30 de julio, AL Reverendo Padre Carré.
Muy Reverendo Padre:
Hace ocho días le escribí una larga carta, como respuesta a la grata que recibí de su Reverencia. No puedo expresar el descontento que he sentido hacia la superiora de Aviñón, su hermana y su prima, todas sobrinas del hombre a quien Usted jamás aprobó. Dije que esto era como desgarrarme las entrañas, pues al mismo tiempo que yo las ayudaba, hacían y hacen sufrir a toda la comunidad de Grenoble, deseando obligarlas a pedir personalmente al Sr. Arzobispo de Aviñón otra sobrina del mencionado padre, para continuar con su dominio opresor, por no decir tiránico, sobre estas pobres pacientes, que lejos de ser culpables, son muy virtuosas, y que no pueden respirar bajo la violencia de la superiora que las ha afligido durante seis años enteros.
Hicieron pedir a Mons. de Grenoble les permitiera algo que no tiene derecho a rehusar: elegir una superiora de su Monasterio de Grenoble, a quien su Madre instauradora y fundadora, superiora general, conocía y conoce, deseaba y desea para ocupar este lugar. Se les rehusó esta petición, amenazándolas con la excomunión si no piden una superiora de Aviñón, a lo cual no pueden resolverse porque temen la continuación del imperio tiránico, y de verse privadas del consuelo de su única madre, quien desea librarlas de este yugo insoportable que las agota, en lugar de conducirlas a la perfección. No se les permite recibir las cartas que les escribo, ni las que saben les he enviado.
Su Reverencia pedirá, por favor, al Sr. Arzobispo de Aviñón que no les envíe jóvenes de esa ciudad para el superiorato. Esto sería fomentar la división en una orden naciente, y escandalizar a los seglares, que pueden enterarse de esta situación violenta. Mis hijas de Grenoble tienen a sus padres en esa ciudad, los cuales pueden ser advertidos. Hasta ahora han rehusado hacerlo, soportando todos los rigores que se les han impuesto. Tres de las más jóvenes y virtuosas murieron; esperaba hacer de las tres muy buenas superioras para Grenoble y las fundaciones.
Si no tuviera urgencia de terminar la presente para ir a tomar las aguas de san Mion, tendría mucho más que decirle. Usted sabe hacer, mejor que yo, lo que es necesario: por favor, haga oración.
Mi muy Reverendo Padre su muy humilde y obediente hija y servidora. J. de Matel
30 de julio. A la Señora de Revel.
Señora:
Un saludo muy humilde en el amor del Verbo Encarnado nuestro todo.
La solicitud que su piedad demuestra hacia su monasterio de Grenoble, no puede ser recompensada sino por él mismo. Exhorto a su bondad que no desfallezca y siga ayudando a mis queridas hijas, a quienes compadezco con ternura indecible.
Escribí e hice escribir a Aviñón y a Grenoble, para impedir que se las obligue a recibir otra superiora que no salga de entre las que están en Grenoble, y sigo afirmando que mi hija del Calvario es la persona adecuada para este cargo. Si se impone una del monasterio de Aviñón, no haré efectiva la fundación durante el tiempo que ella permanezca ahí.
Personas muy doctas, piadosas y experimentadas en materia de elección de superiora, dicen que no se puede forzar a toda una corporación; que se ha obrado correctamente hasta ahora. Los obispos dispensan la edad que el consejo requiere; he sido paciente todo este tiempo, guardando un largísimo silencio, pero he resuelto romperlo para aliviar mis propias entrañas, a quienes se trata con tanto rigor, y demostrarles con hechos que tienen una madre que sabe amarlas con el corazón que Dios le dio para ellas.
Es en este mismo corazón que ella reconoce, delante de él, los deberes que tiene para con el de Usted, aquella que es y será siempre, Señora, su muy humilde y agradecida servidora. J. de Matel
París, 13 de agosto, 1649. Al Prior Bernardon.
Señor mío
Hace un momento recibí la suya del día 3 del corriente. Como ya casi anocheció, no puedo detener al cartero sino para contestarle con brevedad, y por vía ordinaria.
No se pondría Usted en cuarentena si tuviera tanta bondad para venir a París, como deseos tenemos el Sr. Abad de Cérisy[Germain Habert], el Sr. de la Piardière y yo de volverle a ver. El cariño que le profesamos es más fuerte que el miedo a la peste.
Si mis oraciones tuvieran eficacia, sentiría Usted sus efectos mediante una muy amplia participación. Me intereso mucho en todo lo que concierne a sus intereses temporales y eternos. Mi espíritu sufrió mucho cuando se me dijo el año pasado que Usted estaba enfermo. Ofrecí 40 comuniones por mi padre; me parece que debe creerme, puesto que no me gusta expresarme con exageración.
Obró Usted sabiamente al no comunicar al Sr. Lalive lo que le dije del naranjal. Se lo hice saber para tenerlo al corriente de todo. Las casas en París han rebajado tanto, que mis amigos me aconsejan espere un poco a que suban de valor. Me daría lo mismo pagar las 30 mil libras, pues no cambio de opinión con facilidad, pero hay que tomar en cuenta sus consideraciones.
Por lo que toca al asunto del Sr. Chabanier, he demostrado en todo momento la generosidad que Usted alaba en mí. Pienso darle 800 l., sin debérselas, únicamente por caridad. Aun cuando M. de Clapie me condenara en Lyon, no sucedería lo mismo en París. Sin embargo, como me dice Usted, deseo comprar la paz por la salvación del Sr. Chabanier. Deseo que retire Usted toda la producción al mejor mercado. Ya envié un recibo del Sr. Dugas, por 54 l., a la Hna. María Chaud. Tome 50 de ahí para completar las 800 l. El Sr. Chabanier no rechazó a los paisanos de Oulins, yo creo que aceptará al Sr. Comendador. No deseo otorgarle otra parte sino la de Oulins, de manos del Sr. Comendador, que me debe trescientas libras, además de las 5O que mi Hna. María Chaud entregará a Usted al mostrarle a él la presente.
Deseo enterarme de todo lo que Usted crea que debe darse al Sr. Guiet, así como estos procedimientos y arreglos. Le enviaré una carta poder como Usted me la describa. Si los notarios de París estipulan en los mismos términos que los de Lyon, la que le envié fue elaborada por el Sr. de la Piardière; envíeme, por tanto, un recibo, si me hace el favor.
El Sr. Chabanier sabe que no ganará nada al quejarse a París. Tiene vivos deseos de obtener dinero, según supe de fuente segura. En caso de que deseara yo hacer el trato en este lugar, el Sr. Rochette cuenta con una carta poder; si me la devolvió, fue porque le dije que no deseaba hacer sino lo que el padre de Usted me aconsejara e hiciera al respecto.
En cuanto a los planes del Sr. Consejero Jannoray, hágame saber qué cantidad desea aportar, y responderé más tarde. Por consideración a Usted, haría favores que no concedería a otras personas. El tiempo me apremia tanto, que no me queda sino el suficiente para pedirle que salude a su Padre y a su Madre, asegurándoles que soy su humilde madre y agradecida servidora. J. de Matel
19 de agosto, 1649. AL Reverendo Padre de Condé.
Mi Reverendo Padre:
Un saludo en el corazón del Verbo Encarnado nuestro todo.
Ruego a Usted asegure al Reverendo Padre Décret que le estoy muy agradecida. Veo, por la respuesta del Reverendo Padre superior de Grenoble, que no omitió cosa alguna para persuadir a quien debía. Bendito sea el Verbo Encarnado, que entrega su reino a estas hijas de Grenoble, así como su Padre se lo entregó. Vino a los suyos, y los suyos no lo recibieron; es necesario que ellas se gloríen en su cruz.
Mi corazón está preparado para recibir todo de su mano, sin discriminación alguna, conformándome a todo lo que su amor permita para mí.
Me esperan muchas personas en el recibidor, lo cual me impide dar a Usted las gracias como es debido. Ruegue para que no viva yo sino en él, de él y por él; esto mismo deseo para su Reverencia, de quien soy, muy Reverendo Padre su muy humilde servidora e hija, J. de Matel
27 de agosto, 1649. AL Reverendo Padre de Condé.
Muy Reverendo Padre.
El último martes, la Señorita Lolo informó, mediante una nota a nuestra Hna., de la Cruz, que su Sra. Madre llegaría al Verbo Encarnado el 29 del mes de agosto, para escuchar la exhortación que el Reverendo Padre de Condé daría en esa fecha, por no poderlo hacer el día de nuestro Padre san Agustín, dándonos la esperanza de que los Sres. de Priésac, de la Fosse y de la Chambre, se encontrarían ahí; no menciona ella al Sr. Canciller.
Hace diez o doce días me indicó el Sr. de Priésac que ella le dijo que no deseaba llevar consigo a la pequeña de la Duquesa de Sully, a quien no he visto. Si ella devolvió esta visita el domingo, tendremos los favores del cielo y de la tierra.
Me gustaría heredar la gracia de mi patrón san Juan, pues hoy es el día de su santa muerte. Su Reverencia puede obtenérmela por medio de sus oraciones, por favor se lo ruego. Tengo personas importantes que me obligan a terminar para ocuparme de ellas. Soy su muy humilde hermana y servidora. J. de Matel
A las hermanas de la Congregación del Verbo Encarnado.
Mis muy queridas hijas:
Que el Padre de las misericordias y el Dios de todas las consolaciones bendiga a todas Uds., es mi afectuoso y cordial saludo.
No sería necesario tener el nombre y las entrañas de madre para olvidar a quienes la divina bondad me hace engendrar. Mientras más alejados estén los cuerpos, más me parecen estar presentes los espíritus debido a las continuas aprehensiones que se crea un corazón maternal a causa de su inexplicable afecto.
Antes de ser madre de dos pueblos que encerraba en su seno, Rebeca tenía su paz dentro de ella misma. El menor de sus hijos debía ser el bendito del Señor. No sé si la comunidad de Lyon, que será la menor por nacimiento religioso, mostrará un día más dulzura que los otros monasterios hacia la que los concibió y los ha dado a luz, con la ayuda de la gracia, en medio de tantos sufrimientos. Ella posee mis inclinaciones de un amor más fuerte que la muerte. La santa montaña es mi Sión bien amada y mi querida Jerusalén. Si la viera desierta, lloraría sobre ella las lamentaciones del profeta doliente.
Cuiden que la falta de devoción y las infidelidades que cometemos no den ocasión de retirarse al guardián de Israel. Renueven su fervor al comienzo de cada año, pidiéndole las colme de nuevos favores y a mí de nuevas fuerzas para no sucumbir bajo el peso de tantas casas, que me ocasionarían grandes aflicciones si no contentaran al Señor de los ángeles y de los hombres, de cuya providencia debo esperar lo temporal y lo espiritual. No hace falta apoyarse en las creaturas, porque el brazo de la carne es tan inconstante como débil. Todo es vanidad; el puro amor es la verdad.
El es en quien confío, y en quien soy, mis queridísimas hijas, su toda buena madre, Jeanne de Matel
París, 4 de marzo, 1650. A las religiosas de Grenoble.
¡Alabado sea el Verbo Encarnado en la amabilísima Eucaristía!
Mis muy queridas y amadísimas hijas:
Un saludo muy cordial en el corazón del Verbo Encarnado, nuestro amor, para el cual y por el cual las he engendrado en su santa Orden, deseando que sean santas, porque es para santificarlas que su bondad las ha llamado.
El largo silencio que han guardado no las ha hecho pasar como culpables ante el espíritu de su única madre, quien ha continuamente hablado por ustedes a nuestro divino Padre, a fin de que las fortalezca en todos los sufrimientos que permite para probar su constancia. El les dirige estas palabras por mi pluma: No temas, pequeño rebaño, porque a vuestro Padre le ha parecido bien daros a vosotros el Reino (Lc_12_32), que les serán explicadas por quien las consuela y asiste de su parte, el cual las recompensará en el tiempo y en la eternidad. En las ocasiones que él me hará nacer, él sabrá que no solamente las ha obligado a Uds.; tomo toda la responsabilidad de una madre que ama a sus propias entrañas más que a ella misma, y que hace suya al ejercer estos oficios de caridad. Es en la caridad que las abrazo. Perseveren en la resolución que el Dios de caridad les ha inspirado. La violencia que se ejerce contra sus derechos es un martirio que el Verbo Encarnado mira con compasión. El las auxiliará, tengan confianza en él. Cuando les haya devuelto la santa libertad de elegir guiadas por su Santo Espíritu, no permitiré que les falte el sustento; aportaré lo necesario para la fundación junto con todas las rentas, y más que él me ha dado para acudir en su ayuda.
Uds. serán siempre las queridas hijas de mi corazón maternal; sus nombres están grabados en él por el santo amor que es fuerte como la muerte. Es en este afecto que pido al Verbo Encarnado les dé su santa bendición, sin olvidar a aquellas que son como las perdices ladronas; ellas conocerán un día, junto con las seis que me han sido fieles, la voz de su afectísima, muy cordial y buena Madre, mis muy queridas y bien amadas hijas. Jeanne de Matel
6 de mayo, 1650. Al señor de Bély.
Señor mío:
Escribo después de esperar poder comunicarle que el año de noviciado de nuestra Hna. Jeanne de Jesús, mi querida hija, llegó a su término, y para invitarlo a alabar la divina bondad, que ha coronado este año de dulzuras de su benignidad. Así, podemos decirle: Tú visitas la tierra y la haces rebosar, de riquezas la colmas (Sal_65_10). En esta tierra que ha parecido seca y árida, hizo ver su gloria y su fuerza, y en ese cuerpo que parecía un esqueleto, el alma escuchó la palabra del poder del Señor, la cual, contra el parecer de los médicos, devolvió la vida a la que condenaron ellos a morir, por lo que la llaman la niña resucitada, y aunque carece de las atributos de los cuerpos gloriosos, no muestra los efectos de sus enfermedades pasadas: Destilan los pastos del desierto, las colinas se ciñen de alegría; las praderas se visten de rebaños, los valles se cubren de trigo; ¡y los gritos de gozo y las canciones! (Sal_65_13). Bendito sea este Dios de amor que da la gracia y la gloria.
El Abad de Charles, me mostró el trato que hizo Usted con mis hijas de Aviñón; recibo a ésta con las mismas condiciones que puso Usted, a saber, 700 escudos; le concedo el lugar de una con dote de seis mil libras, y la quiero más que a otra de diez mil. Nada le ha faltado ni le falta, y con el favor de Dios, no carecerá de nada. No haré menos por mi pequeña de lo que Usted me enviará tan pronto como le sea conveniente.
Ella tomará aquí el pequeño hábito y aprenderá mejor la lengua francesa que en Aviñón. Me encantaría que pudiera Usted venir a la profesión de nuestra hija, quien conducirá a su hermana. De no ser posible, envíe una carta poder para cerrar el contrato. Tendrá Usted toda suerte de satisfacciones; no pongo en duda la seguridad del capital ni de la pensión, y menos todavía de su afecto hacia aquella que es más que ninguna otra, tanto de la Señora como de Usted, su muy humilde y afectísima hermana en Jesús. J. de Matel
19 de mayo, 1650. A una Religiosa.
Mi muy querida en el Verbo Encarnado:
He creído que esta noche sería lo suficientemente larga para pensar en lo que debe Usted hacer para agradar a Dios, y por ello le digo con el apóstol: Los que disfrutan del mundo, como si no disfrutasen. Porque la apariencia de este mundo pasa. Yo os quisiera libres de preocupaciones. El no casado se preocupa de las cosas del Señor, de cómo agradar al Señor. (1Co_7_31s)
Estuve tan mal ayer por la noche, que no pude resistir meterme a la cama. La he tenido en mente, repito, aunque no pudimos vernos a causa de las visitas, que no nos permitieron conversar. Le ruego conserve su poca salud hasta que el Verbo Encarnado, que es el ángel del Gran Consejo, nos dé a conocer lo que debemos hacer por su gloria y nuestra perfección.
Mi dolor de cabeza no me permite escribirle más, pero el santo amor me lleva a amar a Usted sin interrupción, y mientras dure la eternidad.
Es en el amor del Eterno que soy, mi muy querida y venerada hija su afma. y buena madre. Jeanne de Matel
19 de mayo, 1650. A la Superiora de Aviñón. María Margarita de Jesús Gibalin.
Mi muy querida hija:
Veo por las suyas que su interés crece cada día hacia aquella que no ha disminuido su cariño, puesto que es su única madre después de la santa Virgen, que es la Madre del amor hermoso.
Me siento urgida por dos deseos: el de verme perfectamente unida a Dios, y el de ver a todas Uds. según su corazón divino. Los más criminales son descoyuntados en el potro de castigo al ser tirados por cuatro caballos. Yo me siento distendida y tirada por cuatro casas que parecen disputar sobre cuál será la más fuerte. Mi querida hija, amo a todas de un modo tan igual, que la sola voluntad del Verbo Encarnado es mi peso en este amor; él me deja en este valle de lágrimas para convertirme, y llama a él a mis hijas de Aviñón para coronarlas.
No puedo decirle que carezco de sentimientos de ternura y de dolor en estas privaciones; no tenga duda en esto. Mi corazón no es insensible; la muerte y el amor lo exponen a tan violentos asaltos, que lo obligan a tener necesidad de Aquel que es el Señor fuerte y poderoso; pero el omnipotente Señor combate. Yo les confieso que su sabiduría y su bondad me defienden para que ellas no me arrebaten mis entrañas, con sólo alejarlas de mi vista. Obraré como Agar con su Ismael: no puedo ver morir a mis hijas. Su hermana Elena ha aprendido mucho durante su penosa enfermedad: hice lo que se dijo de Raquel: Lloró por sus hijos sin querer ser consolada.
No le menciono esto como una señal de perfección, sino de una fuerte pasión o desolación que no debe Usted imitar. No tendría yo fuerzas para soportar muertes tan frecuentes, sin morir a vista de ellas. Mis hijas no me son ni extrañas ni indiferentes; el padre y el esposo que las ha engendrado es un Dios todo de fuego; él ha encendido en mi corazón su divina llama para amar la generación que desea tener siempre ante su divina faz, de la cual procede su juicio favorable. La niña de mis ojos no podría contenerse cuando una de mis hijas perdiera la palabra, estando yo presente.
Mi querida hija, no imite esta debilidad de su Madre; Dios no sufre de parte de todas sus esposas lo que sufre de mí: No hizo cosa semejante con ninguna otra nación, y no les manifestó sus designios. Bendígale por las misericordias que muestra hacia aquella que es más de lo que puedo expresarle, mi queridísima hija, su afma. y buena Madre, Jeanne de Matel
A las Religiosas de Grenoble.
¡Alabado sea el Santo Sacramento del altar!
Mis queridísimas y respetables hermanas:
Pido al Verbo Encarnado llene a todas de su Santo Espíritu; este es mi muy afectuoso saludo.
Dirijo a ustedes estas líneas por mandato de nuestra santa Madre, quien ha sacado fuerzas de su debilidad para escribir a la Hna del Calvario. Ella padece un fuerte resfriado desde hace casi quince días, que le causa fuertes molestias. Las abraza a todas y les pide, por medio de mi pluma, que la enteren de los detalles de la partida de Sor Teresa, lo que ha llevado consigo y quién la ha acompañado. Infórmenla también de cuántas religiosas quedan, y si la Hna. de la Circuncisión ya profesó. Yo creo que no harán Uds. como Sor Teresa, que no daba cuenta de nada. Ya que nuestra Reverenda Madre muestra tanta bondad y preocupación hacia ustedes, no dejen de informarla de todo. Ella desea que no esperen su llegada para llevar a cabo la elección. Háganla lo más pronto posible. No dudo que están Uds. enteradas de su voluntad, que es también la de Dios.
Todas Uds. tienen, según creo, buenos sentimientos hacia mi Hna. del Calvario. Su celo y su virtud la ayudarán a acoger con buena voluntad el cargo de superiora. No tendrá ella la reprobación que adquirió Sor Teresa a causa de su mala administración. Estamos obligadas, por la gloria de Dios, a manejar rectamente todo lo que se nos encomienda.
En cuanto le sea posible, nuestra Reverenda Madre satisfará sus deseos, pero algunos asuntos la retienen por ahora. Mientras tanto, ha dado orden de entregarles 500 L y 50 escudos, que les hará llegar dentro de algún tiempo, como renta anual de la difunta Sra. de la Piardière. Pero tengan cuidado, mis queridas hermanas, de no mencionar esto a nadie, porque tal vez el padre desearía recibirlas.
Manden decir la misa de difuntos lo más frecuentemente posible; nuestra Reverenda Madre dice que hagan orar por una de estas personas fallecidas. Apliquen las que no sean de difuntos por ella, y pidan por mí, que soy, mis muy queridas hermanas, su humildísima y afma. Hermana y servidora. Sor Elías de la Cruz. Religiosa del Verbo Encarnado.
1650. Al señor de Priésac.
No puedo tardar más tiempo en dar a Usted las gracias por su incomparable libro. Es un regalo que vale un tesoro, y no se lo podría estimar en lo que vale, sino diciendo que está colmado de perlas angélicas, y que hace falta vender todo para comprarlo.
Su arte es digno de la materia; su cuerpo es el arte, como el espíritu; lo práctico y lo agradable se mezclan en él de un modo admirable; la devoción y la elocuencia, que rara vez se combinan, parecen encontrarse ahí de buen acuerdo. Todas sus partes son preciosas; la suma de sus expresiones, hasta la menor palabra, tiene algo de radiante, de luminoso, por haberlo henchido de bellas ideas tomadas del espíritu, acerca de la verdadera y perfecta belleza de nuestro Salvador.
Ha Usted esparcido tanta hermosura, excelencia y verdad en esta obra, que me parece imposible no enamorarse de ella. No creo que el Sr. de Lannay y el Sr. Rigaud, que creen tener razón al sostener que el Hijo de la Virgen no era bello, se atrevan alguna vez a decir que la pintura que Usted hace de esta Virgen no sea muy hermosa. Es bella, Señor, en todo sentido; es una pintura privilegiada. No solamente deleita, sino que hace enmudecer; tiene algo de ardiente y de celeste, presentando algunos rasgos secretos de la divinidad que atraerán a todos los ojos y los espíritus.
Su libro, por tanto, hará no solamente maravillas, sino milagros. Nos dará un gran consuelo el ver que Dios le da sin medida lo que en su fervor le ofrece Usted con tanta solicitud, tratando de enseñar al mundo que el rostro de Jesús estaba lleno de encanto. Es él quien hace que sus expresiones sean tan atractivas. El embellece sus pensamientos y sus palabras y, al aprobar de este modo su devoción, declara suficientemente que su opinión es la más sólida.
Pido a Usted perdón por la libertad que me tomo, y le suplico muy humildemente esté de acuerdo con mi interés y el deseo respetuoso con el cual soy y seré toda mi vida, Señor, su muy humilde, obediente y agradecida servidora. J. de Matel
27 de mayo, 1650. A la Hermana Elisabeth del Calvario Gerin, en Grenoble.
Mi muy querida hija:
Le deseo la venida del Espíritu Santo que los apóstoles recibieron el día de Pentecostés; éste es mi muy cordial y maternal saludo.
Recibí ayer, día de la triunfante Ascensión, su carta y la de la comunidad, por las que supe que Sor Teresa salió del convento de Grenoble el viernes 3, día del fallecimiento de la Señora de la Piardière, quien dejó esta vida mortal para ir a gozar de la inmortal. Vivió y murió en olor de santidad, como digna esposa de un marido que lleva una vida santa y por el cual pido sus oraciones como si se tratara de mí.
El me prometió acompañarme en el viaje que tanto han deseado, en cuanto ponga en orden los asuntos más urgentes; sin embargo, le he rogado escribir hoy para enviar a Uds. las 500L que recibirán del empleado del Sr. Amat, quien se encuentra en Grenoble. Hagan un recibo que deberá ser firmado por las que rubricaron la carta de la comunidad; la divina Providencia las ayudará en su extrema necesidad. Si hubiera yo tomado el hábito hace seis años, las religiosas de París no podrían ahora ni socorrerlas, ni subsistir. Bendigan a Dios, que obra con sabiduría, bondad y justicia en todas las cosas. El no priva de estos dones a quienes caminan en la inocencia y en rectitud de intención. El Sr. de la Piardière me ha prometido escribir a Mons. de Grenoble, para ofrecerle toda clase de satisfacciones y hacerle patente la fidelidad de las promesas.
Una persona importante me espera en el recibidor, por lo que debo terminar la presente, quedando siempre, mi muy querida hija, su muy afectuosa y buena madre, Jeanne de Matel
Al señor de Priésac.
Señor mío:
Le estoy tan agradecida por tantos favores como caracteres hay en su obra, en la que expone en tan bella trayectoria los privilegios de la Virgen, al grado que la hace aparecer incomparable tanto en sus expresiones como en sus ideas.
Lo que ella es para Dios, lo es Usted para ella, el espejo sin tacha. En medio de tantos atractivos sin par, entre tantas maravillas, esta luz eterna no puede representar a Dios en sus perfecciones, sino descubriendo las suyas propias, y las claridades que Usted reparte en todas sus páginas no la muestran en todo su esplendor sino reflejando el fulgor de su genio, el cual se traduce en un estilo profundo sin oscuridad, elevado pero no inflado, extendido sin desbordarse, ordenado sin justeza, libre sin negligencia, dulce sin empalago, vigoroso sin austeridad, majestuoso y familiar, impetuoso y moderado, elegante y modesto, y a la altura de quien desee penetrar en él.
He aquí al teólogo en el hombre de Estado, la sutilidad del Doctor en la madurez del consejero, el digno oráculo que no depende de los concilios ni de los senados. Y lo que más me encantó: la piedad unida al estudio, todo el calor de la devoción al abrigo de las luces de la ciencia; toda la ternura de sus afectos unida a la fuerza de sus especulaciones.
Ahora bien, si el placer indecible que me proporcionó esta lectura me precipitó en la pena de encontrarme al final demasiado pronto, le conjuro, Señor, a no diferir el consuelo que espero del segundo volumen. Dará Usted contento a una infinidad de ojos que están ávidos de contemplar las elevaciones de un astro de tal magnitud hacia su oriente, y si su adquisición estará al alcance del público, sentiré mucha más satisfacción en lo particular, al verle acogido con un aplauso universal, lo cual reforzará los deseos singulares con que desea honrar a Usted, Señor, su muy humilde y obediente hija en Nuestro Señor. J. de Matel
29 de Junio de 1650. Al Prior Bernardon.
Señor mío:
El Apóstol cuya fiesta celebramos, dijo que la caridad es benigna, que no se deja llevar por pasiones desordenadas, y que nuestra modestia debe ser patente a todas las personas, puesto que el Señor está cerca.
