AUTOBIOGRAFÍA Capítulos del 91 al 150

De 1642 a 1665                                    

Capítulo 91 - Regreso del Cardenal Richelieu de Narvone a Lyon (1642). Lo que Dios me dio  a conocer acerca de la muerte de los Sres. De Thou y de Legrand. Su Providencia hizo venir al Canciller para el establecimiento de la Orden en Francia según los deseos de la Sma. Virgen. Triunfo de san Miguel.

            [650] Trinidad adorable, te supliqué continuaras en mi alma las efusiones de tus gracias, y como recibidas de ti, volvieran también a ti su origen y fin, y que no escribiría más, tan sólo me detendría en las adoraciones que tu amor me ha enseñado para estar contigo, la Sma. Virgen y todos los bienaventurados las 24 horas del día y de la noche.

            Hice tres novenas, la primera a san Miguel, la segunda a la Sma. Virgen y la tercera al Verbo Encarnado, por el alivio del brazo de su Eminencia ducal, que se me dijo estaba muy enfermo. Sé por el autor del libro de la Sabiduría, mi divino Salvador, que no hay mal en la ciudad, que tu justicia no lo ordene o por la menos la permita; hieres para curar. Te rogué, pues, que aquél que habías herido no muriera tan pronto, sino que según tu palabra volviera de Narbone, y mi oración fue escuchada, volvió a Lyon en donde se detuvo algún tiempo mientras se hacía el proceso de las Srs. de Legrand y de Thou, de cuya confusión temporal, hiciste nacer su gloria eterna.

            El Sr. de Legrand, no te honró mientras vivió en la grandeza porque la vanidad y la voluptuosidad le cegaron en vida, pero estando próximo a su fin, tu verdad lo iluminó en su abatimiento poco antes de morir.

            [651] La Sra. de Pontal, hermana del Sr. de Thou, llegó a Lyon poco tiempo antes que su hermano, y me hizo el honor de visitarme en nuestra Congregación para recomendar a mis oraciones a su hermano a quien amaba más de lo que podía expresar, me conmovió su dolor, te rogué por él confiadamente y me diste el secreto de este hermano; statum est hominibus semel mori (Hb_9_27). Está establecido que las hombres mueran una sola vez. A lo que te respondí: Señor, sé bien las palabras del Apóstol, que es un decreto que todos los hombres mueran una vez. Hija, los que están muertos y que mueren de la muerte segunda, mueren dos veces; este semel que te digo, es que tú no morirás de la muerte segunda, que es la muerte de los malvados. El no morirá más que una vez: el dichoso momento de su felicidad eterna está cercano. Esto se lo dije al P. Gibalin el 7 de septiembre, un día después de que me lo aseguraste y le rogué, no afligir con tanta anticipación a la Sra. de Pontal, porque tanto ella como otras muchas personas de Lyon esperaban que su hermano no sería condenado a muerte  y esta esperanza se mantuvo en el animo de todos hasta el viernes 17, algunas horas antes del medio día.

            El día de la Natividad de tu santa Madre, fui elevada a una contemplación muy sublime en la que me explicaste el Sal. 24, Domini est terra, et plenitudo ejus (Sal_24_1). De Yahvéh es la tierra y cuanto hay en ella; que la Sma. Virgen estaba en ti y tú en ella, a la que habías llenado de gracias y de gloria; [652] cuando ella te concibió encerró en sus entrañas a aquél que el cielo no ha podido contener; quia ipse super María fundavit eum, et super flumina præparavit eum (Sal_23_2). Que él lo fundó sobre los mares, él lo asentó sobre los ríos. La apoyaste sobre un mar de divinos favores, e hiciste que una parte de ella misma se apoyara sobre tu soporte divino.

            Después de la Virgen están todos los santos, que son como ríos que reciben de ella su gracia y su gloria, pero ella las recibe en plenitud. Está sentada a tu derecha para comunicar tus favores a las iglesias triunfante, militante y sufriente. De ella salen las aguas como las vio Ezequiel salir del Templo, primero llegaron; usque ad talos, hasta los tobillos; la segunda vez usque ad genua; hasta las rodillas, y la tercera usque ad renes; hasta la cintura (Ez_47_4).

            A los principiantes les purifica los pies de todas las aficiones terrenas; a los aprovechados los hace adoradores de tu grandeza y a los perfectos los fortifica las riñones para que vuelen a ti y sean fieles a tu amor. Para las que ya están en la gloria, ella es un torrente que no pueden pasar sin sumergirse en esas admirables aguas exclamando con el Profeta: Torrentem quem non potui pertransire, quoniam intumuerant aquæ profundi torrentis, qui non potest transvadari (Ez_47_5). Torrente que no pude atravesar, porque el agua había crecido hasta hacerse un agua de pasar a nado, un torrente que no se podía atravesar.

            [653] Sólo el hombre que viene de oriente y que es el Oriente en la divinidad, puede medir estas aguas que son las perfecciones de esta Virgen incomparable, la santa Madre. Viéndome abismada en sus grandezas, me abandoné a su bondad perdiéndome en este feliz naufragio y muriendo a todo la visible, ya que no tenía vida mas que para adorar lo Invisible, el cual me invitó a subir sobre las olas de este torrente con deseos inocentes, ofreciéndome los méritos de su Madre para recibir de él una abundante bendición que llenó de alegría mi alma. Parecía que participaba de las alegrías de esta Virgen que contempla la faz del Dios de Jacob y que me trasmitía su claridad y su gozo. Cuando conté todo esto al R. P. Gibalin, se admiró y mandó le dijera todo esto al Abad de Cerisy, quien a su vez se admiró de todo lo que le decía de la incomparable María, [654] que me parecía una fuente de esplendor, veía a Dios en ella y ella en Dios, explicándome el misterio de la Encarnación con tan grandes luces, que hasta mi cara aparecía luminosa y mi espíritu daba a conocer que mi amor tomaba porte en la dicha de aquellos animales misteriosos que arrastraban el carro de la gloria de Dios; Et animalia ibant et revertebantur, in similitudinem fulguris coruscantis (Ez_1_14). Y los seres iban y venían con el aspecto del relámpago. A medio día la Sra. de Pontal vino a verme acompañada del Sr. de Boissac, quien le aseguraba que su hermano no sería condenado a muerte; que este era el común sentir de todos y de la mayor parte de las jueces; pero tú, mi verdadero oráculo que no puede mentir, me aseguraste que dentro de pocos días moriría y que sería uno de aquellos que tomarían parte en la primera resurrección; hecho que no les podía disimular.

            Apareció claro que fuiste su salvación, su sostén y su luz interior que lo fortificó cuando estuvo en el [655] cadalso para ser privado por la espada, de su envoltura exterior. No sólo murió resignado, sino, que le dio valor al verdugo y volviste perfecta su caridad amando a aquellos que le quitaban la vida, parafraseando este Salmo admirable: Credidi propter quod locutus sum (Sal_116_10). Creí por eso hablé. De la abundancia hablaba su boca: humillándose de todo corazón, conociendo que los pensamientos de los hombres son vanos y que sólo en Dios está la verdad. No encontrando nada mas digno en él qué ofrecerte, te presentaba el cáliz de su salvación por todos los bienes que le habías hecho, alabándote porque rompías los lazos que los habían unido a las creaturas, como aquellos de la vida que le ataban el alma al cuerpo, dando testimonio de su entrega en presencia de tantas personas que asistieron a tan bella muerte por la que iba a entrar a la vida eterna, donde iba a entregar su alma delante de los ciudadanos de la [656] celeste Jerusalén, donde tu misericordiosa bondad lo iba a colocar por un amor para mí inexplicable, diciendo con el Apóstol: Dilexit me, et tradidit semetipsun pro me (Ga_2_20). Que me amó y se entregó a si mismo por mi.

            Al día siguiente, 13 de septiembre de 1642, la Sra. de Pontal, su hermana, me vino a ver inconsolable. Oh Madre, me dijo, sabíais bien que mi hermano moriría y no me lo dijisteis, el R. P. Gibalin me ha dicho que dijisteis que el 7 de este mes os lo había revelado Nuestro Señor. Señora, la divina Providencia me hizo prever que no debía anticipar vuestra aflicción; el día de la Natividad de Nuestra Señora, me vinisteis a ver con el Señor de Boissac quien os acompañó a vuestra casa y me quedé con el Abad de Cerisy, al que recomendé la causa de vuestro [657] hermano. El Abad habló con Mons. el Canciller según vuestras intenciones con todo el empeño que su bondad y vuestra gran aflicción le inspiraron, pero ignoré el decreto del Verbo Encarnado, que quería hacerlo participe de su gloria por esta muerte. El P. Gibalin os ha dicho que supe de su salvación por la boca del mismo Señor que lo quiso glorificar el día de su confusión. No calaré Señora, los sentimientos que mi alma tiene de su felicidad, que participa por el amor de nuestro adorable Verbo Encarnado que quiere que yo la consuele con esta feliz noticia: vuestro hermano no morirá de la segunda muerte, y el vivirá la vida eterna toda la eternidad.

            Pocos días después Mons. el Canciller, dijo al Sr. Abad de Cerisy que quería venir a verme, lo que alegró mucho al Sr. Abad que tenía un gran afecto por mi, pues su alma y la mía estaban fuertemente unidas por [658] la caridad como la de Jonatás a David. El le respondió: Monseñor, el R.P. Gibalin, jesuita, me aseguro que la Madre de Matel le había dicho a principios del año de 1633, que el Verbo Encarnado por mediación de san Miguel, os daba los sellos del Reino atados con un cordón azul, asegurándole que seríais el Canciller de Francia.

            Tu sabiduría que dispone suave y fuertemente todas las cosas, permitió que viniera a verme Mons. el Canciller a quien no había visto más que en visión. Tan pronto como me saludó me sobrecogió un gran temor que no podía ni responderle a pesar de que las palabras que me decía estaban llenas de suavidad, sinceridad y caridad. No me dejó el temor sino hasta después que se fue, y me quejé a tu bondad que la disipó diciéndome: descendit in hortum (Ct_6_2). Ha bajado a su huerto.

            Hija el exterior del canciller es como la corteza de la nuez, dura y de apariencia demasiado severa, pero su interior es dulce, ungido con el aceite de mi gracia y misericordia que es muy grande en él; cuando te vuelva a ver [659] no lo temerás. Quiero que tú y él sean como los dos querubines que estaban a los lados del Arca de la Alianza para que miren perpetuamente con intención pura. Los he elegido a los dos para que él juzgue de las cosas exteriores y tú de las interiores. Yo lo he hecho canciller y no los hombres que sólo son ministros de mi voluntad.

            El proseguirá el establecimiento de mi Orden en Francia, te hará ir a París y verás las armas de Francia unidas a la Santa Sede, cumpliéndose así la visión que tuviste estando en Roanne; verás una mística extensión de mi Encarnación, una generación espiritual muy bien expresada por estas palabras de san Mateo: Jacob autem genuit Joseph virum Maríae, de qua natus est Jesus, qui vocatur Christus (Mt_1_16). Y Jacob engendró a José, el esposo de María, de la que nació Jesús, llamado Cristo.

            El es por dilección el padre del Abad de Cerisy a quien tú miras como a José para que cuide de mi establecimiento, José será el [660] padre espiritual y superior de mi familia, y el hombre que he escogido para ayudarte; y tú serás, guardada la proporción, como mi santa Madre que me harás nacer; él será como el padre adoptivo y tú la madre de la que ya he nacido por esta Orden en Aviñón y todavía naceré en Francia de ti y por ti, para extender mi Encarnación.

            ¡Y bien, hija mía! ¿La Sma, Virgen, no ha realizado la visión que nuestra hija Isabel Grasseteau tuvo durante las 40 días que permanecí en el establo de Belén? La espada que mi Madre llevaba, figuraba la muerte dichosa de los dos que fueron degollados el 22 de septiembre. El Sr. de Thou le tuvo devoción cuando era escolar y fue congregante, por eso le concedió esta muerte que le permitió actuar como cristiano y reconocer la vanidad del siglo, y si hubiese vivido mas tiempo se habría perdido.

            Sor Isabel no entendió esta visión, te la explico dándote a conocer todo el secreto de cómo mi Madre ha procurado su salvación por esta muerte temporal e hizo que el [661] juicio fuese en Lyon, para hacer venir al Canciller de Francia y así pudiera visitarte y te permitiera fundar mi Orden en Francia. Tú viste como ordenó mi Madre a los ángeles que hicieran venir a los jueces de todas partes de Lyon para asistir al juicio de estas dos personas y dar a conocer así, las gracias que te he hecho, te hago y haré por pura bondad. Queridísimo Amor, seas por todo bendito e igualmente tu santísima Madre, mi bella Noemí, que conduce todo para tu gloria y mi provecho.

            El día de san Miguel me hiciste ver la gloria y honor con que la honras, que pensé ser la tuya, si no me hubieses dicho que esta gloria que te era debida por derecho y por adquisición, por bondad la comunicabas a este primer fidel que arrojó del cielo al primer rebelde a tu ley y a sus deberes, y con él a todos sus adeptos: Et factus est praelium magnum in caelo: Michael et Angeli ejus præliabantur cum dracone et draco pugnabat et Angeli ejus; et non valuerunt neque [662] locus inventus est eorum amplius in caelo. Et ipsi vicerunt eum propter sanguinem Agni (Ap_12_7s). Entonces se entabló una batalla en el cielo: Miguel y sus ángeles combatieron con el Dragón. También el Dragón y sus ángeles combatieron, pero no prevalecieron y no hubo ya lugar para ellos en el cielo. Ellos lo vencieron gracias a la sangre del Cordero.

            Todos estos ángeles vencieron bajo sus órdenes y después de esta victoria comprendí grandes maravillas de este gran Príncipe de la milicia celestial: Multa magnalia de Michaele Archangelo qui fortis in prælio fecit victoriam. Muchas cosas grandes se han dicho del Arcángel Miguel que, poderoso en la guerra, consiguió muchas batallas.

            Quisiste que este vencedor se me apareciera en un carro de triunfo lleno de brillo y claridad; ascendentem ab ortus solis, habentem signum Dei vivi (Ap_7_2). Que subía del oriente y tenía el sello de Dios vivo. Pero la mayor maravilla de tu bondad fue al elevarse a ti por tu gloria, se inclinaba a mí por tu gracia, invitándome a subir por orden tuya, al mismo carro de triunfo. Confundida más de lo que puedo explicar, me humillé y abismé en mi nada. Durante este anonadamiento, los ángeles que participaban de su triunfo, se elevaron cerca de él con tanta magnificencia, que ni el ojo ha visto, ni el oído escuchado, ni el corazón del hombre pensado, porque estos favores están por encima de los sentidos y de los pensamientos del corazón humano, y no sé como [663] el alma puede animar su cuerpo mientras ella está tan ocupada en amar, admirar y adorar tu divina gloria en sí y en tus espíritus, todos llamas y esplendor. Solamente diré las palabras del Apóstol después de su arrobamiento al tercer cielo; sive in corpore nescio, sive extra corpus nescio, etc (2Co_12_2). Si en el cuerpo o fuera del cuerpo no lo sé, etc.

Capítulo 92 - El Verbo Encarnado me dijo que quería abatir las colinas del mundo, quitando al Cardenal Richelieu, quería establecer su Orden en Francia y conservarle los sellos a Monseñor el Canciller,

            El día de san Francisco de 1642, el Sr. Abad de Cerisy, nos dio un sermón al que varios de los que aún permanecían en Lyon con Mons. el Canciller, quisieron asistir, entre ellos estaba el Sr. de Laubardemont, consejero del Parlamento de París, quien al salir de nuestra capilla fue a ver al cardenal de Lyon, el cual le preguntó de dónde venía. El respondió: vengo de oír una exhortación del Sr. Abad de Cerisy. ¿En que lugar? En el Verbo Encarnado. Pero queriendo el Sr. de Laubardemont explicarse mejor, le dijo: en la casa de la Madre de [664] Matel: Su Eminencia le respondió: Nada de Madre de Matel. El Sr. de Laubardemont no contestó nada dándose cuenta que su Eminencia no era favorable a la Orden ni a mi persona, que ignoraba sus severas respuestas. Pero tú, mi divino Amor, que en cuanto Dios estás presente en todo por esencia, presencia y potencia, no lo ignoraste y como habla el Apóstol san Pablo: Jesus Christus heri, et hodie: ipse et in sæcula (Hb_13_8). Ayer como hoy, Jesucristo es el mismo, y lo será siempre, esperaste la hora en que estuviera sola ante el Santísimo Sacramento como ordinariamente lo hago por la tarde, para mostrarme tu resentimiento.

            Elevaste mi espíritu por una fuerte suspensión y me sorprendí al oírte pronunciar fuertemente estas palabras: quare fremuerunt gentes, et populi meditati sunt inania? (Sal_2_1). ¿Por qué se agitan las naciones, y las pueblos mascullan planes vanos? Señor, ¿Quién te ha puesto en esta justa cólera? Es aquél que se opone a mi Orden; no detengas más mi brazo con tus oraciones, quiero que mi Orden se establezca en Francia, no me ruegues mas que deje en la tierra al Cardenal Richelieu, quiero que muera para abatir y humillar las colinas del mundo en el camino de mi eternidad.

            Hace varios años te dije que heriría al primogénito de Egipto, que ocupa la sede en la que se ha endurecido como [665] Faraón y aunque no es el primogénito por naturaleza, lo es en la corte, en la que está bien representado Egipto; ha recibido el obispado cuando el cardenal de Lyon se hizo cartujo. Hija, quiero romper este vaso de tierra y reírme de aquellos que se apoyan en su autoridad; qui habítat in caelis irridebit eos, et Dominus subsannabit eos (Sal_2_4). El que se sienta en los cielos se sonríe, Yahveh se burla de ellos. Me explicaste todo este Salmo que desprecia los poderes aparentes de la tierra.

            Querido Amor, sabes bien como quedé afligida por tu resolución de quitar la vida temporal a aquél que en otro tiempo me habías dicho que conduciría a Francia por disposición tuya, así como Moisés condujo al pueblo de Israel. Hija, esto se acabó, voy a quitar del paso a las personas que se oponen al establecimiento de mi Orden como su Eminencia, el mismo que te vino a ver y se dijo ser el confesor del cardenal de Richelieu.

            Viéndome triste me acariciaste con dulzuras inexplicables diciéndome que [666] no querías sufrir más que los poderosos de la tierra me hiciesen languidecer por más tiempo, esperando la fundación del Instituto, y que no me afligiese más por lo que para mi era ventajoso.

            Querido Amor, no me aflijo porque quieras quitar el obstáculo que retarda tu gloria en esta Orden sino porque un bien particular no me conmueve tanto como uno general; perdóname, pero me parece que Francia perderá mucho y tu Iglesia no ganará nada, este cardenal eleva la gloria de la una y de la otra, ¿pero Señor, quien soy yo, polvo y ceniza para atreverme a replicarte? No mi voluntad, Señor, sino la tuya, además, me la dices con tanta suavidad que hasta siento un delicado entusiasmo.

            Dirigiéndome a san Bruno de quien al día siguiente era la fiesta le dije: gran santo, ¿No podrías ablandar el corazón del que aún es tu hijo aunque no viva en ninguno de tus conventos? ¿Por qué lo dejaste salir del desierto para que resistiera a la Orden del Verbo Encarnado nuestro amor? Ah, no me dices nada, entonces estás conforme con aquél que la permite sin duda, por buenas razones.

            [667] Desde esa tarde ya no pude orar para que se prolongara la vida de Mons. el Cardenal como lo hacía, aunque su muerte me hizo temer que le fueran quitados las Sellos a Mons. el Canciller, al que dije lo que me habías dicho, y al Sr. Abad de Cerisy, quienes se acordaron de la muerte de la pequeña hija del Duque de Languidiére, que sucedió en el día que se los dije, por lo que vieron que tú eras mi verdadero oráculo. Me acariciaste amorosamente diciéndome que cumplirías todas tus promesas y las de tu santísima Madre.

            La noche del 17 al 18 de noviembre de 1642, cuando dormía, fui llevada en sueños a un barrio de París, donde vi una gran multitud al lado de san Dionisio, el que estaba revestido con sus hábitos pontificales y con él había numerosos santos que lo asistían, entre los que reconocí a san Pedro, san Pablo y a san Martín. San Pablo decía a san Dionisio lo que debía hacer en esta gran solemnidad y cómo debía aparecer como el verdadero obispo de París, ante esta gran multitud. Me dio a entender que lo [668] siguiera y que él hacía esta entrada grandiosa y pontifical para tu gloria, Verbo Encarnado, así me hiciste conocer que tu establecimiento en el barrio de San Germán en París, estaba próximo, y no te desagradó que me entretuviera familiarmente con san Pablo a quien dije: Gran ApóstoL, admiro tu gran humildad, pues a pesar de que eres letrado y maestro de Teología de san Dionisio, le ayudas a celebrar los sagrados misterios. A la izquierda, con un aspecto también de humildad, estaba san Martín, pero tanto uno como el otro, me parecieron grandes santos. Después de este sueño recibí una carta del Sr. Abad de Cerisy, que me escribía de París lo sucedido en ese día. Una persona devota había oído Misa en la capilla del hotel en donde estaba alojado Mons. el Canciller y durante ella tuvo un rapto. Por el confesor de esta persona supo el Canciller lo que le habías dado a entender durante este rapto. Le dijo que tu Majestad quería que Mons. el Canciller, me hiciera ir a París para establecer allí tu Orden y que el Sr. Abad de Cerisy estaba destinado a trabajar en ella; de sí mismo hablaba con gran modestia, humillándose cuando lo querías exaltar.

            [669] La víspera de san Andrés abrasaste mi corazón de amor moviéndome a pedirte el establecimiento de tu Orden en Francia. Ese mismo día Mons. el Cardenal de Richelieu se agravó hasta el jueves 4 de diciembre de 1642 en que murió, todos estos días te he pedido por él, de librar su alma y tú no rechazaste mi plegaria. Ahora te lo vuelvo a pedir, mi divino Amor. Monseñor el Canciller hizo todo lo posible para hacerme ir a París y para apresurar el establecimiento de tu Orden en Francia; pero yo no podía ser movida mas que por tu Espíritu, y permanecí siempre en una tranquilidad que no puedo expresar; por una parte tu amor me instaba a amarte con más fidelidad que antes, testimoniándome que encontrabas sumo placer en cumplir tus promesas y en que yo te lo agradeciera con humilde reconocimiento.

            El 14 de enero de 1643, estando en oración por la tarde, me [670] hiciste ver tus entrañas amorosas consumidas por el fuego de tu caridad diciéndome: Hija, el celo por la gloria de Dios y la salvación de las almas me ha consumido así las entrañas. Querido Amor, ver tu santo cuerpo, este sagrado templo, quemado, de manera que no veo en tu pecho ni en tu estómago, ni en tu costado; ni corazón, ni intestinos. David hablando en tu nombre dijo: Factum est cor meum tamquam cera liquescens in medio ventris mei. Aruit tanquam testa virtus mea (Sal_21_15s). Mi corazón se vuelve como cera, se me derrite entre mis entrañas. Está seco mi paladar como una teja. Oh mi Jesús, ¿Puedo verte así sin desfallecer? Dios de mi corazón, ¿por qué dejas el mío en mi pecho, cuando el tuyo está consumido por el amor, o es que te lo has quitado para poner ahí el mió que está en ti? Hacedlo, querido Amor, y todos tus santos dirán: Et factus est in pace locus ejus, et habitatio ejus in Sion (Sal_75_3). Su tienda está en Salem, su morada en Sión.

            Señor, es que tú vives entre sombras de muerte porque no ver en ti más que tinieblas, te asemejas a un tronco quemado; esto me hace comprender tu palabra dicha por tu Profeta Ezequiel: Ossa arida, audite verbum Domini (Ez_37_4). Huesos secos, escuchad la palabra de Yahveh. [671] Creería que sueño o que veo un fantasma y no al Verbo Encarnado, la Palabra de vida que hace vivir su cuerpo con las marcas de la muerte hasta dónde el pecado y el amor te han reducido.

            Querido Amor, entras en el Jordán y te ofreces en holocausto y todo esto no puede apagar la llama de tu infinita caridad. Elías, y todo el pueblo con razón, creían ver un gran milagro cuando descendió fuego del cielo para consumir su holocausto, empapado y rodeado de agua aunque no tanta como la del río Jordán. Me invitas, mi Admirable, a contemplar estas maravillas y yo te adoro, sé bien que puedes hacer subsistir dos contrarios en un mismo sujeto; que a un mismo tiempo me muestras el ardor de tu amor y los pecados de los hombres; que eres un Dios vivo, y un holocausto perfecto, un río de gracia, un mar de gloria y un fuego que consume.

            [672] El 18 de enero, acordándome que Mons. el Canciller se llamaba Pedro, te rogué con fervor por él en mi comunión y quisiste asegurarme que lo protegías en predilección que por varios años le conservarías los Sellos. Dirigiéndome a san Pedro y a san Miguel para obtener de tu bondad esta confirmación, no me despidieron, y como respuesta a mi petición, un olor muy abundante y agradable embalsamó todo el día mi cuarto y los lugares por donde pasaba. Una de mis hijas sin advertírmelo llevó a las hermanas y a las pensionistas, unas después de otras y luego a todas juntas para participar dos veces de este agradable olor que se aumentaba con profusión. Te ruego, divino Amor, que él y yo podamos decir con verdad: Christi bonus odor sumus Deo (2Co_2_15). Somos para Dios el buen olor de Cristo.

Capítulo 93 - Diversos estados en que puso Dios a mi alma y sufrimientos interiores indecibles que me envió. Establecimiento del monasterio de Grenoble, mi regreso a Lyon y viaje a París.

            [673] El día de la Purificación de tu santa Madre en 1643, fui favorecida de tu bondad y te dije: Inveni quem diligit anima mea, tenui eum, nec dimittant, danec intraducam ilium in domum matris meæ (Ct_3_4). Apenas habíamos pasado, cuando encontré al amor de mi alma. Le aprehendí y no le soltaré hasta que le haya introducido en la casa de mi madre. ¿Podría dejarte ir sin acompañarte a todas partes después que tu santa Madre te rescató para mí, así fuese al mismo Egipto, para esperar allí con ella ser llamada para volver a Israel?

            Querido Amor, los Evangelistas no dicen nada de lo que les pasó en Egipto a ti, a María y a san José y en verdad, no se sabe cuantos años permanecieron allí; pero sé bien que hace siete años escribo lo que me pasó desde que salí de Lyon para ir a Aviñón por orden de tu providencia y animada por las padres Gibalin y Arnoux; este último me dijo que te pidiera me trataras como lo habías hecho desde mi infancia, pero, ¿es que tengo palabras para expresar lo que mi alma ha sufrido desde el tiempo que tú sabes, divino Amor?

            El miércoles, después de la fiesta de la Purificación [674] pusiste en mi un tedio indecible; ese día mi espíritu cambió de estado casi a cada momento; a veces me veía en el limbo en sombras de muerte deseando mi redención; después me parecía que descendía todavía más abajo donde era tentada a desesperar de mi salvación. Necesitaba decir con Job: Quamobrem elegit suspendium anima mea et mortem ossa mea desperavi, nequaquam ultra jam vivam (Jb_7_15s). ¡Preferiría mi alma el estrangulamiento, la muerte más que mis dolores! Ya me disuelvo, no he de vivir por siempre. Me veía sin orden y sin apoyo aunque merecedora de estos sufrimientos porque mis pecados estaban contra mi, y todas las creaturas tenían derecho de vengar a su Creadas por mis muchas crímenes, más de los que pueda enumerar, otras veces me hallaba en el purgatorio con penas que reconocía ser muy justas, sin poderme quejar de la justicia divina y aunque deseaba verme libre de aquellas penas, no lo quería hasta que pagara por mis pecados, quejándome de mí misma, de mis ligerezas y faltas. Algunas momentos [675] ponía mi espíritu en gozo, pero esta felicidad duraba tan poco, que solo gozaba de paso, volviendo luego a mi tedio diciéndote: Quare posuisti me contrarium tibi, et factus sum mihimetipsi gravis? Cur non tollis peccatum meum, et quare non aufers iniquitatem meam? (Jb_7_20s). ¿Por qué me has hecho tu blanco? ¿Por qué te sirvo de cuidado? ¿Y por qué no toleras mi delito y dejas pasar mi falta?

            Señor mi Dios, que desgracia verme, por tu justo rigor, en un estado que parece contraria a mis deberes y a tu amor, puesto que el amor es fuego para la casa amada. ¿Por qué no me libras de este peso a que me reduce mi propia gravedad? Tú que quitas los pecados del mundo, líbrame de los míos. Quis det ut veniat petitio mea, et quod expecto tribuat mihi Deus? Sit consolatio, ut affligens me dolore, non parcat, nec cantradicam sermonibus sanctis (Jb_6_8s). ¡Ojalá se realizara lo que pido, que Dios cumpliera mi esperanza! Tendría siquiera este consuelo, exultaría de gozo en mis tormentos crueles, por no haber eludido los decretos del santo.

            El jueves antes de la cuaresma de 1643, la Sra. de Revel, Abogada General de Grenoble, llegó a Lyon con los señores priores de san Roberto y de Croisil trayendo carta y orden del R. P. Arnoux para llevarme a Grenoble, de lo que sentí una gran [676] repugnancia, pero el P. Gibalin me persuadió a hacer este viaje. Le dije: Padre, ¿quien dará la fundación y que dirá el Señor Cardenal de Lyon cuando sepa que he salido de Lyon sin su permiso?, además, aún no habré entrado a Grenoble cuando la fundación de París me necesitará. Todas las razones fueron inútiles; el P. Gibalin quería a toda costa que saliera de Lyon, diciéndome que él me excusaría ante su Eminencia a su regreso de Marsella y que retardaría el establecimiento de París hasta que el de Grenoble estuviera hecho. No pude resistir a su voluntad aunque me parecía más a propósito establecer primero el Monasterio de París.

            El domingo de quincuagésima me resolví a dejar Lyon después de haberle dicho al Padre: Padre, esta noche vi una hoguera a la que se me obligaba a entrar, mi sencillez no permitió disimular mi contrariedad a los dos priores y a la Sra. de Revel diciéndoles: Su celo me obliga a pasar por encima de todas las dificultades que se presentan a mi espíritu, [677] porque ni la tempestad, ni la nieve, ni el frío extremo en que habéis venido, ha podido resfriar vuestra caridad: Nescit tarda molimina Spiritu Sancti gratia. La gracia del Espíritu Santo no sabe de tardanzas. Digamos pues con santo Tomás que queremos morir por el Verbo Encarnado, subamos a nuestras literas, Señora, y salgamos de Lyon sin decir a nadie nuestra partida. Llegamos al día siguiente, entre las 3 ó 4 horas, al priorato de Mons. de San Roberto, quien nos trató con gran bondad y como a las 7 u 8 de la noche llegamos a Grenoble. La condesa de Rochefort y la Sra. Presidenta de Chevrière, su madre, la Sra. de Semiane y otras damas de calidad, vinieron a nuestro encuentro y dijeron que era necesario permanecer algunos días desconocidas en Grenoble, que el Sr. Presidente de Chaune y su esposa me ofrecían su casa. Me recibieron con mi querida hermana Grasseteau (mi fiel compañera), con gran bondad, alojándonos y costeando nuestros gastos hasta el Jueves Santo, por la que les estamos muy obligadas. El Sr. de Miribert, pariente de la Sra. de Revel, me ofreció gentilmente una parte de su casa frente a los Rev. Padres Capuchinos para empezar allí el establecimiento.

