numerosas verdades con una simple mirada. Sube hasta mi, amada mía, sin temor a mis rayos y relámpagos. Yo soy tu amor pacífico.
El Monte Moriah es la tierra de visión que se mostró a Abraham. En su persona, en la de su hijo Isaac y en la de Jacob, su nieto, están simbolizados los tres niveles de almas a las que llamo al conocimiento de mis misterios, con las que me digno hablar y comunicarme. Abraham trataba conmigo, pero [619] con tal sobrecogimiento y temor hacia mi grandeza, que casi no se atrevía a abrir la boca sin antes pedir perdón por la osadía de hablar, él, que era sólo polvo y ceniza, con un Dios tan terrible por su poder. Isaac mostraba, en cambio, más confianza, ya que paseaba por un campo espacioso para meditar. Jacob, empero, vio el cielo abierto y a los ángeles que subían o bajaban del paraíso, quienes hablaban con él de Dios. Jacob, más atrevido que su padre y que su abuelo, dijo que veía a Dios tan segura y claramente, que lo contempló cara a cara, y que su alma había sido salvada. Se le dio el nombre de Israel y prevaleció después de haber medido sus fuerzas con Dios.
Hija, hay almas que sólo descubren de lejos las maravillas de las escrituras; que no se acercan a los divinos misterios sino con temor y aprensión. Otras, en cambio, meditan con mayor tranquilidad, buscando las verdades ocultas por medio de variados discursos y complicados argumentos, para lo cual son necesarios tiempo, estudio y esfuerzo. Hay otras, en cambio, tan afortunadas, que contemplan sin afán, y de un sencillo vistazo, misterios admirables. Yo mismo las pongo en alto junto a mí, cubriéndolas con mi protección. Ellas me contemplan durante esta noche clara, cuya oscuridad es más luminosa que un día esclarecido por el sol ordinario. Mi amor me urge a conversar y revelarme a ti. Me manifiesto sin velos a mis predilectas, las cuales pueden, con mi gracia, disertar conmigo sobre la diversidad de procederes de mi providencia. Como el amor es bueno, les concede intimidades a granel. [620]
El divino Verbo me dijo que la tierra de Moriah fue el sitio al que Isaac fue llevado para ser sacrificado, según la mente de Abraham a su padre, en obediencia al mandato divino. El carnero que se ofreció fue figura de él hasta que llegó el tiempo de hacerse hombre y de morir por la humanidad según las escrituras.
Hija, continuó mi amable Doctor, la Escritura es tierra de muerte, como afirmó el apóstol: la letra mata (2Co_3_6). La letra mata cuando no se la comprende y sólo se la considera de un modo carnal, como sucedió a los judíos: es tierra de muerte porque, para dar cumplimiento a las escrituras, las profecías y los antiguos oráculos, se dio muerte al verdadero Isaac no sólo con la voluntad, sino realmente, de hecho. Es tierra de muerte porque es necesario que la esposa que desea arribar a esta tierra de visión y participar de esta ciencia, muera a través de una continua mortificación, según los criterios de las mismas Escrituras. Yo quise sufrir lo que las profecías anunciaron. Isaías describió mi muerte con tanta claridad, que por ello se le llama el profeta evangélico. Yo, que soy Hijo de Dios, el Verbo y la Escritura misma, dije a todos: Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz y sígame. Porque quien quiera salvar su vida, la perderá; pero quien pierda su vida por mí y por el Evangelio, la salvará. Pues ¿de qué le sirve al hombre ganar el [621] mundo entero si arruina su vida? Porque quien se avergüence de mí y de mis palabras, también el Hijo del hombre se avergonzará de él cuando venga en la gloria de su Padre con los santos ángeles (Mc_8_34s).
Hija mía, según la Escritura, debes morir a ti misma y vivir para mí conforme a mi palabra. Muero, no sólo a diario, sino muchas veces cada día en el sacrificio de la misa, que es una oblación de muerte y amor. A pesar de que mi sangre no se derrama como en el Calvario, es ofrecida a mi Padre con tanto e idéntico amor como entonces, lo cual me constituye en viviente a manera de muerto. Soy una verdadera hostia y me complazco en serlo para demostrar mi devoción hacia la gloria de mi Padre y la salvación de los hombres. Mi palabra me coloca en este estado porque amo a mis hermanos. En el principio del libro de los predestinados está escrito que yo haré la voluntad del santo amor, cuya ley consiste en hacer y padecer todo por el objeto amado. Como mi Padre no se complacía en los sacrificios ofrecidos por los pecados, yo dije que vendría a ofrecerme, y que esta ley estaba en medio de mi corazón, porque a través de mi muerte deseaba dar a conocer cuan grande era su amor, a fin de que se cumpliera la escritura: ¿Qué hay tan fuerte como el amor hasta la muerte? La multitud de las aguas no podrán extinguir la caridad, ni los ríos obstruirla.
Aun cuando el hombre, sin ser Dios, conociera a fondo su sustancia creada, esto sería nada comparado con mi amor infinito, como lo expresa mi predilecto [622] al hablar del amor que manifesté en la última cena al instituir el sacramento del amor, en el que la Palabra hecha carne se entrega al sacramento de la fe. Es ésta una verdadera tierra de visión, que recibes cada día en tu seno. En ella puedes verme a través de la fe, que es clara como el día. Te he dicho en repetidas ocasiones que gozas mientras vas de paso; es decir, que ya desde el camino donde eres peregrina, por tener un cuerpo mortal, disfrutas de la claridad que inunda incesantemente a los que se han detenido en el cielo para siempre, por haber encontrado en la gloria el término de su peregrinar.
Poseerás además la tierra de visión en el instituto que deseo establecer por tu medio. Seré Verbo Encarnado, es decir, verdadera tierra cimentada en el Verbo, en quien mi Padre ve expresadas todas mis perfecciones, pues soy la imagen de su bondad, figura de su sustancia, esplendor de su gloria, palabra de su divino poder y espejo sin mancha en el que se mira y admira, no por ignorancia, sino por excelencia, saboreando y contemplando la fecundidad de su mente divina, cuyo término soy: Fuente de sabiduría es la Palabra de Dios en las alturas.
Sube, hija, tan alto como la gracia desee llevarte. El amor exige la unión. El amor desea hacerte partícipe de sus destellos.
Capítulo 105 - Dulzura y fuerza del beso sagrado que, en su bondad, imprime el esposo divino en las almas a las que acaricia amorosa y divinamente, abril de 1634.
[625] La esposa dice que su alma se derrite cuando su amado le habla; pero cuando él se une al alma con un beso de sus dulces labios, ella se desvanece venturosamente. Mi divino amor me ha favorecido, en varias ocasiones, con el beso de su boca adorable; si fuera tan santa como Moisés, tal vez hubiera expirado o expiraría a causa del inefable contento que con frecuencia experimento ante tan delicioso beso, mismo que solicita la esposa al comienzo de los Cantares: ¡Que me bese con los besos de su boca! (Ct_1_2).
Elevada en espíritu, comprendí que el beso que el alma recibe del Verbo consiste en una unión muy íntima; o más bien, en la unidad que va seguida de una paz purísima y un sagrado y misterioso silencio. El alma favorecida con este beso divino se introduce de manera admirable y suavísima en el seno de su amado, exhalándose por los conductos de sus afectos. Llega a verse más en él, a quien ama, que en el cuerpo al que anima. Ama a su esposo y hermano con una maravillosa ternura, llegando hasta gozar del deseo que manifiesta la esposa del cántico, uniéndose a su amado y él a ella como dos pequeñines que juegan juntos y se besan inocente y tiernamente. El alma siente desfallecer no sólo las fuerzas del cuerpo, sino las de sus potencias, pareciéndole que se derrite y destila dulcemente hasta el interior de su amado, en el que acepta perderse. Su espíritu obra una admirable emisión, saliendo de sí para fijarse en el objeto amado por ella.
[626] Este desvanecimiento es casi idéntico al desmayo que experimenta el cuerpo, mas con la diferencia de que la persona que sufre desmayos corporales no se alegra por la pérdida de su espíritu por ignorar lo que sucede en ella. Cuando el alma, en medio de estos santos desfallecimientos, goza de un placer delicioso en suma, se debe a que conoce con toda seguridad que pierde su vida para encontrarla en Dios; que su ser va debilitándose para transformarse en el de Dios, y que su espíritu la ha dejado para unirse al soberano bien. Se alegra, por tanto, de esta pérdida que se convierte para ella en tanta ganancia, inclinándose mucho más a estar en Dios y a vivir en él, que a permanecer y vivir en sí misma, repitiendo con el apóstol: Para mí la vida es Cristo, y la muerte, una ganancia (Flp_1_21). Lo único que podría detenerme en esta vida sería trabajar por la gloria de mi divino esposo: Pero si el vivir en la carne significa para mí trabajo fecundo, no sé qué escoger... Me siento apremiado por las dos partes: por una parte, deseo partir y estar con Cristo, lo cual, ciertamente, es con mucho lo mejor mas, por otra parte, quedarme en la carne es más necesario para vosotros (Flp_1_22s). Mi divino amor me reveló que era su voluntad que permaneciera todavía en esta vida, lo cual acepté por su gloria y para cooperar, en lo posible, a la salvación de los hombres, por los que se entregó a la muerte para darles la vida, a fin de que sólo vivan para aquel que murió por todos.
Soy débil por naturaleza, pero encuentro mi fuerza en aquel que me conforta, el cual, con su divina luz, me explicó de qué manera recibe mi alma las delicias del cielo a pesar de su debilidad, que parece incapacitarla para ello. Me dijo que se complace en penetrar en el alma como un río impetuoso y desbordante, cuyas aguas torrenciales llevan consigo tanta dulzura, delicias y contentamiento, como sorpresa y ruido a causa de su impetuosidad. Esto se debe a que, al llegar como una gran masa de agua, parece abrumar el alma, pero sólo para levantarla y comunicarle una alegría proporcionada a su difusión en ella. Se trata del río impetuoso que alegra [627] la ciudad del Dios del amor, que es un río de fuego que surge del trono divino para derramarse en el corazón de su amada, extinguir en él todo afecto imperfecto y encender el suyo, que por ser perfectísimo alegra a esta ciudad. Dicho río se extiende en forma admirable, por ser fuente y fuego de caridad; unción y espíritu de bondad que abraza el corazón, lo refresca suavemente y le concede su paz. Comunica además la santidad a su tabernáculo, pues al entrar el mismo Señor en su santuario, lo consagra y le imprime la perfección al inundar todas las potencias del alma: ¡Un río! Sus brazos recrean la ciudad de Dios, santificando las moradas del Altísimo (Sal_46_5).
Este desbordamiento de amor y delicias divinas es tan impetuoso, que, en sí misma, el alma es incapaz de recibirlo sin expirar, porque abate las murallas de la ciudad, que son el cuerpo. Como Dios ocupa el corazón, sostiene al cuerpo por medio de un prodigio que obra el divino amor, a fin de que el alma a quien ama pueda gozar en su estado de mortalidad las ventajas de la gloria. Por eso añadió David: Dios está en medio de ella, no será conmovida (Sal_46_6).
Dios llena el corazón y lo sostiene, asegurándolo y manteniéndolo firme como un ancla, a pesar de la vehemencia de las olas del río del amor sus delicias. Será capaz de resistirlas apoyado en su fuerza divina, aunque parezca que los sentimientos, incapaces de estas visitas divinas, puedan turbar la paz de este corazón, si es que goza de su paz y permanece siempre firme, a pesar de verse abismado en esas aguas sagradas y violentas: Dios la socorre al llegar la aurora (Sal_46_6). Dios previene la impetuosidad de esta operación y de su amorosa visita, dando fuerza al corazón para sostener dicho asalto. No deja de ser un misterio que la Iglesia recurra con frecuencia a esta versión: Dios la ayudará y volverá hacia ella su rostro. El sentido consiste en que Dios no se fía de nadie cuando se trata de [628] ayudar a un alma que le es muy querida; él mismo la sigue con la vista y la contempla. Al detener en ella su mirada, la ayuda y la fortalece, dándole seguridad con las dulces irradiaciones de sus ojos divinos y la belleza de su rostro, adorablemente amable y amablemente adorable. Estos atractivos son tan poderosos, que hacen que su amor sea su peso. Así, ella responde con David: La palabra de tus labios he guardado, por las sendas trazadas ajustando mis pasos; por tus veredas no vacilan mis pies (Sal_17_4s).
Mi divino Salvador me ayudó a comprender que él era mi camino, cuyas veredas habían trazado en su cuerpo las heridas. Contemplé sus senderos en mi interior, pudiendo constatar que la vida estaba en mi corazón y la verdad en mi alma; y que mi esposo sagrado había venido al mundo para ser nuestro camino, nuestra verdad y nuestra vida. No se contentó con darnos ángeles para que nos cuidaran y guiaran, sino que él mismo vino a enseñarnos los caminos de vida, descubriéndonos las verdades ocultas en la divinidad en los siglos pasados.
Comprendí que había venido a la tierra para conversar familiarmente con nosotros, según la profecía de Baruc, no contentándose con dar leyes, y enseñando sus caminos a los hijos de Israel. Después apareció en la tierra, y entre los hombres convivió (Ba_3_18). A esto respondió el pueblo de Israel: Felices somos, Israel, pues lo que agrada al Señor se nos ha revelado (Ba_4_4). Me dijo que yo gozaba de una dicha mucho mayor que la de aquel pueblo, pues lo que ellos consideraban como la presencia real de este Dios de bondad eran ángeles que lo representaban, mientras que él se ocultaba en una nube y les mostraba tanta severidad como dulzura. Sus sacramentos sólo eran elementos vacíos. Los patriarcas atisbaron de lejos las promesas; todo se les dio en figura. Si el Dios justísimo los castigó cuando transgredieron la ley, con cuanta mayor razón merecen ser penados los que menosprecian la benignidad, generosidad y la efusión de la gracia de Dios, que sufrió la muerte por todos nosotros y se dio a sí mismo en el sacramento eucarístico.
Nos ha besado con el beso de su boca sagrada, incorporándonos a él y comunicándonos su propia vida para que permanezcamos en él y él en nosotros. Así como él vive por su Padre, desea que vivamos por él y para él, y que gocemos de la luz que comparte con su divino Padre desde antes que el mundo existiera. A él que pide que seamos uno así como él es uno con el divino Padre mediante el lazo que los vincula; mediante el beso que los une íntimamente: el Espíritu Santo, que es un Dios simplísimo junto con el Padre y el Hijo.
El Espíritu es el beso delicioso que es todo amor y amor subsistente, el cual, no contento con transformar los labios de la esposa del Verbo Encarnado en una cinta roja por la virtud de su sangre preciosa, con la que adorna sus mejillas y por la efusión de la gracia bendita de este esposo a quien el Padre ha bendecido, desea que tengan una lengua de fuego y llamas para alabarlo e inflamar los corazones con su divino amor, amor que tiende a la unión que es el fin del beso sagrado y divino.
Capítulo 106 - La bondad del Padre de las luces lo movió a concederme la dádiva buena y el don perfecto, que es el Verbo Encarnado. 1º de mayo de 1634.
[631] El día de los santos Felipe y Santiago pedí, por intercesión de este último, la dádiva buena y el don perfecto de los que habla en su epístola (St_1_17). Se me reveló que se trataba del Verbo Encarnado, dádiva que me hacía el Padre de las luces para que fuera todo mi bien; don que me convertía en heredera del Verbo, por ser su hija, al que poseía en los dos testamentos, que sólo predican al Verbo Encarnado, sea en su realidad, sea en figura. Añadió que me había concedido un claro conocimiento y un sublime entendimiento de los misterios encerrados y ocultos en este doble testamento y en sí mismo; que él es mi pan cotidiano en la Eucaristía, que me proporciona el provecho y contento que este Dios de bondad sabe dar: Mi muy amada y querida hija, la gracia se ha derramado en tus labios, que hablan graciosamente de los misterios divinos contenidos en la Escritura. Te he concedido facilidad para explicar las verdades de la fe, que son ríos que fluyen del manantial del Verbo y de la luz del mismo Verbo, que es tu amor. De él proceden las claridades de tantos sublimes conocimientos que él te comunica todos los días.
El divino Padre me aseguró que tenía yo en posesión sus tesoros de ciencia, de sabiduría y de bondad en diversas maneras; que las tres divinas personas se complacían en favorecerme; que el Verbo Encarnado me había sido dado en este instituto, para el que me eligió el Padre eterno, haciéndome madre de su Hijo, el Verbo Encarnado, por medio de esta fundación, que es como una extensión de su Encarnación.
Continuó diciendo que los que hacen la voluntad del Padre son llamados hermanos, hermanas y madre por los mismos labios del Hijo, que no puede mentir; y que, a través de este instituto, vuelve a nacer de nuevo en el mundo. Afirmó que yo había visto cómo el divino Padre llevaba en su seno a todas las hijas de su orden, quienes escalan con alegría la santa montaña de la perfección porque su ladera las lleva directamente a la casa del Señor. Todas las demás órdenes pueden considerarse casa del Señor, pero ésta, por ser singularmente llamada casa y orden del Verbo Encarnado, es más apropiada para un culto más particular hacia él, por llevar su nombre de Verbo, que posee desde la eternidad y que quiso adoptar a perpetuidad en el tiempo, porque siempre será Verbo Encarnado.
Al darme a su Hijo, me concedió todo junto con él, como dice el apóstol san Pablo, la posesión de todas sus gracias. ¿No es esto recibir la dádiva buena y el don perfecto del Padre de las Luces? El no ha permitido que las criaturas, con las sombras de su malicia, me priven de estas claridades, porque su bondad hacia mí es inmutable.
El quiere que esté dispuesta en todo momento a recibir al Verbo humanado con mansedumbre y dulzura, lo cual puede salvar mi alma y santificarme, porque en mí se ha realizado el dicho del rey profeta: No hizo cosa semejante con ninguna otra nación y no les manifestó sus juicios. El, prosiguió, no concedía favores parecidos a todas las almas, y cifraba sus complacencias en favorecerme con muchos beneficios, porque es bueno y su bondad es comunicativa por naturaleza.
El apóstol Santiago, cuya fiesta solemnizábamos, conocía bien la inclinación de Dios a dar, por lo que exhortaba a los cristianos a pedir su sabiduría sin vacilaciones, perseverando en la oración en épocas de tristeza, a imitación del Salvador, que oró con más fervor cuando el desaliento, la aflicción y la tristeza mortal lo hicieron entrar en agonía: y sumido en agonía, insistía más en su oración (Lc_22_44).
Padre santo, concédeme participar en el fervor de tu Hijo. Haz que lo imite como Santiago, que era asiduo en la oración a imitación de su buen maestro, que es también el mío. Que él sea mi todo, por siempre, en la eternidad.
Capítulo 107 - Plenitud de ciencia y sabiduría que Dios concedió a san Atanasio, el cual defendió la igualdad del Hijo con el Padre. Gratitud que le deben todos los católicos. 2 de mayo de 1634.
[633] El día de san Atanasio, consideré la sabiduría encarnada triunfante en los gloriosos combates de este gran santo, al que apliqué el capítulo 24 del Eclesiástico, que contiene las maravillas que la sabiduría misma hizo brillar en la persona de este gran hombre, honra del Oriente, luminaria de su siglo y gloria de los prelados.
Mi divino amor me dijo que encontraría el panegírico de san Atanasio en la Sabiduría, ya que ella pondera sus méritos y lo glorifica, no sólo en medio de su pueblo y de los ortodoxos, sino en presencia de su Padre. Los que proclaman la divinidad del Hijo honran al Padre que está en los cielos, el cual da su recompensa a quienes confiesan a su Hijo en la tierra, glorificándolos en el cielo en presencia de sus ángeles. El Padre ama a los que honran a su Hijo amadísimo.
Admiré la gloria que la sabiduría comunicó a este predilecto suyo, al que escogió para desplegar sus tesoros en el escenario más ilustre del mundo, moviéndolo a hablar como un oráculo en medio de las asambleas cristianas y delante de los pontífices. Fue alabado por los pueblos en especial los que fueron y serán iluminados con su doctrina y admirado por los concilios, en los que la plenitud de la santidad parece haberse reunido en la persona de tantos prelados eminentes en santidad y en virtud, quienes consideraron a este santo como el escudo de la fe y el glorioso protector, permítaseme la expresión de la divinidad del Verbo Encarnado. Para confesar la fe, sufrió generosamente incontables trabajos. Los elegidos lo bendecirán con las bendiciones que su celo amerita, y el mismo Verbo será su divina alabanza, exclamando con David: En Dios, cuya palabra alabo, en Dios confío y ya no temo. Yo sé que Dios está por mí. En Dios, cuya palabra alabo, en Yahvé, cuya palabra alabo, en Dios confío y ya no temo, ¿qué puede hacerme un hombre? A mi cargo, oh Dios, los votos que te hice: sacrificios te ofreceré de acción de gracias, pues salvaste mi alma de la muerte, para que marche ante la faz de Dios, en la luz de los vivos (Sal_56_10s).
[634] Haré ver a todos los siglos que el Verbo es igual y consustancial con el divino Padre y que merece la misma alabanza por ser un mismo Dios. El es Dios de Dios, luz de luz, Dios verdadero de Dios verdadero, engendrado eternamente antes de los siglos. Fue por su medio que el Padre los creó. El mismo Verbo me creó y a él debo servir de fiel intérprete entre los sepulcros en los que conservará mi vida, que los arrianos desearían arrebatarme así como al Verbo la divinidad. Habla, Verbo eternal, por la pluma del sabio, diciendo:
"Yo soy la sabiduría que produjo el entendimiento del Altísimo y salió de su boca. Antes de todas las criaturas, y no sólo en cuanto al designio de mi nacimiento temporal, fui el primero en la mente de mi Padre. Fui yo quien iluminó el cielo de la Iglesia con una luz que no se eclipsará jamás.
Si permití que la oscura nube del arrianismo pareciera cubrir toda mi Iglesia, disipé esas tinieblas con los rayos que comuniqué a Atanasio, haciéndolo resplandeciente como un sol. Habité en él y él, por mí, llegó a morar para siempre en los altísimos lugares del seno de la divinidad. Asenté mi trono en la columna de la nube de mi humanidad, a través de la cual Atanasio contempló siempre al Verbo igual y sustancial con el Padre que lo engendra. Atanasio fue felizmente sumergido en las aguas que esta nube destilaba en el seno paterno y ella roció la tierra entera.
Fui la exclusiva y fiel compañera de este hombre, que hizo solo todo el giro del cielo al abarcar en su integridad la ciencia del Verbo Encarnado, que penetró en los profundos abismos de la malicia y de los artífices de la impiedad arriana. En sus destierros, cruzó por mi gloria los mares y la tierra, permaneciendo firme e inquebrantable en todo lugar. Los pueblos y las naciones que lo vieron llegar a sus confines le concedieron el supremo dominio; de este modo, en su persona triunfé por todas partes.
En consideración a su caritativa y generosa humildad, moví a las testas coronadas a protegerlo de las criaturas que intentaban quitarle la vida, y a mí la igualdad con mi Padre eterno. Trabajé con Atanasio, y por su medio fijé mi estancia en Sión y asenté mi trono en Jerusalén, ciudad a la que había santificado. Hundí y extendí mis raíces en un pueblo real y glorioso. Adopté como heredad la plenitud de los santos, viéndome levantado en alto por los galardones de este servidor mío a semejanza de un cedro sobre el Líbano, de un ciprés sobre Sión o de una palma en Cades. Por todas partes lo hice admirable; por doquier destiló un suave aroma de santidad y de doctrina. [634 bis]
Sobrepasó en belleza a las rosas de Jericó y su excelencia fue mayor que el cinamomo y el más puro bálsamo aromático; destiló como la mirra escogida, el estoraque y los demás árboles aromáticos cuando despiden su primera efusión y exhalan sus más dulces fragancias, antes de sentir la punta de hierro y la incisión.
Extendí mis ramas como un terebinto. Por su medio florecí como una viña cubierta de retoños de honor y de gloria. Por él, como una madre llena de amor, atraje a todas las naciones a la dulzura de mis pechos. En fin, colmé a este servidor mío de sabiduría: El cual rebosa en sabiduría, como en agua el Fisón y el Tigris en la estación de los nuevos frutos, que inunda todo de inteligencia como el Éufrates, y crece más y más como el Jordán en el tiempo de la siega (Si_24_35s). Fisón y Tigris que llenan el Éufrates con sus grandes crecidas cada vez que se renueva el año. Lo hice semejante al Jordán, que se hincha en el tiempo de la cosecha. Con sus aguas roció a toda la Iglesia y la luz de la doctrina no se eclipsó en medio de las lobregueces de los sepulcros ni bajo la sombra de la muerte.
La posteridad sigue gozando de sus escritos, a los que venera como oráculos; y sus trabajos no sólo han redundado en provecho para él, sino para el de todos. Por ello, puede decir: Porque la luz de mi doctrina, con que ilumino a todos, es como la luz de la aurora, y seguiré esparciéndola hasta los remotos tiempos. Penetraré todas las partes más hondas de la tierra, y echaré una mirada sobre todos los que duermen, e iluminaré a los que esperan en el Señor. Yo proseguiré difundiendo la doctrina como profecía, y la dejaré a aquellos que buscan la sabiduría, y no cesaré de anunciarla a toda su descendencia hasta el siglo venidero. Observen cómo yo no he trabajado sólo para mí, sino para todos aquellos que andan en busca de la verdad (Si_24_44s).
El iluminó los sepulcros, penetrando las partes más hondas de la tierra, echando una mirada, dentro de sus oquedades, sobre todos los que esperarán en su poderosa diestra, la cual prometió socorrerlo y destruir los errores arrianos en el tiempo venturoso y destinado para ello, demostrando que Atanasio no trabajó sólo para él, sino para toda la Iglesia del Verbo eterno e increado, que se hizo el Verbo hecho carne.
La Iglesia católica, que alaba a Atanasio por medio de todos los doctores ortodoxos que confiesan que su doctrina es la verdadera doctrina del Verbo eterno, que no puede mentir, desea enseñarla y la ha enseñado. El dijo que su Padre daba testimonio de su divinidad junto con él, y que el Espíritu vendría después de que él hubiera ascendido para enviarlo junto con el Padre, para elucidarlo; Espíritu que recibe su ser de él y del Padre y que es Dios con el Padre y el Hijo; Espíritu que [634 ter] convencería al mundo respecto al pecado, la justicia y el juicio, lo cual hizo nuevamente por mediación de Atanasio.
El agradecimiento que manifiesta la Iglesia al iluminado celo de este gran Patriarca, me lleva a reconocer, en general y en particular, como hija de la Iglesia, a este santo, que proclamó la igualdad del Verbo con el divino Padre; pero además de este reconocimiento universal y particular en calidad de hijas de la Iglesia, las hijas de la Orden del Verbo Encarnado le deben uno muy especial.
Siempre he amado a este gran doctor, que tanto sufrió para sostener delante de los hombres la igualdad y consustancialidad del Verbo con el Padre, cuya unidad de naturaleza es figura de su sustancia, imagen de su bondad, hálito de su virtud, emanación sincera de su claridad omnipotente, candor de su luz eterna y espejo sin mancha de su majestad.
Al ponderar las contradicciones que el mundo y el infierno desencadenado hicieron sufrir a este santo, por apoyar la divinidad del Verbo Encarnado, estimé y estimo en muy poco lo que muchos han hecho, hacen y harán en contra del instituto que el Verbo Encarnado me ordenó fundar para él.
En él todo lo puedo, con la ayuda de la oración y animada por la esperanza y el ejemplo del gran Atanasio, que no inspiró a los arrianos menos terror que san Antonio cuya fortaleza admiró a los demonios. La contemplación de Antonio esclareció a los desiertos, y la doctrina de Atanasio sostuvo la divinidad del Verbo en las ciudades. San Antonio abatió a los espíritus invisibles que sólo tenían poder para tentarlo en espíritu y golpearlo, por permisión divina, en su cuerpo, mas no para forzarlo a dar su consentimiento, ni causarle la muerte. San Atanasio combatió no sólo a los demonios que odian al Verbo Encarnado, sino a los hombres cuyo poder y malicia eran casi ilimitados, a causa de la dignidad y libertad que Dios ha concedido a los hombres en esta vida, respetando su franco arbitrio.
Capítulo 108 - El divino amor inventó la cruz, que convirtió en signo de grandeza y en estandarte de gloria, 3 de mayo de 1634.
[635] El día del hallazgo de la Cruz, me uní a Santa Elena para encontrarla. Comprendí que no sólo debía buscar la cruz de madera en la que fue clavado el Salvador, sino la cruz mística en la que mediante la divinidad unida a la humanidad, Dios se hizo hombre y el hombre, Dios. Se trata de una cruz cruzada, en la que la fuerza está unida a la debilidad, la eternidad al tiempo, la inmutabilidad al cambio, el Creador a la criatura, la majestad a la ignominia y la grandeza a la bajeza.
Para buscar esta cruz no tuve que hurgar en los sepulcros ni cavar: el amor divino se encargó de elevarme hasta el seno del Padre eterno, en el que contemplé al Verbo, no sólo como Hijo natural y unigénito del Padre, sino como primogénito de todas las criaturas, las cuales sólo fueron creadas para cooperar a su gloria.
Comprendí que el designio original en la mente de Dios había sido un Hombre-Dios, un Jesucristo, un Verbo Encarnado, lo cual no pudo soportar la vanidad de Lucifer por creer que, siendo él el principio de los designios de Dios fuera de su ser, no debía ceder ante criatura alguna; que si Dios quería elevar a alguna de ellas hasta la unión hipostática con su Hijo, ésta debía ser él. Se rebeló. Como no podía atacar al Hombre-Dios en el seno del Padre eterno, resolvió sustraerse a su obediencia y formar un partido con su séquito. Fue por ello castigado junto con sus secuaces, viéndose condenado como un criminal de lesa majestad a los suplicios eternos. En su creciente rabia, concibió un odio eterno hacia el hombre, atacándolo como imagen, ya que no podía dañar el original.
El Verbo, al contemplar la complacencia que su Padre tenía en un Hombre-Dios, rindió adoraciones infinitas en su eminencia, en consideración de la cual no tomó en cuenta la pérdida de Lucifer ni de sus cómplices. El Verbo divino se presentó para reparar, con su obediencia, las injurias y afrentas que Dios recibió de aquellos espíritus altaneros y rebeldes, aceptando morir por la gloria de su Padre y para satisfacer las ofensas que los hombres cometían contra su majestad a instigación de Lucifer.
Prefirió el [636] gozo eterno que con ello recibiría su Padre, a la confusión temporal que sufriría en sí mismo: El cual, en vista del gozo que le estaba preparado, sufrió la cruz sin hacer caso de la ignominia (He_12_2). El Verbo, que tanto ama a la humanidad, captó que ni el ángel ni el ser humano, engañados por Lucifer, obedecerían la voluntad divina, y que la imagen que Dios había esbozado de sí mismo fuera de su ser sería opacada, por no decir borrada, por el pecado.
El Verbo, que en la Trinidad es la imagen natural y sustancial del Padre, quiso someterse y abajarse hasta la cruz, en la que se llevó un triunfo gloriosísimo, por el que se le adjudicó el título de vencedor de los lagareros: Canción de lagarero cantará contra todos (Jr_25_30). Se encontró entre dos lagares: el de la rabia de su enemigo y el de su amor. El solo los pisó y los criminales no se atrevieron a comparecer: y fui auxiliado en la indignación de mi espíritu (Ez_3_14).
Al mismo tiempo, vi con un contento indecible al Verbo en el seno y mente del Padre, como si ya estuviera encarnado. Como su designio era hacerse hombre, lo contemplé además en el seno de la Virgen como si estuviera crucificado, ofreciéndose a la muerte desde el primer instante de su Encarnación, al tomar una carne mortal para morir en ella.
Consideré la rebelión de Lucifer, del pecado y del ser humano. Comprendí que la Encarnación fue decretada antes de la creación del mundo, y que la invención de la cruz se debe al amor que el Hijo tiene hacia su Padre, al que quiso someterse muriendo para borrar las injurias con que las criaturas le ofendían, y por amor al hombre, cuya debilidad sostuvo ante la malicia del ángel, rectificando las ofensas cometidas contra la majestad de su Padre.
Si consideramos la cruz en su origen o en su lugar natal, la veremos toda gloriosa, ya que dicho lugar es el seno del Padre eterno. A pesar de que en su autor es el Verbo y la sapiencia del Padre, y de que en su causa más próxima todo en ella es noble, Adán, el primer rey del mundo, y Eva, la madre de todas las generaciones, que daba órdenes aún a su marido, fueron los primeros en hallarla, pero en un encuentro desventurado, por haber puesto la mano en el árbol prohibido.
Los símbolos de la cruz han sido muy ilustres: el arca de Noé, el reparador del mundo; la vara de Moisés, el incensario de Aarón, el sacrificio de Abraham, el báculo de Jacob, el cetro de David, el trono y la litera de Salomón Todos aquellos a quienes se concedió como en depósito bajo el velo de las figuras, fueron siempre ilustres; y hasta María y Jesús, honra del cielo y de la tierra, todos la llevaron en figura y en ejemplo o imitación. Nadie está exento de la cruz, sea por temor, sea por amor a Jesús.
El mismo, durante la [637] transfiguración, apareció gloriosísimo en la cruz. Al conversar precisamente sobre ella, irradió la luminosidad de su gloria en el Tabor. La calificó, además, de don de lo alto y de su Padre al decir a Pilatos que no tendría el poder de condenarlo a la cruz si su Padre no se lo permitiera: si no te fuera dado de lo alto.
La cruz es armada en la ciudad real de la tierra, pero está destinada a la Jerusalén celestial. En ella adoptó Jesucristo el título de rey, que había rehusado tantas veces, huyendo a los desiertos y a las soledades. También la llamó un bautismo, porque en el bautismo se impuso el nombre al que lo recibió. Tomó el hombre de hijo natural y amadísimo en las aguas del Jordán, y el de rey de Israel al verter su sangre en la cruz. Por ello, era necesario que fuera ungido y consagrado y que tuviera un trono. La unción se hizo con su sangre, y el trono o sitial de su majestad fue la cruz.
En cuanto estuvo en ella, demostró claramente que era rey, entregando reinos y coronas a quienes carecían del derecho de aspirar a ellos; es decir, por tener que ser desterrados a causa de sus crímenes. Para demostrar que sólo podían esperar esto de su bondad, o poseer mediante la concesión de su soberano dominio, fue necesario desclavar y bajar su cuerpo de la cruz contando para ello con la autorización del pretor que ocupaba el lugar del emperador romano, gracias a la intervención e instancias de un noble decurión.
La cruz fue ocultada por la nobleza de Judea y desenterrada por Elena, madre del gran Constantino, quien la hizo triunfar más tarde al blandirla como estandarte y colocarla a mayor altura que el águila romana. Siguiendo su ejemplo, los reyes la han llevado y la llevan sobre la frente, adornando con ella sus diademas. Después de arrancarla a los persas, al vencerlos en la batalla, Heraclio sólo pudo llevarla consigo hasta que se despojó de sus vestiduras imperiales. Como la cruz estaba suficientemente adornada en sí misma, no tenía necesidad de ostentar el brillo de la púrpura imperial. David lo predijo con mucha anticipación: Decid a los pueblos que el Señor reina desde el madero (Sal_95_10).
En la cruz, el Salvador echó fuera al príncipe de este mundo, que como tirano y usurpador reinaba en él a causa de la culpa de nuestros primeros padres, quienes alargaron la mano para cortar el fruto del árbol prohibido. A partir de entonces, Adán perdió el dominio que Dios le concedió sobre todas las criaturas, y Eva el hermoso nombre de compañera y auxiliar en el gobierno de todo el universo.
Al nacer el Salvador, los ángeles anunciaron en la tierra la paz para los hombres de buena voluntad y la gloria en el cielo a su eterno Padre. Al ser levantado en la cruz, todas las criaturas doblaron las rodillas y lo adoraron. Los mismos demonios se vieron obligados a reconocerlo. Las almas dotadas de un [638] suave afecto y buena voluntad lo adoraron; el ladrón impenitente lo maldijo como Semeí a David; Judas lo traicionó con una perfidia más vergonzosa que la de Absalón hacia su padre, pero el buen ladrón, ejerciendo el oficio de Judá, lo reconoció y defendió. Judas fue castigado por su crimen con un ignominioso suplicio, mientras que el buen ladrón, en ese mismo día, se fue a contemplar la gloria del divino vencedor.
Todo concurre a la gloria de la cruz y del crucificado. San Pablo, que se glorió en ella, afirmó que el Salvador se hizo obediente a su Padre hasta morir en la cruz, por lo que fue exaltado y recibió un nombre sobre todo nombre: Se humilló a sí mismo, haciéndose obediente hasta la muerte, y muerte de cruz. Por lo cual también Dios le ensalzó, y le dio un nombre superior a todo nombre (Flp_2_8s).
Habiéndose hecho el último de los hombres, y habiendo aparecido como maldición sobre la cruz, convirtiéndose en el desprecio y oprobio de los hombres, quiso bendecir desde ella a todos los elegidos. En ella oró por sus enemigos, abrió los cielos, satisfizo la justicia divina, pacificó por la sangre de su cruz el cielo y la tierra y, de las tinieblas de su muerte, hizo surgir la luz de la vida eterna para los elegidos, que son los benditos de su Padre.
Capítulo 109 - El amor divino concede creatividad y gran devoción para las procesiones y rogativas, cuando en ellas se consideran y adoran los divinos misterios en la Trinidad de personas y en la humanidad de Jesucristo, 22 de mayo de 1634.
[639] El día de Rogaciones de 1634, encontrándome indispuesta y no pudiendo orar ni pedir como era necesario, resolví organizar una procesión en mi corazón, que sería también templo y altar. Pedí a mi esposo se dignara venir para ser adorado en él, pues estaba segura de su presencia en mí, por haberlo recibido aquella mañana en la santa comunión.
También el Padre y el Espíritu Santo se congregaron en mi corazón por bondad y en razón de la circumincesión que hace que se encuentren en este augusto sacramento de manera admirable y por concomitancia o seguimiento necesario. Manifesté el deseo de que el Padre hiciera en él la oración de Dios, no pidiendo con humilde sumisión a uno más grande que él, sino encomendándome con majestad y amor a su Hijo, como hizo san Ignacio de Loyola. Rogué además al Espíritu Santo que intercediera en mí con los [640] gemidos inenarrables que produce en mi corazón, conjurando a mi divino Salvador que ofreciera la oración de Dios, que es omnipotente y que obra divinamente por poder, sabiduría y amor en el alma.
El estandarte o insignia de esta procesión divina era el Verbo, que es la imagen del Padre, al cual se contempla en el Hijo: el que me ve, mira a mi Padre; imagen en la que se complacen el Padre y el Espíritu Santo, Espíritu que es el término y la producción de su respectivo amor.
Veía todo esto pasar en mi corazón, que estaba agitado por un tumulto y un movimiento extraordinario, como si fuera seguido de esta procesión admirable. Dicho movimiento, aunque violento, iba acompañado de una dulzura increíble y de una confianza amabilísima. El Salvador me dijo estas palabras: Gózate en el Señor, y te dará lo que pide tu corazón (Sal_37_4). Entonces invité a todas las criaturas, principalmente a las dotadas de razón, a organizar su procesión y acercarse a [641] rendir homenaje al Dios que estaba sobre el altar de mi corazón; a acudir al encuentro de las divinas personas. Me presenté como estandarte y divisa, con el fin de invitar a todas a cumplir con este deber. Deseaba ser todo en aquella procesión para satisfacer, en cierta manera, mi amor y mi entusiasmo. Había consagrado ya mi corazón como templo y como altar, para recibir la procesión de las tres divinas personas, que vienen a nosotros para hacer en él su morada, como nos lo prometió el Hijo.
El Verbo era en mí la imagen, el estandarte, el emblema y el que atraía a todas las criaturas para ir a Dios. El Verbo Encarnado era el guía, la imagen y el conductor. Contemplé esta doble procesión que en realidad era una sola, en la que se encontraban la Augustísima Trinidad y todas las criaturas que yo había convocado.
Por fin terminó la procesión, concluyendo en mi corazón, donde, por mediación de todas las criaturas, rendí mis homenajes a mi esposo y a la Santísima Trinidad, a la que ofrecí las alabanzas que las divinas personas se dan divinamente entre sí. Es costumbre volver de las procesiones portando ramos de flores; por ello, corté el lirio de los valles para llevarlo a Jesús, mi amor.
Por lo que respecta a su humanidad, y en cuanto [642] a su divinidad, él es la flor de los campos espaciosos e inmensos; es el fruto de toda la procesión, que de otro modo sería inútil si no concluyera haciéndonos el bien y llevándonos a morar en Jesucristo, y a Jesucristo en nosotros: vive en mí, y yo en él. Fue esto lo que pedí con insistencia, a fin de que el lirio sagrado de mi queridísimo esposo floreciera en mí como en su valle, y que yo, a mi vez, floreciera en este lirio sin marchitarme jamás. Gloria mía, espero esta gracia de tu bondad.
Capítulo 110 - Mi alma entró en diversos templos durante el tiempo de rogaciones. Se detuvo en el seno del Verbo Encarnado, siendo él mismo la alabanza de su gloria, 23 de mayo de 1634.
[643] El segundo día de Rogaciones, al meditar en las palabras del salmo 17 que servían de antífona de entrada a la misa del día: Desde su santo templo oyó mi voz; y el gemido que di en su presencia llegó a sus oídos (Sal_17_7), consideré diversos templos en los que podía orar, a saber: las criaturas, la Virgen, la humanidad santísima de Jesucristo y el seno del Padre eterno.
En cuanto a mí, no deseaba otro sino el Verbo, que es la palabra y la voz que habla y clama por mí ante el Padre. El es la palabra de vida y el camino por el que el alma sube hasta el Padre, viviendo por participación de su vida, así como él vive de la vida de su Padre. La palabra, la voz y el movimiento son signos de vida. Fue él quien oró en los días de su existencia mortal, y él mismo quien la ofreció para dar vida al mundo. Con gran clamor y lágrimas fue escuchado por su actitud reverente (Hb_5_7),el Padre no pudo rehusar nada a sus méritos. Según el dicho de san Pablo, los oídos del Padre están atentos a las peticiones de su Hijo, el cual es escuchado a causa de su reverencia.
Mi alma no pedía nada sino por él y para su gloria. Recibí de la bondad divina una gran confianza en la obtención de lo que pediría para seguir adelante en mi camino. Por mediación de esta palabra, podré encontrar lo que busco en mi camino, que conduce a la vida: Manantial de vida la boca del justo; la bocado los impíos rezuma violencia (Pr_10_11). La boca del Verbo Encarnado, que es justo por esencia y por excelencia, es la vena portadora de vida; su lengua es plata que se eleva y resuena. El Padre le dice: Déjame oír tu voz; porque tu voz es dulce y gracioso tu semblante (Ct_2_14), san Juan fue su voz en los [644] desiertos, y él quiso ser la mía en el cielo, obteniendo de su divino Padre lo que él mismo podía y deseaba concederme, albergándome en su seno, que es templo de amor. En él me hizo saborear sus divinas misericordias, uniéndome a él con sus propias entrañas. Este templo sagrado es el lugar en que alabo su magnífica gloria a través de él mismo.
Al contemplar la gloria de aquel que subía más allá de los cielos, mi espíritu se llenó de estas luces tan difusas. Veía a mi divino Salvador como en un bautismo de gloria, en el que adoptaba un nombre nuevo, siendo bautizado en el río de alegría que riega el paraíso. Dije a esta santa humanidad, que había desposado a Othoniel, el Dios de mi corazón, que estaba en verdad adornada con los despojos de Jerusalén, que mi esposo había ganado en el día de la batalla; que no lloraría más por tener en él un aspersor procedente de lo alto, y otro de aquí abajo; una tierra fecunda de bendición.
Veía a mi gloriosísimo esposo subir por el oriente, al que había vuelto la espalda al morir, contemplando el poniente, que es el lugar de la muerte, de la que salió victorioso. Ya no volverá a morir, por ser impasible e inmortal. Fija su mirada en el oriente, que es el lugar de donde brota la vida. Los reyes que fueron los primeros en adorarle procedían de allí; por ello, fue convenientísimo que en el día de su triunfo honrara esa parte del mundo y saliera como al encuentro de dichos príncipes, desplegando ante ellos su gloria, así como ellos no se avergonzaron de sus ignominias y deslizaron su púrpura hasta su establo, adorando con toda humildad su majestad divina y colocando sus cetros y coronas a sus pies, prefiriendo los anonadamientos de aquel niño divino al encumbramiento de sus tronos.
San Pablo dijo que Moisés renunció a las grandezas que la adopción de hijo de la hija de Faraón le reservaba, para participar en las aflicciones de sus hermanos. Yo opino que estos reyes abandonaron sus reinos y pusieron sus reales personas en peligro de prisión y de muerte para venir a adorar y prestar juramento de fidelidad al niño que una estrella les mostró, al que encontraron recostado sobre la paja.
Creyeron que había nacido un niño para ser rey de los judíos, y comprendieron en aquel día glorioso que también era rey de los gentiles y el único dominador, rey de reyes y Señor de señores, en cuya presencia los veinticuatro ancianos deponen sus coronas junto con los misteriosos animales, adorándole como hombre pleno de bondad, víctima de propiciación, león de gloria y águila de resplandor eterno, a la que su discípulo amado contempló fijamente, por haber sido semejante a aquel a quien amaba y del que era amado como aguilucho de su corazón divino, que anunció a voz en cuello: En el principio era el Verbo, y el Verbo estaba con Dios, y el Verbo era Dios (Jn_1_1).
Capítulo 111 - El Verbo Encarnado, al ascender sobre los cielos, se convirtió en la plenitud de gozo y de felicidad en la divinidad, en su humanidad y en sus criaturas. 24 de mayo de 1634.
[647] La víspera de la Ascensión, abrí el misal y, al detenerme en la antífona de entrada de este día ,tomada del capítulo 48 de Isaías: Con voz de júbilo anunciad y haced saber esta nueva, aleluya; llevadla hasta los últimos confines de la tierra y decid: El Señor ha redimido a su pueblo (Is_48_20), comprendí que en estas palabras están divinamente expresados la gloria y el triunfo de la Ascensión, y que esa voz de gozo, de alegría ,de júbilo, simboliza el regocijo común de la unión o unidad de corazones.
Se trata de la unión misma en la que las divinas personas se complacen mutuamente en alegría y júbilo eternos, gozando y deleitándose continuamente en este adorable aleluya. Comprendí que esta voz de gozo y el canto del aleluya son llevados hasta el extremo del mundo, porque la plenitud de esta alegría se extiende hasta la humanidad santa del Verbo Encarnado, que descendió a las regiones de los muertos para liberar a su pueblo de la cautividad del pecado y de los limbos.
Vi claramente, en este día, que apareció como verdadero y soberano Señor: El Señor liberó a su pueblo (Is_48_20), y que tomó como nueva posesión suya el empíreo y el universo entero. Pareció haber poseído siempre, ya desde el pasado, el nombre y título de príncipe. Admiré cómo la Iglesia ha sido divinamente iluminada, como lo expresa la conjunción de las palabras de David e Isaías en el salmo 66: Aclamad a Dios, la tierra toda, salmodiad a la gloria de su nombre (Sal_65_1s). Con estas expresiones invitan a toda la tierra a alabar y reconocer la divinidad de aquel que apareció como un hombre cualquiera en la ignominia de su muerte, y que en este día recibe la gloria debida conjuntamente a su majestad divina y a su humanidad, así como el título de Soberano Señor por naturaleza y por ministerio. [648] Comprendí que la gloria de todos los demás es vana, y que ningún ser humano puede buscar su propia gloria ni su alabanza sin caer en la vanidad. Sólo Jesucristo tiene el poder de alabarse a sí mismo, por ser la verdad; a él podemos desear sin temor la gloria y la alabanza, la cual pregona de sí mismo sin vanidad: rendidle el honor de su alabanza (Sal_65_2).
Al cabo de estas invitaciones y los sublimes pensamientos mediante los cuales mi divino amor elevó mi espíritu, escuché las alabanzas que en este día de triunfo rinde la Trinidad a su humanidad divina; es decir, al Hombre-Dios, seguidas de las de todas las criaturas, que presentan sus homenajes y gloria recíproca, misma que dicha humanidad devuelve a la Trinidad en un toma y daca de amor.
Mi alma se derretía en medio de estos coros y música celestial, encontrándome de golpe invadida por un intenso fuego interior que llenó de confianza mi corazón, iluminó mi entendimiento, hizo brotar de mis ojos un torrente de lágrimas deliciosísimas; y, como los triunfos jamás se dan sin los efectos de la munificencia de los triunfadores, percibí la abundancia de dones del triunfo de la Ascensión descritas por san Pablo en el capítulo 4 de la Carta a los Efesios, mismas que la Iglesia proclama en la misa de este día :A cada uno de nosotros se le ha dado la gracia a medida de la donación de Cristo (Ef_4_7).
Comprendí que el Salvador, habiendo tomado posesión de los tesoros de las gracias de Dios, ha sido generoso con una esplendidez indecible a partir de aquel día, pues todos recibimos sus dones según le place dispensárnoslos. Me regocijé grandemente al ver que todas las riquezas estaban en manos de mi esposo, tan divinamente amoroso; y que de ellas reservaba para mí una cuantiosa porción. San Pablo dijo que por esta razón subió más allá de los cielos, llevando en triunfo a la cautividad y derramando dones sobre la humanidad; Por lo cual dice: al subir a lo alto llevó consigo cautiva a una gran multitud de cautivos, y derramó sus dones sobre los hombres (Ef_4_8).
David, cuyas palabras tomó san Pablo en préstamo, dijo: Tú derramaste, oh Dios, una lluvia de larguezas (Sal_68_10). Sin embargo, como Jesucristo recibió dichos dones como Señor para distribuirlos como creyera conveniente, el Apóstol optó por decir: derramó sus dones sobre los hombres, afirmando que ascendió y compartió con la humanidad las riquezas de su pertenencia.
Jesucristo poseía una [649] justicia elevada, media y baja. La alta le pertenecía en su calidad de Dios, y las otras dos en cuanto hombre, para devolver a su Padre lo que le era debido. Por su nacimiento y generación eternos, es igual a su Padre; por el temporal, está sujeto a él. Por ello aseguró: El Padre es mayor que yo, confesando que todo lo había recibido de su Padre. En cuanto Dios, recibió su ser del Padre como de su principio, sin dependencia ni sumisión. En cuanto hombre, es Señor feudal y debe rendir homenaje a su soberano. El mismo es señor en tanto que Dios con el Padre y el Espíritu Santo.
Adoré esta diversidad de cualidades, que se relacionan con las diversas naturalezas que están unidas en un mismo soporte en Jesucristo, al cual admiré como hombre constituido, Señor y Rey de Sión. Le contemplé repartiendo la gloria a los bienaventurados según la gracia y el mérito de sus obras, y dándonos la gracia, que es germen de gloria, sin que en ello mediara mérito alguno de nuestra parte. De él procede la infusión de la primera gracia, aunque su acrecentamiento sea con frecuencia un premio a las loables y buenas acciones de los justos.
Vi cómo, a través de su mismo poder, da órdenes a los infiernos, haciendo sentir a los espíritus rebeldes el rigor de su justicia. Comprendí que por esta razón, después de su designio de liberar a los padres, descendió a las regiones subterráneas, hasta las partes más inferiores de la tierra, para atacar al enemigo en su mismo bastión y castigarlo en su propio entorno. San Miguel, al combatir como teniente del Verbo que debía encarnarse según el plan de Dios, desterró definitivamente del cielo al dragón, aunque éste invadió la tierra con una tiranía injuriosa e insoportable a los hombres, usurpando el imperio del mundo. Al morir en la cruz, el Salvador lo arrojó fuera y él se acantonó en aquel último reducto, para seguir ejerciendo su insignificante tiranía.
Hasta allá lo persiguió el Hijo de Dios, obligándolo a doblar las rodillas y a inclinar su orgullosa cabeza ante su cetro, dejándolo en aquellas oscuras mazmorras, no para dominar en ellas como príncipe, sino para ser castigado por su rebelión y para servir de ministro a su justicia. Es verdad que el dragón, al verse desterrado del paraíso, persiguió con odio mortal a la Iglesia y a la [650] Virgen, que debía engendrar a aquel que tendría el poder de gobernar a todas las naciones. Al verse incapaz de hacerle daño, debido a que, por la unión hipostática, fue ensalzado hasta el trono de Dios, hostilizó con una continua guerra a su generación y posteridad, que son los elegidos. Vomitó un río entero de rabia y de persecución para abismarlos en sus olas, pero fue difuminado por la tierra que lo absorbió: la humanidad de Jesucristo, que se abatió hasta el anonadamiento, aceptando soportar los más crueles esfuerzos de su furor, y rindiendo inútiles todas sus fuerzas y artimañas, que sólo sirvieron de germen de gloria al divino Salvador, que había sido menospreciado, lo mismo que a todos sus imitadores.
Dicho dragón, espumeando rabia en los infiernos, sufre los suplicios con los que la justicia del soberano dominador del mundo castiga su rebelión y sus crímenes. Sin embargo, será mucho más grato para nosotros considerar el gobierno del Salvador sobre los cielos, a los que san Pablo dijo que había subido después de haber descendido: Ascendió sobre todos los cielos para dar cumplimiento a todas las cosas (Ef_4_10). Cumplió, en toda su extensión e inmensidad, los proyectos de amor del Padre eterno, que amó al mundo hasta el punto de darle a su Hijo único para salvar a la humanidad y elevarla hasta el empíreo. Para atraerlos en este día, contempla cómo su Hijo, ya de regreso, y los hombres que lo acompañan, toman posesión del reino que su bondad les preparó desde el inicio de los siglos.
Extendió más aún la amplitud del poder del Padre, pues, a pesar de que, desde la creación del mundo, el Padre estuvo en posesión de las criaturas a las que podía regir, no hubo en ellas un sujeto digno de su supremacía hasta que, al tener lugar la Encarnación, le fue posible gobernar a un Hombre-Dios. Después de la resurrección, rigió a un Hombre-Dios inmortal, que junto con la perennidad poseía las demás cualidades que servían de enriquecimiento a su gloria. A pesar de ser inmortal y, por tanto, libre de las miserias de la tierra, lugar de mortalidad, permaneció todavía cuarenta días en ella como peregrino. En su ascensión, empero, llegó al cielo para tomar plena posesión de su gloria en el trono de majestad, sentado a la derecha del Padre, quien le confió todo su poder a pesar de que permanece sujeto al mismo divino Padre, al que [651] someterá consigo a todas las cosas, y al que seguirá sujeto, junto con todo su reino, hasta y después del fin de los siglos, en la interminable prolongación de la eternidad.
El Verbo Encarnado, pleno de gloria en su humanidad, lleva consigo al cielo a todas las criaturas. Es éste un holocausto de gloria que se presenta como hostia viva y agradable a la Trinidad, porque en él todo es consumido y purificado. Se trata de un fuego de amor que lleva a la sagrada y santa humanidad, en unión con todos los santos, a exhalarse perpetuamente como incienso en acción de gracias y alabanza, sin disminuir su esencia y sustancia. Su Padre lo envió a la tierra porque exigía un holocausto digno de su majestad divina, no queriendo aceptar más la sangre de las numerosas víctimas y de los toros que eran masacrados y sacrificados en su honor. El Hijo, consciente de la inclinación y el deseo de su Padre, se presentó para servir él mismo de víctima: No has querido holocaustos por el pecado, por lo que dije: Heme aquí que vengo (Sal_39_7). Se ofreció sobre el altar de la cruz y de la Eucaristía, consumando así, en su totalidad, los antiguos sacrificios: Somos santificados por la oblación del cuerpo de Jesucristo hecha una vez sola (He_10_4).
El sigue siendo la perfección, el adorno y el enriquecimiento de esta maravilla de amor, convirtiendo dicho holocausto en perpetuo y universal, lo cual sigue haciendo en nuestros días. Así como el ángel que apareció a Manué (Jc_13_20) subió junto con la llama del sacrificio que se elevó hasta Dios, sin utilizarla, empero, como carro de triunfo, el Salvador al levantarse sobre el fuego de su amor, eleva a todas las criaturas y las transforma en él, para hacerlas llegar muy alto en su compañía .Por medio este fuego divino, atrae sus corazones y los presenta a su Padre como una tropa de predestinados que ha llevado consigo, los cuales, en unión con los ángeles que constituyen la corte celestial, brillarán y arderán sin consumirse por toda la eternidad con la viveza de este fuego, que arderá sin fin en el horno de la Sión celestial, en la que todos serán holocaustos de gloria.
El divino Hijo subió para enviar, junto con el Padre, a su Espíritu Santo, el cual deseaba venir a la tierra por haber sido designado Paráclito, es decir, consolador. [652] Su inclinación lo mueve a buscar a los afligidos, que moran fuera del cielo; y, por ser el término del amor del Padre y del Hijo, de los que recibe sin añadir cosa alguna, ni intervenir en las divinas emanaciones, desea producir al exterior el divino amor e implantarlo en el corazón de los hombres, entre los que no faltan quienes pagan sus bondades con suma indignidad e ingratitud. El Espíritu Santo se goza con los buenos, tolerando que los malos lo contristen con su malicia.
En el cielo, el Salvador llena todo con el amor del Espíritu Santo, en la medida en que recibe todo su fuego y la universalidad de sus gracias, manifestando la manera en que administrará las gracias que piensa derramar sobre la tierra. El Hijo vino como para comerciar en la tierra en nombre de la Trinidad, la cual ha retirado sus fondos; y al valorar la gran ganancia que él obtuvo, el Santo Espíritu, que es el distribuidor de los dones, acude con sus riquezas para perpetuar el negocio y la banca que el Salvador administró con tanta pericia.
Dios, que no tiene necesidad de sus criaturas, obtiene en todo momento, por exceso de bondad, riquezas de nuestras utilidades e intereses de nuestras ganancias, deseando abrir sus tesoros a fin de que nos sirvamos de ellos para nuestra salvación. Satisface, de este modo, su inclinación de hacernos el bien. El Espíritu Santo tiene el deseo de actuar y obrar por amor en nosotros, mediante las amorosas operaciones de sus gracias, que son atribuidas a él mismo.
A partir de la Ascensión, dichas gracias se han multiplicado. Podemos decir que, hasta este día, el Salvador colmó en el cielo el deseo del Espíritu Santo de comunicarse y conceder sus llamas y su amor. Espíritu divino que, habiendo encontrado un objeto digno de sus dones en la humanidad del Salvador y en las almas de quienes lo han acompañado, se regocija en nosotros con un gozo inefable. El Salvador ha llenado el cielo de gloria, el mundo de gracias y el infierno de confusión. Como ya lo expliqué, subió para ensalzar su gloria, perfeccionar a los santos y consumar la construcción de su Iglesia, según lo expresó san Pablo: A fin de que trabajen en la perfección de los santos, en las funciones de su ministerio, en la edificación del cuerpo de Cristo (Ef_4_12).
Los santos, a medida que son más y más consumados en la unidad, son más gloriosos. El Verbo descendió para traer la santidad al mundo y para hacer santos. El los pule y perfecciona, elevándolos después a la gloria, como hizo con algunos en este día, los cuales nos demuestran lo que hará con los demás mediante la concesión de diversos dones, al constituir [653] a unos apóstoles, a otros, doctores; a otros, profetas y a los demás pastores, según la diversidad de ministerios que estableció en su Iglesia, a la que perfecciona y construye de esta suerte: en la edificación del cuerpo de Cristo (Ef_4_12). El Salvador tiene dos cuerpos: uno natural, que formó el Espíritu Santo de la sustancia de María ,que fue siempre perfecto, aunque en la gloria fue enriquecido con adornos gloriosos que le eran debidos, de los que estuvo privado durante el tiempo de su vida mortal. El otro cuerpo del Salvador es su cuerpo místico; es su Iglesia, a la que edifica y perfecciona en todo momento, sirviéndose, para la trabazón de esta construcción, y para la unión de sus miembros, de la argamasa de la caridad, que el Espíritu Santo, al que envió desde el cielo, derrama o difunde en los corazones en los que se digna habitar.
El Verbo Encarnado quiso quedarse como alimento para nutrir y perfeccionar a los suyos, para incorporarse a nosotros y a nosotros a él, a fin de que formemos un solo cuerpo al comer de un mismo pan. Al ser cimentados en una misma masa, que liga y une a la cabeza y a los miembros de este cuerpo místico, las piedras de esta construcción, que son los fieles, llegan a ser uno en él, uniéndose entre ellos por él mediante el ofrecimiento de sus buenas acciones, a semejanza de los Israelitas, quienes pusieron en manos de Salomón lo que su devoción los llevó a contribuir para la edificación del templo. Estos dones, que hubieran sido insignificantes en sus manos, se convirtieron en joyas reales en manos de dicho príncipe. De igual manera nosotros, como miembros de este cuerpo sagrado, y partes de dicha edificación, debemos contribuir con todo cuanto tenemos, ofreciéndolo a aquel que lo mereció y nos lo da: Jesucristo, que es el arquitecto de toda la construcción, el cual ennoblecerá y divinizará todo por su bondad y sabiduría, colocando cada cosa en su justo lugar, y aportando la añadidura necesaria para la perfección y belleza de dicha obra.
Ahora bien, esta edificación no se erige de un solo golpe, sino poco a poco, como nos dice san Pablo: Hasta que arribemos todos a la unidad de una fe y de un conocimiento del Hijo de Dios, al estado de un varón perfecto, a la medida de la edad perfecta según Cristo (Ef_4_13). Esta obra se continúa mediante las admirables ascensiones y descensos de los santos, que se elevan hasta Jesucristo, y a Jesucristo, quien se abaja y desciende hasta ellos.
A manera de un manantial que desciende a su río para volver a remontarse [654] hasta su fuente, arribamos entonces a la unidad de la fe y al conocimiento de la filiación del Verbo, al que llegamos a conocer a la luz de una misma fe, que es clarísima y que parece no estar velada cuando se la compara con la situación de los que viven en las sombras. Llegamos a conocer al Verbo y somos conocidos en él y por él al ser partícipes de su filiación y al crecer en perfección hasta alcanzar el estado de un varón perfecto; hasta que lleguemos a la plenitud de la edad de Jesucristo, porque en el día de esta perfección seremos conformes y semejantes a este divino Salvador, que nos lleva hasta lo alto para conformarnos, de alguna manera, consigo mismo al comunicarnos la plenitud de sus dones como consecuencia de su pura caridad.
Al ver cómo este amoroso Salvador levantaba los ojos para fijarlos en el cielo, y al escuchar que hablaba de su partida para volver a su Padre, le dije que se fuera temprano, arrebatando mi corazón mediante los dulces atractivos de su mirada y de su amor. Recordé que san Pablo dijo, inspirado en Isaías que ningún ojo había visto, ni oído alguno escuchado, ni corazón humano penetrado lo que Dios ha preparado para sus amigos. Exclamé entonces: "He aquí un ojo que lo ve todo, un corazón que todo lo posee, un Jesucristo que todo penetra" al que digo: "Mira, comprende y ama perfectamente la divina bondad. Adora la esencia que tienes en común con el Padre y el Espíritu Santo en razón de tu soporte divino. Dame ojos que sólo puedan mirar al cielo; un corazón que nada quiera fuera de ti, un entendimiento que comprenda, con un claro conocimiento, los tesoros de tu divina bondad, para sobrepasar en alegría al que exclamó: En Dios sólo descansa, alma mía ,de él viene mi esperanza (Sal_62_6), o mejor: te adoraré en el seno del Padre, diciendo: Estoy en paz porque mi esperanza está en el seno paterno, en el que descansa mi esposo, que es su Hijo único. Es él quien nos descubrió sus misterios y verdades eternas. Es él quien ahí permanece oculto; es él quien nos eleva hasta allá; es él quien nos habla de dicho seno por las ventanas y celosías de sus llagas, que quiso conservar para dicha nuestra".
Otros conocimientos que recibí en esta elevación fueron tan altos y sublimes, que no puedo expresarlos con mi pluma.
[655] Al escuchar tales maravillas, me sentí en una gran luz y no menor confusión en mí misma, admirándome ante la manera en que mi divino Salvador trataba conmigo, comunicándome en los días de las fiestas solemnes y en la víspera de cada una tan amables luces, lo cual no había hecho en los años anteriores. Al preguntarle, con la confianza con que me permite hacerlo, por qué me había dejado en otras ocasiones sin devoción en los días de fiestas solemnes, me respondió que en esos días solía concederla a las personas que únicamente lo visitan en los días solemnes; pero que esta vez le había parecido bien tratarme de este modo; y que, así como en las celebraciones reales, en especial la consagración de los reyes, los miembros de la corte se visten con gran magnificencia, y las princesas y duquesas lucen sus diademas, era su voluntad que, en estos días, anunciara yo su consagración en calidad de princesa amadísima y honrada por su majestad. Añadió que, en la víspera de dichas solemnidades me entregaba mis atavíos para que me presentara en su cortejo, enviándome por adelantado la corona, que es la luz. Agregó que se complacía en producir en mi espíritu una multitud de luces, haciendo un día de gracias y claridad del que su madre era la aurora; él, el mediodía; y yo, el atardecer.
La Virgen es la aurora porque haber sido prevenida, desde el primer instante de su ser. Fue como una bella aurora en la que jamás hubo tinieblas, a diferencia de la concepción y vida de los demás seres humanos. Mediante la gracia, es brillante como el sol de justicia, que lo es por naturaleza. Agregó que experimentó un gran júbilo cuando salió del seno de María revestido de su purísima sustancia, estableciéndola como aurora al nacer de ella. El se nombró Oriente, por ser un mediodía que poseía desde la eternidad la plenitud de luz de su Padre, el cual lo engendra en medio de los divinos esplendores y, sin menoscabo de su manantial de origen, recibe toda su luz de dicho Padre, que es claridad, mañana, mediodía y tarde. En unión con él, el Espíritu Santo es luz eterna, perpetua e indeficiente.
A esta luz, prosiguió, se da el nombre de día increado, que es el mismo Dios, el cual permanece siempre en su misma claridad tan luminoso en el Padre, principio del Hijo, como en el Hijo, el cual, [656] con el divino Padre, es principio del Espíritu Santo, que es la misma claridad y la misma esencia. Me dijo además:
Hija, cuando te digo que mi madre es la aurora, es para enseñarte que, en la Orden de la Encarnación, ella es una aurora que aparece antes de que el sol se asome, el cual nace y sale de ella iluminándola con su esplendor, en el que se sumerge magníficamente. El sol se levanta hasta el mediodía y parece crecer en esplendor y en calor, lo cual obliga a afirmar que la claridad del medio día es pleno día y claridad perfecta. Es esto lo que debes valorar en mí, que soy un bello mediodía. Deseo que conmigo y mi santa madre hagas un día. Ella es la mañana; yo, el mediodía; tú, el atardecer. Deseo recostarme divina y amorosamente en ti. Soy el esposo virginal nacido de esta Virgen más pura que las estrellas. Su carne sagrada, lo mismo que su alma, han sido santísimas en todo momento; ella es la toda hermosa, libre de cualquier mancha y defecto. Como te he dicho en varias ocasiones, esta hermosa luna fue ensalzada por la gracia así como el sol, al que engendró, lo fue por naturaleza. Ella y yo te comunicamos nuestra claridad y te convertimos en un atardecer que recibe los rayos del sol poniente. Aunque la luz no sea tan fuerte por la tarde, es, sin embargo, más soportable. Por la tarde se contempla el sol con menos deslumbramiento que a otras horas del día, en las que su fortísima luz parece, debido la intensidad de su esplendor, cegar los ojos con su brillo, que es radiante en demasía.
Hija, hago que en ti se vean maravillas que no se podrían contemplar en la Virgen porque serían demasiado luminosas. Su brillo se suaviza cuando te son enviadas, para que, como imagen nuestra, manifiestes en ti a mi madre y a mí. Tu ser de tarde recibe todo lo que poseyeron la mañana y el mediodía. Todas las horas del día convergen en la última, comunicándole su belleza, aunque en un grado proporcionado a su capacidad. Reconoce, hija, que de nuestra plenitud de naturaleza y de gracia recibes estas admirables luces. Disponte a recibirlas en este día. Son los dones y favores con los que Jesús y María te regalan.
[657] Ellos quieren, además, darte una gran participación en los tesoros que son sus méritos, y muchos otros señalados favores, porque se complacen en hacerte el bien por pura bondad.
Capítulo 112 - Voces de júbilo con que las divinas personas cantan y se anuncian. Comunicaciones deliciosas que poseen entre ellas. Las que existen en el Hombre-Dios, en el interior y en el exterior de su humanidad así como en sus criaturas. Cuatro diversas visiones de Jerusalén que el Señor me mostró. 24 de mayo de 1634.
[659] Mi Dios, mi todo, como era de tu agrado que al salir de la capilla me dirigiera a escribir lo que te dignaste enseñarme sobre la antífona de entrada de la santa misa, lo haré con todo placer.
Me atendré al sentido que me inspiraste: Con voz de júbilo anunciad y haced saber esta nueva (Is_48_20). El Padre eterno emite la voz de júbilo al engendrar a su Verbo. El Padre y el Verbo anuncian la voz de júbilo que produce al Espíritu Santo, por ser el Verbo voz y camino de su entendimiento, el Espíritu Santo es voz y camino de la voluntad. El Verbo es término del entendimiento; el Santo Espíritu, término de la voluntad: y haced saber esta nueva.
El Verbo, al recibir esta santa voz y esta santa vía, la capta y la refiere, por así decir, a su principio, de cuya relación emana y en el que permanece: y haced saber esta nueva. El Espíritu Santo, al recibir esta voz y esta vía, la comprende y la hace volver a su único y común principio: el Padre y el Hijo, que en él dan término a todas sus emanaciones. Con voz de júbilo anunciad y haced saber esta nueva (Is_48_20). Gloria al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo. El Padre, el Hijo y el Espíritu Santo anuncian gozos comunes y distintos, debido a sus distintas propiedades y a su esencia o naturaleza común y simplísima. Esta alegría está en el interior desde la eternidad y así permanecerá hasta la infinitud: ¡Oh abismo de la riqueza, de la sabiduría y de la ciencia de Dios! ¡Cuan insondables son sus designios e inescrutables sus caminos! (Rm_11_33).
Sin embargo, por una bondad inenarrable, el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo desean que conozcamos a la luz de la fe, y que adoremos en espíritu y en verdad, elevados más allá de los sentidos, al mismo Padre, al mismo Hijo y al mismo
[660] Espíritu Santo, que anuncian una voz y una vía de gozo común al Verbo Encarnado; común y distinta: como el Verbo tomó la naturaleza humana en calidad de soporte proclamó una alegría singular a una con la común, al conceder su propia persona a dicha humanidad.
Por ello, aunque las otras dos personas anuncian una voz y una vía de júbilo que llega hasta el extremo de la tierra, como la divinidad es indivisible, el Padre y el Espíritu Santo están por concomitancia dentro de la humanidad. El Verbo está con ella hasta los confines de esta tierra, de manera admirable, por hipóstasis; conservando sin detrimento la forma de Dios igual al Padre y al Espíritu Santo. Se anonadó a sí mismo tomando la forma de servidor y del último de los hombres, hombre que lleva nombre de tierra, por haber sido formado de la tierra, la cual fue creada para servirle de camino y de alimento corporal. Por esta razón, exclamó: ¡Te hiciste Emmanuel en nuestra tierra: Dios con nosotros! (Is_7_14).
¡Oh, Padre, Hijo y Espíritu Santo, llevadla hasta los últimos confines de la tierra! (Is_48_20). Verbo divino, llévala hasta los extremos límites de la tierra. Anuncia a tu humanidad, que es tan humilde, la voz y la senda de gozo extremo; llévala hasta la extremidad. Que su gozo sea pleno eternamente con el deleite que produce en la Trinidad y en tu persona, a la que está unida: El Señor ha rescatado a su pueblo (Is_48_20). Anúnciale siempre esta alegría, porque ha sido librada de todos los males: Cristo no volverá a morir (Rm_6,9). La muerte no lo dominará más. Proclamen, Padre, Hijo y Espíritu Santo, esta alegría, porque el Señor ha liberado a su pueblo del pecado y de todos los males mediante su encarnación, muerte, resurrección y ascensión. Anuncien esta voz y esta vía hasta los confines de la tierra, es decir, hasta mí, que soy la última de sus criaturas. Al venir a mí, bajas a las partes inferiores de la tierra para liberar a la que espera en ti, como me lo has anunciado. Amor, oigo tu voz; mi corazón la escucha en tu Santísima Trinidad, en tu humanidad sacratísima. Sí, la escucho como una hija puede oírla cuando y como te plazca hacérsela oír. Me diste un cuerpo, me diste un entendimiento y agudizas y perfeccionas mi oído. [661] No quiero contradecirlos ni huir de tus designios ni de los consejos de tu voluntad. Deseo más bien imitar al hijo que enviaste y después llamaste a ti; al Hijo que asiste a tu derecha y que baja a la tierra. Salvador mío, deseo imitar a Nuestra Señora, tu madre, y a los siete espíritus que te sirven y vienen en nuestro auxilio para ayudarnos a gozar felizmente la salvación que adquiriste para nosotros.
Envías a los tuyos y deben volver a ti. Me das a entender que no arrojas fuera ni al ángel, ni al hombre; sino que los ángeles y los hombres mismos se exilian por el pecado, que es su peso, el cual, por su malignidad, confirma el espíritu en malicia. El ángel rebelde es un espíritu que, en su obstinación, sale para jamás volver a ti con cariño y sumisión. Príncipe de bondad, el ángel, al dejarte, jamás tuvo la voluntad perfecta de volver a ti. Fue por ello que salió arrojado del cielo, sin que se le asignara otro lugar en el empíreo. Su malicia se había consumado a causa de su naturaleza, que no podía ignorar su deber de reconocerte.
El hombre, en su ignorancia, dispone de tiempo para convertirse; pero cuando desprecia la gracia del tiempo que tú, buen Dios, le concedes, incurriendo en el pecado y obstinándose en cometerlo, se reprueba a sí mismo y se aparta de ti para caer en el deterioro y en la nada; para no volver más a la gracia. La malicia del demonio no perdona medio para arrastrarlo a su desventura cuando se le permite tentar al hombre. Si éste desea confirmarse en malicia, poniéndose en sus manos, el enemigo propone al hombre sus condiciones, haciéndolo renunciar a todo lo que es Dios y, además, a los medios que Jesucristo puso a disposición de la santa Iglesia: los sacramentos y otros más. Después los señala exteriormente, ya que el pecado es la marca interior que los aparta de la gracia y de la gloria.
Dios mío, ¿Qué es lo que oigo? ¿Cuál es la desventura de un espíritu confirmado en el pecado? espíritu que se va y no vuelve (Sal_76_12). Se trata de una ingratitud inexplicable que confirma al pecador en una obstinación reprobable. En este salmo, David me daría palabras para explicarme, en caso de que deseara extenderme; pero deseo ser breve.
Dios mío, me dijiste que tus elegidos poseen un espíritu que va y viene de dos maneras. Tu Hijo Jesucristo tuvo y sigue teniendo la primera [662] naturaleza, ya que vino a la tierra enviado por ti y de ella volvió, como él mismo lo dijo: Salí del Padre, y he venido al mundo; otra vez dejo el mundo y voy al Padre (Jn_16_28).
Cuando él viene al sacramento, dejando de ser en cuanto las especies se consumen, la palabra apropiada no es regreso, sino un misterio que consiste en que él lleva al alma a realizar un retorno o un avance en la perfección: la mueve a crecer en gracia, a volver a ti, subiendo de grado en grado hasta que pueda verte en Sión y acabe su peregrinación, que es el fin para el que la enviaste a la tierra. A partir del instante en que ella tiene uso de razón, es necesario que retorne a ti por el entendimiento y la gracia, hasta llegar a la plenitud del gozo. Por esta razón el Salvador aconseja que se pida en abundancia. Esta alegría perfecta, el retorno perfecto a Dios, consiste en poseer lo que Dios desea que poseamos. La Sma. Virgen, por haber estado siempre en gracia, retornó continuamente a Dios con progresos dignos de la madre de Dios.
Rafael, al concluir la comisión que Dios le confió, llevó aparte a Tobías y le dijo privadamente: Mira, yo subo al que me ha enviado (Tb_12_20). Los siete ángeles que son ministros salen de Dios y vuelven a él; pero como Dios es inmenso, no lo pierden de vista al llevar a cabo las encomiendas que él les ordena. Gozan de este singular privilegio, que apreciaremos en el cielo, que es admirable. Me dijiste, amor, que se trata de un privilegio que concedes a ciertas almas escogidas, las cuales pueden verte y servirte en tu presencia, o tú en ellas; y si las envías en misión, es para llevar a cabo grandes designios. Te dignaste revelarme que yo soy una de éstas, Dios mío, y que aunque te pago mal, eres tan bueno que me tratas como si fuera fiel, sin fijarte en mis infidelidades.
Perdón, mi todo. Me has demostrado claramente que la reprobación no proviene de ti, sino más bien la salvación, y que no contribuyes a la condenación, esperando con una paciente bondad y dando oportunidad y gracia, para la conversión, en caso de que uno quiera volverse a ti hasta el último momento, pasado el cual confirmas el destierro de los desventurados, diciéndoles: "Vayan, malditos, al fuego del infierno, que fue preparado para el diablo y sus seguidores. El cometió el pecado, por lo que le mandé la pena debida a sus crímenes. El se separó de mí y ustedes han hecho lo mismo al imitarlo y desear seguirlo. Vayan con él, el envío a la pena del sentido después de que ustedes escogieron la de la condenación.
[663] "A los benditos de mi padre manifesté el poder de mi bondad, haciéndoles saber que volvieron después de haberse perdido. Por ello les digo que vengan, por la bendición de mi padre, está en mí, al que amaron hasta el fin. Yo soy el reino que les fue preparado desde el origen del mundo, del que toman posesión por la gloria, la cual comenzaron a saborear mediante la bondad, la gracia y su cooperación. Los invito a poseer el reino y a que entren en el gozo de su Señor. Este gozo los penetra, toma posesión de ellos y los abarca. Es una alegría más grande que ellos, quienes a su vez la abarcan tanto como les es posible, a fin de que puedan exclamar: Comprendo porque soy comprendido. Es entonces cuando el gozo es anunciado hasta los confines de la tierra en unión con los santos, pues éstos y los elegidos dan gracias a aquel que los escogió para hacerlos felices en él por toda la extensión de una dichosa eternidad.
Los condenados maldecirán a aquel que los atrajo hasta donde quisieron ir con toda su voluntad, pero él los engañó por haber estado equivocado. Mal sobre mal, es la rabia del infierno. La totalidad del mal por haber dejado al soberano bien, para cuya posesión fueron creados los ángeles y los hombres. Jamás encontrarán descanso, por no haber tendido a su fin y por carecer de camino y buena voluntad para tender a él. Esta es su desdicha: se confirmaron en el odio a Dios por siempre jamás.
Al darme a entender, en esta víspera de tu Ascensión, que por justicia y dignidad debías tomar posesión de tu gloria en el empíreo, te exhorté a ello diciéndote: "Ve, corazón mío, ve a la Jerusalén, celestial. ¡Cuánto me alegras que lo hagas! Me explicaste entonces que poseías cuatro ciudades Jerusalén, cada una de las cuales era una visión de paz.
La primera, en orden de categoría, es la Jerusalén celestial, por tener la dicha de ser el lugar de paz donde la divinidad muestra radiantemente su gloria; Jerusalén que debe tomarse por asalto. Fuiste el primero en tomarla para todos, pero quieres que la obtengamos por gracia y por mérito; es decir, cooperando con buenos pensamientos y buenas obras.
La segunda es la Virgen santísima, a la que se concedió el bien de participar de ti por gracia y por gloria singular. Ella es siempre visión de paz porque jamás tuvo el pecado, que es la guerra. [664] A pesar de ello, fue sitiada y sufrió tres asaltos: el de Simeón, el de la cruz y el de la persecución de la Iglesia naciente, en el tiempo en que san Esteban fue martirizado. Ella participa de ti por ser tu madre tuya, toda tuya, así como tú, su Hijo, eres todo de ella; por ser Hija del Padre y Esposa del Espíritu Santo, el cual la colma de paz.
La tercera Jerusalén eres tú, divino Verbo Encarnado, que siempre has tenido abundancia de paz en la divinidad y en la humanidad. El Padre te engendra en plenitud de luz, que es término de la actividad de su entendimiento. Eres, por tanto, el esplendor de su gloria, figura de su sustancia, imagen de su bondad, hálito de su divina virtud, y produces con él al Espíritu Santo, que abraza y une pacíficamente a sus dos personas.
Además de ser visión de paz, fuiste asaltado por tu amor, por el ángel y por el hombre, al haber deseado, por bondad, crear al hombre y al ángel a tu imagen. Por ser la imagen en la Trinidad, tú mismo te declaraste la guerra: sabías muy bien que el ángel y el hombre te ofenderían. Por ser hombre impecable, eres visión de paz, pero tu divino Padre te atacó con todo rigor, rodeándote y haciéndote pagar hasta la última malla, hasta la última gota de tu sangre. Después de tu muerte, recibe incesantemente el pago que le ofreces, a pesar de que en todo momento le has proporcionado una satisfacción más que completa Los poderes de las tinieblas te sitiaron y asaltaron. Amor mío, sabes muy bien que los demonios tuvieron el poder de atormentante durante la Pasión.
Los hombres te crucificaron cuando eras mortal. Después de tu resurrección, como has permanecido entre ellos, han vuelto a crucificarte; te cubrieron de heridas cuando eras pasible, y siguen haciéndolo ahora que eres impasible. Cuando Saulo perseguía a tu Iglesia, le dijiste: ¿Por qué me persigues?, mostrándole así que padecías con tu esposa, sufrías en tus miembros y deplorabas los dolores de tu cuerpo místico.
Añadiste que, por una gracia muy grande, me constituías la cuarta Jerusalén pacífica a pesar de que con frecuencia me viera asaltada por ti, por las criaturas y por mí misma, o rodeada o sitiada por estas tres clases de sitios o sitiadores, ambos a una. [665] Me aseguraste que te complacías en verme asaltada sin ser abatida, conservándome pacífica y agregando que me habías constituido como hija de Sión; que ejercía yo el oficio de los que están en la torre de vigilancia, manifestándome tus misterios divinos y humanos mediante un favor inefable. Puedo contemplarlos como en un espejo, alejándome o acercándome como si tuviera prismáticos de larga o corta distancia: alejándome porque es necesario padecer en la tierra y acercándome porque aproximas a ti mi espíritu, llegándote hasta él y mostrándome una pequeña abertura por la que percibo grandes cosas en ti.
He visto el pecado, que está fuera de ti. Me veo a mi misma con mis imperfecciones. Descubro a mis enemigos sin que puedan darse cuenta de que los observo y hasta qué punto los he descubierto. Me haces tu presa, me liberas y me aplicas una vez más tu redención, diciéndome que sólo tienes para mí pensamientos de paz para librarme de cualquier clase de cautividad.
Amor mío, conduce cautiva mi cautividad para gloria tuya, y para bien de todos tus elegidos. Así como los apóstoles permanecieron extasiados en tu Ascensión, así mi espíritu está suspendido. Sin tu mandato, difícilmente bajaría mis ojos y dejaría el Monte de los Olivos, del que te elevaste hasta los cielos; pero como es menester que siga siendo peregrina, lo acepto, alegrándome ante la felicidad tan sublime que posees más allá del empíreo.
Capítulo 113 - La gloriosa humanidad del Salvador concede dones de gracia y de gloria a todos los santos, enviando ángeles a la tierra para anunciar al mundo su segunda y majestuosa venida. Mi esposo, en su bondad, me transformó en monte de Los Olivos haciéndome el blanco de sus santos afectos. 25 de mayo de 1634.
[667] El día de la Ascensión de nuestro divino y glorioso triunfador, medité toda la mañana en estas palabras que me fueron divinamente sugeridas: Cuando asentó los cielos, allí estaba yo; cuando trazó un círculo sobre la faz del abismo (Pr_8_17). Escuché que la santa humanidad, por sí misma, había trazado los cielos de la Iglesia, cimentados en el divino Salvador, y que los santos y los apóstoles son estrellas que este gran sol ha dispuesto y adherido a dicho firmamento, a los que concede dones y gracias, asigna tareas y comisiones, adjudicándoles diversos grados de gloria en el cielo. Entre los apóstoles, san Pedro fue escogido para ser su vicario.
Su bondad, acariciándome, me dijo que me había llamado me dijo que me había llamado para ocupar el lugar de su santa madre en la tierra, haciéndome madre de sus hermanas así como a ella la dejó para ser madre de sus hermanos los apóstoles y discípulos.
Admiré su amorosa bondad, que no olvidó la tierra al subir al cielo, enviando a los apóstoles dos ángeles para instruirlos y sacarlos de su éxtasis.
Escuché que el divino enamorado deseaba conversar conmigo acerca de las maravillas de su admirable ciencia y sabiduría, que disponga de la Iglesia triunfante y de la Iglesia militante fuerte y suavemente, llegando de un confín al otro. Mostró su prudencia al enviar a dos querubines para pronunciar oráculos, así como lo hacían antiguamente en el propiciatorio. Aprendí que se trataba de san Miguel y san Gabriel, que son los dos ángeles del misterio de la Encarnación. Uno fue enviado en calidad de asistente del Verbo Encarnado, y el otro como guardián de su madre. Ambos estuvieron presentes ante este misterio inefable, que alcanzó su consumación en la Ascensión.
Aunque pertenecen al orden de los serafines, se les llama arcángeles porque las perfecciones de los órdenes jerárquicos inferiores se encuentran de manera eminente en los superiores. Los serafines pueden tener el entendimiento de los querubines, y cuando los ángeles de un orden más elevado obran a la manera de los [668] que están en un orden inferior, pueden también portar el nombre de aquellos cuyas acciones ejecutan. Los serafines, al iluminar, enseñar y pronunciar oráculos como los querubines, pueden, en razón del oficio y ministerio que desempeñan, denominarse querubines mientras lo ejercen.
Fueron ellos quienes prometieron a los apóstoles que, así como el Salvador había subido al cielo, volver a la tierra: con la misma gloria y majestad, lo cual no suceder únicamente al fin de los siglos, cuando las nubes porten a su Creador y Señor sirviéndole de trono en su majestuosa e imponente.
Manifestación como juez del mundo. Cada día, en el sacramento eucarístico, desciende con toda su gloria, aunque ésta nos sea ocultada por la nube de las especies sacramentales. Escuché que las almas más iluminadas son capaces de penetrar y contemplar, a través de este crespón, la belleza, la gloria y la magnificencia de su esposo.
Mi divino amor, acariciándome amorosamente, me dijo que yo era el monte de los olivos sobre el que se complacía en realizar ascensiones a través de la comunión que recibo todos los días; que él había escogido este monte para volver a su Padre, elevándose más allá de los cielos. Añadió que se elevaba en mi entendimiento, convirtiéndose en su cielo supremo: Subió por encima de todos los cielos (Ef_4_10). Mi alma, prosiguió, es su cielo, el cual llena de su gloria, elevándolo divinamente con todas sus potencias, uniéndolas a sí mismo y convirtiéndolas en el cielo de su grandeza. No falta en dicho cielo alguna espesa nube, debido a que me oculta su rostro radiante y su cuerpo glorioso, que serían para mí un continuo atractivo, pero que me harían languidecer largo tiempo sobre la tierra, debido a que no puedo poseerle como en el cielo, por ser su voluntad que recorra yo el camino que señaló a la Virgen y a sus discípulos, para bien de la Iglesia de la que ella es madre y yo, hija.
Al abrir las ventanillas del comunicador para acercarme a comulgar, y ver venir a mí al que posee dos naturalezas, quise ir más allá del cuerpo y del espíritu. Escuché estas palabras de Isaías: ¿Quiénes son éstos que como nube vuelan, como palomas a sus palomares? (Is_60_11). Querido amor, se trata de un cuerpo y un espíritu que te desean. El divino amor me invitó a llegarme hasta él como una paloma a la ventana donde el sacerdote me lo entregaba en la santa comunión, diciéndome que lo encontraría el ramo de olivo y de paz, y reposo en su misericordia.
Los dos querubines de gloria me enseñaron que el Salvador, por haber subido al cielo y estar sentado a la derecha administrador de los asuntos de su reino y del botín que había llevado consigo. Al repartir cargos y dignidades, asignando lugares en el paraíso, me dijo que me había dado como participación, por su pura bondad, muchos dones más ventajosos, preparándome además, [669] por misericordia, un lugar y un trono cerca de su majestad, porque así era su voluntad. Mi corazón, sintiéndose abrumado ante tantos favores procedentes de la generosidad del divino amor, trató de volverle amor por amor, diciéndole: "Como te complaces en decirme que soy tu monte de los olivos, te ruego que, como arras de tu afecto, me favorezcas con la gracia de imprimir en mi corazón las huellas de tus sagrados pies, a los que adoro con toda humildad".
Esta petición fue de su agrado. Su bondad nada puede rehusar a quien tiene amor para darle. Como resultado, sentí, cerca de una hora completa, un gran dolor en el corazón, que estaba oprimido y cargado con este peso que es mi amor, dolor amable que me fue reiterado varias veces durante el resto de aquel día.
Al verse abierto, mi corazón, me trajo a la mente lo que oí decir sobre la parte del monte que fue honrada con los vestigios del divino Salvador, la cual no toleró que la cubrieran. A pesar de que la emperatriz Santa Elena mandó construir en ella un templo suntuosísimo, siempre dejó al descubierto el lugar de las sagradas marcas de sus divinos pies, para consolar a las almas que deben seguirlo al cielo mediante sus deseos, que son efecto de los signos de sus divinos afectos, que están representados por los pies. Estos signos se hacen en bien de los que aman al Salvador, el cual llega a dominar en sus corazones, que reciben el aire por esta admirable abertura. El divino enamorado me dio a entender que el amable dolor que había yo sentido en varias y diversas ocasiones durante aquel glorioso día, demostraba que mi corazón estaba abierto a su amor.
El predicador que nos dio la exhortación recitó estas palabras de Isaías: A los restantes de Sión, a los que quedaren de Jerusalén, se les llamar santos (Is_4_3). Admirando la dicha de nuestra naturaleza por tener una prenda tan preciosa en la gloria, mi espíritu fue elevado en una suspensión de espíritu por espacio de una hora, en la que, remontándose sobre todas las criaturas, se unió con una adhesión fortísima a mi amado, de manera muy íntima y perfecta en sumo grado.
Estas sagradas delicias no terminaron con el día: la noche pareció unirse a esta gloriosa solemnidad, por lo que pude pasarla en el paraíso en medio de los santos, jugando inocente y santamente con los pequeñines llegados a la gloria en compañía del cordero, al que acompañaban por todas partes. Hacía mucho tiempo que Dios me había permitido la entrada al jardín del esposo de sangre, por lo que les pedí ofrecieran por mí su muerte, ofreciéndoles además la confesión de fe que yo hacía por ellos, tomando en cuenta que la Iglesia nos dice que con su muerte la hicieron, porque su lengua no pudo [670] pronunciarla debido a su incapacidad de hablar.
[670] Me sobrevino el pensamiento de si los santos del cielo desearían contraer alianza y amistad con nosotros los terrícolas, que con tanta frecuencia le fallamos a Dios. Aprendí que sí, porque son caritativos y sus promesas inviolables. Por ello son fieles a Dios, a ellos mismos y a nosotros. Los príncipes de aquí abajo suelen preservar sus alianzas a pesar de diversos contratiempos que suelen ocurrir.
Como las consideran cosas de gran importancia, se prestan ayuda mutua según el rigor de los artículos acordados entre sí.
Comprendí que los santos del cielo no rompen jamás, por iniciativa propia, ni la paz ni la amistad que prometen, las que jamás rehúsan comprometerse. Hacen con ello un servicio agradable a Dios y dan contento a sus propias inclinaciones de amar y hacer el bien. Para demostrarnos su aceptación del amor que les tenemos, obtienen para nosotros los favores del cielo.
Capítulo 114 - El Salvador es el verdadero pobre en el Santísimo Sacramento y en la Encarnación. También ha querido aparecer como tal en la institución de esta nueva Orden, que parece estar desamparada.
[671] El día de san Ivo, que solía abogar gratuitamente por los pobres, rogué‚ al santo que abogara por la causa del pobre que es Jesucristo. Es Hijo de Dios pero pobre en su humanidad; despojado de su subsistencia, aunque ricamente recompensado por la del Verbo; pobre en sus sentimientos, que no puede expresar en el Smo. Sacramento; pobre en esta nueva orden, que ha sido abandonada de todos y es blanco de muchas contradicciones; pobre a quien verdaderamente pertenece el reino de los cielos; pobre porque, al derramar con gran amor y profusión increíble sus riquezas en el seno de mi alma, le corres- pondo tan mal. Todo esto me impulsó a rogar a san Ivo que defendiera la causa de este pobre, a fin de que recogiera los frutos que espera de mí de este nuevo establecimiento y de las gracias que con tanta liberalidad me concede. En medio de estas consideraciones, me sentí llena de inmensa confianza.
Escuché: Que no queda olvidado el pobre eternamente, no se pierde por siempre la esperanza del que sufre (Sal_9_18).
Esperaba firmemente que el Padre eterno se complaciera en recompensar la paciencia del Verbo Encarnado, estableciendo al fin la Orden que debía honrarlo con un culto particular. No dudaba que el Padre le dirigiera estas palabras del real profeta: Pídeme y te dar‚ en herencia las naciones, en propiedad los confines de la tierra (Sal_2_8). ¿Por qué no decirlas a su amadísimo Hijo, en el que encuentra sus complacencias desde la eternidad, si lo hizo con David y muchos de sus santos, que jamás, en el pasado, en el presente y en el futuro harán sus divinas complacencias con la perfección practicada por este hijo natural, el más fiel, que cumplió amorosamente todos sus quereres? A ello se refirió cuando dijo a los judíos: Porque yo hago siempre lo que le agrada (Jn_8_29).
Estas palabras me trajeron a la mente lo que los santos me dijeron el día de san Claudio, en 1625: tenía yo motivo de pedir al Padre eterno que extendiera la gloria de su Hijo glorioso e impasible, el cual procuró la suya con un celo in- comparable mientras estuvo visible en la tierra: Padre, glorifica a tu Hijo, que te ha glorificado. Todos sus santos te lo piden. El lo merece y tú deseas glorificarlo de nuevo. Ha manifestado tu nombre de Padre de las misericordias glorifica el suyo de Hijo de dilección. Su nombre es ungüento derramado para atraer a sí un gran número de esposas en el amor, en las que encontrar sus delicias. Ellas lo llevarán sobre su corazón con el afecto y con hechos en sus brazos, porque las obras son prueba del amor, que ser en ellas más fuerte que la muerte. En su paciencia poseerán sus almas.
Vuelve tus ojos, Padre Santo, a sus sufrimientos. Ellas esperan en ti y tú les aseguras por voz de tu profeta que no se verán confundidas. Si la esperanza diferida aflige al alma, tú eres el Dios oculto y Salvador, a pesar de ser invencible. Permaneces con ellas en sus tribulaciones, y ya desde este camino las levantarás en tu regazo por medio de la gracia, para exaltarlas y trasladarlas después a la gloria, que es la Terminal en la que gozarán de las delicias eternas a cambio de la pobreza temporal que abrazaron por amor a ti.
Cada una te dice: Mas yo confío en ti, Señor, me digo ¡Tú eres mi Dios! Está en tus manos mi destino (Sal_31_15). En tu bondad, sé nuestro abogado. En tu seno y en tus manos ponemos nuestra justificación y todos los dones de naturaleza, de gracia y de gloria.
Capítulo 115 - El Verbo Encarnado lo llena todo. El amor lo situó en el Santísimo Sacramento a manera de muerto. Los ángeles desean morir de amor por él. Al adorarlo en la hostia, hacen juramento de fidelidad
[673] El día de san Bernardino, después de la comunión, pedí a este santo que me llevara hasta mi esposo, que es el amor del cielo y de la tierra; y que así como‚ llevó a todas partes el nombre de Jesús, pudiera yo portarlo por doquier, a la manera en que Dios está en todas partes y llena el universo. En esto recordé las palabras del apóstol cuando el divino Salvador subió más allí de los cielos: para llevar todo a su plenitud.
Contemplé cómo llena el cielo de gloria y la tierra de gracia, suplicándole que llenara de consuelo el purgatorio, y que abreviara, con indulgencias plenarias, el tiempo de su destierro y los introdujera en su gloria, que es plenitud de delicias, en la que es rey de los siglos inmortales. Su reino es infinito y su diestra son las delicias eternas.
Consideré a este divino rey en el trono que su amor fijó en el tabernáculo del altar de gracia, exclamando arrebatada de amor: tus altares, Señor de los ejércitos, rey mío y Dios mío (Sal_26_6). Lo ador‚ en la eucaristía, en la que su cuerpo es realmente unido con su alma y su divinidad. Admiré su sagrado cuerpo presente en este sacramento a manera de Espíritu. Consideré que los ángeles lo adoran en este sacramento como a su soberano Dios, del que son ministros y servidores.
Contemplé en este trono al verdadero hombre espiritual por excelencia, que tiene el poder de juzgar a todos y a quien nadie tiene derecho de juzgar. Consideré a los ángeles y como le adoran y se anonadan en su presencia. Por medio de este anonadamiento, parecen desear morir con el que está presente en este sacramento, para representarnos su muerte. Se encuentra en la manera de muerto, a pesar de estar vivo; su presencia en él es un sacrificio de amor.
Sus ministros de fuego no pueden sufrir una muerte física, ya que son inmortales por naturaleza. Son inmortales en la plenitud de la gloria, pero Isaías nos dice que los ángeles de paz lloran amargamente la muerte del Salvador. Los ángeles mueren, [674] no por cesación de su ser, sino abatiéndose a sí mismos mediante la sumisión y exhalándose a sí mismos por medio de la llama del amor. Fue así como el ángel que llevó la buena noticia del nacimiento de Sansón a Manué, su padre, se elevó en la llama del holocausto, manifestando, al lanzarse en el fuego, su deseo de sacrificar su vida y el ser que no podía perder porque Dios, al crearlo, le concedió la inmortalidad y lo confirmó en gracia y en gloria.
Los ángeles buenos se sometieron voluntariamente a su deber, adorando al Verbo, que deseaba encarnarse y a quien prometieron servir con juramento de fidelidad infinita; es decir, para siempre. Las personas verdaderamente espirituales tratan de imitarlos, muriendo a ellas mismas para vivir sólo para Dios, a cuya gloria dedican todas sus acciones e intenciones. Al vaciarse de ellas mismas, se llenan de la plenitud de Dios y habitan en su plenitud. A ello dirigí entonces todos mis anhelos, pidiendo a mi amor que colmara mi entendimiento con sus divinas luces e inflamara mi corazón con sus sagradas llamas. En una palabra, que él solo invadiera todo mi exterior e interior, porque en él vivo y muero.
El es toda mi riqueza, pues, al igual que el apóstol, considero fango y basura todas las cosas de la tierra, con tal de poseerlo y amarlo con el amor perfecto con que él desea que lo ame. Me parece que estoy más obligada a hacerlo que todas las criaturas juntas, porque en el transcurso de los siglos no ha otorgado las gracias que me concede a persona más indigna que yo. Ninguna existe que haya permanecido en la imperfección en la que me encuentro después de haber recibido tan grandes e innumerables favores
Si no amo al Señor Jesús, merezco ser anatema; pero no dejo de esperar en su bondad que me ordene amarle, ya que al dar el ser concede la consecuencia del ser. Al ordenar en mí el amor, me dar el amor con el que le amar‚ en el tiempo y en la eternidad en unión con todos los santos, en cuyo número se cuenta san Bernardino.
Capítulo 116 - La Trinidad, siendo un abismo de excelencia, llama al alma, que es un abismo de indigencia, para iluminarla con su luz, abrasarla con su amor y fijar su morada en ella.
[675] ¡Oh abismo de la riqueza, de la sabiduría y de la ciencia de Dios! ¡Cuan insondables son sus designios e inescrutables sus caminos! En efecto, ¿Quién conoció el pensamiento del Señor quién fue su consejero, O quién le dio primero, que tenga derecho a la recompensa? Porque de él, por él y para él, son todas las cosas. ¡A él la gloria por los siglos! Amén (Rm_11_33s).
Después de haber adorado tu incomprensible sublimidad absorta en mi nada, comprendí que un abismo de excelencia desea llamar a sí a un abismo de indigencia, mediante la voz de las divinas emanaciones: Abismo que llama al abismo en el fragor de tus cataratas, todas tus olas y tus crestas han pasado sobre mí (Sal_42_8). Me dijiste que hiciera cesión de todo lo creado para recibir en mí las luces increadas, para contemplar en su única esencia sus admirabilísimas propiedades, que su plenitud desea desatar sin desbordar, a fin de que no sea yo devorada por el océano inagotable de su inmensidad. Toda persona es sujeta a las potestades. Porque no hay potestad que no provenga de Dios, y Dios es el que ha establecido las que hay. Por lo cual, quien desobedece a las potestades, se rebela contra el orden divino (Rm_13_1s).
¿Quién soy yo, Dios mío, para recibir el orden de tu enseñanza? La más humilde tus criaturas, por la que el Verbo Encarnado te ha alabado altamente y bendecido amorosamente, por complacerte en revelarme lo que ocultas a los prudentes y sabios del siglo. Que así sea, por ser tu voluntad elegir la debilidad para confundir a la fuerza, y llamar a quien carece de méritos para destruir a los que piensan ser independientes como si fueran dioses y no hombres.
Jesús, mi querido Jesús, por ti llego hasta tu Padre. Como eres para mí puerta y camino llano, no me preocupa buscar una senda segura. Introduce el rebaño de mis potencias a la divina paternidad, para adorar y admirar; admirar y adorar este principio sin principio, este ser super esencial fuente de su mismo ser, que es origen y manantial de divinidad, principio de amor que posee de si una plenitud infinita de poder, de sabiduría y de bondad, todo lo cual contempla en su ser sin salir fuera de su inmensa contemplación.
Es él quien engendra un camino luminoso en su divino esplendor, engendrando la palabra adorable que expresa toda su excelencia, que es término de su entendimiento divino y delicia de su fecundo intelecto: el Verbo divino, que constituye la segunda hipóstasis, la cual se complace tanto al ser engendrada, como su progenitor al engendrarla. Este placer consiste en el amor recíproco que el Padre y el Hijo producen por vía de aspiración activa: amor ardentísimo que da término a su enteramente única voluntad, por ser el amor espirado de dos enamorados que espiran a un único amor, el cual ama a su principio único que son el Padre y el Hijo, uniéndolos, abrazándolos, enlazándolos, concentrándolos y permaneciendo concentrado en ellos sin opresión. Las tres divinas personas están enteramente inmersas en su inmensidad, y sus verdaderas distinciones las hacen igualmente poderosas, sin que sus atributos personales causen división en su eterna felicidad, porque de él, por él y en él tienen el ser todas las cosas.
El Padre es principio de amor, el Hijo es vía de amor, el Espíritu Santo es término del amor. El Padre es sublime por ser el Padre, y la excelencia del Hijo reside en su ser de único hijo del Altísimo. El Espíritu Santo procede eminentemente del principio supremo que lo produce. No son tres majestades, sino una esencia simplísima e infinitamente inmensa, que es indivisible, por carecer de cantidad y cualidad. Se trata de un ser purísimo separado de toda materia; un centro que es en todas partes sin ser abarcado por una circunferencia.
Es un acto puro e incomprensible a las criaturas. Aunque proceden de él, por él y en él, permanecen infinitamente alejadas de su pureza, que penetra todo por su sutilidad. Puro, sutil, discreto, incontaminado, certero, suave, seguro, omnipotente, que ve y comprende todas las cosas, espíritu inteligible que mediante su limpidez lo penetra todo (Sb_7_22s).
[677] Como las divinas personas son la inmensidad misma, la sutilidad misma, se invaden divinamente, permaneciendo siempre una dentro de la otra por medio de su circumincesión sublime e infinita en sumo grado. El Verbo es el vapor de la divina virtud, la clara emanación del entendimiento paterno, cuya omnipotencia es sincera y sin mezcla de debilidad. Nada manchado ha entrado ni entrar en este divino tálamo del seno paterno: Es, sin embargo, hálito del poder de Dios y emanación parcial de la claridad del Dios omnipotente. Por ser purísima, nada manchado tendrá parte en ella.
Es el candor de la luz eterna, el espejo sin mancha de la majestad divina e imagen de la bondad paterna. Dios de Dios, luz de luz, Dios verdadero de Dios verdadero, engendrado en el esplendor eterno antes del amanecer de las criaturas; imagen que refulge sin color, que no necesita recibir los últimos toques para ser embellecida o realzar su lustre, sino que dimana de su origen expresando sus divinas perfecciones. Como él, es una imagen eterna. El que ve al Hijo, ve al Padre. Felipe, el que me ha visto a mí, ha visto al Padre. Cómo dices tú: ¿Muéstranos al Padre? ¿No crees que yo estoy en el Padre y el Padre está en mí?...Las palabras que os digo, no las digo por mi cuenta; el Padre que permanece en mí realiza las obras (Jn_14_9s).
Felipe, el que me ha visto, ha visto a mi Padre. Yo soy su Verbo y su Palabra. Yo soy su Hijo, en el que mora eterna- mente. Jamás me ha dejado solo. El me engendra; yo soy su progenie, su obra divina. El es mi principio, que me engendra por generación divina. Yo soy su Hijo amadísimo, en el que tiene sus complacencias. Al engendrarme, hace una obra digna de su fecunda paternidad, y yo recibo toda su divina esencia y sustancia sin disminuir su plenitud. Yo soy el término de su divino entendimiento, que constituye la segunda hipóstasis coeterna e igual a su principio: Mi Padre trabaja hasta ahora, y yo también trabajo (Jn_5_17).
Mi Padre me ha engendrado por toda la eternidad. Soy su obra perenne. Mi Padre obra solo al engendrarme, pero yo obro en común al producir con el Espíritu, que recibe nuestra esencia y procede tanto de mí como de él: [678] En verdad, en verdad os digo: el Hijo no puede hacer nada por su cuenta, sino lo que ve hacer al Padre; lo que hace él, eso lo hace igualmente el Hijo. Porque el Padre quiere al Hijo y lo muestra todo lo que él hace (Jn_5_19s).
Yo percibo y hago la voluntad de mi Padre, que es el principio del que recibo mi ser sin dependencia, sin cuyo ser no sería yo su Hijo y él dejaría de ser mi Padre, pues la filiación demuestra una paternidad. Mi Padre me muestra todo lo que hace, sin poder ocultarme nada, por ser yo el esplendor de su eterna gloria. Yo soy luz de luz y figura de su sustancia; llevo en mí la palabra completa, es decir, toda la claridad de su poder, por ser imagen de su bondad.
El divino Padre me ama como a su Hijo amadísimo, y yo le amo como a mi Padre muy querido, el cual se complace singularmente en amarme. Lo amo con un ardor divino que es únicamente el amor de los dos, la espiración común, es decir, hago todo lo que agrada a mi Padre: Yo hago siempre lo que le agrada a él (Jn_8_29). El es siempre en mí, y yo en él. El me ama eternamente, y yo lo quiero infinitamente. Nuestro amor es nuestro lazo eterno, que nos sujeta y enlaza eternamente, por ser eterno e infinito como nosotros. Es nuestra producción El infinita y término de nuestra profusa voluntad.
El es nuestro deleite, nuestra obra divina, obra que produce mi Padre, la cual, como él, me complazco en producir. Producción que es Dios como nosotros, término de todas las emanaciones divinas, y tercera hipóstasis de nuestra apacible Trinidad. Con nosotros es un solo Dios en unidad de esencia. Por esta unidad natural, todo el Padre es en el Hijo y en el Espíritu Santo. Todo el Hijo es en el Padre y en el Espíritu Santo. Todo el Espíritu Santo es en el Padre y en el Hijo. Nadie más existe fuera de ellos, porque nadie más los ha procedido en la eternidad, ni los ha excedido en magnitud, ni superado en poder. El Padre no es más augusto que el Hijo, ni el Hijo más grande que el Espíritu Santo.
Esta unidad de naturaleza en nada confunde las propiedades personales de personas que son realmente distintas. El Padre es verdaderamente Padre; el Hijo, verdaderamente Hijo y el Espíritu Santo es verdaderamente Espíritu Santo. Gloria a ti, Trinidad idéntica y única Deidad antes de todos los siglos, ahora y por siempre. El Padre es la verdad, el Hijo es la verdad, el Espíritu Santo es la verdad. El Padre verdaderamente procede de sí y engendra a su Hijo, que es su verdad y natural progenie. El Espíritu Santo es la verdadera y esencial producción del Padre y del Hijo. El Padre es amor porque nos dio a su Hijo, que es nuestra gracia.
El Espíritu Santo nos es comunicado por este Padre y por este Hijo, Espíritu que es la santificación de los hombres y la santidad de Dios porque es el fin de la fecundidad de su inmensidad divina. Lo que liga una cosa en él, separada y a una altura infinitamente más allá de de las criaturas. Por ello nos dice Isaías que el santo por esencia y por excelencia pregunta a quién se lo ha comparado, a pesar de que los serafines cantan sin cesar: "Santo, Santo" a los tres divinos soportes, pues las tres personas distintas son igualmente santas.
Por esta razón el Verbo Encarnado, que es la sabiduría eterna, ordenó a los discípulos que fueran por toda la tierra, enseñando a todas las gentes y bautizándolas en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. Del Padre, que es amor; del Hijo, que es gracia; del Espíritu Santo, que es la santificación de las almas y aun de los cuerpos, que son sus templos sagrados.
Fue designado Espíritu Santo por los labios mismos del Verbo Encarnado, que no puede equivocarse al nombrar Espíritu Santo al que procede del Padre y de él. De esta manera nos dice que es su nombre apropiado, por ser la santidad en la Trinidad y terminal de todas las emanaciones divinas. Es como el círculo de la inmensidad de la extensa Deidad, de la divinidad super esencial; de la santidad por excelencia de la que las criaturas se encuentran infinitamente alejadas.
Qué gran bondad de la santidad divina, que quiso por amor ser nuestra santificación. Gracias a la caridad del Padre y a la gracia del Verbo, nos es concedida la comunicación del Espíritu Santo en agua y fuego. La nube es agua, es un vapor que se levanta de la tierra, y el fuego procede del cielo. La humanidad del Verbo nació de la tierra, y su divina persona surgió del seno paterno, del que emanó. Es un fuego que nació en su origen y que es tan inmenso como su principio, con el que es, a su vez, principio de una tercera hipóstasis, que es una hoguera cuyo fuego inflama a los serafines. A esto se debe que sean ardientes; lo cual es como decir que tienen la dicha de ser los más próximos a este término de amor, que les concede gratuitamente su fuego indivisible, aunque no imparticipable, haciéndolos parte de él.
[680] Como es siempre el mismo en su pureza esencial, transforma a los que aman mediante el amor que produce en ellos, amor que se complace en darse para unir al enamorado con el objeto de su amor, a fin de que todo sea consumado en uno y que esta unión de lo finito sea ensalzada por la soberana grandeza del infinito, que agranda la capacidad de un minúsculo recipiente para habilitarlo a recibir una gran profusión.
Al recibir la divina Eucaristía, recibimos por concomitancia al Padre y al Espíritu Santo debido a que estas tres personas distintas son indivisibles en su esencia simplísima. También quiero añadir que, al recibir esta unidad esencial, experimentamos las comunicaciones admirables de las tres hipóstasis, a las que puedo llamar cataratas abiertas que fluyen e influyen en el alma de manera admirable. Los tres divinos soportes parecen padecer la urgencia de dar a conocer por experiencia su magnífica largueza y munificencia hacia sus humildes criaturas.
Un abismo llama a otro abismo, etc. Dios ama el primero porque es amor. Envía al Verbo, que es gracia, como impronta de la verdad de sus promesas, el cual vino para apoyar nuestra naturaleza desfallecida por el pecado. El Padre y el Hijo envían al Espíritu Santo para adornarnos y embellecernos con su belleza y bondad, el cual se complace en hacerse don así como [681] él es. En unión con el Padre y el Hijo se convierte en donador de sí mismo. Si ellos quieren enviarlo, es porque él ansía venir. Es el término de la voluntad del Padre y del Hijo, que es un mismo querer, saber y poder. Así, junto con el Hijo, se convierten en cataratas que inundan la tierra con la abundancia de su amor hacia la humanidad, escogiendo en ella algunas almas para comunicarles plenitudes inexpresables. Esta realidad me mueve a repetir con David: Todas tus olas y tus crestas han pasado sobre mí. Estoy abismada en estas aguas: Admirable en extremo es para mí esta ciencia, sublime: no la comprendo (Sal_139_6). Al contemplar, con tu favor, tu ciencia admirable, experimento mi debilidad al encontrarme colmada de luz. No tengo la vista suficientemente fuerte para sostener tan admirables claridades. Adoro la fuente de luz, adoro al Oriente de resplandores, adoro la producción de claridad, esperando que en la fuerza de su luz de gloria pueda yo contemplar esta luminosidad esencial, si algún día me haces, para siempre, vecina de estas divinas hipóstasis y ciudadana del empíreo.
Podré gozar entonces de los frutos de la gracia consumada, que es la gloria; y ser iluminada con la claridad divina que ilumina a todos los santos que viven abismados en esta beatitud esencial, contemplando al descubierto al divino Padre que engendra a su Verbo en el esplendor de los santos; y como el Padre y el Hijo producen su divino amor, conocer‚ también al Espíritu Santo.
¡Oh Espíritu, amor infinito! Que me pierda a mí misma para ser toda tuya, a fin de que pueda decir al Padre y al Hijo, que te han enviado a mí, que tu bondad no me ha dejado, sino que ha desbordado en mí los torrentes de sus gracias, las cuales no he recibido en vano, como dijo el vaso de elección y de dilección que es el apóstol de gloria. Triunfar así el Verbo Encarnado, que mereció estos favores a sus elegidos, en los que difundes y derramas la caridad, que es lazo de perfección por ser el vínculo en la Trinidad, el cual enlazó nuestra naturaleza con la persona del Verbo, de manera que dos naturalezas no tuvieran sino un solo soporte.
Divino Espíritu, haz que mediante la fuerza del divino amor sea yo eternamente unida al Padre y al Hijo, amor que eres tú mismo. Concédeme ser fiel a tus inspiraciones, que me previenen, me detienen y me acompañan en todo tiempo, y que diga al rey profeta: ¿A dónde ir‚ yo lejos de tu espíritu, a dónde de tu rostro huir? (Sal_139_7). Sé el círculo de mi vida, así como eres el recinto de la inmensa e infinita deidad. Amén.
Capítulo 117 - La Virgen halló la gracia perdida por Adán, junto con la divina ventaja de atraer hacia ella al Verbo que reparó la imagen de Dios en nosotros. Favores que su amor me comunicó.
[683] Al pensar en la mujer que, según el evangelio del día anterior, buscó la dracma perdida, comprendí que dicha dracma era la inocencia perdida en la persona de Adán y la imagen de Dios que el pecado borró en el ser humano.
El Verbo, que es la imagen sustancial mediante la cual pueden rehacerse y corregirse todas las copias, por encontrarse en el seno del Padre eterno, pareció abandonarlas en tan deplorable estado. Consideré a la Virgen, a la que conservó en la inocencia, como una primera dracma, que fue encontrada bellísima y sin menoscabo en todo momento.
Ella es la mujer admirable por su pureza virginal; la que encontró la verdadera imagen del Padre, atrayendo a sí al Verbo y trastornando, por así decir, el hogar de la Trinidad. Ella hizo que el Padre enviara al Hijo, y el Padre y el Hijo enviaron al Espíritu Santo el día de Pentecostés. El Padre había venido a nosotros de un modo admirable mediante esta primera imagen, que es la impronta de su sustancia. Por ella todas las demás imágenes han sido restauradas; los hombres y los ángeles se reconocieron obligados ante este favor,
congratulándolo por tan dichosa invención, de la que dependía la felicidad del mundo.
La Virgen madre es la incomparable pastora que hizo venir a la tierra al cordero que es el dominador de todas las naciones, el cual habitaba en la piedra inconmovible del desierto que es el seno del Padre eterno, al que nadie podía acercarse. El mismo cordero es también pastor. Quiso, sin embargo, ponerse bajo el cayado de esta inocente pastora y colocarse bajo su dirección. Mediante su diligencia, ella lo encontró, atrayéndolo con su belleza para que se hiciera cordero en su seno, lo cual tiene más valor para nosotros que las multitudes de criaturas marcadas con el número noventa y nueve, que admiran a esta incomparable mujer que pudo ser virgen y madre, y que encontró gracia no sólo delante de Dios, sino que atrajo hasta ella y dentro de ella al autor de todo bien.
Mi divino amor me dijo que, en proporción, estas grandes prerrogativas se encuentran en mí y que, por el amor que él me había dado, había yo atraído del seno de su Padre eterno al mismo cordero, que se complace en morar en mi seno y colgarse fuerte y amorosamente de mi cuello; que había yo encontrado en sus tesoros esta drama ignorada por el mundo, de la que san Juan dijo que había venido al mundo y los hombres no la habían recibido.
A partir de su Ascensión, estableció en su Iglesia muchas órdenes dedicadas a su santa madre y a varios santos; pero, continuó, no hay, entre las que han encontrado tan rico tesoro, consagrándose a su persona, ninguna como la que yo instituiría, a la que él concedería grandes bendiciones, manifestándome que yo lo había agradado al seguir sus inspiraciones. Por ello mis viajes no serían infructuosos, sino que podía ya sentir los efectos de su divina providencia, que hacía llover sobre mí el maná de mil favores en la santa montaña, donde sus fieles testigos derramaron su sangre por la confesión de su nombre.
Capítulo 118 - El Verbo Increado y Encarnado es el modelo de la vida oculta en el seno de su Padre, en el seno de su madre, en Nazareth y viviendo en medio de los hombres en el Santísimo Sacramento. Las almas que lo aman llegan a conocerlo porque las ilumina con su amorosa luz, junio de 1631.
[685] divino corazón mío, eres el modelo de la vida oculta. Desde la eternidad estuviste en el seno del Padre, no siendo conocido sino por él y el Espíritu Santo, a pesar de que los ángeles tuvieron la gracia de verte y contemplar a través de ti todo lo que veían. Sin embargo, no te contemplaban del todo. No eran capaces de ello, pues, según nos dijiste, nadie puede ver al Padre sino el que procede de él como Hijo suyo. El Espíritu Santo posee la misma visión; mejor dicho, te abraza, pues esta palabra se adecua más a su persona que el verbo ver. Se bien que es tan sabio como tú y tu Padre, por ser igual a ti y al Padre. Con el Padre y tú, es un Dios simplísimo, igual y consubstancial. Su distinción de personas hace admirable su unidad en esencia, así como su unidad esencial hace admirable su Trinidad de personas.
Eres, en su seno, el modelo de vida que desprecian los que no te conocen, los que no te buscan. A pesar de haberte dignado presentarte de distintas maneras, has sido menospreciado, convirtiéndote por ello en el prototipo de la vida oculta. Cuando tu madre te concibió, el Espíritu Santo la cubrió con su sombra. Fuiste despreciado por no ser conocido. San José, siendo justo, te desconoció y, a pesar de que no te despreció formalmente, obró negativamente cuando pensó en dejar secretamente a la que te ocultaba, por temor a obrar contra la ley de Moisés si permanecía a su lado sin denunciarla. Conocía la ley del Dios escondido, lo cual le movió a pensar y repensar cómo poder salvar el honor de tu madre.
[686] El Espíritu Santo, le hablaba oscuramente al corazón, la ley fue promulgada en la oscuridad de la nube; todo parecía ocultarse a san José. Como era santo, estaba al margen de todo lo que podía ser pecado, por lo que resolvió, si no veía la luz, separarse visiblemente de la portadora del que lo unía invisiblemente a ella. El ángel lo visitó por la noche, en su sueño, lo cual es un tipo de revelación oculta, para asegurarle que, por ser un Dios oculto, eras tú el Salvador concebido que nacería de María por obra del Espíritu Santo. El evangelista dijo después que san José no la conoció: Y, sin haberla conocido, dio a luz a su hijo primogénito, al que puso el nombre de Jesús (Mt_2_25).
Un Salvador y un Dios oculto. Gran san Mateo, ¡qué maravillas expresaste al decir estas palabras! El árbol es conocido por las hojas, pero más claramente por su fruto. La Virgen, apareció como una hoja verde y húmeda; pero en cuanto dio su fruto, fue reconocida por san José como madre de Dios, de un Dios escondido y Salvador. Por ello, justísimo José, lo nombraste Jesús según el mandato del divino Padre, que el ángel te dio a conocer.
Jesús, mi Dios, escondiste tu vida divina en la parte inferior de tu alma y en tu cuerpo sacrosanto por espacio de treinta y tres años. Te ocultaste a tu misma madre, dejándola en meditaciones, reflexiones y admiraciones que ella ponderaba en su corazón, y aun en medio de ignorancias, como indica el evangelista san Lucas, al repetirnos las respuestas que diste a tus padres al regresar del templo: Mas ellos no comprendieron el sentido de su respuesta (Lc_2_50).
Te ocultaste al manifestarte a todos, y los que pensaron haberte visto claramente, se equivocaron. El apóstol más instruido dijo de ti, redentor de los hombres, que a pesar de ser tú quien libró a los hombres de las tinieblas para darles tu el reino, eres la imagen de Dios invisible, exhortándonos a comportarnos dignamente ante Dios: Para que viváis de una manera digna del Señor, agradándole en todo, fructificando en toda obra buena y creciendo en el conocimiento de Dios; confortados con toda fortaleza por el poder de su gloria, para toda constancia en el sufrimiento y paciencia; dando con alegría gracias al Padre que os ha hecho aptos para participar en la herencia de los santos en la luz. El nos libró del poder de las tinieblas y nos trasladó al Reino del Hijo de su amor, en quien tenemos la redención: por su sangre, el perdón de los pecados. El es Imagen de Dios invisible (Col_1_10s).
[687] Al ser imagen de Dios invisible, eres la vida oculta; al estar en María, eres la vida oculta; al permanecer en tu humanidad, eres la vida oculta; al conversar con los hombres, eres la vida oculta; en el Santísimo Sacramento, eres la vida oculta; al regresar al cielo, sigues siendo la vida oculta, a pesar de que en él apareces como luz que ilumina a los bienaventurados
Fuiste, has sido y seguirás siendo menospreciado por los demonios y los hombres condenados, sin hablar del desprecio por el que optaste en la Encarnación, en tu muerte y en el Smo. Sacramento. San Pablo dijo que tú mismo te anonadaste, tomando la forma de siervo al morir sobre la cruz, haciéndote pecado, cargando sobre ti nuestros pecados y apareciendo bajo el rostro y la carne del pecado; siendo el oprobio de los hombres y la abyección del pueblo, no rehusando ser tentado y llevado por el diablo, y exponiendo a diario, además, tu honor al menosprecio sobre la tierra y bajo la tierra, permitiendo que se blasfeme tu santo nombre, lo cual durar tanto como los reprobados. Estos sufrirán por sus indecibles ingratitudes, pues no contentos con haber despreciado la sangre del testamento que pisotearon bajo sus pies, burlándose de la benignidad con que los esperaste, amasaron para sí un caudal de ira para el día de la venganza. Mientras iban por el camino, te desairaron y seguirán desairándote en la infinitud de los tiempos en cuanto lleguen al término de su morada de desdichas.
Eres un Dios oculto y despreciado en el alma del justo porque los justos son, con frecuencia, menospreciados por el mundo y juguetes suyos. El mundo es indigno de ellos y, sin embargo, como los considera indignos de él, los exilia a los desiertos, los reduce a las islas y los obliga a bajar, en plena vida, a los sepulcros de los muertos. San Atanasio, gloria de la Iglesia, al confesar tu divina igualdad con el Padre de las luces, fue obligado a ocultarse en las tinieblas a causa de la persecución de los arrianos, pero no sin que lo supiera y permitiera tu providencia admirable. Eres, en verdad el Dios oculto y Salvador que habita en una luz inaccesible. Tu esplendor es tan grande, que deslumbra nuestra vista y nos parece tenebrosa a causa de su gran claridad. Nuestros débiles ojos se sienten abrumados por su luz, al grado de obligarnos a actuar como ciegos cuando la contemplamos con nuestro endeble sentido de la vista.
[688] Eres modelo de vida laboriosa. Acaso no dices: mi Padre y yo trabajamos hasta el presente: ¿Mi Padre trabaja hasta ahora, y yo también trabajo? (Jn_5_17). Jamás cesa el Padre de engendrarte, jamás el Padre y tú dejan de producir el Santo Espíritu; admirables operaciones interiores que no son propiamente un trabajo penoso. Quiero decir que se trata de operaciones fructuosas, abundantes, benditas, gloriosas, glorificantes. Son tu gloria, divino y adorabilísimo Padre, porque tu reposo consiste en engendrar y producir tus admirables operaciones. Las tuyas, divino Espíritu, son unir, abrazar. Eres consubstancial e igual al Padre y al Hijo. Tu gloria se cifra en ser espirado por ambos espirantes en un solo principio al que enlazas y abrasas inmensamente. Eres para ellos un círculo inmenso y el fin de todas las divinas emanaciones.
Verbo increado, eres ejemplar de vida laboriosa, ya que el Padre crea todo por tu mediación, a pesar de que las obras externas sean comunes a las tres personas, como afirma Moisés con las palabras: En el principio creó Dios, etc. (Gn_1_1). Tú eres este principio, por el cual, con el cual y en el cual el cielo y la tierra fueron creados. Fuiste tú quien obró maravillas en la ley de la naturaleza y en la ley escrita. Fueron éstas figuras y profecías que eran tan solo la sombra de la verdad y elementos vacíos en comparación con la abundancia de dones que has concedido a la humanidad desde que se inició la ley de gracia.
Mas, ¿Quién podría describir tus operaciones en esta ley de gracia, a partir de la Encarnación, de tus obras teándricas, de tus divinos tiempos de oración? san Lucas nos dice que pasabas las noches enteras dialogando con Dios, en una oración que obró, obra y obrar eternamente; oración en virtud de la cual la gracia y la gloria nos han sido dadas. Tú creaste todo por amor a ti y para ti. El sabio dice que el Señor hizo todas las cosas para él, destinando el universo para el hombre y a éste para ti, a fin de que cada persona de la humanidad llegara a ser Dios en ti.
Tu mismo te hiciste hombre rogando y ofreciendo a tu Padre todo lo que juzgaste digno de serle ofrecido en el cielo y en la tierra; y esto por ti mismo, a fin de que aceptara todas las ofrendas hechas en tu nombre, conforme al mandato que nos diste, al terminar la obra de nuestra copiosa redención. Nada podemos esperar fuera de ti. [689] ¡Eh! ¿Por qué te complaces en obrar en nuestras almas en multitud de formas, oh poder, sabiduría y bondad inefable? Es porque así lo quieres, porque eres bueno. ¿Quién podría contar los bienes que nos concedes? Sólo tú podrías decirlo: ni el ángel ni el hombre son capaces de expresar tus operaciones. Es tarea tuya, por ser creador, escultor, impresor y pintor, el borrar nuestras imperfecciones, imprimir tus gracias, embellecer tus imágenes con vivos colores y darles los últimos retoques de gloria.
Es esto lo que todos los elegidos que viven en el cielo en la Iglesia triunfante; en la tierra, en la Iglesia militante y en el purgatorio, en la Iglesia triunfante, esperan de tu bondadosa caridad, a la que suplicamos nos permita cooperar con ella en la obra imperecedera que permanece hasta la vida eterna, siguiendo el consejo y la fuerza que tú nos has dado. Verbo Encarnado, amor nuestro; eres el modelo de la vida común en la conversación y en la aplicación de la doctrina a la vida común.
Eres modelo de vida común cuando tratas con el Padre en su seno. Tan pronto como él es Padre, tú eres su Hijo, con el que conversa y al que comunica su esencia. Lo que es tuyo es de él; tú eres todo suyo y él es todo tuyo. Eres la imagen de su bondad y figura de su sustancia; el espejo sin mancha de su majestad, el hálito de su poder, la emanación pura de su claridad, el esplendor de su gloria. Llevas en ti la palabra íntegra de su poder; eres su Hijo amadísimo en el que se complace. Con él produces al Espíritu Santo, que recibe su esencia tanto de ti como de él. El común espíritu acepta sin dependencia su producción de tu espiración común. Así como eres término del entendimiento, él es término de la voluntad y el amor con el que amas. ¡Oh conversación inefable sólo conocida a tus tres personas, abarcada por tus tres personas, glorificada por tus tres personas con gloria condigna!
Verbo divino, que representas vivamente todo lo que tu Padre posee, que produces con él al Espíritu viviente, que como tú es vida por ser la misma vida en cuanto Dios verdadero. Tú eres la imagen en la Trinidad, el modelo expresado como principio de origen. Así como su perfección consiste en poseer la irascibilidad que le es propia, la tuya consiste en poseer el nacimiento que te es propio por ser Hijo que nace en todo momento: luz de luz, Dios de Dios, engendrado y no creado.
[690] Por tu mediación hizo todo cuanto hay en el cielo, en la tierra y en el mar. Por ti conserva, rige y gobierna todas las cosas. Eres tú quien vino a la tierra para hacerse hombre por la salvación de los hombres. Te encarnaste por obra del Espíritu Santo, que cubrió con su sombra a la Virgen cuando naciste en su seno al encarnarte. Fue en Belén donde la imagen del Padre se dejó ver como imagen de su madre, dependiente de ella y no de tu Padre, al que eres igual. Por ella estuviste sujeto, pues te hiciste, en este segundo nacimiento, servidor suyo. Es a ti a quien dice: Siervo mío eres tú, ¡oh Israel!, en ti ser‚ glorificado (Is_49_3). Me glorificar‚ por tener en ti un servidor que, en su calidad de Dios, es igual a mi; pero en cuanto hombre, sin perder la dignidad de su persona, me es sujeto en razón de la naturaleza creada que asumió. Jesús, amor de mi corazón, Verbo Encarnado, ¿Qué dices a esto? Desde el vientre me formó para ser su siervo (Is_49_5). Desde el instante en que la divinidad me formó en las entrañas de mi madre, me manifesté como siervo, lo cual acepté para dar gloria al Dios de gloria, el cual me dijo: Te voy a poner por luz de las gentes, para que mi salvación alcance hasta los confines de la tierra (Is_49_6); es decir, mi todo, con el propósito de ser el modelo y la salvación general en todos y en todas partes: en el cielo y en la tierra.
Tenías que ser sol, vaso admirable, obra del altísimo que brilla sobre todo, penetra todo, fecunda todo, perfecciona todo; vivifica todo, congrega todo, da color a todo, ilumina todo. Sol que es belleza del cielo en la visión de la gloria; sol que, al comenzar a brillar en tierra, hace salir al alma de su morada corporal para entrar en él y difundirse paulatinamente hasta el mediodía, que es la pérdida total a la que es inherente el beneficio de una gracia y de una gloria inmensurable y eterna. ¿Quién podría sostener la suave presión del ardor entrañable que parece secar el cuerpo en tanto que refresca el alma que se encuentra en el crisol de la prueba amorosa, del fuego que destruye el orín? Cuando arde, preserva su objeto eliminando de las tres potencias del alma todo cuanto es superfluo. La ilumina con su resplandor, la abrasa con su calor y la embellece con su belleza, configurándola con ella, de manera que no se contempla más en ella sino en él, que es su prototipo, en el que se pierde felizmente: En su mediodía reseca la tierra, ante su ardor, ¿Quién puede resistir? se atiza el horno para obras de forja; tres veces más el sol que abrasa las montañas: lanza vapores ardientes, ciega los ojos con el brillo de sus rayos. Grande es el Señor que lo hizo, a cuyo mandato inicia su rápida carrera (Si_43_3s).
[691] Grande es el Verbo que tomó nuestra naturaleza creada, para unirla a él, y hacerla recorrer en un instante caminos admirables. En el momento de su creación, se encontró en una misma persona con el Verbo increado y humanado, adquiriendo a cada instante méritos infinitos en razón de la dignidad que el Verbo comunica al alma y al cuerpo al que apoya.
Verbo divino, si consideramos tu divinidad como el mismo sol, estimaremos tu humanidad como la luna, la cual señala todos nuestros ejercicios. Nos ha brindado sus influencias y ha adquirido para nosotros el descanso gracias a sus trabajos, enriqueciéndonos con los tesoros del ahorro, por haberse privado de la gloria que le era debida en razón de la divina hipóstasis a la que se encuentra unida. Puede decirse a sí misma: astro que mengua, después del plenilunio (Si_43_7). Como no tiene sustancia propia, pero mirándola desde otro ángulo, la adoramos: crece ella admirablemente cuando cambia (Si_43_8), al verla elevada hasta la unidad de persona con el Verbo divino, que se anonadó para levantar la nada, a la que se unió.
Esta consumación ha merecido el nombre de un crecimiento, ¡oh admirable maravilla!, que ni los hombres ni los ángeles pueden imitar por serles imposible caminar a la par con el Hombre-Dios: son incapaces hacer por si mismos algo parecido. Es necesario que todos admiren al Salvador, el cual podía y hacía por sí mismo maravillas, porque contaban con el soporte divino que convertía sus obras en teándricas. A pesar de hacerlas a la manera humana, eran divinamente humanas y humanamente divinas.
Si deseamos contemplar un modelo de la vida militar, tú eres enseña del ejército celeste que brilla en el firmamento del cielo (Si_43_8). El ángel te atacó en el seno paterno, en el que moras como en tu firmamento y del que no puedes ser arrancado. Es el cielo en el que eres glorioso resplandor: Hermosura del cielo es la gloria de las estrellas, orden radiante en las alturas del Señor (Si_43_9). Tú eres la belleza del cielo, la gloria de las estrellas, el Espíritu de los primeros espíritus, que reciben de ti las claridades que comunican a los de rango intermedio, y de éstos a los inferiores, por cuyo medio las impartes a las personas que obedecen tu voluntad; es decir, a los santos. [692]
Por las palabras del Señor están fijas según su orden, y no aflojan en su puesto de guardia (Si_43_10). Como están sostenidos por tu fuerza, animados con la mirada de tus ojos, y con su mirada continuamente fija en ti, nunca desfallecen. Si caen en el pecado de fragilidad, los levantas y apaciguas a tu Padre, siendo el arco iris que se asienta entre él y los hombres como un signo de la paz que mereciste con tus hechos gloriosos, por tener todo poder en el cielo y en la tierra ¿Quién tendrá temor, estando bajo tu bandera y rodeado por los muros de fuego de tu amorosa protección?
¿Y qué decir, Verbo Encarnado, de tu doctrina? Lo que sea tu gusto enseñarme. El Eclesiástico me dice: Con vuestra alabanza ensalzad al Señor, cuanto podáis, que siempre estar más alto; y al ensalzarle redoblad vuestra fuerza, no os canséis, que nunca acabaréis (Si_43_30). No deseo, mi Señor y mi Rey, escrutar tu Majestad, porque tu gloria me agobiaría. En verdad, amor mío, anhelo morir por ella, para ella y en ella. Ella es mi vida y mi gloria. Admira el ojo la belleza de su blancura, y al verla caer se pasma el corazón (Si_43_18).
Si los que se aman se extasían ante una belleza a la que admiran, de modo que con frecuencia se los ve desmayar de alegría, deseo entonces fijar los ojos de mi entendimiento en la contemplación de tu bondad, oh Verbo Encarnado, cuyo candor es admirable a los ojos creados. El ojo increado confiesa que sus delicias eternas consisten en contemplarte con su entendimiento, en el que eres engendrado y naces en el esplendor de los santos, y de cuyo entendimiento eres término inmenso.
¿Qué entendimiento creado no se arrebatar de admiración al contemplar el esplendor, la gloria y el candor de la luz eterna? ¿Qué corazón podrá soportar el desbordamiento de la lluvia fecunda del entendimiento divino? ¿Qué fuerza, al sentir los golpes acerados de las flechas reiteradas por esta belleza, no se ver abatida? ¿Quién no desmayar ante estos dulces tiros, que son atractivos poderosísimos que hieren y alivian al mismo tiempo? Si se trata de flechas de amor, son [693] ellas mismas el bálsamo que solaza la herida que causan. Ningún corazón que no se exponga suavemente a ellas, las sentirá con toda su fuerza. Las potencias del alma desean este sentimiento según su capacidad, y el divino y cariñoso amado se las concede en la medida que juzga conveniente para moverlas a seguir la dirección de su amoroso afecto: Porque a todo movimiento supera en movilidad la Sabiduría, todo lo atraviesa y penetra en virtud su pureza (Sb_7_24). La única doctrina del Dios simplísimo penetra todo, enseña todo, pues hay en ella un espíritu inteligente, santo, único, múltiple, sutil, ágil, perspicaz, inmaculado, claro, impasible, amante del bien, agudo, incoercible, bienhechor, amigo del hombre, firme, seguro, sereno, que todo lo puede, que todo lo observa y penetra todos los espíritus, los inteligentes, los puros, los más sutiles (Sb_7_22s).
Jesucristo, amor mío, ¿no te satisfizo el habérnosla enviado por medio de las profecías y de la ley sin que vinieras tú mismo a enseñarla? No, porque deseabas ser el enviado del Padre, así como enviaste a los profetas junto con él y el Espíritu Santo: Envía su palabra y hace derretirse, sopla su viento y corren las aguas (Sal_147_6s). No contento con haber anunciado a Jacob tu palabra y tus juicios a Israel, quisiste venir tú mismo en forma humana.
¿Acaso no se estimaban tus ángeles muy honrados al anunciar tu voluntad a los hombres e instruirlos en tu doctrina? Estas inteligencias celestiales que están a nuestro lado son designadas como la luz. Con frecuencia las enviaste a los patriarcas y profetas. Baruc habla de la obediencia de la luz: El que envía la luz, y ella va, el que la llama, y temblorosa le obedece; brillan alegres los astros en su puesto de guardia, los llama él y dicen: ¡Aquí estamos! y brillan con gozo para su Hacedor. Este es nuestro Dios, ningún otro es comparable a él. El descubrió el camino entero de la ciencia, y lo enseñó a su siervo Jacob, y a Israel su amado (Ba_3_33s).
[694] No contento con estos favores, este Dios, de por sí invisible, se cubre de nuestra naturaleza para venir a la tierra y ser visible en ella, conversando con nosotros, Después apareció ella en la tierra, y entre los hombres convivió (Ba_3_38), haciéndolo mucho mejor que con el apóstol. Se hizo todo a todos para ganarnos a todos, y por amor murió por todos. Es el testigo fiel de su palabra, la cual sostuvo hasta la muerte para seguir cumpliéndola por toda la infinitud de la vida eterna. Ella es el libro de los mandatos de Dios (Ba_4_1): el libro enviado por Dios, que es Dios mismo, cuyo contenido son sus voluntades y sus leyes eternas, leyes inmaculadas que, al ser recibidas, alegran y santifican a las almas que las reciben y que las guardan con amor. David las ocultaba en su corazón a fin de no ofender la majestad de aquel que se las había dado. Todo el que las observa poseer la vida eterna.
Conviértete, alma mía, y aprende de la palabra encarnada la manera de guardarlas. La palabra es para ti. Marcha por sus caminos: anda a la luz de ella por el camino que te señala con su resplandor (Ba_4_2). Combate con ella. Le agrada verte tomar las armas en su compañía. Recibirás su bendición. No des tu gloria a otro ni tu dignidad a una nación extraña (Ba_4_3). Reconozcamos esta dicha y hablemos con amorosa confianza, porque somos Israelitas que ven a Dios y luchan con él, ya que él se complace en luchar con nosotros. Exclamemos con la voz del amor humilde: Dichosos somos nosotros, ¡oh Israel!: por ánimo, ¡oh pueblo de Dios! (Ba_4_4s).
Alma mía, como el Verbo Encarnado es tu maestro, queda en paz; sé su pueblo, porque él es tu Dios. Sé su oveja, porque él es tu pastor. El se te entrega con bendiciones dulcísimas. Reconócelo con acciones de gracias humildes en extremo. Haz la voluntad de Dios su Padre, que es tu santificación, y conocer su doctrina, porque Dios, que es todo bueno, te instruye a la luz de su dulzura. Camina en esta claridad en calidad de viajera hasta que arribes a la claridad de la gloria del Dios de los dioses en Sión, que se encuentra en el término.
En espera de este bien, sigue a tu legislador, tu conductor, tu Esposo amoroso, que es tu Dios, el cual va por delante, a tu lado y detrás de ti. San Juan escuchó detrás de él la voz de Dios como una multitud de aguas. No deja de ser un gran misterio cómo la [695] amorosa solicitud del Verbo Encarnado se manifestó aquí hacia san Juan y sus predilectos. Tiene tantas cosas que decirles, que se asemeja al tropel de muchas aguas, cuyas olas dominan por su abundancia y por la inclinación que tienen a descender hasta su fin.