Tengo necesidad de su divina presencia y de su gracia para leer la carta que su primo, el Sr. Combet, puso en mis propias manos, y a quien informé no haber recibido las dos cartas que dice Usted haberme escrito el 10 y el último de mayo. Le pedí fuera al correo para informarse si no estarían rezagadas, pues el 12 de mayo la Sra. de la Piardière dejó este valle de lágrimas para ir a recibir la corona por las obras de caridad que tan generosamente practicó ante la edificación de todo París. El señor ha tenido necesidad de consuelo, y aunque había otras personas más capaces de este oficio, quiso el recibirlo de mí, ya que, durante su enfermedad, la difunta pidió que solamente yo estuviese a su lado, hasta que exhaló el último suspiro. Yo me sentí obligada a acceder a los deseos del uno y de la otra, pero durante esos días nadie me trajo carta de Usted.
Estando ya de regreso a nuestro monasterio, pregunté a nuestras hermanas si habían recibido cartas de Lyon. Ellas respondieron: Ninguna, por lo que pensé: El Sr. Prior ha tenido su consulta conforme lo deseaba, se ocupa de sus asuntos y teme perder el tiempo escribiéndome. Mis pensamientos no eran de paz y de dulzura; la lectura de la suya los hubiera modificado, si no estuviera segura de que era y soy inocente de todo lo que Usted me acusa.
Sus intereses me son más caros que los de cualquier otra persona, y aun me atrevo a decir que los míos propios. Cuando el Verbo Encarnado tomó el vinagre, dijo que todo había terminado. Pero yo sigo deseando servir a Usted por amor a él, y porque le respeto y honro. Tenga la bondad de enviarme el informe y la dirección del Sr. Combet.
Aquella que le escribió cuando Usted estuvo enfermo diciendo, en la liberalidad de su corazón, que emplearía mil escudos para obtener su curación, no se quejará al presente por gastar únicamente diez soles. Ella es, Señor mío, su muy humilde servidora. Jeanne de Matel
de julio, 1650. A la Hermana Elisabeth del Calvario Gerin, en Grenoble.
Mi muy querida y amada hija:
Como respuesta a sus dos últimas y largas cartas, que tanto me alegraron, le envío unas cuántas líneas por encontrarme mal de un ojo. No podrá medir por ellas la amplitud del afecto que el Verbo Encarnado, nuestro amor, ha puesto en mi corazón por el suyo, que me es tan fiel, y del cual puedo ver claramente que el Espíritu Santo ha hecho la elección. Todas las cartas que Usted me dirige me confirman en este sentir.
Hago todo lo posible por agilizar los asuntos del Sr. de la Piardière, a fin de apresurar mi viaje para gloria de mi esposo y consuelo de mis buenas hijas. Los que no aman al Verbo Encarnado son muy castigados por el anatema de san Pablo, sin que yo se lo desee. El me prometió, estando todavía en casa de mi padre, que todos los que le verían en mí llegarían a amarle. Pídale que no me haga indigna de esta preciosa promesa; busque siempre estímulos eficaces para animar a todas sus esposas a serle fieles. No permita que amen ellas cosa alguna sino con él, y si no es por él y en él. El es celoso, y su celo es más duro que el infierno; sus lámparas son todas de fuego y llamas. Lo que no sea Dios, debe ser como nada para las hijas de su Orden. El habla del amor que ellas deben tener hacia él por medio de Isaías, quien, refiriéndose a su gloria, dice que él no la concederá, ni la cederá, ni la dará a ningún otro.
Quien tiene a Dios, lo tiene todo. Nuestras reglas y constituciones no nos obligan a austeridades que otras practican, sino a amar con mayor perfección que todas las demás al Verbo Encarnado, mediante la profesión especial que hacemos de seguirlo, honrarlo y adorarlo en espíritu y en verdad. No permita ninguna parcialidad, ningún apego, ninguna singularidad. En la Iglesia naciente, no eran todos sino un solo corazón y una sola alma, perseverando en la oración. Ámense las unas a las otras con santo amor. Que cada una de mis hijas pueda decir en verdad: Soy toda de mi amado, y él es todo mío. El se apacienta entre los lirios de la pureza, cuya intención me ha dado para complacer sólo a él y a ningún otro; que cada una tenga en el corazón y en la boca estas palabras de santa Inés: Retírate de mí, objeto de muerte, porque ya pertenezco a otro amado. Puso un signo sobre mi rostro, para que no conozca otro amor sino el suyo. Me entrego a él con todo mi fervor. El anillo de su fidelidad me ha exaltado. Haga explicar estas palabras de la santa por el P. Bragant, su confesor, a quien saludo en el corazón de nuestro Todo, esperando hacerlo de viva voz. No he olvidado la ayuda de Nuestro Señor hacia todas mis buenas hijas en su aflicción, ni el consejo que me dio mediante la pluma de aquella que, habiendo sido Benoní, ha merecido ser Benjamín. Ámenla y también a todas las demás.
El Sr. de la Piardière les enviará en el primer ordinario los 50 escudos que les remití después del despacho de las 500L. Manden hacer las cosas más necesarias para la utilidad común, por dentro y por fuera. No hace falta poner a prueba la paciencia de quienes vienen a verlas, exponiéndoles al frío, al calor, a la lluvia y a la nieve. Aunque David pidió a Dios le librara de estas necesidades, no pudo verse totalmente privado de ellas; son las miserias de esta vida, que nos deben humillar.
Observen las Constituciones en todo lo que se refiere a la perfección del espíritu; por lo que respecta a las cosas que abundan, sean discretas como lo fue san Pablo, quien dijo que sabía bien lo que debía hacer en la abundancia y en la privación: la prudencia es una virtud que rige y armoniza a todas las demás; la perfección está muy lejos de la avaricia y el despilfarro. Sea buena ecónoma; la que está bajo su responsabilidad debe considerar que administra los bienes del Verbo Encarnado, quien mandó a sus apóstoles recoger los restos de los cinco panes de cebada y los dos peces milagrosos que saciaron a cinco mil hombres, sin contar a las mujeres ni a los niños pequeños. Los apóstoles obedecieron a su maestro y llenaron doce canastos, que coincidían con su número, lo cual no deja de ser un misterio. Si somos verdaderamente obedientes a su divina voluntad, y por tanto, buenas ecónomas de los bienes espirituales y temporales que el Verbo Encarnado nos confía, seremos saciadas de sus bienes temporales y eternos, y de él mismo cuando se nos aparezca en su gloria. Al serle fieles en lo poco, nos constituirá en lo mucho, invitándonos a entrar en su gozo, lo cual espero de su bondad, a la que pido la bendición de gracia y de gloria. Es el deseo que formulo para todas ustedes, mi muy querida y bien amada hija, su afma. y buena Madre, Jeanne de Matel
París, 1650. Al Prior Bernardon.
Señor mío:
El Sr. Consejero Jannoray me envió con toda fidelidad su paquete; entregué al mismo tiempo la carta escrita por Usted al Sr. de la Piardière, cuyo fervor conoció Usted durante su estancia en París.
El no ha fallado; la luz del justo crece hasta llegar a la plenitud del medio día. Ni él ni yo no hemos omitido cosa alguna para poder ver a Usted a nuestro lado, pero estos deseos no siempre se cumplen. La solicitud que tiene para aliviar a su Señor padre y a su Señora madre, nos prohíben quejarnos de Usted con Usted mismo, a causa del afecto sincero que no nos permite ocultar a Usted un secreto escondido a todos, con excepción de su hermano el prior, y es que, al privarme la divina Providencia de mi prior, me ha consolado en la pena común del fallecimiento de la Sra. de la Piardière, su esposa, concediéndole aspirar al carácter sacerdotal.
Para no retardar un gran bien para la gloria de este Dios de bondad, y por su santificación, el Sr. Prior de Loches, hermano suyo, redactó un extra tempora para enviarlo a Roma, a fin de que pueda celebrar con prontitud los sacrosantos misterios, e introducir a un hijo sagrado en lugar de aquel por el cual Usted y yo hemos ofrecido a Dios suspiros y lágrimas.
Podría decir espiritual y místicamente lo que Eva dijo corporal y literalmente: Dios me ha otorgado otro descendiente en lugar de Abel (Gn_4_25), a quien el primer homicida, que es el demonio, privó de la vida y la luz espiritual, según lo que me dijo Usted por escrito, y que aquellos a quienes pedí lo vieran, temen y se alarman por aquel que no aceptó ni quiere reconocer su pérdida. Temo que cuando busque al Verbo Encarnado, le repita él lo que dijo a los judíos, ya que no lo reconoció cuando estaba presto a favorecerle. Una madre que ama, llora sin cesar en todo tiempo, como Raquel, de quien se dijo: Es Raquel que llora a sus hijos, y no quiere consolarse porque ya no existen (Jr_31_15).
El Sr. Jannoray tiene un hijo que posee grandes cualidades. Debe apreciarlo mucho, pues lleva en él todo lo que puede complacer a Dios y a los hombres: la virtud, la ciencia, la urbanidad perfecta y ama a Dios como es debido. Se le puede decir: Leche y miel debajo de tu lengua (Ct_4_11). Su conversación es amena y dice la santa misa con una gran devoción. Dejo a Usted juzgar si aquella, que según Usted no se puede contener ni forzar sus inclinaciones, no se siente feliz de poder contar con una persona tan íntegra para la gloria del Verbo Encarnado tanto para su perfección como para la de sus hijas.
Si aquel a quien le nombro al comienzo de mi carta no se hubiera ofrecido con una caridad inexplicable a su madre, a sus hermanas y a toda la Orden, ha conservado los sentimientos de estima hacia Usted, los cuales no le son desconocidos. El me prometió acompañarme en el viaje de Lyon a Grenoble; veremos qué se puede hacer para sostener la congregación de Lyon. El fuego no ha calentado la sangre ni la cabeza de la cocinera del monasterio de París, ni quema ella tanta leña y carbón; alimenta a la comunidad de tal manera, que en París no hay ninguna otra que tenga mejor salud, ni se encuentre en mejor forma que las hijas del Verbo Encarnado
En cuanto a sus asuntos, los activaré y haré que se agilicen más que los míos, porque no cambio ni cambiaré. J. de Matel
26 de julio, 1650. A la Señora de Beauvais.
Señora:
Sus intereses temporales y espirituales han llegado a ser también míos. He suplicado al Verbo Encarnado de quien todos los buenos consejos proceden, le inspire en este asunto, y en cualquier otro, su divina voluntad para su gloria y por su salvación.
La he ofrecido a su divino Padre en la santa comunión, a la que nos acercamos mis hijas y yo con la más grande confianza que su bondad nos ha concedido, sabiendo que él es en el cielo un espejo voluntario, y un oráculo libre en la tierra, al imitar a su santa madre cuando ella le hizo notar en las bodas de Caná que el vino faltaba.
Obre, Señora, según la luz que él le dará. Nosotras continuaremos orando por esta intención, pidiéndole que la transforme según su corazón divino, en el que soy y seré sin reserva, Señora, su muy humilde y obediente servidora en Jesús. J. de Matel
18 de agosto, 1650. A la Madre Margarita, en Aviñón.
Mi muy querida Hija,
Que el Espíritu Santo, que da testimonio en nuestro espíritu de que somos hijos de Dios, sea nuestra seguridad y nuestro todo, es mi muy cordial y maternal saludo.
Este Espíritu se complace con las almas que viven con sencillez y que tienen su confianza puesta en él. Está cerca de quienes lo invocan en la verdad. Las amenazas de la visita de un padre, que se han hecho a las hermanas, no debe afligirlas si cumplen fielmente su deber. Dios ha librado en muchas ocasiones a su Madre del foso de la lengua y de los labios que practican la mentira. Yo sé que Uds. tienen enemigos visibles e invisibles. No teman cosa alguna si están bien unidas al Verbo Encarnado nuestro amor, el cual, después de existir durante la eternidad como la imagen del Dios invisible, aceptó, al llegar la plenitud de los tiempos, tomar nuestra condición y hacerse Verbo Encarnado, hombre visible, para habitar con nosotros y será nuestro Emmanuel. Quien tiene a Dios, lo tiene todo.
Le envío la copia cotejada que me pide. La Sra. de la Rocheguyon no deja de afirmar que puso la bula de París en manos del Sr. de Langlade para que la entregase a Uds., poco tiempo antes de mi venida a París. El vicario mayor de Mons. de Metz, Abad de san Germán, y muy digno superior de las Hijas del Verbo Encarnado, no demuestra desconfianza alguna hacia su Madre; a quien confía de corazón la dirección de sus hijas, de las cuales diez han recibido el velo y viven unidas de manera que no son sino un corazón y un alma.
No quiero menos a mis hijas de Aviñón que a las de París; las de Grenoble gozan de una paz que sobrepasa todo sentimiento. Si leyera Usted las cartas que me escriben, exclamaría: ¡Feliz el pueblo que habita en la alegría!
Deseo a todas este santo gozo; quisiera partir mañana mismo para decirles de viva voz que soy mi muy querida hija, su humilde y buena madre, Jeanne de Matel
De nuestro Monasterio del Verbo Encarnado y del Santísimo Sacramento.
12 de septiembre, 1650. A la Madre Margarita en Aviñón
Mi muy querida hija:
Un saludo muy cordial en el corazón del Verbo Encarnado.
Hace unos días que el Reverendo Padre Carré vino a mostrarme una carta donde el secretario del Sr. Arzobispo de Aviñón le dice que dicho Señor llevó a cabo un negocio para mis hijas del Verbo Encarnado de Aviñón, el cual les aportará 1,500 libras. Díganme de qué se trata, pues él no me lo especificó. He pedido al mencionado padre le haga presente mi humildísimo agradecimiento. He solicitado su asunto, sobre el que Usted me escribió hace cerca de un año; seguiré insistiendo en ello. Se trata de un prelado que vive santamente. No deben temer su visita; podría él repetirles las palabras que Samuel dirigió al pueblo de Belén.
Le envío la carta que la comunidad de Grenoble escribió a la Sra. de Revel, después de haber tenido la elección. Adjunto una que la superiora le escribió, que me trajo ella misma esta mañana. Por ella podrá darse cuenta de la situación en que mi hija Teresa las dejó, y las grandes deudas que contrajo después de haber cargado al monasterio con 13 jóvenes con dote de hermanas conversas, cuyo importe gastó en buena parte. Pocos días después de su salida, el día siguiente a la Ascensión, les envié 500L, y 150L más al cabo de un mes. Ellas me urgen y hacen que se me insista en apresurar mi viaje. No existe urgencia más imperiosa que el amor materno que profeso hacia todas mis hijas; si París no estuviera rodeado de enemigos que están casi a nuestra puerta, saldría al instante.
No pudiendo hacer lo anterior, entregué, alrededor de las cinco, 3,400L al Sr. de la Piardière para hacerlas llegar a Grenoble al Sr. Lessain, quien confiscó la caballeriza y el jardín, como podrá enterarse por la carta adjunta. En la que me dirigió, anotó ella cerca de 700L de deudas. Si su prima me hubiera obedecido hace cuatro años, podría cantar victoria, contaría con varias hermanas de Langeac, y el monasterio de Grenoble no sería la irrisión de toda una provincia; tampoco existiría el rumor de que las hijas del Verbo Encarnado están a la venta en subasta. Mi querida hija, tengo muchas más cosas que decirle que no es posible poner por escrito. Si hubiese tomado el velo, el monasterio de París habría sido destruido, junto con otros ocho, al cabo de cuatro años; la casa de Lyon habría sido vendida y Grenoble nos abrumaría de confusión. ¡Y Usted y yo amamos tanto al Verbo Encarnado! Es mi humillación verme privada de la dicha que he querido darles.
Pero la gloria de mis hijas consiste en tener una madre que sufre más de hecho, que aquella que desearía ver reinar a su hijo, a pesar de que ello costase la vida de él. Si las tuviera, daría yo diez mil vidas por todas mis hijas. Salude a todas mis hijas de Aviñón. Soy de Usted, y de todas, mi queridísima hija, su afma. y buena Madre, Jeanne de Matel
París, 6 de diciembre de 1650. A Sor Ana Colombe
Muy honorable hermana:
Un saludo muy humilde en el amor del Verbo Encarnado.
Nuestra Reverenda Madre le habría escrito, pero está muy mal de los ojos, y me ha ordenado hacerlo para expresarle su pena por la aflicción que recibió Usted de la Hna. Alejandra. Ella no puede creer que haya sido falta de Usted; más bien que la Hna. Claudia quiso imponer a su espíritu su devoción, que dista de ser perfecta, pues no conduce a la obediencia y a la sumisión.
Por lo que se refiere a Sor Catalina Obert, quien ha mandado decir a nuestra Reverenda Madre Fundadora que la Señorita Ferrotin la necesitaba en Provenza, ella le permite ir, que Sor Claudia tome las clases para instruir a las pensionistas, y que Sor María Chaud vaya a la cocina y, después de comer, se ocupe de las provisiones. Nos sorprende mucho que se sientan tan mortificadas. Nuestra Reverenda Madre se molesta en hacer la comida de las 18 personas que somos, sin permitir que alguien le ayude, lo cual nos apena mucho.
Ella la saluda y le manda tener paciencia. Dios le hará gozar en cualquier momento lo que tanto desea tener. Nuestra comunidad la saluda, así como a todas nuestras hermanas, de las que soy, como de Usted, mi muy honorable hermana, su muy humilde hermana, servidora en Jesús. Sor Elías de la Cruz, Religiosa indigna del Verbo Encarnado
De nuestro monasterio del Verbo Encarnado y del Smo. Sacramento.
París, 28 de abril, 1651. A Monseñor de Ville.
Monseñor:
La mañana en que tuve que ocuparme de una procuración, recibí la carta de mi querida hija Colombe, por la que me enteré que su bondad había retirado mis papeles y nuestra bula.
Su humilde modestia, Monseñor, no me hubiera impedido decirle, después de un millón de agradecimientos, que Usted es en la tierra el incomparable amigo y el más considerado que conozco. Ni el transcurso del tiempo, ni el alejamiento del lugar enfriarían, retardarían o disminuirían su caritativa solicitud
El celo por las casas del Verbo Encarnado es siempre muy ardiente en su buen corazón. Así como el Verbo que sale de lo alto nos ha visitado por las entrañas de su divina misericordia, Usted nos hace mil favores por las de su caridad. Sufra, Monseñor, que le diga que al imitarlo, ninguna persona puede ocultar su ardiente fervor. De la abundancia de mi corazón hablan mi boca y mi pluma.
Si el alma está más en aquello que ama que en lo que ella anima, yo estoy más en Lyon que en París, donde se encuentra forzosamente el cuerpo que yo animo. Hago lo posible para disponer los espíritus que se oponen a mi viaje, a fin de apresurarlo, y repito con David: Con mi Dios escalo la muralla (2S_22_30). Pido a Usted además sus sacrificios eucarísticos y fervientes oraciones, a fin de que haga yo todas las voluntades de Dios, y que me modele según su corazón divino. Es en El que soy y seré, con respeto. A Monseñor de Ville, vicario sustituto y oficial de Lyon.
A la Madre Margarita Gibalin, Superiora de Aviñón.
Mi queridísima hermana:
Que Jesús sea nuestro todo, es mi saludo afectuoso.
He utilizado un poco de mi sangre para escribir, pues carecía de tinta para ello. Alabo a Dios porque se ha curado. Siento compasión hacia nuestra Madre de Santo Domingo. Salúdela de mi parte, así como a las otras dos. Me sigo sintiendo bastante mal, pues me han dado ya remedios muy fuertes. ¡Es una pena! ¿Hacía falta resolverme a comer carne durante la Cuaresma, después de haberme privado de ella durante cuarenta años? Pida a Dios que practique la abstinencia del pecado y que me conforme a su divina voluntad.
Dé mis saludos al Sr. teólogo, a quien pido entregue las cartas que he escrito a la Señorita y a la Sra. Es todo lo que he podido hacer a mano. Escribiré cuando pueda al Sr. Cura de La-Ville-Evêque. Me encomiendo a sus santas oraciones, quedando toda suya en Jesús. Jeanne de Matel.
Haga entregar las cartas en la propia mano del Reverendo Padre Carré, por conducto del Sr. teólogo, después de haberlas leído Usted, ciérrelas de nuevo antes de mandarlas.
20 de septiembre, 1651. A la Madre Elisabeth del Calvario Gerin.
Mi muy querida hija:
Los santos inocentes fueron ahogados en su propia sangre a causa de la crueldad del rey que deseaba la vida del Verbo Encarnado. Fueron éstas las primeras flores que la Iglesia presentó al divino Padre para reconocer el favor que nos hizo al darnos la flor de los campos y el lirio de los valles.
San Juan dijo que este Verbo Encarnado vino a nosotros por el agua, por la sangre y por el espíritu, y que estos tres no son sino uno. Aunque vertiéramos toda nuestra sangre, y que el diluvio nos hubiera devorado, si no llevamos en nosotras el amor que es el Espíritu Santo, que derrama en nosotros la caridad, ni todos nuestros sufrimientos juntos serían capaces de merecernos la gloria. La caridad es paciente, todo lo sufre, no murmura. La paciencia es una obra perfecta. La verdad eterna nos dice que en nuestra paciencia poseeremos nuestras almas.
Usted se hizo nombrar Sor del Calvario; debe ser, por tanto, mi hija de la Cruz y repetir con san Andrés: O buena Cruz que me lleva a poseer al Crucificado, porque fuiste felizmente obligada a llevarlo en su divino misterio. Santa Clara no recibió favor más grande, aunque haya sido más santa y pobre que Usted Los sarracenos no hubieran podido encontrar provisiones que tomar, porque ella practicaba, junto con sus hijas, la regla de san Francisco, y abrazó la admirable pobreza del Verbo Encarnado, nuestro amor, quien nos dice que los pájaros tienen sus nidos y los zorros sus guaridas, pero que el Hijo del Hombre no tiene dónde reposar su cabeza.
El ha deseado descansar sobre nuestro pecho, y traspasar dulcemente nuestros corazones con sus amorosas espinas. Es necesario que seamos lirios entre las espinas. Esto que digo a Usted lo digo a todas mis hijas, a las que abrazo en medio de sus aflicciones. Una madre no puede olvidar a sus entrañas, a las que ama más de lo que puede expresar.
Es este amor el que me urge a enviarles 500L que recibí con gran dificultad, pues nadie quiere pagar en este tiempo de guerra y de completa miseria. Que Dios nos preserve de la del pecado, y nos llene de las riquezas de su gracia; es lo que les desea, mi muy querida hija, su buena Madre. Jeanne de Matel
A las Religiosas de Grenoble
Mis muy queridas hijas:
Escribí dos cartas, una que iba dirigida a mi queridísima hija del Calvario, y la otra a toda la comunidad. La última es del día de san Dionisio. Volveré a enviarles la copia en otro correo ordinario. Es más extensa que la presente, y les expresa mi dolor, que me impide el pensamiento y la palabra, al ver el extremo en que me dicen se encuentra mi hija del Calvario. Mi corazón dice a Dios sus penas, y mi rostro cubierto de lágrimas lo busca en el lecho de mi aflicción.
La guerra me ha impedido enviarles el dinero que solicitaron en varias ocasiones. Lo piden a una madre que no puede recibirlo por ahora. He pedido a nuestro confesor lo exija a mis deudores, hasta que lo reciba podré enviárselos. Haré todo lo posible para que así sea, y rogaré al todopoderoso que sea nuestra fuerza y nuestro consuelo. En él tengo puesta mi confianza. Le encomiendo a mis hijas, a fin de que les conceda su espíritu, que el mundo no puede conocer ni recibir, por estar hundido en la malicia, y por no ser sino vanidad. Es en este espíritu de bondad que soy de todas, con todo el corazón, mis queridísimas hijas, su buena madre.
Jeanne de Matel
Estoy, en espíritu doliente, junto al lecho de mis hijas enfermas en Grenoble. Todas las de París se encuentran en perfecta salud.
22 de marzo, 1652. A la Madre Margarita Gibalin
Mis muy queridas hijas:
La amable santa Catalina de Suecia, hija de Brígida, la santa enamorada de la Pasión, nos obtenga la unidad de espíritu y el amor al sufrimiento. Sea éste mi cordial y afectuoso saludo.
Recibí varias de sus cartas, a las que no respondo de mi mano, porque he estado continuamente enferma desde la fiesta de Todos los Santos. Pedí a Sor Gravier las informara por escrito de cómo nuestro Sr. Arzobispo fue inspirado, en cuatro distintas ocasiones, durante la celebración eucarística, a establecer el Monasterio de Lyon y a testimoniarme, de viva voz y por escrito, todas las bondades que un dignísimo prelado puede manifestar a una de sus ovejas, la más pequeña de todas, que cree y espera todo del gran Pastor de nuestras almas, sin obligarme a tomar el santo hábito, que he anhelado tan apasionadamente desde antes de conocerlas. El P. Gibalin habrá podido exponerles las razones que me privan de esta felicidad, hasta que el Verbo Encarnado, nuestro amor, haga llegar el feliz momento de tal dicha.
Agradezco mucho a todas la bonita colección hecha con bolillos que me enviaron, así como sus otros regalitos. Todo está perfectamente trabajado, pero me satisfaría sin comparación el poder ver y abrazar a mis queridísimas hijas, artífices de esta hermosa obra. Los bellos y prodigiosos frutos que fueron llevados de la tierra de promisión redoblaron el deseo de los hijos de Israel de entrar en ella, y vencer todos los obstáculos que les impedían su entera posesión.
Ruego a aquél que bendijo en Abraham, Isaac y Jacob a todos los elegidos, que nos bendiga a todas en el corazón del Verbo Encarnado, nuestro todo, y que este divino Verbo hecho carne las bendiga en el mío, abrasado de amor por ustedes. Soy, mis queridísimas hijas, su buena Madre en Jesucristo. Jeanne de Matel
Sor Catalina y Sor Gravier las saludan muy cordialmente y se encomiendan a las santas oraciones de todas, como lo hace su buena Madre.
18 de abril, 1652. AL Reverendo Padre Dom Jacques de santa Barbe en Paris
Mi Reverendo Padre:
La experiencia que el cordial amigo tiene de semejantes gracias y la santa curación que su Reverencia recibió de Aquel que está a la cabeza de los hombres y de los ángeles, confirmará a Usted en los sentimientos de agradecimiento que siente hacia este divino bienhechor.
La cocinera envía un millón de saludos en el corazón del que se hizo nuestro alimento y nuestra bebida. El viñador enlodado es el emisario que se encarga, todas las tardes, de todos los pecados del mundo, el admirable leproso que dio gloria al Dios que lo quiso sanar; es en el corazón de su Madre Virgen que soy, más de lo que puedo expresarle, muy Reverendo Padre su muy humilde y muy obediente servidora en Jesús. J. de Matel
De nuestro Monasterio del Verbo Encarnado y del Smo. Sacramento.
Al Canciller Séguier.
Monseñor:
Habiéndome protestado siempre que su paternal bondad participa en todos mis intereses, y que desea ayudarme en mis limitaciones, deseo expresarle mi agradecimiento y atreverme a pedirle que favorezca, en la asamblea de los señores prelados, la recepción del Sr. Habert, hermano del Abad de Cérisy[Germain Habert], a quien debo infinidad de favores.