            [678] El Sr. Presidente de Chaune, admirado de los escritos que el R.P. Gibalin me había mandado dar a la Sra. de Revel y a los susodichos Señores priores, quienes se los habían prestado, me pidió, que si tenía otros se los prestara. Si no hubiera conocido la bondad de tal señor y huésped, se los hubiera negado, pero como ya no eran secretos desde que su Eminencia de Lyon me los había quitado, y el P. Gibalin, a las personas que consideraba conveniente los conocieran les daba los que tenía en su cuarto, ya se encontraban en diversas provincias. Te decía: Mi divino Amor, nuestros escritos son como las manzanas de Jerusalén, quien las puede llevar, las lleva; posuerunt Jerusalem in pomorum custodiam (Sal_78_1). Han dejado en ruinas a Jerusalén. Que esto sea para tu gloria y mi confusión.

            Mons. de Grenoble, habiendo visto algunos escritos en manos del Sr. de Chaune, le pidió dijera a su esposa lo fuera a ver y que yo la acompañase, en cuanto me vio me ofreció su protección y [679] permiso para fundar en Grenoble, pero nadie se ofreció para sostener económicamente la fundación. Me dijo que él creía que yo la podía hacer, que le presentase una solicitud a él y otra a la ciudad, la que hice, obteniendo tanto de él como de la ciudad lo que pedí.

            Cuando ya estaba esto, los Señores del Parlamento me dijeron que era necesario tener las cartas patentes de su Majestad. El Sr. Canciller se tomó la molestia de escribir a 3 o 4 personas del Parlamento, para recomendarles el establecimiento de tu monasterio, algunos me vinieran a ver con mucha educación, pero otros, se opusieran al establecimiento diciendo que ya había bastantes en Grenoble.

            Alrededor de la fiesta de tu Encarnación, estando en oración, vi una cruz semejante a la de san Andrés, que parecía extenderse a los cuatro rincones del mundo. Me dispuse a sufrir en todo y por todo el mundo, para llevar la palabra de la cruz que los mundanos no quieren: verbum enim crucis pereuntibus quidem stultitia est, (1Co_1_18). Pues la predicación de la cruz es una necedad para los que se pierden, pero para las elegidos es sabiduría: et virtus iis autem qui salvi fiunt, id est nobis, Dei virtus est. Más para los que se salvan, para nosotros, es fuerza de Dios.

            [680] La víspera de las santos Apóstoles Santiago y Felipe, el Sr. Consejero Le Roux, me vino a ver para decirme que iba a ser necesario esperar, porque temía la resistencia de los que eran contrarios a nuestros deseos. Pensé escribir a aquél que estaba más resuelto a resistir, creyendo que tu Espíritu me movía a hacerlo; pero la prudencia humana estaba decepcionada y pensaba que esta persona iba a descomponerlo todo. Tu Providencia al contrario, lo dispuso para afirmarlo. Esta persona resolvió no estar en la reunión diciendo que yo lo rechazaba al decirle que no podía ser juez y parte al mismo tiempo, y fue seguido de otros tres, que apenados por mi carta, pensaron como él; de esta manera dejaron sólo a los que favorecían el establecimiento. ¡Oh divina Sabiduría! Me hiciste decir lo que la Iglesia canta el sábado de gloria: O felix culpa, dichosa falta contra la prudencia humana que hizo salir a los que hubiesen impedido la obra, porque así no hubo mas que una voz unánime en favor nuestro.

            Estaba en la Iglesia de los Capuchinos, donde [681] comulgué y me bañé en lágrimas al acordarme que una noche oí, que en el mes de mayo, y hoy era el día dos, día de san Atanasio, me iba a encontrar con una gran cruz y dije: A imitación tuya espero contra toda esperanza, haz que el Verbo Encarnado triunfe hoy por esta insignificante mujer; es el mismo Verbo Encarnado del que tú sostuviste la divina igualdad que tiene con su Padre.

            Pocos días después, el Sr. Consejero de san Germán, pariente de la Sra. de Lessain, que no aprobaba nuestro proyecto, me vino a ver diciéndome que le perdonara las resistencias que había puesto a la obra, que estaba dispuesto en adelante a ayudarme. Le respondí: Señor, fue necesario que os convirtieseis como Saúl, a quien el Verbo Encarnado se le apareció y dijo los secretos que no decía a las hombres. Aquí tenéis, Señor, os confío la historia de mi vida que escribí por mandato de Mons. el Cardenal Arzobispo de Lyon, vuestra prudencia no lo dirá a nadie, vedla y sabed que Dios solo, ha hecho estas maravillas y que él mismo da testimonio de sí, y su [682] testimonio es verdadero. Ahora os digo que nuestro Rey, Luis XIII, morirá dentro de pocos días porque he oído estas palabras de los ángeles, inscritas en Daniel; in sententia vigilum decretum est (Dn_4_14). Ha sido decretado en base a la sentencia de los vigilantes. Le digo esto porque se dice en Grenoble que una persona devota de Provenza, ha dicha que vivirá aún trece años.

            El 17 del mismo mes de mayo, por la tarde, me vino a ver con la Sra. de Lessain, para saber qué día iría a Aviñón para traer cuatro Religiosas. Le dije: Dios mediante mañana. Como hablamos juntas en una sala, la Sra. de Lessain y él, vieron lo mismo que yo, caer una gran silla sin que ninguna persona visible la hubiese tocado, lo que los extrañó sobremanera.

            Al día siguiente, 18 de mayo, día dedicado a san Félix de Cantalice, salimos de Grenoble para Aviñón, por el río que entra en el Ródano, el Sr. Bernardon, mi querida Sor Grasseteau y yo, y llegamos el sábado 20 de mayo a las siete de la mañana a nuestro Monasterio. [683] Mis religiosas salieron en procesión a la puerta del convento a recibirme. Mi alegría fue tan grande cuando las vi, que olvidé todos los sufrimientos que había tenido y que no es a propósito escribir aquí.

            Después de llegar a esta ciudad, se me dijo que nuestro Rey había muerto, lo que no me extrañó, sabiéndolo ya como noticia del cielo y por la caída de la silla, acordándome que las sedes y tronos de este mundo, no duran.

            Los Señores y Señoras de Aviñón, me vinieron a visitar para testimoniarme su alegría, pidiéndome me quedase en nuestro Monasterio, pero Mons. de Grenoble, me había pedido regresara lo más pronto posible.

            El sábado, víspera de la Sma. Trinidad, dije adiós a mis hijas, no sin lágrimas en los ojos y [684] partido el corazón, dejando la mitad con las que se quedaban, si puedo hablar así. Llevé conmigo a tres de las que habían sido las primeras de la fundación de Aviñón y que eran: Sor María del Espíritu Santo Nallard, Sor Teresa de Jesús Gibalin, Sor Juana de la Pasión Fiot, Sor Petrita de la Concepción, nacida en Grenoble, y una tornera de Aviñón; regresábamos en la carroza siete, contando a mi queridísima Sor Grasseteau, fidelísima compañera cuyas enfermedades y debilidades corporales me daban compasión. Las lluvias habían sido tan abundantes, que los ríos estaban desbordados, los caminos inundados parecían torrentes, y los ríos, mares; al pasar apenas se tocaba la tierra, los caballos asomaban sólo la cabeza, el agua entraba en la carroza hasta por encima de los asientos, fue necesario ponernos todas de pie. Además, la [685] carroza estaba en tan malas condiciones, que se temía no caminara más de tres leguas sin romperse, porque además iban tres cofres y otras casas; el cochero y su criado, estuvieran en peligra de perecer. El prior y las hermanas parecían el miedo personificado, pues temían perecer en este diluvio, y no se atrevían a exponer sus temores viéndome a mí con tanta confianza, como si estuviera en mi oratorio acordándome de lo que dice el Profeta: In mari via tua, et semitæ tuæ in aquis multis. Tu es Deus qui facis mirabilia (Sal_76_20s). Por el mar iba tu camino, por las muchas aguas tu sendero. Tú el Dios que abra maravillas.

            Tú, Dios mío, obraste no sólo sobre las aguas y en las aguas, sino sobre la tierra, porque nuestra carroza por mucho tiempo fue transportada y sostenida por tu poder, por lo que ya [686] no pensé más. Los que me acompañaban, viéndome recogida me pidieran te rogara nos asistieras en este peligro y que tu santa Madre nos mirara con benignidad, diciendo: de vultu tuo judicium meum prodeat. Perfice gressus meos in semitis tuis, ut non moveantur vestigia mea. Mirifica misericordias tuas, Qui salvos facis sperantes in te (Sal_16-2s). Mi juicio saldrá de tu presencia; ajustando mis pasos; por tus veredas no vacilan mis pies. Has gala de tus gracias, tú que salvas a los que buscan a tu diestra refugia contra los que atacan.

            Cuando pasamos todos estos peligros y precipicios, el Prior y las Hermanas, admiraron tu providencia sobre nosotros, y creyeron que tus ángeles, con san Rafael a la cabeza, nos habían conducido milagrosamente y cantaron el Te Deum en acción de gracias. Llegamos a Grenoble el 2 de junio de 1643, entre 8 y 9 de la noche. El Sr. obispo de Grenoble quiso que recibiéramos su bendición antes de entrar a la casa de la Sra. de [687] Vitalieu, preparada para el Monasterio. La mañana siguiente, como a las 8 horas, el Sr. Prior de Croisil, dijo la Misa y expuso el Santísimo Sacramento; nuestras Religiosas recitaron en alta voz el oficio en el coro, y después de vísperas, el R.P. Arnaux pronunció el sermón al que asistieron con mucho gusto, gran parte de los Srs, y Sras, de Grenoble. Mons. de Grenoble me envió su carroza el mismo día por la tarde, para que fuera a verlo; él no pudo venir al nuevo monasterio del Verbo Encamado, porque al otro día, a las 4 de la mañana saldría para París, desde donde comenzó a instarme para que fuese a fundar el tercer monasterio de la Orden, mi querido Verbo Encarnado. Todos mis amigos se interesaban porque me apresurara a fundar este monasterio porque temían se le quitaran los sellos al Sr. Canciller al comenzar la regencia. El Sr. de [688] Servière, que al presente es embajador en el Piamonte y en presencia de la Marquesa de Saboya, me dijo que el Sr. Séguier, no era ya ni guarda sellos, ni canciller, que ya el Sr. de Chateauneuf, era las dos cosas. Entonces le dije: el Sr. Séguier es lo uno y lo otro o el Señor no escucha mis oraciones, confío, aunque indigna, que él las escuchará como lo hizo cuando le pedí la salud de vuestros dos hijos; mi corazón se conmovió cuando os vi llorar temiendo su muerte después de trece días de fiebre continua, y me dijisteis que por mis oraciones el Señor les había devuelto la salud. Las oraciones por sus hijos no las hice con menos confianza que ahora que le pido que los sellos continúen en poder de Mons. Séguier. Es verdad, Madre, me contestó, que debo la salud de mis hijos a vuestras oraciones y quiero creer que el Sr. Séguier seguirá siendo el guarda sellos.

            Muy querido Amor, que te complaces en escucharme [689] y no puedes dejar en la turbación a tu sierva. Por olores muy suaves me confirmaste a la mañana siguiente, que el Sr. Séguier tenía los nuevos sellos del pequeño Rey, Luis XIV: Testimonia tua credibilia facta sunt nimis (Sal_92_5). Son veraces del todo tus dictámenes.

            Los médicos temieron que los excesivos calores me hicieran mucho daño, al grado de decir que no respondían de mi vida, si no se me hacía tomar un descanso, que no podía viajar tanto por los dolores de cálculos que sufría y que no emprendiera el viaje a París sin tomar las aguas y los baños. Dejé Grenoble el día 30, y el 2 de julio, día de la Visitación de tu santa Madre, llegué a Lyon donde tomé las aguas y los baños, para obedecer.

            El Sr. Abad de Cerisy, y la Sra. del Canciller, me apresuraron para que adelantara mi viaje a París y Mons. Obispo de Grenoble, mandó a su oficial con dos religiosas a Lyon, de las cuatro que había llevado de Aviñón, para llevarlas a París. Rogué al Sr. Prior de Denicé, regresara a [690] Grenoble y pidiera al Oficial las Hnas. María del Espíritu Santo y de la Concepción. Este compartir se hizo sin ruido a causa de la peste que había obligado a las Hnas, a irse a la casa del Sr. Barón de Baufin, padre del Prior de Croisil.

            El Sr. Bernardon llegó a Lyon con mis dos religiosas, el 3 de agosto, día de la invención de las reliquias de san Esteban primer mártir, y envié en su lugar a Sor Elías de la Cruz y a Lucrecia de Belly, quienes llegaran el 6 de agosto, a las puertas de Grenoble, pero no pudieran entrar en la ciudad a causa de la peste; y se fueron a reunir con las hermanas a Uriage, donde estaba la casa del Barón de Bouffin padre del Prior de Croisil.

            El viernes 7 de agosto salimos de Lyon para París, el prior, las dos religiosas, mi querida Sor Grasseteau, Sor Gravier y yo.

            Viste bien, mi querido Amor, cómo mi alma estaba triste por temor del gran mundo, pero sin desear otra cosa que sacrificarme por tu gloria y la salvación de mi prójimo. Me acordé que san Pablo, escribiendo a los Romanos les dijo: Unuscuisque vestrum proximo suo placeat in bonum, ad ædificationem. Etenim Christus non sibi placuit (Rm_15_2s). Que cada uno de nosotros trate de agradar a su prójimo para el bien, buscando su edificación: pues tampoco Cristo buscó su propio agrado.

            Renuncié a todos los placeres que tenía en mi soledad y a los consuelos que mi alma recibía en la santa montaña de Lyon, deseaba que la sangre que con tanta abundancia corrió sobre esta montaña del Gourguillon, en los días de tantos mártires, me hubiese seguido, como se dice del agua de la piedra que siguió al pueblo de Israel.

            [691] La repugnancia a salir de Lyon no detuvo mi camino. Movía con mis deseos el cielo, la tierra y las aguas, rogando a tus ángeles nos condujeran con bienestar y salud a fin de llegar a París el día de la Asunción de tu gloriosa Madre, para dedicarle nuestra llegada y todo lo que se haría después. Mi deseo fue cumplido, a pesar de lo que creían los remeros, porque el río estaba tan bajo que temían nos detuviera la arena, pero oh maravilla, tus ángeles aumentaron el agua en tal abundancia, que los bateleros se extrañaron de ver esta crecida sin haber llovido ahí ni en los alrededores.

            Nos detuvimos casi dos días en Orleans y el cochero que nos llevó de allí a París, se extrañó de que antes del medio día de la Asunción de 1643, que era sábado y habiendo salido el viernes bastante tarde, temió que se le reprendiese por ir demasiado aprisa y nos hizo dar casi toda la vuelta a París y entrar por la puerta de San Honorio, sin haber puente cercano al Louvre.

 Capítulo 94 - Nuestra llegada al barrio de San Germán y cómo la Providencia divina nos alojó esa noche. Al día siguiente el Verbo Encarnado se me apareció en brazos de su santa Madre, y lo que me sucedió hasta la fiesta de Todos Santos.

            [692] Rey de Reyes, Señor de Señores y Soberano Monarca del cielo y tierra, aunque muchas personas de calidad habían ofrecido alojamiento para tus hijas, tu prudencia quiso que la noche que llegamos a París no encontrásemos ninguna, a fin de que con alguna razón pudiéramos decir: Non erat eis locus in diversorio (Lc_2_7). Porque no tenían sitio en el alojamiento. Y por una dichosa necesidad, nos acostamos en un pequeño cuarto más bajo que el piso de la calle, y si no hubiese tenido chimenea, habría estado más apropiado para establo, ya que estaba destinado para varios animales domésticos.

            Entré con una alegría indecible, acordándome que tu santa Madre y su querido esposo san José, estuvieron más mal alojados la noche de tu nacimiento, lo que atrajo a los ángeles a venir a cantar tus triunfos sobre la gloria del mundo y las vanas riquezas de la tierra, alabando la verdadera gloria del Padre, admirando la Paz que habías traído a tu santa Madre, a [693] san José y a todos los hombres de buena voluntad. Pude cantar con deleite y gozo: Regnum mundi et ornatum sæculi contempsi propter amorem Domini mei Jesu Christi (Maitines del Oficio de santas mujeres, responsorio de la 8a. lectura). Desprecié el reino del mundo y el ornato del siglo por amor de mi Señor Jesucristo.

            El R.P. Carré, Prior del Noviciado de santo Domingo, nos vino a ver pronto y nos mandó la cena. Una hora después, el Sr. Abad de Cerisy vino con una antorcha, acompañado del Señor Gurlat; como era tarde estuvieron muy poco tiempo, porque del hotel del Señor Canciller donde se alojaba, distaba alrededor de medía legua del barrio de San Germán. Tu Majestad me hizo conocer que ahí querías establecer tu monasterio, por lo que le pedí al Sr. Abad de Cerisy nos alquilara una casa propia para establecernos allí; lo que hizo en mi nombre por el precia de 800 libras, que estimé como un alto precio para esta pobrecita, pero me confié en tu magnífica liberalidad que me había dicho: meum est argentum et meum est aurem (Ag_2_8). Mía es la plata y mío es el oro.

            Al otro día, 16 de agosto, el Señor Abad de Cerisy con el R.P. Procurador de la Abadía, de parte del R.P. Brachet, Gran Vicario del Sr. de Mest, Duque de Verneuil, Abad de San Germán, Señor de este barrio y Superior del Monasterio,  vino a presentarme [694] las patentes del Rey y el breve de dicho Señor. Me aseguraron que me veía con ojos de bondad y la alegría que muchos tenían por nuestro establecimiento. Tan pronto como se preparó una pequeña capilla y se colocó un altar, el Sr. Abad de Cerisy celebró la santa Misa en la que comulgamos, dando gracias por tantos favores. Después de comulgar te vi, mi divino Salvador en los brazos de tu augusta Madre y teniendo en las manos dos llaves de oro que me presentaste de una manera tan agradable que abrieron mi corazón, diciéndome: Hija, he aquí las llaves para abrir los corazones, así como san Jacinto nos llevó a mí y a mi Madre, salvándonos de nuestros enemigos por un milagro de amorosa confianza, sálvame de aquellos que me persiguen por su mala voluntad y sus desórdenes.

            Por la tarde me vino a ver el R.P. Carré, para decirme que la Sra. Duquesa de Rocheguyon, enviaría su carroza para que me fuera a vivir a su casa mientras terminaban de arreglar en la que estábamos, diciéndome que se ofendería si rehusara su ofrecimiento. Como me sentía obligada por las atenciones que había tenido para mí, durante mi primera estancia en París, quise volver cerca de ella, aunque por ti sabía que las cosas no estaban como los superiores del monasterio deseaban, porque tú querías que yo fuese la fundadora en lo temporal y la Institutriz en lo espiritual.

            El miércoles 19 envió por nuestras dos Religiosas y mi querida Sor Isabel Grasseteau; nos alojamos con ella y nos trató con gran caridad, por ella te suplicamos con humildad, la recompenses.

            [695] Al reconocer todo lo que ella ha hecha por las más pequeñas de tus hijas, según tu promesa, sabes cómo se mortificó y sufrió mi alma, cuando no quedó satisfecha, pues quería sostener a dos jóvenes a perpetuidad, en una fundación que empezaba y era tan pequeña, pidiendo hacerlo en las cláusulas de la minuta; y cómo rogué porque ella gozase de las privilegios de fundadora a mi concedidos, aunque no hubiese dado más que los gastos de las bulas y la alimentación de una compañera y de mí, por cerca de tres años, pero no quiso aceptar mis ofrecimientos ni la compensación por los gastos que por nosotras había hecho, una vez mas te ruego, mi divino Salvador, le devuelvas el céntuplo y la vida eterna. Permanecimos en la casa de la Sra. de Rocheguyon hasta la víspera de Todos Santos en que nos cambiamos a nuestra casa, en donde se había construido una pequeña Iglesia y hecho muchas reparaciones para hacerla en alguna manera cómoda y regular. Tu Providencia me dio antes de salir de Lyon, lo necesario para hacer todos los gastos, lo que te agradecí humildemente, mi adorable Bienhechor confesándote el sentimiento o repugnancia que tuve, cuando supe que una buena señorita, por caridad, había dicho a las personas, que en cierta manera me habían obligado a continuar el establecimiento, que había sido necesario hacer fuertes gastos en la pequeña Iglesia y que los arreglos de la casa me costarían mucho, por lo que no tendría para alimentar a las religiosas ni [696] sostener el monasterio, si no se nos hacían algunas limosnas. A las que me hicieran saber esto los dije: que agradecía mucho su buen deseo, pero que ya no le había pedido esta caridad, ya que no he puesto mi confianza en los hambres sino en la Providencia del Verbo Encarnado que cuida de mi, y que al llegar a la casa, traía seis mil libras para los gastos de su reparación y para amueblarla.

Capítulo 95 - El Verbo Encarnado me dijo no me apresurara a obligarme a la clausura. Gracias que me hizo los días de san Martín y santa Cecilia y el primer domingo de Adviento. Después de la bendición del monasterio, el primer día del año 1644, se colocó la santa Cruz.

            La tarde del día de la fiesta de Todos Santos, te dije: Mi divino oráculo, ¿Qué dices de lo que se me propone, que tome el santo hábito y me haga pronto religiosa? Hija, me dijiste, no precipites nada, di a los que te presionan que Saúl, por no haber hecho caso a mi Profeta Samuel, me desagradó, pensando serme propicio con sus holocaustos, por lo que el Profeta le dijo: Stulte egisti (1Sa_13_13). Te has portado como un necio. Tu Reino será dado a otro mas fiel y puntual en obedecer la voluntad de Dios y que sea según mi corazón, díselo a tu director y él lo hará todo; espera mis órdenes y no hagas nada por respeto humano; homo enim videt ea quae parent, Dominus autem intuetur cor (1Sa_16_7). El hombre mira las apariencias, pero Yahveh mira el corazón. Tu Apóstol dijo: si agrado a los hombres no soy servidor de mi Maestro. ¡Oh Salvador, querido Amor!, no quiero mas que tu gloria, lo que no es tú, es nada para mí. Haré lo que mi director me ordene según tu voluntad. [697] Hija, estás aquí en la soledad, sostenida por dos grandes alas: mi gloria y la salvación de las almas y otras dos grandes alas con apariencia de dignidad sobre la tierra, han apresurado tu venida. Serás alimentada por Dios que te libró del dragón que vomitó un río de cólera contra ti. La tierra de mi Humanidad santa te recibirá y nada te podrá dañar. He provisto a todo lo que falta para mi establecimiento y para tus necesidades. Tu bondad me hizo otras muchas gracias que escribí en otros cuadernos y no pongo aquí para no ser tan larga.

            Los días de san Bartolomé, de nuestro Padre san Agustín, de la Exaltación de la santa Cruz, de las Apóstoles san Simón y Judas, de san Martín y de santa Cecilia, fueran para mi días de grandes favores que tu bondad me concedió; pero ah, mi divino Salvador, no te veía contento con dos personas por las que te pedía y a las que me sentía obligada porque desearon el establecimiento de la casa de París. El mes de septiembre de 1643, vi voltear tu rostro a la primera; y de la otra me dijiste el día de los santos Apóstoles Simón y Judas: Penitet me; me pesa profundamente, haberles hecho el favor que te he mostrado. Desde ese tiempo no me has hecho ver en ellas nada que me alegre aunque he orado por ellas. Querido Amor, mi Señor y mi Dios, te ruego que de tal manera las ilumines, que una y otra te agraden.

            Divino Amor, recuerda que la víspera de san Lucas, del año 1625, que fue en el que salí de la casa de mi padre, me prometiste que no sería llamada la abandonada, y [698] aunque parece que las personas que me hicieron venir, me dejan, no temo. Tus ángeles son demasiado fieles cumplidores de tus órdenes y saben bien que les has encargado cuiden de mi, esto me hace descansar. Señor, te pido perdón de tener una extrema repugnancia a permanecer fuera de Lyon, París me es una estancia molesta. Hija, aquí tú me glorificarás, a pesar de la aversión que sientes. Ten valor, serás mi descanso glorioso; dum non facis vias tuas, et non invenitur voluntas tua (Is_58_13). Lo honras evitando tus viajes, no buscando tu interés ni tratando asuntos. Te elevaré a grandes alturas, et cibabo te hæreditate Jacob, (Is_58_14). Te alimentaré con la heredad de Jacob. Es mi boca la que te ha prometido y promete esto.

            El día de san Martín, me hiciste participar de la gloria y amor de este ferviente prelado y muy digno Pontífice, diciéndome que si habías alabado en la presencia de los ángeles, la limosna que te hizo siendo aún catecúmeno, menos callarías delante de tu Padre y de estos mismos ángeles, el que yo te revistiera al recibir a tus esposas, las alimentara y sostuviera. Divino Amor, lo hago con los bienes que me has dado y me das todos los días, pero tu bondad me confunde al decirme, que las revisto de hermosos y buenos hábitos, y que yo me cubra de los más ruines que pueda tener.

            Dios de mi corazón, que habitas en lo más alto de los cielos, dígnate mirar a la más ruin de tus siervas cuando se cubre de estos harapos. El Rey Profeta me asegura de esta tu amorosa bondad diciendo: Quis sicut Dominus noster, qui in altis habitat, et humilia respicit in cælo et in terra? (Sal_112_5s). ¿Quién como Yahveh nuestro Dios, que se sienta en las alturas, y se abaja para ver los cielos y la tierra? Me dijiste otras cosas que como ya dije, escribí en otros cuadernos, por lo que ya no lo pongo aquí.

            El día de la gloriosa Virgen y Mártir santa Cecilia, me dijiste que de mi [699] pobreza, te había edificado una nueva Iglesia, donde te alojabas con tus amigos como quisiste alojarte con tus santos, en la casa de esta santa, la cual mas tarde fue consagrada como Iglesia, agregando: Mi esposa y mi hija, tus vestidos exhalan mi buen olor, ahorras para darme, te humillas para exaltarme. Señor mi Dios ¿puede la nada abajarse y la soberana grandeza, puede ser exaltada? Permíteme que te diga en mi admiración: Deus meus es tu, quoniam bonorum meorum non eges (Sal_15_2). Tú eres mi Señor, mi bien, nada hay fuera de ti. Que afortunada sería si viviera y muriera por ti y si me hicieras el favor de que tu Evangelio de luz y de amor, lo llevara siempre en mi entendimiento y descansara en mi corazón como se dice de santa Cecilia.

            El primer domingo de Adviento se encontró mi alma en un abatimiento inexplicable, tanto, que le dije a mi querida hermana Grasseteau, que rogase por mí, y bajé a la capilla en ese mismo momento. Aproximándome al altar te dije: Querido Amor, no puedo más, mi alma está acabada de debilidad y tedio, sostenme y ruega a tu Padre por la más débil de tus amantes, me abandono por tanto a tu amor, pues me siento desfallecer si tú no me sostienes. Con amorosa bondad me recibiste en tu seno apoyándome en tus brazos dispuestos de tal manera que podía confiarme al cuidado de tu amor. En este estado recibí el consuelo de un amante fiel, tan poderoso como amoroso. Me pusiste sobre tus brazos y tu corazón, como a la Esposa del Cantar de las Cantares, haciéndome [700] ver que tu amor es mas fuerte que la muerte, porque es la muerte de mi muerte, y el freno para que no caiga en el infierno; porque a esta tristeza la llamé mi infierno, porque mi alma estaba desolada y parecía estar rodeada de dolores de muerte y abrumada de las penas del infierno porque no te veía a ti, que eres su paraíso.

            Me levanté de la oración como una persona que ha sido sacada de las tinieblas y puesta en una gran luz, pudiendo decir lo que Ana, la madre de Samuel: Dominus mortificat et vivificat, deducit ad inferos et reducit (1Sam_2_6). Yahveh da muerte y vida, hace bajar al sheol y retornar. Me encontré a mi querida hermana Grasseteau y le pregunté si había rogado por mí, y me dijo: Lo hice con gran compasión al empezar mi oración y con gran admiración al terminarla. Le pregunte qué oración había hecho y la razón de estos dos diferentes sentimientos. Madre, me dijo, en cuanto estuve de rodillas os vi en espíritu como desmayada y agotada por la pena, pero en un momento, el Verbo Encarnado de edad como de 33 años, se apareció delante de vos que estabais sentada y él de rodillas os miraba con ojos de piedad y amorosa dilección, dándoos una gran confianza, por la que ahora estáis mas cerca de él; os tuvo entre sus brazos y estrechó sobre su corazón, levantó los ojos al cielo y rogó a su Padre por vos de una manera inefable. Durante su oración os vi sin saber cómo, elevada sobre un trono glorioso con vuestros vestidos ordinarios. Estoy admirada, más de lo que puedo explicar, cómo fuisteis elevada de la tierra al cielo, sin que os haya visto pasar por en medio. Esta hija mía me dijo lo que yo ya sabía por mi propia experiencia, no había sido elevada o sentada en el [701] trono donde me había visto sino que ella vio el signo visible de la cosa invisible; este misterio o sacramento de amor, es inexplicable para una creatura sujeta a la carne. Esto sería mejor explicado por los ángeles, espíritus puros que van del principio al término sin pasar por intermedios, sin sacar las consecuencias por los antecedentes.

            El 18 de diciembre, día de la expectación de tu santísima Madre, mi espíritu fue elevado tan alto, que se encontró más en el cielo que en la tierra, y como lo he escrito aparte, no diré más de lo que juzgo a propósito para este inventario de tus gracias. Oí de una manera inefable: Urbs Jerusalem beata dicta pacis visio; Ciudad de Jerusalén, dichosa visión de paz (Himno Coelestis urbs, Oficio de la Dedicación de la Iglesia), que tu bondad hacía una nueva dedicación de tu nueva Jerusalén, donde me hiciste gozar de una paz semejante a la de los bienaventurados, la que pasó muy pronto, porque en este valle de lágrimas el alma no goza de la felicidad; per modum transeuntis, de un modo transitorio.

            El día de los santos Inocentes te me apareciste teniendo en tu pecho varios tubos o conductos, con los que querías comunicarte con tus hijas. Comprendí que habías sufrido mucho y me pareció que tu amor había hecho en tu pecho pequeñas grietas dolorosas, a fin de que por tus sufrimientos recibiésemos nosotras, la salud y santidad. Después te vi con varias coronas que con tus sufrimientos habías adquirido, mostrándome que estas coronas serían para las almas generosas que sufrirían cerca de ti, por tu amor y en tu Orden; et livore ejus sanati sumus (Is_53_5). Y con sus heridas hemos sido curados.

            [702] El primer día del año de 1644, el R.P. Brachet, Prior de la Abadía y Gran Vicario del Ilmo. Sr. Obispo de Mest, Superior de este Monasterio, vino con el Procurador General de la Abadía, para bendecir los lugares regulares del monasterio e imponer la clausura. La víspera había aceptado mil libras de rentas que daba por la fundación de este monasterio, celebró con gran devoción la Misa y declaró oficialmente el establecimiento del monasterio, colocó la cruz e hizo todas las ceremonias que se hacen en estas fundaciones, aunque no había mas que dos religiosas, mi querida Sor Grasseteau y Sor Francisca Gravier y también estuve yo. Querido Amor, tu bendición no fue dada sino a una sola religiosa, ya que la otra se regresó a su Monasterio de Aviñón; Non dicit: Et seminibus quasi in multis. Sed quasi in uno. Et semini tuo qui est Christus (Ga_3_16). No dice y a los descendientes, como si fueran muchos, sino a uno sólo, a tu descendencia, es decir, a Cristo. Dice el Apóstol hablando de la bendición que diste a la simiente de Abraham, a su único Isaac. Me consolaste diciéndome: Hija, no te aflijas si no ves una rápida multiplicación en tu Monasterio de París como la ves en el de Aviñón, en donde mis santos te dicen: Soror nostra es: crescas in mille millia, et possideat semen tuum portas inimicorum tuorum (Gn_24_60). ¡Oh hermana nuestra, que llegues a convertirte en millares de miríadas, y conquiste tu descendencia la puerta de sus enemigos!