Doctrina amorosa, ¿vas en pos de tus alumnos? Si, pero, ¿Qué significa eso de ir en seguimiento tuyo que dijiste a san Pedro y no a san Juan? Es que las cruces son para Pedro, que te ama; y las olas para Juan, al que amas. Es para demostrar que tienes diversidad de caminos para tus elegidos. Quiero, maestro mío muy querido, seguirte hasta la cruz en compañía de san Pedro. Acepto que me sigas junto con san Juan. Escuchar‚ tus repetidas voces y la multitud de luces con que me enseñas, según la capacidad que te dignes darme para ello.
Conviérteme en un manantial; que de mi corazón broten las aguas que derramas en él para la vida eterna. Ellas proceden de ti; que vuelvan también a ti. Que pueda entrar en ti, ya que te dignas entrar en mí. No deseo que termine en mí la inmensidad para contento mío; deseo más bien entrar en ti para gloria tuya, y perderme en ti. Qué dichoso naufragio ser sumergirme en el seno de tu Padre, en el que me enseñas tus maravillas. El profeta Isaías dijo que su secreto era para él, porque temía que se supiera y que, al ser descubierto, se repartiera en bien de otros. El tuyo, en cambio, por ser inmenso, en nada disminuye al ser comunicado. Tus entradas y salidas ocurren siempre con abundancia de gracias para las almas a las que visitas e instruyes.
Capítulo 119 - Supereminentes grandezas que la mano de Dios derramó en abundancia sobre san Juan Bautista. Excelencia de su misión. Su oficio de ángel supremo y precursor del Verbo, cuyos labios sagrados lo canonizaron.
[697] El día de san Juan Bautista, medité en estas palabras de san Lucas: Porque la mano del Señor estaba con él (Lc_1_66).
La mano del Señor estaba con san Juan y obraba todas esas maravillas que hicieron presentir a los judíos la grandeza de aquel niño. Aprendí que esta mano era el Verbo, que es la mano del Padre, el cual asistió a san Juan en todo momento. Así como David se dejó persuadir por la mujer tecuita, al reconocer que la mano de Joab estaba con ella, y que dicho capitán había puesto en sus labios sus poderosas y persuasivas palabras, ¿Qué no habrá hecho san Juan con la asistencia de la mano del Verbo, de quien tomó estas palabras, diciendo que él sólo era el camino de la palabra? Con la ayuda de su mano arrojó fuera al demonio, la impiedad y los vicios.
Los magos se sirven de una mano que llaman mano de gloria para obtener sus efectos mágicos. La mano del Verbo, en cambio, tiene por objeto acabar con todas las supersticiones y maniobras de los impíos. Mi alma fue invitada a asirse de esta mano, asegurándoseme que, por encontrarme ya bajo su poderosa protección, nada debía temer. Si había yo permanecido algunos días sin gozar de las visitas de mi esposo, Zacarías, en cambio, había sufrido mucho a causa del silencio que debió guardar durante nueve meses antes de poder entonar el cántico profético que ofreció en acción de gracias por el nacimiento de su hijo san Juan. Se me dijo además que yo sólo había guardado silencio por unos días para escuchar un oráculo, pero que dicho silencio estaría envuelto en el misterio, a semejanza del de Sión, al que se refiere David: Tuya es la alabanza, oh Dios, en Sión (Sal_65_1), o en una versión diferente: tuyo es el silencio. Este silencio, agregó, es un himno o un cántico que sólo se canta en el silencio; bien sabía yo que en muchas ocasiones él me había llamado su [698] Sión, complaciéndose en las lágrimas que derramaban mis ojos en este valle de miserias. Con ellas ha formado un Jordán en el que me lava, no a manera de bautismo, sino de baño deliciosísimo, debido a la complacencia que le proporcionan mis lágrimas.
Ante estas palabras, sentí mi corazón dulcemente oprimido por una sagrada presión que duró largo rato, lo cual fue para mí un presagio de las gracias que muy pronto recibiría.
Después de la comida, durante la exhortación, vi un rayo que me derribó a tierra y me sobrevino un asalto acompañado de un desvanecimiento durante el cual vi un sol que llevaba escrito en sus rayos, en caracteres hebraicos, el gran nombre de Yahvé. Contemplé además montañas que se transformaban en ciudades, cuyas casas y murallas estaban edificadas en plata fina, trabajada por un artífice maravilloso.
Estas visiones me sirvieron de símbolos para conocer las grandezas del hombre al que el Hijo de Dios llamó el más grande de todos los hombres, diciendo: Entre todos los hijos de mujer, no ha habido uno más grande que Juan el Bautista, lo cual, aprendí, expresaba la realidad de todos los hombres que habían existido hasta entonces. Quien mejor representaba a san Juan Bautista era el ángel que san Juan describe en su Apocalipsis, capítulo 7, al que vio elevarse en dirección del oriente: Vi subir del oriente a otro ángel (Ap_7_2), que tenía la marca y el signo del Dios vivo. El sol oriente es el Salvador, llamado por Zacarías, el padre de san Juan: Por las entrañas misericordiosas de nuestro Dios, que ha hecho que ese sol naciente haya venido a visitarme de lo alto (Lc_1_78).
Cuando el sol divino comenzó a despuntar sobre nuestro horizonte, san Juan apareció, adelantándosele algún tiempo como si fuera su aurora, y elevándose junto con él. Era portador del signo del Dios vivo. Como el divino sol había ocultado enteramente su majestad, conteniendo sus rayos para aparecer únicamente como hombre mortal, san Juan brilló como una hermosa luz, atrayendo sobre él todos los ojos de Judá. Los mismos escribas, que creían ser sabios, y tan bien versados en la ley, confundieron el signo con la realidad significada; la voz con el Verbo; creyeron que Juan era el Mesías y quisieron reconocerlo como tal.
Su concepción, su nacimiento y toda su vida, lo mismo que su persona, no fueron sino un signo visible del misterio invisible de la Encarnación y de la persona de Jesucristo, que debía permanecer oculto por un tiempo. San Juan era la voz, que es un sonido sensible. Jesús era el Verbo, la palabra que encerrada en el entendimiento del Padre, la cual tomó aire, por así decir, para hacerse oír [699] primeramente a través del Bautista y su voz.
Fue éste el primer rugido del León de Judá que hizo retemblar el desierto y las riberas del Jordán, aterrando a los pecadores para moverlos a una penitencia saludable. Dicha voz se hizo oír en las entrañas mismas de su madre, a la que convirtió en profetisa, y el día de su circuncisión por boca de su padre, quien cantó el sagrado cántico de acción de gracias a la divina majestad por haber comenzado a visitar y redimir a su pueblo: Bendito sea el Señor Dios de Israel (Lc_1_68).
Mi alma pensó si este ángel, que no tiene nombre en el Apocalipsis, y que siempre es llamado otro ángel, no sería diferente de los siete arcángeles. Me refiero a su dignidad, y que Juan Bautista muy bien podría ser figura del ángel del que el evangelista nos habla en el capítulo 10 de su Apocalipsis, al que vio descender del cielo revestido de una nube, y sobre su cabeza el arco iris; y su cara radiante como un sol, llevando un libro en la mano. Sus pies eran semejantes a columnas de fuego, y puso su pie derecho sobre el mar, y el izquierdo sobre la tierra. Rugía como un león, con una voz que fue seguida por la de siete truenos.
Como san Juan vino en medio de las sombras y nubes de la ley, comenzando a disiparlas y esclarecerlas, anunció la nueva de la paz y de la alianza que Dios deseaba contraer con la naturaleza humana mediante la Encarnación del Verbo. Fue la luz que dio testimonio de la luz verdadera y del verdadero sol que muy pronto se manifestaría para iluminar a Isabel, su madre. Juan, sin embargo, recibió su luz de la Virgen sagrada. Como llevó al mundo este fuego, fue también una lámpara ardiente y luminosa.
Dio sus primeros pasos con gran seguridad, siendo llevado por las manos de la Virgen, la cual, bien puede creerse, lo tomó en sus brazos en cuanto nació. Como precursor, fue ensalzado por encima todos los hombres en el regazo de la madre del Verbo Encarnado, al que ella llevaba en sus entrañas. Al besarlo a través de María, el Verbo confería una misión y emisión a su voz, que era llevada sobre aquel mar virginal, que sostenía uno de los pies de Juan, en tanto que el otro pie se posaba sobre la tierra estéril y milagrosamente fecunda de Santa Isabel, su madre, la cual sostenía a su hijo por el pie izquierdo, debido a que el derecho se había posado en las manos de la madre de Dios, la santa Virgen, siendo sostenido por ella, que era como un mar en la plenitud de sus gracias.
[700] El libro que este ángel porta en sus manos es el mismo que contiene los misterios de la Encarnación, del Evangelio y de la predestinación. Conocía las cosas futuras y anunció lo que sucedería en los últimos tiempos. Amenazó a la posteridad de Abraham, llamándola raza de víboras, para desmentir su origen a causa de las obras impías e indignas de semejante padre. Predijo la reprobación de los judíos ingratos a los beneficios divinos y proclamó que Dios podía sacar hijos de Abraham de las piedras, que representaban a los gentiles menospreciados por los judíos, para adoptarlos como suyos, haciéndolos herederos de las promesas hechas al fidelísimo patriarca.
Los hijos según la carne se hicieron indignos de las nuevas y divinas promesas. El león rugió hasta hacer brillar los siete truenos, por ser la voz del Verbo. Esta misión le fue encomendada por el Padre eterno, del que fue dignamente nombrado apóstol, por ser el ángel que prepararía los caminos del Mesías. Comenzó su oficio en las entrañas de su madre mediante la exultación de gozo a la que él la invitó para recibir con alegría al Verbo Increado al que la Virgen llevaba en sus entrañas. Al nacer devolvió el habla a su padre, el cual profetizó sus admirables grandezas. El ser entero del niño se alertó cuando Isabel dijo que su hijo había saltado a la voz del saludo con que la Virgen la había honrado.
Los demonios se enteraron de que la Virgen era la mujer que debía confundirlos y aplastar la soberbia de Lucifer, su cabecilla, con un desprecio que me es inexpresable. Temían sin duda que el hijo del que estaba embarazada fuese aquel cuyo dominio recelaban, que para ellos sería una mano férrea que los vencería. Los reduciría a su tenebroso encierro después de echarlos fuera del reino de la tierra, del que se habían apoderado para ejercer su imperio sobre las almas que se complacían en las tinieblas del pecado.
Juan les hizo ver que había llegado el fin de la ley escrita y que la de la gracia comenzaba a surgir, pues él era su amanecer. Esto los espantó como a ladrones descubiertos, a los que se obligar a restituir lo robado para ser después castigados según su delito, que consistía en robar la gloria de aquel niño, que la tomaría por soberanía, por serle esencialmente debida y por tener derecho al acceder al trono divino y humano.
Juan debía ser el nuncio de la gracia delante de los hombres, debido a que el Verbo Encarnado lo adornó con ella, revistiéndolo con sus libreas desde las entrañas de su madre; gracia que enfurecía a los [701] demonios por representar la destrucción de su reino, arrancándoles gloriosamente a sus prisioneros, sobre los que esperaban descargar su furia. ¡Cómo habrán deseado que el hijo de Isabel y el de María jamás hubieran existido!; pero se trataba únicamente de malvados deseos, a los que la sabiduría divina deseaba combatir con un castigo eterno, arrojándoles, en el tiempo preestablecido, el polvo de la ignorancia a los ojos. Si es que los tienen, son parecidos a los búhos, que no soportan que el sol inunde la tierra con su claridad. No me admiraría que el búho-dragón perdiera de vista a esta mujer revestida de sol, coronada de estrellas y calzada con la luna, a la que fueron dadas dos grandes alas de águila para morar en el desierto, al que voló llevada por la fuerza divina, que la retiró a esos lugares para manifestar más tarde sus verdaderas intenciones frente a los ardides de los demonios y cegarlos con su luz.
La tierra santa de la humanidad de Jesucristo devoró entero el río que dicho dragón, en su ira, derramó contra la simiente de la mujer que había escapado milagrosamente a sus expectativas. Miguel, el general de los ejércitos del Dios vivo, hizo gala de su fidelidad y su fuerza incomparables. El combate de Miguel y de sus ángeles fue tan funesto para el dragón y los suyos, que le impidió el poder mirar al cielo, perdiendo para siempre la esperanza de tener un lugar en él.
Los demonios fueron enviados, durante algún tiempo, al espacio y sobre la tierra para seducir a los hombres que se les adherían; pero Dios había sellado a los suyos, que debían vencer en virtud de la sangre del cordero, que era el Hijo de aquella mujer tan milagrosamente protegida por Dios. Cuando el dragón vio que nada ganaba sobre el Hijo, tomó la forma de serpiente y después la de dragón para verter un torrente de astucia y emponzoñado furor con objeto de envenenar, si le era posible, a la mujer que llevaba al Hijo cuyo nombre anularía los efectos de cualquier veneno que la malicia de los demonios y de los hombres hubieran preparado a sus fieles amigos.
El demonio que se rebeló contra su Dios trató, con toda su astucia, de soliviantar a los hijos de Abraham en contra de los mandatos divinos de su Padre. Juan fue enviado para convertirlos según las promesas que el ángel hizo a Zacarías, su padre: Tu hijo se llamar Juan. Muchos se alegran contigo en su nacimiento: porque ser grande en presencia del Señor. No beber vino ni cosa que pueda embriagar, a fin de que su milagrosa vida y su extraordinario fervor sean conocidos y promovidos por las mociones del Espíritu Santo, que lo [702] colmará desde el vientre de su madre: y convertir a muchos de los hijos de Israel al Señor Dios suyo: delante del cual ir él, revestido del espíritu y de la virtud de Elías, para reunir los corazones de los padres con los de los hijos y los incrédulos a la prudencia de los justos, a fin de preparar al Señor un pueblo perfecto (Lc_1_16s).
Juan manifestaría el espíritu de Elías por medio de las poderosas y vehementes exhortaciones que haría al pueblo, saliendo de los desiertos para anunciar la penitencia, bautizando en el río Jordán y preparando a los hombres al bautismo del Mesías, al que daría a conocer señalándolo con el dedo y llamándolo cordero que lleva sobre sí los pecados del mundo. Revelaría que el cordero sería un león, que la segur estaba ya aplicada a la raíz de los árboles y que la omnipotencia de Dios sustituiría con los gentiles a los judíos, a los que llamó raza de víboras que desgarraban las entrañas de su propio Padre.
Si Abraham hubiera vivido, habría muerto de pena por haber engendrado hijos tan malos, que dieron muerte al Verbo Encarnado y antes de él, a casi todos los profetas que la divina bondad les envió y les enviaría. Sus palabras son truenos que deben asombrar a los hombres. Los ángeles se pasman ante ellas. Tomó por asalto el cielo y la tierra, porque la soberana verdad afirmaría más tarde que el reino de los cielos sufría violencia desde los días de Juan Bautista, reino que hubiera arrebatado si la entrada, por un divino y justo mandato, no hubiera sido reservada al Verbo Encarnado, su legítimo rey. En calidad de heraldo suyo, a él correspondería mandar con voz fuerte que se levantaran las puertas para que entrara por ellas el rey de la gloria.
Juan es el admirable ángel a quien se dio el poder de llevar el incensario de oro: Vino entonces otro ángel, y posose ante el altar con un incensario de oro, y diéronle muchos perfumes, de las oraciones de todos los santos para que los ofreciese sobre el altar de oro (Ap_8_3). El Santo de los santos, el Verbo Encarnado, quiso que san Juan Bautista ofreciera incienso en su presencia, por ser hijo de oración.
Qué oraciones no elevara cuando se estremeció en las entrañas de su madre, presentando al Verbo Encarnado las plegarias de todos los santos que habían pasado antes que él, y que vendrían después de él por ser la clausura de las sombras y la abertura de la luz, de la que él venía a dar verdadero testimonio. Cerró la ley y los profetas para abrir el conocimiento de la gracia y preparó al pueblo a recibirla por bondad del Mesías, que le concedió una buena parte de ella en el momento de su santificación. Dicha gracia aumentó maravillosamente, de suerte que llegó a ser un prodigio de gracia y santidad: lámpara brillante y ardiente en presencia [703] de Dios y de los hombres.
El Verbo Encarnado es el altar de oro y sumo Sacerdote, hombre y Dios todo a una, que posee el poder de igualarse a su divino Padre sin causarle detrimento, y de recibir el incienso y las adoraciones de todos los ángeles y de los hombres. De entre estos últimos, le fue especialmente agradable el incienso presentado por aquél a quién señaló como el hijo más grande nacido de mujer. Se complació en que aquel hijo de la raza de Aarón concebido en las entrañas de Isabel, del linaje de Aarón (Lc_1_5), presentase a su majestad el incienso más aromático ante el altar de oro del corazón divino y de las entrañas virginales: y el humo de los perfumes encendidos de las oraciones de los santos subió por la mano del ángel al acatamiento de Dios. Tomó luego el ángel el incensario, llenóle del fuego del altar, y arrojando este fuego a tierra, sintiéronse truenos, y voces y relámpagos y un grande terremoto (Ap_8_4s).
En cuanto este ángel en carne humana nació y fue circuncidado, portando el turíbulo de oro que era su corazón, tan enamorado de las leyes divinas y tan pleno de un fuego sagrado que quiso extender sobre toda la tierra, el gozo y el temor se apoderaron de todos los testigos de las maravillas de su nacimiento, y exclamaron: ¿Quién pensáis ha de ser ese niño? porque la mano del Señor estaba con él. Además de que Zacarías, su padre, quedó lleno del Espíritu Santo y profetizó diciendo: Bendito sea el Señor Dios de Israel (Lc_1_66s).
Redención que sería copiosa y daría a conocer a los gentiles la bondad de las entrañas misericordiosas del Padre, que se movieron a piedad; por lo que nos visitó amorosamente por medio del divino Oriente que vino para iluminarnos y librarnos de las tinieblas en que yacíamos y de las sombras de la muerte, para llevarnos a caminar confiadamente en los caminos de paz y de salvación que su santo precursor vino a trazar para nosotros.
Capítulo 120 - Grandes gracias que el seráfico Doctor san Buenaventura obtuvo para mí. Fue un perfecto holocausto de ardiente y resplandeciente amor de Dios
[705] Medité en la gratitud que debía al seráfico doctor san Buenaventura por haberme impetrado la gracia de penetrar en el costado del Hijo de Dios en su compañía, y había desviado, además, los designios de quienes deseaban encerrarme en un monasterio al que Dios no me llamaba, lo cual este santo me dio a conocer con certeza.
Le di gracias por tantos beneficios recibidos de su caridad y ponderé durante algún tiempo las alabanzas que se le tributan, deteniéndome en el título de doctor seráfico. Mientras admiraba el amor de este seráfico doctor, me vino a la mente el ángel que predijo el nacimiento de Sansón a sus padres, el cual voló junto con la llama que consumió el holocausto.
Comprendí que los ángeles sólo suben al cielo para presentar en él nuestros sacrificios cuando son perfectos y han sido consumidos por la llama del amor, y que esta llama procede del cielo, a la que Dios, por ser su origen, envía hasta el altar del alma para que consuma por medio de ellas su holocausto y se eleve hasta él en el extremo de esta favorable llama. Dios envía a sus ángeles, que son, según David, fuegos radiantes y llamas celestiales que suben hasta él.
Para los ángeles, servir en torno a los sacrificios y holocaustos de amor representa una gran alegría. Comprendí que los serafines son los embajadores extraordinarios a quienes Dios envía para tratar asuntos de gran importancia, mismos que, con gran contento, contemplan y portan sus llamas sagradas a las víctimas de amor que llevan la corona de la suprema caridad.
[706] Comprendí que el humilde cardenal y seráfico doctor san Buenaventura voló siempre con las llamas. Fue él quien nos anunció las excelencias del seráfico san Francisco, cuyo nacimiento apareció como un misterio y cuya vida fue un prodigio de amor desde el momento en que fue llamado a la vida espiritual, convirtiéndose en un holocausto perfecto. Al igual que Sansón, mereció llevar el nombre del sol. Fue él quien cantó amorosa y dignamente el cántico del sol. Dios encendió un brasero en este santo, que calentaba a todos los se le acercaban. Por toda la tierra se sintió su calor, y su fuego sigue ardiendo en muchos religiosos y seglares. Un serafín vino a horadar su cuerpo para proporcionar aire a sus llamas seráficas, por ser ardientes y propias para portar el fuego, conducirlo y alimentarlo en el cielo y en la tierra por mandato de Dios, cuyo nombre es fuego que consume y perfecciona.
[706] Nuestro seráfico doctor se extasiaba al escribir la encendida vida de san Francisco, su seráfico padre. Su espíritu se elevó hasta la punta del fuego que consumió la admirable vida de su santo Patriarca, el cual le comunicó su seráfico ardor junto con su espíritu, que se nos manifiesta doblemente en este hijo y discípulo del amor, porque junto con la santidad de su Padre, poseyó la doctrina que ilumina la Iglesia con un fuego ardiente y luminoso; fuego que lo convirtió, a ejemplo de su Padre, en un perfecto holocausto.
Gran santo, haz que yo viva y muera en la llama seráfica que me mostraste al decirme que Dios no quería que yo entrara en la orden religiosa que se me ofrecía, reservándome para el instituto de su Hijo Encarnado, que vino a traer el fuego a la tierra y que desea verlo arder.
Pídele que sea yo digna de esta vocación a la que su bondad se ha dignado llamarme; que encienda nuestros corazones con las divinas llamas de las que te hizo dispensador. Espero esto de tu benevolencia, y que me transformes en holocausto perfecto, haciendo que mi alma se eleve hasta el divino Verbo Encarnado en el remate de la divina llama.
Capítulo 121 - La divina Providencia me prometió dirigir el espíritu de Su Eminencia, y bendecir a nuestro Rey Luis el Justo por su castidad.
[707] En el año 1634, un piadoso y venerable padre de la orden de Santo Domingo, que fue mi confesor durante mi estancia en París, me escribió a Lyon pidiéndome que rogara con fervor por Su Eminencia ducal, quien fundó el noviciado del que dicho padre es superior, y que le dijera por escrito lo que Nuestro Señor me revelara, sin enseñar a nadie la carta que él me había escrito, ni mi respuesta. Fui fiel a ello, guardando su carta y enviando la mía sin mostrarla a mi confesor de Lyon.
Supe, algunos meses después, que el Verbo Encarnado deseaba que dijera a mi actual confesor lo que escribí a aquel que estaba ausente: me dijo él que los secretos de los reyes deben permanecer ocultos y no tratarse y considerarse por la prudencia humana, que puede engañarse y que carece del poder necesario para impedir las desgracias que pueden ocurrir a causa de una declaración perjudicial; que los que su divina Providencia me enseñaba no eran de esta naturaleza porque, en cuanto Dios, al dar el ser da también la consecuencia del ser; que los consejos y designios de su providencia son infalibles y que, así como él escogió a Moisés para conducir al pueblo hebreo, eligió a su Eminencia ducal para dirigir a Francia y sembrar el asombro en toda Europa.
Al mismo tiempo apareció ante mí una vara verdeante, la cual Dios le daría para demostrar su poder con hechos maravillosos, y que a favor de la misma pasaría el mar rojo de las contradicciones de los hombres y de los demonios. Añadió que su dirección demostraría que, para un hombre de estado, la diestra divina es más eficaz que la prudencia ordinaria. Vería yo grandes [708] maravillas y cómo aprecia la castidad de nuestro rey, cuyos lirios son más bellos que toda la gloria de Salomón, entre los cuales se complace de una manera que me parece inexplicable; que todo lo que él me había comunicado a partir de 1621 acerca de la protección y victorias que concedería al rey, se cumplirían con magnificencia.
Dios mío, espero de tu providencia todas las bendiciones que me prometiste, las cuales anoté en diversos cuadernos que leyó el R.P. Bartolomé Jacquinot que ha sido nombrado provincial de la provincia de Francia de la Compañía de Jesús, así como en cartas que le envié mientras fue superior de la casa profesa de Tolosa y provincial de la misma provincia, y m tarde al ser superior de la casa profesa de París. El R.P. Gibalin puede atestiguar al presente todo lo que dije, porque leyó los escritos de los años mencionados. El R.P. Voisin sabe lo que le confesé a partir del año 1625. A ti, rey de los siglos inmortales, sea dada eterna gloria.
Capítulo 122 - El divino Salvador, por su preciosa sangre, da fuerza y gracia a las almas que ama, y llega a ser para ellas amoroso deleite, camino, vida y supereminente Santificación.
[711] Como temía que mis debilidades e imperfecciones me impidieran o me incapacitaran para el designio que Dios me inspiró emprender y fundar con su gracia, vi un castillo rodeado de fosos, que estaban llenos de sangre y no de agua.
En la misma visión contemplé una ciudad construida sobre roca, y en ella un templo. Sin reflexionar en dicha visión, seguí humillándome con el pensamiento de mis debilidades y flaquezas, uniéndome con amoroso afecto a aquel que era mi fuerza, y conjurándolo a demostrar su poder y no a perseguir una hoja que es juguete de los vientos, según el lamento de Job: ¿Contra una hoja que lleva el viento, haces alarde de tu poderío? (Jo_13_25), sino a dar firmeza a mi pequeñez y apoyo a mi debilidad con su fortaleza y constancia.
Esta visión se me explicó bajo diferentes significados. Mi divino Amor me dijo que, por medio de la multitud de gracias que había recibido de su bondad, me ha concedido la capacidad de construir dentro de mí un templo a su divina Majestad, en el que se complace habitar, y que consideraría como su templo sagrado la Orden que establecería por mi medio, prometiéndome cimentarla sobre una roca que sostendría como [712] fundamento inconmovible la ciudad y el templo.
Como dicha roca sería la divinidad, nada debía yo temer, porque él me había levantado como una ciudad amurallada, cuyo puente levadizo era su cuerpo sagrado, el cual permaneció anonadado por los sufrimientos durante su vida mortal, siendo ensalzado a las alegrías de la gloria después de su resurrección. Añadió que su amor me había abierto este admirable c mino que ignoraron los Patriarcas, que tuviera fe en su sangre y experimentara, confiando en él, las palabras del apóstol: Teniendo la esperanza de entrar en el santuario por la sangre de Cristo, con la cual nos abrió camino nuevo, y de vida, por el velo, esto es, por su carne (Hb_10_19s).
Mientras admiraba aquellos fosos que hacían impenetrable la ciudad, y que estaban llenos de la sangre preciosa de mi divino Salvador, me dijo él que se había humillado para cavar fosos profundos y llenarlos con su propia sangre, la cual derramó amorosamente para complacer a su Padre y fortificar esta zona de guerra contra todos los enemigos que desearían asaltarla, los cuales no podrán ni colmar ni franquear sus fosos. Agregó que, si le soy fiel, su sangre sagrada me servir de defensa, de artesa, de bebida y de adorno; Santa Inés confesó que debía su belleza a esa sangre sagrada, con la que había coloreado sus mejillas, dándoles un suave arrebol: Con su sangre adorné mis mejillas.
Hija, este gran torrente de sangre te pertenece; en él puedes beber a grandes tragos. Es el cáliz de salvación que tu [713] Salvador y Esposo ha llenado con su sangre. Te lo ofrece por ser su esposa, invitándote a beberlo y a sumergirte en él para lavarte, embellecerte y alegrarte por toda la eternidad.
Querida mía, no ignoras que tu Salvador vino por el agua y por la sangre (Hb_9_19). Por el agua, en la creación, agua que sirvió de materia prima a la mayor parte de las criaturas que fueron sacadas de los abismos. Las aguas fueron creadas el primer día, y los abismos, que se encontraban cubiertos por las tinieblas primarias recibieron también los primeros rayos de luz, cuando ésta se produjo. Vino además en la redención, que fue consumada por la sangre del Cordero, cuyo efecto es la santificación de los elegidos.
Así como el Espíritu Santo, sé movió sobre las aguas haciéndolas fecundas con su poder, así en la redención concede a ustedes, por la sangre, el poder y santidad que comunica por ser su autor. Es él quien da eficacia a la sangre para engendrar a todos los cristianos, los cuales nacen en el mar de la sangre del Salvador. La sangre separada de las venas significa la santidad, que es la separación y alejamiento de las criaturas. Por ello dijo san Pablo que el soberano Pontífice es purísimo y es separado de los pecadores: A la verdad, tal como éste nos convenía que fuese nuestro pontífice, santo, inocente, inmaculado, segregado de los pecadores (Hb_7_26).
El Verbo, pues, al proyectar una nueva creación y aplicar la redención a través de este Instituto, por una amorosa iniciativa, vendrá por la sangre. A su vez, el Espíritu Santo, por la misma preciosa sangre, obrar una nueva santificación; Espíritu que fortalece y conforta mi alma, la cual apareció como una ciudadela o recinto rodeado de un extenso foso de sangre, que no presagiaba para mí nada funesto por ser un símbolo seguro de mi felicidad.
Comprendí además que dichos fosos de sangre eran figura de la sangre que derramaría durante las guerras, que se prolongarían largos años. La justicia divina las permite para castigar los pecados de los hombres que hacen la guerra a Aquel que derramó su sangre por ellos, dejándola correr como un río que los conducir directo hasta su Padre.
Quiso hacer de sí un camino nuevo trazado únicamente por el amor, y colocar su sagrado cuerpo como puente levadizo a fin de impedir la entrada de nuestros enemigos porque, mediante el admirable poder de su santo cuerpo, somos preservados de sus ataques sorpresivos. Dicho cuerpo fue [714] elevado a la derecha del Padre animado del alma que, como él, se apoya en el soporte del Verbo para formar un sólo Hombre-Dios, al que todo poder ha sido dado en el cielo y en la tierra; Hombre-Dios que es inseparable del Padre y del Espíritu Santo, por ser un Dios incomparablemente único. Unido a esas dos personas se complace en iluminar a las almas y conferirles, por los méritos de su sangre adorable, el bautismo de penitencia y santificación que lleva hasta la divina unión con él, su Padre y el Espíritu Santo.
Por esta razón, al tener que subir junto con su santa humanidad sobre todos los cielos, dio a sus discípulos la misión y el mandato de ir por todo el mundo, diciéndoles: A mí se me ha dado toda potestad en el cielo y en la tierra: id, pues, e instruid a todas las naciones, bautizándolas en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo: enseñándolas a observar todas las cosas que yo os he mandado. Y estad ciertos que yo estar‚ continuamente con vosotros hasta la consumación de los siglos (Mt_28_19s). Discípulos míos, si desean complacerme, vayan por todo el mundo a predicar el amor que tengo hacia los hombres; este amor que es omnipotente para hacerlos felices y para disponerlos a unirse conmigo. Díganles lo que es necesario escribir; cómo hay que obrar y lo que deben pedir al Dios que los hizo, que los redimió y que desea santificarlos. Una vez preparados para recibir la fe, bautícenlos en el nombre del Padre, y del Hijo y del Espíritu Santo.
Denles buen ejemplo, haciendo lo que les he mandado, y asegúrenles que, al subir al cielo, donde fijar‚ mi morada gloriosa y visible, por ser el lugar adecuado para la manifestación de la gloria, también les prometo hacer en él mi morada invisible, permaneciendo invisiblemente con ustedes y con ellos mediante mi Santo Espíritu, mi sagrado cuerpo y mi alma bendita, hasta la consumación de los siglos. Les dejo mi cuerpo por alimento y mi sangre por bebida, a fin de que ustedes y ellos se unan a mí. De este modo, podrán vivir de mí así como yo vivo de mi Padre. Que sean uno en mí así como yo soy uno con mi Padre en el Espíritu Santo, que ama mi sangre y la da con abundancia a los que se lavan en ella y quedan del todo santificados. Suban hasta el santuario y lleguen a la santidad eminente por medio de esta sangre que habla elocuente y divinamente a mi Padre por ustedes y por ellos. Hija mía, si ofreces esta sangre preciosa, llegarás a poseer el espíritu de gracia.
Capítulo 123 - Grandeza de san Agustín, que le fue reconocida como bendición, al igual que Jacob. Fue ensalzado sobre los demás Doctores. En tres virtudes podemos admirar su excelencia. Agosto de 1634
[715] La víspera de nuestro Padre san Agustín, en 1634, me dirigí a este santo patriarca durante la oración, diciéndole que, a pesar de ser yo la última de sus hijas en esta Congregación que mi divino amor había querido establecer, que es la última de las órdenes que vivían bajo su regla y protección, cuya bula recibí la víspera de la Asunción de la Virgen, no por ello deseaba ser menos amada por él ni amar menos que las que son mayores que yo.
Me presenté a su paternidad con confianza filial para recibir su bendición, diciéndole que él era mi Jacob y que yo, al igual que José, desearía tener mi parte y recibir la posesión que él había adquirido con su arco y flecha. Al proseguir esta meditación con fervor, fui altamente iluminada para conocer las grandezas de dicho santo esbozadas en la persona de Jacob, debido que a este patriarca lleva este título con más amplitud que Isaac y Abraham, su padre y abuelo, por haber sido progenitor de doce patriarcas que fueron el tallo del que brotó el pueblo de Dios dividido en doce tribus, y a que él solo engendró más padres que ningún otro de los antiguos patriarcas.
A diferencia de los demás fundadores, nuestro Padre san Agustín tiene más institutos religiosos bajo su protección debido a que existe un número mucho mayor de órdenes, tanto de clérigos como de monjes, sean masculinas o femeninas, que lo reconocen como padre y que viven bajo su regla. Es éste el Jacob del que nació la estrella admirable, debido a que la Sma. Trinidad cumplió por su medio la antigua profecía: De Jacob nacerá una estrella. Estrella que no sólo fue Santo Domingo al que su madre vio grabado en un astro el cual confesó como padre a san Agustín. La estrella por excelencia que ha de brotar de él es el mismo Jesús, quien, por medio del Establecimiento de esta [716] Orden, tendrá una especie de segundo nacimiento aunque en realidad nació durante el reinado de Augusto al llegar la plenitud de los tiempos. En estos últimos tiempos nacer místicamente de san Agustín. Jacob recibió el nombre de impostor por haber tomado por el talón a su hermano Esaú estando aún en el vientre de su madre Rebeca, y por falsificar después su derecho de primogenitura para recibir la bendición de su padre.
San Agustín es el falsario que derribó a todos los herejes del África, en especial a los maniqueos, cuyos principios refutó al recibir las primeras luces de su conversión. Siendo todavía catecúmeno, sobrepasó a todos los doctores que lo habían precedido, aventajándolos con creces mediante las luces que había recibido del cielo. Jacob mereció el nombre de Israel por haber luchado valientemente contra un ángel que representaba la persona de Dios. San Agustín luchó contra Dios de manera admirable debido a que las principales armas en este combate fueron los corazones. Agustín lanzó el suyo hacia Jesucristo, que es ángel del gran Consejo y Dios admirable. Jesús le dio el suyo a cambio; es decir, el corazón del amor, de la caridad. Quedó con ello tan poderosamente enfervorizado que dicho amor lo movió a exclamar que si él hubiera sido un Dios encarnado, habría querido dejar de serlo para dar lugar a que Jesucristo fuera Dios, si por un imposible no lo hubiera sido.
Hasta este punto llegó a amar al Verbo Encarnado este ángel de nombre y de oficio. ¿Podría Dios, en efecto, haber resistido los asaltos de Agustín, y rehusarle su bendición? ¿Acaso caso no merecía llevar el nombre de Israel por haber contemplado las divinas verdades, en especial los inefables misterios de la Trinidad, de la Encarnación y de la gracia, con más claridad que Jacob y todos los demás doctores, entre los cuales se destaca como el águila que cierne su vuelo sobre todos ellos?
Jacob quedó cojo después de aquel combate, a causa de la torcedura del nervio ciático. San Agustín, en cambio, obtuvo la muerte de la concupiscencia y caminó siempre con un paso lleno de desprecio a sí mismo. Mi alma conoció que las tres y más raras perfecciones de este santo, que lo transformaron en verdadero Jacob y vidente de Dios, fueron el amor, la pureza y la humildad. La eminencia de dicho amor situó su corazón en medio de los serafines elevando así a Agustín por encima de los demás doctores.
[717] Su pureza, después del bautismo, fue incomparable, sin par, a pesar de que antes de su conversión experimentó la efervescencia de una juventud libertina en extremo. Su humildad sigue admirando a quienes leen sus Confesiones, con las que se propuso revelar a todo el mundo sus pecados más ocultos en la narración de su vida más íntima. Quiso, de este modo, abajarse ante los ojos de las generaciones futuras. La humildad de los demás santos terminó con su vida; san Agustín, empero, sigue hoy en día, y continuar hasta el fin de los siglos, en el acto de la más profunda humildad que pueda practicarse en esta vida. Por espacio de dos horas, estas tres grandezas me inspiraron una infinidad de hermosos pensamientos hasta que, bañada en mis lágrimas, me arrojé con una confianza del todo filial en el seno de mi amoroso Padre.
Capítulo 124 - Dios concede a las almas que se adhieren a él, la gracia de permanecer serenas y constantes ante el desprecio de los hombres.
[719] Mi divino amor me dijo esta mañana: Hija, recuerda que el rey profeta escribió para asegurar a las almas mi protección cuando deciden emprender la subida hacia la perfección que conviene a cada una de ellas. No temas, te ha encomendado a sus ángeles, los cuales te tomar en sus manos para que tu pie no tropiece contra alguna piedra (Mt_4_6). Estas palabras fueron dichas a causa de ti, mi muy amada. Considera que eres poco sensible a tantos rechazos como recibes de parte de un prelado que debería acogerte con benignidad. Repite con el mismo profeta: El Señor es mi luz, ¿a quién temeré? (Sal_27_1). Yo tuve en contra mía a los sacerdotes, escribas y fariseos; fui abofeteado en sus casas y azotado en la de Pilatos, a quien declaré que no tendría poder alguno sobre mí si no le fuera dado de arriba.
Experimenté por ello un gran gozo de corazón; y sabedora de donde procedía la alegría de ser menospreciada por mi prelado, sentí la obligación de atribuir al divino amor la unión de dos contrarios en un mismo sujeto. Por ello exclamé: Este es el día que hizo el Señor (Sal_118_24).
Sí, prosiguió mi divino esposo, el día de la santa alegría fue hecho por mí, pues la noche es obra del demonio: Voz de júbilo y de victoria en las moradas de los justos (Sal_118_15). Hija mía, tu contento es mayor que el de los que te persiguen los cuales se ven atormentados por sus propios pensamientos.
Invité entonces a san Miguel, promotor de la orden cuya fundación se rechazaba, a interceder en el cielo ante el Señor fuerte en las batallas y vencedor cuando juzga su causa, el cual tiene pensamientos de paz para todos los que confían en él. Al declararse protector suyo, los demás hombres no pueden turbarlos.
Dios produce abundancia de paz en quienes aman su ley y no se escandalizan de que permita que tantas personas no aprovechen el tiempo ni las oportunidades, pues saben que es tenaz en su paciencia y aguarda con bondad su posible conversión, aunque para ello tenga que esperar hasta el fin de sus días.
Capítulo 125 - Plenitud de Dios y su inclinación a comunicarla hacia el interior mediante las divinas emanaciones, y hacia el exterior por medio de amorosas efusiones. 18 de septiembre de 1634.
[721] Una noche, no pudiendo dormir, lo cual me sucede con mucha frecuencia, oraba con mi divino Salvador, el cual pasaba las noches en oración con Dios. Fui entonces altamente iluminada en la inteligencia de este verso de David: Por la palabra del Señor fueron hechos los cielos; por el soplo de su boca toda su fuerza (Sal_33_6).
Comprendí, con una inteligencia muy sublime y mediante una visión, que en medio de la oscuridad de la fe se me concedía participar de los fulgores de la gloria que en Dios es una plenitud total, tan plena como bueno e infinitamente comunicativo es él por esencia. Percibí además que su inclinación a comunicarse brota de su plenitud, que él desea desbordar.
Vi cómo, en la duración interminable de la eternidad, se ha complacido infinitamente en su bondad y en su plenitud, y cómo siempre ha deseado derramarse sobre sus criaturas, lo cual le proporciona un doble placer al comunicarse, siendo el primero el hacerlo en sí mismo, desde la eternidad, mediante las emanaciones y procesiones divinas con las que se comunica por medio de relaciones que en todo igualan su plenitud, ya que cada persona divina recibe el origen completo de dicha plenitud sin aminorarla. Toda la divinidad se encuentra en el origen, en la fuente de procedencia que es el Padre; toda está en el Hijo, [722] y toda se halla en el Espíritu Santo. Son como tres ríos, cada uno de los cuales es idéntico a la fuente.
Además de estas comunicaciones infinitas, existe en Dios una inclinación infinita a comunicarse a su exterior. Estas primeras comunicaciones se dan en Dios como dilataciones causadas por la emanación de las personas distintas en la unidad de la misma esencia que posee la plenitud esencial de la misma divinidad, la cual, aunque se basta a si misma, tiene sin embargo el deseo según nuestra manera de hablar de compartir toda su plenitud.
Como la plenitud es la primera causa de la inclinación que tiene la bondad de comunicarse y derramarse, Dios posee tanta inclinación a comunicarse como bondad y plenitud hay en él. La plenitud de Dios lo mueve de tal modo a obrar estos derramamientos y dilataciones o ensanchamientos internos, que el Padre produce necesariamente un Hijo, un Verbo al que comunica toda su plenitud. Unidos, el Padre y el Hijo desatan, me atrevo a usar la expresión, la totalidad de la misma plenitud en el Espíritu Santo al producirlo. Es necesario señalar que la inclinación de Dios a derramarse fuera de si es plenamente libre, ya que es capaz de retener toda su plenitud en sí mismo sin sufrir sobrecarga ni incomodidad alguna, y sin que su felicidad dependa de estas comunicaciones que obra a su exterior, como sucede con la luz del sol y los rayos que despide sobre los demás cuerpos.
Dios, sin embargo, quiso y quiere, con entera libertad, seguir los sagrados movimientos y las amorosas inclinaciones de su plenitud y de su bondad al comunicarse fuera de si. Cuando el Padre ideó este designio, el Verbo y el Espíritu Santo lo aceptaron; o más bien, lo planearon juntos los tres, pues sólo tienen un intelecto y una voluntad.
Como ninguna simple criatura puede recibir en su seno toda la comunicación de dicha plenitud, el Hijo, que es el Verbo y el término de la inteligencia del Padre, al intuir sus designios se ofreció a si mismo para complacer al Padre y al Espíritu Santo, convirtiéndose en criatura, humillándose y disponiéndose a recibir la plenitud de la divinidad en su humanidad, como nos enseña san Pablo: Porque en él reside toda la plenitud de la divinidad corporalmente (Col_2_9).
Y así como el Verbo, al ofrecerse para llevar a cabo todos los designios de su Padre, dijo que se hará hombre, el Espíritu Santo cooperó a los mismos fines, debido a que el Verbo Encarnado transformara al ser [723] humano en un receptáculo de la divina plenitud, haciéndolo capaz de recibir en su totalidad la fuente de origen y la plenitud divina debido repito, a que el Verbo es el término total de la inteligencia del Padre, el cual recibe en sí a todo el Padre como un sello, una impronta. Al hacerse hombre, reservó y abrazó a toda la divinidad, que es esencialmente plenitud. Al obrar de esta manera, el mismo Verbo formó y afirmó los hermosos cielos de la humanidad, que fueron adornados y perfeccionados por el Espíritu Santo.
Esta divina persona es el lazo que une al Padre y al Hijo en las divinas comunicaciones; es el término definitivo en el que todas terminan. Sin él, quedarían incompletas. Es él quien da belleza a las comunicaciones creadas, en especial a las que se digna favorecer con un amor especial. Me dijo que, por ser Espíritu de amor, sus comunicaciones se inician por amor, se ejecutan por amor, terminan en el amor y se perfeccionan por medio del amor.
El Verbo y su Padre, en el seno de la divinidad, producen al Espíritu Santo, que no puede ser ni el Padre, ni el Hijo. El procede del Padre y del Hijo, y por ello, lo envía con su Padre a la tierra para adornar y perfeccionar lo que ha comenzado: El amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo que nos ha sido dado (Rm_5_5). Así como no pueden ser separados en la esencia que da a las tres personas su ser común, tampoco pueden serlo en las acciones externas que les son comunes. Los soportes son distintos en el interior; las propiedades personales pertenecen de manera tan adecuada a cada una de las personas, que no pueden apropiarse a las otras: [724] La irascibilidad corresponde al Padre, la filiación, al Hijo y la espiración, al Espíritu Santo, que recibe del Padre y del Hijo como de su principio único. El nada produce en la divinidad, porque en él todo es inmensamente producido: es el término de todas las emanaciones internas, y el círculo inmenso de la plenitud divina.
La boca de la divinidad es el Padre, que comunica sin recibir. El Verbo recibe y comunica con el Padre al Espíritu Santo, que es igual y coesencial a ellos. El une al Padre y al Hijo con un lazo indisoluble y divino. La primera comunicación y el primer desbordamiento de toda la plenitud se dirige al Verbo, para terminar en el Espíritu Santo, el cual se complace en perfeccionar las comunicaciones al exterior. El poder del amor, de la multiplicación, de la adopción y de la santificación provienen del Espíritu Santo: por el soplo de su boca toda su fuerza (Sal_33_6).
David, en el salmo 44: Rebosa mi corazón un bello canto (Sal_44_1), describe a Dios en una plenitud que se desata con impetuosidad. Es una realidad que nuestra plenitud nos abruma y no carece de cierta tosquedad. La de Dios, en cambio, es santa, honorable y dichosa. El Verbo, al recibir la naturaleza y la bondad del Padre, es esencial e infinitamente bueno. El Espíritu Santo, que recibe del Padre y del Verbo todo cuanto posee, no los reseca ni agota en manera alguna su plenitud, la cual es siempre fecunda en el Padre y en el Hijo. En él habita toda su inmensidad, a pesar de ser estéril porque recibe sin producir nada: él es el amor subsistente.
El Espíritu Santo, enamorado de los dos espirantes, presiona, por así decir, al Padre y al Hijo para que derramen su plenitud sobre nuestra naturaleza. Al igual que el Padre y el Hijo, es fecundo hacia el exterior. El es la bondad comunicativa fuera de sí mismo. Fue él quien alentó los deseos de los profetas a recibir dignamente la esencia del Padre y del Hijo, que debía hacerse hombre. Fue él quien alentó los deseos de la Virgen para que urgiera a la divina bondad. Valiéndose de su anonadamiento, el Espíritu Santo quiso capacitarla para que llegara a ser [725] la madre del Verbo que quiso encarnarse en sus entrañas. El creador quiso hacerse criatura en el seno de María, sobre la que el Espíritu Santo, todo amor, descendió para dar forma al cuerpo del Verbo. Una vez formado el cuerpo de Adán, Dios sopló sobre su rostro un hálito, un espíritu de vida. En este espíritu residían la vida entera, el poder y el ornato del hombre. Besó al hombre y, por medio del soplo de vida, perfeccionó su obra a su imagen y semejanza: el hombre fue hecho por el Dios de bondad como alma viviente. Cuando el Espíritu de vida, el vivificador, fue de este modo inspirado sobre su rostro, recibió el ósculo sagrado de labios mismos de su Hacedor.
Mi alma intuyó que Dios es una boca que siempre da y rebosa sin recibir nada, debido a que posee en si mismo la fuente primera e inagotable. Las criaturas tienen bocas para atraer a Dios hacia ellas y sorber sus gracias. Si llegan a comunican y verter agua sobre otros seres criados, se trata de la misma que antes recibieron de labios de Dios.
Contemplé al Padre como un pecho materno lleno a rebosar, cuya plenitud se descargaba necesaria y voluntariamente sobre el Verbo, que mis sentidos percibieron como la leche. El Espíritu Santo fue el calor que impulsó a la leche a destilarse en mi alma de manera tan deliciosa, que no puedo expresar con la pluma tan admirable efusión de su caridad divina sobre mí.
Comprendí que la comunicación de la misma a través de la Encarnación alegró inefablemente a la Sma. Trinidad, que encuentra un gozo indecible en que el Verbo se haya hecho hombre para satisfacer la inclinación infinita que posee su plenitud a comunicarse, lo cual había hecho hasta entonces a manera de arroyuelos de agua. Ninguna simple criatura hubiera sido capaz de recibir la extensa inmensidad de este mar si el Verbo no se hubiera hecho criatura. Sin dejar de ser creador, se ensanchó en la Encarnación para recibir la totalidad de la plenitud divina, que habita corporalmente en el amable Cristo Jesús.
[726] Podría parecer que aceptó empobrecerse para hacer posible que la humanidad entera poseyera los tesoros de Dios. Nada, sin embargo, perdió, porque devolvió a su Padre todo cuanto había recibido. Como esta plenitud anegó a la criatura sin perderla, se remontó, rebosante y reiterada, hasta el seno del Padre eterno, del que procede toda la plenitud del Verbo, el cual a su vez la comunicó a la criatura que es su humanidad, con la que comparte todo cuanto recibe de su Padre. La finalidad de todo esto es atraer a todas las criaturas Todo esto a fin de conducir a todas las criaturas a su Padre y a la plenitud de la que se deslizaron como gotas minúsculas que retornan, sin acrecerlo, a su mar de origen.
A este retorno se refirió el Verbo Encarnado cuando dijo que había salido de su Padre por generación eterna: "Salí del Padre, que había venido al mundo por la Encarnación, y que dejaba el mundo para volver a su Padre: el Ahora dejo el mundo y me voy al Padre. Esto es posible porque no se detiene en la criatura, sino que la conduce a su Padre. El llenó con su plenitud las regiones más escondidas e inferiores de la tierra, hasta las que descendió. Quiso unirse a la nada tomando su propia humanidad, que carecía de subsistencia propia. Obró la maravilla de apoyarla sobre la suya, que era divina, elevando de este modo nuestra naturaleza hasta la unión hipostática: dos naturalezas con un solo soporte.
Dios se hizo hombre, y el hombre se ha convertido en Dios porque hizo a los hombres participantes de su naturaleza divina, elevando a todas las criaturas en la Encarnación y en la Ascensión. La creación entera es relacionada con el Verbo, porque fue hecha por él, y el Padre la conoció y la conoce en si mismo. Así como las criaturas son producidas por el Verbo, producción que es una salida o comunicación de la plenitud de Dios fuera de si, así ellas vuelven a su origen y a su plenitud a través del Verbo Encarnado, porque todo ha sido renovado y obrado en Jesucristo, que es nuestra senda, el camino para ir a su Padre y conducirnos hasta él.
[727] El Verbo Encarnado se comporta como los hijos que toman de sus padres todo cuanto pueden para socorrer a los pobres. El saca de los tesoros de su Padre, que son también los suyos. Todo lo que recibe del Padre, que le da necesariamente por ser Dios como él, y con muchísimo gusto en su calidad de Hombre-Dios, lo comparte con nosotros a fin de santificarnos y de que lleguemos a ser uno con él. El desea devolver todo a su Padre, al que refiere todo lo que es, todo lo que posee. Es muy generoso y muy mezquino: pródigo y avariento a la vez. Pródigo al dar todo a las criaturas; avaro al exigir todo lo que les ha entregado para devolverlo a su Padre, de quien todo ha recibido. Nada reserva para si; ni aun la gloria de haber dado, por desear que toda sea dada a su Padre, al que vino a glorificar al mundo. De este modo, el designio de la Encarnación tiende, en su integridad, a la comunicación de toda la plenitud de la divinidad a nuestra humanidad y a un retorno de todo lo que ha sido comunicado, a la plenitud de la que deriva, estableciendo así un ciclo admirable.
Vi cómo la plenitud de Dios se descargaba en las criaturas de razón por la gracia y la gloria, y cómo a ellas, al devolverlas a Dios con acción de gracias, se les concede gozar de la gracia y de la gloria de Dios, de cuya plenitud reciben continuamente por mediación del Verbo Encarnado: De cuya plenitud recibimos todos.
Como Cristo Jesús, el Verbo Encarnado, posee en si toda plenitud, quiso servir de canal o acueducto en el que la gracia pudiera afluir hasta nosotros, que hemos recibido todo de su plenitud. El Verbo colma el cielo y la tierra: Yo lleno el cielo y la tierra; el cielo de la divinidad y la tierra de la humanidad. El llena todo lo que es increado y todo lo que ha sido creado.
Estas luces y conocimientos movieron mi alma a nuevos afectos hacia el Verbo Encarnado, en el que admiraba tantas grandezas, enamorándome de la plenitud que recibía de su Padre, la cual le comunica en cuanto Dios y en cuanto hombre. Lo conjuré para que se dignara continuar las comunicaciones de su esplendor sobre nosotros y el retorno a su Padre, junto con él, de todo lo que ha [728] concedido al mundo.
Le supliqué que se dignara llevar a cabo, para gloria suya, su proyecto de la nueva encarnación que me ha prometido; y para este fin, si era ésta su voluntad, hiciera renacer una virgen que le ofreciera un corazón sincero y humilde, vacío de todo amor creado e imperfecto, en la que pudiera derramar toda su plenitud.
Mi divino esposo me dijo: Eres tú, amada mía, la escogida para representar y ocupar el lugar de mi madre en esta nueva comunicación. Eres tú la ciudad de la que habla David: Su fundación sobre los montes santos (Sal_86_1), que es cimentada en las santas montañas que contemplaste el día de ayer. Amo mucho más las puertas de esta Sión que todos los tabernáculos de Jacob. Las gracias que te conceder‚ lo mismo que a esta Orden, mediante la cual me darás a luz por segunda vez, serán capaces de provocar los celos de todas las demás a causa de la abundancia de bendiciones que derramar‚ sobre ella.
En cuanto a ti, amada mía, eres mi ciudad de la que se dirán grandes maravillas para gloria mía, la cual ser extendida y conocida por tu medio. Los pecadores se convertirán gracias a tu esfuerzo, y mediante el favor de las gracias que te doy y te dar‚. Te levantarás ante los pecadores y las babilonias en la confusión de su vida y las almas prostituidas en sus placeres serán llevadas al conocimiento de Dios.
Los extranjeros representados por los que habitan en Tiro, que sólo piensan en sus negocios, vendrán a mí. Los etíopes, tan negros en sus afectos como en su piel, confesarán llenos de admiración ante tantos prodigios, que eres verdaderamente la ciudad de Dios y la casa del Verbo Encarnado, el cual nació en ella, y que fue construida y cimentada por su fuerza omnipotente y por la altura y sublimidad de su sabiduría. Los hombres en nada contribuir a ello; los habitantes de esta ciudad y de esta casa, que serán mis hijas y esposas, tendrán almas reales y habitarán en Dios en medio de [729] alegrías imperecederas.
Estas maravillas serán además, transmitidas a la posteridad mediante las historias y anales de las naciones, pues me valdré de sus plumas para dar a conocer la maravilla de mis obras.
Querido esposo, tu amor nunca es satisfecho; cuando te complace acariciar un alma, lo haces con palabras tan dulces y halagüeñas, que es difícil, para los que jamás han gustado las dulzuras de tu bondad creer en semejante condescendencia, e imaginan que se trata de divagaciones de un espíritu invadido por el amor propio y la vanidad de sus propias excelencias, y no de los sinceros afectos de una bondad que desconocen y, mucho menos, experimentan.
Quienes conocen las fieles narraciones de las familiaridades de Jesucristo hacia ciertas almas que él ha escogido por esposas, saben que este es su modo ordinario de tratar con ellas. No les sorprende, pues, que una bondad infinita se comunique, a pesar de encontrarse a tanta altura, con una humilde joven a la que se digna acariciar.
Este esposo, del todo divino y enamorado de quienes lo aman, no se contentó con haberme acariciado de esta suerte. Al notar el temor que tengo hacia mi debilidad, la desconfianza en mí misma y a no poder llevar a cabo su designio, añadió tiernamente:
Como tú debes representar en este mi Instituto a la Sma. Virgen, mi digna madre, no debes turbarte, sino buscar en todo el descanso y tu paz, gozando de la quietud de la heredad de tu Señor, y alegrándote en él como mi madre, porque él es tu divino Salvador y en su heredad posees todo lo que ha sido dado a los demás sólo en parte.
Me ordenaste soberanamente, queridísimo esposo, y muy amablemente, que, como tú me habías creado y destinado para el noble oficio de ser un tabernáculo en el que te complacieras en morar, habitara en Jacob para suplantar todo cuanto se opusiera a tu Orden, diciéndome además, que en recompensa, tendría a mi heredad en Israel.
Agregaste que, a pesar de ser [730] peregrina en esta tierra, gozo por adelantado de multitud de divinas claridades. Me aseguraste que sería yo fuerte contra el mismo Dios, atrayéndolo a mis deseos. Me dijiste: Esto no es de maravillar, queridísima mía, porque posees al Verbo, que soy yo, en su plenitud. Hunde tus raíces en los elegidos conversando familiarmente con los santos del paraíso. Las raíces de los demás se enlazan con la tierra, y ésta se une con ellas. Mediante este enlace, las raíces viven y la tierra se hace fecunda; de otro modo, sería estéril. Únete, mi mía, con los bienaventurados, y goza, en la fe, lo que poseen ellos en la gloria. Saca fuerza y vida de ellos para que obren por tu medio, ya que por su estado no pueden merecer nada por ellos mismos han dejado el camino para merecer porque ya lograron su meta.
Estas palabras, salidas de la boca sagrada de mi esposo, me afirmaron en mis resoluciones como un árbol plantado en Sión, llevándome a reposar en la ciudad santa y haciéndome fuerte como Jerusalén, ciudad fortificada y bien poblada.
Me dijiste además, por exceso de bondad, que había yo echado raíces en un pueblo digno, estando asociada a los ángeles, cuya primera religión fue adorar al Verbo Encarnado. Escogí también como heredad el honor de participar de Dios, siendo toda del Verbo y el Verbo todo mío, en calidad de esposa y teniendo comunidad de bienes.
Finalizaste diciendo que permanecería yo en la plenitud de los santos, no sólo porque vivir‚ en medio de los bienaventurados, sino porque la plenitud de los santos no es otra que la divinidad que los colma, y que ya desde este mundo mi espíritu tenía su conversación con ella en el cielo. Insististe en que fijara mí morada en esta gloriosa plenitud y que no rechazara sus bondades.
Comprendí que David cometió una falta al ordenar el censo de su pueblo, sabiendo que en Dios había plenitud de fuerza, sabiduría y bondad, pues con ello se emancipó de aquel que era su Dios y [731] Padre. Presumió de sus fuerzas al apoyarse en la multitud de hombres que le estaban sujetos, sin considerar que Dios sale victorioso con uno entre mil; que teniendo de su lado al Señor de los ejércitos que es fuerte y poderoso, podía, con su fuerza, vencer a todos sus enemigos. No contó con el Vería por diez millones, ya que las hijas de Jerusalén y de Sión valoraron a David en diez mil. Sin el Verbo Encarnado, todo es nada. Con él, la nada se convierte en todo. Así como descendió para salvar a todos, así subió para salvar a todos, colmar a todos de gloria y llevar todas las cosas a su plenitud, según afirma san Pablo.
Dije a mi amor que no que no deseaba emanciparme; y que sin El, todo lo creado era nada para mí; que yo era toda suya, y que deseaba hacer lo que David no pudo hacer, proponiéndome construir un templo a su majestad, el cual levantaría con mi pobreza. Como él me dijo que dejara la casa de mi padre y que me daría con qué construir para él una santa casa, le dije que sería una gracia muy grande para mí el que me concediera mediante su caridad todo lo que era necesario para proveer a los gastos y materiales del templo que él deseaba erigir, porque yo era más débil y delicada que Salomón, al que David nombró heredero de sus designios y su corona, y cuyas debilidades tuvo en cuenta cuando dijo que era tierno y delicado. Tuve la firme esperanza en que su providencia aportaría todo lo necesario para la edificación del templo que levantaría para él por mandato suyo.
Me dijo que su misericordia me seguiría todos los días de mi vida, puesto que me la había dado como séquito y yo no había olvidado el exceso de bondad que le impulsó a decirme un primer día del año, durante mi estancia en París, que su misericordia estaría a mi servicio, palabra que me sumergió en una confusión inexplicable.
[732] No me hubiese atrevido a pensar en tan gran favor si su amor no me lo hubiera ofrecido, moviéndome a aceptarlo con humilde y confiado agradecimiento, manifestándome que un niño no agrada a su madre si rehúsa la leche que le ofrece de la plenitud de sus pechos, movida por su amor maternal. Agregó que él era la plenitud divina y humana y que deseaba colmarme de sus bienes de naturaleza, de gracia y de gloria. Su voluntad es que acepte de corazón su bondad, que se ha complacido en mostrarse generosa y magnífica hacia mí.
Después de las expresiones de su divino amor, ¿Qué podrá hacer aquella que carece de palabras para expresar lo que no puede agradecer suficientemente, sino cantar con David? La tierra está llena de la misericordia del Señor (Sal_33_5).
Capítulo 126 - La Justicia divina envió un diluvio sobre la tierra para castigar a los lujuriosos e hizo un horno de fuego debajo de ella para castigar a los hipócritas.
[733] Un día, durante el mes de septiembre, mi alma se ocupó en considerar cómo la justicia divina, después de contenerse durante varios años, demostrando su poder en su paciencia, tuvo que hacer un mundo nuevo. Para ello resolvió enviar un diluvio para lavar los crímenes de sus hijos, que se habían dejado atrapar por el amor de las hijas de los hombres.
Estos hijos, que se denominaban familia de Dios, no eran ángeles, sino descendencia de Enoc, porque después de ser trasladado, Dios mostró una providencia particular hacia sus hijos y sobrinos, los cuales, por dicha causa, llevaron el glorioso nombre de hijos de Dios. Ellos, sin embargo, se hicieron indignos de su condición a causa de su amor sensual y desordenado. La primera corrupción vino de Tubalcaín, el cual, para complacer a su hermana Noemí, nombre que significa bella, inventó los instrumentos musicales y a continuación la danza.
Dichos hombres se dejaron encantar de tal modo por el amor de las mujeres, y temieron tanto desagradarlas, que les descubrieron todo su corazón. A ellas confesó Lamec su secreto y el crimen que había cometido en la persona de Caín, sin otro testigo que el cielo. No fue, empero, sin misterio, que el mismo Tubalcaín, que inventó los instrumentos y la danza, encontrara también la aplicación del hierro en la fabricación de espadas e instrumentos cortantes, que son enseres de suplicio para castigar los excesos, desórdenes y placeres que los bailes y los instrumentos engendrarían en su día.
Los enamorados que se glorían en batirse por aquellas a quienes aman con locura, reciben su recompensa en el hierro que les arrebata la vida, termina con su amor por un capricho y precipita su alma a oscuras mazmorras. De siervos de sus locos amores, se convierten en esclavos del tormento, siendo condenados a suplicios perpetuos a causa de los complacientes halagos con los que dieron el nombre de divinidad a criaturas a quienes adoran como al Dios que deberán amar.
Rechinan furiosamente los dientes y blasfeman con rabia tendidos sobre su lecho de brasas que sustituye al t lamo de sus delicias, siendo desgarrados por las zarpas de los demonios, que golpean sobre estos desventurados del mismo modo en que los herreros golpean el hierro sobre el yunque, sin que estos tormentos puedan ablandar jamás su corazón para amar a su Creador.
[734] Como han llegado a su término, jamás cambiarán: su malicia ser tan infinita como su suplicio. Sus cadenas serán eternas y los retendrán en esas llamas de las que habla el profeta al dirigirse a los hipócritas: ¿Quién de vosotros podrá habitar con un fuego devorador? ¿Quién de vosotros podrá morar entre los ardores eternos? (Is_33_14). Los hipócritas son merecedores de estos suplicios lo mismo que los adoradores de falsas divinidades, pues estos últimos desmienten sus creencias en el grado en que los otros obran contra su profesión de amar y servir a Dios con sencillez de corazón.
Los primeros se deslizan por el camino del deseo y se degüellan o se matan mutuamente por crueldad para sostener una irracional unidad a la que llaman punto de honor, y su desleal fidelidad a criaturas que ellos dicen ser objeto de su frívola adoración. Los dos son pura apariencia: se las arreglan para aparecer devotos delante de los hombres, en tanto que su corazón, al que Dios hizo para él ,sufre la tortura de los remordimientos, que soportan sin cambiar ni convertirse a su Señor. Lo reverencian con los labios pero, como dijo el profeta, sus corazones están muy lejos de él.
Capítulo 127 - Sublimes conocimientos que el Verbo Encarnado me comunicó, y cómo me ordenó hablar de ellos porque me ha establecido como fuente abierta en el seno de su Iglesia y me ha concedido la unción del Espíritu Santo. Octubre de 1964.
[735] Un día, en que me reprendía a mí misma por hablar de cosas que sobrepasan la inteligencia de cualquier joven, lo cual parecen reprobar algunas personas, reputándolo a vanidad, mi divino Señor me respondió que, en la antigua ley, las fuentes habían sido selladas y cerrados los jardines, pero que en el presente todo había cambiado; que me había hecho fuente de David abierta a todos; que mi paladar despedía suave aroma, mi palabra era grata y mi voz le complacía. Por ello deseaba que revelara yo en parte los [736] favores que él me concedía, pues me sería imposible expresar la totalidad de los que comparte conmigo por ser su esposa.
Añadió yo que enseñaría a muchos la justicia, y que la claridad y la gloria de los doctores de la que habla David me estaba reservada; que lo que el pueblo judío sólo tuvo en figura, se haría realidad en la Orden que él deseaba establecer valiéndose de una joven, y que concedería gracias y dones a las que serían llamadas a ella, con la ventaja de la realidad, que sobrepasa los símbolos. Daniel dijo: Mas los que hubieren sido sabios brillarán como la luz del firmamento; y como estrellas por toda la eternidad aquellos que hubieren enseñado a muchos la justicia (Dn_12_3). Pero tú, ¡oh Daniel!, ten guardadas estas palabras y sella el libro hasta el tiempo determinado; muchos le recorrerán, y sacarán de él mucha doctrina (Dn_12_4). Daniel, guarda estas palabras y coloca el sello al libro. Eres profeta de la ley, que nada puede añadir a la perfección. Saluda las promesas de lejos, en compañía de los patriarcas. Sus efectos están reservados a la fe del pueblo que nacer después del Mesías.
[737] Ser él quien colme de ciencia no sólo a los hombres, sino a niñas que, ignorando las letras, penetrarán en mis potencias y podrán decir con más experiencia que Daniel que entienden los misterios con mayor claridad que los antiguos y los maestros que los enseñan, porque yo les comunico la ciencia infusa. Ellas son enseñadas por Dios, que hace a sus discípulos tan ardientes como luminosos, tan devotos como sabios en el tiempo determinado.
Y el hombre que estaba revestido de lino dijo grandes cosas al jurar por aquel que vive eternamente que llegaría un tiempo y después la mitad de un tiempo: y cuando se habrá cumplido la dispersión de la muchedumbre del pueblo santo, entonces tendrán efecto todas estas cosas (Dn_12_7). ¿Pero, Señor, qué es lo que Daniel entendió de esos dos tiempos, un medio tiempo y de los grandes misterios?
Hija, sigue el texto: Yo oí esto, mas no lo comprendí. Y dije: ¡Oh, Señor mío!, ¿Qué es lo que sucederá después de estas cosas? (Dn_12_8). Le respondí: Yo mismo, que deberé revestirme del lino de vuestra [738] humanidad: Anda, Daniel, que estas son cosas recónditas y selladas hasta el tiempo determinado. Muchos serán escogidos, y blanqueados, y purificados como por fuego (Dn_9_10). Los impíos no entenderán estos misterios, a pesar de pertenecer a la ‚poca en que los expondré. Vivirán al lado de mis fieles en la tierra como los egipcios al lado de los israelitas, durante las espesas tinieblas de tres días: Mas tú, Daniel, anda hasta el término señalado; reposar y gozar de tu suerte al fin de los días (Dn_9_13).
Hija mía, lo que fue dicho a Daniel, que no era del tiempo de la ley de la gloria, fue que las almas son transformadas de claridad en claridad: y el Espíritu todo lo sondea, hasta las profundidades de Dios (1Co_2_10). Espíritu que ha venido a enseñar, a través de la unción, las luces que están ocultas al estudio de aquellos a quienes la ciencia infla y que presumen de si mismos. Cuando la ciencia va unida a la caridad, edifica, como en el caso de los grandes doctores, que han sido tan humildes como doctos; tan piadosos como sabios.
Hija mía, nadie puede negar que eres enseñada por la unción, pues no tienes estudios. El que es tu maestro y te da la ciencia de los doctores, te conceder su corona. Amada mía, estima en poco los pensamientos y las palabras de los hombres. Yo no tengo acepción de personas. El Espíritu sopla donde quiere, complaciéndose en enseñar a los pequeños. David comprendió muy bien cómo me gozo en dar el don de entendimiento a los humildes: Son luz tus palabras, que iluminan y dan entendimiento a los pequeños (Sal_8_3).
Capítulo 128 - Belleza, bondad y santidad de Dios en sí mismo y en Jesucristo. Los santos participan de ella por ser voluntad de Dios, y por su bondad, colmarlos de su divina plenitud.
[739] Un día del mes de octubre, viéndome presa de cierto temor de equivocarme y no poder llevar a cabo el establecimiento de la Orden del Verbo Encarnado a causa de mis imperfecciones, mi divino esposo animó mi valor con estas palabras de David: Confiad vuestro corazón a su poder. Me dijo que pusiera mi corazón y mi confianza en el poder de aquel por quien me esfuerzo; distribuid de los bienes de su casa: que me fijara en la liberalidad de Dios, que se manifiesta en la distribución que hace de sus gracias a mí y a toda su casa, diciéndome que debía tener una alta y dulce estima de su bondad: Pensad del Señor con benevolencia; y buscadlo con sencillez de corazón.
Esto me dio ocasión de pensar en la bondad y belleza que mi santo maestro Dionisio equipara a la santidad. Comprendí de inmediato que, por estar mi alma iluminada por la divina misericordia con las mismas irradiaciones con las que iluminó a este santo en la teología mística, debía adorar y admirar la santa belleza y bondad de Dios junto con él, y que, en la misma proporción, tenía la obligación repartir los conocimientos que el Espíritu Santo me comunica sobre ella.
Al encontrarme tan altamente elevada en Dios, conocí que su belleza [740] y bondad son las dos perlas que integran su santidad, su gloria y su magnificencia. La belleza, bondad y santidad en nosotros consisten en apartarse de toda impureza. Como en Dios, sin embargo, no puede existir mancha ni impureza alguna, su santidad no es únicamente un distanciamiento de la imperfección por vía de negación, sino por una excelencia de separación o una separación por excelencia. Todo es perfección infinita y eminente en Dios. Como su bondad es su perfección, constituye, en consecuencia, su santidad. Su bondad es su arrebatadora belleza; belleza que es bondad por inclinación divina, la cual se comunica a todos los bienaventurados. Su belleza se manifiesta por si misma, pues todo lo que es bello desea ser contemplado. Como su belleza es sólo luz, lo mismo que un destello de la misma, todo lo que hay de más hermoso en la naturaleza desea ser contemplado. La belleza de Dios despliega sus riquezas con el fin de que sean contempladas, de lo cual dan elocuente testimonio los cielos, el sol y las estrellas.
Dios creó a los ángeles para ser espectadores de su gloria y hermosura. Por tal razón, los alberga en el cielo empíreo donde les manifiesta su belleza. Con ellos acoge a los santos en ese mismo cielo, donde alegra los entendimientos con su belleza y las voluntades a través de su bondad. La una y la otra constituyen su gloria y magnificencia, a las que David no pudo separar de su santidad: Majestad y hermosura lo preceden, poder y esplendor hay en su santa morada. Tributad al Señor, familias de los pueblos, tributad al Señor gloria y poder, tributad al Señor la gloria de su nombre (Sal_95_6s).
La santidad de Dios es una separación porque sólo él es la belleza y bondad esencial, y todo lo que es bueno y bello es sólo una irradiación de este sol y un arroyuelo de agua de dicha fuente.
La bondad radica en el Padre, fuente de todas las divinas comunicaciones y emanaciones. La belleza es en el Hijo, que es [741] imagen del Padre, candor y luz eterna; espejo sin mancha de su majestad e imagen de su bondad: Es un reflejo de la luz eterna, un espejo sin mancha de la actividad de Dios, una imagen de su bondad (Sb_7_26). En él se encuentran la divina simetría y la hermosa conformidad con su Padre y el Espíritu Santo. Por ser su origen la persona del Padre y su término la del Espíritu Santo, este Hijo, al ser engendrado por el Padre, produce junto con él al Espíritu Santo, que es la perfección de la belleza y el amor por excelencia.
Como la bondad del Padre y la belleza del Hijo terminan al dar y comunicar necesariamente al Espíritu Santo la totalidad de sus perfecciones junto con la integridad de su esencia, el Espíritu es su amor personal y el término de su única voluntad de amarse en él y con él. La santidad le es tan propia como la bondad al Padre y la hermosura al Hijo. En unión con ellos, es bondad, belleza y santidad. El Dios buenísimo ha comunicado su bondad y su belleza aun a las criaturas incapaces de razonar. A la humanidad y a los ángeles, empero, transmite su santidad y su gloria. Toda la belleza de los santos no es sino un desfile y una manifestación de la bondad de Dios que los bienaventurados han recibido, reciben y recibirán eternamente en medio del contento, gratitud y amor, en tanto que los condenados han sentido, sienten y seguirán sintiendo el rigor de la justicia que sus crímenes han merecido.
Esta bondad y belleza es sólo una: siempre antigua y siempre nueva: nova et antiqua. Es antigua en sí misma, porque existe por sí misma desde la eternidad. Seguir existiendo en sí misma en el transcurso de todos los siglos y de la infinitud entera, no experimentando jamás cambio ni mengua alguna. Es nueva en sus criaturas, que reciben de ella todos los días nuevos efectos y que la encuentran siempre mejor y más bella; novedad que alienta el constante anhelo de los santos.
[742] La fruición de esta belleza y bondad no puede entibiar ni aflojar sus afectos, debido a que la plena posesión y goce de la misma es un bien que contenta de manera perfecta y deja el deseo. Los santos llegan a ser hermosos con los rayos de esta bondad que los ilumina, mismos que, en ocasiones, resplandecen también en los cuerpos ya desde esta vida, quedando impresos en ellos aun después de que el alma se separa de ellos a la hora de la muerte, para dar a conocer al mundo que fueron moradas de un alma a la que Dios quiso hacer participar de su majestad y santidad, lo cual nunca se da fuera de la belleza y la bondad. La gloria que reluce sobre estas almas aun antes de que sean despojadas del crespón y el velo que les obstruyen la plenitud de sus iluminaciones, es mucho más radiante que la del cuerpo.
La belleza divina se comunica a los santos por impulso propio. Además del bien que les confiere, se muestra generosa a los demás por consideración a ellos. Según Isaías, los serafines tuvieron buena ocasión para exclamar arrebatados de admiración: Santo, santo, santo, el Señor Dios de los ejércitos, al ver que la majestad de la gloria de Dios, es decir, su bondad y su belleza llenan toda la tierra: la tierra entera es llena de su gloria.
La primera comunicación que Dios hizo de su bondad, belleza y santidad, fue a Jesucristo, su Hijo, que se santificó por nosotros imitando la santidad y la bondad del Padre, que es la suya. El Padre y él son un solo ser, que da y hace el bien a todos los pecadores a pesar de que lo ofenden, y también a al Padre, en su calidad de Dios, y que lo ultrajan en su condición de hombre. Manifestó su belleza en el Tabor, deseoso de tener consigo a sus compañeros como participantes de todos sus bienes, y que los hombres tuvieran parte en la gloria de aquel que se proclamó hermano suyo, según las palabras de san Pedro: que nos ha llamado por su propia gloria y virtud, por medio de las cuales nos han sido concedidas las preciosas y sublimes promesas, para que por ellas os hicierais partícipes de la naturaleza divina (2P_1_3).
[743] El hacerles participantes de su gloria y de su divinidad concuerda con las palabras del real profeta: Dios Padre ungió a su Hijo humanado con óleo de alegría por encima de todos aquellos que participan de sus bienes: Dios, tu Dios, te ungió con óleo de alegría, sobre tus copartícipes (Sal_45_7). Era lógico que el heredero natural fuera privilegiado más allá de sus coherederos y de sus hermanos por adopción.
Todo lo bello y lo bueno se encuentra de manera eminente en Cristo Jesús. El esposo dice que su vientre, es decir, su corazón, es de marfil sembrado de zafiros: Su vientre como marfil guarnecido de zafiros (Ct_5_14). Sus manos hechas a torno, llenas de jacintos; sus mejillas semejan un prado; sus ojos son dulces como los de la paloma; pero, así como las palomas suelen pasear sobre las olas y riberas de las aguas, su amor es como el fuego. Es bello como el Líbano: Su aspecto como el del Líbano (Ct_5_15). Bajo estos símbolos, el esposo nos describe las obras más hermosas de la naturaleza: el cielo, en los zafiros; la tierra, en los prados; su integridad, su blancura y su porte, en los cedros del Líbano. Con los jacintos, el fuego y las llamas; las aguas en sus ojos; el aire en sus dulces brisas y agradables céfiros, hace revivir y respirar a la esposa desfalleciente, alejando de ella toda frialdad en cuanto sopla su espíritu: ¡Levántate, cierzo, brego, ven! Soplad en mi huerto, que exhale sus aromas (Ct_4_16). Con anterioridad, ella lo llamó fuente de los jardines y pozo de aguas vivas, corrientes que del Líbano fluyen (Ct_4_15).
El Profeta Ezequiel contempló la gloria del Verbo Encarnado en el firmamento colocado sobre su cabeza, como estando coronado de todas sus bellezas. Esta gloria admirable del Hijo del hombre, sentado en el misterioso carro, era tan arrebatadora, [744] que elevaba a los hombres y a los bueyes para transformarlos en querubines. Divisó, bajo el velo de estos enigmas, a los cuatro evangelistas que nos han descrito la belleza y la gloria del divino Salvador.
El conocimiento de estas bellezas y bondades me transportaba de amor. Veía claramente que la belleza y bondad son admirables en la santidad, a la que adoraba por ser la gloria y la magnificencia de Dios. En medio de los embelesos que me causaban la belleza, bondad y santidad divinas, exclamaba con los serafines: Santo, santo, santo es el Señor de los ejércitos: el cielo de mi espíritu y la tierra de mi cuerpo están llenos de sus maravillas y de su gloria. Ante esto, me dijiste:
Ve, de parte de la Trinidad, a anunciar a la humanidad el exceso de nuestra bondad. Diles que contemplen con ojos espirituales los misterios divinos, y que no los juzguen según la rudeza de los sentidos, porque la parte animal del hombre es incapaz de penetrar las cosas de Dios, que es espíritu. El Padre llama a sí, por medio de su Hijo, a quienes desean adorarle en espíritu y en verdad. Diles que el ojo humano nunca vio, ni el oído material oyó, ni el corazón que se aficiona a los bienes perecederos jamás pudo comprender, los bienes inmortales y eternos que Dios ha preparado para los que le aman y le amarán por toda la infinitud.
Querido amor, ilumínanos a fin de que conozcamos y valoremos estas verdades. Haznos perfectos en tus caminos de justicia y que sus luces aumenten en nosotros hasta el mediodía. San Pablo habla de tu sabiduría en misterio, pero sólo con los perfectos, pues quienes la ignoran blasfeman de lo que no comprenden: Sin embargo, hablamos de sabiduría entre los perfectos, pero no de sabiduría de este mundo ni de los príncipes de este mundo, abocados a la ruina; sino que hablamos [745] de una sabiduría de Dios, misteriosa, escondida, destinada por Dios desde antes de los siglos para gloria nuestra, desconocida de todos los príncipes de este mundo, pues de haberla conocido no hubieran crucificado al Señor de la Gloria. Mas bien, como dice la escritura, anunciamos: él lo que ni el ojo vio, ni el oído oyó, ni al corazón del hombre llegó, lo que Dios preparó para los que le aman (1Co_2_6s).
Lo que estuvo oculto a los siglos pasados durante la ley natural y aun en tiempo de la ley escrita, ha sido ahora revelado en la ley de gracia por aquel que santifica a los suyos. Su espíritu les revela sus secretos y les descubre las inmensas riquezas que están en Cristo Jesús, en quien se encuentran todos los tesoros de ciencia, de sabiduría y de gloria divina. Toda la plenitud de la divinidad habita corporalmente en este Hombre-Dios, el cual desea con más ardor que el apóstol colmarnos de toda la plenitud de Dios, si nos resolvemos a amarlo con todo nuestro corazón, y a nuestro prójimo como a nosotros mismos; y que crezcamos en la ciencia de su eminente caridad, como dice san Pablo: Para que os vayáis llenando hasta la total Plenitud de Dios. A aquel que tiene poder para realizar todas las cosas incomparablemente mejor de lo que podemos pedir o pensar, conforme al poder que actúa en nosotros, a él la gloria en la Iglesia y en Cristo Jesús por todas las generaciones y todos los tiempos. Amén (Ef_3_19).
Los deseos de este Dios bueno, bello y santo, consisten en que seamos colmados de bondad, belleza y santidad por una divina benevolencia. El Padre quiere que seamos conformes a la imagen de su Hijo. El Espíritu Santo intercede por nosotros. El Espíritu, que es el mismo amor, viene en ayuda de nuestra debilidad: y de igual manera, el Espíritu viene en ayuda de nuestra flaqueza. Pues nosotros no sabemos cómo pedir para orar como conviene; mas el Espíritu mismo intercede por nosotros con gemidos inefables, y el que escruta los corazones conoce cuál es la aspiración del Espíritu, y que su intercesión a favor de los santos es según Dios (Rm_8_26).
[746] Nosotros sabemos que todo coopera en bien de los que son amados de Dios y que le aman en verdad: Por lo demás, sabemos que en todas las cosas interviene Dios para bien de los que le aman; de aquellos que han sido llamados según su designio. Pues a los que de antemano conoció, también los predestinó a reproducir la imagen de su Hijo, para que fuera él el primogénito entre muchos hermanos; y a los que predestinó, a ésos también los justificó; a los que justificó, a ésos también los glorificó (Rm_8_28s).
Capítulo 129 - El Espíritu Santo se comunica deliciosamente de diversas maneras. Semilla de la gracia.
[747] Mi divino amor, iluminándome con su amorosa bondad, me ayudó a comprender, en una elevación de espíritu muy sublime, y en una unión muy íntima con su amor, que la gracia nos transforma en hijos de Dios, lo cual es una participación de la divina naturaleza y de la celestial simiente por la que somos engendrados a una nueva vida y recibimos un ser del todo divino, doctrina que es escrita en términos formales en la Escritura, ya que san Juan dice en su primera carta: Todo el que ha nacido de Dios no comete pecado porque su germen permanece en él ;y no puede pecar porque ha nacido de Dios. En esto se reconocen los hijos de Dios y los hijos del diablo (Jn_3_9).
Esta simiente es la gracia, que es el principio y la nueva generación que se obra en nosotros. Nadie pone en duda que existe un sacramento de regeneración, el cual podemos comparar a la generación natural que nos hace hijos de nuestros padres de la tierra, así como ésta nos transforma en hijos del Padre celestial, de quien recibimos la semilla incorruptible de la que habla san Pedro: Renacidos pero no de simiente corruptible (1P_1_23).
Mi divino esposo me hizo ver en una luz purísima, más clara que los rayos del sol, que la gracia es verdaderamente el germen de Dios que se difunde en el alma para obrar como principio de una nueva producción del todo celestial y divina; y que es propio de Dios sacar pureza de símbolos burdos, materiales e impuros y, como dijo Job, hacer al hombre tan límpido como el firmamento, aunque es‚ petrificado en el barro: Mas ¿Quién podrá volver puro al que de impura simiente fue concebido? ¿Quién sino tú solo? (Jb_14_4). [748] Añadiste que pasabas a ciertas almas por el fuego sin que sintieran las llamas ni el humo. No arden en él ni experimentan daño alguno, sino que, como los serafines, llegan a ser hogueras del todo divinas. Cada una de ellas puede en verdad decir: Permanezco en medio del fuego sin quemarme... Cuando un escultor trabaja para darnos una bella estatua, suprime toda la materia superflua. Al hacerlo, da forma, pule y perfecciona su obra.
Dios, al obrar en sus almas, suprime todas sus superfluidades, no dejando en ellas sino pensamientos del todo santos y puros. Así se comporta hacia mí, a pesar de mi indignidad, ayudándome a comprender sus misterios a través del símil de cosas burdas y corporales y adentrándome en la santidad y blancura de sus divinas luces, con las que tratar‚ de narrar las maravillas que el mismo Dios de bondad me lleva a conocer respecto a su sagrada fecundidad, y cómo se complace en producir y comunicar su bondad con el germen de su gracia en sus hijos, para los que ha destinado esta gracia, por cuyo medio los adopta y hace hermanos y coherederos de Cristo Jesús.
No es necesario imaginar que Dios vierte su sustancia, que es indivisible y carece de partes y superfluidades. Podemos decir, sin embargo, que la divina simiente de la gracia fluye del Padre, que es el manantial y fuente de origen de la divina Trinidad, así como principio del Verbo, al que comunica su naturaleza y fecundidad, y del Espíritu Santo, que recibe su ser del Padre y del Hijo; Espíritu de santidad que es como el corazón de la Santa Trinidad, el cual, siendo estéril en cuanto a las producciones internas, produce con el Padre y el Hijo por ser comunes a las tres personas todas las divinas operaciones.
Hacia el exterior, posee todos los ardores y llamas del amor. El es el amor subsistente, y la espiración [749] amorosa que excita santamente a las tres divinas personas para actuar y producir hacia afuera, no sólo criaturas señaladas con algunos vestigios y ligeros parecidos a sus majestades, sino seres intelectuales y con uso de razón que participan de la divina naturaleza y llevan el titulo glorioso de hijos de Dios. El todo bueno y santo Espíritu, a través de la sacra viveza de su amor, produce en el alma la gracia; y así como la paloma es ardiente y sin hiel en sus amores, así la comunicación y la recepción de la gracia en el alma se lleva a cabo sin impureza y sin malicia, aunque no sin llamas, ardor y placer.
El alma recibe las primeras mociones junto con los relámpagos y las llameantes luces del Espíritu Santo, al que abre su corazón mediante el gran deseo de corresponder a las divinas voluntades. Se vacía, además, de todas sus futilidades y casi de ella misma. Esta evacuación e inanición es recompensada por la destilación y el rocío de la gracia y de la caridad divina, que se instila en el alma como el agua en una esponja, divinizándola, permítaseme la expresión. Junto con la gracia y la caridad, se difunde también la persona del Espíritu Santo, pues san Pablo dice que por su medio es derramada la caridad en nuestros corazones; caridad que no puede morar en el alma sin la gracia. Ambas son inseparables: el alma que es en gracia vive en el amor y es morada del Espíritu Santo. Es una nueva criatura por generación celestial, la cual tiene como germen la gracia y como principio al Espíritu Santo, el cual fija en ella su morada para santificarla, moverla e impulsarla a grandes acciones.
Con el auxilio de la gracia y del amor, y por llevar dentro de si al Espíritu de caridad, san Pablo hizo maravillas: La caridad de Dios ha sido derramada en nuestros corazones por medio del Espíritu Santo, que se nos ha dado (Rm_5_5). Su corazón estuvo colmado de caridad, fue urgido por la caridad y a ella ató y unió, declarando que nadie seria capaz de apartarlo de ella. [750] Seguro de la gracia de su maestro, desafió a toda la creación a que lo separara de él, confesando que por la gracia de Dios era quien era, y que no había recibido su simiente en vano.
El Verbo Encarnado, que no puede mentir, le dijo que le bastaba su gracia, y que en ella tendría su amor y armas para vencer todas las tentaciones de sus enemigos: Te basta mi gracia, porque mi poder brilla y consigue su fin en la debilidad (2Cor_12_9). El poder de lo alto es el Espíritu Santo, cuyo nombre es consolador o Espíritu. Movido por su inmensa caridad, desciende hasta los débiles para fortificarlos y confortarlos. Se llega a los humildes para exaltarlos. Viene a los castos para hacerlos templos suyos. Baja hasta los fieles que corresponden a la gracia que ha sembrado en sus corazones, para redoblar sus profusiones amorosas y encontrar en ellos sus complacencias, a las que llama sus delicias, solazando con ellas, por as decir, sus ardores.
A través de esta abundante producción, él mismo custodia sus tesoros: impide la vanagloria, porque la luz que el divino y Santo Espíritu concede al alma le hace ver que ella es nada y sólo nada. En consecuencia, ella experimenta una gran confusión ante si misma al conocer, a través de la luz del Espíritu Santo y la gracia que le concede, su indignidad, su incapacidad, su nada y el exceso de la divina bondad. A pesar de verse abrumada por sus riquezas, sabe que no las posee tanto en si como en Dios, que las reserva para ella. Es como un pobre, que se hace rico cuando su príncipe le dice que le da cien mil escudos, a pesar de que dichos cien mil escudos sólo existan en las arcas del tesoro del príncipe, el cual, sin embargo, los reserva sólo para aquel a quien los ha prometido.
El Espíritu Santo no es el único en darse a esta alma; el Padre y el Verbo lo hacen a su vez, porque en razón de su circumincesión son inseparables, y porque el Padre y el Hijo, al terminar sus producciones, reposan en el Espíritu Santo. Ambas personas encuentran su complacencia y total reposo unidas al Espíritu Santo en el alma que recibe los efectos de la fecundidad que comunican a dicho Espíritu, el cual se goza en el ardor de su [751] fecundo amor en el alma en la que abraza al Padre y al Hijo, en los que se complace por ser principio de su ser. El es el amor de los dos y término de las emanaciones interiores, obrando con el Padre y el Hijo hacia el exterior.
El se alegra y desea que el alma participe de su gozo, así como la hace partícipe de sus bondades. Permite y es de acuerdo en que ella pondere los favores que le concede. A su vez y el Verbo Encarnado se regocija con el Espíritu Santo en la elección de los buenos, diciéndoles que se alegren ellos mismo, porque sus nombres están escritos en el cielo en el libro de la vida: él Alegraos de que vuestros nombres están escritos en los cielos. En aquel momento, se llenó de gozo Jesús en el Espíritu Santo, y dijo: Yo te bendigo, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque has ocultado estas cosas a sabios e inteligentes, y se las has revelado a los pequeños. Sí, Padre pues tal ha sido tu beneplácito. Todo me ha sido entregado por mi Padre y nadie conoce quién es el Hijo sino el Padre; y quién es el Padre sino el Hijo, y aquel a quien el Hijo se lo quiera revelar. Volviéndose a los discípulos, les dijo aparte: ¡Dichosos los ojos que ven lo que veis! Porque os digo que muchos profetas y reyes quisieron ver lo que vosotros veis, pero no lo vieron, y oír lo que vosotros ojos, pero no lo oyeron (Lc_10_20s).
Querido amor, las almas a quienes te agrada darte a conocer mediante el germen de la gracia, con las que te alegras en el gozo del Espíritu Santo, tienen tu permiso para regocijarse ante los dones que les comunicas con tanto gusto: aman al donante y sus dones. Se comportan como una casta paloma que peina las plumas de su cuello a los rayos del sol, complaciéndose, primeramente, en la luz que hace relucir su plumaje, y después en éste, que sirve de materia al sol para producir [752] tan gran diversidad de colores. Se contornea y considera a sí misma, complaciéndose en la belleza que el sol le comunica, sin causar con ello daño al sol o a la luz del que se reconoce deudora de todas sus bellezas. De modo semejante se contemplan las almas enriquecidas por la gracia y elevadas al título de hijas de Dios, el cual se recrea en ellas, y ellas en él Las tres divinas personas que trabajan en esta obra, y que son el principio de esta nueva generación, se complacen en ellas mismas mediante las reflexiones o destellos de un conocimiento y de un gozo inexplicable, que el alma a la que favorecen puede sentir pero no expresar, por tratarse de maravillas inefables.
He aquí la manera en que el alma adquiere la filiación y cómo Dios es fecundo fuera de si mismo, produciendo hijos de la luz y pequeños dioses por medio de la simiente de la gracia. El alma que está en gracia posee también la cualidad de esposa, cuyo matrimonio consuma en la sagrada Eucaristía, en la que se obra la unión de los cuerpos, pudiendo decir con Santa Inés: Ya a su cuerpo está asociado el mío. Matrimonio que no es infecundo ni estéril.
Más tarde supe que el Espíritu Santo se comunica de diversas maneras como infusión, unción, viento, agua, fuego, paloma; en fin, en si mismo.
La infusión se realiza mediante la dulzura que dilata el corazón. Al dulcificarlo, lo libra de cualquier amargura. La unción se lleva a cabo con el óleo sagrado que hace las cosas espirituales fáciles y tranquilas, siendo su contrario el hacernos encontrar pesados y molestos los placeres de los sentidos. El viento sagrado origina los movimientos e inspiraciones que llevan al alma a moverse y obrar libre y alegremente. El fuego es el ardor que la levanta y la aligera, dándole el instinto de tender a su centro, que es Dios. El agua consiste en lágrimas de gozo, compasión y devoción.
El Espíritu se comunica como paloma sagrada, la cual es prolífica, amorosa y celosa de la gloria de Dios. Es fecunda en la conversión de las almas, fecundidad que la lleva a sufrir las aflicciones y trabajos de sus partos sagrados, que hicieron gemir a san Pablo y a los demás santos. La paloma sagrada tiene su cavidad de refugio en las llagas del [753] Salvador; se blanquea y se baña en la leche de su infancia y encuentra su placer en las aguas de la contemplación de la divinidad, admirando en ella la leche de la humanidad. Sin embargo, como el amor nunca está enteramente satisfecho, se da junto con sus dones.
El Espíritu Santo, que es el amor divinamente liberal, se comunica a si mismo y se manifiesta casi sin velos y en la claridad a la que san Pablo dice que no llegaremos antes de pasar por otras claridades, a la que designa como la claridad que procede del Espíritu de Dios: como por el Espíritu del Señor (2Cor_3_18). Esta comunicación del Espíritu Santo contiene en eminencia a todas las demás, pues el Espíritu Santo sirve, él mismo, de óleo, de bálsamo, de viento, de fuego, de agua. Al darse, toma la figura o forma de la paloma; dulcifica, ilumina, da movimiento e inspiración como el viento; fortifica, abraza, otorga la fecundidad y el celo. Hace todo por si mismo, y el alma que lo recibe adhiriéndose fuertemente a él, se hace un mismo espíritu con él.
Es él quien consagra a la persona en la que fija su morada, edificando en ella su templo, en el que irradia luz con sus ilustraciones. La hace cristófora, esposa de Jesucristo y le concede la unción que la hace suavísima en sus delicias. Si es tentada o afligida en espíritu, recibe su consuelo del mismo Paráclito. Es él quien sana sus heridas con su precioso bálsamo, al mismo tiempo que le brinda inspiraciones divinas: El Espíritu sopla donde quiere. Produce en ella el viento de sus tesoros, que la impulsa y anima a las buenas obras, agitándola santamente: En efecto, todos los que son guiados por el espíritu de Dios son hijos de Dios (Rm_8_14). Inflama el corazón con el fuego de su divino amor; concede el fervor y le trae a la memoria palabras del esposo, que dicta a la esposa sagrada según las divinas promesas hechas a los apóstoles: [754] Pero el Paráclito, el Espíritu Santo, que el Padre enviar en mi nombre, os lo enseñar todo y os recordar todo lo que yo os he dicho (Jn_14_26). El Espíritu destila el rocío sagrado sobre el alma, haciendo brotar en ella un río y un manantial que manan hasta la vida eterna y convirtiendo a esposa en piscina de Hebrón. Hace de sus ojos dos arroyuelos benditos de agua que complacen al Padre y al Hijo, quienes, junto con el Espíritu Santo moran en dicha alma: Se detienen a la orilla de corrientes caudalosísimas (Ct_5_12).
Bien conoció David los efectos de este Espíritu de amor al decir: Envía su Espíritu y fluyen las aguas (Sal_104_30). Es él quien en el prójimo a favor de sus aguas y del fuego de la caridad hace fecunda a la esposa del Verbo, llevándola a reproducir a Jesucristo divina que dicho Espíritu sagrado difunde en el corazón de la amada. Mediante su inhabitación, multiplica en ella la gracia, adornándola con su divina belleza. "Su soplo abrillantó los cielos (Jb_26_13), la convierte en un cielo de perfección, fijando sus sagrados dones en el alma a manera de estrellas.
El de entendimiento, en sus pensamientos sublimes y elevados;
El de sabiduría, en sus palabras discretas y caritativas;
El de consejo, en sus designios juiciosos y prudentes;
El de fortaleza, en sus resoluciones y luchas;
El de ciencia, en sus vías iluminadas por sus divinas luces;
El de piedad, en sus afectos y acciones, y en la primacía de su gloria;
El de temor, en sus alegrías, a fin de que no se emancipe de los deberes de una fiel esposa hacia su divino esposo.
El Verbo, al afirmar a sus esposas, hace estables sus cielos y el Espíritu Santo los embellece con las virtudes: Por la palabra del Señor fueron hechos los cielos; por el soplo de su boca toda su mesnada (Sal_33_6).Es éste el Espíritu que el Verbo envía a los suyos, al que el mundo no puede recibir porque no lo conoce. Su nombre es Paráclito porque consuela a la esposa en el transcurso de su peregrinar, particularmente cuando se ve privada de devoción y se queja amorosamente a él de la ausencia de su divino esposo. El endulza las penas de la amada iluminándola y alegrándola con sus rayos y centelleos. [755] Es él quien inclina los cielos de sus amores hasta las potencias de esta alma, que son montañas que humean con oraciones jaculatorias, cuyos vapores suben, como el incienso, directamente al trono divino.
San Esteban, que me viene a la mente siempre que hablo de la gracia, porque estuvo colmado de ella, de fortaleza, de fe y del Espíritu Santo, vio los cielos abiertos y a Jesús a la derecha del divino poder. Elevó su vista por la sublimidad de los rayos del Espíritu Santo, el cual abrió el cielo para que pudiera ver al Hijo a la diestra del Padre, y las dos personas se manifestaron a aquel que estaba colmado de la tercera. No pueden ellas ocultarse cuando el Espíritu Santo las descubre al alma a la que llena de fe y de amor, como a san Esteban. El Espíritu Santo glorifica al Hijo en el cielo y en la tierra. El mismo ablandó las piedras con las que lapidaron a este santo levita, transformándolas en piedras preciosas para revestir y embellecer su corona, dignándose ungirlas con su unción sagrada.
Todas las durezas y contradicciones que la fiel enamorada encuentra en este valle de miserias, son endulzadas y suavizadas por la dulzura de la infusión del Espíritu Santo. David dijo: él Me dilataste en la tribulación y me enseñaste a orar. Esta dilatación del corazón se obró en David cuando invocó al Señor, al cual no es posible implorar ni nombrar sino con la ayuda del Espíritu Santo, según enseña san Pablo.
Si el Verbo Encarnado se hizo hombre, el Espíritu Santo descendió hasta la Virgen y la virtud del Altísimo la abrigó a su sombra. Jesucristo no fue al desierto para orar sin que el Espíritu Santo lo impulsara y condujera hasta él. Los evangelistas explican este hecho de diversa manera: san Marcos dice que, en cuanto la voz del cielo hubo declarado que aquél era el Hijo amado; en quién el divino Padre tenía sus complacencias desde la eternidad, A continuación el Espíritu le empuja al desierto (Mc_1_12). Jesús lleno del Espíritu Santo, se volvió del Jordán y era conducido por el Espíritu en el desierto (Lc_4_1), y san Mateo dijo: Bautizado Jesús, salió luego del agua; y en esto se abrieron los cielos y vio al Espíritu de Dios que bajaba en forma [756] de paloma y venía sobre él .Y una voz que salía de los cielos decía: "Este es mi Hijo amado, en quien me complazco. Entonces Jesús fue llevado por el Espíritu al desierto para ser tentado por el diablo (Mt_3_16s); (Mt_4_1).
El Espíritu Santo deseaba ser espectador, si puedo referirme así al Espíritu inmenso que está en todas partes de la victoria del Salvador contra Satán. Después de sus ayunos y oraciones, el demonio, vencido, se retiró confuso. Los ángeles acudieron para servir al vencedor, llevándole manjares angélicamente preparados por orden expresa del Espíritu Santo, el cual gozaba divinamente al contemplar al que había triunfado de las argucias del demonio y de sus tentaciones, mereciendo con ello ser divinamente alabado por las victorias que había ganado sobre el mundo, la carne y el demonio, que fueron los tres enemigos a los que venció en tres clases de tentaciones, de las que salió invicto para darnos confianza.
El Espíritu Santo es el espectador de los combates que las almas fieles sostienen contra sus diversos enemigos, acudiendo en auxilio de la debilidad de la criatura y fortaleciéndola con su deliciosa presencia. Es él quien da testimonio en su corazón de la semilla de la gracia que en él sembró, la cual no es recibida en vano al caer en la tierra fértil de un corazón bueno. Allí fructifica en paciencia, rindiendo el céntuplo ya desde esta vida, en espera de que redunde en gloria al llegar al término.
El germen de la gracia en esta vida se designa como la gloria comenzada, y en la otra, la gracia consumada: Mas la gloria, el honor y la paz serán para todo aquel que obra bien (Rm_2_10). Señor de los ejércitos, dichoso el hombre que confía en ti (Sal_84_13).
Capítulo 130 - Las luces de san Lucas estuvieron en bella armonía con las claridades de san Juan, por haber transformado el Espíritu Santo al buey en querubín. Mi espíritu fue elevado en esta contemplación.
[759] El día de san Lucas, al despertarme, vi un pintor vestido de azul celeste que trabajaba ante una mesa de espera. No hice mayor caso de ello, pero después de la comunión, Dios me dio entender que se trataba de san Lucas, al cual pedí pintara en mi corazón la imagen de mi esposo y la de su santa madre, presentándome a él como una tela en blanco; y que sabía mejor que yo en qué disposición necesitaba estar para recibir en mí estos divinos, adorables y admirables retratos, según los designios del Hijo y de la madre, a los que mi espíritu se conformaba.
Fue este santo evangelista quien nos manifestó el misterio de la encarnación, y el que habló dignamente del sacerdocio de Jesucristo. Su alma fue elevada a la consideración de las perfecciones de los sacerdotes de la ley de gracia, los cuales no se casan. Esto se debe, en primer lugar, a que son la porción de Dios, y Dios la suya. Comprendí que es más conveniente que no tengan mujer para dedicarse al servicio divino con más libertad, y que las criaturas no deben tener parte en sus afectos.
Los levitas renunciaron a su familia siguiendo el consejo de Moisés, el cual dijo en su testamento: Tú no tendrás heredad ninguna en su tierra; no habrá porción para ti entre ellos. Yo soy tu porción para ti entre ellos. Yo soy tú porción y tu heredad entre los israelitas
(Nm_18_1). Ellos deben estar unidos a Dios como sugiere [760] el nombre de Leví, que significa el que copula, debiendo rechazar toda clase de afectos que puedan distraerlos de la unión que deben tener con Dios, pues el que ama alguna cosa al mismo tiempo que a Dios, ama menos a Dios.
Los sacerdotes son los ángeles de la tierra; deben, por tanto, imitar la pureza de los del cielo. El sacerdocio fue instituido después del sacramento del cuerpo de Jesucristo. En cuanto sacerdocio cristiano fue instituido para consagrar, tomar en las manos y ofrecer el cuerpo de Nuestro Señor en holocausto.
Es menester que los sacerdotes sean puros para una función tan pura. El sacerdocio levítico fue figura del de la ley de gracia. Jesucristo fue representado por Aarón, porque debía verter la sangre, no de animales, sino la suya propia y subir al santuario por su misma sangre para satisfacer a la justicia divina y lavarnos de nuestros crímenes. Los sacrificios antiguos sólo eran aceptados en virtud del que ofrecería el Salvador, que es, además, sacerdote según el orden de Melquisedec.
San Lucas, al tratar del sacerdocio del Señor, es simbolizado por el toro; san Juan, en cambio, es figurado por el águila, por haber manifestado las luces de la divinidad. San Lucas, sin embargo, se eleva en ocasiones hasta la divinidad. San Mateo y tienen, parece ser, un orden diferente que demuestra que diversas vías llegan a una misma meta, a un mismo fin, al ser dirigidas por un mismo espíritu, que es único en si mismo y pluralista en sus inspiraciones. A partir de san José, san Lucas sube hasta Dios. San Mateo, en cambio, desciende desde Dios hasta san José al describir la genealogía del Salvador.
Al considerar las grandes luces de este evangelista, comprendí que el toro y el águila van unidos en el carro de Ezequiel por un gran misterio; y, para mostrar la gran claridad con que el toro percibió las divinas luces, fue transformado en querubín, según el texto del décimo capítulo de Ezequiel: Cada uno tenía cuatro caras y cuatro alas, y bajo sus alas formas de manos humanas. En cuanto a la forma de sus caras, tenían la apariencia de las caras que yo había visto junto al río Kebar (Ez_10_21s).
Cuando contemplo a san Lucas y a san Juan, tengo motivo para admirar la divina sabiduría que nos instruye en los misterios de [761] la humanidad y de la divinidad a través de estos dos escribientes. San Lucas comienza con el padre y la madre de san Juan, señalando de qué tribus provenían. Menciona su esterilidad, que serviría de ocasión a la bondad divina para concederles la bendición de un hijo que vendría a preparar los caminos del Hijo único al que su Padre eterno engendra desde la eternidad, el cual deseaba tomar un cuerpo en las entrañas de una Virgen, haciéndose hijo suyo en la plenitud de los tiempos.
A semejanza del águila, san Juan fija tenazmente su vista en el sol, y al mirarlo fijamente en su fuente exclama: En el principio existía el Verbo y el Verbo estaba con Dios, y el Verbo era Dios (Jn_1_1), como si iniciara su evangelio en el punto en que san Lucas termina el suyo, cuando nos dice que el Verbo Encarnado, después de haber bendecido a sus discípulos, ascendió al cielo hasta el seno paterno, donde san Juan lo contempló desde su eternidad, trayéndolo hasta nosotros de manera admirabilísima, diciendo que habitó con nosotros en la tierra, tomando nuestra carne para hacerse inseparable de nosotros y para darnos a contemplar su gloria, la cual recibe del Padre como Hijo único, lleno de gracia y de verdad.
Juan dice en una palabra lo que Lucas dijo en varias para manifestarnos la encarnación del Verbo. San Lucas y san Juan van unidos y llevan la dirección, mediante la pluma, del carro de la gloria de Dios, que es el Verbo Encarnado. Están uncidos místicamente a dicho carro, lo mismo que san Mateo y san Marcos; y a una, los cuatro marchan y vuelan según la moción y mandatos del Espíritu Santo, que es el Espíritu de vida que mueve dicho carro y a sus conductores. También sus ruedas son movidas o llevadas por la impetuosidad del mismo Espíritu, que alienta siempre con su vida para vivificar a esos animales, haciendo que obren según su voluntad.
Mi alma, sintiendo un deleite grandísimo, ensalzó en todo al Espíritu; pero para no apartarse de la vista de Lucas, mi querubín, admiró la unión que existía entre él y san Juan, y cómo dicho buey fue cambiado en querubín, ya que los querubines son clarividentes en medio de las luces, y las águilas contemplan fijamente al sol. Me fue posible penetrar sus admirables claridades en la medida en que el Espíritu que ensalzó a este santo evangelista me lo permitió, lo cual fue a mayor altura de mis merecimientos.
Descendí en cuanto dispuso que bajara mi vista, pensando que, después de haber [762] volado gracias a la contemplación, era necesario avanzar en la acción por medio de obras de rectitud, pues las piernas de dichos animales eran rectas y ocultaban las manos bajo sus alas, lo cual fue para mí una señal de las buenas obras que la persona que va por el camino debe llevar a cabo en santidad, después de haber contemplado cosas tan sublimes.
Como esta vida está hecha para obrar, y el Verbo Encarnado dijo que era necesario trabajar para nuestra salvación mientras brillara para nosotros la luz del día de su gracia, porque en la noche de la muerte nadie es capaz de merecer, fui exhortada a trabajar en mi salvación con el auxilio de la gracia, en temor y confianza, pidiendo a este santo evangelista, que llevaba siempre en su cuerpo los dolores de Jesucristo, me obtuviera los frutos de su pasión, y que muriese a mí misma para vivir de la vida de mi divino Salvador
Capítulo 131 - Gloria y comunión de los santos en Jesucristo mediador y Santo de los santos. Favores que recibí.
[763] La víspera de todos los santos, al disponerme y prepararme a la solemnidad del día siguiente, consideraba el amor que el Salvador tenía a sus hermanos y comprendí que, con justa razón fue llamado Filadelfo, es decir, el que ama a sus hermanos, y que él era el primer nacido de muchos hermanos, a los que amó más que Moisés a los hebreos, el cual quiso ser borrado del libro de la vida por causa de ellos. Los ama más que Esther, la cual puso su vida en peligro por la salvación de su pueblo; los ama más que Judith, que había decidido, para liberar a Betulia, cortar la cabeza de Holofernes, sin miedo al peligro que corrían su vida y su honor.
El amor del divino Filadelfo alentó en mi alma una gran confianza, al ver que el Dios de bondad me había favorecido al concederme el amor y el celo por la salvación de mis hermanos y hermanas; amor que me movía a emprender el establecimiento de esta nueva Orden, para recibir en ella a tantas almas que estaban y siguen estando cautivas del Egipto del mundo, librándolas de su tiranía. Me afligía mucho ante la pérdida de las que, después de haberse consagrado al Verbo Encarnado en su casa, traicionaban su gloria a causa de una gran tibieza, abandonando su primera intención con tanta ingratitud.
Animada de gran confianza, pedí a mi divino amor el poder participar en el gozo y solemnidad de los santos. Escuché: He aquí que viene el Señor, y con él millares de santos. He aquí que el Señor aparecer sobre una blanca nube. Esto me sumergió en un renovado júbilo, alegrándome con los santos, quienes gozan de la visión de mi [764] amado. El divino Hermano que ama a sus hermanos, lleno de bondad y celestial cortesía, me dijo: Helo aquí que ya viene, saltando por los montes, brincando por los collados (Ct_2_8). Ante estas palabras, mi corazón se abrasó con un gran deseo de verlo y recibirlo. Con estos santos pensamientos, me acerqué a la comunión, encomendando el establecimiento del Verbo Encarnado a él mismo, que es su primer autor. Vertí un torrente de lágrimas deliciosísimas, abandonándome enteramente a su divina providencia y representándole amorosamente cómo este designio de su gloria, que me había ordenado emprender, parecía haberse retrasado cuando se le suponía a punto de alcanzar su establecimiento definitivo, diciéndole:
Bien ves, divino amor mío, que casi todas mis hijas están afligidas y cómo la mayor parte ha flaqueado en sus resoluciones. Mi divino amor me consoló, haciéndome saber que la divina sabiduría permitía con frecuencia un desorden para sacar de él un orden y hacer de la confusión de la criatura el establecimiento de su gloria, humillándola con el conocimiento de sus debilidades, para exaltarla en la esperanza de su fuerza divina.
Su sabiduría obra como la mujer que revisar toda la casa para encontrar la dracma perdida. Podría parecer una locura el abandonar todo un rebaño a merced de los lobos para correr tras una oveja vagabunda, si su sabiduría no supiera que su poder cuida el rebaño para que su bondad salga en busca de la extraviada.
Hija, no te aflijas ante estas confusiones o inquietudes aparentes, que contribuirán al cumplimiento de los designios de mi providencia. Te convertirás en otra Esther, la cual salvó y libró a su pueblo cuando creía estar enteramente perdido.
Pasé todo ese día en pensamientos parecidos y presa de grandes deseos de contemplar a mi amado en compañía de sus santos, el cual debía venir a mí acompañado de su corte celestial y triunfante. Todos los santos hubieran podido decirme: Al fin aparecerá y no fallará. Espera al que está cerca; vendrá y no tardará: El desea probar tu constancia y perseverancia en el deseo de su venida. Es verdad que la esperanza diferida aflige al alma, y que puedes decir con David que deseas su venida como el ciervo perseguido desea las fuentes; si eres una cierva herida, [765] él será tu bálsamo; si estás sedienta de este Dios que es fuente de vida y torrente de delicias, él te embriagará y fortificará. Si te despojas de todo lo creado por su amor, y de todo deseo inútil, no deseando sino a Dios con tu corazón, él conceder tu deseo, pues los anhelos sagrados de un alma que está despojada a tal grado, no perecen. Deléitate en este Señor que es tu solo amor, y él hará realidad la petición de tu corazón. El será el Dios de tu corazón y tu porción en el tiempo y en la eternidad.
El día siguiente, al despertar, pregunté a todos los santos: ¿Dónde está el que viene saltando por los montes? Después de la comunión, repetí amorosamente a todos ellos las mismas palabras. Repentinamente, me sentí llena de confianza, de amor y de alegría, comprendiendo que con todo el amor de su divinidad y su entrañable misericordia, por un exceso de su caridad infinita y sin salir del seno paterno.
Parecía efectuar una salida amorosa, viniendo a mí con una admirable impetuosidad. Era como si su ardiente amor lo arrancara de la fuente de su ser y del seno de su Padre, según nuestra manera de pensar: que sale por los montes. Las tres divinas personas salen, permítaseme la expresión, fuera de ellas mismas por medio del Verbo, en quien y por el cual todo ha sido creado, y por él fueron hechas todas las cosas: y sin él no se ha hecho cosa alguna (Jn_1_3).
Este estremecimiento significó para mí el gozo de las tres divinas personas en la unidad de su esencia, gozo que acompaña al Hijo en sus salidas y en su venida al alma. Fui altamente elevada en la contemplación de las divinas perfecciones del Salvador. Vi, en un instante, grandes maravillas encerradas en la palabra este (iste), las cuales no podía explicar, por parecerme inefables. No podía sufrirme a mí misma, al verme tan incapaz de manifestar visiones tan sublimes. Me sentía, sin embargo, urgida a decir lo que Dios revelaba a mi alma. Lo deseaba, pero temía dañar la majestad del Verbo al expresar, con mis palabras [766] tan poco significativas y expresivas, los conocimientos y sentimientos que veía y sentía en esta divina luz.
Admiraba al que me era representado por la amable palabra (iste), que es el Verbo Eternal, el divino Hijo en quien el Padre encuentra sus complacencias desde la eternidad, por ser figura de sustancia e imagen de su bondad, a la que los ángeles desean contemplar incesantemente.
El Espíritu Santo se deleita en mirarla y contemplarla amorosamente, por ser su principio en cuanto Verbo, y obra suya en cuanto hombre. Constituye, por tanto, las delicias del Padre, del Espíritu Santo y de la Virgen, la cual dijo que su alma se alegraba en su divino Salvador, que es cabeza de los ángeles y de los santos. Es el Dios poderoso y Señor de los ejércitos que combate para conquistar el imperio que le pertenece en razón de tantos títulos, y para dar al alma la virtud, no para recibirla de ella.
En medio de una infinidad de maravillas que Dios me descubrió, me dijo que deseaba enseñarme las dos principales: la primera es la unidad que las divinas personas poseen por su esencia, la cual es indivisible a pesar de la distinción de soportes, y la comunión de los santos en esta unidad, junto con la dependencia de toda la creación, que está sujeta al Verbo y a la Trinidad entera.
Comprendí que el Padre era el principio y origen del Verbo, y que el Verbo es el principio de todas las criaturas; y cómo este divino Padre ha dado en pertenencia, mediante una comunicación libérrima, que no le causa disminución alguna, todo su ser, todos sus tesoros y todos sus bienes al Hijo. Fue voluntad suya que por él todo haya y siga siendo creado, rescatado, santificado, beatificado y condenado. El Padre es el ser de todo ente por haber comunicado su ser y su esencia al Hijo, que es, como dije antes, el principio y esencia de todos los seres que de él provienen.
Nació de su Padre por generación eterna. Nació de la Virgen y del Espíritu Santo por la temporal. Por la primera, es origen de todos los seres creados; por la segunda, es el principio de toda santificación y de la gloria de los santos. Vi cómo la Sma. Trinidad obraba fuera de si como principio enteramente único, sin esfuerzo y sin menoscabo. Vi que la divinidad es una fuente inagotable, y que las criaturas son obras de este gran artesano, efectos de este principio, irradiaciones de este sol, ríos de esta fuente y extractos y copias de este original.
[767] Vea cómo, mediante un sagrado retorno, todo se relaciona o vuelve a dicho principio, y que los santos sólo poseen la gloria en esta unidad, a la que se unen mediante el conocimiento y amor beatífico que, separándolos de ellos mismos, los arroja en Dios, uniéndolos a él y entre si. En esto consiste la maravilla de la comunión de los santos: el rayo se presta a iluminar el aire como una mediación que no se separa de su sol. Los santos, que consideran tener una más esencial y necesaria dependencia de Dios que el rayo de su sol, se complacen en sus bellezas, en las gracias recibidas, y en la gloria que se les da en un medio que no determinan por sí mismos ni en ellos mismos, sino que se remontan hasta Dios, su principio y su fin, en cuya unidad se detienen todos como líneas que van al mismo centro, o rayos que vuelven al cuerpo del sol, al que están inseparablemente adheridos y con el que producen una y única luz.
El agua que es recibida en un recipiente de oro desearía más morar en su fuente que caer en un rico metal. Al brotar fuera de su fuente, los santos tendrían en nada todos los dones y gracias, a pesar de su riqueza, si no los refirieran a su principio y no hicieran en él la comunión o la comunidad de bienes, poseyéndolos en él y no poseyéndose a sí mismos sino en su Dios, que es su porción y eterna heredad, en el que se contemplan y sienten subsistir como en el principio y fin de su ser, así como de las criaturas a las que poseen sólo en él. Los condenados gimen porque son como arroyos de agua separados del manantial de bondad a causa de su malicia. Ellos mismos se privaron de su fin.
El Verbo no desearía el ser si, por una total imposibilidad, pudiera verse separado de su Padre. Por ello dijo con tanta frecuencia: Yo estoy en el Padre, y el Padre está en mí. Yo vivo en el Padre. No puede vivir ni existir sino por su Padre. ¡Cuan admirable es esta [768] comunión; mejor dicho, unidad del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo en una esencia, y esta comunión de los santos en la unidad divina! El Dios de amor me mostró esta unidad tan sublime y santa, que es del todo imposible poder explicar en el mundo en el que vivo.
Mi divino amor, que tiene su reino en esta comunión de los santos, me ayudó a comprender que yo era su reino, y que ésta era la segunda maravilla que me enseñaba, acariciándome con mil muestras de amor, como queriendo demostrar su apasionamiento hacia mí. Me dijo que deseaba descubrirme un secreto, que consistía en que él era el rey del amor, y que por ello se apareció a san Juan ceñido con un cinto de oro bajo las tetillas, es decir, una corona de oro sobre el corazón, porque es el enamorado de los corazones y el corazón de los enamorados. El es la dilección y la complacencia del Padre, que se deleita en él y le ama como a su Hijo único, con el que produce al Espíritu Santo, que es el amor personal.
Dicho Hijo es el amor del Espíritu Santo, quien lo ama por ser su principio junto con el Padre. El es el amor de si mismo, porque es su propio fin; es el amor de todas las criaturas, que están todas relacionadas al Verbo como a su idea y principio; es el amor de su humanidad que subsiste en él, y el amor de la Virgen, de la que es único hijo de amor.
Me dijo además que hay tres clases o formas de reinar: por sabiduría, por poder y por amor, y que él reina de estas tres maneras. La sabiduría es simbolizada por la corona que ciñe su cabeza; sabiduría que reside en la incomprensibilidad de sus juicios y de sus caminos. El poder, en su reinado, está significado por las palabras que grabó en su muslo y vestiduras: Rey de Reyes, que al estar inscrita en esa parte representa la generación, por haberla comunicado a su humanidad. No combate únicamente con las armas de su divinidad, sino también con la debilidad de su carne, para abatir el orgullo y quebrantar bajo sus pies la presunción de las potencias creadas.
A través de las lágrimas y sufrimientos de su humanidad, prevaleció en contra del poder armado de la cólera de su Padre, moviéndolo a inclinarse al perdón. [769] La corona de amor corona el corazón. El amor reside en el corazón, que es un órgano escondido y no visible como la cabeza y el muslo, porque el amor se complace en permanecer oculto a todos, con excepción del objeto amado, al que no puede disimular su afecto, y en cuya presencia recurre a todos los medios para hacerse notar.
El Verbo Encarnado, Cristo Jesús, es Rey de amor porque todos los designios, todos los juicios de su sabiduría y todos los efectos de su poder, están destinados a servir a su amor. Es Rey de amor porque hace todo libre, voluntariamente y por amor. Nadie puede tomar por sorpresa su sabiduría, ni contradecir su poder para obligarlo a obrar en contra de sus designios de amor. Por ello no existe rey alguno que, como él, lleve la corona de oro sobre el corazón. Los reyes poseen gran cantidad de cofres, pero carecen de pechos. Sólo existe este corazón, del todo bueno, que amerita portar la diadema, es decir, el circulo de oro del cinturón que oprime sus pechos divinos, haciendo brotar de ellos la leche, en tanto que otros reyes se enriquecen a costa de sus súbditos, con los bienes de su sustancia, de su sudor y de su trabajo.
Es ésta la ley de los reinos de la tierra, que Samuel explicó a los hebreos cuando pidieron tener un rey como el resto de los pueblos, queriendo con ello sustraerse al cetro y gobierno de Dios. Este círculo de oro estruja la cólera divina, que desbordaría como un torrente en el ejercicio de su justicia; pues no hay cólera más temible que la del amor excitado por los celos. A esto se añaden los gemidos de la creación ante la inmensa paciencia de Dios, que tolera las culpas de las personas rebeldes, con lo que parecen excitarlo al furor; pero el círculo sagrado de su amor detiene el curso y las mociones de su justa cólera.
Es tanta la compasión del Salvador hacia las miserias a las que se arrojan desconsideradamente los pecadores, que por su causa tiene el corazón lastimado desde el tiempo del diluvio: y penetrado su corazón de un íntimo dolor (Gn_6_6). Moriría de pesadumbre si, como murió y [770] sintió las heridas en su humanidad, pudiera también sentirlas en su divinidad. Tiene necesidad de un círculo que alivie y sostenga su amante corazón. Desataría una infinidad de delicias sobre los bienaventurados y los ahogaría dulcemente en su amor, si no estuviera prudentemente contenido por dicho círculo divino dentro de su inmensidad. No es enteramente el rey del amor, porque su amor se encuentra hasta en los infiernos, donde impide que su Padre castigue según la con dignidad o mérito de la ofensa. Se hizo hombre mortal y murió por los hombres a fin de que los pecadores no cayeran en manos de un Dios vivo, sino de un Dios humanizado, que en su humanidad fuera capaz de sentimientos de ternura.
Es muy cierto que es rey poderoso, porque castiga eternamente, si bien es cierto que el amor mitigó en gran parte el rigor que la justicia hubiera ejercido. Pude ver cómo, en los infiernos, la divina justicia castiga pero modera sus rigores. Contemplé en el cielo a los que fueron asesinados en la tierra, esperando que se completara el número de sus hermanos, para recibir la segunda estrella y la segunda túnica de gloria, los cuales clamaban venganza al Padre eterno, en tanto que el rey de amor, que ama a sus hermanos, aplaca a su Padre, inmolándose a diario sobre nuestros altares. Por ser rey de amor, se inclina, por misericordia, a conceder gracia a quienes lo han ofendido, pero la justicia exige sus derechos, que los justos tratan de respetar.
David amaba a sus hermanos, y dicho amor lo movió a desear visitarlos, visita que lo obligó a aceptar el duelo en contra de Goliat y le abrió el camino hacia la realeza. Amó a Jonatán y éste a él, razón por la cual le regaló su ropa y sus armas. Nuestro rey de amor ha combatido a nuestros enemigos por amor y nos ha revestido de sí mismo. La llave de David consiste en el amor y la confianza. La condición para poseer esta llave es que, sabiendo que Dios nos ama, permanezcamos fieles a él. David era amado de Dios; por ello, subió al trono bajo la guía de su providencia y fue moldeado [771] según el corazón de Dios, para que hablara según su sentir: He hallado en David un hombre según mi corazón (Sal_89_20).
David era fiel a aquel que lo amaba, y al que amaba tan tiernamente, no apartándose jamás de ninguna de sus voluntades. Que hace todas mis voluntades (Sal_143_10). La fidelidad y el amor de Jesús, tanto activo como pasivo, engendra la confianza, que es la llave de David que puede abrirlo todo como ya dije antes.
Escuché y aprendí que el amor que me acariciaba con tantas muestras de ternura me había abierto su corazón, entregándome en él la llave. Su bondad me confirmó este don, asegurándome que mis imperfecciones, infidelidades y pecados no habían podido cerrarlo, y que mi confianza me introducía en las entrañas de su clemencia, las cuales me recibían y unían a ellas según los deseos de san Pablo.
Al contemplar a mi divino amado bajo la figura en que su predilecto lo describe en el primer capitulo de su Apocalipsis, no podía ver en él sino amor. Sus ojos, todos de llamas, brillaban de esplendor como dos soles que suspendían y arrebataban mi entendimiento. Sus pies, semejantes a bronce fino, son para nosotros expresión de la constancia de sus ardientes afectos. Sus cabellos blancos representan la antigüedad o eternidad de su amor; la lana, su dulzura; la túnica que baja hasta los talones, su perseverancia; la voz semejante al murmullo de las aguas, su elocuencia porque el amor sabe hablar y es persuasivo al expresar sus deseos.
Camina en medio de candeleros de oro, que figuran las luces y riquezas que comunica a sus amados. La espada de dos filos que sale de su boca, con la que comúnmente se explica su justicia, no es signo de amor: su verdadero significado es que el Verbo es un escudero tajante que da a cada uno su parte, o merecido. El distribuye la gloria del Padre sin dependencia ni superioridad: por sí mismo y por Espíritu Santo, a los ángeles y a los santos por ser su cabeza, dando además el ser a todas las criaturas. El Padre no tiene otra porción sino a este Hijo, en el que posee su esencia, misma que encuentra en todas las criaturas, porque todas están hechas a imagen de esta imagen suya. En el orden levítico, hubo un Aarón que representó al Hijo.
[772] El Espíritu Santo no posee nada mejor, aparte de lo que le es esencial con las dos divinas personas, que este Hombre-Dios, estableciendo esta relación con el soporte del Verbo y su humanidad. Por haber sido constituido juez, es él quien distribuye la pena entre los condenados. En dicha repartición, no deja de tomar en cuenta su amor, el cual es misericordioso y ordena por ello menos castigos: a quienes los merecen a veinte grados, se los rebaja a diez, pero sin dejar de castigarlos en la extensión de su eternidad, debido a que lo hubieran ofendido eternamente al seguir en camino durante toda una eternidad, y a que ofenden al que es Eterno.
Todas estas maravillas me fueron explicadas con tanto amor, y con palabras tan tiernas, que no me atrevería a manifestarlo todo. Como mi corazón no podía soportar más estas dulzuras y mi entendimiento, abismado en estas luces, dejaba mi cuerpo desfallecido, los santos me rodearon para fortalecerme, a semejanza de las flores de suavísimo aroma del jardín donde se deleita mi real y divino esposo, alegrándose y regocijándose conmigo porque mi admirable esposo, todo floreciente de gracias y deslumbrante de gloria, había venido hasta mí desde las montañas eternas del seno paterno, movido por el Espíritu que lo produjo junto con el divino Padre: Sale a los montes, retoza por los collados (Ct_2_8).
Al rebasar a los ángeles para elevarme en su compañía, y llevarme por sí y en sí más allá de los espíritus que son todo fuego, retornó a su Padre para ofrecerme como su reino, diciéndome que no tuviera temor alguno, porque en su condición de rey de amor era tan poderoso como adorable y deseable. Añadió que él era el esperado de las colinas eternas; que los ángeles desearían incesantemente ver su rostro, y que el reino de amor sufría violencia, pero violencia agradable.
Todos aquellos que son urgidos y sienten sus llamas, se complacen en ellas y las aceptan. Insistió en que redoblara mi valor; que podía llevarlo conmigo, y me elevó por encima de mí misma con la fuerza de la gracia que abre las puertas de la gloria a las almas generosas. Los santos que, al estar en la tierra, vencieron reinos a través de su fe, me dijeron que habían adquirido el celestial, que me era ofrecido por la caridad.
[773] Mientras duraron las acogidas, las exhortaciones y las demostraciones de alegría de todos los santos para atraerme a su compañía, permanecí sumergida en una grande confusión, causada por la consideración y el claro conocimiento de mis imperfecciones. Entonces mi divino esposo, intensificando sus caricias, preguntó a sus santos qué nombre podría dárseme. Movido por la fuerza de su amor, exclamó: ¿Es menester llamarla milagro de amor? El mismo quiso darme este nombre, pronunciándolo con tanta gracia, dulzura y benignidad, que la misma gracia se difundió en sus labios coralinos, los cuales se tornaron en un listón que me enlazó a su corazón divino, coloreando mis mejillas con un virginal rubor.
Comprendí, por este nombre de gracia, que se me había dado gracias a un don sobrenatural relacionado con el milagro que Dios obraba en mí. Dicho nombre era para mí un motivo de humildad, que me recordaría que estaba yo más obligada con su divina caridad que cualquier otra criatura, y que debía amarlo más que todas. Estos humildes sentimientos, que eran tan justos como reales, parecían presionar su corazón a decirme: Mi toda mía, ¿me amas más que todos los que están en mi compañía para congratularse ante el amor que tengo hacia ti? "Señor, tú sabes que te amo, y que debo amarte por encima de todos, por que estoy obligada a amarte más que nadie. Me mandaste apacentar tus ovejas en tu prado, concediéndome abundancia de bendiciones, que comparto con ellas y les doy en posesión, por tratarse de una gracia que me concedes para que a mi vez la comparta. No quiero contristarme si me preguntas varias veces si te amo. Conoces muy bien mi fragilidad, y que hago el mal que aborrezco y no el bien que quisiera.
Deseo amarte con un amor perfectísimo y ser crucificada contigo, para glorificarte mediante mi vida y mi muerte tanto en la gloria como en el desprecio. Comprendo bien tu enigma al llamarme "milagro de amor": con él me das a conocer mis debilidades, que todo cuanto hay en mí no procede de mí, y que nada puedo hacer por la gracia ordinaria que mueve a las almas que son fieles a obrar por su medio. Para mí es necesaria una extraordinaria, que se apoye [774] en el milagro que el amor se complace en hacer. Con todo derecho me llamas "milagro de amor pero eres tú quien me da este nombre, permitiéndome ser lo que dices. Tus palabras son eficaces. Que en ellas te sea dada la gloria en el tiempo y en la eternidad.
Capítulo 132 - Diversos caminos por los que Dios conduce a las almas. Varias puertas en la humanidad del Salvador, que permanecen abiertas, y los muy amados a través de ellas pasan en medio de delicias inenarrables.
[775] Me puse en oración admirando la bondad y justicia del Salvador de los hombres en los caminos que les propone. Todos son santos, por tratarse de sendas de vida tan seguras como las leyes inmaculadas para las almas que las observan fielmente, amándolas como lo hizo David, el hombre según el corazón de Dios. Comprendí que él se complace en guiar a ciertas almas por las dulzuras sensibles de su humanidad, hasta llegar a los conocimientos y gozos más íntimos de la divinidad, según su promesa de grabar un signo en la mano de los israelitas: y habrá una señal en tu mano (Ex_13_9). Me dio a entender que me había entregado su estandarte, y que podía yo ser llamada su portabandera, puesto que ostentaba el signo de amor y de esposa. Añadió que tenía yo siempre un monumento y un memorial delante de mis ojos, contemplando en todo momento a este divino Salvador al nacer, al crecer, al ser crucificado, al ser sepultado, al resucitar o al presentarse él mismo a mi entendimiento, añadiendo que era para mí un signo del bien que confundiría a mis enemigos, y que él mismo había puesto su ley en mis labios: El Señor puso su ley en tu boca (Pr_31_26). Expresó el deseo de que la llevara en mi mano, para contemplarla y observarla.
Por tratarse de una ley de amor, debía permanecer en mi corazón, el cual debía amarla con una dilección perfecta y una amorosa dilatación acompañada de un deleite pacífico, pues el alma que ama esta ley inmaculada recibe abundancia de paz. Dicha ley, es como la nube que iluminaba a los hebreos, en tanto que las tinieblas cegaban y sembraban la confusión entre los egipcios. La misma ley condujo amorosamente a los unos y rigurosamente a los otros. Los buenos hacen de ella sus delicias, y los malos la miran como la sentencia que los condena a los suplicios.
[776] Por su mediación, los buenos se acercan al Padre y al Hijo en el amor del Espíritu Santo, cuyos dones aprovechan; en tanto que los malos lo contristan cuando mora en ellos, resistiendo a sus designios y haciéndose indignos de su inhabitación a causa de los pecados que cometen contra sus inspiraciones, que conocen pero que, por malignidad más que por debilidad, no desean seguir. Tampoco desean a las gracias que les ofrece; si las reciben, es en vano ya que con su frialdad apagan el fuego que su bondad desearía encender en su corazón. Obran como aquellos a los que se dirigió san Esteban: Hombres de dura cerviz, y de corazón y oído incircuncisos, vosotros resistís siempre al Espíritu Santo (He_7_51). Endurecen sus corazones a la voz del Espíritu Santo, que los invita a convertirse.
El Salvador dijo en su pasión que él era el camino, la verdad y la vida; camino que los judíos no quisieron seguir; verdad que no comprendieron y vida que rechazaron dando muerte al que venía a dar la vida con abundancia y a ser la puerta que nos introduciría hasta su Padre.
Al admirar lo que canta la Iglesia el martes de Pascua: Ábrete, puerta, etc., comprendí que el Verbo Encarnado abrió diversas puertas: la de su cabeza, de la que procede la sabiduría; la de su corazón sagrado, del que emana la gracia; la de sus pies sagrados, de la que mana el amor y que son los tubos o canales por cuyo medio nos comunica sus afectos.
Estas puertas adorables permanecen abiertas a los sabios, a los que aman y a los afligidos. Los torrentes de la divina bondad fluyen de todas estas fuentes de benignidad, pero sus puertas están abiertas ante todo a las almas despojadas de todo lo que es caduco y perecedero, y que desean, con el Apóstol, las cosas de lo alto y no las de la tierra: Ahora bien, si habéis resucitado con Cristo, buscad las cosas que son de arriba, donde Cristo está sentado a la diestra de Dios; saboread las cosas del cielo, no las de la tierra (Col_3_1s).
Su preciosa cabeza corona de gloria a sus dichosos enamorados, cuyos corazones son colmados de alegría al participar del gozo de su amor resucitado, que les abre la entrada por estas puertas de justicia, habiéndolos justificado previamente con su sangre. Las almas ensalzadas de este modo confiesan sus bondades y sus misericordias, mismas que invocan para las almas que están en el purgatorio. El, el divino Salvador se inclina hacia este lugar y penetra las partes inferiores de la tierra, [777] consolando a dichas almas, que esperan en él; disminuyendo sus penas, abreviando los días por caritativa compasión y enviándoles luces para iluminarlas y aliviarlas en esas moradas, que son sombras de muerte.
Sus llagas son montañas luminosas: Iluminas admirablemente desde los montes eternos, que alegraron a los padres que sufrieron en el limbo tan larga espera, los cuales prorrumpieron en gritos de júbilo en cuanto percibieron el alma del Salvador, diciendo que su luz había llegado. Cuando las almas del purgatorio son visitadas por el Salvador, proclaman a voz en cuello: "He aquí a nuestro Redentor, que nos hace participar de su cuello: gloria. Habiéndonos sacado de las prisiones de su justicia, nos abre las puertas de la nueva Jerusalén, dándonos entrada en ella gracias a su caridad Puertas del cielo que no se cierran ni de día ni de noche, porque todos los elegidos, que son los bienaventurados, piden la llegada de sus hermanos que se encuentran aún en la noche de esta vida. A través de estas puertas, les procuran la gracia.
Pidamos con reverencia y confianza al divino Padre los dones del Espíritu Santo por los méritos del Hijo, que muestra sus amorosas inclinaciones por la abertura de sus llagas, causadas por el amor. Son éstas puertas de salvación por las que pasan con alegría las almas justificadas, gozando de delicias que pueden sentir, pero no expresar.
Capítulo 133 - Mi divino Amor me previno con sus caricias y su santo Espíritu se hizo mi escudo, a fin de que no sintiera aflicción alguna ante el rechazo de Su Eminencia. Su divina bondad me colmó de delicias. Diciembre de 1634
[779] Mi divino amor, previniéndome con sus dulzuras e intensificando sus divinas caricias, me advirtió que no me afligiera ante la oposición de su Eminencia al establecimiento de su orden. Mi alma se vio colmada de gozo en tanto que el Padre Milieu se dirigía al arzobispado para presentar la bula a su Eminencia, la cual la recibió con mucho desdén.
Al día siguiente, 2 de diciembre de 1634, mientras asistía yo a la santa misa, vi una paloma que descendía sobre mí con las alas extendidas como para cubrir mi pecho. No me detuve en esta visión, ocupándome en actos de fe, esperanza y amor con mi divino esposo, al que recibiría en la santa Eucaristía. No pensé más en ello.
Por la tarde, al estar en oración, comprendí que dicha paloma era el Espíritu Santo, que me servía de escudo y cubría mi corazón para defenderlo, diciéndome que, a ejemplo de san Esteban, no temiera lo que los hombres pueden hacer. Dicho santo, fortalecido con la presencia del mismo Espíritu, se desentendía de las piedras, mismas que yo debía recibir de una persona de dura cerviz como este levita. Se me reveló que dicha persona no sólo me rechazaba a mí, sino que resistía al Espíritu Santo, y que no debía acongojarme a causa de dichas resistencias, sino que, mientras se trataba dicho asunto, me alegrara y gozara a mis anchas con mi bien amado.
El efecto de esta visión fue tan admirable, que todo el tiempo que Su Eminencia permaneció en Roma hasta su regreso hacia el comienzo de la cuaresma me vi tan ocupada en Dios y colmada [780] de delicias, que no sentí tristeza alguna ni me turbé a causa de lo que se me decía. Más bien parecía que el amor divino se proponía hacerme morir de gozo y de contento: tantas y tan exuberantes eran mis delicias. Escuché: De una pequeña fuente nació un gran río de abundantes aguas (Est_1_1).
Hija, tú eres esta pequeña fuente que crecer y se convertir en un río que llegar a ser sol. Bañarás a mi Iglesia con tus luces y la abundancia de muchas aguas.
En tanto que mi amado esposo me aplicaba estas palabras que Mardoqueo pronunció en favor de Esther, me desvanecí a causa de la afluencia de delicias que colmaban mi alma.
Capítulo 134 - El Verbo Encarnado me dijo, al consolarme, que mi tristeza se tornaría en gozo. Promesas que me hizo de proveer a todo lo que fuera necesario para provecho mío y de la Orden.
[781] Algunas nubecillas de tristeza comenzaron a levantarse en mi corazón, por lo que me retiré a la sacristía para orar con mi divino esposo, el cual disipó de inmediato mi tristeza con estas palabras: Vuestra tristeza se convertir en gozo. La mujer, cuando va a dar a luz, está triste, porque le ha llegado su hora; pero cuando ha dado a luz al niño, ya no se acuerda del aprieto por el gozo de que ha nacido un hombre en el mundo (Jn_16_18).
Hija, eres tú quien está encinta y deseas dar a luz a la Orden que te hice concebir, en cuyo parto yo ser‚ reproducido en el mundo. Eres tú la mujer rodeada de sol, con la luna a sus pies y coronada de doce estrellas; darás a luz a un hijo varón que tiene derecho al trono de Dios, porque sin cometer rapiña, se puede igualar a su divino Padre. El dragón, furioso, está al acecho para devorar el fruto de la gracia, deseoso de impedir, si puede, el establecimiento de la Orden.
Arrastrar con la extremidad de su cola la tercera parte de tus hijas, que no son estrellas fijas, sino errantes. De las que han salido, algunas son cometas de infortunio. Bien las conoces, hija mía. No temas al dragón: escaparás de él y yo, que estoy sentado a la diestra de la gloria, me río de él.
Serás llevada a la soledad con las dos grandes alas que mi providencia te ha regalado: el entendimiento y el amor. Te alimentar‚ de mí mismo. El dragón vomitar un río de cólera contra ti y tu fruto, pero el cielo y la tierra acudirán en tu ayuda y haré las aguas de las contradicciones se sequen enteramente.
Miguel, el general de mis ejércitos, combatir y vencer al dragón y sus secuaces. El mismo se puso al cuidado de este establecimiento en general, y de ti en particular desde hace quince años. Miguel es más fuerte que el enemigo.
Yo te ensalzar‚ sobre las alturas de la tierra y te alimentar‚ con la sustancia de Jacob. Te dar‚ la subsistencia y el vestido. Mis [782] ángeles tienen orden de proveer a todo lo que es mi voluntad concederte. En mi poder están todas las finanzas. Demostrar‚ el cuidado que tiene mi providencia de todo lo que te es necesario, aun con ventaja.
Confíate a mí. El maná te seguirá por mandato mío. Mi Espíritu Santo sopla donde quiere. Yo cumpliré todas mis promesas. Se fiel a mis gracias, que en ti no son pequeñas y sí muy numerosas. El cielo y la tierra pasarán pero mi palabra ser inmutable.