Su piedad, sus méritos y la capacidad de M. su hermano me hacen esperar que Usted concederá no solamente su aprobación, sino que empleará su elocuencia para alabar la elección que hizo el cielo de una persona que será del agrado de todos.
Confía en que así será, Monseñor, su muy humilde
A la Superiora de Grenoble
Mi muy querida hija:
¡Que en estos santos días podamos recibir el amor del Padre y del Hijo, que es el Espíritu Santo!
Le escribí el último domingo al salir de la santa comunión. Pondere bien todo lo que le dije después de un largo silencio. Recibí después la suya en la que me informa que el Abad de la Coste ha hecho esperar a los padres de la que pide el pequeño hábito, para concedérselo el domingo, omitiendo el contrato. Este es mi sentir. Me dice Usted que difiere del suyo, que no debe ser discrepar, puesto que es mejor esperar a que la niña llegue a la edad de ser religiosa, por las razones que Usted menciona. Los obedientes cantarán victoria.
La que ha escrito a la Sra. de Revel, por orden mía, no debe tener el poder que dicha dama parece temer. Si ella le ha escrito, o hace que se le escriban algunas otras cartas, debe Usted devolvérmelas con tanta fidelidad como sencillez. El Santo Espíritu ama más a su única paloma que a las sesenta reinas y a las ochenta concubinas: todas las jóvenes sin nombre que se mencionan en Cantar, 3. Espero que la cizaña que un enemigo sembró durante la noche sea echada fuera, y que la verdadera semilla aparezca el día que la Providencia ha destinado para recoger el buen grano.
He conservado siempre mi estimación hacia aquél que me obliga al protegerla a Usted; si hubiese podido o debido hacer lo que él espera, lo habría hecho y previsto movida por el respeto que siento hacia él.
El Verbo Encarnado dijo, después de su resurrección, que todo poder le había sido dado en el cielo y en la tierra. Su favorito le reconoció ¡Es el Señor! san Pedro, que era la cabeza de la Iglesia, estando desnudo, se revistió de su túnica y se arrojó al mar: Simón, que quiere decir obediente, creyó que su maestro lo instruía en su voluntad por medio de san Juan. Hija mía, quien tiene oídos, escucha. El Reverendo Padre superior los tiene. Me encomiendo a sus celebraciones del santo sacrificio; no he tenido tiempo para pasar en limpio esta carta. Hágalo Usted, así como la del domingo, y recen todas, de corazón, por su buena Madre. Jeanne de Matel
París, 7 de mayo, 1652. A las Religiosas de Grenoble.
Mis muy queridas hijas:
Les envío dos cartas en lugar de una, porque la Sra. Marquesa de Toussi ha querido obligarme, de buen grado, a escribir en la otra página después de que la Sra. de Bonnelle, hija suya, escribió a favor de Uds. Si la Sra. Mariscala de Lamothe se hubiera encontrado a su lado, habrían recibido Uds. tres cartas; tanta es la amabilidad de estas damas. Ellas aseguran que el señor intendente hará lo que le han pedido con tanta confianza como cortesía.
Les envío la carta abierta; Uds. la cerrarán y la enviarán, testimoniándole su gran reconocimiento hacia estas señoras y hacia él mismo, así como las oraciones que elevan por la prosperidad de todos ellos.
Estoy segura de que no se olvidan de pedir por las comunidades religiosas que han sido obligadas a entrar a la ciudad. La nuestra se cuenta en ese número. Estoy escribiendo de casa del Sr. de la Piardière, quien envía saludos a todas por mi medio, el cual les dice que soy, mis muy queridas hijas, su buena Madre. Jeanne de Matel
París, 2 de octubre, 1652. A las religiosas de Aviñón.
Alabado sea el Santísimo Sacramento de la Eucaristía.
Pido a aquel que envió visiblemente a san Dionisio para la salvación eterna de Francia, vuelva a enviarlo invisiblemente, para procurarnos la paz. La guerra devasta París y todos los lugares circunvecinos. Todo se ha encarecido, y la totalidad de las rentas producto de las entradas del vino, ha dejado de pagarse en París. Con esto sostenía mi monasterio de París, y aparte enviaba algo a Grenoble. Además, esas entradas me ayudaban a hacer la caridad después de haber pagado mis deudas. Por ahora debo frenar mi celo, pues he dejado de percibir mis rentas.
El Sr. de la Piardière no se encuentra en París. La guerra y los enormes gastos a los que tendría que enfrentarse para vivir lo detuvieron en Touraine junto con su familia.
Necesitamos por ahora un sacerdote para celebrar la santa Misa pero no gratis como ustedes, pues le pago y sostengo a mis religiosas. Solamente a una le pagan su pensión. Los familiares de todas las demás no pagan lo que deben, diciendo que a ellos tampoco se les paga. Consideren qué puedo hacer teniendo a diecinueve personas. La Sra. de Revel se quedó sin palabras al ver la carga que llevo. Sugieren ustedes que les permita admitir jóvenes por 400 escudos. No les prometo alimentarlas, ni enviarles algo si no recibo mis rentas.
Los días son malos. Sean prudentes, y vean que el deseo de tener más religiosas las hace emprender algo que más tarde sería insostenible. ¿Qué piensan hacer de tantos muebles? No tengo sino ocho profesas en París. No percibo las pensiones de Sor María del Espíritu Santo, de Sor de la Pasión, de Sor de la Cruz, ni de Sor Seráfica, que son profesas. Tampoco de Gravier ni de Constanza. Vean que, de mis ocho profesas, hay cuatro que no tienen nada. Si las abandonara, no recibirían un solo centavo; no cuentan con nadie desde que las traje a París. Gravier me debe ocho años y Constanza tres. De las otras cuatro profesas una sola ha pagado su pensión; las otras tres deben dos años, y algunas pensionistas los seis años enteros, sin contar cinco mil libras que ignoro si alguna vez recibiré al menos en parte, y tantas otras pérdidas que no puedo especificar.
Las aspirantes no serán recibidas si no tienen de qué vivir en estos tiempos tan duros. Hemos visto muchos monasterios en la quiebra, que tal vez nunca saldrán a flote. El ejemplo nos debe hacer prudentes. Las considero, pero no puedo abandonar a las que tengo en París. Ustedes saben que el objeto mueve a obrar; la necesidad que está ante nuestros ojos nos presiona más que la que nos parece más lejana. El privar a unas de lo que les es necesario no sería suficiente para ustedes, y ellas seguirían en necesidad.
Pidan a Dios que nos conceda la paz, y reine en los corazones. Después de esto, podré socorrerlas caritativamente. En esta caridad estoy con ustedes, mis muy queridas hijas....
23 de diciembre, 1652. Al Reverendo Padre Dom Jacques, Cartujo
Muy querido y reverendo Padre:
El sabio dice que recibió todos los bienes junto con la sabiduría. Debo agradecer al Verbo Encarnado, que es la sabiduría eterna de todas las gracias que me ha concedido todos los días, pero en particular por las que me hace, haciéndome presente el celo que su caridad tiene por las almas que son todas de él por todos los títulos.
Mi querido Padre, él es bueno, es la bondad infinita cuya madre, que es también la nuestra, distribuye con generosidad sus tesoros. ¡Cuántos favores nos han concedido este Hijo y esta Madre incomparables desde que Usted partió! Sin embargo, no correspondemos a tanta prodigalidad. El espíritu suyo ilumina. Según sé, el apóstol dijo grandes verdades como esa de que todos buscan sus intereses y no el de este Verbo hecho carne. Le agradezco que su Reverencia no esté en esta regla general, y que en su soledad procure únicamente la gloria de Dios, y la de su dignísima Madre.
El Sr. de la Piardière no ha regresado. Ha adelantado mucho los negocios que tenía en Touraine. Espero que, al terminarlos, se dirija al Barrio de san Germán, al pequeño recibidor donde Usted le conoció como el amigo más constante que jamás he tenido. El verá a la Reverenda Madre Gerin en cuanto llegue a París. Aún no le mando sus barriles, esperando un transporte adecuado, porque el correo no los llevaría.
Doy a Usted las gracias por él y por mí, que estoy encantada ante las maravillas que Dios obra por los méritos de su fiel servidor, a quien su santa Madre ha dado un imperio casi universal, obligando a los demonios a confesar su poder, que viene de la gracia y de sus méritos. La curación de hombres y animales, las profecías de diversos acontecimientos, son señales de que él es de aquellos de los que habla el rey-profeta: Dios honra grandemente a sus amigos. Ruegue al Dios que le ama, que yo le sea fiel.
Las miserias comunes afligen a los buenos corazones y los animan a prolongar sus gemidos cerca de la Madre de las misericordias. Sus cartas son admirables y apremiantes. Si la persona deja de sacar provecho de ellas, temo la cólera del cielo, y que Dios no derrame más sobre ella sus dulzuras. Si las montañas las recibieran, las destilarían y repartirían por los valles. Usted dice mejor que yo estas palabras del salmo 71.
Ruego al Verbo Encarnado que sea el maestro de todos los corazones, mediante las oraciones de su Santísima Madre, que es la Madre del amor hermoso. Que ella las abrase de sus vivas llamas, y que todos los actos de piedad que produce su fervor en el cielo, se conviertan en incendios en la eternidad.
Son los deseos, mi querido y reverendo padre, de su muy humilde y obediente servidora. Jeanne de Matel
A la muy digna y reverenda madre Magdalena del Salvador, un millón de saludos cordiales de parte de aquella que la quiere y honra indeciblemente. Saludo a toda esta santa comunidad, encomendándome a sus oraciones.
16 de enero, 1653. Al señor obispo de Condom
Monseñor:
Aquel que mandó a san Juan escribir: Bienaventurados los muertos que mueren en el Señor, me concede el atrevimiento de dirigirle estas líneas para decirle, Monseñor, que después de haber oído una misa pregunté a nuestra Madre si se conformaba con la voluntad de Dios en esta aflicción, como en otras que él le ha enviado. Comprobé que lo hace con toda generosidad, mostrando el agradecimiento que tenía al buen P. Carré cuya memoria le es tan significativa.
Le pregunté también si Dios le había comunicado algo a la hora de la comunión. Ella me respondió que la había consolado, diciéndole: Mira de qué manera; que su dolor mostraba que su amor era más fuerte que la muerte, que deseaba suavizar su amargura, haciéndola participar en la dulzura que comunicaba al espíritu del P. Carré su elegido, quien pasó por muchas tribulaciones antes de poder entrar en su gloria. Ella misma explicará a Usted todo esto mejor que yo. Nos dijo que vio en un sueño, mientras dormía, un lugar muy extenso en el que había una gran puerta, la cual estaba abierta. Vio también un fuego ardiendo, y reprendió a quienes deseaban ocultarlo bajo la ceniza, pues veía que esto no era del agrado de Dios.
Le dije al respecto, si no recordaba un golpe que alguien dio a su puerta mientras escribía, y que alcanzamos a oír ayer después de comer. Como yo no estaba ocupada, sentí un poco de miedo, pero no quise demostrarlo y distraerla mientras leía lo que había escrito.
Ruego a Usted Monseñor, no considere importuna a quien viene a suplicarle muy humildemente, de parte de nuestra digna Madre, se sirva honrarla con su amable visita, sobre todo ahora que ella es, por así decir, doblemente su hija. Se estima muy dichosa por tener este privilegio, que aprecia muchísimo y sobre todas las cosas, lo mismo que yo en este momento que me proporciona el medio de suscribirme con todo respeto, Monseñor, su muy humilde y obediente sierva en Jesús. F. Gravier
A Dom Jacques Cartujo.
Mi Reverendo Padre:
Le pido mil perdones por haber esperado tanto para contestar sus cartas yo misma; pero lo hice muchas veces con el corazón, utilizando las palabras del rey profeta: Dice de ti mi corazón: Busca su rostro (Sal_27_8).
Si el cordial amigo estuviera en París, obedecería al oráculo visible, y sería acompañado de aquella que no puede, sin enemistarse con su felicidad eterna, separase del uno y de la otra. Lo haré en la diminuta capilla del Verbo Encarnado, junto con el sacerdote que nos celebra la Eucaristía.
Desde su partida, lo que escribe Usted a nuestra buena princesa es tan apremiante y piadoso, que un corazón coronado no puede permanecer insensible a la devoción. Las súplicas de los patriarcas y de los profetas siguen resonando con doble fuerza a través de los siglos, para obtener la paz a los hombres. Al fin la obtuvieron; es necesario que el padre de familia y la hija obren como Abraham, quien creyó contra toda esperanza.
Es en esta fiel esperanza que perseveraré en la oración confiada a los pies del Hijo y de la Madre de gracia y de paz, hasta que gocemos de la que nos desea el apóstol, de la que el gran san Francisco tuvo la mejor parte, que jamás le será quitada. No me arrebate la que, por pura bondad, me ha concedido en una perfecta comunión y comunicación, mediante las cuales nos hacemos uno en la unidad del Padre y del Hijo por el Espíritu Santo, en el que sigo siendo, Mi Reverendo Padre, su muy humilde y obligada hija y servidora, J. de Matel
2 de junio, 1653 - AL Obispo de Condom.
Monseñor, mi buenísimo Padre en Nuestro Señor:
Aquel que no tuvo nada más querido que a su Padre, manifestó el ardor de su amor cuando le libró del incendio, como a su único tesoro.
Aquella que estima y ama el suyo más de lo que puede expresar, muestra el exceso de su amor presentándolo y hasta impulsándolo con el viento de sus suspiros hacia las llamas, y para obrar una antiperístasis, sus ojos vierten ahí, sin cesar, el agua que les conduce a la vida eterna, en el seno del divino Padre, donde mora este único hijo que ha dado él a la humanidad para salvarla él mismo, y que nos habla adorablemente de esta vida divina que es toda luz, así como es toda fuego, diciendo al Padre y a su hija: Buscad primero el Reino de Dios y su justicia, y todas las cosas se os darán por añadidura (Mt_6_33).
Quien dice todo, no omite cosa alguna. Es el mismo que dice a su hija, cuando ella le ruega por su padre, como si fuera por ella misma: Le respondió: Déjame ahora, pues conviene que así cumplamos toda justicia (Mt_3_15).
Orando y llorando, después de que Dios, su padre vino a hablarle, ella oyó decir a los ciudadanos celestes, testigos de sus lágrimas: Ved cómo le amaba (Jn_11_36). Sus testigos son irreprochables, así como infinita será su gloria. Les pido que el amor de Usted no tenga otro límite que el infinito.
Es en él que permanezco, después de haber pedido su paternal bendición con profundo respeto y humildad.
Monseñor, buen padre y prelado mío, quiero demostrarle mi respeto, por ser en Nuestro Señor mi padre bueno, su muy humilde y obediente hija y servidora. Jeanne de Matel
10 de julio, 1653. Al señor de la Piardière.
Mi muy querido y venerable hijo:
Si existiera más que el cariño y el respeto para sentirse obligado a llamarse hijo de una buena madre, que jamás los ha exigido, no tiene ella motivo de queja. Sin embargo, teme poder pensar con toda justicia que todo se reduce a honrarla con los labios y la pluma; que el corazón no participa más.
Por fin puede ella comenzar esta carta como respuesta a la suya, que aguardó durante dos meses. Quien es el que amo, es el amado de mis entrañas (Pr_31_2) No tema que ella se valga del poder de los votos que hizo Usted de servir a la Orden del Verbo Encarnado, que le fueron dados por obediencia, para persuadir a Usted de que sus inclinaciones actuales van en dirección contraria. Ella se refutaría a sí misma, porque la caridad la hace ahondar más en lo que ama, que en lo que ella anima. Si ella no ha persuadido a aquel que decía Usted debía entrar donde deseara, ella no ha podido hacerlo, ni conseguir otro para su monasterio; y debido a razones que atañen a Usted más que a ella, pondrá todo en su conocimiento si logra entrevistarlo en París, donde le esperará hasta que su Sr. Arzobispo se encuentre en disposición de cumplir lo que le ofreció.
Su gran vicario, que se encuentra en Lyon, me informó hace ya un mes que no espera sino mi presencia para dar el hábito a mis hijas de Lyon, donde varias jóvenes se han presentado, lo cual he diferido, diciéndole que deseaba esperar que Monseñor fuese allá. Hice todo esto para dar a Usted tiempo de volver a París y hablar con Usted personalmente, sin proponerme en manera alguna forzar su libertad, la cual pido al Verbo Encarnado esté en su espíritu.
El papel no puede decirle lo que no debería Usted ignorar. No encontrará ingenuidad parecida a la de su Madre. Ella no fue humillada sino para ser indeciblemente elevada. No encuentra en ello su contento, puesto que aborrece los aplausos que Lyon, Grenoble, Aviñón, Roanne y muchas personas en París le rinden al presente. No piense que las humillaciones del año pasado la abatieron ni la debilitaron. No, no; ella las considera como sus agradables recreaciones; detesta su estancia en París cuando le faltan ahí las contradicciones; pero después de todos esos platillos, conserva el corazón más grande que el mar. Todas sus aflicciones han pasado como torrentes. El que las probó antes que ella, ha levantado su cabeza. Mil millones de días felices, esperando la eternidad, donde el gran Pastor de nuestras almas reconocerá a sus ovejas fieles. El está sobre todos los demás san Pedro dirige a Usted las mismas palabras que le dijo a El, y que le escribí al estar en su casa. Guarde mis cartas y recuerde lo que tantas veces le he dicho.
Todas sus hermanas lo saludan; ellas gustan cuán dulce es el Señor, y lo es al presente hacia aquella que es con todo afecto, a pesar de lo que Usted pueda decir o hacer, mi muy querido y venerado hijo, su buena Madre. J. de Matel
A la Hermana Gravier, su secretaria
Mi muy querida hija:
Le deseo un año santo, como muy cordial saludo.
No he recibido las cartas del Sr. de St. Just, de Ville Blanchéri, ni del Sr. Conde de St. Jean, del cual ha olvidado Usted el nombre. Si mi memoria fuera tan hábil como la suya, y que no tengo la presencia de espíritu hacia quienes me honran con su amistad, me habría olvidado del Sr. Conde de Polioney, el cual, con todos los que Usted me nombra, están en mi memento. Si fuera yo como ellos, no sería religiosa. La Iglesia triunfante tendría un mayor gozo, la militante mayor fuerza, y la sufriente más alivio, por el sacrificio y el sacramento que ofrecería yo en el santo altar, a la Santísima Trinidad, por todos.
El Sr. N. me devolvió sus dos cartas, con dos testimonios de bondad que dan a conocer la dicha de aquellos a quienes honra él con su afecto. El cuaderno que le mandé no debe ser separado de todos los otros que Usted tiene o debe tener. Se les desea vivamente para poder admirarlos. También se lamenta el rapto que se dice llevó Usted a cabo. Pero yo, a quien ellos han pedido se los confíe a usted, como si se tratara de mí misma, confío a Usted mi corazón con una dilección que no encuentra semejanza en la tierra. No desconfíe jamás de lo que Dios ha hecho y unido; los hombres no podrán desunirlo; la separación de los corazones no es como la de los cuerpos; lo que Usted dice es más duro a quien más ama. Soy, en el corazón del Verbo Encarnado, su buena Madre. Jeanne de Matel
A todos los nuestros, mis muy humildes y afectuosos saludos. No he recibido respuesta alguna del Sr. Prior de todo lo que le escribí, o hice escribir. Su saludo, que me lo hacen presente, así como el del Sr. Chabanier, me han consolado. Los saludo y me recomiendo a sus celebraciones del santo sacrificio.
A la Hermana del Santísimo Sacramento de Beauchant.
Mi muy querida hija:
Un saludo muy cordial en el corazón del Verbo Encarnado, nuestro amor.
He sabido que el señor su hermano, movido de su bondad, y llevado de su afecto filial, quiso honrarme con su visita. Faltaría yo al agradecimiento que debo al uno y traicionaría las inclinaciones que tengo hacia la otra, si no escribiera estas líneas según sus deseos, para asegurar a Usted mi amor maternal y mi ternura, que es más grande y fuerte hacia Usted de lo que a Usted misma le ha parecido.
Tomo en cuenta su generosidad en mi espíritu. Crezca en fortaleza y perfección delante del Verbo Encarnado, de los ángeles y de los hombres, para glorificar a nuestro Padre celestial y para que, si es posible, crezca yo en amor para su santificación.
Asegure a su señor padre y a su señora madre la seguridad de mis humildes respetos y la confianza que tengo en sus santas oraciones. Salude a su superiora y a todas sus hermanas de parte de aquella que las ama y abraza a todas en el corazón del Verbo Encarnado, del cual deseo ser, mi muy querida hija, la extensión en la eternidad. Jeanne de Matel
Lyon, 11 de diciembre, 1653. Al Prior Bernardon.
Señor mío:
Nuestra Reverenda Madre lo saluda muy cordialmente, lo mismo que la Señorita.
Le envía una copia de su carta, pues considera ser justo el que ella tenga un comprobante de lo que ha escrito al Sr. de la Piardière, ya que éste no le ha escrito.
Como Usted a su vez escribirá una carta, haga el favor de tomarse la molestia de enviarle un recibo escrito de su puño y letra, de lo que ella le envía, a saber: 2 casullas, una blanca y roja y otra verde y morado, con sus bolsas y sus cubre cálices, así como un cíngulo de tafetán blanca con borlas negras en las puntas, la morada no tiene cíngulo y su hermosa alba. Ayer le envió su cáliz grande junto con el resto de cosas de la capilla, es decir, las vinajeras, la piscina y la campana, todo de plata dorada.
Lyon, 1° de abril, 1654. A la comunidad de Paris.
Mis muy queridas hijas:
Mi Padre, habiendo puesto todo en mis manos, al fin de mi vida mortal, y yo amando infinitamente a los míos a través de los ilimitados signos de mi amor, me entregué a ellos después de lavarles los pies. Mis queridísimas hijas, ustedes me pertenecen de un modo singular. Yo me entregué por amor a ustedes. Guárdenme infinitamente. Yo soy su Verbo Encarnado, y deseo entrar en ustedes. Quiero ser su apoyo. Permanezcan en mí, que soy la verdadera vid plantada por mi Padre, que las ama. Si ustedes me aman con el amor que me deben, le pido para ustedes la gracia y la luz que tengo junto con él. Ahí donde yo estoy, quiero que ustedes estén. Así como fui el grano de trigo arrojado en tierra y muerto para fructificar, ustedes lo serán a su vez; fructificarán después por mi gracia, y darán frutos de vida eterna. Si se ven agobiadas por sus imperfecciones, vengan a mí. Yo las aliviaré. Aprendan de mí a ser dulces y humildes de corazón; tomen mi yugo, que es muy suave, y mi carga, que es muy ligera, y encontrarán el reposo de sus almas, a pesar de todos sus enemigos, que son también míos. Si ellos me han perseguido, ¿no serán Uds. muy honradas al ser tratadas como yo mismo por quienes pensarán hacer un servicio a la divinidad? Es que ellos ignoran todos los designios de mi Padre y yo, el Verbo Encarnado. Siendo la palabra del Padre, hablo a todas las almas a quienes él desea instruir, en especial a las que ha escogido para enseñar.
El nos ha dirigido a todas estas bellas palabras; son nuestra lección, mis queridísimas hijas. Obremos y enseñemos, ya que su bondad nos ha llamado a este oficio. Para llegar a ser grandes en el cielo, seamos pequeñas en la tierra. Este esposo celeste nos dice: Sean santas, porque yo soy santo; sean perfectas como su Padre celestial es perfecto. El desea darnos esta gracia de corresponder a su gracia; al imitarlo, participaremos de su santidad y de su perfección, amándole con todo nuestro corazón, con toda nuestra alma y con todas nuestras fuerzas, y a nuestro prójimo por amor a El.
Es en este divino amor que recibo a todas como a hijas mías y muy honorables hermanas. Todas sus hermanas de Lyon las saludan muy cordialmente en el corazón del Verbo Encarnado, y en el corazón virginal de su Santísima Madre, a la que refiero todas estas cualidades y todo lo que se me da, habiéndola tomado como nuestra soberana Madre, porque es Madre de nuestro divino esposo, el Verbo Encarnado, quien nos la quiso dar. Ella no nos rechazará, sino que nos acogerá a todas en sus entrañas de madre, y sobre su seno virginal. Digamos con nuestro Padre san Agustín que tenemos las llagas del Hijo y los pechos de la madre como parte y porción nuestra; ¿qué más podemos buscar en el cielo y en la tierra? Por el Verbo Encarnado lo tenemos todo; es en este todo que soy y seguiré siendo, mis queridísimas hijas, su buena madre. Jeanne de Matel
De nuestra casa de la Congregación en Lyon.
Lyon, 3 de abril, 1654 - A la Madre de Bély, en Paris.
Mi muy querida hija:
Ruego al gran san Rafael presente a Dios las oraciones comunes de dos personas afligidas, quienes, a pesar de estar alejadas más de cien leguas de sus casas, confían en su Providencia a pesar de las persecuciones de los demonios. Que se vean confundidos, así como las almas de quienes no temen ofender una bondad inexplicable.
Habría llevado a cabo la orden que se me dio, pero con ello se hubieran vuelto más criminales, y sus espíritus desordenados, obstinados y sin guía como dos ciegos, se habrían precipitado a la fosa de su última desgracia. Abraham, Isaac y Jacob poseyeron las promesas y las bendiciones, a pesar de estar lejos de sus tierras y de sus conocidos. Medite en estos misterios: Dios fue su protector en todas partes. La promesa del Verbo Encarnado a los extranjeros, seguida de la expulsión de sus propios hijos, debió ser terrible para estos últimos.
La salvación está muy lejos de las almas que se complacen en el pecado. Una persona que ama a Dios nunca esta sola, pues él se complace de hacer en ella su morada. Es necesario ser fuerte para conservar a este Señor, y actuar virilmente, a pesar de pertenecer al sexo débil; todo lo puede en Dios, que la fortifica. Su Madre no puede describirle sus cruces; nadie ha descubierto en verdad de qué madera fue hecha la cruz del Verbo Encarnado, nuestro amoroso redentor.
Mientras espero la carta, envíeme la copia, ya que ha sido escrita con tanto apresuramiento y en tantos diferentes lugares. La que hace de secretaria sin rectitud, va sin alegría por el camino que lleva a la perdición. Cuando se carece de temor hacia los juicios de Dios, siempre se camina sin rumbo.
Envío un millón de gracias a la persona que, dos veces por semana, dirige sus pasos; el cielo la bendice. Es ésta una caridad que no quedará sin recompensa ni en esta vida ni en la otra. La primera moción hace que los otros cielos se conmuevan.