            Hago y haré crecer a tus primeras hijas, pero que se guarden de presunción. Lo haré por el amor que te tengo y porque me has pedido que vivan en mi presencia y te lo he concedido; multipliqué y multiplicaré este Monasterio de Aviñón; ecce benedicam ei, et augebo, et multiplicabo eum valde (Gn_17_20). He aquí que le bendigo, le hago fecundo y le haré crecer sobremanera. Llamaré jóvenes a esta gran casa; et faciam illum in gentem magnam. Pactum vero meum statuam ad Isaac (Gn_17_20s). Y haré de él un gran pueblo. Pero mi Alianza la estableceré con Isaac.

            Muy querido Amor, mientras que el R.P. Prior plantaba la [703] cruz en la puerta de la capilla, mi hermana Isabel Grasseteau, veía cómo plantabas otra cruz en medio de mi corazón, como regalo del primer día del año, estableciendo por ella un monasterio interior, cruz que adoro porque la he recibido de tus manos como un valioso presente; cruz que me ha crucificado no un día, sino muchos años; cruz de la cual no puedo expresar el dolor, porque no puedo explicar cómo al mismo tiempo me es deliciosa por unirme a ti.

            El Sr. Abad de Cerisy que fue nombrado Superior sustituto, y el R.P. Carré, Superior del Noviciado de los Jacobinos, viendo que no podía ser revestida de las libreas de mi divino Esposo exteriormente, y no juzgando a propósito permitírmelo, lo mismo que otros padres que habían sido mis directores, bendijeron un hábito blanco y rojo con el velo y me lo dieron en la sacristía, para llevarlo como religiosa, pero debajo de mi vestido exterior de seglar, hasta que los negocios me permitiesen observar la clausura. Mis dos hijas, Sor Grasseteau y Sor Gravier y algunas pensionistas, estuvieron presentes.

Capítulo 96 - El Verbo Encarnado me hizo descansar sobre su pecho haciéndome un lecho con su sangre preciosa y una celda admirablemente adornada, me volvió a decir que aunque los padres me insistiesen, no me apresurara a obligarme a la clausura, me invitó a las bodas virginales de santa Agueda y santa Dorotea.

            [704] El día de la conversión de san Pablo, bajaba la escalera para ir al coro y me caí de tal manera, que temieron tuviese la cabeza abierta por los golpes que recibí con las gradas. El Prior de Denicé nuestro confesor, se asustó, cuando la Hna. Francisca Gravier le platicó cómo había caído. Querido Amor, ¿No fuiste tú el ángel que puso las manos para protegerme, y que no me hiriese? Mi hermana Gravier temiendo no pudiese sostenerme, vino a mí, se puso de rodillas por detrás para que me apoyara en ella, pero ¡oh maravilla de tu providencia! Mientras colocaba mi cabeza en su regazo, tú me presentaste el tuyo para reposar ahí mi espíritu diciéndome: ven mi esposa amada, descansa en mí como en tu lecho nupcial. Benjamín amantissimus Domini habitabit confidenter in eo: quasi in thalamo tota die morabitur, et inter humeros illius requiescet (Dt_33_1s). Para Benjamín dijo: Querido de Yahveh, en seguro reposa junto a él, todos los días lo protege, y entre sus hombros mora.

            Mi Benjamina, hija muy amada del Padre, y esposa querida de tu divino esposo, descansa en mí con confianza, pero no sobre mis hombros, esto era para la ley de Moisés, entonces les ofrecía mis hombros, pero ahora que he aparecido en el mundo y me he dado a mis amantes, las descanso en mi seno, en mi propio corazón.

            ¡Ah, mi querido Amor! Sería necesario ser un querubín, para expresar los pensamientos tan elevados con los que entretuviste mi espíritu, y un serafín para hacer sentir la llama que ardía en tu corazón, que era mi altar adorable y mi lecho delicioso. No puedo hablar mas que por el [705] silencio, Te decet hymnus, Deus, in Sion (Sal_64_2). A ti se debe la alabanza, oh Dios, en Sión. Tampoco podía decir palabra, mi Esposo y mi Dios, por un amoroso y respetuoso silencio te adoraba. Entonces me dijiste: Hija, para que estés en paz y descanses, te ofrezco un lecho de mi propia sangre y como me agrada el que veas cómo está hecho, te lo represento como un lecho cubierto con velos carmesí, cortinas con grandes encajes, ésta será tu celda en la que oirás mis secretos y recibirás mis órdenes, las que por ahora son, que no profeses, aunque se te diga, te cubriré con mi preciosa sangre, y de esta manera estarás revestida del hábito que mi amor te da por un exceso de bondad para ti incomprensible. Que tu Profeta hable, Señor, yo sólo puedo admirar; Quam magna multitudo dulcedinis tuae, Domine, quam abscondisti timentibus te perfecisti eis qui sperant in te, in conspectu filiorum hominum (Sal_30_20). ¡Qué grande es tu bondad, Yahveh! Tú la reservas para los que te temen; se la brindas a los que a ti se acogen, ante los hijos de Adán.

            Tú los ocultas bajo el sello de tu adorable faz, a fin de que los hombres no los turben: Proteges eos in tabernáculo tuo, a contradictione linguarum (Sal_30_21). Tú los escondes en el secreto de tu rostro, lejos de las intrigas de los hombres.

            Señor mi Dios, tu sabiduría es admirable, si no me hubiese instruido de sus voluntades; ¿Hubiera podido estar tranquila mientras tantas personas se turban y aún yo misma, por no traer el hábito religioso exterior de nuestra Orden dándolo a tus hijas? Querido Amor, esto es una gran mortificación que te ofrezco para tu mayor gloria, encontrando allí mi [706] confusión que acepto con todo mi corazón, tantos años cuantos te plazca, puesto que varias personas piadosas, experimentadas y rectas, están de acuerdo en que me vea privada de este gozo. Con la Esposa de los Cantares te digo: filii matris meae pugnaverunt contra me; posuerunt me custodem in vineis; vineam meam non custodivi (Ct_1_6). Los hijos de mi madre se airaron contra mí; me pusieron a guardar las viñas, mi propia viña no la había guardado, cuidando de mis hijas, viña que tú plantaste en tu Iglesia, para que produjera flores y frutos, parece que me olvido de guardar la mía: Indica mihi, quem diligit anima mea, ubi pascas, ubi cubes in meridie (Ct_1_7). Indícame, amor de mi alma, dónde apacientas el rebaño, dónde lo llevas a sestear a mediodía. Querido Amor, que amas mi alma, no permitas me equivoque y que pensando hacer avanzar a las demás, yo retroceda, porque en el camino de esta vida, no avanzar, es retroceder. No quiero mas que a ti en todo y por todo, no quiero que ninguna creatura arrebate mis pensamientos que serían vagabundos, ya que en ellas no hay estabilidad ninguna: Vanitati enim creatura subjecta est non volens (Rm_8_20). La creación en efecto fue sometida a la vanidad, no espontáneamente.

            Con toda humildad y confianza te pregunté, querido Amor, en dónde descansas al medio día, para que allí tu divina claridad sea la luz de mi entendimiento, y tu caridad, la llama de mi voluntad, así seré colmada de un suave reposo contigo, mi Dios y mi todo.

            No rechazaste mi oración y me invitaste a celebrar las bodas con dos santas Vírgenes, santa Águeda y santa Dorotea, diciéndome que siendo hermana de ellas, y esposa tuya, bien podía entrar a la cámara nupcial y que en estas bodas gozaría de tus divinas delicias, y vería la casta, pura y virginal generación, y que tu seno era el lecho en el que las tiendas son claridades brillantes. Como tu palabra [707] hace lo que dice, me introdujiste en tu seno con tanta majestad y dulzura, que parecía otra Esther coronada de tu gloria apoyándome sobre ti, abismada por la abundancia de delicias que tu espíritu me comunicaba amorosamente, pues eras la abundancia de gracia, las mismas que ponías sobre mis labios, una misma cosa contigo como se dice del matrimonio corporal: et erunt duo in carne una (Gn_2_24). Y se hacen una sola carne. Éramos dos personas en un mismo amor y un mismo Espíritu. Tu simplísima pureza me comunicó un candor tan inocente, que me dio libertad para besarte virginalmente en esta vida, como en el cielo lo hacen las Vírgenes que permanecen para siempre en tu gloria, mientras que yo, como peregrina me veo todavía en la tierra.

Capítulo 97 - Mi alegría se turbó por temor de que el amor del Verbo Encarnado no reinase en los corazones que le había ofrecido. Mis tristezas angustiosas,

            Querido Amor, tú permitiste que me fuera entregado un recado [708] que me turbó y cambió mi alegría en tristeza, porque vi en él, inclinaciones que no aprobaba, producidas por el espíritu de la carne y de la sangre. Por el contrario yo deseaba que tu Espíritu fuese el lazo de unión de esas personas y que la gracia venciese a la naturaleza imperfecta, pero desafortunadamente no supe que mis deseos se hubieran cumplido y que estas personas no hubiesen cometido culpa ante tu Majestad, por lo que he vertido muchas lágrimas y tenido gran pena. Tu sabiduría permitió que ese recado, que no se dirigía a mí, me fuese enviado desde cien leguas inocentemente, y yo lo recibí con sencillez cuando estaba en el entusiasmo de los gozos que me comunicaste en aquellas bodas, y todavía estaría inconsolable pensando que había turbado una fiesta que bien podía llamar Sabbatum o Sabbato (Is_66_23), Sábado; si hubiera interceptado ese billete y otras cartas que me han sido enviadas desde 300 leguas, sin esperarlas, y por las que me he dado cuenta de ingratitudes que perdono de todo corazón, de personas que tú pusiste en mi seno y para las que todavía tengo pensamientos de paz, redoblando la llama de amor para ellas, deseándoles que la paz y alegría, sobrepasen todo sentimiento y experiencia de este delicioso Sabbato que ellas turbaron, afligiéndome indeciblemente. Quiero sufrir, mi Señor y mi Dios, adorándote en espíritu y en verdad.

            Varios de los Macabeos fueron muertos durante el [709] Sabbato, víctimas sagradas que recibiste cuando Matatías se resolvió a combatir por tu Ley en esta solemnidad, Señor, mi resolución fue de resistir a aquellos que no te eran fieles, resolución que de todas maneras me hizo sufrir, por lo que de propósito he debido tener una mano abierta y en la otra la espada, como se dice en Esdras: una manu sua faciebat opus, et altera tenebat gladium (Ne_4_17). Todos nosotros teníamos el arma en la mano. Pero qué podía hacer una mujercita contra tanto enemigo sino decirte: Quédate a mi lado, Señor de los ejércitos y combate para mí, que es para tu gloria. In te inimicos nostros ventilabimus cornu, et in nomine tuo spernemus, et gladius meus non salvabit me (Sal_43_6s). Por ti nosotros hundíamos a nuestros adversarios por tu nombre pisábamos a nuestros agresores ni mi espada me hizo vencedor.

            Mi pluma, que es la pluma de los vientos cuando escribe las delicias de tu diestra y me tratas como a tu Benjamina, se vuelve de plomo cuando es necesario describir las tristezas de mi alma, cuando la pones a tu siniestra, entonces parece Benoni, el hijo del dolor, se pensaría que la muerte la ha dejado en esta vida para ser su imagen y estar como a su sombra. También te he dicho varias veces: Collocavit me in obscuris, sicut mortuos saeculi, et anxiatus est super me spiritus meus (Sal_142_3s). Me hace morar en las tinieblas, como los que han muerto para siempre; se apaga en mí el aliento. Señor mi Dios, ¡qué diferencia tan grande encuentro en el trato que me dabas en Lyon, en la casa de mi padre, al de hoy! Me parece que hace siglos que no he gustado tus dulzuras, aquellas que tus manos vertían sobre mí abundancia de alegría, y con una continua afluencia de tus gracias, bañabas [710] mi alma hasta inundarla con tus aguas deliciosas, y ella con David te decía: Dominus regit me, et nihil mihi deerit: in loco pascuae ibi me collocavit, super aquam refectionis educavit me (Sal_2_1s). Yahveh es mi pastor, nada me falta, por prados de fresca hierba me apacienta, hacia las aguas de reposo me conduce. Ahora extiendo mis manos diciéndote: Señor, estoy como tierra sin agua; velociter exaudi me, Domine: defecit spiritus meus (Sal_142_7). ¡Oh, pronto, respóndeme, Yahveh, el aliento me falta! No apartes tu rostro de mi, Señor, porque me asemejaré a aquellos que ya bajaron a la fosa, con la única diferencia que ya no tienen esperanza porque ya llegaron al término; en cambio, yo, todavía en el camino, tengo este consuelo: ¡Espero en tu misericordia!

OG-02 Capítulo 98 - Por su bondad el Verbo Encarnado, me consoló y se derramó abundantemente sobre el señor de la Piardière, del que me había hablado cuando yo estaba en Lyon, llamándolo Jacob. Me lo dio por hijo y a mí me dio a él por madre

            El Profeta Habacuc asegura que en lo mas fuerte de tu cólera, tú te acuerdas de tu misericordia, que es la que mueve a tu caridad, y se le representa por el medio día que viene a borrar nuestros crímenes, que hacen la montaña de Farán, es decir, la división; y a llenarnos de tu gloria, cambiando nuestras tristezas en alegrías y dulzura. Eso fue lo que hiciste al verme en la aflicción y dolor, me llenaste de dulzura y alegría, no sólo para mí, sino para comunicarla también a los que me visitaban, entre otros al señor de la Piardière, al que me habías nombrado estando aún en Lyon, con el nombre de Jacob, que es lo mismo que Santiago, diciéndome: está ocupado en finanzas. Me llenaste de tus bendiciones, es decir, de tu gracia y la comunicaste a [711] su corazón cuando le hablaba de tus profusiones y sagradas uniones. Admirado de tus maravillas, no deseaba otra cosa que entregarse todo a ti, sin esperar no obstante, tantos favores. Le di valor asegurándole que le darías el don de oración, que tu Espíritu vertería sobre él su unción, pero no le dije que hacia tiempo tú me lo habías nombrado; era tu Espíritu el que me hacía hablar de esta manera. Al volver a su casa, en su carroza, iba su cuerpo, su espíritu había sido elevado por tu amor por encima del cielo porque lo levantó hasta ti que eres el cielo supremo. Él experimentó el dicho de David, él vio una vez que probó, que eres dulcísimo, que eres la dulzura misma y comenzó a comulgar con más frecuencia sobreponiéndose a todos los respetos humanos, y poco tiempo después comulgaba 4 veces por semana. Con la fuerza de este alimento divino, de este pan celeste subió hasta la cumbre de tu santa montaña, y con tu unción consagraste las potencias de su alma, haciendo en la parte superior de su espíritu, tu Sancta Sanctorum. En menos de seis meses lo vi elevarse de grado en grado, hasta la Sexta Morada señalada en el Castillo de santa Teresa.

            Dios de amor, que llenas el cielo y la tierra, ocupabas el espíritu de tu siervo en sublimes pensamientos haciendo que, por una economía maravillosa encontrara la manera de dejar su empleo de las finanzas, y lo mas admirable es ver a este hombre, más desprendido del oro y de la plata, que muchos religiosos que hacen voto de pobreza, pudiendo decir: Beatus dives qui post aurum non abiit. Nec speravit in [712] pecunia et thesauris!, y todo el resto hasta: Ideo stabilita sunt bona illius in Domino, et eleemosynas illius enarrabit omnis ecclesia sanctorum (Si_31_8s). Feliz el rico que tras el oro no se fue. Sus bienes se consolidarán, y la asamblea hablará de sus bondades.

            Querido Amor, si no me hubieses hablado de este hombre cuando estuve en Lyon, hubiera temido engañarme al ver todo esto que he dicho, hasta pensar fuera invención de aquél que hace ver reinos imaginarios, para ligarnos a las personas que admiramos, que nos pueden ayudar a seguir nuestros deseos y quitarnos la desconfianza en nosotros mismos y la confianza en ti, mi Señor y mi Dios.

            Tu me dijiste: Hija, no hay ilusión en la manera como me conoces, acuérdate que varias veces te he dicho que me glorificaría en ti al negar tu voluntad, al no seguir tus caminos e inclinaciones. Et non invenitur voluntas tua, ut loquaris sermonem: tunc delectaberis, super Domino; et sustollam te super altitudines terrae, et cibabo te haereditate Jacob, patris tui; os enim Domini locutum est (Is_58_13s). No buscando tu interés ni tratando asuntos, entonces te deleitarás en Yahveh, y yo te haré cabalgar sobre los altozanos de la tierra. Te alimentaré con la heredad de Jacob tu padre; porque la boca de Yahveh, ha hablado. Tu sangre sobre mi es siempre admirable, y tus invenciones me alegran sin cesar, no hubiera encontrado una persona capaz como él, para hacer lo que deseas en nuestra Orden ni hubiera sabido pedírtelo. Cuando me ofrecía dinero, cosa que otros persiguen con avidez me daba tanta pena que hasta cambiaba de color, pero lo aceptaba para valerme de aquél que me habías dado para asistirme en nuestros negocios temporales.

            Un día me dijo: Madre, déme sus recibos para pagar sus rentas, y por invenciones que la caridad sabe hacer, me hacía recibir lo que Dios me enviaba diciéndome que tenía obligación, ya que tu bondad lo bendecía y acrecentaba los bienes espirituales y temporales y que además mis negocios eran los tuyos, que lo que le causaba pena y admiración era ver mi generosidad, porque tenía [713] habilidad para huir del interés que otros tienen por el dinero. Desde su juventud había deseado encontrar una persona que fuese colmada con tus favores y en la que se pudiese confiar, y por ella conocer tu voluntad y avanzar así en la perfección. Tu Providencia le había permitido encontrarla y con más ventajas de las que se hubiera atrevido a esperar, ya que tus bondades hacia mí, eran muy grandes, y que conmigo podía decir: venerunt autem mihi omnia bona pariter cum illa (Sb_7_11). Con ella me vinieron a la vez todos los bienes.

            Al rededor de la fiesta de san Juan Bautista, hablándole de tus bondades hacia él, le dije que no le dejarías muchos años en el estado en que estaba. Al oírlo le cogió un temblor al grado de no tener fuerzas para soportar este anuncio. Me apenó de haberle hablado con tanta franqueza, pero cuando pudo hablar me dijo: madre, no os arrepintáis de la que habéis dicho, deseé ser religioso antes de casarme, el celibato no me es menos agradable que el estado en que estoy, seguiré la voluntad de mi Salvador que por vos, me hará conocer, ya que os ha elegido para llevarme a él.

            La víspera de san Juan Bautista, tu precursor y mi santo patrono, subí al coro para rogarte por él; en lugar de escuchar mi oración, hiciste de una manera para mi indecible, una sagrada unión, unión tal, como no había visto semejante con ninguna creatura, pareciéndome por la libertad que tu amor me da, que tenía derecho a quejarme de ti, [714] contigo mismo, diciéndote: A ninguno de las serafines has permitido unirse a mi de esta manera. Hija, esta unión es divina, soy yo, mi muy querida quien la hace, es purísima, es sobrenatural. Me dijiste todo lo que te plugo pero mi espíritu permanecía suspendido hasta que tu sabiduría, que alcanza de un extremo al otro, me dispuso suave y fuertemente. No pude quedar satisfecha, lo cual te agradó. Tu Espíritu me pareció más suave y más benigno, haciéndome conocer que mi amor, desprendido de todo, para no ser más que sólo tuyo, te seguiría a ti mismo, que eres esencialmente lo que dijiste a Moisés: Ego sum qui sum. Sic dices filiis Israel: qui est, misit me ad vos (Ex_3_14). Yo Soy el que Soy. Así dirás a los Israelitas: Yo Soy me ha enviado.

            Al día siguiente me vino a ver y me dijo: Madre, estando esta tarde en Maitines con los Padres del Oratorio, Nuestro Señor me hizo conocer que quiere que os obedezca, y la fuerza de su dulzura me ha movido a hacer un voto, obedeceros en todo lo que mi profesión y estado, me permita; vuestra sabia prudencia juzgará. Hice alguna resistencia, pero temiendo resistir tus órdenes sometí mi espíritu, esperando me darías luz para esta dirección y lo hiciste, mi sol brillante, con tanta claridad, que parece has sido mi medio día, en donde no he visto mas que a ti, ni veré otra cosa si así te place, mi divino Maestro, porque lo que no eres tú me es nada. Te ama poco, quien ama alguna cosa contigo si no la ama por ti y por tu amor. Me aseguraste que esta es la verdadera caridad, que tú eres caridad, y quien permanece en caridad, permanece en ti, mi Señor y mi Dios. Te agradecí [715] que lo hayas hecho crecer en caridad ya que me lo hubieras dado por hijo como tú diste a tu discípulo amado por hijo a tu santa Madre. Lo recibí de ti, y el me recibió de ti, por madre. Este lazo será indisoluble, tu Padre ha puesto el sello a nuestro afecto: Hunc enim pater signavit Deus (Jn_6_27). Dios Padre selló a este. Y este bien amado nos dijo; Si diligamus invicem Deus in nobis manet et charitas ejus in nobis perfecta est (1Jn_4_12). Si nos amamos unos a otros, Dios permanece en nosotros y su amor ha llegado a nosotros a su plenitud.

Capítulo 99 - La divina sabiduría permite las aflicciones y disgustos para que nos unamos a ella, y cómo cumple todas sus promesas para el bien ya sea común, ya sea particular,

            Si no hubiere sido madre más que de hijos de alegría, no hubiese tenido más que gozo y contento. Como tú nos preparas tu Reino, así el Padre la ha dispuesto para ti. Me has hecho madre de otros hijos que me causan grandes aflicciones: filios enutrivi et exaltavi; ipsi autem spreverunt me (Is_1_2). Hijos crié y saqué adelante, y ellos se rebelaron contra mí.

            Me quejaba a ti de nuestros hijos espirituales como hacía Rebeca de los suyos corporales: si sic mihi futurum erat (Gn_25_22). ¿Siendo así, quién podrá vivir? Querido Esposo que todo la sabes, sabías bien que no era lo suficientemente fuerte para sufrir las penas que me ocasiona la Orden que por tu inspiración concebí, que no ceso de decir: fuit concipere? (Gn_25_22). ¿Para esto he concebido? Señor, ¿no había en la Iglesia bastantes Congregaciones de jóvenes sin necesidad de ésta? Al quejarme así me olvidaba de la visión que tuve en Lyon, de la tiara [716] a la que le faltaba una piedra preciosa, y que me hiciste entender era nuestra Orden, diciéndome: Hija, esta Orden es esta piedra preciosa, la Iglesia es esta Reina sentada a mi derecha y revestida de las diversas órdenes, la caridad, es su vestido de oro bordado de diversos colores, que son las diferentes órdenes que resaltan su belleza.

            Querido Amor, perdonaste mis debilidades diciéndome que estos hijos eran mas tuyos que míos y que sufrías al ver sus faltas, las que disimulabas por la penitencia y otras razones, que los últimos la harían mejor que los primeros por una emulación de la caridad, pues varios de nuestros hijos espirituales de una y otra parte, parecían avanzar a grandes pasos. Pasé los años de 1644 y 1645, en tristezas indecibles, llorando gran parte de las noches, con una aversión inexplicable a estar en París. Pero tu providencia conduce todas las casas con sabiduría y tenia presente que si me hubiese acostumbrado a París, me habría podido mezclar en intrigas de devoción. Mi franqueza no me hubiera permitido descuidar a los que me hubieran venido a pedir consejo por curiosidad o por piedad y me hubiese visto importunada a rogar por negocios buenos en apariencia, pero no en sus efectos, si me hubieses dado alguna luz para sus tinieblas. Lo que hubiese comenzado con intenciones caritativas, hubiese terminado con intenciones interesadas. Hubiese actuado de manera de no desagradar a nadie pensando hacerlo todo por ti y para ganarlos [717] para ti, por la natural inclinación que tengo de contentar a los que se acercan a mi y me muestran su confianza y me hubiese cargado de cuidados extraños y alejado de mis deberes de casa. No hubiera podido rehusar a la Sra. de Cressay el ir a la casa de Orleans a darle mis respetos a la Sra. Duquesa, la que me habías elogiado desde el año de 1638. Cuando aún estaba en Lyon me habías asegurado que no se destruiría la unidad del matrimonio de la Duquesa con el Duque de Orleans, hermano único del difunto Rey. Sobre este asunto escribí a una persona eminente en dignidad que combatía a este matrimonio: Jamás llegaréis a conseguir la que pretendéis, la Sra. Duquesa será honrada junto con el Sr. Duque, en París, por voluntad de Dios, y cuando ella llegue a Lyon, yo ya no estaré allí. Una noche vi que ella daba a luz una niña que se cayó, se hizo daño, y por eso se la despreciaba; Nuestro Señor quiso que tuviera especial cuidado de rogar por ella, para que le fuera agradable.

            Querido Amor, esto se verificó como las otras cosas que me has dicho o mostrado. Mi secretaria, que sabía todo esto que me has hecho conocer, me ha movido varias veces a descubrir mi secreto a la Sra. de Cressay, quien me quiere como yo la honro, es decir, mucho. Esta Señora, varias veces me ha invitado a ir al [718] Palacio Real, diciéndome que retardo la hora del establecimiento no diciendo a la Reina lo que tú me has dicho de ella, de nuestro Rey y del Sr. Duque de Anjou, pero sus palabras fueron inútiles para persuadirme a dejar mi retiro. Me decía también que mis enemigos me ponían en mal con la Reina, diciéndole que doy el hábito a mis religiosas y yo no lo tomo, que censuran en su presencia lo que no entienden, que tengo la llave de los corazones y no me sirvo de ellos, que no temo esconder los talentos que Dios tan liberalmente me ha prodigado; en fin, me apremiaba, pero me sentía reacia a hacer la que me decía; mi sola alegría era estar escondida a todo la visible para no ser vista mas que de ti, mi querido Amor, que eres la imagen de Dios invisible. Llorando continuamente te decía: Tibi dixi cor meum, exquisivit te facies mea (Sal_26_8). Dice de ti mi corazón: Busca su rostro. O este otro versículo: Tibi derelictus est pauper orphano tu herís adjutor (Sal_10_14). El desvalido se abandona a ti, tú socorres al huérfano. Señor, tú me ves en este lugar como a una pobre huérfana, pues no tengo padre ni madre, no puedo tener confianza en nadie, como la tenía en Roanne y en Lyon a mis directores, a los que veía con frecuencia, me encuentro en este barrio como en exilio. Pater meus et mater mea dereliquerunt me (Sal_26_10). Si mi padre y mi madre me abandonan. Mis antiguos directores y los actuales, no me pueden ver sino rara vez, por la gran distancia que hay desde el colegio de san Luis hasta aquí, donde están mis antiguos padres, y no quiero hacer nada sin sus consejos. Muy pocas veces puedo ver a los Padres de la Compañía a quienes he visto siempre como mis padres, mi dulce Jesus, y a la Compañía como a mi madre, pero estoy tan lejos de su casa, que no me atrevo a pedirlos me visiten con mas frecuencia.

            [719] Tu bondad me consoló con una claridad, pero que se pasó en un momento y siguió el trueno de aquellos que murmuraban porque no tomaba el hábito; amigos, parientes y todos aquellos que estaban fastidiados de no verme en el estado que deseaban; sin saber que desde el año de 1644, como lo dije ya antes, la llevaba con respeto bajo mi vestido exterior. Me veía como un blanco de tiro: et in signum cui contradicetur (Lc_2_34). Y para ser señal de contradicción; me acordé que el 4 de febrero de 1641, te me apareciste en cruz diciéndome: Et tuam ipsius animan pertransivi gladius ut revelentur ex multis cordibus cogitationis (Lc_2_35). Y a ti misma una espada te atravesará el alma, a fin de que queden al descubierto las intenciones de muchos corazones.

            Te ofrecía mis sufrimientos y las contrariedades que me hacían todos aquellos que pensaban hacerte un sacrificio porque no conocen la voluntad del Padre que es la tuya. Mis propias entrañas me contradecían, quiero decir, mis hijas de Aviñón, Grenoble y Lyon, diciendo que debería acrecentar mi gloria con la de mi divino Esposo, multiplicando los monasterios y elevando la gloria de éste.

            Pero tú, Señor, me decías por David: Dominus scit cogitationes hominum, quoniam vanae sunt (Sal_93_11). Yahveh conoce los pensamientos del hombre, que no son más que un soplo. Y por Isaías: non enim cogitationes meae, cogitationes vestrae; neque viae vestrae viae meae (Is_55_8). Porque no son mis pensamientos vuestros pensamientos, ni vuestros caminos son mis caminos. Tú confía en mi bondad, las palabras que te digo son palabras que cumplen mi voluntad. Harán lo que deseo y te serán provechosas; aquellos y aquellos que piensan que no haces nada por mi establecimiento [720] en París, se asombrarán cuando vean los bienes eternos y temporales que te doy y daré y cómo te hago prosperar sin que tú estés ahí atada. Señor, tú eres para mi todas las cosas.

Capítulo 100 - Muerte de mi muy querida y virtuosa hija, Sor Isabel Grasseteau, la senti con indecible tristeza de la que solo Dios me pudo consolar.

            La mitad del año de 1646, me pareció de menos aflicción que los precedentes, exceptuando el día de san Bernabé, que aunque significa: Hijo de consolación, para mi fue un día de extrema desolación, porque tu justicia se llevó a mi hija muy querida, Isabel Grasseteau, cuya muerte fue muy amarga a mi alma que se veía separada y privada de la persona que yo estimaba la fiel por excelencia, y no me equivocaba. Oh mi divino Verbo Encarnado, desde que dejó su tierra, sus padres y a ella misma por seguirte, practicó eficazmente todas las virtudes; me causaba gran confusión el verme tan alejada de esta perfección, te imitaba en todo aquello que sabía era tu voluntad por lo que se desvivía continuamente. Era humilde de corazón y si se la veía seria, alejada de la dulzura y afabilidad que se hubiera deseado, fue porque temió que la dulzura la volviese amable, sociable o complaciente y que estas cualidades agradables [721] a las creaturas, la volviesen o apartasen de la conversación continua que tenía y tendrá ahora para siempre con nuestro Creador y Salvador.

            Querido Amor, nunca pensé que esta hija fuese tan amada de mi corazón, si no hubiese sentido su pérdida, como la más grande que podía sufrir en esta vida exceptuando tu gracia. La tristeza fue tan extrema, que pareció ponía fin a mi vida. Por dos años continuos tuve una palpitación del corazón que hizo temer a mis hijas que pronto llegaría el fin de mis días y las dejaría huérfanas. Decía y redecía varias veces al día y en la noche bañada en lágrimas: ¿fue necesario que te mandase ir a Lyon, para hacerme ver que me amabas más que a ti misma, pues para mantener allí mi autoridad, has dejado la vida? Oh, querida hija, bien mereces el amor que tu madre tiene por ti; acuérdate de ella, tú que ya estás en el Reino con nuestro divino Rey, por cuyo amor te has privado de todo lo que te podía consolar en la tierra.

            La tristeza y sentimiento de haber permitido se alejara de mi, fue tan fuerte a mi alma, que parecía tener suspendidas todas sus potencias. Con frecuencia te decía con el Profeta doliente: Vide Domine afflictionem meam (Lm_1_9). Mira, Yahveh, mis miserias. Querido Amor, mi Señor y mi Dios, dígnate mirar mi aflicción, te lo ruego por favor, tu Corazón nunca ha sido insensible a los que sufren, [722] sé bien que no hay ningún mal o pena en la ciudad que tú no permitas porque tú no la haces.