Seas bendito, gran Dios de toda bendición: Dichoso tu elegido, tu privado, en tus atrios habita. ¡Oh, hartémonos de los bienes de tu Casa, de las cosas santas de tu Templo! Tú nos responderás con prodigios de justicia, Dios de nuestra salvación, esperanza de todos los confines de la tierra, y de las islas lejanas (Sal_65_5s).
Capítulo 135 - Santa Lucía poseyó al Verbo Encarnado en su paciencia, que fue el alma de su alma, virtud que la transformó en luz esplendorosa delante de los ángeles y de los hombres, en el cielo y en la tierra. 13 de Diciembre de 1643.
[784] En tu paciencia poseíste tu alma, Lucía, esposa de Cristo. Odiaste las cosas del mundo y brillas con los ángeles en tu propia sangre. En tu paciencia poseíste tu alma. Dios es el alma de tu alma. Al estar disponible para recibir sus divinas infusiones, poseíste el Espíritu de Dios, que te hizo su templo sagrado, afirmándote y asentándote en su divino amor, que es tu peso. El te santificó a fin de que fueras la ungida de Jesucristo, al que perteneces en calidad de virgen que supo preservar su integridad.
El te hizo su esposa queridísima y llevas su nombre. Así como él es luz de luz por esencia, eres luz de luz por participación. Entre amigos, todas las cosas son comunes. Como plugo al divino Salvador amarte y escogerte para esposa suya, se dio a ti en calidad de esposo. Mediante estos títulos, todo lo suyo te pertenece. El es Cristo y tú, cristófora. El está ungido de alegría por esencia, en cuanto Dios. Y es el ungido por encima de todos sus compañeros de alegría en cuanto Hombre-Dios al que la gracia no fue dada en la misma medida de los hombres ni de los ángeles, por ser cabeza de todos ellos.
El es verdadero Hijo del Padre eterno desde la eternidad y verdadero hijo natural de la Virgen en el tiempo. Al entregarse a ti, te comunica sus perfecciones. Todo te lo ha dado. El te ungió, convirtiéndote en reina, divinizándote e inclinándote, como él, a odiar lo que es del mundo: el pecado, sus criterios, la malicia en el obrar, la soberbia de la vida, el mirar codicioso y la concupiscencia de la carne.
El odia esencialmente el pecado porque se ama en esencia. El pecado es contrario al amor y a la caridad: el que permanece en la caridad, [784] permanece en Dios. El vino para destruir las obras del demonio. Cuando pecamos, imitamos al diablo; por ello dijo: Elegí a doce de ustedes, pero uno es un demonio. Cuando san Pedro quiso impedirle morir para borrar el pecado, lo llamó Satanás. El serlo pudo ser un escándalo: fue como si el Verbo Encarnado se perturbara al ver reinar el pecado más tiempo de lo que le está permitido, porque el tiempo de la muerte de esta muerte estaba por llegar.
Fue la pasión de Jesucristo lo que san Pedro quiso impedir, debido a que no saboreaba las cosas que son de Dios. La sabiduría eterna deseaba suprimir el veneno que era la muerte eterna, para conceder la vida eterna a los elegidos. Nadie era capaz de adquirirla sino aquel que era el contraveneno: la inocencia apoyada en la santa vida de un Dios Encarnado, que vivía más según el Espíritu que según la carne, a pesar de que su humanidad fuera deificada al coexistir con su soporte divino.
Vida que él comunicó a Santa Lucía, mediante la cual ella ama lo que él ama y aborrece, con odio absoluto, todo lo que es del mundo. San Juan dijo: "Hijitos míos, no amen al mundo. Si ustedes aman a su Padre Jesucristo, odiarán al mundo, que le causó la muerte, el cual lo aborreció y no quiso aceptarlo. Dicho mundo lo negó, lo crucificó y sigue crucificándolo de nuevo mientras se encuentra en él. Mundo inmundo al que abominó la virgen Lucía; mundo en el que sólo hay tinieblas, con las que la luz de Cristo no tiene convergencia ni comunicación; mundo que detesta la verdad y la luz, amando en cambio la oscuridad para hacer las obras de las tinieblas, cuyo peso se inclina hacia el lado del infierno, en el que radican las tinieblas palpables y exteriores junto con el rechinar de dientes, las gehenas, las horribles blasfemias, el odio hacia Dios, el horror y el terror perpetuos. Las tinieblas son en verdad, espantables.
Lucía es esposa del que es luz interior y exterior; luz que dimana de una fuente inmensa. Todo es luz en Cristo, para confundir a sus enemigos: Allí suscitaré a David un cuerno, aprestar‚ una lámpara a mi ungido; de vergüenza cubriré a sus enemigos, y sobre él brillará mi diadema (Sal_132_17s).
Lucía es esposa del que porta siete cuernos de luz, el cual no necesita tomar prestadas claridades ajenas a él, ni del cielo ni de la tierra. El es la luz sustancial y esencial. Con su luminosidad, espanta a los espíritus tenebrosos que son las aves de la noche. Lucía, adornada e iluminada con los esplendores del Verbo Encarnado, su esposo, es digna de la conversación angélica. Brilla [785] radiante entre los ángeles y por encima de ellos, por haber desposado a su maestro en un matrimonio virginal.
Uno de estos espíritus invitó a san Juan a que acudiera a ver a la esposa del Cordero: la nueva y santa Jerusalén, procedente de Dios como una esposa adornada de su esposo, el cual le comunica de manera inefable una genealogía divina por medio de una gracia inenarrable, de una unidad admirable fundada en una alianza sacrosanta que sobrepasa la expresión de san Pedro. El favor de dicho consorte es de naturaleza divina, porque los consortes no están emparentados en todos los casos; pero en éste la esposa pertenece al esposo por consanguinidad, por transformación, por penetración, por transpiración de espíritu y de cuerpo, lo cual nos manifiestan las palabras del Salvador en la santa comunión, que permiten entrever algún rasgo de este matrimonio de unidad: Vive en mí y yo en él.
David dijo: "El que se adhiere a Dios, se hace un mismo espíritu con Dios. Toda esposa se une a otro que, para unirse a ella, se separa de padre y madre. Por ello convenía que él dejara a Dios, su Padre, en cuyo seno se realizaron las bodas. A su vez, su madre Virgen, que es origen de su humanidad, nos lo entregó. Como la humanidad divina nació para nosotros, se engendró y salió de María como el fruto del árbol, con la diferencia de que este fruto sobrepasa en excelencia al árbol. Jesús, como divino Oriente es portador del árbol que lo llevó en sí como Oriente humano, ya que nació divinamente desde la eternidad.
El llevó en sí a su madre, quien a su vez lo llevó en su seno, para nacer de ella en el tiempo. Ella está en él y le pertenece a través de este nacimiento eterno. El está en ella y le pertenece por medio de su nacimiento temporal. El nació en ella al encarnarse, según las palabras del ángel: Porque lo engendrado en ella es del Espíritu Santo (Mt_1_20). Cristo Jesús, nació en su madre y para su madre, antes de nacer de ella para san José: dar a luz un hijo (Mt_1_21). Más tarde fue dicho a los pastores: Os anuncio una gran alegría, que lo ser para todo el pueblo: os ha nacido hoy, en la ciudad de David, un salvador, que es el Cristo señor (Lc_2_10s). El produjo el cuerno o fuerte vástago de David para confundir a sus enemigos, adornando con él a su madre, la santa Virgen: madre excelsa del Redentor.
A partir de entonces, ella fue la Virgen oculta; la única Virgen-Madre. Lo que permaneció oculto durante ese tiempo, fue la virginidad en Dios, del que era madre, lo cual este Dios fidelísimo [786] manifestó al ser glorificado en su Padre después de su ascensión. El Espíritu Santo inspiró a los evangelistas Lucas y Mateo para que hablaran de la Encarnación y nacimiento del Verbo Encarnado, de su madre Virgen; Espíritu que ama a las vírgenes, a las que elige para ser templos suyos. Como Jesús escogió a Santa Lucía para ser su esposa, el Espíritu Santo la ama como esposa y templo suyo. El Padre la fortificó como a su torreón, desde el que combatió y abatió a todos sus enemigos, vigorizando a la virgen en su debilidad y valiéndose su sangre para confundir el poder de los tiranos.
¿Hay algo más delicado que la sangre de una pequeña virgen, si se la considera en su ser natural y en la fragilidad de su sexo? ¿Qué puede haber tan fuerte como dicha sangre cuando es derramada por la fuerza del divino amor, para que llegue a ser su holocausto, aunque en esto intervengan los instrumentos de los verdugos y las órdenes de los tiranos? Todos ellos son vencidos por la delicadeza de una sangre más bien derramada que enrojecida, si se toma en cuenta que sus jóvenes arterias y venas se vaciaron con más rapidez de lo que fueron llenadas. Esos cuerpos virginales sufrieron con una tranquila paciencia, que parecía serles natural; a tal grado les era fácil. Se trata de un don de Dios al que Lucía estimaba, porque la paciencia fue un don que poseyó como regalo de Dios, cuyo poder se manifiesta en su paciencia.
Lucía fue ungida para estar a la altura de la lucha contra el mundo, el demonio y la carne, a los que venció. Lucía fue ungida con el óleo que suaviza; el óleo que enciende un fuego luminoso y ardiente. Por ello fue, como otro Juan Bautista, una lámpara ardiente y radiante. Su constancia y su fe dieron testimonio de la luz que iluminaba su alma, misma que ilumina a todo hombre que viene a este mundo. Lucía es una de las vírgenes sabias que fue recibida por el esposo castísimo, cuyo Padre es Dios, cuya madre es la Virgen: Cuyo padre no nació de mujer, cuya madre es virgen (BR Común de Vírgenes). Lucía exclamó: Ahora mi cuerpo está unido al suyo, y su sangre adorna mis mejillas (BR Común de Vírgenes).
Podemos decir: Esta es la virgen prudente a quien el Señor ha hallado vigilante; la que, tomando su lámpara, se procuró el aceite, y al llegar el esposo, entró con él a las bodas. El esposo sagrado la llama: Ven tú, elegida mía, y pondré mi trono en tu corazón; el Rey ha codiciado tu hermosura (BR Común de Vírgenes). El Rey de la gloria desea la belleza [787] que ha concedido. Levanta su tienda en el sol y se llega, cual divino esposo, hasta su cámara nupcial procedente del seno paterno, en calidad de esposo real y divino. Se acerca a ti con pasos de gigante, a fin de hacerte luminosa. ¡Tú llevas su nombre, oh Lucía, hija y esposa de la luz!
Santos Ángeles, ¿Qué dicen ustedes al verla entrar en el cielo? Esta es la más hermosa de las hijas de Jerusalén. Ven, esposa, recibe la corona que Dios te tiene preparada para siempre (BR Común de Vírgenes). Todos los que están en la tierra les responden, santos ángeles: El Señor ha escogido a Sión, la ha querido como sede para sí (Sal_132_13). El moró en ella en la tierra, y ella mora en él en el cielo.
Entra, Lucía, a la fuente de la luz de la que eres rayo luminoso. Abísmate en este océano, perla incomparable. Acuérdate de mí, pidiendo al amor de nuestros corazones que sepamos imitarte. Guarda bajo tu cuidado a las hijas del Verbo Encarnado, para que sean halladas dignas de su vocación. Te encomendamos este Instituto. Ruega al que es su fundador que perfeccione su obra. Enamorada del Verbo, ruégale que, en nuestra paciencia, poseamos nuestras almas, que son él, porque él es el alma de nuestras almas.
Capítulo 136 - Misterios que comprendí al contemplar al Verbo Encarnado en Belén; de los grandes favores que la divina bondad me comunicó. Víspera y día de Navidad de 1634
[791] Mi divino amor, al iluminarme continuamente con sus excelsas luces, me comunica siempre nuevos conocimientos sobre los sagrados misterios, lo cual manifiesta evidentemente que el amor es ingenioso y creativo. En la multitud de sus misericordias me hace ver maravillas, desbordando en mí sus delicias, de suerte que mi corazón y mi espíritu, al fundirse a causa de sus ternuras, se derramarían y estallarían en su amor si él no los sostuviera con su poder, moviéndolos a disolverse en su dulzura.
Mi divino amor conversó conmigo de este modo a partir del día de Santo Tomás, dándome un continuo e ininterrumpido conocimiento del origen del sol divino al que el mundo esperaba: un varón cuyo nombre es Oriente (Za_6_12). Me hizo ver que todos los hombres estaban dormidos, y que el Hombre-Dios, que es el eterno Oriente, salió del seno de su madre como de su aurora, y en el ocaso de su vida se levantó con más gloria aún, ascendiendo sobre el ocaso y triunfando de la muerte por su resurrección: Digno de alabanza es el nombre del que asciende sobre el ocaso. Se levantó de Nazareth para ser llevado por su madre sobre las montañas de Judá. Al nacer en Belén, subió hasta los labios de su santa madre. Al nacer de ella, abandonó su seno dejándolo lleno de luz, y permaneció en él, no por la presencia de su humanidad, sino de su divinidad; y así como la aurora lleva su luz en ella, porque el sol establece en ella su oriente, iluminándonos por su medio, así la Virgen no tuvo otra luz que la de su sol, del que se vio revestida. Ella rodeó en su ser al Hombre-Dios por una maravilla que jamás se había visto sobre la tierra. Las mujeres llevan en su seno a niños que no razonan y que sólo viven con una vida animada y sensible. La Virgen, sin embargo, encerró en ella a un hombre que vivía con la vida de un Dios. No es de admirar que, en el cielo, el sol vista a una mujer con sus rayos; sino que en la tierra una mujer vista a un sol y lo [792] oculte, todo entero, en sus entrañas, sirviéndole de lecho y tálamo nupcial, del que sale para difundir la luz sobre toda la tierra. Mi alma se alegró ante la proximidad de la visita y porque la noche de las sombras había pasado, preparándose para recibir a este Oriente al que la aurora, su madre, daría a luz en unas cuantas horas.
La mañana de Navidad desperté entre suspiros de amor, repitiendo las palabras de David: ¿Quién me dar agua de la cisterna de Belén? (2S_23_15). Mi amado me invitó amorosamente a beber, diciéndome: Ven, corazón mío, a la fuente de David: fuente abierta de la casa de David (Za_13_16), que es una fuente que mana en la vía pública, a fin de que todo el mundo se acerque a ella para sacar agua con alegría. Deseo que te embriagues de ella. Moisés pidió a mi Padre que le abriera sus tesoros y las fuentes de aguas vivas en los desiertos. Hija, aquí tienes el verdadero tesoro, la fuente y la roca misma de la que sale el agua viva que brota hasta la vida eterna; agua de vida sigue a todos los que la desean con sinceridad. Los dos soldados que atravesaron las filas enemigas para llevar agua a David son mis dos naturalezas, que mediante la unión de una misma hipóstasis, acuden a Belén, donde una de ellas lo sufre todo. ¡Ah, queridísimo y divino amor! No es necesario que yo sacrifique esta agua con David: fue derramada como libación y consagrada del todo desde que iniciaste el sacrificio en el pesebre. Al darme de esta agua que brota de la roca, me das con ella miel y leche: la miel de tu divinidad, pues eres la abeja que, habiendo libado todas las delicias encerradas en el seno de tu Padre durante toda la eternidad, vienes a Belén para descargarlas en tu pesebre, como si fuera tu colmena. En tu pesebre eres un panal de miel. Allí encuentro también la leche de tu humanidad, leche que me alimenta y me embellece, de la que se obtiene la manteca para untar los pies de mis afectos y efectuar la separación de las cosas que me pueden apegar a ella. Aprecio el óleo derramado: tú eres una fuente de óleo: óleo derramado (Ct_1_2). Aquí poseo el trigo de los elegidos, el fruto de la tierra sublime; el cordero sin mancha, el ternero cebado que ser sacrificado; en una palabra, un banquete perfecto y acabado, porque el vino depurado que engendra vírgenes corre en él en abundancia Es bueno estar aquí (Mt_17_4). [793] Los pastores tuvieron razón al decir: Vamos, pues, hasta Belén para ver lo que el Señor nos ha manifestado (Lc_2_15). Aquellos buenos aldeanos pedían lo que no comprendían. Deseaban llegar hasta Belén para ver allí al Verbo hecho carne. ¡Cuan sabia fue su docta ignorancia! Estuvo muy por encima de la ciencia de los escribas y fariseos, que no presintieron el nacimiento de la sabiduría y la ciencia encarnada del Verbo hecho carne, al que aquellos rústicos pastores acudían a contemplar y adorar: su amor rebasaba la ciencia de aquellos.
El Padre eterno no pasó más allá antes de Belén y no vio cosa más grande que el Verbo, al que engendró desde la eternidad, y que se hizo hombre en la plenitud de los tiempos. La justicia se detuvo a la vista de Belén, y su bondad no pudo ir más allá antes de darnos a su Hijo único para que él mismo nos salvara. ¿Quién podrá contemplar al Verbo, si su madre lo envuelve en pañales? Lo hizo para cubrir la luz de su sagrado cuerpo, luz que es más radiante que el rostro de Moisés, el cual se vio obligado a cubrirlo con un velo para no cegar los ojos de los hebreos. He aquí un gran misterio: es su tesoro lo que esconde la Virgen, el cual deber ocultar a Herodes al poco tiempo para llevarlo hasta Egipto. Ahora lo envuelve en sus lienzos y, cuando empiece a crecer, tejerá para él una túnica sin costuras, confeccionada por sus manos virginales. Ella le dio un cuerpo que atenuó sus luces, como opacándolo a fin de que nuestros ojos no se cegaran ante su radiante esplendor. En la cruz le daría su velo para cubrir su desnudez, en tanto que el cielo, favoreciendo su designio, lo ocultaría en sus tinieblas causadas por el eclipse de sol. Sin embargo, aunque la Virgen lo esconda durante algún tiempo en la tierra, sus rayos se reflejan en el cielo: Recostado en el pesebre, refulgía en el cielo. La Virgen se vería revestida de la luz del sol que ocultó entre sus brazos. La tierra es demasiado pequeña para la Virgen, la cual está tan llena de luz, que es necesario que irradie en el cielo empíreo, donde el águila de los evangelistas la contemplaría vestida de sol, coronada de estrellas y teniendo la luna por escabel de sus pies. Es éste el gran signo: una inmaculada criatura a la que los ángeles y los hombres admirarán durante [794] toda una eternidad. Interrumpamos aquí y consideremos al divino No‚ embriagado con el vino de la vid que él mismo plantó, así como su amor a la naturaleza humana, plantada o apoyada sobre su divina hipóstasis. Contemplémosle al verlo desnudo en el pesebre, y demos gracias a María y José aquellos dos hijos de bendición, que lo cubren sin hacer a un lado sus rostros, porque esta desnudez no es afrentosa; más bien se estremecen de admiración ante semejante caridad. Obran contrariamente a los que, por considerarse familiares de los reyes, se ensalzan; ellos se humillan cuando podría parecer que su alianza contraída con el Verbo divino hecho hombre debería colmarlos de gloria. El Niño Dios me dijo: José y María me cubrieron para ocultarme y defenderme del frío. A ti corresponde, esposa y corazón mío, descubrirme y darme a conocer. Para ello te he colmado de tantas luces, pues yo soy todo luz. Aunque escondido, salgo como un sol radiante de mi lecho nupcial; es menester que tú, esposa mía, seas toda luminosa y que sólo engendremos hijos de la luz.
Pondera, hija mía, la manera en que se realizó este misterio en la plenitud de los tiempos: habiéndose cumplido las profecías y estando vencidas las sombras, el Padre envió a su verdad, que es el esposo que se apacienta entre los lirios antes de que sople la brisa del día, y huyan las sombras (Ct_4_6). Las sombras iniciaron su ocaso desde que la Virgen mi madre, por la virtud del Altísimo, fue cubierta por la sombra del Espíritu Santo éste descendió sobre ella. Comenzó entonces a despuntar el día, y la tierra a mostrar sus flores y frutos al día que iniciaba la plenitud de los tiempos.
Amada mía, quiero que sepas que, cuando la plenitud de las gracias que he preparado para ti llegue al número fijado, y cuando mi Padre haya colmado la medida según su bondad, llegará el feliz momento en que me harás aparecer nuevamente en el mundo. Soy yo quien ha ordenado los años y los siglos. Mi apóstol dijo, refiriéndose a mí: por quien hizo los siglos (1P_4_11). ¡Atención, hija y predilecta mía! ¿Acaso piensas que no tengo ante mí el momento en el que llevaré a su término la obra que he comenzado en ti, el designio que te he inspirado y las promesas que te hice? Por ahora estás [795] en la oscuridad, pero amanecerá el día y la plenitud llegará. Durante esta espera, es necesario que te cubras con mi sangre, que se te aplica por medio de la absolución sacramental, y que recojas el trigo que germina en el seno de mi Padre, el cual encontrarás en el establo de Belén. Deseo que, como José, edifiques graneros para almacenarlo, a fin de distribuirlo entre los necesitados y socorrer la esterilidad del mundo, que tiene hambre de él. De hoy en adelante, los valles abundarán en trigo (Jr_48_1), trigo que nació en el valle sagrado del seno virginal de mi madre, el cual se multiplicará en los valles que han de parecérsele.
Mi alma, penetrando más aún en la consideración de dicho misterio, bajo la guía del amor divino, admiró el profundo silencio de Belén. Nadie hablaba allí sino los pastores, que, no siendo capaces de profundizar en este santo misterio, encontraban palabras para contar lo que les había sucedido y, con una rudeza perdonable en aldeanos, interrumpían los éxtasis y admiración de la Virgen madre, de san José, su esposo, y del mismo Jesús. Se dice en el Apocalipsis que, cuando san Juan consideró en profundidad este divino misterio, san Miguel tocó la trompeta; y en otro lugar que, al descender dicho ángel, la tierra y el mar se estremecieron en tanto que la Trinidad del cielo y la de la tierra permanecían atentos al misterio del pesebre. Gabriel, el ángel de la Encarnación, corrió entonces a todas partes para anunciar esta maravilla: llamó a los ángeles para que adoraran a su Señor, envió una estrella a los magos de Oriente y delegó ángeles a los pastores. Y tú, mi bien amado, ¿en qué pensabas mientras duraba el asombro de tu santa madre y de san José? A esto respondiste: ¡Ah, corazón mío! pensaba en ti, pensaba pensamientos de paz, porque soy el rey del pensamiento. Yo soy la piscina de Hebrón, que significa rey de los pensamientos. Yo estaba a la puerta de la ciudad de David. Belén es mi ciudad, a cuya entrada me alojé. Hallarás en mí la piscina del pensar de mi Padre, [796] cuyo Verbo soy. Tenía ante mí los pensamientos de los ángeles y de todas las criaturas, a los que conocía y sopesaba. Algunos de ellos me alegran y otros me hacen sufrir. Soy yo quien produce en ti todos los pensamientos referentes a mí. Record‚ entonces que, en otro tiempo, Samuel ungió rey a David, el más pequeño de los hijos de Jesé. Contemplé, en una clara luz, cómo el nuevo y divino Samuel, movido por Dios, consagró su humanidad y en ella nuestra naturaleza, que es más pequeña e inferior a la angélica. Veía, en medio de indecible contento, cómo la Trinidad consagraba con óleo celestial a este nuevo rey, que desde entonces se ofreció en sacrificio a su Padre uniendo a él a la creación entera.
Lo que más me arrebató, sin embargo, fue la admiración de las tres divinas personas ante este misterio: era como si el Padre se maravillara al ver en la tierra a aquel que llevaba en su seno, hallando en ella un Hombre-Dios que no podía encontrar en el cielo. Fue como ver que al fin se había agotado su poder, por haber consumado la obra más grande que podría haber hecho. Así como su Hijo admiró más tarde la fe del centurión, así parecía contemplar el divino Padre a este centurión que gobernaba a Israel, y la gran confianza que tenía en su paternal bondad al exponerle el mal que padecía su servidor, en este caso el género humano, recurriendo a los ruegos a pesar de que podía mandar a la muerte y al infierno. El Padre quedó admirado ante esta confianza, que no había encontrado en Israel ni en los ángeles del empíreo. El Verbo admiraba la creatividad de su propia sabiduría, a la que veía puesta en acción. Aunque el artista no produce algo que no haya estado previamente en su pensamiento, admira mucho más su obra al estar terminada, que cuando sólo era un proyecto. El Verbo gozaba al ver su designio tan bien ejecutado. El Espíritu Santo se admiró al encontrar fuera de la sagrada circumincesión de las divinas personas un objeto digno de su amor. Las divinas personas no se admiraron por ignorancia, sino por una complacencia mayor de la que experimentaron en la creación, cuando el Dios trino y uno hubo terminado de hacer todas las cosas: Vio Dios cuanto había hecho, y todo estaba muy bien (Gn_1_31).
[797] Jesús fue el que más razones tuvo para admirar, debido a que su alma pudo gozar a las tres divinas personas, a las que veía claramente a la luz de la gloria. Su alma admiró al Verbo hecho carne: y el Verbo se hizo carne; admiró el verse apoyada en esta divina hipóstasis; admiró el poder y majestad que le fueron comunicados mediante esta unión inefable; se asombró al ver las bodas que había contraído en esta alianza, regocijándose en compañía de su esposo: así como el esposo se alegra con la esposa. Se abismó al contemplar la vulnerabilidad del Verbo, y percibió a las almas que se acogerían a este misterio. El alma de Jesús se vio adherida al Consejo privado de la Trinidad, la cual dirige toda su vida. Pudo intuir, por ello, la manera en que el Padre ordenó en ella cada momento, así como lo que sucedería en su Iglesia. El Verbo Encarnado se ocupa en escribir el libro de la vida y los diversos eventos de sus elegidos, en tanto que los pastores se atemorizan, y que, poco después, toda la Jerusalén de la tierra y la corte de Herodes se turbarían. En Belén, Jesús se ocupa en rehacer las imágenes de su Padre, que son imágenes de la Trinidad. Mi divino amor añadió: Queridísima mía, ¿acaso no experimentas lo que obro en ti? Mientras que los demás se turban a causa del proyecto que has emprendido, confabulándose en contra tuya, permaneces en reposo y, unida a mí, rehaces (en ti) la imagen de nuestra Trinidad mediante una singular conformidad a todos nuestros deseos. No temas, mi providencia y la buena voluntad que tengo hacia ti te servirán de escudo y de defensa. Ella misma, en recompensa, colocará un día sobre tu cabeza la corona, como hizo con David cuando fue perseguido, el cual exclamó: Como con un escudo lo rodearás de tu bondad (Sal_5_12). Tú serás mi fuente abierta para que me des a conocer. Mi madre fue una fuente sellada y oculta porque todavía no era yo conocido en el mundo. No había llegado el tiempo en que debía ser manifestado, y mi nombre no era todavía grande entre las naciones. En el presente eres, hija mía, como un desierto al que todo mundo abandona, tildándolo de estéril; pero serás colmada de bondad, de fecundidad y deslumbrarás con tu belleza: Cambiará su desierto en paraíso (Is_51_3). [798] Tus años serán colmados de bendiciones; tus campos, de fertilidad. La fecundidad de los pechos de mi madre, de los de mi divinidad y de los de mi humanidad, te ser comunicada. Al igual que José, amasarás el trigo de los elegidos y poseerás las bendiciones del cielo y de la tierra, de los abismos de los pechos y todas las que he concedido a otros, las cuales se te darán con toda liberalidad. Ten confianza en mí; quien confía en mi bondad, no puede ser confundido ni equivocarse: Yo soy el fiel; yo soy la verdad.
Capítulo 137 - Dios me hizo ver la Orden que desea establecer, la cual será una extensión de la Encarnación, razón por la cual llevará el nombre de Verbo Encarnado. 28 de diciembre de 1634.
[799] Al orar, como es mi costumbre, pidiendo a mi divino amor el establecimiento de su Orden, me mostró una tiara pontifical muy pesada, que se sostenía sola en el aire, la cual ostentaba gran cantidad de piedras preciosas brillantísimas pero sin tallar, y cuyo borde inferior estaba sin terminar. No comprendí por entonces el significado de dicha visión. Al día siguiente, al encomendar a mi esposo su obra, imploré también la ayuda de la reina del cielo, en lugar de recurrir a ciertas damas celosas que deseaban emplear su influencia para obtener la autorización. No tardé en sentirme fortalecida y confirmada: la sensación de un poder desconocido penetró mi corazón y la médula de mis huesos, permitiendo que me sintiera suficientemente poderosa para resistir a todas las contradicciones que Dios permitía. Entonces se me explicó el misterio de la visión que tuve el día anterior: La tiara y la corona eran las mismas de Jesucristo; y así como en otro tiempo Arrio desgarró la túnica de Jesucristo, del mismo modo se impedía que su corona y su tiara se terminaran: el borde o círculo inferior de dicha corona representaba esta nueva Orden, razón por la cual había visto la imperfección de dicho círculo.
Mi divino amor me dijo, además, que esta Orden era el broche de su corona, en la que encontraba sus delicias; que él mismo trabajaba en su corona adornada de variada pedrería, y que él mismo se lanzaba al combate en este proyecto para obtener su corona. Mi divino amor, el Verbo Encarnado, agregó que cuantos se oponen a ésta su obra resisten al Espíritu Santo, el cual lamenta que se impida trabajar en la corona de Jesucristo, pues desea realizar, por mediación de esta Orden, una extensión del misterio de la Encarnación, al que la virtud del Altísimo cubrió con su sombra. Este mismo Espíritu descendió sobre la Virgen, gracias a lo cual el Verbo dio su soporte a nuestra naturaleza, asumiéndola en el seno de la Virgen y apropiándosela en la unión hipostática. El Espíritu de amor me explicó esta visión como una bella representación de la Encarnación, diciéndome que, [800] así como dicha tiara se sostenía sola, el soporte divino sostenía la humanidad, con la que formaba un solo Jesucristo: dos naturalezas con un solo punto de apoyo que es la hipóstasis del Verbo, el cual se encarnó por ser el principio, el medio y el fin de nuestra eterna felicidad. El Verbo es fundamento y fundador de la Orden que deseaba establecer en la Iglesia. A ella toca adornar su tiara con variedad de piedras preciosas, debido a que todas las Ordenes reciben su gloria y esplendor de sus méritos y tienen relación con él porque el Padre hizo todo por él y para él; y porque el Espíritu Santo se complace en glorificarlo por ser su principio en su condición de Verbo increado, y obra suya en cuanto Verbo Encarnado, sobre el que se complacería en reposar a partir del primer instante de la Encarnación. Dicho Espíritu de amor me dio a entender que esta Orden se establecería con el auxilio del poder divino, con el que el poder humano no puede medirse para impedir este designio, que tiene una relación muy especial con el Verbo por llevar su nombre de Verbo Encarnado, el cual se ha hecho el cielo supremo; y que el broche de esta tiara ser como un rubí que alegrará eternamente a los bienaventurados.
Capítulo 138 - Grandes e indecibles delicias que recibí el último día del año 1634 y primero de 1635. Paz y alegría que el Verbo Encarnado me dio como aguinaldo, habiendo escogido para sí los sufrimientos, bondad del Espíritu Santo hacia la humanidad.
[801] Mi puro amor, a tu más grande gloria y por obediencia, diré lo que pueda expresar acerca de los favores que me concediste a partir de las cinco de la tarde del último día del año 1634, habiendo pasado el resto del día en conversaciones con diversas personas que tu Providencia me envió. Después de la acción de gracias de la santa comunión, no tuve tiempo para orar atentamente en tu compañía.
La noche fue mi iluminación en mis delicias, que fueron tales, que, encontrándome absorta en una suave luz, me vi admirablemente consolada. Te pedí perdón por mis faltas cometidas durante el año, deseando anonadarme y consumirme con todas las criaturas. Toda consumación llega a su fin, y el fin de todas las cosas es la consumación de ellas mismas. Divino amor, bondad esencialmente comunicativa, me encuentro en ti, escuchando estas dulces palabras: y para todos los que se sometan a esta regla, paz y misericordia (Ga_6_16). divino Salvador, ¿estás satisfecho con el estado en que se encuentra mi alma? Ella está contenta en extremo. ¿Te es agradable esta circuncisión? La experimenta sin sufrir. Hija, llevé y sufrí por ti esas marcas enrojecidas. Lleva las gloriosas, que me glorificar‚ en ellas. Amado mío, como este es tu deseo, diré como el apóstol a todas las cosas: En adelante, nadie me moleste pues llevo sobre mi cuerpo las señales de Jesús (Ga_6_17). Llevo las insignias de la gloria de mi Señor Jesucristo; de aquel que se sometió a la ley para redimirme de ella. Si me fuera permitido compadecerte, lo haría; pero como te complace el que me alegre sobre tus lágrimas de agua y de sangre, lo haré, a fin de consolarte en esta efusión de sangre que la plenitud del amor te hace verter antes que la incisión. Es este amor, amada mía, el que me mueve a circuncidarte en mí. Sufro esta primera cruz, que es sensible en extremo: el cuchillo es una parte de ella, y mi preciosa carne la otra. Tomo la forma de [802] esclavo para convertirte en Señora.
¿No eres tú, el rey de reyes, quien fue visto por san Juan parecido a un Hijo de hombre, el que lleva en la boca una cortante espada de dos filos? Sí, mi muy amada, para servirte doblemente, derrotando a tus enemigos y para afligir a tu amigo, que ha resuelto morir para conquistarte. Te das cuenta, amada mía, que esta espada es la palabra del Padre, que la palabra es la Escritura y, según la Escritura, ¿es necesario que yo muera por aquello que me propuse? Es menester que esta humanidad, cuyo soporte es el Verbo, sufra desde el comienzo de su carne hasta que ésta sea hecha espiritual, y que el espíritu divino la resucite. Podrías decirme que no sufre sensiblemente en el sepulcro, pero ésta es otra forma de pena. Sabes que la privación es un sufrimiento para este cuerpo sagrado, al verse colocado entre los muertos del siglo en el sepulcro y separado de su alma. Fue para unir a todos ustedes a mi divinidad que acepté esta división, división de fin a mi muerte, y de comienzo en la circuncisión, que acepté para apaciguar a mi Padre, el cual, con justa razón, abismaría a la humanidad a causa de su impureza. Querido esposo, te haces sacrificio y lo ofreces por todos los pecados; te circuncidas por los impuros, Jesús, corona de las vírgenes. Es mi circuncisión, hija mía, la que te inmuniza contra los sentimientos impuros, conservándote en el estado en que estás. Bendito seas, rey de las vírgenes, engendrado virginalmente en el entendimiento del Padre, tu principio, con el que produces en un solo principio al Espíritu Santo en una producción virginal. Que las lágrimas de tus ojos y la sangre derramada por esta parte de tu cuerpecito extinga el fuego infernal que reina en este siglo; que el diluvio de tu misericordia impida el de tu justicia; que el fuego que aparece en tus ojos haga arder los corazones con sus castas llamas. Extiende tus ardientes pies hasta la Idumea, para que los extranjeros se sometan a ti; que los lienzos con los que tu madre te envolvió no te detengan largo tiempo en el establo. Demuestra que eres la sabiduría, que alcanza de un confín al otro, disponiendo todas las cosas fuerte y suavemente. Estos paños significan para mí la túnica de lino que baja hasta los talones del que camina en medio de candeleros de oro, a pesar de que seas un niño de ocho días de nacido. Tú eres el que era, el que es y el que será. Tus cabellos, dulce cordero, son blancos como la nieve; en cuanto Dios, sé muy bien que eres en anciano de los días, aunque deseas que yo afirme que eres el primogénito de las criaturas, el mayor entre muchos hermanos y el cordero degollado desde el origen del mundo. Te complaces tanto en el combate, que tu gloria consiste en verte afligido con las [803] llagas que conservarás eternamente. Así son los favores que tú das a tu bien amada, la naturaleza humana. Al preguntarte el Profeta Zacarías mejor dicho, a tu Padre y al Espíritu Santo: ¿Y éstas heridas que hay en tus manos? La he recibido en casa de mis amigos (Za_13_6). Padre eterno, eres tú quien golpeó a este soberano pastor desde el establo hasta el Calvario; a este hombre que se adhirió perfectamente a todos tus mandatos. Gran Dios y Señor de las batallas: eres tú quien ordena que se hiera a este pastor. Heriré al pastor y se dispersarán las ovejas, dice el Señor omnipotente (Za_13_7).
¡Qué poder sobre un tierno cordero, que es pastor de María y José! Sus ovejas se dispersan y afligen a causa de los golpes que descargas sobre este pastor en Belén y por los que le asestarás hasta su muerte. ¡Cómo no he de sufrir al ver que mis pecados son causa de tanto dolor!
He pedido dolores sabiendo lo que pido, y me respondes con dulzuras. De esta piedra saboreo la miel; en la boca de este león fortísimo en su muerte, que devora a los pecadores, encuentro la liberación de mi vida. El me alimenta con su gracia, pero gracia que es tan exuberante, que me parece estar en la gloria. Es éste el remedio que me regalas, mi verdadero apoticario? Como prevención al día de mañana, me envías estas dulzuras como delicioso aguinaldo. Al detenerme en estas palabras de san Juan: Entonces los Sumos Sacerdotes y los Fariseos convocaron consejo (Jn_11_47), plugo al divino amor despertar mi espíritu, abrasando mi pecho con una santa llama que acrecentó mi amor de maravilla, haciéndome experimentar estas palabras de san Pablo: La caridad ha sido difundida o derramada en nuestros corazones mediante la inhabitación del Espíritu Santo, el cual me enseña divinamente, diciéndome que él preside en la Trinidad el Consejo del amor; que el Padre engendraba su Verbo y hablaba por su mediación, y que era éste el gran Consejo en el que el Padre y el Hijo expresan las maravillas de su fecundidad, que concluye el Santo Espíritu con un amor auténtico y presidial, en el honor de su única esencia y de sus divinas operaciones, de sus distinciones personales, de sus admirables propiedades, con sus relaciones y conocimientos divinos en sumo grado, para mí incomprensibles e inefables. El me enseñó que la igualdad que tiene con el Padre y el Hijo, siendo un Dios muy único con ellos, no puede sufrir sumisiones, sino que recibe más bien alabanzas y júbilo; que las divinas personas se dan y vuelven la una a la otra de manera divina. El Padre comunica su esencia al Hijo sin empobrecerse, y el Hijo la recibe sin rebajarse.
De manera similar, el Padre y el Hijo producen al Espíritu Santo sin disminuir su plenitud, y el Espíritu Santo recibe su esencia y su ser sin dependencia. Su soporte personal termina por entero [804] la producción del Padre y del Hijo, siendo el término de su única voluntad sin estrecharlos. El límite que les presenta es la inmensidad misma, la cual encierra a tan única divinidad y adorable Trinidad, que posee sus operaciones internas, distintas y propias, junto con su única y del todo común esencia, permítaseme la expresión.
Este Espíritu de amor me dijo: Yo presido el Consejo del amor, el Padre el del poder y el Hijo el de la sabiduría. Al Padre pertenece la creación, al Hijo la redención, y a mí la santificación. Me enseñó que, aunque sus operaciones al exterior sean comunes, y que en mi manera de hablar me permitía poner por escrito que la creación pertenece al Padre, la redención al Hijo y la santificación a él, y que no omitiera o pasara por alto estas palabras del Salvador: Pues no hablará por su cuenta sino que hablará lo que oiga (Jn_16_13). Añadió que es el amor a tal grado, que urgió por amor al Padre a enviar a su Hijo, y al Hijo a venir a la tierra para redimir al hombre, a fin de que él mismo pudiera venir en persona para santificarlo. Es una gracia grandísima el ser creado y otra aún mayor el ser redimido; pero la mayor de todas es la de ser santificado.
Al pensar en lo que dijo el Salvador, que los pecados cometidos contra este Espíritu de amor no se perdonan ni en este mundo ni en el otro, mi alma no se sorprendió, porque esto es ofender maliciosamente la bondad divina. Los que cometen ofensa en la ley natural ofenden, por debilidad, al Padre; quienes infringen la ley escrita por ignorancia, ofenden al Hijo, el cual pide perdón por ellos a su Padre eterno, aduciendo que no saben lo que hacen. Aquellos, empero, que cometen ofensa por malicia, impugnando la verdad conocida, ofenden la bondad de aquel que, después de haber visto el mal trato que se dio al Hijo, que es su principio con el Padre, se dignó, más bien se apresuró, a venir con plenitud de gracias y profusión de sus dones sobre los hombres, asentándose sobre cada uno de los que se encontraban en el Cenáculo, para ser consolador eternal, Padre de los huérfanos y juez de las viudas. Ofender a esta bondad, habiéndola conocido, es hacerse indigno del perdón.
Capítulo 139 - El Verbo Encarnado apareció como rey glorioso y doloroso en su circuncisión. Vertió su sangre y nos mereció la venida del Espíritu Santo junto con sus llamas, para que los pueblos le adoraran en la ciudad de David, que es Belén.
[805] Al meditar en la circuncisión, pude conocer que mi Salvador, en este día, se manifestó como rey y pecador, ya que la circuncisión era señal de pecado y servidumbre. Vertió sangre que representaba la púrpura real, cuyo trono, asentado en la ciudad de David, fue la Virgen, la cual lo circuncidó; trono que emitió resplandores, rayos de luz y relámpagos amorosos. Los ojos de la Virgen eran todos de fuego y su pecho, una hoguera de amor que encendió en ella la presencia del Verbo Encarnado.
El rey de amor, aunque recostado en el pesebre, brillaba en el cielo. El amor ocasionaba dos contrarios en el corazón maternal: la alegría y el dolor. La mano temblorosa de aquella generosa madre lo circuncidó según la ley de rigor, dándole su dulce nombre. Por voluntad del divino Padre, el jirón de carne que se le amputó, que tenía la forma de una corona, era más augusto y precioso que todas las coronas reales e imperiales, y más brillante que todas las diademas en presencia del Padre eterno y de los ángeles. Su madre lo coronó en el día de la alegría de su corazón, el cual estallaba de gozo al iniciar la obra de nuestra redención derramando su sangre. Comenzó así a nacer verdaderamente en el mundo, habiendo antes nacido en su madre: Lo engendrado en ella (Mt_1_20). Como Salvador del [806] mundo, nació en el pesebre. Su espada, que pendía sobre su muslo, era su sangre, según la descripción de David en su epitalamio. La victoria se obtuvo por la sangre del cordero. ¿Acaso no fue escrito sobre su muslo el hermoso título de Rey y Señor de señores por la punta del hierro? Apareció como cordero degollado; es decir, Jesús circuncidado, el cual se sienta en su trono ordinario: el seno de su madre, en el que recibió los homenajes de la gentilidad, representada por los magos. Jacob adoró el extremo de esa vara, intuyendo con mirada profética que el cetro de Judá desfallecía. Jacob, al luchar con el ángel, se lastimó el nervio. El Salvador fue herido en el mismo lugar, por ser necesario que diera término a la generación de la tierra para dar inicio a la celestial de los hijos de Dios, cuando no hubiera más descendientes de la raza de Judá y de su muslo, según la profecía: No se irá de Judá el báculo, el bastón de mando de entre tus piernas, hasta que venga el que ha de ser enviado (Gn_49_10).
El que debe portar divina y humanamente el cetro de Judá, al ser lastimado en su carne inocente, con lo que abolió la antigua circuncisión, es el autor de una generación nueva, casta y bellísima. El es verdaderamente Judá y confesión, no sólo mediante la alabanza que rinde a su divino Padre con dicha acción, sino al parecer culpable y criminal, no a causa de sus propias faltas, sino por los pecados ajenos que cargó sobre sí, recibiendo en su carne inocente la marca del pecador. En esta acción se manifestó la Virgen como la mujer fuerte, haciendo brotar, ella misma, la sangre de su único hijo, al que amaba con más ternura que a sí misma. Un poco antes le había regalado la túnica blanca de su humanidad, y en este día lo viste con la púrpura de la sangre que tomó en ella y de ella. Su cuerpo sagrado creció en sus entrañas virginales hasta el día de su nacimiento, y ahora lo mutila; es la viña que llora y la uva que destila sangre.
Ese mismo día me fue mostrada una estrella reluciente que arrojaba acianos de fuego. Recibí la explicación de que dicha estrella representaba al Verbo y al Espíritu Santo en el seno de la Virgen. El Verbo es la luz; el Espíritu Santo los acianos [807] de fuego que la producen; y, aunque el Verbo y el Espíritu Santo, al igual que el Padre, no sean sino una misma luz indivisible, no por ello dejamos de contemplar al Verbo humanado en la Virgen y anonadado en el establo en que yace, en tanto que en el cielo es el esplendor eterno que produce con inmensidad, como el divino Padre, al Espíritu Santo, que es inmenso como ellos en la divinidad, el cual se comunica a los seres de razón mediante centellas que caen, pero sin ofender en su descenso (permítaseme hablar de este modo) a los que lo reciben, como sucedió el día de Pentecostés, al darse en forma de lenguas de fuego a todos los que le esperaban, cada uno de los cuales recibió la suya: Aparecieron unas lenguas de fuego que se repartieron y se posaron sobre cada uno de ellos (Hch_2_3). El podía darse a los hombres tanto en el nacimiento del Verbo Encarnado, como después de su ascensión, acudiendo, en forma de lengua de fuego, al nacimiento de la Iglesia. El Espíritu penetra en la intimidad personal de quienes lo reciben en el bautismo y desciende como lengua de fuego hasta los fervientes predicadores que procuran su divina gloria y la salvación del prójimo, para que lleven por todo el mundo la palabra del Verbo Encarnado, que debe ser luz para todos: Cuando venga él, el Espíritu de la verdad, os guiará hasta la verdad completa; pues no hablar por su cuenta, sino que hablará lo que oiga, y os anunciará lo que ha de venir, todo lo que tiene el Padre es mío (Jn_16_13s). Los hombres le pueden pedir al ofrecer mi sangre para ser lavados con ella. Aquel que dijo: Ofrece sangre y poseerás al Espíritu, no habló en vano. Hija, ofrece a mi Padre mi sangre y pide, en virtud de ella, al Espíritu Santo, el cual fijará en sus entendimientos conocimientos referentes a la divinidad, que serán como estrellas brillantes cuyo fulgor no se dar sin comunicar ardor a sus voluntades. Cuando mora en un alma, se complace en ver arder en ella el fuego que vine a traer al mundo en una época en que el Espíritu necesitaba de él para purificar y abrasar a los hombres. Hija, considera que estoy revestido de mi sangre; que soy el alimento que es todo fuego: Porque el manto rebozado en sangre será para la quema, pasto del fuego (Is_9_5s). El Profeta evangélico añade: Porque una criatura nos ha nacido, un hijo se nos ha dado. Estará el señorío sobre su hombro, y su nombre será Maravilloso Consejero, Dios Fuerte, Siempre Padre, Príncipe de paz. Sobre el trono de David y su reino se asentará (Lc_2_11).
Al nacer y ser circuncidado, se sienta en el trono de David en Belén, a la que el evangelista san Lucas y el ángel que anunció a los pastores llaman ciudad de David: Os ha nacido hoy, en la ciudad de David, un salvador, que es el Cristo Señor (Lc_2_11). En ese lugar, comienza a encargarse de su principado. Se ofrece para redimir a su pueblo con su sangre, dando para ello una parte como prenda y prometiendo el pago total en la cruz, en la que ser príncipe de paz, pacificando por medio de su sangre al cielo y a la tierra. A partir de la circuncisión, se hizo Rey y los reyes acudieron a reconocerlo en el establo, empurpurado con su sangre, adorándolo como a su Dios y Redentor digno de toda adoración. Es el Cordero degollado desde el origen del mundo. Al entrar en él, se ofrece a su Padre Eterno como víctima de expiación. Es dominador del cielo y de la tierra; Padre del siglo futuro, Príncipe de paz que engrandece su imperio, atrayendo a sí a los gentiles, que van a conocerlo en la persona de los magos, los cuales le ofrecen incienso como a su Dios, oro como al rey de reyes y mirra como al que quiso, por amor, hacerse hombre mortal, cuya voluntad era morir por la humanidad entera. Al ofrecer desde este día su alma a la muerte, vio en él una generación futura postrada a sus pies. Dicha generación está muy bien representada por los tres reyes que se reconocen súbditos suyos aun en casa de Herodes, el usurpador del reino de David que correspondía al Verbo Encarnado.
Capítulo 140 - El amor divino es enaltecido en sus banquetes, son desterradas la inquietud y la muerte, 5 de enero, 1635.
El profeta, queriendo mostrar la magnificencia del convivio que el Dios de bondad organizó para su pueblo en la santa montaña, dijo: Hará un convite de manjares frescos, convite de buenos vinos: manjares de tuétanos, vinos depurados; consumirá a la muerte definitivamente; enjugará el Señor las lágrimas de todos los rostros, y quitará el oprobio de su pueblo de sobre toda la tierra (Is_25_6s).
Amán llamó a su mujer y a sus amigos para contarles el favor que consideró altísimo, por ser muy singular; a saber: que la reina Esther sólo había invitado al él y al rey a su real festín, ignorando la intención de la reina de obtener del rey una sentencia contra tan arrogante príncipe, junto con la liberación de su pueblo.
Mi divino amor me concedió un favor más grande, invitándome a tres festines, no con el propósito de hacerme morir y presentar queja en contra mía, sino para darme su vida, porque él es germen de inmortalidad. El es la vida sustancial como lo son el Padre y el Espíritu Santo, en el primer festín de la Trinidad. Es por mediación del Verbo que las criaturas reciben la vida, como nos dice san Juan.
El segundo festín es el de la divina Encarnación, de la que ha hecho una extensión en el augustísimo sacramento del altar, en el que su carne es verdadera comida y su sangre bebida saludable: Mi carne es verdadera comida y mi sangre verdadera bebida. El que come mi carne y bebe mi sangre, posee la vida eterna. El que me coma vivir por mí (Jn_6_55s); vida eterna que [810] desea comunicarme en abundancia.
Jesucristo nos hará participantes de su gloria, que es el tercer festín, como lo hace ahora con su gracia, la cual recibimos en plenitud. A esto se refirió al prometer a sus apóstoles los cuatro festines de su gloria, en la que se ceñirá y servirá a los elegidos convidados a ella: se ceñirá, los hará ponerse a la mesa y, yendo de uno a otro, les servirá (Lc_12_37). Se revestirá y ceñirá de gloria y resplandores, que administrará y servirá a todos los que haga gloriosos, pues, así como él es el gran ministro y administrador de la gracia, así lo ser de la gloria, dando a cada uno la porción debida e iluminando a todos como un sol que se refleja en una infinidad de hermosos espejos, que a su vez reflejan sus luces sobre aquel de quien las reciben, mediante una continua corriente de rayos luminosos.
Al encontrarse ante este conocimiento, mi alma se abismó del todo en la divina luz que la cubría como una vestidura, con la que brillaba a los ojos de los espectadores de las divinas maravillas, los cuales admiraban la infinita bondad de este Dios magnífico, que se complace en ensalzar a los pequeños de la tierra para que se sienten en compañía de sus príncipes celestiales, dándome la esperanza de estar, un día, entre sus cortesanos, gozando de sus deliciosas claridades sin temer verme privada de ellas por el pecado, como sucede con frecuencia en esta vida a causa de la fragilidad, que se tan a menudo en las almas imperfectas como yo.
Uno que entró al festín de bodas fue echado fuera porque no llevaba puesta la túnica nupcial en el festín de la gracia y de la gloria. Dios obsequia la túnica para ambos festines, deseoso de que el alma la lleve puesta. La de la gracia no es brillante como la de la gloria y permanece oculta a los ojos de los mortales. Dios y los bienaventurados la ven y la encuentran bella para ser llevada bajo los velos de la fe, de la cual no tienen ya necesidad por encontrarse en la visión beatífica. Sin embargo, no dejan de temer por el alma, [811] ya que dicha túnica de gracia puede serle arrebatada cuando no está confirmada en ella. Como el Verbo es un espejo voluntario, no da a conocer a todos los bienaventurados la predestinación de las almas que van por el camino; en tanto que esta alma esté revestida de esta túnica, desea, con el Padre y el Hijo, por el Espíritu Santo participar en la comunión de los santos, aunque esto sea a plato cubierto; es decir, bajo los velos de la fe. El temor que siente la corte celestial hacia la desdicha del alma favorecida no le causa inquietud alguna, debido a la confianza que tiene en la bondad de Dios, la cual les afirma que, con las gracias presentes, considera las que dará en el futuro al alma acariciada de esta suerte, lo cual los mueve a pedir por ella mientras se encuentra en camino, a fin de que posea con ellos la gloria. El no quiere la muerte del pecador, sino la vida del justo, al que conduce por el camino recto, mostrándole ya desde esta vida las claras irradiaciones de la plenitud que comunica en el cielo, donde su reino resplandece al ser iluminado por la misma fuente de la luz: El Señor condujo al justo por caminos derechos, le mostró el reino de Dios y le concedió la ciencia de los santos. Lo encomió en sus trabajos y los llevó a término. Este Dios de amor no tiene en cuenta si el alma a la que invita por sus divinos favores a estos tres festines, no está confirmada en esta dicha. El mismo se hace su camino le muestra su reino por medio de divinos relámpagos, le enseña la ciencia de los santos, pero, ¡qué digo! se la infunde; la alaba en sus trabajos, haciéndolos parecer dignos de encomio, porque el Verbo se encarnó para honrar el trabajo de los suyos y él mismo trabajó desde su juventud. Cuando el Rey pone mano a la obra, ésta se convierte en una tarea real y los príncipes se glorían en colaborar con el rey porque los oficios reales se consideran honrosos. Cuando el rey combate con su ejército generosamente, todos sus soldados intensifican su valor: la magnanimidad de su príncipe les levanta el corazón. No temen más los asaltos y se lanzan valerosamente a la brecha. Por ello, los soldados de Holofernes exclamaron al ver a Judith: [812] ¿Quién habrá que tenga en poca estima al pueblo de los hebreos, teniendo como tienen mujeres tan bellas? ¿No merecen éstas que hagamos la guerra contra ellos para adquirirlas? (Jd_10_18).
Capítulo 141 - Adoración de los Reyes Magos. La divina y amorosa Providencia los exaltó en su abatimiento, para que al dejar su reino temporal fueran recompensados con la divina luz, que los asoció al reino eterno.
[813] El sabio, con gran acierto, describe la dicha de los reyes que son guiados por Dios: Como las divisiones de las aguas, así el corazón de los reyes que ponen sus corazones en manos del Señor, el cual lo inclinará a hacer su voluntad. Sus ojos serán exaltados y ensanchado su corazón. Los reyes de Oriente pusieron sus corazones en manos del Dios que los había creado, el cual elevó su entendimiento al conocimiento de su divina sabiduría, de la que se enamoraron, amor que llegó a ser su peso, dejándose llevar hacia donde se éste se inclinaba. Consideré a estos reyes como verdaderos conquistadores, sabios filósofos, magos perfectísimos, astrólogos realizados y grandes capitanes. David tuvo el vivo deseo de llegar a Jerusalén y ganar la ciudad fortificada: ¿Quién me conducirá a la ciudad fortificada? (Sal_60_9), debiendo trabajar durante mucho tiempo para lograr su meta. Estos afortunados reyes, en sus conquistas, son prevenidos por los favores del cielo. Cuando menos lo piensan, divisan una estrella en el firmamento, que los conduce a la ciudad en la que encuentran al rey del cielo y de la tierra. Fue puesta en sus manos la posesión del tesoro del divino Padre, que pudieron llevar a su país sin disminuir en nada sus conquistas. Se sometieron a este rey, adjudicándose así la posesión de aquel que deseaba serlo. Nunca fueron tan grandes como en su abajamiento, ya que afirmaron sus reinos con una nueva conquista al hacerse dependientes del rey al que adoraron en el establo. En esto obraron a semejanza del Salvador, quien, al conquistar su reino, lo sometería a su divino Padre, como dijo san Pablo. El apóstol opinaba que la gloria consistiría en el sometimiento que haría a su Padre, y en su solemne protesta de poner a sus pies todas sus conquistas. De la misma manera, los reyes adquirieron la perfección de su gloria al [814] reconocerse súbditos del Salvador, rindiendo homenaje con sus cetros y coronas a su soberanía. Cuando el Salvador haya sometido todo a su Padre, Dios será todo en todos (Col_3_11). De la misma manera, después de que los reyes rindieron los testimonios de su sujeción, el dulce Jesús se hizo rey en ellos, rigiendo en todo lo que les pertenecía. Ellos, a su vez, reinaron en él. Fueron constituidos posesión del Señor, y el Señor en su posesión y eterna heredad. Tuvieron al mundo entero sometido a sus pies, porque nada hay que deje de estar al pie del pesebre, porque en él se encuentra el Creador. Dios se llamó, antiguamente, el Dios de Isaac, el Dios de Abraham y el Dios de Jacob, porque se gloriaba en tener como posesión suya a dichos príncipes y a su descendencia. Hoy en día él mismo se hace posesión de estos reyes, que obtienen como fruto de sus conquistas al Dios de Jacob, que los eleva en el amor y se hace su gloria. En sus conquistas, la Iglesia y la gentilidad reciben la bendición impartida a Rebeca por sus hermanos: conquiste tu descendencia la puerta de tus enemigos (Gn_24_60). Su simiente llegaría a poseer las puertas de sus enemigos, porque los hijos de esta gentilidad poseen la felicidad completa de su enemigo: la sinagoga. El universo entero canta esta victoria. La Virgen se alegra y el pesebre estalla de alegría. El Salvador recompensa a sus conquistadores con el don de si mismo; los ángeles cantan en el aire y dan gloria al Padre eterno, que se ve glorificado en su Hijo; y a través de la gloria de su Hijo, anuncian la paz a los hombres de buena voluntad, ya que los reyes ven sus esfuerzos y su ardiente caridad premiados con una dulce paz. Mientras Herodes se turba, ellos encuentran el árbol de vida, la fuente de David abierta a todo el universo, la ciudad fuerte, la torre de marfil flanqueada de bastiones, el arsenal de toda clase de armas ofensivas y defensivas. Se convierten en reyes sin la aflicción que suele ser el lote de la realeza de la tierra; el gran rey Salomón asegura que, bajo el sol, sólo se encuentran aflicciones. Para estos reyes su reino no se encuentra bajo el sol, sino por encima del sol, al que poseen como trofeo de su victoria. Los reyes de oriente absorben la miel y la leche en la dulzura de su posesión: la leche de la humanidad del Salvador y la miel de su divinidad, miel que se ha espesado y aglutinado con nosotros para hacernos gozar de la unidad inseparable que él tiene con su Padre. [815] Dichos reyes no triunfan solos: el rey a quien adoran obtiene en ellos la victoria. Su nombre comienza a ser conocido por los pueblos del Oriente: De la salida del sol hasta su ocaso, sea loado su nombre entre las naciones (Sal_113_3), y se extenderá por toda la gentilidad. Su madre, que ha tenido buena parte en todas sus conquistas, está a su derecha, en la que participa de su poder. Está rodeada de una agradable diversidad de naciones, que adoran en la persona de dichos reyes la persona de su Hijo, ambicionando la gloria de ser contados entre sus hijos adoptivos y alcanzar un lugar en su amor maternal.
Si los reyes fueron grandes en sus conquistas, no fueron menos sabios en comparación. David conquistó el reino y Salomón lo disfrutó. Sin embargo, tuvo en más la sabiduría. Estos reyes poseen la sabiduría encarnada, llegando a ser auténticos magos mediante el reconocimiento de la verdadera divinidad.
Toca los montes y humearán (Sal_104_32). Estas montañas, al ser tocadas por la mano del Dios Encarnado, exhalaron el humo del incienso, destilaron la mirra y produjeron el oro para reconocer la divinidad, la mortalidad y la realeza del nuevo rey que la estrella les mostraba y que la sinagoga, que poseía toda la sabiduría de las Escrituras, no pudo ni supo encontrar. Oh Dios, cuan afortunados fueron estos astrólogos!: Supieron descubrir los nuevos cielos que se inclinaron a ellos y descendieron a la tierra, a fin de que no tuvieran más necesidad de lentes de largo alcance, ni se equivocaran en la variedad de los fenómenos que aparecía ante sus ojos, puesto que vieron a la luna que da a luz al sol, del que ella recibe toda su luz; un sol que deja su cielo para iluminar a la tierra; que eclipsa su luz y la difunde, todo a la vez. Ellos vieron una estrella que guarda su luz en presencia de la luna y del sol. La Virgen da luz a su sol, en tanto que José, estrella de Jacob, comienza a despuntar sobre nuestro hemisferio: Nacerá una estrella de Jacob: una virgen concebirá y parirá un hijo (Is_7_13s).
Capítulo 142 - Continuación del obsequio de los tres Reyes Magos y las grandes luces que Dios me concedió en ese día, que está hecho de misterio.
[817] En varias y diversas ocasiones, durante el día de reyes, llamado de la Epifanía, recibí divinos favores de mi divino amor, el cual me dirigió estas palabras del Profeta Isaías: Levántate y resplandece, Jerusalén, que ha llegado tu luz, y la gloria del Señor ha amanecido sobre ti (Is_60_1). Hija mía, eleva a mí tu espíritu, ten una gran confianza, s‚ iluminada, mi querida Jerusalén pacífica. La luz divina viene a ti, la gloria del Señor se ha levantado sobre ti como un sol en su horizonte. Al penetra en su hemisferio, te llena con sus claridades, en tanto que una multitud innumerable gime en las tinieblas. [818] Sobre ti aparece la gloria del Señor. Caminarán las naciones a tu luz, y los reyes al resplandor de tu alborada (Is_60_3). Nuestra divina bondad se complace en llenarte de luz y de gloria. Todos verán brillar sobre ti el esplendor del Padre. El Señor del amor desea iluminar a los pueblos y conceder vida al rey; es decir, a los sacerdotes, que son los ungidos. Muchos doctores admirarán las luces que te concedo sobre los divinos misterios, aunadas al conocimiento de la Sagrada Escritura. La manera como los expones, con la gracia del Espíritu Santo, les proporcionarán luces más claras. Hija, no dudes que posees la mayor parte de sus favores, como los describe el capítulo 60. Abarca con tus ojos, si puedes, el orbe de la tierra; ten entendido que muchos hijos de uno y otro sexo serán engendrados espiritualmente a través de las gracias que te concedo, de las que no te privar‚ si permaneces fiel: No se pondrá jamás tu sol, ni tu luna menguará, pues el Señor será para ti luz eterna, y se habrán acabado los días de tu luto. Todos los de tu pueblo serán justos, para siempre heredarán la tierra; retoño de mis plantaciones, obra de mis manos para manifestar mi gloria. El más pequeño vendrá a ser un millar, el más chiquito, una nación poderosa. Yo, el Señor, a [821] su tiempo me apresurar‚ a cumplirlo (Is_60_19s). Mi divino amor me prometió que llevaría a cabo su obra en mí, y que concedería grandes gracias a mis hijos espirituales y a todas las hijas de su congregación, a las que llama su plantío. Me hizo el favor de mostrármelas en mi seno, en el que las llevaba como hijas a las que él deseaba engendrar. Cada una de ellas es obra de las manos del divino Salvador, a pesar de ser, en apariencia, las más pequeñas de todas las congregaciones que existen en la Iglesia. Añadió que él las haría grandes y fuertes con su amoroso poder, y esto porque él es bueno. Me dispensó tantas y tales caricias en este día, que no podría describirlas por serme imposible recordarlas debido a la multitud de luces que recibí de él. Además, lo que anote por escrito no corresponderá a la sucesión de los años, sino a lo que me venga al pensamiento.
Al considerar que a este día también se le llama Epifanía, mi divino esposo me concedió claridades tan sublimes, que no sabría describirlas, debido a que me instruía divinamente, y a que sería necesario hablar a lo humano, en consideración a la debilidad humana. Uno de los días antes mencionados, habiendo presentado mi espíritu a su Creador, para gloria suya y para disponerlo suave y fuertemente por orden de su sabiduría divina, esperando que me manifestara el esplendor de su gloria, la imagen de su bondad, el espejo sin mancha de su majestad, mi espíritu, elevado más allá de todo lo creado, conoció de manera imperfecta cómo el Padre santificó a su Hijo por tener que enviarlo al mundo, imprimiendo divinamente su imagen, que es la figura o rostro de su sustancia y hálito de la divina virtud, en el alma y cuerpo que escogió para él.
Dicha impresión subsiste en si, y es portadora del cuerpo y alma del Verbo: pero éste lleva el sello del Padre en cuanto Dios. Dicho cuerpo y dicha alma fueron sellados con el carácter del Padre, que es la manifestación gloriosa y divina con la que fue saciada nuestra naturaleza: seremos saciados cuando se manifieste. [823] En sólo un instante, la Trinidad le presentó el gozo y la cruz, para que escogiera el uno o la otra para redimir a la humanidad. El divino Salvador aceptó libremente la cruz, aceptación, que lo sujetó a en obediencia al Padre, el cual dispuso todo lo que él haría de momento en momento. El Verbo presenció el instante de la muerte. Como el rostro del pecador se presentó ante sus ojos con todo su horror, fue menester atenuarlo con el rostro divino. Dos contrarios aparecieron en Jesucristo: el amor a los hombres, que lo urgió a abrazar la confusión y el menosprecio con un ardor indecible, y el deseo de cubrirse de oprobios con tal avidez, que pareció a este ardiente enamorado que el día estaba muy lejos y que la hora tardaría mucho en llegar. Habiendo subsistido durante una eternidad en la forma de su hermosura divina, que es igual a la de su divino Padre, amó durante una infinitud esta confusión para liberar a los hombres y dar satisfacción a su Padre por los crímenes que habían cometido y cometerían hasta el fin del mundo, lo cual significa que hubiera querido padecer infinitamente por el pecado que morar en el infierno de los demonios y de los hombres obstinados, si ello hubiera sido compatible con el que debía ser la gloria de los elegidos en el empíreo, gloria [824] que se ofrece continuamente al divino Padre para compensar infinitamente el horror que reside en el infierno, el cual no puede ocultársele, porque todo está desnudo y descubierto a la mirada divina, que todo lo penetra y horada los abismos.
Al pensar en estas diferentes manifestaciones en un mismo soporte, experimenté el gozo y el dolor; pero viendo que la alegría es inmensa y positiva, y que la cruz y el dolor fueron causados por la caída momentánea, el gozo sobreabundó, elevándome al lado de aquel que es bello por esencia y por excelencia, y que arrebata al Padre con sus propias maravillas, haciendo que se complazca con un gozo inefable al contemplar al Hijo al que engendra desde la eternidad unido a la naturaleza humana; es decir, hacerse una sola persona portadora de dos naturalezas: una que le es propia desde la eternidad, y la otra que quiso aceptar de él y para él sin confusión ni mezcla, en el tiempo y hasta la infinitud. El hombre es Dios, y Dios es Hombre. El divino Padre desea imprimir el carácter de su gloria en las almas que se adhieren a él y a su amor, de un modo que me pareció inefable. Me reveló que, al recibir el gozo, era necesario, como la santa humanidad, estar dispuesto a recibir la cruz, a fin de obligar a la bondad a dar con largueza, ya que un alma con [819] semejantes disposiciones es apta para recibir sus admirables manifestaciones, que son antítesis continuas en la tierra, que se convierten en el cielo una tesis general apoyada por la gloria esencial, que consistir en la ciencia intuitiva, la cual hará felices por siempre a las almas fieles, y que este cuerpo sagrado que se apoya en el soporte divino, glorificar con su belleza a los bienaventurados, los cuales padecieron unidos a sus almas, a imitación del Salvador, que fue sometido a sufrimientos indecibles en el tiempo de la Pasión. Por ello dice: Ahora que mi alma está turbada, ¿Qué voy a decir? Padre, líbrame de esta hora. Pero si he llegado a esta hora para esto Padre, glorifica tu nombre (Jn_12_28). Padre mío, soy bien consciente de la opción que hice de esta hora tan horrenda. No pido la liberación de estas fallas, ni que los tormentos destinados por el consejo divino sean modificados al ver mi alma turbada ante el horror de las tinieblas. Te ofrezco esta oración por todos mis elegidos, que son miembros de mi cuerpo místico, a fin de que sean iluminados con tu divina luz, que por esencia nos pertenece a ti y a mí. Quise aceptar por amor la suspensión de estas claridades, dejando en la aflicción a mi parte inferior, al ver los crímenes por los que soporto esta incomprensible privación y estos horrores inexplicables a los hombres y a los ángeles. Acepto, mi queridísimo Padre, que tu justicia me sumerja en el sufrimiento y preserve las alegrías que deseo conceder a los míos, con los que deseo ser uno como tú y yo somos uno. Deseo sufrir la separación de mi alma y de mi cuerpo en medio de tristezas extremas, a fin de merecer para ellos esta unión; mejor dicho, unidad, con nosotros. [820] Deseo de corazón aparecer con el rostro del pecador y asemejarme a la carne del pecado, aunque esta apariencia me haga gemir, moviéndome a decirte amorosamente: Ahora que mi alma está turbada, ¿Qué voy a decir? ¡Padre, líbrame de esta hora! Porque, cómo podré sufrir una fealdad tan deforme junto con una belleza tan resplandeciente como es el apogeo de tu gloria y la figura de tu sustancia, si no me das, por medio de estos sufrimientos, almas embellecidas con tus maravillosa hermosura, que devolverán gracia y gloria eterna a tu nombre paternal? Son éstos tus hijos dispersos por el pecado, el cual desfiguró las imágenes hechas a tu imagen, que soy yo. Como yo llevo el amable título de imagen de tu bondad, deseo que todos los ángeles vean copias de ella, pues saben muy bien que la bondad es en sí comunicativa. Todos ellos admirarán, durante la eternidad, estas maravillosas manifestaciones que te glorificarán al exterior, dando gloria a tu dulzura paterna. Por esta razón, la Iglesia te dice en el prefacio de la Epifanía: Pues tu unigénito Hijo, apareciendo en la condición de nuestra mortalidad, nos ha regenerado con la nueva luz de su inmortalidad; y por eso, con los ángeles y los arcángeles, con los tronos y las dominaciones, y con toda la milicia del ejército celestial, cantamos un himno a tu gloria, diciendo sin cesar: Santo, Santo, Santo.
Capítulo 143 - Dios me mostró al demonio, que deseaba impedir el establecimiento de la Orden. Me prometió vencerlo por intervención de san Miguel, y que sería yo testigo del cumplimiento de sus divinas promesas.
[825] El 9 de enero de 1635, al orar durante la noche, vi un demonio en actitud de burla, que tenía ropa y rostro de mujer. Se me dijo que era el mismo diablo que había tentado y engañado a Arrio, el cual desplegaría todo su poder para contrariar los designios del establecimiento de la Orden del Verbo Encarnado. Fue así como, al día siguiente, el Sr. Conde d'Eveine, deseando tratar este asunto, fue mal recibido por el Señor Cardenal. Lo mismo ocurrió más tarde al Sr. de Pure, preboste de los comerciantes, y a los señores regidores de Lyon, quienes fueron maltratados y despedidos despectivamente. Esta visión fue seguida de cierta tristeza que sólo duró alrededor de una hora, después de la cual fui consolada. Me confié al auxilio de san Miguel, el cual me comunicó que vencería a dicho demonio, y que llegaría yo a ver la Orden del Verbo Encarnado establecida para confusión de aquellos que deseaban impedirlo. Agregó que la bondad divina permite el sufrimiento de los que procuran su gloria, para manifestar su poder contra los vanos esfuerzos de sus enemigos. Los santos prelados combatieron al mismo demonio, echándolo fuera cuando intentó, valiéndose de Arrio, borrar de la mente de la humanidad la divinidad del Verbo, que es igual y consustancial con el divino Padre y el Espíritu Santo, y uno con el Dios simplísimo e indivisible. El es el Verbo mediante el cual el Padre hizo los siglos. Es Dios de Dios, luz de luz, engendrado y no creado, el cual, para salvarnos, se hizo hombre sin dejar la forma de Dios; pudiendo, sin menoscabo, igualarse a su divino Padre y anonadarse a sí mismo voluntariamente. Al tomar la forma de servidor, conservó la de Dios. La Iglesia, admirada ante tan admirable Encarnación, exclama: Hoy nos es revelado un admirable misterio: al renovar nuestra naturaleza, Dios se hizo hombre. Lo que ya existía, permanece; lo que no, es asumido sin que en ello ocurra mezcla ni división.
Capítulo 144 - Diversos desiertos y su excelencia. Sólo Dios es Dios y Jesucristo el único Hombre-Dios, el cual se recrea en la soledad, en la que ha mostrado sus maravillas tanto en la antigua como en la nueva ley, 1635.
[827] El día de san Pablo, primer ermitaño, Dios me condujo a través de una gran variedad de desiertos, dándome a conocer cuanto se complace en la soledad. Permaneció solitario en si mismo durante una eternidad, antes de la producción y compañía de las criaturas y a pesar de que en la Trinidad de las divinas personas y en sus tres hipóstasis se encuentran la sociedad inefable y la igualdad inconcebible de las mismas, que producen en ella la unidad y la soledad de la esencia, lo cual significa que cada persona es singular y solitaria en su propiedad: El Padre es sólo Padre; el Verbo es sólo Hijo y Palabra que mora en el seno de su divino Padre a manera de matriz fecunda, lugar en el que siempre es engendrado. El Espíritu Santo es el solo amor sustancial, vínculo y producción del Padre y del Hijo, como de un sólo y único principio. Si, según nuestra manera de hablar, Dios desea salir de su desierto para obrar la creación, se recrea siempre en el desierto. En el primer día, el mundo fue sólo un desierto: la tierra carecía de todo adorno, las tinieblas cubrían la faz del abismo y el universo entero estaba deshabitado. El hombre fue creado en la soledad de la campiña de Damasco, para ser trasladado más tarde al Paraíso terrenal, poblado únicamente por animales, en el que se le dio a Eva para aliviar su aislamiento.
Como Henoc fue acepto ante los ojos de su Majestad, Dios lo arrebató del mundo a un desierto. No‚ se encontró solo con su pequeña familia, que sólo se componía de ocho personas recluidas en el arca que flotaba en las aguas del diluvio. Después de que dichas aguas dejaron la tierra al descubierto, el mundo entero se convirtió en su desierto. Abraham y los patriarcas carecieron de morada estable; dejaban sus países e iban errantes cobijándose bajo tiendas y pabellones. Moisés fue llamado al desierto y los hijos de Israel peregrinaron en los desiertos por espacio de cuarenta años. Dios desplegó las más grandes maravillas que jamás obrara en [828] su favor al entrar al desierto o durante su estancia en él. Elías, durante sus éxtasis lo mismo que los hijos de los profetas habitó en lugares apartados. Estando en el desierto, un carro de fuego lo arrebató a Elías para llevarlo lejos. En él sigue viviendo en una santa y amable soledad al cabo de tantos siglos. Los Macabeos se retiraron a un desierto para concertar el generoso plan que los expondría a la violencia de Antioco, rey de Siria. Sería fácil seguir el resto de la Escritura para justificar esta verdad. El Verbo descendió a un desierto, ya que el seno virginal de María es comparado por el profeta a una tierra desierta en la que tomó una naturaleza privada de su subsistencia llegando a ser, mediante dicha unión, un compuesto que es el único, el singular y el solitario. Juan, su precursor, vivió en el desierto, predicó en los desiertos y en ellos bautizó. El Salvador llevó una vida oculta en la soledad del alejamiento de todas las criaturas, tanto en Egipto como después de su regreso a Nazareth hasta su bautismo, que fue seguido del retiro a los desiertos donde fue tentado. Con frecuencia se dirigía a los eriales para orar durante noches enteras, a pesar de que la muchedumbre del mundo que lo seguía, atraída por la dulzura de sus palabras, los poblara más que las grandes ciudades. Hizo, en el desierto, gran cantidad de señalados milagros; en él abrió sus divinos labios para predicar el Evangelio y enseñar la doctrina que nos traía del cielo, parte de la cual nos expuso en el sermón de la montaña. ¿Acaso no nació en un desierto? ¿Acaso no sufrió en la soledad del Huerto las angustias de su pasión, así como había recibido la claridad de la transfiguración en la cima del Tabor, retirado del comercio con los hombres? Aunque estuvo muy acompañado al morir en el Calvario, fue abandonado por sus amigos y desamparado por su Padre, según la queja que él mismo le dirigió. Su sepulcro jamás había recibido a nadie; su alma penetró las regiones interiores de la tierra, visitó esos apartados p ramos, y, después de su resurrección, permaneció en la tierra cuarenta días, conversando sólo en algunas ocasiones con sus apóstoles.
En fin, mi divino amor me dijo: Deseo morar en tu corazón, predilecta mía, porque es un desierto que no alberga otro amor sino el mío; en él deseo estar enteramente solo. Me vi entonces en un absoluto desprendimiento de todas las criaturas y en una agradable soledad, recordando las palabras del Profeta Oseas: Por eso yo voy a seducirla; la llevar‚ al desierto y hablar‚ a su corazón (Os_2_16), y las del Profeta Jeremías: Que se siente solitario y silencioso, cuando el Señor se lo impone (Lm_3_28). [829] Hablando del hombre solitario, mi alma fue elevada por encima de ella misma al considerar a mi Salvador humillándose más abajo que todos los hombres y convertirse en el último de ellos en la Encarnación mediante su anonadamiento. El es el único hombre que carece de sustancia humana, y también el único que ha sido elevado y asentado en la hipóstasis divina. Es el solo Hombre-Dios y singular Verbo Encarnado, al que la Iglesia alaba únicamente, diciendo que él es el solo santo, el solo Señor, el solo Hijo del Altísimo por naturaleza, el cual quiso tomar un cuerpo para sufrir, hacer girar y hollar solo el lagar de la ira de Dios, su Padre. Fue ésta la respuesta que dio a los ángeles, que le miraban con asombro al regresar solo de la batalla, diciéndose entre ellos: Quién es éste que viene de Edom, de Bosrá, con ropaje teñido de rojo? ¿Ese del vestido esplendoroso, y de andar tan esforzado? Soy yo que hablo con justicia, un gran libertador. Y por qué está de rojo tu vestido, y tu ropaje como el de un lagarero. El lagar he pisado yo solo; de mi pueblo no hubo nadie conmigo (Is_63_1s).
Como él era un solo Dios, un solo hombre, un solo Señor, quiso ser un solo Redentor. No quiso dar a los ángeles la gloria de la Redención de los hombres. No tomó, para secundarlo, al que se le apareció en el Huerto para confortarlo. Es digno de mención que el Evangelista san Lucas dijo que, después de la aparición del ángel, nuestro incomparable Salvador entró en agonía: Entonces se le apareció un ángel venido del cielo que le confortaba... Y su sudor se hizo como gotas espesas de sangre que caían en tierra (Lc_22_43s). Era tan necesario que el ángel que acudió a consolarlo disminuyera sus sufrimientos mediante el ofrecimiento de su asistencia, que él pareció lanzarse con mucha anticipación en el fragor del combate interior, hasta llegar a la agonía y a sudar sangre con tal abundancia, que brotaron de él como ríos que corrían o se derramaban sobre la tierra para lavarla de la iniquidad e inmundicias de la humanidad, por cuya salud obraba ese diluvio de sangre, no contentándose con el de agua.
[830] ¿Qué anacoreta ha producido jamás ríos de sangre con sus disciplinas o sus lágrimas, como lo hizo el Verbo Encarnado? Gran Profeta Isaías, en otro tiempo pediste al Padre eterno que enviara de la piedra del desierto al cordero dominador de la tierra: Enviad corderos al señor del país desde la Roca del Desierto al monte de la hija de Sión (Is_16_1). El seno del Padre era un desierto. No había en él sino su único Hijo, que lo habitaba desde la eternidad, desde su nacimiento eterno en los esplendores de la santidad. Lo pediste para que morara en el seno de la Virgen, que es la montaña de Sión. Dicho seno es un desierto, por ser ésta una Virgen excelsa, singular, que maravillosamente es convertida en madre de su Creador. La virginidad parecía condenarla a la esterilidad, según la opinión de los hombres; pero según los designios de Dios, ella debía ser la incomparable en fecundidad. Fue por ello, santo profeta, que el Espíritu Santo te movió a exclamar: Grita de júbilo, estéril que no das a luz, que más son los hijos de la abandonada, que los hijos de la casada, dice el Señor: ensancha el espacio de tu tienda (Is_54_1s).
La Virgen es madre de su Hijo, que vale más que todos los hombres y los ángeles. El es cabeza de todos. Es el primogénito entre muchos hermanos y el primero de todas las criaturas. Es el único Hijo natural de su Padre. Es el único nacido de las entrañas de su madre. Fue su voluntad estar solo como el pájaro bajo el techo sagrado del seno virginal, como el pelícano en este santísimo domicilio y el único eremita en visitar el desierto que lo vistió y alimentó. Esta piedra admirable produjo para él leche y miel. Dicho vientre virginal lo llevó a manera de trigo de los elegidos y vino que engendra vírgenes, las cuales pueden introducirse en este desierto para hacer en él su morada, por ser un cielo en el que encontrarán todo cuanto puede ser expresado, pero más ventajosamente que Moisés.
Capítulo 145 - Admirable conversión de san Pablo, apóstol de gloria, que es el Benjamín y el Benoní del Salvador, el cual por su medio, hizo maravillas. 1635
[831] Algunos días antes de la fiesta de la conversión de san Pablo, supe que una persona de rango eminente dijo que desearía que san Pablo y un ángel le notificaran que mi designio y mi espíritu eran de Dios, y no un efecto de mi vanidad y de la ambición de verme fundadora de una orden. Al enterarme de dicho comentario, me dirigí a la oración para pedir al Verbo Encarnado diera a conocer su voluntad, rogándole que, si era de su agrado, enviara un ángel a dicha persona. Me respondió: Hija, no corresponde al que reta a un duelo elegir el campo ni las armas. Esta persona pide un signo, pero no obtendrá otro que el de san Pablo, el cual permaneció tres días, no en el corazón del mar como Jonás, sino en el océano de la esencia divina durante su éxtasis. Es él quien revela, enseña y juzga a los ángeles, y el que te atestiguará a tu favor en la inteligencia que posees de sus escritos y de todo lo que ocurrió en su interior.
Entonces mi divino amor y benigno Salvador, me dio a entender grandes misterios sobre la conversión de este apóstol y las gracias que le concedió el día en que bajó del cielo para convertirlo en el camino de Damasco. Levantando mi espíritu a través de sublimes elevaciones, me instruyó amorosamente en su bondad, diciéndome: La conversión de este apóstol, al que llamas apóstol de gloria, por ser yo inmortal cuando lo llamé, fue del todo admirable. San Esteban, mediante su oración, abrió los cielos a fin de que yo descendiera para su conversión. A este respecto, san Agustín dijo: "Si san Esteban no hubiese orado, la Iglesia jamás hubiera tenido a Pablo". La sinagoga asesinó a un diácono, y yo di a luz a un apóstol. El nacimiento de Pablo fue la muerte de la sinagoga, a la que quiso hacer vivir y reinar dando muerte de san Esteban y a los demás fieles, debido a que era un celoso observador de la ley de sus padres. Con sus oraciones, san Esteban golpeó como con un martillo la puerta del paraíso, para obligar a Jesucristo a salir en auxilio de su Iglesia sufriente, combatiendo a Pablo, que la perseguía.
San Esteban inició el comercio entre el cielo y la tierra, pues llegó a ser posesión del cielo gracias a nuestros guijarros. Jesús, viendo cuan buen [832] negocio era éste, se interesó vivamente en continuarlo. San Esteban sirvió de corona a Jesucristo; corona que Pablo, sin pensarlo, ornamentó de piedras preciosas al lapidar a dicho primer mártir valiéndose de las manos de todos aquellos cuyas vestiduras cuidaba.
El Salvador corona de este modo: el vencedor sale para vencer (Ap_6_2). Salió para combatir a Pablo, que ya lo había coronado al perseguirlo, retándolo a duelo; pero ¡cuan diferentes fueron las armas y postura de ambos paladines! Jesucristo avanzó con la luz; Pablo, con las tinieblas. La luz de Jesucristo produjo oscuridad en los ojos corporales de Pablo y, al arrojar fuera las de su espíritu, lo cegó como el águila al ciervo, cuyos ojos cubre con la tierra y el polvo que levantan sus alas. Pablo era un ciervo herido que corría con todas sus fuerzas en busca de una fuente de sangre.
Encontró, a cambio, una fuente de luz en la que perdió y recuperó la vista. El cuerpo de Jesucristo ya no era pasible ni podía, por tanto, ser reducido al polvo. Jamás lo fue. Después de su resurrección, apareció rodeado de una inmensidad de luz, cuyo origen y fuente poseía en si mismo. Pablo iba provisto de las cartas de los pontífices. Jesucristo, verdadero Pontífice, descendió para abolir la misión del pontificado de Aarón, que terminó con el nacimiento del suyo, del que dicho anciano sólo había sido la sombra.
Todo sucedió en el camino de Damasco, que significa sangre, porque la eficacia de la sangre de Jesucristo se manifestó en aquella ocasión. Para recibir al Espíritu, es menester derramar la propia sangre. En esa ocasión, Pablo fue Benjamín: Amado del Señor, en seguro reposa junto a él, todos los días le protege, y entre sus hombros mora (Dt_33_12). Es Benjamín, el hijo de la diestra, porque el Salvador, sentado ya a la derecha de su Padre, como lo vio Esteban, lo dio a luz.
Es también Benoní porque, al nacer, causó la muerte de la sinagoga, su madre. Benjamín, lobo rapaz (Gn_35_18). Es éste un lobo voraz que persigue con el poder de los falsos pastores a Jesucristo, la ovejuela. Sin embargo, al no poder alcanzarla, se arroja sobre el resto del rebaño. Entonces Jesucristo, el cordero degollado por los pecados del mundo, acude para atrapar a lobo tan feroz, con el deseo de que éste, a su vez se apodere de él para convertirse en su presa en cuanto ocurra su conversión. Fue ésta cosa admirable, en la que la oveja se apoderó del lobo y la presa fue presa de su presa.
Fue una yuxtaposición, si así lo quieren. Jesucristo lucha armado de [833] dulzura y de luz. Pablo, en cambio, ardiendo en rabia y armado enteramente de la ley. Jesucristo aterró a Pablo al domarlo. Venció, y en él a los judíos y a los gentiles, de quienes sería el apóstol. Pablo, al caer por tierra, ganó a Jesucristo y con él la gloria de la Trinidad, en la que reposó a partir de entonces. Jesús hundió su lanza en la parte más débil de Pablo: Te es duro dar coces contra el aguijón (Hch_26_14).
El espíritu de Pablo se convirtió en una flecha aguda que a su vez traspasó el corazón de Jesús, llegando hasta la divinidad. Benjamín, que habita en Dios, es llevado sobre sus hombros, por estar sostenido por las tres divinas personas. Jesús se entregó por él como prenda, desposando en él a toda la gentilidad. Pablo fue, a perpetuidad, Benoní y Benjamín: Benoní en los sufrimientos y Benjamín en las delicias. Su corazón estuvo siempre dividido entre estos dos contrarios.
Es Benoní cuando completa lo que faltó a la pasión de Jesucristo, el cual, no pudiendo sufrir más en su carne inmortal, sufrió en la de Pablo, en la que vivió. El Salvador había sufrido sin incertidumbre, conociendo muy bien el fruto que darían sus dolores. Pablo sufre sin temor de ser reprobado, después de haber convertido al mundo con sus predicaciones y trabajos.
El Salvador jamás perdió la visión beatífica. Pablo, en cambio, afirmó que no rehusaría ser anatema por sus hermanos. El Salvador sufrió de tal manera en su carne, que su dulzura le impidió ver el endurecimiento de los pecadores. No soportó la muerte de Lázaro, ni oír los lamentos de sus buenas hermanas sin derramar lágrimas. San Pablo sufre con un celo impetuoso que lo lleva a desear exterminar a los pecadores; celo que pone en sus manos una fusta de hierro para romper estas vasijas rotas. Con todo él es, en verdad, Benjamín, que reposa entre los brazos de la divinidad en el éxtasis admirable que lo arrebata hasta el tercer cielo, en el que goza por un tiempo de la esencia de Dios.
Aun entonces, ¿no fue también Benoní al morir a si mismo, pues no me ve el hombre y vive? Aunque el alma animaba su cuerpo, no realizaba más en él sus funciones sensibles. Entonces se verificaron las palabras del Salvador: que todo el que perdiera su alma por él, la encontraría en la vida eterna, con la que seguiría viviendo y poseyendo felizmente su alma mediante una pérdida tan santa y deseable. El es Benjamín en el exceso de su mente, contemplando en su éxtasis la generación del Verbo, la espiración del Espíritu Santo, cómo el Padre es el principio sin principio dentro de la Trinidad, descubriendo o entendiendo los secretos del Verbo, según su expresión, y conociendo que es el esplendor de la gloria de su Padre y figura de su sustancia.
Pero, ¿Deja de ser Benoní cuando, en la misma visión, se le revela que, por [834] su sangre, Jesucristo es la purgación de los pecados, y que él fue escogido para completar los mismos sufrimientos que causó al Verbo? Podría parecer que el Salvador no lloró suficientemente por los judíos, sino que después de sus lágrimas, la gran voz que lanzó desde la cruz y el desgarrón del velo del templo en dos partes, cesó de compadecer a los judíos, los cuales habían menospreciado su visita y su sangre. Fue como si lo hiciera para que dicho apóstol tomara sobre sí esa misión, para ver si se espantaban y convertían ante el sonido de esta trompeta, y si ablandaban su dureza al ver o comprender las aflicciones que san Pablo sentía por ellos, que eran sus hermanos según la carne.
¡Qué angustia debió sentir aquel vaso de elección y de dilección al ver la malicia de los judíos, que los transformaba en vasos de ira, haciéndose indignos de la salvación que el Salvador había venido a comunicar a su nación, según lo que dijo a la Samaritana: porque la salvación viene de los judíos!(Jn_4_22). ¡Qué tristeza invadiría aquel caritativo corazón al pensar que sus hermanos despreciaron la sangre del Salvador, habiendo clamado que cayera sobre ellos y sobre sus hijos no como salvación, sino como juicio!
El pronunciar esas palabras, ¿no era acaso pisotear con desprecio la sangre del testamento, menospreciando al Hombre-Dios muerto por ellos y por los hombres? Cayeron en el espantable horror que hacía temblar al apóstol. Deseo anotar aquí sus mismas palabras: Ya no queda sacrificio por los pecados, sino la terrible espera del juicio y la furia del fuego pronto a devorar a los rebeldes. Si alguno viola la Ley de Moisés es condenado a muerte sin compasión, por la declaración de dos o tres testigos. ¿Cuanto más grave castigo pensáis que merecerá el que pisoteó al Hijo de Dios, y tuvo como profana la sangre de la Alianza que le santificó, y ultrajó al Espíritu de la gracia? Pues conocemos al que dijo: Mía es la venganza: yo daré lo merecido. Y también: El Señor juzgará a su pueblo. ¡Es tremendo caer en las manos del Dios vivo! (Hb_10_26s).
El pobre apóstol asegura que su tristeza es grande: Digo la verdad en Cristo, no miento, mi conciencia me lo atestigua en el Espíritu Santo, siento una gran tristeza y un dolor incesante en el corazón. Pues desearía ser yo mismo anatema, separado de Cristo, por mis hermanos, los de mi raza según la carne, los israelitas, de los cuales es la adopción filial, la gloria, las alianzas, la legislación, el culto, las promesas, y los patriarcas; de los cuales también procede Cristo según la carne, el cual está por encima de todas las cosas, Dios bendito por los siglos (Rm_9_2).
La muerte espiritual de sus hermanos según la carne, que eran hijos de Abraham, de Isaac y de Jacob, a quienes fueron hechas las promesas, que no quisieron recibir la verdad del Salvador, [835] despreciando a Jesucristo, que, según la carne, es Hijo de aquellos grandes patriarcas, afligió a san Pablo y lo transformó en Benoní: hijo de dolor. El Verbo Encarnado dijo también a Ananías que Pablo era para él un vaso de fuego, al que revelaría lo que debía sufrir por su nombre. El apóstol leyó en el Verbo la relación de sus tormentos, que abrazó de buen grado ayudado por la fuerza de aquel que lo confortaba y que lo había llamado.
El es Benjamín, que contempla las riquezas de la bondad y sabiduría de Dios que han permanecido ocultas a todos los siglos. Es Benoní por conocer que una de las mayores riquezas está oculta en la cruz, que es escándalo para los judíos y locura para los gentiles. El es Benjamín, hijo de la alegría de su padre, por haber visto a Jesús penetrando los cielos como pontífice para llevar a su culmen todas las cosas. Lo contempló como rey sometiendo todo a su imperio, y después rindiendo el homenaje de su reino ante su Padre, a fin de que Dios sea todo en todas las cosas y, como en un principio, formará con el soplo de su boca al hombre de pecado, que deseará disputarle la corona y el imperio.
El vio cuándo y a qué grado vertería su sudor en la contienda por su rey. El Verbo fue para él la luz en la que contempló todo lo que había sido hecho y todo lo que se haría en la secuencia de los siglos. Fue él quien se alegró ante la corona que se le preparaba para toda la eternidad, conociendo plenamente la grandeza de los trabajos y la multitud de los combates con los que debía obtener dicha diadema de gloria, que no tenía precio.
¡Qué delicias gozó este Benjamín al observar la distribución de las gracias y dones que Jesucristo!, habiendo tomado posesión de los tesoros y de la gloria de su Padre, concede a los hombres, en cuya distribución dicho apóstol se vio muy favorecido, por haberle concedido el Padre el poder que lo fortaleció en medio de sus más grandes debilidades y flaquezas: Porque cuando soy débil, entonces soy fuerte (2Co_12_10). El Hijo le otorgó su sabiduría, derramándola en su interior, en la que descubrió todos los tesoros de la ciencia de Dios. El Espíritu Santo le confirió la caridad que derrama en nuestros corazones, como nos lo asegura el apóstol.
Fue Benoní en este reparto, en el que vio que los estigmas le fueron concedidos por un favor singular. Se le constituye canciller de la Iglesia, pero se imprimen los sellos en su carne. Se encuentra colmado de mayores gracias que los demás apóstoles, quienes recibieron los dones de Jesús cuando era todavía pasible y mortal. Ya desde entonces concedía dones divinos, pero según la capacidad humana. Pablo sólo recibió favores en gran medida, como verdadero Benjamín que percibió de su hermano José, primer ministro de Egipto, una doble porción; y en cuanto Benoní de vez en [836] cuando, debido a que sus gracias eran la simiente de mayores trabajos.
El vio que la creación se debía al Padre, la redención al Hijo, la santificación al Espíritu Santo, y que es éste el mismo Dios que obra todo en todos. Participó en las miserias de todos, y al ver la cesión de bienes, por así decir, que hizo el Verbo al abrazar la pobreza para enriquecernos: el cual, siendo rico, se hizo pobre a fin de enriquecernos con su pobreza (2Co_8_9), fue invitado a menospreciar todo como si fuera lodo y a hollar bajo sus pies las riquezas de la sinagoga, para ir en pos de la desnudez de la cruz.
Fue el heraldo de las nupcias de Jesucristo con su Iglesia, y el único en revelarnos el sacramento que existe entre los dos. Es él quien concierta la alianza matrimonial entre Jesús y las vírgenes: Pues os tengo desposados con un solo esposo para presentaros cual casta virgen a Cristo (2Co_11_2). Pablo reconoció que las naciones sólo serían bendecidas en esta simiente de Abraham. El verdadero Isaac, que es el mismo Jesucristo, engendra una multitud de hijos en la Iglesia, pero todas estas alegrías van acompañadas del dolor, ya que la virginidad sólo se conserva mortificando los sentidos que dan muerte a la rebelión de la carne, y sus partos ocurren entre agudos dolores que lo llevan a desear la muerte.
Verdadero Benjamín que, al ver la suspensión que el Salvador hace de sus elegidos, se ve a sí mismo por encima de los cielos, como objeto de la magnificencia de Dios. Por él supo mi alma en otra ocasión que David cantó: más grande que los cielos es tu misericordia (Sal_108_4). Vio como a otro Jacob durmiendo sobre la piedra que es Jesucristo, y al ángel del Gran Consejo descender y subirlo en su seno para que reposara en él. Era necesario, empero, que, como Benoní, se viera consternado y abatido cientos de veces ante los dolores y aflicciones que le aguardaban. Fue destinado a tomar posesión de Idumea y de la gentilidad en nombre del Salvador: Somos embajadores en nombre de Cristo (2Co_5_20).
Sin embargo, ¡cuántos peligros durante sus viajes, cuántos naufragios, cuántos riesgos! Fue necesario ver de cara la muerte y palidecer a cada instante. Es un vaso admirable que lleva el nombre de Jesús, con cuya luminosidad brilla; es triplemente iluminado por el sol de las divinas personas, en medio de cuyos resplandores pierde la vista y se le revela cómo deberá sufrir por la gloria de dicho nombre. Esta es la razón por la que Pablo es en toda ocasión Benjamín y Benoní: hijo de la diestra de alegría y de los dolores de la cruz. Toda su vida estuvo entretejida con la diversidad de eventos semejantes que contempló [837] durante sus éxtasis, de acuerdo a lo que aprendí en el conocimiento que se me concedió de muchas otras maravillas y prerrogativas del incomparable apóstol.
San Juan fue el trueno de la Iglesia; san Pablo, la trompeta, siendo para la Iglesia lo que san Miguel fue para la sinagoga. También él manda a los ángeles, juzgándolos y humillándolos, me veo obligada a expresarme así, al llamarlos ministros y servidores de los elegidos. ¡Qué corazón, qué valor que rebasa los cielos! Está celoso por la gloria de su maestro, el cual, por un exceso de bondad, sufrió y disimuló a los pecadores allí donde Pablo amenaza, fulmina y desea exterminar todo, en especial a los que se acercan indignamente al sacramento de la Eucaristía .
Mi alma experimentó un singular placer al contemplar la dulzura de Jesús, todo amable, en contraposición al celo y rigor de san Pablo. Este santo conocimiento prevaleció en mí largo tiempo. Consideré a mi divino amor insistiendo amorosamente en que se recibiera la comunión, diciendo que él era el pan vivo que da la vida, para invitarnos a comerla, y al explosivo san Pablo exclamar: Si alguno se acerca a la santa mesa sin estar bien preparado, come y bebe su condenación, al no discernir el cuerpo del Señor, en el que habita toda la divinidad. Este Dios que murió por amor a los hombres y de amor por ellos para salvarlos, es un Dios vivo que los castigará si no se enmiendan. Que la temeraria seguridad que ustedes mismos se dan al perseverar en sus crímenes, olvidando su misericordia, no los lleve a desdeñar los justos temores que deben tener a su justicia: es terrible caer en manos del Dios vivo
Me alargaría mucho si intentara describir todo lo que podría decir de san Pablo. Jamás fijo mi vista en él sin que mi alma se vea iluminada con luces admirables. No sé si él me ha concedido lo que una vez le pedí con confianza filial, al recrearme con él si me es permitido hablar de este modo: Gran Santo, tú conociste palabras secretas que no te fue permitido revelar a los hombres. ¿No se debe acaso a que algunos de ellos podrían estar demasiado llenos de su propia suficiencia, pensando que son capaces, debido a sus estudios, de tan altos conocimientos? Comunícame, divino Benjamín, esas palabras ocultas y sus admirables secretos. Soy una joven. Mi divino amor no te ha prohibido contarme estas maravillas. El mismo, en muchas ocasiones, me ha dado a entender que me eleva, como a su Benjamín, por medio de pensamientos sublimes. Con frecuencia me ha servido de lecho delicioso, conservándome en un dulce reposo mientras me ilumina con sus esplendores, a fin de que no sea yo oprimida por su gloria durante sus grandes ilustraciones, las cuales hacen desfallecer con frecuencia a aquellos y aquellas que las poseen, siendo causa de que enfermen o se vean incapacitados para conversar con el prójimo; o bien, [838] no les da el don de expresarse, que su divina bondad me ha concedido en tal abundancia, que, si no me equivoco, comprendo por experiencia estas palabras: Donde está el Espíritu del Señor, allí está la libertad. Mas todos nosotros, que con el rostro descubierto reflejamos como en un espejo la gloria del Señor, nos vamos transformando en esa misma imagen cada vez más gloriosos: así es como actúa el Señor, que es Espíritu (2Co_3_17s).
Capítulo 146 - La majestad de Dios, que por lo mismo es el ser, el amor y la majestad se sientan en un mismo trono. 14 de enero de 1635
[839] El catorce de enero, día en que se celebra al gran prelado san Hilario, al entrar en nuestra capilla para hacer oración delante del Smo. Sacramento, me vinieron a la mente las palabras del Salmo 71: ¡Bendito sea su nombre glorioso para siempre, toda la tierra se llene de su gloria! (Sal_71_19).
En ese momento recordé que una vez leí en la vida de este santo que profesaba gran devoción al misterio de la Santísima Trinidad, y que escribió varios libros para gloria suya. Mi alma fue prontamente elevada y dulcemente atraída a alabar a tan adorable majestad, la cual me dio a entender que poseía tanta dulzura como grandeza, y que era tan amable como adorable; y que en la admirable y divina Trinidad el amor y la majestad se relacionan muy bien, aunque he oído decir que, entre los hombres, no se les puede dar cabida en un mismo trono, porque el amor engendra la familiaridad y disminuye el respeto. La majestad produce un temor y sumisión que no puede sufrir la privaría y la casi igualdad que exige el amor.
La majestad de Dios es su esencia; majestad que significa la grandeza y supereminencia que Dios posee por encima de todas las criaturas por su ser divino, por ser aquel que es el ser soberano. La majestad de Dios no es prestada ni desfalleciente como la de las criaturas que tuvieron principio y que pueden dejar de existir, teniendo como único adorno de su ser atavíos ajenos a ellas que les prestan el brillo, la dignidad y la fastuosidad que solemos llamar majestad, pues los reyes a los que por respeto [840] damos dicho nombre de majestad, por poseer la realidad de las grandezas creadas, sólo tienen el ser común con el resto de la humanidad, no poseyendo grandezas ni majestad naturales. Las que ostentan están fundadas en sus dignidades, de las que pueden ser despojados sin perder su ser; es decir, que su dignidad no es otra cosa que su majestad; o, mejor, la majestad es el destello de su dignidad. Por ser Dios el ser soberano y supereminente, recibe la majestad únicamente de sí mismo. Su majestad es la supereminencia de su ser, que jamás podrá perder porque su ser le es esencial y está infinitamente elevado sobre los seres creados. El es, por esencia, majestad. Por ello, cuando Moisés le preguntó su nombre para encontrar credibilidad en el espíritu de los hebreos y sembrar respecto en el de faraón, que no reconocía otro soberano que él, Dios le respondió: Yo soy el que es. Di: el que es me ha enviado para anunciar su voluntad.
Fue como si dijera que su majestad, que consiste en ser el que es, debiera hacer doblegarse ante sus leyes y mandamientos, no sólo a los hijos de Jacob, sino a los mismos faraones. Así como la esencia del ser está en el Padre como en su fuente y principio, ser que está en él por prioridad de origen, así la majestad radica, por la misma prioridad, en dicho divino Padre, lo cual en nada disminuye la majestad y el ser del Hijo, que lo recibe del Padre sin dependencia e inferioridad, con la misma majestad que le es común y connatural. De igual manera se encuentra en el Espíritu Santo, que recibe el ser y la majestad del Padre y del Hijo como de un solo principio, ya que ambos lo producen amorosa y necesariamente.
[841] Cuando el Padre engendra a su Hijo, engendra el carácter de su gloria, la figura de su sustancia, la imagen de su bondad, el espejo sin mancha de su majestad, o sea, la majestad misma. Me parece que la majestad del ser de Dios no se manifiesta tanto en la cosas, como en la fecundidad dentro de sí mismo y en la multiplicación de personas en la unidad de la esencia. Como la majestad es el brillo, la gloria y la magnificencia del ser exigen la distinción y la pluralidad de las personas a las que se revela y se comunica sin disminuir sus excelencias.
Los reyes eternizan su memoria cuando tienen hijos. El nombre de Dios es Aquél que es; el nombre de su ser es un nombre de majestad que se encuentra primeramente en el Padre, el cual se comunica al Hijo por generación eterna, generación majestuosa que termina con la comunicación de la majestad misma. Cuando David dijo: Permanece su nombre antes de salir el sol (Sal_72_17). Manifestó que, antes de la salida del sol que es el Hijo, el nombre de majestad estaba en el Padre, nombre majestuoso que estaba en Dios en la estabilidad y permanencia de su ser, que es la majestad.
La prioridad del Padre no choca con la coeternidad del Hijo. Como sólo se trata de una prioridad de origen que no puede distinguirse como una superioridad en el Padre y tampoco denota una inferioridad en el Hijo. El Padre contempla toda su majestad en el Hijo, el cual conoce la misma majestad en su Padre, del que la recibe eternamente. El Padre y el Hijo aman la majestad que les es común e indivisible. Ambos producen amorosamente al Espíritu Santo, su amor, el cual abraza y encierra inmensamente al Padre y al Hijo que lo producen, recibiendo toda la majestad de tan único principio, pues al estrechar al Padre y al Hijo, abraza y encierra la majestad, recibiéndola toda en él.
El profeta dice con toda razón: ¡De la salida del sol hasta su ocaso, sea loado el nombre del Señor! (Sal_113_3), afirmando que el nombre de Dios es grande y majestuoso desde el Oriente hasta su crepúsculo; es decir, desde la generación del Verbo, que es llamado Oriente en el seno de la Trinidad, hasta la aspiración del Espíritu Santo, al que se puede dar el nombre de crepúsculo, por ser el último término de las producciones de Dios dentro de si mismo.
La grandeza y majestad de Dios radican en la primera persona como en su [842] fuente y principio de origen, la cual está en el Hijo mediante la generación sin dependencia. Por ser el Espíritu el amor sustancial, subsistente o personal, co-igual a su principio, la recibe sin vasallaje de las dos personas, acogiendo y abrazando la totalidad de la majestad así como recibe y termina en su integridad el amor del Padre y del Hijo. No es posible impedir que el amor y la majestad se sienten divina, augusta y amorosamente en el mismo trono. La majestad es el trono del amor, y el amor es el escenario de la majestad, la cual se da a conocer amorosamente. Es éste un imperio de bondad que domina sin violencia, y cuya gloria se adora con afecto y placer. Dios, que es su beatitud, es suficiente en sí mismo y permanece siempre en sí mismo en un perfecto reposo a pesar de su acción continua.
La dulzura del amor nada quita a la gravedad de la majestad, que es tan soberanamente amable como augustamente adorable. La naturaleza de Dios es bondad y una plenitud que es toda amor. El Espíritu Santo es el amor subsistente, el término de todas las divinas emanaciones y una de las divinas personas que se aman infinita y majestuosamente.
Esta majestad es soberanamente adorable y digna del honor y la gloria que se da a si misma desde la eternidad, y que se rendirá durante la infinitud. Por ello la Iglesia, instruida en la complacencia que Dios encuentra al glorificarse en si mismo, por si mismo y de si mismo, exclama: Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo, etc. Lo hace con el deseo y la petición de que la misma gloria que el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo poseen con inmensidad desde la eternidad, les sea divina y perennemente dada mientras dure dicha infinitud; deseo que agrada a Dios, porque se ama infinitamente y merece ser amado de todas las criaturas, las cuales, al considerarse indigentes en demasía para alabar digna y altamente a tan augusta majestad, sienten un gran contento al saber que ella, en si misma, se alaba digna, suficiente y divinamente. [843]
Cuando digo que Dios adora su majestad, no pretendo hablar de una adoración de respeto, de inferioridad, de sumisión o dependencia, sino de un sublime y profundo conocimiento que es una estima supereminente e infinita de su ser, de su grandeza y de su majestad.
Yo sé que el principal acto de adoración nace de la vista de la majestad de la que depende la criatura, o al reconocerse una persona desprovista de las cualidades y perfecciones soberanas que ve, admira y estima en aquel que las posee, a quien se somete con razón por considerarse inferior a él; sumisión que no puede darse en Dios debido a que las divinas personas poseen con identidad el ser y la majestad que saben divinamente existen en cada una. Se estiman, se admiran y se aman con admiración de excelencia, no de ignorancia.
Las criaturas jamás han comprendido ni podrán comprender el ser y la majestad de Dios, debido a que nunca lo han adorado ni amado suficientemente; no, ni aun la humanidad del Salvador. Fue por ello que el ángel que luchó contra Jacob pareció tentarlo al preguntarle su nombre, en vista de que él no podía conocerlo por ser admirable. Fue como si le hubiera dicho: a pesar de que tienes fuerzas para luchar contra Dios, que desea tomar la debilidad de tu naturaleza; que seas escogido para ser padre del Hijo del Altísimo, y que posees algún conocimiento de las divinas perfecciones, jamás conocerás las maravillas de la majestad del nombre de Dios. Jesucristo mismo, en cuanto hombre, no llegaría a comprenderlas del todo.
Para suplir esta falta de conocimiento, de amor y de adoración, el Verbo se encarnó a fin de que la majestad divina fuera [844] conocida y adorada divinamente, y que la fecundidad y la bondad fueran amadas de manera infinita al provenir de una persona divina, aunque en una naturaleza creada, y que de este modo se diera una relación proporcional entre la adoración y la eminencia infinita de la majestad adorada.
El Verbo Encarnado adora a su Padre por todas las criaturas, por ser el embajador universal. El vino a la tierra para recibir en su persona el homenaje que toda criatura debe rendir a la Trinidad. Al nacer en Belén, atrajo a los ángeles, los pastores y los reyes magos para adorar en el establo la majestad divina oculta bajo los velos de nuestra humanidad recostada en un pesebre. Los reyes que acudieron del Oriente de aquí abajo adoraron la majestad del que es por excelencia el Oriente de lo alto, procedente de las entrañas del divino Padre. Abatieron sus majestades creadas al pie de la majestad divina y humana, porque el Verbo, en cuanto Dios, es rey en el seno de su Padre eterno; y en cuanto hombre, hijo de David, de cuya raza era la Sma. Virgen. Nació rey, y es llamado Oriente en la Trinidad porque recibió el primero, por su nacimiento eternal, la majestad que su Padre le comunica junto con su ser por vía de generación: Para ti el principado el día de tu nacimiento, en esplendor sagrado desde el seno, desde la aurora de tu juventud (Sal_109_3). Aunque yace en el pesebre, por ser el Verbo humanado, brilla en el cielo porque posee la inmensidad como su Padre, al que es igual y consustancial.
En este pesebre es como una piedra de imán, que atrae a si el amor de los ángeles y de los hombres, afecto que adora la majestad anonadada por la dulzura del amor. Ellos admiran la benignidad y gracia del divino Salvador, que aparece tan admirable en el trono del pesebre como en el del empíreo. Si allá arriba es más temible por sus esplendores, aquí es más amable por su dulzura. Los pastores se acercan libremente porque lo consideran cordero; los reyes, como astrólogos, [845] le contemplan como sol al que la estrella los condujo, y los ángeles, al adorarlo como espíritu y verdad, admiran la humildad que lo abatió hasta hacerse criatura, cuando es el Creador.
La Iglesia dedica tres misas para honrar esta natividad: a media noche, Jesucristo recibe las adoraciones de la Virgen, de san José y de los ángeles; al alba, la de los pastores; al mediodía, la de los reyes magos. La Virgen, san José y los ángeles representan el cielo. El Padre y el Espíritu Santo hacen, por medio de la Sma. Virgen y san José, lo que no pueden hacer por ellos mismos, por serles imposible adorar al Verbo al que son iguales con una adoración de dependencia. Esto significa que son adorados junto con él. Como la naturaleza era indivisible, están por seguimiento necesario, y por la divina circumincesión, en el Verbo que está en ellos. Su divinidad es simplísima, ya que las tres personas distintas no tienen sino una misma majestad que les es común. Los pastores adoran tan dulcísima y benignísima majestad para suplir la insuficiencia del pueblo judío, que en el futuro la despreciará y renegará del verdadero rey ante Pilatos.
Los reyes de Oriente acuden al mediodía a adorar al Verbo hecho carne, y en sus personas los gentiles presentan sus adoraciones y homenajes a este rey, cuyo nombre debe ser grande y ponderado entre ellos, como profetizó el profeta Malaquías: Grande es mi nombre entre las naciones, dice el Señor (Ml_1_11). Los reyes, divinamente inspirados, vienen a presentar sus reinos y sus personas a aquel de quien se glorían ser súbditos, sabiendo bien que servirlo en toda humildad es reinar y que, por su mediación, reinan los reyes. Son conscientes de su dependencia, y de que no poseen el ser ni la majestad por si mismos, sino que la recibieron de él junto con su ser; y que él es de si, por si y en si el eterno y la eternidad misma.
Como adoran en Jesucristo la divinidad que es [846] común al Padre y al Espíritu Santo por identidad de naturaleza, admiran la dulzura del Salvador, que arrebata su corazón con la magia de sus ojos. Con toda razón afirman que los servidores de la sabiduría encarnada de este Salomón son más felices que los servidores de Salomón, cuya dicha proclamó la Reina de Sabá. El amor que estos afortunados reyes reciben abate sus majestades, no para sentarse en el mismo trono del divino niño, sino para inclinar a sus pies su reino y sus majestades, considerando una gloria el verlos sujetos a su imperio. Piensan en lo feliz que es la tierra porque este divino sol descendió hasta ella, deteniéndose en el establo para iluminar desde allí a todos los que deseen recibir su luz. Los serafines cantan su trisagio con propiedad: Santo, Santo, Santo es el Señor Dios de los ejércitos. Llena está la tierra de su gloria. Gloria que es la misma majestad que David bendijo con todos sus afectos, diciendo: ¡Bendito sea su nombre glorioso para siempre, toda la tierra se llene de su gloria! Amén. ¡Amén! (Sal_72_19).
Cuando los reyes rinden honor a la majestad divina, son colmados de sabiduría y de gloria, participando en las grandezas de tan adorable majestad, la cual se manifiesta en todas las criaturas en proporción al grado en que interiorizan su nacimiento. A pesar de todo, esta majestad permanece oculta a la mayor parte de los hombres que viven como las bestias. San Pablo dijo que el hombre animal no puede conocer las cosas divinas. Dios está colmado tanto de su majestad como de su ser y de la plenitud esencial. El amor introduce o encuentra la majestad en todo aquel que ama.
Una madre que ama a su hijo encuentra en ella una inclinación que da imperio sobre ella a dicho hijo. Como el amor la abaja hasta él, ella lo levanta en ocasiones tan alto, que parece no sólo alegrarse al hacer sus gustos, sino radiante al complacer [847] a su hijo, que se muestra tan majestuoso como amable a la madre que se abaja para elevarlo.
Aquella que aceptó la muerte con tal de que su hijo reinara, nos ha dejado una señal de un amor que es ciego ante la vanagloria. La Virgen, digna madre de la majestad divina encarnada en ella, demostró que el amor y la majestad moran juntas. A partir del primer instante de la Encarnación, amó y adoró continuamente la majestad anonadada en ella. El Hijo a su vez amó y rindió honor incesante a la majestad y amor de su madre, a la que estuvo y seguirá estando sujeto por toda la eternidad. Ella se sienta a la derecha de su Hijo, así como su Hijo se sentó en su seno, en el que el amor y la majestad tuvieron un solo trono. En el cielo, esta madre del amor hermoso es transportada de amor en el seno del Padre, en el que está su único Hijo, que les es común por ser indivisible. El Espíritu Santo, que es el amor, une admirablemente el amor y la majestad en un trono adorable que las tres personas divinas, la santa humanidad y la Virgen, conocen con un saber supereminente, trono ante el que toda criatura debe rendir adoración en un respetuoso silencio.
Todos los que han dicho y siguen afirmando que el amor y la majestad no pueden existir unidos en un mismo trono, por considerar a la majestad en medio de un fulgor que produce pavor, se basan en la consideración de que a ella recurren los reyes y emperadores temporales para hacerse temer. Sin embargo, aquel cuyo imperio es eterno y cuya majestad es infinita, se complace en manifestar la dulzura de sus ojos que abaja para contemplar a los pequeños, levantándolos amorosamente hasta unirse a ellos en un beso que roba su corazón a través de los labios.
Esta majestad avasallada releva su imperio amoroso al elevar a la persona que ama. El amor posee la inclinación de igualar a los que se aman cuando encuentra desigualdades en ellos. Asuero, presa del amor por Ester, al verla desvanecerse se [848] espantó ante el fulgor de su majestad y descendió de su trono para levantar a su amadísima esposa, asegurándole que era su hermano, su esposo y como otro él mismo, entregándole su cetro, no sólo para que lo besara, sino para que lo poseyera como reina, a la que había entregado su corazón junto con la corona del reino, asegurándole que el amor la constituía señora de su majestad, que se gloriaba en seguir todas sus inclinaciones y obedecer su voluntad.
La majestad de Dios, que es la bondad soberana que se inclina por naturaleza a comunicarse a su objeto amado, se abate hasta él para levantarlo. Jesucristo, el enamorado de la humanidad, en la noche de la Cena demostró el exceso de su amor hacia ella al entregarse a si mismo bajo las especies sacramentales, y al hablar a su Padre como un enamorado, me atrevo a decirlo, apasionado de amor hacia los suyos: Padre, los que tú me has dado, quiero que donde yo esté estén también conmigo, para que contemplen mi gloria, la que me has dado antes de la creación del mundo (Jn_17_24). Padre mío, me amaste antes de la constitución del mundo, desde toda la eternidad, con un amor necesario, así como por necesidad me comunicas toda tu esencia y tu entero resplandor en el mismo amor, aunque voluntariamente escogiste esta humanidad, a la que he dado mi soporte mediante nuestra muy única voluntad.
El amor subsistente que producimos es el término que con nosotros es un mismo querer y un mismo Dios. Es mi deseo, divino Padre mío, que todos los que me has dado, a los que amo, se sienten junto conmigo y que contemplen mi gloria, que me has dado porque me has amado antes de la conformación del mundo. Me has amado y me amas con un amor infinito. Yo los amo con el mismo amor, y ruego que el afecto [849] con el que me has amado se dé en ellos; y que yo more en ellos y ellos en mí así como estoy en ti, para que todos seamos consumados en la unidad. Que el amor que tengo por ellos los una a mi majestad, que es la tuya, Padre mío, y la del Espíritu Santo, el cual nos enlaza y nos abarca divina e inmensamente. Deseo que los ligue amorosamente a nosotros por toda la extensión de la infinitud.
Sin embargo, el amor, que se apremia en todo momento por el objeto amado quiso que su predilecto gozara ya desde la última cena de sus divinas dulzuras y de su adorable luminosidad. El Verbo Encarnado presentó su pecho a manera de trono de amor a su discípulo amado, el cual reposó en su seno, en el que contempló la gloria semejante a la del divino Padre, y, como un águila, miró fijamente al sol en su fuente de origen, cerrando dulcemente los ojos del cuerpo en un sueño extático que le abrió los del espíritu para ver la gloria de aquel que es coligual y consustancial a su principio.
Avistó la generación eterna, contemplando al Hijo único en el seno de su divino Padre, que lo engendra desde la eternidad en el esplendor de los santos. Intuyó cómo el Verbo se había anonadado, haciéndose carne para morar con nosotros, y que el amor de los hombres lo había atraído hasta la tierra.
Recibió el nombre de discípulo amado y el mandato de decirlo y escribirlo él mismo, afirmando que había reposado en el pecho del Verbo Encarnado, su real y divino maestro, que quiso ser su trono adorable a fin de que los ángeles y los hombres supieran que el amor y la majestad estuvieron unidas en san Juan en el seno del Verbo Encarnado, que es la majestad divina y humana.
Capítulo 147 - Fui invitada por mi divino amor a meditar el cántico de Habacuc. Misterios que en él aprendí. El amor divino hizo triunfar a los buenos, abismando a los malos en su propia confusión.
[851] El catorce de enero de 1635, mi divino amor me invitó a considerar el Cántico de Habacuc, cuya inteligencia me fue concedida con mucha claridad. Mis indisposiciones corporales no pudieron impedir las operaciones divinas, aunque me incapacitaron para anotarlas en el mismo momento, por estar muy débil para escribirlas. Diré al presente lo que me venga a la memoria, para gloria del Verbo Encarnado.
Escuché que el profeta, habiendo oído la voz de Dios, se vio presa de espanto y temor, rogando con gran respeto a la majestad todopoderosa y sapientísima que realizara divinamente la gran obra que le había encomendado llevar a cabo en medio de los años, la cual exigía el poder de su brazo para enviarnos a su Verbo, el cual nos aportaría la dulzura y la gracia. Moisés nos dio la ley: La ley fue dada bajo Moisés; la gracia y la verdad, por Jesucristo.
Escuché que la majestad divina no se valía más de esta voz atronadora, que no se podía oír sin temblar de temor y casi morir de espanto, sino que, al acercarse la plenitud de los tiempos, se complació en vivificar su obra: Tu obra venero, Señor. En medio de los años hazla revivir (Ha_3_2). Obra viviente y vivificadora, por ser su Verbo, que es la vida por esencia, y que da la vida a todo lo que tiene vida. El se complació en vivificar esta obra, dándonos por medio de la Encarnación la vida vivificante que es su Hijo. En él nos ha dado todo.
Después de este don podremos vivir con seguridad y sin temer las amenazas de muerte pronunciadas por la justicia divina, diciéndole: ¡Abba!, Padre de misericordia; cuando nuestros crímenes provoquen [852] justamente tu cólera, obligándote a dictar sentencias de muerte contra nuestras cabezas rebeldes y culpables, recordarás la misericordia que prometiste a nuestros padres: darles a tu propio Hijo, que es nuestro salvador, y que será, en la Encarnación, la obra de bondad y el efecto de la misericordia inefable que tienes para con el hombre, manifestándole que lo amas hasta el exceso de dar a tu Hijo para salvarlo: Aun en la ira acuérdate de tener compasión (Ha_3_2).
El profeta, iluminado divinamente, y deseando proclamar el inefable misterio de la Encarnación; es decir, las maravillas y excelencias del Verbo que se haría carne, nos dice que vendrán del mediodía y del monte Parán: Viene Dios de Temán y el Santo, del Monte Paran (Ha_3_3). Dios visitó a Adán hacia el medio día para reprenderle su falta, en un lugar de Parán que significa división, debido a que Eva provocó, con sus razonamientos, la división entre su marido y Dios, sembrando con ello el desorden en toda su posteridad.
Después del pecado, Dios puso la división y la enemistad entre la mujer y la serpiente. El Verbo divino, que es el mismo Dios, vendría del lado del mediodía en un exceso de la divina caridad, para reparar la falta de Adán y, así como al mediodía el calor es más fuerte, descendería hasta nosotros movido por el ardor de su caridad.
Bajará de esta montaña, a pesar de haber sido dividida y separada por el pecado, manifestándose como hijo de Adán. Se hará hombre sin detrimento de la virginidad de su madre, la cual será eximida, por la gracia, de la culpa; y él, por naturaleza. Reunirá lo que fue dividido y pacificará al hombre con su Padre, restituyéndole su gracia. Abatirá el orgullo del espíritu rebelde que deseó elevar su trono sobre la montaña del testamento del lado de Aquilón, para ser semejante al Altísimo. Vendrá procedente del mediodía de su caridad y, mediante su presencia, echará fuera al soberbio y los fríos de Aquilón. Quiso escoger el mediodía para visitar a nuestros primeros padres, caminando, si se me permite la expresión, a pasos pequeños: Se paseaba por el paraíso a la hora de la brisa después del mediodía, diciendo dulce y paternalmente: Adán, ¿Dónde estás? ¿Por qué te has alejado de mí por tu pecado? Tu alma es un reino desolado porque ha sido dividido por la culpa (Gn_3_9).
El divino Señor lo llamó para darle esperanza de su [853] perdón, y volverlo a la gracia mediante una unión de amor; es decir, de unidad, manifestándole que su posteridad estaba dañada por la división y reparada o redimida en santidad gracias a la unión, misma que el Espíritu Santo hizo ver al profeta, el cual dijo en calidad de profecía, hablando de los que serían colmados de la gloria del Mesías prometido: Su majestad cubre los cielos (Ha_3_3). Por mediación de Jesucristo, las ruinas son reparadas y las sedes de los ángeles rebeldes, ocupadas: de su gloria está llena la tierra (Ha_3_3). La tierra, que hasta la Encarnación sólo fue un desierto espantable y estéril, es colmada de gracias, de bendiciones y de alabanzas que rinde en agradecimiento al Dios de bondad que la ha librado de sus males.
El primer ángel, que se convirtió en el primero de los réprobos, era tan luminoso, que se le impuso el nombre de porta-luz, debido a que era como un sol en el empíreo, que iluminaba el resto de las otras inteligencias; pero que se eclipsó en su vanidad por perder de vista su nada, de la que había sido sacado, y a causa del amor desordenado que tenía para si. Fue él quien atrajo a los ingratos como él, quienes, en su compañía, fueron precipitados a los abismos, debido a que el cielo no hubiera podido soportar el peso de su soberbia. Cuando el humildísimo Miguel los persiguió, todos fueron vencidos en aquel combate: Miguel y sus ángeles combatieron con el Dragón. También el Dragón y sus ángeles combatieron, pero no prevalecieron y no hubo ya en el cielo lugar para ellos (Ap_12_7s).
El Hijo que procede del Padre como luz de luz, que no es menor que la del Padre, quiso revestirse de nuestra mortalidad sin perder nada de su claridad, dignándose comunicarla a su humanidad. Su luz no es sino esplendor, y éste es un sol; lo cual, conociendo el profeta, exclamó: Su fulgor es como la luz (Ha_3_4). El porta la luz y sus rayos no solo en su rostro, como Moisés después de hablar con Dios, sino porque, en cuanto Dios, la lleva en sus manos para derramarla: rayos tiene que saltan de su mano (Ha_3_4). Sus manos son como cuernos de luz y de abundancia, que derraman bendiciones y gracias a las que podemos llamar luz. Sus manos, que están taladradas por los clavos, [854] producirán eternamente la luz, a manera de ventanas abiertas; torneadas manos que, en su caridad, continuarán dando en todo momento, a las que se puede adjudicar el nombre de liberalidad personificada. Los agujeros, lejos de debilitarlas, esconden el poder para destruir el infierno y librar a los hombres al concederles la profusión de sus dones.
Manos hermosas que todo lo dan y ablandan los corazones más obstinados con beneficios y abundancia de rayos de luz que derraman sobre aquellos a quienes llaman al camino de la vida en su amor. Dichas manos ofuscan, con su gran resplandor de bondad, a los que persisten en su obstinación diabólica: allí se oculta su poder (Ha_3_6). La muerte huye en su presencia: Delante de él se escabulle la muerte (Ha_3_6); no sólo porque él es la vida y la muerte no osa encarársele como al resto de los hombres, sino porque la ha vencido. El es Señor de la vida y de la muerte, la cual permanece bajo su imperio. La hizo pasar ante sus ojos encadenada y sometida a su poder, por ser el juez de vivos y muertos.
La muerte a nadie ataca sin orden suya, o al menos sin su permiso. El diablo, que con su malicia causó la muerte del mundo, es vencido por él junto con la muerte. Es él quien mantiene bajo sus pies a tan soberbio tirano, que se engañó a si mismo. El Salvador obtuvo la victoria sobre él gracias a su anonadamiento desde el primer instante de su Encarnación, por lo que el demonio huirá lejos de su rostro por toda la eternidad: y el diablo delante de sus pies (Ha_3_6).
Apenas llegado a este mundo, el Dios encarnado por bondad consideró y midió la tierra: Se paró, y midió la tierra (Ha_3_9). Jesucristo evaluó la tierra en la que Adán fue condenado a trabajar para ganar su pan con el sudor de su rostro, dignándose tomar sobre si sus debilidades, sus penas, sus sudores y sus trabajos. Todo fue medido y sopesado por él. Esto mismo movió a compasión su corazón, impulsándolo a subir a lo alto de la cruz, desde donde echó una ojeada de amor sobre nuestra miseria, pidiendo a su Padre perdón para nosotros, aunque podía concederlo como él: se quebrantaron los montes eternos (Ha_3_6), que son los grandes del mundo. Son éstos los que ambicionan el imperio del siglo en que se encuentran, deseando aparecer tan altos como el mismo que los creó. El, empero, los humilla y abate en el camino de su eternidad.
[855] Contemplé otros montes y colinas que merecen ser considerados, a través de estas gracias, como montes y colinas de perfección en el mundo, debido a su santidad y humilde anonadamiento. Abraham, Moisés, Elías, Juan el Bautista y los apóstoles, fueron montañas que, al humillarse, se deshicieron y allanaron de asombro al considerar las vías y caminos del Salvador, admirando al que procede del seno del Padre desde la eternidad, mediante el cual creó los siglos y a todas las criaturas al principio del mundo, el cual quiso venir a la tierra en la plenitud de los tiempos, tomando para ello un cuerpo mortal. Siendo Creador, se hizo criatura; siendo Dios inmortal, se hizo hombre mortal. Estos santos, altos como los montes, se abatieron en su presencia: Encorváronse los collados del mundo al pasar el eterno (Ha_3_6). Qué sorpresa contemplar a Moisés, Elías y a los grandes apóstoles sobre el Monte Tabor, asistiendo a la transfiguración del Verbo Encarnado cuando dejó aparecer un pequeño fulgor de la gloria que posee como Hijo único en el seno de su Padre. Dichas santas colinas se desvanecieron en un sagrado asombro, al escuchar la voz del que le llamó su Hijo amadísimo.
Los pabellones de Etiopía y las tiendas de Madián se turban con razón ante sus iniquidades, al vislumbrar el poder de aquel que, con justicia, los castigará por sus crímenes. Los impíos dicen en su corazón que Dios no existe, blasfemando de aquel a quien no desean conocer porque lo odian, imitando en este aborrecimiento a los demonios.
Al nacer el Salvador, Herodes se turbó junto con la sinagoga y todos los que no podrían sufrir sus rayos, porque harían patente su malicia. La iniquidad se armará un día en contra del divino Salvador y de su Iglesia. Los tiranos perseguirán a los cristianos, que sufrirán generosamente el martirio y cuya sangre será la semilla de nuevos cristianos y de otros magnánimos mártires. Por uno de ellos nacerán millones, ante los que se levantarán ejércitos enteros. Habrá batallas y se erigirán ciudadelas y bastiones a favor de la [856] impiedad: Yo vi a favor de la iniquidad las tiendas de la Etiopía; pero puestos fueron en derrota los pabellones de Madián (Ha_3_7). Todo esto, empero, será confundido. Sus posesiones se disiparán como el humo y la santa humanidad, quebrantada en su pasión, que está representada por las vasijas de arcilla de Gedeón, sembrará el espanto y el desorden en el campo de Madián, del demonio y de sus secuaces. De los labios del Hombre-Dios sale una espada de dos filos; espada que allanará el camino a la gloria, recompensando a los buenos por haber soportado durante tanto tiempo las coaliciones que la malicia y el orgullo organizaron en su contra debido a que odiaron al maestro y a sus discípulos. La misma espada concluirá la confusión para los malvados, que serán destruidos por su resplandor y su filo.
¡Oh, Señor! ¿No es suficiente el haber soportado que el orgullo vomitara ríos repletos de malicia, dirigiéndose al mar como si fuera su rey? Pero, ¡qué! ¿Acaso únicamente tu cólera se encendió hacia los hombres, los cuales son tan inconstantes y cambiantes como el agua y huidizos como el mar? ¿Acaso fue contra los ríos tu enojo, Oh Señor? ¿Fue contra los ríos tu cólera, o contra el mar tu indignación? (Ha_3_8). Tú montarás sobre los caballos de tu grandeza todopoderosa y sobre tu santa humanidad apoyada en el soporte divino. Tu resurrección hará ver que dicha humanidad sufrió porque amó a los hombres: Tú que montas sobre tus caballos, y llevas en tu carroza la salvación (Ha_3_9).
Tú expandes los ríos de sangre que regarán la tierra de bendiciones y la tornarán fértil: Dividirás los ríos de la tierra. Tus apóstoles, que se abismaron en la sima de un mar de tristeza y parecieron tener el corazón traspasado de dolor, carecen de constancia y de esperanza, habiéndose dividido y separado por infidelidad, a pesar de estar destinados a ser las montañas del mundo. Tu los reunirás y, al verte victorioso y triunfante, se afirmarán, arrepintiéndose de su poca fe al verse libres de su infidelidad y del naufragio que los envolvió: Viéronte los montes, y se estremecieron; retiráronse los hinchados ríos (Ha_3_10).
[857] San Pedro, cima de los grandes teólogos, como lo llama san Dionisio, el apóstol de nuestra Francia, lloró sus negaciones humillado en un abismo de contrición. Sus lágrimas marcarían sobre sus mejillas dos canales durante su vida mortal. Al llegar su fin, todos estos dejarán de afligirse y su llanto será transformado. Tú mismo descenderás a las regiones de la muerte para sacar de allí con tu diestra omnipotente a todos los elegidos que descendieron a ellas. Al sonido de tu voz, se alegran, subiendo en pos de ti para rendirte sus homenajes como a su libertador: Los abismos alzaron su voz (Ha_3_10). Conocerán que eres igual y consustancial a tu divino Padre, de cuya mano recibirás el cetro y la corona, y levantó sus manos (Ha_3_10).
El mismo te proclamó rey y pontífice eterno. Subiste más allá del empíreo para ser el cielo supremo, elevando la santa humanidad sobre todos los cielos, la cual, como un sol, debe iluminar con sus rayos a toda la ciudad de la gloria, y como una luna enviar sus influencias sobre los que vivimos en esta tierra que las necesita, por ser valle de lágrimas y un lugar apropiado para recibir tu misericordia: El sol y la luna se mantuvieron en sus puestos (Ha_3_10).
Tu divinidad no se confunde, a pesar de estar unida a nuestra humanidad con una unión de soporte. La comunicación de idiomas no admite confusión ni mezcla en tus dos naturalezas. Mediante la divina, eres igual a tu divino Padre; por la humanidad, le eres inferior, manteniéndote siempre en tus deberes. Conservaste las llagas que son las gloriosas señales y trofeos de los trabajos que tu amor te llevó a aceptar. Estas heridas radiantes te servirán de flechas luminosas que atravesarán los corazones más obstinados y harán caminar a los buenos a la luz de sus fulgurantes y penetrantes rayos, a manera de relámpagos: Marcharán ellos al resplandor de tus saetas, al resplandor de tu centelleante lanza (Ha_3_11). Tus armas son instrumentos de luz que disipan las tinieblas, obligando a su príncipe y a todos los demonios nocturnos a emprender la huída.
[858] Enviarás tu Espíritu con fuerte viento que sacudirá toda la tierra, porque asombrará al mundo. El derribará los ídolos y errores de la gentilidad: En tu irritación, hollarás la tierra, y con tu furor dejarás atónitas las naciones (Ha_3_12). Se trata de un esfuerzo de tu furor, que sólo se dirige a la impiedad y que, al dar muerte al pecado, salva y convierte al pecador. No regresaste a tu Padre para no preocuparte más del mundo; sino que, mediante la misión del Espíritu Santo y la dispersión de los apóstoles quisiste convocar a tus elegidos; y cual vencedor y redentor de los tuyos, Saliste para salvar a tu pueblo, para salvarle por medio de tu Cristo (Ha_3_12s).
Los apóstoles se reparten el mundo, pareciéndoles muy pequeño para el celo de cada uno de ellos. Obran prodigios en virtud de tu nombre sagrado y atacan primeramente a los pontífices y reyes de la Judea, que son los jefes de la impiedad. En sus sufrimientos, llegan a ser más grandes que todos ellos: Heriste la cabeza de la casa del impío (Ha_3_12s). Manifiestan la verdad de la divinidad del Salvador, al que ellos condenaron a muerte. A su vez, Moisés y la Escritura los condenan porque su obstinación es la única en sostener la mentira, y su infidelidad no tiene otro fundamento que el error: descubriste sus cimientos de arriba abajo (Ha_3_14).
A continuación se dirigieron a la gentilidad y a todas las potestades humanas, sin temer cetros, coronas o grandezas que aparentaban poder dispersarlos tan fácilmente como un torbellino que se convierte en una montoncillo de polvo: Echaste la maldición sobre su cetro, sobre el caudillo de sus guerreros, los cuales venían como torbellino para destrozarme (Ha_3_14).
Dichos tiranos, lisonjeándose en su autoridad, creyeron poder exterminar tu nombre, gozándose como los que sacian su avaricia y crueldad al devorar a un pobre prisionero incapaz de defenderse con sus manos: era su regocijo como el de aquel que, en un sitio retirado, devora al pobre (Ha_3_14). Sin embargo, te burlas de su poder, haciendo que tus carros atraviesen el mar de las persecuciones sin ser cubiertos por las aguas, como los de Faraón. Tus apóstoles y mártires triunfan y se abren camino hacia su gloria y la de tu nombre, ayudados por tu mano omnipotente a través de las olas de un iracundo océano de tormentos y de persecuciones: Abriste camino en el mar a tu caballería por en medio del cieno de profundas aguas (Ha_3_15).
[859] El profeta, considerando en este punto los triunfos y la prosperidad de la Iglesia, así como el repudio y ruina de la sinagoga, movido a compasión por su pueblo, se asombra y teme que aquel cuya venida fue tan amable, haya usado tanto rigor para con su pueblo, que lo desconoció: Oí y se conmovieron mis entrañas; a tu voz temblaron mis labios (Ha_3_16). Tiembla de temor. El corazón le late de espanto, y, al ser presa de gran terror y consternación, sus labios y su lengua se niegan a pronunciar una sola palabra inteligible.
Pide morir para no ser testigo de semejante desdicha, y ser reducido a cenizas y podredumbre en una tumba junto con sus padres para no participar en el crimen y castigo de sus hermanos: Penetre mis huesos la podredumbre, y broten dentro de mí gusano; a fin de que yo consiga reposo en el día de la tribulación, y vaya a reunirme con el pueblo nuestro que está apercibido (Ha_3_16). Prevé que la Judea estará entonces en la miseria, y que llegará a ser una tierra del todo estéril, pues las higueras no florecerán ni las viñas volverán a dar el vino de la doctrina: Porque la higuera no florecerá, ni las viñas brotarán (Ha_3_17). El aceite de la misericordia no volverá a correr; todos trabajarán en vano, porque la tierra no dará fruto alguno: Faltará el fruto de la oliva; los campos no darán alimento (Ha_3_17). Porque darán muerte al cordero sin mancha y sacrificarán un toro, no para rendir homenaje a Dios, sino por una crueldad indecible. Sus sacrificios cesarán y no tendrán ni cordero, ni oveja, ni ternero cebado, ni bestezuela alguna: Arrebatadas serán del aprisco las ovejas, y quedarán sin ganados los pesebres (Ha_3_17).
Los profetas buenos y fieles se alegrarán en Jesucristo, su Salvador y Dios, al que los ingratos no quisieron reconocer. A la persona de estos fieles se dirige el profeta: Yo, empero, me regocijaré en el Señor, y saltaré de gozo en Dios Jesús mío (Ha_3_18). Tú eres, dice, mi Dios y mi Salvador; mi fuerza y mi esperanza. Eres tú quien me dará piernas de ciervo para correr en pos de tus mandatos. Eres tú el me conducirá sobre los montes de la gloria, y el que me concederá el favor de seguirle triunfante en su carro de gloria en medio de acciones de gracias y alabanzas sin término. Nosotros cantaremos las maravillas de tus victorias y confesaremos en voz alta que eres el rey de la Gloria y el Señor de los ejércitos: El Señor Dios es mi fortaleza; y él me dará pies como de ciervo; y el vencedor me conducirá a las alturas, cantando yo himnos (Ha_3_19).
[860] ¡Oh bondad!, ¡Oh amor! No contento con hacerme partícipe de tu divina naturaleza al tomar la mía, me haces gozar del botín y los trofeos de las victorias que arrebataste a tus enemigos. Al morir para ser muerte de la muerte y aguijón del infierno, compartes conmigo tu gloria. Eres el carro y el auriga de Israel, que nos eleva en su compañía. Gracias a ti, somos triunfadores.
Seas bendito con toda suerte de bendiciones por toda la eternidad: me conducirá a las alturas, cantando yo himnos. Elevado más allá de las potencias superiores de mi alma, me conducirás tú mismo hasta el Altísimo, al seno de tu Padre, en el que, contigo y a través de ti, cantaré salmos a tu gloria y a los trofeos de tus victorias en unión con todos los bienaventurados. Al igual que el patriarca Jacob, mi alma no desea participar en el consejo de la generación de guerra y división. Los que harán morir al Salvador me afligen por previsión, así como Leví y Simeón afligieron a Jacob al dar muerte a Siquem y a todos sus habitantes, que se circuncidaron para hacer alianza con el Pueblo de Israel.
Capítulo 148 - En que mi divino esposo me preparó a las bodas divinas mediante la fidelidad de la mujer fuerte y de las admirables delicias que recibí de la inefable Trinidad. En esto consiste la alegría de las esposas del Verbo Encarnado.