Es necesario que la madre y la hija cumplan con toda clase de justicia. El discípulo del profeta Eliseo se espantó a la vista de los enemigos. Cuando su maestro le dijo que abriera la ventana, se tranquilizó al ver la multitud de amigos que venían en su socorro. La Madre del Verbo Encarnado es esta ventana por la que podemos vislumbrar toda felicidad.
Si mis oraciones son escuchadas, la Señorita Lolo será grande delante de Dios y de los hombres. Pido al Verbo Encarnado llegue yo a ser tal como ella me nombró, siendo todavía una niña. Me siento tan obligada con su Sr. Padre y su Sra. Madre, que jamás sabría cómo reconocer sus bondades. No tengo palabras suficientemente expresivas para darles las gracias. El profeta dijo que el silencio conviene más a Sión que la palabra, para alabar a quien todas las creaturas adoran y reconocen como su bienhechor, haciéndome ver en el espíritu que no soy ingrata delante de Dios al no expresarles, por medio de pobres cartas, los fuertes sentimientos que tengo hacia sus beneficios. Usted les afirmará estas verdades.
No puedo olvidar en mis oraciones a todos los suyos. No me arrepiento de haber tenido a bien enviarle a su hermana para hacer la profesión; tuve que ceder por conveniencia caritativa, para no inquietar a las personas que se hacían fuerza para alejarla de su vista y acercarla a la de Usted
Valor, hija, Dios es fiel y recompensará a su servidor con su propio Hijo. El Verbo Encarnado vale lo que Isaac, pero sin comparación. El será nuestro reposo cuando hayamos pasado por momentos de tristeza. Nuestra alegría no nos será quitada si tenemos la dicha de verlo y de ser poseídas por él. Es en esta venturosa posesión en la que reside toda la felicidad que le deseo de corazón. Soy, mi muy querida hija, su buena madre de todo corazón. Jeanne de Matel
6 de mayo, 1654. A las religiosas de Aviñón.
A mi querida hija, Madre Margarita de Jesús, superiora del monasterio del Verbo Encarnado adelante de Cordeliers.
....diferida aflige al alma que languidece. Hace varios años que no he visto a la mayor parte de mis hijas, hacia las cuales Dios, desde lo alto, ha encendido en mi corazón un fuego devorador que lo hace parecer todo amor, abrasándome y sofocándome casi sin cesar. No tengo refrigerio alguno. Mis lágrimas se parecen al agua que arroja uno al fuego de un horno ardiente, que no hace sino avivarlo.
En la última que le escribí, le preguntaba por el estado de dos de mis hijas, y Usted me dio a conocer el fallecimiento de tres. ¿Qué sucedió el día 18? Queridas hijas, no piensen que no recibo signos de su muerte. La comunidad de París, junto con las pensionistas, pueden asegurarles que ni una sola ha fallecido sin haberme dado señales de ello, y que nunca he dejado de decirles: Hijas mías, en tal día, alguna de ustedes ha fallecido. La hermana de la Concepción, a las cinco de la mañana del 18 de septiembre, me tomó las dos manos, apretándolas largo tiempo; también se acercó a mi cara. Por la tarde se apareció a una niña de nueve años, después de haber golpeado tres veces a la puerta de su habitación, lo cual asustó grandemente a la chiquilla. Nuestra Hna. de Bély, portera, la encontró espantada, con las manos sobre los ojos. Al preguntarle de dónde procedía ese temor, ella le contó lo que acabo de describir.
Desde la primera semana de nuestra llegada a Lyon el día de Todos los Santos, hemos perdido la cuenta de las diversas ocasiones en las que hemos escuchado golpes parecidos. La hermana que comparte mi habitación se ha visto obligada a levantarse en varias ocasiones, para ver quién andaba cerca de mi gabinete y de mi mesa y quién abría y cerraba mi Biblia y mis concordancias, que estaban sobre ella. Estos ruidos me hicieron preguntar a ustedes el estado de estas hijas a las que no pude ver, pero que me dieron señales para orar a Dios por sus queridas almas.
Mis queridísimas hijas, los ruidos han continuado. Hemos mandado decir las nueve misas, recitado las preces, recibido la comunión y demás. Les pido, como Madre suya en la Orden del Verbo Encarnado, que al recibir la presente me envíen una relación de los nombres de religión y del mundo de todas aquellas que han fallecido, comenzando con la pequeña Dupuy de Villeneuve, hermana de mi hija de la Concepción. No deben ni pueden ustedes rehusarme este ruego, que para ustedes es un mandato. Estamos obligadas a tener piedad de las almas del purgatorio, y sobre todo de las de nuestra Orden del Verbo Encarnado, en cuyo amor saludo a todas las que han quedado, siendo su afectísima, después de encomendarme a las oraciones de ellas y a las de ustedes.
1o. de noviembre, 1654. A la Superiora de Grenoble.
Mi muy querida hija:
Recibí al Reverendo Padre que ha sido su director, y le he agradecido los cuidados que ha tenido de Uds. Entregó su carta en mis propias manos.
Gobierne siempre según el espíritu del Verbo Encarnado, nuestro amor; su imperio será infinito en su firmeza. El me protegerá en la confusión de lenguas. Estimo los juicios de los hombres como poca cosa; él revelará lo escondido en las tinieblas.
Que el Sr. de Croiseul viva contento, el espíritu de Dios es uno, y dirige a su hija segura y sabiamente; ni las exigencias ni el rechazo la hacen vacilar. La madre de Samuel no cambió de rostro cuando Dios la bendijo.
No es posible mostrar carta alguna escrita por mano de su madre, ni de parte mía; ella no se entera de nada de Grenoble que no sepa de antemano, y no teme sino a Dios, al cual desea amar con caridad perfecta, la cual aleja el temor. Cuando así lo quiera, él llevará a cabo el establecimiento de Lyon. La paciencia es una obra perfecta, según dice Santiago. Ni el negro ni el gris pueden algo sobre un corazón poseído por Dios, en el que asienta su trono sobre una columna de nube durante el día, y de fuego por la noche.
El conduce a su pueblo con mano fuerte y brazo extendido. Que el alma que ama a Dios esté en paz; es en esta única paz que soy, mi muy querida hija, su buena Madre, Jeanne de Matel
Lyon, 1o. de noviembre, 1654. A la Madre Nallard, Superiora de Paris.
Mi muy querida hija:
He recibido sus cartas y sus cuentas, con las que estoy de acuerdo. Haga siempre todo lo que pueda para agradar a Dios, y para consolar a su buena Madre, que la ama y la ha amado siempre.
El Sr. Comendador fue a su intendencia para tratar de obtener dinero para pagarme. No lo presiono, pues temo afligirlo y apagar, con ello, lo poco de vida que resta a un hombre de cien años. Por más diligencias que hace, Gravier no ha recibido sino cuarenta libras del total que se le debe por concepto de capital y de intereses. Sale dos veces al día para hacer sus reclamaciones, por lo que ha sido necesario suministrarle ropa adecuada. Ella misma ha llevado al correo cuatro cartas que he dirigido al Abad de Verneuil de la Piardière, ninguna de las cuales ha recibido. Se queja él de mi silencio; a mi vez, estaba resuelta a quejarme del suyo. Le envío la carta que le escribí para el Señor de Langlade para que haga lo posible por enviarla a Loches. Véala con Sor Jeanne y tímbrela. Al señor de Langlade antes de dárselas pídanle que venga mejor a recogerlas en mano propia. El Señor Roger no me ha escrito acerca de mis asuntos absolutamente nada. El se confía en ustedes. Pregúntenle que tanto ha recibido de mis rentas después que me vine. Tengo muchos problemas, necesito dinero para resolverlos. La madre superiora de Grenoble que recibe siempre jóvenes por poco, me dice que tomó 400 escudos del capital para hacer las provisiones de este año. Cuando llegué a esta ciudad me escribió que ya había tomado 300 el año pasado y que ya no tienen que para tres meses con los intereses del poco capital que les queda. El consejo de la señora de la que usted sabe lo hace por inclinación, la hace recibir novicias que cargan al convento. Ha recibido cuatro en cinco meses. Ya dije lo que creí debía decir pero no tuve la fuerza sobre mi dolor de rehusarles la profesión. Las carmelitas están en Grenoble, desde que yo estaba en Paris y ellas no han recibido a nadie. La madre Superiora de Paris me dijo que no deseaba aceptar esa carga en tiempos como los que corren, en que todo se ha encarecido en extremo.
Las hermanas de Lyon no quieren ir a Grenoble. Basta mencionar el convento de Sta. María y Sta. Isabel, para ser consideradas ricas. San Pedro y La Deserte están llenos con ochenta o cien religiosas por lo menos, con excepción de Chaseaux, debido a que su casa ha sido comprada dos veces, y aún no les pertenece. Se dice también que han cerrado un convento en el barrio San Germán, en París. ¿De qué convento se trata? No deje de informarme. ¿Cómo están las buenas religiosas Bernardinas, a quienes tanto quiero, y a cuya superiora respeto? Es una excelente administradora.
La Hna. Gravier tiene tan poca vista, que es necesario que yo escriba todo; no puede pasar las cosas en limpio. Dios ha curado mis ojos cuando los médicos temían que perdiera la vista a causa de las cataratas. Cuando escribo mucho, los debilito y no tengo la acostumbre de dictar; además, las que tengo a mi lado no están preparadas para poderlas ocupar en ello. Ruegue a Dios por su buena madre. Jeanne de Matel
Lyon, 1o. de noviembre, 1654. A la Superiora de Grenoble.
Mi muy querida hija:
Que la corona de todos los santos, que es el Verbo Encarnado, sea también suya, es mi muy cordial y maternal saludo.
A causa de una ligera fiebre que tuve anoche, deberá Usted contentarse con una cartita que le expresa en pocas palabras que, durante el año que pasé en Lyon, tuve tantas espinas como rosas. París se fastidia ante un retraso tan prolongado, y reclama la presencia de aquella a quien desea Usted ver desde hace nueve años, y cuyo deseo de poder abrazar a todas como a mis queridas hijas no se queda atrás.
Si me hubiesen mandado dinero de París, se lo habría enviado; sin embargo, no he recibido una sola de mis rentas. Están en la creencia de que una fortuna mucho mayor que la de César no me ha de faltar. Me siento grandemente obligada hacia la Providencia, que me ayuda a alimentar a tantas personas sin haber podido recibir lo que se me hace esperar.
Si esta señorita tiene cuatro mil libras, puede concederle el santo hábito; y si las otras que menciona, cuya aportación sería de seis a siete mil libras desean entrar, puede tomar prestado lo que la Sra. Revel me ruega suministre a Usted para hacer la construcción. No puedo hacerlo yo misma, porque el establecimiento de Lyon me impediría prestar esa cantidad, lo cual sería inexcusable ante la ruina o la desgracia del señor de Blanc. No me falta buena voluntad, puesto que soy toda amor hacia las que el Verbo Encarnado me ha dado. No dude Usted del sitio especial que ocupa en mi corazón, que la ama. Soy, mi queridísima hija, su buena Madre. Jeanne de Matel
Lyon, 3 de noviembre, 1654. A la Superiora de Paris. María del Espíritu Santo Nallard.
A mis queridísimas hijas, Madre María del Santo y Sor Juana de Jesús. Al monasterio del Verbo Encarnado. En el Barrio de san Germán.
Mi muy querida hija:
Que el Verbo Encarnado, corona de todos los santos, sea la suya, es mi muy cordial y maternal saludo.
Le permito mandar hacer una puerta al lado de la chimenea. Me parece que esto distraerá a las personas en el coro, a menos que se le haga una pequeña ventila parecida a la de la despensa.
No comprendo cómo se ocupa de la cocina, si le hace daño. Sus ojos, sus dientes y sus oídos me son más preciosos que muchos tesoros. Su corazón es para mí tan valioso como el mío lo es para usted en el del Verbo Encarnado, nuestro amor.
Tengo muchas pruebas de su afectuoso respeto. Aquella que está en mi lugar recibe también expresiones de mi cariño, por las que se ha mostrado agradecida. Mi amor es más fuerte que la muerte. Piensen que le son tan queridas como yo. El Verbo Encarnado diría: Lo que hagan por el más pequeño de los míos que creen en mí, por mí lo harán.
Madre, su padre me prometió ir a ver al Sr. de Priésac, así como a todos aquellos y aquellas a quienes usted crea necesario entrevistar. Ya me he dirigido por escrito a todas estas personas: a la señora esposa del canciller, a la Marquesa de Royan, a la Sra. de la Chambre, a la Sra. de Servient, quien me ha notificado, a su regreso de París, que no recibió mi carta. Esta iba en el paquete que llevaba la dirección del Sr. de Priésac, al cual he escrito varias cartas para mis parientes, que estaban interesados en la supresión de las elecciones de Montbrison y de Roanne.
Permití que les informaran sobre la curación de mis ojos, pero dos días después recaí del izquierdo. El viento siempre me hace daño. Mis queridas hijas, pidan para que los del espíritu sean tal y como el Verbo Encarnado los desea; que me conceda un corazón puro a fin de que pueda contemplar la faz de Dios, su Padre, y verlas santas, lo mismo que a todas sus hermanas. La santidad es muy conveniente en la casa, por la gracia y por la gloria.
Gravier las saluda, y les pide que traten a Margot como una de ustedes, y que le enseñen todo lo que debe hacer por el cielo y por la tierra. Los ángeles cocinaron para el pueblo de Israel cuarenta años en el desierto, utilizando para ello el fuego de su caridad. Yo lo he hecho durante cuatro años, que me parecen más gloriosos que mil rodeada de honores de la tierra.
Termino, pues tengo muy enfermo el ojo. Sigo siendo para todas, lo mismo que para ustedes, mis queridísimas hijas, su buena madre. J. de Matel
Al señor de la Haye
Al Rey de los siglos, al Dios inmortal, invisible y único, honor y gloria por los siglos de los siglos. Amén. ¿Acaso olvida una mujer a su niño de pecho, sin compadecerse del hijo de sus entrañas? Pues aunque ésas llegasen a olvidar, yo no te olvido (Is_49_15).
....Para que sean uno como nosotros somos uno: yo en ellos y tú en mí (Jn_17_22s). Esta unión es admirable, y consiste en que todos los miembros del cuerpo místico de Jesucristo, que es la Iglesia, permanezcan unidos en él, que es la cabeza, el cual influye libremente y da claramente a los miembros de este cuerpo, del cual es la cabeza, y que él llama su cuerpo, en el cual somos uno, no por una identidad natural o local, sino de virtud, de eficacia, de energía y de operación, porque el Verbo Encarnado es como el alma, el espíritu y el soporte de la Iglesia, que corre por todos sus miembros, y que obra en y a través de ellos sus admirables ministerios.
Es él quien da eficacia a sus gracias en ellos; quien bautiza, quien absuelve, quien consagra, y todo lo que Usted sabe mejor que yo: Pues hemos venido a ser partícipes de Cristo, a condición de que mantengamos firme hasta el fin la segura confianza del principio (Hb_3_14).
Esto es lo que debe pedir a su divina bondad, por favor, para aquella que es siempre, Señor,
Su muy humilde servidora y buena Made. J. de Matel
Lyon, 31 de diciembre, 1654. A la Superiora del Monasterio de Paris, María del Espíritu Santo Nallard.
A mi muy querida hija, la superiora del Monasterio de Religiosas del Verbo Encarnado. Barrio san Germán.
Mi muy querida hija:
Le he escrito por medio de un padre de los Carmelitas llamado M. Bourg, para que le busque un lugar donde pueda hospedarse convenientemente. Más tarde le escribí por medio del hijo del Sr. Papillon, quien me prometió entregarle prontamente la carta, en la que recomendaba a Usted le ayudara a encontrar alojamiento en uno de los mejores lugares, pues me siento muy obligada con sus padres.
A partir de entonces he recibido sus dos cartas: una donde viene el recibo de estos dos señores, y que llegó más tarde que la del Señor Roger. El Sr. Ferrari no ha tenido tiempo para venir a entregarme las 750 libras. Lo espero de un momento a otro para hacer el recibo. Sor Catalina Obert se hospedó con su primo Bertet desde la vendimia.
Marion de la Piardière volvió con una llaga abierta sobre la cabeza, pero aquella que no desea hacer nada se opuso, diciendo que sería necesario trepanarla, y que ella y las tres de su partido no la servirían más que la P. H. Yo no quise imponer mi autoridad. No me valgo de ella y trato de ejercer la paciencia más de lo que ustedes se imaginan. Habría tenido Usted mil aflicciones sensibles, si yo no me hubiera encargado de ella hasta el punto de caer aplastada por tanto peso.
Noche y día hemos tenido que turnarnos de tres en tres al lado de nuestra pobre enferma, la cual, según la opinión del Sr. Falconnet y de otros, ha escapado a la muerte de esta viruela maligna, que ha afectado más el hombro derecho, después de haber sido curada de la garganta, los brazos y las piernas. Médicos y boticarios la han estado tratando desde hace sesenta días. La niña cumplirá mañana los seis años. Los médicos, los boticarios y los cirujanos dicen que ella recibió el origen de esta viruela maligna desde el vientre de su madre y de la leche de sus nodrizas. Todo mundo admira lo mucho que ha soportado, y he escrito a su señor padre, diciéndole que alabe a Dios por haberle conservado una hija que sufre males que ninguna otra hubiera podido soportar. Hubieran bastado el sarampión y la escarlatina para causarle la muerte.
Es el consuelo que me dan en medio de tantos sufrimientos. Se sorprenden mucho de que no haya yo caído en cama después de tantas lágrimas, desvelos y penas. Dos de las otras pensionistas se han contagiado de viruela, pero no han tenido ni la sombra de los males de aquel pobre cuerpecito. A las tres semanas dejaron la cama He enviado a casa a todas las otras, temiendo las consecuencias, aunque todavía tenemos una de Lyon, que se contagió, y aún no sale de su habitación. Les digo todo esto para animarlas a pedir mucho a Dios por nosotras; y si mi salud es todavía necesaria, que me la confirme tal y como está, pues sólo de esta manera puedo ser portera, porque no tenemos ninguna tornera.
Desde hace tiempo una persona nos ayuda a cuidar a Marión durante el día, porque no puede velar con nosotras; no me quejo de los 130 francos que le pago.
El Sr. De Soleil ha dejado de celebrar la misa en el Verbo Encarnado. La dice donde su hermano le ha pedido que vaya. Pago al sacerdote que la celebra y que confiesa, pero 10 centavos me parecen nada. Aprovechen al que me piden, ya que no hay otros a disposición. Traten de conocer bien a los que vayan a emplear. Vele sobre su pequeño rebaño.
Como soy la portera, la pastora no ha hablado sino conmigo, así como un anciano caballero que ha estado en el recibidor del barrio san Germán preguntando por mí. Tenga cuidado de a quien envía, que no sea la portera. La otra ha dicho su nombre; aunque esté entrada en años, tiene criterio inmaduro. Les doy este pequeño consejo. Utilícelo con prudencia, y sobre todo vele con sus acciones y palabras sobre todas aquellas que están en el monasterio. Soy su buena Madre. J. de Matel. Saludos a todas mis pensionistas.
A la Madre Elisabeth del Calvario, Superiora en Grenoble.
¡Alabado sea el Santísimo Sacramento en su trono de amor!
Mi muy querida hija:
Usted y yo debemos cumplir con toda clase de justicia. San Juan recibió este mandato del Salvador, cuando se consideraba indigno de bautizarlo.
Después de haber agradecido a Monseñor de Grenoble, con toda humildad y respeto, las bondades que ha tenido hacia todas mis hijas, entre las que soy la última por mi indignidad, pero la primera obligada a reconocerlas por medio de estas líneas, esperando hacerlo dentro de poco de viva voz y a sus pies, den gracias, además, al Sr. Bernard y a las dos personas cuyos nombres me son conocidos, por su dedicación al progreso de nuestra santa Orden, así como por su ilimitada piedad.
Dígales que, siendo su sentir el mismo de Monseñor, que es, a su vez, el del Verbo Encarnado y el mío, la maestra de novicias sigue en rango a la asistente, según las constituciones.
En su carta me hace algunas súplicas, utilizando una retórica que persuadiría a toda persona sensible a la piedad, si no la supiera tan industriosa para huir de esta preferencia. Cuántas otras tendrían la imprudencia de pedirla. Mi objetivo no es alabar ni censurar, pero puedo decir que Dios da sus gracias a los humildes y resiste a los soberbios.
Es la Escritura quien habla. Por ella termino esta carta, pues el Verbo Encarnado la hizo la consumación de su Pasión, como afirmó de su bien amado discípulo. Soy, mi queridísima hija, su buena madre. Jeanne de Matel
El correo me apremia; no puedo pasar en limpio esta carta escrita por mi mano y dictada por mi cariño.
Al señor de la Piardière.
Señor de la Piardière:
No sé si juzgue Usted a propósito mostrar mi carta. Es por ello que he omitido las muestras de afecto singular de su madre a su único hijo. No las perderá en esta vida; seguirá teniéndolas por toda la eternidad.
El Reverendo Padre Gibalin escribió a Usted, sin que antes le mostrara yo su carta, ni mencionara al Sr. Margolin. El parece ser tan fiel a M. como los otros piensan que disimula, cosa que ella no puede creer: es tan sincera, que no puede pensar que los demás sean falsos.
Nuestra querida Marion va muy bien, sobre todo a donde el viento la lleva. Todas corremos para seguirla y levantarla cuando cae. Si Dios no la cuidara en sus caídas, estaríamos en continua alarma. Con frecuencia se raspa los codos y las rodillas, pero su cara no muestra la menor señal de la viruela. Ya no mancha la funda de la almohada, y se nos dice que curará del todo en cuanto pueda tolerar los remedios, que se trata de algo ligero y que dejemos de preocuparnos.
Ella envía saludos a su papá, a su abuela y a sus tíos y tías. Pido a Usted asegure a su buena señora madre el humilde agradecimiento que tengo por sus bondades y las de todos los suyos, que me honran con su amistad.
6 de abril, 1655. A Monseñor Camille de Neuville, Arzobispo de Lyon.
A mi señor, el ilustrísimo Arzobispo de Lyon, en su palacio de Lyon.
Monseñor:
Estamos en vísperas de su partida, sin haber tenido el bien de recibir su tan deseada bendición, cuya gracia esperábamos de su bondad.
Si nuestra montaña no estuviera fecundada por la sangre de los mártires que fue semilla de cristianos, la consideraríamos, respecto a nosotras, tan desdichada como los montes de Gelboé. Si el Verbo Encarnado no la ha fulminado todavía con las maldiciones que aquel bondadoso príncipe lanzó contra los de esa comarca, se debe a que el ungido del Señor y su muy amable Jonatán derramaron ahí su sangre y perdieron su vida; de este modo, la unción del padre, la hermosura del hijo y la fuerza de ambos, fueron ahí respetadas.
Monseñor, no digo yo a mis hijas que lloren a estos desventurados príncipes, sino más bien que lloren conmigo nuestros pecados, que dieron muerte a Aquel que las revistió con el escarlata de su sangre preciosa en los días de sus suplicios, que fueron para él tiempo de delicias y alegría de su corazón amoroso, pues estaba en juego la salvación de nuestras almas.
Esperamos en Usted, Monseñor, contra toda esperanza. El Profeta Jeremías dijo que los hijos de Rebeca permanecieron siempre en la casa del Señor, por haber obedecido el mandamiento de su padre. Yo debo esperar esta gracia, pues desde el año 1612 he obedecido la orden que me dio mi padre de rogar a Dios toda mi vida por la prosperidad de su abuelo, el difunto Monseñor de Villeroy, y de su padre, M. d'Halincourt, y que hiciera esto mismo por todos sus hijos, deseando que fuera Usted nombrado Arzobispo de Lyon y mi pastor, de quien soy, con toda sumisión, Monseñor, su muy humilde y obediente hija y servidora. Jeanne de Matel
De su Congregación del Verbo Encarnado,
Lyon, Mayo de 1655 - Al Señor de la Piardière.
Señor mío:
Habría respondido a la suya del 9 del actual si el Sr. Ferrari hubiera estado en su casa de Lyon cuando le envié a nuestra hermana tornera.
El viernes pasado escribí a mi hija del Espíritu Santo, superiora del monasterio del Verbo Encarnado de París, pidiéndole que pusiera en conocimiento de Usted que no he recibido la carta que dice Usted haber escrito el 9 de abril, hace ya un mes. Tendría Usted la respuesta que hoy le envío: el Sr. Ferrari escribió a los Sres. Prevost y Bastonneau, comerciantes que residen en la calle de Trois Mores, para recibir las mil doscientas libras de mis rentas que fueron entregadas a Usted en París, para serme enviadas a Lyon. Por tanto, señor, le pido haga el favor de entregarlas a dichos señores, y exigir de ellos el recibo a nombre del Sr. César Ferrari de Lyon. Se trata de las mismas personas a quienes envió las mil quinientas libras de estas mismas rentas en el mes de noviembre pasado, cuyo recibo reclamó para enviármelo. Debe hacer esto mismo, por favor, respecto a estas mil doscientas libras.
¿Qué puedo hacer para agradecer tantos favores y la molestia que su bondad se ocasiona por mí? Pido a Dios me conceda ocasiones para agradecerlos, y que le colme de sus dones, así como a todos sus seres queridos: su amiga la señora, y sus hijos, a quienes saludo cordialmente, quedando de ella como de Usted, su afma. Jeanne de Matel
Al señor de Priésac.
Señor mío:
No he tenido tiempo sino para decirle, mediante este billete, que da Usted cumplimiento a las palabras del profeta, pero en otro sentido: sirve Usted pan delicioso sobre la mesa; hace todo con sabiduría en este el día en que actuó aquel que llevó consigo nuestra salvación al elevarse de la tierra.
El nos ha mostrado los cielos, a donde ha ido a preparar tronos al lado del suyo, que produce los rayos y truenos que me reducen al silencio, junto con los ciudadanos de la celeste Sión, admirando junto con los serafines de fuego al que es todo amor, así como es tres veces santo.
Es en su santidad que soy, Señor, su muy humilde y obediente servidora. Jeanne de Matel
En Lyon, el 4 de junio de 1655. A las Religiosas de Paris.
Mis muy queridas hermanas:
He encargado a Gravier les comunique que M. Dupuis me vino a ver, y me testimonió el descontento que, tanto él como sus padres, experimentaron ante el disgusto de su hermana, añadiendo que bien merecía tener estas aflicciones, pues tuvo más fe en un extraño que en todos ellos; que ella debe meterse al orden. Me entretuvo mucho tiempo con otros asuntos que le parecían muy tristes, y que no pienso mencionar en la presente, pues Gravier no puede escribir por ahora, teniendo.... hacer.
Ella merece que la quieran como me lo dicen. Entiéndanse siempre con ella. Me he privado de su persona para dejárselas, lo cual es para mí una no pequeña privación. Con ella no tendría yo tan grandes sufrimientos: el tener una hija fiel a Dios y a su Orden es algo inestimable. Si aquella a quien no olvido hubiera sido constante como su nombre, no estaría sumergida en tanta pena. No le rehúso lo que me pide por algunos días, recomendándole sea sensata y temerosa de Dios.