            El Real Profeta dice que un abismo llama a otro abismo; te lo digo por mis lágrimas que son dos cataratas abiertas para hacer un diluvio, cuyas aguas como las de los océanos, me envolviesen viva como la ballena que encerró a Jonás, pero su prisión no duró mas que tres días y tres noches y yo ya llevo muchos meses en este abismo de tristezas. Rebeca dijo en otro tiempo a Isaac: Taedet me vitae meae propter filias Heth: si acceperit Jacob uxorem de stirpe hujus terrae, nolo vivere (Gn_27_46). Me da asco vivir al lado de las hijas de Het. Si Jacob toma mujer de las hijas de Het como las que hay por aquí, ¿podrá seguir viviendo?

            Divino Esposo, ¿viviré aún mucho tiempo en estas angustias? Aunque a los demás parezca París una estancia deliciosa, para mi es una prisión. Si estuviera en Lyon, en la santa montaña que es mi Jerusalén, me parece que estaría llena de alegría; la sangre de tus mártires será para mi un cáliz de bendición que me embriagaría, de tal manera, que no sentiría las torturas que me atormentan por dentro y los disgustos que me rodean por fuera, y lo que me aflige más es que no veo quién pueda consolarme, sea quien sea. No querría ver ni hablar con nadie; renuit consolari anima mea (Sal_76_3). Mi alma el consuelo rehúsa. No podía contar mis penas sin aumentarlas, porque pensaba que esto [723] era quejarme de lo que tú permitías por razones para mí desconocidas, lo que me hacia decir con frecuencia: justus es Domine, et rectum judicium tuum (Sal_118_137). Justo eres tú, Yahveh, y recto tu juicios.

            Esperaba tu socorro porque no podía esperarlo de otra parte, pero no podía consolarme y si me parecía que las puertas de mi alma estaban cerradas a tu palabra porque mis oraciones eran sin unción y para encontrar algún consuelo te decía: Ah! Ah! Señor, entraste al Cenáculo con las puertas cerradas y saliste glorioso del sepulcro que los judíos habían hecho sellar y custodiar.

            Querido Amor ¿me atreveré a darte este nombre, no sabiendo si aún soy tu bien amada? No lo merezco, pero verdaderamente sólo puedo amarte a ti y soy rechazada de tu bondad, ¿a dónde iré? Te digo con Job: Aunque tú me hubieras envilecido por tu justicia, esperaría en tu misericordia. Magdalena no se consoló con las ángeles, te buscaba donde había visto que te ponían, en el sepulcro, estimándote como a todos los muertos.

            Pasé el año de 1647, como el de 1646, enferma del cuerpo y abatida del espíritu, sin gusto en nada; me era casi insoportable a mi misma, las visitas que me hacían me importunaban y no hacía ningunas para no salir del monasterio. Los días cortos me consolaban porque tenía mas tiempo para verter mi alma por mis ojos, cuando me podía separar de la comunidad para que no viesen ni oyesen mis [724] sollozos y suspiros, los que no hubieran juzgado razonables porque no podían conocer su origen, ya que nadie en París me descontentaba, hasta buscaban como agradarme. Me daban cosas en abundancia y tu Majestad, sin acariciarme, me hacía conseguir todo como a tu santa Madre en las Bodas de Caná. Confiaba en que harías lo que te pidiera, pero no deseaba nada, estaba como una tonta, extrañándome de que se me pudiese aguantar y entretenerse conmigo. No obstante, adoraba tu sabia bondad que permitía estuviese en ese estado.

Capítulo 101 - Quando el Sr, de Bousquet decía la santa misa en una capilla, vi sobre la patena, una nube y tuve la seguridad de que sería Obispo de Lodève a pesar de la contradicción de que fue objeto,

            El Señor de Bousquet vino una mañana a celebrarnos la santa Misa, durante ella vi sobre la patena como una nube en la que los colores azul y blanco se mezclaban agradablemente. Desde entonces comprendí que lo querías consagrar y elevar a una dignidad que entonces no tenía. Algún tiempo después me diste la seguridad de que lo elevarías al episcopado por una gracia celeste, como la nube, me lo había figurado, y algo le di a conocer desde ese mismo día. Con frecuencia venía a celebrar la misa en una [725] capillita, con una devoción poco común, y algunas veces me hablaba de su interior con gran sencillez, sintiéndose muy indigno en tu presencia; otras me hablaba de mí, como queriendo persuadirme de que tus luces eran mis propios pensamientos que tenía un espíritu brillante y un juicio muy capaz y la facilidad de explicarme lo que me escondías, mientras que a mí me parecía que me habías suprimido como las tres cuartas partes de los bellos pensamientos que me dabas en Lyon y embotado la agudeza del espíritu que muchas personas habían admirado, sin que estos admiradores me hubieran persuadido que merecía sus alabanzas y sin que tus caricias me hubiesen quitado nunca la vista de mi nada, ni producido el pensamiento de haber merecido tus favores. Siempre he reconocido que todo proviene de tu bondad que de suyo es comunicativa.

            El día de la Exaltación de la santa Cruz, recibí una carta muy amplia del Sr. de Bousquet, en la que me decía cosas que hubiesen extrañado a una persona a quien tú no hubieras asegurado, como lo has hecho conmigo, que eres mi Señor, mi Dios y mi todo, lo que te he agradecido como he podido. Adorable Salvador, cuando tú me acariciabas, él celebraba la santa Misa no sé en que Iglesia, durante la cual le hiciste ver que tu amor hacía una maravillosa unión de tu corazón y el mío, al que diste alas y mandaste a tus ángeles que lo elevaran hasta tu seno para ahí descansar, como si hubiera sido el águila que tú hacías descansar ahí, haciéndole ver en sueños los esplendores de tu gloria. [726] Esta visión le extrañó y dio a conocer que tus pensamientos no son los de los hombres y que están mas lejos de su sabiduría, que el cielo está de la tierra, y que el alma que recibe tus palabras amorosas, se nutre de ella, se fortifica y eleva y casi se diviniza pareciendo una misma cosa contigo, de manera que puedo decir que quien se adhiere a Dios, se hace un mismo espíritu con él: Mihi autem adhaerere, Deo bonum est, ponere in Domino meo spem meam; ut annuntiem omnes praedicationes tuas, in portis filiae Sion (Sal_72_28). Mas para mi, mi bien es estar junto a Dios; he puesto mi cobijo en el Señor, a fin de publicar todas tus obras en las puertas de la Hija de Sion.

            Pocos días después me vino a ver; su seria gravedad cedió a tu benignidad para conmigo y le hizo hablar acerca de lo que había visto y conocido, afirmando que haces todo la que quieres en el cielo y en la tierra, que eres Señor del uno y de la otra, el Dios que hace maravillas haciéndolo Obispo contra el pensamiento de sus amigos y enemigos. Los primeros se desesperaban y los otros decidieron impedirlo, pero ambos tuvieron que reconocer que nadie hace consejo contra ti, mi Señor y mi Dios.

            El Sr. de Priesac, su fiel amigo, me escribió el día que tuvo el breve, estas mismas palabras: Era necesario que el Sr. de Bousquet fuese Obispo, porque así lo había predicho el oráculo del Verbo Encarnado. Tu bondad me hizo oír: Ves, hija, cómo cumplo todo la que mi Espíritu te hace decir, aunque tú no asegures sea una predicción, sino la confianza que tienes en mi, que te amo y no te quiero dejar confundida cuando has esperado una cosa buena.

 Capítulo 102 - El Verbo Encarnado me hizo apremiar al Sr. de Priesac a escribir los Privilegios de su santísima Madre, ya que por humildad no se atrevía a hacerlo, asegurándome que él le daría abundantes luces.

            [727] Fuiste tú, mi querido Amor, quien me hiciste prometer una asistencia particular, y abundantes luces al Sr. de Priesac, que por humildad y modestia, no se había atrevido a escribir los privilegios de tu milagrosa Madre. Las luces fueron tantas, y tan brillantes, que los doctores que han visto los tres volúmenes que escribió, han confesado con admiración que quien lo hizo, aunque hubiera sido un gran versado en ciencias sociales y políticas y en la pureza del lenguaje, ha sobrepasado todo esto y ha tratado misterios tan profundos sin haber estudiado Teología y habiendo leído poco las Sagradas Escrituras, cuyo sentido ha explicado tan clara y apropiadamente, que parece como si tu Espíritu le hubiese dictado y la Ciencia y la Teología le hubiesen sido divinamente infundidas. Estos libros tienen tanto brillo como palabras ardorosas para alabarte.

            Madre del Amor hermoso, te suplico que recibas las alabanzas que él te presenta, como has recibido las que te han ofrecido las grandes lumbreras de la Iglesia, los santos, quienes han merecido no solamente el titulo de tus devotos, sino de tus mas amados; que el Sr. de Priesac esté en el número de aquellos a los que el Profeta Daniel, su Patrono, [728] vio en el cielo brillar como estrellas por toda la eternidad: Qui autem docta fuerint fulgebunt quasi splendor firmamenti; et qui ab justitiam erudiunt multos, quasi stella in perpetuas aeternitates (Dn_12_3). Los doctos brillarán como el fulgor del firmamento, y los que enseñaron a la multitud la justicia, como las estrellas, por toda la eternidad.

            Débora, inspirada por tu Espíritu, movió a Baruc al combate, al que no quiso ir sin ella, para darle la gloria de la victoria; así el Sr. de Priesac, no se atrevió a escribir Los privilegios de tu Madre incomparable, hasta que una pequeña mujer le prometió rogar la asistencia de tu luz, y que ella quisiese ver lo que escribía, para darle la gloria de esta victoria que ella había ganado, venciendo la desconfianza que su espíritu tenía de su saber. Virgen santa yo te la devuelvo, te pertenece, has triunfado siempre de tus enemigos; Dios se confiesa vencido por tu humildad, por la que el Verbo, tu Hijo, así será llamado por toda la eternidad, aunque es igual a su divino Padre.

OG-02 Capítulo 103 - Después de dos años en que se habían celebrado misas por el eterno descanso de mi querida hija Isabel Grasseteau, cesaron mis palpitaciones de corazón y ella me obtuvo la gracia de servir en la cocina, oficio que por humildad ella había escogido.

            A fines del año de 1648, las palpitaciones del corazón y mis lágrimas cesaron. Habían comenzado desde que me vi privada de mi muy querida hija Isabel Grasseteau, por la que había mandado celebrar misas durante dos [729] años, para que ella repartiese esos tesoros a la Iglesia sufriente, así como ella había dado todo la que pudo a la Iglesia militante; estimando que tantas buenas obras, limosnas, y continuos sufrimientos, unidos a una inocente y laboriosa vida, que siempre admiré en esta hija, la habían librado en poco tiempo, por tu misericordia, de las penas del Purgatorio, si hubiera ido a él; porque el sábado después de su muerte se me apareció en sueños con una cara muy alegre, pero no me habló ninguna palabra. Entonces no comprendí que lo que me quiso decir fue que no me afligiera por su estado. No habló, pero como el Profeta, me invitó al cielo de los cielos para alabar el nombre del Señor que los ha hecho, diciendo un: fiat quia ipse dixit, et facta sunt; ipse mandavit, et creata sunt (Sal_148_5). Pues él habló y fue así, mandó él y se hizo.

            Esta santa alma, no tenía orden tuya de decirme que no llorara más, ni recibido poder para cambiar mi tristeza en alegría, alegría que ella gozaba, dejando para mí los sollozos, suspiros y lágrimas que me acompañarán mientras permanezca en este valle de miserias que los produce, y son muy abundantes aún comiendo el Pan de los ángeles que eres tú mismo, mi querido Esposo, Dios escondido y Salvador.

            El Sabio dice: Aquae multae non potuerunt extinguere charitatem (Ct_8_7). Grandes aguas no pueden apagar el amor. Estas lágrimas, aunque imperfectas, no pueden apagar la caridad que tenía esta alma para mí, obteniéndome una gracia [730] que nunca pensé obtener, ni lo creían aquellas personas, que por frecuentarme durante varios años, sabían cómo me veía obligada a ir a los baños y tomar las aguas medicinales cada verano; mas ahora podía ir a la cocina sin que me hiciera mal, oficio que Sor Isabel prefería a todas las dignidades y a los otros empleos. Cuando estuve en Lyon, no podía entrar a la cocina sin sofocarme por el calor, y aún me ponía mal el olor de la comida.

            La antevíspera a la fiesta de san Miguel, la hermana de la cocina sufrió la inflamación de un ojo, tan fuerte, que se veía obligada a ir a la cama y la que hubiese podido ir en su lugar, también estaba en cama con un fuerte catarro; y la Asistente, Sor María del Espíritu Santo Nallard que la hubiera podido reemplazar, estaba también en cama a consecuencia de un tumor en la rodilla que había sufrido catorce años en silencio, y que le producía fiebre y tenía la rodilla exageradamente inflamada, al grado que los médicos que la trataban la veían en peligro. Me dijeron que después de la operación, no respondían de su vida. Pero la confianza que yo tenía en tu bondad, mi divino médico, me hizo asegurarles que no moriría y que la otra hermana no perdería su ojo. Viendo que deseaba curarse de sus dolores la exhorté y le dije que debía sufrir con paciencia lo que Dios le enviaba, y que yo la reemplazaría en la cocina, y así lo hice.

            El día de san Miguel, no había pensado rezarle ni a él ni a san Rafael por la curación del ojo de esta joven, pero ella me hizo hacerlo al quejarse fuertemente toda la noche, que la compasión a los sufrimientos de mis hijas, me hizo rezar por ella. Hacia las cuatro de la mañana, cambié de idea [731] diciendo a este santo que se nombra Medicina de Dios: Hasta ahora esta joven no me ha dejado dormir, te suplico la alivies para que se descansemos ella y yo. Al instante este médico celestial abrió el tumor y tan diestramente que el cirujano que vino como a las siete u ocho de la mañana para abrirle, encontró el ojo desinflamado y una herida más bien hecha que lo que él hubiera podido hacer. El médico puso una solución para extraer el pus e impedir que se quedara. Pocos días después el médico me dijo que podría aplicar un cautín para quemar la fístula que la joven tenía en ese ojo desde que le dio la viruela en su infancia. Ella tuvo miedo de sufrir mucho al ver el fuego, pero oh maravilla, ella no lo sintió cuando el cirujano lo aplicó a la herida. Este espíritu angélico hizo lo que había hecho en el horno de Babilonia donde metieron a los tres jóvenes.

            La joven viéndose curada me rogó que le cediera su empleo, pero yo no me resolvía a dejárselo ni despedir a la que había llamado a ayudarme, aunque no sabía cómo hacer un caldo ni cocer un huevo, a pesar de que ya tenía dos años que me ayudaba y esto la humillaba continuamente, pues tenía buena voluntad pero poca paciencia, aunque deseaba contentar a la comunidad.

Capítulo 104 - Sitio de París y necesidad de entrar en la ciudad en donde la Providencia nos ayudó en lo material y en lo espiritual. Ahí tuve la oportunidad de tratar a los Padres de Lingendes, Duret, y de Condé. Enfermedad, y curación de nuestra Hna. Jeanne de Jesús

            [732] En el año de 1649 en que París fue sitiado, tuvimos necesidad de salir del barrio de San Germán y entrar a la ciudad, porque nuestro monasterio está fuera de la barrera y no podíamos tener pan, ni otras cosas necesarias a causa de las fosas que impedían el paso y además por estar expuestas a las acciones, de las gentes de guerra. Tu Providencia que gobierna todas las cosas, tuvo cuidado especial para albergar a tus hijas reservándoles cinco cuartos y una capilla doméstica, en la casa del Sr. Laubardemont, en la calle Vivient, en el departamento que rentaban el Sr. y la Sra. de Rossignol, quienes las recibieron con bondad. Pudieron cumplir con todas sus observancias regulares, oír todos los días la santa Misa, confesar y comulgar en la capilla sin tener que salir a la calle como otras religiosas tenían que hacerlo. La bondad del párroco de San Eustaquio, no solo nos permitía estas gracias, sino que nos permitió el Jueves Santo, tener los oficios como si hubiéramos estado en nuestro monasterio. Querido Amor, si te place, alójalo en tu Corazón y [733] que estos versículos del Profeta le sean aplicados: Beatus qui intelligit super egenum et pauperem: in die mala liberabit eum Dominus. Dominus conservet eum, et vivificet eum. Et beatum faciat eum in terra, et non tradat eum in animam inimicorum ejus (Sal_40_2s). Dichoso del que cuida del débil y del pobre, en día de desgracia le libera Yahveh; Yahveh le guarda; vida y dicha en la tierra le depara, y no le abandona a la saña de sus enemigos. Tus hijas fueron saciadas del Pan del cielo, como si hubiesen estado en tu casa, y el pan que sustenta los cuerpos, tampoco les faltó; tuvimos harina y todo lo demás, como nos lo habías asegurado tantas veces.

            Tu Providencia hizo que el Sr. de Langlade se encontrase en París todo el tiempo del sitio, y le agradaba celebrar la santa Misa y confesar a tus hijas, aunque me dijo que lo haría gratuitamente, no lo quise permitir, siendo como era razonable qua el que sirve al altar, se alimente de él.

            El R.P. Morin, sacerdote del Oratorio, les daba conferencias y exhortaciones en la sala baja, que se había erigido en oratorio, porque la capilla ara demasiado pequeña y no podían entrar todas con comodidad. El R.P. de Condé y otros religiosos las visitaban, y así como no les faltó la ayuda espiritual, tampoco les faltó la corporal que les era necesaria. Sólo una cosa me mortificó, que cuatro de las pensionistas fueron separadas por sus padres, dos de ellas habían tomado el pequeño hábito, y como tu justicia, a causa de mi sensibilidad, siempre ha permitido que mi [734] alma se aflija por mis pensionistas, a quienes amo tiernamente, aunque se resigne y quiera tu voluntad, mi aflicción sobre todo fue muy grande el día de Pascua, en que vinieron a decir que una de las pequeñas Beauvais había muerto, y como no tenía nombre, temí que hubiese muerto sin bautismo, por lo que detuve su entierro dos días, hasta que su mamá me mandó decir que estaba bautizada, por lo que había un ángel más en el cielo, que mis cuidados habían retenido en la tierra, pues desde el principios de diciembre una afección del pecho con fiebre, la amenazaba de morir en este tiempo y el haberla recibido así mostraba que la amaba más que a mí misma. Como llorase a esta bendita niña en la iglesia de los Jacobinos, llamada también de santo Tomás, vi a unos serafines que venían a consolarme, pero no era por la muerte de la niña, sino por mi hermana Catalina de Jesús Richardon, que había muerto el Jueves Santo en nuestro monasterio de Avignon.

            No me alojé en la casa del Sr. Laubardemont con mis hijas, porque los Srs. de la Piardière, me rogaron les concediese el consuelo de estar con ellos; la Sra. era tan bondadosa, que ella misma me ayudaba hacer las compras de lo que necesitaban nuestras hijas, a las que yo les servía de tornera, estando en todos los empleos y oficios; además tu Providencia, me había llevado allí para poder asistir a los sermones de cuaresma que en la parroquia de San Eustaquio [735] predicaba un padre jesuita; tratar de mi alma con él y con otros padres de la Compañía, sobre todo con el R. P. de Lingendes a quien di cuenta de todo lo que me acordé después de 1632, en que me había él ayudado en el primer viaje que hice a París.

            No fue poco consuelo el oír de labios de este piadoso y sabio sacerdote, que me querías en el estado en que me encontraba, asegurándome que si me hubiese obligado a la clausura por profesión, no hubiese podido sostener el Monasterio de París, y que Grenoble y Lyon ya no existirían, porque hubiese estado imposibilitada para actuar y socorrerlas en sus necesidades. Otro tanto me dijo el R.P. Duret, quien reconoció que aquellos que le habían escrito de Lyon y de otro lugar, diciéndole que no hacía tu voluntad, eran unos ignorantes de ella y se equivocaban diciendo que revestía a mis religiosas y no tomaba el hábito externo; que era como la campana o como aquellos que construyeron el Arca de Noé y se quedaron fuera, que hacía como los Notarios, que obligaban a otros pero no a sí mismos. Esto no solo se decía entre la gente del pueblo, sino que era el entretenimiento [736] de reyes y eminencias. Yo temía que los desprecios que me hacían, me hiciesen resolver a contentarlos en contra de tus órdenes, mi divino Gobernador. Yo no lo discutía, por considerar que no debía hacerlo, la modestia me detenía, ya que mi sencillez hubiese sido estimada como jactancia, diciendo que hablaba demasiado libremente de las luces que querías comunicarme, mi adorable bienhechor.

            Terminado el sitio, fue necesario hacer algunas reparaciones a nuestro Monasterio, las que duraron tres semanas y nos vimos obligadas a permanecer en la ciudad hasta la Ascensión. A las reparaciones de la casa se unió la enfermedad de nuestra pensionista, ahora Hna. Jeanne de Jesús, hija del Sr. de Belly de Avignon, la que se vio tan grave, que no hubiera podido ser trasladada sin peligro de su vida. El Sr. de la Chambre, médico del Rey, pensó no poder curarla y nos dijo que su cuerpo ya no respondía. La joven había venido de Grenoble el día de Todos Santos, con una fiebre que sufría desde el mes de septiembre y de la que dos religiosas del mismo monasterio habían muerto, y sin duda ella también hubiese muerto si no la hubiera hecho venir a París cerca de mí.

            Querido Amor, sabes bien cuántas lágrimas vertí por la salud de esta hija y cómo [737] te rogaba que llegara a ser religiosa. Te pido perdón por lo que dije al Sr. de Priesac que vino a verme para que me conformara con tu voluntad en la muerte de esta joven a quien tanto quería, pero que sería muy difícil viviera, porque además de la fiebre continua y el mal de pecho, hacía dos días que se estaba hinchando visiblemente. Señor, le dije, sé bien que de acuerdo con los conocimientos médicos, mi hija está en peligro de muerte, pero no, según mi confianza; lloraré cerca del Verbo Encarnado hasta que él me la cure, y así lo hice. Enjugaste mis lágrimas y la curaste milagrosamente, y le hiciste la gracia de tomar el santo hábito el 31 de mayo de 1649, día de santa Petronila, lunes entre la fiesta de la Sma. Trinidad y el jueves de tu fiesta, mi Señor y mi Dios.

            Este día invité al Sr. de la Chambre, a ver su vestición; quedó asombrado cuando oyó la voz de esta joven y dijo: es la muerta resucitada y admiró la salud de su cuerpo y la presencia de espíritu que tuvo durante la ceremonia, que en esta Orden es bastante larga, pero tan bella y misteriosa que nadie se enfada, y es parque tu espíritu la ha dictado, oh mi divino Amor.

 Capítulo 105 - Regreso a nuestro monasterio. Lo que la divina bondad hizo con la vocación de dos novicias. Toma de hábito y profesión.

            [738] No puedo expresar la satisfacción que tuvo la comunidad al verse de nuevo en su monasterio, lejos de las visitas que importunan a las buenas religiosas, por la proximidad de la ciudad. Los seglares sin ocupación buscan pasar el tiempo en los recibidores, y desgraciadamente hay religiosas a quienes les gusta divertirlos. Si no van ahí por la obediencia y mortificación, se engañan a ellas mismas, el celeste Esposo, que está de pie, detrás de la muralla de la clausura, las mira con indecibles celos y las hace volver pronto a sus ejercicios y meditación, en donde verán las hermosas flores del jardín sagrado y gustarán los frutos, y verán el vergel admirable que este Esposo ha plantado para su recreación: Surge, amica mea, columba mea, formosa mea et veni. Jam enim hiems transiit (Ct_2_10). Levántate, amada mía, hermosa mía, y ven. Porque, mira, ha pasado ya el invierno. [739] No te acuerdes de lo que está en el mundo que es un invierno sin fruto y lluvias cansadas que se van a cisternas que corren por debajo de la tierra en arroyos; nuestro jardín tiene fuentes divinas. El Padre y yo, somos fuente del Espíritu Santo que emana de nosotros, nos mira y relaciona con nosotros, elevándose en igualdad a nuestro único principio: surge, propera, columba mea, flores aparuerunt in terra nostra (Ct_2_10s). Levántate, amada mía. Aparecen las flores en la tierra. A todas en general les muestra las flores y los frutos, y a cada una en particular le dice: Levántate, hermana mía, y ven a mi jardín para recrearte inocentemente conmigo; ven, mi paloma sin hiel, [739] deja el mundo, ven a tu celda que es como una colmena llena de miel bien figurada par los agujeros de la piedra y por una pobre habitación, pero esta pobreza contiene todas las riquezas de les cielos; ahí permanezco contigo, y en mí están encerrados todos los tesoros de la ciencia y sabiduría de mi Padre; medita los profundos misterios de nuestra única esencia y la pluralidad de nuestras divinas Personas, medita las maravillas encerradas corporalmente en mi sagrada Humanidad. No te saco del recibidor para vagar par el monasterio llevando contigo las [740] vanas imágenes que has visto, que éstas desaparezcan en el momento en que tú sales de él, no vuelvas con el pensamiento para ver el incendio de Sodoma, como la mujer de Lot: Surge, amica mea, speciosa mea, et veni. Columba mea, in foraminibus petrae, in caverna maceriae, ostende mihi faciem tuam, sonet vox tua in auribus meis: vox enim tua dulcis, et facies tua decora (Ct_2_13s). Levántate, amada mía, hermosa mía y ven; paloma mía, en las grietas de la roca, en escarpados escondrijos muéstrame tu semblante, y déjame oír tu voz; porque tu voz es dulce y gracioso tu semblante.

            Estoy deseoso de oír tu voz, que me es dulce como deliciosa música, no debes cantar ni hablar más que para alabarme; tu cara debe estar escondida a todos los del siglo, para estar sólo descubierta en mi presencia. Mi apóstol que ha conocido mis celos, dice que las mujeres, en consideración a los ángeles más que a los hombres, deben cubrirse con velo en la Iglesia. Job que no había sido iluminado por la luz evangélica hizo pacto con sus ojos para no mirar a ninguna virgen, mis vírgenes me deben fidelidad, no viendo ni siendo vistas por ningún hombre, mas que por necesidad, lo que les debe ocasionar pena, pena que es inexplicable a las creaturas.

            He hecho una digresión que te ruego, mi divino Amor, que sea una lección para todas las religiosas que la lean u oigan leer. Estaba diciendo que nuestra comunidad tuvo una satisfacción [741] inexplicable al verse de nuevo en su lugar; pero como no hay regla sin excepción, debo decir que una o dos de nuestras hijas que no tenían aún la virtud del Altísimo, porque no eran recogidas como las otras no encontraron tus flores, y no gustaron de tu miel: no tenían más que hiel, y hojas de apariencia, que cayeron por el rigor de su indevoción.

            Una se hizo llevar por su nodriza, y la otra, con mil astucias para perder su vocación, hizo creer a sus padres y a otros parientes que la había perdido. ¿Quién hubiera creído que estas dos jóvenes debían ser separadas y arrojadas de tu comunidad, por haberse hecho indignas de la felicidad que tú les habías preparado? Todas dudaban de su permanencia en su vocación, excepto la que espera contra toda esperanza y que debe imitar siempre a tu fiel Abraham, que creyó, y le fue reputado como justicia. Así yo, esperé en tu bondad sin que deba reputárseme como justicia, que tus hijas no serían abandonadas del todo de tu misericordia, la cual las llevó a tu Madre y madre suya quien te las presentó. Sus padres confiaron en que su salida no era una [742] enfermedad mortal, sino una demostración de tu bondad y poder, y creyeron en las palabras que yo les había dicho, de que volverían para ser religiosas en el plazo que yo les señalé, demostrando tanto fervor que pedirían el santo hábito. Por más de 40 días seguidos pidieron el santo hábito con suspiros y lágrimas, a mí, a la Asistente, a la Maestra de Novicias, hasta que por fin testimoniaron tanto fervor que manifestaron ser, movidas por el Espíritu Santo: Flabit spiritus ejus, et fluent aquae. Qui annuntiat verbum suum Jacob. Justitias et judicia sua Israel (Sal_147_18s). Sopla su viento y corren las aguas. El revela a Jacob su palabra, sus preceptos y sus juicios a Israel. Que ellas se acuerden así como todos los que lean esto que tu Espíritu no hace siempre este favor a los que resisten a sus gracias y a su vocación, lo que las obliga a corresponder doblemente a esta gracia recibida: Non fecit taliter omni nationi et judicia tua non manifestavit eis. Alleluya, alleluya. Así acaba este salmo admirable (Sal_147_20). No hizo tal con ninguna nación ni una sola sus juicios conoció. Aleluya.

            La octava de Reyes de 1650, la primera tomó el hábito. Te ruego, mi divino Salvador, que oiga de tu misericordia lo que tu Padre dijo de ti por justicia: He aquí mi hija bien amada en la que tengo mis complacencias, y que tu Espíritu Santo la conduzca al desierto de la santa Religión en donde tu gracia la asista de manera que triunfe de todos sus enemigos, para que al fin de su vida, cuando salga de este desierto, se encuentre digna de ser acompañada de tus santos ángeles y que ellos te la presenten limpia de toda impureza, a fin de que en calidad de tu esposa amada le digas: Sponsabo te mihi in sempiternum (Os_2_2I). Te desposaré conmigo para siempre.

            [743] La segunda, viendo que había hecho voluntariamente, lo que el hijo pródigo hizo en efecto; es decir, que ella pidió irse a una región lejana de tu casa, donde tu amor ha producido la santidad que está bien asentada en tus hijas, que son tus templos; deshecha en lágrimas y haciendo resonar sus sollozos, suspiros y quejas, se arrojó a mis pies y mientras el peso de tu amor inclinaba mi amor maternal me incliné, la abracé y besé con ternura inexpresables rogando a los ángeles te alabaran con sus cantos, e invité a todas mis hermanas a celebrar la dicha que aquellas habían querido perder ignorando los precipicios en que se iban a arrojar, porque un abismo llama a otro abismo, cuando se deja la vocación a la que tu Espíritu nos ha llamado.

            Tomó el santo hábito el jueves de la octava de Resurrección, siendo compañera de noviciado de la que lo había tomado en la octava de Reyes y de Sor Jeanne de Jesús, a quien tú habías tan dichosa y milagrosamente curado. Las tres profesaron al cumplir su tiempo de noviciado, cada una según la fecha de su toma de hábito. Señor, revístelas de fuerza, de gracia, y de ti que eres la belleza y que amas a tus esposas para que ellas puedan gozar en el último día.