[861] El segundo domingo después de Epifanía, desperté por la mañana pensando en las palabras del capítulo 31° de los Proverbios, en el que el sabio alaba a la mujer fuerte, en la que confía el corazón de su marido: En ella confía el corazón de su marido (Pr_31_11). Plugo a mi divino amor colmarme de su dulzura. Me hizo ver que, en su bondad, me había hecho semejante a dicha mujer fuerte. Esta seguridad obró en mi alma deleites inenarrables mientras me vestía. Al recordar que era el domingo en que se leía el episodio de las Bodas de Caná, traté de prepararme con fervor y humildad a ser la esposa del divino esposo, el cual deseaba nuevamente desposarse conmigo. Me dirigí a lavarme en el Jordán de la penitencia, con los sentimientos de contrición que él se dignó darme. Después de confesarme, me presenté a la santa comunión para recibirlo, rogándole que mi carne no sólo se asemejara a la de un niño de un día de nacido, como la de Naamán cuando salió del Jordán después de dejar en él su lepra, sino como la carne virginal de una esposa divina, y que se dignara realizar la admirable unión de corazones y de santo contacto de los cuerpos en el maravilloso sacramento de la Eucaristía.
Su divina bondad se dignó conversar conmigo acerca del matrimonio celebrado en la Encarnación, diciéndome que deseaba renovarlo conmigo, y que había dicho durante su vida mortal que el reino de los cielos era semejante a un rey que preparó las bodas de su hijo, y que ahora, siendo inmortal, y habiéndose quedado en el Smo. Sacramento del altar, la tierra se veía honrada por un Padre-Dios que preparó las bodas de su Hijo-Rey, Hijo que es el esposo del festín. Añadió que el Padre eterno estaba presente, lo mismo que el Espíritu Santo, por concomitancia y seguimiento necesario, ya que las personas, aunque distintas, son indivisibles en razón de la naturaleza divina, que es sencilla en sumo grado. La Virgen también está presente, ya que todo esto se llevó a cabo en su seno. [862] Conocí de qué manera concierta el Verbo esta alianza, a pesar de su título de rey de la creación. Intuí cómo el Padre celestial y el Espíritu Santo obraban en dichas bodas, en las que se canta un cántico admirable, como se dice en la antífona de entrada de la misa de ese día: Que toda la tierra te adore y diga un salmo a tu nombre (Sal_65_4), ya que la tierra entera, que es la humanidad del Verbo, entonó dicho canto de triunfo. Comprendí que la Trinidad hacía un concierto admirable de alabanza, que se explica con las palabras que siguen en dicha antífona de entrada: Dadle gloria y alabanzas (Sal_65_2). El Hijo es la alabanza y gloria del Padre; el Padre, la gloria del Hijo; y el Espíritu Santo, la gloria del Padre y del Hijo. El Hijo glorifica y alaba a su Padre cuando lo da a conocer. El Padre rinde alabanza y gloria a su Hijo cuando lo glorifica. El Padre y el Hijo engrandecen al Espíritu Santo al enviarlo para escuchar (mediante su acción) su gloria común. Es él quien da testimonio de la verdad del Padre, que es su Verbo. En unión con el Padre y el Hijo, es un Dios único en verdad, inmenso, omnipotente, sapientísimo y plenamente bueno. El Espíritu Santo rinde alabanza infinita y eterna al Padre y al Hijo. Ninguna criatura osa penetrar en el concilio sagrado de la santa humanidad, cuyo ente se apoya en la hipóstasis del Verbo; únicamente la Virgen, madre de este Hijo que es indiviso con el divino Padre, es llamada e invitada a él en su dignidad de madre del rey. Ella engendró al Hombre-Dios con el que se celebran las bodas. Mi alma fue, por una gracia inefable, llamada a tan sagradas y admirables nupcias, y a entrar a ese corazón musical, a pesar de saberme infinitamente alejada de merecer semejante favor, y de participar en dichos esponsales como la Virgen. La divina bondad, para concederme la facilidad de explicar el conocimiento que recibí de manera tan sublime, me mostró un montoncillo de polvo muy suelto, que se sostenía en el aire sin que pudiera yo ver soporte alguno. Comprendí que se trataba de la humanidad del Verbo, que estaba sostenida por una hipóstasis invisible que no podía yo percibir, y que él había querido establecer alianza con el polvo de la Virgen, el cual, a pesar de ser muy puro, no era en sí sino tierra, la cual, contrariamente a su pesadez natural, subsistía en el aire, no por su propia virtud, sino por una fuerza secreta de apoyo que la sostenía divinamente.
Mi divino amor me dijo que él renovaba esta alianza conmigo, por ser su deseo que fuera yo su esposa. Sentí que las tres divinas personas se unieron a mí en una forma inexplicable, y pude conocer que la segunda, unida hipostáticamente a la santa humanidad, era el esposo; que la Virgen estaba presente en estas bodas, a las que asistía con deleite y júbilo el heraldo y amigo del esposo, san Juan Bautista, de cuyo nombramiento contemplé la majestad con una [863] mirada intelectual, aunque invisible e imperceptible a los sentidos exteriores. Se me dijo que yo fui escogida desde el vientre de mi madre, a fin de que trabajara en la salvación de muchos, y que, por mi causa, los reyes, los príncipes y los grandes de la tierra, es decir, los sacerdotes y los pontífices, conocerían y adorarían a mi Dios, según lo que Isaías profetizó de san Juan Bautista, prediciendo que sería la saeta aguda que arrebataría los corazones y los inflamaría con el fuego del divino amor. Escuché estas palabras: Recibid con humildad la Palabra del justo. Conocí que el Verbo humanado se unía a nosotros, y que todos los dones procedían del Padre de la luz; que los cambios y las sombras no podían acercársele; que nada debía yo temer porque este Dios de amor haría brillar su luz en medio de las nubes con las que se intentaría ofuscarme, y que todas las grandezas y eminencias de la tierra eran demasiado bajas para interceptar con su sombra al sol divino. El mismo me explicó a continuación la epístola del día, tomada del capítulo 6 de san Pablo a los Romanos, en el que se describe la diversidad de dones y gracias que los cristianos recibieron y siguen recibiendo según la medida de Jesucristo, el cual los distribuye, según explica el mismo apóstol a los efesios, añadiendo que todos sus dones y gracias eran renovadas en mi alma, la cual se encontró en un abismo de claridad. Fui asaltada con un ímpetu divino, cuya violencia no pudo soportar mi cuerpo. El asaltante, empero, lo sostuvo maravillosamente. Dos contrarios, gracias a su divino poder, pueden encontrarse al mismo tiempo en un mismo sujeto. Es él quien unió la virginidad con la maternidad en María, la cual, siendo criatura, y habiendo nacido en el tiempo, es madre del Creador, que es eterno. Es éste el admirable misterio que el amor supo y pudo hacer. La subsistencia del Verbo eterno quiso apoyar la naturaleza creada de Jesucristo y ser la hipóstasis del alma y del cuerpo del Hombre-Dios; alma que gozaba en su parte superior de la visión beatífica. Jesucristo fue al mismo tiempo, comprensor y peregrino; el Verbo tomó una nueva naturaleza para sí, uniéndola hipostáticamente a su divino soporte, que existe desde la eternidad: Hoy se nos revela un admirable misterio: renovando la naturaleza, Dios se hace hombre. Lo que ya existía permaneció, y lo que no, fue asumido sin que ocurriera en ello mezcla ni división alguna.
Para realizar la Encarnación del Verbo, el Espíritu Santo bajó hasta la Virgen para hacer una extensión de dicha Encarnación mediante el sacrificio de la misa, en cuyo sacramento de amor es invocado el Espíritu Santo y Jesucristo se ofrece a través del mismo Espíritu. El Espíritu Santo, que [864] es lazo de unión en la Trinidad, ligó al Verbo a nuestra humanidad, y es él quien viene al alma con la gracia que es el adorno de la esposa del Verbo Encarnado, del Hijo, Rey de reyes y Señor de señores, quien hace a su esposa reina y dama honorabilísima, haciéndola partícipe de sus dones y de su propia gloria como compañera de su reino y participante, por este sagrado y divino matrimonio, de su naturaleza divina.
Le confía amorosamente el secreto de su alcoba imperial e inmaculada, cuyo tabernáculo es su luz admirable. Ese lecho es todo florido por ser él la flor de los campos en su inmensa divinidad, y el lirio de los valles en su humanidad. El es la alegría de su Padre, de la Virgen, su madre; y de su esposa, la cual es tanto y aún más elevada en excelencia que el lirio que se crece entre espinas. La mano del esposo preserva a su esposa de los pinchazos que son tan frecuentes en los matrimonios humanos, los cuales, como dijo san Pablo, no pueden evitar la tribulación de la carne; su unidad, porque son dos en una carne, en nada excluye la división. La virginidad se pierde en ella y, con frecuencia, no se da la fecundidad. El polvo no siempre se eleva con buenas intenciones, sino que con frecuencia se torna en lodo causa de las faltas que no son temidas ni corregidas. Quien tiene oídos, me escucha. No todo lo que les es permitido no es siempre lo más conveniente y no tienen disculpa cuando educan mal a sus hijos y personal doméstico. No por tener una bodega llena de buen vino es honorable beberlo hasta embriagarse; la modestia y la sabia discreción, por no decir continencia, alegra a los ángeles y edifica a los hombres. El amor de las criaturas debe ser reglamentado; el de Dios debe ser extremo, es decir, que él nos manda amarlo con todo nuestro corazón, con toda nuestra alma y con todas nuestras fuerzas, y a nuestro prójimo como a nosotros mismos por su amor. Dichosa la virgen que no está dividida en sus pensamientos y que no reparte sus afectos, sino que se ocupa del todo en contemplar a su divino y purísimo esposo, que es su gloria y su corona. Al amarlo, permanece casta; al unirse a él, se conserva pura y es transformada en él por su santo y divino amor. Es virgen de cuerpo, de corazón y de espíritu; y así como su esposo es tres veces santo, ella es purgada, iluminada y perfeccionada. Reluce y brilla con claridad junto con sus espíritus, que son llamas de fuego que pueden ser llamados vírgenes del cielo, así como las vírgenes de aquí abajo pueden ser llamadas ángeles de la tierra.
Capítulo 149 - La llama del divino amor animó el deseo de dar al mismo Dios que la comunica, porque el alma es atraída a su objeto, lo cual hace desfallecer el cuerpo mientras el alma se fortifica con los divinos favores.
[865] Al día siguiente de la fiesta de san Pablo, primer ermitaño, y víspera de la de san Antonio, al que durante varios años he tenido devoción, y encontrándome en oración por la mañana, vi un corazón llameante y, más tarde, al acercarme a comulgar ,mi divino amor me mostró una corona con tres florones que pendía como si estos tres trofeos, que dichos santos obtuvieron sobre el demonio, el mundo y la carne, quisieran refrescar los santos ardores que abrasaban mi pecho, abismándome en un entusiasmo sagrado, de suerte que mi corazón se desvanecía en medio de tan divinas delicias. Parecía a mi alma que debía dejar el cuerpo, que le parecía una molesta prisión por no poder prestar atención a sus exigencias, debido a que el alma se inclinaba más a estar unida y atenta a lo que amaba y no al cuerpo al que informaba. Todo ello me provocó repugnancia hacia el alimento corporal durante varios años, lo cual fue para mis hijas una no pequeña aflicción y para mí algo de pena al reparar en su contrariedad. Con todo, mi esfuerzo por comer con gran repugnancia mortificó la sensualidad, que no podía satisfacerse; dicha repulsión me fue soportable por darme a conocer lo poco a lo que se apega la naturaleza cuando el gusto corporal la aleja y desvía de lo espiritual, que es más delicioso que la miel. El alma que paladea las verdaderas dulzuras divinas llega a odiar las satisfacciones aparentes y, después de gustarlas, ve y contempla la hermosura de aquel que es tan agradable a la vista como sabroso al gusto espiritual. [866] Dichos grandes anacoretas poseían la esperanza de estas delicias, que constituyeron su alimento en sus soledades en tanto que sus almas conversaban con los ángeles. Hacían la voluntad del Padre de las luces, que les concedió el don perfectísimo y bueno por excelencia, el cual no era ensombrecido por las criaturas mortales debido a que vivían ya con las inmortales, que son luces participadas de la fuente de toda luz, la cual los iluminaba con admirables destellos mediante los cuales se elevaban hasta el gozo de la luz increada, contemplando al Verbo increado, que los invitaba a apacentarse y reposar en su compañía en el cenit del puro amor. El sol de justicia caía a plomo sobre los entendimientos, lo cual movía a san Antonio a lamentarse cuando el sol que ilumina los ojos de las hormigas y los de los hombres, se remontaba en el cielo, ocupando sus ojos corporales y obstruyendo la visión de la divina claridad, que era su luz durante la deliciosa noche. Al verme favorecida con tantas gracias, tuve el deseo de ver en el cenit de la perfección la Orden de aquel que es perfectísimo, y que sus hijas fueran muy pronto liberadas de todo lo que cautiva su atención en las obras naturales y perecederas cuando no son extremadamente fieles a ofrecerlas a Dios. Mi divino amor quiso darme a conocer que aún no llegaba el tiempo de la maravillosa liberación, y que su Providencia permitía endurecimientos casi idénticos a los de faraón; pero que esto no me afligiera, pues él sacaría todo adelante para gloria suya, provecho mío y confusión de la persona que le oponía resistencia, hasta el tiempo destinado por el Padre en su poder, que la sabiduría del Hijo no ignoraba, y que el Espíritu había señalado con sus mismos labios. Añadió que él sabría producir los vientos de sus tesoros cuando Miguel hiciera oír a todos los del cielo y a muchos de la tierra quién es aquel que ha resistido a Dios, y haya establecido la paz. ¿Qué criatura, por poderosa que sea, es como Dios, para hacer su voluntad en el cielo, en la tierra y en el mar, asentando un pie en la tierra y el otro en el oleaje? ¿Acaso no juró que el Omnipotente fijaría un límite a los días de los hombres mortales, al que no lo rebasarían un solo instante; y que él permitiría resistencias para hacer admirar su paciencia y la fuerza de su diestra, que demostraría su poder a fin de que sus obras fuesen contadas a los pueblos y generaciones [867] del futuro, y que él mismo abatiría las montañas del mundo en el camino de su eternidad? El dio a los hombres el tiempo, que está encerrado en su eternidad; cuando así le place, lo retira para juzgar y coronar a los justos y condenar las iniquidades como juez justísimo.
Capítulo 150 - Caricias que el divino esposo prodiga a su esposa cuando ella no ama sino a él, que es su corona y su gloria. La vida de los santos es un suspiro amoroso.
[876] El día de Santa Inés, a eso del atardecer, estando, según mi costumbre, retirada para hacer oración, me ofrecí a mí misma en sacrificio a mi divino esposo, renunciando a todos los amores criados y a todo lo que no es él. Al hacerlo repetí con esta virgen: Aléjate de mí, pábulo de muerte: he sido destinada a otro amador.
Mi querido esposo me ayudó a conocer y sentir que me había recibido como esposa, que su amor me trataba como a tal, y que me daba los mismos adornos y joyas que a Santa Inés. Me dijo amorosamente que me daba pendientes más preciosos e inestimables; es decir, se me daba a sí mismo como Verbo del Padre que quiso, por mi amor, tomar un cuerpo para sufrir en él y someterse a la obediencia como un esclavo al que se perfora el lóbulo de la oreja, aunque permanece noble y libre por su igualdad divina. Quiso tomar la forma de siervo mediante su abatimiento amoroso, obedeciendo en todo y siempre la voluntad de su divino Padre, al que dice: El Señor Dios me abrió los oídos, y yo no me resistí: no me volví atrás (Is_50_4).
Me dio como sortijas los dones del Espíritu Santo, que es el dedo de la diestra divina, siendo la argolla admirable las tres divinas personas, quienes, aunque distintas, están una en la otra debido a su circumincesión. Las tres son inseparables y sus propiedades personales en nada dividen la esencia común que es su naturaleza simplísima e indivisible. Este divino collar, añadió, no podría deshacerse ni separarse. Si conservo su amor en mi alma, encontrar‚ en él toda la belleza simbolizada por la inmensa pedrería que dicha santa dijo le fue concedida.
La caridad, tejido de oro purísimo, era mi túnica, de la que su bondad me había revestido. Su amor me coronaba y me comunicaba sus tesoros infinitos, que son nada menos que las [870] riquezas de la sabiduría que recibe, junto con su esencia, de su divino Padre, al que había rogado me hiciera partícipe de la claridad que tiene con él desde antes de la constitución del mundo.
Son para mí indecibles las caricias que mi divino esposo prodigó a mi alma; mi pluma es incapaz de expresarlas. Las almas que no han tenido la experiencia de semejantes favores, difícilmente creerían en ellas. Si David exclama, al considerar los favores que Dios concedía en la antigua ley a los que vivían en su temor, Cuan grande es tu bondad, Señor, que reservaste para los que te temen (Sal_31_19); ¿Qué podemos pensar de las caricias divinas con que regala a las esposas que ama con tanta ternura en la ley de la gracia?
Se trata de un secreto entre el esposo divino y la esposa virgen, a la que corona con sus méritos para introducirla en su tálamo nupcial y divino, cuyas tiendas y pabellones son claridades arrebatadoras debido a que este esposo es un sol y la esposa un cristal a través del que él se filtra con sus divinos rayos. Es él quien imprime en su rostro la luz de su gloria, que reserva para sí en esta esposa, sin concederla a nadie más. El es todo de ella, y ella es toda de él, por lo que ella puede exclamar con toda verdad: Mi amado es para mí y yo para mi amado, el cual se apacienta entre azucenas hasta que declina el día y comienzan las sombras (Ct_2_16s).
Si la esposa se distrae con los asuntos de esta vida mortal, en cuanto puede hacerlos a un lado llama a su esposo, cuya agilidad conoce: Vuélvete, querido mío, aseméjate a la corza y al cervatillo en los montes Beter (Ct_2_17).Si él tarda en llegar, ella se queja amorosamente de estar sola en esta noche, diciendo: Por la noche le eché de menos en mi lecho parécele que son noches multiplicadas, porque cada hora le parece cien le anduve buscando y no le encontré (Ct_3_1).
La noche de este día de Santa Inés, me fue presentado un libro mientras dormía. Se me dijo que contenía la vida de los santos, y al final de dicho libro estaba escrito: suspiros de los santos. Mi esposo me explicó este sueño por la mañana, aunque no recuerdo por ahora si fue después o antes de comulgar; más bien que era de mañana. Me dijo:
Corazón mío, predilecta mía, la vida de los santos transcurre entre suspiros porque suspiran al aspirar y al respirar, y cuando dejan de aspirar y suspiraré [871] dejan de respirar. Su vida es su amor; es Dios y en Dios. Si él se les oculta, suspiran por verle. Los suspiros no sólo son simples deseos y oraciones, sino deseos ardientes y algo más.
La expiración es la emisión de una parte de la sustancia que se exhala; el soplo del espíritu es una sustancia y no una simple cualidad. Los santos, que suspiran casi continuamente para verse libres de su cuerpo y poder así gozar de su amor, parecen exhalar poco a poco la totalidad de su sustancia.
Yo la destilo gota a gota valiéndome del ardor de la llama que los devora interiormente, la cual los mueve a aspirar al cielo. Por ello dicen con el apóstol que son desdichados: ¿Quién los librar de la mortalidad de su cuerpo? Su espíritu tiende hacia el Dios a quien aman, descuidando el cuerpo que él anima. En ocasiones se hace esto con tanto amor, que el cuerpo parece privado de la vida. Al dejar de manera invisible el cuerpo, su espíritu es elevado y transportado en pos de su amor, que es su peso.
Cuando, en cierta manera, transmiten su espíritu, casi dejan de vivir en su cuerpo y en el mundo. Desearían ver a aquel que inspiró sobre su rostro el Espíritu de vida, para devolverle lo que les ha dado, diciéndole: "Así como tú eres mi afortunado principio, apresúrate a ser mi feliz fin. Bienaventurados los muertos que mueren en el Señor. El ángel que habló con el discípulo amado del Verbo en su exilio de Patmos, le dio desde el cielo la orden de escribir: Escribe: Bienaventurados los muertos que mueren en el Señor. Que descansen de sus trabajos; sus obras los acompañarán (Ap_14_13).
El Espíritu se alegra cuando vuelve a Dios, del que salió; los suspiros de los santos son impulsos, esfuerzos de amor que el Espíritu de vida les mueve a producir; es él quien obra en ellos, por ser sus hijos. Los santos son dioses por participación, que desean morir así como el Hijo natural del Altísimo murió en nuestra naturaleza, a la que desposó para introducirla en su gloria. En su condición de hijos adoptivos y hermanos suyos, desean morir para ir a ver a su buen Padre y recibir su heredad, que poseen gracias a los méritos de Jesucristo, en calidad de coherederos con él. Exclaman con David al suspirar: Sácame de esta cárcel, para que dé gracias a tu nombre. Los justos me rodearán cuando me hicieres merced (Sal_142_7)
¡Ah! ¡Dichosa vida la de los santos; bienaventurada su [872] muerte! Es preciosa ante Dios, que es su amor y la causa de sus suspiros; sea que trabajen, sea que padezcan, todo coopera a su bien porque son amados de Dios, al que aman con todos sus afectos. Que mi alma viva de la vida de los justos, y muera con la muerte de los santos. ¡Ah! Si al respirar aspirara, y al aspirar suspirara, y al suspirar expirar, ¡Qué dicha sería para mí, que vivo con los habitantes de Cedar!
Hija mía, aprenderás a suspirar en la lectura de la vida de los santos. Mi Padre y yo vivimos suspirando al Espíritu Santo, como ya te dije antes; Espíritu que es nuestro suspiro y nuestra vida. Vivimos suspirándolo eternamente; él es nuestro suspiro sustancial y viviente como nosotros.
Se trata de un suspiro delicioso que proviene de una plenitud que no modifica al Padre, en cuyo ser radica toda la plenitud de la divinidad, la cual comunica íntegra a su Verbo. El Verbo, junto con el Padre, la comunica enteramente al Espíritu Santo; el Padre y el Hijo descargan toda su plenitud en el Espíritu Santo, que es como un vacío debido a que la voluntad está colmada del amor personal, que la hace fecunda en la emanación del Hijo, en la que el Padre y el Hijo dilatan su plenitud, que estaba como presionada, permítaseme la expresión, y reprimida en los dos. Por ello respiran y suspiran al Espíritu Santo, que es aliento, suspiro de ambos y Espíritu de su vida: spiraculum vitae (respiradero de vida). Solo, el Padre engendra al Verbo; y el Padre y el Verbo, al respirar al unísono, dirigen este suspiro recíprocamente a su rostro. Viven en la respiración de dicho Espíritu y al suspirar este suspiro en ellos y entre ellos mismos. En esta respiración y suspiro reside su perfección y el término de todas las emanaciones productivas e internas.
La plenitud de la divinidad tiene su extensión en su inmensidad y en estas tres hipóstasis que, sin angostarse, respiran tanto cuanto suspiran; no pueden vivir sin suspirar, ni suspirar sin vivir. Su suspiro vive su misma vida por ser un suspiro sustancial que no puede emanar de su sustancia sin que ellos la reciban toda por ser indivisible, razón por la cual no puede ser compartida en jirones con la humanidad. El suspiro es un efecto de la vida, sin ser la vida ni una cosa viviente. En Dios, su Espíritu es su suspiro y su vida; es la emanación de su sustancia, que es la vida sustancial. Nosotros emitimos nuestros suspiros desde el fondo del pulmón y del corazón, buscando en ello nuestro alivio en razón de la [873] opresión que nos incomoda.
Los humanos emitimos suspiros a nuestro exterior; el Padre y el Hijo producen el divino suspiro dentro de ellos mismos, sin sentir opresión por el peso de una sustancia extraña que les incomoda, sino por su propia y feliz plenitud, que termina y se prolonga dentro de su ser. El Padre y el Hijo retienen en ellos este suspiro para vivir de él como de su propia vida; Espíritu y suspiro que es el círculo de toda la extensión de la divinidad por terminar en sí la totalidad de las divinas emanaciones.
Los santos que imitan la vida divina reciben al Espíritu Santo, que es para ellos, por bondad, spiraculum vitae. Es él quien los mueve a gemir y suspirar con gemidos inenarrables mediante los que respiran, atrayendo de nuevo, con sus grandes deseos de más y más, a este Espíritu, a esta vida, mientras viven. Si alguna vez dejan de suspirar y de aspirar a la vida de Dios, no viven más de la vida santa, sino únicamente de la vida animal: Porque el hombre animal no puede hacerse capaz de las cosas que son del espíritu de Dios (1Co_2_14).
Los que han recibido al Espíritu de Dios conocen los dones que Dios les da: Nosotros, pues, no hemos recibido el espíritu de este mundo, sino el espíritu que es de Dios, a fin de que conozcamos las cosas que Dios nos ha comunicado, las cuales por eso tratamos no con palabras estudiadas de humana ciencia, sino conforme nos enseña el Espíritu, acomodando lo espiritual a las cosas del espíritu (1Co_2_12). El ojo corporal no vio, el oído material no oyó, ni el corazón de tierra pudo imaginar lo que Dios ha preparado para sus amigos: Mas a nosotros nos lo ha revelado Dios por medio de su espíritu, pues el espíritu todas las cosas penetra, aun las más íntimas de Dios (1Co_2_10).
El Verbo Encarnado dijo a sus discípulos que les enviaría su Santo Espíritu, el cual les enseñaría todas las cosas; Espíritu que vendría en calidad de maestro y de Paráclito para consolarlos en sus suspiros. Ustedes llorarán y el mundo reinará les dijo el Salvador. Las lágrimas y suspiros son el pan cotidiano de los santos en esta vida. Al abrir, por medio de grandes deseos, nuestros corazones, que son nuestras bocas, atraemos al Espíritu Santo. A esto se refirió David cuando dijo: Abrí mi boca y atraje al Espíritu, porque deseaba tus mandatos (Sal_119_131). David abrió la boca de su corazón al suspirar en presencia de Dios, y atrajo a su Espíritu.
[874] La hija de Caleb al suspirar al lado de su padre, obtuvo más de lo que pedía: Como ella... comenzase a suspirar, díjole Caleb: ¿Qué tienes? A lo que respondió ella: Dame tu bendición, ya que me has dado terreno secano, dímelo también de regadío. Con eso, Caleb le dio una heredad de tierra de regadío alta y baja (Jc_1_14s). Esto fue lo que obtuvo Axa por haber suspirado.
Suspiremos al lado de Dios, nuestro buen Padre, que nos conceder el riego superior y el inferior: la gracia en el tiempo y la gloria en la eternidad.
Capítulo 151 - El amor de santa Magdalena dio la medida al amor y complacencia que el Salvador tuvo hacia ella. Enero de 1635.
[877] La noche del veintiuno de enero de 1635, me vi en sueños en una larga galería rodeada de cuadros pintados por una mano expertísima y de maravillosa creatividad, ya que en cada uno de ellos aparecía el Salvador mostrando una amable majestad aunada a un porte y rostro que reflejaban el éxtasis y la admiración.
En cada uno de dichos cuadros vi con él a, cuya actitud me pareció muy respetuosa, quien llevaba en la mano una medida de la que se sirven ordinariamente los sastres. El sueño no fue una ilusión del espíritu o un simple ensueño de mi fantasía, ya que contenía grandes secretos que mi divino esposo me explicó al estar despierta, en una conversación que se prolongó varias horas.
Aprendí que el amor de la Magdalena dictaba al Salvador las medidas de todo lo que debía hacer, medidas que fueron tomadas primeramente en el seno del Padre y más tarde en el de su madre y en Betania. El Padre precisó, en su ciencia, la grandeza de su Hijo, y este midió la inmensidad de sus acciones según el amor que profesaba a su Padre y el que su Padre tenía para él. Del conocimiento que obtuvo de este amor, no tuvo otra meta que su gloria en cuanto se encontró en las entrañas virginales de su madre. Se midió de acuerdo al amor que tenía hacia ella, y el que ella tenía por él, queriendo además tomar las mismas medidas del amor que unía su afecto y el de Magdalena. Midió la longitud de su cruz en el seno de su Padre, en el de su madre y en Betania, haciendo [878] sus deseos acordes con la voluntad de su Padre y trabajando para complacer a su madre. Mesuró, además, varias de sus obras en conformidad con el amor de su enamorada, la cual era como la señora de su corazón y de sus afectos; y, en consecuencia, uno de los principios que le movieron a obrar.
El decreto de la Encarnación se elaboró en el cielo para ser ejecutado en María. Las grandes obras del Verbo Encarnado, que debían poner el sello a todas las demás y a la redención, se iniciaron en Betania según las medidas del amor, el cual acrecentó el esplendor de su divinidad, esplendor que enfureció a sus enemigos. Betania fue el lugar de donde partió para dirigirse a la muerte de la cruz, demostrando con ello cuanto amaba a su Padre.
Aun cuando no hubiera existido hombre alguno a quien redimir, el Verbo se hubiera encarnado por complacer a su divino Padre y para hacer de María, su madre. Aun cuando sólo hubiera existido Magdalena para ganarla y atraerla a sí, habría sufrido todo lo que sufrió: tanto era su amor hacia aquella a quien destinó para amarlo. ¡Ah! ¡Si pudiera yo explicar la manera en que me dio a entender este secreto el divino enamorado! Me dijo: Hija, observa cómo Magdalena se arroja a mis pies, cómo los lava con sus lágrimas, los enjuga con sus cabellos y los unge con sus preciosos perfumes. Fíjate cómo imprime en ellos mil besos amorosos que son las marcas de la grandeza de su amor. Por ello dije en voz alta: ha amado (Lc_7_37). Sólo yo conozco este "mucho. Por ello, el amor me impulsó a volverme hacia ella, lo cual pareció una descortés a los que me rodeaban; más esto se debió a que mi corazón fue atraído por su amor. Quise medir la profundidad de sus lágrimas, que hubieran podido llenar una jofaina suficientemente grande para lavarme los pies. También medí el largo de sus cabellos y sopes‚ la cantidad de su ungüento aromático.
La defendí contra el fariseo, haciéndole ver que su afecto distaba mucho de la excelencia del de Magdalena; y que la medida de mi gratitud hacia esta pecadora, que me rendía un testimonio de amor tan raro, era mucho mayor que la que podría deber a Simón por haberme ofrecido una cena en la que reprobaba lo que debía admirar, es decir, mi bondad.
Mi enamorada me trató bien en otras ocasiones. Después de dicha unción, sólo buscaba yo satisfacer el amor de Magdalena cada vez que me detenía en Betania. Llegó hasta parecer que sólo me gustaba conversar con ella, sentada a mis pies y atenta a mis palabras, sin percatarme de los afanes de su buena hermana y su solicitud para atenderme. Así como [879] Magdalena no encontraba alegría comparable a la de escuchar mi divina doctrina, así parecía yo no tener otra que satisfacerla.
Cuando se me comunicó la noticia, que bien sabia, de la enfermedad de su hermano Lázaro, al que amaba por ser su hermano esperé a que muriera por ser esto necesario para la gloria de mi Padre. Quise, sin embargo, obrar este gran milagro en favor de Magdalena. Dije, pues, a mis discípulos que nuestro amigo Lázaro dormía. Viendo, empero, que ellos no entendían lo que deseaba yo significarles con dichas palabras, la violencia de mi afecto, que no podía sufrir más el duelo de su hermana, me obligó a decir claramente: Lázaro ha muerto. Vayamos de prisa a Judea, donde ustedes verán la gloria de Dios y serán confirmados en mi fe. Seguí de buen grado a Tomás, el cual, entusiasmado, se ofreció a acompañarme a Judea, exhortando a sus compañeros, a quienes el miedo había helado el corazón, a morir conmigo si era necesario.
Al acercarme a Betania, me encontré con Marta; pero, a fin de que se supiera por quién obraba yo esa maravilla, mandé llamar a Magdalena. Sus lágrimas provocaron las mías y me enternecieron el corazón. Entonces, no pudiendo sufrir más el verla sumida en tanta tristeza, decidí no retardar el milagro. Orden‚ que se me condujese al sepulcro y se rodara la piedra. Yo mismo temblaba en mi interior, turbándome porque debía tratar con la muerte y la región de los muertos. Me di en prenda por Lázaro, sabiendo que en poco tiempo descendería yo a los limbos, que moriría por él al cabo de algunos días y que la resurrección de este muerto, que obraba yo para suavizar las penas de Magdalena, serviría a mis enemigos de pretexto para decidir mi muerte.
Así como después palidecí de angustia en el Huerto, así, en estas cercanías de mi muerte, quise dejar que el temor y el miedo se apoderaran de mí. La medida de todas estas pasiones, que en mí eran voluntarias, me la dictó el amor de Magdalena.
Unos días después asistí al célebre banquete de [880] Betania, en el que participó Lázaro resucitado, ante el asombro de todo el mundo. Magdalena derramó profusamente y sin medida, sobre mi cabeza, su bálsamo de nardo, llegando hasta romper el vaso de alabastro a fin de que nada quedara en él. En esta ocasión su amor me midió cuan largo era, de la cabeza a los pies. Su cariño deseaba darme un sepulcro de bálsamo a cambio de la fetidez del sepulcro del que saqué a su hermano Lázaro, deseando al mismo tiempo prevenir mi sepultura: a tal grado se derramó su amor, cuya medida sólo yo sabía. Por ello fue mi voluntad que esta acción se diera a conocer en todas partes donde fuera anunciado mi evangelio, y que todo el mundo supiera que dicha enamorada me dio ese trato de amor para darme en vida los servicios que no podría ofrecerme después de mi muerte.
La defendí contra la calumnia de aquellos que, por ser incapaces de sondear la sinceridad de su amor, desaprobaron su acción con el falso pretexto de misericordia hacia los pobres, entre los que, según su opinión, se hubiera gastado con mayor provecho el precio de dicho ungüento. Dije que siempre habría muchos pobres a quienes hacer el bien, pero que no siempre me tendrían a mí, que soy el verdadero pobre que dejó todo para enriquecer a los hombres. Hice ver que Magdalena había hecho una buena obra por haber amortajado a un vivo que muy pronto debía morir, ungiéndolo con bálsamo y ofreciéndole su propio corazón como sepulcro. Había reconfortado a un famélico, pues tenía yo un hambre voraz, no del alimento corporal, sino del amor de las almas, y ella me dio el suyo sin reserva ni medida. Vistió a un desnudo al limpiarme con sus cabellos; atendió a un enfermo al ungir mis llagas, pues tenía yo el corazón muy lastimado de tristeza y temor ante la muerte que se acercaba. Estaba enfermo a causa de la pérdida de las almas, de compasión hacia los pecadores y de amor a los hombres. Mi Padre me ungió rey, pontífice y profeta en mi Encarnación. Magdalena me ungió en ese día como luchador y atleta, pues debía presentarme al combate en pocos días. ¿Acaso no albergó a un peregrino que, pasados seis días, debía cambiar de país?
Fue en Betania donde se conspiró en contra mía, y del mismo lugar salí para dirigirme a la muerte en compañía del amor de Magdalena, [881] a la que no descubrí mi designio para que no muriera, pues me habría seguido o hubiera recurrido a la violencia. Al verla, no obstante, se me oprimió el corazón. Mi enamorada, en cuanto supo la noticia de mi prendimiento y de mi muerte, dejó su casa para estar presente en mi muerte, aunque un poco lejos de la cruz, con las otras Marías. Como se quedó en Betania para cuidar de su hermano Lázaro, al que los judíos querían asesinar con el fin de sofocar el milagro de su resurrección, se enteró de mi muerte hasta después de la sentencia de mi condenación. Ya estaba yo sobre el Calvario cuando ella llegó.
¡Ah!, si la hubiera encontrado a mi paso, hubiera ejercido el oficio de la Verónica con más ardor; mas no dejó de abrirse paso en la aglomeración, acercándose lo más que le fue más posible para verme morir. Mi madre se hallaba más cerca de la cruz debido a que me siguió después de que la advertí de mi condena, y también porque su amor era más grande y constante.
Después de mi muerte, la que me amaba no dejó mi cuerpo hasta asegurarse del lugar de mi sepulcro. Como se acercaba la noche, para guardar la conveniencia y la ley, se retiró, pero sólo para volver de madrugada, el día de la Resurrección, al lugar en el que dejó sepultado su corazón. Vio ángeles, pero al no encontrar mi cuerpo, no se contentó con su belleza, por no estar adherida sino a su Señor. Me disfracé de jardinero con el fin de foguear sus afectos y porque ella buscaba la flor que deseaba plantar en medio de su corazón, expresándolo con estas palabras: "Si lo recogiste, dímelo y yo me lo llevaré. Busco al lirio de los valles y flor de los jardines del paraíso. ¡Ah! si lo encontraste en tus prados, dímelo para llevarlo a un lugar más conveniente para su amor.
Al manifestarme sus intenciones, y no pudiendo ya disimular, me revelé a ella con mi propio rostro, ya glorioso. Quiso entonces tocarme, pero su medida era demasiado pequeña. Debía yo antes subir al cielo a fin de obtener para ella una medida más grande y atraerla a mí. El resto de su vida, la levantaba en el aire siete veces al día, a fin de que viniese a mi encuentro y contemplara mi gloria.
Los ángeles podrían haber cantado en su retiro motetes angélicos; pero no fue sólo para escuchar dicha melodía que yo la elevaba por los aires, sino para que viera en el cielo mi gloria y vislumbrara la que preparaba para ella.
[882] Mi divino amor me enseñó muchos otros secretos tocantes a este amor de Magdalena, en especial que tuvo un amor respetuoso hacia su madre, honrándola siempre como a su Señora, a pesar de amarla tan tiernamente como a su madre, y que dicha reverencia creció con la edad. Agregó que su amor hacia Magdalena fue de familiaridad y libertad. A ello se debió el que tratase con ella más tiernamente y con menos majestad, lo cual acrecentaba el amor de Magdalena.
Las lágrimas que ella vertió, no sólo en casa del fariseo, sino después, durante su vida mortal, caían sobre los carbones encendidos de sus afectos y en la hoguera de su corazón, abrasándolo aún más, a la manera de los fogoneros que avivan el fuego al rociarlo para ablandar con mayor facilidad la dureza del hierro que golpean sobre el yunque.
Cante la Iglesia que Magdalena amó más ardientemente que todos los fieles, y que por su amor mereció verlo la primera, en cuanto hubo resucitado. Sólo él podía consolarla, pues no deseaba ni ángel ni hombre debido a que sus afectos iban más lejos: ella deseaba ver a aquel cuya altura es tan sublime, cuya profundidad es abismal, cuya longitud es infinita, cuya extensión es inmensa; el único que podía satisfacer su alma. No deseaba ella por medida ni la del ángel, ni la del hombre, sino la que su amor exigía: la del templo divino que fue destruido en sólo cuarenta horas, y que se había edificado de nuevo, levantándose glorioso de las regiones de los muertos y del sepulcro.
En cuanto lo reconoció, quiso medirlo, pero su medida era mortal y él se había transformado en inmortal, diciéndole que deseaba subir hasta su Padre para obtener para ella gracias más sublimes, para levantarla en alto hasta el lugar donde fijaría su morada, ya que la tierra no era un lugar para cuerpos gloriosos. Añadió que su amor debía buscarlo a la derecha de la grandeza divina; que él había purgado por los pecados cuando podía morir, pero que, por ser inmortal, iba a efectuar la distribución de la gracia y de la gloria para concederle la una y la otra, asegurándole que de su plenitud recibirían todos los elegidos, y que así como ella fue espléndida para con él durante su vida, él haría lo mismo hacia ella cuando llegara a su fin. Afirmó que los espíritus celestiales considerarían un favor elevarla siete [883] veces al día en sus coros, para que asistiera a su música allí donde su amor los arrebataría si él no les sirviera de medida.
Capítulo 152 - El Verbo Encarnado pesó el fuego, midió el viento y contó las gotas del océano. Del entendimiento que plugo a su bondad concederme sobre estas maravillas y misterios.
[885] Mi divino amor, el Verbo Encarnado, me dijo, mientras me acariciaba amorosamente, que deseaba instruirme en sus divinas maravillas y elevar mi espíritu a través de la meditación de las palabras que dijo el ángel a Esdras, ya que deseaba darme a entender místicamente de qué manera mide el viento y sopesa el fuego.
Me dio a conocer admirablemente, por tanto, su poder sobre el fuego y los vientos que guarda en sus tesoros, diciéndome: En otro tiempo, Uriel mandó a Esdras que midiera el soplo del viento y pesara la pesantez del fuego: Pesa para mí el peso del fuego y mídeme el soplo del viento. El profeta se sorprendió tanto ante esta orden, que confesó que sobrepasaba el poder e industria de todos los hombres.
El Verbo divino me dijo que él hacía todas esas maravillas en el seno de su Padre, pues con él mide el soplo y el viento del Espíritu Santo, que aspira, respira y suspira con él. El Espíritu Santo es un soplo, un viento de amor que el Padre y el Hijo producen por un retorno inefable y un mutuo suspiro. El Verbo es el término del conocimiento de su Padre: conoce todo el saber de su Padre, y lo ama tanto cuanto es amado por él. Junto con su Padre, produce un amor que les es igual y que no tiene otra medida que la inmensidad; y como el Padre y el Hijo infunden su esencia en el Espíritu Santo mediante su respiración, le confieren también sus medidas.
El Verbo mide los suspiros de los santos al llevar su cuenta precisa, aunque sean casi tan numerosos como los [886] momentos de su vida, ya que a cada instante respiran y suspiran.
Si todos los cabellos de nuestra cabeza están contados, ¿quién dejar de creer que los suspiros de los santos no lo estén, debido a que dichos suspiros amorosos emanan de Dios y a él retornan? Así como el alma anima y vivifica el cuerpo, el Espíritu Santo, que es el suspiro y aliento de Dios, vivifica a los santos moviéndolos a suspirar y a retornar a Dios de la misma manera, el amor recíproco y en proporción a la capacidad que les concede para corresponderle.
Jesucristo mide el soplo de su Espíritu que concede a los apóstoles y a su Iglesia. Después de la resurrección, sopló sobre sus apóstoles para transformarlos en hombres nuevos, y como en una nueva creación, les comunicó al Espíritu Santo, cuya plenitud no recibieron por entonces sino en el día de Pentecostés en medio del ruido de un viento fortísimo, de un soplo y de un Espíritu impetuosos. El Padre y el Verbo producen en la Trinidad al Espíritu Santo, comunicando su plenitud con una impetuosidad natural a su espíritu sustancial y subsistente, tal como Dios me lo reveló hace algún tiempo. Es esta producción la plenitud de la divinidad, que estaba como contenida en las otras dos hipóstasis, que encuentra en la tercera su extensión natural, si puedo expresarme de este modo, por no tener otra palabra que explique mi pensamiento, de donde procede que el Espíritu Santo es el término y la paz en la Trinidad.
El Verbo Encarnado, ya glorificado, se veía urgido por su amor a enviar su Espíritu Santo a su Iglesia; pero al no encontrarla suficientemente dispuesta, esperó a que sus apóstoles se prepararan mediante la oración a recibir dicha plenitud, enviando por fin del cielo a la tierra un gran viento y un soplo impetuoso; y con él, la plenitud del Espíritu; Espíritu que es la paz de la Trinidad por ser el beso del Padre y del Hijo, el nudo sustancial que los ata en conjunto y el término al que se dirigen las comunicaciones internas.
El viene, no obstante, en medio de un gran asalto y un ruido ensordecedor para alertar a la naturaleza humana y, con ello, levantarla. [887] Todo esto fue significado por aquel fuerte sonido que se oyó repentinamente, el cual procedía del cielo como el soplo de un espíritu, de un viento de extraordinaria vehemencia. Se trata del amor que Dios profesa a los hombres: spiritus vehementis. Los apóstoles recibieron al Espíritu para llevarlo a todo el mundo, siendo como la fuente que debía enviar sus ríos y derramarse desde la montaña de Sión por toda la tierra. Dicho viento estaba destinado a llevar la palabra que el Verbo les había confiado por todos los rincones del mundo, y el Espíritu que es la paz y la unión eterna en la Trinidad debía pacificar al mundo por el amor y la caridad. Jesucristo midió todas estas comunicaciones, estas plenitudes y estos soplos del Espíritu y del viento que anima a la Iglesia extendida por toda la tierra.
Jesucristo pesa el fuego al producir, junto con su Padre, el fuego y ardor de su amor mutuo, que es el Espíritu Santo. El Verbo es luz, y por ello procede por vía del intelecto. El Espíritu Santo es ardor, fuego y llama que arde en la voluntad del Padre y del Hijo, de la que procede y cuyo término es. Dicho fuego es tan grande como la luz y el amor, y posee la misma medida que el conocimiento. El Verbo, que es término del intelecto y conocimiento paternos, da su peso al fuego y a la llama del amor que es el Espíritu Santo. Es él quien pesa el amor que su Padre manifestó al mundo cuando le dio a su Hijo único para su salvación.
Nadie fuera de las tres divinas personas puede comprender esta partícula: tanto amó Dios al mundo (1Jn_4_9). El Verbo pesa el mérito y precio del amor de los ángeles, que son ministros de fuego. Pesa como Hombre-Dios el fuego del pecado que consume al mundo y la hoguera de Babilonia, que lo abrasa continuamente. Pesa el fuego de la cólera de su Padre contra los pecadores con la pesadísima y molestísima carga que echó sobre sí, a pesar de ser inocente: A quien no conoció pecado, le hizo pecado por nosotros, para que viniésemos a ser justicia de Dios en él (2Co_5_21). El cual, siendo [888] resplandor de su gloria e impronta de su sustancia, y el que sostiene todo con su palabra poderosa, después de llevar a cabo la purificación de los pecados, se sentó a la diestra de la Majestad en las alturas (He_1_3). Debía, con todo derecho, sentarse después de haber llevado el peso del pecado, así como se sentó junto al pozo de Jacob cuando quiso convertir a la Samaritana, al sentirse fatigado del camino que había recorrido por su salvación.
El pesa el fuego del amor que la divina bondad nos da y que cada uno de nosotros alimenta en su corazón como en un hogar sagrado, o sobre un altar de holocausto. Es él quien lo distribuye, deseando que arda y transforme nuestras almas en llamas según la medida de la gracia que nos engrandece. El divino Salvador recibió el Espíritu, el amor y la gracia sin medida; en cuanto Dios, la concede; en cuanto hombre, la recibió con plenitud de la que todos recibimos como a él le place y según nuestra disposición. Por ser Dios, se iguala a su divino Padre sin causarle detrimento, no teniendo, por tanto, otra medida que la igualdad con él y el Espíritu Santo. Su abatimiento en nada disminuyó su medida. Tened entre vosotros los mismos sentimientos que Cristo: El cual, siendo de condición divina, no retuvo ávidamente el ser igual a Dios (Flp_2_5s).
Habiéndose hecho hombre, posee en su cuerpo toda la plenitud de la divinidad, que le es comunicada por la unión sustancial de su humanidad con el Verbo. El anonadamiento de esta débil naturaleza no impide la posesión de dicha plenitud, cuya única medida es la inmensidad. En cuanto a las gracias creadas y a la llama que se enciende en Jesucristo, no tiene comparación alguna con las que se comunican a las meras criaturas, por ser la medida de todas: sean más grandes o más pequeñas, según su cercanía o lejanía de la santidad divina.
El Verbo eterno cuenta las gotas del mar de la divinidad. Es él quien recibe en su integridad el océano del entendimiento del Padre, del que emana como un rocío, como dijo el Rey-Profeta: Antes del lucero, como al rocío te engendré (Sal_110_3) [889] El sabe cuanto recibe de su Padre y cuanto le devuelve en conocimiento y amor, y en qué medida el Padre y él dan al Espíritu Santo, el cual recibe del Padre y del Hijo la total esencia de ambos. Únicamente las tres divinas personas son capaces de contar las gotas y las perfecciones del abismo del océano de su divinidad.
El Verbo Encarnado enumera el total de gracias que ha dado y merecido para todas las criaturas, mismas que su santa humanidad recibió sin cuenta ni medida, por no haber sido mesurada con la medida del ángel ni del hombre: está separado de los pecadores, es el cielo supremo y cabeza de los hombres y de los ángeles. Es él quien distribuye a cada uno según su beneplácito, que es la medida de sus dones y su correspondencia a ellos. San Juan no expresa claramente si es el ángel quien lo eleva en espíritu para contemplar a la esposa del Cordero, o éste quien le dice en el versículo 6 del mismo capítulo 21: Yo soy el Alfa y la Omega, el Principio y el Fin, el cual poseía la regla para medir a la santa Jerusalén, que descendía del cielo y de Dios llevando en sí la claridad divina y una luz semejante a la del jade, pero preciosa y clara como un cristal.
Si éste es aquel que es comienzo y fin, se trata del Verbo Encarnado, el cual no desdeña tomar la caña de medir para evaluar la gracia y la gloria con la regla de oro que su bondad comunica a los ángeles y a los hombres, con medida humana que era la del ángel, concediendo a quienes le son fieles las gracias que los ángeles apóstatas perdieron a causa de su rebelión. Si es verdad que los hombres son residentes del cielo junto con los coros angélicos, según su amor y méritos, el Verbo Encarnado se complace en señalarles su lugar e iluminarlos y ensalzarlos en gloria cuando llegan al término, según la medida de la gracia que les concedió al estar en camino. Su humanidad divina mide, pues, la gracia y la gloria del ángel y del ser humano; ella sola es medida según la medida de la humanidad del Verbo, cuyas gracias eran tales, que mereció la majestad del Verbo, al que está unida mediante una unión hipostática.
Jesucristo mide la gracia y la gloria de su madre, gracia y gloria que la Santísima Trinidad le concedió según sus condiciones de hija, esposa y madre de Dios. Este hijo de amor y bendiciones [890] se complace singularmente en las grandezas de su madre, que es la incomparable en su rango y la sin par en su excelencia. David y san Pablo nos dicen que él ascendió para conceder dones a los hombres, dones que ha pesado y medido según su gracia, y recompensado según su amor y los méritos de sus buenas obras, cuya buena medida manifestar al llamarlos benditos de su Padre, reconociendo, por su amor, la misericordia que mostraron hacia los pobres y afligidos, considerándolas como hechas a él mismo.
Es él quien tasa la cólera de su Padre, que desbordará como un torrente, como una gran cañada de agua, abismando todo en su rigurosa justicia, a la que Jesucristo opone su misericordia presentándole sus sufrimientos y diciéndole: Hasta aquí castigarás, pero no seguirás adelante. Mis méritos te detendrán; mi amor desea reducir tus rayos a una suave lluvia que verter‚ con medida, sobre los hombres. ¿Por qué los amaste hasta el extremo de enviarme al mundo para que yo mismo los salvara? Me has constituido rey y juez. En cuanto rey, dar‚ con generosidad real; en cuanto juez, llevo en mí con qué pagar por los hombres, pues soy su hermano mayor. Tengo el viento en la mano, como predijo mi Precursor refiriéndose a mí. Para purificar mi aire, desecho la paja porque deseo guardar el grano en mi granero celestial.
Los hombres criminales no merecen respirar el dulce aliento de tu espíritu amoroso ni poseerlo en su pecho para que sea su refrigerio; pero, Padre bueno, yo lo merezco por ellos; yo lo produzco contigo y puedo enviarlo como tú, por ser su principio en el día de tu poder, que es también el mío. Yo soy tu Hijo engendrado en el esplendor de los santos; soy luz de luz y comunico sin superioridad, es verdad, toda mi esencia al Espíritu Santo, misma que recibo de ti sin menoscabo y que tú y yo le comunicamos, la cual recibe de nosotros dos sin dependencia. Se la comunico porque él anhela ser nuestro don común, así como comunes son nuestro amor, nuestra [891] espiración, nuestra respiración, nuestro aire divino, que nos permite respirar en el ardor de nuestra divina llama. Por ser el aire en nuestra Trinidad, está iluminado con tu luz y la mía. Es tan sabio y poderoso como nosotros. Es el poder, la sabiduría y la bondad que en sí misma es comunicativa. Desea con ardor ser enviado a mis fieles, con los que prometí permanecer. Padre mío, deseo penetrar en la tierra de los limbos después de haber entrado en la de mi humanidad; deseo visitar a los padres que están en los lugares de tinieblas, en medio de las sombras de la muerte. No me parece que habré manifestado suficientemente el amor que profeso a la naturaleza humana si dejo de internarme en esas regiones; si no libro de la cautividad a los que merecen gozar las alegrías que mi cruz adquirió para ellos, la cual llevé a cuestas, dejándome clavar sobre ella para darles la posesión de esta felicidad de participación en mi naturaleza divina.
El Sabio habló de mi descenso a los lugares de ultratumba cuando dijo: penetrar‚ a todas las partes inferiores de la tierra, para iluminar a los que esperaban esta gracia de mí, Señor de bondad.
divino amor mío, eres, además el pontífice que penetró los cielos después de haber pasado por todo lo que en la tierra era capaz de tu penetración amorosa. Habiendo profundizado las aflicciones de los tuyos, quisiste experimentar todas nuestras miserias, con excepción de la ignorancia y el pecado, a los que aborreces por esencia. Eres la virtud eficaz que penetra todo, que todo lo llena, razón por la cual el gran san Pablo dijo que, al subir más allá de los cielos, diste plenitud a todas las cosas: ¿Qué quiere decir: subió sino que también bajo a las regiones inferiores de la tierra? Este que bajó es el mismo que subió por encima de todos los cielos para llenarlo todo (Ef_4_9s).
Al hacer la distribución de tus dones, has concedido a unos el apostolado, a otros, la profecía; a éstos, el don de evangelizar; a aquellos, [892] el de doctores. En fin, has colmado a todos de bienes según la medida de tu poderosa, sabia y amorosa bondad. Deseas que todos seamos perfectos en la adopción filial de tu Padre eterno: en la madurez de la plenitud de Cristo (Ef_4_13). Tú eres la medida de toda perfección.
Capítulo 153 - Furor de los pecadores obstinados, a los que Dios justísimo castigará. Constancia de san Ignacio mártir, que permaneció tranquilo en medio de las bestias feroces. Deseos que tuvo de sufrir todos los tormentos de los demonios para gozar de Jesucristo
[893] Vi de noche una hoz para segar los campos o los trigales, cuya visión me dejó varios días estas palabras en el pensamiento y en los labios: Lo ve el impío y se enfurece, rechinando sus dientes, se consume. El afán de los impíos se pierde (Sal_112_10).
¡Qué ira para los pecadores obstinados, pero qué diferencia de estado ver a un san Ignacio lleno de dulzura y de paz, en medio de las fieras, conservando su tranquilidad! Mucha es la paz de los que aman tu ley, no hay tropiezo para ellos (Sal_119_165). La muerte, que es temible, pareció deliciosa a san Ignacio, que por un singular privilegio fue ungido con el óleo de alegría que emana del nombre adorable que es bálsamo derramado. Fue uno de esos afortunados de los que habla san Juan en su Apocalipsis: Bienaventurados los muertos que mueren en el Señor. Que descansen de sus trabajos; sus obras los acompañarán (Ap_14_13).
Esta águila clarividente señala otra visión que sigue en el mismo capítulo, la cual apoya con fuerza la imagen que tuve de esta hoz y de las palabras del Rey-Profeta sobre los pecadores que se consumirán y rechinarán los dientes con un furor iracundo al ser tronchados por la seguridad que blande el que está sentado sobre la nube blanca: y seguí viendo. Había una nube blanca, y sobre la nube sentado uno como Hijo de hombre, que llevaba en la cabeza una corona de oro y en la mano una hoz afilada (Ap_14_14). ¿Por qué dar importancia a esta hoz? Para cortar la vida de los pecadores, que se cifra en el vino que beben con exceso y para contentar su sensualidad, bastan sus impurezas, en las que se sumergen como cerdos en lodazales. El Hijo del hombre, que es el Hijo de la Virgen, no puede sufrirlos. Por ello los corta y los echa fuera en el día de su muerte, arrojándolos en el lago del furor de [894] su Padre, justamente airado ante sus horribles crímenes. Los que fueron tragados vivos en los infiernos del tiempo de Moisés, muestran el castigo del pecado de la envidia, en tanto que estos últimos llevan la máscara del pecado de sensualidad y de lujuria, que es alimentada por la gula y atizada por la embriaguez. Por ello el discípulo amado vio que los racimos o la uva que fue cortada por dicha hoz fue arrojada al lagar de la ira de Dios, que es la gran pisadera en la que aplasta, con el peso de su justicia, a los pecadores que lo han ofendido.
Todo ello sucede fuera de la ciudad, pues los pecadores son exiliados, llevando como sentencia el ser atormentados lejos de los ciudadanos del cielo, aunque la justicia divina impide, con su divino poder, que los justos que ven su honesta venganza no se sientan heridos de piedad. La justicia hace que concurran con ella, alegrándose al considerar que dichos culpables de lesa majestad divina y humana han merecido en verdad tan justo castigo, haciendo así realidad las palabras de David: El justo se alegrará al ver tan justa venganza (Sal_58_10), en tanto que esos desventurados se consumen en una eterna desesperación junto con el dragón, cuyas inclinaciones siguieron y quedaron impresas en ellos por haber cedido a las tentaciones. Llevan la imagen de la bestia a la que adoraron, la cual que fue vencida por los santos, quienes despreciaron su imagen deforme por el Dios que resplandece con luz divina.
Los santos vivirán, por tanto, en una perpetua alegría, lo cual describe muy bien el capítulo siguiente, en que el discípulo amado contempla el gozo de los bienaventurados: y vi también como un mar de cristal mezclado de fuego, y a los que habían triunfado de la Bestia y de su imagen y de la cifra de su nombre, de pie junto al mar de cristal, llevando las cítaras de Dios. Y cantan el cántico de Moisés, siervo de dios, y el cántico del cordero, diciendo: Grandes y maravillosas son tus obras, Señor, Dios todopoderoso; justos y verdaderos tus caminos, ¡Oh Rey de las naciones! (Ap_15_1s).
San Ignacio venció al demonio al despreciar sus tormentos y al desafiar su rabia junto con todo lo que aterroriza a los hombres, exclamando: Ahora comienzo a ser discípulo de Cristo: nada deseo de lo que atrae la vista, porque he encontrado a Jesucristo. Vengan a mí el fuego, la cruz, las bestias, sean fracturados mis huesos, amputados mis miembros y triturado mi cuerpo; sea enfrentado a los tormentos del demonio, con tal de que pueda disfrutar a Cristo. Sólo esto me basta: el poder [895] saborear a Jesucristo. Ignacio se encuentra ahora al lado del divino Salvador, gozando del mar de cristal sobre el pecho de su amor, del que recibe llamas purísimas que elevan su entendimiento e inflaman su voluntad de una manera que me parece inexplicable. Canta no sólo el cántico de Moisés, sino el del Cordero, que el Predilecto no nos transcribió a causa de su excelencia, que no puede ser comprendida por los espíritus que, por estar en la tierra, son incapaces de apreciar las maravillas del cielo.
Ignacio cantó con los serafines de Isaías: Santo, santo, santo, es el Señor de los ejércitos, el cual me dio el valor para combatir, la gracia para vencer y el honor de triunfar por él y en él. Mi amor, que fue crucificado en la tierra por su causa, es ahora glorificado en el cielo. En él poseo la visión y la fruición del Dios al que he amado. El que me hizo su trigo en el tiempo, se hace mi deleite en la eternidad.
Como fui compañero de sus dolores, ahora participo de su reposo; como tuve parte en su cruz, estoy sumergido en su gozo, que será eterno para mí. Deseé por su amor que las fieras me desgarraran y despedazaran, para reunirme así con él, deseando ser molido para asociarme, con eterna unión al Verbo Encarnado que es mi cabeza.
Codicié todos los tormentos de los crueles demonios a fin de manifestar al cielo y a la tierra que no temía la rabia de los poderes de las tinieblas, a cambio de poseer la gloria de la luz que vino a este mundo para destruirlas.
Capítulo 154 - El Salvador es la purificación, la iluminación y la perfección cuando se ofrece a su divino Padre. La santa Virgen imitó e imita a su Hijo, al ofrecerse en todo momento como holocausto perfecto.
[897] Adquirí el conocimiento de que, en la triple fiesta de hoy, de purgación, de iluminación y de oblación, Jesucristo purificó, iluminó, perfeccionó y se ofreció en el seno de la Virgen madre, y cómo el Padre es principio del principio lo mismo que su Hijo, que con él es principio del Espíritu Santo.
El primero es Padre de las luces; y por engendrar a su Hijo, es llamado Padre de las luces por Santiago. San Juan, en cambio, se refiere al Hijo como luz de luz que ilumina al mundo, cuyas tinieblas no pudieron comprenderlo. Es por ello que vino a purgar, a iluminar y a ofrecerse por los hombres a fin de que por él fuesen unidos a Dios.
La Presentación no sólo es admirable porque el Hijo presenta a su Padre todo lo que ha recibido de él, sino porque el Padre da todo por su Hijo al Espíritu Santo. Vi al Hijo en el seno y en el corazón del Padre, que parecía querer derretirse como la cera en el plan de la Encarnación: Mi corazón ha quedado como cera, debítense en mis entrañas (Sal_22_15). El Hijo Oriente quiso visitarnos por las entrañas de la misericordia paterna, a las que se refirió Zacarías: Por las entrañas misericordiosas de nuestro Dios, que hará que nos visite una luz de la altura (Lc_2_78).
[898] Entrañas ardentísimas a causa del fuego del amor del Espíritu Santo. El Padre da toda su esencia al Hijo, y el Hijo, junto con el Padre, al Espíritu Santo. El Padre, el Hijo y el Espíritu Santo moran en ellos mismos, no comunicándose sino a través de la producción de las criaturas. El Hijo se derrite, se licua en la Encarnación, licuación que es obrada por el amor, primeramente, en el seno del Padre eterno.
El Verbo se derrama hasta el seno de María, la cual al acoger este cirio fundido, recibe toda la plenitud de la divinidad, la cual, por ser indivisible y hallarse en toda su integridad en la persona del Hijo, es infundida a modo de ser en la humanidad que se encuentra en las sagradas entrañas de la Virgen. De este modo, el Hijo, por medio de esta licuefacción, sirve como de extensión a su Padre y proporciona al Espíritu el contento de producirse fuera de sí, debido a que en la Trinidad es infecundo y estéril.
Contemplé al Padre en su disposición de dar, por tener entrañas de misericordia; al Hijo en la pasión, permítaseme hablar de esta suerte, y al Espíritu Santo en acción, porque el Padre y el Espíritu Santo visten al Hijo que está revestido. Se bien que él se reviste y obra junto con ellos, pero es el único en ser revestido. Es como el esposo que da su consentimiento en tanto que las familias arreglan el contrato y definen sus cláusulas, pareciendo no preocuparle sino el dar su consentimiento a lo que se resolverá y acariciar a su esposa. La Encarnación es una licuación, una destilación, una efusión y un derramamiento que es plenitud de Dios. La divina claridad me hizo saber que había una gran diferencia entre la comunicación del Verbo en la Encarnación y en la del Espíritu a los santos. La primera se lleva a cabo mediante la efusión y fluidificación de toda la divinidad y de la persona del Verbo; la segunda se obra únicamente a través del rocío de los dones y de las gracias.
La purificación, la iluminación y la santificación son obra del mismo Salvador que purgó nuestros pecados. El nos reconcilió con su Padre. Es el mediador del mundo. Es la piedra angular. [899] Porque hay un solo Dios, y también un solo mediador entre Dios y los hombres, Cristo Jesús, hombre también, que se entregó a sí mismo como rescate por todos (1Tm_2_5s). El obró una redención abundantísima: Porque él es nuestra paz, el que de los dos pueblos hizo uno (Ef_2_14). Su madre fue escogida como auxiliar en esta redención al proporcionar su sustancia, de la que fue formado y alimentado el cuerpo del divino Salvador.
Ella lo ofreció al Padre eterno, y aunque en este día lo rescató, fue para sacrificarlo el viernes solemne en que debía ella encontrarse al pie del altar, que sería la cruz. Al ofrecer a su víctima, su alma sería traspasada y penetrada por la espada del dolor, a fin de revelar los pensamientos de los corazones.
Revelación que debía convertirse en luz que los llevaría a la unión y consumación santísima que anhela el Hijo, la cual consiste en que todos sean consumados en uno así como el Padre y el Hijo son uno por el Espíritu Santo.
La consumación del holocausto es el fin; él vio su fin. Dios es el fin de sí mismo y el fin de los ángeles y de los hombres, los cuales lo contemplan y gozan de él en la gloria, siendo consumados en uno por el amor. Dios es fuego y luz. Como es un ser indeficiente, los bienaventurados serán infinitamente glorificados junto con él; y por su medio, las jerarquías celestes, a las que purifica, ilumina y perfecciona, adorarán y amarán sin fin al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo.
Los ángeles adorarán y admirarán eternamente la santa humanidad del Verbo Encarnado, al que san Pablo llama autor de la fe y consumador de las Escrituras, el cual, al proponerse la alegría, aceptó la cruz y los desprecios para honrar a su Padre y redimir a los hombres, a fin de darles la gloria. El obró la purgación de los pecados. Se sienta, por tanto, a la derecha como esplendor de la gloria y figura de la sustancia de su Padre; y el que sostiene todo con su palabra poderosa, después de llevar a cabo la purificación de los pecados, se sentó a la diestra de la Majestad en las alturas (He_1_3). [900] Dicha diestra es su madre. Así como al estar al pie de su cruz, ofreció junto con su Hijo el holocausto de amor y de gloria en la plenitud de luz, fue, a una con su Hijo, consumada en la unidad por llamas que serán eternas, iluminando y regocijando a la Virgen mientras devoran a los hipócritas. La Virgen fue siempre muy sincera en sus devociones. Su corazón jamás desmintió a sus labios; tanto en su interior como en su exterior, amó siempre a Dios en verdad. Ofreció en todo momento una hostia agradable a Dios, por ser su Hijo el holocausto perfecto, el sacrificio de justicia y de alabanza acepto a Dios, al que él mismo rinde honor en gracia y en gloria.
Llegó el momento en que Dios rechazó los sacrificios de animales: no quería más sangre de toros ni de machos cabríos. Deseaba el sacrificio de aquel cuya mansedumbre y dulzura le agradaban, el cual era su Hijo bendito y aroma de santidad divina y humana. En él, la belleza del aroma de los campos se encontraba de manera eminente.
La Virgen fue la mujer pacífica, la Sulamita según el corazón del rey. Su humildad complació a su Majestad, agradándole sobremanera con sus deliciosas y vivas ofrendas de gracia. Dios mismo quiso animar su sacrificio mediante un delicioso aroma de suavidad. El Hijo purificó a su madre y, con su enseñanza, alejó de ella la ignorancia, si es que alguna tenía, de los misterios ocultos en Dios, lo cual san Lucas parece dar a entender al referirse a ella y a san José, después de haber encontrado a su Hijo en el templo, cuando éste les dijo: ¿No sabíais que yo debía estar en las cosas de mi Padre? Pero ellos no entendieron su respuesta (Lc_2_49s).
El los iluminó con sus luces, diciendo lo que juzgó apropiado para convertirla en la mujer que debía ser revestida de sol, coronada de estrellas y con la luna bajo sus pies, la cual, después de su Ascensión, instruiría a la Iglesia, iluminándola e inflamándola con las llamas de su Hijo, quien le dejó el fuego que vino a encender a [901] la tierra para consumir los corazones de los suyos y unirlos a él, cosa que ella hizo admirablemente. Así como en su seno dos naturalezas infinitamente distantes se enlazaron en unión hipostática, por sus oraciones los primeros cristianos fueron un solo corazón y una sola alma, perseverando en oración y en la comunión cotidiana.
Pienso que la Virgen fue una continua ofrenda a partir del instante en que fue concebida hasta su muerte. Se ofreció sin cesar a la derecha de su Hijo, sabiendo que con ello agradaba a Dios, que la hizo digna hija suya, su digna madre y su digna esposa, conservándola siempre sin mancha, inmaculada. Supo acompañar la oblación de su Hijo, que san Pablo ponderó altamente a los Hebreos diciendo que el Salvador y sumo sacerdote vino a este mundo para ofrecerse a su divino Padre cuando éste no quiso ya recibir el sacrificio imperfecto, a fin de hacer su divina voluntad: ¡He aquí que vengo, pues de mí está escrito en el rollo del libro, a hacer, oh Dios, tu voluntad!... Y en virtud de esta voluntad somos santificados, merced a la oblación de una vez para siempre del cuerpo de Cristo. Y más adelante: Habiendo ofrecido por los pecados un solo sacrificio, se sentó a la diestra de Dios para siempre (He_10_7s).
Así como el Hijo afirmó que siempre hacía lo que agradaba a su Padre, digo en proporción que la Sma. Virgen hizo lo que agradaba a su Hijo, el cual hace lo mismo que su Padre, por ser uno con él en esencia. La Virgen hace lo mismo debido a la unión que tiene con su Hijo, tan estrecha como una madre puede tener con un Hijo que es Dios y hombre, el cual ofrece lo que tomó de su madre, apoyada en su divino soporte.
Capítulo 155 - De la protección del Espíritu Santo, de la paz y de los grandes favores que el Verbo Encarnado ha concedido a las hijas de su Orden al revestirlas con sus libreas, y cómo ellas deben agradecer sus gracias, 6 de febrero de 1635.
[905] Mi divino amor me dijo que no debía admirarme el no sentir las emociones y sufrimientos que las demás sentían a causa de las contradicciones, porque yo experimentaba las palabras de David: los que aman tus preceptos gozarán de gran paz (Sal_118_165). Añadió que el amor que tenía yo a la ley de Dios y mi conformidad con su santa voluntad eran en mí causa de tan grande paz; que el Espíritu Santo, habiéndose apoderado de mi corazón desde el principio de mis contradicciones, me había regalado y colmado de su paz.
Me explicó la visión del 19º capítulo del Apocalipsis, que muestra al Verbo de Dios montando un caballo blanco y vistiendo un manto cuajado de gotas de sangre: viste un manto empapado en sangre (Ap_19_13). Los caballeros que lo seguían montaban también caballos blancos y portaban túnicas de blanco y purísimo lino, que, cual gasas blancas y etéreas, dejaba ver la agilidad de los cuerpos gloriosos y sus demás atributos.
Comprendí que el Salvador tenía su vestidura tinta en sangre porque tomó y cargó sobre sí la confusión y vergüenza de todas nuestras iniquidades, no dejando a los santos sino la gloria del sufrimiento. A esta luz debe entenderse otra cosa que aparece en dicho Apocalipsis: que lavaron y blanquearon sus túnicas en la sangre del cordero. Van revestidos del mismo Jesucristo, que es la vestidura de lino que la tierra virgen de María suministró.
Qué favores, divino amor mío, concederás a las hijas de tu Orden, que me dijiste deben vestirse de blanco y rojo, haciendo suyas las palabras de san Pablo: Revestíos del Señor Jesucristo, y éste crucificado (1Co_2_2). Es para honrarte en la tierra y para manifestar [906] en estos últimos siglos el exceso del amor que te hizo sufrir una pasión tan dolorosa, a fin de que, al contemplar el blanco, admiremos tu inocencia y tratemos de imitarla. El rojo, para ofrecernos a morir continuamente por ti, que eres nuestro amor y nuestro peso, que nos lleva hasta donde tú quisiste llegar: a Jerusalén y al Calvario para ser crucificado.
El escapulario rojo que debemos usar es la figura de tu cruz empapada en tu sangre, mediante la cual pacificaste todo lo que es del cielo y de la tierra.
La corona de espinas, en la que aparece tu nombre sagrado de Jesús, y bajo él un corazón en el que debe escribirse: Amor meus, es una protesta de que tus hijas sólo quieren amarte a ti, ofreciéndose para hacer cesar, en los tiempos que corren, la queja tan justa que lanzaste durante tu vida mortal, al afirmar que los zorros tenían madrigueras y los pájaros nidos, pero que el Hijo del hombre no tenía dónde reposar su cabeza. Te presentamos con toda humildad nuestro pecho para que reposes en él durante el tiempo y la eternidad.
Es esto lo que me comunicaste ser de tu agrado. He obrado según la muestra que me representaste en la montaña de oración y en la tierra de visión mientras estaba delante del Santísimo Sacramento en la iglesia del Colegio de la Compañía de Jesús en Roanne, el 22 de junio de 1625 y el 15 de enero del mismo año. Mientras que el R.P. Coton decía misa en dicha iglesia, te me apareciste vistiendo un manto de púrpura-escarlata, usado y medio deslavado o descolorido. Estabas en el sagrario convertido en trono, y en dicho trono pusiste mi corazón, en el que reposabas de una manera inefable.
Me dijiste a continuación que desearías que tus hijas portaran un manto rojo. Te respondí: Señor, se burlarán de mí. Me contestaste: Los judíos me lo dieron por burla. Hija, ¿estarías dispuesta a sufrir befas por mi causa? Sí, Señor, me ofrezco a cuantos desprecios desees.
Hija, lo que fue burla y desprecio se convertirá en gloria. Deseo que ustedes lleven mis libreas. Mi esposa dice que soy blanco y rojo, que soy escogido entre millares. Yo te he escogido entre muchas para revestir de mí mismo a ti y a mis hijas. Todas serán las nuevas Jerusalén descendidas del cielo y coronadas de su esposo
[907] Querido amor, como eres esposo de sangre, todas anhelamos imitarte y participar en tus sufrimientos. Tu Profeta Isaías dijo que eres el admirable, cuyo nombre es inefable porque no lo revela a los que indagan sobre él: ¿Quién es ése que viene de Edom, de Bosrá con ropaje teñido de rojo? ¿Ese del vestido esplendoroso, y de andar tan esforzado? Soy yo que hablo con justicia, un gran libertador. Y ¿por qué está de rojo tu vestido, y tu ropaje como el de un lagarero? El lagar he pisado yo solo; de mi pueblo no hubo nadie conmigo (Is_63_1s).
Divino amor mío, henos aquí para ayudarte, o al menos para darte gracias. Si los hombres te son ingratos, nosotras reconoceremos por siempre el favor que quisiste concedernos al revestirnos con tu propia sangre. Lloraremos compasivamente la muerte que sufriste en el lagar de la cruz y te acompañaremos en el Calvario durante el abandono de todos los tuyos. Acepta nuestros buenos deseos; deseamos estar de pie junto con tu madre y san Juan, tu predilecto. Permaneceremos a tus pies para vernos cubiertas de tu sangre preciosa, puesto que deseas alimentarnos, embellecernos y revestirnos con ella.
Recibiremos con mayor razón las admoniciones que el Rey-Profeta dirigió a las hijas de Israel: Hijas de Israel, por Saúl llorad, que de lino os vestía y carmesí (2S_1_24). Lloraremos la muerte del Rey de amor que es nuestro esposo y nuestro Dios, el cual nos quiso revestir de la púrpura escarlata de su propia sangre en el día de sus suplicios, que su caridad lo movió a considerar como el día de sus bodas y de la alegría de su corazón enamorado de nosotros. Te contemplamos por ser para nosotras nuestro queridísimo hermano Jonatán, muerto en la montaña: ¡Hermano mío Jonatán! Gallardo sobremanera, y digno de ser amado más que la más amable doncella, yo lloro por ti. Del modo que una madre ama un hijo único que tiene, así te amaba yo (2S_l_26).
No en tiempo pasado, sino en presente y en futuro, deseo amarte y crecer en tu amor hasta el último momento de mi vida mortal, para continuar en la dilección perfecta durante la vida inmortal que espero recibir de tu bondad. Tú eres mi todo. Eres nuestro jefe. Queremos ser amazonas cristianas. No tememos los combates, que sirven para ensalzar tu gloria.
[908] Siendo débiles por naturaleza, somos fuertes en ti y por ti. Nuestros pies enrojecidos nos dan a entender que estamos para ayudarte a pisar el lagar del santo amor; pues de auxiliarte con el de la cólera de tu Padre, justamente irritado contra nuestros crímenes, seríamos exterminadas y condenadas como culpables de lesa majestad divina y humana. Con ser nuestro Creador y soberano Dios, te hemos ofendido; como a hermano y redentor nuestro, te hemos despreciado y crucificado nuevamente al reincidir en nuestras faltas.
Henos aquí para ser, por tu bondad, redimidas por tus santas gracias, en caso de habernos apartado de ellas con nuestras faltas actuales, y para decirte: Señor, ¿Qué quieres que hagamos? La misión que nos das de ser portadoras de tu nombre en presencia de los ángeles y de los hombres nos llama nuevamente a una fidelidad eterna.
Capítulo 156 - El reino del Salvador está muy bien representado por el óleo. 18 de febrero de 1635
[909] Contemplé en una visión intelectual y espiritual a mi divino amor en medio del Padre y del Espíritu Santo, teniendo una esfera en la mano. Me dijo que sostenía a todo el mundo, pero que su reino era mucho mayor, porque él es divino, sin fronteras, sin límites.
La esencia que su Padre le comunica es su reino, por ser el Hijo amadísimo del que fue dicho: Hallé a David mi siervo, con mi sagrado óleo le ungí (Sal_89_20), óleo que es su fuerza, su dulzura, su sustancia, su claridad, su sabiduría y su eternidad. La caridad divina es representada por el óleo, que ilumina. Dios se ilumina y abrasa a sí mismo; la sencillez se da en él sin multiplicación ni destrucción. La eminencia sobre todos los seres radica en él augustamente, a manera del óleo, que sobrenada en los otros líquidos. La divina dulzura se muestra en él como lenitivo, razón por la cual David no quiso que se diera muerte a nadie el día en que fue consagrado con la unción de los reyes.
Jesucristo es el Dios de misericordia por la dulzura y compasión de su naturaleza humana y por la dulzura y amor de la divina. La belleza de las esposas virginales consiste en tener sus lámparas llenas y dispuestas. La plenitud es simbolizada por la extensión del aceite al derramarse, sin admitir en sí vanidad alguna. El sabor de la sabiduría es significado por el sabor del aceite, del que las vírgenes necias se encontraron vacías. Su duración representa la incorruptibilidad. Con la grasa son figuradas la gracia sustancial y la bondad, que se complace en obrar su efusión, que el amor realiza de tantas maneras. Jesucristo es bondadoso porque es Dios. Es humilde porque es hombre. El cura los tumores sin hacer incisiones; cierra las llagas de quienes lo aman, con admirable destreza; y si les hiere con la herida de su [910] santo amor, suelen ellos preferir su herida a la curación.
Así como después del diluvio sólo quedó el aceite, que pudo escapar al desgaste de las aguas, sólo la bondad y misericordia de Dios prevalecen después de nuestras iniquidades y fechorías. Judith se valió de la unción para ganar el corazón de Holofernes, y las esposas que son ungidas con la unción sagrada son recibidas con alegría.
Mi divino amor quiso comunicarme su unción concediéndome una amorosa llama, que hizo que no pudiera amar cosa alguna sino a él, diciéndome que deseaba unirme a él por una admirable unión que podía llamarse unidad, deseando que su orden fuese también mío con una relación semejante a la suya en cuanto Hijo de la Virgen su madre, y de su divino Padre por indivisibilidad, moviéndome a admirar cómo el Padre nos visitó por las entrañas de su misericordia, enviándolo al seno de la Virgen para hacerse hombre y salvar él mismo a la humanidad, volviéndola al camino de la paz e iluminándola con su luz después de librarla de las tinieblas; y cómo quiso ser su alimento y su elemento, apacentándola y haciéndola reposar en el mediodía de su puro amor, añadiendo que su nombre es bálsamo derramado que atrae a las mujeres más débiles a amarlo en exceso, despreciando la gloria y ornato del siglo por él, a ejemplo de Santa Inés: He despreciado el reino del mundo y el ornato del siglo por el amor de mi Señor Jesucristo, al que vi, etc.
Capítulo 157 - Pensamientos sobre estos atributos
[911] 1. Santidad. Que Jesucristo esté en el Santísimo Sacramento de tal manera, que no salga de sí mismo; es decir, que la sociedad que quiso tener con los hombres se dé de manera separada de ellos y residiendo en él mismo, por no ser apropiado que sea él quien se acerque a nosotros, que no somos sino pecado. Aun encontrándonos en estado de gracia, no hay en nosotros cosa digna de la santidad de Dios, por lo que deberíamos decir al Santísimo Sacramento lo que san Pedro dijo a Jesucristo: Retírate de nosotras, porque somos pecadoras.
2. Verdad. A fin de que Jesucristo se trate a sí mismo según sus grandezas, estando en todo lo que le pertenece; que las almas vayan a él en esta verdad, es decir, por él mismo, sin obrar por su ser creado, porque las limitaciones de las almas se oponen a esta verdad: debemos considerar a Dios como una infinitud de grandeza.
3. Libertad. Que Jesucristo no dependa más que de él mismo en aquello para lo que su misericordia le dictó leyes y pensamientos con el fin de adaptarse a los hombres. Desear que su ser sea el principio de todo movimiento y que, así como él existe en sí mismo, sea también para sí mismo. En esta perspectiva, renunciar a todas las promesas, en tanto que promesas que involucren un compromiso, y no desear recibirlas sino como partiendo de la libre iniciativa de Jesucristo.
Capítulo 158 - Medité sobre la división de los reinos. Tercer domingo de Cuaresma. 1635;
[912] Al meditar en la división de los reinos según las palabras del Hijo de Dios, vislumbré cinco clases de reinos:
1. Que Dios posee el primero en sí mismo, el cual subsiste en la soberana unión y unidad de esencia misma de las divinas personas; y aunque en él haya distinción, no por ello se dan la división o la partición. Como la unidad no puede ser disuelta, ni la división tiene lugar en él, dicho reino es necesariamente subsistente y perfecto.
2. El segundo reino reside en Jesucristo, en el que hay distinción de naturalezas y unidad personal. Por ello, este reino está libre del saqueo y la desolación, a menos que él permita que ella ocurra en sus dominios, dando entrada a cierta división, pues, cuando el alma se separó del cuerpo por la muerte, la desolación se sintió en dicho reino. No fue más un Jesucristo ni un Hombre-Dios, debido a que los restos de este despojo no componían a Jesucristo ni a un hombre, a pesar de que el alma permaneció unida a la persona del Verbo y que su cuerpo jamás se separó de ella por no haber desaparecido la unión hipostática de los restos con el Verbo. Sin embargo, la división se introdujo en ella misma, a causa de la disolución del compuesto.
Cuando Jesucristo permitió que la parte inferior de su alma fuera como separada de la superior, que acostumbraba desbordar la dulzura derivada de los sentimientos que recibía del gozo divino, la desolación penetró en su corazón, que se vio inundado de amargura y sumergido en la angustia, la tristeza, la aflicción y la misma agonía.
3. El tercer reino de Dios reside en el corazón de María, en el que siempre ha reinado él solo; y como este corazón virginal jamás supo lo que era repartir sus afectos, que tenía bien enfocados a su único centro, jamás experimentó desolaciones, salvo las que aceptó voluntariamente por compadecer a su amor.
4. El 4º reino de Jesucristo está en la Iglesia, que sólo florece en la unión, y cuyo único mal es la división de sus miembros.
5. El 5º reino de Dios está en mi alma, la cual ha experimentado suficientemente que mi dicha consiste en centrar mis afectos en Dios, y que el repartirlos en otros objetos me sumergiría, inevitablemente, en la desolación.
Capítulo 159 - Provechosos combates, gloriosa victoria y magnífico triunfo que san José, por su virginidad y fiel perseverancia, obtuvo según los designios de Dios, al que conquistó y poseyó en la Virgen, 19 de marzo de 1635.
[913] Al pensar esta mañana, día de san José, en lo que la divina bondad hizo de este santo, dándole como porción la verdadera posesión de la divinidad al confiarle a María, que llevaba a Jesús en sus entrañas: Su madre, María, estaba desposada con José y, antes de empezar a estar juntos ellos, se encontró encinta por obra del Espíritu Santo (Mt_1_18), plugo al divino amor revelarme que retó a san José a duelo, dándole a escoger las armas y el campo; y sin ser vencido, concederle la victoria, obteniendo, mediante su virginidad, a la Virgen coronada y encinta con el rey de las vírgenes.
Fue el único que pudo llevarse el fruto de la virginidad, ganando, por una gracia indecible, al Ángel del Gran Consejo, sin que se le debilitara el nervio y sin que la aurora ni la claridad del mediodía le obligaran a retirarse ni a pedir la retirada, como hizo el ángel con Jacob. José, al permanecer virgen, se conservó íntegro. El sabía que combatir para ganar a Dios es luchar por la unión, es decir, por la unidad y la integridad divina. Esta es la manera como Dios combate para salvarnos, para unirnos y para hacernos uno con su Padre. El permitió que su cuerpo y su alma fueran separados a fin de pagar, en rigor de justicia, la falta que la naturaleza humana cometió al separarse de Dios a causa del pecado. Los designios de Jesucristo se cifran en congregarnos junto con todas las criaturas, en la única divinidad de la que derivamos nuestro ser, para llevarnos a morar en la divina integridad.
[914] El Padre eterno ganó a María con su arco y su flecha, apartándola de los, ásperos y rebeldes amorreos. Dios de mi corazón, ¿qué quiero decir? Que María, a causa de la naturaleza tomada de nuestros antepasados, fue lavada del pecado y del demonio; pero el Verbo, que es el arco del Padre, engendrado de su entendimiento, la preservó dando en el blanco de un extremo al otro, permítaseme la expresión.
Por ser Hijo del principio que es su Padre, es principio, en unión con el Padre, del Espíritu Santo, al que producen y que es el término de las emanaciones divinas así como el Padre es la fuente de origen. El Verbo, pues, es el arco y la flecha que procede del carcaj de este pecho amoroso, el Espíritu Santo, al que el Padre y el Hijo enviaron al interior de María para cubrirlo con su sombra; no para dividir, sino para ocultar dicho arco en sus entrañas y permitir su encarnación sin lesionar su virginidad, dándole lustre, brillo y transformando su virginidad natural en pureza sobrenatural y divina participación, convirtiéndola en el jardín admirable que contiene todas las perfecciones que Dios le concedió por encima de las demás criaturas, plantando o produciendo en dicho vergel la plenitud de la divinidad rodeándolo cuidadosamente con sus entrañas y seno virginal, de manera que, al ser madre de Jesucristo, posee a este Hijo por indivisibilidad junto con el Padre.
Por haber sido preservada del pecado, es el prado en el que se encuentra la fuente de Jacob, la fuente del Padre Eterno, la fuente que es dada a nuestra naturaleza para lavarla y reanimarla; fuente que se encuentra en la heredad y campos de José, que hizo allí su morada, durante nueve meses, en el interior y varios años en el exterior. Me estoy refiriendo al seno de María.
Dicha fuente estuvo sujeta a la voluntad de María y José, los cuales en nada la ofendieron al preguntarle dónde había pasado tres días sin su permiso. Por ello les dio razón de su permanencia, que estuvo acorde con el designio de su divino Padre. Con ser esta fuente tan alta y tan profunda, pudieron poseerla, aunque sin penetrarla ni comprenderla. María y José tuvieron esta fuente para ellos y para todas las criaturas. María y José bebieron de esta agua, que contenía en sí la vida eterna, al contemplar al Mesías, hablar con el Verbo y ser guardianes del mismo Dios.
Supieron que él era el don de Dios concedido a ellos; con él, tuvieron todo lo que es y que será, el comienzo y el fin. El rey eternal e infinito al que alimentaron, salió de la montaña como bálsamo derramado, para volver a su Padre después de someter todo lo creado para devolverlo al Padre; pero ¿Qué digo? haciendo uno a los suyos en el todo. Jesús mío, me pierdo en este todo.
Capítulo 160 - Bendiciones que las tres divinas personas se imparten como inmensas fuentes que eligieron la humildad de Jesucristo para ser la fuente de santidad por excelencia, la Virgen, por sobreabundancia y los santos patriarcas, por suficiencia. Marcando a todos con una divina señal para ser insignias de gracia y de gloria. Todos ellos son invitados a bendecir a Dios como fuente en Israel.
[917] El día del gran santo Joaquín, patriarca bendito que engendró a la madre de Dios de bendición, mi alma se ocupó el día entero en estas palabras del cantor real: Bendecid al Señor, vosotros, origen de Israel. Mi divino amor me reveló que existen viarias clases de fuentes, origen de Israel.
Ante todo, las tres divinas personas son fuentes que contemplan su mutua claridad y la alaban dignamente. El Verbo Encarnado es fuente, la Virgen es fuente, los apóstoles y los patriarcas, sean, los antiguos de las leyes natural o escrita, sean los fundadores de institutos religiosos de la ley de gracia, todos son fuentes de Israel porque contemplaron los designios de Dios por medio de visiones y de inspiraciones a las que obedecieron. Todos ellos pueden decir con el profeta: Porque del Señor es nuestro escudo, y del Santo de Israel, nuestro rey. Hablaste un día en visión a tus santos y dijiste: He impuesto la corona a un poderoso; he ensalzado al elegido de entre el pueblo (Sal_89_18).
Cada uno de ellos fue elegido por tu amorosa Providencia para manifestar a los ángeles y a los hombres cuanto te complaces al darles tu poder. Los ungiste con el óleo de tu gracia, constituyéndolos como reyes sobre toda la creación, y tu mano les ayudó a obrar maravillas. Los fortaleciste con tu omnipotente brazo para combatir y vencer a todos sus enemigos, [918] que declaraste ser también los tuyos, confundiéndolos en su presencia y obligándolos a huir confesando que tus amigos son felices bajo tu verdadera protección, que tu misericordia los previene, sale a su encuentro y los sigue; y que por la gloria de tu santo nombre los ensalzas por encima de tu pueblo, haciéndolos padres de una generación santa. Son ellos fuentes de Israel, por cuyo medio debemos bendecir al Señor Dios.
Contemplemos, unidos a los santos, cómo el Padre eterno es la fuente de origen; el Hijo, la fuente de vida que emana de su Padre, con el que se derrama hasta el Espíritu Santo, que abarca la total inmensidad de esta agua. El es la cuenca que recibe la integridad del mar y el término de todas las emanaciones que detienen el flujo de sus aguas, cuya esencia invisible recibe por ser fuente como el Padre y el Hijo, y en unión con el Padre y el Hijo. Estas fuentes son Dios, y en Dios son iguales en su esencia, aunque distintas en sus propiedades. Las tres contienen una sola agua que se da sin partición, división o disminución en la vasta extensión de las tres cuencas. El Padre nada recibe de las otras dos personas, a las que comunica su esencia. El es, con inmensidad, la plenitud fontanal y el manantial original que se derrama en el Hijo, y ambos en el Espíritu Santo, en el que finalizan todas sus comunicaciones y efusiones. Dichas fuentes se bendicen suficientemente entre sí. Por lo que a nosotros respecta, la manera más alta de alabar a Dios es presentarle la alabanza y bendición que se otorga a sí mismo.
El curso de las divinas aguas, que se detienen en el Espíritu Santo, se descarga en Jesucristo y, por Jesucristo, en la Virgen, desde la cual, como por un canal, se vierte sobre todos los elegidos, de donde resulta que existen tres clases de santidad: una de suficiencia, que es común a los santos; otra de abundancia, que es propia de la Virgen; y la tercera de excelencia y eminencia, que sólo reconocemos en el Hijo de Dios, Jesucristo, el Santo de los santos, al que el Padre santificó y envió al mundo para glorificar a los suyos, sellándolos con un divino carácter: Marcado con este sello: El Señor conoce a los que soy suyos (2Tm_2_19).
Están marcados por el amor que tiene hacia ellos, y, recíprocamente, por el que le tienen a él. El ama el primero, pero desea ser amado de los suyos para hacerles el bien, porque no tiene necesidad de nuestros bienes; es rico en misericordia, la cual desea desbordar en los corazones de sus amados, a los que llama por diversos caminos y en diversos tiempos: a unos, desde la infancia; a otros, en la edad madura; y a los últimos, en la ancianidad.
[919] Los que son llamados a través de una conversión milagrosa, manifiestan la fuerza de su gracia, que superabunda allí donde abundó el pecado. No los exime, empero, de la cruz, permitiendo que pasen por las pruebas del espíritu con el deseo de purificarlos, y reclamando su correspondencia para convertirlos en vasos dignos de honor. Si, pues, alguno se mantiene limpio de estas faltas, será un utensilio para uso noble, santificado y útil para su Dueño, dispuesto para toda obra buena (2Tm_2_21).
Después de Jesucristo y de su Santa madre, entre los santos que han respondido a todo lo que el Señor quiso encomendarles destacan los apóstoles y los patriarcas de los institutos religiosos, por haber trazado caminos de perfección y por ser abanderados de la insignia del amor, que de un lado lleva la inscripción: todo hacer, y del otro: todo padecer. Ellos, junto con la multitud de mártires, atravesaron el fuego y las aguas de las tribulaciones para llegar al lugar de su descanso. Jesucristo prepara para ellos su reino, así como su Padre lo preparó para él.
El Verbo bendice a su Padre por las fuentes clarísimas de Israel que existen en la divinidad. Lo bendice como a su principio y se bendice como principio del Espíritu Santo en unión con su divino Padre; Espíritu Santo que es bendito al ser producido. A su vez, bendice al Padre y al Hijo, de los que es bendecido por ser su único amor, que los une y sacia divinamente, terminando con felicidad e inmensidad todas las divinas emanaciones.
Espíritu Santo que se derrama en y sobre María, que es un mar de santas gracias por la triple bendición que el Padre le concede por supremo poder; que el Hijo le comunica por sublime sabiduría, y que el Espíritu Santo le da profusamente por inefable bondad: El Señor mismo la creó en el Espíritu Santo, la vio y la contó y la derramó sobre todas sus obras (Si_1_9). La Virgen es la singular entre las puras criaturas; es la fuente de misericordia en la que los pecadores son recibidos para ser presentados a Dios; su Hijo es la fuente suprema de la que habla la sabiduría en este mismo capítulo: Principio de la sabiduría es la Palabra de Dios que está en lo alto.
El Verbo alaba dignamente a su Padre, el que a su vez lo alaba amorosamente como a su Hijo por el único Espíritu que devuelve divinamente la alabanza divina al Padre y al Hijo, que son su único principio, Espíritu que difunde la caridad en los santos para animarlos a alabar y bendecir la primera santidad, que es el Dios trino y uno, el cual es bendecido con toda bendición por los siglos de los siglos.
¿Cuándo llegará el tiempo, adorable Trinidad, Dios tres veces santo, en que te bendeciré con todos tus amados, a los que has hecho santos por participación? ¿Cuándo me contaré en el feliz número de estas fuentes de Israel? Queridísimo amor, no dudan que, por tu bondad, llegue yo a ser una fuente sagradas de Israel, pero temen mis infidelidades e iniquidades, [920] de las que suplico a tu divina bondad se digne librarme. Sé bien que tú lo quieres, querido amor de mi corazón. Con toda humildad, y confiada en tu palabra, me atrevo a pedir a los santos patriarcas que me asocien a ellos para convertirme en fuente de Israel.
Santos todos, les rindo honor con gran respeto y les ruego me reciban con ustedes a fin de que bendiga al Señor que los escogió, el cual movió al rey profeta a exclamar transportado de entusiasmo sagrado: Por delante los cantores, los músicos detrás, las doncellas en medio, tocando el pandereta! A Dios, en coros, bendecía n: Bendecid al Señor, vosotros, linaje de Israel (Sal_68_26).
Verbo Encarnado, mi amor y mi rey, tus santos no me condenarán a causa de mi temeridad. San Pablo dijo que podía yo sentir emulación para poseer el amor más perfecto, es decir, que debo desear amar por encima de todos los santos, lo cual los complacerá por tener yo el privilegio de ser tu benjamina. A quién deberé esta gracia, sino a tu bondad, que puede convertirme en hija de tu diestra, a fin de que las palabras del cantor real me sean verdaderamente aplicadas: Allí está Benjamín, el menor en edad, al frente de ellos (Sal_67_28),
Como a este ser querido le está permitido llegar al exceso, que no se me reproche si me propaso al pensar: yo diré en mi exceso que todos los hombres son mentirosos, porque afirman que un alma herida de tu divino amor puede encontrar alivio para su benéfica llaga entre las cosas creadas. Mi corazón fue hecho para ti y estará siempre inquieto hasta que descanse en ti: Los príncipes de Judá con sus tribus, los príncipes de Zabulón, los príncipes de Neptalí (Sal_67_28).
Bendigan al Señor conmigo, confiesen su bondad, exalten su alabanza, si ello es posible, porque es digno de alabanza sobre toda alabanza. ¡Despliega, oh Dios, tu poder, tu poder, ¡Oh Dios!, que te afanas por nosotros. Por tu templo, que está en Jerusalén, te ofrezcan dones los reyes (Sal_67_28s). Destruye a todos aquellos que desean turbar la paz que te complace conceder a nuestras almas. ¡Temible es Dios desde su santuario! El, el Dios de Israel, es quien da poder y fuerza al pueblo. ¡Bendito sea Dios! (Sal_67_36).
Caítulo 161 - El Verbo Encarnado y su madre repararon las culpas de nuestros primeros padres y nos libraron de los oprobios que el demonio, a causa del pecado, nos ocasionó
[921] El 25 de marzo de 1635, mi alma conoció la forma tan maravillosa en que Dios suscitó la simiente de David. Los hombres sólo suscitan la simiente en la corrupción. Dios lo hace en la integridad y en una Virgen, escogiendo la debilidad según el mundo, debido a que la debilidad natural residía en la esterilidad de Ana y de Joaquín. El oprobio y el desprecio se manifestaron en su misma esterilidad, y Dios manifestó que llama a los seres que aparentan ser nada.
Adán llamó a su esposa madre de los vivientes, equivocándose al hacerlo, debido a que más tarde nos causó la muerte por medio de sus encantadoras persuasiones, que movieron a Adán a violar las leyes y mandatos divinos. No acusó, sin embargo, a Eva, disculpándose más bien de lo que había hecho inducido por la mujer que Dios mismo quiso darle, como queriendo decir que no había creído faltar al seguir el consejo de la esposa tan santa y sabia que Dios le había dado como ayuda y fiel compañera; pero el buen Adán podía ser disculpado por estar tan dormido como enamorado
El Verbo fue en verdad llevado hacia María por el amor, escogiéndola por madre y haciéndola fuente de vida para nosotros. El, empero, no se engañó ni en su pasión ni en su amor. Eva fue formada del costado de Adán, y Jesucristo del seno de la Virgen. Dios comenzó a construir con Eva lo que resultó ser un edificio de muerte. Inició después la construcción de [922] vida en María y por María. Adormeció a Adán con un sueño misterioso y extático para formar a su Eva y sacarla de su costado. Envió al interior de María al Espíritu Santo, que la elevó en sublimes éxtasis, velándola con sombras misteriosas en tanto edificaba para sí un cuerpo en su seno virginal.
Adán recibió carne a cambio de la costilla que le fue quitada: y llenó de carne aquel vacío (Gn_2_21), porque en medio de la dureza significada por la costilla, se encuentra el corazón movido de ternura y amorosa inclinación para condescender a las debilidades y afecciones propias del sexo femenino. La Virgen recibió, a cambio de la sustancia que proporcionó a su hijo, un amor perfecto y fortísimo, un corazón incomparable, cuya dilección fue más fuerte que la muerte. Sus lámparas fueron todas fuego y llamas. Adán y Eva conocieron el bien y el mal después de su falta. El mal por haberlo iniciado, y el bien al verse privados de él.
La serpiente se expresó con ironía, burlándose de ellos y del mismo Dios, al decirles que no morirían aunque comieran del fruto del árbol prohibido, y que serían como Dios. Ella misma quiso saber si Dios manifestaría tanto amor, según se le reveló antes de su caída, como para hacerse hombre por la humanidad. Nunca hubiera concebido que, después de haber sido ofendido por ella, deseara hacerse pasible y mortal: morir para redimirla y ensalzarla por encima de los ángeles.
Los designios de la sabiduría no fueron revelados a los demonios porque hubieran tratado de impedir con todas sus fuerzas la muerte del Salvador, cuyo poder conocieron hasta después de su pasión. Lo llamaron el santo de Dios, que tenía gran autoridad sobre Dios, pero sin creerlo Dios por recordar los milagros obrados por Moisés según el mandato del Señor, que le hablaba oculto en el ángel. Ellos pensaban: He aquí al prometido por el profeta, que devolver a Israel el reino temporal, al que no damos tanta importancia como los escribas y los fariseos. Estaban cegados por la luz que brillaba en sus tinieblas, a la que no conocieron.
La fuente de sabiduría, que es [923] el Verbo de Dios, al emanar de su divino entendimiento, fue desconocida por los príncipes de este mundo. San Pablo dice que si hubieran sabido que Jesucristo era el Señor de la gloria, no lo habrían crucificado. El mismo Salvador, que es la suprema verdad, clamó en la cruz: Padre, perdona a los que me crucificaron, porque no saben lo que hacen. Creen haber clavado a este madero, considerado como un patíbulo de maldición, a un hombre que tienen por malhechor y no a un Dios que, por amor, se encarnó por la salvación de todos los hombres, redimiéndolos en el madero.
Estaban perdidos. Sin embargo, el madero que por Adán y Eva causó la muerte, ser instrumento que producir la vida a causa de la muerte del Hijo de la Virgen, que está presente. El es el nuevo Adán y ella, la nueva Eva. Por un hombre y por una mujer entró la muerte al mundo; por otro hombre y por una mujer, la vida vino a él. Así como por Adán y Eva abundó el pecado, por Jesús y María sobreabundará la gracia. Jesús triunfará de los demonios y del pecado por su cruz, despojando a los poderes y principados, como dice san Pablo en el segundo capítulo a los Colosenses.
Capítulo 162 - Jesús es el modelo de vida en el dolor, y cómo el amor exigió de él hasta la última gota de su sangre para pagar por los pecados de la humanidad. Sábado de Pasión, 1635.
[925] Mi puro amor, me encontré casi rodeada de penas de infierno por ignorar dónde estabas, y oprimida por los dolores de una muerte que es la opresión de mis potencias, convirtiéndome en mi propio suplicio. Consideré tu muerte, a pesar de no poder conformar a ella la mía; pero por valiéndote de una luz amorosa, me sacaste de estas penas deseando elevarme contigo hasta el paraíso. En un mismo día me hiciste sentir lo que es la privación y lo que es la posesión.
Me dijiste que la filosofía natural demuestra que no hay punto de retorno entre la privación y la posesión. La filosofía mística de tu preciosa muerte, en cambio, manifiesta que de la privación de tu vida temporal llega hasta nosotros la posesión de una vida eterna. El pecado, al que puede llamarse privación, nos desterró tanto del cielo como del paraíso terrestre, privándonos de todos los bienes de la gracia y de la gloria.
Tu muerte es la ciencia eminente que el apóstol considera digna de su ambición. Al estudio de esta ciencia quiere dedicar toda su vida, recomendándola a todos, porque en todos ve a Jesucristo crucificado, y por considerar todo lo creado como barro y basura comparado con la adquisición de Jesucristo. Por esta razón se adhirió a la cruz, en la que te contempló clavado como en tu lecho nupcial. Me dijiste que la consumación del holocausto perfecto fue la consumación de nuestra vida sobre el altar de la cruz, en la que fuiste mirra de incorruptibilidad e incienso de oración agradable a tu Padre, devolviéndole más de lo que el hombre le había quitado. Obedeciste no sólo sus [926] mandatos, sino que además le diste a cambio lo que no debías en todo rigor de justicia. Cualquier hombre merecía la muerte; por ser Dios, tu muerte fue la de un Hombre-Dios, cuya vida era más preciosa que todo cuanto había en el cielo y en la tierra.
Al privarte de tu vida, nos vivificaste y liberaste para obrar y amar. Por tu muerte nos diste la vida. Las tinieblas de tu muerte produjeron la luz de nuestra alegría y de nuestra felicidad. Por haberte privado de esta vida, tu Padre te debe una generación numerosísima. Diste tu alma por el pecado y rogaste por la humanidad en una actitud de anonadamiento indecible, teniendo al mismo tiempo la forma consustancial de Dios y siendo igual a tu Padre en dignidad, que es tu sublime reverencia, reverencia que en su humildad y excelencia nos mereció la salvación eterna en razón de la divina hipóstasis.
Por un ladrón cerraste el paraíso, para abrirlo de nuevo ante el ruego un ladrón que te pide lo recuerdes. El ángel fue el mal ladrón, que jamás se convirtió, que blasfema por siempre, alzando contra ti su cabeza por no desear reconocer su culpa a causa de su obstinada soberbia. Así como uno de los malhechores crucificados contigo te despreció y blasfemó, Adán se convirtió en ladrón al esconderse bajo la higuera y cubrirse con sus hojas; la señal de su falta fue disculparse ante aquel que deseaba perdonarlo si confesaba su pecado.
San Dimas, lejos de obrar de esta manera, se acusó y te confesó, pidiéndote que te dignaras recordar en tu gloria al que tuvo la gracia de estar contigo en la desgracia, que tenía muy merecida. Ante esta súplica, tu corazón, lleno de amor, se abrió para abrirle el paraíso, prometiéndole que no tendría que esperar hasta el día siguiente, sino que en ese mismo día estaría contigo. Dijiste que el reino de los cielos sufría violencia desde el día de san Juan: a pesar de tantas austeridades, no había podido ganarlo. Por ello sostuvo en todo momento el sitio y los asaltos de aquel que no tenía rival entre los nacidos de mujer. Un ladrón, empero, lo abrió y lo obtuvo por suyo con sólo decir una palabra con la que robó la llave de David, que se lo abrió para no cerrársele más. Privado de vida temporal, ganó la eterna; privado de los bienes que había hurtado, ganó los que adquiriste para él a tan alto precio. De su privación a su posesión [927] del amor, hay un retorno al cielo, del que el pecado lo había echado fuera.
[927] Me dijiste que la naturaleza es incapaz de comprender que de la privación a la ganancia exista un retorno; pero sí la gracia. Por ello afirmaste que el que perdiera su alma en esta vida por amor a ti, la encontraría en la vida eterna; y que el que deseara conservarla según la naturaleza la perdería. Es ésta una cruz, pero es menester ser crucificado para seguirte y ser tu discípulo, haciendo un holocausto de todo. Cuando el hombre crucificado por seguir este mandato vislumbre su fin, le será concedido el día de la gloria eterna.
Me dijiste que hablar de la muerte de cruz es referirse a algo muy grande, ya que el misterio de la cruz y su comprensión estuvieron ocultos, durante siglos, en Dios. Prometiste a Abraham riquezas inestimables: toda la tierra que abarcara con la vista y donde pusiera los pies; pero, añadiste, a mí me ofreciste mucho más al verme un día, corría el año 1618, en víspera de la Pascua, en sequedad de espíritu e incapaz de producir pensamiento alguno. Me dijiste entonces para infundirme valor en esa oscuridad: Voy a instruirte, a mostrarte el camino a seguir; fijos en ti los ojos, ser‚ tu consejero (Sal_32_8).
Al reiterarme hoy esas palabras, me dijiste: Hija, te hice una promesa y la mantengo. Es un grandísimo favor concederte el entendimiento de mis secretos, permitiendo que tu mente sea capaz de comprender la vida y senderos de la muerte. David, al verse rodeado de dolores de muerte, clamó en voz alta; pero al sentirse atormentado por las penas del infierno, pareció caer en el abismo. La muerte y el infierno en aquel tiempo parecían tener imperio sobre todo, pero desde que yo vencí a la muerte y al aguijón del infierno, cuyo entendimiento te he concedido iluminando tu inteligencia, has podido comprobar los caminos que te he abierto en los abismos, llevándote por ellos según mi voluntad, porque me complazco en ser tu guía y tus propios ojos.
Sabe bien, hija, que he fijado en ti mis ojos a fin de que mediante ellos me veas como yo te veo, y contemples mis admirables acciones. Así como se dijo [928] que yo crecía en saber y gracia delante de Dios y de los hombres, crecí también en valor y en fortaleza. La Iglesia, santamente admirada al contemplarme en mi Padre, exclama con asombro, Oh Sabiduría que procedes de los labios del Altísimo, abarcando de un confín al otro con fuerza y suavidad, disponiendo y ordenando los días y todas las cosas.
Devolviste a Dios lo que era de Dios, y al hombre lo que no le correspondía. El, de sí, sólo posee la nada y el pecado, que es la muerte a la que abismaste por una eternidad. Que jamás lo cometa; que mi alma muera con la muerte de los justos, y que tu muerte sea mi muerte y aguijón del infierno que desearía devorarme.
¡Oh Dios altísimo! Al considerar que eres un abismo de bondad comparado con el pecado que es una sima de malicia, adoro tu altísima sabiduría y detesto el pecado, que es la locura en su último grado de bajeza. Dios mío, eres la bendición; el pecado, la maldición. Dios inmenso, eres el todo y el pecado, la nada. Eres el soberano bien, el pecado es el mal y abismo de malicia. Dios se ama esencialmente; Dios odia al pecado tanto cuanto se ama.
El Hijo del Altísimo se anonadó; por el pecado, el abismo de alegría se sumergió en un precipicio de tristeza; la vida deseó paladear la muerte. El que hizo los siglos quiso ser colocado con los muertos del siglo, en sus oscuras prisiones.
Mi Padre me mandó, de momento en momento, grandes sufrimientos. Que no te sorprendan, querida mía, las adversidades que te rodean y las que experimentas en tus ejercicios de piedad.
Deseo que aprendas conmigo que las cruces se agrandan con el valor. El mismo que da el ser, da la consecuencia del ser. Contempla cómo, durante mi vida mortal, los dolores se acrecentaron en proporción a mi valor. Pon atención para que obres y sufras como yo deseo. Cuando vine al mundo, era un pequeñín y la Iglesia canta en mi nacimiento en compañía de mis ángeles: Gloria y paz. Los montes se derritieron como miel. Cuando me acerqué a mi fin, todo reaccionó y las montañas se endurecieron. Los cielos se convirtieron en bronce y mi Padre aparentó abandonarme en las angustias. Si me envió [929] sólo un ángel, fue para animarme a aceptar una muerte sangrienta en la flor de mi edad, cuando la naturaleza era fuerte para resistir más el sufrimiento y hacerlo más eficaz.
Bastaron unos lienzos para ligarme a Belén; fueron necesarios clavos para adherirme al Calvario. El amor me ató a uno y otro lugar, porque el amor es más fuerte que la muerte; pero fue él quien se alió en mi contra en este proceso, tratándome como criminal para justificar a los hombres y oprimiéndome con una tiranía que yo acepté junto con las crueldades que me hizo padecer, por ser interventora del amor, que es insaciable.
La muerte no lo había satisfecho, ni todos los tributos que la tierra el infierno le pagaban. No le pasó desapercibido un poco de sangre y agua en mi cuerpo, que el corazón había guardado para socorrerse y consolarse de la privación de mi alma, que había dejado mi cuerpo. La llamo reliquia, por tener el alma su sede en la sangre que había dejado para descender a los limbos, mostrando que había pagado su estancia con este precio inapreciable.
Dicho amor presionó mi alma, moviéndola a una amorosa avaricia, induciéndola a descender a los infiernos y aconsejándole que los saqueara. Llevó todo consigo por orden del amor; el amor derritió las rocas, el amor hizo temblar la tierra, el amor abrió los sepulcros, el amor sacó a los santos del reposo para convertirlos en peregrinos de la ciudad santa.
El amor hizo el sol y la luna se oscurecieran, el amor rasgó el velo del templo, el amor abrió todo para llevar y elevar consigo todas las cosas. El amor pasó por todas partes, el amor puso en reposo mi alma en manos del Padre, para regresarla a mi cuerpo, con creces, después de mi resurrección. Mi Padre, en calidad de tutor y guardián, debía devolverla, pero con ella debía conceder su espíritu a mis apóstoles y a toda la Iglesia.
Mi santa madre poseyó la sangre y el agua de mi costado, mas para anunciarle que con frecuencia se ahogaría en un diluvio de lágrimas al pensar en mi Pasión y en que la Iglesia que le encomendé en la persona de Juan sería ensangrentada y desgarrada; que mi sangre sería simiente de mártires, y ésta, a su vez, semilla de cristianos; que la Iglesia de la tierra se llamaría militante, lo cual no significa sino muerte: muerte cruel, muerte dolorosa, muerte feliz, muerte que vale más que toda la vida creada.
Hija, escribe [930] como Juan: Bienaventurados los muertos que mueren conmigo, pues me poseerán como prototipo y sostén, como precio, vida y gloria. Yo soy su adorno, su fin y su dicha esencial; su corona, su triunfo, su cetro, su todo. Sus buenas obras los seguirán para darles honor en mí. Poseen el reposo por haber muerto en mí y para mí; su espíritu descansa en Dios, que es Espíritu.
Cuan dulce es esta muerte, hija, para el alma que no espera en su sustancia, sino en mi esencia, toda simple y pura, reinando en la consumación de las tres personas distintas: el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo, Espíritu que reclamó sangre para darse a los hombres. Fue él quien deseó que subiese yo al santuario para purgar los pecados y santificar a los hombres. En mi calidad de pontífice, ofrecí mi sangre junto con mi cuerpo por mediación del Espíritu Santo en la antigua ley, sin efusión de sangre.
Aún no existía la purgación santificadora. Todo estaba oculto bajo las sombras y la figura de la ley, que era incapaz de producir la perfección. Fue deber del eterno Pontífice obrar la divina consumación por una sola oblación que purificó a todos los hombres, la cual satisfizo en rigor de justicia al Dios ofendido, el cual me escuchó por mi reverencia cuando lancé aquel fuerte grito al tener que entregar mi espíritu, que dejaría en mi cuerpo las marcas de mis dolores, que serían como trofeos de gloria y recibos de las deudas de los hombres, así como muestras de un amor que se mostrar en ellas, por toda la eternidad, más fuerte que la muerte, y más duro en sus celos que el infierno. Sus lámparas son todas fuego y llamas, abrasando al Hijo con el óleo y la unción sagrada y divina que me corresponden. Jamás los torrentes podrán extinguirlas y aparecerán por siempre como señales de amor en el cielo empíreo, que es morada de los que me aman.
Capítulo 163 - Cena de Nuestro Señor, en que se dio a los suyos por exceso de amor antes de volver a su divino Padre.
[933] Al considerar al Salvador en la noche de la Cena, mi alma recibió luces muy grandes, que confié a mi confesor.
La Pascua fue prevenida por el amor de Jesús, quien sabía que su hora había llegado y que debía pasar de este mundo al Padre. El mundo y su Padre son dos extremos muy distantes el uno del otro. Sin embargo, como amaba a sus discípulos que estaban en el mundo con un amor infinito, que era el amor que lo levantaba por encima de la rabia del demonio, el cual destiló su odio en el corazón del Iscariote para que lo traicionara: sabiendo Jesús que había llegado su hora de pasar de este mundo al Padre, habiendo amado a los suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el extremo... Sabía que el Padre le había puesto todo en sus manos y que había salido de Dios y a Dios volvía (Jn_13_1s).
Al verse rico, se levantó de la mesa y se quitó sus vestidos antes de que se los arrancaran; se ciñó con un lienzo, disponiéndose a la muerte con el poder con que asentó las montañas: Asienta los montes ceñido de poder (Sal_65_6). Vertió agua en una jofaina y comenzó a lavar los pies de los discípulos (Sal_65_5).Hizo de sus ojos fuentes de lágrimas. Recogió sus pies como Jacob antes de hacer su testamento: recogió sus piernas (Gn_49_33). Acogió sus pies y sus afectos en su seno cuando permitió a san Juan, su predilecto, que contaba con todo su afecto, reposar en él. Recogió sus pies, es decir, a sus apóstoles, para cobijarlos en el divino amor.
Hizo sus pies bellos, como los de los mensajeros que anuncian y evangelizan la paz. El amor lo impulsaba a apremiaros. Tomó el mundo por los pies, enviando a sus discípulos a investir y rodear el mundo para trasladarlo al cielo. Se puso a los pies de sus discípulos como corona y luz que debían ser su guía. Se colocó a los pies de los pecadores por humildad, a pesar de ser el cordero a cuyos pies se depositarían las coronas de los veinticuatro ancianos que [934] cantan el cántico: Digno es el Cordero de recibir el honor y la divinidad (Ap_5_12), como recompensa al himno que recitó en la Cena.
Capturó a sus discípulos con la red de Adán, atándolos con el lazo de la caridad. Al hablar tan altamente del amor mutuo, les concedió en esta Cena lo que prometió a san Pedro: el céntuplo y la vida eterna. Nadie, sino su santo furor y la fuerza de su brazo, le ayudaron a empujar el lagar debido a que los culpables no se cuidaron de aparecer. Los elementos y los astros tuvieron vergüenza y todo se cubrió de confusión. Lavó su túnica con su propia sangre y su manto con savia de uva. El fue Judá, hijo de Jacob, que ató su pollino a la viña y su asnilla a la cepa. Fue cachorro de león por la mañana y leona con su presa, la cual entregó a sus apóstoles.
Emuló a todas las criaturas; estaba tan lleno del vino de la caridad, que sus ojos relucían con ella. Repitió la leche. Sus dientes parecían lavados en leche cuando entregó su cuerpo y su sangre, que dejó a los suyos como mamas. Les dio la dulzura y tomó para sí la amargura y los rigores. Se ofreció para morir. Pareció ser arrancado de la tierra de los vivos, y que su generación estaba aniquilada. Entregó su alma, pidiendo su anonadamiento. Por ello, fue multiplicado y ensalzado, extendiendo sus raíces en el cielo y en la tierra. Unió los pies de sus apóstoles, atándose a ellos con caridad infinita. El es rey de los pensamientos.
El divino enamorado concede, en el Santísimo Sacramento, su fuerza a nuestra debilidad con tanto amor que, si no estuviera en todas partes, habría dejado padre y madre para adherirse a nosotros, haciéndolo, sin embargo, de manera admirable, en la cruz. Hizo abrir su costado, del que brotaron sangre y agua para formar la Iglesia, que edificó y construyó para sí como coadjutora semejante a él por la gracia. Ella es la reina que se sienta a su diestra. El está colmado de amor cordial que lo mueve a compadecer nuestras debilidades, que contempla compasivamente, de suerte que, quien nos lastima, hiere la niña de su ojo.
El vino, símbolo de la sangre de Abel, clama justicia, obra que es extraña a Dios; el de Jesucristo, en cambio, proclama misericordia, que es acción propia de Dios. El derrama su sangre por la falta de Adán, que figura el vino. Entrega su cuerpo por la gavilla de Abel, como José. En la Cena, es José ya crecido; en la cruz, es Benoní y Benjamín: Benjamín por la segura confianza en su Padre; Benoní, en su madre, la cual sufre la muerte teniéndose en pie y sin morir, al pie de la cruz
Al nacer la Iglesia del costado del Salvador, la Virgen-Madre sintió dolor porque su Hijo había muerto. Más no volvería a sufrir. [935] Ella lo dio a luz en el establo entre delicias; pero los dolores del parto de los hijos de la Iglesia fueron agudísimos para el corazón virginal, que recibió el contragolpe de la lanza de Longinos.
Al pie de la cruz de su Hijo, apareció como la mujer fuerte que la sabiduría divina supo encontrar entre todas las mujeres. La gracia fortalece y socorre nuestra frágil naturaleza. La Virgen madre se manifestó más fuerte que el resto de los hombres, comunicando su fuerza a san Juan, que pareció desvanecerse al pie de la cruz, así como en la Cena se recostó sobre el pecho de Jesús, arrobándose a sí mismo en un amoroso transporte y adormeciéndose con un sueño extático para servir de epitalamio al corazón de su maestro, herido de amor por los hombres, a los que entregó su cuerpo, su alma y su divinidad en el divino Sacramento, memorial de la muerte que deseaba sufrir al día siguiente, previniéndola y dándose a estas almas antes de ser entregado a sus enemigos.
Fue un misterio el que Juan se adormeciera sobre el pecho de aquel a quien amaba. La divina Providencia le cerró los ojos del cuerpo para librarlo del espantoso cuadro de Judas dirigiéndose a vender a su maestro. Quiso ahorrarle tan horrible espectáculo de traición y mantenerlo seguro sobre su corazón fidelísimo. Con toda razón el predilecto se complace en llamar al Verbo Encarnado el fiel y el verdadero, sabiendo que merece además los adjetivos de santo, inocente y separado de los pecadores, que por lo generan son mentirosos e inicuos.
Judas, al salir, fue en pos de la iniquidad, la cual se miente a sí misma. Es probable que Judas haya desmentido su propia conciencia al entregar al Salvador y hacer el trato con sus enemigos bajo la acusación de sedicioso, a pesar de conocer su inocencia. No pudo haber derivado de la desesperación el conocimiento de la justicia del Salvador, que confesó antes de colgarse al decir que había pecado al entregar sangre inocente.
El cuerpo, el alma y la divinidad del Salvador fueron ciencias de justicia. Del mismo modo, la sangre que las recibe en el santísimo sacramento debe justificarse más y más. Quien no lo recibe para su santificación, es, de manera grave, es reo de condenación. Esto es imitar a Judas el traidor, el cual, según dijo Jesús, fue más culpable que Pilatos al entregarlo, ya que éste lo entregó en calidad de sedicioso a sus enemigos. Pilatos, en cambio, al verlo acusado, lo juzgó inocente y lo habría liberado si no hubiera temido al César.
Capítulo 164 - El divino amor ensalza las acciones que hacen por él los que le aman con grandeza y generosidad
[936] Al meditar en el amor de Santa Magdalena, la cual ungió al Salvador antes de su Pasión, agradándolo tanto con esta acción que la alabó altamente, diciendo que lo había hecho para prevenir su sepultura, y que sería proclamada por todas partes como su evangelio, admiré la bondad de corazón de este divino enamorado.
Comprendí que la santa hizo de su corazón una tumba magnífica, que también lleva su nombre, y que Jesús es el ave fénix que murió en ese sepulcro para revivir en él. Ella rompió el recipiente para consagrar y abrir su corazón a Jesús, mostrando así que el amor lo da todo. Cuando el Verbo vino al mundo, fue recibido en el seno de la Virgen inocente; y al morir y ser sepultado, en el corazón de una penitente. Jamás dejar lo que tomó de la Virgen. Dijo que Magdalena escogió la mejor parte, que jamás le sería quitada.
El divino Salvador dijo que el Evangelio que narra las liberalidades y los ardores de Santa Magdalena sería leído por todo el mundo hasta el fin de los siglos. ¡Qué amoroso agradecimiento de aquel a quien todo pertenece en su calidad de Hijo de Dios y heredero universal de su Padre! Magdalena compró ungüentos y no la Virgen, que tenía fe viva en la resurrección, y en cuyo corazón su Hijo sólo había muerto para revivir. Sabía muy bien que él no tenía necesidad de ungüentos para evitar la corrupción.
Magdalena y Salomón representan la magnificencia y la paz que acompañan el triunfo del sepulcro del Salvador, el cual debía ser glorificado según la profecía de Isaías antes y después de la resurrección; antes por la unción divina, y después por el resplandor de los ángeles. El cuerpo del Salvador no fue privado de la hipóstasis del Verbo en el sepulcro y fue ungido con más excelencia que todos los cuerpos mortales. El fue la misma unción debido a que la divinidad no lo abandonó, al igual que al alma que descendió a los limbos o regiones inferiores de la tierra. Allí iluminó las almas de los padres que esperaban el efecto de las promesas hechas a Abraham, Isaac y Jacob, y que el verdadero Oriente los visitaría y sacaría de las tinieblas y sombras de la muerte por las entrañas de su divina misericordia, conduciéndolos por el camino de la paz, mostrándose como el Redentor, el Salvador y la salud de [937] aquellas almas fieles, que acompañaron su alma santísima hasta el sepulcro para ver cómo informaba de nuevo su sagrado cuerpo, que pudo ser herido y afligido, pero no corrompido.
Esas almas vieron cómo, resplandeciente con la divina luz a la que ella estaba unida, penetró en su cuerpo, volviéndolo luminoso como la figura del sol de justicia al que ella pertenecía y al que era esencialmente debida esta gloria en razón del soporte divino, el cual, como ya dije, en ningún momento lo dejó, a pesar de que fue mortal y murió, de hecho, sobre la cruz y como muerto, se le colocó en el sepulcro.
Es ésta maravilla de maravillas, que el amor divino planeó para mover a los hombres a una inefable gratitud hacia la divina bondad del Padre, que los amó hasta el extremo de entregarle a su único Hijo, no para juzgarlas, sino para salvarlas él mismo.
Tobías permaneció en casa de su suegro cerca de Sara, su esposa, enviando al ángel Rafael a Gabriel para invitarlo al festín de sus bodas y para recibir la suma que debía a su padre, el anciano Tobías. El Verbo Encarnado resucitado y colmado de gloria, en cambio, se dirige él mismo a sus amigos, a los que rescató con su propia sangre, y paga con sus propias manos el precio de nuestra redención, no confiando esta comisión a los ángeles, aunque sí la de anunciar que estaba vivo y los vería, previniéndolos y precediéndolos en Galilea.
El, santamente impaciente, permítaseme la expresión, esperó a un lado del sepulcro vestido con un disfraz, cerca de Magdalena, que no se había consolado con la vista de aquellos príncipes resplandecientes de luz, que hicieron de la oquedad sepulcral una tumba luminosa y gloriosa. El la interrogó dulcemente para manifestarle su gloria y su eterna dicha, debido a que era su amante esposo, que no volvería a morir, y diciéndole que no debía buscarlo entre los muertos, porque aun entonces había permanecido a la diestra del Padre, donde iría muy pronto para darse a conocer como Señor vencedor de las batallas y Rey de la gloria. Allí lo contemplaría a su placer cuando se retirara al desierto.
Capítulo 165 - Piadosas consideraciones de la Cena de Nuestro Señor, en la que mostró cómo su amorosa bondad previene a sus amigos del miedo a la envidia de los enemigos. Él mismo atiza su furor contra el pecado.
[939] Al meditar en el Evangelio donde san Juan habla del lavatorio de los pies, mi alma recibió grandes luces que comuniqué a mi confesor lo mejor que pude. Expondré solamente algunas que anoté en un papel para ayudar mi memoria. Consideré en la amorosa contemplación cómo la divina bondad hizo que la Pascua fuera prevenida por el amor de Jesús, el cual sabía que había llegado su hora y que debía pasar de este mundo al Padre. El mundo y su Padre son dos extremos muy distantes el uno del otro. Sin embargo, como amaba a sus discípulos que estaban en el mundo con un amor infinito, que era el amor que lo levantaba por encima de la rabia del demonio, el cual destiló su odio en el corazón del Iscariote para que lo traicionara: Sabiendo Jesús que había llegado su hora de pasar de este mundo al Padre... Sabía que el Padre le había puesto todo en sus manos y que había salido de Dios y a Dios volvía (Jn_13_1s).
Al verse rico, se levantó de la mesa y se quitó sus vestidos antes de que se los arrancaran; se ciñó con un lienzo, disponiéndose a la muerte con el poder con que asentó las montañas: Asienta los montes ceñido de poder (Sal_65_6). Vertió agua en una jofaina y comenzó a lavar los pies de los discípulos (Jn_13_5).Hizo de sus ojos fuentes de lágrimas. Recogió sus pies como Jacob antes de hacer su testamento: recogió sus piernas (Gn_49_33). Acogió sus pies y sus afectos en su seno cuando permitió a san Juan, su predilecto, que contaba con todo su afecto, reposar en él. Recogió sus pies, es decir, a sus apóstoles, para cobijarlos en el divino amor.
Hizo sus pies bellos, como los de los mensajeros que anuncian y evangelizan la paz. El amor lo impulsaba a apremiarlos. Tomó el mundo por los pies, enviando a sus discípulos a investir y rodear el mundo para llevar a los [940] hombres al cielo. Se puso a los pies de sus discípulos como luz y corona.
¡Cuánta humildad mostró antes de subir a su gloria, que le era debida por ser el divino Cordero a cuyos pies se depositarían las coronas de los veinticuatro ancianos que cantan el cántico: Digno es el Cordero de recibir el honor y la divinidad (Ap_5_12), como recompensa al himno que recitó en la Cena!
Capturó a sus discípulos con la red de Adán, atándolos con el lazo de la caridad. Al hablar tan altamente del amor mutuo, les concedió en esta Cena lo que prometió a san Pedro: el céntuplo y la vida eterna. Nadie, sino su santo furor y la fuerza de su brazo, le ayudó a empujar el lagar debido a que los culpables no hubieran cuidado de aparecer si él no hubiera respondido y pagado: uno solo por todos los hombres. Los elementos sintieron vergüenza y todo se cubrió de confusión. Se vio enrojecido con la sangre de la uva. Fue Judá hijo de Jacob, que ató su pollino a la viña y su asnilla a la cepa. Su alma vendita se conformó al querer divino y su cuerpo aceptó la cruz.
Fue cachorro de león por la mañana y leona con su presa, la cual entregó a sus apóstoles. Asombró a todas las criaturas; estaba tan lleno del vino de la caridad, que sus ojos relucían con ella. Regurgitó la leche. Sus dientes parecían lavados de la leche de sus pechos, y su túnica estaba tinta en sangre. David no vio su furor porque él se anonadó para reclamar, solo, las victorias. Pareció ser arrancado de la tierra de los vivos, y que su generación estaba aniquilada, pero entregó su alma pidiendo su anonadamiento. Por ello fue multiplicado y ensalzado, extendiendo sus raíces en el cielo y en la tierra.
Como Absalón suspendido de su cabellera, Jesús fue atado por amor a los pies de sus discípulos y atravesado por tres lanzadas de una triple caridad. Sus pensamientos pesaban más que todo. Era el rey de los pensamientos. Repartió los despojos a los ángeles y a los hombres y se colocó a la cabeza de todos porque entregó su alma, cargó con los pecados de muchos y oró por sus enemigos. Obtuvo una victoria general. Equivocó a la serpiente que pensó haberse burlado de él, diciendo a Eva en tono de burla: nunca morir n: serán semejantes a Dios. Concedió la modestia a Adán y Eva, quienes conocieron el bien por privación y el mal por experiencia.
[941] Puso un corazón de carne en Adán a cambio de la costilla que le quitó, para que amara a Eva y fueran dos en una carne. Este amor lleva al hombre a dejar todo para unirse a su mujer.
Jesucristo nos dejó en el Sacramento del amor su fuerza, previniendo nuestra debilidad con tanto amor que, si no estuviera en todas partes, habría dejado padre y madre para adherirse a nosotros, haciéndolo, sin embargo, de manera admirable. Hizo abrir su costado, del que brotaron sangre y agua, para formar la Iglesia, que edificó y construyó para sí como coadjutora semejante a él por la gracia. Ella es la reina que se sienta a su diestra. El está colmado de amor cordial que lo mueve a compadecer nuestras debilidades, que contempla compasivamente, de suerte que, quien nos lastima, hiere la niña de su ojo.
La sangre, símbolo de la sangre de Abel, clama justicia, que es obra extraña a Dios; la de Jesucristo, en cambio, pide misericordia, que es acción propia de Dios. El derrama su sangre por la falta de Adán, que figura el vino. Entrega su cuerpo por la gavilla de Abel, como José. En la Cena, es José ya crecido; en la cruz, es Benoní y Benjamín: Benjamín por la segura confianza en su Padre; Benoní, en su madre, la cual sufre la muerte teniéndose en pie y sin morir, al pie de la cruz
Su madre estaba al pie de la cruz. El quiso, como gran profeta, prevenir su muerte por amor. Consideré con admiración amorosa cómo la Magdalena ungió al Salvador antes de su Pasión, acción que el benigno Salvador alabó altamente, diciendo que lo hizo para prevenir su sepultura. Magdalena se mostró magnífica, como el nombre que lleva. Es el ave fénix que muere de amor para entrar en dicho sepulcro y darle vida. Ella rompió el recipiente para consagrar y abrir su corazón a Jesús. No tuvo miedo de ninguna criatura.
Capítulo 166 - Generación eterna y temporal del Salvador, sus pasos o tránsitos. Se hizo para nosotros pan vivo y vivificante.
[943] El sábado santo, al considerar al Salvador en el sepulcro para convertirse en el príncipe de la resurrección, intuí que la generación material de aquí abajo es siempre precedida por la corrupción, aunque el Verbo, desde la eternidad, nos engendró a una vida nueva y purísima por ser engendrado en el seno de su Padre sin corrupción, en el esplendor de los santos. El Verbo está, además, en las entrañas de la Virgen sin corrupción, de una manera divina y virginal.
En el sepulcro es engendrado de nuevo sin corrupción. Resucita en un nacimiento repetido, lo cual David predijo. Sale de él sin sufrir ruptura alguna, y nos da tanto la [944] pureza como la gloria en su sepulcro. Al morir nos da su vida, pasando de nosotros a su Padre, del que había salido.
La Pascua es un verdadero paso, pues en ella el Salvador pasó e hizo pasar con él las debilidades humanas hasta el poder de su Padre; la ignorancia de los hombres a la sabiduría que les comunicó y sus frialdades al calor del Espíritu Santo.
Su humanidad pasó a un estado de inmortalidad, y la parte inferior, que en ocasiones sufrió tristezas por permisión, pasó a gozar las dulzuras de la superior, para jamás ser privada de ellas.
El se hizo nuestro pan vivo y vivificante. Pasa a nosotros para que nosotros pasemos a él. Se hizo nuestro pan purísimo, que debemos comer en santidad, como si se tratara de ázimos de sinceridad, sin levadura de corrupción, pues en esta nueva generación todos deben pasar a una nueva vida y resucitar con Jesucristo.
[945] La alegría y la gloria de la resurrección del Salvador pasó hasta los ángeles que habían, a su manera, sentido los dolores de su muerte, ya que Isaías los vio llorar amargamente.
En la Virgen-Madre, efectuó el paso de la tristeza a un inmenso júbilo. Las cosas insensibles sufren a causa de estas novedades: el velo se rasga, las piedras se rompen, todo se renueva en una gloria extraordinaria.
En fin, el cambio en los corazones supone pasos admirables y la sabiduría, por su pureza y limpieza alcanzada, se derrama y difunde por doquier. El apóstol nos dice: Así pues, si habéis resucitado con Cristo, buscad las cosas de arriba, donde está Cristo sentado a la diestra de Dios. Aspirad a las cosas de arriba, no a las de la tierra (Col_3_1s), añadiendo que estamos muertos a todo lo que no es Jesucristo vivo, y que nuestra vida está oculta con Cristo en Dios.
Nuestra vida aparecerá cuando Jesucristo aparezca lleno de gloria, y de ella seremos participantes. Dichosa muerte de nosotros mismos, que nos lleva a vivir con Jesucristo, ocultándonos, junto con nuestra vida, a todo lo que es del mundo, al que renunciamos para vivir en Jesucristo y por Jesucristo con Dios. Cuando él aparezca glorioso, apareceremos con él como el pueblo que adquirió, al que trasladó de las tinieblas a su luz admirable.
Capítulo 167 - Las llagas del Salvador son puertas abiertas para los sabios, los que saben amar y los afligidos. Son ellas torrentes, fuentes y montañas (Pascua De 1635)
[947] El martes de Pascua, al meditar en el cántico de la Iglesia: ¡Ábranse, puertas! conocí que el Salvador abrió los poros y puertas de su cabeza, de la que procede la sabiduría, y de su corazón, del que emanan la gracia y el amor. De sus pies fluye el amor porque son tubos o canales por los que nos comunica sus afectos. Dichas puertas se abren a los sabios, a los que aman y a los afligidos. Los torrentes de la divina bondad brotan de todas estas fuentes de benignidad. Dichas puertas se franquean a las almas que están despojadas de todo lo que es caduco y perecedero, que desean con el apóstol las cosas que son de lo alto y no las de la tierra.
Esta preciosa cabeza coronada de gloria, estos dichosos enamorados, estos corazones, son colmados de alegría al participan en el gozo de su amor resucitado, que les da entrada por dichas puertas de justicia, habiéndolos justificado con su sangre. Todos confiesan sus bondades y sus misericordias, que invocan para las almas que están en el purgatorio, al que se inclina el divino Salvador. Al penetrar las regiones inferiores de la tierra, las consuela porque esperan en él, disminuyendo sus penas, abreviando sus días con amorosa compasión y enviándoles rayos luminosos de paz que las iluminan y alivian en esas moradas que son sombras de la muerte.
Sus sagradas llagas son montes que iluminan: Haces maravillas desde los montes eternos, que alegran a los Padres que sufrieron en los limbos tan larga espera. En cuando divisaron el alma del Salvador clamaron con fuerza anunciando que su luz había llegado. Las almas del purgatorio, al ser visitadas por el divino Salvador, dirán también con fuerza: He aquí a nuestro Redentor, [949] que nos participa su gloria al liberarnos de las prisiones de su justicia y, en su misericordia, abre ante nosotros las puertas de la nueva Jerusalén, haciéndonos entrar en ella gracias a su caridad. Puertas del cielo que no se cierran ni de día ni de noche, porque los elegidos, que son los bienaventurados, piden la llegada de sus hermanos que se encuentran todavía en la noche de esta vida. A través de estas puertas les procuran la gracia, pidiendo con respeto y confianza al divino Padre los dones del Espíritu Santo por los méritos del Hijo, que manifiesta sus amorosas inclinaciones en la abertura de sus llagas, que son invención del amor y puertas de salud.
Capítulo 168 - Caricias que el Salvador resucitado prodiga al alma que reserva todo su amor para él y su cruz.
[951] El jueves de la octava de Pascua, estando en búsqueda de mi amor y Salvador junto con la enamorada Magdalena, sentí repentinamente arrebatos de una alegría indecible en el corazón, y mi amado se me apareció llevando en sus brazos a una joven velada, a la manera en que se lleva a los niños a bautizar.
Le pedí me bautizara de nuevo con el sagrado bautismo del amor. Poco después, vi a mi amado que, desclavando uno de sus brazos de la cruz, me abrazaba amorosamente. El grande amor que sentí con este abrazo, unido a la debilidad de mi cuerpo, [952] me obligó a sucumbir y a guardar cama hasta el sábado, día en que, asistiendo a la santa misa y al escuchar la epístola de san Pedro: desechando toda malicia (1P_2_1), fui urgida a dejarme a mí misma para hacerme niña sin dolo ni engaño, para poder gustar la leche del santo amor y gustar cómo fue y es dulce el que me llamó a su luz admirable y me une estrechamente a su divino amor.
Fui elevada en una sublime suspensión, en la que contemplé al Salvador oculto bajo una piedra tallada en forma de cruz, con cuatro brazos. Reposé sobre ella como Jacob.
Capítulo 169 - El Verbo Encarnado se agradó en consolarme, asegurándome que era mi divino pastor, que me levantaría sobre los poderes de la tierra y que su amor me concedería grandes favores
[953] A eso del anochecer, derramando mi corazón como agua delante de mi Dios, arrodillada al pie del altar, me quejé amorosamente por verme desamparada de mi propio obispo y pastor, que no sólo se oponía a la ejecución de la bula obtenida, sino también a reconocer nuestra congregación entre las que estaban bajo su responsabilidad, y a las personas que la integraban como hijas suyas.
Mi divino amor me consoló diciéndome: Hija, es verdad que él no es tu pastor, pues no desempeña ese oficio. Yo soy tu soberano pastor. Mi alma se complace en ti, y cumplir‚ todas las promesas que te hice: te sostendré sobre las alturas de la tierra. Como te he dicho en otras ocasiones, yo soy el pastor de Jacob y reinar‚ en ti, que serás mi Belén. Yo soy el David que reina en Jacob y en Israel. Jacob amó y David fue amado. Jacob fue suplantador; yo suplantar‚ a todos tus enemigos y te rendir‚ honor en mi reino, como a David.
Añadió que sería yo como la tribu de Judá que fue la primera que entró en las aguas, y la única tribu en seguir a David. Fue ella quien estuvo a su lado con parte de la de Benjamín al ser coronado, simbolizando claramente a los elegidos, que siguen ardientemente a Jesucristo, el verdadero David, y van tras la gloria de su reino.
El divino amor me aseguró que le agradaba mi valor al proseguir el establecimiento de su orden, que es su nueva [954] Jerusalén, diciéndome amorosamente que mis ojos eran más bellos que el vino por el claro conocimiento de su divinidad, y mis dientes más blancos que la leche por haber yo experimentado las caricias y ternuras de su humanidad y de su infancia; que tenía yo suficiente leche para alimentar a mis hijas y a muchas otras almas que se dirigirían a mí todos los días, que tenía yo la fuerza del león de Judá ,y que, al reposar todos los días en mi pecho, me concedía gran valor. Agregó que él era el verdadero pastor de Israel que me llevaba en su seno, alimentándome y dándome el manjar y la vestidura que el anciano Jacob le pidió, por cuyo medio lo confesó como a su Dios.
Añadió que las gracias interiores que yo recibía eran mi manjar y los favores exteriores mi vestimenta. Nada, agregó, me faltaría de parte suya, porque es fidelísimo. ¡Ay! Yo soy, empero, la que falta a sus deberes, por lo que te pido perdón humildemente, divino Salvador mío. ¿Qué pudiste hacer por tu viña que dejaras de hacer? Esdras afirmó que de entre los árboles de los bosques sólo elegiste a la viña para ti, y que de toda la tierra sólo te reservaste una fosa; de entre las flores, un lirio; de entre las aves, una paloma.
Elegiste mi seno para plantar en él tu orden, que es tu viña. Te abatiste hasta la fosa de mi miseria, colmando mi alma de tu misericordia. Al verla carente de virtud, me plantaste como un lirio en tu propio corazón, insinuándote tú mismo en el mío. Tu costado abierto es mi morada, a la que tu amor me invita amorosamente: Ven, paloma mía, a las oquedades de la piedra (Ct_2_14).
Tu voz lastimera me es dulce y tu rostro bañado con tus lágrimas me es grato. Querido amor, cazadnos las pequeñas raposas (Ct_2_15). Atrapa a estas pequeñas zorras que impiden que tu viña produzca para ti abundancia de fruto.