He dejado de ocuparme de sus asuntos con mi cuñado; nos acercamos ya al 29° año del fallecimiento de mi buena madre. Pidan a Dios que los pueda terminar en paz. Si es necesario, no rehusaré tomar parte de los fondos cuando deba regresar el sobrante que sea calculado. Hagan todo lo posible para enviarme lo que se me debe de más. La Sra. Celée debe todavía mucho. Sin molestarla, traten de hacerla pagar, lo mismo que a las otras, exceptuando a la Sra. de Beauvais y al Abad de Verneuil No toquen estas dos cuerdas.
Al Sr. de Priésac y a la Sra. de la Chambre, mis respetos más humildes, y afectuoso agradecimiento. No me atrevo a pedir los favores de los poderosos. Aguardo en silencio y esperanza la ayuda de Dios. Es en El que soy, mis muy queridas hijas, su buena Madre. J. de Matel
Lyon, 10 de junio, 1655. A la Madre Elisabeth del Calvario, Superiora en Grenoble.
¡Alabado sea el Santísimo Sacramento!
Mi muy querida hija:
Aquél que deja acercar a los pecadores a quienes ha venido a llamar para demostrarles su misericordia, me concede una singular confianza en que mis pecados no lo alejarán de mis hijas, y que nos concederá la gracia de seguir en todo sus divinas voluntades.
No había querido responder a sus dos últimas por buenas razones. Mi confianza en su Providencia es bien conocida en su Orden; es un don de su bondad hacia mí, pero ella no excluye la prudencia que nos dicta que todo lo que hacemos debe ser prudente y santamente ponderado, aun al pie del sagrario, pues sabemos muy bien que todo ser viviente tiene necesidad de ser alimentado.
Usted sabe que el monasterio de Grenoble se ha visto afectado a causa de las reducidas dotes de las jóvenes que han sido admitidas. Estando en París, tenía la posibilidad de enviar dinero, y así lo hice; en Lyon no he podido porque me encontré con tantas deudas y cargos, que es casi un milagro el poder pagarlas y, al mismo tiempo, sostener y alimentar a diez personas, sin recibir pensión alguna. No se me envía nada de París, y mis rentas no me han sido pagadas desde hace dos años. Dios quiera que no sean suprimidas del todo; si Uds. conocieran las aflicciones de su madre, rogarían por ella sin cesar junto con todas mis hijas, a quienes abrazo con los brazos del santo amor que Dios me ha dado hacia ellas.
Hace casi nueve meses que salí de París, sin haber progresado en la fundación. Lo que me conserva en paz es que pienso haber hecho el viaje por voluntad de Dios, sin tomar en cuenta la mía. Si no he escrito al lugar ni a la persona que me indican, se debe a que sospecho se han quejado de Uds., o bien que las faltas, por no decir los pecados, dan respuesta a quienes muestran su descontento. Si Dios nos reúne, nos diremos de viva voz lo que el papel es incapaz de comunicar.
La paciencia y la constante perseverancia de cinco novicias me lleva a pedirles les concedan el velo y la profesión el día primero. Un sacerdote de la misión le dirá de parte mía que me he compadecido de su larga espera. Consuélelas, nuestro buen Dios corona nuestra persistencia. Sin embargo, tenga cuidado de no recibir en el futuro a las que no aporten lo suficiente para su alimentación y vestido. Carezco de su celo, y me contento con ocho profesas a las que ya he repartido, dejando cuatro en París. Las sigo rehusando a Lyon, temiendo abrumar a los monasterios. Considere que Usted no tiene con qué alimentar a las que en su celo desea conservar, ni construcción para extenderse. Mi querida hija, los monasterios que gastan el capital hacen temblar a los más prudentes, ya que muchos conventos femeninos se han venido abajo. Uno que nos atañe, del que podemos comentar en voz baja, y que está a punto de desaparecer, es el que me envió a mi hija del Espíritu Santo. Las pobres religiosas se ven obligadas a salir de él a causa de las deudas y la pobreza de su casa, que tiene una hermosa apariencia, recubrimiento de pizarra y varias hectáreas de terreno con una vista preciosa.
Es una maravilla que haya podido escribirle, ante la amenaza de la catarata. Pidan mucho a Dios que haga en todo su santa voluntad. Que, al visitar sus templos, me percate de sus deseos, es decir, que pueda ver a todas Uds. santas. Las demoras me hacen sufrir tanto como a Usted y a mi hija de la Asunción, a la que amo sin detrimento de las demás. Que exhorte a sus novicias a la santidad, y que todas ellas me amen como yo las quiero. No dude Usted del afecto maternal de su buena Madre. Jeanne de Matel
A todas nuestras hermanas, amigos y amigas, saludos con el correspondiente agradecimiento. Asegúreles mi afecto.
Lyon, 29 de junio, 1655. Al señor Abad de la Piardière
Señor mío:
Que los gloriosos apóstoles, cuyo triunfo celebramos, sean nuestros protectores celestiales.
Hace un año que la unción fue vertida sobre Aarón, pero las que son la orla de su túnica no han recibido ni una gota. Esta falta de bondad hacia nosotras me lleva a cometer otra con el espejo de paciencia que fue Job: Preferiría mi alma el estrangulamiento... (Jb_7_15), mientras que pueda yo decir con el mismo: Oh, mis ojos han visto todo esto, mis orejas lo han oído y entendido (Jb_13_1). No sé qué aconsejar al que me pregunta con tanta modestia, celo y pasión para procurar la gloria del Verbo Encarnado; su amor se la concederá.
El Sr. Abad de San Justo dijo a un eclesiástico que el Señor Canciller pidió al Sr. Arzobispo el establecimiento del Monasterio de Lyon, lo cual no rehusará, aunque en un principio dijo, por cortesía, que no deseaba ser suplicado por las grandezas de la tierra para permitir una fundación que fija su vista en las del cielo. Por lo que a mí toca, espero el auxilio de estas últimas.
Le envío copia de una carta que el difunto P. Barthélémy Jacquinot me escribió en el año 1620, la cual, si Usted así lo juzga oportuno, puede mostrar a quien insiste que es necesario forzar, mediante la autoridad de los hombres, a aquella que no busca sino las voluntades de Dios, cuyas gracias no son menores que la mano que desciende hasta ella. El es quien la fortifica, y lleva a Usted a afirmar que la Sulamita no será desamparada, a pesar de los fríos con que el Aquilón la hostigue. Es el esposo quien la guía y le muestra el lugar donde él se apacienta y reposa en el zenit de su puro amor, a pesar de que ella llegase a olvidar su propio nombre y los intereses de la gracia que no desea recibir en vano.
Ayudada de la misma gracia, avanza y sigue los pasos de estos rebaños para colocarlos junto a los alojamientos de los pastores. El gran pastor de las almas constituye su indecible confianza. Que los guardianes de las grandes ciudades la golpeen y le quiten su manto; ella considerará pequeños todos los sufrimientos por complacer a Aquel que desea honrar y servir durante toda su vida, y amarle por toda la eternidad. He seguido contando las misericordias de Dios...
Lyon, 5 de julio, 1655. Al señor Abad de la Piardière
Señor mío:
Pensé que mis cartas le serían entregadas con mayor rapidez en París que en Loches, pero por lo que leo en la tercera de las suyas que ayer llegó, no ha recibido Usted las tres que le dirigí. Ni siquiera la M. del Espíritu Santo se queja como Usted de mi silencio. Le escribí tres, dos demasiado largas refiriéndome a negocios y en calidad de respuesta, y una breve para M. Petit.
No he dado respuesta alguna al Sr. Marqués de P., esperando que Usted se tomara la molestia de decirle lo que se puede hacer estando ya en esos lugares.
Los señores de buena voluntad ponen a prueba la paciencia del Verbo Encarnado, quien dijo que a quien se ataca es a él y no a las hijas, que no les dan motivo alguno para expresarse de esa manera. La persona que podría protegerlas las aflige mediante su gran credulidad. Si las cosas han llegado a tal extremo que se ha visto obligada a informarme por medio de este señor, no veo otro remedio que el que el mismo cielo y la prudencia de Usted pondrán, despidiendo a aquellas que no pueden guardar la clausura. Para solicitar su proceso, he enviado a Usted copia de una carta del difunto P. Jacquinot, fechada el año 1620.
El Reverendo Padre Gibalin escribió a Usted una. Puede Usted presentar las dos a quienes le dicen que la madre debe tomar el hábito, y hacer lo mismo con el Sr. Canciller. Si éste le concede audiencia, hable como le inspirará el Espíritu Santo. M. de Saint-Just dijo a un eclesiástico que él pensaba que el Sr. Canciller no recibirá una negativa si solicita nuestro establecimiento en Lyon. El Reverendo Padre Gibalin, que ha hecho a un lado sus serias reservas, dijo que el difunto Sr. Cardenal de Lyon declaró, durante la última guerra en París, que se habría ocupado de dicha fundación en Lyon si hubiera estado yo ahí. Dejó de ser inflexible, pero mi ausencia le privó del poder de hacer, en ese tiempo, lo que hubiera rehusado en otro. Esto me lleva a repetir lo del apóstol: que hagamos el bien mientras tengamos tiempo para ello.
No puedo expresarle la pena en que estoy al enterarme de que la Sra. de la Chambre está enferma de una fiebre adversa. Nosotras ofrecemos encarecidamente nuestras oraciones por ella. No me parecería este mal tan largo y aflictivo si estuviera yo a su lado. Pido a san Rafael que los consuele con sus caritativas visitas, recordado a aquella que amo, pero en aquel de quien soy, mi muy querido y venerable hijo, su afma.,
Le ruego presente mis muy humildes respetos al P. Brachet, a quien pido me informe si las oraciones ofrecidas por su estancia en la querida ciudad de Orleans fueron escuchadas.
Jamás ha faltado la confianza a la que le prometió no desistir hasta que el Verbo Encarnado le concediera esta petición, como signo del beneplácito que tenía de las bondades que este querido padre hizo aparecer en aquella que es su hijita y de Usted, mi muy querido y venerado hijo, su afma.,
Al Sr. de la Piardière, en París.
14 de julio, 1655. A la Superiora de Grenoble.
Mi muy querida y amada hija:
Tiene razón al quejarse de mi silencio. Muchas otras profieren las mismas quejas con toda justicia. Si pudiera multiplicarme para agradecer de viva voz a todas las personas a las que debo agradecimiento, sería necesario hacerlo en varios lugares a la vez, casi a cada momento.
Si todos los cristianos tienen una obligación hacia los mandamientos de Dios, yo la tengo dos mil veces más. Su bondad, que es en sí misma comunicativa, parece no tener límite alguno ni medida hacia mí. El se da todo para ganarme del todo; y aunque muchos me nombren hija del Verbo, le digo con Jeremías: ¡Ah, Señor Yahvé! Mira que no sé expresarme, que soy un muchacho (Jr_1_6).
Mis inclinaciones son de estar y de habitar para siempre con el seráfico doctor san Buenaventura, en el sagrado costado del Verbo Encarnado, nuestro amor, revestida de esa preciosa sangre para ser alimentada por ella. El es el precio de nuestra redención y la gloria de nuestra santa Orden, al que muchas personas del siglo no escuchan ni pueden comprender. Es el misterio escondido al mundo en Dios, que todo lo tiene. El mismo ha querido enseñar todo esto a la más pequeña de todas las creaturas, a la última hija de la Iglesia; que el apóstol hable a Usted y le explique, por medio de su divino Espíritu, el tercer capítulo de Efesios: Para que os vayáis llenando hasta la total plenitud de Dios. A Aquél que tiene poder para realizar todas las cosas incomparablemente mejor de lo que podemos pedir o pensar, conforme al poder que actúa en nosotros, a él la gloria en la Iglesia y en Cristo Jesús por todas las generaciones y todos los tiempos (Ef_3_19s).
El Sr. de Cérisy les explicará lo anterior si no tienen Uds. una Biblia en francés. Para tenerla Usted misma, mi queridísima hija, desea Usted que agradezca por escrito a ese padre, que es también hijo, que el Santo Espíritu albergó poco tiempo al lado de nuestro monasterio, para gloria de su santa Orden. Reconozco delante de Dios todo lo que ellos hacen y desean hacer en el futuro en la Provenza, donde la enamorada del Verbo Encarnado me atrae desde mi infancia, para recibir ahí las llamas del puro amor con las que ella fue más abrasada que cualquier otra persona. Es lo que canta la Iglesia. ¡Ah, hija mía, no sabe Usted con qué tragos me ha desconsolado! Amo esta herida más que la curación de esta enamorada tan querida del Verbo Encarnado, nuestro amor. Jamás me tranquilizo: deseo tener su amor y ser como su otro yo.
El Sr. Presidente de la Rochette me ha ofrecido en París, desde que estuve en Lyon, toda la ayuda que un Presidente tan poderoso como piadoso puede ofrecer a una persona a la que concede el honor de su interés y amistad. Si estuviera yo libre de los lazos que me detienen por algún tiempo, a causa del Verbo Encarnado, en la comunidad de Lyon, vería con mis propios ojos a aquél cuya perfección me describe, y diría a Usted, en proporción, lo que los samaritanos dijeron a la samaritana, después de haber escuchado ellos mismos Sus arrebatadoras y encantadoras palabras, y de haber conocido una muestra de su divina piedad. El fuego sagrado fue escondido y reducido al barro durante la cautividad, pero en el día de la santa liberación, apareció como lo que era: un fuego celestial y brillante.
Con la ayuda de este astro que nos representa al sol del oriente y de la justicia, mi queridísima hija, el que cree no se apresura, dijo el profeta. No me levanto antes del día, pero digo al que hace todos los días de los hombres, y que hará el suyo: Dios mío, ven en mi auxilio. Si todavía tarda un poco, esperémosle, pues vendrá en el momento designado por él. Obren como los padres del limbo: rompan, con sus oraciones, los lugares que parecen de bronce; pidan con fervor que se fundan y desciendan como el rocío. Que la nube nos llueva al justo, que es este Dios oculto y salvador que vendrá para salvarnos, y que bendecirá al Sr. de Galiffet y a su hijo. El recompensará las bondades que han tenido hacia Usted, esperando lo que el Verbo Encarnado les inspirará y hará por ellos.
Quedo de ellos muy humilde y agradecida servidora; y de Usted, mi queridísima y bien amada hija, su buena madre. Jeanne de Matel
23 de julio, 1655. A la Madre de Bély.
¡Viva el Verbo Encarnado, nuestro todo!
Mi muy querida hija:
Estoy apenada por cuatro o cinco cartas que he escrito al Sr. Abad de la Piardière, y otras tantas a mi hija del Espíritu Santo, en una de las cuales expresaba a qué grado estoy satisfecha del Sr. Vivel, que fue, durante algún tiempo, confesor de mi monasterio de Aviñón.
El reconoció la inocencia y la señaladísima virtud de mi querida hija María Catalina D'André, la cual ha querido sufrir un desprecio general. Tenía yo esta confianza en el Verbo Encarnado: que él descubriría su justicia y conocería la causa de sus sufrimientos. Ella sigue sin saber que la mostré tal como es, y lo seguiré haciendo. Dios humilla a los que se enaltecen, y levanta a los que se humillan. Las penas momentáneas que sufrimos por él son cambiadas en felicidad eterna. Tiene tanta bondad, que considera las que se infligen a su indignísima esclava como hechas a él mismo, y castiga en esta vida a quienes profesan un odio sin causa hacia su paloma sin hiel, pero no sin pico. Ella lo eleva hacia el cielo, del que es favorecida; y como ella es la hija de Judá y de Israel, él ha sido y sigue siendo su Daniel contra todos sus enemigos. Las que están abatidas, no se den por vencidas. Estas cruces internas afligen más que las externas.
Mi hija del Espíritu Santo está muy bien conmigo. Se dan cuenta Uds. de que no he dado respuesta a los argumentos de la dama conocida suya, y que dejo libertad de acción. ¿Sabe Usted si el Sr. Abad recibió dos cuadernos de la continuación de la historia que me pidió? Enferma como estoy, le dirijo estas líneas para decirle que mis pensamientos hacia Usted son de paz y no de aflicción. Sé que no podría Usted sufrir todo lo que otras sufren. Soy de Usted mi muy querida hija, su buena madre. Jeanne de Matel
A todas mis hijas, mis cordiales y maternales saludos; buenas noches mil veces.
A la Comunidad de Grenoble.
Mis muy queridas hijas:
Aquél que se hizo el Verbo anonadado ha mostrado más amor hacia el hombre, que cuando creó el cielo y la tierra para su servicio y amor. Estas pocas líneas asegurarán a todas sus hijas y mías, que el amor concentrado en mi corazón hace aparecer un amor más fuerte hacia lo que él ama. Estas tres líneas las unen dentro de mi seno, que las porta con deleite, así como Dios lleva con tres dedos el peso de la tierra sin esfuerzo alguno.
Redoblen sus oraciones por la que es toda de Uds. Jeanne de Matel
Lyon, 16 de agosto, 1655.A Sor Jeanne de Jesús de Bély en el monasterio de Paris.
Mi muy querida hija:
Le envío la copia de la carta que su padre me ha dirigido. Verá en ella una bendición que no es solamente la de un caballero, la de un padre, la de un cristiano que busca conformarse con la voluntad de Dios, sino la de un santo que se encuentra en el rango de la jerarquía más alta, que es la de los serafines, los cuales se dicen el uno al otro delante del trono de ese Dios todo fuego: Santo, Santo, Santo. Al hablarme de su seráfico hermano, que ha expirado entre estas llamas, se expresa como un serafín. El amor divino es un fuego. Este amor lo sobrepasa todo.
El me pide que le dé mi amor y la consuele. Estoy siempre en la práctica del primero, amándola tanto como puedo quererla; no debe Usted dudarlo. Para consolarla, es necesario que ante todo haga este acto de caridad conmigo misma; pues el Dios del amor me concedió, desde hace catorce años, o tal vez más, una ternura de madre y un santo fuego tanto hacia él como hacia Usted, que alimentaré en el tiempo y en la eternidad.
Ruegue al Eterno que le sea yo fiel en toda ocasión, sea de aflicción, sea de contento. No deseo sino el suyo. Es en El, mi muy querida hija, que me suscribo como su buena Madre. J. de Matel
N. Reverenda Madre no pudo escribir ni una letra en la carta. Saluda a la querida M. del Espíritu Santo, y a toda la comunidad.
Lyon, 6 de septiembre, 1655 - Al Abad Jacques de la Piardière.
Mi muy querido hijo:
Las señales, golpeando a la puerta que daba a mi recibidor y teniéndose más de pie que a mi lado, que mi muy querida hija [Nallard] nos ha dado de su partida de esta vida, nos han hecho conocer que guardaba y conservaba todavía el temor respetuoso que practicó durante veintidós años y algunos meses, La tarde del día de la degollación de mi gran patrón, y el día de san Simón, dije a mis hijas que temía recibir cartas que me afligirían, pero que confiaba en Dios, el cual me fortalecía por adelantado, previniendo este alumbramiento de dolor para mí, el cual es tan grande que no recuerdo haber tenido otro semejante.
He querido permanecer sola con Dios, no pudiendo recibir consuelo alguno de las criaturas, diciendo y repitiendo gran parte del día en que recibí esta triste noticia: ¡Ah, Dios mío, me siento afligida, ten piedad de mí! Mi pensamiento calas desde lejos; esté yo en camino o acostado, tú lo adviertes, familiares te son todas mis sendas. Que no está aún en mi lengua la palabra, y ya tú, Yahveh, la conoces entera; me aprietas por detrás y por delante, y tienes puesta sobre mí tu mano (Sal_139_3s).
No me atreveré a decir con Job que ella es dura, ni a mis amigos que tengan piedad de mí. No estoy triste, pero por ser tan grande pecadora, les suplico recen por mí, para que todas las voluntades del Soberano se cumplan sobre mí, en mí y de mí, que soy en él, mi muy querido hijo, su afma. J. de Matel
Lyon, 6 de septiembre, 1655. Al señor Abad de la Piardière.
Señor mío:
Debo hacerle conocer por la presente que deseo y juzgo a propósito que mi hija, Hna. Jeanne de Jesús, ocupe el lugar de la difunta M. Nallard, hasta que pueda yo volver a París, pues al presente no puedo salir de Lyon, donde espero la autorización del Sr. Arzobispo de esta ciudad para erigir como convento esta casa de la congregación del Verbo Encarnado.
Advertí de todo al Reverendo Padre Prior de la Abadía de Saint-Germain-des-Près, así como mi deseo de nombrar a mi hija Jeanne de Jesús de Bély, a quien también escribí. Conozco su repugnancia, pero es necesario que ella y yo cumplamos con toda clase de justicia. Haré llegar allí a las otras, con el favor de Dios. Abrazo a todas mis otras hijas. Estoy segura de que la amarán como a hermana y madre suya.
Sigo crucificada todo el tiempo, de manera que puedo decir como el apóstol: Estoy crucificada con Cristo. Es en la cruz que soy su buena madre,
21 de septiembre, 1655. A las Religiosas de Grenoble.
Mis queridísimas hijas:
Como saludo cordial y maternal, pido a las tres divinas personas que las hagan santas.
El fallecimiento de aquella que me dio indecibles satisfacciones en el cargo que el Espíritu Santo me había inspirado darle, me sigue siendo tan sensible que no he podido dirigirles estas líneas sin rociarlas con mis lágrimas.
No he sentido menos esta muerte que la de mi hija Grasseteau. Si Dios no hubiera querido a las dos, me quejaría de la muerte, que me ha arrebatado a dos superioras: una en la comunidad de Lyon, que no ha tenido, desde su muerte, otra semejante que haya observado como ella la ley del Altísimo. Mi querido Monasterio del barrio san Germán en París, al ser librado de aquella que ocupaba indignamente este cargo recibió la mejor parte por la elección que el cielo hizo de la Madre María, del Espíritu Santo que me es tan necesaria.
Pido al Espíritu Santo se digne convertirme. Si la niña de mis ojos no me traicionara, no les hablaría de....Si me atreviera, me excusaría mediante la pluma del gran doctor san Jerónimo, quien nos dice que la gran santa Paula, a pesar de estar resignada a la divina voluntad, vertía torrentes de lágrimas ante la separación de sus seres queridos, de cuyo lado se arrancó ella misma. El Verbo Encarnado, nuestro amor, hizo este esfuerzo la noche de su agonía, después de exhortar a sus discípulos a orar, diciéndoles: Velad y orad, para que no caigáis en tentación. Y se alejó de ellos (Mt_26_41s). Y cayendo de rodillas en tierra, suplicó a su divino Padre diciendo: Padre mío, si es posible, que pase de mí este cáliz, pero no sea como yo quiero, sino como quieras tú (Mt_26_39). Es en esta divina voluntad donde me encuentro, mis queridas hijas. Su buena Madre,
Lyon, noviembre de 1655. Al Canciller Séguier.
Monseñor:
El Dios que hizo al rey profeta según su corazón y obediente a todas sus voluntades, es el mismo que ha escogido a Usted para cumplirlas en su Orden.
La carta que tuvo a bien escribir a mi favor, que es una expresión de su buen corazón, ha impulsado al de mi incomparable prelado a establecer el monasterio de Lyon. Con esta fundación, el Verbo Encarnado triunfa de todos sus enemigos y corona el celo y la paciencia de sus amigos. No puedo sino exclamar, admirando sus bondades: Tú eres ese rey mío y Dios mío,...
Los grandísimos favores que debemos a su bondad, nos llevan a suplicar al Señor derrame sobre Usted, la Señora y todos aquellos que tienen la gloria de pertenecerle, sus gracias más preciadas.
Es el deseo de sus hijas, y de la más agradecida de todas, Señor. Jeanne de Matel
Al señor de Priésac. En Paris. (Borrador)
Señor mío:
Si el Dios que habló por sus criaturas no se hubiera explicado por su propio Hijo, el primer príncipe de los teólogos, seguiría adorando su misterioso silencio, y su oráculo no le diría otra cosa que las palabras mudas del profeta doliente: Yo dije: ¡Ah, Señor Yahvé! Mira que no sé expresarme" (Jr_1_6).
Aunque soy hija del Verbo Encarnado, él desea que le diga que gracias a él soy otra Débora victoriosa de los enemigos de su gloria. El se levantó desde antes de la aurora, en el momento en que su incomparable pastor lo llamó en el sacrificio de la misa, haciendo brillar sus luces para establecer el monasterio de Lyon y cumplir sus profecías.
Este esposo, fiel por experiencia, me dijo que su hora había llegado de cambiar el agua en vino. Debo este favor, después de Dios, a. Sr. Canciller y a Usted, Señor, a quien llamo con toda razón el sin par.
Le ruego tenga la bondad de comunicar estas noticias al Sr. y a la Sra. de la Chambre, a quienes escribiría si el mal de mis ojos, que me incomoda mucho desde hace dos meses, y me causa además un fuerte dolor de cabeza, me lo permitiera.
Soy, con un respeto muy sincero, en el corazón de nuestro divino Salvador, Señor, su muy humilde Madre y agradecida servidora. J. de Matel
Lyon, 4 de diciembre, 1655 - A la Madre Jeanne de Jesús de Bély.
Mi muy querida hija:
Que Jesús sea nuestro todo, es mi muy cordial y afectuoso saludo.
Deseaba quejarme con justicia de su tan prolongado silencio, cuando Usted se me anticipó quejándose del mío, al decirme que no había tenido noticias mías desde hacía cinco semanas. Sin embargo, con la mano y el corazón he comunicado por escrito a todas la tan deseada noticia del establecimiento del Monasterio de Lyon.
Este invierno ha sido tan rudo y tan largo, que a las personas enfermas como yo les resulta muy penoso escribir. El dolor de ojos y de cabeza no me permite charlar con Uds. como quisiera, pero puedo leer con gusto las suyas.
No dejen de escribirme con frecuencia sobre todo lo que debo saber, es decir, todo lo referente a la Orden y a la salud de nuestros amigos y de mis hijas, a las que abrazo tiernamente. Soy, mi queridísima hija, su buena Madre. Jeanne de Matel
Mis saludos a su señor hermano. No le muestre este borrador tan mal escrito, aunque haya sido hecho por mano de su Madre.
Lyon, 31 de diciembre, 1655. Al señor de Priésac.(original)
Al señor de Priésac, Consejero de Estado de Monseñor el Canciller. Calle de Grenelle, en París.
Señor mío:
Si este Dios, que habló de diversas maneras a través de sus criaturas, no se hubiera explicado por su propio Hijo, el príncipe de los teólogos, seguiría adorando el misterioso silencio, y su oráculo no le diría otra cosa sino las mudas palabras del profeta doliente: ¡Ah, Señor Yahveh! Mira que no sé expresarme..., (Jr_1_6). Aunque es hija del Verbo Encarnado, desea él que le diga, como Judith y Débora, que por él ha salido victoriosa de los enemigos de su gloria; que se ha levantado desde antes de la aurora al mismo tiempo que su incomparable pastor, para pedirle, mediante el sacrificio en su honor, sus luces para establecer el Monasterio de Lyon y llevar a su cumplimiento las profecías.