Capítulo 106 - Nuestro Señor me hizo saber que el tiempo que había destinado para elevar al sacerdocio al Sr. de la Piardière, estaba próximo. Enfermedad, muerte y glorificación que Dios dio a su esposa,

            [744] El día de san Joaquín de 1649, tu bondad me elevó a sublime contemplación diciéndome las palabras de Ageo: et mare, et aridam (Ag_2_6). el mar y el suelo firme. Hija, espera un poco de tiempo y verás lo que haré en ti y en tu querido hijo al que he elegido para servirme por la dignidad del sacerdocio; le quitaré los vestidos mundanos y lo revestiré con los hábitos sacerdotales; ni satán, ni todas las contradicciones de los hombres, podrán impedir mis designios sobre él. Recibirá mi Espíritu y los siete dones, que brillarán en su cabeza como ánforas ardientes; seréis como dos olivos en mi casa. Desde hace varios años te he dicho que eres tú, mi querida Zorobabel, que todos las grandes no son más que una montaña de presunción ante ti, montaña que derribaré y haré que fundes y perfecciones mi casa, te daré los medios y el poder, tus manos la fundarán y nosotros la perfeccionaremos: Manus Zorobabel fundaverunt domum istam, et manus ejus perficient eam (Za_4_9). Las manos de Zorobabel echaron los cimientos a esta casa, y sus manos la acabarán. Tu sabiduría que todo la hace sabiamente y que tiene contado el número de nuestros días, hizo ver que los de la Sra. de la Piardière llegaban a su fin, porque cayó en cama con una fiebre que consumió su vida mortal, para darle la posesión de la bienaventuranza eterna. Todos los que la conocieron pudieron decir que su [745] humildad y caridad habían llegado al último grado de perfección. La primera la llevó a tener bajos sentimientos de si misma y considerar imperfecto lo que hacía, y la segunda, a consumir su vida en el cuidado de los pobres de la Parroquia de San Eustaquio, y así pudo ofrecer el holocausto de su caridad corporal y espiritual; su celo por llevar a confesar y comulgar por Pascua a todos los pobres de la parroquia, la hizo olvidar que ella misma tenía necesidad de descanso y alimento, su esposo, sumamente afligido, me rogó para que pidiera al Señor se la dejara un poco más de tiempo si era su voluntad, y me rogó la fuera a visitar. Fui a la Iglesia de los Padres Agustinos descalzos para oír la santa Misa y a comulgar, y en ella me dijiste: Desde hace muchos años sabes tú, que ella debe morir antes que su marido; si no muere, el Espíritu Santo no descenderá sobre él y no será sacerdote mientras viva su esposa, la que morirá de esta enfermedad. El cielo que la deseaba no quería que permaneciera por más tiempo sobre la tierra. El mundo no era digno de esta hija del cielo que no pensaba ya en las cosas que dejaba en la tierra. Algunas horas antes de morir, le dijeron que si quería ver a su esposo y a sus cuatro hijos y me hizo comprender que no era necesario, pareció decir con el Apóstol: [746] Unum autem, quae quidem retro sunt oblivscens, ad ea vero quae sunt priora, extendens meipsum, ad destinatum persequor, ad bravium supernae vocationis Dei in Christo Jesu (Flp_3_13s). Pero una cosa hago: olvido la que dejé atrás y me lanzo a lo que está por delante, corriendo hacia la meta, para alcanzar el premio a que Dios me llama desde la alto en Cristo Jesús. No debo tener nunca afecto ni pensamiento que por Dios.

            Por una santa cesión, me dejó el cuidado de su esposo y de sus hijos, pudiendo todavía decir con el Real Profeta: Domine, probasti me, et cognovisti me; tu cognovisti sessionem meam et resurrectionem meam (Sal_138_1s). Yahveh, tú me escrutas y conoces; sabes cuando me siento y cuando me levanto. Esta alma, desligada de todo lo visible, se unía a ti, mi divino Amor, que eres la imagen de Dios invisible. En este momento le dije de tu parte: Veni, electa mea et ponam in te thronum meum (BR. 4a. Ant; Vp, Virg.). Ven, elegida mía, y coloca en ti mi trono.

            Murió el viernes 13 de mayo de 1650 a las 5 de la tarde; la recibiste, de una manera inexplicable para mí. Había dicho a su esposo que en cuanto la viera muy enferma, me llamase, aunque temía afligirme, quería verme porque le habías hecho conocer por tu Espíritu que yo la amaba de verdad. En cuanto esta alma salió de su cuerpo dije a la persona que me acompañaba (sor Gravier). He aquí una santa. Madre, me dijo ella, vos hacéis muy pronto santas. Esta respuesta no disminuyó en nada la estimación que tenía a esta alma muy amada de tu Padre. A la mañana siguiente tu providencia permitió que esta misma persona me acompañase a la Iglesia de los Padres del Oratorio en la calle de San Honorio. Al ver que me confesaba y comulgaba quiso hacer la mismo, pero, oh maravilla de tu divinidad, quisiste convertir a ésta [747] persona por medio del alma que habías glorificado, haciéndosela ver llena de gloria y revestida con una túnica blanca sembrada de brillantes, sin poder comprender de qué tela estaba hecho este admirable vestido, así como la corona que rodeaba y hermoseaba sus cabellos de una manera celestial. Reconoció en la cara sus rasgos, pero su aspecto y la  belleza que presentaba la hacían irreconocible. Esta alma, divinamente adornada, subía de una manera también divina, y la persona que contemplaba todas estas maravillas percibía que no caminaba sobre la tierra, ni volaba, sino que se elevaba al cielo y le pareció que esta querida alma venía del lugar donde estaba yo arrodillada. Esta misma persona vio también que iba seguida de una multitud de almas o espíritus glorificados, no sabiendo distinguir las almas bienaventuradas, de las naturalezas angélicas, y [748] decía para si, esta gloria es demasiado grande para una mujer que no fue ni virgen ni mártir, esto estaría bien para la que está ahí, se refería a mi, tu indigna sierva. En este momento una voz celestial le dijo: Dios no agota las inmensas riquezas de su gloria, adornando a esta criatura, las tiene infinitas para las almas que quiere santificar y corresponden a la gracia que él les da.

            Querido Amor, la persona a la que quisiste manifestar esta gloria, pensó que también yo había tenido las mismas visiones, y que te había rogado convertirla de sus ideas por la misma manifestación, diciéndome que esta alma había empezado su recorrido del lugar en que yo estaba. El P. Morin del Oratorio, me hizo abreviar mi acción de gracias para que le hablara de la hermosa muerte de la difunta. Cuando me alejé del padre, me extasié de ver todavía de pie en la balaustrada, a esta persona, quien toda extrañada me preguntó: madre, ¿habéis visto a la Sra. de la Piardière en la gloria? A estas palabras le dije que era demasiado curiosa para preguntar lo que tanto había rechazado la víspera. Con mi rechazo aumentó su curiosidad, lo que me hizo mirarla fijamente y conocer por su cara, que mantenía un recogimiento extraordinario. Mientras mas la miraba, mas crecía su modestia, señal evidente de verdaderas visiones, apareciendo cada vez más y más sumergida en una profunda confusión. Como tenía autoridad sobre ella, le pedí me dijera con franqueza y [749] sin disimulo la causa que la había puesto en el estado en que la veía. Me rogó que no la nombrara, pero que si quería podía decir lo que había visto y que lo podía anotar en mi vida como si yo hubiera visto esas casas antes que ella ya que este triunfo empezó a aparecer cerca de mí y había terminado junto a ella; que estas visiones habían durado mucho tiempo y que las había captado tan bien, que en su alma aún permanecía presente lo que había visto, como los Apóstoles en el Monte de los Olivos, cuando tu Humanidad subió a los cielos el día de tu gloriosa Ascensión, y que les mandaste ángeles para sacarlos de su admiración diciéndoles: Viri Galilaei, quid statis aspicientes in caelum? (Hch_1_11). Galileos, ¿qué hacéis ahí mirando al cielo? En esta visión esta persona sanó de una enfermedad incurable, que con frecuencia la hacia sufrir de sudores y debilitamiento de todos sus miembros y muy seguido hasta el extremo de morir.

            Le pedí escribiera lo que me había dicho. Noté en ella una repugnancia muy grande porque por su carácter la conocían muchos, pero obedeció aunque escribió con la mano izquierda para que no la reconocieran. Llevé este escrito al Sr. de la Piardière, ayudándolo a leerlo. Encontrándose en el cuarto el Sr. Darchambaut, gentil-hombre del Rey y hermano de la difunta, cuando supo la gloria que poseía su hermana, nos dijo al Sr. de la Piardière y a mi, que en la tarde, como un cuarto de hora antes que muriera su hermana, se retiró de su lecho por no tener bastante fuerza para verla morir: entré [750] al cuarto de mi hermana, porque ella murió en la sala. Me senté en una silla, en donde la tristeza me adormeció por un momento, pero súbitamente fui despertado por un ángel vestido de un color amarillo dorado, que conducía a una mujer revestida con un gran vestido blanco, parecido al de una religiosa; me levanté inmediatamente para volver a la sala, en donde ya la encontré muerta.

            Que admirable eres divina sabiduría con tus elegidos que viven santamente, y qué cierto es que los tormentos de la muerte no los tocarán, los presentas por tus ángeles con su justicia y tú mismo los coronas con tus misericordias y los adornas de majestuosos resplandores cuando llegan al fin. Como dije, murió el viernes 13 de mayo a las cinco de la tarde, y su Ángel que debió haberla acompañado en las obras de caridad, la presentó a tu Majestad y el sábado, a las 10 de la mañana, mostraste que la conducías a tu gloria revestida como una esposa divina, tanto que se le pueden aplicar las palabras de tu discípulo amado: Vidi sanctam civitatem Jerusalem novam descendentem de caelo a Deo, paratas, sicut sponsam ornatam viro suo (Ap_21_2). Y vi la Ciudad santa, la nueva Jerusalem, que bajaba del cielo, de junto a Dios, engalanada como una novia ataviada para su esposo.

            No debo omitir lo que el padre que la veló me dijo el domingo en la mañana, a saber, que habiéndola velado dos noches seguidas, no experimentó ninguna pena; que su cara estaba bella, y aunque se la dejó en su cama [751] después de muerta hasta el domingo después del medio día, a pesar del mucho calor que hacia en el mes de mayo, no se descompuso su cara, ni causó mal olor. El que hizo la caja de plomo se extrañó, cuando tomó su cuerpo para meterlo en la caja de que estuviera ligero y flexible como la cera blanda a pesar de que hacía ya tres días enteros, en que el alma que encerró, lo había dejado la tarde del domingo. He llegado a pensar que por una divina maravilla esta alma recibió orden o permiso de venir a asistir al entierro de su propio cuerpo que había despreciado en vida. Fue enterrada en San Inocencio el lunes, después de los funerales hechos en San Eustaquio. Puedo asegurar que no la podía visitar sino como un cuerpo que me daba respeto y veneración; me sentía inclinada a doblar la rodilla ante él, lo que no hice para evitar llamar la atención de los asistentes, por lo que tomaba el hisopo la rociaba y me ponía de rodillas frente al Crucifijo, no pudiendo casi rezar por el alma de la difunta, mas bien daba gracias a Dios y le encomendaba a los que tenían necesidad de asistencia espiritual. Te agradecí, mi divino Amor, todo lo que hiciste en tu sierva. La Hermana Gravier quien me acompañó todo el tiempo que permanecí allí, en la noche bajó por una gran escalera extrañándose al sentirse sin miedo y dijo para si: Aquí hay un cuerpo muerto y bajo sola, y al hacer esta reflexión oyó interiormente: Beati mortui qui in Domino moriuntur (Ap_14_13). Dichosos los muertos que mueren en el Señor.

Capítulo 107 - El Verbo Encarnado me hizo admirar su gloria participándome de ella. Me hizo unos favores en el mes de julio. De su amor hacia mí. Su augusta Madre me hizo participar con ella el día de su Asunción. Del nacimiento del hijo del Duque de Orleans. Fiesta de san Mateo. Lo que san Miguel y sus ángeles me dijeron el día de su fiesta. Visiones que tuve el día de los santos apóstoles Simón Y Judas.

            [752] Algunos días antes de la fiesta de tu triunfante Ascensión en 1650, elevaste mi alma a tus divinas delicias haciéndome admirar tu gloria y la dicha de los santos que participaban de ella y me invitaban a esta alegría común, con unas bondades que me son inenarrables. Cuando pude estar en soledad, me olvidé de todo lo que era visible para contemplar la belleza del Dios invisible que eres tú, mi amor y mi peso, que me llevas y elevas hasta el seno del Padre. No pedí hacer tiendas, acordándome de lo que les habías dicho a tus Apóstoles para atraerlos después a ti y quitarles todo afecto terreno: In domo Patris mei mansiones multae sunt (Jn_14_21). En la casa de mi Padre hay muchas mansiones.

            En el mes de julio, mi alma gozaba con santa Magdalena de la mejor parte; cuando se quedó contigo después de que tu fuerte predilección la sacó de la molestia de las ocupaciones domésticas, derramó un perfume sobre tus pies y cabeza, adorando al mismo tiempo tus heridas y humillaciones y en tus soberanas y divinas grandezas viéndote a ti en ella, como saliendo de las profundidades de la tierra, y al mismo tiempo elevado sobre los cielos, habiéndote hecho el cielo supremo. Mi alma [753] disputaba de tus misericordias con esta afortunada pecadora diciéndole: Tú has sido nombrada pecadora de una sola ciudad, en cambio, yo soy la pecadora de todo el universo; Jesús, nuestro amor, me ha perdonado más pecados que a ti, ha tenido por tanto, mayor misericordia. Tan pronto como tú lo conociste, lo amaste y no volviste a pecar más; en cambio yo, he continuado ofendiéndolo; tanto, que se puede decir de esta esposa infiel a quien él se digna amar y que su bondad ha alojado en su casa: Quid est quod dilecta mea in domo mea fecit scelera, multa (Jr_11_15). ¿Qué hace mi amada en mi casa? su obrar, ¿no es puro doblez? Amor que me ha dado desde hace tantos años, todos los días, la carne sagrada de ese divino amador, y con eso me ha dado vida nueva y dejado su preciosa sangre por el Sacramento de la Penitencia, por el que me da una indecible confianza, dando a mi cuerpo y a mi espíritu una gracia que no se puede expresar sino por él: Quam initiavit nobis viam novam, et viventem per velamen, id est, carnem suam (Hb_10_20). Por este camino nuevo y vivo, inaugurado por él para nosotros, a través del velo, es decir, de su propia carne.

            Gran santa, estuviste en el desierto en donde los ángeles te elevaban siete veces al día para alabar con ellos su Rey nuestro mismo amor, pero no se nos dice que te hubieran dado la comunión todos los días, aunque algunos contemplativos dicen, que san Miguel te llevó una Cruz, tanto para que te acordaras de la Pasión de nuestro Amado Esposo, como para combatir y vencer las [754] tentaciones de tus enemigos a los que siempre venciste, porque el amor supera todas las cosas. Ruégale que nunca sea  ingrata a sus favores, que no me deje extraviar, pues él es mi camino; ni errar, siendo él mi verdad, ¿podría morir, si poseo esta vida divina? Los pecados que he cometido los confió a su misericordia y digo a todas las potencias de mi alma: Accedamus cum vero corde in plenitudine fidei, aspersit corda a conscientia mala, et abluti corpus aqua munda: teneamus spei nostrae confessionem indeclinabilem, fidelis enim est qui repromisit, (Hb_10_22s). Acerquémonos con sincero corazón, en plenitud de fe, purificados los corazones de conciencia mala y lavados los cuerpos con agua pura. Mantengamos firme la confesión de la esperanza, pues él es el autor de la promesa. Y no dejemos nunca nuestra divina colación, no nos privemos de nuestra cotidiana comunión, la que es nuestro viático para pasar de este mundo, que es una noche obscura, al día de la eternidad, día que tú haces, mi Señor y mi Dios.

            Divino amor, podría, sin cometer un gran crimen digno de enorme castigo, por la justicia de tu ardiente amor hacia mi, retirarme de la mesa en donde me alimentas y descansas tan delicadamente, diciéndome que el que ama más, sufre más y que si fueras capaz de sufrir, esta privación te haría sufrir penas para mi incomprensibles. Y referente a tu fidelidad conmigo, que así y con todo eso tú no mueres más, la muerte no te eliminará jamás, así tampoco me [755] quitarás jamás este alimento, y que debo tener en gran estima tu sangre preciosa con la que me purificas y embriagas después de complacer mis peticiones. Que si por algún tiempo sufres con paciencia a los que desprecian esta sangre adorable, que es testamento de tu amor, el castigo de este crimen, hecho a un Dios muerto por nosotros, será ordenado por un Dios viviente: Horrendum est incidere in manus Dei viventis. Justus autem meus ex fide vivit, et quod si subtraxerit se non placebit animae meae (Hb_10_31s). Es tremendo caer en las manos de Dios vivo. Mi justo vivirá por la fe; mas el cobarde, mi alma no se complacerá en él.

            Divino salvador, que sea justificada por tus justificaciones y las de todos los santos, me dijiste que amabas mas tus misericordias hacia mi, que todos los antiguos sacrificios: Immola Deo sacrificium laudis, et redde Altissimo vota tua. Et invoca me in die tribulationis, eruam te et honorificabis me (Sal_49_14s). Ofrece a Dios sacrificios  de acción de gracias, cumple tus votos al Altísimo. Invócame el día de la angustia, te libraré y tú me darás gloria.

            Cerca de la fiesta de la Asunción de tu augusta Madre, me hiciste participar de su gloria, elevándome tan alto que parecía que tu amor era mi peso y que me llevaba cerca de aquella que es tu predilecta y tu [756] amor. Esta admirable Madre, que hace sola tu coro a tu derecha me aceptaba para compartirme las gracias que distribuye desde su trono de gloria a aquellos que tú amas. Me dio una buena parte, de manera que pude decir: funes ceciderunt mihi in praeclaris; etenim haereditas mea praeclara est mihi (Sal_15_6). La cuerda me asigna un recinto de delicias, mi heredad es preciosa para mí.

            El 17 de agosto, a las 5 de la mañana, la portera me vino a decir que la Sra. Duquesa de Orleans, había dado a luz un hijo, según mi palabra que ella llamó profecía, porque tu bondad cumplía siempre lo que me hacia decir mucho tiempo antes. Mi alma se regocijó con la alegría de esta buena Duquesa que había sido probada durante muchos años no concibiendo sino solamente hijas. Mi alegría se turbó porque me hiciste ver un pozo casi lleno de sangre, vertida y esparcida por mujeres, visión que me turbó y obligó a decirlo ese mismo día al Sr. de la Piardière y a mis hijas, quienes aún se acuerdan, lo mismo que él. Tu bondad calmó mi espíritu el día de la fiesta de san Miguel. Alabándolo y admirándolo porque había triunfado del dragón y de los ángeles rebeldes arrojándolos del cielo, victoria que había obtenido luchando con sus ángeles infieles llevado en virtud de tu preciosa sangre: Ipsi vincerunt eum propter sanguinem Agni, [757] et propter verbum testimonii sui (Ap_12_11). Ellos lo vencieron gracias a la sangre del cordero y por la palabra del testimonio que dieron. La palabra que san Miguel pronunció, fue la palabra que le da su nombre: ¿Quién como Dios?, Michael quis sicut Deus, admiré esta maravillosa palabra, y alabé a este primer fiel repitiendo varias veces. Miguel, ¿Quién como Dios?, Este magnifico Príncipe respondía cortésmente con todos las ángeles: Jesus amor meus, Jesus amor meus, Jesús mi amor, Jesús mi amor, y como un eco se continuaba oyendo: Jesus amor meus. Extrañada por la reiterada respuesta, san Miguel me dijo: Así como el Verbo divino me ha honrado con este divino nombre, y le agrada la repetición del mismo, quiere que tú seas alabada y honrada de sus elegidos, llevando sobre tu corazón: Jesus Amor meus, palabras que son tan grandes y adorables como estas otras: Quis sicut Deus? ¿Quien como Dios?

            Regocijada mi alma por estas amorosas repeticiones de todos los santos y espíritus bienaventurados que las decían en honor y a la gloria del Santo de los santos, desee hacer mi morada con ellos, y dejar las ocupaciones exteriores, sin el cuidado de la cocina, diciendo a este príncipe que ya había estado en este oficio varios años y que bien podía ser descargada de este penoso empleo, para vacar con mas calma al reposo y contemplación de los [758] divinos misterios. Reuniéndose como en consulta, concluyeron todos a una, que debía permanecer todavía y ser confirmada en este oficio de cocinera de la casa del Verbo Encarnado; que él, con sus ángeles habían preparado y dado el maná al pueblo de Israel durante 40 años en el desierto.

            La víspera de las santos Apóstoles san Simón y san Judas, entré a la capilla para adorar al Santísimo Sacramento, quisiste favorecerme con bondades inexplicables; te me apareciste con una triple corona de diamantes haciéndome ver el cielo abierto en donde brillaba tu corona. Arrobada ante estos admirables espectáculos tu bondad me invitó a aproximarme a tu Majestad diciéndome: Acércate, esposa mía, no temas la persecución de tus enemigos: multae filiae congregaverunt, divitias tu supergressa es universas (Pr_31_29). Muchas mujeres hicieron proezas pero tú las superas a todas.

Capítulo 108 - El día de todos Santos me recibieron ellos para participar de su felicidad. El Salvador quiso premiarme el día de la Octava de los Santos y de la dedicación de la basílica. Supe algo para su Orden. De su protección y dones para mí.

            El día de Todos Santos quisiste que me recibieran para participar con ellos de su felicidad, pero como peregrina todavía en esta vida, mi alma estaba [759] obligada a informar un cuerpo que la retiene en cuidados muy ordinarios, como ocuparse de cosas bajas que conciernen a los sentidos, por la que te dije: Infelix ego (Rm_7_24). Pobre de mí.

            Estos caritativos cortesanos para disipar mis penas, me hicieron comprender cómo, aun estando en esta vida era regalada con varios favores que otros no tienen, como el ser fundadora de una Orden, la que me colocaba en el rango de los patriarcas del Antiguo y del Nuevo Testamento; de los profetas, porque me has dado el don de conocer y predecir varias cosas que se han verificado; con los Apóstoles, enviada por tu Padre, por ti y el Espiritu Santo para llevar tu nombre y tu gloria al mundo, oh mi divino Redentor; con los mártires, testimoniando con mis palabras, escritos y acciones, que estoy dispuesta con tu gracia, a sellar con mi sangre la fe y la creencia que profesa la Iglesia santa, católica, apostólica y romana, como hija que soy de esta Iglesia de la que eres la cabeza, invitándome a morir por tu amor, confesando tus verdades de la manera que deseas de mi fidelidad; con los doctores, enseñando tus misterios mandándome escribirlos ya por ti mismo diciéndomelo interiormente [760] o por mi Prelado, mis directores y superiores que me lo decían de palabra; con los confesores, diciéndome que hace varios años que tu Espíritu me inspira y conduce en tu presencia; con las vírgenes, por tener parte en sus rosas como en sus lirios, y que me habías ordenado establecer tu Orden con tus libreas blancas y rojas por ser tus colores. Divino Amor, me quisiste honrar con tu matrimonio admirable, desposándome en presencia de tus cortesanos celestes y dejándome sobre la tierra para guiar a nuestros hijos como viuda desde la víspera de la Ascensión de 1617, en que me mandaste permanecer aquí por tu amor. Como viste que estaba abandonada de las personas que podían ayudarme a glorificarte, me designaste para describir tu divino Paráclito, el Espíritu Santo tu amor, de quien recibo todas las gracias y todos los bienes. Me hiciste recordar que desde el año de 1619, fui recibida en la compañía de los santos Inocentes, en el Monte Sión, recibiendo de tu boca un ósculo que produjo en mí la impresión de tu nombre y el del Padre. Todos tus santos ángeles me recibieron en nueve coros, elevándome hasta sus celestes jerarquías por elevaciones maravillosas; tu excelsa Madre me acogió como tu esposa e hija suya, aunque muy indigna de uno y otro favor, me humillé más de lo que puedo expresar y tú hiciste abundar y sobreabundar la gracia en mí, ahí donde había abundado el pecado. [761] Toda la octava de los Santos la pasé como el día de la fiesta, con favores para mi inexplicables, diariamente recibía nuevas bendiciones.

            El día de la dedicación de tu templo, divino Salvador, me concediste tantas gracias, como a Salomón el día de la dedicación del antiguo templo, recordándome que en presencia de tus santos me habías llamado milagro de amor, te dije que estabas obligado a hacerme tal como me habías nombrado, que no debía llevar este nombre en vano, ya que tus palabras son eficaces en lo que significan, sobre todo en lo que concierne a gracias y favores, y que tu misma inclinación te llevaba a darme gracia por gracia; que la ley había sido dada por Moisés: Quia lex per Moysen data est, gratia et veritas per Jesum Christum facta est (Jn_1_17). Porque la Ley fue dada por medio de Moisés; la gracia y la verdad nos han llegado por Jesucristo.

            Tu bondad, para demostrar que me protegía de la contradicción y me justificaba de las lenguas que murmuraban de que daba el hábito sin llevarlo aparentemente, me dijo: Hija, te puse en el mundo como ejemplo para muchos y como un enigma que los hombres no pueden comprender con su débil razonamiento. Me dijiste que tú habías sido [762] desconocido por los tuyos que no comprendieron tus excelencias que tú eras la sabiduría escondida a los hombres que se creen sabios y prudentes, que los príncipes del mundo tampoco te conocieron, ignoraron la filiación divina que tienes con el Padre que te santificó antes de mandarte al mundo y teniendo la gracia substancial, que ellos creyeron blasfemia, cuando te decías Hijo de Dios, que te clavaron en la cruz y te decían que bajaras de ella si eras Hijo de Dios, burlándose de ti juzgando y estimándote como un Rey y un Dios imaginario que salvaba a otros sin poderse salvar a sí mismo. Ellos daban a san Juan Bautista la calidad de Mesías, que te es esencial y debido solo a ti, porque les parecía más mortificado. Los hombres solo juzgan por el exterior; pero tú eres el sacerdote eterno que recibió el sacerdocio no de los hombres sino del Padre, sarmiento digno de él. Que me digan y demuestren de quién recibió Moisés el sacerdocio, quién consagró e hizo sacerdotes a Aarón y a sus hijos revistiéndolos con las vestiduras sacerdotales. Hija, ¿qué responderán a estas palabras? Señor, que tú los has ungido, consagrado y revestido, tú mismo en tu Tabernáculo, en presencia de los ángeles han recibido eminente y augustamente de ti, la unción y los ornamentos sacerdotales como [763] me hiciste entender haberlo hecho conmigo que soy la mas indigna de tus creaturas.

            El Rey Profeta lo llama Sacerdote con Aarón diciendo: Moyses et Aaron in sacerdotibus ejus (Sal_98_6). Moisés y Aarón entre sus sacerdotes. Hija mía, los que conocerán las misericordiosas maravillas que he querido hacer en ti, no dudarán de que te haya dado de manera eminente y admirable, la Orden y el hábito que has dado y das a tus hijas, te he dado la misión requerida y el poder para hacer lo que tal misión requiere.

            El Santo Padre, el Arzobispo de Aviñón, el Obispo de Grenoble, el Vicario general y los priores de San Germán, no han hecho en esto sino seguir mis órdenes. Deja pues hablar a los hombres, tú sabes que te he elegido para cosas grandes; eres la madre y la nodriza de esta Orden, expuesta como Moisés sobre las aguas, y  para alimentarlo la hija del Faraón llamó a su madre después de haberlo salvado de las aguas. Mi Providencia actuó por encima de las órdenes de los hombres, no hay regla sin excepción; recuerda que varias veces te he dicho que las leyes dadas a otros no son para ti, porque me gusta favorecerte por disposiciones que mi bondad y mi sabiduría hacen, porque soy el Señor que hace lo que quiere en el cielo y en la tierra.

Capítulo 109 - El Verbo Encarnado me invitó a pedirle un aguinaldo. Lo que me dijo el día de Reyes, mientras mis hijas renovaban sus votos. Lo que me dijo el día de la Encarnación, el Viernes Santo, en Pascua y el día de la Ascensión.

            [764] El día de la circuncisión de 1651, elevaste mi espíritu y me invitaste a pedirte con amorosa confianza a ti mismo como aguinaldo, diciendo: soy Aquel por quien mi Padre hizo los siglos y todo la que existe, soy el heredero universal de todos sus bienes, la figura de su sustancia y el esplendor de su gloria, soy tu aguinaldo y todas las cosas.

            El día de Reyes, mientras mis hijas renovaban sus votos, me humillé en tu presencia viéndome sin el verdadero hábito exterior y sin la profesión religiosa. En tu benignidad te inclinaste hacia mi diciéndome: ¿Porqué te turbas mi única, mi paloma mi bella delante de mis ojos? tus hijas están figuradas por las sesenta reinas, las ochenta concubinas y por las jóvenes sin número; pero tú por la única paloma que mi bondad ha engendrado y a quien amo más que a diez mil, y repitiendo las palabras dichas por Elcaná a Ana su esposa: Anna, cur fles et quare non comedis? et quam obrem affligitur cor tuum? numquid non ego melior tibi sum, quam decem viri? (1Sa_1_8). Ana, ¿por qué lloras y no comes? ¿Por qué estás triste? ¿Es que no soy para ti mejor que diez hijos?

            [765] Jeanne, mi esposa, ¿Por qué afliges mi corazón, no te soy todo bondad y amor? ¿No valgo más que diez mil hijas? Consuélate y no te aflijas con la tortura de tus pensamientos, conviene que sepas que si yo fuera pasible, me contristarías. Tú eres la delicia de mi corazón y yo tu durable vencedor.

            El día de tu amorosa y admirable Encarnación recibí grandes favores de tu santísima Madre, quien me invitó de nuevo a entrar a su seno virginal que fue para mi un claustro admirable, en donde esta Reina de las vírgenes me recibió como a una esposa querida y a una hermana, en sus adorables entrañas, en donde adoré al Padre contigo y con el Espíritu Santo en espíritu y en verdad. Me consideró como hermana, porque antes de mi nacimiento me dedicaron a santa Ana, su querida madre. Me ofrecí para ser su sierva y esclava de amor, atada con las cadenas de sus deseos, las que suavemente me unían a su Hijo y a ella, rogándoles que el corazón virginal fuese nuestro altar, en el cual no pueden participar aquellos que sirven a los tabernáculos antiguos que han pasado como las sombras de estas divinas verdades.

            El Viernes Santo, considerándote clavado en la cruz atrayendo todo hacia ti, me hiciste entender [766] que los dones magníficos que nos diste en la cruz, entregando tu espíritu al Padre; tu santísima Madre a san Juan; tu paraíso, al buen ladrón; y a mi me diste todos estos dones. Al inclinar tu cabeza hacia mí me hiciste una donación de tu espíritu, al verme de pie, cerca de la Cruz con tu Sma. Madre a quien san Juan, el discípulo predilecto, había recibido por suya, y que por tu bondad era también mía, la recibí con muy humilde y muy amorosa gratitud.

            El día de Pascua, me ofreciste tus victorias, me hiciste comprender que habías triunfado del mundo, del demonio y de la carne y aunque esto fue mérito sólo tuyo, tu bondad, tu amabilidad y educación tan cortés no te permitieran gozar sin compartir conmigo y me dijiste: Tú eres mi Débora, sentada, de pie o caminando, combates conmigo por la palma que me ha sido asegurada, dejándote vencer para  ser vencedor. Te conjuro, en toda situación, considerar la gloria que he merecido venciendo a mis enemigos que esperaban los despojos, que yo repartí a mis elegidos en las profundidades, en el sepulcro y sobre el Calvario, donde mi admirable Madre como Sízara, permanecía de pie con admirable constancia junto al árbol de la Cruz.

            Ella es esta admirable Jael, que confundió al jefe de los réprobos con sus adeptos, cuando apareció victoriosa sobre el Calvario. Ella es también Débora, y no he [767] querido subir sin su compañía porque estuvo presente en el combate en el que se ganó la victoria sobre las potencias infernales.

            Por un árbol, la primera Eva y el primer Adán recibieron el golpe de desgracia y de muerte, para toda su desdichada posteridad. Por otro árbol, la segunda Eva y el segundo Adán, dieron la vida a todos los elegidos, su dichosa posteridad. El Calvario se cambió en Tabor, porque por la fuerza de mi voz fui reconocido Hijo de Dios: Videns autem centurio, qui ex adverso stabat quia sic clamans expirasset, ait: Vere hic homo Filius Dei erat (Mc_15_39). Al ver el centurión, que estaba frente a él, que había expirado de esa manera, dijo: Verdaderamente este hombre era Hijo de Dios.