Capítulo 170 - El Verbo Encarnado prometió tomar bajo su protección a sus hijas perseguidas y confirmarlas en sus rectas intenciones.
[955] Al estar en oración por la mañana encomendé a mi divino amor a todas mis hijas, que sufrían tan dura persecución de parte de sus familias, deseosas de apartarlas de sus santas resoluciones. Mi divino esposo no tardó en decirme que todas ellas estaban bajo su divina protección, y que aquellas a las que él llamaba serían constantes y perseverarían. Me mostró a todas bebiendo leche que, al mirar de lado, me pareció sangre. Pedí la explicación a mi esposo, el cual me dijo que las aflicciones parecen de leche a quien las mira con rectitud, y a otros, de sangre; que los buenos ven directamente a Dios a través de una santa intención. No miran sino a él, y por ello encuentran leche en todo y aun dulzura en las penas y humillaciones, por cuyo medio conocen estas justificaciones. Se han adherido a la cruz de Jesucristo, su amor, en la que se glorían. Desprecian la vanidad del mundo, que está hundido en la malicia: El mundo entero está bajo el maligno (1Jn_5_19).
Las que son del mundo buscan a Dios menos que a nada. En todo encuentran desdichas. A las que Dios mira y que obran y sufren todo por su divino amor, reciben de él la leche de la consolación, diciendo con David: Me enseñarás la senda de la vida, abundancia de goces junto a ti, delicias a tu diestra para siempre (Sal_16_10s). Las que no van seguidas por tan favorable mirada, permanecen siempre en la sangre, porque no experimentan sino la mano vengadora de Dios, que es justa al castigarlas.
El, en sí, es bueno y justo hacia nosotros. Su bondad tiende a comunicársenos. Una madre que amamanta con pechos plenos de leche, desea que su bebé se nutra de tal abundancia. Si el niño, por malicia, mordiera el pezón, tomaría sangre junto con la leche y causaría dolor a su madre. Es verdad que Dios es impasible, pero mientras Jesús fue mortal, los judíos, en su malicia, lo bañaron en sangre diciendo: ¡Que su sangre caiga sobre nosotros y sobre nuestros hijos! Contrariaron así los designios del divino Salvador, que vino para alimentarlos con la leche de sus gracias y para desbordar en ellos ríos de paz y de alegría que rechazaron por malicia.
Cuántos, hoy en día, a causa de su abuso de los dones divinos, cambian la leche de la misericordia en sangre de su justicia debido a sus perversas intenciones. Desconozco a las hijas que en la Orden del Verbo Encarnado carecen de integridad y rectitud de intención. Jesucristo, que es la equidad misma, las retirar de los pechos de su misericordia, para ofrecerlos y darlos a las que tengan rectitud de corazón y de intención. Experimentarán las palabras de la santa esposa: Por ti saltaremos y nos alegraremos. Evocaremos tus amores más que el vino. Con razón te aman los rectos de corazón (Ct_1_4).
Capítulo 171 - Procesiones que el divino amor me inspiró hacer para rogaciones, y de los deleites que en ellas me comunicó por su bondad.
[957] El día de Rogaciones recibí muchos favores y luces de mi divino esposo, como escribí en otra parte. Me dijo que me invitaba a organizar la procesión, como es mi costumbre, pasando por emanaciones divinas y tomando como estaciones la irascibilidad del Padre, el nacimiento del Hijo y la producción del Espíritu Santo. Del Padre pasaba al Hijo, y del Hijo al Espíritu Santo, que es el término de las emanaciones internas. Después me remontaba al Padre, en el que terminando todas las relaciones porque da sin recibir algo a cambio, y porque las otras dos personas lo consideran su principio.
El Verbo quiso que todo volviera a su Padre y le sometió el reino que adquirió por su cruz: Cuando hayan sido sometidas a él todas las cosas, entonces también el Hijo se someter a Aquel que ha sometido a él todas las cosas, para que Dios sea todo en todos (1Co_15_28). Mi alma recibió gozos indecibles en dichas procesiones durante los días de Rogaciones.
En esta inmensa divinidad encuentro lo que significa todo para mí. Llamo y se me abre, busco y encuentro, pido y se me concede el don perfectísimo y bueno por excelencia, gracias a la inclinación que posee el Padre de la luz para iluminar a un alma que se complace en buscar su claridad. Es él quien desciende por las entrañas de su misericordia a través de Oriente, que viene a visitarme, llevándome por el camino de la paz después de alumbrarme con sus luminosos rayos.
Mi alma avanzó como una reina sostenida por la mano divina y real de su esposo, que se digna ofrecerle su apoyo. No ejerce este oficio con otras porque ya está enamorado, lo cual colma de admiración a los ángeles, que exclaman: ¿Quién es ésta que sube del desierto, rebosando en delicias, apoyada en su amado? (Ct_8_5), [958] Es la misma que, asombrados, vieron subir en otra ocasión como una columna de humo, de mirra y de incienso con toda suerte de aromas deliciosos, que se elevaba mediante las gracias y virtudes de su divino esposo. Hoy sube por él mismo, efectuando magníficas entradas en las numerosas mansiones del Padre de las luces, que la recibe por su Hijo en el amor del Espíritu. Entra en el gozo de su Señor.
Así como fue fiel en lo poco, es constituida en la abundancia. Como su amado la encontró valiente, la llevó a la mansión de su gloria, donde la corona como reina de su corazón, por el que es elevada hasta el seno del Padre, donde el único Hijo le revela los secretos de su eterno amor, que estuvieron ocultos en él durante los siglos pasado. Los manifiesta a través de ella a los principados y potestades celestes, que reciben un nuevo conocimiento de sus amores con el incremento de gloria accidental. Todos, alegrándose, alaban unidos al Hijo del divino Padre, que es el esposo sagrado en tan admirables bodas.
Capítulo 172 - Aquellos a quienes Dios se digna enseñar poseen abundancia de luz. Jesucristo confirma al alma cuando le concede el conocimiento de la Escritura y sus misterios. En ella, es testimonio de la sabiduría que concede. Es el archivo en la divinidad y el espejo en el que el Padre contempla todas sus perfecciones
[959] Me lamentaba con mi confianza acostumbrada a mi esposo a causa de la duda que expresan algunas personas religiosas y de consideración, preguntándose si las luces y conocimientos que tengo proceden del buen Espíritu, y que algunas atribuyen todo a la lectura y buena memoria, a pesar de que no he podido leer debido a una hinchazón de ojo, que me ha causado grandes dolores, en la que recaigo de vez en cuando.
No aprendo nada fuera de la oración; pero en cuanto tomo la pluma para escribir, lo hago con gran rapidez durante horas enteras, sin consultar otro libro que la Biblia. En ocasiones mi mano es incapaz de seguirme a causa de la prontitud con que mi entendimiento es iluminado por multitud de pensamientos que abundan en mí a manera de centellas.
Mi divino amor, consolándome como acostumbra, me dijo que la lectura no bastaría, así como es necesario que el estómago haga la digestión después de haber recibido gran cantidad de alimento; de otro modo, sólo siente incomodidad y una carga molesta. Añadió que mi experiencia no se debe al estudio, sino a la infusión de su gracia, y que no es la cantidad lo que hay que considerar, sino la riqueza y nobleza de luces; que un diamante vale más que todo en el taller de un orfebre, comparado con el cual las demás piedras son de poco valor. Tiene en más estima el diamante que si se le diera toda una cantera. Sin embargo, si este diamante pudiera multiplicarse; si mediante una multitud de reflexiones fuera posible producir nuevas luces y diamantes, se obtendría con ello un tesoro fabuloso. Hija, las luces y gracias extraordinarias que te comunico se explican con esta comparación.
Con cada palabra, con cada verdad sublime, me ayuda a descubrir muchas otras. Dichas luces crecen sin cesar en una multiplicación maravillosa que sobrepasa cualquier clase de estudios y lecturas, como he experimentado sobradamente. De esta manera, san Juan, su predilecto, quien sólo vio una pequeñísima parte de sus acciones y milagros, dijo que ni todo el mundo podría contener los libros y volúmenes que podrían escribirse sobre ellos; y es que, en la unidad de cada acción, descubría a la luz del Verbo una multitud de operaciones, y en una cosa obtenía el conocimiento de muchas otras.
Esto mismo me sucede con frecuencia. Me veo obligada a pasar horas enteras comunicando a mi director o escribiendo si me es posible, un pensamiento que mi divino amor me revela en poquísimo tiempo: la luz entonces se multiplica, inundándome con su claridad. Me quejo entonces a mi divino amor de que algunas personas comentan que las interpretaciones que doy a la Escritura no son literales, a lo que el Salvador, mi buen maestro, me responde que el sentido literal dista de ser conocido de los hombres, porque Dios se lo ha reservado.
Añadió que los profetas sabían bien lo que decían, pero que siempre ignoraron lo que querían significar. El Salvador me aseguró que Isaías profetizó acerca de los fariseos, en los que el profeta no pensó en ningún momento; y que el Padre eterno comunica la totalidad de sus luces a su Verbo, en el que, como en un archivo sagrado, se encuentra la totalidad de la Escritura, así como el conocimiento y entendimiento de la misma. El es la figura de la sustancia del Padre, el esplendor de su gloria, la imagen de su bondad y el espejo sin mancha de su majestad. Es la única palabra del divino Padre, su Escritura exclusiva y el sentido literal de lo que aparece en ella. Es necesario leer en él para recibir su conocimiento.
Gabriel, al ser preguntado por la Virgen cómo sería madre sin dejar de ser Virgen, la orientó hacia el Espíritu Santo, el cual le enseñaría y la cubriría con su sombra por el poder del Altísimo, por ser él quien penetra los secretos de la divinidad y el único en recibir la comunicación del Verbo y del Padre, así como su sentido y conocimiento. Porque recibir de lo mío y os lo anunciar a vosotros (Jn_16_14). Me dijo entonces mi divino amor: Yo soy el gran archivo, la verdadera comprensión literal. Como me comunico tan liberalmente a ti cuando me posees, ¿no tienes en ti acaso el sentido literal y el archivo en toda su integridad? Esto significa que te he hecho como otro archivo del que proviene la profusión que se admira en ti. De mi abundancia comunico a tu espíritu tanto cuanto me place, y los extractos que se harán de estos archivos serán admirables y provocarán un día el asombro de los que verán lo que te he enseñado sin estudio alguno ni esfuerzo de tu parte. Deja que hablen los que ignoran mis favores hacia ti, a quien he concedido el conocimiento de los misterios más sublimes.
Después de lo anterior, mi divino amor me dio a entender que él era la plenitud de la perfección y de la ciencia y que si no fuera por su capacidad inmensa e infinita, no podría recibir ni abarcar su [961] plenitud. Sin él sólo existe el vacío.
Es él quien concede la plenitud de naturaleza, de gracia y de gloria; y debido a nuestra incapacidad por estar llenos de amor a nosotros mismos para recibir dichas abundancias y plenitudes, nos obliga a vaciarnos. Es por ello que desea que destruyamos en nosotros todo lo que no es Dios, así como mandó a Saúl que perdiera y destruyera todas las pertenencias de Amalec, sin conservar nada por pequeño que fuese. Quiso establecer, en esta destrucción y anonadamiento general y total, un ser, pero un ser verdadero y subsistente que sostiene y apoya nuestra debilidad y nuestra nada. Por esta misma causa mandó ofrecer en la antigua ley un sacrificio continuo, que debemos prolongar místicamente mediante la destrucción el ser creado, que es deteriorado por la corrupción, para retornar al increado. Es la doctrina de la renuncia a nosotros mismos, en la que insiste con frecuencia. La humanidad a la que el Verbo se unió hipostáticamente sufrió la destrucción de su propio soporte; mejor dicho, la privación del mismo.
El alma que Dios une a él debe ocuparse siempre en destruirse y renunciar a si misma. San Pablo dijo: Pues, aunque vivimos, nos vemos continuamente entregados a la muerte por causa de Jesús, a fin de que también la vida de Jesús se manifieste en nuestra carne mortal. De modo que la muerte actúa en nosotros, mas en vosotros la vida (2Co_4_11). El alma que tiende a la perfección y a la unión con Dios muere cada día, destruyendo lo que en ella hay de temporal para llegar a lo eterno. Los santos murieron un millón de veces por el Verbo Encarnado, en especial los mártires.
Al continuar explicándome este misterio, mi divino amor me dio a entender que fue ésta la promesa que hizo en el Evangelio: No temas, pequeño rebaño, porque a vuestro Padre le ha parecido bien daros a vosotros el Reino (Lc_12_32), y que no debía yo dudar, a pesar de que el número de mis hijas disminuyera, que su Padre me daría el reino, que no es otro que él mismo; pero que por esta razón era menester dar limosna, es decir, despojarse de todo lo creado y preparar odres que no envejecieran, refiriéndose con ello al cuerpo del Verbo Encarnado, que fue desgarrado del todo: destruiste mi saco (Sal_29_12), pero sin sufrir la corrupción. Dicho saco, junto con su tesoro, es el Verbo Encarnado, ya que la plenitud total de la divinidad y las riquezas de su gloria están encerradas corporalmente en Jesucristo.
Es aquí donde, me dijo, tenía yo mi corazón y mi único tesoro; es él quien me auxiliar, aunque parezca retirarse y ocultarse por un poco de tiempo: Me levanto después de mi sueño y estoy contigo (Sal_138_18). Su muerte fue sólo un sueño, aunque la imaginación de los hombres creyó al Salvador vencido por la muerte cuando ya había resucitado, y esto desde antes de la aurora, cuando la [962] oscuridad aún velaba toda la tierra.
Más tarde, y como garantía para mi confianza, mi divino amor me explicó el salmo, El que habita al abrigo del Altísimo (Sal_90_1), diciéndome que el Padre eterno me serviría de refugio, el Hijo me llevaría sobre sus hombros, ocultándome bajo sus alas, y que él sería mi coraza y cota de malla, revistiéndome de sí mismo. El Espíritu Santo sería mi escudo: escudo y armadura es su verdad (Sal_90_5), al cual, por ser el Espíritu del Verbo, no debía yo temer, por llevar en mi interior el original e imagen sustancial del Padre que es el Verbo, en el que contemplaba yo mil maravillas. No debía inquietarme, por tanto, faltar en mis escritos ni en mis palabras, por ser él mi luz, mi maestro y mi verdad, lo cual me prometió desde el año 1619, en que recibí la orden de escribir por obediencia a mi director. Agregó que no permitiría que cayese en errores; que continuaría enseñándome y que tendría yo abundancia de luces en proporción al raudal de sangre y agua que vertió de su costado abierto, lo cual era un signo a mi favor.
Capítulo 173 - La Ascensión del Verbo Encarnado enciende el deseo de dejar esta efímera vida en las almas que son presa de su divino amor.
[963] ¡Sol ardiente! Que pueda yo seguirte, o bien dejar de vivir perdiéndome en ti, amor queridísimo. Tu ausencia es para mí una noche. Si el deseo de verte es una columna de fuego en el desierto, tu presencia, aunque oculta en la nube, es para mí un día. Vengan, pues, en la nube, ángeles sagrados que me piden salir del Monte de los Olivos. Tienen razón al alejarme de esta tierra, porque mi todo no está más en ella. Me dicen, como a Magdalena, que él no está aquí. Se, por la fe, que se encuentra a la derecha del Padre, más allá de todos los cielos.
Desciendan hasta mí para llevarme a ese lugar. Como agradecimiento a la d diva que el Padre nos hizo de él, llévenme en calidad de regalo a su Majestad. ¿Cómo, me dirán, puedo olvidar mi condición mortal, que no me permite ver al Dios viviente en la región de los muertos? Con gusto morir‚ para contemplarlo, porque él es mi vida y deseo cantar su triunfo en la gloria en compañía del apóstol, quien dijo que su conversación estaba en el cielo, a pesar de que su cuerpo permanecía en la tierra, del que deseaba ser librado a fin de estar en compañía de aquel cuyo rostro desean ustedes contemplar incesantemente. Moisés deseó que todos fueran profetas; tendrán ustedes menos caridad que él. ¿Acaso no desean que sea yo angélica a fin de participar en su dicha, que en nada disminuir por ser los carros de fuego de nuestro Dios? Vengan, vengan a buscarme para llevarme y elevarme hasta el empíreo (Sal_68_18s). Los carros de Dios, por millares de miríadas; el Señor ha venido del Sinaí al santuario. Tú has subido a la altura, conduciendo cautivos, has recibido tributo de hombres
[964] Subió a lo alto, a su lugar de gloria, llevando cautiva consigo mi cautividad, él es el don que el Padre nos ha concedido, del que no se arrepiente por ser un Dios inmutable. Quiso concedernos este don en el Hombre-Dios, que es el Verbo Encarnado.
Hasta los rebeldes para que el Señor Dios tuviera una morada (Sal_68_19). A pesar de que pertenezco a la gentilidad, que no creyó en el pasado, espero ver a este Dios y Señor habitar en mí, y yo en él. Quiero decir que, a partir de este instante, me levanten hasta su coro, anticipando el tiempo que el Salvador mencionó, en que todos seríamos semejantes a ustedes. Pídanle que su misericordia anticipe su justicia. Ofrezcan su humildad y el gran cuidado que tienen de los hombres, que deben recibir la heredad de la salvación. Si acaso no sé lo que digo ni dónde quiero ir, díganme como a la esposa: Si lo ignoras, ¡oh hermosísima entre las mujeres! sal afuera y ve siguiendo las huellas de los ganados, y guía tus cabritillos a pacer (Ct_1_7). Que salga de mi misma y vaya tras mis rebaños. Jesucristo es mi cordero, con gusto lo seguir‚ con todos mis afectos. Su perfección, tan única y tan múltiple que atrae y me enriquece, alimentándome y dándome descanso en el cenit de su gloria, en la pico de su divinidad, en el vellón de su humanidad.
El es mi lecho de reposo adornado con sus llagas, de tal manera cinceladas, que jamás las perder. Es éste albergue para pastores y ovejas. Si ustedes son sus carros, sepan que yo soy su yegüita, uncida a su carro y que los llevo en mi corazón. Si en ocasiones tengo que ser atada al carro de Faraón, me refiero a los asuntos del mundo, lo precipito en el mar de la misericordia de Dios y emprendo el cambio, retirándome al desierto con sus despojos a cuestas. Allí ofrezco sacrificio a Dios, que me envía el maná de mil consolaciones, superando todas mis penas. Una sonrisa de mi Amor paga con creces las lágrimas que derramo en este valle de miserias.
Tus lágrimas son armas que tienen poder sobre nosotros. ¡Qué hermosa eres! Como de paloma, así son tus ojos (Ct_4_1). Pobre tortolilla, tus gemidos le han hecho descender de los cielos para consolarte. Tus lágrimas corren por tu cuello, [965] que está rodeado como de un collar del que nos haces cordeles. Nosotros te regalamos pendientes para tus oídos al darte noticias del Salvador, que se elevó visiblemente sobre todos los cielos. El es plata y oro, todo mezclado: Dios y hombre. Volverá así como se fue; es decir, con su amor, que no lo ha dejado. Está en tu corazón como en su tálamo real, donde tu nardo, es decir, tu humildad, le regala su aroma. Tu lavanda, que es la amargura que experimentas ante su partida, ha sido acepta a su bondad. Guárdalas como un ramito de mirra incorruptible en tu seno. Es ésta la uva que te dará el vino de alegría y de pureza virginal, con tanta plenitud, que él te dirá que eres bella interior y exteriormente. Tus ojos son como de paloma al contemplar el río de agua que has vertido. Lavada en esa leche que es la belleza por excelencia, quédate esta noche, reluce con tus delicias, y dile que es hermosísimo y que él es tu día, porque esta noche es para ti la luz. En este lecho de amor purísimo, no tienen cabida las tinieblas. Mañana te encontrarás con los arcángeles.
Arcángeles blanquísimos, díganme, por favor, ¿dónde está mi amado? Me quedé dormida después de haberlo encontrarlo con los ángeles, quienes me dijeron que en este día estaría con ustedes. Las imperfecciones que a diario; mejor dicho, a cada momento, cometo, me lo ocultan. Vengo a ustedes para encontrarlo, pero soy negra como el carbón. He dormido en medio de morillos y cazuelas. Si dormiste entre morillos, pobre tiznadilla, acude como una paloma al río de las aguas del costado del Salvador, en el Sacramento de la Penitencia. Apresúrate a adquirir un plumaje plateado; ve después al Sacramento del altar, al interior del tabernáculo. En él tomarás el oro purísimo de la divina humanidad, a la que adoramos con toda reverencia, que se hace toda tuya al entregarse a ti.
La distinguirás por su blancura, que supera la de la nieve. Sube hasta él y te comunicar su belleza. Desea plantarse en tu corazón como el lirio de los valles. Como azucena entre espinas, así te harás entre de las mujeres. Sobreponte a las [966] espinosas dificultades del mundo, acude a contemplar al elegido, que sobresale entre todos como un manzano en medio de los árboles de los bosques.
Sé muy bien, santos arc ángeles, que él es incomparable. Pero su blancura me deslumbra; ustedes me sirven de sombra. Por ello me senté junto a ustedes, como bajo las alas de quienes portan su librea, y cuyo fruto es dulce a mi paladar. Lo entreveo, por participación, en ustedes y su belleza me parece deliciosa. Hago un festín porque lo que agrada nutre. Me parece que él me introduce admirablemente en su bodega de vino, donde casi desmayaría si él no hubiera ordenado el amor en mi corazón, en el que ha alboreado su caridad. Le mandó que me dejara vivir en medio de esta apetecible muerte de su ausencia y presencia, todo a una. No sueño al decir que siento o que veo dos contrarios en un mismo sujeto. El combate conmigo al despertar el día. Desearía vencer, pero soy herida. Si ustedes no me auxilian, desvanezco. Confortadme con flores, fortalecedme con manzanas, porque desfallezco de amor (Ct_2_5). Pidan al Padre eterno que me regale su flor, y al Espíritu Santo que me envíe por medio de ustedes el fruto de vida que nació de María Virgen.
Caballerosos arcángeles, no me consideren grosera si obro como Magdalena al encontrar a mi maestro a mi lado. No puedo conversar con ustedes. Al verlos revestidos de blanco y portando sus libreas, debo pensar que no ha de estar lejos de aquí. ¡Ah, ah! siento su dulce presencia y su amorosa bondad, que me sostienen en mis desfallecimientos: Pondrá su mano izquierda debajo de mi cabeza y con su diestra me abrazar (Ct_2_6).
La santa humanidad sostiene mi cabeza, acomodándose a mi debilidad y fortaleciéndome poco a poco. Su divino amor me pide aferrarme a la diestra de su poderosa caridad, pero me veo tan débil, que no puedo abrazarla ni aun tocarla. El no me dice como a Magdalena: no me toques, porque sabe muy bien cuánto necesito de su fuerza. Por ello, es menester que duerma entre sus brazos, En paz, todo a una, etc. (Sal_4_8).
[967] Heme aquí en el tercer día, y mi amor se ha elevado a lo más alto. Se fue a hurtadillas, mientras yo dormía. ¿Acaso no prohibió a los arcángeles que me despertaran? Pienso que esto se debe a que quiere que suba yo más alto. Estoy resuelta a seguir adelante. Deseo despertar del todo. Noble principalidad, no te extrañe el que busque yo el camino real de mi esposo. Tengo la dicha de participar de sus cualidades y de su naturaleza divina, porque quiso pagar por nuestra humanidad a través de la hipóstasis, y ahora me concede la gracia de escogerme por esposa. Es menester que él me reciba, porque dijo que no había venido a suprimir la ley, sino a cumplirla.
Aunque sé que, en rigor de justicia, el Príncipe no está obligado a observar la ley que instituye y que está por encima de ella, el amor lo puso bajo la ley. Quiso someterse a ella: Nacido de mujer, nacido bajo la ley (Ga_4_4), a fin de exceptuarme para ser su hija por adopción, haciéndome hija de su Padre a través de su Espíritu Santo que me envió, en cuyo amor puedo clamar: ¡Padre, Abba! Además, como ya les dije, me tomó por esposa. Somos dos en una carne, y dos en un espíritu; no, somos uno solo, como lo pidió a su Padre en la Cena.
Quiso pedir que yo estuviera donde él está, y que tuviera la claridad que tenía antes de que el mundo existiera. Deseo de corazón en este día que esto no tarde más, ni sufra impedimento. ¡Qué dicha la de ustedes, príncipes celestes, por jamás haberse alejado de nuestro divino rey! Únanme a la cacería; tratar‚ de flecharlo como un cabrito que sube a los montes y va más allá de las colinas. El está sobre las montañas eternas con el Padre y el Espíritu Santo.
Ve, pobrecilla princesa, al pabellón real de sus amores; ve a verlo sobre el altar; ve a atrapar tu presa, que se situó allí para esperarte. Si su presencia visible se desvanece ante tus ojos corporales al igual que un ciervo o un cabrito, sabe que es inmortal bajo estas especies; una muralla te lo oculta, pero es bien delgada. Penétrala por la fe y mira a través del muro de su sagrado cuerpo las hendiduras y enrejados o celosías, por las que te [968] observa. Su mirada procede de su amor, santamente impaciente: Vedle cómo se pone detrás de la pared nuestra, cómo mira por las ventanas, cómo está atisbando por las celosías. He aquí que me habla mi amado: Levántate, apresúrate, amiga mía (Ct_2_9s).
Sentía bien esta presencia, entendía bien la palabra del acecho de su amor. Me vi sorprendida por sus afectos. Mi amado me atraía a pesar de estar adherida en necesaria sociedad a este cuerpo, que produce todo lo que parece impedirme la atracción de mi enamorado. Al fin obtuvo la delantera, por ser más noble y generoso de lo que puedo contarles. Pero, ¿qué hago? Me entretengo en decirles lo que saben mejor que yo.
Mi divino esposo me llama para elevarme hasta él, al lugar donde me dice que el invierno ha pasado, que soy su amiga, su paloma su toda hermosa y encanto de sus ojos. Dice que las flores del amor han aparecido, y que mi voz ha sido oída en la tierra sublime, en la tierra de los vivos, que es el cielo, que es él mismo, en el que encontrar‚ mi reposo dentro de su costado. Me invita a emprender el vuelo, y voy simplemente porque él lo quiere No deseo obrar como Vasti si su deseo es mostrarme a sus príncipes; que haga conmigo lo que le plazca.
Deseo agradarle, mostrándole mi rostro ungido con óleo de alegría que su bondad me regala al llamarme. Mi voz resuena en sus oídos porque me da el poder de hablar y cantar en su presencia, dignándose mirarme con sus ojos divinos y humanos, y complaciéndose en el aderezo que me ha obsequiado. ¿Por qué digo aderezo? Es una participación de su prístina belleza, a la que convida.
El rey profeta me ha enseñado a hacer la voluntad de mi rey, con sencilla humildad. El es mío y yo, suya. Se apacienta entre los lirios aguardando el día de la gloria, pareciendo aspirar a poseerme en el cielo. El es este día. Se muy bien que su amor y su misericordia desearían tenerme ya en el cielo, si su justicia no me retuviera aún en la tierra. Es preciso que siga yo en esta vida, que es la sombra de la muerte, y que muera a mí misma de día en día, apagando mis sentidos como la sombra, hasta que lleguen al sepulcro.
De esta noche amanecer el día de la gloria. Mientras llega, dormir‚ con él en la oscuridad de la fe. Bajo esta penumbra se oculta un gran misterio: el emblema que el amor manifestó admirablemente en el día de su luz, mediante la cual contemplar‚ la luz eterna.
Capítulo 174 - Ascensión de Nuestro Señor Jesucristo y su amorosa y gloriosa mirada, mayo de 1635.
[971] Dios desciende fácilmente hasta nosotros porque su misericordia se inclina y se abaja por piedad. Nosotros, en cambio, ascendemos difícilmente a causa de nuestra pesantez y endurecimiento en nuestros malos hábitos.
El Verbo que se encarnó en la Virgen se humilló hasta la muerte de la cruz, a fin de que el hombre pudiese subir por la escala de la cruz. Dicha ascensión debe consistir en perder su vida en Dios y poder, en verdad, decir que vive, más no él, sino que Jesucristo vive en él. Jesucristo, al morir miró hacia el poniente:
1. Porque ya no habría otro Oriente en la tierra.
2. Se volvió al occidente para tener compasión de nuestras caídas
3. Quiso subir por el oriente por su propia generosidad, que se manifestó en el amor que lo llevó a la muerte.
4. Miró a la naturaleza humana [972] caída, y con gran caridad, se dignó levantarla. Los ángeles, que habían permanecido en pie, representando al Oriente, no tuvieron necesidad de la mirada del Salvador moribundo.
5. Si el Salvador no hubiera exhalado y entregado su espíritu al ocaso, el hombre habría permanecido abatido, pero el Espíritu que envió: entregó el Espíritu, lo confirmó.
6. Occidente es su Benjamín, el último de sus hijos, el que estrechó en sus brazos al morir.
7. Los hombres miran siempre al Oriente porque esperan de él auxilio; el Salvador, en su aflicción y muerte, concede su ayuda y fortaleza al occidente.
8. Comenzó el día a la hora de vísperas, y por el ocaso de su muerte, nos dio la vida. Resucitó y ascendió al cielo por la mañana, sin dirigir su mirada hacia el Oriente.
9. Contempló el occidente, dando el ser a lo que no existía.
Llevó a cabo sus elevaciones en medio de sus abatimientos. Por ello dijo el apóstol que fue exaltado hasta la derecha de su Padre después de haber bajado a las regiones inferiores de la tierra. Para llevar todo a su cumplimiento, subió más allá de los cielos y se constituyó como el cielo supremo. El entendimiento es más grande que el [973] corazón que no ama sino lo que el entendimiento le propone. Si Dios suspendiera la acción del amor en los bienaventurados, llegarían a poseer a Dios. No es, por tanto, insignificante el don del conocimiento.
Al considerar al Salvador en la cruz, comprendí que no sólo entregó su Espíritu a su divino Padre, sino que inclinó su cabeza para darlo a su madre, por ser voluntad de la Trinidad que la Virgen recibiera de manera inefable el Espíritu de aquel a quien había dado un cuerpo para satisfacer la justicia divina, muriendo y redimiendo a los hombres. La divina sabiduría iluminó de nuevo el entendimiento de la Virgen sobre el Calvario, en tanto que las tinieblas cubrían toda la tierra. Ella percibió la divina luz, que brilló en su alma; y, como las tinieblas no la comprendieron, despuntó un día esplendoroso en su entendimiento, a cuya claridad pudo ver Juan el agua y la sangre que brotaron del costado del Salvador, que era luz de luz y Dios de Dios. La Virgen recibió la inteligencia de misterios altísimos.
Capítulo 175 - El Verbo Encarnado dio a los Ejercicios Espirituales el nombre de entrenamiento. Maravillas que me reveló acerca de sus combates y victorias.
[975] Habiendo resuelto hacer los ejercicios espirituales al día siguiente de la Ascensión, tuve que posponerlos para el lunes siguiente a causa de los diversos asuntos que tuve que tratar. Aún en ese mismo día, me vi precisada a salir varias veces de la oración.
Al regresar a la oración a eso del anochecer, mi divino amor me dijo que mis ejercicios eran maniobras militares: Cambia la palabra, hija, y di que estás en un ejército. San Ignacio, que aprendió de mí las tácticas de una nueva guerra, enseñó a hacer las prácticas de los ejercicios espirituales de una nueva manera. Así como yo combatí cuarenta días en el desierto, Ignacio quiso que se combatiera en este ejercicio cuarenta días completos.
Mira, hija, que ha habido y hay ejercicios y combates por todas partes: en el cielo, entre los ángeles: unos combatiendo y apoyando mi partido; los otros, rebelándose contra mí, su Creador y su rey. En el paraíso terrenal, el hombre se dejó vencer con gran menosprecio de mi divinidad, pues cuando la serpiente dijo Eva: "Serán como dioses", censuró mis promesas, acusándolas de infidelidad y de impotencia, aduciendo que el que las había hecho era más grande y glorioso, y que si seguían sus consejos, llegarían a ser en verdad pequeños dioses.
Este combate continuó hasta que yo mismo vine a la tierra. En él vencí con las armas de David y mediante la debilidad de la naturaleza que quise tomar, no deseando valerme de mi divino poder. Todas las criaturas combatieron en contra mía y, después de mi muerte, se batieron por mí contra la impiedad, y continuarán haciéndolo hasta el último día.
Mi Padre mismo armó su furor para herirme. La parte superior combatió en mí contra la inferior, que estaba rodeada [976] del ejército de angustias y dolores de la muerte. La pérdida de tantas almas que rescataba con mi sangre, a causa de los peligros del infierno, me afligía. Esta fue la más ruda batalla que se presentó ante mi vista entre la muerte y la vida, la justicia y la misericordia, la bondad divina y la malicia del pecado.
Mi divino amor prosiguió iluminándome con estas palabras: Hija, se dio otro combate sobre el que deseo instruirte, que tuvo lugar entre mi Padre y yo. Se trató de una lucha de amor: mi Padre dándome, y yo retornándole con una amorosa gratitud. Es necesario que todas las criaturas racionales libren estas dos clases de combate, ejercitándose en manejar las armas, combatiendo contra ellas mismas, armándose en contra de las dificultades e impedimentos a la perfección, sea que procedan de ellas mismas y de sus imperfecciones o pasiones, sea que vengan de fuera a causa de diversos percances y encuentros, o de la malicia e indiscreción de parte de los hombres
Es necesario que aprendan también a ejercitarse en este combate de amor conmigo y con mi Padre, recibiendo las comunicaciones de nuestro amor y devolviéndonos amor por amor mediante la efusión y profusión de ellas mismas, derramándose en sacrificio como el agua en presencia de la Trinidad, y ofreciéndonos su sincera gratitud lo que han recibido de nuestra bondad. Es este agradecimiento lo que me agrada en ti, hija mía, cuando permito que te veas rodeada de un ejército de dificultades, lo cual te permite ejercitarte con ventaja.
Escuché que Dios se llama Señor de las batallas y que los ángeles que están alrededor de su trono, invitándose el uno al otro a alabar la santidad del divino enamorado, libran un combate de amor que hace trepidar todo el templo. Isaías, que fue espectador de esta maravilla temía que algún mal llegaría no sabiendo que esta guerra de amor era muy santa. Este profeta se vio manchado de loas inmundicias del pueblo entre el que se encontraba y dijo: ¡Ay de mí, que estoy perdido, pues soy un hombre de labios de labios impuros, y entre un pueblo de labios impuros habito: y que al rey Yahvé Sebaot han visto mis ojos! (Is_6_5).
En la misa damos a Dios su magnífico título de grandeza de Señor de los ejércitos antes de la consagración, en la que se inmolar la víctima pacífica, para significarnos que dicha víctima hizo cesar la guerra que Dios hace y hará a los hombres para castigarlos por sus infidelidades, y que el Dios benignísimo sólo hace la guerra al presente para [977] darnos la paz, que podemos obtener únicamente con las victorias del Salvador, que es el Señor fuerte en la batalla. David, instruido divinamente en el combate, agradeció a Dios el haberle enseñado a manejar las armas: Bendito el Señor Dios, que adiestra mis manos para el combate, mis dedos para la batalla (Sal_144_1).
San Miguel entregó la espada a Judas Macabeo. Dios condujo a los ejércitos de los hebreos, marchando a su cabeza como un capitán en la persona del ángel cubierto por una nube. El Verbo Encarnado, en el Apocalipsis, lleva una espada en la boca, y en el Salmo 44 David le dice que ciña su espada sobre su muslo. Ha emprendido una guerra de amor y de furor, todo a una. Combate contra su Padre por nosotros, y en contra nuestra por la querella de su Padre.
Su esposa del Cantar dice que es guerrera y que no se verán en ella sino coros armados. Quienes la contemplan dicen que es terrible como un ejército en formación, al grado en que parece que no hay manera de llevar el glorioso nombre de esposa sino haciendo la guerra, debido a que su esposo se llama Dios de las batallas, de los ejércitos y de huestes aguerridas. Ella lleva el nombre de ejército dispuesto a la batalla, cuyo rey es él, lo mismo que su amado, por ser su esposo de sangre. Quienes lo ven venir de Edom se admiran al ver sus vestiduras tintas en su sangre, después de haber movido a la amada esposa, hija de Sión, a exclamar: He aquí que viene tu Salvador (Is_62_11), cargado con innumerables riquezas que obtuvo por su valor, y que ella se llamaría ciudad codiciada por la dulzura de la paz que debía reinar en ella.
Se decían unos a otros: ¿Quién es éste que viene de Edom, de Bosrá, con ropaje teñido de rojo? ¿Ese del vestido esplendoroso, y da andar tan esforzado? (Is_63_1). ¿Quién es este hombre hermoso por excelencia, que viene de Edom con sus vestiduras ensangrentadas? Lavó su túnica en su propia sangre, en la sangre de la vid, según la profecía de Jacob, su padre. Es hermoso en sus vestiduras reales y divinas, porque su sangre es la sangre de un Dios. Camina con porte real en su
[978] fuerza, que le es propia y no prestada o integrada por los ejércitos de su pueblo. Sólo él es más variado en su poder, en sus fuerzas duplicadas en su humanidad y en su divinidad y en sus infinitos méritos, que las potencias creadas en el cielo y en la tierra: Soy yo que hablo con justicia, un gran libertador (Is_63_1).
Y ¿por qué está de rojo tu vestido, y tu ropaje como el de un lagarero? El lagar he pisado yo solo; de mi pueblo no hubo nadie conmigo (Is_63_1s). Soy yo, que sólo me he considerado digno de pisar el lagar que ningún hombre podía hollar sin quedar comprimido en él por la ira de la justicia divina, porque todos eran culpables de lesa majestad divina y humana. Yo salí gloriosamente de la batalla. Vencí solo a todos los enemigos de mi gloria y de la salud de los míos. He peleado para salvar a los hombres. Arrebaté el premio. Que mi amada me reciba victorioso y triunfante, y que se alegre en mi gloria; que participe de mis laureles inmortales; que sea para ella todo mi placer.
Tu amor fue más fuerte que la muerte. Venciste a tus enemigos y arrebataste a tus amigos por la efusión de tu preciosa sangre. Nos das la corona de tus victorias y el botín que tan justamente obtuviste. Nos coronas con tus propios laureles y somos revestidas de tus libreas, porque te pertenecemos mediante una posesión diferente a la de la generalidad. ¡Ven, Rey nuestro! ¡Amor nuestro! ¡Nuestro todo!
Capítulo 176 - De las bellas luces que la divina bondad me comunicó durante el retiro que hice después de la Ascensión del Verbo Encarnado, mi amor y maestro. De lo que sucedió entre los ángeles y los apóstoles
[979] La persona que se prestó a darme los ejercicios o dirigirme en el retiro que deseaba hacer, me dio las meditaciones que preparó para este propósito. Al ver tantos bellos adornos y magníficas armaduras, debió parecerme que estaba yo en pleno poder de combatir a todos mis enemigos y obtener mis victorias gracias a las disposiciones de mi amigo. Sin embargo, me di cuenta de que estoy pobre y desnuda aun en medio de la abundancia, y que soy rica en la indigencia. El que pierde su única alma, la encuentra en aquel que es uno de manera única. En este uno, y no en muchos, eres para mí simiente, amor mío.
Sólo tú tienes el derecho, corazón mío, de cautivar mi cautividad, ascendiendo para elevar mi espíritu, que no sabe seguir otro camino sino el que tú le muestras, ni armarse con armas diferentes a las que tu industriosa caridad le ha proporcionado. Así como David se vio impedido al portar las armas de Saúl, debido a su pesadez, me veo entumecida por la multitud de tan variados temas, a pesar de su excelencia; pero cuando te plugo dejarme tomar mi honda ordinaria, haciendo girar mis pensamientos en torno a tus deseos, después de tomar piedras del torrente de tu bondad, abatí al que deseaba vencerme, después de lo cual me apoderé de su propia espada y obtuve lo que deseaba conquistar: al sobreponerme a mis enemigos, gané a mi amigo, la gloria de Israel.
Capturé la piedra probada, reprobada y aprobada. Probada eternamente por el Padre, y juzgada según su valor; probada por las criaturas y reprobada por las que prefirieron las tinieblas a la luz, a cuya reprobación el Padre, el Espíritu Santo y la Virgen madre parecen haber contribuido, no por malicia, sino ejerciendo una rigurosa justicia. El Padre, abandonándolo del modo que expresó en la cruz; el Espíritu Santo, esposo de sangre, exigió la suya; su santa ofreciéndolo a la muerte para que se cumplieran [980] las profecías, y por nuestra salud. Fue rechazado por todas las criaturas, que combatieron contra él como contra un hombre que parecía estar loco, cuando era la sabiduría eterna. Manifestó la aprobación del Padre y del Espíritu Santo después de su resurrección, así como la de la Virgen y la de todos los elegidos. Los demonios y los réprobos se ven forzados a decir que él es verdadero Hijo de Dios, y a darse cuenta de su malicioso error, del que no pueden arrepentirse. Ven la gloria de Jesucristo y de sus elegidos, pero en medio de una horrible desesperación, percibiendo su extravío y el feliz destino de los que consideraron insensatos por llevar una vida despreciable a sus ojos, pero preciosa ante Dios.
Me dijiste, mi Dios, mi todo, que los elegidos son probados, reprobados y finalmente aprobados: probados por los sufrimientos, reprobados por los mundanos, que los desprecian durante esta vida, y que en el último día harás ver a qué grado los apruebas.
Padre santo, me mostraste esta piedra angular de poder, de luz y de bondad; de poder, porque sostiene todo el brillo de tu esplendor, y por afirmar que ella porta y comprende todo lo que dices; de bondad, porque es, en unión contigo, el principio del Espíritu Santo. Es fundamento de fundamento así como es luz de luz, Dios de Dios, Dios verdadero de Dios verdadero; enviado a Sión como fundamento, porque Sión es una almena. En su calidad de centinela, ve en ti y tú ves a través de ella todo cuanto sucede en el cielo, en la tierra y en los infiernos. Eres cimiento de origen sin tener otro principio, pero con ella eres principio del Espíritu Santo, al que produces, que es tu amor subsistente y el término de tu única voluntad.
Te plugo mostrarme dicha piedra teniendo siete ojos, los siete dones del Espíritu Santo, fijos en los siete arc ángeles para enviarlos a la tierra, y a éstos mirándola sin intermisión para captar y llevar a cabo tus designios. Me diste a entender que los siete arc ángeles son los mensajeros que portan las siete peticiones de la oración dominical:
1. Miguel, según su nombre, ¿Quién como Dios? lleva la primera: Padre nuestro, que estás en el cielo, santificado sea tu nombre. Es menester que los elegidos se hagan semejantes a la imagen del Padre, santificando el nombre de Dios.
2. Gabriel, al que se llama fuerza de Dios, es el que nos aporta la felicísima noticia del reino de Dios, el cual viene a nosotros por misión divina y para pedir nuestra aceptación. Lo que sucedió en la anunciación explica todo esto, de lo que Gabriel fue embajador, así como nuncio de la venida del reino de Dios en la naturaleza humana, lo cual la Sma. Virgen atribuyó al poder [981] del brazo de Dios: Desplegó el poder de su brazo, Dispersó a los soberbios (Lc_1_51).
3. Rafael, medicina de Dios, acude con el remedio para nuestras debilidades, conformándonos y confirmándonos a la divina voluntad gracias a la amorosa dilección y reconocimiento de aquel que es justo y veraz. Sea que pruebe, sea que apruebe. Debemos decirle: Eres justo, Señor, y tu juicio es rectísimo.
4. Uriel, fuego de Dios, nos aporta el pan que el amor ardiente nos preparó y nos da en su divina Providencia para alimentarnos natural y sobrenaturalmente. Junto con este pan, nos proporciona buenas inspiraciones.
5. Salatiel, que vale tanto como oración de Dios, nos enseña o nos repite lo que hizo el Hijo de Dios: rogar por nuestros enemigos, oración que era necesario fuera compuesta por un Dios Encarnado y enseñada por él a los hombres para obtener perdón del Padre común. Es menester perdonar a nuestros hermanos sus pequeñas faltas, así como Dios nos perdona las grandes, ya que es poca cosa lo que las criaturas pueden hacer contra la criatura; el darles mayor importancia es ofenderse sólo a sí mismo.
6. Jehudiel, que significa alabanza o confesión de Dios, nos lleva a confesar que solo Dios debe ser adorado, servido, honrado, y que al contemplarlo sin cesar impedir que nuestro pie, es decir, nuestra afectividad, se dirija a lo que contra ría su voluntad, apartándonos de las tentaciones.
7. Baraquiel, es decir, bendición de Dios, nos trae favores y bendiciones divinas, que nos mueven a reconocer al que nos las da, bendiciéndolo por ser Dios de toda bendición en el cielo y en la tierra. Con ellas nos ha bendecido por mediación de su Hijo, que nos libra de todo mal, en especial del pecado y del demonio. Este divino Hijo, que desea salgamos de nosotros mismos para acogernos en él, se hizo hombre para hacernos Dios.
Jesucristo es, pues, la piedra fundamental que el amor me mostró en el seno del Padre, que lo ve todo, que lleva en sí todas las cosas, por ser la palabra de su divina diestra. El es el fundamento de la Iglesia por ser su esposo, llevándola y contemplándola a la altura de Dios. El es alto en la bajeza de la humanidad, de la que quiso ser el último, vio distintamente con clara visión, por penetración, por transpiración, todas las piedras destinadas a formar la Jerusalén admirable y nueva que desciende del Dios de bondad.
El es el cimiento que todo puede soportar sin ser ofuscado por nada. Todo lo ve y hace ver a sus amigos cuanto le place; es todo ojos, y todas las miradas se fijan en él por ser su don. El está por encima, en el interior, y por debajo de todo, rodeando, haciendo relucir, penetrando, abajándose. A cada instante, penetra todo con su mirada.
¡Oh maravilla! Me dijiste, corazón mío, [982] que deseabas colocarte como fundamento en mí, como en tu montaña santa, deseando ver en mí una semejanza perfecta contigo mismo, por unidad de amor; que el cimiento de Sión es admirable, y su puerta deseable. El fundamento es todo de piedras preciosas y la puerta, una perla oriental. Es el Verbo, Oriente, que vino a visitarnos por las entrañas de la misericordia del Altísimo; la perla preciosa engendrada en el seno del Padre. Es el rocío divino que penetró el mar en María Virgen, la cual te concibió en lo íntimo del seno paterno.
Tú eres la bella unión que se encerró en el seno virginal, conservando la misma inmensidad que en el seno paterno. Te contemplo como fundamento y puerta en lo alto, fundamento y puerta en lo bajo. Amaste más a esta Virgen, puerta virginal, que a todos los tabernáculos de Jacob. A pesar de que soy sólo una puertecilla de Sión, me dijiste que me amabas más que a todos los poderosos que parecen vencer, con gran poder, naciones enteras, no a causa de mis méritos, sino porque eres misericordiosamente bueno; que te complacías singularmente en ser mi fundamento y en hacerme puerta de Sión; de mirarme y que yo te mire al concederme este favor indecible. Añadiste que no es sin misterio el que yo está‚ en la santa montaña, y que, gracias a ti, elegí colocarme bajo tu estandarte; que nadie sino tú pondrás el cimiento, y que así como tú fuiste probado, reprobado y aprobado, yo ser‚ probada, reprobada y aprobada. Que esto ya se hizo, se hace y seguir haciéndose, pero que tenga valor. Concédemelo, mi todo, porque nada tengo sin ti, y nada deseo sino a ti. Todo lo espero de ti, por ti y a ti mismo; mientras pueda respirar, esperar.
Veía que tu Padre te enviaba a la tierra por obra del Espíritu Santo. Eres el hálito de su poder, que el Espíritu Santo si puedo hablar de este modo llevó a la Sma. Virgen para todos los hombres. Veo a los santos ángeles asistiendo a tu venida, siguiéndote con el deseo, deseando ver en todo momento tu divina faz. Experimentan un singular placer al verte venir a la tierra, esperando, con esta venida, ver ocupados los lugares vacíos de los que apostataron; tienen, además, la esperanza de una gloria accidental gracias a tu arribo. Esperan, por ti, obtener de la tierra lo que nosotros esperamos, por tu mediación, obtener el cielo, de donde viene nuestro auxilio.
Percibo una maravilla: es que, al ascender al cielo, [983] invitas a los tuyos. ¿Quién podría dudar que tu santa madre no estuviera allí en espíritu? La contemplo llena de gozo y de buena voluntad, enviándote el hálito castísimo de ella misma, que subía al cielo como una nube. Vi a los apóstoles y a Magdalena, que te enviaban también, con alegría, sus aspiraciones y suspiros, provocados por la privación de tu dulce presencia. Sus cuerpos permanecían en la tierra, mas sus espíritus subían, por afecto, al cielo. En pos de ti, todas las exhalaciones de esos pechos inflamados integraron una nube maravillosa a manera de un sacrificio que, al serte ofrecido, presentaste a tu Padre, dedicándole esos corazones encendidos. Ascendiste en medio de sus llamas, pudiendo hacerlo con tu propio poder y realizándolo en verdad. Te plugo elevarte sobre las alas de sus afectos, con un purísimo desinterés, hasta el trono divino, porque tu amorosa humanidad en nada se busca, queriendo únicamente la gloria del divino Padre.
Una nube te recibió de otra nube, ocultándote a sus ojos corporales, que permanecieron abiertos en dirección de tu ascensión, demostrando así que sus corazones y sus espíritus están más en ti, a quien aman, que en sus cuerpos, a los que animan. Te conviertes así en su tesoro, en su vida de amor y en purísimo fuego de sus almas.
Pero, divino amor, al cegarlos por exceso de luz, les envías ángeles propios de tus claridades a decirles que se alejen por un poco de tiempo; que sólo desapareces ante sus ojos y corazones enamorados para regresar, pero con mayor amor y conocimiento, en el día afortunado y señalado de su asunción al cielo; que tú, hálito de la virtud divina, los harás aparecer un día, que les es asegurado por la esperanza, que no será confundida. Tú mismo vendrás; así lo afirman estos ángeles después de ti: Habéis oído que os he dicho: "Me voy y volver‚ a vosotros" (Jn_14_28). Este que os ha sido llevado, este mismo Jesús, vendrá así tal como le habéis visto subir al cielo (Hch_1_11).
Santos ángeles, ¿por qué los llaman hombres de Galilea? Es para decirles que su nombre es revolución; que es necesario allá e ir a todo el mundo para llevar la sonoridad de la palabra, de la que son testigos. Permanecer inmóviles en este lugar, mirando al que sube al cielo, no es, santos apóstoles y fieles discípulos, observar el mandato que Jesús les dio de llevarlo a toda la tierra. Vayan a donde los envió; él, en persona, acudirá a su encuentro. Esperen de su fiel bondad el cumplimiento de sus promesas.
Santos ángeles, ¡qué rápidos son! El texto señala que los dos ángeles se encontraron allí al mismo tiempo [984] en que Jesús subía; tuvieron que abrir paso. Los pobrecillos van en espíritu a donde no pueden ir como cuerpos gloriosos. Ángeles ardientes y luminosos, ¿podrán hablar a favor de su caridad cuando dan la impresión de echar fuera del cielo a los hombres? Es para hacerlos entrar en él más adelante, y estar más próximos al que se hizo el cielo supremo.
Hagan la voluntad del divino Padre, el cual envió a su Hijo hasta las regiones inferiores de la tierra para ensalzarlo después sobre todos los cielos. Como su deseo de la Encarnación fue mayor al nuestro, a fin de comunicarnos su dicha, los ángeles más excelsos imitan a la bondad divina, alejándonos para que avancemos aún más; haciéndonos retroceder para que saltemos mejor.
Mientras más elevados están los ángeles, más participan de las luces divinas, más ven, más aman; más nos desean el bien, más nos abajan para recibirlo, y mediante estos descensos levantan nuestro valor. Moisés, al pedir a Dios que le mostrara su rostro, recibió como respuesta que el hombre que vive de la vida natural no puede ver ese rostro divino, que sólo es contemplado por los bienaventurados; pero que algún día lo vería. Le mostró en cambio sus hombros. Los pobres discípulos, al contemplar la humanidad del Salvador, sólo vieron sus hombros, que cargaron con su principado, que llevaron su cruz, en la que clavó los pecados de los hombres despojando así a los poderes infernales de lo que habían usurpado: Y, una vez despojados los Principados y las Potestades, los exhibió públicamente, incorporándolos a su cortejo triunfal (Col_2_15).
Capítulo 177 - El Verbo Encarnado se dignó consolar a sus hijas, reanimando su valor e invitándolas a dar cumplimiento en ellas mismas a los misteriosos símbolos contenidos en el número doce, en el Antiguo Testamento, 2 de junio de 1635.
[985] Mi divino amor, al consolarme a causa del reducido número de hijas que habían quedado para ser religiosas, a causa del retardo o rechazo que se había hecho de la ejecución de las bulas, me dijo que las doce que quedaron serían los doce leones que portarían el trono del pacífico Salomón, así como las do ce yeguas que sostendrían el mar de bronce que proporciona el agua para purificar a las víctimas, porque los antiguos sacrificios recibieron su poder de la sangre del Salvador, que es un manantial que brota del seno paterno como de su fuente de origen.
Dicha agua y su receptáculo, el mar de bronce, que es un metal que resuena, simbolizaron oportunamente al Verbo, que es la palabra eterna. Añadió que mis hijas, con sus lágrimas, ruegos y oraciones, debían ablandar la voluntad divina, disponiéndose al sacrificio de alabanza y a ser fuentes por la gracia y la fe que el Espíritu Santo les concedería. Si se mantenían fieles, dichas aguas brotarían hasta la vida eterna.
También serían los doce panes de proposición, siempre presentes a la faz de Dios, panes que debían estar siempre calientes. Continuó diciendo que debían ser las doce piedras sacadas del Jordán después del maravilloso paso del arca: ellas fueron sacadas del mundo, fuera de las olas y las tempestades por una vocación particular. Su bondad divina quiso retirarlas de las vanidades del siglo.
Serán, además, las doce piedras escogidas para fundar la santa Sión, las doce fuentes que brotan a su paso. Su manantial será el Espíritu del divino Verbo Encarnado, del que se abastecen, el cual les dar la fuerza para obtener palmas y victorias.
Son como los doce frutos del árbol de la vida en medio del paraíso, árbol que es el Verbo al que están adheridas todas mis hijas [986] como el fruto al árbol, recibiendo de él su savia y sustento; serán las doce estrellas que coronan a la gloriosa Virgen, a cuya Inmaculada Concepción rinden honor como una radiante corona.
Doce fueron los apóstoles que siguieron al Salvador, que anduvo visiblemente entre nosotros, y doce son las jóvenes que se abandonan sin otra seguridad que la bondad del Salvador, siguiéndolo sin verlo a fin de gozar desde este mundo de la felicidad que alabó cuando se apareció a Santo Tomás: Dichosos los que no han visto y han creído (Jn_20_29).
El Instituto de las hijas del Verbo Encarnado se funda en las palabras que el divino Salvador me ha hecho escuchar. El es la verdad infalible; si somos fieles, las cumplirá y nos librará de las asechanzas de nuestros enemigos. Al ser humildes por su amor y asistidas por su fuerza, podremos vencer; pero si nos alejamos de su voluntad, seremos disgregadas, vencidas y derrotadas. Que su gracia nos libre de estas desgracias.
Si el pueblo de Israel hubiera permanecido fiel a Dios, no habría sido arrojado lejos de su rostro; sus divinos rayos hubieran combatido por dicho pueblo, según las palabras del real profeta, intérprete de este Dios amorosamente celoso: ¡Ah!, si mi pueblo me escuchara, si Israel mis caminos siguiera, al punto yo abatiría a sus enemigos, contra sus adversarios mi mano volvería (Sal_81_14). ¿Qué fuerza puede compararse a la del Todopoderoso? El demostrará que sus enemigos son mentirosos en el tiempo y en la eternidad.
El glorificará a sus amigos: Los sustentará con la flor del trigo, los saciará con la miel de la peña (Sal_81_17). Su esposo desea alimentarlas deliciosamente con el trigo de su humanidad y la miel de su divinidad y revestirlas además de su propia gloria. ¡Ah, Qué felicidad para tan afortunadas es posas, si no se hacen indignas de ello!
Capítulo 178 - Gran favor que la santísima Trinidad concedió a mi alma en el día de su fiesta, al meditar en las palabras del Salvador: bautizándolos en el nombre del Padre, etc. Me reveló cuatro clases de bautismo: uno de agua, otro de sangre, el tercero de fuego y el cuarto de luz. 3 de junio de 1635
[987] Subí al coro para esperar allí que se dijera la santa misa en el día de la fiesta de la adorabilísima Trinidad. Me encontraba sin devoción esa mañana, pero una de mis hijas Sor Marie Chaud vino a decirme con gran sencillez que también era día de mi santo, debido a las grandes luces y conocimientos que la Trinidad me comunicaba de ordinario. Sus palabras me levantaron el ánimo; comencé a recogerme en mi interior y a gozar de dicha fiesta, rogando a la Santísima Trinidad que se dignara celebrarla en mí.
Al detenerme en las palabras del Evangelio: Bautizándolos en el nombre del Padre, etc. (Mt_28_19), me vi iluminada de golpe por un relámpago seguido de un abismo y una plenitud de luz, viendo con una mirada intelectual y muy sublime a mi alma a manera de aire sereno, alumbrado con una claridad que era irradiación del sol de justicia. Percibí la luz de la divinidad colmándome e iluminándome. A partir de ese momento, contemplé a la divinidad únicamente a través de la alegría de dicha luz en mi interior.
En esa luz, sin embargo, escuchaba y conocía secretos y misterios maravillosos con tanta [988] claridad y facilidad, que parecían dejar de ser misterios para mí. En comparación, la luz que había recibido en otras ocasiones descendía sobre mí como un rayo, aterrándome o extasiándome y elevándome más allá de mí misma, impidiéndome con ello el libre uso de mis facultades. Esta admirable luz, en cambio, no me impedía dedicarme a otras acciones. No me pedía más atención que cualquier otra consideración ordinaria, pudiendo contemplar sin la pena, sin el esfuerzo, sin la suspensión, sin la seria concentración, sin el dolor de cabeza, que me en otro tiempo me atribulaba. Aumentaba, por el contrario, ordenando y dispensando todas estas eminentes verdades como cosa o propiedad mía.
Dios me dio a conocer que esta forma de iluminación por la que, desde hacía algún tiempo, se comunicaba conmigo, era mucho más sublime que la anterior más violenta y menos luminosa, que arrebata, que asombra, que atrae, que eleva y extasía al alma, como había yo experimentado con tanta frecuencia. Esta es menos oscura y más amable. En aquella, el alma se encuentra tan extraña a la luz, que, no pudiendo soportarla, se deja abatir o extasiar. En esta, el alma está ya hecha a los relámpagos y rayos que parecen mezclarse con ella y serle connaturales. Aquella requiere más fe, pues como dicha virtud cautiva santamente el entendimiento bajo su yugo, obligando a plegar la razón bajo su ley, así el relámpago o el rayo de dicha iluminación lo abate todo de un golpe; o, sumiéndolo en la admiración, lo pasma. Hace al alma como baldada e impedida para realizar sus otras funciones, a fin de no encontrar resistencia en la debilidad o razonamientos del espíritu creado. Esta dulce iluminación, empero, deja al alma en libertad para todas sus funciones, sin violencia alguna que pueda molestarla, iluminándola como un aire sereno y mezclándose con ella de suerte que se transforma en refulgente atmósfera.
Esta iluminación participa de la luz de la gloria, que permitir [989] a los bienaventurados el libre curso de todos sus sentimientos aunado al claro y manifiesto conocimiento de la divinidad. Por ello, sólo se encuentra a gusto con personas acostumbradas, durante largo tiempo, a las divinas luces no quiero decir con esto que merezco contarme entre estas almas afortunadas. Place, sin embargo, a mi divino esposo, favorecerme con sus grandes mercedes, porque su mirada es benigna hacia mí y porque le agrada que halle gracia en su presencia. Y todo porque es misericordioso, porque desea dispensarme su misericordia, porque es soberanamente bueno. Por inclinación propia, tiende a comunicarse con las almas que escoge para colmarlas de sus gracias.
Dios me dio a conocer, de esta manera, el misterio de un maravilloso bautismo que la Trinidad obra en el alma, diciéndome que hay cuatro clases de bautismo: de agua, de sangre, de fuego y de luz.
El primero es un bautismo de purificación y penitencia que se atribuye al Padre, el cual, mediante su poder, destruye el pecado.
El segundo es redención mediante la efusión de la sangre del Hijo, que concede la fecundidad.
El tercero, de fuego y ardor, es obra del Espíritu Santo.
El cuarto es de iluminación o luz, que confiere la Santa Trinidad, el cual purifica, ilumina, perfecciona y diviniza al alma, obrando las realidades de los otros tres bautismos de manera eminente, aunque añadiendo algo más. Los otros bautismos confieren la gracia, y en éste Dios mismo se da al alma, conduciéndola en el gozo de la unidad, de la esencia y de la Trinidad de personas. Dicha unidad y Trinidad colman al alma, abajándose e inclinándose hasta ella para después levantarla la hasta la divinidad y perderla en la fuente de su luz, transformándola en algo semejante a un aire sereno y luminoso. La luz divina se derrama entonces en el alma, llenándola y perfeccionándola; luz que no es un rayo desprendido o dimanante de su sol, que por sí mismo invade el alma en la que mora, por favor divino, en medio de la luz Entonces ella es marcada y como sellada con el carácter luminoso [990] del rostro divino, al que David alude con estas palabras: ¡Alza sobre nosotros la luz de tu rostro, Señor, has dado a mi corazón la alegría (Sal_4_78). Por el agua que toma su origen del Padre, por la sangre del Salvador, y por el ardor del fuego encendido por el Espíritu Santo, el alma se hace cristiana. A través de la luz que la Trinidad le confiere mediante la inefable comunicación de sí misma, se conserva enteramente divinizada. Es admitida por adelantado en la participación de la luz que el Verbo Encarnado pidió para los suyos, diciendo a su divino Padre: Yo les he dado la gloria que tú me diste (Jn_17_22), y más abajo: Padre, los que tú me has dado, quiero que donde yo esté estén también conmigo, para que contemplen mi gloria, la que me has dado, porque me has amado antes de la creación del mundo (Sal_4_24): Padre santo, les he dado a conocer que tú me enviaste, y se lo dar‚ a conocer más y más, a fin de que el amor con el que me amas está‚ en ellos, porque deseo que nosotros y ellos seamos uno, que hagamos en ellos nuestra morada y que posean en sus almas a la Trinidad que los iluminará, los inflamará y los dirigirá con sabiduría y bondad.
La Santa Trinidad me dio a conocer, mediante una inteligencia admirable y amorosa, cómo, desde mi infancia, me ha orientado hacia la vida espiritual, manifestándome que ella es el fin, el principio y el centro de todas las cosas. Revivió en mi memoria la visión intelectual que tuve hace ya cerca de diez años, en la que vi al mundo como un globo, que no me pareció más grande que un puntito. Al verme en él, y comparada con él me pareció ser más grande que el mismo punto, en el que me encontraba, no obstante, encerrada y contenida. La Santa Trinidad me conducía de la mano por todo aquel globo a la manera de una madre o una nodriza que enseña a caminar a una niñita, sosteniéndola ya de la mano, ya de las mangas de su vestido. No percibía la distinción de personas, pero poseía una visión de la divinidad mezclada con una sensación admirable [991] de las tres personas, a pesar de que no me parecían hipóstasis distintas. Mi espíritu no se aplicaba a es tas distinciones pero, repentinamente, la adorable sociedad quiso comunicarme el conocimiento de este misterio, y cómo las tres personas estaban una dentro de la otra, sin que ninguna fuera mayor que la otra. Conocí de qué manera el mundo permanece en Dios, y Dios en el mundo, así como en los astros de la creación, que su providencia, su sabiduría y su bondad sostienen y gobiernan con admirable sabiduría.
Todos estos conocimientos elevaban mi alma a su principio y a su fin. A través de las criaturas, ascendía hasta el Creador, y por medio de las cosas visibles se elevaba a las invisibles, como dijo san Pablo. Si rebasaba todo por gracia y amor, se debía a que mi alma, al tener a Dios como centro, principio y fin, permanecía dentro de él, que carece de circunferencia. En él moraba de manera admirable, amable y deleitable en sumo grado.
Aprendí que mi alma estaba hecha a imagen de la adorable Trinidad, y que la semejanza perfecta engendra el amor perfecto ¡Oh Dios, uno en esencia y trino en persona, Padre, Hijo y Espíritu Santo! ¿Cuándo ser‚ transformada de claridad en claridad, cuándo recibir‚ el sagrado bautismo que me hará del todo luminosa y participante de tu Trinidad, que es toda luz, porque en ella no tienen cabida las tinieblas?
Esto se hará realidad a través de tu misericordiosa bondad, que se complace en comunicarme sus grandes favores sumergiéndome en este bautismo de luz. Espero, por tu luz de gracia, contemplar un día, para siempre, tu luz de gloria. Así sea.
Capítulo 179 - Gloria que la sma Trinidad concede a la santa humanidad del Verbo Encarnado en el Santísimo Sacramento, en el que es víctima, holocausto, incienso, fuego, alabanza, música y deleite divino, humano y angélico, y vida de las almas que sólo a él aman en la tierra, 7 de julio de 1635
[995] El día del Smo. Sacramento, al despertarme por la mañana, me encontré del todo transportada en Dios. No veía nada en la tierra que fuera capaz de alabar al Salvador en este Sacramento de amor.
Me dirigí a la adorable y santa Trinidad, rogándole inclinara los cielos y que el Padre y el Espíritu Santo alabaran al Verbo Encarnado consigo mismo en el divino Sacramento, no como David, enteramente desnudo, sino revestido de su propia gloria, que cantaran delante de esta arca y que los distintos soportes alabaran distintamente; que a pesar de ser distintas las operaciones productivas en Dios y comunes las esenciales, alabaran, de común acuerdo a la santa humanidad.
Dios me mostró el honor y la gloria que las tres divinas personas rendían a la humanidad sagrada, y cómo, por una re flexión admirable, vuelven a enviar sobre la humanidad santa todo el honor y la alabanza que las criaturas les tributan; que el Verbo, es decir, la Trinidad entera, llevaba como en triunfo a la santa humanidad.
Sea honrado aquel a quien el rey desea honrar (Est_6_9). Todo se termina y dirige, al fin, al honor del mismo rey. La música admirable que resuena aquí es el Verbo, por ser la palabra, porque el Padre sólo habla por su medio y todo recibe de él el ser. Todo es [996] musical en él: las aberturas que hicieron los látigos, los clavos y las espinas, son las bocas que cantan sus alabanzas. La víctima es el mismo Dios en Jesucristo, que es ofrecido a Dios. En él son aceptadas y ennoblecidas todas las demás víctimas: el cordero, el carnero, la ternera, las palomas y todos los que fueron ofrecidos antes de su muerte.
El Verbo es el ángel del gran consejo, que toma el incensario de oro que es su santa humanidad; el fuego es el Espíritu Santo, que animó a todos los santos, aun a Jesucristo mismo en cuanto hombre; el humo aromático que se exhala y asciende a lo alto, es el vapor de las oraciones y méritos de Jesucristo. Es un sacrificio maravilloso que se ofrece en todo momento en holocausto perpetuo; un sacrificio de alabanza que honra dignamente a la divinidad.
Mi alma, prosiguiendo con pensamientos parecidos, invitó a mi divino amor a verificar todo esto en mi corazón, lo cual me concedió, haciéndomelo experimentar de manera admirable. No existe un Miguel que se ofenda ante las expresiones de júbilo comunes y particulares que tu persona, divina y real, manifiesta con amor a los ángeles, a los hombres y a mí misma.
Abrirás este corazón, que es todo tuyo, para concebir mil bellos pensamientos. Tú eres el rey de los pensamientos. Me gozo en ti, amado Señor mío, que te entregas todo a mí. Eres, así, la petición de mi corazón, que desea consumirse en tus dulces llamas como un holocausto perfectamente aceptable a tus benignos y amorosos ojos. Deseo elevarme hasta la punta de tu divina llama, imitando al ángel que anunció el nacimiento de Sansón, cuyo nombre era digno de admiración.
Como me alimentas con este manjar celestial, no deseo vi vir más como los ciudadanos de este bajo mundo, que es impuro, sino como los del empíreo, con quienes tratar‚ de aquí en adelante, de establecer mi conversación, a imitación del vaso de elección y de dilección, que se ufanó, sin vanagloria, de vivir de la vida de su divino amor, confesando en alta voz que vivía en él [997] más que en sí mismo, lo cual es triunfar de la carne, de la sangre y de todo lo que no es Jesucristo, en y con el que su vida está escondida en Dios hasta el día en que Jesucristo manifestar esta vida divina y gloriosa, que se prolongar por toda la eternidad.
Capítulo 180 - Diez primeras religiosas que hicieron voto de estabilidad en la Congregación del Verbo Encarnado. Maravillosa visión que me fue explicada por la divina bondad, 14 de junio de 1635.
[999] El día de san Basilio el Grande, durante la octava del Smo. Sacramento (1635), nueve de mis hijas y yo la décima, a imitación de san Ignacio, fundador de la Compañía de Jesús y de sus nueve compañeros, hicimos voto de vivir y morir en la prosecución del establecimiento de la Orden del Verbo Encarnado, en presencia del Smo. Sacramento, que estaba expuesto. Cada una llevaba un cirio blanco encendido. El R.P. Gibalin dijo la misa, en la que todas comulgamos.
Mi divino amor autorizó esta ofrenda de nuestros cuerpos y de nuestra libertad, porque las que hasta ahora no habían hecho voto de castidad, lo hicieron; y las que ya lo habían hecho, lo renovaron.
Al cabo de la acción de gracias de la comunión, se recitó el Te Deum en coro, con una alegre paz en el alma. Después de comer, tuvimos una plática durante la cual vi una admirable llama que se apoyaba sobre un pedestal de la misma sustancia que la flama, a la que sostenía de manera inefable. Me pareció admirable porque dicha llama no consumía un verde rosal sin florecer que estaba a su lado. La llama quiso unirse a mí y entrar en mí para abrasarme y conservarme divinamente. Escuché que esta visión era figura del Verbo Encarnado y de la santa humanidad, que se apoya en su divina hipóstasis, la cual estaba representada por el pedestal de fuego que era su so porte. La llama obraba sin que percibiera yo moción alguna.
Dos días después, mientras uno de los padres oraba delante de Nuestra Señora, se le dijo que el verde rosal represen taba la Orden del Verbo Encarnado, en el que aún no brotaban rosas porque la divina Providencia esperaba su hora, preservando admirablemente ese rosal de ser consumido por el fuego. Dicha visión tenía relación con la zarza que vio [1000] Moisés, mostrándome que el divino amor deseaba hacer en esta Orden una extensión de la Encarnación. El Verbo se encarnó sin consumir las entrañas de la Virgen, porque el poder del Altísimo la cubrió con su sombra, y el Espíritu Santo descendió para servirle de rocío y divina frescura.
El mismo Espíritu, con su soberano poder, deseaba venir para establecer esta Orden en el momento fijado desde la eternidad. Como yo no me apoyaba en poderes humanos, quería que su fuerza divina fuera el apoyo de esta orden. Así me lo prometió, jurando por él mismo establecerla y ser el único en obrar maravillas. Añadió que me concedería salir victoriosa de las contradicciones de mis enemigos, tanto presentes como futuras; que su designio reverdecería siempre en medio de las llamas de la cólera de los oponentes.
Moisés fue llamado a conducir a su pueblo después de con templar la zarza que ardía sin consumirse en medio de las llamas; y, en calidad de teniente de su divina majestad, liberar a los hebreos del yugo de los egipcios, conduciéndolos al desierto, donde tuvieron libertad para sacrificar a Dios, el cual, con mano fuerte y brazo extendido, valiéndose de su fiel servidor, los hizo triunfar del Mar Rojo y de Faraón, alimentándolos con el maná a través del desierto.
El Dios todo bueno me dijo que me había mostrado el rosal verde en medio del fuego para asegurarme que deseaba servirse de mí para sacar a muchas personas de la esclavitud del mundo, que es el Egipto del pecado y del demonio, para conducir los, no solo a través de los desiertos como Moisés, sino hasta la tierra prometida de la Orden del Verbo Encarnado, que manaría leche y miel, afirmando que sería yo como otro Josué que las introduciría hasta su heredad.
Capítulo 181 - Cómo mi divino amor es magnífico en su banquete, en el que no tienen cabida la inquietud ni la muerte, junio de 1635.
[1001] El profeta, deseando manifestar la magnificencia del con vivió que el Dios de bondad preparó a su pueblo sobre la santa montaña, dijo: Un convite de manjares frescos, convite de buenos vinos: manjares de tuétanos, vinos depurados; consumirá a la muerte definitivamente. Enjugará el Señor las lágrimas de todos los rostros, y quitará el oprobio de su pueblo de sobre toda la tierra (Is_25_68).
Amán llamó a su mujer y a sus amigos para contarles el favor que consideraba extremo debido a su rareza: que la Reina Ester había invitado sólo a él y al rey a su real banquete, ignorando el plan de la Reina de obtener del rey una sentencia en contra de tan arrogante príncipe, así como la liberación de su pueblo.
El amor me hizo una invitación más grande, convidándome a tres festines, no con el designio de acusarme o procurar mi muerte, sino para darme su vida, por ser germen de inmortalidad y vida sustancial, tanto como el Padre y el Espíritu Santo. En el primer festín de la Trinidad, las criaturas reciben el don de la vida a través del Verbo, como dijo san Juan. El segundo es el de la divina encarnación, de la que hizo una ex tensión en el Augustísimo sacramento del altar, en el que su carne es verdaderamente manjar y su sangre, bebida de salvación: Mi carne es verdadera comida y mi sangre verdadera bebida. El que come mi carne y bebe mi sangre, permanece en mí, y yo en él (Jn_6_55s). Vida eterna que desea comunicarme en abundancia.
Jesucristo nos hará partícipes de su gloria, que es el tercer festín, así como celebra ahora el de su gracia, que [1002] recibimos de su plenitud. Es lo que quiere decir cuando pro mete a sus apóstoles que en los festines de la gloria se ceñirá y servirá a los elegidos, sus invitados. Se ceñirá y hará que se sienten a la mesa, y yendo de uno a otro les servirá (Lc_12_37). Se revestirá y se ceñirá de gloria y de luz, que administrará y servirá a los que glorifique, pues así como él es primer ministro y dispensador de las gracias, así lo ser de la gloria, dando a cada uno la porción debida, e iluminando a todos como un sol acogido en una infinidad de hermosos cristales y espejos, que reflejan sus luces sobre aquel de quien las reciben mediante la continua influencia de sus rayos.
En medio de este conocimiento, mi alma se abismó totalmente en la luz divina, que la cubría como una túnica median te la cual resplandecía a los ojos de los testigos de las maravillas divinas, quienes admiraban la infinita bondad del Dios magnífico que se complace en levantar a los humildes de la tierra para sentarlos en compañía de sus príncipes celestiales, dándome la esperanza de estar un día en su compañía, gozando de sus deliciosas claridades sin temor a verme privada de ellas por el pecado, como sucede con tanta frecuencia en esta vida debido a la fragilidad, que es tan común en almas imperfectas como la mía.
El que entró al banquete de bodas fue echado fuera por no llevar puesta la vestidura nupcial en el festín de la gracia y de la gloria. Dios da el vestido que desea lleve puesto el alma de unos y otros. El de la gracia no es luminoso como el de la gloria, a los ojos de los mortales. Dios y los bienaventurados la perciben y la encuentran hermosa por ser llevada bajo los velos de la fe, de la que no tienen ya necesidad por encontrarse en la visión beatífica. Temen más bien por el alma, ya que esta túnica de gracia puede serle arrebatada si no está confirmada en gracia .A pesar de que el Verbo es un espejo voluntario, no da a conocer a los bienaventurados el destino de las almas que van en camino; en tanto que dicha alma está‚ revestida de dicha túnica, permanece asociada con el Padre y el Hijo por el Espíritu Santo, participando en la comunión de los santos aunque sea a plato cubierto; es decir, bajo el manto de la fe.
El temor de la corte celestial a los riesgos del alma favorecida, no le causa inquietud. Están seguros de la bondad de Dios, que les afirma que a través de las gracias presentes prevean las futuras para el alma favorecida de esta suerte, lo cual los mueve a orar por ella mientras se encuentra en camino, a fin de que llegue a poseer [1003] con ellos la de la gloria. Dios no quiere la muerte del pecador, sino que desee vivir la vida del justo, al que conduce por el camino recto, mostrándole ya desde esta vida los rayos de la plenitud de luz que comunica en el cielo, en el que todo su reino resplandece, por estar iluminado por la fuente misma de la luz: El Señor guía al justo por caminos de rectitud, mostrándole el reino de Dios y dándole la ciencia de los santos. Hará su trabajo honorable y coronar sus esfuerzos con el éxito. No es óbice para este Dios amoroso que el alma a la que invita mediante sus divinos favores a estos tres festines, no está‚ confirmada en esta dicha. El mismo se convierte en su camino, mostrándole su reino con divinos destellos. Le enseña la ciencia de los santos pero, ¡qué digo! se la infunde, alabando sus trabajos y dándoles honor, porque el Verbo se encarnó para premiar los esfuerzos de los suyos, dedicándose al trabajo desde su juventud. Cuando el rey pone mano a la obra, ésta se convierte en empresa real y los príncipes se glorían al colaborar con el rey. Los oficios reales confieren gloria y honor.
Cuando el rey, junto con su ejército, combate generosa mente, sus soldados redoblan su valor debido a que la magnanimidad de su príncipe les levanta el corazón. No temen los asaltos y se lanzan valerosamente a la brecha. Los soldados de Holofernes, por ejemplo, exclamaron a la vista de Judith: ¿Quién puede menospreciar a un pueblo que tiene mujeres como ésta? ¿No merecen éstas que hagamos la guerra contra ellos para adquirirlas? (Jdt_11_18).
Capítulo 182 - Maravillas y misterios encerrados en san Juan Bautista, quien fue causa de gozo y exultación universal por su fidelidad para honrar al Mesías y humillarse a sí mismo.
[1005] La concepción, el nacimiento y la muerte de Juan Bautista encierran misterios inenarrables. Sólo el Verbo pudo deducir los porque los hombres carecen de la ciencia y elocuencia necesarias par alabar dignamente al vocero del Verbo. Son demasiado pequeños para hablar dignamente del Profeta del Altísimo, del que dijo: ¿Qué pensaron ver en el desierto? ¡Un profeta! Sí, os digo, y más que un profeta. Este es de quien está escrito: "He aquí que envío mi mensajero delante de ti, que preparar por delante tu camino" (Lc_7_26). Les digo en verdad que entre todos los nacidos de mujer, ninguno es mayor que Juan el Bautista; sin embargo, el más pequeño en el Reino de Dios es mayor que él (Lc_7_28). Desde los días de Juan el Bautista hasta ahora, el Reino de los Cielos sufre violencia, y los violentos lo arrebatan. Pues todos los profetas, lo mismo que la Ley, hasta Juan profetizaron. Y, si queréis admitirlo, él es Elías, el que iba a venir. El que tenga oídos, que oiga (Mt_11_12).
¿Qué dices, Maestro mío, de tu Precursor? El que tenga oí dos, que oiga. Era necesario que declararas tu enigma por ti mismo o por el Espíritu Santo, del que lo llenaste desde el vientre de su madre.
Comprendemos un poco las palabras pronunciadas en favor de su nacimiento, porque jamás un niño nacido de mujer tuvo el honor de nacer en presencia de tu madre, ni ser levantado hasta el pecho de la Virgen en cuanto lo tuvo en sus brazos, cuya acción lo aproximó a tu encierro en sus entrañas. Es el más noble en su nacimiento, porque aquella que te llevó en sus entrañas virginales lo elevó con [1006] sus manos sacrosantas como una hostia que ofreció a tu Padre sobre el altar de su seno virginal, del que eres piedra viva y mármol bendito mar cado con cinco llagas como con cinco cruces, que deberás llevar por toda la eternidad en la gloria, ofreciéndote perpetuamente como hostia de alabanza a tu divino Padre, que se complace en admirar los sagrados caracteres impresos en tus pies, en tus manos y en tu costado, por ser señales de tu cordial amor.
Tus palabras siguientes, empero, parecen muy oscuras por presentarlo como el más grande entre los hijos de los hombres asegurando que es el ángel de tu Padre, con la dignidad especial de enviado suyo para preparar tus caminos ante tu faz. Isaías nos dice que los serafines, que son los más altos en dignidad, en el reino de los cielos, se cubren el rostro y los pies; y como no poseen la dignidad requerida para ser enviados a participar en el misterio de nuestra redención, están como ocupados en buscar un heraldo para dicho oficio. Si Isaías no hubiera dicho: "Aquí estoy, soy del linaje de David, envíame", no hubiera sabido a quién llevar el mandato divino, ni quién debía ser portador de dicha misión. Si la confieres al santo Profeta, es sólo después de haberlo purifica do con el carbón ardiente extraído con tenazas o pinzas a favor del Verbo que se debía encarnar.
Después de estas consideraciones, ¿qué explicación puede darse a estas palabras: Sin embargo, el menor en el Reino de los Cielos es mayor que él? Si yo afirmo que el menor de los ángeles que está en el cielo es más grande, por naturaleza, que Juan Bautista, que está compuesto de forma y materia, no me equivocaría; pero ¿quién me dará la seguridad de que digo todo lo que la sabiduría eterna quiere significar? Nadie lo diría. divino amor mío, ¿quieres perforar mi oído e infundirme el conocimiento de estas misteriosas palabras? Lo puedes, y sabrás hacerlo si así lo quieres. Sé bien que soy indigna de ello, pero en esto se manifestará la maravilla de tu bondad, que se complace en revelar a los pequeños y a los débiles de entendimiento lo que oculta a los grandes espíritus y a los sabios del siglo. Dios mío, como te complaces en ello, ¿quién es el pequeño habitante del reino de los cielos, que posee verdaderamente el Reino de Dios?
Es tu Hijo encarnado, que se anonadó al hacerse hombre, cargando sobre sí todos nuestros pecados y haciéndose, no sólo inferior a los ángeles, sino el último de los hombres; el que aceptó ser llamado gusano y no hombre. Este, que es más humilde que todas las criaturas, [1007] es mayor que Juan el Bautista. Admirables palabras: Desde los días de Juan el Bautista hasta ahora, el Reino de los Cielos sufre violencia, etc. Desde los días de Juan el Bautista, el reino de los cielos sufre violencia. Juan es capaz de mantenerlo en estado de sitio, por ser la voz del Verbo. Si el Verbo no estuviera destinado por el Concilio eterno para ser el primero en entrar en él por medio de la cruz, Juan Bautista lo arrebataría por asalto; a tal grado es poderoso para tomar dicha plaza, que fue prometida por la ley y los profetas a los de manos inocentes y corazón puro como Juan Bautista, a quien los hombres tomaron por el Mesías.
Como Dios, empero, no desea conceder la suprema grandeza a una simple criatura, les confieso un misterio oculto: que el Verbo Encarnado, que es el más humilde de todos, es mayor que Juan el Bautista
Esto es lo que el humildísimo profeta, que dio fin a la ley y las profecías hasta mi misión, les dice con estas palabras: Hay uno en medio de ustedes que viene después de mí, que se encuentra ante mí, cuyos pies no soy digno de tocar, ni de atar la correa de su calzado. Sus acciones son tan sublimes, debido a que son teándricas: sus afectos y humildad son inefables. Yo no soy digno de decir a ustedes cosa alguna; las cosas me sumen en una confusión continua. Es menester que él crezca en todo y que yo disminuya. Su santidad y su sabiduría son infinitas. El es Hijo del Altísimo, al que ha complacido desde la eternidad. Tengo el honor de ser amigo de este esposo de sangre. Si él quiere que yo vaya delante de él para anunciar la verdad al rey, morir‚ como él después de que se enfrentó en público al príncipe de los sacerdotes en presencia de los escribas y fariseos. Es para mí un grandísimo honor ser el precursor de su muerte, como lo fui de su nacimiento y de su vida. Estoy dispuesto a perder mi cabeza ante el deseo de una joven triple y la rabia de una madre obstinada en ofender a Dios y a los hombres, quebrantando toda ley divina y humana.
Gran santo, tu muerte es preciosa delante de Dios, pero nos causa enojo porque fue procurada por el odio de una mujer y el contento de una comiquilla. ¿Era necesario que nuestro frágil sexo hiciera morir a dos hombres, maravilla entre los hombres, uno en el paraíso terrenal, moldeado por la misma mano de Dios, designado por [1008] san Lucas como Adán, como diciéndonos que Adán nació de Dios, no en calidad de hijo natural, si no como un hijo de gracia, gracia que la primera mujer, le hizo perder en un banquete, ofreciéndole quizás la mordida fatal bailando de gozo porque sería semejante al Altísimo, según el engaño de la serpiente; y otro en el palacio de Herodes? Para satisfacer la pasión de una madre y conceder demasiado a la locura de una muchacha, este cruel monarca ordenó que le llevaran la cabeza del que es el más grande entre los nacidos de mujer.
El zorro derribó el tronco principal de la viña de Dios después de Jesús y María; y esto, de madrugada. Destruyó la aurora, deseoso de perder el sol, porque deseó causar la muerte de Jesucristo, cuya hora no había llegado. ¡Dios mío! cómo me disgusta que hayan sido mujeres las que causaron esos males; si no existiera una como la incomparable Virgen-Madre, enrojecería de confusión indecible. La Virgen-Madre dio vida al Hombre-Dios, que nació de ella en el tiempo, y del divino Padre en la eternidad, el cual hizo que abundara la gracia, haciéndose muerte de nuestra muerte y aguijón del infierno.
Alegrase cual gigante al recorrer el camino. Del confín del cielo es su salida, y su giro hasta el confín del cielo, y nada se sustrae a su calor (Sal_19_56). Dio saltos de gigante celestial a la tierra, hasta el seno materno. Más tarde, andando con los pasos de su madre, se trasladó por los montes de Judea para dar el compás al pequeño san Juan y organizar un baile de alegría en casa de Zacarías, en la que todos los coros y los espíritus saltan y estallan de júbilo santísimo.
Dos soles danzan el día del nacimiento de Juan Bautista: Jesucristo, sol de justicia, hace estallar el espíritu de María: y mi espíritu se alegra en Dios mi salvador (Lc_1_47). El sol, según el comentario que se hace en la fiesta de san Juan, da saltos. El cielo y la tierra parecen alegrarse con él: ¡Alégrense los cielos, regocíjese la tierra, retumbe el mar y cuanto encierra; exulte el campo y cuanto en él existe! (Sal_96_11s).Todo se alegra ante el nacimiento de san Juan. Una madre estéril y de edad muy avanzada, dejando estallar la alegría de su corazón, exclama: Saltó de gozo el niño en mi seno (Lc_1_44). Siente ella que su hijo salta de gusto en Dios del ser natural al de la gracia.
De las montañas de Judea salta hasta el desierto. Vive de saltamontes y de las aguas ondulantes del río Jordán. Llega hasta sus orillas a imitación de su Maestro, saltando por los montes y rebasando las colinas, para aparecer revestido de tosca [1009] piel, como si hubiera nacido entre las fieras, que no se preocupan por fabricarse guaridas ni sembrar para alimentarse. Los hombres lo ven como un ser salvaje; los ángeles, como príncipe. De ellos aprendió a saltar ¡cuánto dañó se causó Lucifer al querer asemejarse al Altísimo!
Fue por ello que no aceptó ser comparado al Mesías, a Elías, o alguno de los profetas. Dijo no ser otra cosa sino la voz que clama en el desierto para preparar el camino del Verbo, para y por quien vive y tiene el ser; nada es de sí ni por sí mismo. Es todo de su buen Maestro, no gozándose sino en la gloria infinita, obedeciendo sus leyes con toda justicia y santidad. Da gracias a María, que le llevó la vida de la gracia. No se queja de la bailarina que pidió lo privaran de la vida natural, ni de su infortunada madre, que continuó en sus vicios después de intentar acallar la voz que la acusaba.
Sin embargo, esta cabeza seccionada clama con gritos más fuertes que la sangre de Abel en presencia del Dios vivo. Abel era justo e inocente; san Juan fue santificado por el santo de los santos y destinado al ministerio más alto que haya si do dado en la tierra a hombre alguno, con excepción de san José, pues los apóstoles, antes de la última cena, no eran sacerdotes y su tarea como apóstoles era de seguimiento. Juan, empero, tuvo que ir por delante para preparar angélicamente los caminos del rey de los ángeles, quienes fueron encargados de preparar los suyos.
En cuanto a mí, creo que organizaron danzas angélicas; dichos espíritus, sin duda, estallaron de gozo al ver sobre la tierra al ángel encarnado que vivía milagrosamente. David pidió a Dios que inclinara los cielos y descendiera. Cuando el Verbo se hizo carne, Dios Padre dio a sus ángeles la orden de adorarlo. Fue hecho signo para honrar a Juan Bautista y alegrarse de su nacimiento. Dios tocó con un roce divino los montes angélicos, y ellos humearon un incienso místico en acciones de gracias que me parecen inefables. Los espíritus puros parecían extasiados de júbilo al ver un ángel terrestre que, por humildad, sería elevado hasta el sitio que perdió Lucifer a causa de su soberbia, diciendo que rebasaría el mandato de Dios y sería semejante al Altísimo; que se sentaría sobre los lucientes astros y asentaría su sede sobre la montaña de la Alianza del lado de Aquilón. Pensaba dar un salto a lo alto, pero lo dio a lo bajo, arrastrando, con el peso de su malicia a la tercera [1010] parte de los astros y dejando vacíos los lugares que Juan debía llenar con los ejemplos de la verdadera humildad. Juan dio un salto al limbo, para de allí brotar de nuevo hasta los cielos en el día de la triunfante ascensión de su maestro, en el que excedería a las montañas celestes para con templarlo sentado en lo más alto del cielo, por haberse con vertido en el cielo supremo.
Cuando el divino Padre penetre los cielos con su gloriosa sutilidad, Juan, hijo de Isabel, descendiente del gran Aarón y progenie de Leví, acompañará al gran sacerdote eterno, poseedor el sacerdocio divino. Ver entonces cuánto es deseado aquel cuya faz anhelan contemplar los ángeles, que es el esperado de las colinas eternas del Padre y del Espíritu Santo, que jamás lo han dejado, pero que, de manera admirable, y en su justicia, quieren sentarlo en la gloria que mereció des pues de sufrir la confusión y los desprecios del Calvario, desde el que lanzó un grito que resonaría en el cielo y en la tierra, la cual temblaría y daría saltos: las piedras, los se pulcros, el sol y la naturaleza entera se estremecieron ante su muerte.
Juan, no te admires si mueres para contentar el capricho de una cómica; naciste dando saltos; tu vida transcurrió entre saltos. Es necesario morir saltando. Jesucristo dijo a Pedro: "Guarda tu espada en la vaina, pues el que a hierro mata, a hierro muere". Es verdad que confesarás a tu maestro y lo negarás pero lo glorificarás en la cruz al confesarte indigno de ser clavado en ella en la misma posición que él. Juan Bautista vivirá dando saltos y morir a causa de la petición de una bailarina.
Es como un primer impulso que conmociona a todas las personas de su casa paterna, convirtiéndolos en profetas. El Espíritu Santo guiaba a toda aquella admirable familia, que era más noble que los cielos inanimados, que enmudecen ante los espíritus angélicos. Fue él quien urgió a María para que atravesara las montañas después de haber concebido en sus entrañas al Verbo Encarnado, que es la diestra poderosa que manifestó el poder divino, santificando a san Juan y dándole fuerzas para saltar y volar del ser natural al de la gracia, como ya dije antes.
Permíteme, gran santo, que entre en la prisión y te con temple moribundo, porque María, la madre del Verbo, no está a tu lado para verte expirar, como estuvo junto a ti cuando saliste de las entrañas maternales. Me arrodillaré ante tu sagrada cabeza y recibiré tu sangre que brota hacia lo alto, a fin de ser lavada, es decir, santificada por [1011] Jesús y María.
Que así como el Espíritu Santo vivió siempre en tu santo cuerpo y en tu purísimo espíritu, sea yo llena de él; que obre como otra Natalia: si no puedo llevarme tu cabeza ni tu cuerpo, debido a que la triple se lleva la primera y tus discípulos cargan con el segundo para sepultarlo, que lengüetee las losas de tu prisión rociada con tan preciosa sangre. Veo a todos que, tristemente, llevan la noticia al Verbo Encarnado, quien se retira al desierto como si quisiera llorar la pérdida que la Judea acaba de ocasionar, y llorar la desgracia de los lugares honrados con tu presencia admirable.
¿Qué dices, vida mía, al contemplar la muerte del ángel que señala tus caminos? Me dices que en pocos años los sacerdotes te harán morir así como el cruel monarca lo mandó degollar. Pero, ¿qué misterio contemplamos en un silencio tan cabal, que no interrumpiste con una sola palabra acerca de di cha muerte, ni contra Herodes, ni contra la madre y la hija? ¿Acaso Juan es de tan poca importancia que su muerte no mere ció al menos un lamento? Reprochas a Jerusalén el mal que hizo durante tantos siglos, profetizando que la sangre de todos los justos asesinados desde Abel hasta Zacarías caerá sobre esta generación, y nada dices de la de Juan el Bautista.
Su muerte fue ordenada por un Árabe, por un impío, del que no quisiste hablar ni recordar su nombre: No así los malvados, no así. Y los disipa‚ como polvo que el viento levanta de la tierra (Sal_18_42).
Siempre desprecié a este impío como el polvo que el viento levanta de la superficie de la tierra. Me quejé de los judíos porque aparentaban ser fieles a las leyes divinas, y porque afirmaban ser la generación que buscaba al Dios de Jacob. A pesar de ello, dieron muerte a los profetas e hicieron morir a su Hijo único, muerte que habría gustado si ellos se hubieran rendido, después de tantas culpas, a su volunta de por medio de una contrición amorosa.
Quise recuperar a las ovejas descarriadas de la casa de Israel y reunir a los hijos de la Jerusalén terrestre en la celestial, pero ella no quiso conocer mi bondad, haciéndose culpable de la muerte de los profetas enviados a ella, lo mismo que de mi muerte. Fue éste el motivo de mis lágrimas. Ella no causó la muerte de san Juan, pero como siempre es cogió de dos males el peor, quiso conferir la dignidad de Mesías a Juan, y a mí quitarme la de Dios, ennobleciéndolo con un título que él no se cuidó de aceptar.
[1012] Prefirió privarme de los derechos divinos y humanos que me debía, dando muerte al autor de la vida natural, de la gracia y de la gloria, a fin de convertirse en una ciudad trastornada por sus desórdenes, en una Babilonia de confusión. Si no la acuso de la muerte de Juan Bautista, la culpo por el engaño con que lo trató y la sugestión y tentación para provocarlo a aceptar la dignidad de Mesías, que a mí sólo pertenece por ser el Verbo Encarnado. Con ese halago puso a Juan en peligro de perder la vida eterna y dar una caída semejante a la de Lucifer, si el Precursor no hubiera estado bien cimentado en el humilde conocimiento de sí mismo, y firme en su fidelidad al Verbo, del que fue testigo irreprochable y fiel a la verdad.
Por esta razón les dije: ¿A quién piensan haber venido a ver al desierto? ¿A una caña agitada por el viento y cegada por la vanidad de su propia gloria? En verdad les digo que vinieron a ver un profeta, y más que un profeta, porque él es el fin de todas las profecías; es el fin de la ley. Juan mostró con el dedo al autor de la ley de la gracia, gracia sustancial que lleva sobre sí los pecados del mundo, que es la consumación de gracia y de gloria, el Redentor de los hombres, el glorificador de los ángeles, el soberano pontífice que, por sí mismo y sin ayuda de las criaturas, se llega hasta Dios.
Y, lo que es mucho más, él es verdadero Dios con el Padre y el Espíritu Santo por igualdad consustancial de naturaleza, que es indivisible. Dichas tres divinas personas son inseparables. El pecado de Arrio consistió en arrancar al Hijo del seno del Padre. Este fue también el pecado de los príncipes de los sacerdotes, de los escribas y fariseos, los cuales quisieron constituir a Juan Bautista en la grandeza que no le era debida por naturaleza. Si, por participación, él es consorte de la naturaleza divina, se debe a una gracia que es ofrecida a todos los hombres, de la que pocos derivan su eterna felicidad, y muchos la de su condenación.
Juan colmó la medida de la gracia, con cuyo auxilio entró en el gozo de su Señor, no sólo en calidad de fiel servidor, sino como amigo del esposo, del que es el padrino, según su propia expresión: Juan respondió: "Nadie puede recibir nada si no se le ha dado del cielo". Vosotros mismos me sois testigos de que dije: "No soy el Cristo, sino que he sido enviando delante de él". El que tiene a la novia es el novio; pero el amigo del novio, el que asiste y le oye, se alegra mucho con la voz del novio. Esta es, pues, mi alegría, que ha alcanzado su plenitud. Es preciso que él crezca y que yo disminuya. El que viene de arriba está por encima de todos: el que es de la tierra, es de la tierra y habla de la tierra. El que viene del cielo, da testimonio de lo que ha visto y oído (Jn_3_27s).
Juan, instruido por el Espíritu Santo, dijo que Jesús era el Mesías, que él era el esposo, sin deseo alguno de recibir lo que no le pertenecía. Su alegría fue grandísima al ver al que hace las delicias del Padre: El que acepta su testimonio certifica que Dios es veraz. Porque aquel a quien Dios ha enviado habla las palabras de Dios, porque da el Espíritu sin medida. El Padre ama al Hijo y ha puesto todo en su mano. El que cree en el Hijo tiene vida eterna (Jn_3_33s). Desde este mundo, veía el reino de Dios, gustando por adelantado las dulzuras de la vi da eterna. Vio en Jesucristo al Cordero de Dios, que es el verdadero paraíso. Conoció al Padre por el Hijo, que es esplendor del Padre, imagen de su bondad, espejo sin mancha de su majestad. Así como es propio de los ángeles del cielo con templar la faz del Padre celestial, de igual manera este ángel de la tierra vio el rostro del Hijo, quien la beatifica.
¡Gran santo, ruega por nosotros al Dios de bondad!
Capítulo 183 - Plugo al divino esposo llamarme para desposarme con él, es el más bello de los hijos de los hombres
[1015]Esta mañana, antes de comulgar, vi un niño real y divino, de belleza incomparable. De su cabeza y todos sus miembros dimanaba una diadema que coronaba todo su sagrado cuerpo. No percibí persona humana que sostuviera ni llevara a dicho niño adorable; se sostenía solo mediante su soporte divino, que me era invisible.
Un poco antes, escuché que el más bello de los hijos de los hombres era mi esposo y que su Providencia divina me había llamado a fin de desposarme con este divino Salvador, el cual no desdeñaba mi pobreza y poquedad.
A continuación de dicha visión se me explicó el versículo del salmo (Sal_45_11): Escucha, hija, mira y pon atento oído, olvida tu pueblo y la casa de tu padre, y el rey se prendará de tu belleza. Aprendí que no todos los que tienen ojos para ver las maravillas de Dios están atentos a ellas; no inclinan el oído del corazón para conocer y entender lo que Dios desea de ellos, porque no desean esforzarse en ponerlo en práctica. No desean apartarse de sus inclinaciones naturales; no quieren olvidar la casa paterna, ni dejar conversaciones que suelen tener con sus amigos según el mundo. Es por ello que el divino esposo no se complace en acariciarlas. Añadió que intercambia amor con las que siguen el consejo del real profeta, diciéndome: Como has visto seriamente mis intenciones, e inclinado tu oído con amorosa atención a mis designios, dejando la casa de tu padre y la ternura que en ella se te prodigaba, te he escogido para ser mi esposa, complaciéndome en la belleza que, a través de mis gracias, derramo en ti. Te ilumino con mi claridad. Ven, hija de Tiro, a adorar y admirar mi faz reluciente de esplendor. Has estado triste algún tiempo; deseo alegrarte y renovar en ti los gozos que en otras ocasiones te he comunicado. [1016]Ven al altar a recibir a tu divino amador, que alegrará tu juventud, a la que quiero renovar por mi gloria.
La juventud que no se adhiere a mis inclinaciones amorosas no está dotada de la verdadera alegría que comunico con ellas. Muchas jóvenes se dejan llevar por goces frívolos, envejeciendo en medio de perniciosas costumbres. A pesar de ser jóvenes, no pueden subir a la montaña de la perfección por despreciar las mortificaciones; llevan a cuestas el pesado fardo de sus viciosos hábitos, no levantándose cuando los rayos de mi divina luz dan sobre sus ojos, sino que los cierran para no darse cuenta de lo que deben hacer. No desean recibir la luz que el Padre, con el Verbo y el Espíritu de verdad, les envía, por ser como una reconvención de sus faltas, que no han resuelto enmendar.
Sube, hija mía, con la ayuda del rayo divino de la verdad hasta el seno del Padre eterno.
Entonces me elevaron el Verbo y el Espíritu común para que entrara, de manera admirable, al tabernáculo de gracia y de bondad, exclamando: Te alabaré con la cítara, Dios, Dios mío (Sal_43_4). Te alabaré, Dios mío, con la misma alabanza de los ángeles. Mi divino amor me invitó a una amorosa confianza, diciéndome: Abre tu boca y la llenaré con mis dulzuras. Si tú eres la indigencia, yo soy la abundancia que puede satisfacerte con mis liberalidades. Deseo verter en tu alma una afluencia de delicias. Yo soy el real esposo, ungido por el Padre con óleo de alegría por encima de todos los ángeles y los hombres. La gracia se ha difundido en mis labios. Todo bien está en mí y procede de mí. Yo soy la luz indeficiente, la dulzura que atrae, el aroma suavísimo, el color amable y que recrea; la belleza de los campos me pertenece (Sal_50_11).
Cuando me place, levanto el espíritu hasta la contemplación de las cosas celestiales. Cuando deseo alegrar los sentidos con la belleza de las flores, elevo hasta mi divino Padre a quienes lo adoran en espíritu y en verdad, porque él los reclama. Dios es Espíritu. Desea ser adorado en espíritu y en verdad. Dejé a la Iglesia mi cuerpo sagrado para alimentar a mis esposas y renovar mis admirables desposorios con ellas.
Yo soy el esposo virginal y florido; nuestro lecho es todo de flores. Ven a él, mi toda mía.
Querido esposo, a pesar de que no merezco este favor, lo acepto porque te complaces en llamarme a él. Concédeme que te sea fiel en el tiempo y en la eternidad.
Capítulo 184 - Magdalena dio más al Salvador cuando entró en casa de Simón el Fariseo, que la Reina de Sabá a Salomón, porque se dio a sí misma junto con la oración de los santos, que ofreció. El Salvador la enriqueció con su divino amor, mandándole ponerlo como sello en su brazo y como signo en su corazón. Él mismo la elevó hasta su propia gloria, asociándola a su Reino y a su Corona.
[1017] Admire quien lo desee, la visita de la Reina de Sabá para ver a Salomón. Ella llegó del Oriente, trayendo perfumes aromáticos que Salomón recibió. El le ofreció regalos reales y magníficos.
Por lo que a mí respecta, me arrebata de admiración contemplar a Magdalena ascendiendo desde Occidente, para descender, llevada por sus culpas, en el Oriente de la gracia, haciendo una entrega irrevocable de todo lo que tenía al verdadero Oriente por esencia, que es más que Salomón. Me refiero al Verbo Encarnado, Oriente en la Trinidad, Oriente en nuestra humanidad, porque quiso nacer de una Virgen y parece nacer en todo momento en los corazones y en nuestros altares.
La benignidad de Jesús, unida a su reputación, atrajo a Magdalena. Su miseria y la infamia la detenían, pero el amor, que impulsa a una y atrae a la otra, convierte ambas divergencias en adhesiones admirables. Ve, Magdalena, y di con David a aquel que te hará más gloriosa que muchas que jamás tuvieron la culpa en que caíste: y yo exulto a la sombra de tus alas; mi alma se aprieta contra ti, tu diestra me sostiene. Más los que tratan de perder mi alma, ¡caigan en las honduras de la tierra! ¡Sean pasados al filo de la espada, sirvan de presa a los chacales! (Sal_63_8s).
El rey de amor y los ángeles, sus leales súbditos, se alegrarán en ti, festejando tu llegada. El acallará la murmuración del fariseo y de todos los demás, para elogiarte con alabanzas que sólo él puede expresar. [1018] Por esto mismo, reserva para sí el entenderlas, diciendo: ¿Ves a esta mujer? y en voz más baja: porque ha amado mucho. Cuando el amor afirma que es mucho, es necesario creer que se refiere a un gran exceso, porque el amor es, por naturaleza, insaciable. El amor divino; es decir, el amor que procede de Dios, no es ciego. El Verbo Encarnado es la luz, la verdad y la sabiduría divina. Por ello estima una acción como algo digno de su precio, porque él le confiere este valor. Es él quien llama a lo que no es para darle el ser, así como a las cosas que ya lo tienen.
Magdalena fue atraída por el Padre, quien la hizo digna, a través del Espíritu, de ser la amada y amadora del Hijo, que es, con el Padre y el Espíritu Santo, un Dios indivisible cuya naturaleza es simplísima; un Dios, que es tres en personas, y sólo uno en esencia. Es él quien ama y corresponde al amor de Magdalena; es su amor; amor que la atrae, amor que la recibe, amor que la posee y es poseído por ella tanto cuanto él le confiere la capacidad de poseer. Amor que hoy la transforma como el ángel, al que se entregó gran cantidad de incienso: un don de oración altísimo, porque llega instantáneamente ante el Altísimo, evaporado por acción de su propio fuego. Al arder, conserva su sustancia, afirmando que ella lo eligió para ser su porción, y que jamás será privada de él.
En calidad de rey, nunca se arrepiente de sus dones; pero en calidad de amor, él es, en sí mismo, el donante y el don. Le complace en especial, recibir los regalos que le ofrece la reina de los enamorados: su madre, que es la emperatriz del amor, la única paloma, toda hermosa, que jamás tuvo rastro de mancha. Es la Virgen por excelencia en cuerpo y espíritu, exenta de pecado original y actual. ¿Que nunca tuvo la dicha de Magdalena de escuchar que amaba mucho de labios de la soberana verdad? El Evangelio no la alaba de este modo. San Juan dijo con razón que él era el discípulo amado. Jesús pregunta a san Pedro si lo ama más que a todo. De Magdalena, sin embargo, asegura que lo ama en exceso; es decir, de manera eminente.
Ella es, pues, el ángel al que se dio un corazón de oro, en el que, cual áureo incensario, está colocada la oración de los santos, la oración del Santo de los santos, porque el amor hace todo común, igualando a los que se aman cuando encuentra diferencias en ellos. Jesucristo, al abajarse, la levantó, a fin de que pudiera unirse a él. Magdalena, a los ojos del fariseo, es despreciable porque él la considera pecadora. Ante la mirada de Jesucristo, ella se vuelve grande porque, con el perdón de sus pecados, le dio él la gracia, pero la suprema, concediéndole un amor tan eminente, que la Iglesia declarara, a continuación del testimonio de su esposo, que Magdalena amó mucho; es decir, que amaba más ardientemente que el resto de los fieles: [1019] Resucitado y victorioso, vio a Jesús salir de los infiernos; y mereció el gozo primero.
La que le amaba sobre todo lo creado. Su amor era más que seráfico. Aunque estos espíritus son del todo ardientes, Jesucristo jamás dijo que amaban mucho, como afirmó de Magdalena. Ella fue ensalzada muy por encima de los ángeles. ¿Quién dudará que el coro más alto no fuera el encargado de elevarla siete veces al día? Elevarse es propiedad del fuego. Dichos espíritus se complacen en levantarla con la llama. El ángel que anunció el nacimiento de Sansón perfeccionó el sacrificio, es decir, el holocausto, al subir al cielo utilizando la llama como carro. Magdalena es divinizada por la fuerza del amor divino que es el alma de su alma, la cual estaba más en Jesucristo, al que amaba, que en su cuerpo, al que animaba.
La Reina de Sabá quedó sin aliento al admirar las excelencias de Salomón; pero su pasmo fue breve. Magdalena expiró al suspirar. Jamás respiró otra cosa que el aire del sacrosanto amor del divino Salomón, convirtiéndose en servidora suya y perdiéndose en él para no volverse a encontrar. No se contentó con regalar sus perfumes aromáticos, ni con llevarse dones de Salomón, sino que quiso al mismo Salomón vivo y muerto. Cuando se le dijo que había descendido a los infiernos para visitar las regiones más profundas de la tierra, su amor, en su osadía, habría tratado de arrancarlo de manos de aquellos espíritus, llenos de odio, si su bondad le hubiera permitido descender hasta ellos.
Si el jardinero le hubiera dicho: Soy un demonio que se lo llevó muerto a los infiernos, así como lo llevó vivo hasta el pináculo del templo y sobre el monte más elevado, donde le ofrecí la gloria del mundo que tú has dejado, Magdalena hubiera descendido viva para sacar de allí a su difunto amor. Sabía muy bien que el tiempo de la pasión fue la gran oportunidad de los demonios, que parecieron posesionarse de las detestables personas de los ministros que juzgaron al inocente como culpable. Por ello dijo la sabiduría eterna: He aquí su hora, he aquí el tiempo en que manifestarán sus locuras y odio rabioso; la oscuridad del infierno y las tinieblas palpables. Dejen ir a los que están conmigo. Reténganme sólo a mí. A pesar de ser yo la luz por esencia y por excelencia, ceder‚ ante ustedes por ahora; beber‚ el cáliz que me ha mandado mi Padre.
Querido enamorado, tus discípulos se alejaron, [1020] pero Magdalena permanecer porque tú permaneces; porque, en razón del amor que tanto alabaste, se hizo una misma cosa contigo. Al comprar el ungüento para derramarlo sobre tus pies y tu cabeza, te ofrece y entrega todo lo que fue creado en olor de suavidad. Hace de ello un incienso junto con ella misma, que evapora en el fuego de tu amor.
Digo, vida mía, que tú eres su fuego y su incensario; tu divinidad y tu humanidad le fueron ofrecidas, y ella optó por ambas. Admirable en extremo es para mí esta ciencia, sublime: no la comprendo. ¿Adónde ir‚ lejos de tu espíritu? y ¿adónde huir‚ de tu rostro? Si subiere al cielo, allí estás; si en el infierno me acuesto, allí te encuentras. Si tomare las alas de la aurora, si habitare en el confín del mar; también allí me guiar tu mano, y me asirá tu diestra (Sal_138_7s).
Magdalena, tu amor se hizo admirable en mí. Es único en su intención y múltiple en sus actos. Se duplica por asaltarme amorosamente, de suerte que no puedo disimularlo. Es necesario que me confiese vencido, a pesar de ser tu vencedor. ¿A dónde ir‚ para alejarme de tu llama, para no aparecer ante tu rostro? Si subo al cielo de mi grandeza, allí estás tú, siendo ensalzada. Si desciendo al infierno de mis anonadamientos y menosprecios, sólo buscas colmarte de oprobios: allí te encuentro como en tu propio centro, porque sólo buscas imitarme.
Si, como Oriente, me levanto antes de la aurora, en vertiginoso vuelo, tu amor, si fuera posible, me precedería. Si habito y hago mi morada en un mar de dolor extremo, allí te encuentro porque tu contrición es grande como el mar. Hija de Sión, allí me retendrás como cautivo: también allí tu mano me conduce y tu caridad a ella me ceñir. Si dejara que me retuvieras después de mi resurrección, tu diestra sería capaz de conservarme en la tierra por amorosa complacencia, si la poderosa ley de la obediencia que debo a mi Padre no me lo impidiera.
Digo, querida mía, que, si por un imposible, no pudiera yo estar en todas partes, dejaría los lugares de mi gloria para residir contigo en el de mi confusión. Escogería la morada de tinieblas, ocupándome en desatar [1021] la oscuridad de esta noche, para hacer de ella mi luz, porque gozar de su amor es no buscar ya más, en tanto que uno busque sólo para encontrar. El fuego se enciende para iluminar al que busca o camina. El amor es el precio y la gloria, gloria que es iluminada por claridades eternas, de modo que lo que parece noche a los sentidos, es un bello y luminoso día para el espíritu; luz que es sólo tiniebla para los espíritus del siglo, que la desconocen del todo.
También, como ellos, la desconocería si tú, amor mío, no me hubieras prevenido como a un niño débil, adelantándote con tu gracia, a fin de fortalecerme para seguir tus pasos y sostener la carga de tu cruz, cuyo peso aumentan mis pecados. Te doy gracias por tantas maravillas: porque tus obras son maravillosas y conociste perfectamente mi alma (Sal_138_14s). Te alabar‚ porque brillas con magnificencia, y con ello me engrandeces. Produces en mí obras admirables. Mi alma percibe su grandeza y las juzga incomparables. El pensamiento de mi corazón está abierto ante ti; es como mis labios: soy incapaz de expresarlos porque lo que haces ocultamente en el secreto de mi corazón es indecible a cualquier otro que no seas tú. En tu condición de Verbo, eres tú quien me habla y me mueve a hablar al mismo tiempo que me abismo en sentimientos de mi bajeza hasta el centro de la tierra, de la que fui formada, recibiendo el ser de la nada.
Sé muy bien que tus penetrantes ojos ven mis imperfecciones y que todo está escrito en ti, porque eres el Verbo divino que lleva en sí todas las cosas; dentro de ti y en tu presencia están todos los pensamientos, todas las palabras y todas las acciones. Eres el Verbo Encarnado, el libro escrito por dentro y por fuera. Como Verbo, eres del todo interior; en cuanto encarnado, eres exterior. En ti están anotados mis pecados con tu sangre, escritos con los instrumentos de tu Pasión. Das conclusión a los días en que te ofendí, en los que no hice bien alguno, malgastándolos en vanidad y pecado. Sin embargo, bondad divina y misericordiosa, has obrado de manera que todas mis faltas sean borradas, cancelando mis adeudos, a fin de que nunca más pueda tu justicia culparme ni exigirme nada por ellos. Veo, Señor, cuán grandemente honras a tus amigos; excelso sobremanera es su poder (Sal_138_17).
En cuanto a mí, tengo la dicha de ser tu amiga. Me concedes un [1022] gran honor. Mi principado está asegurado, porque dijiste que jamás me ser arrebatado. Que los hombres y los ángeles que se cuentan entre las estrellas del cielo y las arenas del mar, participen del honor de tus amables gracias. En esto residir mi contento, pues mi gozo consiste en contarme entre ellos, aunque mi júbilo mayor es que, estando alejada de ti por el pecado, en el que estaba muerta, tu gracia me resucitó y ahora estoy contigo: He resucitado y estoy contigo.
Tomar‚ posesión de ti; nunca te abandonaré; mejor dicho, tú me posees, resuelto a no abandonarme durante la eternidad. Me condujiste hasta la casa de tu madre, en las entrañas del Padre eterno, que te engendra hoy en el esplendor de los santos: antes del lucero, como al rocío, te engendré (Sal_109_3). El que juró sin poder arrepentirse que eres sacerdote según el orden de Melquisedec, y que te comunica su esencia, desea que me levantes contigo y me confieras el oficio de ángel, es decir, de levita; dándome por entero tu mismo ser y tu corazón para que sean mi incensario de oro.
Levantaste los siete sellos mediante las siete palabras que dijiste en la cruz. Que los siete ángeles que asisten en presencia de tu Majestad hagan resonar sus siete trompetas. En cuanto a mí, después de conversar contigo, me convertí en otro ángel, aunque procedente de la tierra: Otro ángel vino y se puso junto al altar con un badil de oro. Se le dieron muchos perfumes para que, con las oraciones de todos los santos, los ofreciera sobre el altar de oro colocado delante del trono de Dios (Ap_8_3).
Magdalena, mientras estuviste en casa de Simón, te mantuviste en pie detrás del amor; ahora, en cambio, que moras en casa de Dios, estás delante del amor, ofreciendo un corazón de oro purísimo cuyo amor invita a todos los santos a confiarte sus oraciones, sabiendo que las tuyas hacen la complacencia del Santo de los santos, que te ha concedido su sufragio. El es tu corazón y tu altar. De él has recibido todo, y a él todo devuelves. Como él es tu peso y tu amor; te trasladas hasta donde él se encuentra: y por la mano del ángel subió delante de Dios la humareda de los perfumes con las oraciones de los santos (Ap_8_4).
Y cuando deseas tomar en tu corazón a Jesucristo, al fuego del altar de Dios que es el Verbo Encarnado, para enviarlo al mundo, produces truenos, voces, rayos y grandes mutaciones en la tierra: y el ángel tomó el incensario y lo llenó con brasas del altar y las arrojó sobre la tierra. Entonces hubo truenos, fragor, relámpagos y temblor de tierra (Ap_8_5). Tú impetras los sollozos, los suspiros, los arrepentimientos y los propósitos para [1023] transformar los vicios de la tierra en virtudes celestiales con tal claridad divina, que parece al alma haberse convertido en un rayo luminoso y ardiente.
La prontitud que demuestras al escuchar a tus hijos espirituales es tan grande, que, si dependiera de ellos, muchos se seguirían tus pasos al instante. Tú les alcanzas el poder de la diestra divina, que modifica en poco tiempo al alma que le corresponde. Aún no habías tenido el honor de estar en la presencia de J. V. E., cuando ya habías cambiado del todo. A ello se debió que Simón te desconociera. J.C. le aconsejó te observara con más atención, a fin de que percibiera el cambio obrado en ti por su poderosa diestra, y que reconociera que la magnificencia de su gracia te había hecho magnífica en sólo pocas horas.
Lleva el nombre de rey de bondad, que es altamente engrandecido en ti. Es el rey magnífico por esencia. Tú por participación, te comportas santamente pródiga hacia él, y él divinamente pródigo hacia ti. Le estás agradecida por todo, y él proclama que tu amor hacia él lo haría insolvente si no fuera Dios. Es rico con inmensidad de quien posee en sí todas las riquezas del Padre celestial, pero prefiere ocultarlas y confesarse deudor al fariseo y a ti, llamándose pobre por no tener con qué pagar lo que debe a cada uno.
Contó al fariseo la admirable par bola por la que se condenó justamente, sin saber que se refería a él. El divino anfitrión, empero, no quiso salir sin contar lo que recibió de él y de ti; mejor dicho, lo que no pudo recibir de él y lo que tú le diste. Lo afirmó por exceso de amor, refiriendo las pequeñeces y detalles, para después hacer la suma total: ora tu ungüento, ora tus lágrimas, ya tu cabellera, ya tus besos, diciendo que habías sido incesante. Es que su corazón no pudo escapar ni un solo momento a los dulces sentimientos que tu boca le causaba, aunque por respeto sólo haya tocado sus pies. Fue ese, sin embargo, el signo visible del amor invisible que no es insensible. Quiero decir que se hace visible por la fuerza del sentimiento, sea a la vista o a los otros sentidos, ante los que se manifiesta.
Lejos de entorpecerlos, el amor los angeliza. No los abaja, sino que los eleva y espiritualiza. La esposa dice que los vestidos de su esposo huelen a incienso; se convierten en perfumes, pero perfumes compuestos de toda clase de aromas, aunque ella se encuentre en una tumba, rehuyendo toda conversación con las criaturas y adormecida sobre el lecho de su amado, el cual prohíbe despertarla aun a las hijas de Jerusalén; es decir, a los pensamientos más pacíficos. Este aroma la descubre ante los ángeles y los hombres, que exclaman al unísono: ¿Quién es esta que sube del desierto rebosando en delicias, apoyada en su amado? (Ct_8_5).
[1024] ¿Qué es eso que sube del desierto cual columna de humo sahumado de mirra y de incienso, de todo polvo de aromas exóticos? (Ct_3_6). Es la columnilla compuesta o transformada en humo aromático con las fragantes esencias de todos los polvos que vuelven a integrar el perfume que sube del y a través del desierto, no pensando ni en ella ni en las criaturas. Piensa únicamente en su amado, que parece sólo pensar en ella, conjurando al cielo y a la tierra para que la dejen reposar y dándole guardias mientras que ella duerme en su lecho real y divino. No está contento si él mismo no la cuida. Es por ello que coloca su mano izquierda bajo su cabeza mientras la abraza con la derecha. No me admira el verla colmada de delicias, porque el Hijo amado del Padre celestial se las comunica a manos llenas, haciéndose todas las cosas para hacerla toda de él, a fin de que ella posea enteramente su totalidad.
Le pide por favor que lo ponga interiormente sobre su corazón, y externamente sobre su brazo. Lo hace con razón, porque ella le pertenece, porque él la creó. Le pertenece, además, por haberla creado de nuevo a expensas de todo su ser, muriendo para ser su abundante redención. ¿Pides acaso, divina finura, como un favor lo que se te debe en justicia? Es porque eres el caballero enamorado por excelencia; tu amor es más fuerte que la muerte, y tus celos, más duros que el infierno, son más dulces que la vida. Tu poder es más delicado que el rocío de la mañana, a fin de suavizar el corazón al que quieres penetrar, para morar en él o ser grabado sobre los brazos de la que es señora de tus obras, es decir, de ti mismo.
Es que estás divinamente celoso y humanamente apasionado de tu amada. Deseas ser el único en servirla, diciendo a los ángeles y a los hombres que duerme ante sus ojos, porque sabe muy bien que tú sólo eres su despertar. Se haría indigna de tu tálamo, y sobre todo de tus amores, si diera oído a otra cosa que tu amor. Le agrada más su libertad cautiva, que las cautivantes libertades de los placeres mundanos. Prefiere la cruz interior sobre su corazón y la exterior sobre su brazo, a todas las cadenas, collares y las más costosas piedras preciosas, asentando su exterior en la paz a través de tus sufrimientos, y su interior en la alegría, a causa de tu amor.
¿Qué más puede desear, después de haber escuchado estas palabras de un esposo enamorado, que sostienen la cabeza y todo el cuerpo? Su esposo le pidió, por amor, grabarlo en su corazón y sobre su brazo. El amor que tiene hacia ella lo hará morir si ella no conserva su vida dentro de [1025] su corazón y sobre su brazo, asegurándole que el amor es más fuerte que la muerte. Es como si le dijera: Magdalena, amor mío, muy pronto morir‚ por todos, y sólo por ti como si fueras todos. Por favor consérvame vivo en tu corazón y sobre tu brazo. Yo soy el Verbo unido en un mismo ser a la naturaleza humana; pero tomé un cuerpo mortal que muy pronto debe morir. Tú vivirás a mi lado. Retenme con vida en ti. Que mi amor siga viviendo a pesar de la muerte, porque es más fuerte que ella. Que mis celos sean más duros que el infierno, para librar a las almas del poder de las tinieblas.
Persevera como una lámpara de fuego a través de una ardiente caridad. Que ni los ríos de las contradicciones, ni el mismo mar de mi Pasión, extingan estos fuegos. Sabe, querida mía, que aun cuando todos los fariseos, todos los Herodes, todos los Césares, todos los Cresos, cedieran sus tesoros; es decir, que aun cuando los hombres entregaran toda su sustancia como contrapeso o a cambio de nuestra amorosa caridad, todo ello sería reputado por nada. Tú sabes lo que dije al fariseo; soy, sin comparación, tu deudor por una cuenta ante la que confieso ser pobre.
Nada me pertenece salvo mi divinidad, que no se me puede arrebatar. Esto es lo que te doy: mi cuerpo en la cruz, mi alma en los limbos, mi vida en la muerte; mi amor pertenece en verdad a los elegidos, pero después de mi madre, es tuyo de manera especial. El amor se paga con amor. Tú me amas mucho, y yo te amo infinitamente. Para hacerte infinita en mi divinidad, me hice finito o mortal en mi humanidad. ¿Qué más puede hacer el amor? Salomón recibió regalos, pero fue demasiado magnífico y generoso para no devolver a la reina otros más costosos que los suyos: El rey Salomón, por su parte, dio a la reina de Sabá todo cuanto ella quiso y le pidió; sin contar los presentes que de su grado le hizo con regia magnificencia. Ella se volvió y partió para su tierra con sus criados (1R_10_13).
Magdalena fue magnífica, pero el Verbo Encarnado, más grande que Salomón, es la magnificencia infinita unida al amor infinito. El la enriqueció con sus gracias, la colmó de fidelidad y la glorificó. La alojó en su divino alcázar, sin permitir que de allí volviera a la compañía de sus domésticos y súbditos. La elevó a los cielos, haciéndola participar de su corona y su propia gloria.
Capítulo 185 - Gran favor que el Padre eterno concedió a san Pedro al revelarle su generación eterna. Gran merced de parte del Hijo al decirle que sería la piedra fundamental y lo seguiría en la cruz, por la que llegaría a poseer la gloria.
[1029] Luz eterna, si no somos iluminados por tus rayos, permanecemos en las tinieblas. ¿Qué espíritu, por bello que sea, en la opinión del vulgo, ha podido conocer la luz de luz si la fuente de luz no lo ilumina? Es por ello que el Verbo eterno dijo a san Pedro que la carne y la sangre no le habían revelado los claros conocimientos que tuvo de su divinidad, sino el Padre que está en el cielo, que elevó el espíritu de san Pedro para instruirlo divinamente.
Padre de las luces, me iluminaste en medio de las tinieblas acerca de la revelación que concediste a san Pedro sobre la excelencia de tu Hijo, y que en esta elección, revelación y confesión de san Pedro reside la perfección de la naturaleza, de la gracia y de la gloria, así como la totalidad de la filosofía, la teología y los estados. Santo Tomás y los escolásticos elaboraron largos discursos inspirados en y derivados de estas pocas palabras: Tú eres Cristo, el Hijo de Dios vivo (Mt_16_16).
Después de la confesión de san Pedro, el Verbo le aseguró que era instruido por el Padre que lo engendra, en su calidad de príncipe de la Iglesia. El Padre eterno le manifestó a su Hijo amado, que es su única progenie, a fin de que lo confesara como es: su delfín en el mar de la divinidad y en el de nuestra humanidad. Lo que afirman todos los teólogos queda comprendido de manera eminente en las palabras que pronunció san Pedro, al ser elegido, iluminado y confirmado en su fe por la luz que emana del Padre celestial, que es su
Hijo, e inflamado por el amor que ambos producen: el Espíritu Santo. Dios creó al hombre para que le conozca y le ame. San Pedro tuvo estas dos gracias: conoció a Jesucristo, confesándolo en voz alta, lo cual es amarlo. [1030] Dios escogió a Abraham para ser el padre de las promesas, el cual las adoró de lejos y en figura. Abraham llevó en sí el origen de todos los iniciados, de todos los que deben recibir la gracia por Jesucristo. San Pedro, en cambio, es padre de los creyentes y de los que han de poseer la gloria con Jesucristo; es decir, desde esta vida, por esta razón fue llamado bienaventurado.
Abraham posee la promesa de ver la generación temporal y ser el padre del Salvador, que debía nacer de sus entrañas. San Pedro tuvo el privilegio de ver la generación eterna y temporal, de ser el vicario de Jesucristo: papa significa lo mismo que padre. Abraham tiene la promesa de tener un hijo, mas para morir, a fin de que pagara tributo a la muerte como los demás hijos de Adán. San Pedro ve y tiene la alegría de este Hijo, que no morirá jamás por ser el Hijo del Dios vivo y la vida divina; y esto, por esencia.
Se puede afirmar, con razón, que san Pedro es padre. Jesucristo mismo lo constituyó como tal, infundiéndole en este día el conocimiento de aquel por cuya mediación el Padre eterno es omnisciente y Padre de todos. San Pedro engendra la verdad en los espíritus que saben escuchar. El Hijo de Dios nace en su entendimiento, dándoles la seguridad de que él es la vida de Dios; es decir, que él es Hijo del Dios vivo; que si es mortal en su humanidad, es para devolver la vida a los muertos. Una vez vencida la muerte, la vida vivir para siempre. Al morir el pecado, Dios vive eternamente. La muerte no dominar más al Salvador: él la precipitó a los abismos a perpetuidad. Había subido demasiado alto, apoderándose de la naturaleza que el Verbo había tomado, sigue asumiendo y poseer para siempre. El precipitó su soberbia, siendo tanto su muerte como su infierno.
Por su muerte, adquirió para nosotros la felicidad que el Padre celestial comparte en este día con san Pedro; mismo en que le concedió la revelación de la divinidad de su Hijo, el cual manifiesta claramente que el Padre le confió todo juicio y todo poder, al decir a san Pedro:
Mi Padre te ha iluminado, y yo te confirmo en la felicidad que él desea para ti, afirmando que eres bienaventurado. Yo no puedo mentir; mi ofrecimiento es un don porque yo soy la palabra eficaz, y nuestra común voluntad, que es el Espíritu Santo, te santifica en calidad de bienaventurado, lo cual es ser santo. Tú, Pedro, eres Pedro y sobre esta piedra edificar‚ mi Iglesia. Yo soy el fundamento por poder y por esencia. Tú serás el fundamento por participación, por gracia y por un misterio de fe. Podrás decir con razón que [1031] eres consorte de la naturaleza divina, después de confesar que Jesucristo es el Hijo del Dios vivo, que está en el cielo.
Vine al mundo entre los muertos de la tierra y del tiempo; soy ungido sobre mis compañeros con óleo de alegría. Veo claramente y gusto con suavidad la belleza misma y la de la beatitud, por llevar en mí la visión beatífica, la cual comunico a mi alma en su parte superior de manera supereminente, con preferencia a mis compañeros. Juan, mi predilecto, dirá transportado de admiración: ¡Mirad qué amor nos ha tenido el Padre! (1Jn_3_1). Consideren la grandeza de la dignidad que Dios les ha dado de llamarse y ser hijos de Dios, por la muerte de la muerte.
Yo soy vida de la vida, yo soy el Hijo vivo del Padre de la vida; yo soy la filiación viviente. Las demás filiaciones proceden de una muerte viviente o de una vida que muere. Considera las generaciones temporales de las criaturas, y comprobarás lo que digo. La corrupción precede a la generación; la división va antes que la unión; la muerte se adelanta a la vida; la salida precede a la entrada; el desamparo se anticipa a la aceptación; la pérdida previene la ganancia, el desfallecimiento antecede a la subsistencia; la caída se antepone al levantarse, el cese es primero y después la operación y la debilidad se anticipa a la fuerza, así como la nada existió antes de la creación o del ser.
En mi pasión acepté de corazón la división del Hombre-Dios. No estando obligado a sufrir la corrupción, elegí y sufrí la división. El amor me movió a escoger la división para reunir a los divididos con la divinidad indivisible. Es propio del amor unir y reunir. El había unido al hombre por gracia y, habiéndolo creado, lo reintegró mediante la gracia y la gloria después de que se desintegró por el pecado, obrando esta reconciliación en Cristo. Dios estaba en Cristo, reconciliando al mundo consigo, dijo san Pablo. No quise rogar por el mundo, sino por el mini-mundo, que es el hombre, el microcosmos que Dios Padre amó al grado de darle a su Hijo único, a fin de salvarlo por su medio, es decir, unió o recogió al hombre dividido al dividir al Hombre-Dios, sin dividir la divinidad indivisa e indivisible, la cual jamás dejó lo que una vez asumió, [1032] a pesar de encontrarme muerto en la cruz y extinto en el sepulcro. Seguí siendo el Hijo del Dios vivo en la una y en el otro. Mi alma fue apoyada por la vida divina en los limbos. Ni ella ni el cuerpo en el sepulcro, fueron abandonados en momento alguno por el soporte divino. San Pedro profesó la acción del Padre al engendrar a su Hijo, que es la vida y la luz que da vida a todo ser viviente: vida natural, vida de la gracia, vida gloriosa, luz natural, luz de gracia, luz de gloria, que hace felices al ángel y al hombre, al darles en posesión su felicidad, según la afirmación de que los ángeles guardianes contemplan sin cesar el rostro del Padre celestial. Jesucristo dijo que san Pedro fue instruido por el Padre que está en el cielo, manifestando que entrevió la bienaventuranza, y a este espejo voluntario que Dios, su Padre, le mostró, en el que se mira por ser un espejo fiel y sin mancha de su majestad, contemplando su grandeza en esta Palabra que pronuncia divinamente, y produciendo con este Hijo, mediante un suspiro amoroso, al Espíritu Santo que los abraza y liga íntimamente, por ser el término de sus voluntades.
San Pedro fue iluminado por la luz de la gloria; a ello se debió que Jesucristo le dijera: Bienaventurado eres, hijo de paloma, por contemplar en la esencia divina los divinos efluvios. Me refiero a las divinas emanaciones, en especial la del entendimiento paterno que se denomina Hijo, a quien el Padre reveló a san Pedro por medio de una luz extraordinaria que nada tiene de común con la carne y la sangre, en la que transformó el espíritu de san Pedro como bienaventurado en su intuición y en su confesión, que le valieron estas palabras del Salvador: Tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificar‚ mi Iglesia con tanta firmeza, que las puertas del infierno jamás prevalecerán. A ningún hombre se dio conocimiento más sublime; jamás se concedió mayor poder al hombre, con excepción del Hombre-Dios.
Te doy las llaves del reino de los cielos. Mi Padre abrió tu entendimiento para contemplar en su seno a su eterna generación. Te confirmo esta gracia visible y sensiblemente a través de mi palabra sensible, que yo te comunico. Todo lo que ates en la tierra, será atado en el cielo; todo lo que desates en la tierra, desatado será en el cielo. Así como mi Padre, que está en el cielo, ha levantado hacia él tu mirada, elevo tu poder hasta el cielo. Yo soy la impronta en la divinidad, y el [1033] sello en la humanidad. Todo es marcado por mi medio, y todo está abierto en el interior y en el exterior.
Yo soy el Verbo de vida. Mi Padre por mí te ilumina y te confiere poder. Yo soy la carta patente sellada divina y humanamente; yo soy la impronta y gran sello de las armas divinas. Con él te comunico la gracia y el espíritu de gracia, así como lo produzco con él. Con el mismo poder, saber y querer, se te da el dedo de la divina diestra. Se trata de nuestra voluntad y nuestro amor, que es el término inmenso e infinito de nuestra divina voluntad.
¡Ah, Pedro, Eres tan sabio como poderoso! Pero, Pedro, es necesario que ames y asegures tu propia vocación a la salvación mediante las buenas obras. Tu cargo y ministerio se apoyan en la palabra del Verbo; el cielo y la tierra pasarán, pero ella permanecerá. Ni todo el infierno podrá prevalecer. Pero, Pedro, eres frágil y pecador, no estás confirmado en gracia ni en gloria: que esta dignidad no te engría, que la contemplación de la beatitud no te lleve a huir de la cruz. No la poseerás enteramente como comprensor, hasta que hayas entendido la cruz, y que ella te haya abarcado.
Aquel a quien pertenece la gloria porque le es debida por esencia, no quiso gozarla sino a través de la cruz, los sufrimientos y el menosprecio. Lo diste a conocer tal como el Padre te lo manifestó. El consintió a la voluntad paterna: era el momento señalado para hablar de su grandeza; pero también él escogió su momento para imponer silencio a esa gloria: Entonces mandó a sus discípulos que no dijesen a nadie que él era el Cristo (Mt_16_20).
Pedro, amo el mandato que te dio mi Padre, porque se complace en alabarme. Su gloria consiste en glorificar a su Hijo. Atesoro el momento, el cual me hace desear el desprecio, y al partir, mando a todos mis discípulos que callen, prohibiéndoles hablar durante mi vida mortal de la vida inmortal que poseo por ser Cristo, el Hijo del Dios vivo.
He oído y aprobado la confesión de aquel a quien mi Padre enseñó y movió a hablar del Verbo de vida por nuestro Espíritu común, mas por ahora prohíbo a todos los que son mis discípulos, por mi instintiva humildad de espíritu, que no declaren al exterior la grandeza que poseo en el interior. Se lo hice saber desde entonces, aprovechando la ocasión para humillarme en el tiempo propicio para gloriarme. [1034] El parecer divino está tan alejado del parecer humano como el cielo de la tierra. Mis caminos no son los de ustedes.
Desde entonces comenzó Jesús a manifestar a sus discípulos que él debía ir a Jerusalén y sufrir mucho de parte de los ancianos, los sumos sacerdotes y los escribas, y sufrir la muerte y resucitar al tercer día (Mt_16_21). Jesús comenzó a mostrar su elocuencia al hablar a sus discípulos de la lección que quería que aprendieran, contraria a las máximas del mundo, de la carne, de la sangre y del demonio: se trataba de la cruz, del menosprecio y de la muerte ignominiosa, la cual le fue impuesta por los ancianos, los doctos y los príncipes de los sacerdotes, pareciéndole más dura por provenir de personas de calidad, a las que el pueblo estima sobre las demás como gente de saber, de virtud y de excelencia, cuya aparente eminencia contribuyó a la degradación de Jesucristo.
No es cosa muy aflictiva el ser juzgado por niños, dementes o malhechores reconocidos como tales. El juicio de un pobre plebeyo carece de peso; con frecuencia es despreciado aunque sea bueno, por no ir unido al lustre que aportan la nobleza y las riquezas. Este falso prestigio tiene su brillo, aunque sea vacuo. Jesucristo, sabiendo que al ser afligido por aquellos grandes sería más afrentado, propuso a los suyos sus humillaciones y su muerte, lo cual san Pedro pensó era indebido a la majestad del Hijo del Dios vivo, por no considerarlo hijo de un hombre mortal, un hombre que deseaba morir. Exclamó, como lleno de celo o de una caridad cegada por el amor propio, que no comprende las cosas de Dios: ¡Lejos de ti, Señor! ¡De ningún modo te sucederá eso! (Mt_16_22). Buen san Pedro, ¿Dónde estás? El evangelista nos cuenta tu estado: "Tomándole aparte Pedro, se puso a reprenderle diciendo: ¡Lejos de ti, Señor! ¡De ningún modo te sucederá eso! (Mt_16_22). El Padre eterno te reveló ciertamente la grandeza de su Hijo, mas dejando a su Hijo la tarea de enseñarte la humildad. ¡Pero, qué! ¿Piensas enseñar a la sabiduría eterna, tomando a Jesús aparte para decirle que no diga cosa tan alejada de su sentir, como es la muerte de la cruz, sin la que jamás llegarás a poseer la gloria que te está destinada? El Salvador no quiere poseerla sino a través de la cruz. Este será el favor que te conceda: seguirlo y glorificarlo en la cruz. Pareces censurar su sabiduría, pero él condena tu desvarío, que es semejante al de Satán:
[1035] Volviéndose, dijo a Pedro: ¡Quítate de mi vista, Satanás! ¡Escándalo eres para mí, porque tus pensamientos no son los de Dios, sino los de los hombres! (Mt_16_23). Prosiguió con la declaración de los frutos de la cruz y los menosprecios, mostrando que la ganancia de la divinidad reside en la pérdida de nuestra humanidad y que el total anonadamiento de las cosas creadas y de nosotros mismos nos lleva a adquirir la posesión de la gloria increada.
El es Dios mismo. Conociste en teoría la extracción, o mejor dicho, la generación del Verbo divino, quien quiso que conocieras en la práctica su anonadamiento y humillación humanos, que le dieras gloria en la cruz, que abatieras tu espíritu, que extendieras tus brazos en la cruz, y que abandonaras tus sentimientos sensibles para saborear los mandatos divinos, para cuyo cumplimiento el Hijo del Dios vivo vino a tomar una naturaleza mortal, a fin de darnos vida con su muerte y conducirnos a la gloria de su Padre, donde nos dar a cada uno según nuestras obras en presencia de todos sus ángeles.
Pobre san Pedro, ¿qué pensaste al encontrarte entre estos dos extremos: la gloria en el seno del Padre y la confusión en el seno de la tierra? En Jesucristo todo es extremo; sólo el amor extremo puede gustar el uno y el otro como procedentes de un mismo amor. El Padre amó al mundo y le dio a su Hijo. Con un amor extremo, el Hijo amó a su Padre al dirigirse a la muerte, a fin de que el mundo supiera cuánto le amaba, cumpliendo todos los mandatos de su rigurosa justicia, hasta llegar al final. Considera que, tan pronto como el Padre exalta a su Hijo, lo humilla. Recorre todos los misterios de su vida y constatarás estas vicisitudes en aquel que es inmutable en su ser divino y en sus resoluciones de sufrir y hacer todo para la gloria de su Padre y por nuestra salvación.
Pedro, fuiste nombrado teniente suyo. Hete allí, dichoso hijo de la gracia y de la dulzura, por ser hijo de paloma sin hiel, que es tanto como decir hijo de la sencillez, pues la paloma es sencilla. Sin embargo, poco después Jesús te increpa: ¡Satán!; es decir, tentador, adversario, engañador, astuto. Te dañas, te contrarías, te mientes a ti mismo. Pobre santo, al huir de la cruz, huyes de la verdadera gloria. Volverás a gustarla un poco en el Tabor, aunque tu maestro parece proscribirte, como irritado ante tu poco entendimiento. [1036] ¡Ay, él bien conoce la fragilidad humana! El buen Jesús está exento de ignorancia y del pecado en sí mismo, pero sufre a causa de nuestra ignorancia y pecado. Es el pontífice que conoce nuestras debilidades por haberlas sopesado cuando cargó con el fardo de nuestras ofensas.