Por ello debo dar gracias, después de Dios, al Señor Canciller y al sin igual, a quien suplico dé parte de estas buenas nuevas al Sr. y a la Sra. de la Chambre, a quienes escribiría si no tuviera un dolor de ojos que me incomoda mucho desde hace dos meses, y si un gran dolor de cabeza que eso mismo me causa me permitiera hacerlo.
Soy, Señor mío, su muy humilde, agradecida y obediente. Jeanne de Matel.
Ruego al sin igual tenga la bondad de escribir a Monseñor, nuestro arzobispo, para agradecerle tantos favores que me ha hecho, y dirigir otra en términos iguales de Mons. de Nesmes. A este efecto, mi comunidad le presenta sus humildes respetos, especialmente Gravier.
Lyon, 2 de enero, 1656. Al señor Abad de la Piardière.
Señor mío:
No menciono la constancia que he tenido esperando noticias suyas durante tres meses. Salió Usted de París sin informarme de ello, ni de su llegada a Tourain.
Esto me causó gran asombro, y no encuentro palabras para expresar los sentimientos que mi afecto materno me causó. La víspera de Navidad puso fin a mis penas, al recibir una de sus cartas, que mencionaba dos que Usted recibió un mes después de su fecha, el día de san David, el rey profeta, en que nuestra querida Marion vino al mundo hace ya siete años, y en el cual fue ofrecida al Verbo Encarnado.
La ofrenda que esta pequeña ha reiterado en varias ocasiones, según el consejo del angélico Santo Tomás, le dio el valor de descender de la santa montaña de Gourguillon, para acompañarme hasta el arzobispado, y mostrar sus respetos a nuestro amable y piadoso prelado. Se trató además lo relativo a la firma del contrato de fundación de este monasterio de Lyon, y el poder expresarle, al fin, mi agradecimiento por el honor de dos visitas con las que su Grandeza se dignó favorecerme el 20 de octubre y el día de Todos los Santos de este año 1655, diciéndome que había sido inspirado, al decir misa en tres o cuatro ocasiones, para llevar a cabo esta fundación, sobre la cual deseaba conocer la voluntad de Dios, a la que no se opone, preguntándome de un modo muy comprometedor si deseaba yo dotar la fundación, y de qué manera.
Le entregué mil libras de rentas sobre el fondo de dieciocho mil. Me pidió en seguida religiosas capaces de sostener esta fundación. El Sr. de Saint-Just, su gran Vicario, le dijo que contaba yo, en el Convento de Grenoble, con varias muy virtuosas y capaces de gobernar el de Lyon, para gloria del Verbo Encarnado, y satisfacción de todos. Este ofrecimiento no lo contentó del todo.
Le mostré entonces la carta que Usted me escribió el mes de mayo pasado, comunicándome que me haría llegar a Lyon la cantidad que recibió de su banquero, el Sr. de Cantariny. El Sr. Arzobispo se mostró entonces muy contento, lo mismo que el Abad de san Justo, que se veía radiante al ver que contaba Usted con el dinero, y alabó su piedad con toda la razón.
Habiendo leído a su entera satisfacción la carta de Usted el día de Todos los Santos, nuestro prelado ha insistido mucho en la terminación del contrato, pero al carecer de noticias suyas, no pude resolverme a hacerlo, estando de acuerdo, con el parecer de este incomparable Prelado, que los asuntos que lo detenían estaban sin terminar, y que no podría Usted volver a París; pero al menos se anotaría Usted un punto bueno si me ayudase a parecer veraz tanto en lo temporal como en lo espiritual.
Sabe Usted muy bien cuánto estima él las gracias con las que Dios se ha complacido en favorecerme, a pesar de ser yo tan indigna de ellas. Es en su Espíritu Santo que seré siempre, con respeto en mi confianza ordinaria, Señor, su muy humilde, Jeanne de Matel
De nuestro monasterio del Verbo Encarnado y del Smo. Sacramento de Lyon.
Al Canciller Séguier.
Monseñor:
El ángel que anunció el nacimiento del Verbo Encarnado a los pastores les dijo que era un gran gozo para ellos y para todo el pueblo, y que la claridad de esta noche sería como el día, porque el Verbo Encarnado Jesucristo, Señor de los hombres y de los ángeles, es el sol que ilumina el oriente. Habiendo nacido en la eternidad de su divino Padre, nació en ese día en el tiempo de la Virgen, su madre, en la ciudad de David, de quien ella era hija.
Mi cuñado me alegró por la buena noticia que me dio del nacimiento de varios Cristos. Usted comprende, Sr., que doy ese nombre a todos los que ingresarán al seminario que su piadoso celo ha establecido.
Lyon, 12 de enero, 1656. A un desconocido.
Señor mío:
No he notado, en la memoria que hizo Usted favor de enviarme, algo que sea imposible realizar. Le digo, mediante mi pluma, las palabras que el profeta Natán dirigió al profeta David: Anda, haz todo lo que te dicta el corazón, porque Yahveh está contigo (2S_7_3). He hecho un santuario para venir a ti: dentro de pocos días llegarán tres religiosas escogidas por mí para el monasterio en esta ciudad. Ellas y yo decidiremos juntos qué jóvenes deseamos darle.
Tal vez la divina Providencia me concederá esta gracia de traerlas hasta su santa ciudad y a Sta. Beaume, para venerar ahí las preciosas reliquias que llenan de alegría este santo lugar. El tiempo para estas devociones podrá ser esta cuaresma, si gozamos de buena salud.
Pedimos al Verbo Encarnado modele a Usted según su corazón. Es el deseo, Señor, de su muy humilde servidora. Jeanne de Matel.
Lyon, 24 de enero, 1656. Al señor de Rossignol.
Señor mío:
No puedo expresar la alegría que Mons. de Neuville, nuestro dignísimo y buen arzobispo, nos ha causado al decirnos que celebró la Eucaristía tres o cuatro veces para pedir al Verbo Encarnado le hiciera conocer su voluntad, y que en todas esas celebraciones fue advertido por este oráculo divino que es voluntad suya erigir como convento esta casa de nuestra congregación, lo cual ha llevado a cabo dignamente y con agrado; es decir, con fervor y afecto, el 1° de noviembre, fiesta de Todos los Santos. Sé la parte que toma Usted en todo lo que concierne a este Verbo hecho carne y a mis intereses. Siendo yo en él lo que Usted es para mí, he querido comunicarle esta noticia, así como a su Sra. esposa, quien ama, al igual que Usted, mis intereses temporales. Los de Usted y los de ella me son muy queridos en presencia de la divina Majestad.
La caridad que tuvo Usted al recomendar con tanta bondad y éxito la causa o los justos derechos de mis amigos, por quienes intercedí ante Usted, me hace esperar que ayude Usted al sobrino del Sr. Gayet, mi administrador. Se lo encomiendo con entera confianza, según su deseo, para pedir a Usted emplee su caritativo y favorable criterio en la causa de este señor. El portador de la presente le informará de todo el asunto. La bondad con la que Usted recibe a todos los que le envío, me dispensa de hablar más tiempo con Usted, con objeto de avivar su caridad en esta buena obra.
Me encomiendo a sus piadosas oraciones, así como a las hijas de nuestro instituto, del cual soy la más indigna, a pesar de que el Verbo Encarnado ha querido que sea yo la madre de todas. Créame siempre, en su Santísimo Espíritu, Señor, su muy humilde, Jeanne de Matel
Lyon, 25 de enero, 1656 - A las madres Jeanne Fiot y Jeanne de Bély. Superiora y asistente de París
Mis muy queridas hijas:
Pido al Vaso de Elección les obtenga del Verbo Encarnado el perfecto amor. Les escribo estas líneas para recomendarles el asunto del sobrino del Sr. Gayet, mi procurador, tanto delante de Dios como cerca de personas prominentes que nos hacen el honor de ocuparse de nuestros intereses haciendo valer su influencia. El portador de la presente les entregará los antecedentes para instruir a las personas a quienes Uds. y yo encomendamos estos caritativos oficios. Como sigo enferma de los ojos, discúlpenme por enviarles tan pocas líneas. Rueguen al Verbo Encarnado por mí, que soy, en El, mis queridísimas hijas, su buena Madre. Jeanne de Matel
8 de febrero, 1656. A la Madre Jeanne de Jesús de Bély.
Mi muy querida hija:
Que el Verbo Encarnado sea nuestro todo en el tiempo y en la eternidad, es el cordial y maternal saludo de su buena Madre, que está un poco aliviada del continuo mal de ojos, para decirle con su pluma y de su mano, así como de su corazón, que todo lo que su fidelidad hace en su casa será recompensado por Aquél que es el verdadero testigo fiel, según nos lo describe san Juan, su favorito, en el Apocalipsis.
Recuerde que rehusé al difunto P. Carré, de cuya virtud y méritos recibí muchos buenos consejos, la entrada de religiosas de diversas órdenes, abadesas, prioras y demás, que solicitaban entrar como pensionistas, una de las cuales habría pagado mil quinientas libras de pensión, junto con una sola joven para servirla, y hacia la cual me sentía sumamente obligada, porque siempre he visto que no es ésta la voluntad del Verbo Encarnado. Si hubiese sabido que mi prima iba a permanecer más de tres meses en el monasterio de París, no hubiera permitido que entrara. Siempre es mi parecer el no recibir pensionistas mayores.
El Verbo Encarnado decía a sus apóstoles: Dejen que los pequeños se acerquen a mí. Cuando quiso enseñar al pueblo, ordenó a san Pedro apóstol condujera su barca mar adentro, a fin de retirarse del gentío. Permaneció treinta años con su santa Madre y san José. No censuro el celo de quienes aprueban las comunidades numerosas; es su espíritu. El dijo que cuando dos o tres se reunieran en su nombre, él estaría en medio de ellos; es decir, en su corazón. Permanezcan unidas en el espíritu de su Orden, y constantes en lo que les ordene por el espíritu que tantas veces se ha dignado autorizar por medio de señales demasiado evidentes de su divina voluntad. Si él está con nosotros, ¿quién estará contra nosotras con la fuerza suficiente para desbaratar sus designios? El permite, por razones que no entendemos, las tempestades y las contradicciones, y es todopoderoso para calmarlas en el momento oportuno.
El Sr. Abad de Verneuil de la Piardière me dijo en su última carta que estaría en París en el mes de enero, o antes si le pedía yo que fuera allá, para hacerme enviar a Lyon lo que había recibido para mí del Sr. Cantariny. El frío ha sido tan intenso, que pienso no le fue posible cumplir su palabra. Le pido que no permita la entrada de religiosas, y que reciba con dificultad a pensionistas mayores. No he advertido que se reciban en Lyon; la superiora de Grenoble y la de Aviñón no reciben a las grandes sino como aspirantes, y para ser religiosas. Durante mi estancia en París, no recibí sino con estas condiciones. Mi hija María del Espíritu Santo obtuvo de mí un consentimiento para el que, a mi juicio, tuve que hacerme violencia. Que mi hija de la Pasión no me insista, lo mismo que mi hija de la Natividad, para conceder la entrada. Les repito lo mismo. Si la casa perteneciera a otras y no a mí, o si fuera propiedad de la Orden, la perderían a causa de estas entradas. Sean firmes y constantes en seguir las órdenes que les he dado de parte del Verbo Encarnado; lo repito, así como que soy, mi queridísima hija, su buena Madre. Jeanne de Matel.
24 de marzo, 1656. Al Señor de Priésac, Consejero de Estado.
Señor mío:
Después de haber leído y releído el onceavo privilegio, la víspera del día que hizo el Señor, que es el de su Encarnación, invité al cielo y a la tierra a tomar parte en su júbilo, suplicando al Verbo hecho carne colme al sin par de sus más santas bendiciones.
He adorado y admirado esta bondad antigua y siempre nueva, que ha iluminado divinamente al príncipe de los teólogos, a quien pido mire con buenos ojos y asista con su favor al portador de la presente, que me es tan querido como otra yo misma. Se trata del hijo del Sr. Presidente de Chausse, quien hace de ángel Gabriel, el cual me trajo a París la buena noticia que deseaba con tanto anhelo: saber que venía de saludar a nuestro Sr. arzobispo al día siguiente de haber recibir el breve del Rey.
Es la misma persona que fue, además, el primero en venir a darme noticias sobre nuestra santa montaña el día en que este digno arzobispo recibió la carta de Mons. el Canciller, diciendo que establecería la Orden del Verbo Encarnado en Lyon. Fue él también el mensajero que, mi buen prelado, me envió para urgirme a hacer escribir el contrato de esta fundación, por sentirse santamente apremiado a firmarlo, lo que hizo de buen grado, diciéndome: Usted será la maestra, no me fijo en las hipotecas de las mil libras de rentas que Usted aporta para fundar este monasterio; haga todo lo que le sea posible. No pude darle mejor respuesta que las palabras de la Madre del Verbo Encarnado; He aquí la esclava del Señor, hágase en mí según tu palabra (Lc_1_38).
Exhorto al sin par cumpla su palabra escribiendo el tratado del Verbo Encarnado. Es en él que soy, más que ninguna otra, Señor mío, su muy humilde y agradecida servidora. Jeanne de Matel
En este día dedicado a san Gabriel, víspera de la Encarnación, 1656.
A la Madre María Margarita Gibalin.
¡Viva el Verbo Encarnado, nuestro amor!
Mi primera y más querida hija:
He sido indeciblemente feliz al recibir su carta del 25 de marzo, que me envió con la Sra. Robin, en la octava del nacimiento de mi patrón, san Juan Bautista. Ella le dará detalles de nuestra conversación, que versó sobre el amor que siento hacia mi primer monasterio, que es el hijo bendito de la promesa multiplicada. Si Dios me concede la gracia de volverlo a ver, así como el monasterio que está por fundarse, entonaré con san Simeón el cántico Nunc Dimitis, Ahora, Señor (Lc_2_29).
Ruegue por mi conversión, que será para mi consuelo y el suyo. Abrazo a todas según mis anhelos y deseos, en la paciencia. ¡Qué desgracia para mí vivir en Mélek, morar en las tiendas de Quedar! (Sal_120_5).
A la Madre de Bély.
Mi muy querida hija:
Que Jesús sea nuestro amor y nuestra confianza; él humilla y enaltece; él conduce a los infiernos y rescata a sus esposas cuando desea probarlas. Amemos a este Verbo increado, que es la imagen de Dios invisible. El puede destruir a todas aquellas que no se conforman a este original, por haber sido formadas por los demonios y la naturaleza. Pueden tomar su nombre de imaginaciones y de fantasmas. Pasan como ficciones y sueños que espantan al dormir. Cuando las débiles les dan tregua o los combaten sin valor, se convierten en terror para ellas. Pero las almas humildes, fuertes y valientes, los superan y alejan. Con el Verbo Encarnado, nuestro amor, pasaremos sobre los muros que amenazan detenernos.
No puedo representarles los combates que todos los enemigos de Dios libran contra las almas que él quiere coronar. Si ellas combaten la buena lid, y a ejemplo del apóstol llegan a la meta, no deteniéndose en las cosas que han dejado, sino en las que esperan de su bondad y de su gracia, respondiendo a sus divinas mociones, arrebatarán la corona. Si Dios está con nosotros, ¿qué fuerza podrá abatirnos? Todo lo podemos en aquel que nos fortalece. Experimentaremos su fuerza en nuestra debilidad si sabemos esperarlo todo de él, y al mismo tiempo confiar en su cordial amor.
Diga a la persona que es tan amada de su buena madre, que sea valiente. Uno hace, en proporción, lo que toda la Iglesia llevó a cabo cuando san Pedro estuvo en prisión. Para Usted, mi querida hija, deseo mil bendiciones. Le enviaré el domingo por la mañana dos de mis religiosas de mi monasterio de Grenoble, que mi querida secretaria, otra yo misma como Usted, ha tenido el valor de acompañar, a pesar de encontrarse enferma, lo cual me apena. Su celo por la Orden, su cariño hacia Usted y la resolución de complacerme después de Dios, la llevan a emprender todo. Cuando ella vaya a hacer sus comisiones, de las que ha querido encargarse para gloria de Dios y para probarme su fidelidad, que no pongo en duda, le ruego no le permita salir sin tomar un caldo o alguna otra cosa que la fortifique.
Después de Dios, el Sr. Abad de Verneuil le debe la vida de su hija, la Señorita Marión. Sin sus continuos cuidados, habría salido de esta vida; su amor hacia esta niña, a quien tanto quiero, me ha obligado a amarla como la amo.
No deseo hacer comparación alguna, ni expresar lo que Dios puede ayudarle a comprender mejor que mi pluma. Ella le disputará el amor de su Madre, y al admirar la fuerza de su corazón podrá decirle que el de ella tampoco es débil. Quiérala, ame a las dos profesas que le va a presentar. Ame a todas con el santo amor del Verbo Encarnado, nuestro amor y nuestro todo. Es en él que soy, mi queridísima hija, su buena madre. Jeanne de Matel
Lyon, 16 de junio, 1656. A la Madre de Bély.
A mi querida hija, Hna. Jeanne de Jesús de Bély, del monasterio del Verbo Encarnado y del Santo Sacramento en el barrio san Germán, en París.
Alabado sea el Santísimo Sacramento del altar.
Mi muy querida Hija,
La gracia del Verbo nuestro amor, es mi maternal y muy cordial saludo. Estoy encantada de que haya adivinado sola los enigmas y entendido lo que el Espíritu dijo a la esposa. Cuando el diga: ¡Ven!, verá el cumplimiento de sus deseos. Por ahora, exclama ella al final del cantar: ¡Huye, Amado mío, sé como la gacela o el joven cervatillo, en los montes de las balsameras! (Ct_8_13s).
Oh Dios, mi querida hija, cómo es necesario que El esté pronto para encontrarse, momento a momento, sobre el lugar embalsamado por la sangre de los mártires, para hacer evaporar su aroma con el fuego de sus amorosos recursos. El Calvario era un lugar repulsivo, de malos olores, antes de que El subiera para ofrendar ahí el incienso de sus oraciones y la fragancia de la bendición paternal, siendo el Hijo bendito de toda bendición, el campo que el divino Padre bendijo antes de los siglos. Yo le pido que sea el Padre de los siglos futuros, obrando con misericordia hacia las generaciones venideras; las actuales no la reciben; provocan su justicia para que las castigue. Su buena Madre tiene razón para quejarse de cuatro Madres. Su Benjamina es su única; que ella persevere. Si Dios está por nosotras, como lo está, ¿quien podrá estar en contra? Amemos a nuestro divino amor, y él bendecirá todo.
No me informa Usted si ha hecho entregar la carta a la Sra. Marquesa de Royant. Espero saber la acogida que la Sra. de la Rocheguyon hizo a la o las que le he dirigido por medio de Usted Si estas dos cartas que envié a Usted en dos ocasiones diferentes, se extraviaron, las otras pueden haber corrido la misma suerte. Lo que Usted escribió al Sr. Dulieu asustó a los mensajeros de esta montaña, pues se sintieron amenazados.
No me las entregaron hasta tres días después, y no veo que lo hayan hecho con todas las ordinarias. Anoten siempre la fecha de la última, que yo tendré buen cuidado en marcar o hacer anotar la fecha de las mías. Tengo necesidad de fuerzas extraordinarias.
La Sra. Rousseau ha mostrado demasiado interés hacia las personas que ella estima. Le ha respondido Usted con cordura. Confíe en Dios, que asiste a las almas. No me dice si su compañera estaba con ella, ni quién es esta persona que se queja tan justamente de cosas indebidas. Agradezco y honro con todo mi corazón a las personas que son fieles a Dios. Hay poco de esto, mi muy querida hija.
Espero que el Padre se encuentre en París para escribirle lo que Dios me inspirará. Hace falta obrar siempre como Abraham: esperar contra toda esperanza, y caminar en su presencia con toda fidelidad. Estos son los deseos, mi muy querida hija, de su buena Madre, Jeanne de Matel.
No me dice si recibió la carta que envié para la Señorita Angélique de Beauvais.
De Lyon, el 15 de junio, 1636.
Saludo nuevamente a la Señorita Bero en el corazón del Verbo Encarnado, en el cual amo a su pequeña y a las que ella todavía quiera dar y hacer dar. El dijo que a los pequeños pertenece el reino de los cielos, y que se los deje acercarse a El.
Lyon, 5 de julio de 1656. A Sor Jeanne de la Pasión Fiot.
Jesús, María,
Mi muy querida hija,
He querido guardar silencio porque no deseo redoblar sus aflicciones, habiendo sido advertida por personas que no están alejadas de Usted, hasta que el Abad de V. me escribió, diciéndome que ya se me había informado por carta que mi monasterio ha perdido su reputación a causa de las G.P., y así sucederá en efecto si no le ordeno las haga salir. No puedo obrar con rapidez por carta. El Padre, que se encuentra en París, actuará con prudencia para reinstaurar el buen olor del Verbo Encarnado.
Las ovejas pequeñas están más preparadas a ser llamadas por este Salvador, que dijo: Dejen que los niños vengan a mí. Quien tiene a Dios, lo tiene todo. ¿De qué sirve al hombre ganar las riquezas del mundo si daña su alma? Ya les había advertido, antes o después de Navidad, acerca de lo que la Pastora decía de mis ovejas, pero Uds. recibieron a algunas como los perros, que muerden la piedra que los golpea y no el brazo que la ha lanzado. La compañía de la buena gracia es de rigor para Usted
De París y de otras partes se me informa que usted dice que su buena madre la ha dejado en necesidad, y que se le ha respondido que esto es falso. Quien haya dicho semejantes mentiras, se hará indigna de la caridad que, sin distinción alguna, tiene su Madre para con sus hijas. ¡Qué cruces le dan de los cuatro rincones de las cuatro casas! Los peores criminales solamente son desmembrados por cuatro caballos, y ella es desgarrada por cuatro casas. Si entre todas forman la cruz de san Andrés, ella la saluda como buena para ella; con este amor servirá ella al Verbo Encarnado, que es su Maestro y su Todo.
Recomiendo a todas pidan por mí, y busquen la manera de contentar a Dios y edificar al prójimo.
Quedo, para siempre,
A un desconocido.
¡Alabado sea el Santo Sacramento del altar!
Señor mío:
Un saludo muy humilde en la gloria que el Verbo Encarnado hizo aparecer hoy sobre el Tabor, para dar valor a quienes deben seguirlo en la confusión del Jardín de los Olivos y del Calvario. En estas dos montañas fue reconocido el Hijo de Dios. Sobre la primera por su divino Padre, quien dijo: Este es mi Hijo amado, en quien me complazco (Mt_3_17); en la segunda por el centurión: En verdad este hombre era Hijo de Dios (Mc_15_39).
San Juan nos dice que el amor del Padre nos ha dado a su Hijo único, y que solamente en el Unigénito se engendra el que es único, que está en el seno del Padre, y que manifestó la generación y la filiación que recibió del Padre, del cual es la imagen y figura de su sustancia. Es propio del Hijo ser la única generación de este Padre fecundo, y la imagen dentro de la Trinidad; el espejo sin mácula de la majestad, el esplendor de la gloria paterna, la emanación límpida de la claridad del Padre que lo engendra en el esplendor de los santos antes del día de las criaturas, el cual es su dicción, su Verbo y el término de su fecundo entendimiento. A él comunica todo su ser por vía de generación, y él con el divino Padre producen al Santo Espíritu por vía de espiración, el cual es su amor y el término de su voluntad única, coligual y coeterno a su único principio.
Oí decir que es el amor personal y sustancial en el seno de la Trinidad, el cual no es creado ni engendrado, sino que procede del Padre y del Hijo, que son los dos espirantes que lo producen como un solo y único principio; que él es el término de todas las divinas emanaciones hacia el interior; que es estéril en la Trinidad; que en él todo es producido; que es el círculo inmenso de las divinas producciones.
No he oído decir que la producción del Santo Espíritu se llame la perfecta semejanza del Padre y del Hijo, como dice Usted en su nota, ni he tenido alguna vez la curiosidad de querer saber de Dios ni de los hombres por qué no es producido por vía de generación como el Hijo, con el cual es consustancial como con el Padre, de quienes recibe toda la esencia y todo el ser.
Adoro la esterilidad del Espíritu Santo, cuya beatitud consiste en recibir pasivamente su ser, que el Padre y el Hijo se glorían en comunicarle activamente. Su fecundidad no les atribuye ninguna superioridad sobre él, ni su esterilidad le da dependencia alguna del Padre y del Hijo, sino que procede de ellos por vía de voluntad, de la que es el término, como ya he dicho, no para contentar la curiosidad de quienes escribieron la nota para plantear la pregunta que Usted me envió para responderla, sino para no desviar a Usted mediante un silencio que lo culparía por haber prometido una respuesta a tal cuestionamiento, proveniente de una señorita que no es teóloga, que jamás ha leído a los Padres, que siempre ha adorado a Dios en su santa penumbra, confesando que estas luces son tinieblas para ella, y experimentando una gran suavidad cuando él cautiva su entendimiento bajo la actividad de la fe, al meditar ella en estas palabras: No os estiméis más de lo que conviene; tened más bien una sobria estima según la medida de la fe que otorgó Dios a cada cual (Rm_12_3). Tenga la fe que aproxima al Dios del amor, que es la fe viva. Así permanecerá Usted unido a él.
Ruegue al Verbo Encarnado me conceda esta gran fe, una firme esperanza y una ardiente caridad; esto es lo que pide para Usted, Señor, su muy humilde servidora en Jesucristo. Jeanne de Matel
25 de agosto, 1656. A la Madre de Bély.
Mi muy querida hija:
Le recomiendo su salud; no trabaje más de lo que puede. Usted sabe cuántas lágrimas he derramado para obtenérsela. Que su servicio sea razonable, según el consejo del apóstol; no se aflija por nada. Dios conoce a los que son suyos, todos los cabellos de su cabeza están contados. Si él no descuida a un pajarillo, ¿podrá olvidar el cuidado que prometió tener hacia su Orden? Aunque me enviara la muerte, dijo el Santo Job, esperaría en él, que es la esencia de la vida. Nuestro Verbo Encarnado e increado es nuestro todo; su derecha se armará de fuerza y nos exaltará, y lo proclamaremos el día destinado por él para sus obras maravillosas.
Deseo saber si fue Usted quien hizo se me escribiera el 18 de septiembre por el Sr. de Langlade, para oponerme a las peticiones de mi hija de la Pasión y a la resolución del P. Prior para concedérselas. El P. de la Piardière me escribió por su parte, pidiendo que no me opusiera a ellas. Pierda cualquier temor de que la providencia del Padre que gobierna todo abandone a su Orden. Si Usted permanece sola por un tiempo ante los ojos de los hombres, no lo estará ante la mirada de Dios. Dispondremos de jóvenes para enviar a París en el momento destinado por Dios.