            El día de tu triunfante Ascensión desperté como a las 3 de la mañana y oí: Terribilis est locus iste, non est hic alius nisi domus Dei, et porta caeli (Gn_28_17). Qué terrible es este lugar. Esto no es otra cosa que la Casa de Dios y la puerta del cielo, exclamó Jacob cuando vio una escalera que por un extremo tocaba la tierra y por otro el cielo, y Dios estaba apoyado al final de ella y que los ángeles subían y bajaban por sus gradas. Regocíjate hoy, hija mía, viéndome subir del monte de los Olivos a los cielos, a mí, que soy el Ángel del Gran Consejo, que soy Dios y hombre, la gloria del cielo y de la tierra, el victorioso, el triunfador por excelencia, que llevo a los elegidos que estaban cautivos para darles la [768] gloria que les obtuve, verificando lo dicho por el profeta real: Subiendo sobre los cielos llevó cautiva a la cautividad. Soy la asunción gloriosa de todos mis elegidos, dándoles la vida. El día de la Cena sólo hice el testamento para asegurar que mi muerte era necesaria. Ahora, aproxímate mi bienamada, recibe con abundancia la unción que corre de mis sagradas llagas, considera el camino del cielo y de la tierra: Laetentur caeli, et exultet terra (Sal_95_11). Alégrense los cielos, regocíjese la tierra. Admira cómo subo por mi propia virtud y los ángeles dicen con aclamación a mi Padre: He aquí que el que sube en la alegría y al son de trompetas, es tu Hijo, Iste venit, saliens in montibus (Ct_2_8). Helo aquí que ya viene, saltando por los montes.

            El domingo de la Octava de tu Ascensión, quisiste llevar de nuevo mi espíritu a tu derecha diciéndome: Ven mi bien amada, a lo alto de los cielos, cerca de mí, con las vírgenes mis esposas. Toma tu arpa y tu salterio y todas entonen un cántico melodioso.

            He hecho una admirable alianza con todos los santos del Antiguo Testamento, quienes en vista de mi Encarnación, se casaron con la esperanza de que naciera yo temporalmente de su matrimonio, y si he hecho esto con los santos casados de la Ley antigua, ¿Qué caricias no recibirán mis vírgenes de la nueva alianza? Ni el ojo vio, ni el oído oyó, ni el corazón del [769] hombre pudo pensar estas maravillas. Mi discípulo amado, como Águila real la contempló y habló de ello en su Evangelio y en su primera Epístola con mas claridad que todos: Quod fuit ab initio, quod audivimus, quod vidimus oculis nostris, quod perspeximus, et manus nostrae contrectaverunt de Verbo vitae, et vita manifestata est, et vidimus, et testamur et annuntiamus vobis vitam aeternam, quae erat apud Patrem, et apparuit nobis (1Jn_1_1). Lo que existía desde el principio, lo que hemos oído, lo que hemos visto y damos testimonio y os anunciamos, la Vida eterna, que estaba vuelta hacia el Padre y que se nos manifestó. Lo hemos visto lleno de gloria y de verdad, al Verbo del Padre que se ha complacido de habitar entre nosotros.

            ¿Qué dices tú, hija, de todas estas delicias? ¡Ah, Señor! ¿Cómo voy a poder hablar? Estoy llena de admiración, aunque hayas abierto una puerta a la palabra por tu sabiduría, dándome una lengua infantil y torpe para anunciar tus maravillas, confieso que el silencio me hará entender mejor, porque, quién soy yo, Señor, para hablar de esto que es inefable: Mirabilis jacta est scientia tua ex me; confortata est, non potero ad eam (Sal_138_6). Ciencia misteriosa es para mí, demasiado alta, no la puedo alcanzar.

            El Viernes Santo, quejándome amorosamente a mi Esposo porque no me moría con él como le sucedió a san Lorenzo y al Papa Sixto, y pidiéndole asistir a su sacrificio y participar de su propia muerte, me contestó que me dejaba para sufrir una muerte más prolongada, para ser abrasada interiormente como san Lorenzo y para acrecentar el tesoro de la Iglesia, la comprensión de la palabra de Dios, palabra que David estimaba más que el oro y la plata y que todas las piedras del mundo; super aurum et topazion (Ps_118_127).

Capítulo 110 - Gloria y grandeza de la sma. Virgen; gracias que me concedió durante su Octava. La fiesta de san Ennemond. Los serafines son los más cercanos al sacrificio del Verbo Encarnado, que es la víctima inmortal, el sacrificio de paz, el sacerdote eterno que recibe los votos de su fiel amante,

            [770] Estando próximo el día de la Asunción de tu Madre gloriosa, a la que coronaste con doce estrellas, vestiste del sol y calzaste con la luna; mi espíritu, deslumbrado con estos esplendores te dijo: Et nox sicut Dies illuminabitur; sicut tenebrae eius ita et lumen ejus (Sal_138_12). Ni la misma tiniebla es tenebrosa para ti, y la noche es luminosa como el día.

            Hija, te he elegido para hacerte comprender mi maravillosa y misteriosa sabiduría, quiero oponerte a la mujer que describe san Juan en el Apocalipsis y cuyo nombre es misterio: et in fronte ejus nomen scriptum mysterium (Ap_17_5). Y en su frente un nombre escrito: Misterio. Por mi luz poderosa he destruido las obras del diablo y recogido a los hijos dispersos de Israel, quiero que tú también destruyas sus obras malignas, y acerques a mí los doctores, que son mis israelitas que se han extraviado por su vanidad y perdido en su presunción, se han entregado a una vida sensual sabiendo que merezco toda alabanza y gloria, y no me la dan. Señor, mi Dios, ¿que dices? ¿Es para mortificarme por los pensamientos que tendrán de mí? Pero, ¿que digo? Eres el Señor de todos, a tus apóstoles mandaste traerte la burra y el asno para entrar triunfante a Jerusalén, en donde los niños lactantes cantaron tus alabanzas bendiciéndote y rogándote levantaras la Jerusalén de la tierra [771] hasta el cielo diciendo: Hosanna filio David: benedictus qui venit in nomine Domini: hosanna in excelsisis (Mt_21_9). Hosanna al Hijo de David. Bendito el que viene en nombre del Señor. Hosanna en las alturas.

            Un día de esta octava, después de la sagrada comunión, cuando admiraba tu bondad para conmigo, me hiciste entender que era tan grande, que los bienaventurados en el cielo suspendían sus espíritus al considerar las efusiones que hacías en mí, las que les parecían un enigma, lo mismo que a los hombres de la tierra, porque unos y otros veían mis imperfecciones, de las que tenía gran confusión en presencia de tu Majestad; entonces, con una ternura inexplicable me dijiste: Babylon dilecta mea posita est mihi in miraculum (Is_21_4). Babilonia mi elegida. Hija, hace varios años te dije que eras mi milagro de amor y ahora te digo que eres el libro sellado con siete sellos, que no puede ser abierto ni conocido sino por el Cordero, Cordero que es León de la Tribu de Judá y vencedor de todos sus enemigos. Libro escrito que  contiene mi sabiduría, es todo un misterio; un misterioso Apocalipsis que hago contigo y en ti, libro escrito por fuera, por tus acciones exteriores que los hombres comunes no pueden leer ni interpretar, porque hace falta un Daniel que tenga y sea el Espíritu del Padre y del Hijo, que es nuestro divino Espíritu. [772] Soy también yo, hija queridísima, el intérprete de nuestros misterios. Bendito seas Dios mío, mi doctor ordinario y extraordinario, que destilas tu rocío en la mañana y en la tarde, haciéndome tu Sión y tu Jerusalén pacífica en todas tus locuciones. Te alabaré: In Deo laudabo Verbo; in Domino, laudabo sermonem in me sunt Deus vota tua, quae reddam laudationes tibi (Sal_55_11s). De Dios alabo la palabra, de Yahveh, alabo la palabra. Sobre mí, oh Dios, los votos que te hice: sacrificios te ofreceré de acción de gracias.

            En Dios alabaré al Verbo; en Jesucristo Nuestro Señor alabaré la palabra en el seno y en el entendimiento del Padre celestial. Adoro al Verbo que es su divina alabanza, la Humanidad llevada por la divina hipóstasis de este Verbo hecho carne, en el que alabaré la Palabra eterna. ¿Podría guardar silencio cuando me mandas hablar de tus maravillas? Sin ser culpable, ¿podría apartarme de mi vida y alejarme de Aquel que me hace vivir? Señor, todas las potencias de mi alma te dicen como san Pedro, cumbre de la Teología: Domine, ad quem ibimus? Verba vitae aeternae habes: et nos credidimus, et cognovimus quia tu es Christus Filius Dei (Jn_6_68s). ¿Señor, a quién iremos? Tú tienes palabras de vida eterna, y nosotros creemos y sabemos que tú eres Cristo, el Hijo de Dios.

            El día de san Ennemond, 1° de noviembre de 1651, me acordé que te apareciste en el jardín de los clérigos del barrio de San Germán, para asegurarles que te gustaba la modestia y retiro de este santo, que dejaba a sus compañeros para entretenerse en tus misterios; mientras todos estaban juntos, este santo encontraba sus delicias [773] contigo que eres la sabiduría eterna. Imitándolo a él te dije, que en ti sólo, encontraba la alegría y la Paz. Fue de tu agrado elevar mi espíritu a una sublime suspensión, hasta el cielo, en donde me apareciste como un holocausto adorable, ardiendo continuamente en tus amorosas y deliciosas llamas, en la presencia del Padre, del Espíritu, de tu augusta Madre y de todos los bienaventurados. Conocí que los serafines eran los más cercanos a ti en estado de holocausto, adorando y admirando el estado en que el amor te coloca, sin prometer salir de ahí, porque ahí encuentras tus delicias.

            El Padre eterno está contento de que seas el sacerdote eterno y la Víctima inmortal en tu vida gloriosa, los bienaventurados se llenan de admiración y alegría, al ver el exceso de este amor, para ellos incomprensible. Mi alma, dejando todo lo que no es Dios en tres Personas para ver por ella, y en ella esta admirable maravilla que tu sabiduría e incomprensible bondad había inventado, para poder dar a tu Padre celestial un holocausto eterno, en el cual, él tomaba su divino y delicioso placer diciendo a todos los ciudadanos del cielo: He ahí a mi Hijo en el que me complazco; contempladlo adorándolo, y adoradlo contemplándolo.

            Si nunca hubieses pensado en esta sagrada y amorosa invención, de fuerte, dulce y eterna preferencia, amor sagrado que le [774] consume y hace vivir en este estado de víctima gloriosa que no acabará nunca. Puesto que es Sacerdote eterno, quiere ser víctima eterna, para que se reconozca la eterna e inmensa divinidad, y para mantener el culto de la más augusta y más piadosa religión, que un Dios amoroso haya podido inventar. Los ángeles y los hombres por toda la eternidad permanecerán admirados. Mi alma, elevada como he dicho, a esta sublime suspensión, exclamó: Señor; introibo in domum tuam in holocaustis: reddam tibi vota mea, quae distinxerunt labia mea (Sal_65_13s). Con holocaustos entraré en tu casa, te cumpliré mis votos, los que pronunciaron mis labios.

            Divino Salvador, me invitaste a entrar en tu ciudad celestial a visitarte, a ti que eres el Templo y el Holocausto infinito; me llamaste con tanta dulzura, que no pude decirte sino lo que el pueblo de Belén dijo a Samuel: Pacificusne est ingressus tuus? (1S_16_4). ¿Es la paz tu venida, vidente? Porque tú me das tu paz haciendo la mía, asegurándome que eres para mí, un sacrificio de paz y un holocausto de amor infinito e inmenso que ofrezco al Padre contigo que eres el Sacerdote eterno, que ofrece mis votos en presencia de todos tus elegidos, y que mis labios los han pronunciado claramente, con palabras inflamadas que vienen de la fuente abundante, de la hoguera que has encendido en mi corazón, fuego sagrado que tú mismo te dignas mantener, haciendo por ti mismo, lo que pides a los [775] sacerdotes. Te los devuelvo por tu gracia, en la Iglesia militante, y los haré por tu gloria, en la triunfante, pues tú me lo pides con bondades para mí inexplicables; y aunque sea la más humillada, viendo mis pecados e imperfecciones que tú aborreces y odias tanto como amas tu esencia, me atrevo a hablarte por mi propia boca confesándote mis iniquidades que me turban y me afligen, porque eres bueno, y te ofrezco sacrificios; et locutum est os meum, in tribulatione mea: Holocausta medullata offeram tibi, cum incenso arietum; offeram tibi boves cum hircis (Sal_65_14s). Se abrieron mis labios, lo que en la angustia pronunció mi boca. Te ofreceré pingües holocaustos, con el sahumerio de carneros, sacrificaré bueyes y cabritos.

Capítulo 111 - Conocí la fiel humildad de san Andrés, el celo de san Javier, la inocencia y abstinencia de san Nicolás y la suave y a la vez fuerte elocuencia de san Ambrosio.

            El día de san Andrés quisiste elevar mi espíritu por una luz sublime, con la ayuda de la cual, conocí que tu Majestad escogió a san Andrés para ser el primero de tus discípulos dejando a san Juan Bautista tan pronto como él te conoció a ti. Te siguió [776] con su hermano diciéndole haber encontrado al que creía ser el verdadero Mesías. Fue como otro Moisés rescatado de las aguas, para librar a los pueblos que estaban bajo la servidumbre del mundo, del demonio y de la carne.

            San Juan, el discípulo amado, nos narra su vocación en circunstancias que muestran que él era ese discípulo favorito que no nombra, y que anuncia el amor por el amor. Te volviste y les preguntaste: ¿A quién buscan? y conociéndote te dijeron: Maestro, ¿en dónde habitas? El amor urgiendo y urgido, dijo: Vengan y lo verán, y se quedaron ahí todo el día; haec est dies quam fecit Dominus; exultemus, et laetemur in ea (Sal_117_24). Éste es el día que Yahveh ha hecho, exultemos, y gocemos en él. Día que tú hiciste, mi Señor, alumbrando con tu luz a estos dos discípulos que vieron la zarza ardiente sin consumirse; sus pies estaban descalzos de toda afición que no fueras tú. Contentos de ver la tierra prometida que Abraham, los patriarcas y todos los profetas saludaron de lejos, con excepción de Zacarías y san Juan Bautista. En cambio, aquí estaba san Andrés frente a frente de tu Majestad humanizada, recibiendo de ella los oráculos que él iba a hacer oír a toda la tierra: In omnem terram exivit sonus eorum, et in fines orbis terrae verba eorum (Sal_18_5). Mas por toda la tierra se adivinan los rasgos, y sus giros hasta el confín del mundo.

            [777] Les hiciste entender a quién habías elegido para sumo sacerdote, a saber, a su hermano Simón; esa preferencia no afectó a san Andrés, a pesar de que por edad era mayor y por la vocación, fue llamado primero que su hermano. Concibió Andrés un amor tan perfecto de tu sacrificio, que no pensó más que en sacrificarse él mismo por ti, ya que consideraba que todos los días te sacrificabas como Cordero de Dios ofrecido por la salvación del mundo. Deseaba estar a la derecha del Padre viviendo de tu vida gloriosa, después de que todos los cristianos se hubieran nutrido de tu Sacramento adorable y sacrificio santo. Su alegría fue total cuando vio su altar que le representaba el tuyo, y lo saludó con las palabras de un apasionado amante: O bona Cruz diu desiderata jam concupiscenti animo praeparata, securus et gaudens venio ad te ita et tu exultans suscipias me discipulum ejus, qui pependit in te (Oficio de san Andrés. Antif. II). ¡Oh Cruz dichosa, tanto tiempo deseada, y ya preparada según mis deseos! Seguro y gozoso me llego a ti. Recíbeme tú también gozosamente, pues soy discípulo de aquél que de ti estuvo colgado. Estando en la Cruz no quiso bajar de ella, lo que confundió a Lucifer, pues el amor a la Cruz lo hizo semejante al Hijo del Altísimo sobre la montaña del Testamento, donde vio a toda la Trinidad que venía a él y lo suspendía. Los ángeles con san Andrés, adoraban [778] al que vive por las siglos de los siglos, descubriéndole la gloria de su única deidad y las maravillas de su sociedad adorable. Te vio, Cordero divino, sentado a la derecha del Padre, lleno de gloria y de verdad; te adoró con todos los santos en tu luz admirable, en donde lo acogiste en olor de suavidad como un holocausto sagrado, diciendo con David: Introibo in domum tuam in holocaustis: reddam tibi vota mea quae distinxerunt labia mea (Sal_65_13s). Con holocaustos entraré en tu casa, te cumpliré mis votos, los que pronunciaron mis labios. Sus labios, santificados por el sacrificio divino, expresaron con gran elocuencia sus votos, viendo la esencia única y la distinción de los tres divinos soportes, entrando así a tu gloria por toda la eternidad.

            El día del fervoroso y gran Apóstol de las Indias, san Francisco Javier, mi alma, humillada a la vista de mis pecados, por un sentimiento de justicia, fue impulsada y acosada a hacer actos de reparación, no sólo por mí, sino por todos los pecadores, ofreciéndome para recibir el castigo y la pena de todos, con un celo para mí inexplicable, si tú no lo hubieras producido, ya que estaba dispuesta a padecer las mismas penas del infierno para satisfacer a tu divina Majestad ofendida por todos, con tal, eso sí, de no estar en tu indignación, ni privada de la gracia, sino amándote perfectamente y adorándote en espíritu y en verdad.

            Tu bondad no pudo dejarme por mucho tiempo en ese dolor, se inclinó a mí, si puedo decir así, haciéndome ver [779] un rayo luminoso por medio del cual vi, en letras azules, esta palabra o clave: justus, por la que conocí que mis pecados y las de todos los hombres habían sido asumidos por el Salvador, el Justo por excelencia y fuente de toda justicia, acordándome de lo que dijo san Juan: Advocatum habemus apud Patrem Jesum Christum iustum: et ipse est propitiatio pro peccatis nostris non pro nostris autem tantum, sed etiam pro totius mundi (1Jn_2_1s).       Tenemos a uno que abogue ante el Padre: a Jesucristo, el Justo. El es víctima de propiciación por nuestros pecados, no sólo por los nuestros, sino también por los del mundo entero.

            Gocé de una gran confianza al ver que me habías perdonado los pecados que con humilde contrición confesé y que lavaste todas mis iniquidades. Mi alma, elevada por un atractivo por encima de sí misma, fue unida a ti, instruyéndome de la gloria que comunicaste a este gran santo, haciéndolo semejante a los que estuvieron presentes en tu Transfiguración, a los que imitó no por la nube que era figura, sino dando el verdadero bautismo al pueblo de las Indias, librándolo de la servidumbre del pecado, haciéndolo pasar por estas aguas saludables a la posesión de la gracia y de la gloria; aguas con las que el Espíritu Santo [780] encendió su corazón comunicándole el fervor de Elías, y el celo de los dos Apóstoles llamados Hijos del Trueno, Santiago y Juan, permaneciendo virgen como este último; y como san Pedro con su predicación, convirtió a millares de personas. Este gran san Javier había sido elevado a una gloria maravillosa, lo que no me extraña conociendo tu bondad.

            El 6 de diciembre de 1651, día de san Nicolás, el señor de Priesac me vino a ver con el Sr. Obispo de Coserant, a quien había visto en Lyon en 1642, y al que estimaba por su ciencia y méritos; su presencia me hizo ver que no estaba nada equivocada, por lo que mi alma se encontró muy contenta cuando oí: Inveni David virum secundum cor meum (Hch_13_22). He encontrado a David, un hombre según mi corazón. Quisiste que hiciera por él dos peticiones: que tuviera la perfección y mansedumbre de san Nicolás y la elocuencia de san Ambrosio, lo que miré como si ya se lo hubieses dado, puesto que tú habías deseado que te lo pidiera con la dignidad de Arzobispo de Toulouse.

            Le platiqué esto al Sr. de Priesac, quien a su vez se lo dijo al Sr. Obispo de Coserant en cuanto lo vio, y esto aumentó el afecto que me tenía desde 1642, diciendo: Quiero mantener esta amistad, mientras puedo ir al Verbo Encarnado. Después que salió del recibidor el Sr. de Priesac, me entretuve contigo y los santos, deseando imitar a san Nicolás en su [781] humildad, y que se consideraba como un gran pecador, aunque se dice que fue santificado desde el seno de su madre.

            El gran Arzobispo de Milán, atrajo mi espíritu tanto por su devoción como por su elocuencia, ¿Podría no amar con un amor muy íntimo, al que nos ha como engendrado un padre, convirtiendo a nuestro Padre san Agustín dándonoslo después que lo regeneró por las aguas bautismales? Debemos cantar el Te Deum con una devoción universal estando particularmente, obligadas a agradecer al divino Espíritu, quien dictó este Himno admirable, en el que se unen la gloria de la Sma. Trinidad, de la santa Humanidad y de toda la Iglesia.

            Como hijas de la Iglesia, alegrémonos de la santidad de ambos, acordándonos que este santo Obispo nos dice que tenemos un Señor muy bueno; sintamos su bondad y busquémosla con sencillez de corazón, amando a este Salvador que se hace nuestro alimento. Al no estar satisfecho de haber creado para nosotros cielo y tierra, y de habernos regalado dones y sacramentos, canales de sus gracias, quiso darse él mismo en la Eucaristía, que es un hecho de su amor y la acción de gracias divina; Dios de Dios, Luz de luz, fuente de dulzura en la cual [782] sacamos con abundancia de la fuente de sus santas Llagas. Saciémonos y embriaguémonos diciendo extasiados: ¡Señor, cuánta bondad para los hombres!: Inebriabuntur ab ubertate domus tuae, et torrente voluptatis tuae potabis eos; quoniam apud te est fons vitae: et in lumine tua videbimus lumen (Sal_35_9s). Se sacian de la grasa de tu Casa, en el torrente de tus delicias los abrevas; en ti está la fuente de la vida, y en tu luz vemos la luz.

Capítulo 112 - Sufrimientos que tuvo mi alma por un sacerdote que predicó contra la Inmaculada Concepción de la siempre pura Virgen Madre del Dios Encarnado. Luces que recibí.

            En 1651, el día de la Inmaculada Concepción de tu purísima Madre, mi alma estuvo contenta hasta que un predicador, del que se conoce demasiado su nombre, subió al púlpito. Primero me hirió con estas palabras del Cántico: Nigra sum sed formosa (Ct_1_5). Negra soy, pero hermosa; presentí que iba a obscurecer a la que te concibió a ti, Luz que ilumina a todo hombre que viene a este mundo.

            Querido Amor, a qué estado redujo mi alma, tú lo [783] sabes, cuando esa boca indiscreta repetidas veces dijo que tu Sma. Madre, la toda pura y resplandeciente, era negra, y con un desprecio inexplicable,  deteniéndose en estas palabras: Que había contraído el pecado original, y había sido necesario dejarla un poco de tiempo en él. Mi corazón quedó herido por las palabras que habían escuchado mis oídos; esta injuria hecha a la Madre de la hermosa dilección. Mi pluma no puede expresarlo; esa lengua cortante de dos filos, que no es la que san Juan nombra en el Apocalipsis, me traspasó de parte a parte. Me vi tan desolada como cuando tu Profeta manifestaba las angustias y aflicciones de la Hija de Jerusalén y de la Hija de Sión. Todas tus creaturas no podían decir sino lo que la pluma del Profeta en sus Lamentaciones: Cui comparabo te vel cui assimilabo te, filia Jerusalem?; Cui exaequabo te, et consolabor te, Virgo [784] filia Sion? Magna est enim velut mare contritio tua; quis modebitur tui? Defecerunt prae lacrymis oculi mei (Lm_2:11s). ¿A quién te compararé? ¿A quién te asemejaré, hija de Jerusalén? ¿Quién te podrá salvar y consolar, virgen hija de Sión? Grande como el mar es tu quebranto; ¿quién te podrá curar? Se agotan de lágrimas mis ojos.

            Mis hijas, que puedo decir mis entrañas, estaban indeciblemente turbadas; conturbata sunt viscera mea (Lam_2_11). Mis entrañas se turbaron. Ellas vinieron a verme cuando aquel sermón injurioso terminó contra aquélla que no ha podido tener, ni tendrá nunca ninguna mancha; que ha sido, es y será por toda la eternidad, la creatura pura que debía recibir al Verbo divino.

            Se pusieron junto a mí sin poder hablarme como los amigos de Job, cuando lo vieron sumido en lo que es la  aflicción misma. Cuando pude expresar mi dolor, mi espíritu estaba afligido sin medida: quasi arena maris haec gravior appareret unde et verba mea dolore sunt plena (Jb_6_3). Pesarían más que las arenas del mar: por eso mis razones se desmandan. Estas palabras eran para mí flechas punzantes: quarum indignatio ebibit spiritum meum (Jb_6_4). Mi espíritu bebe su veneno. Les dije palabras que las hicieron compartir mis sufrimientos, y me ofrecí a todo género de penas para reparar la ofensa hecha a nuestra toda pura Princesa, pidiendo a todas que hiciéramos actos de reparación en común y en particular, [785] por todas las injurias que el sacerdote había pronunciado en nuestro púlpito y nuestra Iglesia, y renovamos el voto que habíamos hecho varios años antes de nuestro establecimiento, de mantener el honor de la Inmaculada Concepción aún a costa de nuestra vida; acordándome que esta santísima Virgen desde el año de 1619, en la misma fecha, me prometió establecer la Orden del Verbo Encarnado, si yo escribía y sostenía de viva voz, la verdad de su Inmaculada Concepción; tanto que puedo jurar en materia de revelación, que el Espíritu santo me explicó y me dijo en ese día de 1619, que no saldría del éxtasis que me tenía boquiabierta en la Iglesia de san Esteban de Roanne, a menos de prometerle escribir lo que por pura locución me decía, explicándome esta maravilla por la Sagrada Escritura, que en ese tiempo no había leído porque no la tenía.

            El Sr. de la Piardière sufrió el mismo dolor que yo, al saber que tu digna Madre había sido tratada con tanto desprecio, diciéndome que estaba obligada a acusar a ese predicador que había escandalizado a su auditorio, que ninguno de su Congregación se [786] hubiera atrevido a decir la menor palabra a una sola persona en particular, de lo que predicó  públicamente, y que él también se sentía obligado a reparar dicha ofensa. Dirigiéndome a tu santísima Madre con gemidos inenarrables y lágrimas amargas, le presenté mi pecho y mi corazón, para recibir todas esas palabras como flechas aceradas, que me hiciesen morir para satisfacer todo el mal que había hecho a mi santísima Madre: Arcum suum tetendit, et paravit illum et in eo paravit vasa mortis, sagittas suas ardentibus effecit (Sal_7_13s). Tensé su arco y lo aparejé; para sí sólo prepara armas de muerte, hace tizones de sus flechas.

            Al otro día, después de confesarme con él como de ordinario y dando muestras de mi dolor por comulgar de su mano, ya que venía a celebrar la Misa todos los días, dije a la hermana sacristana que le manifestara el descontento que todas teníamos por su exhortación, que todas las Hermanas del Verbo Encarnado hacían voto de honrar la Inmaculada Concepción de la santísima Virgen. A estas palabras él levantó la voz con desprecio intolerable por ese voto y [787] por las personas doctas, eclesiásticos y religiosos a las que, antes de emitirlo, se habían consultado. Dijo que debían ser sacerdotes ignorantes, ya que varios santos Padres no aprobaban esta imaginación. Temiendo que cambiara el sentimiento que esta hermana debía tener acerca de la pureza de María, volví a la reja del confesionario para rogarle no apartara a mis hijas de la observancia de sus votos, que los que las dirigían eran doctos, piadosos y santos religiosos. Me contestó lo mismo que a la hermana, con sumo desprecio para mí, que quise sufrir por tu amor protestándole que estaba dispuesta a morir mil muertes, por sostener el honor de la Inmaculada Concepción de nuestra santísima Madre, y que la devoción que le teníamos, había obtenido de tan augusta [788] Madre, el permiso de Roma para establecer la Orden, que esta grande Princesa, había hecho que el Santo Padre Urbano VIII, diese la primera Bula el 13 de agosto de 1631, en la Iglesia de Santa María la Mayor.

            Estas verdades lo hicieron estallar más desfavorablemente, profiriendo palabras que no digo ni escribo aquí por prudencia, pero que me hicieron sufrir muchísimo y decirle: Padre, nunca hubiera pensado que vuestra reverencia se irritara de esa manera, porque la hermana sacristana me ha hecho creer que desde hace muchos años os esforzáis en manteneros en la presencia de Dios y en evitar toda palabra inútil, según vos mismo se lo dijisteis; lo que me hizo teneros una estimación particular, además, respeto vuestra [789] profesión religiosa y venero vuestro carácter sacerdotal. Estas palabras, pienso yo, hubieran calmado a otro, pero no fue así con él, profirió palabras que como dije anteriormente, las callo por caridad, añadiendo que no volvería, pero en un tono demasiado hiriente. Sin embargo, le repetí que cambiara de sentimiento, que se calmara, y si no estaba bien lo que decía, que no se molestara más en venir, que ya hablaría con el R. P. Prior. Traté de tomar una actitud de dulzura y ganarlo por medía de tus palabras, divino Salvador, más dulces que el panal de miel y le supliqué subir al altar para ofrecerte en sacrificio, a ti que eres el Cordero de Dios que quitas los pecados del mundo. Así lo hizo, y te recibí de sus [790] manos como si hubiera sido de ti mismo, con calma y paz, después de estas explicaciones que le pude hacer: In pace in idipsum dormiam, et requiescam (Sal_4_9). En Paz, todo a una, yo me acuesto y me duermo.

            Querido Amor, tú sabes que continué con los mismos sentimientos de respeto que le tenía, alejando de mi pensamiento todo lo que pudiera disminuir mi estimación y la de la comunidad, salvo el sentimiento de lo dicho tocante a mi divina Reina. La comunidad pudo ver que por la caridad que le tenía y mi sencillez, se dejó seducir, por el relato que me hizo la sacristana de su mortificación, aunque mi pena era grande porque esta hermana resolvió seguir conversando con él, y lo hizo porque además de sacristana era portera; conversaciones cuyo final fue su confusión, la mismo que para la Orden, y para mí motivo de sufrimientos inexplicables.

            [791] No sé si yo era Jonás durmiendo, mientras tantos pilotos se atormentaban por la tempestad que querían calmar, arrojándome fuera del Monasterio y para seguir sus intenciones, querían tomar todo la que tu Providencia me había dado gratuitamente en mi propio nombre por seguir tus intenciones. Ignorando todas las tempestades que ése y otros padres provocaron, pude vivir en completa calma.

            Durante la octava de la Inmaculada Concepción de tu augusta Madre, pensando en los derechos que el Padre, tú y el Espíritu Santo le habían comunicado, hice una apología interior de esa Emperatriz admirable, la más bella de las bellas diciendo. Eres negra mi divina Princesa, a los [792] ojos de los que no pueden ver tu blancura, porque son búhos que odian la luz; eres negra, mi hermosísima, en la profundidad abismal de aquél que te esconde en su oscuridad; Et posuit tenebras latibulum suum; in circuitu ejus tabernaculum ejus, tenebrosa aqua in nubibus aeris (Sal_17_12). Se puso como tienda un cerco de tinieblas, tinieblas de las aguas, espesos nubarrones.