Jesús sapientísimo, cuán admirable es tu sabiduría en la vocación de san Pedro. Lo levantas de manera sublime para después abatirlo profundamente. Tu Padre lo hizo parecer bienaventurado y perfecto, y por el sentir de su debilidad lo declaras imperfecto, a fin de que se humille bajo tu poder, del que sería dispensador como príncipe de los apóstoles y cabeza visible de tu Iglesia, después de tu ascensión a los cielos. Dime, amor, es esto el significado completo de las palabras: Simón, hijo de Juan, ¿me amas más que éstos? (Jn_21_15s). Simón, Hijo de Juan, hijo de paloma, te detendrás más en el don que en el donante. Guárdate mucho de semejante imperfección, que disgusta al verdadero amor. Quiero que me ames más que todos aquellos a quienes llamé al apostolado, porque te nombro su príncipe. Deseo que me ames sin comparación más que a todo lo que te doy, más que la grandeza de tu gobierno y de tu dignidad.
Amar al rey por sus grandes obras, es amarse a sí mismo en su dignidad, y no al rey y su bondad. Para no ser culpable en materia de amor, es menester amar al amor por amor. Es el noble agradecimiento de los enamorados, que en nada se muestran mercenarios. El corazón real ama con realeza, el corazón divino, ama divinamente. El alma está más en el objeto amado que en lo que anima.
Vive más en mí que en ti; o mejor, no seamos jamás sino uno. La unidad es perfectísima, imita mis sufrimientos. Toma parte en mis desprecios y después gozarás de mis delicias y de mi gloria
Capítulo 186 - En que la santa Trinidad, la santa Humanidad, la santa Virgen, los ángeles y los hombres se alegraron y se alegrarán por el fruto del vientre de santa Ana y ante sus eminentísimos méritos: ella es la abuela del Verbo Encarnado
[1037] Alegrémonos todos en el Señor, celebrando la fiesta en honor de la bienaventurada Ana, de cuya solemnidad se gozan los ángeles y aclaman al Hijo de Dios (Ant. entrada de la fiesta). Quien dice todos, no exceptúa a nadie. Este gozo no es sólo para las simples criaturas, sino que se extiende hasta el seno de la Trinidad de personas divinas, que están una dentro de la otra: el Padre y el Espíritu Santo están en el Hijo para alegrarse en él, que es llamado Señor en razón de que por su medio el Padre hizo toda la creación y que, junto con él, produce al Espíritu Santo que vuelve a crear y renueva la faz de la tierra. El Padre adorna los cielos, a los que da firmeza el Verbo y el Espíritu, con su aliento, confiere todo su poder.
Al apropiar a Santa Ana, junto con la Iglesia, este tema de gloria, me refiero al gozo que la Sma. Trinidad experimentó en el Verbo, que debía ser nieto de Santa Ana al tomar carne en su santísima hija, carne que ella, a su vez, tomó de Santa Ana, de la que nació. Por esta razón se le pueden aplicar las palabras de la sabiduría: El Señor me tuvo consigo al principio de sus obras (Pr_8_1), puesto que resolvió que su divina hija tuviera una madre santísima.
Podría describir todo este capítulo en favor de Santa Ana, mismo que la Iglesia aplica eminentemente a la Santa Virgen, la cual no lo resentiría, como tampoco su Hijo toma a mal el honor que se la rinde por ser su madre. Ana, que debía ser el comienzo de la ley de gracia, su nombre significa bien, fue contemplada por los ojos divinos con anterioridad a todas las leyes de la naturaleza y de la ley escrita.
Dios, al tomar sus medidas, permítaseme la expresión, reguló todas sus obras y figuras para verlas verdadera y perfectamente cumplidas en las entrañas de Santa Ana, que debía producir y portar la sustancia del cuerpo virginal del que el Verbo debía revestirse por obra del Espíritu Santo.
[1038] En María, dicha sustancia, representa la perfección de todas las criaturas porque Jesucristo no es una mera criatura; como su persona es divina, dicha obra está por encima de todas las demás. Dos que revisten a un tercero que se reviste es obra del Altísimo: un vaso admirable que lleva en si toda la plenitud de la divinidad de manera corporal.
Me refiero a la creación y producción de Santa Ana, madre de la Santísima Virgen, a la que Dios envió un beneficio celestial, haciendo su concepción más pura que los cielos. Ana concibió sobrenaturalmente una hija que es el fundamento de la tierra, porque sin ella la tierra vacilaría. Es que ella la dio al Verbo, que la sostiene y mantendrá en su soporte, para que se haga realidad su palabra: El cielo y la tierra pasarán, pero mi palabra no pasará (Mt_24_35). El Verbo jamás dejar lo que una vez tomó. Por esta razón, el Dios sapientísimo que hace todo con peso, medida y número, al ponderar y medir las dimensiones que daría a Santa Ana, que se extenderían más allá de los cielos, la destinó para ser preciosa en todos sus aspectos.
Ella debía tener parte en Jesucristo, que es nuestro último fin y nuestra plenitud esencial por ser la persona del Verbo; en cuanto encarnado, es también una bienaventuranza para nuestros cuerpos. Quien osara dividir a Jesucristo para privar a Santa Ana de su autoridad y de su gozo, sería un anticristo, se convertiría en otro Lucifer, porque el Padre se complace en amar a Santa Ana de suerte que su Hijo es también de ella por mediación de su hija. Con toda razón podría ella recitar, aplicándoselos, los restantes versículos, de los que cito sólo los siguientes para no extenderme demasiado: Yo estaba allí como arquitecto y era yo todos los días su delicia, jugando en su presencia todo el tiempo, jugando por el orbe de su tierra; y mis delicias están con los hijos de los hombres (Pr_8_30s). Yo estaba con Dios antes de que creara a los ángeles, que son abismos, montañas y voces inteligentes a través de las cuales se hace oír, enviándolos como heraldos, como llamas de fuego, como ministros para el bien de los hombres que son herederos con el Salvador.
El Dios de majestad llamó a Santa Ana sin saberlo ella, planeando todo en su interior; pesando y midiendo, en su compañía, la totalidad de sus obras. Gozó con ella y con la redondez de la tierra porque ella contendría de manera eminente todo cuanto la tierra tenía de excelente. Encontró sus delicias con sus hijos, porque todos los hermanos de Jesucristo son hijos adoptivos de Santa Ana, [1039] y porque así le gusta a su nieto, que busca agradarla en todo, pero en él de manera inefable. Para que participe en los privilegios de su hija, la mueve a decir al Padre eterno: "Este Hijo al que engendras y al que comunicas tu esencia, es también mi hijo, porque tomó mi sustancia de mi hija; yo di a mi hija la carne que ella le dio. Mi hija nació de mí sólo para ser su madre. San Joaquín y yo aportamos la materia que él tomará en nuestra hija por obra del Espíritu Santo, sustancia que tendrá la fuerza viril de concebir. Ella será mujer fuerte, Virgen singular; y yo, la matrona sin par deseada por Salomón. Yo hice todo lo que él menciona en el capítulo precedente.
Adquiero mi valor de todos los fines creados e increados, porque tengo parte en tus tesoros. Mi hija es también tuya; mi hija es madre de tu Hijo, mi hija es esposa del Espíritu Santo. El Hijo que mi hija engendró es tu imagen en la divinidad y la mía en su humanidad. El lleva en sí la palabra íntegra de tu poder. El expresa en su humanidad la fuerza de la gracia que me concede, haciéndome madre del hijo de alegría cuando era llamada impotente y estéril. Al ser rechazada por el sumo sacerdote de la tierra, me encontré madre del Soberano Pontífice del cielo y también de la Iglesia, que vale más que toda la tierra, porque desciende del cielo, al que sobrepasa en dignidad por ser esposa del Verbo Encarnado y dirigida del Espíritu Santo.
Eva fue madre de los hijos de la tristeza porque llevaron sobre la frente la ve (?). Por mí y por mi hija, todos los nuestros van sellados con el dulce nombre de ave. Los hijos de Eva son desterrados, es decir, hijos de la muerte. Los míos son hijos de la vida, pues mi misma hija dio luz a la vida con la que todos sus hermanos por adopción son vivificados. A partir de ese momento, se convirtieron en verdaderos hermanos de mi nieto, e hijos adoptivos míos.
Mi valer es grande en verdad: tanto los hombres como los ángeles me pueden apreciar dignamente. Pertenece a Dios el permitirlo. El corazón de mi esposo Joaquín confió en mí, y no fue sin provecho: le di una hermosa hija en mi vejez, que vale más que todos los hijos e hijas creados; ella es la madre del Eterno, que nos hará bienaventurados todos los días de nuestra vida; es decir, por toda la eternidad.
Hilé juntos el [1040] lino y la lana; el cielo y la tierra se pacificaron en ella. Fui constituida como el navío que viene de lejos porque Dios me destinó desde la eternidad para aportar el pan del cielo: como mi hija es más del cielo que de la tierra, el Hijo que llevará en sus entrañas es el verdadero pan del cielo; pan de vida y vida eterna. Lo traje de muy lejos, engendrándolo en mi vejez con el poder de la gracia, cuando la naturaleza parecía haber fallado, y me contaba ya en el número de los muertos. Se me relegó a la noche de las mujeres muertas, sin generación, pero duré poco tiempo en ella: me levanté y sustenté con una presteza incomparable a mis domésticos, es decir, a mis potencias inferiores, ofreciendo el pan de la alegría a mis siervos me refiero a mis sentidos.
Consideré los campos espaciosos de la divinidad, que deseaba entregarse, aparentando el deseo de venderse a mis pensamientos, palabras y acciones, los cuales le ofrecí. Ella obró en mí un transplante de su propia naturaleza, sobre la que me implanté por la carne de mi hija, a la que concebí, di a luz, alimenté y crié con mi propia sustancia y mis propias manos. La divinidad desplegó la fuerza de su brazo, humillando a los soberbios y afirmando o fortaleciendo mis brazos lo mismo que mis entrañas, para concebir y llevar a esta hija cuyo peso vale más que el de todas las criaturas reunidas. Ella atrajo al todopoderoso desde lo más alto de los cielos, moviéndolo a descender hasta las regiones inferiores de la tierra para visitarme en ellas junto con mis antepasados y mis descendientes.
Desde que gusté la suavidad que emana del trato con la sabiduría eterna, y que al negociar con ella se vuelve uno rico y opulento, quise continuar, para complacerla, este lucrativo intercambio. Ella aportó la luz a fin de que las noches no impidieran nuestras negociaciones. Tuve el valor suficiente para apoderarme de él, y entré en alianza con él a pesar de la conciencia de mi nada.
Tan pronto como lo obtuve como heredad, abrí mi mano a los pobres miserables, ya que mi nombre significa tanto misericordiosa como graciosa. Socorrí con largueza a los indigentes y necesitados y me vi de tal manera revestida de sus favores, de sus gracias y de sus amores, que no temí desgracia, frialdad ni escasez alguna para los míos, a los que di vestidura doble. No temen ellos ni la nieve de los ángeles ni el hielo de los hombres. Dichos resplandecientes espíritus, con frecuencia, y a causa de su entendimiento sublime, miran con semblante [1041] frío la ignorancia de los hombres, por ser superiores a ellos, y porque la suprema majestad los obliga, en ocasiones, a ponerse serios con los hombres a la manera de un buen padre, que dice al profesor: "Ponte serio con mi hijo; no se preocupará de aprender su lección si te familiarizas con él". Yo no necesité corrección. Siempre control‚ mis sentidos: Mi cuerpo estuvo siempre revestido de una amplia túnica, y mi alma adornada con el lino de la inocencia y la púrpura del amor. Me presenté con la majestad de una reina. Mi extracción no degeneró de la de mi esposo Joaquín a causa de la hija que le engendré. Mi esposo se sienta en un trono eminente junto la puerta, entre los senadores o jueces celestiales. Jesucristo es la puerta; mi hija es la puerta. Ni él ni ella menosprecian o dejan en un lugar apartado a su padre. Este niño es la soberana bondad, y su madre el agradecimiento sin par. Es la mejor nacida y la mejor alimentada de todas las hijas creadas. Su hijo increado le enseñó cómo estar sujeta, en el tiempo oportuno, a su padre y a su madre, imitando su obediencia de niño, la de Joaquín y la mía.
He dado estas órdenes a todos los extraños, a fin de que, con respeto y amor, obedezcan a Dios, a sus padres y a sus guías. Mi obediencia me embelleció, honró y fortaleció para producir a la hija que me concedió aquel a quien Isaac prefiguró, que será mi sonrisa por toda la eternidad. El es mi fuerza y mi belleza. Mi nieto es para mí adorno luminoso y un sol que rodea a mi hija, cercándola de gloria en el cielo después de haberla escogido para que lo rodeara durante los nueve meses que se ocultó en sus entrañas virginales.
El me dio el poder de conceder grandes favores. Abro mi boca, que fue colmada por su sabiduría, y mi lengua sólo habla para pronunciar las leyes de su clemencia con mis labios, en los que se ha difundido su gracia. Consideré sus caminos o sus voluntades, que consistían en que trabajara yo por la salvación de las almas. Así lo hice, no comiendo el pan del consuelo en la ociosidad. Al recibir, di a los demás, imitando tanto cuanto me fue posible a la divinidad y humanidad de Jesucristo. La divinidad: tres personas, dos de las cuales operan siempre en el interior, en tanto que la tercera, que es el amor de las dos, las une, las besa y las abraza, por ser su delicado sabat, no produciendo nada en la Trinidad porque en ella todo [1042] se produce.
Dicha persona descendió al inicio del mundo para planear sobre las aguas, y, en la plenitud de los tiempos, obrar en las entrañas de mi hija el misterio de la Encarnación, ejerciendo el oficio de padre y maestro, pudiendo llamarse padre de Jesucristo y maestro suyo, por ser el Hijo que siguió en todo las mociones del Espíritu Santo: Entonces Jesús fue llevado por el Espíritu al desierto para ser tentado por el diablo (Mt_4_1). El ángel dijo a mi hija que el Espíritu Santo descendería sobre ella con el poder del Altísimo, para darle sombra. El hijo que nació de ella trabajó siempre hasta terminar la obra que su Padre le confió. El dijo que su Padre y él obran siempre, refiriéndose con ello a las operaciones internas. Pero no dejemos de mencionar, a pesar de que el Génesis dice que reposó el séptimo día después de la creación, que este ser inmóvil mueve todas las cosas, y que por él todo lo que posee el ser debe a él la existencia, el poder de obrar y el movimiento. El llega a todas partes por su pureza y lleva todo en sí por su poder. El gobierna todo con su sabiduría y da sustento a todo en su bondad. El obra todo en todos. Por esta razón, dijo a sus apóstoles: "Sin mí, nada pueden hacer. Permanezcan en mí, y yo en ustedes".
¡Gran santa! tus hijos y yo, la más pequeña de todas tus hijas, te pedimos eleves nuestros pensamientos tanto cuanto complazca al Altísimo lo hagan para alabarte. Te proclamo, con ellos, dichosa en grado sumo. Jesucristo, tu nieto, y María, tu hija, son dignos de alabarte. San Joaquín conocía tus méritos, y por ello los alaba diciéndote: Amada mía, las mujeres a las que desposaron los patriarcas acumularon riquezas para ellos porque les dieron hijos, honrándolos con ello. Tú, en cambio, las superaste con ventaja en toda virtud y con gran excelencia en la generación, crianza y superación de nuestra hija, habiendo dado al Padre eterno una hija, al Hijo amado una madre, y al Espíritu Santo, amor de los dos, una esposa; al cielo, una emperatriz; a la tierra, una mediadora; a los pecadores, una abogada; a los huérfanos, una madre; y a mí, una hija; una hija que es proclamada digna madre de Dios, a la que él quiso someterse. Cuando haya devuelto su imperio a su Padre, venciendo de antemano a todo con su poder para hacer que Dios sea todo en todos, contemplaremos eternamente que el Verbo Encarnado, por su medio, se sometió a su Padre en cuanto hombre al infinito, lo cual no pudo ser en la eternidad en cuanto Dios.
[1043] El cielo y la tierra rendirán adoración al Hombre-Dios, el cual, a través de su humanidad, se convirtió en adorador de su Padre partiendo de la plenitud de los tiempos hacia la eternidad entera. El Padre tendrá en Jesucristo un súbdito y un adorador que es Dios, porque su persona divina será por siempre inseparable de la naturaleza humana en una unión hipostática que jamás se disociará. El será con Emmanuel, Dios con nosotros. El Hijo engrandece a su Padre, que no habría recibido ninguna adoración digna de las simples criaturas, aun reunidas en su totalidad, si él no hubiera resuelto hacerse hombre para rendírsela, permaneciendo sujeto en obediencia a su santa madre, y en razón de ella, a san José. Si ambos rindieron este honor a san José, tampoco puede serle negado a san Joaquín ni a Santa Ana, su abuela, en cuyo corazón este hijo de gozo le envía mil caricias a cambio de las lágrimas que derramó al verse estéril, que en ese tiempo era un oprobio para cualquier mujer. Este sumo sacerdote rinde un honor indecible a la que fue desdeñada por los sacerdotes de Judea, que compartió con él el fruto de su vientre y de sus manos.
Dios le da a su Verbo, al que engendró de sus entrañas antes de la aurora. Este rocío de la mañana, este fruto bendito, es el Hijo amado del Padre. Es, también, el hijo queridísimo de su madre y de su abuela. Que él sea por siempre nuestro amor; concédemelo por esposo. Si lo recibo de tus manos, podré decir: Poseo al soberano bien gracias a mi abuela. Santa Ana, conviérteme en esposa del Salvador, tu hijo, que es blanco y rojo; el elegido entre todos. Haz que yo lo engendre y lo de a luz en los corazones de tus hijas, que son suyas y mías. Pide a tu digna hija que nos ayude a ser como él desea. Tu nombre nos da la esperanza de esta gracia y favor; no nos decepciones.
Capítulo 187 - La sabiduría divina dispuso que la Transfiguración tuviera lugar en el Tabor después del sexto día, figurado por la creación del primer Adán al comienzo del séptimo, que es el Sabat. Dios, los hombres y los ángeles, están de fiesta con Jesucristo glorioso.
[1045] ¿Por qué dijo el evangelista, seis días después, tomó Jesús consigo a Pedro, Santiago y Juan? (Lc_9_2). ¿No dijo acaso claramente, en el séptimo día? Es éste un gran misterio cuyo entendimiento se reservó el Espíritu Santo, para enseñárnoslo en estos tiempos. La Trinidad obró durante seis días en la creación. El séptimo fue, empero, el coronamiento de todas sus obras, el día santificado por él. Dios hizo su sábado, santificando este día para ser no sólo la corona y guarda de todas sus obras exteriores, sino el reposo total.
Sé bien que podría decir aquí que las dos personas divinas obraron siempre internamente, y que la tercera es su reposo, no obrando nada en la Trinidad porque todo se hace en su producción activa, que él recibe de manera pasiva, ligando a los dos espirantes con un lazo amoroso que es su amor, producido de modo muy único por un solo principio que termina divinamente las divinas posesiones. El es la separación y la estación de los divinos deseos: el término de la voluntad del Padre y del Hijo y su divino principio; él es el delicado sabat de la divina Trinidad, distinto en persona de las otras dos. Su nombre es Espíritu Santo, dulzura y reposo.
Es el recinto de la inmensidad divina, a la que no pueden acercarse las criaturas para investirla ni para abrir en ella brecha por asalto: se trata de una deidad inaccesible a toda otra que no sea ella. Como las operaciones de las dos personas son eternas, la recepción y el reposo de la tercera se hace desde la eternidad. Es privilegio único de la divinidad crear y permanecer en este sabat. [1046] Por una maravilla de amor, ella nos invita a dicha fiesta incomprensible en sus delicias. Vamos, alma mía, con temor y temblor ante su grandeza; pero como su bondad nos invita a quedarnos, adoremos con dulzura al amor, que arrebata mi corazón. Si él quiere que le veamos en el jardín del Edén, allí nos conducir porque lleva a él a los que son sus hijos. Tu ímpetu procede de él. No temas, el amor arroja fuera el temor. Mira cómo, durante seis días, el Dios omnipotente, sapientísimo y bueno sobremanera, obra maravillas. El sexto es el último día de sus obras: habiendo creado al hombre, al que dio todo poder sobre todos los animales de la tierra y las aves del cielo, extiende su poder hasta los peces del mar. Lo hizo señor universal de los árboles, las plantas y todo lo creado bajo el cielo. No le dijo, empero, que reposara en el sexto día, a pesar de que el texto afirma que creó al hombre a su imagen, repitiéndolo en este último capítulo: A imagen de Dios le creó, macho y hembra los creó (Gn_1_27). Yo no veo en este capítulo cómo creó a la mujer, sino que ella fue creada en el hombre, o que la formó en la noche del sexto al séptimo día, al colocar al hombre en el paraíso del Edén.
Me fijo más bien que el capítulo siguiente afirma que Dios reposó al séptimo. No encuentro palabra de creación en este día, aunque sí de bendición, de santificación, de descanso, de alegría, de recreación, al observar todo lo que fue creado en el cielo y en la tierra. Cuando digo recreación, me refiero a deleites. Sin embargo, escucho a Moisés, que dice más adelante estas palabras: Entonces Yahvé Dios formó al hombre con polvo del suelo, e insufló en sus narices aliento de vida (Gn_2_7). Y el hombre fue hecho como alma viviente.
Con anterioridad se dice que el Señor Dios no había hecho llover sobre la tierra, porque el hombre no estaba en ella para labrarla. Lo creó, por tanto, hasta después de haber coronado todas sus obras, sacándolo del lugar donde lo creó y llevándolo él mismo al paraíso de delicias, a fin de que lo trabajase y lo cuidase. Le dio leyes y llevó hasta él a todos los animales, para que los llamara según el conocimiento que tenía de sus características: mas para el hombre no encontró una ayuda parecida a él (Gn_2_20). [1047] ¡Pobre Adán!: Hete aquí rico y pobre. Buscas una ayuda semejante a ti. Vive en ti, pero tú lo ignoras; no pases trabajos. Duerme solamente con el sueño extático que el Señor te envía. Es tu sabat, aunque en realidad sea un descanso. Dios trabajará un poco más: es el Señor quien desea tomar algo de tu costado y moldear una mujer para ti. No le pareció bien que estuvieras solo, por lo que dijo que era necesario crear una ayuda parecida a ti. Parece inquietarse en su sabat si Eva no es llamada o formada en él. Sin embargo, si digo que Dios hizo una efigie para Adán durante la noche del sexto al séptimo día, se me podría objetar: Moisés dijo que descansó. Se confunde una parte con el todo. El tomó un momento del sexto día y otro del séptimo. Reposó y obró: lo uno y lo otro son verdad. ¿Quién puede armonizar las palabras del Salvador, Todo está consumado, y estas de san Pablo: Completo en mi cuerpo lo que falta a los sufrimientos de Jesucristo? En otra parte doy la respuesta; por eso nada digo aquí, aunque tomar‚ lo relativo al nacimiento de la Iglesia, que fue sacada del costado de Jesucristo durante la noche y las tinieblas de la pasión del divino Salvador. Como empezaban a brillar las primeras vísperas del sábado, se bajaron apresuradamente los cuerpos del Salvador y de los dos ladrones. La razón fue el sabat. Jesucristo está muerto, lo está en el sabat; su espíritu salió de su cuerpo; su alma santísima dejó de sufrir para gozar de la gloria a partir de este día, conforme a la promesa que hizo al buen ladrón de que participaría en ella en ese mismo día. Sin embargo, a la misma hora un golpe de lanza abre el costado que ha dejado de ser sensible a los dolores. Su cuerpo reposa en este sosiego. La Iglesia es edificada y formada con esta sangre y agua, que de pasivas se vuelven activas. Por un misterio admirable, fue formada la Iglesia santa, toda hermosa y sin mancha; y desposada en esa misma noche con Jesucristo exánime.
Matrimonio perpetuo, firmado por el Verbo, escrito con su propia sangre, consumado por la unión, es decir, la unidad de cuerpo y espíritu, matrimonio realizado en la fidelidad. Fue entonces cuando el Salvador dio cumplimiento a estas palabras de Oseas: Yo te desposar‚ conmigo para siempre; te desposar‚ conmigo en justicia y en derecho, en amor y en compasión, te desposar‚ conmigo en fidelidad, y tú conocerás a Yahvé. Y sucederá aquel día que yo responderé, oráculo del Señor, responderé a los cielos, y ellos responderán a la tierra; la tierra responder al trigo, al mosto y al aceite virgen, y ellos responderán a Yizreel. Yo la sembrar‚ para mí en esta tierra, me compadecer‚ de No-compadecida, y diré a No-mi-pueblo: Tú Mi pueblo, y el dirá ¡Mi Dios! (Os_2_21).
[1048] El llevó a cabo este matrimonio indisoluble, desposando a la Iglesia a sí para siempre. La desposó para sí en justicia, porque pagó por todos; en juicio, del costado de la divinidad, y de la humanidad en misericordia, compadeciéndose de nuestra naturaleza, de la que sigue apiadándose. Es el pontífice que experimentó nuestras miserias, excepto la ignorancia y el pecado. Se hizo semejante a nosotros. Se desposó en fidelidad eterna, aunque esto sea un misterio de fe. Para hacer visibles estas bodas, dejó un vicario visible en su lugar, porque él es invisible, asegurándole que en verdad tiene las llaves de su poder, para utilizarlas con la potestad que concedió a san Pedro cuando se desposó con la Iglesia. A partir de ese día escuchó a los cielos pedir a los ciudadanos de la tierra para que habitaran en ellos.
San Pablo no encuentra dificultad en afirmar que su conversión fue obra del cielo. Dirigiéndose a los primeros cristianos, les dice: Ustedes son ciudadanos del cielo. Han dejado de ser peregrinos y extranjeros. Dios oye y escucha a los santos, que son llamados cielos, y éstos, a su vez escuchan a los que están en la tierra, que, comparados con ellos, responden al nombre de tierra. Jesucristo, que es fruto sublime de la tierra, escucha al trigo y da respuesta, en virtud del trigo que se ofrece en el altar, a las oraciones y anhelos de la humanidad. El Padre y el Espíritu Santo se complacen en escuchar al trigo de los elegidos y al vino que engendra vírgenes. Dios escucha a los sacerdotes que son ungidos con la unción, y los sacramentos en los que interviene el aceite reciben su eficacia de los méritos del esposo celestial. Dios sembró su gracia en la tierra para otorgar misericordia a los pecadores, que en otro tiempo no la hallaron. Me refiero a la gentilidad, que no era su pueblo. Dios dice ahora: Tú eres mi pueblo y tienes el poder de decirme: "Tú eres mi Dios", porque hice contigo una alianza eterna en el hoy de mis bodas.
Si el primer Adán es figura del segundo, la primera Eva representa la segunda, que es la Iglesia. ¿Por qué no podría yo probar la formación de la primera por la segunda? y ligar o unir la verdad con la sombra, y contemplar el misterio que Dios obra durante el [1049] sueño de Adán, diciéndole: Duerme sin temor. Dios te restituirá muy pronto lo que te quitó. El mismo desea devolvértelo. Edificó una imagen semejante a ti, tu reposo amoroso con la que él te une y enlaza; ella es de tu sustancia, hueso de tus huesos, carne de tu carne. La saca de ti durante la noche de tu delicioso sueño, que es para ti un bello día, día de reposo, día santificado.
Esta noche es luz en tus delicias, para que te ilumine como el día. Eva es noche antes de salir de tu costado, pero en cuanto es formada se vuelve día, hermana y esposa tuya. Dios la tomó y Dios te la devuelve al dártela por esposa y compañera. ¡Matrimonio sin par, hecho y terminado por un Dios, sin intervención de los ángeles! Las tres divinas personas asisten a sus bodas, cuyo adorno es la inocencia y el amor su lazo. Adán y Eva son revestidos de la primera, y alimentados por el segundo, quedando enlazados en esta unión de corazón. No se avergüenzan de su desnudez, que es muestra de la pureza que Dios concedió a nuestra naturaleza antes del pecado.
¿Me atreveré a decir, Sol divino, que ambos cuerpos eran luminosos, por tener en ellos la hermosura de la inocencia? ¿Acaso no estaban revestidos de luz como una túnica que debía perfeccionarse de día en día y pasar de claridad en claridad hasta que fuesen trasladados al cielo empíreo? Cuando mandaste a Adán que creciera y se multiplicara sobre la tierra, fue para procrear hijos de la luz, a fin de que la tierra reflejara, en cierto modo, el cielo y para ser visitados por los ángeles, adquiriendo, ya desde esta travesía, alguna conformidad para estar con ellos al término, a saber, el cielo empíreo. Al gozar del reposo eterno tanto en la gloria, que es la gracia consumada, como en la creación, le diste un inicio de gloria. Qué placer habrá sido contemplar a estas dos primeras bellezas en su encantadora inocencia. Eran las delicias de tu amor y las moradas de tu amorosa majestad. ¿Quién podrá imaginar los deliciosos coloquios que entablaste con su espíritu? Los ángeles del cielo se inclinaban a la tierra para escuchar y comprender estas maravillas. ¿Qué podían decir estos espíritus ardientes y luminosos, [1050] al verte jugar deliciosamente con los señores del orbe de la tierra? Fue como un dulce sabat, un reposo divino que debía durar muy poco tiempo.
La envidia y astucia de la serpiente engañarían a la mujer, ociosa y curiosa; su debilidad se rendiría. ¡Pero, Dios! ¿Quién hubiera imaginado que la efigie admirable que formaste hubiera sido presa tan fácil de la sagacidad de una serpiente? Colocaste guardias suficientes en el paraíso de delicias; ¿por qué no lo hiciste con nuestros primeros padres? Se bien que les diste tu gracia, dominio sobre todo y señorío de su apetito. Eran personas con entendimiento. Su franco arbitrio era capaz de resistir al tentador y rechazar la tentación, y por medio de este acto merecerían la confirmación, a perpetuidad, en la gracia final. Ah, pero fueron débiles y con ello perdieron sus riquezas y hermosura, que se cifraban en la justicia original. Habiéndola perdido por seguir la injusticia del demonio, el hombre, dio primacía a su afecto y descuidó su deber, obrando como los burros, que, impulsados por la sensualidad, dejan que dominen sus apetitos. No merecía ni la gracia ni la gloria, razón por la cual la divina justicia lo expulsó del paraíso terrenal y lo habría privado eternamente del celestial si la misericordia, que prevalece sobre todas las obras de Dios, no hubiera previsto y prevenido este golpe en sus propias entrañas, ante las cuales se presentó Oriente, ofreciéndose para venir en persona obedeciendo la divina moción del Dios inmutable, a visitar la tierra para perdonar al culpable y pagar por el crimen todo cuanto exigiera la severidad de la justicia, satisfaciendo en rigor de justicia todos sus derechos y obligándose, desde entonces, a pagar uno solo por el todo por medio de los desprecios, los dolores, el abandono, las penas, los sudores, las agonías y la muerte, pero una muerte de cruz.
A pesar de ser el Hijo de Dios vivo, fue tratado como hijo del hombre mortal, porque así lo quiso: ofreciéndose a sí mismo (Hb_7_27). Voluntad tan conforme a la del Padre, que llegó a llamar Satanás al apóstol que, movido por un sentimiento humano, deseaba apartarlo de ella: ¡Quítate de mi vista, Satanás! ¡Escándalo eres para mí, porque tus pensamientos no son los de Dios, sino los de los hombres! (Mt_16_23). Afirmó que era necesario anonadarse y cargar cada quien con [1051] su cruz al ir en pos de él, perdiendo su alma para volver a hallarla en la vida eterna. ¿De qué sirve al hombre ganar todo el mundo, es decir, todo lo creado, si pierde su alma? ¡Qué cosa es digna de compararse con el alma creada a imagen de Dios y rescatada por la sangre preciosa de Jesucristo, que es el Hijo amado del Padre, de cuya gloria vendrá en compañía de los ángeles para dar a cada uno según sus obras, y para no retardar la experiencia de la gloria que desea dar a sus elegidos?: Yo os aseguro: entre los aquí presentes hay algunos que no gustarán la muerte hasta que vean al Hijo del hombre venir en su Reino (Mt_16_28).
Seis días después, toma Jesús consigo a Pedro, a Santiago y a su hermano Juan, y los lleva aparte, a un monte alto. Y se transfiguró delante de ellos: su rostro se puso brillante como el sol y sus vestidos se volvieron blancos como la nieve (Mt_17_1s). San Lucas dice que fue alrededor del octavo día, después de que él afirmó que, entre los que iban en su compañía, algunos le verían en la gloria. divino rey de la gloria, ¿Quién podría hablar de tu gloria sino tú mismo?
Sé que en una ocasión dijiste a Isaías: Ahora ven, toma un libro grande y escribe en él con pluma de hombre (Is_30_89). Este hombre, instruido en una corte humana, estaba capacitado para escribir con pluma de hombre en un gran libro. Hoy, en cambio, dices a una pequeñuela: toma un pequeño libro y escribe en él con la pluma de un gran Dios. ¿Cómo poder mostrar esta grandeza en la pequeñez de este libro, si el Verbo humanado no me instruye, lo cual espero de ti, de él y del Espíritu Santo? Pero, divino Padre, ¿Qué testigos me das? Urías, sacerdote, que es tanto como fuego del Señor y Zacarías memoria del Señor, hijo de Baraquías, que significa bendecid al Señor. Bendíceme para que yo te bendiga, Dios de toda bendición.
Envíame a Elías y a Moisés, tu ardor y tu esplendor. Elías inflama y Moisés ilumina. Moisés nos dejó como memorial de tus mandamientos varios libros y las tablas de la ley. Elías perfeccionó el holocausto, ofreciéndose a ti sobre [1052] el altar del carro de fuego en el que subió y fue llevado al paraíso terrenal. Se detuvo en el oriente, donde te adora en espíritu y en verdad, lleno del fervor de tu gloria. Santo Espíritu, todo ardiente, divino Verbo Encarnado, luz de luz, el querubín que lleva en la mano la espada llameante no puede impedirme la entrada de este paraíso, porque al amparo de tu esplendor y del ardor del Espíritu Santo, no temo al querubín de luz ni su espada de llamas. La sabiduría y el amor pasean por doquier en compañía de estas dos divinas personas iguales a ti, recibiendo su origen de ti: únicamente el Hijo de ti, y el Espíritu Santo de él y de ti, también sin dependencia. Me doy valor, divino Padre eterno, para entrar a este paraíso, con el propósito de ver en él, porque así te place, el rostro de tu sustancia, la imagen de tu bondad, el esplendor de tu gloria, el espejo sin mancha de tu majestad, el hálito de tu poder, la emanación sincera de tu claridad omnipotente, el candor de tu luz eterna.
Dime, Señor mío, al llevar contigo a los tres apóstoles y ascender en su compañía el Monte Tabor, que significa elección y pureza, a fin de manifestarles la claridad divina y la pureza humana, ¿por qué te retiras a cierta distancia de ellos? Porque era de noche y el séptimo día aún no alboreaba. Ah, qué noche tan deliciosa, noche más clara que el día porque el divino sol era su luz; noche que iluminó al cielo y a la tierra, al paraíso terrenal y a las regiones de los muertos a la luz de las delicias divinas, como pronto escucharemos de los mismos labios del Altísimo. Para no levantarnos en vano, esperemos pasivamente en este lugar, alma mía, el levante u oriente de este sol, que surge de lo profundo del mar de la divinidad y del de nuestra humanidad.
En María fue oriente a media noche. Cuando el ángel le anunció la Encarnación, su actitud fue pasiva y no activa. Cuando él nació, ella pudo decir: fiat mihi, etc., o bien: Nace de mí según tu palabra. Átame en calidad de esclava tuya, y obra en mí y [1053] sobre mí con toda libertad: te hago cesión de todo mí ser.
El ángel le aseguró que el divino operador de este misterio daría cumplimiento y perfección a su obra; que el santo que nacería de ella se llamaría Hijo del Altísimo. El sería separado de los hombres y de los ángeles, por ser figura de la sustancia del Padre, que lo engendra en el esplendor de los santos, y que por naturaleza poseería en sí la santidad divina y humana.
Por ello se retiró a distancia para orar y mostrar que es el santo de Dios, el cual escogió esta noche para la plegaria. Se aparta de los tres discípulos, demostrando así su humildad, pero mientras se humilla su Padre lo confiesa como Hijo muy amado, en el que se complace desde la eternidad. Al verlo, comprende; al comprender, lo mira. Comprende y mira todo a través de él, por ser la luz que engendra de su fecundo entendimiento, a través de la cual se mira, lo mismo que a toda la creación. Por medio del Verbo creó todas las cosas, a las que da el ser, la vida vegetativa, la vida sensitiva, la vida de razón, la vida de gracia y la de la gloria, cuyo encanto desea mostrar a los ángeles del cielo empíreo y a los hombres de toda ley, sea natural, sea escrita, sea de gracia, congregándolos para hablar de sus estados divinos y humanos, gloriosos y afrentosos, expresando el exceso de sus ignominias. Todo ello podría parecer vergonzoso, porque el Padre eterno no puede sufrir más que su Hijo siga siendo relegado a la ignominia del último de los hombres, bajo la apariencia de un leproso.
Desea que aparezca en su forma gloriosa como el verdadero Hijo de su bondad y belleza. Desea que manifieste su reino cual Hijo de su amor, a los que están destinados para gozar de él durante toda la eternidad, a fin de que puedan decir que el tiempo de sus menosprecios en nada se compara al peso de la gloria, gloria que se encuentra en Jesucristo, en quien reside corporalmente toda la plenitud de la divinidad y en el que se ocultan todos los tesoros de la sabiduría y ciencia de Dios, lo cual demuestra que quienes pierden sus almas y todos [1054] los bienes perecederos por amor del Salvador, se privan de una nada para encontrar un todo, que es el soberano bien y delicia del Padre, el cual experimenta un placer eterno al escucharlo y una felicidad perenne al contemplarlo, ya que por toda una eternidad lo ha visto en sí igual a sí, expresando divinamente todas las perfecciones de su ser divino, que le comunica por vía de generación perfecta.
El Hijo es el término de su entendimiento divino, así como el Espíritu Santo lo es de la voluntad del Padre y del Hijo, su único principio, al que enlaza con un lazo indisoluble y al que rodea con una inmensidad igual a la del Padre y el Hijo, por ser inmenso como el Padre y el Hijo. Al estar en ellos, ellos están en él, porque las tres personas están una dentro de la otra; aunque son distintas, no están divididas, pues la esencia es indivisible.
Contemplemos, empero, una admirable distinción en el Tabor: el Verbo Encarnado se aparta de los tres que escogió, para subir con él. Consideremos cómo se retiró para unirse, mediante la oración actual, con el divino Padre por el Espíritu Santo, que es el ecónomo de todas sus operaciones, sin privar al Hijo de la acción que le es común con las otras dos personas a través del espíritu de fervor. Se introduce a la oración de Dios. Aparece divino, transfigurándose en la claridad de su gloria, manifestándose exteriormente en su forma divina tanto cuanto la gloria visible puede representarnos la invisible.
El resplandor de su rostro nos manifestó que él era el esplendor de la gloria del Padre, el verdadero oriente engendrado por él antes del día, la figura de su sustancia y la imagen de su bondad y belleza; que era el deseado de los collados eternos; que este rostro es el objeto amoroso que los ángeles desean contemplar en todo momento; rostro que resplandeció como el sol, mostrando que era luz de luz, Dios de Dios, Dios verdadero del verdadero Dios, engendrado y no creado, como nos dice la voz del Padre al confesar a su amadísimo Hijo.
Nació antes de todos los siglos, que fueron hechos por él, para continuar proclamando el nombre del Padre a los siglos futuros. Por la salvación de los hombres, quiso descender a la tierra, tomando un cuerpo en las entrañas de una virgen, cuya pureza es blanca como la nieve, lo cual demostró a través de sus [1055] vestiduras, que resplandecían de blancura al grado que el evangelista afirmó eran semejantes a la nieve. Dicha transfiguración nos permite ver la divina Encarnación tanto cuanto puede sernos visible. El rostro que resplandece como un sol nos representa al Verbo divino, que es luz divina. El sol calienta y produce ardor junto con su luz; este sol, sin embargo, no derrite la nieve de los vestidos del Verbo Encarnado, que parece no deber subsistir en ellos, debido a que el sol tiene la propiedad de fundir la nieve.
Es preciso confesar que hay un misterio incomprensible y desconocido a los hombres, que deben creer que la sustancia del Verbo sostiene a esta naturaleza comparada a la nieve, y que el Dios todopoderoso obró esta maravilla desde el primer instante de la Encarnación, para que se prolongara por siempre: jamás dejará lo que una vez tomó, y la Virgen es y seguirá siendo madre sin lesión de su virginidad.
La transfiguración de hoy me lleva a escuchar estas palabras: Hoy se declara un misterio admirable: Dios se hace hombre renovando nuestra naturaleza. Lo que ya existía, permanece; lo que no, es asumido sin que se ocurra en ello mezcla ni división. Podría exclamar en este día: admirable misterio es contemplar el rostro del Verbo Encarnado como un sol en pleno mediodía, brillando a plomo sobre sus vestiduras de nieve, sin destilarlas como agua. Ello me basta para creer en este hombre Dios y adorarlo, aun cuando Moisés y Elías se ausentaran del todo. ¿Acaso no proclama en alta voz el Padre Eterno: Este es mi Hijo amado, en quien me complazco, escuchadle? (Mt_17_5).
Padre divino: al ver a Jesucristo transfigurado, y por tener el don de la fe, podría yo creer que él es el Dios de Elías y de Moisés y adorarlo por creer que es tu Hijo amadísimo, sin necesidad de que resonara una voz tan fuerte en la bajeza de nuestra tierra. San Pedro lo aprendió bien de ti en los cielos, hasta los que elevaste su entendimiento de manera inefable. Sin ruido de palabras, le concediste un sublime conocimiento, me parece, a manera de un rayo brillantísimo en medio del que no pudo decir: Bueno es estarnos aquí (Mt_17_4). Vio claramente que no era necesario levantar tiendas a las tres hipóstasis, que habitan en una luz inaccesible a las criaturas, residiendo una dentro de la otra mediante su divina circumincesión.
El Padre se lo mostró como el Hijo del Dios vivo, y no como hijo de hombre mortal que debía morir. [1056] El buen san Pedro aprendió poco después de su confesión de fe, de labios de su maestro Jesucristo, que éste debía morir, lo cual disgustó a la carne y a la sangre. Oyó hablar de tan afrentosa muerte, que le pareció abyecta para un Hombre-Dios, cuya sola belleza corporal, sin hablar de la belleza de su alma, de su divinidad, pudo causar tanta dicha en los tres apóstoles, y retener a Moisés y a Elías sobre esta montaña con Jesucristo, el cual les permitió tratar familiarmente con él acerca de las etapas de su vida. Tuvo la osadía de decir a su maestro, cuyo oficio de carpintero conocía, que entre todos fabricaran tabernáculos: uno para él, uno para Moisés y otro para Elías, haciendo a estos últimos iguales al único Hijo del Altísimo, quien hizo aparecer una nube brillantísima que los cegó con la intensidad de su luz, que es tinieblas para los mortales. Desde ella, el Padre proclamó con voz fragorosa: Este es mi Hijo amado... Escuchen lo que dice, y no los desvaríos de Pedro, que no sabe lo que dice. Si pensó rendir honor a la trinidad humana, despreció a la divina al igualar a los servidores al Hijo único del Padre, que es rey de la humanidad y de los ángeles, el cual se sentará con él en el trono de su grandeza por encima de los cielos, convirtiéndose en el cielo más alto después de visitar las regiones inferiores de la tierra, para iluminar a los que creen en él como creador, redentor y glorificador. El es el Verbo Encarnado, que habla dignamente de todas las cosas. Escúchenlo desde la eternidad.
El divino Padre se complació y se complace al oírle hablar como Verbo divino. En cuanto Verbo Encarnado, habla de todo de manera divina. Me atrevo a decir que sus palabras son teándricas, divinamente humanas y humanamente divinas. Si esto se dijo de sus acciones, ¿no podré aplicarlo a sus palabras? Pero, habla, Padre eterno, en favor de tu Hijo divino y humano. Lo que él es desde la eternidad conmigo, lo será con ustedes hasta la infinitud. Era Hijo de Dios y jamás dejará de serlo; pero en la plenitud de los tiempos, se hizo hijo del hombre tomando en una virgen la naturaleza humana, que jamás abandonar. Será el Verbo Encarnado en toda la infinitud. Escuchen sus palabras; son misterios que él mismo les aclara, descubriéndoselos para que los conozcan. A las demás personas habló en parábolas. Ustedes escucharán un día la sabiduría y la gloria de la cruz, que será locura para los gentiles y escándalo para los judíos, que [1057] no comprenden la eminencia de esta ciencia. El apóstol clavado a ella entenderá bien lo que significa Jesucristo crucificado, después de haberlo visto glorificado.
Volvamos para ver a los tres discípulos, que se asombran de tal manera al oír la voz de trueno paterna, que caen por tierra sobre sus rostros, presas de gran terror; pero el que porta y soporta todo y que es la misma bondad, los toca dulcemente, acercándose a aquellos de quienes se había apartado al estar glorioso, mostrándose en su manera sencilla y diciéndoles eficaz y amorosamente: Levantaos, no tengáis miedo. Mi amor echa fuera su temor. Ellos alzaron sus ojos y ya no vieron a nadie más que a Jesús solo (Mt_17_7s).
A nadie vieron sino al Salvador solo, lo cual da a entender que nadie sino Jesucristo es Salvador de la humanidad. No se nos dio la salvación en nombre de Moisés y Elías; no fue por su medio que se obró la redención copiosa. Fue por el humilde Jesús, que desciende de la montaña de gloria con humildes sentimientos. De la abundancia del corazón habla la boca. Y cuando bajaban del monte, Jesús les ordenó: "No contéis a nadie la visión hasta que el Hijo del hombre haya resucitado de entre los muertos" (Mt_17_9). Estaba sumergido con tanto amor en el pensamiento de sus dolores y menosprecios, que pareció olvidarse de su gloriosa y divina filiación, para hablar únicamente de su filiación humana y dolorosa. Salieron del bautismo de gloria, en que su Padre fue, por cuarta vez, su padrino.
El primero tuvo lugar en el tiempo de la Encarnación, bautismo que duró hasta la circuncisión, en que le fue dado o impuesto por su madre y san José el nombre pedido por el Padre, cuyo divino mandato recibieron de labios del ángel o de los ángeles, si es que el ángel que anunció la Encarnación no fue el mismo que advirtió a san José no dejara a la Virgen, que había concebido del Espíritu Santo, la cual le engendraría un Hijo por obra de dicho Santísimo Espíritu, al que daría el nombre de Jesús, el cual debía salvar a la humanidad librándola del pecado, que era su perdición.
El tercer bautismo fue de agua en el Jordán, donde el Padre le impuso el nombre de Hijo amadísimo, nombre que repitió en el Tabor cuando [1058] fue bautizado con el glorioso bautismo al que dio sombra la nube para ocultar a los ojos humanos el sol increado que apareció sobre la faz creada del Hombre-Dios, que fue proclamado por el Padre eterno Hijo suyo amadísimo y objeto de sus delicias.
El quinto bautismo tuvo lugar en la Pasión, bautismo de sangre que urgió al Salvador de una manera que no quiso expresar claramente, por lo que se dio en medio de las tinieblas, en las que el Padre de las luces pareció abandonar al Hijo de dolores en un abismo de sufrimientos que había destinado al hombre, del que era hijo, cuyas penas heredó y aceptó con filial bondad. Es éste es el cordel de su heredad, según expresó al decir que los lazos de los pecadores lo rodearon, y en otro lugar: Las olas de la muerte me envolvían, me espantaban las trombas de Belial (Sal_18_5). Mi amor, más fuerte que la muerte se abrió a los dolores de la muerte, permitiéndoles que me rodearan y asaltaran con sus embestidas mi parte inferior, que estuvo triste hasta la muerte, sufriendo aflicciones, pesadumbre, indecibles sudores de sangre y orando intensamente hasta la agonía, al pensar en los pecadores culpables de lesa majestad divina, que no aprovecharían mis sufrimientos, y se obstinarían como el infierno.
Todos estos males atacaban el corazón digno de piedad del divino Salvador, que pagó tanto por los r‚probos como por los que se salvarían, aceptando su doloroso bautismo para bautizarnos con su sangre, muriendo para servirnos de sepulcro y sumergiéndonos en su sangre aun después de su muerte, haciendo abrir la tierra de su costado para encerrarnos en el ataúd de su corazón. Por ser el primer viviente y el último en morir, Jesucristo es el primogénito entre los muertos, el primogénito de muchos hermanos y el mayor de todas las criaturas. Su divino corazón pareció vivir después de la muerte, ya que el mismo amor que lo movió a ofrecerse a ella desde el origen del mundo, lleva en sí los méritos de su vida y las marcas de su muerte desde toda la eternidad.
El aparecerá ante el trono de gloria con sus llagas, para responder a las personas que lo interrogan con amorosa curiosidad: ¿Qué son estas llagas en medio de tus manos? a lo que responde: Fui herido con ellas en casa de los que me amaban. Recibí estas llagas amorosas en la casa del amor. Las guardo con cariño. [1059] Las considero como trofeos, porque son las insignias de mi fidelidad a mi Padre, y de mi amor a los elegidos.
Los condenados, insensatos y arrogantes en sus expresiones, que muestran su ingratitud, por no haber estado dispuestos a conocerme en mis sufrimientos, me dirán con rabia: ¿Y por qué está de rojo tu vestido, y tu ropaje como el de un lagarero? Yo les responderé: "El lagar he pisado yo solo, de mi pueblo no hubo nadie conmigo". Los pisé con ira, los pateé con furia. ¿Por qué no estar justamente indignado contra estos obstinados, cuya sanguinaria malicia me hizo aparecer sin forma o apariencia? y salpicó su sangre mis vestidos, y toda mi vestimenta he manchado. ¡Era el día de la venganza que tenía pensada! (Is_63_2s).
Ellos despreciaron el tiempo de mi redención, que vino y seguirá viniendo eternamente. Yo, en cambio, me alegrar‚ en compañía de los fieles que la han aprovechado, los cuales permanecerán sumergidos eternamente en el bautismo de mi gozo, sin temor de que les sea arrebatado. Escucharán en general el dulce nombre de hijo adoptivo, y en particular el nombre nuevo, que es mejor que el de hijo e hija, porque expresa mi voluntad, es decir, mis complacencias en ellos con elogios que escucho y les haré escuchar en el secreto amoroso del tálamo nupcial, poniendo mi mano izquierda bajo su cabeza y abrazándolos con mi derecha por toda la eternidad.
Estarán siempre libres de todo mal, y eternamente colmados de todo bien. ¿Qué transfiguración, qué configuración pero qué transformación, que se puede llamar deificación? Cuando contemplo la gloria que recibe del exterior, me parece que el alma no puede subir más alto, ni el cuerpo ser más dichoso, ni el amor ser más glorioso que al transformar en sí a la criatura, pues la gloria que posee en su esencia divina es eterna, inmensa e infinita. El la comprende en su totalidad; sólo él puede hablar de ella pertinente y dignamente. Yo, en cambio, sólo puedo adorarla humildemente, confesando su excelencia en medio de mi respetuoso silencio, admirando al más bello de los hijos de los hombres, al Hijo amadísimo del divino Padre, sobre el que reposa el Espíritu Santo, intensificando el deseo de los ángeles de contemplar su rostro adorable, como dice la palabra santa: Fue enviado del cielo el Espíritu Santo, al que ansían contemplar los ángeles (1P_1_12).
[1060] Todos ellos se extasían al verlo brillar sobre el Tabor, elevado a la gloria de Hijo del Altísimo: Porque recibió de Dios Padre honor y gloria, cuando la sublime Gloria le dirigió esta voz: "Este es mi Hijo muy amado en quien me complazco" (2P_1_17); él nos habla por sí mismo, diciendo que nos pongamos en pie, que nada temamos. Es él quien apacigua toda inquietud, para darnos su paz y hacernos reposar en él. Todo esto transcurre en un delicioso sabat
Capítulo 188 - Triunfo que la divina bondad quiere conceder a quien camina por sendas de justicia, unido a una gracia de bendición que crece y florece como la azucena, para el bien de Francia. 25 de agosto de 1635.
[1061] El 25 de agosto de 1635, a eso de las tres de la mañana, gocé de visiones en gran manera admirables.
Me pareció estar en espíritu cerca de la iglesia de la Compañía de Jesús en Roanne, dedicada a san Miguel, príncipe de los ángeles. En una plaza muy vasta, vi una inmensa multitud de personas que asistía a un triunfo maravilloso. Vi dos niños hermosísimos, apenas entre los 10 o 12 años, que parecían ángeles dotados de una hermosura sobrehumana. Montaban dos caballos blancos como la nieve, que me parecieron muy misteriosos porque volaban y caminaban, todo a una. Ambos caballos parecían guiar a sus caballeros, en vez de ser dirigidos por ellos.
Cada niño llevaba una oriflama o estandarte rojo carmesí, que los envolvía y cubría sus caballos a manera de funda. Dichos estandartes, por un poder oculto, se plegaban y alejaban por si mismos uno del otro en forma de columnas, las cuales, apoyadas sobre los caballos, subían hasta el cielo, quedando abiertas en lo alto como estando dispuestas a recibir fortaleza y plenitud del cielo y nada de la tierra. Ambos estandartes se trasladaban y flotaban por su propio poder, sin necesidad alguna de la mano de los niños, a los que protegían diestramente como a príncipes muy prometedores.
A ellos siguió un venerable anciano de cabellos blancos como la nieve, de elevado talle y rostro lleno de majestad. Llevaba un gorro rojo en la cabeza y una lámina de plata sobre la frente, admirablemente trabajada, de la que nacía una corona de oro fino terminada en punta. Le siguió otro que llevaba al Santísimo Sacramento, al que sólo vi a medias porque su [1062] espalda iba vuelta hacia mí.
Percibí bien, no obstante, la acción que ejecutaba. Había un tercero encargado de las ceremonias, que iba y venía de un lado a otro, pareciéndome que procedía de los dos anteriores. Estas tres personas me arrobaron de suerte que no presté atención al resto de la celebración triunfal, incluyendo a las personas que asistían a él.
Lo que más me asombró fue oír al buen anciano pronunciar con majestad admirable estas misteriosas palabras: Alaba a Dios, alaba a la madre, alaba a Judá. Nadie pudo responder a sus palabras, que se llevaban consigo mis pensamientos. Volví en mí sólo para permitir que me invadiera una sorpresa que me hizo sufrir. Ello se debió a que vi un gentío presenciando todo esto, pero sin prestar atención ni manifestar admiración alguna ante esas palabras pronunciadas con tanta majestad, en las que la divinidad se complacía. Permanecí en un respeto indecible, esperando humildemente que el Verbo Encarnado me instruyera en todo lo referente a dichas visiones.
La víspera de Santo Tomás, en 1636, alrededor de las siete de la tarde, entré en nuestra capilla para encomendar un asunto que concernía a su majestad y para obtener la bendición y la fecundidad tan deseada para Francia.
Vi entonces una palma y fui introducida en el jardín de mi esposo. El jardinero era admirablemente hábil, produciendo y plantando flores deliciosas en medio de todas las que vi. Fueron cortadas dos hermosas azucenas de largos tallos, que una persona invisible a mis ojos colocó sobre mis hombros, sin que resintiera el peso de tan florida carga. Aprendí que dichas azucenas eran dos flores que debían alegrar a Francia a su debido tiempo, las cuales procedían del hermoso árbol que me fue mostrado en el año 1625, y que el Verbo Encarnado deseaba recrearse en la dulzura y aroma de esas flores, como me lo aseguró en la capilla de Nuestra Señora des Chazeaux el 3 de octubre de 1627, todo lo cual escribí con detalle el día seis del mismo mes y año.
El R.P. Voisin podrá dar fe de todo cuando aquel que no puede mentir manifieste el efecto y verdad de sus repetidas promesas. Una sola de estas palabras es portadora de varios misterios, según la expresión de David: El habló una vez y este profeta, divinamente iluminado, entendió dos cosas: Dios ha hablado una vez, dos veces, lo he oído: Que de Dios es la fuerza, tuyo, Señor, el amor; y: Que tú al hombre pagas con arreglo a sus obras (Sal_62_12).
Capítulo 189 - Deseo de mi alma de dejar las cosas perecederas para poseer a Dios, al que ofrecí un festín con sus mismos santos.
[1063] El día de san Lorenzo, considerando el martirio de este santo, y ayudada por la fuerza de la gracia, elevé mi espíritu a mi amor, representándome su cuerpo sagrado horadado y extendido en la cruz como sobre una parrilla en la que ardía el encendido fuego de la divinidad, por el que deseaba ser consumida. Supliqué a mi amado que, en vista de que ya me había asado en la melancolía, se dignara voltearme del lado de la confianza en su bondad, arrancándome de todo afecto a las criaturas, y me recibiera sobre este altar como un holocausto de amor sagrado. Su bondad no rechazó mi oración, dándome a entender que su Padre me recibía en olor de suavidad en razón de sus méritos, que aportaban dicho aroma a mi ofrenda. Gracias a él fui aceptada en misericordia y compasión.
Invité a mi divino amor a un banquete que quise prepararle, en el que san Lorenzo sería la carne, san Vicente, el vino; san Esteban el agua, debido a que la plenitud de gracia es comparable al agua; y san Ignacio, el pan. El amor divino sugiere miles de ideas. Recibí a cambio un espíritu de desdén y menosprecio de todas las criaturas, pudiendo decir con san Lorenzo: Querido amor, he mirado con complacencia, durante largo tiempo, su engañosa vanidad. No deseo ver más que tus verdades permanentes, como san Vicente. Las rosas de este mundo no pueden retenerme en él; no deseo más vivir de mi propia vida, sino morir a mí para vivir en ti. San Ignacio dijo, al dirigirse al martirio, que comenzaba a ser tu servidor y que no deseaba ya cosa alguna que el ojo mortal pudiera ver en este mundo, por el que rogaste; mundo que es incapaz de ver y recibir tu espíritu.
Ábreme, querido amor, los cielos de tu bondad para poder contemplarte a la diestra del divino poder, del que te pido me revistas. Recibe mi espíritu y perdona mis pecados y los de toda la [1064] humanidad. Si me es permitido ofrecerte esta oración, la hago postrada de rodillas especialmente por aquellos que pueden haberme ofendido. No quiero guardar resentimiento con nadie, y sí introducir los carbones ardientes de la caridad y el amor que tú concederás por misericordia a mí y a ellos. Recibe mi oración como incienso aromático de manos de estos santos diáconos y del gran pontífice Ignacio, unidas al festín que te presento por su mediación. Perdona querido amor, la libertad que me tomo. Tu bondadosísimo Espíritu me concede esta audacia, confiándome a tus méritos.
Capítulo 190 - La grandeza de san Luis reside en el odio al pecado y el amor que tuvo a Dios.
[1065] ¡Cuán terribles son estas palabras: Lejos de los impíos la salvación, pues no van buscando tus preceptos! (Sal_119_155). Estas, sin embargo, son aun más espantosas: ¿Qué tienes tú que recitar mis preceptos, y tomar en tu boca mi alianza, tú que detestas la doctrina, y a tus espaldas echas mis palabras? Si a un ladrón ves, te vas con él, alternas con los adúlteros; abres tu boca al mal, y tu lengua trama engaño (Sal_50_18s).
No existe proporción de lo finito a lo infinito: hay una distancia inmensa del pecado a la gracia. Dios no quiere que los pecadores hablen de su justicia, ni que su boca pronuncie las palabras de su Alianza. Prohíbe al pecador, mientras está en pecado, recibir la palabra del Testamento, tomarla de sobre el altar, recibir a Jesucristo sin estar preparado, por ser ésta la carne de Dios. El apóstol fulmina su anatema contra los que no aman al Señor Jesús, clamando en contra de los que hollan bajo sus pies la sangre del Testamento y que, mediante su pecado, crucifican nuevamente, en tanto que permanecen en él, a Jesucristo.
San Juan, el discípulo amado, dice que Dios es luz y que en él no hay tiniebla alguna: Pero si caminamos en la luz, como él mismo está en la luz, estamos en comunión unos con otros y la sangre de su Hijo Jesús nos purifica de todo pecado (1Jn_1_7).
No podemos ignorar que todos somos pecadores; afirmar que estamos sin pecado sería engañarnos y mentirnos a nosotros mismos. Podemos asegurar que fuimos lavados por la sangre de [1066] Jesucristo, que nos libró de las potencias infernales para ser luz y gracia, dándonos un nuevo nacimiento. Todo el que no obra la justicia no es de Dios (1Jn_3_10), porque somos justificados por Jesucristo, al que el Padre nos envió. En esto se manifestó el amor que Dios nos tiene: en que Dios envió al mundo a su Hijo único para que vivamos por medio de él (1Jn_4_9). El nos amó primero. Debemos amarlo y odiar el pecado a imitación de san Luis. De este modo, poseeremos la sabiduría de Dios, que es contraria a la del mundo, que es necedad. Por eso el sabio dice que el número de los necios es incontable: Los necios son infinitos en número. Su demencia es incorregible a causa de su perversidad.
El comienzo de la sabiduría es el temor de Dios. Luis, como todo un sabio, imprimió en el espíritu de su hijo el temor al pecado. Dios se mostró formidable en el trance del pecado al castigar a Lucifer y sus secuaces, pecado que los desfiguró de suerte que su esplendorosa belleza se transformó en horrible fealdad, que no tuvo ya lugar en el cielo. El centro de la tierra se avergüenza de albergar al pecado. Será, por siempre, el desorden y el horror. Las tinieblas palpables reciben a los pecadores para retenerlos en las moradas infernales por toda la eternidad: Allí será el llanto y el rechinar de dientes (Mt_25_30). Al perder la alegría celestial, reciben por heredad la tristeza infernal.
Dios creó al ángel y al hombre para colmarlos de delicias y de gozo. El pecado cambió el designio de su bondad infinita, que se ama esencialmente y que aborrece el pecado por ser contrario a su esencia. Colocó al uno y al otro en un paraíso: uno celestial y el otro terrenal; el fin de su felicidad era la gloria infinita mediante la visión y fruición beatíficas, que consisten en la misma beatitud y soberana dicha del Dios inmortal, que odia la muerte que engendró el pecado. Por el pecado entró la muerte. Sólo juzgó digno de manifestar su poder para combatirla con vigor, al Señor de los ejércitos, al que envió para dispersar las fuerzas de los demonios, que Job consideró fortísimas por no imaginar en la tierra, antes de la Encarnación, poder alguno que las igualara. El Señor de los ejércitos vino para destruir al pecado, que le causó la muerte una vez, a fin de que Dios viva y reine por siempre.
[1067] Pecado que no pudo darse en Jesucristo. Por ser la misma gracia, preguntó: ¿Quién de ustedes me argüirá de pecado? (Jn_8_46). Por ello su Padre lo ungió con óleo de alegría con preferencia a todos sus compañeros: es decir, lo hizo rey de reyes, que lleva escrito en su túnica y muslo: Rey de reyes y Señor de señores (Ap_17_14). El es impecable por naturaleza, y su madre por gracia. A través de su naturaleza divina, lleva grabado sobre el muslo el título de rey; por su naturaleza humana, lo lleva escrito sobre sus vestiduras; es decir, sobre su humanidad, que tomó de su madre, que es Reina de reinas, la toda pura, la más perfecta imagen que la divinidad haya expresado de sí misma entre las meras criaturas. Por esta razón, podemos llamarla imagen infinita de la divinidad y forma de Dios por una divina y singular participación o gratificación amorosa, ya que él se complació en mostrarla, después del Verbo, como candor de su luz, imagen de su bondad y belleza, al grado de llevar eminentemente y por encima de toda criatura, el nombre de blanca reina que engendró al Hijo impecable por naturaleza, cuya blancura rebasa la de la nieve, la cual extasía a la humanidad, a los ángeles y aun al mismo Dios, que proclama con fuerte voz: Este es mi Hijo amado, en quien me complazco (Mt_17_5). Al verla sobre la faz y vestidura de Jesucristo, el Padre eterno parece arrobarse, y el Espíritu Santo con él, ocultándolo en forma de nube a manera de una celosía.
La buena Reina Blanca, madre de san Luis, amaba a su hijo con un amor sobrenatural, diciéndole que preferiría verlo morir ante sus ojos, a verlo cometer un pecado grave, que es semejante a morir en presencia del Dios vivo, sabiendo que morir de esta muerte en sus manos es algo espantoso: ¡Es tremendo caer en manos del Dios vivo! (He 10_31). Supo imprimir tan bien estos principios en el espíritu del santo rey, que mereció reinar en el cielo después de haber reinado en la tierra. Más bien reinó en el cielo antes de reinar en la tierra, porque estar en gracia y conversar desde la infancia con los ángeles y con Dios es reinar divinamente: Por mí los reyes reinan y los magistrados administran la justicia. Por mí los príncipes gobiernan y los magnates, todos los jueces justos. Yo amo a los que me aman y los que me buscan me encuentran (Pr_8_15s).
[1068] San Luis era despertado de madrugada por su madre, que le aconsejó velar a la puerta de su puro candor, lo cual lo acercó al Dios que lo hizo rey por gracia y por gloria, previniéndolo con la dulzura de las divinas bendiciones y colmándolo de riquezas de gloria y de justicia, de manera que pudo decir: Conmigo están la riqueza y la gloria, la fortuna sólida y la justicia. Mejor es mi fruto que el oro y las piedras preciosas, y mi renta mejor que la plata fina (Pr_8_19).
Es una gloria para el reino de Francia el haber tenido un rey tan amado de Dios, que mantuvo su corazón en sus divinas manos: Corriente de agua es el corazón del rey en la mano de Yahvé, que él dirige donde quiere. Al hombre le parecen rectos todos sus caminos, pero es el Señor quien pesa los corazones (Pr_21_12). Dios dividió las aguas de las aguas después de haber hecho el firmamento en medio de las aguas: E hizo Dios el firmamento y apartó las aguas de por debajo del firmamento, de las aguas de por encima del firmamento. Y así fue. Y llamó Dios al firmamento cielos (Gn_1_6s).
Es privilegio de Dios dividir las aguas de las aguas y crear un rey que es como un firmamento en medio de las aguas. Es propio de su sabia bondad escoger un rey en el seno de la inquieta naturaleza humana, que tiende a derramarse hacia abajo, y que se turba por poca cosa, porque el hombre se deja llevar por sus pasiones desordenadas. El rey que está por encima de todos sus súbditos estaría por debajo de los vicios si Dios no tuviera su corazón entre sus manos para dirigirlo, separando las imperfecciones que los reales placeres pueden causar en su soberano corazón si se deja llevar por los sentimientos naturales y las lisonjas de los cortesanos de la tierra, que viven en bestial voluptuosidad sin saborear jamás las cosas de Dios.
El hombre no es animal, etc. San Luis las gustaba, las saboreaba y las recibía en las bodegas divinas. Con frecuencia exclamaba: Oh Dios de mi corazón, ¡cuán deleitables son tus dulzuras en mi palacio! Son más dulces que un panal de miel cuando las bebo a grandes tragos en los hospitales, después de que estos pobres las han rechazado. Sus manos cubiertas de lepra dan horror a los ojos humanos, pero al verlas con mirada angélica por tu amor, todas me parecen oro purísimo. Están hechas a torno, y encuentro el licor que destilan más delicioso que la ambrosía y el néctar. Caigo en un divino y amoroso entusiasmo después de saciarme santamente en esta divina mesa. Los pies de los pobres son más dignos de honor que el empíreo, porque tú te humillaste muy por debajo de los doce a los que llamaste al apostolado.
Tú dijiste: lo que hagan al más pequeño de estos pobres, a mí me lo hacen; y te respondo, Dios mío, el potaje que comí al lado de este pobre me pareció una pócima deliciosísima por haber salido de las manos de tu divinidad. Cuando los hombres y las mujeres de mi reino consideraban un deshonor lo que hacía yo delante de tus arcas místicas, reputándolo por acción indigna de un rey, decía yo en mi corazón saltando de gozo como el rey profeta: Danzar‚ y me haré más vil todavía; ser‚ despreciable ante mis ojos; pero a los de las criadas, de que has hablado, parecer‚ más glorioso (2S_6_22).
Gran santo, me parece escuchar a los necios del mundo, a quienes pareció necedad la sabiduría divina que te condujo así como guió al rey que fue según su corazón. Llenos de rabia y furor a causa de los tormentos que los oprimen, vociferan diciendo: Este es aquel a quien hicimos entonces objeto de nuestras burlas, a quien dirigíamos, insensatos, nuestros insultos. Locura nos pareció su vida y su muerte, una ignominia. ¿Cómo, pues, ha sido contado entre los hijos de Dios y tiene su herencia entre los santos? Luego vagamos fuera del camino de la verdad; la luz de la justicia no nos alumbró, no salió el sol para nosotros. Nos hartamos de andar por sendas de iniquidad y perdición, atravesamos desiertos intransitables; pero el camino del Señor, no lo conocimos. ¿De qué nos sirvió nuestro orgullo? ¿De qué la riqueza y la jactancia? (Sb_5_7s). He allí al santo Rey David en compañía de san Luis Rey, de los que reímos con sorna. Nosotros somos los insensatos, por menospreciar su santa vida y considerar su fin sin honor, diciendo que éste no mostraba al mundo la gloria que su reinado les había ganado sobre el espíritu de los humanos.
Hemos cambiado de parecer al verlos ahora en el número de los hijos de Dios y que su suerte está entre los santos. Nos dimos cuenta de nuestro error en cuanto llegamos al término; erramos por el camino, siguiendo más bien la mentira que la verdad y la justicia; la verdadera luz no nos alumbró, ya que optamos por las tinieblas, [1070] cerrando la puerta de nuestro entendimiento al sol de la inteligencia, que no se levantó para nosotros porque negamos la entrada a su luz ¡Ay cuán infortunados somos por haber persistido en el camino de iniquidad y perdición! No tenemos punto de reposo en nuestra caminata, que proseguimos por sendas tortuosas. Al ignorar con toda malicia los amables caminos del Señor, ¿de qué sirvió nuestra soberbia, y qué gloria obtuvimos de nuestras aparentes riquezas, que nos esclavizan en estas angustias, hundiéndonos en la desesperación por toda la eternidad?
Nuestros falsos placeres se desvanecieron como una sombra y como el mensajero urgido a llevar la noticia; como un navío empujado por el viento sobre las olas agitadas de las aguas, como pájaro de paso que se abre camino batiendo las alas, de cuyo vuelo sólo percibimos un rumor al hender el aire y como una saeta disparada, que divide el espacio para que éste refluya al instante sobre sí. De todo esto no podemos mostrar vestigio alguno; somos como si nunca hubiéramos existido. Nuestra vida no merece un ser. ¡No así los impíos, no así! Son como polvo que se lleva el viento (Sal_1_4).
Ciertamente ninguna señal de virtud pudimos mostrar, y nos consumimos en nuestra maldad. Así discurren en el infierno los pecadores... Al contrario, los justos vivirán eternamente y su galardón está en el Señor (Sb_5_13s). Su recompensa está en la casa del Señor. El mismo es su magnánima gloria, es decir, ilimitada. Su sublime entendimiento habita con el Altísimo, que los eleva mediante el conocimiento de una ciencia eminente y una sabiduría divina. San Luis y David tuvieron esta dicha: Recibirán de mano del Señor la corona real del honor y la diadema de la hermosura; pues con su diestra los proteger y los escudará con su brazo (Sb_5_16).
De un reino pasaron a otro; de la tierra, al cielo, donde recibieron un hermoso reino y una corona finísima de mano del Señor, cuya diestra los dirige y cuyo santo brazo los defiende de todos sus enemigos. Las manos del Señor, que están moldeadas en el torno del amor, concede coronas innumerables para toda una eternidad. El no se arrepiente de sus dones porque es la soberana bondad y belleza. Es, en sí mismo, comunicativo; es [1071] la gloria esencial que otorga a sus bienaventurados reyes en el empíreo, los cuales volaron más allá de los cielos y, al despreciar la tierra, recibieron la corona de santidad de manos del santo de los santos, al que imitaron con sus cruces y mortificaciones, ofreciéndose en sacrificio por su amor, que los convirtió en holocaustos perfectos, de los que él mismo fue el más perfecto. David, conociendo bien sus intenciones, exclama: ¡Congregad a mis fieles ante mí, los que mi alianza con sacrificio concertaron! (Sal_50_5).
Convoquen en su presencia a sus santos, que siguieron el orden de su Alianza por encima de los antiguos sacrificios, que el Padre recibió sólo en virtud de la hostia divina que Jesús debía ofrecer de sí mismo en la última cena y en la cruz. En esas dos ocasiones la santísima humanidad alabó con toda dignidad a su Padre eterno, concluyendo la obra que él le había encomendado, a cuyo cumplimiento se comprometió con un voto solemne del que no descuidaría ni una sola tilde.
El amor, el cielo, la tierra y tu Padre te invitan a ofrecer tu sacrificio: Sacrificio ofrece a Dios de acción de gracias, cumple tus votos al Altísimo; e invócame en el día de la angustia, te librar‚ y tú me darás gloria (Sal_50_14). Como eres el santo de los santos, santificado con tu propia sangre, eres el santo por excelencia y por naturaleza, separado de todos los demás santificados por la gracia, que me son aceptables por tu medio. Deseo que todos estén contigo según la plegaria que elevaste con autoridad divina, diciéndome: Quiero que donde yo esté estén también conmigo, para que contemplen mi gloria, la que me has dado, porque me has amado antes de la creación del mundo (Jn_17_24).
Recibo tu sacrificio, Hijo mío queridísimo, y con él, el de todos los santos. Recibo las alabanzas que san Luis me ofrece: El que ofrece sacrificios de acción de gracias me da gloria, al hombre recto le mostrar‚ la salvación de Dios (Sal_50_23). Del oriente del sol hasta el ocaso, desde Sión, llena de hermosura, Dios resplandece (Sal_50_1s). Glorifícate en Dios tu salvador en Sión y ruégale por este reino, para que acuda en nuestro auxilio: Dios, nuestro Dios, se apresura a venir y no se callará (Sal_50_3).
Gran Dios, te pido un favor por intercesión de san Luis, cuya fiesta celebramos: que nuestro rey Luis XIII sea su verdadero imitador; que puedan aplicársele las palabras siguientes: Tomará su celo como armadura (Sb_5_18) y que persevere siempre en el mismo fervor. Arma a tus [1072] criaturas en contra de tus enemigos. Obra prodigios en su favor, así como has hecho para gloria tuya: Por coraza vestirá la justicia, se pondrá por casco un juicio sincero, tomará por escudo su santidad invencible, afilará como espada su cólera inexorable, y el universo saldrá con él a pelear contra los insensatos. Partirán certeros los tiros de los rayos; de las nubes, como de arco bien tendido, saltarán al blanco, de una ballesta se disparará furioso granizo; las olas del mar se encresparán contra ellos, los ríos los anegarán sin piedad; se levantará contra ellos un viento poderoso y como huracán los aventará. Así la iniquidad asolará la tierra entera y la maldad derribar los tronos de los que están en el poder (Sb_5_18s).
Hazle ver en todo momento que tu sabiduría es más fuerte que todas las fuerzas creadas, que tu providencia no se queda atrás de toda fuerza humana; que comprenda siempre que el poder le viene de tu bondad y su fuerza del altísimo; que cuando escrutes sus obras y sopeses sus pensamientos, encuentres en ellos pureza y rectitud de intención; que sean hallados semejantes a los de san Luis, el hombre según tu corazón.
Cuando considero el fervor de san Luis, lo encuentro parecido al de David, que exterminaba cada mañana a los pecadores de la tierra. Su inocencia, empero, sobrepasa a la de David así como la ley de gracia rebasa la de Moisés, es decir, la ley escrita. No le pediste que te construyera un templo; jamás hubiera mandado derramar sangre inocente, a diferencia de David, que hizo derramar la del pobre Urías para robarle a su ovejuela. No niego que el penitente David lavó sus manos entre los inocentes, y que transferiste su pecado a las espaldas tu Hijo, que también sería su descendiente.
Aceptaste que san Luis te erigiera hospitales y capillas, que coronó con tu propia corona, atribuyéndote toda la gloria. La lanza que perforó tu sagrado costado impulsó su corazón a la conquista de la tierra santificada por tu preciosa sangre. Si no le fue posible realizar estos deseos, cumplió en cambio los tuyos, que se complacen en la buena voluntad que, por sus efectos, descubre en las personas. Tuvo paz en sí mismo por estar lleno de buena voluntad. Te glorificó sobre los cielos, a los que lo llamaste al lado de tu Hijo amadísimo, que siempre hizo tu voluntad.
Tu Hijo vino en buena hora por las ovejas perdidas de la casa de Israel. Derramó con profusión su preciosa sangre por ellas. [1073] Las llamó, buscó y halló, pero ellas no quisieron seguirlo. Movidas por la burla le dijeron que era su rey, que se librara de la muerte temporal, que bajara de la cruz y entonces creerían en él, echándole en cara que salvaba a otros pero no a sí mismo. Lo desconocieron ante Pilatos. Su propio Padre lo abandonó en el dolor que el azote del pecado le había causado, cuyo flagelo lo golpeó hasta la muerte más infame y dolorosa con que los judíos afligían a los malhechores. Padre de bondad, enviaste a tu propio Hijo a manos de sus más crueles enemigos, que lo trataron inhumanamente con crueldades y barbarie indecibles. Quisieron manifestar un rey imaginario, tratando como él a sus cortesanos. Por ello, quiso prepararles un reino como el que tú le preparaste.
Gran Santo alégrate por haber tenido a tu disposición el reino eternal gracias a los sufrimientos que su providencia ordenó y resucitó con grandísima gloria, como puedes verlo en el cielo, donde estás glorioso en espíritu, en espera de que tu cuerpo sea también glorificado.
Para manifestar tu gloria, no quiso Dios esperar hasta el último día; ya desde este mundo dejó ver en ti una gloria parecida a la de los santos, mostrándote como gran santo entre los reyes y gran rey entre los santos. Amaste la justicia y odiaste la iniquidad desde tu infancia: Por eso Dios, tu Dios, te ungió con óleo de alegría más que a tus amigos (Sal_44_8). Por ello te ungió con óleo de alegría con preferencia a muchos otros reyes, que sólo recibieron una unción de tristeza, que es la realeza terrena, que tiene más espinas que rosas.
Por ello fue aceptada por el rosal, después de ser rechazada por árboles más excelentes. Las coronas materiales tienen puntas en el exterior y ofrecen una sensación de alegría. Las interiores, en cambio, las llevan por dentro con una real felicidad, porque nacen, viven y permanecen en el gozo del Rey de reyes y Señor de señores, cuyo reino no tiene fin.
En este reino de alegría estás sumergido. Gran san Luis, recuerda pedir al rey universal por todos sus súbditos, pero en especial por los tuyos, ya que nosotros dependemos de la corona de Francia, [1074] a la que su divina bondad se digna bendecir. Amén.
Capítulo 191 - Las lágrimas y oraciones de santa Mónica dieron como fruto en la Iglesia al seráfico y ferventísimo Agustín.
[1077] Pero, al llegar la plenitud de los tiempos, envió Dios a su Hijo, nacido de mujer, nacido bajo la ley, para rescatar a los que se hallaban bajo la ley, y para que recibiéramos la filiación adoptiva (Ga_4_4s).
Al llegar la plenitud de los tiempos, envió Dios al mundo a su Hijo, para que naciera de una mujer bajo la ley a fin de liberar de la esclavitud a los que estaban bajo esta ley y concederles el privilegio de hijos adoptivos. ¿Quién podría describir la fuerza que Dios concedió a la mujer? Sólo el Verbo lo sabe, sólo él podría expresarlo. Si María no hubiese hablado, no se habría encarnado; al decir: Hágase en mí según tu palabra, lo movió a descender a sus entrañas. En cuanto se encontró en ellas, se sujetó a su voluntad, de la que jamás se apartaría, por complacerse en este maternal dominio mediante el cual se sujeta también a su divino Padre, sometiendo a él todas las cosas a través de María.
Si ella no hubiera orado, los cielos no se habrían abierto a san Esteban cuando fue lapidado. María abre los cielos; al levantar los ojos, es todopoderosa ante su Hijo y su imperio, y esto por toda la eternidad en razón de su divina maternidad.
Cuando la plenitud de las lágrimas de Mónica se convirtió en mar, sonó la hora fijada por la divina providencia, que acudió para dar su gracia a Agustín como favor a las lágrimas de su madre. Fue liberado, por tanto, de la esclavitud del pecado y se sometió a la ley de su madre, de la que no quiso ya apartarse porque esta sujeción le dio la libertad, lo mismo que a muchos otros que han seguido su ejemplo.
Es prerrogativa del Verbo Encarnado, por haber entregado su humanidad a la muerte, engendrar una descendencia numerosa y perdurable. Agustín, al morir a sí y a cuanto significa imperfección, debía tener, por la gracia y la providencia, una posteridad similar. ¿Cómo es [1078] que san Agustín tiene hijos? Son innumerables. Cuente, quien lo desee, a todos los que militan bajo su regla. Sería imposible enumerar a los que ha engendrado a través de sus escritos. Sólo Dios conoce el número de todos los que son y serán suyos por obra de Agustín.
En el bautismo, Agustín se convirtió en hijo de la gracia y pudo preciarse de ello con el apóstol: Por la gracia de Dios soy lo que soy; su gracia no fue estéril en mí (1Co_15_10). Jesucristo es la gracia, y por su medio le fue concedida de su plenitud. Todos recibimos gracia por gracia; la gracia y la verdad hechas realidad por Cristo Jesús. Jesucristo es la fuente de la gracia en sí, de sí por sí. El mismo Jesús eligió a san Pablo para convertirlo en vaso de gracia. Por ello el apóstol tomó su nombre, diciendo que la gracia de Dios lo convirtió en lo que era y que no había sido vana en él.
Agustín puede aplicarse las palabras del apóstol, por haber recibido después de él los efectos de la gracia. ¿Quién habló de ella con más provecho que esta águila entre los doctores? Habla la gracia cuando habla Agustín. Y añado: El mismo Verbo Encarnado habla por mediación de Agustín, lo cual le comunicó un día después de la comunión: Agustín, no te transformarás en ti, sino que serás transformado en mí; este alimento que has recibido es el manjar de los grandes. Por él divinizo a la humanidad. Deseo hacerte augusto en todos los aspectos en que un hombre de corazón puro puede serlo. Serás Dios por participación, e hijo del Altísimo; el nombre de Agustín te sienta muy bien.
Agustín es un ave fénix que surgió de las llamas encendidas por el divino Fénix. Nació en el bautismo, en el que somos regenerados. ¿No fue acaso la muerte del Salvador la que le dio su nueva vida y su divina inocencia? La caridad divina lo hizo llamarse y ser hijo de Dios, hermano de Jesucristo y heredero con él. Los ángeles son asignados al ministerio como ministros de fuego, para encender a los que deben poseer la heredad de la salud. La muerte de Jesucristo es nuestro Oriente que ascendió sobre el ocaso. Nos elevó cuando descendió a la muerte, la cual nos levantó hasta la vida eterna. Agustín, en su humildad, manifestó a Dios siendo llevado a lo alto como en un carro triunfante. Agustín es un querubín al que Dios subió, sobre el que se sentó: Se sienta sobre los querubines, conmuévase la tierra (Sal_98_1). Cuando Dios se asentó en el alma de Agustín, cambió todo cuanto había de terreno en él. Conmocionó a todo el infierno, que es el centro [1079] de la tierra, el cual tembló y continúa temblando al verse bajo el poder de Agustín. Los herejes experimentaron el poder y la verdad de su doctrina, para confusión suya y temieron siempre los golpes de este martillo, que los hacía trepidar cuando acudían a los debates.
La pluma de Agustín es el clamor de los vientos, que lleva el Evangelio del Verbo Encarnado a todos los rincones del mundo. Este es el tema de sus escritos, que es llevado por toda la tierra, al igual que los de otros doctores: Por toda la tierra corre su sonido, y hasta los confines del orbe sus palabras (Sal_19_4). San Juan dice que el mundo no sería capaz de contener las maravillas de Jesucristo, aun cuando fuera transformado en libro. Lo creo en verdad, ya que puedo decir que el mundo es muy pequeño para contener la grandeza de Agustín.
Subamos más arriba y veamos cómo Agustín es ensalzado. Es éste el trono que vio el profeta Isaías: Vi al Señor sentado en un solio excelso y elevado, y las franjas de su vestido llenaban el templo (Is_6:1). El Señor se sentó en el alma de Agustín, que es su trono, debido a la excelencia y número de gracias que le concedió. El templo de la Iglesia está colmado. Los serafines se detienen admirados, tapándose los pies y la cabeza ante el amor inefable que Dios concedió a Agustín, contemplando en él al Dios que no tiene principio ni fin. Por eso cubren sus pies y rostro, clamoreando entre ellos: Santo es el Padre en la memoria de Agustín, Santo es el Hijo en el entendimiento de Agustín. Santo es el Espíritu Santo en la voluntad de Agustín. Santo es el Señor de los ejércitos, que ganó con las armas de su amor a este hombre tan augusto.
Toda la divinidad se deleita en él, y, a su vez, él la adora con temor y temblor, porque ella es grande y él, pequeño. El Padre y el Verbo le envían al Espíritu Santo, que le lleva el carbón ardiente del divino amor para que abrase al mundo. Le asignan, además, una misión extraordinaria: que de su parte deje sordos a los inteligentes de la tierra, y ciegos a los que se creen clarividentes: Embota el corazón de ese pueblo, tapa sus orejas, y véndale los ojos; no sea que vea con sus ojos y oiga con sus oídos, y entienda con su corazón, y se convierta y le cure (Is_6_10). Misión que Agustín desempeñó dignamente, convenciendo a los herejes e iluminando a los católicos para persuadirlos a dedicar sus entendimientos al servicio de la fe y a seguir los consejos [1080] de Jesucristo que son contrarios a la carne, a la sangre y a todo lo que es de un sentir meramente humano, exponiéndoles las verdades predicadas por él, como la necesidad de perder su alma para encontrarla, o humillarse para llegar a ser grande.
Proclamó todo esto con tanto fervor, que dio cumplimiento todos sus propósitos, convirtiendo a sus oyentes en pequeños santos. David tuvo razón al decir que con los buenos se vuelve uno bueno. Se puede añadir que, con los santos, llega uno a ser santo. Nadie puede escapar al ardiente fervor de este sol: Nada hay que se esconda de su calor (Sal_19_6). Agustín nos enseña una ley sin tacha que convierte los corazones a través de sus fieles palabras, que levantan a los humildes para prodigarles alegrías divinas, penetran sus corazones con afectuosa dulzura, e iluminan su mirada con sus amables claridades. Helos allí, perfectamente curados porque se convirtieron. Todos los que se conviertan a través de sus escritos recibirán la protección del Señor: y se erguirá como el terebinto y como encina que despliega su ramaje; todo el que eche raíces en ella tendrá simiente de santos. Esta simiente es la gracia que mora en el alma. El Verbo es la simiente divina que hace su casa en los que se abren al Espíritu divino, del que ni el Padre ni el Hijo pueden separarse.
Reflexión‚ en Agustín y las sublimes visiones que vio el profeta Ezequiel en el año treinta quinto de la deportación del rey Joaquín, que significa preparación o resurrección del Señor. Este profeta dice que el cielo se abrió y contempló visiones divinas. Se encontraba entonces con los prisioneros a la orilla del río Kebar, en la tierra de Caldeos, y allí fue sobre él la mano del Señor.
Al mirar vio un viento huracanado procedente del norte, y una gran nube con fuego fulgurante y resplandores en torno y en medio de él; es decir, en el centro del fuego, que era como una especie de electro. Este huracán representa para mí el Espíritu, que es comparado al viento, que sopla donde, cuando y como quiere. ¡Qué soplo habrá producido en san Agustín para enfriar en él los ardores de la concupiscencia, lográndolo tan bien que los suprimió del todo! La nube es el Hijo, que derramó y acumuló en san Agustín abundantísimo rocío de bendiciones divinas, iluminándolo con el día de la gracia que brilló siempre en él a partir de su conversión. A favor de esta nube, camina el pueblo de Dios; me refiero a los cristianos.
El fuego que lo rodeaba era el divino Padre, que engendró en él al Verbo que es su esplendor y expresa en él sus divinas perfecciones. Como su imagen es la figura de su sustancia, el Padre y el Hijo producen el viento que es [1081] el Espíritu Santo, mismo que enviaron a los profetas y a la Virgen para obrar en ella el misterio de la Encarnación del Verbo divino. El mismo Espíritu descendió, después de la Ascensión de Jesucristo al cielo, sobre los apóstoles y discípulos, y es quien gobierna la Iglesia, la cual no puede equivocarse. Suele ser impetuoso en sus venidas. Transforma las almas y censura al mundo por el pecado de justicia y de juicio. El mundo insensato no puede verlo ni recibirlo. Es él quien enciende los corazones. Por ser el lazo del Padre y del Hijo en la Trinidad, fue el vínculo que ligó con el Verbo a nuestra humanidad. Es la atadura que nos liga mediante el amor con la divinidad, que derrama la caridad en nosotros a través de la inhabitación de dicho divino Espíritu, que lleva a cabo su obra en los que tienen la dicha de ser hijos de Dios.
Agustín fue movido e impulsado en todo momento por el Espíritu divino, que le concedió cuatro rostros para contemplar con ardiente fervor los cuatro confines del mundo, a los que volaba con sus deseos, a los que iba con el afecto, y en los que obraba a través de sus escritos maravillosas conversiones. Su singular bondad le daba rostro de hombre; su vigilancia indecible, la del león, pues aunque durmiera, su corazón velaba. La del buey correspondió a su trabajo incansable en bien de la Iglesia; llegó hasta ofrecerse como víctima por los pecadores de su siglo. Se le dio la del águila porque miraba fijamente a su divino sol. Si, en ocasiones, descendía para pensar en su bajeza, lo hacía para humillarse.
Pero, ¿qué digo? En sus sublimes visiones jamás perdió los humildes sentimientos que tenía de su bajeza. Al ver un Dios tan grande, se tenía por un hombrecillo. Siempre caminó en su presencia, siguiendo las inspiraciones del Espíritu Santo, sin jamás dar paso atrás. Unió el reposo al movimiento. La modestia y la prudencia defendieron su cuerpo de todos los peligros que veía venir. Volaba con las dos alas del amor a Dios y el amor al prójimo. Fue un sol que recorrió su curso sin omitir lugar alguno y sin abandonar su reposo divino.
Fue como una rueda sobre la tierra al hacer el circuito para alabar en ella al Creador a través de sus criaturas. Visitó todos los lugares creados y permaneció en el increado, el cual conoció muy bien por afirmación, después de la negación de todo cuanto nos lo representa, encontrándolo en sí mismo y en él como ruedas que estuvieran dentro de otras ruedas, estando en posesión del espíritu de vida y de la vida esencial. Contempló a las tres divinas personas una dentro de la otra. Habló competentemente sobre su distinción, su igualdad y su verdad. Manifestó la rectitud de Jesucristo, sus admirables obras y la derechura de sus pies; es decir, los afectos que tan bien dirigió en su sacrificio, mediante el cual honró a la divinidad y rescató a la humanidad.
[1082] El pudo, en virtud de las llamas de Jesús ardientes chispas procedentes del cielo pedir esta heredad en virtud de los méritos del mismo Jesús, y tender a su centro, que es el fuego divino. Jesucristo es la esfera del fuego amoroso en la que debemos elevarnos; es la bóveda celeste resplandeciente como el cristal; es la piedra de zafiro en forma de trono de la divinidad, que se asienta sobre el firmamento. Se escucha una voz: es la palabra eterna, el Verbo del Padre que todo lo creó, que lleva en sí todas las cosas, que da vida a todo, que se hizo hombre, que levantó nuestra naturaleza por encima de los ángeles. Desde la cadera para arriba tiene apariencia como de carta enrollada, envuelta en fuego que es el amor supereminente que tiene a su Padre. Dicho amor asciende desde la cadera hasta su origen. De allí abajo algo como fuego que resplandece en torno. Es el amor que desciende a las criaturas, a los ángeles y a la humanidad. Como se hizo hombre, los ama como hermanos y vino a proclamar el nombre de su Padre, diciéndoles que deseaba ser también suyo y que les traía la paz junto con la abundante lluvia de sus gracias, a semejanza del arco iris cuando llueve. Jesucristo se manifiesta enamorado de las almas a las que rodea de sus bellezas, alegrándolas en sus delicias divinas. El profeta Ezequiel dijo que esta visión era como la forma de la gloria del Señor, que no puede ser tolerada por los ojos de los mortales; razón por la cual el profeta cayó rostro en tierra.
Agustín recibió la fuerza en virtud de Jesucristo resucitado, como un favor especial. Pudo conversar familiarmente con él, según la palabra del apóstol: Donde está Cristo sentado a la diestra de Dios. Aspirad a las cosas de arriba, no a las de la tierra (Col_3_12). Como había resucitado con él, buscó siempre las cosas altas y sublimes; fue como un águila a la que se permitió y concedió el poder y el privilegio de mirar fijamente a su divino sol, sobrevolando a todos los demás doctores y contemplando la gloria de aquel que fijó su tienda en el sol. Fue el amigo del esposo. Si no guardó la inocencia durante su infancia natural, conservó la pureza en la infancia sobrenatural. Por el bautismo, en el que fue lavado de todos sus pecados, volvió a nacer. Jesucristo dijo a Nicodemo: El que no nazca de agua y de Espíritu no puede entrar en el Reino de Dios (Jn_3_3).
San Agustín tuvo el privilegio de renacer en las l grimas de su madre, que es la sangre de su corazón. Por ello dijo que lo había engendrado dos veces. Como tuvo el bien de renacer del agua y del Espíritu Santo, pudo contemplar el reino de Dios y entrar en él. [1083] Ya desde esta vida, Agustín conversaba en los cielos con Jesucristo, que fue constituido el cielo supremo, en el que se sienta en el trono de su grandeza. El glorificó a Agustín, alabándolo y ensalzándolo como en otro tiempo al gran Bautista, como diciendo: Entre todos los hijos nacidos de las lágrimas de una mujer, no hay otro más grande que Agustín en su humildad, su penitencia y pureza, que lo hacen incomparable. Desde su bautismo contemplo su inocencia, a pesar de la cual, hasta su muerte, practicó la penitencia. Su mortificación continua es indecible, por lo que pueden aplicársele las palabras que san Pablo dirigió a sus hijos: Porque habéis muerto y vuestra vida está oculta con Cristo en Dios. Cuando aparezca Cristo, vida vuestra, entonces también vosotros apareceréis gloriosos con él (Col_3_3s).
Han muerto a ustedes mismos y a todo lo que es de este bajo mundo. Su vida de gracia está escondida en Dios con Cristo Jesús. Como él es su vida, en el día de su manifestación aparecerán con él en la gloria y su glorificación será semejante a la visión divina. El pidió que los suyos estuvieran allí donde él esté, que poseyeran su misma gloria y que fueran uno así como el Padre y él son uno. Agustín tiene la dicha de participar de esta unidad. Se dice de él que amaba tanto a su amor, que, de haberla tenido, le hubiera cedido la divinidad, para ser únicamente Agustín. Dios se sujetó a la regla de Agustín sin dejar su divinidad. El Verbo Encarnado hizo otro favor a san Agustín porque, al someterse a su regla, puso su instituto bajo la tutela de san Agustín. Dime, soberano mío, ¿te pones bajo el imperio de Agustín, después de haberlo sometido al tuyo? César Augusto te desconoció cuando te estableciste en Belén. ¿Fueron anotados tú y tu santa madre en su censo como súbditos suyos? En verdad lo ignoro.
Sé bien, sin embargo, que tu nombre está escrito en Roma bajo la regla de san Agustín, que es padre de tus esposas, y tuyo en consecuencia. Sólo tú sabes cuánto favor le hiciste. Es hijo de la gracia y ave fénix del amor. El dijo que, como es el hombre, es su amor. Como el de Agustín era divino, él era, en consecuencia, divino y Dios por participación. Pudo comprobar la veracidad de tus promesas, que consiste en la transformación en ti, que me das la osadía necesaria para escribir sobre tan divino cambio.
Me he atrevido a hablar del gran san Agustín, que es augusto y sublime en todo: en sus pensamientos, palabras y acciones. David pidió alas de paloma para volar y descansar durante el vuelo, cuando deseaba elevarse a los conocimientos místicos que veía relumbrar entre las sombras de dos leyes: la natural y la escrita, pues la de la gracia sólo debía concederse por mediación de Jesucristo.
[1084] Es menester que pida yo alas y ojos de águila para seguir como aguilucho del corazón a esta gran águila, y mirarla fijamente como a sol admirable que lanzó sus radiantes dardos en sermones elocuentes y eruditos que le ganaron tanta admiración. Es el amor a Dios llevado a la excelencia. Al referirse al amor divino que llenaba su alma, que estaba sumergida en un torrente de delicias que lo atraía más y más al profundo abismo de sus divinos transportes, exclamó: Oh Dios, tu divino placer me arrebata y me lleva en pos de ti, y dentro de ti, porque en ti está el manantial de la vida (Sal_36_9). Es ésta una fuente de luz viva y fuerte, que ciega los ojos del cuerpo e ilumina los del espíritu. ¿Cómo será esto cuando nos veamos libres de estos compuestos terrestres? y en tu luz vemos la luz. En ella estás, gran santo. O amar, o morir a sí mismo, o llegar hasta Cristo.
¿Qué dices, hombre transformado en amor, por no llamarte el mismo amor? Da al que ama, y sentirás lo que digo; da al necesitado, da al hambriento, da al que peregrina en esta soledad, y al sediento que suspira por la fuente de la patria eternal. Da y sabrás lo que digo. Si, empero, eres frío, hablo como si no hablara. Si estoy en el número de los fríos a los que aludes, no comprender‚ tus ardientes palabras.
Pide este amor para mí. Santo Padre mío, engendra, como san Pablo a sus hijos, una hija que anhela este amor forzada por el desfallecimiento que este amor causa al corazón que vive abrasado en él. Pide que desee yo con deseo este amor tan anhelado; tú eres el Padre del deseo; por mi parte, deseo ser hija del deseo. Vacíame de todos los demás deseos, a fin de que tenga hambre de este manjar divino y sed de esta fuente de vida que se encuentra en la soledad del alma peregrina, que no puede quedarse en este lugar extraño a todos sus afectos, que apuntan a su verdadera patria, donde se encuentra la fuente de las delicias eternas del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. En él se detiene con toda felicidad, por ser él quien da término divinamente a las divinas emanaciones y es lazo de unión en la Trinidad.
O amare. Pido amar a aquel que es infinitamente amable. Pido seguir al que es camino al entendimiento de su Padre y al seno de su madre, por el que vino hasta nosotros; por el que ella llegó hasta él, ofreciendo sus entrañas al Verbo divino, las cuales serán benditas por toda la eternidad por haber portado al Hijo del Padre eterno.
Morir a sí mismo pide que renuncie a [1085] mí unida a la humanidad divina, que fue privada de su propio soporte, al que renunció antes de tener la posesión definitiva de lo divino, si me es permitido afirmar que ella tuvo el ser humano antes de apoyarse en la hipóstasis del Verbo. Pido humillarme con María ante la admirable humildad que complació al Verbo. Ruego a mi queridísimo Padre que me eclipse contigo en cuanto la forma de tu tierra se interponga entre ti y el sol de la divinidad. Con ello quiero decir que cuando veas tu bajeza al lado de su grandeza, que te atrajo hacia ella por un especial favor que te hizo humilde, aprenda de Jesucristo estas dos virtudes: la humildad de corazón y la bondad. Quien tiene estas dos virtudes se acerca a Jesucristo, que vino para salvar a los humildes adoptando en heredad a los mansos; heredad que es tierra de los vivos, a la que David llamó su porción.
El rey profeta, que era ya el hombre según el corazón de Dios, creyó que su vida agradaría más a Dios cuando llegara a su fin, porque mientras estuviera en camino corría el peligro de ofender su bondad a causa de las debilidades inherentes a la naturaleza. Por eso dijo: Ha guardado mi alma de la muerte, mis ojos de las lágrimas, y mis pies de mal paso (Sal_116_8). Señor, cuando esté a tu lado, ya no estar‚ sometido a la muerte. No habrá más lágrimas en mis ojos, ni tropezarán mis pies: ¡Tengo fe, aún cuando digo: Muy desdichado soy! (Sal_116_10). Al estar en éxtasis, dije en mi arrebato que todo hombre es mentiroso. ¿Qué podrá dar al verdadero Señor, que me ha concedido la inmensa gracia de darme a su Hijo, que es su verdad, prometiendo que nacería de mí para ser hijo mío? El se hizo salvación para redimirme; lo tomaré, porque es mío y lo ofrecer‚ al divino Padre, invocando el nombre del Señor.
Agustín, habla al unísono con el rey profeta, ofreciendo al Salvador, que tanto sufre por nosotros. El te instruyó en su fecundo amor. El te da toda su sangre, y su madre toda su leche. Estás situado entre el Hijo y la madre, sin saber a quién volverte: En medio colocado, a quien volverme ignoro.
Permanece en el centro. Tendrás al uno y a la otra en el seno materno; el corazón del Hijo hizo en él su morada; es su amor. Si contemplas al Verbo divino como Oriente, detente en él. El es el centro en la Trinidad. Poseerás con él al Padre y al Espíritu Santo, que son inseparables de este Hijo. No trates de [1086] comprender totalmente a la Trinidad divina. Si eres demasiado pequeño para abrazar a la madre y al Hijo, tu corazón tampoco puede abarcar ambos torrentes: el de sangre y el de leche. Piérdete del todo en ellos; si te es permitido salir, que sea para invitarnos a beber de esa corriente en el camino, a fin de mantener en alto nuestra cabeza. Digo de este torrente, porque el amor hace uno de los dos, que tienen su fuente de origen en el gran mar que es el Hijo por esencia, y la madre por gracia.
No quieras contener en tu entendimiento el océano de la divinidad. Es ella la que desea abarcarte y concederte una muerte más gloriosa que la de los ángeles, que será deseada más tarde, por san Bernardo. Deja a Balaam el deseo de morir con la muerte de los justos, contemplando la dicha del polvo de Jacob y de los tabernáculos de Israel. La gloriosa muerte que desea conceder la divinidad es la de Jesucristo. La saeta de amor disparada por el divino arquero ha herido tu corazón. No la retirará sino para atraer a sí tu corazón oprimido y traspasado. El apunta al blanco, a la meta. Hete allí herido y traspasado; muere de amor, porque de él has vivido. Contemplo a este amor, dueño de tu vida, sosteniendo tu corazón, que expira en su seno. ¡Ah, qué muerte tan preciosa a los ojos del Señor, que te sepultó dentro de su pecho! Porque habéis muerto, y vuestra vida está oculta con Cristo en Dios (Col_3_3).
Los bienaventurados pueden describir la vida que tienes en la divinidad en unión con Jesucristo. Pueden verla a través del Verbo divino, en el que vives, en el que eres y en el que mueres. El es tu vida y movimiento, a pesar de ser inmutable con los que somos mortales y peregrinos. Es necesario que adoremos en silencio tu vida oculta en Dios con Jesucristo, que no quiere manifestarte del todo, aguardando el día en que él mismo aparecer y revelar su vida gloriosa, a la que está unida la tuya, por no decir que es una misma vida.
Al estar todavía en el mundo, el apóstol dijo con toda verdad que Jesucristo vivía en él, y que él no vivía más para sí: y no vivo yo, sino que es Cristo quien vive en mí; la vida que vivo al presente en la carne, la vivo en la fe del Hijo de Dios, que me amó y se entregó a sí mismo por mí (Ga_2_20). Porque el amor de Cristo nos apremia al pensar que, si uno murió por todos, todos por tanto murieron. Y murió por todos, para que ya no vivan para sí los que viven, sino para aquel que murió y resucitó por ellos (2Co_5_14s). Gran Santo, vive en Jesús, que es tu vida, la cual está escondida en Dios.
[1087] Estás del todo transformado en él, que retiró el velo para que puedas verlo cara a cara y goces de la gloria. Si en alguna ocasión, vaciándonos de nosotros mismos y de todo lo que es bajo y sensible, se nos permite verlo por algunos instantes, nos parece estar en la gloria: Porque si aquello que era pasajero, fue glorioso, ¡Cuánto más glorioso ser lo permanente! (2Co_3_11).
Es muy diferente permanecer en esta felicidad para siempre, sumergido en la alegría del Señor glorioso y de la divina gloria que posee con el Padre y el Espíritu Santo desde toda la eternidad en cuanto Verbo, y hasta la infinitud como Verbo Encarnado
Capítulo 192 - La Virgen fue la primera criatura de la que Dios tomó posesión. El libro del Eclesiástico expresa sus excelencias. Ella es el trono de la majestad del Verbo Encarnado. El Salvador vendrá a juzgar a los vivos y a los muertos en el valle de Josafat, honrando así el sepulcro de su santa madre.
[1089] Padre eterno, que te conoces perfectamente, y que al contemplarte en ti mismo engendras a tu Verbo, que es figura de tu sustancia, imagen de tu bondad, esplendor de tu gloria paterna, espejo sin mancha de tu majestad, hálito de tu omnipotente virtud y emanación sincera de tu eterna claridad. A una con el Verbo produces al amoroso Espíritu Santo, que es tu amor tan único, que es el término de todas las emanaciones internas, y el punto final de tu voluntad y tu reposo.
En la producción de este amor, eres perfectamente suficiente a ti mismo. En esta suficiencia permaneciste una eternidad entera lleno de gloria y majestad, sin tener necesidad de las criaturas destinadas a tener el ser gracias a tu bondad, para participar del bien que posees por esencia. Te dignaste comunicarte al exterior, movido por un amor inefable, creando al ángel y al ser humano para que gozaran de tu felicidad a través de tu deliciosa visión.
La primera de todas las criaturas a quien destinaste a ella, fue la que debía ser hija, madre y esposa de la divinidad, porque sería iluminada admirablemente por los montes eternos.
Ella fue la Sión de tu habitación pacífica; para poseerla no fue necesario guerrear ni echar mano del escudo y la espada. La poseíste desde el comienzo de tus designios: antes de que todas las demás criaturas fueran creadas, estaba señalada para ser la madre del amor hermoso, es decir, madre del Hijo tan amable como amado, para y por el cual todo ha sido hecho, y todo tiene vida en él y por él, según su palabra: Esta es la vida eterna. En esto consiste la vida eterna: en conocer al Dios vivo, y a tu enviado Jesucristo, que es Dios verdadero. La Virgen dijo: los que me busquen, amen y alaben, tendrán la vida eterna. Para conocer al Hijo como [1090] Verbo, es necesario que el Padre atraiga a sí, a fin de poderlo contemplar en su entendimiento divino, al que no es posible llegar sino a través del Hijo. Para ver claramente a Jesús, hay que ir a María porque ella es su madre, aunque no se puede ir a la madre sino a través del Hijo, que es el camino en la Trinidad: el conocimiento produce el amor en la humanidad, y el amor produce la ciencia. Ella es la madre del amor hermoso, del saber, de la grandeza y de la santa esperanza. Ella engendró a Jesucristo, que es nuestra esperanza.
Dios, que es bondadosísimo, la escogió al romper el día para ser la aurora que originaría al sol de justicia. Por eso la justificó en su presencia, asegurándole que gozaría de gracias privilegiadas en grado eminente por toda la eternidad.
Se dijo de David y Jonatán: El alma de Jonatán se apegó al alma de David (1Sam_18_1). El alma de la Virgen se adhirió al alma de Jesucristo. Nadie pone en duda que el cuerpo de Jesús haya sido tomado del cuerpo de María. Dios amó tanto a la Virgen, que la hizo madre de modo indivisible de su propio Hijo, al que le sometió y, con él, a todas las criaturas, dándole un sitio a su derecha como soberana reina de la creación, revistiéndola de oro, de amor singular y rodeándola de todas las cualidades concedidas divinamente a las criaturas:
Se honrará en Dios, y se gloriará en medio de su pueblo. Ella abrirá su boca en medio de las reuniones del Altísimo, y se glorificará a la vista de los escuadrones de Dios. Será ensalzada en medio de su pueblo, admirada en la plena congregación de los santos. Y recibirá alabanzas de la muchedumbre de los escogidos, y será bendita entre los benditos, y dirá: Yo salí de la boca del Altísimo, engendrada antes que existiese ninguna criatura. Yo hice nacer en los cielos la luz indeficiente y como una niebla cubrí toda la tierra. En los altísimos cielos puse yo mi morada y el trono mío sobre una columna de nubes. Yo sola hice todo el giro del cielo, y penetré por el profundo del abismo, me paseé por las olas del mar, y puse mis pies en todas las partes de la tierra; y en todos los pueblos, y en todas las naciones tuve el supremo dominio. Yo sujeté con mi poder los corazones de todos, grandes y pequeños; y en todos, grandes y pequeños; y en todos busqué donde reposar (Si_24_1s).
En Dios he tenido mi honor, siendo honrada antes y privadamente a toda otra criatura, lo cual Dios manifestará ante todos en el último día, como ya lo hizo con algunos, porque el Altísimo abrió su boca para anunciarlo a su Iglesia. El me glorificó en medio de ellas y en presencia de las virtudes celestes, los ángeles. Me exaltó en medio de su pueblo para ser admirada en la plenitud de santidad. Yo soy la santa integridad por estar colmada de santidad, porque el que es tres veces santo debía ser mi Hijo. Era santa antes que todas las criaturas, Virgen de Dios, santa escondida en él, reservada para ser la hija amadísima del Padre.
Ya era santa cuando [1091 Adán recibió el mandamiento que es la ley de la que me eximió porque me reservaba para ser su madre. Quiso llamarse hijo mío por estar determinado a recibir de mí la ley en mi calidad de madre suya, a la que quiso someterse como hijo sapientísimo y obedientísimo. Soy santa en cuanto esposa del Espíritu Santo y templo suyo, al que la santidad es conveniente y debida por los días de los siglos.
Desde la eternidad, reservó para mí la santidad dentro de sí, para dármela en el tiempo de mi existencia y por toda la eternidad, a fin de que en la multitud de los elegidos tenga la alabanza soberana o la soberana alabanza. Entre todos los benditos del Padre eterno, yo soy la bendita por excelencia, por haber recibido la bendición eterna. El Espíritu Santo hizo que se me proclamara bendita, añadiendo que el fruto de mi vientre es bendito porque yo soy su madre.
El me llamó a su presencia para salvaguardar el derecho de la madre sobre el hijo, que siempre fue instruido y dirigido por el mismo Espíritu Santo en cuanto hombre. Yo salí de la boca del Altísimo: Yo soy la primera producción de los labios del Altísimo, antes de cualquiera otra criatura. Por mi causa apareció en el cielo una luz indeficiente: el hijo que engendré me concedió el privilegio de ser un cielo luminoso en su mente, desde la eternidad, y a partir del tiempo de mi existencia. El me manifestó como luz, haciéndome luminosa delante de todos sus ángeles. Como la tierra no era digna de contemplar mi claridad, la cubrí de niebla. Cuando el sol de justicia la disipe, podré ser vista en mi luminosidad y majestad. Para esto vendrá mi hijo como Hijo del hombre en toda magnificencia, sentado en el trono de su grandeza, que también me pertenece. Así, sentado en él, llegaron a su encuentro los reyes cuando lo adoraron en el establo de Belén. Habité, no digo sólo habito, habité en el Altísimo, y mi trono se asienta en la columna de nube.
Salomón erigió un templo para el Señor, quien dijo por Isaías (Is_66_1s): ¿Qué casa es ésta que me has levantado? Ella es de tierra, es el estrado de mis pies. El cielo supremo es mi trono; el seno de mi madre es el lugar donde quiero sentarme, porque la más humilde es para el Hijo del Altísimo. Cuido de no entrar a este templo sino con mi madre, que es la columna de nube. De otro modo, no lo haría con dignidad. Esta nube no pudo ser penetrada por la mirada de la antigua ley, lo cual causó que todos los sacerdotes dejaran de sacrificar en tanto que ella llenaba este templo, yo sola hice todo el giro del cielo. El cielo de los cielos no me pudo contener. ¿Podrá hacerlo esta casa? Mi madre lo puede en su [1092] traslación. Pero dejemos esto para la encarnación.
Hablemos ahora de su preelección. Yo sola hice todo el giro del cielo. Yo sola rodeé la redondez del cielo. Lo incomprensible se me hizo inteligible, no como se puede abarcar en su inmensidad, sino estrechándose y dilatándome. De este modo, me admitió a penetrar en la profundidad abismal de sus arcanos, caminar con firmeza sobre las olas del mar de su bondad, y mantenerme de pie durante toda mi vida en la tierra. Fui la primera entre las naciones. Lo que, empero, me hizo amable ante la Santa Trinidad, y admirable ante la creación entera, fue mi generosa humildad: Yo sujeté con mi poder los corazones de todos, grandes y pequeños.
Al ser la más grande y la más ensalzada de todas las criaturas, por considerar todo lo que no es Dios debajo de mí y de mis pies, siempre fui humilde ante mis ojos y en cierta manera conculqué bajo mis pies, movida por una virtud salida del corazón, y a invitación de mi hijo, mi propia gloria, reputándome inferior a todas las cosas en consideración de mi nada. Por esta razón, en todo lugar, en cualquier espacio, en toda gracia y en toda gloria, busqué el reposo de complacer perfectamente a Dios, siendo su heredad así como él es la mía. Por esto, entonces como ahora, el Creador de todo, el Dios amor, me confirió una orden de honor: Hija, madre y esposa de Dios. Por nuestra bondad y tu fidelidad, reposa en mi tabernáculo durante tu peregrinar en la tierra. Habita en Jacob, que suplantó a nuestra Trinidad por el amor que lo precedió, que continúa dándose y seguirá concediéndose. Sé fuerte contra Dios. Vuélvete a Dios. Sé heredera de Dios. Echa raíces en los elegidos; que la flor y la raíz de Jesé sean el cuerpo de mi Hijo, que tomará de ti; por tu mediación obrará la redención de todos.
Habla, Señora, es privilegio tuyo: Desde el principio, antes de los siglos me creó y no dejaré de existir por siempre (Si_24_14). Desde el comienzo y antes de los siglos, fui creada y no dejaré de existir en el futuro. El Señor que me poseyó en el comienzo de sus designios, es aquel que hizo los siglos, el mismo por quien el Padre hizo los siglos. En este Verbo y por este Verbo fui creada. El es el Padre de los siglos futuros. Jamás dejaré de existir, por ser una misma cosa con él. Yo soy su madre, y él, mi hijo. El me hizo señora y soberana de su reino, al que he gobernado y administrado en su presencia, cuyo oficio se complace en verme ejercer, confirmándome como Dama en su Sión, afirmando que he encontrado mi reposo para siempre en su ciudad santa, y que en la Jerusalén celestial tengo todo poder; que me goce en arraigar en los elegidos, [1093] que fueron pueblos dignos de loa; que en la plenitud de los santos puedo elevarme con mi Hijo, que es en sí la santidad por esencia.
Me elevo a más altura que los cedros del Líbano, por tener la dicha de estar a la diestra de mi Hijo, que es el verdadero Líbano. El ciprés del Monte Sión cede ante mí, por estar plantada en el seno del Padre junto con mi Hijo, que obtuvo todas las victorias. Su triunfo es el mío. Llevo con él la palma por encima de toda otra santidad creada, porque Cadés significa santidad. Me he elevado cual rosal de Jericó, por mantenerme siempre en pie en medio de las ruinas del mundo, que es tan inconstante como la luna. Ni siquiera el invierno de las tribulaciones pudo marchitar mi dilección, por llevar en mí la blancura y el carmín del puro amor. Fui en todo momento el gallardo olivo reservado para el campo divino, en el que el Espíritu Santo se posó en la época del diluvio universal, ya que había dejado de morar con la humanidad por haberse entregado a la corrupción de la carne. Yo soy el plátano plantado a la orilla del río divino para refrescar y curar las enfermedades de la concupiscencia, dando frutos de pureza en las personas que me buscan: Como la vid he hecho germinar la gracia, y mis flores son frutos de honor y decoro (Si_24_17).
En fin, yo soy la madre del amor hermoso para los elegidos, hermanos por adopción de mi hijo, que me veneran con temor filial, que es principio de sabiduría y ciencia divina. Por y en mí, por ser éste el deseo divino, se halla toda la gracia de la doctrina y de la verdad, toda la esperanza de la vida y la virtud. Venid a mí los que me deseáis, y hartaos de mis frutos (Si_24_19).
Rebasen todo lo que está debajo de Dios y vengan a mí, si poseen el amor que les da este ascendiente, y yo les daré a mi hijo, que es, por un divino favor, todo mío con sus perfecciones divinas y humanas; en él abarco toda grandeza. Mi espíritu es más dulce que la miel; soy una abeja sin aguijón. Descubrirán que mi heredad, que deseo compartir con ustedes, es más agradable al gusto que un panal de miel. Mi recuerdo perdura en la generación de los siglos. Los que me comen tendrán más hambre, y los que me beban tendrán aún sed. Yo alivio el hambre y la sed, y si dejo el deseo de retornar a mí, es para que los que me escuchan no sean confundidos. Los que trabajan en glorificarme y alabarme no caen en pecado: Los que me dan a conocer, tendrán la vida eterna (Si_24_31). Mi hijo me otorgó el privilegio de acercarle a las personas por subordinación.
El quiere que yo diga: La vida eterna consiste en conocerte, ¡Oh, mi Cristo Jesús!, y a la madre que diste a la Iglesia para congregar a quienes tu Espíritu inspira y atrae. Los que deseen contemplar las excelencias y privilegios que le concedí poseerán la vida eterna si, a la predicación a los demás, conservan la calma en su interior mediante la pureza de su amor, que debe siempre orientarse a [1094] la mayor gloria de la divinidad, que se glorifica en haber elegido, entre todas las criaturas que deben morar en el cielo, a esta única paloma, que voló tan vigorosa y sosegadamente hasta la abertura de la piedra del corazón del Verbo Encarnado, que es el lugar de su amorosa y pacífica morada. El amor pone todo en común. El amor divino y filial pertenece a María de manera muy única y privada, a diferencia de todas las demás criaturas. La azucena del Padre es también la azucena de la madre. Ella es el augusto trono que vio el Profeta Isaías, en el que se sienta el Señor. Las excelencias de María llenan el templo de Dios.
Dios mandó a los serafines que se mantuvieran en pie en honor de aquel que da fuerza a su amor, por ser ella la madre del fuego divino, por ser madre del Verbo Encarnado. Con sus alas, se velan los pies y la cabeza sin poder comprender el principio y el fin del amor inexplicable de Jesús a María, y el que María tiene a Jesús. Volando con las dos alas de la complacencia y la benevolencia, exclaman entre sí: Santo, santo, santo, es el Señor Dios de los ejércitos, que colmó a esta virgen, estando aún sobre la tierra, de su gloria celestial y divina. El clamor de los espíritus seráficos fue tan grande, y su voz tan estentórea, que el cielo, la tierra y todo lo que estaba fuera de la divina esencia cayó en la admiración. El Cielo empíreo, que es la mansión de la gloria, se llenó de la exhalación de incienso que enviaron el Hijo y la madre. El fuego de su amor no tuvo otra llama que la divina, para abrasar con ella al cielo y a la tierra.
Nadie es capaz de cantar las alabanzas de la madre y del Hijo, sino los labios purificados. Fue menester que Jesús y María enviaran un serafín, autorizándolo a encender el fuego de este altar divino y humano con la eficacia de las sagradas tenazas de las dos naturalezas del Verbo Encarnado, que exclamó a una con su madre: ¿Quién irá de parte nuestra? El profeta, dispuesto y purificado por el ardor del carbón divino, respondió: Heme aquí, envíame. El Verbo respondió de inmediato: Ve, dándole la orden de ensordecer a sus oyentes y cegar a los que querrían verlo con sus ojos carnales, llenando de estopa el oído sensible para instruirlo divinamente en el meollo del espíritu, a fin de destruir la corrupción de la carne y la sangre, y que sólo viva y subsista en el Espíritu divino, que es único y múltiple, a la vez y que llega a todas partes por su pureza, que santifica al alma y la coloca al abrigo del terebinto sagrado.
[1095] La santa semilla permanecerá en el alma que valore los grandes privilegios de María. Dicha simiente es el Verbo Encarnado, generación santa del Padre, de quien es Hijo; progenie santa de la madre, por ser su niño. El es el trigo de los elegidos y el vino que engendra vírgenes.
¿Por qué eligió la sabiduría eterna el Valle de Josafat para tener en él sus audiencias? Porque el cuerpo de su madre Virgen pasó en él varios días, en espera de que el alma acudiera a retomarlo. El mismo Dios quiso honrar ese santo lugar, dando gloria a su sepulcro. Quiso darle magnificencia volviendo en majestad y asentando en él su trono, porque la Virgen sufrió la aflicción de la pasión a la que fue condenado el inocente por los culpables, y presenció la ejecución de la sentencia de muerte, que fue también ignominiosa para ella. Por eso debe comparecer al dictamen de la justa sentencia que dará el justo juez. Además de ser Hijo de Dios, fue condenado como Hijo de María.
Aunque es Hijo de Dios, juzgará como hijo del hombre, o hijo de María. Siempre se mostró humano y benigno a toda persona, desde que fue concebido en María y nació de ella. María se encuentra ahora en el trono de misericordia, al que todos los pecadores se pueden acercar confiadamente. En el último día, empero, así como el sol se tornará sombrío y austero, la luna cambiará en sangre su leche de misericordia y sus pechos, mejores que el vino, no dejarán de alegrar a los culpables, que colmaron la medida de su iniquidad y cuyos lagares rebosaron malicia. La justicia los pisoteará en el Valle de Josafat. "Despiértense y suban las naciones al Valle de Josafat, Que allí me sentaré yo para juzgar a todas las naciones circundantes. Meted la hoz porque la mies está madura; venid, pisad, que el lagar está lleno, y las cavas rebosan, tan grande es su maldad (Jl_4_12s).
El Hijo mostrará que el pecado de la vid fue borrado por él y por su madre, que se hicieron viña; que los pecadores laboraron mal esta viña e hicieron morir al que, solo, hizo girar el lagar. Lo hizo, subrayo, con el cuerpo que tomó en María, aunque apoyado en la naturaleza divina. Este mismo Salvador les hará ver su fortaleza en la paciencia que mostró al sufrirlos y salvarlos por su misericordia y por mediación de los ruegos de esta madre de bondad, que lo llevó sobre sus rodillas cual manso cordero, pero que en el último día será inflexible. Sin dejar de ser cordero, rugirá como el león en su real y formidable majestad. También en ese día cambiará el corazón de su madre, a fin de que ella manifieste el daño que se le hizo al conculcar bajo los pies la sangre de la alianza que, en su hijo, derramó por la salvación de los hombres que lo crucificaron de nuevo.
Ellos despreciaron el vino de la bodega divina, en la que se implanta el estandarte del [1096] amor en los corazones de sus enamoradas. En ella recibirán la orden de la divina caridad y el tributo del santo amor, que quiere ser correspondido con amor. A estas almas se dirá que vayan a beber vino purísimo en el divino banquete eternal
Capítulo 193 - La palabra de la cruz es salvación para los buenos y confusión para los malos. Su exaltación sobre los cielos
[1097] El día de la Exaltación de la Santa Cruz, plugo a mi esposo conversar conmigo acerca de la palabra de la cruz, repitiéndome estas palabras de san Pablo: Pues la predicación de la cruz es una necedad para los que se pierden; mas para los que se salvan, para nosotros, es fuerza de Dios (1Co_1_18).
Hija, el lenguaje de la cruz es el abandono que experimenté mientras duró el poder de las tinieblas. Mi dolor fue tan grande al verme abandonado, a causa de los pecados de la humanidad, del auxilio ordinario que me proporcionaba mi divinidad, que me quejé con mi Padre de mi mismo Padre.
Sabe, hija mía, que dicho abandono fue la aflicción más íntima, porque pude probar la experiencia del aborrecimiento de Dios hacia el pecado. Como nunca incurrí en pecado, fui hecho semejante a la carne del pecado, conservando, empero, mi pureza y mi sabiduría. Percibí dos contrarios en mí, por ser uno con mi Padre y el Espíritu Santo, en pura unidad de esencia. El mismo soporte que levantaba en gloria a mi humanidad, tuvo a bien colmarla de oprobios y de angustias. Así como fue la más valiente de todas las criaturas, fue también la más humillada entre ellas por mandato del Consejo eternal, cuya voluntad fue que, en rigor de justicia, confusión que sufrí cuando dije: ¡Dios, Dios mío! ¿Por qué me has abandonado?
No ignoraba la malicia de los judíos, que podían valerse de ello para divulgar que mi fin demostraba que yo era un mentiroso, porque si fuera Hijo de Dios, como había afirmado, [1098] él nunca me hubiera abandonado a la muerte en manos de mis enemigos, ya que en todo momento hice su voluntad. Hija, elevé esta queja para que se cumplieran las profecías y para sufrir una mayor confusión delante de mis enemigos, que podían decir: Dios lo abandona; persigámosle. El se glorificó en tener a Dios como Padre: Veamos si sus palabras son verdaderas, examinemos lo que pasará en su tránsito pues si el justo es hijo de Dios, El lo asistirá y le librará de las manos de sus enemigos (Sb_2_17s).
Mi oración detuvo la ira de mi Padre. No comprendieron ellos el sacramento que deseaba indultarlos de sus enormes culpas. Yo pedí la vida, no la muerte, para ellos y los suyos a pesar de que clamaron que mi sangre cayera sobre ellos y sobre sus hijos. Yo suspendí la sentencia, a fin de que hicieran penitencia de sus pecados y horrendo deicidio; plazo que duró cuarenta años. Jerusalén, convertida en Jericó, fue destruida hasta después de que yo y mi madre llegamos a nuestro lugar definitivo: la diestra de la eterna gloria: y el sol se detuvo y la luna se paró hasta que el pueblo se vengó de sus enemigos. ¿No está esto escrito en el libro del Justo? El sol se paró en medio del cielo y no tuvo prisa en ponerse como un día entero. No hubo día semejante ni antes ni después, en que obedeciera el Señor a la voz de un hombre. Es que Yahvé combatía por Israel (Jos_10_13s).
Yo soy el verdadero Israel que mira a Dios y en el que Dios se mira, porque yo soy el esplendor de la gloria de mi Padre, que se ve en mí, y yo en él, Yo vencí a mis enemigos con la palabra de mi cruz y porque mi madre estuvo presente ante ella, compartiendo mi sufrimiento y confusión. Esperé a que estuviera en el cielo y en la gloria, para clamar venganza en contra de los deicidas. La voz de los hombres fue mi voz. Obedecí a la justicia, que exigía que aquellos obstinados sufrieran una pena que aún perdura. El día de la desgracia de los judíos es el más largo de todos los días de su esclavitud. Siguen estando en ella, que es, en cierto sentido, su reprobación. Huyeron de la verdad para abrazar las sombras, que hasta el presente sólo les ofrecen quimeras: Josué volvió con todo Israel al campamento de Guilgal (Jos_10_13s).
A los que han muerto, se les hace saber en su caverna la verdad de mi divinidad; que por mi esencia soy rey eterno del cielo y de la tierra y que por la cruz adquirí el reino a mis elegidos... Aquellos cinco reyes habían huido y se habían escondido en la cueva (Jos_10_16). [1099] Todos los que me han odiado en su eternidad, son rechazados de mi gloria. A ellos digo: Vayan, malditos, al fuego eterno en las fosas de los malvados, es decir, a los abismos infernales. En el camino fueron reyes; en el término serán reos. Jamás saldrán de sus mazmorras: el castigo eterno es su destino, por haberse opuesto a la felicidad eterna. Ustedes me negaron delante de Pilatos, es decir, en presencia de mi Padre, que todo lo ve. ¡No los conozco! La palabra de mi voz es pérdida para ustedes. La consideraron un escándalo, según su criterio; ahora los escandalizará eternamente.
Despreciaron el rocío de aquí abajo al no admitir que mi humanidad reinara sobre ustedes Como soy por nacimiento rey de los judíos, adquirí también con mi muerte el reino de los gentiles. No recibirán el rocío de lo alto, es decir, el gozo de mi divinidad. El desprecio de aquél los priva de la posesión de ésta, y por justa decisión de las dos naturalezas, que se encuentran en el único Hijo de Dios y de María, no verán la gloria de la palabra del Padre, ni la de la palabra de María, mi madre: Hágase en mí según tu palabra, que es la palabra de la cruz que ascendió hasta la diestra de la grandeza, porque la palabra del Padre vino a la nada de la bajeza.
Hija, contempla este descenso y este ascenso, que te mostrarán una cruz adorable y admirable: la divinidad que desciende y la humanidad que asciende; el rocío de lo alto y el rocío de la tierra. ¿Qué te parece esta cruz que abarca de uno a otro confín? Es la sabiduría que dirige fuerte y suavemente la vida de los elegidos. San Pablo aprendió en el cielo esta ciencia maravillosa, a la que tuvo en mayor estima que todo lo que no es Dios. Desde la cruz contempló la gloria de la diestra, el cuerno de David, la luz de Cristo y percibió la divina mutación que es la dicha de los elegidos. Por todo ello exclamó: Les revelo un misterio: todos moriremos, pero no todos seremos transformados (1Co_15_51).
Hermanos, según el misterio que les declaro, todos resucitarán, pero no todos serán cambiados por la diestra gloriosa. Los que hayan menospreciado la palabra de la cruz, no tendrán parte en el gozo del crucificado ni serán revestidos de inmortalidad. Como prefirieron la corrupción [1100] del pecado, permanecerán, junto con los machos cabríos de la izquierda, en la suciedad e infección que contrajeron al contaminarse con su propia inmundicia. En ellos se harán realidad las palabras del Apocalipsis: Que el injusto siga cometiendo injusticias y el manchado siga manchándose (Ap_22_11).En parte ya se han cumplido, pues los pecadores caen de un mal a otro, de un lodazal a una cloaca. Un abismo atrae a otro mediante el desbordamiento de los vicios. Lo que es para los judíos, un escándalo, es locura para los gentiles. Los cristianos se avergüenzan de la cruz y son enemigos suyos a causa de sus acciones, que van en contra de la fe que profesan: Porque muchos viven según os dije tantas veces, y ahora os lo repito con lágrimas, como enemigos de la cruz de Cristo, cuyo final es la perdición, cuyo Dios es el vientre, y cuya gloria está en su vergüenza, que no piensan más que en las cosas de la tierra (Flp_3_18s).
Gran apóstol, háblame de la estima en que tienes la cruz de nuestro Maestro. Y más aún: juzgo que todo es pérdida ante la sublimidad del conocimiento de Cristo Jesús, mi señor, por quien perdí todas las cosas, y las tengo por basura para ganar a Cristo (Flp_3_8). En Jesucristo encuentro toda mi dicha. En su cruz encuentro mi gloria, y fuera de ella no tengo en qué gloriarme. Estoy crucificado al mundo y el mundo está ajusticiado para mí. Soy molesto al mundo, y el mundo me es insoportable. No digo que yo sea justo, ni que tenga virtudes dignas de Jesucristo crucificado para llegar con él a la perfección que anhelo. No que lo tenga ya conseguido o que sea perfecto, sino que continúo mi carrera por si consigo alcanzarlo, habiendo sido yo mismo alcanzado por Cristo Jesús. Yo, hermanos, no creo haberlo alcanzado todavía. Pero una cosa hago: olvido lo que dejé atrás y me lanzo a lo que está por delante, corriendo hacia la meta, para alcanzar el premio a que Dios me llama desde lo alto en Cristo Jesús. Así pues, todos los perfectos tengamos estos sentimientos, y si en algo sentís de otra manera, también eso os lo declaró Dios. Por lo demás, desde el punto a donde hayamos llegado, sigamos adelante. Hermanos, sed imitadores míos, y fijaos en los que viven según el modelo que tenéis en nosotros (Flp_12_17).
[1101] Enamorado del crucifijo, ¡cuán encantadores son tus discursos, por provenir de la sublimidad de la cruz de nuestro amor, que dijo: Una vez que sea levantado en alto, atraeré a todo en pos de mí y hacia mí! ¡Oh gran Jesús! ¿En qué momento produjiste esta atracción? Cuando atraje a mí a mi perseguidor, convirtiéndolo en predicador mío. Atraje todo su amor hacia mi cruz, por la que se apasionó al grado de considerar lodo y fango todas las cosas para poseerme en ella, diciendo: y no vivo yo, sino que es Cristo quien vive en mí (Ga_2_20). Estoy clavado a la cruz de mi amor por el amor que me adhirió a ella, de suerte que no somos sino uno, ya que dio su vida por mí en la cruz. Le he dado la mía. Como no vivo más en mí, vivo en mi Jesús, el verdadero Hijo de Dios que me amó, entregándose él mismo por mí a fin de que viva de él, por él y para él.
Todo el que es de Jesucristo crucificado es hijo de la cruz: su sostén es la cruz y su reposo está en la cruz, dentro de las llagas del crucificado, en las que encuentra moradas admirables. Ellos y ellas son los tabernáculos del verdadero Jacob, que han suplantado al mundo; son almas que peregrinan en la tierra sin encontrar en ella ciudad permanente, anidando en los orificios sagrados para multiplicar en ellos, de claridad en claridad, los días de la gracia. En las llagas de Cristo triunfan del mundo, del demonio y de la carne, cuyas exigencias han crucificado.
Están escondidas en la muerte de su amor. Su vida está oculta en Dios junto con él, hasta que aparezca glorioso. Todas ellas aparecerán con él en la gloria. Por él se mortificaron todos los días de su vida mortal; con él, serán glorificadas eternamente en la vida inmortal, experimentando las caricias de Dios, que por ser rico en gloria las colmará de su misma felicidad. Como supieron acompañarlo en sus penas, desea que lo acompañen en sus delicias, mediante su exceso de caridad.
El apóstol, al escribir a los efesios, estaba, más bien que encadenado por Jesús, prisionero de su amor: quien mediante la fe en él, nos da valor para llegarnos confiadamente a Dios. [1102] Por lo cual os ruego no os desaniméis a causa de las tribulaciones que por vosotros padezco, pues ellas son vuestra gloria. Por eso doblo mis rodillas ante el Padre, de quien toma nombre toda familia en el cielo y en la tierra, para que os conceda, según la riqueza de su gloria, que seáis fortalecidos por la acción de su Espíritu en el hombre interior, que Cristo habite por la fe en vuestros corazones, para que, arraigados y cimentados en el amor, podáis comprender con todos los santos cuál es la anchura y la longitud, la altura y la profundidad, y conocer el amor de Cristo, que excede a todo conocimiento, para que os vayáis llenado hasta la total Plenitud de Dios. A Aquel que tiene poder para realizar todas las cosas incomparablemente mejor de lo que podemos pedir o pensar, conforme al poder que actúa en nosotros (Ef_3_12s).
Este apóstol de Dios oraba a fin de que todos los que sufrían fueran confirmados en la caridad de Jesucristo, que se manifestó en su cruz a fin de que todos ellos recibieran la gracia de comprender, en la comunión de los santos, la longitud de la cruz, que recibió por amor a todos los enemigos del crucificado para hacerlos sus amigos, no por un día, sino durante la infinitud que abarca la longitud de los días, ensalzándolos hasta el empíreo para que estén a su lado en la gloria, la cual adquirió mediante el profundo anonadamiento que obró al aceptar amorosamente la humillación de la cruz, cruz que es la longitud, la altura, la anchura y la profundidad de la gloria; cruz que pacificó todo en el cielo y en la tierra; cruz que es la alegría de los ángeles y la salvación de la humanidad, misma que el gran apóstol solía proponer como meta a todos sus discípulos, diciendo: "Les predicamos a Jesucristo, que fue crucificado por mí". No quiero saber otra cosa entre ustedes sino esta ciencia eminentísima. En cuanto al resto, no me preocupo, pues llevo en mi cuerpo los estigmas de mi maestro, los caracteres de mi salvación. Si lo contemplo a la derecha, lo veo gloriosamente adornado con sus cicatrices, mediante las cuales el amor venció a la muerte.
Al considerarlo en el divino sacramento, veo la palabra de la cruz que se detiene en la tierra para fortalecerme y alimentarme. Me apena que esta palabra, que es vida y gracia para los buenos, se torne en condenación y muerte para los malos. A pesar de ser [1103] un apasionado de este pan delicioso, me privaría de él si dicha privación moviera a los pecadores a convertirse. De esta manera, sería anatema por mis hermanos. Tengo razón al decir que el que no ame al Señor Jesús y la palabra de la cruz, sea anatema. Quienquiera que no ame a Jesús crucificado, no será glorificado con él. La palabra de la cruz es arra de gloria, por ser el Verbo del Padre, que es portador de la palabra de su poder con toda su fuerza.
Es el poder divino que tomó un cuerpo mortal para morir para redimir a los hombres, el cual resucitó para dar gloria a su Padre, y para ser nuestra resurrección. Es el amor que inventó la cruz antes de que el pecado engendrara y produjera la muerte. El crucificado fue muerte de la muerte y aguijón del infierno. Todo quedó absorbido en su victoria. Por medio de la cruz echó fuera al príncipe de este mundo, expoliando y despojando al infierno. Congregó a los cautivos, a quienes dijo san Pablo: y a vosotros, que estabais muertos en vuestros delitos y en vuestra carne incircuncisa, os vivificó juntamente con él y nos perdonó todos nuestros delitos. Canceló la nota de cargo que había contra nosotros, la de las prescripciones con sus cláusulas desfavorables, y la suprimió clavándola en la cruz. Y una vez despojados los Principados y las Potestades, los exhibió públicamente, incorporándolos a su cortejo triunfal (Col_2_11s).
El suyo es un triunfo sin par, y su gloria está por encima de todos los cielos, en los que fue exaltado por tener un nombre sobre todo nombre, ante el que toda rodilla se dobla en el cielo, en la tierra y en los infiernos.
Capítulo 194 - El Verbo Encarnado es poseedor de todas las perfecciones divinas, angélicas y humanas, porque todo fue hecho por él y para él. Si no estamos unidas a él y no obramos por él, nos disiparemos y perderemos la gracia y la gloria.
[1105] Al meditar en las palabras del Salvador: El que no recoge conmigo, desparrama (Lc_11_23), comprendí que debemos recoger, unir y congregar todo en Jesucristo. Toda clase de amor a las criaturas engendra división, indignidad e injusticia, ya que, como la criatura no es nuestro último fin, nos aparta de nosotros mismos y de nuestra meta. Como amamos sin derecho y sin ley, producimos un amor desordenado que nos obliga a dividirnos de este modo.
El amor de Dios, por el contrario, nos une a aquel que es nuestro principio, nuestro medio y nuestro fin, el cual lleva en sí el recogimiento del corazón, que se integra en su principio y en su fin. Si no nos centramos enteramente en él, estaremos siempre disipadas y dispersas, y nos perderemos en nuestros afectos: El que no recoge conmigo, desparrama. Esta unión se hace en Jesucristo, que, en cuanto Verbo es el medio en la Trinidad. Por su mediación, por haberse hecho hombre, la creación entera fue reconciliada con su Padre, tanto la terrestre como la celeste, según afirma el apóstol, lo cual significa que el Padre eterno se concentra en todo momento en el Verbo, por ser su imagen, centrando la total inmensidad de sus rayos y perfecciones en el espejo de su gloria.
Al crear el mundo, recogió todo en este principio, según lo concebido en su mente que es el Verbo. Congregó a todos sus ángeles [1106] en su Hijo. Los que mediante su obediencia a la voluntad divina se hicieron dignos de su gloria, por rendir adoración al Verbo en su designio de encarnarse, fueron confirmados en dicha gloria, que es la gracia consumada, gracia y gloria que obtuvieron en virtud de los méritos de este Hijo tan amado. Cuando el Padre quiso recuperar o congregar al mundo perdido, lo hizo por mediación de este hijo tan querido, del que dijo san Pablo: Porque en Cristo estaba Dios reconciliando al mundo consigo (2_Co_5_19), al grado en que Dios y el mundo fueron congregados y unidos en Jesús, el cual vino para congregar a los hijos de Israel, que andaban errantes y disgregados: Para que el Hijo de Dios reuniera en uno a los que estaban dispersos (Jn_11_52).
Todos los que estaban quebrantados y reducidos al polvo, que se levanta al menor vientecillo, fueron reagrupados: Curando a todos los oprimidos por el diablo (Hch_10_38). Como la humildad del Salvador congregó a todos los quebrantados por la vanidad del siglo y del mundo, la debilidad de nuestra naturaleza fue puesta en alto gracias a la omnipotencia del Verbo, que la había desposado. Reunió a los que estaban dispersos a causa de la astucia y poder del demonio. La virginidad y pureza del mismo Jesucristo purificó y solidificó a aquellos a quienes la corrupción de la carne había desviado por completo.