Mi mencionado Sr. de Langlade me escribió como una persona que duda de la constancia y estabilidad de mi hija de la Natividad. Si ella siente un miedo tan extraordinario hacia la muerte del cuerpo, ¿cómo debería, y con mucha mayor razón, temer la del espíritu? Ella, que ha encomendado a mis oraciones la que es momentánea; ¿no mostrará preocupación alguna hacia la que dura una eternidad? Debe considerar su vocación a la luz de las palabras del apóstol san Pablo, ser más estable, y repetir con el profeta que Dios ha hecho ver en nosotros sus grandes misericordias, puesto que el fuego de su justicia no nos ha consumido. El Verbo Encarnado dijo que de todos aquellos que su Padre le dio, ninguno se perdería salvo el hijo de la perdición, el cual ya está en su lugar, según lo afirma san Lucas en los Hechos de los Apóstoles.
Me duele que el Sr. de Langlade haya tenido en tan mal concepto a mi buena hija de la Natividad Gellée, a la que quiero con todo mi corazón y ahí tiene un lugar aunque se encuentre algo alejada de mis ojos, que siempre la miran con benevolencia. Ellos sufrieron por lo que dije, no poder verla; ella temió ser una carga en Lyon, al enterarse de que su pensión no pudo ser enviada ahí con facilidad, lo cual no me causó preocupación alguna.
Su señora madre, a quien saludo y respeto con todo mi corazón, ha conocido por experiencia que la estimo muy por encima de los intereses a los que veo atadas a tantas personas, que no buscan la gloria de Dios y la salvación de las almas. La suya me es muy querida. No puedo decirle cuántas veces al día pido por la preservación y santificación de las dos. La de la Sra. Gellée, su madre, la de la Sra. Bernard, tía suya y la de su señor hermano me han sido muy encomendadas. Su fe me hizo esperar contra toda esperanza, a ejemplo de Abraham. Ella está obligada a amarme como buena hija mía; yo la quiero en calidad de buena madre suya y de todas mis hijas, a las que abrazo en el amor del Verbo Encarnado. Es de corazón que soy para todas mis queridas hijas, su buena madre. Jeanne de Matel.
Lyon, 13 de noviembre de 1656 - Al Párroco de Charles, para la Madre de Bély.
Al Párroco Sr. de Charles, próximo al Hotel de Brienne, barrio san Germán, para hacer el favor de entregar prontamente a mi muy querida hija Sor Jeanne de Jesús de Bély, en París.
Mi muy querida Hija
Mi cordial y maternal saludo en el amor del Verbo Encarnado. Mi última por correo ordinario fue dirigida al Sr. Abad de Verneuil. Dentro del sobre incluí una carta a mi hija de la Natividad, escrita de mi mano, lo mismo que la presente, en la que hablo de corazón, porque la quiero. Si ella tuviese el mismo amor y fe en la amistad de su madre ausente o presente, san Martín la curaría de lejos, como lo hizo de cerca en la víspera de su fiesta, estando ella enferma de lo que pensábamos era pulmonía. Y cuando se temía que caería la pequeña alondra, 31 días de fiebre continua no la pudieron abatir para hacerla morir.
Yo la saludo y la abrazo con cariño, lo mismo que a todas mis queridas hijas. Si el Sr. Abad ya partió, no dejen de remitirle mi carta a la dirección mencionada en las suyas. Saquen la de mi hija de la Natividad, y vuelva a incluir la suya, para volvérmela a enviar. Si en verdad me concede la alegría de venir a verme, podrá traer consigo a las religiosas de Grenoble que están en ese lugar.
La noche me obliga a terminar, y Sor María a enviar la presente. Continúa amándolas, mi muy querida hija, su buena madre. J. de Matel.
Lyon, 5 de enero, 1657. A la Madre de Bély.
A la muy querida hija, Madre Jeanne de Jesús de Bély, superiora del Monasterio del Verbo Encarnado del Barrio san Germán de Près, en la calle de Grenelle, en París.
Mi muy querida hija:
Comparto todas sus penas desde que, habiéndome separado corporalmente de Usted, he permanecido inseparable en el espíritu. Usted me es muy querida y como otra yo; no lo dude, pues todo el cielo sabe que su fidelidad me es amabilísima.
Hace más de tres semanas que me acosa un mal de costado que me obliga a guardar cama más de lo que mi actividad puede sufrir. Estoy admirada de saber por su medio y por el de mis hijas que mi hija de la Natividad Gelée obra milagros en la observancia de sus reglas. La quiero mucho. Su última carta me ha traído gran alegría.
Pido continuamente por su salud Le recomiendo sea buena ecónoma, y que lleve sus cuentas según las intenciones del Verbo Encarnado, quien ordenó a los apóstoles reunieran y recogieran las sobras de los panes que había él multiplicado milagrosamente. Esto me ha hecho pensar en la cuenta que pedirá de todo lo que nos encomienda, sea espiritual, sea corporal; sea temporal, sea eternal.
Recuerde que pagué novecientas libras por la renta de la casa al Sr. La Line. Además, sostuve a mis hijas del Espíritu Santo, de la Pasión, de la Cruz, Gravier, Munier, Constanza y otras. Todo esto sin otra pensión que la que el Verbo Encarnado me había concedido. Gasté cien escudos en la celebración de la santa misa, y ayudé a la iglesia y a tres pensionistas que no me han pagado. Me hacía toda para servir a todas, pero mis imperfecciones sobrepasaban todos estos oficios y los abismaban en mi confusión, siempre sin par, al considerarme en la oración. ¡Oh Dios! Mi querida hija, sea Usted más fiel a Su Majestad que su Madre, al responder a las gracias que El nos comunica. Pídale que me convierta en este año del 57, y que encuentre en mí su reposo como en el día de la creación.
Esta carta puede servir a mi hija Gravier tanto como a Usted Marion se siente perfectamente bien. No está enferma de los ojos ni padece reumatismo. Yo le caliento los pies y la cuido en todo como si fuera la niña de mis ojos.
Abrazo a todas como mis queridas hijas, y soy para ellas, como para Usted, mi muy querida hija, su buena Madre, pero, en el corazón, de todas. J. de Matel
De nuestro Monasterio del Santísimo Sacramento de Lyon
Todas mis hijas, sus hermanas, las saludan y les desean, como aguinaldo, el amor puro en la santidad
Lyon, sin fecha. A Sor Gravier.
Mi muy querida hija:
¡Viva el Verbo Encarnado, nuestro amor! Si mi afecto hacia Usted no fuera conocido sino por mis cartas, tendría Usted alguna razón al reprimir la convicción que tiene de que la amo; pero habiendo experimentado mil veces el gran cariño que mi corazón maternal tiene hacia Usted, no imagino que pueda Usted tolerar pensamientos de desconfianza. Sus quejas no me incomodan, pues brotan de su afecto filial, y mi corazón las comprende muy bien. Su ausencia me ha llevado a darme cuenta de mi gran cariño hacia Usted y, aunque amo a todas mis hijas, mi hija de Bély y Usted son mi principal apoyo.
El dolor de costado que sufro desde que Usted se ausentó es prueba de ello. Se alejó físicamente de mi vista, lo cual fue causa de que mi espíritu se sintiera inconsolablemente afligido. No ignora las promesas y oraciones que he ofrecido a Dios por Usted y por la salud de mi hija de Bély. Que demuestre que me ama, como creo que lo hace. Sus penas me han afligido y las de Usted han agrandado mis heridas. Sin embargo, como todas proceden del amor maternal y entrañable, me parecen muy dulces.
Oren las dos para que mis dolores de costado vayan unidos a los del Verbo Encarnado, por cuya gloria la quiero y sufro, temporalmente, su alejamiento de mí, que soy su buena madre. Jeanne de Matel
Lyon, noviembre de 1658. Al señor Roger, Consejero del Rey.
Señor mío:
A mi regreso de Roanne, donde bebí de las aguas de san Erbam, recibí la suya del día 3 del corriente, en la que encontré un giro con valor de mil doscientas cincuenta libras, mil de las cuales provienen de mis rentas, y doscientas cincuenta que proceden del Sr. de Rossignol, para la pensión de mi Hna. de la Asunción.
El mencionado giro me fue pagado con tanta prontitud como generosidad por el Sr. de Saint-André. Con el favor de Usted, estas líneas le servirán de recibo, al que adjunto un comprobante para el Sr. de Rossignol, a quien pedirá Usted el justificante que tuvo a bien hacerle.
Es éste, Señor, uno de los testimonios de la bondad que tiene Usted hacia todo lo que me concierne, al ocuparse de mis asuntos como si fueran suyos, por todo lo cual pido al Verbo Encarnado, además de la Señorita, por su esposa y por toda su familia, a la que bendice el corazón que recibe sus favores, rogándole me salgan al paso ocasiones en que le demuestre mi agradecimiento con los hechos.
Soy, más que ninguna otra, Señor, su muy humilde y agradecida servidora. Jeanne de Matel.
Me apené al saber el estado de salud del Sr. Abad, y el de su señora madre, pero la seguridad que me da por medio de su muy apreciable, me ayuda a comprender que va bien, puesto que deberá encontrarse en París dentro de pocos días. Hágame el favor de ofrecerle, en ese lugar, el cordial afecto de su buena Madre y la respetuosa obediencia de su Marión, nuestra querida mascotita.
28 de febrero, 1659. Al señor Abad de la Piardière.
Mi muy querido hijo:
He recibido todas las suyas con gran gozo y afecto materno, viendo que las dictan su afecto y respeto filial. Sabiendo que Dios humilla y levanta, mortifica y vivifica, baja a los infiernos y saca de ahí a las almas a quienes desea probar, aguardo en la esperanza y en silencio su divina salvación. Si el está por nosotros, ¿quién se volverá contra nosotros? Le hablo por medio de su profeta Habacuc, recitando la oración completa del tercer capítulo de sus oráculos, y pidiendo a todos los santos que le alaben: Salmodiad a Yahveh los que le amáis, alabad su memoria sagrada. De un instante es su cólera, de toda una vida su favor (Sal_30_5s).
Es en esta divina voluntad que espero a Usted con una santa impaciencia, para decirle de viva voz lo que este papel no puede llevarle. Le ruego me sumerja siempre muy dentro del cáliz de su preciosa sangre.
Tengo un acceso de tos que me obliga a terminar la presente, pero que no me impedirá ser, en el tiempo y en la eternidad. Jeanne de Matel
Carta 6. Lyon, 25 de marzo de 1659. Al señor Abad de la Piardière
Al Señor, el Abad de la Piardière, Señor de Verneuil, recomendado por el Señor de Rossignol, Maestro de Cuentas, para que haga el favor de hacerla hospedar en la calle Vivier, cerca de las Religiosas de Santo Tomás.
Señor, mi muy querido y venerado hijo:
La suya del 11 de marzo me produjo alegría y dolor. Esto no se debió solamente a que, en el tiempo en que el Salvador padeció, algunas personas de notable dignidad tuvieron consejo contra él y contra su gloria, a fin de exterminar al uno y a la otra, procurándole una muerte afrentosa, por no decir infame, bajo pretexto de que valía más destruir a este Dios Salvador, que ver perecer a los culpables. Si el Espíritu Santo no hubiera hablado mediante la voz del pontífice, porque había llegado su tiempo, el Verbo Encarnado murió una vez para vivir eternamente. Esto sucedió ayer, continúa en el presente, y seguirá por toda la eternidad. Aun cuando destruyera todas las esperanzas creadas, yo esperaría en él. Judith no pudo aprobar la desconfianza de los príncipes y de los sacerdotes de Betulia para poner condiciones a la poderosa sabiduría y bondad de Dios, que hizo ver la fuerza en nuestra debilidad. Su brazo no ha decrecido; es nuestra fe la que parece sufrir menoscabo.
Si he guardado un silencio que ha sorprendido a todos aquellos que me honran con su amistad, se debe a que el profeta Zacarías me lo mandó hace ya seis años. El fue el oráculo del Espíritu Santo al hablar de Jesús, el sumo sacerdote, y de Zorobabel en la época en que Usted se encontraba en san Lázaro en casa del Sr. Vicente, para prepararse a la dignidad que recibió por bondad de Dios y mediante los cuidados de su M., la cual espera a su venerable hijo con anhelos que le es difícil explicar. Ella no está sola. Nuestra querida Marion y muchas otras están con la misma expectación de que venga sin tardanza. Usted es el deseado de las colinas y de aquella que es, Señor mío, mi muy querido y venerado hijo, su muy humilde, agradecida servidora y muy buena madre, J. de Matel. Todas mis hijas, religiosas y aspirantes, agradecen a Usted el honor de su recuerdo, y le presentan su humilde respeto, en especial Gravier.
Lyon, 21 de diciembre, 1659. Al señor Abad de la Piardière.
¡Viva el Verbo Encarnado!
Muy querido y venerado hijo:
Jesús, al pasar, hacía milagros … daba la vista a los ciegos, haciendo lo que su Espíritu inspiró a Isaías, a fin de que fuéramos iluminados con la luz divina, y que conociéramos que nuestras claridades no son, con frecuencia, sino tinieblas.
El paso de Usted, que fue tan luminoso y lleno de alegría, se pareció al Domingo de Ramos para la gloria del Verbo Encarnado, aunque seis días después los pareceres cambiaron, asegurando que todo sería destruido si el que hizo varias promesas no las cumplía después de su partida, mediante el envío de las diez mil libras que prometió a los grandes del siglo en su palacio.
La cruz sigue en pie, lo mismo que sus dos discípulas, que lo escucharon con sus propios oídos Después de que me dejó en la iglesia, personificando al dolor mismo que Usted prometió y dijo en la calle al Sr. Mabire que asegurara a Monseñor y al Sr. de Saint-Just que Usted las enviaría en cuanto ellos se las pidiera.
A partir de entonces, el procurador del obispado me ha estado presionando más de lo que puedo expresar a Usted, para que se las pida, que le ordene hacerlo, o que al menos apruebe la carta que su celo le llevó a escribir. Cuando rehusé ver dicha carta, y mucho más el aprobarla, el día de la Purificación por la tarde salió de nuestro templo, en el que no ha vuelto a poner un pie, dejándome clavada la filosa espada que se predijo a la santa Madre del Verbo Encarnado, el cual abrirá los corazones de muchas personas para hacer ver la diversidad de sus pensamientos.
Se dice a su madre que su venerado hijo pertenece a la corte de la tierra, que ha fingido estar de su lado, y que es su peor enemigo; que él se queja de ella, y que con gran astucia ha retirado a su hija, y sonsacado a la secretaria, para acompañar a una M. disimulada, que llevará a su término la desolación de la abominación que ella misma ha anunciado.
Mi muy querido y venerado hijo, dé el mentís a todos los que hablan con falsedad, y alegrará a la que no pide sino ser librada de oprobios. Pero que se haga la voluntad de Dios y que, en su verdad, pueda ella servirle siempre con espíritu sincero.
Y como él no habita en los corazones dobles, que se digne morar en el mío y hacerlo más sencillo cada día; que al tratar de asuntos temporales, no olvide los eternos. Es en esta Trinidad que desea permanecer, mi querido y venerado hijo, su muy humilde y buena Madre, Jeanne de Matel
No hemos visto a aquel de quien Usted habló. Las maravillosas bondades de Dios en favor de aquella que no desean echar de su sinagoga, sino de sus casas, y todos aquellos que dicen: Bendito el que viene en el nombre, exclaman como yo: De todos mis opresores me he hecho el oprobio (Sal_31_12).
A un desconocido.
Señor mío:
No dudo que haya Usted sentido tristeza al verse obligado a partir sin despedirse de su Madre, la cual le ama como a su pequeño hijo.
La petición que me hace de perdonarlo, siendo inocente, procede de la ternura de su buen corazón, al que el mío está perfectamente unido, así como al de nuestra Benjamina.
Las amistades que se hacen en Dios no pueden ser disueltas; no podría Usted negar que me ha dado la mejor parte de Usted mismo, al dejarme a la Sra. Seguin.
El favor que le pido es que redoble sus cuidados por la salud del Rey y de la Reina.
A un desconocido.
Señor mío:
El gran san Agustín escribió, después de haber ponderado en su amor, que es Dios: ¡Oh bondad antigua y siempre nueva!; y el rey profeta dice que en su meditación su corazón se volvía todo de fuego. Habiendo leído y releído las palabras con las que se expresa la esposa del cántico de amor para manifestar su pasión por encontrarse sola con él, y de poseerlo en la soledad como al único objeto de sus amores, veo que el corazón de Usted se ha convertido en una pura llama, a la que deseo dar el nombre de caridad, la cual lo apremia a estimar la bondad que Usted admira. Dejo a Usted el pensar en qué arrobamiento se encuentra mi espíritu, al hacer suya su felicidad.
Es en esta unión, mejor dicho, unidad, que deseo ser en el tiempo y en la eternidad, su muy humilde servidora, Jeanne de Matel.
A las Religiosas de Aviñón;
Mis muy queridas y bien amadas hijas:
Saludo y abrazo a todas en las entrañas del Padre de las unir por las que El Verbo Encarnado, Oriente, nos ha visitado.
Les envío por conducto del Sr. Tixsier, un eclesiástico muy piadoso, veintisiete medallas y diez cruces de reliquias de santos mártires que tuvieron el honor de padecer hasta la muerte por este Verbo de vida, que murió por ellos y por nosotros. Muramos, mis queridas hijas, a todo lo que no es Dios, pero hagámoslo por su amor y en su amor. Es lo que anhela para Uds. su madre, que desea apasionadamente su gloria, la cual ni Uds. ni yo podremos poseer sino mediante la cruz y los sufrimientos. No les menciono los que sobrellevo a causa de todas ustedes, a pesar de las razones que pudieran tener para disculparse al no cumplir hacia mí los deberes a los que el Verbo Encarnado, nuestro todo, las ha obligado.
Es en sus llagas sagradas donde gimo como paloma sin hiel, y donde las amo con cariño efusivo y dilección maternal, quedando, mis queridas y bien amadas hijas, su buena, afectuosísima y muy cordial Madre. Jeanne de Matel
Al Prior Bernardon.
Mi querido Padre:
Un saludo en el corazón del Verbo Encarnado, nuestro todo. Tan pronto como abrí las dos amables cartas que recibí a la misma hora del mismo día, tomé la pluma para responderle en pocas palabras, pues el correo me apremiaba.
En primer lugar, le aseguro que ni el Sr. de la Piardière ni yo hemos recibido las cartas que dice habernos enviado, ni noticia alguna de lo que ha hecho Usted respecto al Sr. Chabanier, desde que devolvimos a Usted el acuerdo o transacción que me había enviado. Me sentiría muy molesta si los papeles que le pedí estuvieran allá, pues me vería privada del placer que espero tener al leer todas las palabras e injurias que lanza en ellos contra la que no hace sino querer la dicha y bienes que el Verbo Encarnado me pide que le desee.
Le ruego crea que nuestras hermanas de París, que por ahora no muestran ser buenas amas de casa, no pueden mostrar mayor asombro ante los gastos que la Hna. María Chaud hace en mi nombre. Yo alimentaría a veinticuatro personas y las mantendría en buen estado con lo que ella emplea para doce, y las haría sentirse más calientes que si fueran treinta viviendo en las mejores casas de París. Cuando estuve en Lyon hacía mejor comida para treinta personas, y no utilizaba sino la mitad de la leña y del carbón. Dejé ahí esta misma cantidad de la provisión necesaria para dos años.
Sor Isabel era mejor administradora. Sor María obraría como los que derraman la harina para recoger un poco: se arruinaría sin llegar a cocinar una buena cena.
Yo me ocupo de la cocina y desde hace dos años no tengo ecónoma. Toda nuestra comunidad goza no sólo de buena salud, sino que no existen otras jóvenes ni religiosas en todos los monasterios de París que tengan tan buen aspecto como las del Verbo Encarnado, y eso que no se gasta el costal de carbón ni el cuarto de leña que compra la Hna. María. Paso, en cada comida, tres platillos muy bien servidos.
Le informo de esto en secreto. Si pudiese ir a Lyon, el Prior vería que digo la verdad y constataría las bendiciones que nuestra querida Hna. Isabel me ha obtenido, al dejarme su oficio no me atrevo a decir beneficio.
Sor de la Pasión se siente mejor que cuando estuvo en Lyon, Aviñón y Grenoble; su cordura es óptima. Se da cuenta de lo que dice, y todas las demás se complacen en imitar el mandato que el ángel dio a la madre de Sansón. Puede Usted leerlo en el libro de los Jueces.
Me dice Usted que no deje leer a nadie su última carta. Pierda cuidado. Le ruego sea el único en leer la presente, pues no debo desear pasar por una excelente cocinera, ni ser considerada como la mujer fuerte, que pone la mano en cosas grandes, y sin embargo, no olvida el manejo del huso.
Mi querido Prior, no tengo palabras para expresar los sentimientos de mi corazón ante la pérdida de aquel que le causó tan sensible disgusto. Quiera Dios que el ofrecimiento de mi sangre y de mi propia vida lo puedan volver al lugar donde Dios lo tenía antes de que él se fuera del lado de aquella que lo hizo renacer con la ayuda de la gracia, y entre arroyos de lágrimas.
He pedido al Sr. de la Piardière pida informes en casa de este abogado del Consejo, y que no descanse hasta encontrarle, para invitarlo a entrevistarse conmigo; me encontrará llena de dulzura y de amor maternal, y la misma que conoció en el año 1637. No quise mostrarle la carta de Usted Espero poder informarle de todo lo que se pueda averiguar, y que él me hará saber si se resuelve a venir a verme.
Como el correo me apura, termino la presente pero sin terminar jamás de apreciarle, puesto que quiero vivir y morir siendo su humilde hija y sierva en Jesús. Jeanne de Matel
2 de febrero, 1666 - A la Madre Elena Gibalin de Villard
Mis queridísimas y bien amadas hijas:
No habiendo recibido sino una carta de su parte, respondo con la presente, así como a todas las que dicen haberme escrito, sea que haya recibido sus cartas o no.
Deseo creer que son sinceras y que de la abundancia de sus corazones hablan sus labios, al expresar los deseos que tienen de verme cerca de ustedes. Van los reiterados deseos de mi corazón que las ama con un amor maternal y cordial, pero que se siente lastimado ante las diligencias que hacen para inquietarme, al insistir en que venda mis rentas, que son buenas y constantes. Al venderlas, pierdo 500 L de entradas perpetuas y con ello no ganan ustedes ni un céntimo. Si esto fuera para su provecho, y percibieran las 1,260 libras por las 18,000 de mi fundación, no lo sentiría, porque tendrían Uds. la ganancia y se beneficiarían con mi pérdida.
Si, con la ayuda de Dios, y como es mi deseo, puedo ir a Lyon después de Pascua, veremos entonces cómo podemos arreglarnos sin vender las mencionadas rentas, que siempre nos serán útiles. Me contrista en extremo el que las tengan controladas, lo cual es causa de que no reciban Uds. la satisfacción que esperan, y que también yo lo deseo, pidiendo a Dios para todas les conceda llegar a ser santas y fieles esposas del divino Esposo.
Encomiéndenme a El, para que me guíe al cumplimiento de todas sus divinas voluntades. Estos son los deseos, mis queridísimas y bien amadas hijas, de su buena Madre en Jesús. J. de Matel, Fundadora y superiora del Verbo Encarnado.
Me extraña que mi querida hija, la Madre Margarita de Jesús, no haya firmado con su nombre la carta de la comunidad de Aviñón. ¿Es que está enferma o ha fallecido? ¡O tal vez esté resentida por seguir siendo superiora desde hace 25 años! La cargué con esta responsabilidad, que no le he quitado. Los mandatos de Dios no siempre son conocidos de los hombres.
París, 2 de Mayo de 1666. Al Reverendo Padre Dom Ignace Philibert, Prior de la Abadía de San Germain-des-Près.
Alabado sea siempre el Santísimo Sacramento.
Muy Reverendo Padre:
Hace poco me enteré que vuestra reverencia toma siempre como verdaderas las razones que le previenen en contra de la verdad, por lo que me siento obligada para defenderla, a informaros de nuevo de todas las faltas que hay en el acta de transacción, ya que como sabéis se me violentó a firmar el 18 de abril de 1663, sin haber querido dejarme ni un día la Minuta para darla a conocer a mi consejo, que yo deseaba viera a causa de ciertos términos que siempre desaprobé. Después de este tiempo he persistido en pedir la corrección. Al fin mis hijas han abierto los ojos a su falta y la Superiora vino a decirme que ella quiere lo que yo quiero y no desea sino el que sea satisfecha.
Como no tengo mas que a vos para que en esta ocasión se me haga justicia, mi Reverendo Padre, os lo pido protestando que no lo deseo sino por la gloria de Dios y el bien de mis hijas.
Considerad que en esta acta me hacen pasar por una persona que da bienes que no son suyos, por lo que me hace una injuria que recae sobre ellas por ser demasiado onerosa a la Orden, puedo decir, mi Reverendo Padre que no tengo nada de mis hijas, ni recibido para ella mas que 2,000 libras que Mons. el Canciller me dio al establecer esta casa, las que ayudaron a pagar los gastos para establecer la clausura y construir la iglesia que costó 6,000 libras, sin embargo, por esta donación no les tomé en cuenta mas de 4,000 de las que entonces me hicieron recibos. Ellas saben que no me he apropiado lo que les pertenece, y que mientras tuve cuidado de lo temporal me contenté con la pensión de algunas, ya que la mayor parte no tenían nada y no se encontrará nadie que me pueda convencer de tener bienes de otros por que legítimamente he adquirido lo que tengo, Dios lo ha bendecido y multiplicado varias veces, bien porque ha subido el valor de las monedas, o por mi economía evitando gastos inútiles, o porque me he privado de cosas aún necesarias. El Verbo Encarnado ha bendecido mi trabajo y mis cuidados, así como cumplido la promesa que me hizo de darme para fundar cinco casas de las que no me queda por establecer más que una, la que ya estaría fundada si por esta acta no se hubiese puesto turbación a mis negocios y afligido mi espíritu con su resistencia y poniendo falsedades que detienen el curso de la gracia de Dios sobre estas casas. Se está oponiendo a los designios por los que me permitió comenzar y sostener en Lyon, nuestra Congregación, de haber establecido esta Orden y sobrevivido a todo sin ser una carga para nadie, no he hecho comunidad de bienes temporales con las hijas de la Congregación por razones que sería demasiado largo aducir aquí y he recibido gratuitamente a las que han querido ser religiosas después que se estableció la Orden de manera que la carga ha sido para mí sola.