            Los ojos deslumbrados no pueden mirar al sol en su brillante claridad, de la misma manera no te pueden mirar a ti, su Tabernáculo, si no pones nubes que cubran tus claridades, con admirables tinieblas que escondan tu esplendor. Sólo el Águila san Juan, pudo contemplarte rodeada de la fuente [793] de la luz, pero para ser vista por quienes tienen ojos débiles, es necesario que la Sabiduría eterna disminuya y oculte tus rayos luminosos. ¡Oh la más bella, no solamente de todas las mujeres, sino de todas las criaturas! Sal, oh mi Virgen escondida en Dios y ven tras las pasos de tu rebaño, acuérdate que eres nuestra Pastora y cuando estemos extraviadas, lleva a tus ovejas al redil de los Pastores; sí, condúcenos a las Tres divinas Personas, para que el Padre nos lleve a su Hijo, el gran Pastor de nuestras almas, por el amor que es el Espíritu Santo, para que entremos en sus llagas, llagas que recibió en la casa de los que amaba.

            El convento del que ese predicador es miembro, [794] te ama aunque su lengua te haya herido, herida de la que aún siento el golpe y la pena; pero Señora, estoy dispuesta a morir por tu Inmaculada Concepción y al morir quiero decir en ese momento y por toda la eternidad: Tota pulchra est, et macula non est in te (Ct_4_7). Toda hermosa eres, no hay tacha en ti. Eres pura en los planes de Dios, desde antes de tu Concepción, toda pura en el momento en el que Ana tu madre te concibió, hija de Jerusalén. Nuestra augusta Reina es negra en el alma de aquellos que no pueden ver, siquiera una vez, tu brillante blancura; pero eres bella para aquellas que obtienen este favor de verte. Tu Hijo muestra, a quien le place, este espejo que esconde a los que lo ven con sus propios ojos, quienes han sido cegados por la orden que el Profeta Isaías tuvo de este Dios que estaba elevado en su [795] trono. Sus orejas no oyen, parque juzgan según sus razonamientos; no entienden el misterio que el Oráculo divino revela a los pequeños de los que tu Hijo, oh mi Augusta, se alegra diciendo: Confiteor tibi, Pater, Domine caeli et terrae, quia abscondiste haec a sapientibus, et prudentibus, et revelasti ea parvulis. Ita Pater quoniam sic fuit placitum ante te (Mt_11_25s). Yo te bendigo, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque has ocultado estas casas a sabios e inteligentes, y se las has revelado a pequeños. Si, Padre, pues tal ha sido tu beneplácito.

Capítulo 113 - La Sabiduría divina permitió la duda de santo Tomás para afirmar y esclarecer nuestra fe en su amor, el cual es un abismo. Favores que recibí los días de Navidad, de san Juan y del real profeta David

            [796] El día de santo Tomás te rogué alojarte en mi alma, la que recibió muchos favores de ti, que eres el sol vivo que viene a nosotros por la caridad del Padre, que es Padre de misericordia y el Dios de todo consuelo, cuya providencia gobierna todas las cosas y sabe sacar bien de lo que a los hombres les parece ser un mal. Me hiciste entender que de la incredulidad de santo Tomás, tu Iglesia se había afirmado más; porque la Sinagoga que no creyó en ti como Dios, quiso hacerte pasar después de tu muerte, como un hombre mentiroso y pagó falsos testigos que dijeran que tus discípulos te habían robado del sepulcro, haciendo creer al pueblo que no habías resucitado. Pero tu sabiduría que conoce y puede todo, permitió que uno de tus discípulos cayese en la duda de tu resurrección, a fin de que tú mismo vinieses a mostrarle tus llagas, a la vista de las cuales creyó en tu divinidad humanizada y como te creyó Dios y hombre, te confesó su Señor y su Dios. Si no hubieses hecho conocer tu Resurrección a este discípulo que dudó, quizá varios estuvieran hoy con esta duda. En vano se hubieran predicado tus anteriores milagros, que sólo son premisas auténticas de tu Resurrección, como tan bien lo dice el Apóstol san Pablo: Si autem Christus non resurrexit, inanis est ergo praedicatio nostra, inanis est fides vestra (1Co_15_14). Si no resucitó Cristo, vacía es nuestra predicación, vacía también nuestra fe.

            [797] Pero como resucitaste para gloria del Padre y para nuestra salvación, nuestra Religión es reconocida coma verdadera, por la que la caída de santo Tomás fue para nosotros una dicha, a la que me atrevo a llamar: feliz culpa, que nos ocasionó una demostración auténtica de nuestro Redentor; porque ciertamente hubieran podido decir, que te habías aparecido con un cuerpo cicatrizado, que nadie tocó, por tanto eras un fantasma. De esta manera ya nadie puede dudar que no eras un fantasma aparecido a los ojos engañados de los discípulos que eran tan sencillos, y aún la misma prohibición hecha a Ma. Magdalena de que no te tocara, podría haber hecho creer lo mismo.

            Gran santo Tomás, se te pueden aplicar las palabras del Profeta: qui ascendit super occasum laudabile nomen eius (Sal_67_5). Al que cabalga entre las nubes, alabad su nombre. Eres más grande en tu caída que antes de haber caído, porque nos has impedido caer en la duda del más importante misterio del Verbo Encarnado; por lo que nuestra confianza es nuestra verdadera seguridad de que el Primogénito resucitó de entre los muertos: Et omnia in ipso constant. Et ipse est caput corporis Ecclesiae, qui est principium, primogenitus ex mortuis (Col_1_17s). Y todo tiene en él su consistencia. El es también la Cabeza del Cuerpo de la Iglesia: Él es el Principio, el Primogénito de entre los muertos. El que es nuestro Señor y nuestro Dios, Tomás, es aquél a quien tú amabas tanto, pero que no pudiste estar seguro de su Resurrección, sino viéndolo con tus ojos y tocándolo con tus manos, lo crucificaste nuevamente sin causarle sufrimiento y de tal manera te transportaba el amor, que [798] tu corazón no podía fiarse más que de las sentidos, porque tu espíritu estaba confundido en el dolor y era un abismo de incredulidad. No podías llegar al conocimiento de este misterio más que por el abismo del amor, que producía en ti el autor de la fe que nos has trasmitido, como dice el Real Profeta: los juicios de Dios son grandes abismos.

            Tomás, siempre te he considerado como un abismo en el que Dios escondió grandes misterios, nunca he podido estar de acuerdo con los predicadores que se declaran contra ti, cuando el mismo Maestro te reprendió tan suavemente, para enseñarnos que debemos creer sin querer ver, porque él no se manifestaría a los que dudaran de su Resurrección, sobre todo porque su duda no vendría del abismo de amor en que tu pobre corazón estaba sumergido.

            Magdalena no cesó de llorar a la vista de los ángeles, aún cuando éstos le hablaron angelicalmente, y si el Amor no la hubiese llamado por su nombre, habría continuado llorando aunque el Verbo Encarnado le hubiese dicho como los ángeles: Mulier, ¿quid ploras? ¿Quem quaeris? (Jn_20_15). Mujer, ¿por que lloras? ¿A quién buscas?

            Ella te busca, Amor de los amores; ¿Dónde te pusiste tú mismo? ¿Por qué la haces sufrir? Dile una sola palabra por la que pueda conocerte y verás si no te ama más que todas tus creaturas; llámala por su nombre y ella te conocerá por el tuyo, teniéndote a ti, no quiere nada más; así Tomás te quiere ver para [799] poseerte: Abyssus, abyssum invocat, in voce cataractarum tuarum (Sal_41_8). Abismo que llama al abismo, en el fragor de tus cataratas. Hiciste desbordar sobre él tu amor que es un mar cuyas aguas se elevaron sobre su cabeza y sobrenadando en él exclamaba: omnia excelsa tua et fluctus tui super me transierunt (Sal_41_8). Todas tus olas y tus crestas han pasado sobre mí.

            El día de Navidad, así como no se encontró lugar en las hospederías para ti, así también mi alma no halló reposo, invadida totalmente por una gran sequedad hasta después de la Misa de medía noche, en que presentándote su miseria, tuviste piedad de mí y atrayéndome con tus dulzuras me hiciste entender: Domini est terra, et plenitudo ejus; orbis terrarum, et universi qui habitant in eo (Sal_23_1). De Yahveh es la tierra y cuanto hay en ella, el orbe y los que en él habitan.

            Mi bien amada, soy el Señor al que pertenece la redondez de la tierra y toda su plenitud, ¿No crees que mi santa Humanidad es la tierra sublime que encierra toda la plenitud de la divinidad y que encierro todos los tesoros de la ciencia y sabiduría del Padre, al que soy igual y consustancial? Esta Humanidad, sin hacer ninguna rapiña, apoyada sobre mi divino soporte, tiene por comunicación de idiomas las excelencias que sólo pertenecen al Hombre Dios y que se levanta tan alto como el Padre que la engendra, en el esplendor de la santidad. Mientras permanezco en este pesebre estoy al mismo tiempo en los cielos, brillante y resplandeciente.

            [800] Querido Amor, apruebo muy bien lo que dice el Rey Profeta: in terra deserta et invia, et inaquosa, sic in sancto apparui tibi, ut viderent virtutem tuam et gloriam tuam. (Sal_62_2s). Cual tierra seca, agostada sin agua. Como cuando en el santuario te veía, al contemplar tu poder y tu gloria. Mi alma era esta tierra seca y este camino sin agua, la misma esterilidad, que no podía producir ni un buen pensamiento, hasta que tu benignidad se le apareció con una santa alegría manifestándole tu gloria, y como eres el heredero universal del Padre, llevando la palabra de su virtud, me hablaste por ti mismo, tú, por quien el Padre ha hecho los siglos, que eres el esplendor de su gloria, la figura de su sustancia, dígnate comunicarla a mí con las dulzuras de un río impetuoso que regocije tu ciudad de Belén, que es de David tu padre, según la carne, porque eres verdadero Hijo de David y verdadero Hijo de Dios; eres el Hombre-Dios que nació en esta ciudad, la fuente abierta en la que mi alma es lavada de sus iniquidades y vuelta fecunda. Eres mi vida temporal y eterna, mi gracia y mi gloria, mi paz y mi Salvador, nacido en la ciudad de David. La gran alegría que los ángeles anunciaron a los pastores de Judea, es la misma que tú anuncias con tanta alegría, y por tu [801] misericordia poseo la misma dicha que aquellos a quienes el Rey Profeta llama bienaventurados: Beatus populus qui scit jubilationem (Sal_88_16). Dichoso el pueblo que la aclamación conoce.

            Verbo increado y encarnado, mi amor y mi todo, el día de san Juan tu discípulo amado, me hiciste participar del amor que le tuviste cuando eras pasible aquí en la tierra, amor que es la vida eterna anticipada, aunque tú no la comunicas sino pasajeramente a los que estamos en el camino y que podemos decir: eorum Domine, in lumine vultus tui ambulabunt; et in nomine tuo exultabunt tota die; et in justitia tua exaltabuntur. Quoniam gloria virtutis tu es, et in beneplacito tuo exaltabitur cornu nostrum. Quia Domini est assumptio nostra et Sancti Israel regis nostri (Sal_88_16s). A la luz de tu rostro caminan, oh Yahveh; en tu nombre se alegran todo el día, en tu justicia se entusiasman. Pues tú eres el esplendor de su potencia, por tu favor exaltas nuestra frente; sí, Yahveh nuestro escudo; el Santo de Israel es nuestro Rey.

            La luz que me comunicas viene de tu rostro y me hace avanzar en los caminos que tu nombre produce por tu justicia y me llena de alegría. Este sagrado nombre eleva a tus amados porque tú eres su gloria y su virtud, los levantas por ti mismo asociándolos a tu Reino, haciéndolos tu corona como su Rey. Quisiste hacerme todas estas gracias elevándome por encima de las nubes, las que habías escogido para tu trono y en esas nubes hiciste ver a tu esposa, a la que coronaste con una [802] corona de nubes. Al admirar esta maravilla me hiciste entender que mostrabas tu grandeza y tu bondad por la nube. Tu bondad que da las coronas por benignidad y tu grandeza elevando a tus amantes por encima de la tierra, llenándolos de favores cuando a tu amor le place concertar estas riquezas: Rorate caeli, desuper, et nubes pluant justum. Aperiatur terra, et germinet salvatorem (Is_45_8). Destilad, cielos, com rocío de lo alto, derramad, nubes, la victoria. Ábrase la tierra y produzca salvación.

            El día del santo real profeta David, cuando te daba gracias por todos los favores que me habías concedido durante el año, tu amorosa Majestad me hizo entender estas palabras: In finem dilexit eos (Jn_13_1). Los amó hasta el extremo. En este día tu amor quiso redoblar en mí sus gracias, elevándome a una sublime claridad y haciéndome ver un cuello del que salían luminosos rayos de luz. Me dijiste que este cuello simbolizaba a tu santa Madre, que es como el cuello que une la Iglesia triunfante donde estás tú, la cabeza, comunicando por ella a todos los bienaventurados ciudadanos celestiales; y que tu benignidad encontraba placer en servirse de mí en la Iglesia militante, por la que me humillé en tu presencia. Inclinándote a mí por bondad, me dijiste que yo era Ruth, la que espigaba detrás de los segadores, a quienes habías mandado que esparcieran las espigas con abundancia por el camino donde tu bondad me hace caminar, a fin de que, sin confusión, [803] me vea enriquecida de los admirables tesoros que por tu voluntad me prodigan.

Capítulo 114 - Regalos que la divina bondad me dio el día de la Circuncisión. Luces Y gracias que recibí el día de Reyes y durante la Octava.

            El día de la Circuncisión de 1652, dispuesta a recibirte como regalo, no fui rechazada, sino que tu bondad me atrajo al pesebre en el que te recibí como mi Señor, mi Dios y mi Todo; después no encontré nada que me pudiera agradar fuera de ti, porque tú eras mi Esposo de sangre, la fuente de la ciudad de David estaba abierta, los pañales que te cubrían estaban manchados por la sangre de la Circuncisión. Ardías en amor por tu esposa, ofrecías tu sangre al Padre, como realización de los días de redención, sin esperar la tarde de la Cena para ser nuestro alimento, y el medía día del Calvario para pagar mi rescate; te ofreciste como esclavo para hacerme libre y para poder ser mi comida y bebida, haciéndote todo esto, que todo puedes [804] ser para mí. No entendí estas palabras: et vestimentum mistum sanguine, erit in combustionem, et cibus ignis. Parvulus enim natus est nobis, et filius datus est nobis, et factus est principatus super humerum ejus; Admirabilis Consiliarius (Is_9_4s). Y el manto rebosado en sangre será para la quema, pasto del fuego. Porque una criatura nos ha nacido, un hijo se nos ha dado. Estará el Señorío sobre su hombro, y su nombre será: Maravilla de Consejero. Deteniéndome en este nombre, mi alma estaba llena de admiración con tu santa Madre y su esposo san José: Et erat Pater eius et mater mirantes (Lc_2_33). Su padre, y su madre estaban admirados.

            Adorándote, Deus fortis, pater futuri saeculi, Princeps pacis (Is_9_5). Dios Fuerte, Padre del siglo futuro Príncipe de Paz, sabías que por tu sangre preciosa pacificarías el cielo con la tierra y comenzaste a repartirla en tu circuncisión, abriendo un camino nuevo en tu carne bajo el velo de la ley. Tú que eres el autor de la luz de la fe, tomaste la marca del pecado sin cometerlo, te hiciste semejante a la carne del pecado, engañando así al demonio que te miraba como sujeto al pecado, pero se equivocó y por eso pudiste decir: el pecado y el príncipe de este mundo han sido vencidos y sólo han encontrado su confusión: Venit enim princeps mundi hujus, et in me non habed quidquam (Jn_14_30), porque llega el Príncipe de este mundo, y en mí no tiene ningún poder. Seré la muerte del pecado y la mordedura del infierno: Ero mors tua. O mors morsus tuus ero, inferne (Os_13_14). ¿Dónde están, muerte, tus pestes? ¿Dónde tu contagio, sheol?

            El día de Reyes, humillándome ante tu majestad, te ofrecí todos los sufrimientos de los santos con los tuyos y todas sus caridades y oraciones con las tuyas; [805] mi alma llena de confianza no podía pensar que fuera arrojada del pesebre, donde las almas, por más temerosas que sean, son atraídas con dulzura. Dicite pusillanimes: Confortamini (Is_35_4). Decid a los de corazón intranquilo: ¡Animo! Tu gracia se muestra ahí a todos los hombres para su salvación; me encuentro rica de tus misericordias que veo por encima de todas tus obras, las que presento al Padre y al Espíritu Santo, al que te ofreces en holocausto, siendo como eres el Cordero inmolado desde el principio del mundo. Te reconozco y te adoro como mi Creador y Salvador, y este Hijo varón, que esta admirable mujer revestida del sol, ha dado a luz en este establo, donde los ángeles te adoran brillando en el cielo: Jacebat in praesepio et fulgebat in caelo. Estaba en el pesebre y resplandecía en el cielo.

            Divino Verbo hecho carne, mi Rey y mi Dios, recibe el holocausto perfecto que tú mismo te ofreces. Salomón dejó satisfecha a la Reina de Sabá de todas las preguntas y enigmas que le propuso, y eso le bastó para admirar al Rey, pero es que ella estaba en las sombras, pero yo estoy en la luz del sol del recién nacido, en donde todo es nuevo, un hombre Dios; una Virgen Madre. Esto no lo vio el rey que dijo que no veía nada nuevo bajo el sol.

            [806] Jeremías algo dijo de esta admirable novedad llamando al pueblo de Israel bajo la figura de una virgen aunque vagabunda: Revertere, Virgo Israel, revertere ad civitates istas. Usquequo deliciis dissolveris, filia vaga? Quia creavit Dominus novum super terram: femina circumdavit virum, haec dicit Dominus exercituum, Deus Israel (Jr_31_21s). Vuelve, virgen de Israel, vuelve a estas ciudades, ¿Hasta cuándo darás rodeos, oh díscola muchacha? Pues ha creado Yahveh una novedad en la tierra. La mujer ronda al varón. Así dice Yahveh, el Dios de Israel.

            Los reyes de hoy son más dichosos que Salomón porque ellos ven a aquél que hace la felicidad de los cielos y de aquellos que lo contemplan. Beati oculi qui vident que vos videtis (Mt_13_16s). Dichosos pues vuestros ojos porque ven lo que pueden ver, lo que varios profetas y reyes desearon ver y no vieron.

            Querido Amor, nosotros no estamos en esta privación porque aunque no te veamos con los ojos de la carne, desde que te ocultaste a tus discípulos, te contemplamos con los ojos del espíritu, a los que la fe te hace visible asegurándonos con tus palabras: Beati qui non viderunt, et crediderunt (Jn_20_29). Dichosos los que no han visto y han creído. Nuestro amor crece y nos hace decir como santo Tomás: Dominus meus et Deus meus (Jn_20_28). Señor mío y Dios mío.

            La Reina de Sabá se asombró al ver la gran sabiduría de Salomón y yo no me extraño al verte a ti que eres [807] más que Salomón, eres el Sol de justicia, el Oriente de lo alto, que has venido a visitarnos por tu gran misericordia.

            Toda la octava me trataste real y divinamente haciendo de mi corazón tu incensario, siendo mi Rey y mi Pontífice, con una gracia tan admirable, que mi pluma no puede describir; mi espíritu la admiraba y la admira todavía; non est sermo in lingua mea (Sal_138_4). No está aún en mi lengua la palabra. Los ángeles y los hombres confesarán que sólo tú eres elocuente y la misma elocuencia. Los escribas y fariseos queriendo adelantar tu muerte, mandaron a unos ministros a interrogarte pero tus palabras los hicieron regresar a decir: No hemos podido capturarlo, sus palabras nos han cautivado: Nunquam sic locutum est homo, sicut (Jn_7_46). Jamás un hombre ha hablado como habla ese hombre.

            La Iglesia, gobernada por el Espíritu Santo que tú con el Padre producen, solemniza tu admirable Bautismo en donde todo es maravilloso, los cielos se abren para dejar ver al Espíritu Santo que en forma de paloma desciende sobre el más hermoso de los hijos de los hombres. Spiritu sancto misse de caelo, in quem desiderant Angeli prospicere (1Pe_1_12). En el Espíritu Santo enviado desde el cielo; mensaje que los ángeles ansían contemplar. Desean ver la plenitud que este Espíritu vierte sobre ti, que eres el Nazareno por excelencia. Descendit super eum omnis; fons spiritus sancti. Descendió sobre él la fuente toda, del Espíritu Santo. Fuente que cubres y llenas embriagando a los espíritus celestiales que te contemplan.

            [808] Arca adorable en este río sagrado, protegida, adornada, coronada, que flota sin hundirse, dí a tu divino Padre: Omnia excelsa tua et fluctus tui super me transierunt (Sal_41_8). Todas tus olas y tus crestas han pasado sobre mí, sin sobrepasarme por su inmensidad, toda esa plenitud divina habita corporalmente en mí. Estas son las complacencias del Padre eterno que dice desde el cielo: Hic est filius meus dilectus, in quo mihi complacui, (Mt_3_17). Este es mi Hijo amado, en quien me complazco. Y el apóstol que vio esto durante su éxtasis, nos dice, hablando de tus grandezas, que son las delicias del Padre: quia in ipso complacuit omem plenitudinem divinitatis habitare corporaliter (Col_1_19). Nequaquam per partes ut in ceteris sancti (Col_2_9). Pues Dios tuvo a bien hacer residir en él toda la plenitud, porque en él reside la plenitud de la divinidad corporalmente, no es en parte como en los otros santos. De la misma manera lo dice san Jerónimo; Tú no recibes en partes estos divinos favores como los santos, el Padre te comunica su plenitud divina; en ti están encerrados todos los tesoros de su ciencia y sabiduría infinitas

Capítulo 115 - Luces que me dio el Espíritu Santo sobre el bautismo de mi Salvador. Bodas de santa Inés. Alegría que recibí el día de la purificación y el día de san Matías. El Sr. de la Piardière tomó el hábito eclesiástico.

            [809] Del cielo abierto la voz del Padre proclamó a la vista de las ángeles y de los hombres, que el Salvador es su Hijo amado, y el Espíritu Santo todo amor se posó con toda su fuerza sobre él. ¿Quién no hubiera pensado que estos prodigios eran para declararlo Rey de cielo tierra y desde ese momento ordenar a los ángeles los hombres, que le rindieran sus homenajes y le adoraran como a su Señor y su Dios? Non enim cogitationes meae cogitationes vestrae: neque viae vestre viae meae, dicit Dominus (Is_55_8). Et statim spiritus expulit eum in desertum. Et erat in deserto quadraginta diebus et quadraginta noctibus: et tentabatur a Satana: eratque cum bestiis (Mc_1_12s). Porque no son mis pensamientos vuestros pensamientos, ni vuestros caminos son mis caminos, oráculo de Yahveh. A continuación, el Espíritu le empuja al desierto y permaneció en el desierto cuarenta días siendo tentado por Satanás. Estaba entre los animales del campo.

            El Espíritu Santo que se posó sobre este santo de Dios, este Nazareno, lo empujó al desierto para ayunar cuarenta días, ser tentado por Satanás y reflexionar en las maravillas pasadas en el Jordán. El Espíritu lo coloca entre las bestias durante 40 días y 40 noches, los ángeles no aparecen sino hasta después de estos ayunos y estas victorias, para ser sus servidores. No se oyen músicas angélicas, no pronuncian palabras, no cantan la gloria como en Belén, aunque pudo haber estado rodeado de bueyes y asnos, no hay pastores en este desierto velando las rebaños para invitarlos a ver este Cordero que es el Buen Pastor. El desierto [810] era el lugar de prueba de la fidelidad del Salvador hacia su Padre; era el lugar donde hacía provisión de armas, para combatir a esos espíritus rebeldes que iba a vencer después de comprobar su fuerza, su astucia y su malicia.

            El desierto es duro, horrible, no hay más que el amor divino para suavizarlo, el amor que este Hijo de oración tenía por la gloria del Padre y por la redención de los hombres, le urgía satisfacer en rigor de justicia, a su justicia ofendida, y para adquirirnos el cielo por esos sufrimientos, aunque a él por esencia le es debida la bienaventuranza.

            Las caricias que el Espíritu Santo me hizo con ocasión del Bautismo del Señor, como en otras ocasiones, tales como los cuarenta días que pasé en el pesebre del establo, las fiestas de santa Inés, la Purificación, santa Águeda, santa Dorotea y de santa Apolonia, fueron demostraciones reales de felicidad y alegría, de manera que por ellas se podía pensar que soy una hija bien amada del Padre que se complace en mí.

            En la fiesta de santa Inés estuve en el festín del Cordero participando de su felicidad, per modum transeuntis; beati qui ad caenam nutiarum Agni, vocati sunt (Ap_19_9). Aunque de modo fugaz; dichosos los invitados al banquete de bodas del Cordero.

            En la purificación desbordé de alegría al ver la luz de los gentiles, y la gloria del pueblo de Israel; me veía cristífera, como nombraba yo a san Ignacio. Al recibirte en el [811] Sacramento del amor te dije con el buen anciano Simeón: Nunc dimitis (Lc_2_29). Ahora ya; Los ojos de mi espíritu te veían mi divino médico. Te ofrecí a ti mismo al Padre, por todo lo que debiera satisfacer y para agradecer los favores que tu santa Madre me hacía; con santa Águeda, desee honrarte y entregarme por Francia, mi patria en la tierra, para allí servirte y sufrir voluntariamente. Te rogué me santificaras lanzándome al fuego de tu amor, imitando a santa Apolonia; vi un río sagrado que salía de su santa boca. Consideré sus dientes rotos y arrancados por la fe viva animada de la caridad. Veía una fuente de sangre que saltaba hasta la vida eterna. Sus dientes de marfil hubieran sido más apropiados para hacerte un trono mejor que el de Salomón, y sus mandíbulas, vencieron más enemigos que las quijadas con las que Sansón desafió a los filisteos, porque las de santa Apolonia aterraron, a los demonios, vencieron a los tiranos y a la sensualidad. Esta fuente que me parecía ígnea, me refrescaba e inflamaba a la vez, y no tenía más sed del agua de la tierra, ardiendo como estaba por el deseo de beber en tus divinos torrentes.

            [812] Me parecía estar en la alegría de mi Señor, aunque hubiese sido poco fiel en su servicio, pero como nos quiere hacer pasar por los sufrimientos y probarnos por las contradicciones, aún de los buenos; él permite, si no lo ordena, que personas que tienen el carácter sacerdotal, elevadas en dignidad, y otras, recomendables por su piedad, se junten para corregir las cosas que consideran dignas de corrección, y pensando agradar al Padre del que no conocen sus designios. Querían abatir y destruir a la que sostienes con tu misericordia, y que has destinado para hacer ver en su bajeza, la altura de tu gloria y tu fuerza en su debilidad; y como ella ha olvidado a su pueblo y la casa de su padre, con todos sus parientes según la carne y la sangre, fue traicionada por las hijas que tu Espíritu le había hecho dar a luz. Lo que ella no quería saber, por algunos indicios que tuvo, fue que vio claramente los ataques que los demonios maquinaban y que casi siempre terminan en tragedias.

            Querido Amor, sorprendieron a Abel y Zacarías entre el templo y el altar, se les quiso sacrificar para impedir que ellos sacrificasen y que no recibiesen diariamente el pan cotidiano; y todo por pensar que ellos no tenían cuidado ni celo por las cosas sagradas; consideraciones piadosas a mi manera de ver, pero severas por las [813] víctimas que inmolaban, de manera que se podía decir: Quoniam propter te mortificabimur tota die aestimati sumus sicut oves occisionis (Rm_8_36), por tu causa somos muertos todo el día: tratados como ovejas destinadas al matadero.

            Al oírte entendí que el tiempo destinado por tu sabiduría se aproximaba y que querías hacer ver que al que habías elegido no lo había sido por él mismo; sed qui vocatur a Deo, tanquam Aaron (Hb_5_4), sino el llamado por Dios, como Aarón; para ofrecer el incienso y el sacrificio, a pesar de las contradicciones de aquellos que no nombro. Te ruego para que san Judas no los considere en su deseo.

            En el día de san Matías cuando el Sr. de la Piardière fue revestido de los hábitos religiosos por Vicente de Paúl, digno fundador de la Misión, piedra fundamental de varios santos sacerdotes que brillan en su Congregación y en varias diócesis. Este día fue tu día, Verbo Encarnado, en el que ordenaste a tus ángeles alegrarse de nuevo al mostrarles la piedra que había sido rechazada por los constructores para hacer ahora tú mismo, y por ti mismo, maravillas. Me hiciste participar en esta alegría, aunque también me destinabas la cruz, haciéndome entender que la suerte de los santos en la luz también era la nuestra y que cumplirías las promesas que me habías hecho, que no me extrañara de todo lo que se diría, [814] que no se realizarían los deseos de los que se confabulaban contra tus designios sobre mí, que sería tu Zorobabel; que el Sr. de la Piardière sería tu sacrificador como Jesús el gran sacerdote hijo de Josédec y la maravilla que él descubrió fue que, cuando estaba en el refectorio de la Misión de san Lázaro, leyeron en la mesa el capítulo de Zacarías que me habías hecho comprender el día de san Joaquín y que ya narré mas arriba.

            Si las personas que hicieron el consejo y elección hubiesen estado en oración por una celosa y común caridad, tu Espíritu de amor hubiera dado a cada una, una lengua de fuego para contar tus maravillas, pero fue todo la contrario y si me atrevo a decir, varias contristaron tu Espíritu que me tenía a mí en la alegría que eres tú, mi amor y mi todo.

            El domingo de los cinco panes de cebada, fui objeto de tus magnificencias, me dijiste que eras el Dios que desbordaba leche deliciosa de su pecho para mí y eras al mismo tiempo mi torre y fortaleza. Cuando estaba en oración y consideraba tu sudor de sangre en el Jardín de los Olivos, entendí que esos arroyos que corrían sobre la tierra eran más deliciosos que la leche; el vino, el néctar y la ambrosía, y que todos tus poros abiertos, eran para mí otras tantas aberturas por donde [815] desbordaban los torrentes de tus delicias, que los recibiera en mi boca con gran deseo.

            Me vi amorosamente movida a decirte: Satis es Domine: es bastante, Señor, muero de tus deleites cuando quisiera morir en desolación para unirme a la que pasaste en el jardín del dolor, en donde fuiste confortado por un ángel. En tu agonía combatiste con la muerte y el infierno; en cambio a mí, me deleitas con la vida y todo el paraíso, ¡Ah, que admirable eres, Jesús! Mortificas y vivificas al mismo tiempo, metes en el infierno y sacas también de él, mi alma está más en ti a quien ama, que en el cuerpo que ella anima; en ti, ella sufre, en mí, tú la alegras.

            El profeta Isaías dijo que habías querido estar preso para ponernos en libertad, y que por tus sufrimientos fuimos curados y salvados, y tu Apóstol nos dijo que te habías hecho pobre para enriquecernos, que eras el Pontífice que quiso tomar nuestras enfermedades y que quisiste ser tentado de todas maneras, excepto de la ignorancia y del pecado, poseyendo la gracia [816] substancial y limpio de pecado por tu santidad esencial, quisiste gustar la muerte a fin de ser la muerte y mordedura del infierno.