Quiso, en fin, congregarse a sí mismo como un resumen o compendio, a fin de unirnos a él en la eucaristía, que es una sinapsis, una congregación y una asamblea, no sólo de lo que está en Jesucristo, sino de todos los fieles que participan de esta mesa y que comen de este pan, uniéndose enteramente a Jesucristo. Si dejamos de unirnos a él, nos dispersaremos y experimentaremos, en nuestra infelicidad, estas verdaderas palabras: El que no recoge conmigo, desparrama. Quienquiera que no recoge sus potencias y no une sus afectos y acciones a los de Jesucristo, por la gracia y la gloria, tiene un alma dividida y, en consecuencia, devastada. No debe esperar bien ni reposo alguno en su vida temporal y eterna, si no se sensibiliza a sus males durante el tiempo de su permanencia en este mundo. Está muerta a todo bien, lo cual es un estado malísimo que la sumerge [1107] en la insensibilidad y el endurecimiento en tanto llega para siempre a la compañía de los réprobos, a los que inspirará tanto horror como ellos a ella, en el sentimiento común de una rabia y un desorden eternos.
Líbranos de estas desdichas, divino Salvador mío, haz que pueda yo decir con verdad: Mi amado es para mí, y yo soy para mí amado en el tiempo y en la eternidad.
Capítulo 195 - El dragón, serpiente antigua, se dirigió a la mujer por creerla más noble que el hombre, sobre el que el amor le daba ascendiente, por haberle dado Dios el corazón de carne que era su debilidad, lo cual sabía el dragón. Desconocía éste, sin embargo, los recursos de la sabiduría eterna y que sería vencido por Jesucristo y por María cuando nuestra naturaleza fuera elevada hasta la unión hipostática.
[1109] Muchos aducen razones para explicar porqué la serpiente atacó más bien a la mujer que al hombre. La más probable, dicen, sería que ella es más débil que él. Lo acepto. Sin embargo, permítanme decir que la serpiente tenía otro pensar favorable en cierta manera por creerla más fuerte y noble que el hombre, por haber sido creada del costado, que es más firme que la tierra.
Su orgullo desdeñaba el limo de la tierra. Observó además que Dios dijo que no era bueno que Adán estuviera solo: de ahí la creación de Eva. El costado parecía ser la quintaesencia del hombre. También, ¡ay! era su fuego. El amor que tenía el hombre a la mujer lo llevó a desobedecer a Dios. Satán temió que esta mujer fuera la misma que vio en visión coronada de doce estrellas, vestida de sol, con la luna bajo sus pies, en cuya contra se puso en figura de dragón para devorar a su fruto, el hijo con el que la vio encinta, que debía regir con cetro de hierro a todos los contumaces. Al ver en el cielo a dicha mujer coronada de estrellas, se armó de siete cabezas y diez cuernos con el propósito de prevalecer sobre los astros: el sol, la luna y las estrellas, el Salvador, su santa madre y los santos.
Apareció en forma de dragón, figura horrible, para causar espanto en la mujer, a fin de que, aterrorizada, diera a luz antes de tiempo, abortando, en consecuencia, a su hijo. Apareció de rojo encendido, es decir, encolerizado, furioso. Tenía siete cabezas para luchar en contra de los siete espíritus que servían ante el trono de Dios, ya que temía que combatieran en defensa de la mujer.
[1110] Llevaba diez diademas, prometiéndose la victoria sobre los nueve coros angélicos, el Hombre-Dios y, en consecuencia, sobre la naturaleza humana. Mientras duró esta visión, se mantuvo frente a la mujer embarazada, a fin de devorar el fruto de sus entrañas. Con su cola arrastró a la tercera parte de las estrellas en pos de sí: los ángeles que rehusaron adorar al hijo varón que debía ser Dios y hombre. San Miguel los resistió junto con todos sus demás ángeles después de que la mujer dio a luz a su hijo, que fue arrebatado hasta el trono divino.
Todo esto sucedió en visión. Dios reveló que un día sería realidad. Fue él quien dio alas a la mujer para que volara a la soledad, hasta que llegara el tiempo de aparecer delante de los hombres. Dicho desierto es la divinidad, en la que María vivió oculta, volando más alto que cualquier otra criatura, porque debía llegar un día en que el Verbo tomara nuestra frágil carne y nos diera su fortísimo apoyo, haciéndose capaz de sufrir a causa de su amorosa bondad hacia la humanidad.
Adán era más débil que su mujer, quien se lo ganó con sólo dirigirle una palabra al presentarle el fruto prohibido. La serpiente conversó largamente con Eva para engañarla, según expresó ésta al ser interrogada por Dios, lo cual la disculpaba un poco, pero sin justificarla. Adán, empero, tuvo algo diferente que decir: La mujer que me diste me ofreció del árbol, y comí. No dijo del fruto: La mujer que me diste por compañera me dio del árbol y comí (Gn_3_12). Esa vid tenía más madera que fruta. Por ello dijo: del árbol, mostrando así que fueron uvas. Una manzana o un higo no tienen sino el minúsculo tallo que los adhiere o deja caer del árbol. Adán no hubiera dado el nombre a la ínfima parte.
Fue ésta una ruda respuesta; no como la de Eva, que dijo escuetamente: La serpiente me dio y comí (Gn_3_13). Dios maldijo después a la serpiente y puso enemistad entre su linaje y el de la humanidad, mostrando así que era en verdad el dragón que hizo la guerra en el cielo, enfrentándose a la mujer para devorar su fruto, y a cuya estirpe continuaría atacando. Dios dijo a la serpiente: Acecharás a la mujer, pero su talón aplastará tu cabeza. ¿Por qué quiso hacerla caer, tendiéndole redes y espiando su calcañal? Por imaginarla destinada a engendrar a dicho hijo varón, al que intentó dañar haciendo caer a su madre. Pensó tal vez que ella comería de este fruto en tal cantidad, por encontrarlo sabroso, que se embriagaría y caería a tierra. De este modo, llevaría a cabo su plan y desbarataría el de Dios.
Como el Dragón fue echado del paraíso por san Miguel, a causa [1111] de su desobediencia, no dejaría de arrojar a Eva del paraíso terrenal para enviarla debajo de la tierra por obra la muerte. De este modo no temeré ser inferior a una mujer; pero acabó estando mucho más sujeto a ella de lo que imaginó en sus malas intenciones. La Virgen madre, con su talón, le aplastó la cabeza. La espió por detrás sin atreverse a mirarla de frente, porque María nunca vio la corrupción ni fue vista por ella. Aquel basilisco sería incapaz de mirar a Virgen tan pura, por ser indigno de aparecer ante sus ojos.
María debía vengar el engaño que él le hizo en la persona de Eva. Si una reina supiera que se había ofendido a otra mujer, pensando que fuera ella, para quitarle su reino y su corona, e impedirle ser madre de un hijo que debía ser rey, enemistándola con aquel que la hubiera elevado a todos estos privilegios, ¿que no haría, con justa razón, para castigar a tan mendaz y astuto asesino? El demonio tuvo la intención de dar muerte a su Hijo varón, ignorando que su muerte sería la vida de la humanidad, pues Dios le ocultó al principio el misterio de la muerte de su Hijo. Jamás pudo imaginar que el Padre amaría tanto al hombre culpable que enviaría a su único Hijo a la tierra para redimirlo si le ofendía.
El demonio al considerar que, siendo una criatura más noble, fue arrojado eternamente lejos de la visión del rostro de Dios, creyó que con mayor razón proscribiría Dios la tierra a la región de la muerte temporal y eterna, lo cual dedujo cuando Dios dijo al hombre después de su pecado: Porque eres polvo y al polvo tornarás (Gn_3_19). En estas palabras, cimentó la idea de que Dios castigaría eternamente a Adán y a Eva junto con toda su descendencia. Preparó, pues, toda clase de baterías para llevar a cabo el propósito de su malicia, imaginando cuanto pudo para hacer morir al niño que debía gobernarle con cetro de hierro.
El demonio es el primer homicida; Jesucristo le dio este nombre cuando dijo a los judíos que deseaban su muerte: Vosotros sois de vuestro padre el diablo y queréis cumplir los deseos de vuestro padre. Este era homicida desde el principio, y no se mantuvo en la verdad, porque no hay verdad en él (Jn_8_44). Y al final del mismo capítulo, dice san Juan que los judíos, al oír lo que dijo Jesús, tomaron piedras para lapidarlo: En verdad, en verdad os digo: antes de que Abraham existiera, Yo Soy. Entonces tomaron piedras para tirárselas; pero Jesús se ocultó y salió del Templo (Jn_8_58s). Jesús se ocultó por [1112] entonces porque no había llegado la hora en que debía morir. A pesar de todas estas confusiones, el diablo no cedió en su malicia en contra de Jesucristo: siguió empleando todos los medios para perder a la humanidad, movido por la rabia que sentía hacia el Hombre-Dios, al que era incapaz de dar muerte con su sólo poder, y al que sigue persiguiendo en los corazones de los hombres para desalojarlo de las moradas en las que se introduce.
La mujer supo claramente que la serpiente era engañosa cuando dijo que la había embaucado: Si no me hubiera embrollado tan sutilmente al mentir, no hubiera yo comido del fruto ni insistido para que Adán lo comiera. Es menester notar que Dios dijo a Adán: Seguiste la voz de tu mujer al comer del fruto que te prohibí. Su voz tuvo más fuerza para ti que mi mandato. Maldeciré la tierra por tu causa: comerás de sus frutos con grandes trabajos todos los días de tu vida, porque seguiste a tu mujer a pesar de mi prohibición. Mando a la tierra que no te alimente sin trabajo, añadiendo que te dé espinas que te puncen con el remordimiento de haberme ofendido.
¿Qué dices a esto, Verbo divino? Estas espinas serán para tu cabeza cuando seas hombre mortal. Nos darás la vida eterna a expensas de la tuya en el tiempo, después de haber trabajado desde tu juventud en tierras ingratas que te entristecerán hasta causarte un sudor de sangre y agua en la misma noche en que convertiste el pan en tu cuerpo y el vino en tu sangre, para que te comamos y otros puedan comerte. El diablo no dejaría de atacarte en dicha Cena, para causarte la muerte. San Juan nos lo narra con estas palabras: Habiendo amado a los suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el fin. Había acabado la cena, cuando ya el diablo había sugerido en el corazón de Judas, hijo de Simón Iscariote, el designio de entregarle (Jn_13_2). El diablo, que es el primer traidor, puso en el corazón del traidor Judas Iscariote, que significa... el designio de vender a Jesucristo para entregarlo a la muerte. El diablo utilizó a un hombre para llevar a cabo su empresa, por ser incapaz de hacerlo él mismo sin un intermediario que causara la muerte al Hijo de Dios hecho hombre. Tenía que valerse de un hombre para ser homicida, o más bien, deicida.
Salvador mío, mueres después de sufrir trances indecibles durante la Cena y en el Huerto. Aunque eres más del cielo que de la tierra, serás sepultado dentro de la roca, porque eres piedra, la piedra viva que podrá resistir. Tu cuerpo incorruptible no volverá a morir; tu divinidad no te abandonará ni en los limbos ni en el sepulcro; tu Espíritu divino te dará resistencia. La divinidad demostrará [1113] su poder. Renacerás a una vida nueva e inmortal. Estas palabras del eterno Padre seguirán aplicándose a tu resurrección: Te engendré antes del lucero de la mañana (Sal_110_3), concediéndote una vida sin dolor. Al salir del sepulcro, lo dejas glorioso y fragante.
Adán se apartó del bien para obrar el mal, y éste lo siguió y sepultó en el seno de la tierra entre la podredumbre y la corrupción. La tierra quedó infecta hasta que viniste a andar en ella y al llegar el día en que visitaste sus regiones inferiores, iluminando a los que esperaban en la divinidad. Fue entonces cuando dijiste a la muerte que tú eras su muerte, y al infierno que eras su aguijón, contra el que estrelló sus dientes: era una piedra demasiado dura para los demonios.
Muerte, ¿Dónde está tu aguijón? La muerte ha sido absorbida por una victoria. ¿Dónde está, oh muerte tu victoria? ¿Dónde oh muerte, tu aguijón? (1Co_15_54s). Jesucristo nos dio esta victoria con su muerte y resurrección. Cristo resucitó de entre los muertos como primicias de los que durmieron. Porque, habiendo venido por un hombre la muerte, también por un hombre viene la resurrección de los muertos. Pues del mismo modo que en Adán mueren todos, así también todos revivirán en Cristo. Pero cada cual en su rango: Cristo como primicias, luego, los de Cristo en su venida. Luego, el fin cuando entregue a Dios Padre el Reino, después de haber destruido todo principado, dominación y potestad. Porque él debe reinar hasta que ponga a todos sus enemigos bajo sus pies. El último enemigo en ser destruido será la muerte. Porque ha sometido todas las cosas bajo sus pies. Más cuando diga que todo está sometido, es evidente que se excluye a Aquel que ha sometido a él todas las cosas. Cuando hayan sido sometidas a él todas las cosas, entonces también el Hijo se someterá a Aquel que ha sometido a él todas las cosas, para que Dios sea todo en todo (1Co_15_20s).
Satán, te creíste listo, pero te equivocaste. Jesucristo y su santa madre vencieron a la muerte. Jesucristo la absorbió en su victoria: le quitó su aguijón y ya no es de temer; tampoco el infierno, a menos que se trate de ti y de tus seguidores, que traman golpes con dichas armas en las regiones infernales en las que están abismados por soberbios. Ustedes son sus enemigos sumergidos en esas horribles fosas, de las que sólo saldrán en el último día, en que la muerte [1114] temporal será destruida. La muerte que deja sin vida a los cuerpos no tendrá más poder en ese día, en el que todo se someterá al Hombre-Dios, el cual, agradecido ante la grandeza que el Padre le dio, le someterá a todas las cosas junto con él, considerando como su mayor gloria el estar sujeto a su Padre, a fin de que, al poner todo en la posesión divina, Dios sea todo en todos. En el día en que el Hijo del hombre, el Salvador, venga en majestad y aparezca glorioso, la grandeza de su madre se manifestará en gloria junto con él. Verán a los dos unidos en una misma gloria. Esta mujer circundará al hombre-Oriente. Mirarán a la mujer vestida de sol, con la cabeza coronada de estrellas que reflejan los rayos emitidos por la brillante cabeza del Hijo, en otro tiempo coronada de espinas que la traspasaron, misma que, por desprecio, los judíos impusieron al rey de reyes, quien la transformó en corona de gloria por toda la eternidad.
Lucifer, jamás igualarás al Altísimo. La diestra es para el Hijo y su madre, que tuvieron sentimientos de profunda humildad y se anonadaron a sí mismos. En la proporción en que se humillaron, serán ensalzados. Después de ellos irán los elegidos, cada uno según su rango, que difieren en belleza así como una estrella difiere de otra en claridad. Su cuerpo corruptible fue puesto en el surco, a manera de una semilla, por Jesucristo, pero se levantarán incorruptibles. El primer Adán trajo la corrupción de la tierra corrompida; el segundo Adán, por ser del cielo, nos hará semejantes a él y a su madre. El nos hará gozar de la luz que tuvo con su Padre desde antes de que el mundo existiera, a fin de que seamos uno así como él es uno con su Padre.
La mujer fue arrebatada de la presencia del dragón, que no volvió a verla. Miguel combatió generosamente y venció al dragón, quien perdió su lugar en el cielo. Para conservar su pretendido imperio, resolvió reinar en la tierra mediante la astucia. Por ser dragón en el cielo, fue serpiente en la tierra: y fue arrojado el gran Dragón, la Serpiente antigua, el llamado Diablo y Satanás (Ap_12_9). Dicha serpiente pensó tener la artería suficiente para quebrantar los designios de Dios, ignorando si esta mujer era la misma que se le apareció en el cielo, y si habría dejado en él su gloria para revestirse de ignorancia y debilidad, a la usanza de la tierra. A su vez, cambió de figura apareciendo como serpiente y arrastrándose con apariencia de sumisión al manifestar a Eva que la prohibición era sólo un temor de la divinidad a ser [1115] igualada por su criatura en ciencia y en poder, afirmando que por ser libre, debía recurrir a su libre arbitrio, sin sujetarse a ley alguna que fuera en contra de su libertad.
Lo que en realidad deseaba era que perdiera su corona estrellada, ocasionando que su juicio se rebelara frente al de Dios. Pretendía arrebatarle su radiante vestido de sol y que perdiera la gracia ante el pensamiento de que sería revestida de ciencia divina y que podría ser tan sabia como Dios. La persuadió de que la dulzura de ese fruto le proporcionaría mil delicias junto con grandes conocimientos y, en fin, que ella y su marido serían dioses que conocerían el bien y el mal para abrazar el primero y huir del segundo: las tentaciones suelen darse bajo el color de un bien aparente.
La serpiente, conocía el amor y el respeto que su marido le tenía, y cuánto la quería, porque Dios la había dotado en extremo. Por ello le dijo que el hombre, enamorado de su mujer, creería en todo lo que su perfecta consorte le dijera, considerando que era algo que él debía hacer, ya que por algo Dios se la había dado, estimándola más docta que él porque la ley divina le ordenó unirse a ella, y porque no tuvo dominio sobre su mujer antes del pecado.
Satán vio claramente que ella seguía siendo su dama por haber salido de él, aunque debía recibir, en lugar de la costilla, carne que imagino debió ser un corazón amoroso con el que Dios reemplazó la costilla de Adán. El pobre Adán fue débil en su creación por haber sido formado del limo de la tierra. El aditamento o restitución que Dios hizo al hombre, al desprender una de sus costillas, fue la carne de Eva.
Divino formador, perdona la libertad que me tomo para decirte lo que pienso. Si no hubieras resuelto unirte a nuestra naturaleza para fortalecerla con una de tus divinas personas, no la hubieras hecho tan débil. Si el segundo Adán no hubiese aparecido en la plenitud de los tiempos, el primero no habría sido tan insensato al principio del mundo. Es un anuncio de tu sabiduría y ciencia eternal: El principio de la sabiduría que fue revelada, y la malicia del que la desconoció. La sabiduría que alcanza de un confín al otro, disponiendo todas las cosas fuerte y suavemente. No ignora cosa alguna, ella hizo la noche antes que el día. Las tinieblas existieron antes de que creara la luz; reservando para sí lo más perfecto.
El primer Adán fue de la tierra; el segundo debía ser del cielo, como observa san Juan, y, después de él, san Pablo: El que viene de arriba está por encima de todos: el que es de la tierra, es de la tierra y habla de la tierra (Jn_3_31). El primer hombre es el terreno, formado de la tierra; y el segundo hombre es el celestial, que viene del cielo (1Co_15_47). Así, es obvio que la Iglesia sobrepasa a la sinagoga y no es [1116] posible poner en duda que la ley de gracia tiene atributos mucho más grandes que la ley natural.
No se puede negar que exista una desproporción infinita entre el primer Adán y el segundo, ni que la cualidad de madre de Dios sobrepasa infinitamente la de madre de los vivientes. Aun cuando Eva no hubiera pecado, seguiría siendo únicamente madre de las criaturas en comparación con María, la segunda Eva, que es madre del Creador y del Hombre-Dios, que es el Adán celestial bajado del cielo, que está sobre todos los hombres y los ángeles en igualdad con el divino Padre sin causarle detrimento, sujeto a María como hijo suyo, y, mediante ella, al divino Padre sin perder su divina igualdad.
Capítulo 196 - Mi divino esposo me fortaleció en las aflicciones que me causaba la prolongada espera del establecimiento de su Orden, mostrándome su poder y su bondad para hacerla triunfar, 26 de octubre de 1635.
M.R.P. Jesús, por todo saludo.
[1117] Al anochecer, encontrándome afligida ante la prolongada espera del establecimiento de la Orden del Verbo Encarnado, pedí a la Santísima Trinidad apresurara su obra, diciendo varias veces: Dios mío, ven en mi ayuda (Sal_69_2). Sentía gran tristeza al constatar mi grande imperfección al parecerme que me sentiría mejor si la orden se estableciera. A pesar de mi congoja, no disminuyó mi esperanza en la divina bondad.
Me apenaba que diversos religiosos afirmaran que esta Orden jamás se establecería. Sus palabras podían entibiar a mis hijas, o al menos afligir a sus familias. Después de mi desánimo, mi alma se adormeció. Escuché entonces: Hija, considera los sufrimientos que soporté por la redención de la humanidad, y cuánta fue mi angustia en el Huerto de los Olivos, mi desamparo en la cruz y cómo, burlándose de mí, decían mis enemigos He allí al que salva a los otros, pero es incapaz de salvarse a sí mismo, junto con otras expresiones ofensivas hasta que entregué mi espíritu en la cruz, sobre la que se durmió mi cuerpo. Mi alma entró entonces en un dulce reposo a pesar de que descendió a los limbos. Gozaba de la alegría de su paraíso. En ese mismo día di paso al buen ladrón, no ya al empíreo, sino a mi gloria. Dije en esa ocasión: Señor, tú me escudriñas y me conoces de lejos entiendes mis pensamientos; tú distingues si camino o si descanso, a todos mis caminos estás atento. Cuando aún no está la palabra sobre mi lengua: he aquí, Señor, ya lo conoces todo. Por la espalda y de frente me rodeas, y tienes puesta sobre mí tu mano (Sal_139_1s).
Al considerar estas palabras de mi divino Salvador, aunque dichas por David, sentí reanimarse mi esperanza. Entendí entonces que no toda criatura puede comprender los caminos de Dios y que la divinidad conculcó al diablo bajo sus pies cuando éste [1118] intentó elevarse para ser semejante al Altísimo.
Mi espíritu se ocupó en las palabras de los profetas Habacuc e Isaías: Dios se mantiene en pie, midiendo la tierra, a la que sostiene con tres dedos para mostrar su pequeñez al lado de la divina grandeza. Cuando los gigantes intentaron escalar el cielo para llegar a la altura de Dios, él miró de lo más alto de los cielos a todos los soberbios del siglo, despedazándolos como a insignificantes vasos de arcilla: ¡Mira y hace estremecerse a las naciones; se desmoronan los montes eternos, se hunden los collados antiguos, sus caminos de siempre! (Ha_3_6).
Hija, una sola mirada derribó a los soberbios demonios, que eran los montes del siglo y las colinas del mundo; es decir, los más grandes hombres, sea en saber, sea en poder y riqueza, los cuales, de buen grado o muy a su pesar, doblaron las rodillas al paso de mi eterno poder, sabiduría y bondad. Mis caminos son impenetrables; no corresponde a las criaturas medirlos ni decir que si algo no se hace en su tiempo, no se hará en mi eternidad.
Los buenos adoran mis sendas y se inclinan ante mí. Los malos, en cambio, se ven forzados a hacerlo en el estrecho de la muerte, que reduce sus días en tanto que yo soy siempre el mismo, y que mis años jamás llegan a la vejez. Los bienaventurados adoran incesantemente y adorarán sin fin mis eternos caminos. Desde la eternidad, engendro a mi Verbo; esta acción es mi vía intelectual. Mi Verbo y yo producimos eternamente al Espíritu divino mediante una producción divina, una espiración que obramos en nuestro interior, sin dejar de producirlo en nuestra misma inmensidad. El es el término de nuestra voluntad; es nuestro mismo beneplácito, que termina en su persona por ser un término infinito. Dicho Espíritu se relaciona con nosotros por retorno y al ser enviado, pero pasivo, abrazándonos divinamente.
Pertenece solamente a esta divina persona permanecer inmutable en nuestras intenciones y de detenernos en ella, sin verse obligada a mostrar disposiciones de sumisión y dependencia, por ser igual y consustancial a su principio único, mi Padre y yo, que con esta persona del Espíritu Santo somos un Dios simplísimo, eterno, inmenso e infinito, por quien todo fue creado y al que todo es posible, porque hace cuanto quiere en el cielo y en la tierra. No temas que deje él de establecer la Orden a la que ama y que edificará en su bondad.
Capítulo 197 - Unión que Dios desea tener con las vírgenes, que son lirios entre los que el divino esposo se complace y se recrea. La virginidad fue a su encuentro en el seno del Padre y lo atrajo a la tierra.
[1119] Al pedir a mi divino amor que me uniera a él, me dio a entender con gran suavidad que se complace en vincular a él a la persona que ama, y que al recoger sus potencias hace con ellas un ramo de lirios o azucenas. Para eso descendió al seno de su madre Virgen, que es el jardín de sus complacencias, en el que goza y reposa, ya que gusta reposar entre los inmaculados lirios de las almas purísimas.
Instituyó el Smo. Sacramento para cosechar azucenas. Juan, que era virgen, fue un lirio cortado del seno del Verbo Encarnado en la última cena, durante la que el predilecto del Verbo escuchó, vio, aspiró, gustó y tocó al Verbo de vida. Después de haberlo experimentado, dijo: Lo que existía desde el principio, lo que hemos oído, lo que hemos visto con nuestros ojos lo que contemplamos y tocaron nuestras manos acerca de la Palabra de vida, pues la Vida se manifestó, y nosotros la hemos visto y damos testimonio y os anunciamos la Vida eterna, que estaba vuelta hacia el Padre y que se nos manifestó (1Jn_1_1s).
Les anunciamos lo que vimos y oímos, a fin de que participen de estos favores en comunión con nosotros, y que esta sociedad se aúne a la del Padre y el Hijo, Jesucristo, que se unen en el Espíritu Santo. Les escribimos esto para que gocen y que su gozo sea completo, por ser éste el deseo de aquel que nos enseñó y concedió este don a través de su divina luz, porque Dios es luz, y en él no tienen cabida las tinieblas. Al unirnos Dios por Jesucristo, que nos lavó con su sangre, estamos en comunión con la luz, porque él nos purificó de nuestros pecados. Confesemos que somos pecadores; al confesar nuestros pecados, su misericordia nos librará de ellos y nos lavará de todas nuestras iniquidades. Si caemos por debilidad, el divino Salvador será nuestro abogado ante su [1120] Padre. Por ser justo, se ofreció en propiciación por nuestros pecados e injusticias.
El divino amor me enseñó, por tanto, que su alegría se cifra en congregarnos en él después de que el pecado nos ha separado. Su gracia trata de congregar valiéndose del ingenio del amor, que es creativo sin forzar el libre arbitrio. La justicia siembra espinas para cosechar lirios. Las espinas son sembradas por las manos de la justicia debido a que nuestros pecados obligan a Dios a ser justo, aunque debido a su bondad es misericordiosamente benigno. El es, en sí, la bondad que se difunde, bondad, que siembra los lirios que cosecha, en los que se deleita, en tanto que el día asciende y las sombras declinan. Me refiero al día de la gloria, en el que no habrá más sombras que las de los infiernos, en los que se asentarán las tinieblas de la muerte, que debe ser precipitada hasta esos calabozos. Dichas sombras quedarán abismadas en el averno por toda la eternidad.
Me reveló también que, por amor a los lirios, tolera las espinas; que por el placer que experimenta en un alma pura, sufre las numerosas espinas de nuestras faltas; que su paciencia es grande en este divino sacramento, que es la recolección que hace para congregarnos junto con él y conducirnos a nuestro principio y fin, que es la pura Deidad.
Prosiguió diciéndome, que él está en la hostia para ser escuchado, visto, gustado, aspirado y tocado mediante un sacrosanto contacto que sólo es explicable, a través del Verbo de vida, para el alma a la que infunde y da la vida con su misma vida divina, a la que instruye de manera admirable. Esto se lleva a cabo en sus potencias superiores y aun en los sentidos, en proporción a la capacidad que él les concede: Todos serán dóciles a Dios. Dios, que está en Cristo para reconciliar consigo a este pequeño mundo a través del divino sacramento, vuelve a unir a sí el cuerpo y el espíritu: Mora en mí y yo en él (Jn_6_56).
Dime, querido amor, ¿Por qué te gusta tanto recoger lirios? El Profeta Esdras dice admirablemente que, al tocar las flores de la tierra, elegiste para ti un lirio: Entre todas las flores del orbe, elegiste un lirio para ti. ¿Por qué no una rosa? ¿Y por qué no dices que tu esposa es como una rosa entre las espinas? Abundan más las rosas con espinas, que los lirios entre espinas.
Es éste un gran misterio que manifiesta la santidad de tu madre Virgen, que jamás produjo espinas. Esta flor de la raíz de Jesé estuvo rodeada de espinas, pero jamás tuvo una en su tallo, virginalmente divino. Su raíz es Jesús, el Verbo Encarnado, que es un lirio divino. María es el lirio de los valles [1121] porque todo lo que es ajeno a su casto amor, es impuro.
No llega él a su jardín para recoger en él ajos y cebollas de Egipto, sino para cosechar lirios purísimos. No abajaría los cielos de su grandeza para descender a su huerto cerrado, que encierra a la fuente escondida, para aspirar el olor de hierbas nauseabundas. Va para inhalar la fragancia de las aromáticas y a cortar en él flores y azucenas. Su esposa es como la flor de la rosa en tiempo de primavera, y como las azucenas junto a la corriente de las aguas, y como el árbol del incienso que despide fragancia en tiempo del estío: como luciente llama, y como incienso encendido en el fuego: como un vaso de oro macizo, guarnecido de toda suerte de piedras preciosas; como el olivo que retoña y como el ciprés que descuella por su altura, cuando se pone el manto de gloria y se reviste de todos los ornamentos de su dignidad (Si_50_5s).
Si a alguien le extraña el que yo aplique a la esposa lo que se dijo del gran Onías, ruego a quienes lean estas palabras consideren que el Verbo divino bien merece tener una esposa fiel y obediente. Simón significa el obediente; Onías, la fuerza del santo. Ella posee la fuerza del santo de los santos, que es su esposo y su apoyo. Ambos son uno en la carne y uno en espíritu. El apóstol, hablando a la Virgen, le dijo que ella tenía el mismo pensar que su divino esposo, ya que su mente se ocupaba sólo en las cosas de Dios, como si le dijera: Como tu suerte es tan feliz por ser esposa del que es la corona de las vírgenes y la virginidad por esencia y por excelencia, posees en él todo cuanto es estimable: tienes al rey de los ángeles por esposo y ellos son tus servidores porque eres su compañera, por ser su esposa.
La virginidad es sublime. ¿Quién podrá comprarla?, dice Jesucristo. Es necesario un gran valor para ser la esposa virgen del esposo virginal. Es menester recibir esta gracia del divino esplendor: me refiero al Verbo, el cual trajo a la tierra esta virtud por haberla enviado a la madre que él debía escoger para concebirlo, llevarlo y alimentarlo en su seno. Jamás se hubiera alojado el divino lirio en un regazo que no fuera virgen. Quiso ser cortado en las entrañas virginales. San José, que lo llevó en brazos, era virgen. San Juan, que se recostó en su pecho, fue virgen. Le gusta recostarse y recrearse en medio de los lirios virginales.
La virginidad del espíritu, la del corazón y la corporal es de él, está [1122] en él y se transmite por él. Es un don del Padre todopoderoso al Hijo que todo lo sabe, por mediación del Espíritu Santo, que es todo ardor, el cual es término de todas las producciones o emanaciones divinas; el que abraza al Padre y al Hijo con un abrazo virginal, en tanto que es igual al Padre y al Hijo. El Espíritu, es un Dios simplísimo y único sobremanera junto con el Padre y el Hijo, con quienes se relaciona en unidad de principio.
Me atrevo a decir que no existe imagen más clara de la indivisible divinidad que la virginidad perfecta. En mi concepto, una virgen debe adornarse de las virtudes propias de la esposa del Verbo. Es la perla preciosa que él vino a buscar a la tierra, ocultándola en ella mientras prevalecieron la ley natural y la ley escrita. El Espíritu Santo inspiró a María que hiciera voto de virginidad para apremiar, por así decir, al Verbo divino. Lo que la hizo más amable, fue el sentimiento de humildad que la humildísima Virgen poseyó en todo momento.
Con esas dos alas voló más allá de los cielos y sobre todos los ángeles: el Espíritu divino le dio impulso para ello. Mediante la acción del divino Espíritu, fue llevada hasta el seno del Padre, en el que atrajo al Verbo. Fue éste un vuelo sublime y virginal, de una virginidad libre, pura e inenarrable para aquellos que son incapaces de conocerla: ¿Quién, pues, podrá comprender con un ingenio humano las cosas que no están incluidas en las leyes naturales?, o ¿quién podría expresar, con una voz natural, lo que está más allá de lo que es común a la naturaleza? Del cielo procede lo que imitamos en la tierra; tampoco merecemos vivir la vida que el Esposo encontró para sí en lo alto. Ellas traspasarán las nubes, los aires, los ángeles y el firmamento para encontrar al Verbo de Dios en el seno del Padre, de cuyo interior dimana todo bien. ¿Quién, habiendo hallado tanto bien, sería capaz de abandonarlo? Tu nombre es perfume exhalado; por eso las jovencitas te amaron y, a su vez, te atrajeron. Por último, no es cosa mía el afirmar que, como no se casan ni se casarán, serán como los ángeles de Dios en el cielo. Nadie, pues, se admire si se las compara con los ángeles de Dios, pues a ellos se unirán. ¿Quién será capaz, por tanto, de negar que esta vida fluye del cielo, y que no sería fácil encontrarla en la tierra sino hasta después de que Dios bajara para informar los miembros de este cuerpo terrenal, concibiendo por tanto en su seno al Verbo hecho carne, para que la carne se hiciera Dios? Ellos dos son los más humildes de las [1123] criaturas. El lirio abrió su corola a manera de vaso para recibir el rocío divino. Jesucristo es el rocío divino en cuanto Verbo mientras que, en cuanto hombre, recibió la gracia, no en medida, sino en plenitud exuberante, de la que reciben todos los lirios escogidos en su condición de elegidos: y de su plenitud todos hemos recibido gracia por gracia.
Al llegar a su vigor, el lirio dura más tiempo que la rosa, que declina al poco tiempo y se marchita. En Jericó sólo se halló una rosa muy bella: la Virgen, que permaneció íntegra e inviolable en medio de las mutaciones del Jericó que es la naturaleza humana, que es tan cambiante en sus afectos. María jamás cambió en su resolución de adherirse al puro amor divino; por ello el Verbo la escogió para ser su madre con preferencia a las demás criaturas. Ella es rosa y azucena, todo a una; blanca y encarnada, humilde y caritativa.
El lirio, con sus diminutos lunares y florones, que semejan un hociquillo, parece disparar su dardo al cielo o, al menos, llamar a la puerta del amor divino para abrir el corazón de Dios a fin de que remedie la indigencia de las criaturas, a cuyo favor parece mantener abierta su boca, a fin de derramar en ellas con superabundancia lo que tiene de sobra y colmarlas con ello.
El Hijo de Dios considera al lirio de los campos más ricamente vestido que Salomón en toda su gloria y magnificencia. En consecuencia, el lirio es rico. David dijo que los ricos tuvieron hambre: Los ricos quedan pobres y hambrientos, mas los que buscan al Señor de ningún bien carecen (Sal_34_10). Dicha hambre y escasez no los hacen despreciables, porque buscan al Señor. No reciben una porción menor del soberano bien, que dijo: Daré a los que tienen y quitaré a los que carecen.
Esdras escuchó: Los vacuos estarán vacíos, en tanto que la esposa aparecerá colmada de plenitud. Al aparecer manifestará todo lo que surge de la tierra, y todo el que haya sido liberado del mal predicho podrá ver mis maravillas; y cuando sea revelado mi Hijo Jesús en compañía de los suyos, todos se regocijarán.
Las almas que están desposadas con el Hijo de Dios son ricas; y si tienen hambre, es de su justicia. Son saciadas porque él mismo las justifica. Los ojos de Dios gozan [1124] al verlas tan bellas, y sus oídos escuchan los pensamientos de sus corazones como una música agradabilísima que lo atrae a ellas para colmarlas de sí mismo, a fin de elevarlas hasta sus grandezas mediante el deseo inconsciente que infunde en ellas de verlo en su gloria, en la que serán perfectamente saciadas. David pertenecía al número de estos ricos pobres, que poseen la esperanza de ser verdaderamente saciados cuando la gloria divina les sea manifestada.
Lo que no es Dios es nada para estas almas; lo que no es él se reduce a meros escalones que las elevan al pisarlos bajo los pies. El lirio pulula al subir; el alma no puede crecer sino elevándose a Dios. Se observa que las palomas levantan el pico después de probar su alimento, como para dar gracias a Dios por sus bienes. El lirio está siempre abierto a las alabanzas divinas, como si continuamente diera gracias a Dios. En el momento de la Cena, Jesucristo elevó sus ojos al cielo para mostrar que su corazón los seguía en su acción de gracias al Padre.
Nos comunicó todo lo que su Padre le dio; todo lo que poseía con el Padre, diciendo que todo era común entre él y su Padre, y que deseaba que tuviéramos comunidad de bienes con el mismo Dios; que la misma gloria que tenía con el Padre fuera nuestra; que fuéramos hasta donde él está, a fin de que, de cerca, tuviéramos el conocimiento y el gozo de sus divinas riquezas en unidad con él mismo. ¿Acaso no es de admirar un conjunto como éste? ¿Hay algo más deseable que el lirio divino que lleva en sí todos los tesoros de la ciencia y la sabiduría de Dios? En él habita la plenitud de la divinidad. Cuando el divino amor lo implanta en el seno de su amada, ¿no se convierte ella en un jardín delicioso?
Así como Jesucristo se llevó a sí mismo y se recibió en la Cena, al entregarse a sus discípulos, se planta y se cosecha, multiplicándose en el alma con divinas reproducciones que son inenarrables, aunque no desconocidas ni imperceptibles al alma pura y despegada de todo lo que es pecado. Más bien digo desligada, es decir, que no tiene punto alguno de contacto con el pecado. No digo que no peque: ¡ay! La miseria de un alma es verse separada de dicha recolección cuando se desvía de su divino amor.
No quiero pensar en la división, porque hablo aquí de la unión. No deseo ofender mi vista mirando un alma escogida para el lecho florido del divino esposo, inmiscuida en [1125] inclinaciones impuras: Se dice: No sólo se abstuvo Elías de contacto corporal alguno, sino aún del mismo deseo. Por ello fue arrebatado al cielo en un carro; por ello apareció glorioso en compañía del Señor; por ello debía volver como precursor de su venida.
Admiré estas palabras del celestial san Ambrosio al leerlas en el breviario. Quise copiarlas aquí, porque explican con divina elocuencia las excelencias de la virginidad, la cual, rebasando las nubes, va más allá de la atmósfera y de los ángeles, que son como astros, llegando en su vuelo hasta el seno del Padre: Ellas traspasarán las nubes, los aires, los ángeles y el firmamento para encontrar al Verbo de Dios en el seno del Padre, de cuyo interior dimana todo bien.
¿Quién, Señor de señores, Rey de reyes, concedió semejante osadía a esta joven? El amor que tienes a la virginidad. Acoges a los lirios de los valles y entre ellos te recreas. Ella sube al trono supremo del regazo paterno para encontrarte cual divino lirio plantado en dicho seno, que se alimenta en el mismo seno, que posee la misma naturaleza de ese seno, que es la fuente de la vida, y el torrente de delicias que ella apura a grandes tragos. Dejémosla sacar con gozo del pecho divino.
Dejémosla beber. Veámosla embriagarse y adormecerse. El divino esposo nos conmina a respetar su sueño hasta que despierte.
Querido amor, guarda a este lirio que cosechaste y recogiste para la eternidad; obra en mí esta colección y recolección amorosa.
Capítulo 198 - La Virgen es verdaderamente llamada cielo y firmamento en la concepción inmaculada y en la muerte de su Hijo en la cruz
[1127] En el principio, Dios creó el cielo y la tierra. La tierra era inhóspita y sin fruto.
El Espíritu del Señor se cernía sobre las aguas supremas de las gracias admirables que deseaba desbordar en María, a quien deseaba confirmar y convertir en cielo, en luz, en firmamento. Ella fue la primera criatura en los designios divinos, aunque en su ejecución la Virgen haya aparecido hasta la plenitud de los tiempos. Fue, no obstante, la primera en ser poseída por Dios desde el comienzo de sus caminos y en tener la primacía en todo. Aún no existía la tierra y ya estaba ella destinada por Dios para ser la madre de su Hijo. Los abismos cubiertos de tinieblas existieron después que ella. Aquel que hizo los siglos la creó y poseyó en su eterna luz antes de toda la creación. Ella es la forma externa de Dios. El Verbo divino no causó mengua al igualarse a Dios su Padre, siendo él mismo figura de Dios y Dios mismo. No pensó hacer algo indigno de su amorosa grandeza al anonadarse para tomar la forma humana en María, de cuya sustancia le hizo un cuerpo el Espíritu Santo.
El Verbo, que es imagen en la Trinidad y en la divinidad, convirtió a María en una copia tan perfecta de su belleza, que san Dionisio, iluminado divina y excelsamente, y habiendo conocido bien la purificación, la iluminación y la perfección de las tres jerarquías celestiales, dijo que si la fe no le hubiera enseñado que sólo había una y única deidad, habría tomado a María por la divinidad humanada, y adorándola como a su Dios, por ser su viva imagen, iluminada con su divina luz. Es un extracto admirable de la [1126] adorable divinidad: Dijo Dios: Haya luz, y hubo luz. Vio Dios que la luz estaba bien, y apartó Dios la luz de la oscuridad.
Dios dijo por su Verbo que la luz fuera hecha, y así lo fue. La miró en seguida, y vio que era buena por excelencia. La dividió y distinguió de las tinieblas, reservándola para sí. La llamó día perenne, y a las tinieblas noche; es decir, Adán y Eva y todos sus descendientes, comprendidos en el pacto de obedecer la ley que él daría, bajo la cual no puso a su madre, a la que hizo su Dama, pensando hacer de ella su ley y estarle sujeto como a su madre y tutora, a la que deseaba tener presente en el Calvario para ratificar el precio que pagaría a su Padre por todos los esclavos rescatados por él. Fue como si dijera: "Padre santo, todo lo que te doy va también por mi madre; ella ratifica mi contrato. Tomé este cuerpo en sus entrañas virginales, que jamás fueron culpables. Nací de ella para redimir a los hombres. Me diste a ella a fin de que, a su vez, me diese a los hombres. No era digno que yo volviera a ti sin su permiso. Así lo quisiste cuando ella me concibió. El ángel esperó a que ella dijera: 'Fiat'. Yo mismo lo esperaba. Tú dijiste por mi medio al crearla: Que se haga la luz, y la hubo. Ella dijo al concebirme: 'Hágase en mí según tu palabra'. Y así fue".
Por el Fiat de María, el Verbo se hizo carne para habitar con los hombres. Fue necesario además que dijera Fiat mediante su presencia en mi muerte, para consumar la boda y engendrar a la Iglesia de mi costado. La sangre y el agua son la simiente purísima y el alimento que ella me dio. Lo que tomé de ella en mi concepción, lo conservo y conservaré después de mi muerte. El Verbo jamás dejará lo que una vez tomó. Mi alma salió de mi cuerpo, pero seguía siendo, de manera independiente a ella, emanación de la divinidad, aunque de distinta manera. Le era deudora porque de ella salió la materia a la que informó. Esta concepción e infusión se hicieron en un instante a través de la prontísima acción del divino Espíritu y la virtud del Altísimo, que la cubrió de manera [1129] excelente, haciendo nacer en ella la santidad esencial, la imagen de tu bondad y la figura de tu sustancia, la cual, bajo el nombre de Hijo de Dios, portó, en el momento mismo de la encarnación, el nombre de Hijo de María, en y de la cual nací.
El ángel dijo a san José cuando María estaba aún embarazada: Lo que de ella nacerá es del Espíritu Santo. Dale por nombre Jesús, porque él debe salvar y redimir a los hombres del pecado: El salvará a su pueblo de sus pecados (Mt_1_21).Lo que nacerá de ella será santo con plenitud de santidad, porque el sustentáculo de este niño es divino. Es llamado Hijo de Dios, pero como debe redimir a los hombres, es menester llamar Jesús al que obrará la salvación de su pueblo. El ángel no dijo que rescataría a María, ni que pagaría por ella. No la contó en la deuda general del pecado, ni en el estipendio del pecado, que son las tinieblas.
María es luz. Cuando las tinieblas cubrieron toda la tierra, María fue la luz. Esto lo contempló claramente san Juan, el águila, de suerte que no habla de tinieblas como los demás evangelistas, mientras que el Hijo de la Virgen estuvo sobre la cruz, diciendo en cambio que María, su madre, estaba en pie junto a la cruz junto con las otras mujeres que fueron iluminadas con su luz, lo cual fue simbolizado por el milagro obrado en Egipto a favor de los Israelitas.
La Virgen fue representada por Moisés; san Juan, por Aarón por ser sacerdote, y Magdalena por el pueblo de Israel, que fue el pueblo escogido. Se dice que María Cleofás fue hermana de la Virgen, como María se llamó la hermana de Moisés. Cuando digo que la Virgen era Moisés, representada por Moisés, la considero como legisladora, como la más fiel entre todas las criaturas, como la más dulce: humilde entre todas. A ella se entregaron las tablas de la ley que ella misma rompió sobre el Calvario a causa de los pecados de los hombres, en los que no tuvo parte alguna, así como Moisés no participó en el pecado del pueblo cuando adoró al becerro de oro. Aarón y María en cambio, estuvieron con el pueblo; san Juan, María Cleofás y María Magdalena fueron pecador y pecadoras. Juan dijo que mentiría si lo negaba, y que no habría rastro de verdad en él. Magdalena fue llamada la pecadora de la ciudad. Jesucristo dijo de ella que se le perdonaron muchos pecados porque había amado mucho.
La Virgen madre, que fue llevada sobre las aguas del Espíritu Santo, es más [1130] admirable que Moisés, que flotó sobre las aguas y que fue preservado de la sentencia decretada contra los varones de Israel al ser adoptado por la hija del rey, que lo aceptó como niño hebreo. Fue ella quien lo libró de la ley de Faraón. ¿Por qué cayeron los hebreos bajo esta ley? Porque Israel no estaba exento del pecado original. María, empero, ni siquiera lo tuvo, como tampoco el actual; ni era deudora según el contrato, ni estaba comprendida en el pecado de Adán.
Dios concedió a María el favor de ser exenta de la ley por su presciencia divina. El la eligió y preeligió, y mediante su Providencia amorosa la conservó sobre las aguas de su bondad. El Espíritu Santo la tomó para ser su elemento, el Hijo, para ser su alimento y el Padre para ser su sacramento, del que quiso darnos por ella un signo visible para no sólo darnos el conocimiento sino la posesión de su amor invisible, que a través de ella se hizo visible. Por ello el Salvador dijo a los judíos: En verdad les digo: antes de que Abraham existiera, existo yo. El vio mi día y se alegró en él. El vio a mi madre, que es mi día, y se alegró por su causa. María, la primera en la mente divina, es la última citada en la genealogía junto con su hijo: de la que nació Jesús, llamado Cristo (Mt_1_16). El evangelista san Mateo dice: Libro de la Genealogía de Jesucristo, hijo de David, hijo de Abraham san Lucas toma la genealogía hacia atrás, diciendo: hijo de Adán, hijo de Dios (Lc_3_18).
Adán, es decir, tierra. Dios creó el cielo antes que la tierra. María es antes que Adán. Ella es la luz y el día del día, porque ella produjo al Verbo Encarnado. El Verbo, a su vez, produjo a María: El día, al día anuncia el mensaje (Sal_19_3). El día increado produjo al día creado. Dios Padre escogió a María para hacerle ver su Verbo y enseñarle a hablar como a su hijo de manera maravillosa. En la Encarnación, el día creado produjo el día increado: Dios dijo: Haya luz, y hubo luz (Gn_1_3).
Dios mandó que se hiciera la luz, y apareció. Dios, al verla buena por complacencia, la llamó día por benevolencia, no privándola jamás de su amorosa presencia, porque jamás debía ser separada de Dios. Por eso separó las tinieblas de la luz, previendo la caída de Eva, que sería un Occidente, y María un Oriente. Ambas son ciertamente de una naturaleza: María y Eva son humanas; pero la divinidad [1131] se reservó a María para ser su porción y herencia, dando a Eva a los hombres. María es la única engendrada fuera de la esencia divina de su madre, la Providencia eternal.
Ella es la perfecta y singular paloma engendrada antes de los siglos en el seno paterno. Jesucristo fue también engendrado por su madre Virgen en el tiempo, en medio de una admirable pureza. Dios la separó de las tinieblas porque ella era luz, llamándola día y dando el apelativo de noche a Adán y a Eva, noche de la noche, pues aunque fueron creados en gracia, por no estar confirmados en ella muy pronto se convertirían en noche, como cuando decimos después del medio día, hacia el atardecer: anochece, porque en pocas horas no tendremos más al sol en nuestro horizonte.
Ahora bien, Dios escogió a María para gozar de la luz indeficiente, por ser ella más cielo que tierra. El Espíritu Santo que se cernía, que cubría y que volaba sobre sus aguas, separó a esta Virgen, venida a través de las aguas y llevada sobre las aguas de la gracia, de las inquietas aguas de lo bajo y la hizo un firmamento celeste. También la llamó cielo: y llamó Dios al firmamento cielo (Gn_1_8). Como ella es el cielo por excelencia, permítaseme decir que no estaba obligada al pacto que Dios hizo con la tierra. Ella es el cielo admirable en el que Dios se asienta. La tierra es el escabel de los pies de Dios. Por ello Dios dijo desde el tiempo de Salomón: De qué sirve esta casa que me has edificado, si la nube celestial no entra a ella para ser mi sede y mi trono; no entraré en ella. Quiero que además cesen todas las funciones humanas y sacerdotales cuando penetre la nube, en medio de la cual la tierra no puede obrar ni percibir al que está en medio de su penumbra.
Todo, en la Pasión, se redujo a noche, excepto aquellos que ya mencioné. San Juan, al favor de esta luminosa mujer, vio la luz y se convirtió en su hijo, como aguilucho del corazón. La amplitud del ala de Jesucristo le dio en heredad su mismo sol al confiarle a su madre, y él a ella. Fue como si dijera a ese aguilucho: Como estoy bajo el poder de las tinieblas, muy pronto cerraré los ojos del cuerpo para visitar las regiones inferiores de la tierra. Mi alma saldrá muy pronto de este santuario para liberar a los que se encuentran en el limbo.
Juan, te dejo en posesión al sol. [1132]. Contempla esta madre y arregla con ella el matrimonio de la Iglesia. Con gustó beberé a nombre de dicho matrimonio para cumplir la escritura. Acepto beber el vinagre, que representa la uva que comió Eva y que ofreció a su marido, que es agria a causa de la levadura de malicia que la serpiente le puso, obligándola a conculcar el mandamiento divino. Muero voluntariamente al beber: Cuando tomó Jesús el vinagre, dijo: Todo está cumplido. E inclinando la cabeza entregó el espíritu (Jn_19_30).
Alma santísima, ¿a dónde vas? ¿No estarás presente al nacimiento de la Iglesia? Voy a dormir como Adán durmió cuando Eva fue sacada de su costado. El Verbo divino estará presente en mi lugar. Se casan los cuerpos. Yo dejo mi cuerpo en la cruz, que nació de mi madre, a la que pertenezco. El Verbo divino es del Padre: él no abandona ni el cuerpo, ni el alma a la que apoya, aunque el compuesto sea destruido durante cuarenta horas. Confirmaré todo lo que se haga.
Juan, está bien atento al nacimiento de la Iglesia, que nacerá de mi costado. Es la sangre del cuerpo virginal y el agua purísima de la admirable simiente tomada de María. Este matrimonio es una alianza a causa de mi muerte. Es necesaria la muerte, a fin de que tenga validez. Por esto se separa mi alma. Basta con mi madre para ratificar este contrato. La divinidad está presente, el alma volverá muy pronto, y no habrá ya separación por toda la eternidad.
Ella celebrará las bodas de gloria, habiendo ya invitado a las demás almas que conducirá de los limbos a las bodas impasibles, reuniéndose con su cuerpo sagrado. En las bodas de la divinidad con tu humanidad, no hubo disolución. Lo que una vez tomé, no lo dejé ni lo abandonaré jamás.
La Virgen madre es el firmamento que guarda sus luces mientras que la tierra tiembla y los discípulos se escurren como el agua. Si san Juan no hubiera sido destinado a dar compañía a la Virgen, se hubiera ido con los demás discípulos. Fue necesario que viera el agua y la sangre brotar del costado, y que en él el Salvador desposara a la Iglesia en presencia de su santa madre, por ser su voluntad que ella autorizara dicho matrimonio sagrado.
Capítulo 199 - La Virgen fue concebida sin pecado, y jamás estuvo obligada a las deudas del pecado, 15 de octubre de 1635
En el principio creó Dios los cielos y la tierra. La tierra era caos y confusión y el Espíritu de Dios aleteaba por encima de las aguas (Gn_1_1s).
[1135] Este principio es el Verbo, en el cual y por el cual la Virgen fue la primera en ser creada. Ella es también el cielo; aquella a la que Dios poseyó desde el comienzo de su camino, que es el Verbo. María fue la primera en la intención, a pesar de que existió después de Eva en la ejecución. Sucede con frecuencia que el primero en la intención es el último en la ejecución, que es el fin perfecto del objeto destinado. Toda consumación mira a su fin. Según el orden divino, se perpetúa el día que el cielo concede, no la tierra, porque el cielo da su luz a la tierra.
Dios creó, pues, el cielo y la tierra. María es el cielo y Eva es la tierra vana, vacía y errante. Vana en su soberbia, por desear ser semejante a Dios; vacía por haberse privado de la gracia por el pecado, y errante porque fue expulsada del paraíso terrenal, y por estar sujeta a la ignorancia que conduce al error. Su desobediencia la llevó al desorden, destruyendo el orden que Dios le había concedido al hacerla para Adán, tomado una de sus costillas para erigir la admirable edificación que sería llevada al cielo empíreo para jamás caer por tierra, si el pecado no la hubiera reducido al polvo, un polvo contaminado que fue reducido a la corrupción. Fue ésta una de las amenazas que Dios hizo a Adán: [1136] Eres polvo y al polvo tornarás. Serás labrador y ganarás tu vida con el sudor de tu frente. Por estar ocioso, aceptaste la probada prohibida de manos de tu mujer, que la recibió de la serpiente que se arrastra sobre la tierra. Como castigo de tu falta, esta tierra te dará espinas mientras la trabajas para obtener sus flores y frutos.
Y tú, delicada Eva, padecerás dolores agudísimos al parir a tus hijos. También estarás sujeta a tu marido, del que eras compañera, es decir, dama, porque tu creación fue más digna, porque en el paraíso fuiste formada de su costilla, que es más noble que el limo del suelo, cuya productividad maldijo Dios al condenar a la tierra.
Adán, ciego de amor por su mujer, pasó por alto las imperfecciones que ella contrajo por el pecado: aunque a partir de éste se convirtió en madre de los que mueren, quiso llamarla madre de los vivientes, como lo era antes del pecado.
El bueno de Adán estaba seguro de que al menos había gustado lo que yo pienso fue una uva, en la que la serpiente inyectó su veneno y falsedad. Eva no hubiera sido tan descortés como para presentar a su marido una manzana después de haberla mordido. El racimo de uva tiene varios granos; así, al comer de ella, la ofreció entera a su marido.
Dicha uva era alimento y bebida. Por su medio se ataron al pecado y fueron despojados de la gracia de Dios. Fue éste el plan de la serpiente, para privarla eternamente de la amorosa dilección de Dios, que podía hacerlos felices, para que fuesen desdichados eternamente en su compañía; pero se equivocó a sí misma: la sabiduría eterna supo sacar partido de la malicia de la serpiente: a través de un hombre y una mujer entró el pecado en el mundo; por un hombre y una mujer, el pecado fue vencido en él. No nos consta que Dios haya escogido el manzano ni la higuera para curar, en calidad de signo o sacramento, los males espirituales ni para comunicarse al hombre. Nos consta más bien que eligió el pan y el vino para entregarse a nosotros, porque [1137] el pan alimenta y el vino alegra. Subrayo lo que dijo a Adán: Con el sudor de tu rostro comerás el pan, hasta que vuelvas al suelo, pues de él fuiste tomado (Gn_3_19).
Como si Dios hubiera dicho: Planté para ti un árbol en medio del paraíso, para hacerte admirar mi sabiduría y para darte la alegría por su medio cuando así lo quisiera. Si me hubieras sido fiel en tan poco, te hubiera constituido sobre mucho. Te hubiera dado el pan sin trabajo y el vino sin sufrir. Como pecaste, tendrás espinas por pan. Con frente sudorosa comerás tu pan, mas no a favor del vino que yo mismo hubiera querido darte después de haberlo prensado en el lagar del amor. Hay que señalar que David da como título al Salmo 8: A la manera del cántico Los Lagares, ya que en dicho salmo habla del nombre de Dios, que es admirable en la tierra. Habiendo ensalzado su magnificencia sobre los cielos, y habiendo alabado las obras de sus manos, el salmista se asombra de que Dios recuerde y cuide al hombre, al que se digna visitar y al que ha constituido sobre todas las cosas, a pesar de tener una naturaleza inferior a los ángeles antes de la Encarnación. Después de ésta lo coronó de gloria y de honor, constituyéndolo sobre las obras de sus manos, divinizándolo y concediéndole el poder de reproducir su cuerpo.
Pero, ¿Cuál fue la obra particular de las manos de Dios? san Juan y los demás evangelistas dicen que Jesús tomó el pan y lo bendijo, diciendo: Este es mi cuerpo, que será entregado por ustedes. Después, tomando la copa de vino, dijo: Este es el cáliz de mi sangre, que será derramada por ustedes y por muchos en remisión del pecado cometido, diría yo por la vid; sí, porque te complace que lo diga a fin de mostrar que te vales de la materia [1138] que causó el mal para convertirla en sacramento de curación y vida para todos los elegidos. Es éste el trigo y el vino que engendra vírgenes. Jesús ordenó a los apóstoles y a todos los sacerdotes que hicieran lo mismo que él hizo.
Jacob, que contempló tan gran misterio, habló de él dignamente al dirigirse a su hijo Judá, después de haberle dicho con espíritu profético: El cetro no será quitado de Judá, ni de su posteridad el caudillo, hasta que venga el que ha de ser enviado y este será la esperanza de las naciones. El ligará a la viña su pollino y a la cepa, ¡Oh hijo mío!, su asna. Lavará en vino su vestido, y en la sangre de las uvas su manto. Sus ojos son más hermosos que el vino, y sus dientes más blancos que la leche (Gn_49_10s).
Judá, hijo mío, el cetro no se arrebatará a tu linaje, ni el mando de tu muslo hasta que el Mesías prometido haya venido. El mismo será la esperanza de los pueblos. El atará a la vid su pollino; al cepo de la viña sujetará la naturaleza humana, que fue indomable en Adán y sus descendientes. A la viña; es decir, a sí, que es la verdadera viña y su Padre el agricultor porque tu Padre la engendra y la guarda en su seno, cuando todavía no la había enviado a la tierra para unirla con los otros, con una unión indisoluble y de manera inefable a la carne de María, la que has tomado para no dejarla jamás, Es de la carne y la sangre de María que nos alimentas y curas, uniéndonos a Ti, por Ella. Jacob, maravillado exclama con alegría inexplicable viendo por la luz divina la obra del Mesías, su Hijo, "el que ata a la vid su borriquillo (Gn_49_11). El primer milagro que hizo Jesús fue por su madre que cambio el agua en vino. Eva había cambiado el vino de la alegría en agua de dolor cuando persuadió a Adán a comer del fruto, afligiendo a toda la humanidad. María hizo cambiar el agua [1139] regocijando a todos los convidados. Oh Jesús, estas palabras son inefables; Quid mihi está tibi mulier nondum venit hora mea (Jn_2_4).
Mujer digna de sobrepasar todos los pensamientos humanos, ¿Qué hay entre tu y yo? El secreto de mi Padre ¿te ha sido descubierto, por ser mi madre y mi esposa? ¿Es que tu hora es antes que la mía que no ha llegado todavía? Si, Hijo mío, el amor no puede esperar la Cena, hay que hacer ver hoy el sacramento admirable que debes establecer: cambia el agua en vino a favor de Eva madre de los vivientes, da alegría al pueblo. Yo soy la prensa amorosa que tú aprietas; tú estas ligado a mí como la madre que te concibió, te dio a luz y te alimentó. Tu ley te obliga a obedecerme, mientras llega el momento de obedecer a tu Padre en la última cena y lavar tu túnica con el vino y tu manto con la sangre de la uva al estar sobre la cruz. Tus ojos son bellos como el vino; contemplarte es embriagarse, perderse a sí misma y vivir para ti. Tus ojos engendran la virginidad; tus ojos son más blancos que la leche de la inocencia que el pobre Adán y su mujer perdieron al comer de la uva prohibida, que aún no estaba madura. Por ello, les estragó los dientes de suerte que no volvieron a comerla y dejaron en herencia este contagioso mal a su posteridad, mal del que tú y yo estamos exentos. Por esta razón me atrevo a pedirte que obres este milagro, en virtud de la inocencia y a favor de estos recién casados, que te invitaron a una boda de la tierra. Concédeles una muestra de las bodas del cielo, regalando una muestra de la clase de vino que darás a beber a los tuyos, ya que lo haces de manera tan excelente en las fiestas [1140] de aquí abajo. Muestra a través de tus ojos bellos como el vino, un destello de la visión beatífica y la fruición que destilan tus dientes, blancos como la leche. Es éste un festín para los fuertes y para los frágiles: un festín divino y humano.
La Virgen conocía bien el poder que tenía sobre las inclinaciones de su hijo, y el secreto que existía entre ellos. El amor no puede ocultarse ni reprimirse en la mirada y labios de los que se aman. Jesús no pudo disimular el amor que tenía hacia su madre y la humanidad. El era el lagar; sus esposas son como lagares suyos porque le aman y son amadas por él. Son ellas las que lo prensan de manera inefable mediante la fuerza y el peso de su amor, que él mismo les ha dado junto con la ingeniosidad del amor.
Jacob sabía muy bien que el amor era poderoso y amable. Su Raquel era figura de María; Jesús, para poder obtenerla, se hizo servidor no sólo catorce años, sino treinta y tres; pero, ¿Qué digo? por toda la eternidad. Además de aceptar estar sujeto a su Padre por mediación de ella, quiso también administrar la gloria de los elegidos: Yo les aseguro que se ceñirá, los hará ponerse a la mesa y, yendo de uno a otro, les servirá (Lc_12_37). El bueno de Jacob quedó arrebatado de admiración al contemplar las maravillas de Judá, así como su hermosura. La fuerza del vino, del rey, de la mujer y de la verdad, es grande. María y Jesús son todo esto de manera eminente. María aportó el vino, María engendró al Rey, María es mujer, María es madre de la verdad. Jesucristo, que es la vía del entendimiento paterno, es la vida del Padre. Cuando dice: Yo soy el camino, la verdad y la vida, expresa lo que es, no una mera metáfora. [1141] El es la verdadera vid. Los elegidos unidos a él son los sarmientos y el fruto.
Josué y Caleb no encontraron nada tan atrayente en la tierra prometida como el fruto de la vid. Para llevar un racimo, fue necesario que dos personas lo cargaran. ¿No era menester que el cepo al que se adhería dicha vid fuera un árbol fuerte? Pero, ¿por qué es necesario que la vid tenga apoyo? ay, es nuestra desdicha y nuestra felicidad Yaceríamos por tierra y sin fruto si el Verbo divino no nos hubiese apoyado con su propio soporte, misterio que figuraba que Jesús y María nos aportarían la vid de la gracia y de la gloria. La esposa habla con tanta frecuencia de la vida y de la vid, que muestra claramente la estima en que los tiene. Mejor dicho, el Espíritu Santo se expresa por medio de ella, instándola a implantarla entre sus pechos para nutrir con ella a todos los elegidos, que los encuentran mejores que el vino ordinario, por tratarse de un vino celestial y divino que embriaga para embellecer. De manera semejante contempló Jacob la belleza de los ojos de Judá y la blancura de sus dientes, embellecidos con el contacto de este vino, que es también leche para las almas infantiles e inocentes.
La flor de la vid es contraria a la serpiente. Jesucristo, retoño del campo paterno y flor virginal de María, es contrario a la serpiente. Existe enemistad entre el purísimo descendiente de María y el veneno de la serpiente. La flor de Jesé, que se eleva hasta el trono divino, humilló a la serpiente hasta el centro de la tierra maldita, sobre la que se arrastra con el vientre. Es éste su elemento y su alimento, por haber engañado a la mujer a la que acechaba. Ella, sin embargo, con desprecio y desdén representados por el talón, lo aplasta y humilla su soberbia, que es su cabeza, a la que abate valientemente.
[1141] La viña llora después de ser podada. Jesucristo, como la vid, lloró al ser circuncidado. Lloró al ver que Jerusalén se apartaba de él con el tajo de sus ingratitudes. Lloró al estar en el huerto, pero lágrimas compuestas de sangre y agua. Fue allí donde adhirió su parte inferior a la viña, que es su asnillo. Adhirió su sagrada humanidad a la viña de la justicia divina. Aceptó ver cómo se lavaba en el vino su vestidura, que es su alma, y el manto de su cuerpo en la sangre de la uva. Su alma santa se santificó. Su cuerpo sagrado se hizo aún más sagrado mediante su doloroso sufrimiento, que procedía del amor, por cuya causa le fue amable. No se dijo que el manzano sirviera a la redención, quiero decir como materia, para darle forma en un sacramento: el vino le sirve de materia.
Antes de la caída de Adán, la vid era un bello árbol en el paraíso terrenal; un árbol de hermosos frutos plantado por el mismo Dios. Podemos imaginar que crecía derecho, pero que a partir del pecado pudo haberse retorcido para señalar la vía del desorden a la que el pecado redujo al hombre, y para simbolizar la malicia de la engañosa serpiente, que se ocultó bajo este árbol en el que Dios la maldijo.
No nos parece razonable que el pobre Adán haya vuelto a gustar de él, ni que haya sabido cultivar la vid. Toda su generación, hasta Noé, no probó el vino. Dios reservó esta planta para el bueno de Noé después de purificar el mundo. Adán volvería a beber en compañía del nuevo Adán en el reino eternal. Cuando Noé se embriagó con vino, no cometió pecado [1142] alguno. Sin embargo, se desnudó, convirtiéndose en blanco de las burlas de Cam el maldito, que obró el mal. A pesar de todo, no dejo de intuir aquí un gran misterio: Adán y Eva, al verse desnudos, sintieron vergüenza de aparecer así ante Dios. Fue éste un engaño de la serpiente, que les inspiró esta disculpa para que huyeran de la curación de su falta, que hubiera sido perdonada en el mismo instante si, con humilde confusión, se hubieran postrado ante Dios, su Padre bueno, pidiéndole perdón con verdadera sencillez, lo cual no hicieron, aparentando, por el contrario, culpar a la sabiduría divina por haberlos hecho desnudos, como si la ropa pudiera ocultado a Dios los cuerpos que hizo, a los que puede ver aun cuando se encuentren en el mismísimo centro de la tierra, ya que está en todas partes por presencia, esencia y poder, penetrándolo todo por que lleva todo en sí.
Dios permitió que un hombre, aunque inocente, fuese burlado para castigar en Noé la falta de Adán, que aún no tenía hijos que se burlaran de él, el cual me atrevo a decir, se burló de su Padre Dios. San Lucas, después de haber declarado la generación del presente al pasado, y san Mateo del pasado al presente, dijo, para no comenzar con mucha anticipación y para subrayar ante todo: hijo de Enós, hijo de Set, hijo de Adán, hijo de Dios (Lc_3_18). Dios es el Padre de Adán. Como si Adán hubiera dicho a Dios: Me preguntas por qué huyo de tu rostro: es porque estoy desnudo. No sé en qué pensaste al hacerme de este modo, que es causa de que la serpiente se haya burlado de mí. El engaño de la serpiente consistió en [1144] producir en él un juicio en contra de las obras de Dios, y sobre todo murmurar de su sabiduría por haber enloquecido a causa del pecado. Para castigarlo, Dios permite que los dementes se desvistan, aunque sin pecar por ello, ya Dios no puede ser autor del pecado, para manifestar que sus pensamientos no son los nuestros y que los suyos abundan más que los nuestros; que hay cielo en la tierra. El permite que los locos se desnuden a fin de mostrar a los hombres la insania del pecado, cuyo cuerpo quiso destruir al enviar a su Hijo desnudo al seno de una Virgen; desnudo estuvo en el pesebre y desnudo llegó a la cruz, razón por la cual dijo san Pablo que Jesucristo destruyó el cuerpo del pecado.
Dios reprobó la insensata sabiduría de la carne, del mundo y del demonio a través de la vida y muerte de su Hijo: ¿O es que ignoráis, dice el Apóstol a los romanos, que cuantos fuimos bautizados en Cristo Jesús, fuimos bautizados en su muerte? Fuimos, pues, con él sepultados por el bautismo en la muerte, a fin de que, al igual que Cristo fue resucitado de entre los muertos por medio de la gloria del Padre, así también nosotros vivamos una vida nueva. Porque si nos hemos hecho una misma cosa con él por una muerte semejante a la suya, también lo seremos por una resurrección semejante; sabiendo que nuestro hombre viejo fue crucificado con él, a fin de que fuera destruido este cuerpo de pecado y cesáramos de ser esclavos del pecado (Rm_6_3s).
Es menester despojarnos de esta mortalidad y avanzar en la nueva vida. La carne se asombra de sus concupiscencias. Jesucristo la privó de ellas, crucificándola en sí, aunque inocente, por todos los culpables.
El mundo de las vanidades. Jesucristo eligió las afrentas y desprecios desnudos de todo honor creado; el demonio, en cambio, astucias y engaños. Jesucristo optó por la sinceridad y la sencillez, [1145] asegurando que ningún ser humano entraría al cielo, de donde el diablo fue expulsado, si no se asemejaba a los niños pequeños, que no tienen otro cuidado que permanecer en el seno de su madre, que es su elemento y su alimento, y que se dejan conducir y llevar a donde ellas quieren.
Jesucristo quiso dar muerte una vez al pecado, a fin de que Dios viva por siempre y que todos los elegidos, despojados de las cosas creadas, fuesen revestidos de la divinidad increada, haciendo que, por sus méritos y su fidelidad, entren en el gozo de su Señor, que cubre su desnudez. Por ello dijo el apóstol que el fin no es estar desnudo, sino ser revestidos de inmortalidad. Este fue en realidad el primer designio de Dios cuando creó desnudo al hombre, a fin de que deseara, al verse carente sobre la tierra, ir al cielo a ver al descubierto a la divina bondad y belleza, para ser revestido de ella, adorándola con una amorosa humildad y reconociendo que, gracias a ella y a su caridad, posee este bien. De este modo no se hinchará de ambición como Lucifer, que fue castigado por ella con la perenne privación de la gracia y de la gloria, que lo hace permanecer en una horrible desnudez y en el abismo de una profunda confusión.
El centro de la tierra se avergüenza de haberlo recibido junto con su continuo desorden: El sheol, allá abajo, se estremeció por ti saliéndote al encuentro (Is_14_9). Y más adelante el Profeta, lleno de asombro, le dirige estas palabras en la persona del rey soberbio: ¡Cómo has caído de los cielos, Lucero, hijo de la aurora! ¡Has sido abatido a tierra, dominador de naciones! Tú que habías dicho en tu corazón: Al cielo voy a subir, por encima de las estrellas de Dios alzaré mi trono, y me sentaré en el Monte de la Reunión, en el extremo norte. Subiré a las alturas del nublado, me asemejaré al Altísimo, ¡Ya!: al sheol has sido precipitado, a lo más hondo del pozo (Is_14_12).
[1146]El Profeta Isaías, con mucha gracia, se burla de este soberbio al describir los pensamientos de su corazón, inflados de arrogancia y al mostrar la vergüenza, que es su privilegio junto con los eternos tormentos, lo mismo que el de todos aquellos que han imitado su vanidad, los cuales son no sólo despojados de gloria, sino afligidos con los golpes mortales de su debilidad. Porque la ambición de ser grande sin la sumisión a la divina grandeza significa tener un corazón laxo y desear la nada, ya que sólo Dios tiene el poder de conceder la verdadera grandeza a los que se humillan en su presencia. Por ello dijo san Gabriel que Juan el Bautista sería grande delante de Dios; y Jesucristo, corroborando la palabra del ángel, afirmó: Entre los nacidos de mujer no ha surgido ninguno mayor que Juan el Bautista, porque este ángel del Gran Consejo, al conocer las intenciones del Padre eterno que lo envió, se consideró indigno de desatar la correa del calzado del Mesías, el cual lo ensalzó sobre el astro supremo del cielo empíreo.
Jesucristo es sol de justicia cuando le escoge para bautizarlo, colocando al humilde precursor por encima de su adorable cabeza, a pesar de las humildes protestas de su indignidad. Jesús es el sol de justicia que ordena a san Juan cumplir en él toda justicia.
Lucifer, junto con sus adictos, cometieron y siguen cometiendo toda clase de injusticias contra Dios y contra ellos mismos. Al desnudarse de todo bien, son abismados en la sima del mal por toda la eternidad. El mandamiento del gran Dios no da lugar al término medio.
[1147] Cada uno es recompensado según sus obras. Por eso dijo san Mateo: E irán estos a un castigo eterno, y los justos a una vida eterna (Mt_25_46). El vestido de los réprobos es el suplicio eterno en el fondo de abismos espantables. En su peregrinar se burlaron de Dios, y Dios se ríe de ellos al llegar a su fin.
Los justos vivirán en perpetua alegría, contemplando lo que Dios obró justamente sobre los inicuos, los cuales se verán obligados a confesar que Dios es bueno en sí, justo hacia nosotros, y las intenciones de ellos perversas en sumo grado. Al dar la espalda a la felicidad para la que Dios los creó, burlándose de su Creador y Padre común, son justamente reprobados por negarse a recibir la segunda bendición que Dios Padre envió a la tierra: su Hijo benditísimo, que se hizo anatema por la maldad de su pecado a fin de que la divina justicia, satisfecha en todo rigor, no tuviera más que pedir.
Fue desnudado y burlado por los suyos para reparar la mofa con que el pecado obró en contra de los mandatos divinos, embriagándose en la Cena con el vino de tu amor, el cual manifestó con el gran signo del divino sermón y del don adorable que hizo de sí mismo en el divino sacramento, al cambiar el pan en su cuerpo y el vino en su sangre, plantándose como una viña admirable en medio de los corazones. Judas se burló de él y lo vendió, a pesar de lo cual su bondad paternal no lo maldijo como enemigo suyo; por el contrario, lo llamó amigo ya desde la Cena. Se embriagó de tal manera, que le fue necesario acudir al lecho de la cruz. Después de derramar toda [1148] su sangre, se durmió en el sepulcro durante cuarenta horas, esperando beber y dar a beber a los suyos en el reino de su Padre el vino de la gloria. En él, despojado de toda mortalidad, se revistió de vida eterna y con ella revestirá a todos los elegidos que fueron despojados de los harapos del pecado y desnudados de toda materialidad; es decir, también de ellos mismos.
La sabiduría de Dios es locura para los insensatos, tanto demonios como humanos para los que con esta piedra viva fue ocasión de tropiezo. Los que cayeron sobre ella se ofendieron, y aquellos sobre los ésta cayó, fueron destrozados. Los demonios quisieron estar sobre ella, al verla destinada a ser un astro admirable, ya que Dios designó a Jesucristo a ser el sol del cielo y de la tierra. Todos ellos se le opusieron, estimando que su naturaleza era mucho más noble que la humana.
Por esta razón dijo Lucifer: Al cielo voy a subir, por encima de las estrellas de Dios alzaré mi trono, y me sentaré en el Monte de la Reunión, en el extremo norte. Subiré a las alturas del nublado, me asemejaré al Altísimo. Oigo la noticia de que un hombre será exaltado hasta el cielo y que esto es un decreto, una alianza. Me opondré a él y me ensalzaré por encima de este Hombre-Dios, de este astro divino que será también un ser humano con alma y cuerpo y que tendrá dos naturalezas. Según la divina, él es más digno que yo; según la humana, está por debajo de mí. Por ello pondré mi trono sobre él. Me sentaré en el Monte de la Reunión del lado del [1149] Aquilón. Produciré frío, menospreciando a esta tierra, a esta a esta enaltecida nube, que está en lo más alto por su unión con la divinidad. Sin embargo, como hay tanta diferencia entre mi naturaleza espiritual y la corporal, haré ver cuál de las dos debe ceder ante mí, por ser yo más conforme al Altísimo. Poseeré el derecho de heredar la alianza, o bien lo suprimiré.
Cegado por la abundancia de claridad, empequeñecido por tanta grandeza, pobre ante tanta riqueza, enloquecido e ignorante por el exceso de suficiencia y exuberante conocimiento, te equivocas: ¡Ya!: al sheol has sido precipitado, a lo más hondo del pozo (Is_14_15). Miguel va a expulsarte del cielo empíreo para precipitarte hasta el centro de la tierra. La mujer vestida de sol será protegida en el seno del mismo Dios, que así lo decretó por toda la eternidad. Dios moraba en sí mismo antes de hacer a las criaturas. Su bondad lo movió a darte el ser lo mismo que a las demás. Su amor eligió a María entre todas y sobre todas, para ser madre única de su único Hijo, para ser el primogénito. Así, ella es el primer cielo creado en las intenciones divinas, al Dios que poseyó al inicio de su camino, que es el Verbo para el que ella fue creada y destinada a ser su madre. A esto se debe que el Espíritu Santo reservara mil millones de favores que deseaba desbordar sobre María, que significa mar. [1150]
El Espíritu aleteó por encima de estas aguas, a las que cubrió y se reservó Desde el principio y antes de los siglos (Si_24_14). Es éste el cielo admirable que el Verbo asentó, y al que el aliento de sus labios adornó con tantas y admirables gracias, de las que la Trinidad entera fue y sigue siendo una amorosa presa. A ella corresponde ser madre no sólo de los vivientes, sino madre de la vida, por ser madre del Verbo Encarnado. En nada se parece a Eva, tierra vacía, por haber dado a luz al que es toda plenitud. Ella es el cielo en el que la luz se hizo carne: y dijo Dios: Hágase la luz, y la luz se hizo (Gn_1_3).
Desde el instante de su concepción, dijo Dios: Que la luz de la gracia se haga en María, y se hizo María, la llena de gracia. Ella estuvo eternamente en la plenitud de la gracia: Entre todas las cosas buscaba reposo (Si_24_7). Ella debía morar infinitamente en la heredad del reino como su posesión incontaminada. Desde toda la eternidad estuvo destinada para aquel que lo ordena todo. Es la tierra sacerdotal, exenta del tributo que los hijos de Adán han tenido que pagar, porque el Verbo es su Padre, su esposo e hijo santísimo.
Este sacerdote eterno escogió a su madre entre todas y sobre todas las criaturas, para ser hostia viva y agradable a Dios, rodeándola con el sol, coronándola de estrellas y dándole la luna como calzado. Adán y Eva fueron creados bajo la luna, que fue como una infortunada Jericó, es decir, el lugar donde fueron despojados de la gracia, afligidos con toda clase de golpes mortales y abandonados [1151] casi muertos hasta que llegara la muerte del Samaritano que les daría la segunda vida mediante su resurrección.
María fijó su heredad en Jerusalén y hundió sus raíces en Dios. Las tres divinas personas eran los pueblos a los que María frecuentaba y con los que departía pasivamente. Dios la contemplaba con inefable benevolencia y complacencia: Judá, mi rey (Sal_50_9). María, de la tribu de Judá, fue reina desde la eternidad; en las intenciones eternas fue reservada para ser la madre del Verbo Encarnado, a fin de que él se pudiera gloriar de haber nacido de una madre impecable por gracia y por benevolencia, así como se precia de proceder de un Padre impecable por naturaleza.
Quiso manifestar el misterio oculto a los siglos pasados en sí mismo, que es la inmensa riqueza del divino Padre. La madre destinada para este nobilísimo hijo no debía desdecir del linaje de su hijo, el cual debía ser caballero por derecho, por línea directa, y no gracias a un favor. María es súbdita por su creación, y Dama por elección del que ya existía antes de que Adán fuera creado. Esto corresponde, por lógica de razón a lo que afirmamos, según nuestra manera de hablar, de que el ser precede al hacer. Sin adjudicar a Dios una sucesión de tiempo anterior y posterior, [1152] decimos: Como María debía engendrar a Jesús, María tenía que existir antes de comunicar su sustancia a Jesús, su hijo. Sin embargo, como confesamos que Dios tiene un poder eminente, que hace todo en un instante sin necesitar, como nosotros, comenzar, proseguir y dar término consecutivamente, recurrimos a la palabra fiat, porque todo en esta palabra indica perfección: ella nos dice que María es madre de Jesús, y Jesús es hijo de María. El Verbo se hizo carne y nació en María porque Dios así lo dijo. Ella es la primera de todas las criaturas, reina de los ángeles y de los hombres, súbdita de Dios por la creación y dama suya por elección, ya que el Verbo Encarnado le está sujeto en cuanto hijo suyo, y ella, a su vez, lo somete a Dios Padre en el tiempo y la eternidad.
!Oh Dama ensalzada, Dama radiante, Dama que ilumina! Naces rodeada de sol procedente del centro mismo de la luz, del océano de la divinidad amor. Tomas tu oriente con Oriente, no en la esencia común a las tres personas, porque dicha esencia es Dios por su naturaleza simplísima, sino divinizada por participación. Eres ungida por encima de todas las criaturas, al emanar de Dios, con óleo de alegría. Ella es la pura mirra que no necesitó de la incisión. Es la que fue circundada de luz como de un vestido. María fue siempre la casa de marfil en la que fue amada y amó al divino rey en Sión, que es su honor. La santidad conviene a esta casa por estar destinada a ser habitáculo de Dios: Poseerá el Señor a Judá, porción suya en la Tierra Santa, y elegirá de nuevo a Jerusalén. Silencio, toda carne, delante del Señor, porque él se despierta de su santa Morada (Za_2_16s).
Que la carne se calle si quiere hablar groseramente. Es necesario dejar que hable el Espíritu de Dios por boca de María, que es el santuario divino que se eleva hasta el mismo Dios, porque él se complace en eximirla de toda corrupción, impidiendo que su tabernáculo vea la perversión o sea mirado por ella. El pecado jamás se atrevió a ver a María, ni Dios permitió que ella lo viera, librándola de él por privilegio de su amor. Ella es la Virgen de Dios escondida en Dios. Santa, madre reservada para el Hijo del Altísimo, que la ensalzó con su divino honor: este honor es condigno a quien el rey quiere honrar (Est_6_11).
A ella se refirió David cuando dijo: Se me ha prescrito en el rollo del libro hacer, et. (Sal_39_8s). Es menester señalar que ella dice en el versículo precedente: No pedía ni holocaustos ni víctimas, dije entonces: Heme aquí, que vengo. Se me ha prescrito en el rollo del libro hacer tu voluntad. Oh Dios mío, en tu ley me complazco en el fondo de mi ser (Sal_40_7). Afirma que nada debe por el pecado. A su vez, Dios no le exige nada por éste, invitándola a presentarse en [1154] toda su pureza. Ella responde: He aquí que vengo ante ti como la primera en ser inscrita en tu libro, que es el Verbo, el cordero divino, el libro de vida, en el que me registraste antes de la creación del mundo, antes de Adán y Eva, en compañía del Verbo Encarnado, que es mi hijo. En tanto que encarnado, él va después de mí. En cuanto Verbo, aparece en el libro antes que yo. Sin el Verbo no existiría el libro. El es el libro de la vida. El vio el pecado y lo llevó sobre sí: se hizo pecado y murió por el pecado sin ser pecador. Como él es Dios, pudo pagar en rigor de justicia y oponerse al pecado que ofendió a la divinidad, lo cual yo no podía hacer en mi calidad de criatura. Era necesario un mérito infinito que mi hijo dio a la carne que tomó en mí. Recibí la concesión de ser concebida sin pecado, y nadie debe negar el privilegio que las tres personas me confirieron de no estar sujeta a él.
No estuve yo en la pascua de Adán, sino retirada y reservada en Dios como su primogénita y la primera en ser engendrada antes de toda criatura. Yo tuve la primacía en todo en virtud de que el Verbo debía tomar en mí la carne. Esta hostia tenía que ser viva y agradable a Dios, sin tener que estar sujeta a una caída. Satán pudo haber dicho: tienes una madre que debió caer como las otras. La rescataste por anticipación, aunque debía ser esclava como los demás hijos de Adán. Esto sería verdad si hubiese estado bajo Adán, [1155] pero estuvo sobre Adán unida al nuevo Adán que fue el primero en la intención divina, aunque apareció después de él en su ejecución. Jesucristo es impecable por naturaleza, y María por gracia, gracia perfecta que no permitió que se me incluyera en la deuda universal de los hijos de Adán, ni en la relación de culpas como si hubiese estado presente en el atentado divino.
No hubiera yo podido subsistir el espectáculo del pecado. Mi hijo, que es Dios, pudo hacerlo por tener un apoyo divino que sostuvo el alma y el cuerpo en el día de la venganza. Yo pagué en él aquello de lo que no hubiera podido adueñarme: aporté la materia, y él el precio y la dignidad. Si el cuerpo y la sangre que di a mi hijo tuviesen que haber caído, el don ofrecido a la divina justicia habría olido a pecador, porque habría necesitado redención: mi hijo habría sido el vástago de una mujer que debía ser esclava. ¿Por qué no librarse de esta obligación si podía hacerlo? Yo hubiera aportado la materia para rescatarme. ¡Cuán indigno habría sido esto para la madre del Altísimo! Si Adán y Eva no hubieran caído, jamás habrían tenido necesidad de rescate.
Los ángeles no fueron redimidos, sino más bien confirmados en gracia mediante la adoración que rindieron a mi hijo. Que este privilegio me fue concedido con ellos, nadie puede negarlo, porque fui honrada en calidad de madre, condición que está [1156] por encima de la de servidor. Los que nacen príncipes, son más nobles que aquellos a los que el rey concede este título porque nacieron sin él, porque nacieron rústicos: El Señor me ha creado, primicias de sus caminos, antes de todas sus obras. Desde la eternidad fui constituida, desde el comienzo, antes de los orígenes de la tierra (Pr_8_22s).
El Señor me poseyó al principio de sus caminos antes de crear cosa alguna, antes de dar comienzo a la creación. Yo soy anterior a todo y tenía el ser antes de que hiciese la tierra, por estar destinada a ser su madre. Los abismos cubiertos de tinieblas aún no existían, y ya estaba yo concebida en las claridades divinas. Era yo una nube de gracia antes de que las fuentes comenzaran a brotar. Ni las montañas ni las colinas estaban asentadas, y ya estaba yo en Dios, que, conmigo, preparaba todas las cosas sometiéndomelas junto con su Hijo, que debía nacer de mí. En él era yo sus delicias de cada día destinado a la creación. Era yo la abreviatura del globo terrestre, y él jugueteaba conmigo, y yo con él, por él y en él, porque no moraba yo en mí. No tenía yo existencia ni subsistencia propia por estar en la mente de Dios, sostenida por su ser, para el que nada es pasado ni futuro; porque para él todo está presente.
El que me halla, ha hallado la vida, ha logrado el favor del Señor. Pero el que me ofende, hace daño a su alma (Pr_8_35s). [1157] Yo fui librada de la deuda del pecado porque el Señor estuvo a mi derecha con su presciencia y providencia divina: Pongo al Señor ante mí sin cesar; porque él está a mi diestra, no vacilo. Por eso se me alegra el corazón, mis entrañas retozan, y hasta mi carne en seguro descansa; pues no has de abandonar mi alma al sheol, ni dejarás a tu amigo ver la fosa (Sal_16_8s). Pero a mí, que estoy siempre contigo, de la mano derecha me has tomado; me guiarás con tu consejo, y tras la gloria me llevarás (Sal_73_23s).
Por ello mi corazón está siempre alegre y mi lengua lo alaba. Mi carne descansó por encima de todo lo que pudiera yo expresar, en espera de ser madre del Verbo, que jamás quiso, para su mayor gloria, colocarme en el rango de las demás. No quiso espantarme con el horror del pecado, como a princesa delicada a quien no se desea mostrar lo que le disgusta. El príncipe, que es más fuerte, debe encararlo, para hacerlo a un lado y reducirlo al polvo. Mi hijo, que es Dios, podía ver de frente al pecado para echarlo por tierra y precipitar a la muerte; mas no yo, que soy una simple criatura a la que Dios ha manifestado los caminos de vida por los que [1158] debía pasar, colmándola de alegría con la visión de su rostro divino, que me miró y mandó contemplarlo para deleitarme y no temer el pecado, porque estoy a su derecha y él en la mía. Siempre he permanecido en esta diestra, en la que se encuentran los deleites eternos. Jamás ambicioné tener, en el cielo o en la tierra, otra cosa que a Dios. Mis amores siempre me han llevado a él, de suerte que mi cuerpo y mi espíritu han desfallecido ante ellos para no vivir sino en Dios y para Dios, que es el Dios de mi corazón y mi porción por toda la eternidad.
Mas para mí, mi bien es estar junto a Dios; he puesto mi cobijo en el Señor, a fin de publicar todas tus obras en las puertas de la hija de Sión (Sal_72_24), a fin de que las anunciara a los ángeles, que son las hijas de Sión. Todas tus obras, cuando son públicas, las conocen los ángeles; mas no así las que haces conmigo en privado. San Pablo dijo que él juzgó a los ángeles, y que esto fue notificado a los principados por las dominaciones.
¿Acaso no puedo decir que enseñaré los secretos de mi hijo a los ángeles? Yo le di un cuerpo virginal y él me [1159] comunicó su secreto, desconocido a los ángeles y a los hombres. Es éste un secreto virginal que no debe revelarse sino a mi madre Virgen, que es una misma carne, un mismo espíritu y un mismo amor junto conmigo. Es ésta una admirable y adorable unidad de Dios con su criatura, de la madre con su hijo, de la esposa con el esposo, de la parte con el todo que es para ella todas las cosas. San Pablo desea juzgar, pero yo prefiero orar porque no deseo el oficio de juez, sino de abogado por los pecadores. Al interceder por su causa con autoridad, demuestro que jamás tuve que estar bajo la ley del defensor y que mi hijo se puso enteramente bajo la ley al nacer de mí, a fin de tomar en mí un cuerpo para rescatar a los que estaban bajo la ley. Es verdad que jamás hubiera yo podido hacer este rescate de condigno. Por ser finita, no hubiese podido satisfacer al infinito si mi hijo no lo hubiera hecho con obras no meramente naturales, sino provenientes del mismo Dios.
El vio la corrupción, es decir, por ser médico sondeó la herida. Yo era demasiado delicada para sufrir el espectáculo de tan horrible úlcera. No hubiera podido soportarla sin desmayo. Al estar junto a la cruz, permanecí de pie en todo momento porque sufrí constantemente que el cuerpo de mi hijo se hiciera llaga para borrar el enorme mal del género humano, cuya dama era yo, por ser la primera hija de la gracia. [1160] Llevé este nombre así como las hijas mayores portan el título del señorío principal. Cuando ellas se desposan con el mi primogénito, como yo fui madre y esposa de Jesucristo, poseen un doble título.
Asuero bajó de su trono para levantar a Ester, temerosa a causa de la ley que él había promulgado. Dicho príncipe le dijo que la ley no había sido hecha para ella, por ser su hermana y su esposa. Estas consideraciones, aunadas al amor que sentía por ella, la hicieron su igual, no su súbdita. Yo diría más aún: ella fue, por el amor, su dama y su reina; pero no su madre, como María lo es del Verbo Encarnado, autor de todas las leyes. El Padre sólo manda a través de su palabra. ¿Habría convenido que el Verbo, que todo lo sabe, todo lo prevé y todo lo puede, hubiera colocado el nombre de su madre bajo esta ley para librarlo después? Esto quedaría bien en hombres ignorantes de lo que sucede, impotentes para impedirlo, mas no en el Verbo divino, cuyo Padre no hubiera permitido que su queridísima hija fuera tributaria; que la honorable madre del Verbo apareciera en la lista negra de la justicia. Como se dice que Dios es bueno en sí, y justo con nosotros a causa del pecado, ¿era menester que su hija, madre y esposa apareciera culpable ante él? No, ella experimentó siempre su bondad, que domina el cielo y la tierra.
[1161] El Espíritu Santo, que en dos ocasiones la llama su esposa, su toda hermosa, ¿habría permitido que estuviera en peligro de ser afeada? Era menester prever este riesgo por medio de la redención. María no hubiera sido toda pura y sin mancha estando bajo dicha obligación, para ser retirada de ella. Es una suerte de infamia ser llevado a la puerta de una prisión, aunque un liberador esté allí para impedir que entre uno a ella. Podría reprochársele: Sin éste, hubieras sido esclava junto con nosotros. Esta exención no disminuye el adeudo que tiene hacia la Santísima Trinidad, ni para con su hijo, que la preeligió desde toda la eternidad: Porque el Señor ha escogido a Sión, la ha querido como sede para sí (Sal_132_12). Ella fue la morada de Dios, y Dios la suya. No ha de alcanzarte el mal ni la plaga se acercará a tu tienda (Sal_91_10).
El mal se acercó, ciertamente, al Salvador, apoderándose de él para satisfacer a la divina justicia, que mandó flagelarlo con todo rigor. La respuesta que él dio a Pilatos nos muestra que dicho procurador no hubiera tenido poder sobre él para desatarlo y condenarlo al látigo, si dicho poder no le hubiera sido dado de lo alto. David dice en la persona del Salvador: y ahora ya estoy a punto de caída, mi tormento sin cesar está ante mí (Sal_38_18).Dios no sometió a María a ninguna ley. Cuando ella se dirigió a la purificación, el evangelista explica que lo hizo para obedecer a la ley de Moisés, [1162] Habiendo concebido por el Espíritu Santo un hijo que no causó a su majestad abertura ni ruptura alguna, no podía ser impura como las mujeres de la tierra. De ella salió la estrella de Jacob. La Virgen dio a luz al Salvador como a un rayo del sol o el fulgor de una estrella. Al nacer fue verdaderamente hombre mortal, nacido de María sin dejar de ser en todo momento el Hijo del Padre eterno: Es un hálito del poder de Dios, una emanación pura de la gloria del Omnipotente, por lo que nada manchado llega a alcanzarla (Sb_7_25). Al salir de María como la claridad divina y omnipotente, no permitió que María estuviese manchada, ni que pudiera serlo, porque debía ser madre del candor sin mancha de la majestad divina. Era necesaria una majestad para engendrar la majestad. Esta imagen de la bondad y belleza divina increada quiso reproducir una creada, que fue la más perfecta en su reproducción. Siempre la conservó en su gabinete divino, sin exponerla al peligro de ser apagada, deteriorada o robada.
Permaneció unido de manera única a dicha imagen, que jamás se alejó de sus ojos divinos: La cual es más hermosa que el sol, y sobrepuja a todo el orden de las estrellas, y si se compara con la luz la aventaja (Sb_7_29). Ella es hermosa [1163] como el sol, que la eligió para sí antes de colocar las estrellas. Me refiero a los ángeles, que son astros confirmados en gloria, para coronarla con la corona invisible; porque la corona que la Santísima Trinidad le da no puede ser percibida por el ojo, ni el oído del hombre es capaz de escuchar las cosas que el Verbo le concede, ni el corazón se puede remontar con el pensamiento para valorar el premio que el espíritu de amor le otorga. La divinidad reserva para sí este conocimiento, y para aquella a la que ama y ha amado con un amor singular antes de la noche que es Eva, a la que sucedió.
Dios habría expuesto su obra maestra en peligro de ser robada. No, Jacob no tuvo tanto miedo de perder a todos sus rebaños y a todos sus hijos incluyendo a su Lía, como el de perder a su Raquel, es decir, de espantarla con la vista del velludo Esaú, si éste montaba en cólera. Por ello quiso apaciguarlo con dones que le envió antes de que ella llegara, asegurando así la benevolencia de su hermano hacia él. Le rogó que marchase a la delantera, por temor de apresurar a su Raquel o de ser privado de su belleza los pocos días que tardaría en alcanzarlo.
El amor posee una creatividad admirable para no alejarse del objeto amado: el que ama está más en el ser amado que en sí, tendiendo a abarcarlo enteramente en su interior. Esto, que es imposible a la [1164] criatura, es posible para Dios.
El escogió a María para ser su Sión celestial y comenzó a reinar pacíficamente en ella al tomar posesión de ella. Y se hizo. Ante la presencia de María, deshizo el poder de sus enemigos sin necesidad de escudo ni espada, porque jamás se libró una guerra. El Señor de los ejércitos no combatió por su madre, a no ser con el combate secreto del amor al que la conduciría. Como Dios la llevaba, en cuanto hombre e hijo suyo, ella obtuvo la victoria, porque el amor es condescendiente. Al ser madre, ama a su hijo, es un ejército ordenado para la batalla, lo cual confesó como respuesta a las alabanzas que se le tributaron, de ser una aurora que se levanta hermosa como la luna, brillante como el sol y terrible como un ejército bien ordenado.
Después de haber sido recordada varias veces por las tres divinas personas, y en dos ocasiones por el hombre Dios o por los ángeles, y por todas las criaturas para ser honrada, María responde a todos los que la llaman para verla: ¿Qué podéis ver en la Sulamita sino coros de escuadrones armados? (Ct_7_1). ¿Qué pueden ver en mí, sino el coro de un ejército cuyas tropas se forman al compás de un ritmo musical? Aunque no existe en mí el desorden del pecado, mi espíritu se afligiría mucho al ver que Aminadab, el diablo, desea penetrar con sus carros en las almas rescatadas por mi hijo; pero me tranquiliza el hecho de que, si no lo quieren, no se verán forzadas a darle la entrada.
Mi hijo se turbó en la Cena, al ver que el demonio [1165] entraba en Judas. Yo conservo en orden, dentro de mí, a todos los corazones. Dios me hizo su propio corazón, en el que se ama según su amor interno e inmenso amor. Me eligió para sus amores y para comunicarme sus luces inefables, de manera que se me puede decir con preferencia a cualquier otra: Iluminas admirablemente desde los montes eternos; se turbarán todos los incipientes de corazón. (Sal_75_5s). Los que no son iluminados por las luces de la sabiduría, se turbarán al verme tan brillante gracias a las irradiaciones que las tres divinas personas me comunican como formas eternas que se complacen en darme luz.
Ellas me invitan a subir hasta ellas en su propia luz y me alaban mientras asciendo: ¡Qué lindos son tus pies en las sandalias, hija de príncipe! (Ct_7_2). Qué bellos son tus pasos, por ir calzada de la luna, revestida del sol y coronada de estrellas. Tú sola caminas sobre la luna, en la que otras darían peligrosas caídas. Te mantienes firme, hija del príncipe, hija de Dios, exenta de todo pecado y de la deuda de la culpa. Que los ignorantes se aflijan en su ignorancia. Aquel que dijo: Me he alegrado en lo oculto desde la constitución del mundo (Mt_13_35), revela esta roca al alma a la que se digna besar, mostrándole que está lleno de amor hacia su madre, la cual mora en su corazón como en su trono, puesto que, a su vez, es el suyo. Es ésta una admirable circumincesión. Ellos están el uno en el otro. El se llama Dios escondido y Salvador de María, mas la atrae a sí antes de la caída. La llama Santa, [1166] Virgen oculta a las criaturas, que no pueden contemplarla tal y como está en la divinidad. En presencia de Dios, todo lo que no es Dios está debajo de ella, salvo Jesucristo, su hijo, que la conoce como Dios y hombre; de otro modo, jamás hubiera sido conocida por la pura Deidad. Aun cuando no hubiese sino María en el mundo, Dios se hubiera encarnado para honrarla y servirla dignamente. Desde toda la eternidad, el Padre dice a través del Verbo divino: es necesario que se haga la luz, porque yo soy la luz increada, emanante e inmanente en ti, cual luz de luz, Dios de Dios y término de tu entendimiento. Yo no soy una luz creada; es menester que María sea la meta de nuestras delicias exteriores y la luz admirable que manifestará la luz adorable. Nosotros dividiremos las tinieblas de la luz. Separaremos de María a todas las demás criaturas y a todos los hombres, que, comparados con ella, son noches. Ella, en cambio, es el día. Hay que llamarla día. Cuando la luz fue creada, vio Dios que era buena y separó la luz de las tinieblas: Vio Dios que la luz estaba bien, y apartó Dios la luz de la oscuridad; y llamó Dios a la luz día, y a la oscuridad noche. Y atardeció y amaneció: día primero (Gn_1_4s).
Habiendo Dios separado a María de las tinieblas, y habiéndola llamado día a fin de ser reconocida distintamente, tuvo piedad de las tinieblas. Quiso que, por compasión, fuese ella un día oriente junto con la [1167] caída de la tarde de Eva, que se encontraba en la sombra de la muerte. María traía consigo la claridad y la vida: una hermosa mañana que alegraba a estos pobres afligidos con la esperanza de la salvación eterna.
Dijo Dios: Haya un firmamento por en medio de las aguas, que las aparte unas de otras. E hizo Dios el firmamento; y apartó las aguas por debajo del firmamento, de las aguas de por encima del firmamento (Gn_4_6). Para mostrar la excelencia de María sobre toda criatura, la separó como un firmamento de todas aquellas que eran mutables y cambiantes; y aunque fue de la misma naturaleza humana que tuvieron Adán y Eva, estuvo sin embargo exenta de pecado y firme en la gracia que Dios le había reservado. Antes de la creación de Adán, María fue firmamento y estuvo en las aguas reservadas en lo alto para que Espíritu Santo se paseara, para ser su lecho y constituir sus delicias. El Espíritu del Señor se movía sobre las aguas (Gn_1_2). En tanto que la tierra estuvo vacía, deshabitada y errante, y que las tinieblas reinaban sobre la faz del abismo, María poseía o era poseída de la luz, de suerte que se encontró tan pronto luz, como María. Poseyó la claridad en cuanto recibió el ser. A pesar de ser producto de la naturaleza humana, apareció como un firmamento en el que brillaban todas las virtudes que eran su corona. Antes de su nacimiento, la esperaba esta diadema. Nació reina porque el sol de justicia la dignificó en cuanto tuvo el ser. La luna [1168] se ocultó a sus pies para adquirir solidez y por no atreverse a aparecer con sus inconstancias ante tan sólido firmamento. María apareció y fue llamada cielo por el Verbo, para señalar la diferencia que existe entre ella y la tierra, mostrando que es el primer cielo creado y el primero destinado en la mente divina, afirmado por el Verbo y coronado por el Espíritu Santo. Dios Padre creó, pues, dicho cielo al comienzo, en el principio que es su Verbo.
Verbo que es el inicio de los caminos del Padre y vía de su intelecto, en el que se contempla y todo lo ve. El conoce en su Verbo, mediante la ciencia de simple inteligencia, y por la ciencia condicional, todo lo que era, es y será, y todo lo que puede ser y no será; así como todo lo que podría ser si se hiciera esto o aquello. La libertad de la criatura hace que no siempre haga lo que Dios quisiera para darle la gracia que le concedería si obrara a su manera. Esta ciencia no difiere, en Dios, de la ciencia de visión, ni de simple inteligencia. Sin embargo, la criatura que hace o deja de hacer, recibe condicionalmente lo que Dios le promete bajo ciertos requisitos.
La Virgen fue poseída por el Verbo mediante una posesión perfecta. El contempló a la más bella de todas las criaturas, favoreciéndola con la maternidad divina con preferencia a toda otra. Ella, al permanecer Virgen, cumplió perfectamente con las condiciones exigidas por Dios para [1169] encontrar en ella sus delicias, para salvar a los hombres, para acrecentar la alegría de los ángeles, para reparar las ruinas causadas por los malos, y para llegar al fin de la suprema grandeza que Dios le destinaba.
Ella cumplió la voluntad y los deseos del Espíritu Santo, que se referían a su santificación. Jamás recibió la gracia en vano. El autor de la gracia no encontró receptáculo digno de él igual a su madre. Ella contentó a Dios fuera de sí, pues Dios es Shaddai a sí mismo, es decir, suficiente a sí mismo fuera de su esencia simplísima. Dios es todo interior, no es un compuesto. La pureza de su ser no es perfecta y totalmente conocida sino de las tres divinas personas, las cuales están la una en la otra. Al penetrarse divinamente, se comprenden con inmensidad: son una majestad, una bondad, un poder, un Dios más adorable que visible, más amable de lo que es amado, si no es de sí mismo, porque se ama tan perfectamente como perfecto es.
La fe que asegura esta verdad nos da el reposo amabilísimo de saber que Dios se glorifica con una gloria condigna a su grandeza divina, con la gloria que tenía antes de crear los siglos y todas las criaturas. El alma se alegra ante el contento divino, alegrándose de que Dios no tenga necesidad de sus criaturas. Sin embargo, Dios comunica su bondad al exterior, a sus criaturas, a las que desea hacer felices ya des de este mundo, porque la gracia es la gloria iniciada, así como la gloria en la otra vida es la gracia consumada. [1170] El alma se regocija al saber que en Jesucristo existe toda plenitud de gracia y de gloria, es decir, de divinidad, porque siendo mortal, la divinidad habitó en él corporalmente. Ella sabe lo que Dios concedió una vez a nuestra naturaleza, y que aquello que la divinidad tomó una vez, jamás volverá a dejarlo ni hacerlo a un lado. El no se arrepiente de sus dones. El apoyo divino permaneció con el alma y el cuerpo de Jesucristo, aunque el compuesto haya sido separado: el alma en el limbo y el cuerpo en el sepulcro, jamás fueron abandonados por el Verbo divino.
El decreto divino jamás impuso una necesidad al Verbo de Dios, quien se hizo hombre porque así lo quiso. Se propuso el gozo y escogió la cruz; quiso dar a su humanidad la alegría que podía poseer sin sufrir la cruz, pero quiso satisfacer en rigor de justicia a la divinidad ofendida. Quiso rescatar al hombre por un medio inefable, a fin de contentar su amor, que es extremo. Sufrió un dolor extremo a fin de que le amemos sin límite, dándonos la fuerza en proporciona él.
Su santa madre, por ser la madre del amor bueno y hermoso, lo amó, lo ama y lo amará incomparablemente, por ser la incomparable. Todo esto constituye la alegría de los elegidos, que aman parcialmente así como recibieron la gracia participada. María la tuvo por totalidad. Como fue llena de gracia, es la llena de gloria. Después de su hijo, que es la cabeza, ella es el cuello, por cuyo medio se nos da la gracia. De nosotros depende recibirla [1171] en abundancia, puesto que el hijo y la madre tanto nos aman.
Virgen Santa, madre del Dios del amor, danos al Señor amor. Tú eres su madre después de Dios, que es su Padre. Esperamos esto de tu bondad, que participa de la de Dios por encima de toda criatura. Quien tiene amor, tiene a Dios. Quien tiene a Dios, todo lo tiene. Adorabilísimo Todo, sé mi todo en todo y para siempre.
Capítulo 200 - San Esteban confesó al Salvador en su gloria, completando lo que faltó a la Pasión: recibió a la hora de su muerte lo que era debido a la del Salvador, el cual, además de ser su corona, lo transformó en un prodigio de gracia y de gloria.
[1173] Así como la duda de Santo Tomás dio un testimonio más auténtico de la resurrección que la fe de los demás apóstoles, el martirio de san Esteban nos muestra sin duda alguna la gloria que posee el Salvador a la derecha del Padre. A pesar de que los apóstoles presenciaron su Ascensión desde el Monte de los Olivos, una nube les ocultó a este sol, impidiéndoles así penetrar hasta el empíreo con su deficiente mirada, no sólo del cuerpo, sino del entendimiento, pues aún no recibían al Espíritu Santo.
Esteban, lleno de fe y del Espíritu Santo, contempló la gloria de Dios y vio a la derecha de su poder al Hijo del hombre en su dignidad de Hijo de Dios. Esteban poseyó la bienaventuranza en el martirio; dos contrarios en un mismo sujeto: padecer y gozar. Itinerante y concluyente, pareció un ángel a los asistentes, aunque sólo era un hombre que luchaba y triunfaba. Jesucristo fue consagrado rey sobre la cruz con la unción de su propia sangre y la corona del dolor. En este día viene a recibir la corona de piedras preciosas en la que brilla la luz inefable del Verbo divino. Juan la contempló en su principio eterno, que es el Padre. Esteban lo vio como Hijo del hombre en su morada permanente, a la derecha del mismo Padre.
Dios concede una luz de gloria a los bienaventurados, a través de la cual pueden contemplarlo como él es; pero, ¡Oh maravilla de maravillas! Esteban es una luz que permite admirablemente a los hombres mortales gozar de la luz eterna. Los demonios encarnados y enfurecidos contra los santos, siguen teniendo el privilegio de ver reflejado en este cristal purísimo el rostro de un ángel, y de oír esta verdad de sus santos labios: Estoy viendo la gloria de Dios, y al mismo Jesús al que [1174] ustedes crucificaron, bien dispuesto a compartir su gozo con ustedes si desean reconocerle. Los cielos se abren para recibirlos. A pesar de que lo echaron fuera de su Jerusalén de la tierra, él quiere recibirlos en la suya del cielo. Veo a los ángeles que acuden a contemplar la belleza de la corona del rey Salomón, que su madre, la sinagoga, le coloca a golpes de piedra en la lapidación de Esteban. Cada golpe aporta un destello de luz que serviría de claridad a las tinieblas palpables si no estuvieran destinadas a rechazar los rayos de este sol de bondad.
San Pablo no podrá escapar a su calor, porque la oración de Esteban atraerá sobre él al mismo centro de la luz y esfera del fuego divino, que lo transformará enteramente en sí mismo, permitiéndole ver, en un arrebato admirable, la misma gloria que Esteban contempló, sin poder encontrar palabras para describirla a los hombres.
Como el Salvador prometió que los suyos obrarían los mismos prodigios que él, y aún mayores, verificó esta verdad en el martirio de san Esteban. Un solo ángel apareció para confortar al rey de los ángeles durante la agonía del Jardín de los Olivos, el cual se dejó abrumar por la aflicción, bañado en su propia sangre, en tanto que su Padre pareció de bronce ante sus oraciones, cerrándole los cielos de sus consuelos y permitiendo que el infierno abriera sus fauces para vomitar contra él todas las furias infernales, y concediendo a las tinieblas el poder de afligir al que es la verdadera luz, y aun permitiendo que el primero de sus apóstoles lo negara y que los otros es decir, la generalidad de las criaturas lo abandonaran.
Se puede contemplar un prodigio de dolor y sufrimiento en la muerte del Salvador, y un prodigio de alegría deliciosa en la muerte de Esteban. Los cielos se abren para embriagarlo de delicias. La Santa Trinidad apareció para colmarlo de placer. El Hijo de Dios glorioso es su lecho de reposo y su sede de justicia, su carro de triunfo, su trono de gloria, su heraldo veloz, acudiendo en persona a darle la felicidad, por no considerar digno de hacerlo a ninguno de los príncipes celestiales, ni aun al primero de los serafines, los cuales admiraban la excelencia y el amor de Dios a san Esteban, y el de éste hacia Dios. Amor que obligó, permítaseme la expresión, al divino enamorado a acudir en persona a convertir a Saulo cuando éste, con furiosa rabia, deseaba destruir su nombre.
Fue la eficacia de su sangre. Esteban obtuvo con sus oraciones la conversión del apóstol de gloria, que hizo más que los demás, que fueron llamados por el mismo Señor durante su vida mortal y pasible sobre la tierra. Pablo tuvo el honor de ser llamado por el mismo Señor en el tiempo de su gloria, de la cual lo rodeó [1175] le rodeó una luz venida del cielo (Hch_9_3). En ella se extasió y vio que toda rodilla se debe doblar reverente ante su nombre admirable. Esteban gozó de las ocho bienaventuranzas ya desde este mundo. Como estaba desasido de todo y olvidado de sí mismo, el Espíritu Santo lo llenó de él y su bondad pudo apaciguar las críticas ocasionadas por las viudas de los griegos.
¡Cuántas lágrimas no habrá vertido ante la obstinación de los judíos! Es propio del Espíritu Santo, cuya plenitud poseía, conceder el don de lágrimas con su aliento: En presencia de su espíritu fluyen las aguas. Fue él quien manifestó el Verbo a Jacob y su justicia a Israel, reprendiendo su ingratitud hacia Dios, que no habría hecho tan grandes maravillas con ninguna otra nación, ni les habría descubierto sus juicios como a ellos. Este santo levita, repitiendo lo que el Dios de bondad hizo desde Abraham, los llama pueblo incircunciso de corazón y apartado de los caminos de justicia de los que san Esteban estaba hambriento y sediento, de la cual Dios lo saciaba, conservando su espíritu tranquilo en medio del clamor y rechinar de dientes de aquellos espíritus furiosos, y encontrándose en plena paz en su amor a la ley divina.
No se escandalizó, sino que como verdadero hijo de Dios, de paz y de misericordia, a imitación de Jesús, obró el bien a sus enemigos, orando por ellos, doblando las rodillas por los que le odiaban, a fin de que Dios no les tuviera en cuenta su pecado; oración que fue tan agradable al Padre de las misericordias, que le dio a su propio Hijo, en cuyos brazos se durmió Esteban contemplando fijamente la gloria divina, señalando la distinción de las dos personas divinas y colmado de la tercera, es decir, del Espíritu Santo, que elevó sus ojos y su corazón para que conociera y amara la soberana bondad de un amor indecible, y exclamando con tanta certeza como calma: Veo los cielos abiertos y a Jesús, el justo, al que ustedes hicieron morir en cruz como criminal, lleno de vida y de verdad. Lo contemplo a la diestra del divino poder. Ustedes me persiguen y apedrean porque confieso su justicia. Esta lapidación hace que complete en mi cuerpo lo que falta a la pasión de mi buen maestro, a quien habrían apedreado si no se les hubiera escapado gracias al poder de su divinidad.
Me reservó el honor de este martirio al que estimo tan glorioso como justo, porque lo sufro amorosamente por la justicia y la verdad de la divinidad de mi rey, por cuyo amor me son amables las piedras, a las estimo más que el oro, el [1176] topacio y todas las piedras que los hombres consideran preciosas.
Estas me coronan con su belleza y me abren el cielo mediante su poder. Sus puertas no están hechas a prueba de cañón, de suerte que, en medio de la persecución, gozo del reino de los cielos y me veo tan colmado de bendiciones y de gloria, como calumnias y desprecios me cargan ustedes. El amor a la Jerusalén celestial me lleva a olvidar la envidia y el odio que la terrestre concibió hacia mí, proscribiéndome como a mi querido maestro, al que pido reciba mi espíritu y no les impute el pecado que cometen. Que mi sangre, derramada por su crueldad sea la simiente de dulzura y felicidad para todos los que creen y creerán que Jesús es el verdadero Mesías y nuestro amabilísimo Salvador, en cuyo seno me duermo, pasando de esta vida a la eterna, donde velaré por toda la eternidad tan lleno de gloria como lo he sido de gracia, al recibir el honor de seguirle el primero en el suplicio, a cambio del favor de gozar de sus delicias.
El me coronó de gloria y honor: de gloria al concederme el privilegio de la visión beatífica, y de honor ya desde este mundo, al acudir en persona a recibir mi último suspiro para respirar infinitamente en su seno, para aspirar en él eternamente el aire de su divino amor, mediante el cual obré signos y prodigios, siendo yo mismo un prodigio admirable que arrebata de asombro a los hombres y a los ángeles.
Gran Santo, ¡cuán feliz eres al entrar en la gloria por la misma gloria! Se dice de otros santos que el amor los coronó a la puerta del paraíso, revistiéndolos con túnica de gloria. El privilegio de recibirla en medio de la confusión y de la rabia de los enemigos correspondió a Esteban, que es la corona del Verbo Encarnado y su primer mártir. Fue esto lo mismo que el Rey Asuero mandó decir de Mardoqueo, honrándolo con la gloria y honor que el mismo rey de reyes reserva a quien desea honrar. El mismo le conduce hasta su sagrado palacio revestido de su luz, radiante de su claridad, y admirado del cielo y de la tierra. Lleno del Espíritu Santo, es recibido por el Padre al ir conducido por el Hijo, que eleva su magnificencia sobre los cielos, a cuya vista exclaman todos los bienaventurados: Señor, Dios nuestro, ¡cuán admirable es tu nombre en el cielo y en el universo mundo! ¿Quién es este diácono al que visitas de esta suerte, coronándolo de gloria y honor en su naturaleza de hombre? [1177] Es un poco inferior a los ángeles, pero al apoyarse en ti, divino Verbo Encarnado, parece estar elevado sobre todas las obras de tus manos, porque tú eres el cielo supremo y fuiste su precursor. Lo hiciste pasar más allá del velo. Sólo el gran sacerdote entró al santo de los santos, al templo de la Jerusalén de la tierra; y tú haces entrar a este diácono contigo, sobre tu pecho, en el que se adormece con un sueño tan feliz como amoroso.
El te confesó y, podría yo decir, te coronó con su constancia, y a tu vez lo coronas con tu adorable presencia, que inicia el día de su eterna felicidad. Lo contemplo revestido de piedras preciosas, ocupando tan humilde como amorosamente el lugar que el primero de tus ángeles reclamó por soberbia, al no querer reconocerte como Hombre-Dios que se sentaría a la diestra del Altísimo, y presumir que se sentaría en dirección del Aquilón, sobre el monte de la alianza. Este monstruo, privado del amor divino, se condenó a sí mismo. El humilde y generoso levita, en cambio, al amarte y morir para confesar tu grandeza, se hizo digno de tus laureles eternos y de estar, gracias a tu justa bondad, en la cima de la gloria, en la que exaltas a los humildes como él, haciéndolo sentar en el trono que le preparaste antes de la creación de
Capítulo 201 - Las palabras que el Verbo Encarnado dirigió a la Virgen y a san Juan en el Calvario, la constituyeron madre de dicho discípulo y a él, hijo suyo, haciéndola una con él. Gran misterio. El discípulo amado está en el cielo en cuerpo y alma
[1181] Cuando tenía cerca de 18 años, tuve una gran suspensión de entendimiento, durante la cual se me representaron Jesús, María y san Juan, tres en uno, en una visión clarísima que me causó grande admiración al ver a Juan transformado en el rostro y sustancia de Jesús, que es la carne de María. Me quedé tan atónita, que no encontré palabras para expresar el misterio que el espíritu divino me había enseñado.
A partir de entonces he tenido diversas luces acerca de las excelencias de san Juan, que ya he descrito en otra parte, pero desde el día de su última fiesta, en 1635, se me reveló que Juan era el corazón de la Iglesia, unido al cuello, que es la Sma. Virgen, y mediante ella a Jesús, la cabeza. También conocí y que los divinos afectos de Jesús fueron los primeros en nacer en Juan, y encontraron en él su reposo definitivo en el Calvario.
El corazón es el primero en vivir y el último en morir. Jesús dijo a Natanael que lo había visto antes de que Felipe lo llamara, cuando estaba debajo de la higuera; pero dijo mucho más a Juan, al manifestarle que lo había llamado antes del origen del mundo, y que ya estaba predestinado en El cuando se ocultaba en el seno paterno como el Verbo en su principio, en el que le destinaba una luz supereminente y una vida incomparable: la vida del amor. A semejanza del otro san Juan, lo eligió para dar testimonio de la luz esencial.
Cuán admirable es san Juan, por ser el predilecto del Hijo del amor hermoso, el cual encuentra a su preferido fiel en su desamparo. Juan fue el único en tener derecho de paso después de María para contemplar al sol en su origen, es decir, de reposar en él en el mediodía de su más ardiente amor, celebrando en él una deliciosa cena que jamás concedió a ningún otro con excepción de la [1182] Sma. Virgen, la cual alimento con su sustancia a dicho Hijo, que a su vez recibe su manjar del Padre en el seno paterno, y que con el divino Padre sustenta al Espíritu Santo, porque la producción es alimentación en la divinidad. Esta producción es una plenitud divina, porque el Espíritu Santo es igual al Padre y al Hijo; Espíritu que posee en sí toda la sustancia del Padre y del Hijo, siendo un solo Dios con ellos, pero suficiente en sí mismo.
Como su Padre lo abandonó del modo expresado en su queja, encontró consuelo en su favorito, que era objeto de los favores del Padre Dios y apoyo de la madre Virgen. Jesucristo en la cruz representaba el pecado, y san Juan la gracia revestida de todo el honor debido al Salvador por el divino Padre. Fue también dignificado con la posesión de las excelencias de la Virgen madre, de manera que se puede hacer esta doble afirmación: El Padre eterno te ensalzó con el honor de condigno con que honró a su Hijo, que es su gloria. La madre Virgen te honró con el honor con que ella enaltece a su Hijo, que es su amor. En la Cena fuiste revestido del mismo Jesucristo, que es tu vestidura, tu anillo y tu cadena-insignia, porque te lleva sobre su pecho.
Hace que seas proclamado discípulo amado, gracias a la amorosa confianza que ocupa el primer rango en el palacio del amor. Te invita, por un favor singular, al festín divino en el que reparte el cuerpo recibido de su santa madre. Su alma y su divinidad se encuentran en él por concomitancia. El desea que sólo tú reposes sobre su pecho, en el que eres, por el poder de las palabras sacramentales, transustanciado en él. Jesús dijo sobre ti lo que pronunció sobre el pan y el vino, abrazándote y apretándote sobre su pecho, que es un sol: Eres mi otro yo, y serás conservado como un memorial de amor permanente y de vida admirable en tanto que el odio y la envidia destruyen este mismo cuerpo que doy para ser entregado en manos de los pecadores.
No me resuelvo a dejar al mundo sin este misterio de fe. Este maná escondido debe permanecer en el arca sagrada que eres tú, junto con la vara de Aarón, porque fuiste destinado para ser el sacerdote del tabernáculo levantado para el sol de luz, es decir, de mi santa madre, cuyo guardián serás. Por ser un águila, puedes volar hasta ese sol. Es tuya esta piedra blanca por haber recibido el divino favor de ser hecho hijo de mi madre gracias al poder de mi palabra sacramental. Te entrego este nombre que nadie sino yo conoce, y tú porque lo recibes.
Tú sostienes a la Iglesia junto con [1183] mi madre en el tiempo de la división. Te constituyo columna del templo de mi Dios. Sabe que en mí admira el Padre su fecundidad y se contempla en sus perfecciones, que expreso divinamente por ser el esplendor de su gloria, figura de su sustancia, imagen de su bondad y espejo sin mancha de su majestad. Mi Padre te recibe como hijo en virtud de su divina caridad.
El alma de Jonatán se adhirió a la de David. Dicho príncipe cedió a David sus derechos gracias al incomparable amor que se da entre los amantes creados. Yo, empero, que soy el enamorado increado, que amo a los míos con un amor infinito, y a ti sobre todos, por ser mi predilecto y mimado, te transformo en mí y permanezco en ti con la fuerza de mi amor. Obro un doble milagro: dos naturalezas en un amor, que debe poseer también el de mi madre, que será la tuya a fin de manifestar tres hipóstasis en la tierra y dos naturalezas en esta trinidad: las dos hipóstasis creadas son las de la Virgen y de san Juan; la tercera es divina.
Allí donde yo esté, deseo que tú estés, poseyendo la gloria que tenía yo con mi Padre antes de que el mundo existiera; que seamos consumados en uno, por ser éste el signo de mi amor. Me glorifico en ti para glorificar a mi Padre, cuyo Hijo amadísimo soy, en cuyo seno moro y al que te invito a entrar a fin de que sepas mis secretos y misterios. Te hago sacramento o misterio. No será de maravillar que tu Apocalipsis encierre tantos misterios como palabras. Todo tú eres sacramento. Redacto contigo el contrato de traslado que publicaré y sellaré sobre el Calvario, ratificando lo que dije con mi palabra y con mi muerte, que seguirá a esta alianza irrevocable.
Dicha donación y aceptación entre vivos jamás será revocada. No faltarás en ella. Tengo el poder de llamar tanto a las cosas que no existen como a las que tienen el ser, y reproducirme tantas veces como me plazca: tu cuerpo y tu alma serán para mí especies sacramentales. Las transformaré y las conservaré sin destruirlas porque yo puedo obrar esta maravilla. Si aparto la sustancia del pan y la del vino, es porque no son dignas de una vida eterna reservada al cuerpo y al alma, que debe vivir eternamente. Si deseo que vivas hasta mi venida sin ser reducido a la corrupción, ¿qué pueden alegar las demás criaturas? Me complazco en preservar las maravillas de mi bondad, para que la [1184] posteridad las admire. Asuero no encontró nada admirable ni amable en su festín fuera de su Vasti, antes de que ella manifestara su rebeldía y vanidad. Nadie estaba por encima de sus leyes; todos sus súbditos debían obedecer sus mandatos, salvo la reina Ester, a la que honró al decirse hermano suyo, aunque debió decir esclavo aherrojado con las gloriosas cadenas de su real amor.
Juan, todas las gracias participadas están en ti, porque el amor te confiere este privilegio. Este mismo amor me haría dejarme a mí mismo si no fuera yo el que es, para estar en ti, que no estuviste en la eternidad en tu propia existencia. Existe ahora, y subsiste de manera inefable a toda criatura, en mí y conmigo. Sé lo que yo soy, queridísimo hermano mío por ser también hijo de mi amadísima madre: Mujer, he allí a tu hijo. Discípulo queridísimo, he allí a tu madre. Como mi palabra es eficacísima, se hará lo que yo digo; su poder se demuestra singularmente en la creación: y desde aquella hora el discípulo la acogió en su casa (Jn_19_27).
Después de pronunciar Jesús estas divinas palabras, que constituyeron a Juan hijo de la Virgen, poniéndolo en su sitio y lugar, Jesús, sabiendo que todo estaba cumplido, para que se cumpliera la Escritura dijo: Tengo Sed. Al tomar el vinagre, cedió a Juan la dulzura, que era su madre, en la que jamás se halló el vinagre del pecado. El divino enamorado exclamó entonces: Todo está consumado. Así como mi Padre me señaló, yo, por ser su sello, rubrico lo que ya he dicho al inclinar mi cabeza. Mis manos, adheridas a la cruz, son incapaces de firmar por estar bajo el sello de los clavos.
Juan, recibe mi espíritu para adorar a mi Padre en verdad, para amar a mi madre en integridad perpetua. Yo no me arrepiento de mis dones. Ella es tu madre, y tú su hijo. Volveré a buscarla en el tiempo destinado. No permitiré que vea la corrupción, ni que sea mirada por la muerte del pecado, aunque sí de la natural, que es el paso a la vida eterna y a la primera resurrección, a la que te destino. Como te recostaste sobre mis estados en calidad de favorito, debes venir conmigo al lado de mi madre, a la que hago tuya. No deseo que tu cuerpo sufra la corrupción. Es mi santuario, establecido por mí. Como un unicornio, reposarás en el seno de una Virgen, la cual [1185] no te rechazará porque yo te he aceptado; yo, que soy la corona de las vírgenes, recostándote en el mío en la Cena y haciendo realidad esta palabra de David: Construyó como las alturas del cielo su santuario, como la tierra que fundó por siempre (Sal_78_69). Edifiqué mi morada y mi santuario en mi predilecto estando aún en el tiempo, reproduciéndome en él, que es mi muy amado y mi otro yo, obrando mediante un gran milagro de amor que en este hijo de mi corazón y de mi diestra permaneciera impresa la imagen del Padre de las luces. Lo configuré a su divina imagen tanto cuanto puede serlo una mera criatura con la imagen de su Creador. El amor divino tiene el poder de obrar esta maravilla, aunque no el amor humano, porque el divino puede hacer cuanto le place.
La fábula que dice que de dos enamorados se puede hacer uno, se verificó en la noche de la Cena. Mi pecho fue el horno y mi amor el fuego; Juan, la materia; mi semejanza, la forma y mi sabiduría la poderosa luz. Me complací tanto en esta obra digna de mi bondad, que quise repetir su maravilla, haciendo por mi palabra que María se convirtiera en madre de Juan, y Juan hijo de María, razón por la cual él la aceptó a partir de aquella hora como toda suya, así como era toda mía. No tuve el corazón de dejar a mi madre cuarenta horas sin hijo, lo cual hubiera sucedido, ya que el compuesto dejaría de existir debido a la separación del alma. No te sorprendas, hija mía .La ingeniosidad del amor es maravillosa. Sus inventos sólo pueden ser comprendidos y entendidas por el amor, que es su autor, su origen, su medio y su fin, lo cual explica que Juan se haya encontrado al principio, en el medio y firme a la hora de la muerte de su buen maestro.
Cuando todas las criaturas fueron sacudidas, María y Juan permanecieron inmutables y de pie cerca de la cruz; el sol y la luna tuvieron vergüenza de salir, en tanto que María y Juan brillaban sobre el Calvario a pesar del poder de las tinieblas. Cuando digo esto, me refiero a que la naturaleza entera fue sacudida, sea en la tierra sea en el cielo, porque el sol se oscureció, la tierra tembló y las rocas se abrieron. No me refiero a Juan, porque él es gracia que rebasa todas las cosas visibles y naturales. La gracia se coloca a un nivel más bello cuando presencia un hecho del divino amor, así sucedió con la de Juan, el discípulo a quien Jesus amaba.
[1186] Jesucristo preservó su vida en Juan. A pesar de la muerte, Cristo vivía en Juan, al que atrajo con fascinación divina hasta el Calvario, que es el trono supremo del amor, en el que fue exaltado para juzgar al mundo y echar fuera de su dominio al príncipe de este mundo. El vivió de la vida del amor, que es vida indeficiente, realizando así las palabras de los que no comprendieron su muerte: Nosotros sabemos por la Ley que el Cristo permanece para siempre. ¿Cómo dices tú que es preciso que el Hijo del hombre sea levantado? (Jn_12_34). Entonces Jesús les dijo: Todavía por un poco de tiempo, está la luz entre vosotros (Jn_12_35). Caminen mientras ella los ilumine. Si llega a ocultarse, las tinieblas les rodearán y no sabrán a dónde ir.
La luz permanecería en Juan, que es el ave del día, el águila real que no perderá de vista el sol de la claridad divina, que se transmitiría a él durante la alarma general. El sol entrará en la gracia, que será su estación permanente, no sólo durante las cuarenta horas en que la semblanza de la carne del pecado será colocada entre los muertos del tiempo en la oscuridad del sepulcro; sol que ingresará en este signo admirable, que es uno de los doce del zodiaco apostólico.
Fue elegido virgen entre todos los apóstoles. En este signo, Jesucristo, sol de justicia, acude a morar en él para siempre. Aquel que dijo que su amigo muerto vivía en él, que estaba vivo, decía bien; mas cuando digo que la vida de Cristo vivía en Juan mientras que él moría sobre el Calvario, digo mejor. Esto se obraba por la fuerza del amor divino, que hace cuanto quiere, y que quiere todo lo que contribuye a la gloria de su reino. Su gloria consistió en producir su vida en medio de la muerte, mostrándose más fuerte que ella en la ley de la gracia, porque en la ley escrita Salomón expresó que la fuerza era igual: Porque el amor es fuerte como la muerte; implacable como el sheol la pasión. Saetas de fuego, sus saetas, una llama de Yahvé (Ct_8_6).
El fervor de Jesús por la vida del amor rebasó la rabia del infierno. Sus saetas eran de fuego divino, que es un elemento muy superior a de todos los inventos humanos y diabólicos que trataron en vano en arrebatar el alma de aquel que solo tiene el poder de darla y tomarla de la manera que le plazca. [1187] Se complace en vivir en Juan al mismo tiempo que muere en la cruz. Milagro sobre milagro: el Dios humanado muere, pero el hombre divinizado permanece con vida en el escenario de la muerte; vida que le será conservada eternamente. La muerte no se atreverá a atacar a este hijo de la vida sobrenatural, porque aquel que tiene la llave de la vida y de la muerte no le da su autorización expresa, asistiendo en persona a su discípulo amado a la hora en que debía expirar.
Este es el sentido de las palabras dirigidas a san Pedro después de la resurrección de Jesucristo: Si quiero que se quede hasta que yo venga, ¿qué te importa? Tú, sígueme (Jn_21_22). Pedro, te preocupas demasiado por aquel a quien amo, el cual me asistió en la muerte de cruz, donde murió en mí mientras que yo vivía en él. Si deseo, como lo quiero, que este discípulo permanezca en la vida que tiene hasta que yo vuelva a él para asistirlo en su muerte, haciendo que viva en mí, así como él asistió a la mía, conservándome la vida en él, ¿Qué tienes que ver en el decreto de la amorosa justicia que recompensa a sus bien amados con el céntuplo, para darles después la vida eterna? No deseo eximirlo de la muerte preciosa ante mis ojos porque estuvo presente en mi ignominiosa muerte delante de los hombres. Deseo coronarlo de gloria y honor, deseo llevar a cabo sus funerales. Más no, deseo servirle de carro triunfal. Deseo asistirlo en su último suspiro así como él asistió al mío. Deseo colocarlo en el sepulcro como él a mí. Deseo resucitarlo. Deseo llevarlo al cielo después de mí y de mi madre. El es mi santuario, mi sacramento admirable, al que los hombres no son dignos de conservar en la tierra. El discípulo de fe que debe permanecer oculto a los mortales, se haría para ellos visible y material (Juan) es el discípulo del amor, que debe fijar su morada con todos los inmortales; en medio de su corazón reina la caridad que deposité en él para las hijas de Jerusalén.
El es mi lecho de madera del Líbano, por ser virgen; las columnas de plata son las gracias tan especiales que le concedí. Su ascensión fue siempre la púrpura del puro amor. Es mi muy amado. Su reclinatorio o apoyo no es otro que yo, que soy todo de oro. Se apoyó en mí mismo. Acaso no escribió: [1188] Dichosos los muertos que mueren en el Señor. Desde ahora, así dice el Espíritu, que descansen de sus fatigas, porque sus obras les acompañan (Ap_14_13). ¡Ay qué dulce es morir en los brazos de la vida eterna! Jesucristo, lleno de gloria, apareció a Juan antes de que probara la muerte, confirmando así estas palabras: Sólo, empero, los que estén preparados no probarán la muerte, hasta que vean al hijo del hombre venir a su reino.
Soy un amigo fiel. Ven, mi predilecto, no he confiado para esto en los ardientes serafines, que no se atreven a mirar el comienzo y el fin de mi amor. Se cubren los pies y la cabeza cantando: Santo, santo, santo, porque toda la Trinidad se complace en glorificar a este santo. Ellos saben que lo amo con una caridad eterna e infinita, que no pueden comprender, aunque sí admirar la gloria que le comunico. Si estos espíritus iluminados e inflamados son admiradores, ¿qué no deberían ser los hombres burdos y materiales?
Este discípulo me confesó delante de los hombres en mi muerte. Yo lo confieso delante de mi Padre y en presencia de mis ángeles en la suya. El es mi porción y mi heredad: y poseyó el Señor a Judá, su heredad, como tierra santificada y eligió hasta hoy a Jerusalén. Juan es mi tierra santificada; es Judá, mi confesión espiritual y corporal, porque espiritual y corporalmente me confesó al morir, siendo en todo momento mi Jerusalén pacífica cuando me echaron fuera de la Jerusalén convulsionada. Vengo de nuevo a tomar esta Jerusalén elegida y predestinada para llevarla al cielo junto conmigo. El vio en otro tiempo a la nueva Jerusalén descendiendo del cielo, coronada de su esposo.
Di, hija mía, que ves ahora a la Jerusalén de gracia creada por su esposo mediante el amor divino, que es el Verbo eterno, con el que están el Padre y el Espíritu Santo. Es éste un gran misterio, hija mía. Admira en compañía de los ángeles el silencio que impongo a toda carne: ¡Silencio, toda carne, delante del Señor, porque él se despierta de su santa Morada! (Za_2_17).
Ve, mi divino amor, lleva contigo a tu favorito al cielo. La tierra no es digna de este tesoro. No es menester que tu santo vea la corrupción.
Comprendo que hayas dicho: Me diste a conocer tus caminos de vida. Durante mi vida en la tierra, me mostraste las sendas de la vida; ahora me revelas [1189] tu generación eterna y tu procedencia divina para manifestarlas al mundo, lo cual hice con voz de trueno, comenzando así: En el principio era el Verbo (Jn_1_1). Con ello manifesté que el Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros, dándonos a conocer su gloria cual unigénito engendrado del Padre, lleno de gracia y de verdad. Vi desde el camino tu esencia y subsistencia, que me diste a gozar al término. Es demasiado, Dios mío: Me colmas de alegría con tu presencia. A tu derecha, delicias por siempre (Sal_15_10). Regocíjate en él, gran santo. En ellas me gozo, aunque no puedo expresar mis sentimientos. Dios me impone silencio por estar en mi condición humana. Admiro tu feliz asunción, obrada por el amor del Verbo Encarnado, acompañado de su santa madre, que acudió para honrar tu muerte y contribuir a la gloria de tu asunción. Tú la asististe durante su vida y a la hora de su muerte; no quiero dudar que no hayas asistido a su asunción, cuando ella fue rodeada de sol, calzada de luna y coronada de estrellas.
Es propiedad del águila mirar fijamente al sol. Ella no te eclipsó con su claridad, pudiendo soportar la del Verbo divino en el seno de su Padre, que es la fuente de origen. Asciende, pues, apoyado en tu amado, colmado de delicias. Te humillaste en tu sepulcro, después de arrojar en él tu admirable manto, signo que debe arrebatarnos de admiración, diciendo con asombro: ¿Qué es esto? ¿Dónde está el cuerpo que descendió aquí? Ya no está. Jesús lo levantó, lo cual es signo de que Juan está en el cielo en cuerpo y alma, y que su sepulcro es glorioso; que aquel que gustó la dulzura de la divinidad en la Cena, resucitó sin esperar al último día.
Jesucristo vino a buscarlo en gloria y majestad, llamándolo, cual bendito de su Padre, al reino eterno por haberlo hecho digno de él. Este discípulo corrió con dilección y dilatación de su corazón por el camino de los mandatos del amor a Dios y al prójimo. No corrió; voló. No, rebasó en su vuelo a todos los hombres y aun a los ángeles, para llegar hasta el seno del Padre, en el que fue al encuentro de su sol. Pero, ¿Qué digo? El mismo sol le sirvió de ala poderosa para [1190] llevarlo hasta el océano de sus luces.
¡Cómo quisiera seguirte, santo patrón mío! No obstante, si esto es una temeridad, mis alas serán de cera y los rayos divinos las derretirán, abismándome en el mar de mi confusión. No, no se trata de una temeridad, porque el águila adulta no reconoce a sus polluelos como legítimos hasta que poseen la fuerza y el valor de contemplar el sol. Hace ya varios años me prometiste; mejor dicho, tu buen maestro me prometió, concederme tus ojos para verlo, junto con las poderosas alas de su madre, para poder salir a su encuentro en el desierto eterno que es el seno del Padre, lejos de todas las criaturas. Acepto este favor. Como el amor todo lo da por amor, estoy contenta de ser oprimida en la gloria de tan divina majestad. Al perderme en ella, lo gano todo.
Después de esto, nada deseo de lo que no esté en ese todo. Mi vida es Jesucristo, y mi vivir es morir para él y en él. Tendría parte en tu felicidad, la tendría toda entera. No puedo poseer a Dios sin poseerlo todo. Como él es indivisible, si no lo comprendiera del todo, él me abismaría completamente en su humanidad divina. La perfección de mi deseo consiste en que mi impotencia procede de su excelencia. Deseo entrar en el gozo de mi Señor, que consiste en dar todo al divino Padre, a fin de que él sea todo en todos (Col_3_11).
He oído personas que se asombran de que los pintores representen joven a san Juan, a pesar de que vivió más que todos los demás apóstoles, opinando que debería ser pintado conforme a su edad. Esto, para mí, no es de admirar. El Espíritu Santo inspira a los pintores sin que ellos sepan la razón. Sin duda esto se debe a que san Juan está glorioso en el cielo, conforme a la imagen del Padre. Jesucristo está en la plenitud de su edad, que fue de treinta y tres años, edad que tendrán todos los bienaventurados al resucitar, conforme a la creencia común. San Pablo lo dice claramente.
San Juan terminó su carrera y llegó a la meta gozando de la visión beatífica. Su cuerpo vive glorioso en compañía del cuerpo de Jesús y el cuerpo de María. Su edad debe ser la de ellos, por eso se ve joven. Por lo que a mí respecta, este es mi modo de pensar, que creo es muy factible.
Someto al criterio de la Iglesia católica, apostólica y romana todo cuanto acabo de escribir, en cuya [1191] fe deseo vivir y morir en calidad de su hija más pequeña.
Capítulo 202 - El Salvador comparte el sufrimiento de sus esposas y si así conviniera, estaría dispuesto a ser crucificado de nuevo.
[1193] Me encontraba en una grande aflicción, y al representar a mi divino amor mis aflicciones, se me apareció cargando una cruz enorme y llevando en su cabeza la corona de espinas, que parecía muy verde. Su túnica era como de color amaranto mezclado con un púrpura desteñido y decolorado. Tenía, sin embargo, un cierto brillo. Su rostro, macilento y pálido, era dulce y grave; su mirada mortecina era muy atrayente. Todo esto me representaba o significaba una persona pensativa y oprimida.
Hendía una multitud de gente del pueblo, dirigiéndose a mí como para socorrerme. Mi corazón fue colmado de una gran confianza y, dilatándose poco a poco, estuvo a punto de estallar todo el resto del día, incluyendo el día siguiente. No pedía yo sino morir para el amor y de amor. Si mi amado me había manifestado la vehemencia de su amor mediante su muerte, ¿que no podría yo decir uniéndome a los mismos sentimientos del apóstol: Con Cristo estoy crucificado: y no vivo yo, sino que es Cristo quien vive en mí; la vida que vivo al presente en la carne, la vivo en la fe del Hijo de Dios que me amó y se entregó a sí mismo por mí? (Ga_2_20).