Si le place a su Reverencia podrá constatar que lo que dice el acta y de lo que me quejo, lo he hecho movida para continuar el establecimiento de este Monasterio y porque las personas que allí sirvieron de testigos no pudieron decir la verdad porque me conocieron 20 años después que hice la fundación, es decir, después de este último viaje que hice a París donde como usted sabe, fue el 22 de mayo de 1663, y en el acta se ha querido hacer aparecer a la Sra. de Rocheguyon como la que estableció este Monasterio, pero en verdad ella no contribuyó para nada en él. Ciertamente deseó ser la fundadora e hizo un voto a Dios y ofreció para su ejecución la cantidad de 16,000 libras con la condición de poner en él a perpetuidad dos jóvenes que serían nombradas por los fundadores de un convento de religiosas en donde estaba su director, las que podrían hacer rendir la dicha suma en caso de que la comunidad rehusara tomarla en sus manos. Estas condiciones fueron causa de que el Reverendo Padre Dom Brachet, uno de vuestros predecesores no quisiese aceptar a dicha dama como fundadora, la que se sintió molesta y se retiró con la bula diciendo que ella quería fundar en París. Esto me obligó a conseguir otra en Roma haciendo los gastos por mi cuenta y ofrecí dar 18,000 libras con las condiciones que fueron aceptadas por M. Mair y de su gran Vicario después que vieron las cartas patentes del Rey para el establecimiento y pagué la misma suma que había prometido como lo podéis ver en mis cuentas o en los recibos. Si es que os habéis tomado la molestia de examinarlos debisteis haber encontrado que desde el año de 1643 hasta el 29 de agosto de 1653 en que compré las tres casas que di a mis hijas de este Monasterio, pagué todos los años 800 libras por el alquiler de esta casa que ocupaban; 300 libras al capellán, sostuve todos los otros gastos de la iglesia y la sacristía y amueblé todo lo que era indispensable para la casa y proveí los gastos extraordinarios que fue necesario hacer en tiempo de las dos guerras que afligieron a esta ciudad de París, después de las cuales pedí establecerme en Lyon, sin por eso abandonar a mis hijas de París. Durante mi ausencia les deje la posesión de las casas en donde están alojadas, más 1200 libras de alquiler, les dejé también las pensiones de dos religiosas que había traído de Lyon, además pagué la renta de 300 libras que pesaban sobre la casa y todas las reparaciones y mejoras que se hicieron durante los diez años que estuve ausente, y lejos de hacer mención en el acta de lo que con razón me quejo, se dice lo contrario, o sea, que todo fue hecho hasta el año de mi llegada 1663, y como no se me permitió hacer las declaraciones y reconocimientos necesarios, es por lo que ahora vengo a satisfacer para aligerar mi conciencia, como por el derecho adquirido de mis hijas.
Ahora bien, mi Reverendo Padre, os pido si puedo darles algo a mis hijas, ya que no he tocado la dote de ninguna, las que están en manos de sus padres todavía. Además he sufragado los gastos que unas y otras han hecho al convento de París y los que yo he hecho para el servicio de la Orden y de este Monasterio que me han costado mucho. Sin embargo, en lugar de testimoniarme algún agradecimiento por todos estos bienes recibidos, al regresar a la cuidad, cuando sabían venía a ayudarlas y aumentar sus bienes, en esta acta me maltratan poniendo en ella falsedades, las que además de serme injuriosas pueden un día hacerme mucho mal, porque si alguna revolución de estado se promoviese, de lo que Dios quiera librarnos, o políticas y otros asuntos en los que se vieran obligadas a actuar mis hijas, ¿cómo podrían defender sus derechos si se les ataca? Lo único que se vería es que tuvieron una fundadora que las fundó con bienes que no eran de ella sino que los tenía sólo en depósito, lo que no es verdad y sí se podrían frustrar sus intereses sin tomar en cuenta mis intenciones.
Siendo esto así, ved, mi Reverendo Padre, qué consecuencia tan grande tendría esto para toda la Orden. Además les he dado mis tres casas y 2,000 libras de renta, y ellas no solamente no me lo han agradecido, ni tampoco los otros bienes que les he dado durante 20 años y lo que es peor, que en lugar de poner en la dicha transacción que todo esto lo he hecho de mi pura y franca voluntad a causa del amor que les tengo y el celo que Dios me ha dado por el adelanto de esta Orden, me hace decir que los cedo para descargo de mi conciencia. Mi Reverendo Padre, os puedo asegurar en la presencia de Dios que no estoy cargada más que de la ingratitud con que mis hijas me hacen aparecer en esta acta, en la que veo con dolor que en el tiempo en que les he aumentado mis bienes, la Madre que ha precedido a la que hoy está en el cargo, me quita el derecho que había adquirido por mi contrato de fundación del año 1643, de nombrar seis jóvenes de lo que de todos es bien sabido que no he abusado, pero ella quiso apropiárselo para seguir su voluntad y no la mía; que no busca mas que la gloria del Verbo Encarnado y el bien de mis hijas.
Si Vuestra reverencia se toma la molestia de examinar esta acta como tantas veces se lo he suplicado, no dejará de ver que en todo he sido muy mal tratada y tal vez al reconocerlo acabará por estar de mi parte y ver que tengo razón en persistir pida sea corregida pues todo depende de ella. Me atrevo a creer en su equidad y por eso le envío también la Minuta para aclarar los términos de la otra que han sido mal entendidos y mal explicados; recordad mi Reverendo Padre, que aún no se me han devuelto las copias de mis títulos que os fueron remitidos de mi mano y di todos los originales debo tener por lo menos las copias cotejadas. Espero tendréis la bondad de hacerlas expedir lo más pronto posible según me disteis vuestra palabra y que siempre me creáis en el espíritu de Aquél que por su sangre pacificó el cielo con la tierra. Mi Reverendísimo Padre, vuestra muy humilde y obediente hija y sierva. Jeanne de Matel.
23 de marzo, 1667. A la Madre María Margarita de Jesús Gibalin.
Adorado sea Jesús en la adorabilísima Eucaristía.
Muy querida y bien amada hija:
Mi más afectuoso, cordial y maternal saludo en la Encarnación adorable del Verbo, nuestro amor.
No había podido hasta hoy responder a su última carta, aunque sé que hubiera sido demasiado fácil testimoniarle mi afecto maternal, lo que hago asegurándole que la llevo con mucho cariño y ternura en mi corazón desde hace muchos años, tantos como el Señor que reina en él me permite estar unida a la primera de mis hijas a quien ha concedido el velo en su Orden, y que le ha congregado un buen número de esposas bajo el techo donde ella gobierna.
Pero esto no es suficiente, mi muy querida hija: aumente su celo y su valor, y no se aleje del camino de este Señor que recompensa generosamente a sus buenos y fieles servidores, y que da el céntuplo y la vida eterna, que le deseo junto con la triple bendición de las tres divinas personas, lo mismo que a todas mis queridas hijas, a quienes saludo cordialmente.
En este monasterio solemnizaremos toda la octava de la Encarnación, como se ha hecho en años anteriores, exponiendo diariamente al Santo Sacramento y teniendo un sermón al que sigue la bendición con el Santísimo. Tengo vivos deseos de que se observe esta devoción en todos los monasterios de la Orden, pues nunca mostraremos suficiente veneración y respeto hacia este santo y sagrado Misterio, que es la esencia de nuestra Orden por el propósito que tenemos de honrar al Verbo Encarnado en todos sus misterios. Siendo éste el primero, debemos darle honor sobre todos los demás.
Si puede Usted, por medio de sus amistades, trabajar y ahorrar para la fundación de Roanne o de otro lugar, con personas que contribuyan para que no falte la alimentación, aportaría yo de cinco a seis mil libras. Me encantaría que me manifestara su interés al respecto.
No dude de mi afecto y ruegue fervientemente por mí, para que sepa cumplir el beneplácito de Dios, son los deseos ardientes, mi amada y muy querida hija, de su buena Madre. Juana de Matel Institutriz y fundadora de la Orden del Verbo Encarnado y del Santísimo Sacramento.
No hemos recibido todavía las indulgencias de las cuarenta horas, que esperamos de un momento a otro para esta octava; tan pronto como las tengamos pediré que se las envíen. Usted sabe que las Bernardinas tienen la devoción a la santa Espina todos los viernes del año, día en que exponen al Santo Sacramento. Las Recoletas han escogido el sábado en honor de la Inmaculada Concepción, y las Benedictinas han elegido el jueves para venerar al Santo Sacramento. De esta manera manifiestan su devoción en esos días, y además celebran octavas particulares para atraer a las personas de fuera y edificarlas con sus devociones; lo mismo hacen todas las casas de religiosos y religiosas establecidas en este barrio.
París, 30 de mayo, 1668. A la Superiora del Monasterio de Aviñón.
Mi muy querida hija:
Que el Verbo Encarnado sea siempre nuestro único amor.
Hija mía, la Madre de la Asunción Saurel ha regresado al cabo de poco tiempo a nuestro monasterio de Grenoble, del cual, como Usted sabe, es religiosa profesa. Ha sido llamada por la comunidad, que la eligió para ser nuevamente superiora. Mi querida hija, Sor Juana de Jesús de Bély, por obediencia, aceptó ocupar por segunda vez el cargo, con la esperanza que les di de enviar algunas buenas hermanas de su comunidad que, siendo numerosa, podrá fácilmente ayudarnos al menos con dos de las más capaces para el gobierno, y bajo mi dirección, que no les rehusaré por ser la buena Madre de todas las hijas de esta congregación a la que el Verbo Encarnado me ha llamado, a pesar de lo indigna que soy por mi poca virtud.
Ruéguele que me proporcione aquellas que me son más necesarias para poder sobrellevar el estado de sufrimientos en que El me tiene. Sin embargo, mi querida hija, espero su respuesta sobre el asunto pendiente, y sobre el recibo que le pedí con anterioridad. En cuanto lo reciba, consultaré con el Prior de San Germán-des-Près, superior de este monasterio y de todos los demás de esta zona. Haré que se le escriba respecto a las deliberaciones sobre el superiorato de este monasterio, donde tanto sufro interiormente, como Usted sabe, después del hecho ocurrido a causa de las diligencias de la Madre Gerin, quien ignorando mis asuntos ha introducido el desorden. Esto me hace gemir sobre la cruz a la que el cielo me ha hecho subir. Pídale que permanezca sobre ella con constancia, y considéreme en el amor del Verbo Encarnado, que es todo caridad, su buena Madre. Jeanne de Matel.
Presente mis humildísimos saludos al Sr. Dantrechaux, su piadoso director. Tengo en cuenta los cuidados que él dedica en todo momento a su adelanto espiritual y temporal. Mis respetos al Sr. y a la Sra. de la Bâtie et à leer familla.
7 de diciembre, 1668. A la Madre María Margarita Gibalin.
¡Alabado sea el Verbo Encarnado en la santa Eucaristía!
Mi muy querida y bien amada hija:
Recibí su carta en la que me habla de la dichosa muerte de nuestra querida hija, la Hna. María Seráfica Robert, la cual en poco tiempo llenó la medida del amor divino, que la ha llamado a sí, y que fue tan amoroso para con ella, como me dice en el relato que de su vida hace en la carta.
Esto debe ser un consuelo para su dolor y el mío, que confiesa tener tan gran ternura hacia todas las hijas de nuestra Orden, ya que parecen abrir una brecha en el corazón que las ama y aloja a todas con la cordialidad, interés y afecto que puede tener una madre que las concibió y dio a luz, estando cerca de Dios mediante la oración y grandes trabajos de tantos años en que he sufrido con paciencia toda clase de penas, desprecios, enfermedades y dolores, a fin de dar al Verbo Encarnado esposas consagradas a su servicio particular, honrándole y sirviéndole en todos los misterios de nuestra redención, sobre todo en el misterio de la Eucaristía y el culto a su santa y divina Madre.
Dios me concedió esta gracia y a Usted, querida hija, de ser la primera religiosa y la primera Madre después de mí y por mí; pero también es necesario que procure, por su piedad y cuidado, que la primera casa, que ha gobernado durante tantos años en calidad de superiora, y que sigue dirigiendo por designio de la divina Sabiduría, florezca siempre con toda clase de virtudes. Todos aquellos que vienen de esos sectores de la ciudad me consuelan al enterarme y confirmar que mi monasterio exhala siempre el aroma de una muy buena reputación.
Pido a Dios la sostenga y le conceda crecer en santidad y fervor hacia el Verbo Encarnado y su santa Madre. La fiesta de la Inmaculada Concepción, que la Iglesia celebra mañana, debe ser para nosotras un gran aliciente para no contentarnos con festejarla un día, sino toda la octava, como las Recoletas, pues debemos a ella el nacimiento de nuestra santa Orden.
Quiero decirle que ordené a las hermanas de la comunidad de Lyon digan el oficio de la Concepción Inmaculada durante la octava y todos los sábados del año, lo que se ha venido observando desde 1626, lo mismo que en París durante mi estancia allí, porque nuestro deseo ha sido siempre honrar de manera especial esta fiesta a la usanza de los antiguos breviarios de los padres de san Francisco y de san Benito, que profesan una veneración tan grande a esta Inmaculada Concepción.
Yo me siento obligada junto con mis hijas, después de la promesa que hice a la santa Virgen estando todavía en casa de mi padre, cuando me mandó ella escribir las luces que me concedió sobre este misterio, lo que puse en práctica por orden del P. Coton, jesuita, quien era mi director y confesor. Sin embargo, olvidamos mencionarla expresamente en las constituciones impresas, lo mismo que la octava de Todos los Santos y la fiesta de san Miguel, quien fue el primero que sostuvo en el cielo la lucha del Verbo Encarnado y de la santa Madre Virgen. Mi intención es que se las celebre, así como las fiestas de santa Ana, san Joaquín y la de santa María Magdalena, la enamorada del Salvador. Márquelas, por favor, al menos en el costumbrero, a fin de que se las solemnice con el Oficio Romano, como se hace con las devociones particulares; así me obligarán a estimar más de lo que amo ya a mis queridas hijas, a quienes saludo y bendigo con usted, en el adorable Sacramento, por el cual estaremos todas unidas a su amor durante la eternidad.
Me encomiendo a sus oraciones y a las de todas mis hijas. Su madre y humilde sierva, institutriz y fundadora de la Orden del Verbo Encarnado. Jeanne de Matel
Dé mis humildes respetos al Sr. de la Bâtie, su confesor, a quien me encomiendo en sus celebraciones del santo sacrificio. Saludo a mi muy querida hija, la Madre Catalina D'André; pido noticias suyas, así como de mi querida hija, la Madre Teresa de Jesús.
Mi hija, la Madre de Jesús, les escribió no hace mucho tiempo, y se disculpa por ahora de contestar la de Uds. Le ofrezco mis muy humildes saludos, lo mismo que a toda su santa comunidad. También nosotras hemos cumplido el deber y las oraciones que tenemos hacia el alma de la difunta y querida Madre. María Seráfica.
Del monasterio del Verbo Encarnado y del Smo. Sacramento.
8 de marzo, 1669. A la Superiora del convento de Aviñón, María Margarita de Jesús Gibalin.
Mi muy querida y amada hija:
Su afecto y las muestras de reconocimiento que me da en todas las suyas llegan al corazón que Usted siempre ha amado y estimado más que ningún otro.
Siento vivamente y con ternura todas las protestas de afecto y de fidelidad que Usted y todas mis bien amadas hijas de su comunidad me expresan en sus cartas, que atesoro con la misma dilección que mostraría hacia sus personas si tuviera yo la dicha de verlas personalmente, como lo hago en espíritu en nuestro amor, el Verbo Encarnado, a quien pido en todo tiempo las conserve y haga crecer en sus gracias. Ruéguele que sepa yo agradarle.
Sin embargo, pido a Usted me haga descansar en espíritu informándome si desea recibir pensiones de mí. Bien sabe que me entregó un recibo portando promesa, cuando estuve en Aviñón para tomar conmigo a cuatro religiosas de ahí y a una tornera, y que había cumplido con las pensiones que hasta entonces pagué. En verdad fue así; las pensiones seguirían llegando de ahí en adelante, y, en el futuro, quedaría yo libre de este compromiso para con Aviñón. Yo me atuve a esto, habiendo enviado a la Hna. de la Concepción, a quien tomé de París en lugar de Usted junto con la Madre del Espíritu Santo, habiendo asignado a mi hermana de la Pasión a ese lugar, del cual salió a pesar mío. La Hna. de la Concepción murió al poco tiempo en Aviñón. La Madre Teresa, que estuvo establecida en Grenoble, pasó ahí algunos años, lo mismo que la Hna. de san Luis y su compañera, también de Grenoble, donde pagué la pensión debida. Al presente, y a partir de 1660, su hermana, la Madre Elena, la Hna. de Rhodes y de la Trinidad, fueron designadas a la fundación de Lyon.
Debe Usted considerar este gran peso, que no puedo expresar del todo, ya que me he despojado hasta de lo necesario, no restándome sino mi casa de Lyon, de la que no obtengo nada, y que deseo alquilar para tener con qué sostenerme. Respecto al dinero proveniente de la hospedería, no he recibido nada; siempre tuve la intención de destinarlo para Usted, para llevar a cabo una fundación. Si no se ha perdido, me ocuparé de poner esto en orden.
Considere todas estas cosas y todo el bien que le he hecho, incluyendo a sus tres familiares, sin dirigir jamás reproche alguno a Usted o a cualquiera de las casas de la Orden, a pesar de tantos viajes que me han costado mucho en preocupaciones, vigilias, ayunos, fatigas y todo lo que Dios me quiso dar, incluyendo mis bienes legítimos para salir de mis compromisos. Todas estas razones de peso que le expongo con tanta brevedad, así como su edad y la mía, que es avanzada, me obligan a pensar que, antes de la muerte de la una o de la otra, saldemos estas diferencias para no dejar dificultades o disputas después de nuestra muerte. Por ello, ruego a Usted una vez más obre con toda justicia, reconocimiento, compasión y benevolencia. Que todo sea hecho delante de notario, en presencia de su comunidad o del consejo y la secretaria, y en comparecencia de su superior; elabore un acta en la que aparezca yo libre de obligaciones, como en realidad lo estoy con relación al pasado, al presente y al porvenir, a fin de que Usted y yo podamos irnos en paz cuando Dios nos llame.
Según mi edad, podría Usted quedar después de mí, que la recordaría delante de él tanto en este mundo como en el otro, para testimoniarle mi afecto y el sentir de un corazón que la ama y simpatiza con el suyo, para reunir a los elegidos del Señor que guarda la alianza que hizo con este motivo, mi muy querida hija: Los que me atribulan se alegrarán si perezco; sin embargo, yo espero en tu misericordia. Si Usted me da esta satisfacción equitativa y justa, diré en su favor: Clamor de júbilo y salvación en la tienda de los justos: ¡La diestra del Señor hace proezas! No he de morir, sino viviré para contar las obras del Señor (Sal_118_15s).
Unámonos para cantarlas eternamente en la paz del Señor, por el que soy, mi muy querida hija, su buena madre. Jeanne de Matel
17 de julio, 1669. A la Madre María Margarita de Jesús Gibalin, Superiora de Aviñón.
Mi muy querida y bien amada hija:
Me he dado cuenta, por su favorable y afectuosa carta, de su sentir, y me daría muchísimo agrado si me siguiera informando sobre el interés que ha tenido y sigue teniendo para tranquilizarme respecto al asunto sobre el que le escribí e hice escribir, a fin de que mi alma vaya en paz al Señor, y que haga Usted un acto de justicia y de reconocimiento para testimoniarme con hechos la gratitud que siente Usted hacia mí, a quien he amado y preferido sobre tantas otras que me quieren de verdad. ¿Por qué dice Usted que esperará hasta después de mi muerte para pedir una pensión que no debo, habiendo roto mi obligación al retirar a las cinco jóvenes, y teniendo todavía tres en mi convento de Lyon, donde ellas pueden permanecer hasta que el convento de Aviñón reciba a satisfacción lo que pretendía de mi? Todo esto significa que, en rigor de justicia, quiere Ud. tiranizarme, y me cuesta creerlo; estoy siempre en espera de que me envíe una constancia del notario, para poder vivir y morir tranquila.
Su arzobispo y aquellos señores amigos nuestros, que ya están con Dios, hubieran escuchado sus expresiones de reconocimiento y de justicia si les hubiera Usted hablado como era debido. No habiéndolo hecho, puede hacerlo ahora informando favorablemente al vicario mayor y a su comunidad, mis muy queridas hijas, a quienes saludo cordialmente, esperando esta satisfacción de buen grado tanto de ellas como de Usted.
Si hace falta, echaré mano de otras vías de poder: la intervención de personas a las que Usted no podrá resistir, con lo cual quedaré libre de obligación para con Usted, sobre todo porque, hasta lo que se me hizo saber de Lyon, no he creído deberle cosa alguna, y es lo que más me sorprendió de esta noticia, que jamás habría esperado. Si mis hijas y Usted, mi muy querida hija, son mías más que nunca, según me dice con tantas muestras de afecto, ¿por qué me niegan un acto de reconocimiento y de abolición de la obligación en la que me metí para establecerlas y comprometerlas, a Usted y a las otras, con la gloria de Dios? Me faltó hacerla delante de un notario, pero jamás dudé que en poco tiempo me vería libre para emprender un nuevo establecimiento, mediante las comodidades temporales de los bienes que la comunidad adquiere con la dote de las hermanas que, poco a poco, van con Dios al dejar este mundo.
Cuando hice venir a su hermana a Lyon con su compañera, Usted debió haberme dado esta satisfacción. Mis hijas y yo recordaremos la recomendación de la Sra. de Beauchamp. Le presentamos nuestros muy humildes saludos. Yo la honro, la aprecio y la quiero de modo especial, y puedo asegurarles que ella también. Sentiré una viva alegría al volver a verla, así como a todos nuestros amigos antes nombrados, y a mis queridas hijas, sobre todo a Usted.
Pido a Dios bendiga a todas con la misma bendición con que él bendijo a sus apóstoles al entregarse a ellos en la institución adorable de la Eucaristía, en la que soy cordialmente, mi queridísima y bien amada hija, su muy humilde servidora y buena Madre, Jeanne de Matel.
2 de noviembre, 1669. A la Madre Elena Gibalin, Superiora de Lyon.
Mi muy querida hija:
Que Jesús sea amado y adorado en el Santísimo Sacramento.
Al mismo tiempo que recibí su carta en la que notifica la enfermedad de mi queridísima hija, la Hna. de la Anunciación Dornaison, llegó el Sr. Abad Duport, procedente de esa localidad, el cual me confirmó el contenido de sus cartas, Contemplé además que Usted hizo volver a Aviñón a mi queridísima hija, la Hna. de la Trinidad.
Veo por ello que no se ha enmendado Usted de la falta que cometió al hacer regresar del mismo modo a su compañera, la Hna. de Jesús Amable De Rouvert, sin habérmelo advertido, aunque al presente me habría sido fácil enterarme de la partida de esta última. Yo hubiera examinado sus motivos, y tal vez se habría sentido tan contenta de venir a París como de volver a Aviñón. Sin embargo, comprendo que, debido al retiro que hice de las pensiones de las tres de Aviñón, haya Usted devuelto una a Lyon, que es ya la tercera contando a Usted y a mi querida hija de Rhodes, de manera que siendo tres en Lyon, cuyas dotes están en el convento de Aviñón, me vea yo libre de la pensión que no puedo suministrar.
Hace mucho tiempo que la Madre Margarita, mi querida hija, la superiora, me dio un recibo por ella, como había prometido hacerlo por todas las que llevara conmigo. Yo esperaba que, en cuanto el convento estuviera en buena situación, como lo está, recibiría yo demostraciones de su agradecimiento, pero tengo la desgracia de que mis hijas, a las que he criado y sostenido, me abatan y despojen tanto como pueden, lo mismo de un lado que del otro. Bien lejos de esperar de ellas algún favor o gracia, puesto que faltan a sus menores obligaciones, he escrito y hecho escribir en Aviñón acerca de mi constante deseo e instancia de que se me enviara un recibo general elaborado delante de un notario superior, contando y calculando el tiempo que he tenido religiosas en Aviñón, París y Grenoble, y desde 1661 en Lyon, donde puede Usted restituir, siendo las dos más jóvenes, lo que podría faltar en el recibo.
Sin embargo, aunque expliqué todo claramente, todavía en vida del arzobispo, y después de su muerte, a la Madre Margarita, hermana de Usted, no he obtenido razón ni recibido justicia de mis hijas ni de su hermana, sino de vez en cuando. Dudo mucho que Dios bendiga sus planes y su manera de obrar, como lo haría si cumpliera con su deber de justicia elemental hacia la que Dios le ha dado por Madre, institutora y fundadora, y que se ha visto siempre tan afligida y apurada para dotar a sus monasterios con un poco más de largueza, puesto que ella ha olvidado que las hijas jamás llegan a tener el cuidado y la ternura de una madre, y del cual recibiría yo, sin embargo, una satisfacción tan grande como la necesidad que experimento a causa de la edad y de los males que soporto. Si ellas me demostraran con los hechos su reconocimiento y consideración, agradarían a Dios, que odia la ingratitud, y obtendrían por este medio gracias y bendiciones que pierden por la ambición de poseerlo todo; Usted en especial, que goza de mi casa sin pagarme los alquileres.
A partir de 1661, pedí recibir doscientas libras anuales como amortización de mi aportación fundacional de 18,000L, no restando sino 600L por concepto de intereses vencidos, que Usted anotó en su propia relación. Le dejé 200L y le hice llegar otras 400 a las que siguieron 1,600 más, lo que equivale al pago de dos años y nueve meses. Usted se benefició, sobre las 18,000L con el alza de la moneda y con 1,000 de intereses vencidos, causándome, por la tenencia de la hipoteca, no solamente la pérdida de 600L que restaban, sino más de 2,000L de intereses atrasados, de los que no he retirado ninguno, quedándome con la deuda de 600L.
He notificado al Sr. Colombet, y hecho escribir a Usted y a las demás, que deseo salir, en dos años, de esta última deuda. Al menos podría Usted haber sido un poco agradecida y benévola, teniendo en cuenta la ganancia que ha obtenido, y pudiendo además disponer de mis muebles, prendas de vestir y objetos de plata, mientras que yo no he recibido ayuda alguna ni de Usted ni de las otras. Parece que todas mis hijas desean verme reducida a necesidades lastimosas y que mi vida no les dure demasiado.... que Dios las castiga prolongando mis días. Pido a su bondad que todo sea para mi santificación y su gloria.
Mi hija de la Anunciación podrá, con la gracia de Dios y sus cuidados, salir de su enfermedad. Unimos siempre nuestras oraciones a las suyas, para obtener de Dios su salud Si es de su agrado dejársela todavía, le ofreceremos acciones de gracias. Sin embargo, envíen noticias suyas y denle la seguridad de mi cariño maternal. Me encomiendo a sus impulsos de amor hacia Dios en medio del ardor de la fiebre que sobrelleva con tanta paciencia. Y Usted y todas mis hijas, a quienes saludo, rueguen por mí, que seré hasta la muerte, en el amor divino, su buena Madre. Jeanne de Matel.