¿Qué confianza no tendrá una esposa después de constatar el amor de este esposo divino, que parece desear una vez más bajar del trono de su suprema grandeza, donde reina en gloria y felicidad, coligual y consustancial al Padre y al Espíritu Santo, para ofrecerse una vez más a la muerte, si así conviniera, para librarla de las aflicciones que le causa esta mortalidad, y al verla sujeta a las imperfecciones de esta vida miserable, en la que los hijos de Eva se encuentran en un durísimo destierro, privados de la luz de su gloria, que iluminan a los bienaventurados?
Capítulo 203 - Los santos Inocentes fueron los pequeños banqueros que adelantaron al divino Padre las arras y los intereses para rescatar a su Hijo en beneficio nuestro.
[1195] Esta mañana, pensando en los santos inocentes, mi divino amor me dio a entender que su Padre los había recibido como arras, como prenda, como interés y para su rescate; que su muerte fue permitida a fin de que recordara que debía morir por ellos así como ellos murieron por él y que, pasados treinta años, debía devolver el rescate pagado por él mientras estaba en pañales, que fueron los lazos con los que el Padre lo ató al enviarlo al destierro de Egipto.
Que estos inocentes paguen los intereses del capital prometido a la divina justicia, que Jesús pagará del todo con su muerte. En el ínterin, los pequeños banqueros quedaron hipotecados en todo su dominio; mas la bondad de su Padre eterno los aseguró en su misma heredad como herederos de su Hijo natural; más aún, les permitió tomar cuerpos antes del día de la Pasión, no por rigor, sino por amorosa fidelidad a su promesa, abriendo para ellos el cielo de su seno, que les prometió al decir: Dejen que los pequeños vengan a mí: el reino de los cielos les pertenece por hipoteca, por mi muerte y por su inocente pureza. Gozarán en él, siguiéndome a todas partes, y estarán conmigo en el monte Sión, donde me manifestaré como cordero sacrificado. Asuero confirió un oficio glorioso a Mardoqueo, que con fervor preservó su vida real. Yo, por mi bondad y mi agradecido chorrazo debo una vida eterna a estos pequeños inocentes que me sirvieron de escudo contra la rabia de Herodes, inmolando su vida por la mía. Ellos fueron los corderos sacrificados al llegar yo al mundo: Como son primicias del Cordero, al que anunciaron, se acercarán a las fuentes y serán llenos de claridad. De pie delante del trono y el Cordero, vestidos con vestiduras blancas y con palmas en sus manos (Ap_7_9).
Ellos anunciaron en los limbos la buena nueva del cordero que debía conducirlos a la fuente viva y potente, colmándolos de su divina claridad en el día de su resurrección para levantarlos [1196] sobre el Monte Sión junto con él, que conserva sus llagas gloriosas para mostrar sus trofeos a todos los ángeles y decir a su divino Padre: Por un cordero recibiste catorce mil que cantaban tu gloria, revestidos de luz y portando palmas en las manos. Como al final recibiste al mismo cordero, tienes los fondos y las rentas, el capital y los intereses. El cordero divino cifra su gloria en devolverte tus victorias, su reino y todo lo que él es. Su gloria consiste en depender de la tuya. Su anhelo es que todo sea divinizado, que Dios sea todo en todos. Cuando hayan sido sometidas a él todas las cosas, entonces también el Hijo se someterá a Aquel que ha sometido a él todas las cosas, para que Dios sea todo en todo (1Co_15_28).
El real profeta profetizó la gloria de los inocentes diciendo: Quién subirá al monte del Señor. ¿Quién podrá estar en su recinto santo? El de manos limpias y puro corazón, el que a la vanidad no lleva su alma ni con engaño jura (Sal_24_3s). Este monte pertenece a los santos inocentes, que jamás cometieron pecado alguno. Murieron por el cordero que quita los pecados, dando su vida y su alma para conservarnos la suya hasta la edad de treinta y tres años, en la que debía obrar nuestra redención.
Si el Hijo de Dios les está agradecido por el adelanto que hicieron en su nombre a la divina justicia, a la que respondieron por todos, seríamos unos ingratos si no los reconociéramos como bienhechores nuestros, porque el anticipo que pagaron nos mereció tanto; porque si el Salvador hubiese muerto en su infancia, no habríamos tenido sus divinas palabras, sus admirables milagros, ni su incomparable ejemplo.
No poseía por entonces sino un cuerpecito, que, debido a su pequeñez, no hubiera derramado su sangre con tanta abundancia. Tampoco hubiéramos conocido con tanta claridad el exceso de su amor, que lo llevó a ofrecerse a la muerte porque así lo quiso: Se ofreció por su propia voluntad.
Capítulo 204 - Visión de san Ignacio revestido de pontífice para terror de los demonios y alegría de los ángeles; otra visión cuyo objeto fue mostrar la protección divina, en la que debía yo tener confianza y amar a Jesucristo crucificado a ejemplo de san Pablo y san Ignacio.
Hace ya varios años que el Espíritu Santo me infundió una devoción a la vez tierna y fuerte hacia san Ignacio, portador de Cristo, cuyo amor estaba crucificado.
En este día tuve varias visiones: Vi a este gran prelado vestido con ropaje pontifical; lo que, sin embargo, lo hacía formidable ante los demonios y admirable a los ángeles, era el sagrado nombre de Jesús. Esta visión se imprimió en mí con tal fuerza, que retuve largo tiempo los detalles; y, de haber sabido manejar el pincel, habría podido reproducirla.
Tuve algunas otras visiones admirables a través de las cuales fui atraída a una confianza filial en mi divino amor, el cual, para asegurarme su divina protección y que las olas del mar de las contradicciones no me anegarían, me permitió ver un navío que se elevaba desde la mar. Mi esposo me dio la esperanza de que me levantaría hasta él, y que así como la nave que contemplé se formó con los vapores del mar, para después perderse felizmente en la luz del sol, también mis penosas cruces se transformarían en diamantes que integrarían el collar de su Orden, que por bondad llamó también la mía.
Escuché que la Sma. Trinidad era el escudo que me defendería, y que con él el Dios omnipotente me cubriría frente a las flechas de mis enemigos; y que mi gran protector san Ignacio mártir, de quien ya he recibido tantos favores, que se enfrentó a los leones por la gloria del Verbo Encarnado, me defendería armado con el invicto nombre de Jesús y todo su amor. [1198] Al mismo tiempo Dios me hizo escuchar, en la dulzura de una altísima contemplación, que estaba yo bajo el auxilio del Altísimo y que moraba bajo la protección y cuidado del Dios del cielo: El que vive en la ciudadela del Altísimo, que mora a la sombra del Omnipotente (Sal_91_1); salmo que repitió varias veces para decirme que como la vida es una guerra continua, su misericordiosa caridad acude siempre en mi auxilio. Escuché que el Altísimo es el Padre y que su asistente es el Verbo; la protección es el Espíritu Santo, que abraza en la Trinidad al Padre y al Verbo, su Hijo.
Mi divino amor me comunicó que yo lo poseía como Verbo divino, que es el brazo y auxiliar del Padre, y que habitaba bajo la protección del Espíritu Santo. Que el Padre me daba el ser en cuanto Creador; el Verbo, la vida por ser mi esposo, y el Espíritu Santo, cual nodriza mía, me abrazaba y protegía al darme el pecho. Mi esposo me alegraba y el Espíritu Santo me daba su leche con sentimientos de ternura indecible.
Escuché que toda la Trinidad era mi refugio, y que en ella debía tener gran confianza; que mi amor era mi peso, que me sentía atraída a amarla con una amorosa inclinación, que ella me libraría de todas las asechanzas de mis enemigos; que de aquí en adelante, Dios trino y uno sería para mí un escudo y toda clase de armas; que mis sombríos enemigos serían confundidos por el destello de los divinos ojos, que lanzarían un rayo contra esos rebeldes. Añadió que, con su divino poder, les impediría acercarse a su tabernáculo, y que una multitud de ángeles tenía orden de guiarme y guardarme de sus maliciosos engaños. Dichos ángeles me apoyarían a fin de no ser lastimada por la piedra que me oponía resistencia, y mis afectos irían de acuerdo a los designios de la divina providencia, los cuales se cumplirían ante la confusión de mis enemigos.
Prosiguió diciéndome que caminaría yo sobre áspides y basiliscos que no podrían dañarme con su vista o su veneno; que pisotearía a los dragones y degollaría a los leones como otro David con el poder de la gracia, porque su amor se complació en llamarme al conocimiento de su nombre, el cual me concedió como a otro san Pablo para que lo proclame por toda la tierra a través del Instituto que establecer.
Continuó diciéndome que Jesucristo, el Verbo Encarnado, es el mismo Dios y Salvador. Sólo él debe ser mi amor a ejemplo de san Ignacio, que lo gozó en la tierra a través de la cruz, diciendo: Mi amor está crucificado. El gran apóstol, [1199] agregó, no encontró morada más segura en esta vida que la cruz del Salvador, a la que se clavó, fijando en ella sus afectos y diciendo que no se glorificaría cosa alguna que no fuera la cruz de su amor, por la cual el mundo estaba crucificado para él y él para el mundo; que si éste le despreciaba al verlo crucificado por Jesucristo, él, a su vez, despreciaba al mundo como un ajusticiado por sus crímenes y fechorías. Toda su gloria consistiría en no tener otra ciencia, entre los hombres, que la de Jesucristo crucificado. San Ignacio, a su vez, (cifró su gloria) en ser desgarrado y molido por los dientes de las fieras como trigo de Jesucristo, de quien deseaba convertirse en pan purísimo, divino amor, haz lo que quieras conmigo en el tiempo y en la eternidad. Soy tuya sin reserva.
Capítulo 205 - El Verbo Encarnado y su santa madre se sometieron a la ley del Espíritu Santo y a la ley del Dios vivo, para ser afligidos en cuerpo y alma. La Virgen fue iluminada de momento en momento. Su amor fue más fuerte que la muerte de su Hijo. La profecía de san Simeón, 2 de febrero de 1636
[1201] Incomparable madre, se cumplieron tus días de purificación según la ley de Moisés. ¿No fueron suficientes tus sufrimientos al ver las penas de tu esposo san José, el rechazo de los habitantes de Belén, la pobreza del establo, el cuchillo de la circuncisión y el cumplimiento de la rigurosa ley, ofreciendo a tu hijo como un esclavo para rescatarlo en calidad de siervo?
Era menester que cumplieras una ley singular, la más rigurosa que Dios haya podido dictar, ley que la Sma. Trinidad te propuso, que aceptaste al decir: Hágase en mí según tu palabra. ¿Te das cuenta, Señora, de que el que es poderoso y fuerte en la batalla te reta a duelo para combatir con él hasta el día de tu última victoria? Deberás permanecer en el campo de batalla hasta tu último suspiro. ¿Tendrás el valor requerido para estos asaltos? [1202] ¿Comprendes bien lo que dices? Engrandece mi alma al Señor. Cuando tu Espíritu se regocija en Dios, tu salvador, estás llena de gloria y alegría. El día vendrá, sin embargo, en que al ir al templo como madre, tu alma ser traspasada por la espada de dolor, por la fuerza del poderoso brazo de la divinidad, el cual no dejará de combatir en contra tuya hasta el día de tu triunfo. El te hizo la más fuerte y valerosa de todas las criaturas a partir del momento en que Simeón te dijo que Dios tomaría posesión no sólo de tu cuerpo incorruptible, sino de tu alma inocente. El anciano te anuncia la guerra más sangrienta que jamás habría sido o sería librada en contra de una simple criatura.
El desea la ruina total de todo lo que te pertenece; quiere destruir al Hombre-Dios a través de ti misma. Como, en su esencia, no podía vengar la injuria del ángel ni del hombre, escogió tu sustancia para satisfacerse con usura en la persona de tu hijo, que es común a ti y a él. Si permanece sólo como hijo suyo, nada puede sobre él, porque es invulnerable; mas en su condición de hijo tuyo, está herido desde la planta de los pies hasta la coronilla de la cabeza. [1203] Al castigar los pecados de los hombres en tu hijo, se venga en rigor de justicia. El hombre era culpable en razón del objeto: la ofensa fue una culpa infinita. Jesucristo satisfizo por ella con méritos infinitos ante la justicia infinita. El soporte divino elevó sus sufrimientos más allá del crimen y de la ofensa, porque una simple criatura ofendió al Creador, y el que sufre es Dios y hombre, Creador y criatura.
El cuerpo de su madre y el suyo, exentos de culpa, no estaban obligados al sufrimiento. Ninguno de ambos cuerpos estaba sujeto a la corrupción: uno por naturaleza y el otro por gracia. Afligirlos es hacerles pagar lo que no deben. La corrupción hace los dolores menos sensibles: introducir la navaja en una carne podrida es tolerable; pero hacer incisiones continuas en una carne viva que no moriría jamás si el amor no la hubiese vuelto mortal, ocasiona dolores indecibles.
Tu Hijo y su madre te dicen por boca de David: y ahora ya estoy a punto de caída, mi tormento sin cesar está ante mí (Sal_38_17). En todo momento, la madre dolorosa recibe las puntas que lanza sobre ella el dolor que le ocasiona el esposo de sangre, y en todo momento vuelve a ofrecer a su hijo, blanco de todas las contradicciones: [1204] Este está puesto para caída y elevación de muchos en Israel, y para ser señal de contradicción, y a ti misma una espada te atravesará el alma, a fin de que queden al descubierto las intenciones de muchos corazones (Lc_2_34). Según la ley de Moisés, María no estaba obligada, lo mismo que su hijo, por no haberlo concebido como las demás. Este hijo, que no ocasionó abertura alguna en su madre, ya que era impecable por naturaleza, estaba exento de la deuda de la circuncisión.
Pero el misterio de misterios radica en que tanto la madre como el hijo se sometieron a ley del Espíritu Santo, a la ley del Dios vivo, para caer entre sus manos; es decir, para ser afligidos por su poderoso brazo no sólo en el cuerpo, sino también en el alma. Dios es espíritu. El quería dividir el alma del espíritu. María, el alma de las simples criaturas, aceptó la separación de su hijo que, siendo Dios, era [1204] espíritu y verdad. Se vio privada de él durante cuarenta horas, en las que no tuvo hijo. Al morir Jesucristo, María exclamó: Hágase en mí según tu palabra, a la que esta Virgen se obligó junto con su hijo, en lo individual y por el todo.
La divinidad de Jesucristo nunca padeció; más bien hizo padecer al hijo y a la madre. El uno y la otra sufrieron tristezas incomparables, angustias mortales, muertes continuas. No pasó un momento sin que el hijo tuviera presente su muerte.
¿Quién me negará que su santa madre jamás pudo olvidar la profecía de Simeón? En todo momento recibía avisos inteligibles del Espíritu Santo respecto a ella, lo cual la traspasaba y la fortalecía. El la hería, encontrando sus delicias en [1205] purificar a esta Virgen, no de sus manchas, porque ninguna tenía, sino de todo lo que la naturaleza de una madre de amor podía tener en su hijo del amor hermoso. Cambiaría con gusto la palabra purificación por privación, aunque la primera es aceptable, diciendo que ella buscaba lo más perfecto, que era el ofrecimiento de un continuo holocausto de la criatura para honrar al Creador en sus mandatos divinos.
Ya dije que fue iluminada de momento en momento, tanto en el conocimiento de la grandeza de Dios, como en la gravedad del pecado cometido por la naturaleza humana contra Dios. Más aún, así como se afirmó que su hijo crecía en edad y en sabiduría delante de Dios y de los hombres, María crecía cada día en los sentimientos de la excelencia de su hijo, y sufría asaltos más vivos de su esposo de sangre al acercarse a su muerte. Que se abran los corazones para expresar los pensamientos que tuvieron, tienen y tendrán de los dolores de María. Todo será poco; es decir, sería decir nada en comparación de lo que sufrió María.
Sería necesario ser María, madre de Jesucristo. Es más, ni siquiera ella misma podría expresarlo. El mismo Espíritu Santo, que la cubrió con su sombra en la luminosidad de la Encarnación, obrando en ella sus estupendas maravillas al recibir su consentimiento, le impuso silencio en presencia de [1206] todas las criaturas respecto a los más grandes dolores. Su corazón amoroso y el perfecto conocimiento estaban reservados a la altísima, profundísima, amplísima y larguísima sabiduría de Dios, que es un inmenso océano que abarca a María afligida como un mar de amargura. A ella se refirió el Espíritu Santo por medio del profeta: ¿A quién te compararé? ¿A quién te asemejaré, hija de Jerusalén? ¿Quién te podrá salvar y consolar, virgen, hija de Sión? Grande como el mar es tu quebranto: ¿quién te podrá curar? (Lm_2_13).
Santo profeta, ella es la incomparable entre todos. Es la singular en amor y en aflicción. Del menosprecio del dolor, debe subir a su trono de gloria y de dulzura por haber dicho: Hágase en mí según tu palabra. Llegará triunfante hasta a él y ante su hijo amadísimo, el Verbo Encarnado. La gloria del Padre eterno es también la de su bendita madre; ella entra en todos los derechos divinos mediante su maternidad y a través de sus sufrimientos. Como ya se dijo, todos ellos le fueron adquiridos por Jesús, lo cual el mismo Jesús explicó a los dos discípulos que iban a Emaús: ¿No era necesario que el Cristo padeciera eso y entrara así en su gloria? (Lc_24_26). [1207] El Padre preparó su reino tanto para la madre como para el Hijo; madre que se unió en todo y en todas partes al divino querer, que para ella era un decreto, una sentencia irrevocable. Siendo una con el uno, no tuvo otra voluntad que la suya a partir del instante de su inmaculada Concepción; por ello Dios le dio un nombre superior al de hijo e hija. Fue ésta su voluntad en ella; ella fue siempre el reposo del Señor y su glorioso santuario, porque Dios siempre ha triunfado en María exenta del pecado y llena de gracia; gracia que le fue concedida para ser madre de Dios y poder sufrir lo que ninguna criatura ha sido capaz de comprender.
Los que afirman que san Simeón no tuvo miedo de la muerte, por tener la vida entre sus brazos, están en lo cierto. Comparto su sentir. Sin embargo, me permitirán añadir los pensamientos que el Espíritu Santo me ha inspirado y decir que este gran santo no se consideró lo suficientemente fuerte para soportar las aflicciones que la muerte de Jesucristo debía causar a su madre. No tuvo el corazón de presenciar la contradicción que los judíos causarían a su Señor; sólo pudo hacerlo profetizando y de lejos. Estimó el corazón de la Virgen como el más fuerte de todos los corazones, y su alma la más valerosa entre todas. Por ello le dirigió estas palabras: y [1208] a ti misma una espada te atravesar el alma. Confieso que no tengo el valor de sufrir la punta de esta espada, que debe traspasarte, y cuya herida será tal, que muchos descubrirán sus pensamientos; pero todos juntos serán impotentes para manifestar la inmensidad de tu dolor. Esta palabra no es suficientemente expresiva; es necesario pedir una más enfática al Espíritu Santo. No, el silencio es más enérgico para afirmar que ninguna criatura puede expresar el dolor de María, dolor que no la derriba por tierra. A esto se refirió el discípulo amado cuando dijo: Junto a la cruz de Jesús estaba su madre (Jn_19_25).
El amor de María fue más fuerte que la muerte de Jesús, porque el mismo golpe debió haber hecho morir a la madre y al hijo si el amor no hubiese opuesto resistencia, amor que expuso al hijo a la muerte, exigiendo en prenda la vida de la madre.
Pero volvamos a Simeón y preguntémosle por qué se despoja de su vida y de su sacerdocio.
Nos responderá: He aquí al verdadero pontífice escogido por Dios según el orden en el que Melquisedec fue llamado al sacerdocio. Aunque haya venido después de él y de mí, él es anterior a nosotros. Afirmo con san Juan Bautista: Detrás de mí viene un hombre, que se ha puesto delante de mí, porque existía antes que yo (Jn_1_30). El es el soberano pontífice separado de los pecadores por esencia y debido a su eminente santidad. Es él quien debe penetrar los cielos y sentarse en el trono de su grandeza después de aprender por experiencia lo que es ser acribillado por los dolores de la tierra y compartir las debilidades humanas.
Es el esposo de la Iglesia que viene a tomar posesión de la inmensa diócesis que el Padre reservó para él. Viene para beber el cáliz que lo embriagará y lo extenderá desnudo sobre la cruz, en la que sus propios hijos se burlarán de él.
Este es el cordero inmolado desde el origen del mundo, que escogió la muerte para dar la vida a los suyos. Es el buen Pastor que dará su alma por sus ovejas. Yo sólo soy su vicario simbólico, la sombra de la verdad. El Espíritu, que se dignó responder por mí, guiándome para ejercer mi cometido, me condujo hasta aquí para hacer mi dimisión entre sus manos, a las que el Padre encomendará todas las cosas en el día de la Cena, cuando él ofrezca el sacrificio perpetuo de sí mismo. Muero de dolor y de dulzura: dos contrarios en un mismo sujeto. Mi dolor consiste en saber que él debe sufrir y que su muerte será la ruina de una parte de los suyos. Mi dulzura estribará en que él resucitará y será la resurrección de la otra parte, a la que glorificará, iluminando, además, a la gentilidad.
Estas razones son para mí pensamientos de paz y no de aflicción, según su promesa. De acuerdo a ella deseo irme en paz, porque él me ha concedido el favor de visitarme como mi salvador, enviado por su Padre por medio de su puro amor, que es el Espíritu común del Padre y del Hijo, el cual me condujo a este templo y a este venturoso momento, del que depende mi feliz eternidad.
Jacob dijo que no quería pertenecer al conciliábulo de Simeón y sus vasos de iniquidad, porque estando de malas, mataron hombres: Maldita su ira por ser tan impetuosa, y su cólera por ser tan cruel (Gn_49_7). Por lo que a mí respecta, renuncio al consejo de Anás y de Caifás, lo mismo que al furor de los judíos que condenaron al inocente príncipe que se circuncidó por amor a la naturaleza humana, a la que desposó a costa de todo cuanto posee y aceptando la cruel muerte sobre la cruz una vez en el Calvario, y ser crucificado por los pecadores que lo ofenden todos los días y lo harán morir de nuevo, tanto como puedan hacerlo con la reiteración de su pecado. Sufrirá una contradicción que me es inexplicable, de todos los que preferirán las tinieblas a la luz. Será la ruina de éstos. Para los demás, será resurrección y luz revelada a los gentiles, así como gloria de los que serán verdaderos israelitas sin dolo ni disimulo. [1211] El me concedió el honor de escogerme como tal, junto con un gran deseo de verlo. Realizó mi deseo. Lo bendigo con todos mis afectos, y así como el cisne canta melodiosamente al acercarse su muerte, canto con gozo: Ahora, Señor, tu palabra, puedes dejar ir en paz a tu siervo (Lc_2_29). Mis ojos moribundos han visto la vida que me enviaste para dar felicidad a mi muerte; cuan preciosa es Señor, yo soy tu siervo, tu siervo, el hijo de tu esclava (Sal_116_16).
Oh, Señor, yo soy tu servidor en el templo y lo ser‚ por toda la eternidad. Soy el hijo de la madre que dijo al ángel: He aquí la esclava del Señor. Hágase en mí según tu palabra. Se trata de tu madre, a la que en la persona de Juan nos entregarás a todos. Ella debe sufrir mucho al verte morir; pero saldrá victoriosa. Su amor será más fuerte que tu muerte. El le dará firmeza en el momento en que cualquier mortal yacería en tierra. Ella está destinada a los dolores más crueles, mediante los cuales recibirá de la Trinidad las más amables dulzuras. Sufrirá los dolores de un Dios moribundo, que es su hijo y su súbdito, pero será recompensada con las dilataciones infinitas de un Dios vivo. Ella es reina del mismo Dios de la vida. Cuando él resucite, se gloriará tanto como ahora en estarle sujeto.
No es exagerar llamarla solamente reina de los ángeles y de los hombres; es, también reina del Dios humanado. Tú eres su verdadero hijo natural y legítimo, y te sometiste a la ley para estar sujeto a María, a la que elegiste para ser madre de todos sus hijos. Soy tuyo por María. Si te agrada, me ofrezco [1212] en sacrificio, doy mi vida amorosamente y tu bondad desliga mi alma de este cuerpo. Ya me siento libre para sacrificarte una hostia de alabanza, invocando tu nombre, que es la salvación de todos los elegidos. Te ofrecer‚ mis votos. Te los ofrezco en este templo delante de todo el pueblo, en tu atrio en medio de la Jerusalén de la tierra, esperando de ti poder ofrecerlos durante una feliz eternidad en la del cielo.
Adiós, gran santo, pide por aquella que espera al Mesías para establecer su Orden, para consuelo de Israel.
En mi oración de la tarde, Dios me comunicó que deseaba que fuera yo su templo, en el que, como en su Sión celestial, el Dios de amor quiere ser adorado; que él mismo era dicho templo construido por el Verbo y para el Verbo, y que en él se adorarán en Espíritu y en verdad todas las gracias que depositado en él. Por su medio se construye el de su Orden, en el que concederá una infinidad de favores a muchas almas.
A esa misma hora me dijo mi divino Salvador: Hija, tu Orden será el aposento y lecho del esposo celestial, donde se comunicar con profusión de luces y favores celestiales
Capítulo 206 - De la bondad de Dios, que se manifiesta admirablemente en la salvación de los santos; libertad del hombre en la condenación de los réprobos.
[1213] El 17 de febrero de 1637, a eso del atardecer, me encontraba muy afligida y molesta ante tantas alabanzas que había recibido. Por ello, me retiré a la oración, y en ella renuncié a todo lo que no es Dios y a toda vanidad, sacrificando las alabanzas de las personas, que con frecuencia mienten y se equivocan en su juicio. Lo hice delante de mi amado, que es mi única gloria, el cual me respondió interiormente con estas palabras: ¡Alégrate, hija de Sión, grita de alegría, hija de Jerusalén! (Za_9_9).
Me dio a entender que yo era la hija de Sión por haber sido puesta como una almena para descubrir a mis amigos y enemigos: a unos para amarlos, y a los otros para evitarlos; que debía alegrarme, porque él cumpliría las promesas que me hizo de glorificarme, diciéndome que me saltara de bienestar en la conformidad que tenía con su divina voluntad, porque poseía la paz en mi corazón, siendo su Jerusalén y su hija de paz, sosiego que procedía del Dios de bondad como de su principio y manantial de origen, el cual se dirige a su término en el mismo Dios de amor, que es su objetivo final.
El Dios de amor me preparó para recibir paz en abundancia. Ahora bien, como una de las principales fuentes de la paz de los justos es la consideración del gobierno de la divina providencia, Dios me hizo saber que en su gobierno se manifestaban su bondad y sabiduría por la manera en que realiza la salvación de sus elegidos, y que la reprobación o condenación de los malos sólo puede atribuirse a su libre voluntad y al mal uso de ella.
Lo anterior se manifestó en la elección que Dios hizo de Saúl y David, a los que nombró reyes. Saúl fue ungido y consagrado rey por Samuel, lo mismo que David. Saúl pareció más humilde que David por excusarse y rehusar dicho honor, lo cual no hizo David. El primero representó a Samuel la humildad de su linaje, diciendo que su único oficio era conducir y buscar asnos. David no dijo palabra y recibió de buena gana el honor que Samuel le ofrecía. Con un valor masculino y generoso, y antes de que se hiciera realidad la nueva dignidad, se ofreció para combatir a Goliat en el duelo [1214] más renombrado hasta entonces. Como se preciaba de ser de linaje real, sólo aceptó por mujer a la hija del rey, a la que ganó con la muerte de los filisteos, enemigos de Dios.
La humildad de Saúl fue reprobada y la aparente vanidad de David, coronada, porque Saúl sólo era humilde en apariencia, y David de hecho. Fueron un valor laudable y un espíritu laxo los que movieron a Saúl a rehusar la corona que ambicionaba. David, en cambio lo hizo animado por la confianza en el poder de Dios, la cual lo llevó a emprender sus generosas acciones. Además, sometiéndose al divino querer, humilló la cabeza bajo el fardo de una pesada corona que sólo pudo poseer con grandes trabajos. Saúl tenía un espíritu pobre en sentimientos hacia Dios, y grande hacia él mismo. Cuando se vio de golpe elevado a la soberana dignidad, se perdió en el cambio inesperado de su fortuna. Por ello obró en todo según su parecer, y, desoyendo los oráculos de Samuel, libró batallas y utilizó sus triunfos según su criterio.
Saúl sólo reinó un año en conformidad con la voluntad divina; mejor dicho, Dios no reinó sino un año en Saúl, el cual, emancipándose de dicha dependencia, reinó a su manera. Sacrificó sin escuchar a Samuel, pareciendo que la necesidad en la que se encontraba disminuía mucho su falta: perdonó a Abimelec con una falsa clemencia, y sus culpas podrían parecer ligeras al compararse con los crímenes de David, que cometió un adulterio y un homicidio.
Sin embargo, como Saúl pecó con espíritu de libertad y desobediencia a la voluntad de Dios, queriendo independizarse de él, fue rechazado. El odio que tenía a David, cuya sumisión jamás pudo doblegar su corazón, provenía que Dios lo había destinado para ser sucesor suyo. Dicho odio lo obstinó en su malicia y lo entregó a la posesión del demonio, haciéndolo aborrecible ante Dios, en desprecio al cual parecía querer conservar su reino. Fue, por tanto, privado de él, ya que abusó con una temeraria libertad del favor que él le hizo de elevarlo a dicha dignidad, que hubiera pertenecido a su familia a perpetuidad si él mismo no se hubiese privado de ella con su malicia y desobediencia. Cuando David le cortó el ruedo de su manto y lo cubrió de confusión, le advirtió simbólicamente que su reino sería desgarrado, pero él insistió en retenerlo para su casa contrariamente a la voluntad de Dios, empecinándose en hacer morir a David.
Este, por el contrario, aunque cayó en grandes culpas debido a su gran debilidad, reinó sin embargo en una constante dependencia de la voluntad de Dios, estando dispuesto a dejar el cetro y la corona al primer signo de su voluntad, como lo demostró cuando su propio hijo Absalón, mediante un cruel parricidio, lo echó de su trono, teniendo David que salir de Jerusalén, su ciudad real, [1215] sin querer oponer resistencia y adorando la divina voluntad en la lapidación e injurias que recibió de Semeí. La raza de David no debía perder la corona en lo venidero, salvo cuando algunos de sus descendientes reinaron según su arbitrio.
Constatamos también en el sacerdocio lo que notamos en la realeza, pues el sacerdocio que Dios concedió liberalmente a Aarón, quien recibió la mitra y la tiara de manos de Moisés, terminó en Caifás, quien desgarró con sus propias manos su vestidura sacerdotal y perdió el sacerdocio así como Saúl la realeza después de que su cota de armas fue rasgada. Fue una realidad que la realeza de David y el sacerdocio de Aarón se perdieron a causa de las faltas y rebeldía de sus descendientes, pero fueron felizmente restablecidos en la persona de Jesucristo, el cual, por su infinita bondad, sabe sacar provecho de nuestras mismas pérdidas.
De la realidad que hemos observado en la conducta de estos príncipes, es fácil inferir, primeramente, que Dios no juzga según las falsas y equívocas apariencias, según el exterior, sino que sondea los corazones hasta lo más profundo. Saúl tenía una soberbia que, bajo los pliegues de la pusilanimidad, pasaba por humildad. David, en cambio, poseía una generosa humildad que atribuía todo a Dios, al que se adhirió.
En segundo lugar, reconocemos evidentemente que nuestra salvación viene de Dios, y nuestra pérdida de nosotros mismos.
En tercero, que la bondad divina construye nuestro destino, pero que el mal uso de nuestra libertad es la causa de nuestra desdicha.
Por último, que la facilidad de salvarnos es tan grande, que no podemos acusarnos sino a nosotros mismos, por atraer voluntariamente sobre nuestras cabezas culpables, por medio de continuas rebeldías a la divina voluntad, y el constante desprecio de sus bondades, sus equitativos juicios, que los malos aceptarán como justos, contrariamente a sus malignas inclinaciones.
Capítulo 203 - La bondad de Dios se complace en transformar a las almas favorecidas por él en soles a través de los que manifiesta su gloria.
[1217] En este día recibí varias gracias de mi divino amor y esposo, el cual, en medio de una infinidad de caricias, me dijo que tenía su gloria en sus criaturas, pero que con frecuencia ellas la oscurecían; que escogía a ciertas almas para hacerlas brillar, a las que llamaba soles de su gloria.
El, continuó, deseaba que yo fuera de este número, y que este era el provecho que sacaba cuando las corregía y reprendía de sus imperfecciones, para hacerlas conformes a él. En una ocasión dijo que el pecado de David se manifestaría ante la faz del sol, porque lo cometió en su presencia, oscureciendo de este modo la gloria de su soberano Señor, el cual, en su bondad benignísima, acabó por cubrir con su gloria la confusión y vergüenza de David, permitiendo que la mujer con la que le ofendió fuese nombrada en su genealogía, a fin de que al mismo tiempo se hiciera memoria del pecado de David y de la misericordia de Dios hacia él. De esta manera, saca su título de gloria de nuestras vergüenzas, deseando que la oscuridad que en ocasiones parece ocultar su gloria en nosotros sea iluminada por sus claridades, transformándonos en soles y esplendor de su gloria. En el primer día Dios hizo la luz, pero sólo quiso crear el sol y las otras luminarias hasta el cuarto día, con la diferencia de que sólo dijo un Fiat para producir la luz. La Escritura, sin embargo, dice que, al crear el sol, manifestó su magnificencia creando también la luna, y que hizo dos luminarias: una para el día, y otra para la noche: Hizo Dios los dos luceros mayores; el lucero grande para el dominio del día, y el lucero pequeño para el dominio de la noche, y las estrellas (Gn_1_16).
Me dijo que muy pronto mi alma sería el sol de su gloria, y que produciría gran cantidad de luminarias en su Orden, las cuales, me aseguró, iluminarían la tierra y alegrarían el cielo; que él comunicaría claridades a muchas, infundiéndoles en abundancia sus gracias y bendiciones. Añadió que, así como le pareció bien retardar la creación del sol hasta el cuarto día, había querido aplazar el establecimiento de su Orden hasta los días cercanos a los últimos siglos. [1218]. El sol es la luz del mundo y la luna la influencia que su bondad le concedió para iluminar a los hombres y a los animales; para hacerlos fecundos para utilidad de la humanidad, abrió su mano, los colmó de su bendición y los sometió, junto con las criaturas de orden inferior, a su poder y gobierno.
Antes de crear las dos luminarias, no había creado seres vivientes de vida animal, concediendo únicamente la vida vegetativa a las plantas; pero más tarde consideró que el hombre que debía ser creado el sexto día sería capaz de mandar a estos animales, de cultivar la tierra y contemplar el sol y los demás astros, que serían para él atractivos que elevarían su espíritu hasta Aquel que colocó resplandecientes luces sobre su cabeza, para iluminarlo y anunciarle su poder y su amor.
Llegaría un día en que, según su deseo, lo haría más luminoso que el sol, al unirse a él para siempre mediante una de las hipóstasis divinas en la plenitud de los tiempos, tomando la naturaleza humana para nunca volver a dejarla. La elevaría sobre todos los cielos más allá del cielo empíreo que es un cuadrado (Ap_21_16), siendo la ciudad cuadrada para manifestar la estabilidad de tan maravillosa morada, en la que todos los bienaventurados serán siete veces más brillantes que el sol por toda la eternidad divina, como recompensa a que, al estar en la tierra, recibieron con amor la claridad de la gracia y mediante su fervor glorificaron al Padre celestial en presencia de los hombres y siguieron las enseñanzas de su Hijo, al que se hicieron semejantes en el grado en que la gracia y la correspondencia a ella los configuró con su amado Hijo, que es el esplendor de la gloria del Padre.
Capítulo 208 - El Espíritu Santo me dijo que él presidía el gran consejo del amor, se mostró muy favorable hacia Magdalena, la atrajo a los pies del Verbo Encarnado.
[1219] El jueves marzo por la tarde, después de estar sumamente ocupada, me retiré cerca del Smo. Sacramento para recogerme, lo cual complació al divino amor, el cual me dijo que me había amado, me amaba y me seguiría amando con una caridad perpetua.
Me recordó el evangelio del viernes siguiente: Entonces los sumos sacerdotes y los fariseos convocaron consejo (Jn_11_47). El amor divino recogió mi espíritu, abrasando mi pecho y apretándolo sobre su corazón amoroso. Su presión me hizo sentir amables dolores, durante los cuales mi corazón, del todo ardiente, se dilataba maravillosamente. Escuché y experimenté estas palabras de san Pablo: El amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo que nos ha sido dado (Rm_5_5).
Este Espíritu divino me enseñó que convocaba y presidía el consejo del amor: primeramente, el de la Trinidad, diciéndome que el Padre engendra a su Verbo y habla a través del mismo Verbo; que éste es el gran consejo en el que las dos primeras personas expresan las maravillas de su fecundidad, a las que el Espíritu Santo concluye con un amor auténtico y presidial en honor de su única esencia, de sus divinas operaciones, de sus distinciones personales, de sus admirables propiedades, junto con sus relaciones y conocimientos divinos, que para mí son incomprensibles e inefables.
Me enseñó además que la igualdad que tiene con el Padre y el Hijo, con los que es un Dios único, no puede sufrir sumisiones, sino que recibe las alabanzas y el júbilo que las divinas personas se dan e intercambian una con la otra de una manera divina. El Padre comunica su esencia sin empobrecerse, así como el Padre y el Hijo producen al Espíritu Santo sin disminuir su plenitud, el cual recibe su esencia y su ser sin dependencia. Su soporte personal concluye la producción del Padre y del Hijo, siendo el término de su única voluntad sin constreñirlos.
El término que [1220] les pone es la inmensidad misma, la cual encierra a la única divinidad, que posee sus personas distintas, sus propiedades personales y su muy única y común esencia, si puedo expresarme de este modo. El Espíritu de amor me dijo: Hija mía, yo presido en el consejo del amor, por ser la pura llama de estos seres que se aman, y la producción de un único principio. El Padre preside el consejo del poder por la creación; el Hijo, el consejo de sabiduría por la redención. A mí se me atribuye la santificación.
El divino Espíritu, prosiguió enseñándome que, aunque sus operaciones al exterior eran comunes, él me permitiría escribir, según mi manera de hablar, que la creación corresponde al Padre, la redención al Hijo y la santificación a él, y que no interpretara mal estas palabras del Salvador: Pues no hablará por su cuenta, sino que hablará lo que oiga (Jn_16_13). Me dijo que era el amor a tal grado, que urgió al Padre para enviar a su Hijo: Tanto amó al mundo; y que también apremió al Hijo a venir a la tierra para redimir a la humanidad a fin de acudir él mismo en persona a santificarlo, añadiendo que es una gracia muy grande el ser creado, otra todavía mayor el ser redimido, pero la más grande es la de ser santificado.
No quiero darte la idea de que estás menos obligada al Padre y al Hijo que a mí, porque nuestras obras al exterior son comunes; lo que quiero decirte es que debes estar muy agradecida con el Padre, que no se limitó a entregar a su Hijo; y al Hijo, que no se contentó con entregarse a sí mismo. Tanto el Padre como el Hijo quieren además, por mi medio, entregarme a mí mismo, lo cual me agrada sobremanera, porque deseo ser don y donante al mismo tiempo.
Yo urgí al Hijo a desear la cruz para tener el gozo de darme abundantemente, con profusión, el día de Pentecostés, en el que debía presidir en las personas de los apóstoles, sosteniéndome y deteniéndome sobre cada uno de ellos y sobre los fieles que estaban reunidos en el cenáculo cuando descendí en forma de lenguas de fuego. Por su medio juzgué a las doce tribus de Israel, reprendiéndolas en justicia, en juicio y por el pecado, para convertirlas.
Pon atención, hija, a este misterio: no quise descender hasta que Matías ocupara el lugar de Judas y fuera el decimosegundo de los apóstoles. Los hice tan firmes y valientes, que más adelante comparecerían ante monarcas y reyes para recibir sus burlas, cifrando su gozo en sufrir adversidades por el nombre de Jesucristo, el cual juzgará en el último día a todos sus enemigos en su dignidad de Hijo del hombre. No será éste un juicio de amor para los malvados. No presidiré en él. Serán reprobados a causa de su malicia, por haber ofendido al Padre que los amó al grado de darles a su Hijo, y a este Hijo, [1221] que se entregó a sí mismo para ser crucificado por ellos en su humanidad. Ellos me ofendieron al despreciar mi amor, que les ha hecho miles, millones de exhortaciones para hacerse agradables al Padre y al Hijo. Ellos me despreciaron maliciosamente, sabiendo que soy Dios por los testimonios que les di junto con las grandes maravillas del Padre y del Hijo, manifestándome en todo como el Espíritu que de ambos procede.
Habiendo ofendido al Padre, el Hijo los disculpó. Yo vine al mundo para convencerlos, a fin de que se arrepintieran de haber crucificado al Hijo, ofreciéndoles el perdón; pero ellos se negaron a escuchar, endureciéndose más y más. Esteban les dijo: Duros de cerviz, incircuncisos de corazón y de oído, vosotros siempre resistís al Espíritu Santo (Hch_9_51). Los malvados siempre se me han resistido y seguirán haciéndolo; pero yo soy paciente hasta el último suspiro, apremiándolos a reconocer su desdicha y la obligación que tienen para con la divina bondad y la humanidad del Verbo, cuya benignidad se les manifestó en su primera venida. Lo rechazaron, pero volverá en el día final. A él corresponderá todo juicio. No perdonará, ni en este mundo, ni en el otro, la ofensa que se me haya hecho por malicia obstinada contra la amorosa bondad que les he mostrado de múltiples maneras. Soy yo, hija mía, el que ama y gime con gemidos inenarrables (Rm_8_26).
Yo hago que todo coopere en bien de los que son amados y aman, a través del divino amor: En todas las cosas interviene Dios para bien de los que le aman; de aquellos que han sido llamados según su designio. Pues a los que de antemano conoció, también los predestinó a reproducir la imagen de su Hijo (Rm_8_28).
¿Qué piensas, hija mía, de la conversión de Magdalena? Sabe que yo fui el primero en darle a conocer a Jesús, y el que le hizo despreciar las burlas que temió recibir en casa de Simón el Fariseo. Yo preparé su corazón y uní su alma a Jesús. Le había dado ya un amor muy ferviente y mi fuego la había convertido ya en agua que salta hasta la vida eterna a los pies de Jesucristo, el cual confesó la grandeza de su amor, al que había prevenido. También manifestó su agradecimiento por las continuas y heroicas acciones que no dejó de hacer ella desde su llegada, añadiendo que por este poderoso amor demostrado con obras no sólo se le perdonaban sus pecados, sino que su bondad se confesaba más deudora a Magdalena que al fariseo.
María poseía en ella la fuente del amor porque yo, el divino amor, penetré en ella con mis siete dones y mis doce frutos. Era yo abundantísimo en Magdalena. Estaba plantado en medio de su alma para jamás ser arrancado de ella por la diestra poderosa, de manera que se cumplió el dicho [1222] del rey profeta: La diestra del Señor...
La hice tan amable y tan amada, que se convirtió en la enamorada por excelencia después de la Virgen de las vírgenes y madre del amor hermoso, al grado en que se la puede llamar hija del amor o el mismo amor. Podría adjudicársele el nombre de llama de fuego y lámpara del Espíritu, que no puede ser extinguida por los torrentes de las contradicciones, por el tumulto del mar acerbo de la pasión de Jesucristo.
Siempre perseveró, nunca vaciló. Yo la mantuve firme, siendo en ella la mejor parte, por la que optó al recibir la gracia, abriéndose a mí como autor de la gracia. Por ello el Verbo Encarnado dijo que ella había escogido la mejor parte, que jamás le sería quitada. Si esto se refirió a Jesucristo, es clarísimo que le fue arrebatada. Ella misma se quejó de ello a los ángeles y a él mismo, diciendo: Se llevaron a mi Señor y no sé dónde lo pusieron (Jn_20_13); Si me dices dónde lo pusiste, me lo llevaré. Como estaba poseída por el Espíritu divino, sentía más fuerza que Sansón, es decir, que todos los hombres. Magdalena amó más que los apóstoles. Por ello mereció ver la primera a Jesucristo resucitado, el cual le dijo que fuera evangelizadora. Ella mereció juzgar a los apóstoles porque en ella moraba el Espíritu divino y fortísimo. Se me objetará que no tenía el poder de perdonar los pecados. De hecho, lo tuvo. Como sus pecados le fueron perdonados, se transformó en un espejo de amor y de penitencia en el que tantas almas han contemplado su fealdad, se han convertido y se convertirán hasta el fin del mundo.
Hija, el amor concede audacia sobre el objeto amado. El amor tiende a la unión. El une al Padre y al Hijo en la Trinidad. Yo quise enlazar a Magdalena a Jesús, por cuyos méritos la engendré y regeneré de manera admirable. Fui yo quien la impulsó y apremió con tanta fuerza a besar y se uniese al Verbo Encarnado. Sus besos visibles fueron signo del amor invisible. Hija, admira el gran sacramento que manifesté entonces. Ella aportó la materia del agua y del ungüento. ¿En qué forma no estaría informada por el divino amor? ¡Cuántos misterios! Ella bautizó al inocente y ungió al divino impasible a través de su humanidad pasible.
El amor es un misterio; sus invenciones no pueden ser comprendidas del todo sino por él mismo; los que se aman hacen mil cosas que no acaban de entender. Únicamente los que se aman en Dios son capaces de comprender su amor, que es clarividente, en tanto que los demás son ciegos. El amor divino [1223] todo lo ve, aunque no siempre comparte sus percepciones con las personas a las que ama, porque ellas no le corresponden. No son capaces de ello; no pueden amar más lo que no son capaces de percibir. La claridad las ciega; por ello, no aman tanto mirar cuanto abarcar; su vista es más débil que su corazón, el cual nunca es tan fuerte como cuando languidece de amor, atrayendo a sí, con su debilidad, a la fuerza divina. Por esta razón la enamorada del Cantar dice a las hijas de Jerusalén: Digan a mi amado que languidezco de amor. Que venga pronto para darme su fuerza. Al describir en detalle sus perfecciones, dice ella: Sus piernas, columnas de alabastro, asentadas en bases de oro puro (Ct_5_15). Es hermoso como el Líbano y esbelto como el cedro. Su paladar, dulcísimo; y todo él, un encanto; tal es mi muy amado Sólo él es mi querido amigo, al que quisiera tener para adherirme a sus pies amorosos, que son todos de oro, lo mismo que sus manos y su cabeza. El es mi principio, mi camino y mi término; me amó, me ama y me amará con una caridad indeficiente, y yo deseo amarlo por siempre.
Enséñame, por favor, divino Espíritu. ¿Por qué la llevaste hasta sus pies? Porque los pies son señal del afecto. Son todos de fuego, y yo quiero verter agua sobre ellos para obrar una antiperístasis. Deseo redoblar las llamas del uno y de la otra; deseo transformarlos en uno. Que nadie se asombre si ella lo toca y se deja tocar para alimentar este fuego. Magdalena derrama el aceite, con el que le unge. Aplica después sus cabellos, en caso de que pudieran servir de mecha, lo cual logran dignamente. María se sirve de ellos para herirlo amorosamente y cautivarlo cordialmente. El, a su vez, la ve con mirada amorosa, observándola sin cesar e invitando al fariseo a hacer lo mismo, diciéndole: ¿Ves a esta mujer? Mirada que declara el afecto de su corazón, afecto que mueve a mirarse, mirar que provoca el amor.
Magdalena, ¿Qué haces a los pies del Verbo Encarnado? Los rocío, a fin de hacerle crecer en amor hacia los pecadores, de ser esto posible. Los unjo porque han corrido tanto para alcanzarme, que temo estén muy heridos. Los embalsamo a fin de que los tosquísimos clavos se suavicen al taladrarlos. Les he quitado el lodo que acumularon mientras me buscaban por las calles de Jerusalén. Deseo embellecerlos, aunque son bellos por excelencia. Isaías, arrebatado de admiración ante su belleza, exclamó: ¡Qué hermosos son los pies del que anuncia la paz, del que trae buenas nuevas! (Is_52_7). No dudo que así sea; [1224] pero yo los afee con mis pecados, Deberán permanecer cuarenta horas en el sepulcro, entre los muertos del siglo. Deseo conservarlos relucientes sobre la tierra. Sé bien que el Verbo es la verdadera luz y que David es la luz de sus pies.
El Verbo Encarnado quiere privar de ella a los suyos su propio pueblo. Trato de poderle dar, a través del Espíritu Santo, lo que se niega a sí mismo. Sé bien que su Padre ungió su cabeza sobre todos sus compañeros, y que su madre ungió su corazón, que es el santo de los santos, al que ella entró de manera singular en calidad de madre suya y Virgen sin par. En cuanto a mí, estoy ahora a sus pies para no separarme más de él. Es para mí un gran honor el ser fundamento de mi dicha. Deseo permanecer en este sitio tanto como me sea posible y su padre y su madre quieran permitirlo. Subiré al corazón y a la cabeza: el Espíritu Santo me conducirá hasta ellos. Fue él quien me atrajo a esta tierra tan pródiga, que fluye leche y miel que recibe mi boca y saborea mi paladar.
El fariseo ignora que me he convertido en hija del amor, y que estos pies sagrados son deliciosos pechos a los que me adhiero con afectuosa inocencia. He dejado de ser la pecadora de la ciudad. Ahora soy la hija del santo amor, la piscina de Hebrón colocada ante el pórtico de todas las gracias, que son los pies de mi Salvador, en los que encuentro mi soberana felicidad.
Capítulo 209 - La sabiduría eterna escogió al débil sexo femenino para manifestar su amoroso poder. El Verbo Encarnado jamás humilló en público a las mujeres. Al convertirlas a él, las alabó y admiró con una humilde bondad (4 mayo 1636).
[1229] El día de Santa Mónica, en 1636, meditaba en el bien que dicha santa hizo a la Iglesia de Dios por haber engendrado a su gran san Agustín.
Mi divino amor me manifestó que la santa lo había complacido mucho, añadiendo que él ama tanto a los hombres como a las mujeres, por no tener acepción de personas, pero que tenía la inclinación de favorecer a nuestro sexo; que pusiera atención a que, en todo su Evangelio, sólo reprende una: la samaritana, y esto en privado; y que ella, sin esperar al mañana, corrió en pos de la perfección a partir de aquel día.
En cuanto a la cananea, a la que rechazó, no lo hizo porque ella fuera culpable, como lo sería una pecadora; sino debido a que no tenía la religión de los judíos. Por ello dijo que no debía darse a los perros el pan de los hijos y que su misión primordial era con las ovejas de Israel. Sin embargo, para mostrar que no se dirigía solo a su persona, sino a la falsa religión que profesaba su país, al verla animada por una gran fe, le dijo: Mujer, grande es tu fe (Mt_15_28); que se haga con tu hija y contigo como lo deseas.
El Salvador, educado, cortés, caritativo, nunca culpó a las mujeres; por el contrario, las alabó y defendió en todas partes. Estuvo lejos del sentir común en muchos hombres, que no tienen el valor de resistir las menores tentaciones y excusan sus faltas echando la culpa a la seducción de las mujeres, a las que miman con gran disimulo para después [1230] perseguirlas y acorralarlas en pasadizos estrechos en los que con frecuencia se ven forzadas a rendirse a su poder, por ser demasiado violento y ellas demasiado débiles para oponer una resistencia firme. Después las desprecian y adoptan la actitud de Amón, hermano de Tamar, llegando hasta odiarlas, mas no al pecado. Todas deben estar seguras de que Jesucristo es hermano esposo suyo; y, que si se arrepienten de sus faltas, las vengará en el tiempo y quizás en la eternidad, si ellos no hacen penitencia.
Me asombra que los hombres sean tan poco hombres como para dejarse vencer por una mirada y ser atados por un cabello. Más aún, de que hablen en contra de las mujeres, atribuyendo sus faltas a este sexo y despreciándolo con un desdén que no va con la mente de Dios. No sólo sucede hoy en día que los hombres débiles no me refiero a los fuertes acusen a nuestro frágil sexo para disculpar faltas que los degradan más que si fuesen animales: continúan lanzando invectivas contra ellas debido a que las mujeres no escriben como ellos, ni se les oponen por escrito.
Adán, el primer hombre, descargó su falta en Eva, a la que Dios le dio por ayuda y compañera. A partir de esa hora, Dios la sometió a él, a fin de que, por tenerla bajo su dominio, no volviera a culparla. Le impuso dos duras penitencias por su falta: la primera, que daría a luz con dolor y riesgo de su vida; la segunda, que estaría sujeta a su marido.
Parece ser que el Dios de bondad se rebasó a sí mismo en su inclinación de aliviar a este sexo, del que deseaba tomar el ser corpóreo en las entrañas de una Virgen, haciéndose súbdito suyo por ser su hijo. Para ello le concedió toda clase de ventajas de naturaleza, de gracia y de gloria, haciéndola sentarse a su diestra con majestad y dominio universal. En ella el sexo femenino fue augustamente ensalzado. El mismo atrajo al Verbo divino, que amó a tal grado a la Virgen, que deseó hacerse semejante a ella por vía de generación humana, así como es semejante a su Padre por generación divina. Pero, ¡Oh maravilla! quiso someterse a esa joven, que es su madre, sometiéndole junto con él a toda la humanidad. Todos estábamos bajo la ley, y todos fuimos liberados de ella por una Virgen que cooperó de tal manera a nuestra redención, que mereció el [1231] honroso título de colaboradora del Redentor.
Eva sólo fue madre de los vivientes en razón de la Virgen, que debía darnos al autor de la vida, y en cuyo seno debía aliarse nuestra naturaleza a la divinidad en la unidad de la persona del Verbo. Abraham obedeció a Sara por mandato del mismo Dios: En todo lo que diga Sara, oye su voz (Gn_21_12). En una palabra, la inocencia puede igualar a quienes la diversidad de sexo coloca en distinto rango. Los oráculos son tan bien pronunciados por las mujeres como por los hombres.
¿Por qué se ven hoy en día mujeres a las que Dios eleva e ilumina más que a los hombres? Porque se someten con más docilidad a sus ilustraciones, ya que carecen de seguridad en su propia ciencia o suficiencia. Sólo había dos querubines en el propiciatorio: uno figurado por el sexo masculino, y el otro por el femenino.
El Salvador siempre manifestó ternura hacia las mujeres y aceptó de ellas diversos servicios. A su vez, ellas lo alojaban y seguían sin esperar recompensa alguna. Aún la madre de los hijos de Zebedeo, que pareció importuna en sus peticiones, no solicitó algo para ella, sino para sus hijos; no deseó ver remunerados sus servicios, alegando más bien, en razón del parentesco, la obligación del Salvador de favorecer a sus primos con los cargos de más dignidad.
Jesús obró el primero de sus milagros a su favor de las mujeres, cuando su madre le rogó que escuchara su petición. En todo tiempo las defendió. Se puso del lado de Magdalena y la protegió de las murmuraciones de los fariseos y de la ambición de Judas. A petición de esta enamorada, a la que alabó magníficamente por la grandeza de su amor a Dios, resucitó a su hermano Lázaro, sepultado hacía cuatro días, cuyo milagro fue el más ruidoso de todos los que hizo el Salvador.
Sólo las mujeres se preocuparon por librarlo de los suplicios de la pasión: la mujer de Pilatos hizo todo lo posible para persuadir a su marido de que no tocara a ese justo, al grado en que la inocencia de Jesucristo no tuvo otro testimonio que el de dicha dama. Es muy cierto que Eva fue formada del costado de Adán, pero también Jesucristo, Dios y hombre, fue engendrado de la sustancia de la Virgen, con la diferencia de que la producción [1232] de Eva no dependió de la voluntad de Adán, que dormía por entonces. Lo único que aportó a la creación de Eva fue tierra de Damasco, de la que fue formado el mismo Adán cuando Dios tomó limo y lodo para plasmar su cuerpo. Eva obtuvo mayor ventaja por la materia de la que fue formada; más dignidad que Adán, por estar hecha de su costilla y por haber sido formada o creada dentro del paraíso terrenal. La concepción de Jesucristo y su Encarnación dependieron de la voluntad y consentimiento de María, que dijo: Hágase en mí según tu palabra. De este modo, un Hombre-Dios tuvo la existencia dependiendo de la voluntad de una joven, cuyo consentimiento aguardó con todo respeto el ángel embajador, después de representarle los deseos que el Verbo, enamorado de ella, tenía de hacerse hijo suyo así como ya lo era de su divino Padre.
Sin embargo, la maravilla de las grandezas de María fue que ella mandó con autoridad de madre a su Hijo, lo cual no puede hacer el Padre por la condición de su Hijo. En cuanto Verbo, él es igual al Padre, cuya esencia y naturaleza recibe de él sin dependencia. Si no se hubiera encarnado, no podría estarle sujeto. Fue María quien ofreció un Hombre-Dios al divino Padre para ser su servidor e Hijo encarnado obediente a su voluntad. Es un Dios que, por mediación de María, prometió hacer enteramente su voluntad, adorándole aún ahora que está glorioso a la diestra de su divina grandeza, en la que le confiesa como su Señor según la humanidad, sin dejar de ser igual a él en la divinidad.
Cuando María dijo que era la sierva del Señor, que obrara en ella según su palabra, ofreció hacer un sacrificio de su espíritu y de su cuerpo, del que el Verbo tomaría una parte con la que el Espíritu Santo le haría uno cuerpo, que ella circuncidaría, entregaría y ofrecería por la salvación de la humanidad, el cual, por su muerte en la cruz, retribuiría al Padre más de lo que los hombres deben a su justicia ofendida.
David, un hombre según el corazón de Dios, que en todo hacía su voluntad, creyó poder ser más fácilmente escuchado al presentar sus votos a Dios delante de todo el pueblo, si se presentaba no sólo con el título de servidor suyo, sino como hijo de su esclava: ¡Señor, yo soy tu siervo, tu siervo, el hijo de tu esclava! (Sal_116_16). Después de este versículo [1233] dice que Dios lo libró de todo lo que lo ataba a la tierra, y que le sacrificaría una hostia de alabanza. ¿Quién fue la madre de David? Ignoro su nombre, a menos que se haya referido a Sara, por considerar a Abraham su padre, ya que el para el pueblo judío era un honor llamarse hijos de Abraham.
El profeta Isaías les decía en sus oráculos: Mirad a Abraham vuestro padre, y a Sara, que os dio a luz (Is_51_2). Isaías pudo considerar el poder que Dios concedió a ella cuando dijo a Abraham que hiciera todo lo que Sara, su mujer, le dijera, aunque esto fuera para él una ley durísima: echar fuera a Ismael, su hijo: Lo sintió mucho Abraham, por tratarse de su hijo, pero Dios dijo a Abraham: No lo sientas ni por el chico ni por tu criada. En todo lo que diga Sara, oye su voz (Gn_21_11s).
El evangelio dice que el Salvador estuvo sujeto a María su madre y, mediante ella, a san José: y les estaba sujeto (Lc_2_51). Y san Pablo a los Gálatas: Pero al llegar la plenitud de los tiempos, envió Dios a su Hijo, nacido de mujer, nacido bajo la ley, para rescatar a los que se hallaban bajo la ley, y para que recibiéramos la filiación adoptiva (Ga_4_4s).
Se me propondrá, por no decir opondrá, el dicho de san Pablo: Las mujeres cállense en las asambleas; que no les está permitido tomar la palabra (1Co_14_34). San Pablo dice que es conveniente que lleven velo por razón de los ángeles, y que hacen sus oraciones con más compostura cuando van veladas. En nada contradigo las palabras de san Pablo. El no despreció a las mujeres en lo que dijo en sus epístolas, aunque muchos se hayan sentido autorizados por dicho apóstol queriendo menospreciarlas y rebajarlas, aduciendo que él no les permitió predicar y enseñar en la Iglesia. El conocía demasiado bien la debilidad de los hombres para no prevenir a las mujeres. Si una mujer hubiera enseñado, habría cautivado con su elocuencia sus sentidos antes que sus entendimientos, bajo el servicio de la fe que ella les anunciaba, y habrían salido de la Iglesia con más amor a ella que a Dios, aun cuando esto fuera en contra de sus intenciones.
Cuando san Pablo dice: He ahí por qué debe llevar la mujer sobre la cabeza una señal de sujeción por razón de los ángeles (1Co_11_10), ¿no se refiere a las mujeres, sabiendo que sus ojos son astros que dominan sobre el espíritu de los [1234] hombres, y que sus cabellos son lazos que los atan más fuertemente que a Sansón las cuerdas con las que fue amarrado? Deben velarse para mostrar que tienen más poder de ocultar sus encantos, que ellos de dominar sus sentidos; y que respetan religiosamente a los ángeles que las guardan, según los designios de éstos, que buscan apartar a los hombres de los objetos de vanidad. Confieso que las mujeres son vanas, y que son insignias o estandartes de vanidad. David, conociendo su debilidad, y que al mirarlas había pecado con sus ojos dice: Aparta mis ojos de mirar vanidades, por tu palabra vivifícame. Mantén a tu siervo tu promesa, que conduce a tu temor. Aparta de mí el oprobio que me espanta, pues tus juicios son buenos (Sal_119_37s).
Señor, desvía mis ojos. Tú sabes que tienden a dejarse llevar por sus inclinaciones, y que dieron muerte a mi alma cuando se detuvieron en aquella que no estaba velada cuando la vieron en la fuente. Este pecado me llevó a cometer otro. Ambos van en contra tus mandamientos, que te pido me hagas aprender por medio del amor y del temor. Líbrame del oprobio que me han causado mis errantes ojos que debo cerrar a las vanidades pasajeras y abrir a los encantos de tu ley, los cuales me hubieran llevado a saborear tus eternos gozos y a adorar tus amabilísimos juicios.
Si el Rey-Profeta, el amado de Dios, fue cautivado y herido de muerte por sus ojos a pesar de la incesante ayuda que Dios le hacía sentir, sea por sí mismo, sea por medio de sus ángeles, ¿Qué precauciones no deben tomar aquellos que no son guardados con tanta solicitud y que casi carecen de los sentimientos divinos que tenía este antepasado de Jesucristo? san Pablo, lamentándose de la rebeldía de su cuerpo, que hacía la guerra a las inclinaciones de su espíritu, dice: Pues me complazco en la ley de Dios según el hombre interior, pero advierto otra ley en mis miembros que lucha contra la ley de mi razón y me esclaviza a la ley del pecado, que está en mis miembros. ¡Pobre de mí! ¿Quién me librará de este cuerpo de muerte? (Rm_7_22s).
La gracia de Dios en Cristo Jesús, nuestro Señor, podía librarlo de él si cooperaba con ella en todo momento huyendo de los objetos [1235] sensuales y mortificándose por amor a Cristo Jesús hasta el último instante de su vida mortal, que era la de su cuerpo en la tierra; vida sensual, vida penosa para los fieles servidores de Dios como lo fue este vaso de elección y dilección, que tenía bajo su cuidado a todas las iglesias, y que se hacía todo para salvar a todos, advirtiendo, con previsión divina, las desgracias que los objetos materiales pueden causar. Por ello dijo que las mujeres usaran velo al hacer oración en los templos, a fin de que los hombres se conservaran castos como ángeles. Aunque el hombre sea cabeza de la mujer, ella con mucha frecuencia, ejerce un gran poder sobre él a causa de su hermosura y de su gracia: He ahí por qué debe llevar la mujer sobre la cabeza una autoridad por razón de los ángeles (1Co_11_10). Si la mujer es piadosa, no tomará a mal que se le diga que use velo, a pesar de la vana inclinación natural de aparecer en toda su belleza, y de que sus ojos vean cuanta cosa agradable que se presente ante ellos.
Las mujeres cállense en las asambleas; que no les está permitido tomar la palabra (1Co_14_34), ya que se convertirían en maestras de los hombres, y éstos en súbditos suyos con un amor que no sería siempre espiritual, sino sensual y tal vez nocivo. Si hay mujeres que ignoran lo que la ley les manda, que interroguen en casa a sus maridos acerca de su deber, dice san Pablo. Gran apóstol, ¿Qué dices a las que sólo tienen por marido a Cristo Jesús? Acerca de la virginidad no tengo precepto del Señor. Lo doy, no obstante, como quien ha recibido la misericordia de Dios para serle fiel. Pienso, por tanto, que es cosa buena, a causa de la necesidad presente, que la mujer no casada, lo mismo que la doncella, se preocupe de las cosas del Señor, de ser santa en el cuerpo y en el espíritu (1Co_7_25s); y añadió refiriéndose a una viuda que permanece en la viudez: Será dichosa si permanece así según mi consejo; que también yo creo tener el Espíritu de Dios (1Co_7_40).
Este vaso admirable dice: en cuanto a las vírgenes, el Señor no me dio precepto alguno; son privilegiadas; y si me atrevo a hablarles, es a manera de consejo para animarlas a ser fieles a su esposo. Considero su estado bueno [1236] y muy afortunado; que la virgen, que es libre, piense en las cosas de Dios y en el Señor Jesucristo, a fin de que sea santa de cuerpo y de espíritu. Será más dichosa si permanece libre según mi consejo, pues pienso que poseo el Espíritu de Dios, el cual me inspira a darle este consejo. Espíritu divino que se complace en instruir a las esposas del Redentor, a las que el mismo Salvador instruye en las iglesias y en cualquier parte donde ellas se dirigen a él.
Gran santo, no permites a nuestro sexo hablar en la iglesia; Jesucristo, en cambio, envió a Magdalena y a las demás mujeres para que del sepulcro se dirigieran a los apóstoles con objeto de anunciarles la resurrección. Y los ángeles en san Marcos: Id, y decid a sus discípulos, y a Pedro (1Co_16_7).
Proclámenla a todos, pero en especial a Pedro, que es el príncipe del colegio apostólico. Jesucristo ordena a las mujeres que proclamen su resurrección. No puedes reclamar a la sabiduría eterna que confiera una misión a nuestro sexo, no sólo para hablar al pueblo sencillo, sino a los apóstoles, quienes no podían creerlo; a tal grado menosprecian los hombres los testimonios de las mujeres, aunque éstas hablen por medio de la verdad eterna. Si bien estas nuevas las miraron ellos como un desvarío, y no las creyeron. Pedro, no obstante, fue corriendo al sepulcro; y asomándose a él, vio la mortaja sola allí, en el suelo, y se volvió, admirando para consigo el suceso (Lc_24_11s).
¡Pobres misioneras! Si Pedro no hubiera visto el sepulcro, su testimonio de la verdad no habría sido aceptado a pesar de la comisión que Jesucristo y los ángeles les habían dado. Es que los hombres no tienen fe en las mujeres cuando ellas hablan de Dios y de sus misterios, a menos que encuentren gracia ante sus ojos o hagan milagros que sólo deben obrarse para los infieles.
San Pablo dice: Pero la mujer es la gloria del hombre (1Co_11_7). Antes de que fuese formada la mujer, Adán sólo contaba con la compañía de los animales. Dios dijo que no estaba bien ni era bueno que el hombre estuviera solo, a pesar de encontrarse en el paraíso terrenal, en cuyo sitio formó para él una mujer que fue su compañera y su gloria, pues, a pesar de haberle ofrecido del fruto prohibido, no lo obligó a comerlo. Si él hubiese sido constante en la observancia de la ley que Dios le dio antes de crear a Eva, no habría comido del fruto prohibido que Eva le ofreció por cortesía: Tomó, pues, el Señor Dios al hombre y le dejó en el jardín de Edén, para que lo labrase y cuidase. Y Dios impuso al hombre este mandato: De cualquier árbol del jardín puedes comer, mas del árbol de la ciencia del bien y del mal no comerás, porque el día en que comieres de él, morirás sin remedio (Gn_2_15s).
La escritura no dice que Adán haya mencionado a Eva dicha ley, que le fue dada antes de que ella fuera formada; pero yo opino que Dios, al darle el ser, le concedió la ciencia infusa y con ella le intimó esta prohibición, porque Eva aludió a ella ante la serpiente tentadora. Eva confesó, cuando Dios le preguntó por qué había cometido esa falta, que la serpiente la había engañado: la serpiente me sedujo (Gn_3_13). Dios, que todo lo hace con sabiduría, maldijo a la serpiente, diciéndole: Porque causaste este mal con malicia: Por haber hecho esto, maldita seas entre todas las bestias y entre todos los animales del campo. Sobre tu vientre caminarás y polvo comerás todos los días de tu vida (Gn_3_14). Pondré enemistad entre ti y la mujer y entre su descendencia y la tuya; y ella te pisará la cabeza (Gn_3_15). La astucia que emana de tu cabeza será aplastada y humillada por la mujer. Ella destrozará tu cabeza y, como tu pecho encierra tanta malicia, sobre él te arrastrarás, y polvo comerás en vez de frutos de la tierra.
Irás detrás de la mujer, espiando su talón. No volverás a ver su rostro. Una Virgen la ensalzará más arriba de lo que en tus engaños le ofreciste: levantarla para hacerla caer, diciéndole: Seréis como dioses (Gn_3_5); pues esta Virgen será madre de Dios. Ella dará órdenes al mismo Dios, que se hará su hijo; y como esta andariega, a la que burlaste, no resistió tus falsos convencimientos, la castigaré como padre y la humillaré como señor. Sufrirá dolores de parto al dar a luz y estará sujeta a su marido, el cual la dominará para no idear más disculpas de sus faltas y echarle a ella la culpa.
Si Adán no hubiese comido del fruto prohibido, la falta de Eva no habría tenido consecuencias: el pecado habría sido únicamente suyo, sin recaer sobre su posteridad. A través de Adán, la humanidad entera se hizo culpable: Por un solo hombre entró el pecado en el mundo y por el pecado la muerte (Rm_5_12). Dios le dijo, pues, con severidad. Y tú, Adán, como te complaciste en las palabras de tu mujer, y comiste del fruto del árbol del que te prohibí comer, maldito será el suelo por tu causa; con gran fatiga lo labrarás todos los días [1238] de tu vida, y sólo espinas te dará: Espinas y abrojos te producirá, y comerás la hierba del campo (Gn_2_18) Con el sudor de tu rostro comerás tu pan hasta que vuelvas a la tierra de la que fuiste sacado, formado y criado: Porque eres polvo y al polvo tornarás (Gn_2_19).
Dios no trató a Adán con más amabilidad que a Eva, porque ella no daría a luz todos los días de su vida. Si su marido moría antes que ella, dejaría de estarle sujeta: La mujer está ligada a su marido mientras él viva; mas una vez muerto el marido, queda libre (1Co_7_39). Su sujeción sólo dura mientras está casada. Dios no dijo que ella ganaría su vida con el sudor de su rostro, ni que era tierra y que a ella volvería, a pesar de que esto haya sucedido con las mujeres y con los hombres. Se debió a que Dios respetaba a la Virgen, que no debía ser reducida al polvo y que aplastaría la cabeza de la serpiente.
Cuando se dijo que Jesucristo no vería la corrupción, se debió a que no es simplemente un hombre, ni una criatura común; sino un Hombre-Dios, Creador y criatura. La naturaleza divina apoyaba tanto al alma como al cuerpo. Murió porque así lo quiso. La Virgen es una simple criatura, una mujer que no es Dios; pero en ella el cuerpo femenino no quedó reducido al polvo. La maravilla es más grande en una simple criatura, porque de este modo la bondad de Dios, permítaseme la expresión, aparece con mayor magnificencia. Si la ciudad de Jericó hubiera sido destruida por cañones, no se hablaría de ello como algo admirable; pero que, habiendo sido rodeada siete veces por el arca al sonar de las trompetas, haya sido reducida a tierra, es lo que arrebata de asombro y demuestra la santidad del arca y la eficacia de la trompeta.
Dios manifiesta su gloria en nuestra debilidad, a la que escoge para mostrar su poder. El llama a todo lo que no es, para destruir a quienes, por presunción, piensan ser independientes de él: No hay muchos sabios según la carne ni muchos poderosos ni muchos de la nobleza. Ha escogido Dios más bien lo necio del mundo, para confundir a los sabios. Y ha escogido Dios lo débil del mundo, para confundir lo fuerte. Lo plebeyo y despreciable del mundo ha escogido Dios; lo que no es, para reducir a la nada lo que es (1Co_26_28). La Iglesia, aunándose a las intenciones divinas, alaba soberanamente el valor de las mujeres que sufrieron el martirio con la ayuda de la gracia: ¡Oh Dios!, que entre otras maravillas de tu poder has dado fuerzas aún a débiles mujeres para la victoria del martirio...
San Agustín alaba al sexo femenino, llamándolo el sexo devoto. Se culpa de carecer, a los treinta años, de tanta fuerza y valor sobre sus malas inclinaciones como la que mostraban las jovencitas de 13 o 15 años al dirigirse al martirio, urgiendo a los verdugos a privarlas de la vida corporal y enfrentándose a la muerte con un rostro seguro y sonriente, ya que por ella se unirían en espíritu al Señor de la vida y de la gloria, que es su esposo y vencedor de sus debilidades.
Gran santo, te damos gracias por tu caritativa estima. Tú puedes obtenernos la perfección del divino amor, que eleva a la gloria tanto a hombres como a mujeres, según el grado en que hayan correspondido a la gracia que Dios les concedió en gran medida. Quien más ame en el camino, mayor gloria obtendrá a su término. El que los hombres de la tierra sean constituidos predicadores, sacerdotes y pontífices junto con el poder de perdonar los pecados, y las mujeres se vean privadas de estas dignidades, no significa que ellas sean menos santas. Son éstos ministerios y cargos de los que deberá darse cuenta exacta.
Dichas privaciones no las degradan cuando las someten a su autoridad y se ven obligadas a rendir honor a sus dignidades. Bueno es ser humilladas al aprender las divinas justificaciones. A todas dirijo estas palabras de san Pablo, a pesar de que él pareció no tomarlas en cuenta cuando dijo: ¿Acaso todos son apóstoles? O ¿todos profetas? ¿Todos maestros? ¿Todos con poder de milagros? ¿Todos con carisma de curaciones? ¿Hablan todos lenguas? ¿Interpretan todos? ¡aspirad a los carismas superiores! y aun os voy a mostrar un camino más excelente (1Co_12_29s).
La caridad es el mejor, por ser el camino eminente en el que es necesario practicar la emulación. San Buenaventura, al ser alabado un día a causa de su altísima ciencia por Fray Gil, uno de los más fervientes religiosos de san Francisco, este gran doctor entre los santos, y gran santo entre los doctores, le dijo que el amor de Dios no puede medirse con la ciencia; que una pobre y sencilla mujer podía amar a Dios tanto como un doctor en teología. [1240]
san Dionisio afirmó que el amor va más allá del conocimiento. El Espíritu Santo se complace en ser el maestro de los sencillos, queriendo serlo de muchas mujeres. En ello insiste el Santo Obispo de Ginebra en el prefacio a su Tratado del Amor de Dios, en el que afirma que el Espíritu Santo ha querido que muchas mujeres obren maravillas de amor.
He aquí las mismas palabras que cita de Santa Teresa: La bienaventurada madre Teresa de Jesús escribió tan bien sobre las sagradas mociones del amor en todos los libros que nos dejó, que se encanta uno al ver tanta elocuencia en tan grande humildad; tanta firmeza de espíritu en tan gran sencillez. Su ignorancia hace aparecer ignorante en extremo la ciencia de muchos letrados que, después de una gran preocupación por estudios, se avergüenzan de no entender lo que ella escribió tan acertadamente sobre la práctica del santo amor.
De esta manera, Dios sublima la imagen de nuestra fragilidad, valiéndose de los débiles para confundir a los fuertes.
Capítulo 210 - Admirables virtudes y privilegios de san José, esposo de María, madre de Jesús
[1241] El día de san José, en 1636, adquirí el conocimiento de que la ley de Dios da entendimiento a los pequeños y humildes de corazón, pues este gran santo, al pensar en su esposa, descubrió tantos rayos luminosos bajo el velo de la humildad que cubría las luces divinas, que no pudo dar lugar a ningún pensamiento siniestro en contra de ella. Como era un hombre justo, no quiso admitir ni un solo pensamiento en contra de la pureza de María. A pesar de verla encinta, suspendió su juicio: sufrió, vivió y murió, todo a una, en medio de la duda e inquietud de aflicciones desconocidas para nosotros.
Dios, que es fiel a sus amigos, le envió un ángel que le manifestó el misterio y lo exhortó a tomar a su esposa para ser el testigo de su virginidad, por haber recibido la seguridad divina de que ella concibió al Salvador del mundo por obra del Espíritu Santo, el cual sería también su hijo porque la madre ya era suya mediante un derecho que el matrimonio le había conferido sobre ella.
Estando en estos pensamientos, fui elevada en una alta contemplación para conocer la excelencia de la fe de san José, por haber creído en este gran misterio que le fue revelado mientras dormía, así como el gran sacrificio que ofreció a Dios al privarse para siempre de aquella arrebatadora hermosura y de los derechos que el matrimonio le daba, haciendo el voto de una virginidad más que angélica. Agradó al Espíritu Santo, por así decir, cediéndole a su esposa y convirtiéndose en guardián de su virginidad y en su humilde servidor. [1242] En medio de esta altísima contemplación vi cómo Dios puso a prueba la fidelidad de este gran santo, y lo que haría en nosotros si le permitiéramos sólo a él obrar en nosotros, sin obstaculizar sus operaciones, a imitación del gran Patriarca, que pudo haber dicho al ángel: Hágase de María, mi esposa, todo lo que agrade al Espíritu Santo. Será para mí un grandísimo honor servir a la madre del Hijo del Altísimo. Si hago el favor de estar presente cuando nazca el Hombre Oriente de aquella a la que admiro como a su aurora, lo adoraré en la tierra como los astros de la mañana lo adoraron en el cielo cuando colocó los cimientos de la tierra. Aprenderé de ellos a alabarlo, porque es de suponer que ellos bajarán en el día de su nacimiento para enseñarme el respeto que debo rendir a la majestad de su madre y las adoraciones que estoy obligado a dar a este niño, que se llamará Jesucristo, Dios y hombre.
Aprenderé de ellos a reconocer las excelencias de la Virgen madre, que en la profecía de Isaías debía ser la madre del Emmanuel, Dios con nosotros. Me acercaré a la que es la reina de los profetas con humildad y confianza, para recibir de sus manos benditas a este niño adorable, que encantará mi alma y mi corazón en el momento de su feliz nacimiento. Yo seré su humildísimo servidor, cifrando toda mi gloria en ser aceptado de él como su esclavo.
El arrebatará la fuerza de Damasco y despojará a Samaria. El suspenderá la gloria que es esencialmente debida en razón de su naturaleza divina a la parte inferior de su alma y de su cuerpo sagrado, compuesto, formado y nutrido con la sangre virginal de su madre, mi esposa, la cual, junto conmigo, lo guardará y preservará del furor de Herodes. Fuimos constituidos guardianes de este niño real y divino, que arrobará nuestros corazones, desarmándolos con los atractivos de sus ojos que serán todos de fuego. Sus miradas serán como saetas encendidas. El será nuestro vencedor, y nosotros los vencidos.
Gran san José, el profeta Isaías dice que llamó a dos testigos cuando Dios le mandó tomar un gran libro para escribir en él con la pluma de un hombre. ¿Qué libro no se necesitará para describir las maravillas que obraste en el Hombre-Dios? ¿Qué te dará la reina de los profetas, cuando todo el mundo es demasiado pequeño, al decir de san Juan, para contener todo lo que él hizo en treinta años? ¿Acaso será suficiente para anotar en él todo lo que observaste durante tantos años? No me admira el que hayas guardado un respetuoso silencio al cuidar a tu Dios durante tu vida oculta, al ver que el Verbo y tu esposa lo observaban con toda exactitud.
La tierra no fue capaz de comprenderlo. El Padre y el Espíritu Santo eran las dos personas que, acompañando al Verbo por concomitancia, podían testimoniar junto con él las grandezas admirables de aquel niño que tenía dos naturalezas, y era a la vez un admirable centauro y un divino sagitario que traspasaba sus corazones con sus ardientes disparos.
Capítulo 211 - Honor que podemos dar a san José por todo lo que representa para María y el Salvador.
[1245] Durante algunos días después de la fiesta de san José, al meditar en sus excelencias, comprendí que existen dos hombres admirables: uno que hizo María, que es Hombre-Dios, y que no sería hombre sin ella, y otro que fue hecho para María, al que ella pertenece. El Hombre-Dios fue hijo de María, la cual perteneció a José por un contrato de donación. María esposa de José, le da un hijo que es Dios.
Comprendí las grandezas de san José ocultas tras estas palabras de san Mateo: y no la conoció hasta que ella dio a luz a su hijo primogénito (Mt_2_25). José no tuvo un perfecto conocimiento de la excelencia de la Virgen, su esposa, sino hasta después de que dio a luz. El creyó al ángel y también a la Virgen, pero estuvo siempre a la expectativa de dicho nacimiento, después del cual recibió tantas luces del hijo como de la madre, todo lo cual es inexpresable.
La madre de Dios le pareció adorable y, si el niño al que engendró y dio a luz no hubiera sido el único Dios al que Israel adoraba, quizá se hubiera inclinado a adorarla al ver en ella tanta majestad como san Dionisio, el cual se maravilló ante su grandeza. San José fue iluminado por el Espíritu Santo, que estaba oculto en el ángel para que le diera en posesión a la que era su virginal esposa. Su gloria lo hace casi adorable a causa de su relación con Jesús y María, la cual aportó su sustancia, que pertenecía verdaderamente a san José.
Adoramos la cruz por haber llevado a Jesús cuando consumó el misterio de la Redención; san José y María cooperaron continuamente a este misterio: mediante sus cuidados formaron al Salvador en su infancia. ¿Por qué, pues, dicha relación no puede hacerlos adorables sin peligro de idolatría, en vista de que su gloria tiene su término inmediato en Dios, como sucede con el culto que damos a la cruz? El que rendimos a los santos es un culto que no termina sino en su propia perfección, que no se compara con el culto supremo o de latría, por ser muy inferior, mismo que tributamos a san José y a la Virgen, pero en un grado muy superior. Si María y José tuvieron una relación tan especial con Jesucristo y un sagrado vínculo con él, podemos rendirles el culto supremo que termina inmediatamente en Jesucristo.
Dios me dio a conocer que los demás santos han rendido a María y José dicho honor, por ser ésta la voluntad del Salvador, aunque no el común de los cristianos, debido al posible peligro de abuso y de tributar a este santo un culto supremo más por la perfección absoluta que hay en él, que debido a su relación particular con el Verbo, razón por la cual no es conveniente invitar a la generalidad a la adoración suprema.
Capítulo 212 - Dios permite la esterilidad natural para manifestar la fecundidad de la gracia, tanto en el antiguo como en el nuevo testamento. Los hijos de las estériles son hijos de la gracia y cambian en gozo la tristeza de sus madres.
[1249] En el mes de marzo, al meditar en la epístola del día, en la que dice san Pablo: No somos hijos de la esclava sino de la libre; alégrate, estéril (Ga_4_31s), Dios me hizo ver que manifestó su gloria a las estériles, las cuales, después de sus humillaciones, daban a luz hijos de bendición, cuyo destino ya estaba concebido porque el fruto se conserva desde su origen.
El Espíritu Santo, que es estéril en la Sma. Trinidad, es la gloria de la fecundidad en la humanidad, derramando gracias y dones divinos sobre las criaturas para suministrarles dicha fecundidad y complaciéndose en alegrar la ciudad de Dios. Es él quien configura las almas a la imagen del Padre, iluminándolas de claridad en claridad hasta que son perfectamente transformadas en el divino amor. Fue él quien hizo a los apóstoles elocuentes y fecundos.
El Espíritu arroja fuera de nosotros el amor propio y sus obras. Sara es figura del amor de Dios, que lo domina todo. Agar sólo pudo concebir con la venia de Sara, quien la cedió a Abraham al verse estéril. Dios ordenó a éste que obedeciese a Sara cuando fue necesario despedir a la sierva junto con su hijo. El amor divino no puede sufrir el amor propio, que es estéril; la santa esposa no puede permitir que el hijo de su sierva juegue en compañía de Isaac. Sólo existe el puro amor que ella produjo mediante la gracia, según las promesas del divino Padre, que conllevan la gloria como heredad. [1250] Ante estas palabras, mi alma echó fuera todo lo que no era el puro amor de Dios, renunciando a sí misma. Por medio de obras de generosidad, Raquel no engendró sino hasta muchos años después de casarse con Jacob, pero concibió un José que fue el hijo amadísimo que añadiría otro, y a Benjamín, el hijo de la diestra, o del buen augurio; hijos de las bendiciones multiplicadas de Dios, que los concede en su bondad y mediante las plegarias hechas a su Majestad, buscando sólo su gloria y nuestra salvación. Como dice el refrán, no se valoran los bienes que sin trabajo se obtienen.
La sabiduría eterna no quiso encarnarse sino hasta después de conceder el nacimiento a su madre Virgen, de una madre estéril; ni enviar a su precursor sino hasta después de que Santa Isabel pasó por estéril, a fin de dar a conocer la fuerza y la fecundidad de la gracia ahí donde la naturaleza apareció como débil y yerma. El Rey-Profeta, sabiéndolo bien, quiso mencionarla o insertarla en sus salmos; mejor dicho, el Espíritu Santo se valió de la pluma del real cantor, cuyo espíritu colmaba y cuyo corazón poseía, impulsándolo tanto a escribir como a cumplir su voluntad.
Me complací especialmente al escuchar las maravillas que quiso obrar en Santa Ana, la cual debía no sólo habitar con los hijos de la alegría, sino producir a todos por medio de su hija, que fue la nueva Eva y madre de aquel que es por esencia y excelencia la vida de todos los vivientes que confiesan con gozo el agradecimiento que deben al Hijo y a la madre, a través de los cuales las tristezas se cambian en gozo, un gozo que jamás les será quitado.
Capítulo 213 - Dios es justo cuando castiga a las personas que le ofenden, y bueno al perdonar a quienes lo han ofendido. Debemos adorar la justicia en las primeras, y la misericordia en las segundas.
[1251] Un día, al considerar en mi oración cómo Elí fue sentenciado a morir por no haber castigado ni corregido con la severidad debida a sus hijos que cometían crímenes tan grandes en el santuario. David, a su vez, pareció incurrir en una falta semejante al no decir palabra a su hijo Amón después de que éste violó a su hermana Tamar. Por ser su hijo mayor, dotado de una belleza incomparable, no fue reprendido ni castigado por ella.
Escuché que Dios quiso manifestar en Elí su justicia y en David su misericordia, y que con ciertas almas Dios hace justicia inmediata, castigándolas sobre el hecho mismo. Parece, en cambio, que su misericordia disimula todo en otras, perdonándolas repetidas veces.
Los primeros no tienen razones para quejarse, ya que Dios los trata según sus méritos y el rigor de su justicia. Los que, sin embargo, experimentan la dulzura de su misericordia, le son deudores con mayor motivo.
Se me hizo saber que yo era de este número, y que el Dios de bondad no deja de acariciarme a pesar de todas mis faltas e imperfecciones, realizando en mi favor lo que dice la escritura: Hago misericordia porque quiero obrar misericordia. Debo alabar y confesar a este Señor, porque es bueno e infinitamente misericordioso.
Capítulo 214 - Fortaleza que el Espíritu Santo concedió a la Virgen, cubriéndola con su sombra, elevando su fe, e impidiéndole consumirse al recibir en ella al Verbo divino.
[1253] No intentaré exponer todas las luces que mi alma recibió tocante al misterio de la Encarnación. Son tantas, que no puedo describirlas con mi pluma.
Mi divino amor me ha manifestado en diversas ocasiones de qué manera se realizó esta obra maravillosa en el seno de la Virgen, pero dicha visión es tan sublime, que es necesaria la luz divina para expresarla mediante su pureza y sutilidad, porque ella puede hacer todo lo que quiere, produciendo todo, mirándolo todo. Sin embargo, como espejo voluntario, Verbo y espíritu libre, expresa lo que desea manifestar como y a quien quiere. Con frecuencia recurre a crespones para mostrarse acomodándose a la débil vista de los hombres, a fin de no cegarlos con sus brillantes claridades. Pude saber que la obumbración del Espíritu Santo sirvió para tres cosas: Primeramente, para impedir que la Virgen desfalleciera al no poder soportar tan violenta llama y muriese a causa de ella, porque, como está escrito, no puede verme el hombre y seguir con vida. El alma no puede soportar la clara visión de la divina esencia durante esta vida mortal. ¿Cómo es que esta misma visión pudo persistir largamente en la Virgen a una con la efusión de toda la divinidad, que se comunicó a ella de un modo más eminente que en la gloria? Ella la vio de paso, así como nosotros podemos ver el sol un poco, apartando de inmediato nuestros ojos para no quedar ciegos ante su fortísima luminosidad. Dios podía, de manera sobrenatural, fortalecer el entendimiento de la Virgen y prolongar esta visión, porque todo es posible para él. Sin embargo, se complació en redoblar los méritos de la [1254] fe de la Virgen.
El Espíritu Santo quiso tender velos, y el poder del Altísimo le dio su sombra, la cual sirvió, por tanto, para ocultar el misterio a la Virgen, pues si ella hubiera contemplado largamente la plenitud de luz encerrada en ella, que era la clara plenitud de la divinidad, el ardor del amor procedente del conocimiento que hubiera tenido habría roto, como ya dije, los lazos que la ataban a un cuerpo mortal, si Dios no los hubiera puesto en orden. Dios quería que, en esta obra, la fe de la Virgen se manifestara en toda su excelencia. Santa Isabel, instruida por el Espíritu Santo, alabó la fe de la Virgen, diciendo que era bienaventurada por haber creído. Su fe concibió, fe que es más grande que la de todos los santos, por haber creído que un misterio tan alto se obraría en ella. Por esta razón, Santa Isabel añadió que todo lo que el Señor le había dicho se cumpliría en ella.
El Espíritu Santo dibujó sombras, como un pintor sobre la tela, a fin de que la Virgen conociera bajo ellas, a la divinidad y el poder que se unían a su carne virginal, tomando una parte de ella para apoyarla sobre una de las hipóstasis de la augusta Trinidad. Otra razón de dicha sombra se debió a que, como Dios es fuego, era necesario que su ardor fuese acompañado de cierta frescura que dicha sombra proporcionó a la Virgen, que se convirtió en un arbusto ardiente, sin quemarse ni consumirse. Así, para fortalecer este pensamiento, el Verbo Encarnado puede ser llamado el hombre todo de fuego en la hoguera del seno virginal, que salió de la misma hoguera.
No es de admirar que los espíritus angélicos, a los que David llama ministros de fuego y llamas, acudiesen a adorarlo por mandato del divino Padre, según las palabras del apóstol: y nuevamente al introducir a su Primogénito en el mundo dice: Adórenle todos los ángeles de Dios. Y de los ángeles dice: El que hace a sus ángeles vientos, y a sus servidores llamas de fuego (He_1_6s). Los ángeles espíritus puros, aparecieron como fuego y luz para adorar al sol de justicia al levantarse en el mundo; sol que era todo llamas, un Dios hombre todo de fuego. La maravilla que obró consistió en hacerse [1255] tangible y llevadero a su madre, porque él es capaz de producir dos contrarios en un mismo sujeto.
No me admira el que, en las visitas que hace a las almas, sea fuego y fuente, abrasándolas y anegándolas al mismo tiempo. ¡Qué prodigio no debemos contemplar en las entrañas virginales! Reclama todas las potencias de mi alma, diciéndoles: Vengan y vean la obra del mismo Señor, el cual se encarnó en el seno de la Virgen y se sentó sobre sus rodillas, que son una tierra bendita. Contemplen este prodigio, una virgen que no se consumió. A pesar de llevarlo en su seno y tenerlo sobre sus rodillas, puede seguir viviendo. ¡Qué maravilla...!
Capítulo 215 - Victorias de Jesucristo en la Encarnación, figuradas por las que Dios obtuvo sobre Faraón, el Rey de Egipto, a favor de su pueblo escogido los hijos de Abraham. David obtuvo victoria sobre su ardentísimo deseo de agua en Belén, que ofreció a Dios en sacrificio.
[1257] Un día, mi divino amor me explicó admirablemente el Cántico de Moisés sobre el misterio de la Encarnación: Canto al Señor, pues se cubrió de gloria arrojando en el mar caballo y carro (Ex_15_1), diciéndome que era menester darle gracias como a un Señor que había sido gloriosamente engrandecido, porque cuando el ángel soberbio, que debido a la consideración y nobleza de su naturaleza se creyó glorioso y magnífico, y una obra digna de su magnificencia, se negó a rendir el honor debido al Verbo Encarnado, que es la excelsitud divina y la gloria esencial de su Padre, fue arrojado con todo su orgullo en el mar de su eterna confusión, en tanto que el Señor fue gloriosamente ensalzado al ser reconocido por todos los espíritus fieles y aun por los mismos que se rebelaron, los cuales se vieron obligados a confesar dicha gloria para su castigo y tormento.
Todo esto mueve a la naturaleza y a todos los elegidos a exclamar: Mi fortaleza y mi alabanza es el Señor. El es mi salvación (Ex_15_2). El Señor es mi fuerza, mi apoyo y mi sostén. El es el único objeto de mis alabanzas por ser el autor de mi ser y de la salvación de todos los suyos, preservando a los ángeles buenos y perdonando y conservando a la humanidad. Sin embargo, por bondad, el alma de Jesucristo entonó este himno sagrado en reconocimiento al Verbo, que es su soporte en cuanto su Creador y Dios, y para rendir adoración al Verbo que procede del Padre y que, como él, es Dios: El, mi Dios, yo le glorifico, el Dios de mi padre, a quien exalto (Ex_15_2). Dios, el Padre, dio su aprobación a todo lo que haría el Salvador, aceptando las alabanzas que su Hijo suyo, al encarnarse, le tributaría en nuestra naturaleza. En cuanto hombre, lo exaltaría y glorificaría en la tierra y en el cielo. Todo está presente ante Dios.
En esta primera batalla en contra de aquel que después endureció el corazón de Faraón y de los pecadores, el Verbo Encarnado salió victorioso, rechazando a todo el ejército de los espíritus rebeldes a los que el dragón engañó. Con este triunfo venció además a todos sus partidarios, [1258] que no hacen otra cosa que reunir algunos despojos de su derrota, ya que el vencedor no quiso exterminarlos del todo, a fin de que, en su debilidad, manifestaran la gloria del Hombre-Dios, que es el signo de sus victorias y triunfos. Un guerrero el Señor. Omnipotente es su nombre. Los carros de Faraón y sus soldados precipitó en el mar (Ex_15_3). Los enemigos del Verbo Encarnado fueron abismados y tragados por las olas del Mar Rojo de su sangre, que ahogó los pecados cometidos por su malicia: La flor de sus guerreros tragó el mar de Suf: cubriólos el abismo, hasta el fondo cayeron como piedras (Ex_15_4s).Todos se perdieron al no poder penetrar los designios de Dios, ni el abismo inexplicable de su divino amor, permaneciendo insensatos, insensibles y obstinados en su rabia, al igual que una piedra. Nada comprendieron de estos misterios. Tu diestra, Señor, relumbra por su fuerza; tu diestra, Señor, aplasta al enemigo. En tu gloria inmensa derribas tus contrarios, desatas tu furor y los devora como paja (Ex_15_6). La diestra, el poder y la fuerza de Dios aparecieron en toda su maravilla al hacer resplandecer la gloria del Verbo Encarnado, lo mismo que las obras milagrosas que realizó. Dios vio, tanto en la eternidad como en el tiempo, la secuencia de todas las victorias del Verbo Encarnado, así como la ruina de sus enemigos a los que dispersó y seguirá disipando como cenizas de paja que se lleva el viento. Un débil soplo de su justa cólera los hizo desvanecerse, reduciendo al polvo su orgullo, que los impulsaba a subir, por presunción, hasta su mismo trono.
El rey de los soberbios dijo que se sentaría sobre el monte de la alianza del lado del Aquilón, en igualdad con el Altísimo: Al soplo de tu ira se apiñaron las aguas (Ex_15_8). Con el hálito de tu furor, oh Dios, sumergiste a los enemigos de tu gloria, y con el de tu amor reuniste todas las aguas de las gracias para derramarlas abundantemente en María, y mediante los ríos que manan de su Hijo y de ella, a los demás elegidos que ocupan los sitios de los ángeles rebeldes que tu justa cólera arrojó del Paraíso, precipitándolos a los abismos del infierno. Se irguieron las olas como un dique, los abismos cuajaron en el corazón del mar (Ex_15_8).Contuviste el flujo y reflujo de las aguas de la gracia en el alma del Verbo, que fue colmado de una gracia infinita. Entregaste a tu Hijo humanado sin medida de ángel ni de hombre, abriendo además un abismo en medio del mar, hasta que el océano de la divinidad fue detenido y contenido en el mar, es decir, en el seno de María, por ser tu voluntad que el Verbo se encarnara únicamente en una carne pasible y mortal. [1259] Dijo el enemigo: Marcharé a su alcance, repartiré despojos se saciará mi alma. Sacaré mi espada y los aniquilará mi mano. (Ex_15_9).De aquí proceden la rabia y envidia del demonio, que resolvió perseguir al Hombre-Dios y a la humanidad, en especial a los elegidos, mediante el fuego y del hierro. Jamás desiste, imaginando la obtención de ricos despojos a costa de ellos: Mandaste tu soplo cubriólos el mar; se hundieron como plomo en las temibles aguas (Ex_15_10). Sólo el soplo del Verbo Encarnado los disipó y anegó en su justo rigor, que se mostró como un mar embravecido a causa de sus mismas iniquidades, y en agradecimiento a la liberación del yugo de su esclavitud.
Como figura de los beneficios que concederías a la humanidad en la Encarnación, mandaste a tu pueblo que guardara perpetua memoria de la libertad que recibieron al salir de Egipto bajo la guía de tu omnipotente brazo, que obró tantas maravillas a favor del pueblo elegido, castigando a Faraón y a todo su ejército al abismarlo en las olas del Mar Rojo, que poco antes dio paso, en medio de su seno, a tu pueblo, con el que hiciste un pacto eterno y una alianza indisoluble, dándole leyes de amor a fin de que fuera tu pueblo para siempre, admirando sin cesar al que era el Señor de las victorias.
Me sumergí en una gran confianza, en tanto que el Dios de bondad me acariciaba amorosamente, prometiéndome renovar en mí sus admirables misterios. Esto no sucedería sin una iluminación angélica y divina, añadiendo que su bondad, mediante un favor muy señalado, me había dado hacía algún tiempo a san Miguel, el cual me iluminaría por medio de grandes resplandores. Para que pudiera yo comprender la Sagrada Escritura, me asignó a san Jerónimo; y para enseñarme la teología mística, a san Dionisio.
Mi divino amor quiso conversar conmigo acerca del placer que experimentó la divinidad a la vista del sacrificio que ofreció David con el agua de la cisterna de Belén, enseñándome que con ello quiso vencer al mundo y a la carne, humillándose y anonadándose ante la Encarnación. El Verbo venció al mundo al escoger las mortificaciones, sobreponiéndose a las delicias y contento de los sentidos, tomando como figura de sus privaciones el sacrificio que el Rey-Profeta le ofreció al privarse de beber del agua tan deseada, que tres de sus soldados sacaron del pozo para él con riesgo de su vida.
Con ello representó a Jesucristo, que fue la única de las tres personas divinas en ofrecer el sacrificio, entregando generosamente su vida y privando a su naturaleza humana del soporte humano, cuya condición quiso tomar con todas sus debilidades, a fin de morir y padecer en ellas. Pudo haberla tomado impasible, pero quiso asumirla pasible y mortal, mostrando con su muerte el amor que tenía a su Padre, al que deseaba satisfacer en rigor de justicia ofreciéndose en sacrificio [1260] cual agua purísima que subió hasta la vida eterna, ya que, en su anonadamiento, no dejó de ser igual a su Padre, sin causarle detrimento.
Tenía la forma de Dios, a pesar de lo cual se manifestó en la de siervo, en quien Dios se glorificaba y cuyas lágrimas y plegarias recibía complacido. El fue escuchado a causa de su reverencia; pudiendo optar por la dicha, aceptó la cruz, privando a su cuerpo y a la parte inferior de su alma de la gloria que le era debida, gloria que es un río sagrado que alegra a toda la ciudad de Dios, de cuyas aguas el cuerpo y la parte inferior del alma del Salvador tuvieron sed. Debido a la unión que tenía con el soporte divino que los apoyaba, tenía derecho a beber de agua tan deliciosa, mas quiso privarse de ella por el amor que tenía a su Padre en cuanto Verbo hecho carne, como ya dije antes.
Quiso pagar a su justicia más de lo que la humanidad entera le debía, manifestando así la grandeza del amor. De dicho exceso pudieron conversar Moisés y Elías con el divino Salvador sobre el monte Tabor, admirando el milagro de treinta y tres años que el amor había obrado al suspender su gloria, privando su cuerpo sagrado y la parte inferior de su alma bendita de lo que les era esencialmente debido: un torrente de delicias.
Rey de amor, cuán mezquino y cruel te muestras para contigo mismo, siendo en cambio pródigo y amable en extremo con tus súbditos, privándote de tus derechos para darles lo que no les debes, y que ellos no reconocen. Perdón, Señor, por nuestras faltas; tu amor es la victoria que ha vencido al mundo, al igual que nuestra fe.
Capítulo 216 - Maravillas que Dios comunicó a nuestra naturaleza en su Encarnación. Escogiendo el seno de la Virgen manifestó las admirables invenciones de su divino amor.
[1261] Un día, al encontrarme en una sublime elevación de espíritu, junto al corazón de la Virgen, vi en una altísima contemplación al amoroso Espíritu Santo obrando el inefable misterio de la Encarnación en el seno de la misma Virgen, reuniendo su sangre y formando con ella el cuerpo virginal en el que infundió al mismo tiempo un alma gloriosa perfectísima. Percibí al mismo tiempo el poder del Altísimo sirviendo de sombra sagrada a los ardores del sol de la divinidad, que hubiera consumido a la Virgen, en tanto que el Verbo se acomodaba a la debilidad humana de aquella a la que escogió para ser su madre, revistiéndose de su carne inmaculada y de su santa humanidad como de una vestidura confeccionada para su divina persona.
De este modo se hizo el sagrado compuesto de un Hombre-Dios y de Jesucristo, cumpliéndose en él las palabras de David: Por la palabra del Señor fueron hechos los cielos; por el soplo de su boca toda su mesnada (Sal_33_6); ya que por el Verbo el cielo de la Virgen fue apoyado y afirmado, para que siguiera siendo Virgen al mismo tiempo que madre. El Espíritu Santo adhirió a este firmamento todas las virtudes a manera de astros brillantes.
Al realizarse tan maravillosa concepción, vi un pabellón real con franjas de oro, ideado por un artífice prodigioso, que cubría al recién concebido Jesús. Dicho pabellón no era otra cosa que el corazón y el seno de la Virgen, del que salían flechas puntiagudas que se dirigían al cielo como para herir amorosamente el corazón del Padre eterno, al que vi suspendido en el aire, teniendo entre sus brazos a su Hijo crucificado, como en ocasiones se le pinta, y al Hijo llevando en la cabeza una corona de rayos de la que salían flechas que tocaban el rostro del divino Padre sin causarle daño. Dichas [1262] saetas herían más bien la cabeza a la que coronaban, causando una herida amable para aquel que la recibía. Al fin se desvanecieron las flechas, apareciendo el Espíritu Santo en su lugar, para señalar que sólo habían sido descargas amorosas del Espíritu de Amor.
Vi, además, un ángel muy bello que contemplaba con un respetuoso asombro todas estas maravillas, así como varias diademas de oro preparadas para coronar un corazón.
No terminaron aquí las divinas imágenes mediante las cuales Dios descubrió a mi alma, como por medio de símbolos, lo que sucedió divinamente en este misterio, el más grande que Dios haya obrado jamás fuera de sí.
Me fue mostrada, por tanto, una hermosa fuente con tubos de plata diseñados a manera de órgano, de los que brotaba en dirección al cielo un agua clara como el cristal o la plata derretida, que formaba una esfera perfecta. Dicha fuente, como pude saber, representaba a la Virgen; el agua argentina, al Salvador; los canales eran los sentidos de la Virgen, mediante los cuales el Salvador se elevaba al cielo; pues a pesar de que el Verbo estaba en el seno del Padre, Jesucristo se encontraba, en cuanto a su humanidad, prisionero voluntario en el de su madre. Como no podía valerse de sus sentidos en ese estado, a menos que tuviera conocimientos independientes de los sentidos exteriores y de los órganos del cuerpo, si deseaba obrar lo hacía a través de la Virgen. También san Juan saltó al oír la voz de aquella que sirvió de órgano al Verbo, el cual se expresaba por su medio, santificando de este modo a san Juan en las entrañas de Isabel.
En otra visión conocí que el chorro que se dirige al cielo significa el gozo que fue común a la Virgen y al Padre eterno a causa del Hijo común e indiviso que ambos tenían a la vez. Fue ésta una bondad del Espíritu Santo, por cuyo poder se hizo esta obra, el cual está unido al Verbo y al Padre en una circumincesión y un ciclo admirables, cuya conclusión es el mismo Espíritu, si se me permite la expresión.
Capítulo 217 - Amor, grandeza y fuerza de María, madre de Jesucristo, colaboradora suya en la redención.
[1263] El divino rey pacífico, al repasar en su mente a todas las criaturas a las que deseaba crear, escogió entre todas y sobre todas una madre a la que hizo digna de él, tanto cuanto una simple criatura puede ser digna de convertirse en madre del creador y colaboradora del Redentor.
Para poder participar en ello, debía estar exenta del pecado y de la tendencia a caer en él. Antes de convertirse en madre del liberador, debía ser preservada del pecado por naturaleza, exenta de la deuda de éste y liberadora mediante la gracia que le estaba reservada antes de su concepción, al grado en que podría casi afirmarse que la gracia fue su reclusión, y que Dios planeó convertirla en maravilla de sus maravillas, no sólo en presencia de los ángeles y de los hombres, sino en su presencia, a la manera en que Dios puede admirar sus obras.
María es obra del Altísimo. Es el vaso admirable en el que el Verbo divino quiso encerrarse, y por concomitancia el Padre y el Espíritu Santo, que no encontraron nada más augusto y fuerte en el cielo empíreo para hacer detenerse en él. La belleza de María sobrepasó la de todos los ángeles que están en la visión de la gloria, visión gloriosa que los hermosea. El sol de justicia la quiso semejante a él, porque debía ser su madre en la aurora de su concepción, en el medio día de la del Verbo divino, y en el atardecer de su vida, en el que amaneció el día de su coronación, que debía iluminar la eternidad como un medio día perenne.
Si Dios hubiera permitido a sus rayos aparecer y caer a plomo sobre la tierra, toda ella se hubiera consumido a causa de sus ardores. Las tres divinas personas los recibían como ella se los comunicaba, a manera de un admirable retroceso, relación y circumincesión diferente a la que existe entre las tres hipóstasis de la esencia divina, la cual es propia de ellas, independientemente de cualquier simple criatura.
[1264] Lo anterior, sin embargo, se debió a una divina esplendidez de la bondad amorosa, que se complació y se complace en comunicar a María privilegios que desconocemos. Los ángeles no poseen la fuerza suficiente para soportar estos destellos de luz porque la hoguera que los produce es demasiado ardiente para ellos. A pesar de que se les compara con la llama del fuego, y que los serafines sean espíritus encendido, sólo las tenazas de las dos naturalezas pudieron permanecer nueve meses en medio de esta hoguera. El Espíritu Santo es el guardián de sus llamas en ella, al mismo tiempo que la cubre con su sombra.
El Arcángel Gabriel no vaciló en detenerse ante ella; es decir, contemplarla, exclamando a una con sus compañeros: ¿Quién puede resistir ante tu faz, bajo el golpe de tu ira? (Sal_76_8). Las tres divinas personas redoblaron su amor, por así decir, abrasándose e iluminando las potencias de un incendio inefable. Si el Espíritu Santo no hubiese obrado una reacción antiperistáltica en medio de la concepción del Verbo divino, la Virgen se hubiera consumido del todo; no habría quedado materia para revestir al que, existiendo en la forma de Dios, bajó a las entrañas de María para tomar la figura y forma de siervo, de suerte que quiso anonadarse como si se le hubiera dicho: ¿Qué vas a hacer? ¡Ten mucho cuidado!
Tomaré sobre mi soporte divino una naturaleza débil, venida de la nada, privada de su propia sustancia. Me manifestaré al exterior como hombre y nada, a pesar de ser Dios, apoyando divinamente dicha naturaleza humana con mi divina persona. El Padre hará ver en ella su poder; yo, mi sabiduría y el Espíritu Santo, su bondad.
Al moderar los ardores propios del fuego divino, nuestro divino poder obrará esta maravilla, ocultando el fuego en el seno de la Virgen sin quemarla para nada, a pesar de ser tan delicada: Hoy se anuncia un misterio admirable. Al renovar la naturaleza, Dios se hace hombre. Lo que ya existía permanece, y lo que no, es asumido sin que ocurra en ello mezcla ni división.
La unidad divina no desea causar división: el Verbo divino seguirá siendo lo que es, y tomará para sí lo que no era, sin mezcla, confusión, o división: Grande es el Señor que la hizo; en sus palabras se alegrará. En cuanto ella diga: Hágase en mí según tu palabra, él se hará carne.
[1265] Desde el primer instante de su concepción, María fue el tabernáculo levantado para el sol divino; la gracia más grande que jamás haya sido concedida. Dios acudió con pasos de gigante, como un esposo enamorado. De Dios a María, y de María a Dios, existe una distancia infinita si la consideramos como criatura; pero de Dios en María, en consideración de las demás criaturas, existe una unión muy íntima, por ser ella la más próxima a la divinidad. Por parecido y por afecto, está destinada a ser reina de los ángeles y de los hombres, a ser madre de Dios. Es ella quien debe coronar al Hombre-Oriente sobre la tierra, y ser rodeada por el mismo sol en el cielo.
El Verbo divino jamás se hubiera hecho hombre si María no hubiese sido creada, no viniendo a la tierra sino en triunfo, para confundir al ángel soberbio que se le había opuesto en el cielo, a causa de la grandeza que destinaba a esta mujer, que le mostró como un gran signo.
No quiso triunfar a pie, sino en este carro glorioso que trajo del cielo a la tierra; carro que fue una litera que hizo para él con el ingenio de su sabiduría. Quiso hacerla de madera del Líbano, del cedro más alto que hubiera en su fértil montaña. Las columnas fueron talladas por él, y no por sus ángeles. Fueron éstas las gracias más puras y argentinas dignamente concedidas y colocadas en María. La subida fue regiamente enrojecida con la púrpura divina y humana del delfín del Padre eterno, y de la infanta de David, la cual ensalzó su genealogía hasta la divina persona del Verbo, y, por concomitancia, hasta el Padre y el Espíritu Santo.
Jesucristo, hijo del hombre y verdadero Hijo de Dios, no encontró apoyo o reclinatorio digno de él sino en María, su lecho dorado, perfectamente bien construido con oro fino, macizo y brillante; es decir transparente. Es éste el espejo del Verbo, su Hijo, así como éste, a su vez, es el del Padre en proporción a lo que una madre creada puede ser el espejo de su Hijo Encarnado. Si María fuera Dios, no opondría estas reservas; pero como no lo es, es necesario entender en todo momento las desproporciones dentro de las más sublimes proporciones.
[1266] En medio de María, la litera sagrada, se posó la caridad para las hijas de Jerusalén, para gloria de los ángeles y la salvación de la humanidad. María fue hecha reina de caridad, a fin de convertirse en la dama de las dos naturalezas: la angélica y la humana. Más aún: el Verbo Encarnado, su hijo, la reconoció como madre y Dama suya, sin menoscabo de su divina grandeza. Su abajamiento lo convirtió en sujeto de esta emperatriz, quien le dio órdenes y le mandó obedecer a san José. La sujeción de treinta y tres años, al igual que los rigores de la muerte ignominiosa y cruel que, al final de su vida, los verdugos le hicieron soportar, sería amable para él por ser hijo de María, la cual lo acompañaría hasta el Calvario para consumar la salvación del género humano según las Escrituras.
El consumará el holocausto de amor en presencia de la madre del amor fuerte, así como su amor fue más fuerte que la muerte de su Hijo, que era su vida más preciada. Ella se mantuvo de pie, mostrando que sus lámparas eran de fuego y llamas, a las que los torrentes del mundo, de la carne y del demonio son incapaces de extinguir, y que arderán por toda la eternidad. ¿Quién de nosotros podría haber soportado el Calvario, al lado de esas llamas infinitas? Sólo el predilecto de Jesús y Magdalena, su enamorada, que estaban abrasados de caridad, tuvieron el valor de resistir el asalto de todas las criaturas y del mismo Creador en contra de su Hijo amadísimo, que se confesó abandonado de su divino Padre, en tanto que su madre permanecía firme y en pie delante de la cruz. Pero, ¿qué digo? Ella estuvo en la cruz porque vivía más en su Hijo, al que amaba, que en su cuerpo, al que animaba.
Cuán ardientemente decía a su querido Jonatán que su alma estaba adherida a la suya, que ella moría de buen grado junto con él, que era el escudo de Israel, el ungido del Padre eterno y el que hacía temblar al infierno y a todos los espíritus incircuncisos. Me refiero a los soberbios demonios, que no quisieron renunciar a su arrogante ambición de ser semejantes al Altísimo, desafiando al Hijo de la diestra divina. ¿Qué no diría ella al divino Padre, acerca del valor y obediencia de Jesucristo, el amabilísimo Jonatán que jamás dio paso atrás, sino que moría para salvar al género humano, mostrando así que amaba a su Padre? El arco de Jonatán jamás retrocedía (2S_1_22). María y Jesús que tanto se amaron en la vida oculta que llevaron durante treinta años en una luz inefable, no quisieron separarse al morir: Ni en vida ni en muerte separados, más veloces que águilas, más fuertes que leones (2S_1_23). Estas dos águilas, elevadas en su contemplación, son leones en su fuerza, en su paciente dulzura. María no murió al ver morir a Jesucristo, su vida tan querida.
Hijas de Jerusalén, alégrense al llorar la muerte de Jesús y de María, porque esta muerte las reviste de la sangre más pura que jamás haya existido ni existirá. Es la verdadera púrpura real y el divino carmesí. Los dos ciñeron su frente con una corona de oro purísimo y brillante, que es el amor de caridad: no hay amor más grande que el de morir por sus amigos, amor que poseen el verdadero Jonatán y su madre, María. Ellos no quieren que diga yo por sus enemigos, porque, aunque pecadora, aman a la humanidad, odiando sólo el pecado. Jonatán, hijo mío, si el amor no te hubiera hecho mortal, jamás hubieras muerto en el Calvario, en el que te ofreciste porque así lo quisiste: Se ofreció de su propia voluntad. ¡Jonatán, hijo mío, por tu muerte estoy herida! En extremo querido, más delicioso que el amor de las mujeres; así como ama una madre a su hijo, así te amaba (2S_1_26).
Estoy doliente por ti, Jesús, hijo mío, el más hermoso de los hombres y de los ángeles, y esposo amabilísimo de todos. Mi querido hijo, amado de manera única por tu única madre, que jamás cederá ante ninguna otra en amor; ¿cómo es que estás clavado sobre el madero sin que yo esté contigo, para expirar con un suspiro en el momento mismo en que entregarás tu espíritu? Si tú eres mi vida, yo muero en tu muerte.
Señora mía, él nos deja su vida al dejarte a ti. ¿Qué haríamos sin madre, habiendo perdido a nuestro Padre? A ti fueron confiados el pobre y el huérfano, de quienes eres protectora. El te encomienda a san Juan en calidad de hijo, y a él ordena que te respete como a su querida madre. En este hijo estamos comprendidos todos. Tú eres nuestra querida madre, y nosotros tus hijos muy amados. Sé nuestra abogada con nuestro padre David, a fin de que poseamos el reino pacífico del santo y sagrado amor.
[1268] Pide a nuestro Padre David, que yace en el lecho de la muerte, que sea nuestro Rey en el reino que su Padre eterno le ha entregado; que así como su Padre lo preparó para él, lo prepare para nosotros, que deseamos imitarlo hasta la muerte de cruz, a la que deseamos subir no en Gijón, sino en el Calvario, en compañía de Sadoq, el justo, de Natán, el donado, y de Benanías, el hijo del Señor (1Re_1_45).
El mismo Jesús, empero, es el justo, el entregado por Dios y el hijo del Señor. Que este sumo sacerdote vierta sobre nosotros la unción sagrada de su divino amor, que hace aparecer y ser verdadero rey para vivir eternamente en el reino eterno a la diestra del Padre, donde el Hijo quiere que tengamos un trono supremo junto a él. No rehusamos hacer, en proporción, lo que él hizo, aunque carezcamos de su amor y fuerza, por ser hijos delicados con los que su paternal bondad es providente. Construiremos un templo a su divina majestad en medio de nuestros corazones con los diversos materiales que nos dejó: sus méritos y los instrumentos de su Pasión, que derramaron su preciosa sangre por la salvación de todos. Debido a ella no fue rechazado por su eterno Padre, por haberla vertido por los pecados de los hombres; es decir, fue aceptado a causa de su reverencia.
En él tenemos la redención: el perdón de los pecados. El es Imagen de Dios invisible, Primogénito de toda la creación, porque en él fueron creadas todas las cosas, en los cielos y en la tierra, las visibles y las invisibles los tronos, las dominaciones, los principados, las Potestades, todo fue creado por él y para él, él existe con anterioridad a todo, y todo tiene en él su consistencia. El es también la Cabeza del Cuerpo, de la Iglesia: El es el Principio, el Primogénito de entre los muertos, para que sea él el primero en todo, pues Dios tuvo a bien hacer residir en él toda la Plenitud, y reconciliar por él y para él todas las cosas, pacificando, mediante la sangre de su cruz, lo que hay en la tierra y en los cielos Col_1_4s).
Al constituirnos salomones pacíficos, nos da su trono y su corona, transformándonos en templos sagrados para habitar en nosotros con el Padre y el Espíritu Santo, y al amparo de la nube blanca: la Virgen santa que es su madre y la nuestra, [1269] por ser esa la voluntad de este Dios de amor, de poder y de grandeza, que la escogió para colaborar en la salvación de los hombres, tomando de ella el cuerpo que ofreció al morir en la cruz, el cual sigue dándonos en el sacramento de la Eucaristía para hacernos uno con él. Así como el Padre y el Espíritu Santo moran en él, él mora en nosotros, y por su mediación somos también unidos a su amorosa, fuerte y augusta madre, porque ambos son una misma carne, y, en la caridad, un espíritu y un solo amor.
Capítulo 218 - Lágrimas del Verbo Encarnado en el día de Ramos. El reino de Saúl, pedido por los hombres, fue de cortísima duración. El reino de David es figura del reinado del Salvador, que es infinito. Grandes favores que me concedió su bondad.
[1271] El día de Palmas, o Domingo de Ramos, al considerar a mi divino Salvador, el Verbo Encarnado, montado sobre una asnillo y llorar, le dije: Señor, pareces verificar el dicho de muchos: que tus lágrimas fueron vertidas inútilmente, por derramarlas sobre la cabeza de un asno, animal que representa la estupidez de este pueblo, que no supo sacar provecho de ellas. Esto es lo que me aflige. Viértelas sobre mí, y ayúdame a comprender tus voluntades.
Después de estas consideraciones, me vino a la mente que Samuel pidió al cocinero que guardara el lomo de la víctima cuando consagró rey a Saúl; ceremonia que omitió al consagrar a David, debido a que David debía poseer el corazón de Dios y entregarle el suyo a cambio, mediante el cumplimiento de su voluntad.
Por el contrario, Saúl, en su desobediencia, volvería la espalda y los hombros a Dios, y Dios a él, abandonándolo en castigo de su rebeldía e infidelidad. Los judíos, ingratos ante los favores divinos, quisieron tener un rey que caminara delante de ellos, al igual que las otras naciones, sin pedir que caminara en presencia de Dios y que fuera según su corazón. Dios, para satisfacerlos, les concedió uno, que desobedeció sus mandatos. Por ello lo rechazó y escogió para sí a David, hombre según su corazón, que debía ser fiel y procurar la gloria de Dios, que lo había elegido.
[1271] Comprendí que el reino de David fue figura del de Jesucristo, su Hijo. David, por su obediencia, mereció que Jesucristo tomara carne de su simiente y eternizara su reino. A esto aludió el ángel Gabriel cuando dijo a la Sma. Virgen: El Señor Dios le dará el trono de David, su padre; reinará sobre la casa de Jacob por los siglos y su reino no tendrá fin (Lc_1_33).
El Profeta Isaías anunció que el divino Salvador entregaría su alma, que vería una generación muy numerosa y extendida, y que sería el Padre del siglo futuro. Era él quien, al morir, debía destruir el imperio de la muerte y conquistar el universo con sus sangrientos combates, dándonos la paz al hacerse la guerra. El debía ser clavado sobre el madero para soltar las ataduras de nuestras culpas. San Pablo asegura que se entregó a nosotros para ponernos en paz con su Padre. Hablando a los Colosenses, les dice: Perdonó todos nuestros delitos. Canceló la nota de cargo que había contra nosotros, la de las prescripciones con sus cláusulas desfavorables, y la suprimió clavándola en la cruz. Y una vez despojados los Principados y las Potestades, los exhibió públicamente, incorporándolos a su cortejo triunfal (Col_2_13s).
El divino Salvador entró en la ciudad de Jerusalén con magnificencia. Todos gritaban: Hosanna al Hijo de David, Bendito el que viene en nombre del Señor. Hosanna en las alturas. (Lc_19_38).
Capítulo 219 - El óleo de la unción que Magdalena vertió sobre la cabeza del Salvador después de haber ungido sus pies, manifiesta la eternidad de su reinado y la magnificencia de tan admirable enamorada.
[1272] El lunes de la semana mayor meditaba en cómo Magdalena fue a Betania para ungir la cabeza y los pies del Salvador, y en que sólo se unge la cabeza de los reyes de la tierra.
Comprendí que para éstos, su reinado era temporal y finito, y que su reino carecía de una divina y eterna subsistencia. El del Salvador, en cambio, es eterno e infinito y su reinado sin fin. La muerte, que separó su alma de su cuerpo durante cuarenta horas, no pudo dividir su reino, ya que Pilatos lo declaró rey sobre la cruz por mandato del divino Padre. Aunque el Procurador ignoraba la orden de lo alto, la ejecutó como si la supiera, al decir: Lo escrito, escrito está (Jn_19_22). Si no hubiera temido al César, lo habría reconocido y tenido por rey de los gentiles y de los judíos.
[1273] Dicha unción de pies señala que, de la cabeza a los pies, no hay en Jesucristo algo que no sea real. Su cabeza es de oro preciosísimo, y sus pies se apoyan en bases de oro. Es eterno sin principio, es infinito; es decir, sin fin. Todos los reyes creados son finitos y sus reinados están muy lejos de ser eternos.
El divino rey acude con toda bondad a la hija de Sión. Se dirige después a Marta y a María, las cuales lo reciben en su casa. Nadie lo invitó en Jerusalén el día de su entrada real, no interesándose en experimentar los efectos de su bondad, que él fue a compartir con Magdalena y Marta, que lo amaban y eran tan queridas por él.
Escuché que Magdalena encumbró los altares, los sacrificios y las unciones por encima de los antiguos patriarcas. Su fervor fue mayor que el de Abraham por haber recibido al Salvador peregrino con mayor magnificencia. Ella no recurrió al agua elemental para lavar sus pies sino a la de su cabeza, que vertió por los conductos de sus ojos calentándolos con el aliento de su boca, besándolos sin interrupción y respirando su amor al espirar sus pecados. Para secar los pies de Jesús, desató sus cabellos, utilizándolos como lazos para ligarse a ellos.
Magdalena hubiera querido ser la víctima de aquel que, por ser fuego devorador, puede consumir divinamente. Sus pies sagrados son el altar de oro; sus muslos y piernas, dice la esposa, son de mármol y se apoyan en bases de oro purísimo. Fue ésta la piedra que ella ungió con aceite y ungüento precioso, sobre la cual encontró su reposo. Junto estos pies contempla no sólo a los ángeles, que suben y bajan, sino que reconoce al ángel del Gran Consejo, que es Dios y hombre por ser con-sustancial a su divino Padre y de la sustancia de su santa madre. Es Dios por sublime generación, y hombre por abismal Encarnación. En él encuentra ella la puerta del cielo, que se abre a sus amores.
Allí recibe no sólo el perdón de sus pecados y la gracia, sino también la altísima alabanza de aquel que ensalza dignamente a su divino Padre. A su vez, los ángeles la elogian con mayor magnificencia que la tributada a David por las hijas de Israel. Ella venció gloriosamente a aquel que vale más de diez mil, el cual la defendió de las críticas del fariseo y de Judas, complaciéndose en aclamar su amor interior y sus acciones exteriores.
[1274] Magdalena es una verdadera israelita, fuerte contra Dios. Es más admirable que Judith porque no llevó consigo la cabeza de un capitán dormido, sino los afectos de un Dios vivo y vigilante, que no dejó de contemplarla en tanto que ella lo vencía con sus lágrimas, sus besos, sus suspiros y sollozos, que fueron las armas y aparatos de guerra que la hicieron fuerte contra Dios.
Capítulo 220 - Combate del Salvador en el Jardín de los Olivos, cuya comprensión me concedió mediante la visión de los cuatro jinetes que describe san Juan.
[1275] El día del Jueves Santo, a eso de las ocho de la noche, sintiéndome sin devoción y habiendo mandado a descansar a mis hijas, me postré al pie del altar en nuestra capilla en presencia del Smo. Sacramento. Al mismo tiempo que lamentaba mi poca devoción y falta de sentimientos, traté de recogerme.
Mi divino amor no pudo dejarme mucho tiempo sin manifestarme su bondad, atrayéndome a él e iluminándome con una gran dulzura. Me hizo ver el combate que en esta noche libró en el jardín de los olivos con los poderes de las tinieblas y todas las demás criaturas, explicándome admirablemente la visión de san Juan: Salió como vencedor para seguir venciendo (Ap_6_2), visión que me animó a superar lo que se oponía a mi divino amor, diciéndome: Hija, san Juan, mi predilecto, dice en el capítulo 6 del Apocalipsis que vio un caballo blanco, montado por un vencedor que portaba una corona en la cabeza y llevaba un arco. Como tenía la victoria asegurada, marchaba adelante sólo para vencer. Yo soy ese triunfador, porque soy el candor de la luz eterna. Mi santa humanidad se tiñó con mi sangre en este amoroso combate, sangre que no ensucia, sino que lava y blanquea. Por ello, todos los elegidos lavan en ella sus vestiduras.
Considera mi manera de combatir, que es admirable. Blandí el arco de la oración y la plegaria, dirigiendo palabras y suspiros en dirección al cielo. Me postré y doblé como un arco, abajándome hasta mi rostro como otro Daniel. Cuando escuché la voz de mi Padre, que me leía nuevamente la sentencia de muerte, a la que no objeté, permití a mi santa humanidad ser presa del terror ante los enemigos que [1276] debía combatir, que se presentaron ante mí como tres jinetes: Uno montaba un caballo rojo, y portaba una gran espada, anunciándome la guerra, que yo esperaba generosamente para demostrar que amaba a mi Padre y que deseaba redimir a los hombres. El segundo jinete iba montado sobre un caballo negro. Llevaba una balanza en la mano porque no podía obrar en contra mía nada que la divina voluntad no hubiese mandado, como sucedió con el procurador Pilatos.
El tercero era la muerte, que iba montada sobre un caballo verdoso seguido del infierno. Tenía en contra mía el rigor de la divina justicia, debido a que me entregué en prenda por los pecadores. Sentí una gran aflicción al ver que los judíos no aprovecharían mi visita. Temí los extremos de una guerra cruel y de un hambre espantosa que tendrían que sufrir en los días de su infortunio, en los que la justicia divina no daría lugar a la piedad tanto para sus cuerpos como para sus almas.
Vi el mar de mi propia sangre, que comenzaba a correr de todos mis poros. No me velé de tinieblas debido al horror que tenía al pecado. Sopesé los pecados de los hombres ingratos, penetrando el profundo abismo de la justicia de mi divino Padre. Intuí el espanto de la muerte, la cual me hizo palidecer. Mis evangelistas narran mis angustias y aflicciones. Toda la rabia el infierno recaía en mí. Mi Padre permitió a los poderes de las tinieblas que se levantaran en contra mía.
Mi mayor tristeza se debió a que mi muerte iba seguida del infierno, al que una multitud de gente se precipitaría a pesar de que, al morir, pagué suficientemente por todos y obré una redención abundantísima. Pedí a mi Padre que pasara de mí ese cáliz a la humanidad entera porque iba a morir por ella, aun por los mismos que, a causa de sus culpas, se verían privados de los frutos de mi pasión.
[1277] Pero, Señor, ¿pagar por lo que jamás será liberado y rescatarlo? ¿Darlo todo para adquirir a aquellos de los que jamás gozarás debido a su obstinación? Esta tristeza, aunada al amor que era su única fuente, dividía su amante corazón, al ver la perdición de su pueblo, por el que había pagado un precio más que suficiente.
El divino enamorado me dio a conocer, con sentimientos indecibles, que él era el fiel Jacob que luchó con Dios y que venció, derramando en abundancia sangre y agua sobre la tierra. Aunque se le vio afligido y debilitado, su amor venció y salió victorioso del combate en el huerto, que fue en verdad un lugar terrible ya que en él un Hombre-Dios se estremeció. Luchó con el ángel, que tomó el partido de la divina justicia. El amoroso Verbo Encarnado apareció vestido de criminal por haberse cubierto con nuestras miserias. Se dejó persuadir por el ángel, quien le dijo que debía morir. Pidió, como por su mediación, la bendición de su divino Padre, mientras que sus apóstoles dormían, dejándolo solo en aquel combate, en el que sólo esgrimió las armas de nuestras debilidades y miserias. Se dejó vencer por la amorosa misericordia, para no ser vencido por la rigurosa justicia en la persona del pecador.
La bendición de su Padre consistió en que sería abatido y pisoteado no sólo en su cabeza, sino debilitado en todo su cuerpo. Derramando una sangre purísima, que se infiltró por sus poros, desfalleció, y ya sin fuerzas, se desplomó en tierra.
Jacob buscaba una esposa. Vio una escala que significaba la santa posteridad que descendería de él. El divino Salvador, que es un esposo de sangre, debía engendrar una multitud incontable de hijos entre los que habría muchos rebeldes y réprobos que harían la guerra a sus hermanos y desgarrarían el seno de sus madres, así como herían ya el de su buen Padre.
[1278] En este punto, al ver mi alma al divino esposo bañado en su sangre, fue oprimida de amor y compasión. Me pareció salir fuera de mí misma para abrazarlo, deshaciéndome en lágrimas para mezclarlas con su sangriento sudor. Con gusto hubiera tomado su lugar, pero era yo pecadora, y él quería pisar solo el lagar de la ira de su Padre. Reanimando mi esperanza ante su bondad, le rogué que extendiera sobre mí su manto, permitiéndome ponerme y morir a sus pies, y beber junto con él aquel torrente de dolor en el camino.
Contemplé su sangre preciosa correr sobre la tierra, lengüeteándola con gran deleite. Consideré a esta víctima que se ungía a sí misma con su propia sangre. El es el divino tabernáculo y el templo consagrado por la efusión de su preciosa sangre. Es el Hombre-Dios que nos engendró en medio de trabajos y dolores extremos.
En medio de estas consideraciones y sentimientos, desee sufrir en compañía de mi esposo, pero las fuerzas me faltaron y caí por tierra. Mi corazón fue presa de un ardor y un fuego extraordinarios, al grado en que las extremidades de mi cuerpo se enfriaron; y si la sangre de mi esposo, que es todo fuego, no me hubiese calentado interiormente, devolviéndome mi color exterior, y adornando mis mejillas como las de su delicada Inés, mis lágrimas me hubieran dejado sin fuerza y descolorida. Sin embargo, mi divino y caritativo amor quiso, con ardor indecible, enjugar el torrente de mis lágrimas y sumergir mis pecados en su sangre, de manera inefable, perdiéndome en ella. Esta dichosa pérdida fue mi ganancia, al grado en que pude decir con el apóstol: Para mí, la vida es Cristo, y la muerte, ganancia (Flp_1_21). Percibí, con una mirada admirable, a la flor de Jesé y de Nazareth rociada con la propia sangre del divino cordero, en el que su amor lavó mi vestidura.
Consideré a los ángeles de paz llorando amargamente la ingratitud de los hombres hacia su amable Salvador, y cual otro Natanael, mi alma se extasió al ver a los ángeles de gloria avergonzados ante nuestra confusión, que quiso echarse a cuestas el candor de la luz eterna, apareciendo sin forma, semejante a un leproso, eclipsando su belleza en nuestra fealdad. Esperanza de Israel, Señor, todos los que te abandonan serán avergonzados, y los que se apartan de ti, en la tierra serán escritos, por haber abandonado el manantial de aguas vivas, Yahvé. Cúrame, Señor, y sea yo curado, sálvame, y sea yo salvo, pues mi prez eres tú (Jr_17_14).
¡Oh mi divino pelícano! tu muerte temporal produjo y me dio la vida eterna, al verme lastimada por la malicia de la serpiente e hinchada por mi soberbia. Te pegaste contra la tierra y, abriendo tus poros por bondad de tu amor, vertiste tu sangre para darme tu vida, sufriendo una tristeza mortal para adquirirme el gozo inmortal. Tu muerte, divino amor mío, es la muerte de mi muerte, porque quisiste sufrir para darme la vida. Si tuviera el fervor del gran san Lorenzo, te apremiaría para llamarme al sacrificio del Calvario, así como él urgió a san Sixto, su Pontífice, no pudiendo soportar el verlo dirigirse solo a su sacrificio.
Querido amor, me dijiste que debo ofrecer un sacrificio que durará más tiempo; que me dejas para distribuir los tesoros de tus bondades y las luces que has dado a mi alma para iluminar a los que están ciegos a causa de las vanidades del mundo. Quieres que reúna a tus pobres hijas, a las que deseas levantar por encima de la bóveda azulada. Ellas y yo te suplicamos que tu preciosa sangre corra sobre nosotras, no como lo pidieron los judíos, sino para santificarnos; que seamos todas como ovejas que salen de la artesa; que ninguna sea estéril, sino que todas engendren, como el apóstol, hijos de la gracia, formándote en las almas que, en virtud de tu preciosa sangre, sean elevadas sobre los cielos.
[1280] Que el ángel que te consuela en el huerto las haga salir victoriosas de todos sus enemigos, en virtud de tu sangre, divino Cordero, que quitas los pecados del mundo. Al ver este río de gracia, tu Espíritu de caridad se regocija al considerar la alegría que recibe de él la ciudad celestial, ya que por su medio son introducidas a ella las almas, para reparar las ruinas que los demonios causaron en ella con su rebeldía.
Estas almas de gloria te alabarán por toda la eternidad, diciéndote: Digno es el Cordero degollado de recibir el poder, la riqueza, la sabiduría, la fuerza y el honor (Ap_5_12). Ellas desean morir por ti, ¡Oh Verbo de Dios!, y estar bajo el altar en el que san Juan vio a las almas afortunadas que fueron degolladas por ti, Verbo divino, para ser testigos tuyos: Vi debajo del altar las almas de los degollados a causa de la Palabra de Dios y del testimonio que dieron (Ap_6_9).
Todas ellas están deseosas de vestir sus túnicas lavadas y blanqueadas en tu sangre. Vestes de inocencia y de caridad que las cubren enteramente, como las que llevaron en otro tiempo las hijas de los reyes que eran vírgenes, como está escrito en el capítulo 13 del segundo libro de los reyes. Ellas serán revestidas de tus méritos, sin temor al enemigo que acecha el talón de la mujer vestida de sol, cuya cabeza es triturada con sus vanos pensamientos. Por haberse elevado tan alto, fue lanzado a los abismos y cubierto de confusión. Los ríos de la preciosa sangre aparecen como rayos luminosos que las revisten de luminosidad. Esta es su vestidura sagrada. Todas suben al santuario envueltas en la preciosa sangre.
Permíteme decir a todas tus hijas, divino Verbo Encarnado, lo que David dijo a las hijas de Israel, en el día en que fueron revestidas con el manto rojo teñido en tu sangre: Hijas del Verbo Encarnado, lloren lágrimas de amor por la muerte de Jesús, su rey, que las revistió de su preciosa sangre durante los días de su Pasión, a la que consideró como las delicias de su corazón divino y enamorado.
Capítulo 221 - El divino amor se complació en manifestarme y darme a conocer a mi Salvador durante su Pasión a manera de una anatomía. Sufrimientos que ésto me causó en el cuerpo y en el alma.
[1283] El Viernes Santo, al escuchar el sermón sobre la Pasión de mi Salvador, y la mención del gran número de latigazos que sufrió en su flagelación, escuché una voz interior que me recogió de golpe, invitándome a contemplar la anatomía de un cuerpo viviente, no de un cuerpo muerto, de un cadáver, que no ofendía la pureza en su desnudez, por estar todo cubierto con su sangre.
Se me dijo que el conocimiento de esta adorable anatomía no se aprende mediante la disección e inspección del cuerpo, sino por el amor, el cual lo hace conocible a sus enamoradas, en tanto que los demás sólo ven los agujeros de sus llagas y las desgarraduras de su cuerpo, por las que corre su sangre.
Quienes lo aman, sin embargo, entran en espíritu, bajo la guía del Espíritu divino, al interior de este verdadero hombre, el cual les confía maravillosos secretos porque, aunque desgarrado, sigue siendo un ser vivo, no un cadáver. Cuando no tenga más su vida humana, debido a la separación del alma, se apoyará siempre en la hipóstasis del Verbo de vida, quien no abandonará jamás lo que una vez tomó para siempre.
Mi alma fue invitada por el amor a visitar el cuerpo sagrado del Verbo que es la vida, por ser también el Dios vivo y vivificador. El mismo amor quiso conducirme y ser mi guía.
Por las hendiduras y aberturas de su cuerpo adorable, vi, en una visión altísima, su espíritu considerando a su cuerpo, del que recibí una luz tan grande y extraordinaria, que quedé toda iluminada. Visité y registré su interior, pasando de su costado sagrado hasta su corazón, al que consideré como el taller de un artesano, porque dicho corazón lleva en sí el arte de amar divinamente. Atrajo a sí el mío con tanta fuerza [1284] y dulzura, que, no pudiendo soportar las poderosas operaciones de su amor, me desvanecí y mi cuerpo fue presa de un temblor que le causó como un favor de dulzura y de dolor. Extendido sobre la tierra, sufrió una poderosa operación que se realizó en mí mediante la fuerza del divino amor. Dije entonces a mi amado: ¡Oh, mi divino Sansón! que pueda yo ser tu vaquilla, la que debe trabajar contigo. Veo tu sagrado cuerpo todo surcado. Los pecadores se lavaron sobre tu pecho, prolongando sus iniquidades. ¡Quisiera extender tu amor a todos los corazones! ¡Ustedes, todos los que pasan por el camino, vengan y vean si hay un dolor comparable al mío!
Me quejé amorosamente a mi divino esposo porque se iba sin mí a la muerte, como lo hizo san Lorenzo con san Sixto, Papa. El santo levita lamentaba que el santo Pontífice se dirigiera al sacrificio sin su fiel diácono y ministro.
Pedí a mi divino pontífice el poder asistir a su sacrificio, y que se dignara enviarme el fuego de lo alto para convertirme en holocausto mediante la total consumación de todo lo que era de mí misma y de mi propia vida, y que muriera con él, si esta era su voluntad.
Se me respondió que se me dejaba para sufrir una muerte más prolongada y para ser asada interiormente, aunque no lo fuera exteriormente como san Lorenzo, y para disponer de los sagrados tesoros de la Iglesia, a pesar de no pertenecer a un sexo que pudiera ser empleado en las funciones que ejercía san Lorenzo. Se me dijo además que era yo favorecida por el soberano pontífice con el gran don de la inteligencia de la palabra de Dios; palabra que podía yo distribuir, por haber recibido de él una comisión que era para mí un misión divina, y que con David estimara esta palabra más que el oro, la plata y todas las piedras preciosas: Más que el oro y el topacio.
Divino Salvador y Soberano Pontífice mío, como no puedo imitarte subiendo al Calvario y derramando mi sangre, que la llama de tu amor atraiga mi alma hasta ti. Tú dijiste: cuando sea levantado en alto, atraeré todo hacia mí. Muy pronto serás levantado sobre la cruz; no me dejes aquí abajo. Si existía [1285] la costumbre de flagelar a los que debían ser crucificados antes de exponerlos totalmente desnudos a la vista del pueblo sobre la cruz, que sea yo cubierta por tu sangre y que ella anime en mi alma el deseo de derramar la mía por tu amor. ¡Ah, si pudiera ser surcada como tú por el martirio! Pero, ¡ay!, es un favor para las almas generosas que han amado tu amor más que su vida correspondiendo al amor.
Jesús, tú eres mi esposo de sangre, gracias, gracias por poder ser tu esposa de sangre. Espero que, si no puedo verter la mía, preservarás la tuya para mi santificación, convirtiéndola en un baño precioso para mí.