            Eres la victoria que ha vencido al mundo, el autor de la fe y caridad que no busca lo que te alegra, y que no es sino para deleitarme que tú te has entristecido. No quiero mis caminos ni mis pensamientos, sino los tuyos que son pensamientos de paz, y en mí serás glorificado cuando no siga mis caminos. Quiero seguir los tuyos siguiendo las huellas de tu propia sangre vertida, no para pedir venganza al Padre como la de Abel, sino misericordia, para purificar nuestra conciencia de todo pecado y para lavar y blanquear el vestido nupcial con el que revistes a tus esposas. Me invitaste a acercarme a ese río precioso con dulces y amorosas palabras, sumergiéndome amorosa y confiadamente para ser ahí revestida de tu propio vestido, a saber, de la púrpura real, diciéndome que era adorno regio, que mis pensamientos, representados por los cabellos, por una penetración mística, debían entrar en tus poros abiertos para tomar lo que está dicho en el Cántico: Caput tuum ut carmelus et comae capitis tui sicut purpura regis [817] vincta canalibus (Ct_7_6). Tu cabeza sobre ti, como el Carmelo, y tu melena, como la púrpura; Un rey en esas trenzas esta preso. Esta fuente de gracia en donde bebí la sangre preciosa a grandes sorbos hasta embriagarme, por tu pura bondad que se complace en sus abundantes comunicaciones repitiendo estas palabras: Quam pulchra es, et quam decora, charissima in deliciis (Ct_7_7); Qué bella eres, que encantadora, oh amor, oh delicias. Hija, el agua y la sangre que he vertido por ti, ¿no te hacen más agradable a mis ojos cuando has sido purificada, adornada y cubierta de esta preciosa sangre? ¿No te ha revestido Jesús, tu Esposo de sangre, con el hábito que tus hijas llevan exteriormente? ¿Es más santo recibirlo de manos visibles porque se ve a los ojos corporales, que el que te doy, invisible a los mortales, pero visto y admirado por los espíritus inmortales? ¿No era acaso Moisés, más agradable a los ojos de la divinidad que lo había revestido de sus propias claridades y cubierto de la nube para esconderlo a los ojos de los hombres, que Aarón consagrado y revestido de los hábitos sacerdotales por Moisés, que no llevaba otro semejante, ni mitra hecha por manos mortales? Pero los rayos de luz de su cara eran más brillantes y augustos. En la presencia de Dios y de los [818] ángeles del Tabernáculo, ¿no era él, el sacerdote que había elegido? No lo reconoció así David cuando dijo: Moisés et Aaron in sacerdotibus ejus (Sal_98_6). Moisés y Aarón entre sus sacerdotes.

            No me fue menos delicioso el domingo de Pasión, pero temí que tus delicias fueran ilusión de aquél que con frecuencia se transfigura en ángel de luz y seguiría en estos temores si no supiera que por tus sufrimientos nos has dado a luz nuestra felicidad y que tu Pasión es para tus amantes un motivo de alegría desde que ya no puedes volver a morir, que tienes el imperio sobre la muerte habiendo hecho morir al pecado y resucitado como Dios para vivir y vivir eternamente. El alma amante y amada de ti, no debe afligirse cuando tú te le presentes como el Cordero inmolado, con las señales y estigmas de tu Pasión, señales de alegría y de triunfo en la gloria, ellas son fuente de alegría a las que el Profeta Evangélico nos invita a acudir con gozo: Haurietis aquas in gaudio de fontibus salvatoris, et dicetis in die illa: confitemini Domino et invocate nomen ejes; notas facite in populis ad inventiones eius, mementote quoniam [819] excelsum est nomen eius. Cantate Domino, quoniam magnifice fecit; annuntiate hoc in universa terra. Exulta et lauda habitatio Sion, quia magnus in medio tui sanctus Israel (Is_12_3s). Sacaréis aguas con gozo de los hontanares de salvación, y diréis aquel día: Dad gracias a Yahveh, aclamad su nombre, divulgad entre los pueblos sus hazañas, pregonad que es sublime su nombre. Cantad a Yahveh, parque ha hecho algo sublime, que es digno de saberse en toda la tierra. Dad gritos de gozo y de júbilo, moradores de Sión, qué grande es en medio de ti el Santo de Israel.

            ¿Qué mortal podría inventar estas maravillas? Y ¿qué alma no hubiera encontrado fortaleza para sufrir las oposiciones que se hacían para impedir que el Sr. de la Piardière recibiese las órdenes sagradas, en especial la del sacerdocio? Estas personas pensaban que yo era la que había hecho que él se decidiera a servirte en tu casa y a ofrecer allí su primer sacrificio, para gloria y santificación de tus esposas, las que estaban abandonadas de aquellos que hubieran podido ayudarlas. Porque aquella a quien habías elegido para fundadora no era según sus gustos, en esto abundan los hombres, y consideraban oportuno rechazarla, cansarla y quitarla, bajo la bella apariencia de la gloria de Dios. Abatiendo, a la que has hecho lo que es, sus deseos parecían tan juiciosos, como sus discursos caritativos para hacer actuar en su favor a los más fervientes prelados, piadosos pastores y aun varios seglares celosos. El predicador del día de la Inmaculada Concepción, para impedir los imaginarios desórdenes que veía  [820] como dije anteriormente, estaba decidido a destruirme, creyéndose capaz de persuadir y hacer cambiar, en especial a la hermana sacristana, a quien hacía visitas secretas en el recibidor, y sin conocer yo sus intenciones, venía todos los días a decirnos Misa y yo le daba 100 escudos por año.

            Querido Amor, mientras esas personas, estimaban proceder con celo santo, continuaban sus actividades en contra mía, por tu parte me acariciabas en mis ejercicios de piedad en este tiempo el más santo del año. Algunas personas piadosas me vinieron a advertir que se había tomado la resolución de negar la última orden al Sr. de la Piardière y para esto se iba a hablar con el Sr. obispo de Periguex, quien le había dado las otras órdenes, para que lo obligara a escoger una parroquia o una casa de los Padres Misioneros y no dedicarse a aquellas de tus hijas para quienes desde hacía varios años lo habías llamado; habiéndomelo dado tú a conocer para que se lo dijese, sin que este conocimiento me hubiera movido a obligarlo. Fue él mismo quien me pidió te suplicara adelantar el tiempo, pero esperé tu hora en esperanza y silencio, y el que espera, no será confundido.

Capítulo 116 - Gracias inefables que recibí el día de san José. El Sr. de la Piardière celebró su primera Misa en nuestra iglesia del barrio de San Germán.

            [821] En la mañana que destinaste, vino tu bondad, me despertó e invitó a una gran alegría por medio de un ángel, que por tres veces, con un tono suave, majestuoso y encantador me dijo: Ecce virgo concipiet et pariet filium (Is_7_14). He aquí que la doncella ha concebido y va a dar a luz un hijo;  palabras que me extrañaron la primera y la segunda vez, temiendo al mal espíritu que quisiera engañarme sirviéndose de las palabras de la Sagrada Escritura, de la que me habías dicho sería la clave para entenderte; a la tercera vez estuve segura que era un buen espíritu el que decía esas maravillosas palabras. Admirando tu bondad por mí y dentro de mí al hacerme madre del nuevo sacerdote que por ti había concebido espiritual y virginalmente, no como la incomparable Virgen te concibió y dio a luz, pero sí de una manera muy espiritual y pura. La pureza que él recibió, fue como un maná escondido que el Apóstol virgen le obtuvo de tu bondad, [822] gozó de esa pureza desde el día de la fiesta de este santo en 1646. A mí me la concediste un día de tu Circuncisión, de una manera que no puedo explicar.

            Elevada luego a una sublime contemplación por tu Espíritu, te dije: Puesto que me aseguras tu gracia; ecce ancilla Domini, fiat mihi secundum Verbum tuum (Lc_1_38). He aquí la esclava del Señor, hágase en mí, según tu palabra. Sí, virginalmente madre de un sacerdote, y tu bondad se dignó hacerme saber que el Sr. de la Piardière, no hubiera sido llamado al sacerdocio, si no hubiese sido mi hijo espiritual y no me hubieras llevado a París a establecer una casa de tu Orden: He aquí la sierva del Señor, que se haga según tu palabra. Gran san José, me hiciste tantos favores en esa primera Misa del que escogió tu día para celebrarla, que son difíciles de contar. La lluvia favoreció mi atención, y me hizo gozar de una paz y alegría que sobrepasó todo otro sentimiento. Invité a toda la corte celestial a descender con su Pontífice y su Rey, que quería estar presente en este altar cuando los labios de este nuevo sacerdote, su boca, su lengua unidos a su intención, produjesen el cuerpo y la sangre adorables.

            [823] Dios mío, mi amor y mi todo, ¿cuál fue la maravilla que arrebató mi espíritu? Tú, mi divino Salvador, presente sobre tu altar. Pedí que todo el cielo con su gloria estuviese en esta capillita: ¡una inmensidad reducida a un punto!; un mar de delicias que detuviste en la presencia de un grano de arena que dijo: Señor: usque huc venies et non procedens amplius et hic confringes tumentes fluctus tuos (Jb_38_11). Llegarás hasta aquí, no mas allá, le dije, aquí se romperá el orgullo de tus olas.

            Oh bondad de mi Dios, me escuchaste para no permitir fuese asediada ni por asalto ni por éxtasis, sino que tu sabiduría dispuso todo suave y fuertemente, de manera que después de la Misa pudiese ir al recibidor. Me consideré alimentada con carnes sagradas por este hijo de Aarón, porque la comunión que había recibido de la mano de nuestro nuevo sacerdote e hijo, era reciente, y bien podías tú conservar en mi pecho este Pan celestial, sin que mi calor natural lo consumiese, así como habías querido guardar en el Arca el maná que se conservaba poco tiempo en el desierto, ya que para ti nada es imposible, gozas de ser la luz del pequeño mundo al que amas, mientras que el día de tu bondad lo alumbre con tus [824] rayos tan ardientes como luminosos. Sé bendito con toda bendición así como eres el Hijo del Dios bendito.

Capítulo 117 - Las grandezas de san Joaquín y de santa Ana, son la gloria del pueblo de Israel después de Jesús y María, y han honrado a Dios de manera eminente.

            Al día siguiente era la fiesta de san Joaquín el bienaventurado padre de tu digna Madre y le rogué que ofreciera al Padre el divino sacrificio del altar, él que había engendrado a su hija con toda la Trinidad presente en ella. San Joaquín con esto te hizo más favores que los que te había hecho Moisés, quien murió lleno de amor, en recompensa de los servicios que te había prestado, a pesar de que lo reprendiste por los dos golpes dados a la piedra, en contra de la orden recibida de sólo hablarle para que diese agua, vio la tierra prometida, pero no entró en ella porque no te glorificó, y estas aguas fueron aguas de contradicción.

            El favor hecho a san Joaquín y a santa Ana, quienes sí te glorificaron, es incomparable. Produjeron el mar de gracias, la tierra bendita, la tierra [825] sublime, la tierra en la que quisiste apoyar tu hipóstasis; tierra prometida por todos los Profetas, tierra sacerdotal exenta de todo tributo, de todo pecado original y actual. San Joaquín y santa Ana fueron elevados por un divino favor, a una suspensión, o maravillosa contemplación, en la que la santísima Trinidad dispuso su unión, que produjo el sagrado cuerpo de María, en el que infundió el alma santa que lo informó, sin que este sagrado cuerpo ni esta bendita alma hubiesen sido sometidos al pecado ni a la corrupción. Ni los demonios ni el pecado se le acercaron: nec dabis sanctum tuum videre corruptionem (Hch_13_35). No permitirás que tu santo experimente la corrupción. Este santo cuerpo es en el que el santo de Dios, el Verbo, se iba a encarnar. Desde el momento en que esta Virgen fue concebida, vivió y marchó por caminos de santidad, fue mar de alegría ante la faz y los ojos de Dios, que la destinaba a ser Reina revestida de todas las virtudes, sentada para siempre a su derecha.

            Tuvo la dicha desde su concepción, de ver la unidad de la esencia y la Trinidad de Personas, lo que me has hecho entender desde la última fiesta de su Inmaculada Concepción, como en su lugar lo explicaré.

            Admirando la grandeza de san Joaquín, mi alma se elevó a una muy alta contemplación diciendo por varias [827] veces: Tu autem in sancto habitas laus Israel (Sal_21_4). Mas tú eres el santo, que moras entre las alabanzas de Israel. Siendo el cuerpo de María, sustancia del cuerpo de san Joaquín su padre, y el Verbo Encarnado sustancia del cuerpo de María, su verdadera Madre; san Joaquín habita en la fuente de santidad, en el seno del Padre, en Jesucristo, y esta habitación es divina, es la alabanza de Israel y la grandeza de su gloria, lo mismo afirmo de santa Ana, el uno y la otra, honran a Dios en su propia sustancia, cumpliendo perfectamente el consejo del Espíritu Santo escrito en los Proverbios: Honora Dominum de tua substantia (Pr_3_9). Honra a Yahveh con tus riquezas. La santísima Virgen honra a Dios más que todas las creaturas juntas, y san Joaquín y santa Ana, dando a Dios todo lo que tenían, dándose a sí mismos. Todo se ofrecía a Dios, los presentes y ofrendas dadas al Templo, las limosnas hechas a los pobres y la tierra de donde obtenían sus alimentos y donde vivían con su familia.

            Fueron el templo de Dios, los pobres de espíritu por excelencia. Jesucristo, el pobre por antonomasia es el nieto que su hija concibió, llevó, dio a luz y alimentó. Él dijo que María, la hermana de Lázaro, hizo una buena obra al prevenir su sepultura, y que en el mundo no faltarían pobres ni pobreza, pero que él no estaría siempre en la tierra porque se iría al cielo, y aunque estas palabras no se dirigen directamente a san Joaquín ni a santa Ana, tienen parte, porque él [829] siempre está en ellos y ellos en él, es su templo, su pobre, su muy querido y adorable Hijo, y ellos son sus muy queridos padres, por medio de su única hija, María, de la que nació Jesús por obra del Espíritu Santo, tomando de ella la sustancia, que a su vez había recibido de san Joaquín y de santa Ana, para informar un cuerpo al Verbo eterno encarnado en ella.

            Divino Salvador, en qué laberinto me he metido hablando de tu generación humana comenzando por san Joaquín y santa Ana, precisamente para no extraviarme, si la hubiese derivado desde Abraham como san Mateo, Joaquín, que significa Preparación del Señor, con eso hubiera dicho todo, porque esta materia purísima ha sido digna de recibir la forma de Dios, apoyada en su propio soporte en el momento de la Encarnación, y este Hijo se iguala al Padre sin hacerle rapiña, tomando y poseyendo con todo derecho la misma gloria: qui cum in forma qui in forma Dei esset, non rapinam arbitratus est esse se aequalem Deo (Flp_2_6). El cual, siendo de condición divina, no retuvo ávidamente el ser igual a Dios.

            Se anonadó a sí mismo tomando la forma de siervo: in similitudinem hominum factus et habitu inventus ut homo (Flp_2_7). Haciéndose semejante a los hombres y apareciendo en su porte como hombre. Él se asemejó a san Joaquín, muy humilde, de quien la Escritura no nos habla, tanto se había escondido y anonadado [830] igual que su esposa santa Ana, como si no existieran. Gran misterio escondido en Dios por muchos siglos, porque quiso que en los últimos tiempos se declarara a los santos, a fin de anunciar y notificar a los principados y a los poderosos de la tierra y del cielo, las inmensas riquezas de Jesucristo según la carne, según su nacimiento humano, por el cual: Humiliavit semetipsum factus obediens usque ad mortem, mortem autem crucis, propter quod et Deus exaltavit illum et donavit illi nomen, quod est super omne nomen; ut in nomine Jesu omne genu flectatur caelestium terrestrium et infernorum et omnis linqua confiteatur quia Dominus Jesus Christus in gloria est Dei Patris (Flp_2_8s). Se humilló a sí mismo, obedeciendo hasta la muerte y muerte de cruz. Por lo cual Dios lo exaltó y le otorgó el Nombre, que está sobre todo nombre. Para que al nombre de Jesús toda rodilla se doble en los cielos, en la tierra y en los abismos, y toda lengua confiese que Cristo Jesús es Señor para gloria de Dios Padre.

            Dios colocó a san Joaquín y a santa Ana, en tronos elevados al lado de su augusta hija por su humildad y principalmente por lo que son para Jesús y su sma. Madre, san José los honra con un honor para mí inexplicable, haciendo con ellos lo que Ragüel y su mujer recomendaron a su hija Sara: monentes eam honorare soceros (Tb_10_12). Considera que vas al lado de tus suegros. San José, hombre justo, muy humilde, que conocía íntimamente al Verbo Encarnado a quien alimentó y cuidó sobre la tierra, amaba san Joaquín y a santa Ana, como su Hijo los amaba, imitándolo a él y a su esposa, quienes le tenían más respeto y ternura que Salomón a su [831] madre Betsabé.

            ¿Qué petición podía ser rehusada por esta digna Madre de Dios, hija de Joaquín y Ana, que es poderosa intercesora con el Padre, poderosa intercesora con el Hijo y caridad ardiente por el Espíritu santo? La Virgen posee ese amor santísimo al único Dios que se ofrece a sí mismo en el sacrificio del altar, al divino Joaquín. Recordé que hacía algunos años, san Joaquín se me había aparecido llevando o teniendo a Jesucristo en la cruz, a manera como los pintores lo representan con su eterno Padre. Entendí que esta visión era una sencilla representación de la parte que san Joaquín había tenido en ti mi dulce Jesús crucificado, y si hubiera estado en el Calvario, en la muerte de su nieto, habría sido el más afligido de los hombres, presenciando cuando su hija única, tu Madre, recibió en su alma el golpe de la lanza que abrió tu costado. Tú no sentiste ya este dolor porque ya habías muerto, pero ella fue ahí traspasada y san Joaquín hubiese sufrido tu muerte y la suya, la de su hija, a quien sólo el amor hacia vivir después de tu muerte, su vida era un milagro inaudito, hasta san Ignacio dijo algo semejante al referirse a esta Madre de amor que permaneció firme al pie de la Cruz, [832] cuando todas las creaturas se bambolearon y el Padre eterno abandonó a su propio Hijo, quien un poco antes de expirar exhaló una queja, que debió haber conmovido a esta Madre, en la que se obraba milagro tras milagro.

            San Joaquín no hubiera podido sufrir tantas muertes cuando salió del limbo, si su cuerpo no hubiese sido ya glorificado; ver tu cuerpo, oh Jesús, desgarrado, agujeradas tus manos y tus pies, pareciendo un leproso; no obstante, aunque tus dolores no le podían ser sensibles por su estado glorioso, te abrazó con admiración, adoración y ternura y comprendió que tus dolores eran su propia gloria porque eras su nieto.

            Gran santo, perdóname que explique tan obscuramente, lo que me fue mostrado en sublimes y elevados arrobamientos como águila que sube hasta los rayos del sol. Ahora soy la misma águila, pero que ha descendido a donde está el cuerpo que las potencias de las tinieblas han desfigurado y que es un Dios [833] escondido: Non est species ejus neque decor (Is_53_2). No tenía aspecto que pudiésemos estimar. Todos los que le han visto en este estado miserable pueden exclamar: Vidimus eum et non erat aspectus, desideravimus eum despectum et novissimum vivorum, virum dolorum et scientem infirmitatem et quasi absconditus vultus ejus et despectus (Is_53_2s). No tenía apariencia ni presencia; le vimos despreciable y deshecho de hombre, varón de dolores y sabedor de dolencias, como uno ante quien se oculta el rostro, despreciable, y no le tuvimos en cuenta. En este Hijo y en esta Madre, que es tu única hija, has sufrido lo que ninguna creatura, porque Jesús es el sin igual y María la incomparable. Es necesario que recorra la cortina por no poder transcribir al papel, la visión que fue mostrada a mi espíritu aún no despojado de su cuerpo ni con aquella misma luz, si así fuera podría exponer a los espíritus, de la misma manera como los ángeles se comunican entre sí sus conocimientos y sus luces. Ellos admiran la excelencia de san Joaquín que es un gran sacramento por los siglos, escondido en Dios que lo creó, para producir en el tiempo la primera de sus puras creaturas, la Madre del Verbo Encarnado, su Palabra que desde la eternidad es el esplendor de la gloria del Padre por generación eterna, y visto en el tiempo como imagen de su maravillosa Madre, el más hermoso de los hijos de los hombres.

            San Joaquín y santa Ana son el compendio de las maravillas de [834] Dios; en ellos escogió una hija, una madre y una esposa, por la que puedo decir: Dominator Domine ex omni silva terrae et ex cannibus arboribus ejus elegisti vineam unica: et ex omnis terrae orbis elegisti tibi foveam unam, et ex cannibus floribus orbis elegisti lilium unum: et ex omnibus abyssis maris repleti, tibi rivum unum, et ex omnibus aedificatis civitatibus, sanctificasti tibimetipsi Sion, et ex omnibus creatis volatilibus nominaste columbam unam, et ex omnibus plasmatis pecoribus, providisti oves unam. Oh Señor, dominador de todas las selvas, de cuyos árboles escogiste una única viña. De todo el orbe de la tierra escogiste para ti, una cueva, y de todas las flores del universo, elegiste solamente un lirio. De todos los abismos llenos del mar, elegiste un sólo río, y de todas las ciudades edificadas santificaste para ti a Sion. De todas las aves creadas, nombraste solamente una paloma y de todos los ganados, plasmaste y te proveíste, de sólo una oveja.

            Señor, dominador universal de todas las creaturas, escogiste a san Joaquín como a una viña de la que tu Hijo es el fruto, san Joaquín y santa Ana han sido una profunda fosa de cuya hija humildísima nació el que se hizo el último de los hombres y que se anonadó así mismo; y de todas las flores es un lirio; de todos los mares un abismo, un arroyo que has llenado corporalmente de la plenitud de tu divinidad. De María, su hija, has edificado tu ciudad, santificada con la divinidad de tu Hijo que es un Dios contigo y con el Espíritu Santo, quien ha hecho a su única [835] paloma y admirable oveja de la que nació el Cordero que quita los pecados del mundo. Joaquín estaba con sus pastores cuando recibió la buena noticia de haber sido escogido para engendrar a María, y a santa Ana se le dijo que produciría la flor de Jesé, sobre la que se posaría el Espíritu Santo, cuando estaba en el jardín de su casa. Quien tiene a Dios tiene todo; quien dice todo, no exceptúa nada. Todos los otros Patriarcas saludaron y vieron de lejos al Mesías, pero san Joaquín y santa Ana, pusieron en el mundo la carne de su carne, su principio según la naturaleza humana que concibió el Sol Oriente, el Hombre Dios, a ti, mi amor y mi todo, y cuando admiraba las grandezas de este santo manifestadas en las tuyas, escuché estas palabras: Hija, tú participarás de estas maravillas porque eres mi esposa, san Joaquín es tu padre y santa Ana tu madre; adhuc unum modicum est et ego commovebo caelum, et terram, et mare, et aridam, et movebo omnes gentes (Ag_2_7s). Dentro de muy poco tiempo sacudiré yo los cielos y la tierra, el mar y el suelo firme, sacudiré todas las naciones. Y yo, que soy el deseado de todas las naciones, vendré a establecer las casas que te he dicho debo establecer para mi gloria, las haré grandes, espera en mí.

Capítulo 118 - Dios me quería toda para él como a san Benito y me hizo ver el mundo bajo sus pies. Dulzuras que me hizo experimentar el Domingo de Ramos. Excesos de su amor a san Juan en la cena. El Viernes Santo estuve en el Calvario y favores que recibí el día de Pascua.

            [836] El día de san Benito de 1652, hiciste de mi corazón un incensario en el que tú eras el fuego y el incienso y para colmo de maravillas, quisiste ser el Pontífice que incensaba los patios y el Sancta Sanctorum, Santo de los santos; en mi cuerpo y en mi espíritu, de los que hiciste tu templo exterior e interior, tu palacio, tu Louvre, tu ciudad y mundo de los que eras la luz, obrando mientras duraba el día de tus esplendores, enseñándome cómo habías sido el todo para san Benito y que habías puesto el mundo bajo sus pies por el desprecio de todo lo que no fueras tú, me hiciste oír estas palabras: Videntis creatorem angusta est omnis criatura. Par quien ve al creador toda creatura es poca cosa. Y que tuviese en gran estima a este patriarca. Me acordé que en 1617, me hiciste ver como a él, que el mundo y sus vanidades no son nada, que me acogiera a ti [837] que eres inmenso dejándome conducir, recrear y gobernar de ti, como un niño. Te veo mi Dios trino y uno, de una manera sublime e intelectual, que no me extasía sino que fortifica mi cuerpo y levanta mi espíritu.

            El domingo de Ramos viniste a mi lleno de dulzura, como a la hija de Sión para colmarme de tu amor, mientras hacía todo lo posible para tratarte como las dos hermanas en la pequeña Betania de tu monasterio, divino y real Esposo. Desee tener todos los corazones de los hombres llenos del perfume de María tu querida para esparcirlo sobre tu cabeza y pies y romperlo como ella hizo con su vaso de alabastro y que el olor hubiese trascendido a toda la tierra en donde tu Evangelio ha sido, es y será anunciado para tu gloria y la salvación de todos.

            El Jueves Santo me hiciste experimentar el amor infinito con que amas a los tuyos que están en el mundo, recostándome en tu pecho a pesar de estar muy lejos de la perfección de san [838] Juan, de quien me aseguraste ser otro tú, por tu poderosa y admirable transubstanciación, verificando en él estas palabras: Quien come mi carne y bebe mi sangre permanece en mí, y yo en él, asegurándome que habías conservado en san Juan el maná que habías dado a los hombres el día de la Cena; y que este santo era el Arca de la Alianza en donde tú habías puesto el Pan vivo descendido del cielo: Panis enim Dei qui de caelo descendit et dat vitam mundo (Jn_6_33). Porque el pan de Dios es el que baja del cielo y da la vida al mundo; dándole tu propia vida lo cambiaste en ti, lo hiciste hijo de tu propia Madre por la fuerza de tu palabra que es permanente y eterna. Si el maná, que no era más que figura de este pan sobre-substancial, por el poder divino se conservó durante varios años, con mayor razón he querido conservar el verdadero maná desde la tarde en que lo dí a mis Apóstoles.

            El cielo y la tierra se bambolearon y temblaron, pero mi [839] palabra permaneció estable en san Juan, porque mis dones son sin arrepentimiento y no quise que su calor natural consumiese las especies, de la misma manera que el fuego del horno no quemó a los tres hebreos y ni siquiera ennegreció sus vestidos; et odor ignis non transisset per eos (Dn_3_94). Y ni el olor del fuego se les había pegado, porque así lo ordenó mi poder.

            El amor todopoderoso, quiso hacer un milagro en mi discípulo amado, ¿no lo podía hacer? ¿Quién se opondrá a mis voluntades cuando son absolutas? Cuando el Ángel Gabriel anunció a mi Madre la Encarnación, le aseguró esta milagrosa maravilla y la fecundidad de su prima Isabel que era estéril, con estas palabras: Quia non erit impossibile apud Deum omne verbum (Lc_1_37). porque ninguna cosa es imposible para Dios.

            Hija, mis ángeles vieron con asombro lo que hice con este discípulo pudiendo decir ellos en el cielo, lo que la Iglesia dice en la tierra: stupendum supra omnia miraculum, domum trascendens omnem plenitudinem, spiritualis dulcedo in propria fonte degustata. La espiritual dulzura probada en la misma fuente, es sobre todas las cosas un estupendo milagro, don que trasciende toda plenitud. Este amable y muy amado discípulo recibió este don y fue lleno de la divina humanidad; recibiendo en sí la fuente y el manantial de la misma fuente, al recostarse sobre mi pecho [840] recibió la fuerza de este pan y este vino, para mantenerse de pie en el monte Calvario sin temer la muerte que combatía con la vida, muerte que me puso en el número de los suyos porque voluntariamente me había sometido por un tiempo a su imperio, para sujetarla para siempre luego al mío, sabiendo que sería su muerte y la mordedura del infierno: Ero mors tua, o mors. Morsus tuus ero, inferne (Os_13_14). Muerte soy tu muerte, infierno, soy tu destructor. Tu discípulo favorito estuvo siempre en la luz cuando toda la tierra estuvo cubierta de tinieblas, verdadero israelita que gozaba de la claridad, por eso él no habla del eclipse que los otros Evangelistas señalan; et tenebrae factae sunt in universam terram (Lc_23_44). Hubo obscuridad sobre toda la tierra, desde la hora de sexta hasta la hora de nona; Et obscuratus est sol (Lc_23_45). Al eclipsarse el sol. Hice en él el compendio de los milagros de todas las leyes: las de la naturaleza, la escrita y la de gracia. Lo constituí el milagro de amor en la Cena, sobre mi pecho lo consagré más esplendorosamente que Moisés consagró a Aarón, porque yo que soy el Creador, el Redentor, el glorificador y el Dios de cielo y tierra, le serví de ornamento y de alimento y de todo.

            [841] Mi Padre habiendo puesto todas las cosas a mi disposición, yo me puse en la de san Juan, porque el amor que sale del alma que anima, para estar en el alma que ama, me hizo entrar en mi querido discípulo que conservó en él lo que iba yo a dejar y dar para la salvación de los hombres, mi propia vida y mi sangre, se durmió a la manera de los santos en el Sancta Sanctorum. Los ángeles vieron a este gran sacerdote como hostia de amor que mis llamas consumían y conservaban, mi vida y todas mis maravillas permanecían en él. En el Calvario lo declaré hijo de mi Madre después de haberlo constituido mi hermano y como ya te dije, sobre mi pecho lo declaré su hijo.

            Las palabras que dije sobre la Cruz, lo declararon hijo de esta Virgen que me perdía a mí al morir, declarándola su Madre; Cum vidisset ergo Jesus matrem, et discipulum stantem quem diligebat, dicit matri suae: mulier ecce filius tuus. Deinde dicit discipulo: Ecce mater tua (Jn_19_26s). Jesús, viendo a su madre y junto a ella al discípulo a quien amaba, dice a su madre: Mujer, ahí tienes a tu hijo. Luego dice al discípulo: Ahí tienes a tu madre. Yo no dije: te hago, sino: ahí está tu hijo, y a Juan: ahí está tu madre. Todo esto ya estaba hecho por mi palabra la tarde de la Cena.

            Permíteme, Señora, que me dirija a ti y diga, que tu Hijo no te olvidó en su testamento al darse a sus Apóstoles; Samuel reservó el lomo para el Rey que debía [842] consagrar, Jesús permaneció impasible e inmortal haciendo su festín y su testamento de amor, anticipando su muerte física por su muerte mística, por este verdadero sacrificio y verdadero sacramento. Está escondido en san Juan, haciéndole, por su poder, tu verdadero hijo; la hoguera en donde se ha hecho esta identidad ha sido su pecho, su palabra poderosa obró esta maravilla. He ahí a tu hijo, madre milagrosa; he ahí a tu madre, hijo prodigioso, recíbela, es toda tuya; ha llegado la hora de aceptarla. Lo mismo hace ella de ti, con su silencio adorable.

            Después de esta declaración Jesús mi amor, parecía que todo había terminado, pero para cumplir las Escrituras, dijiste que tenías sed y tomaste el vinagre para consumir toda la acidez de los pecados de los hombres, dejándonos en cambio tu dulzura, e inclinando tu cabeza entregaste tu espíritu a tu Iglesia, después de haberlo encomendado a tu Padre.

            Al día siguiente Viernes Santo, me dispuse a morir contigo, mi Esposo y mi Rey, confesando mis pecados ante el cielo y en presencia de la tierra, mi alma fue sumergida en un abismo de dolor y un mar de amargura, lo que extrañó al confesor con el que me confesaba, sorprendido de no haber visto nada semejante. No sé si con su doctrina y elocuencia pudiera él expresar y aclarar este extremo dolor que me hiciste tener por una maravillosa locución, muy dolorosa contrición y un agradable [843] deleite; lo dulce y el amor, la alegría y la tristeza, un momento me perdía en las tinieblas exteriores y otro me encontraba en las luces interiores, dolores de muerte me rodeaban, las penas del infierno me seguían y entraban en mi alma sumergiéndola en el lodo y el fango sin poder encontrar apoyo, por lo que exclamaba: Infixus sum in limo, profundi et non est substantia. Veni in altitudinem maris, et tempestas demersit me. Laboravi clamans, raucae factae sunt fauces meae, defecerunt oculi mei, dum spero in Deum meum (Sal_69_3s). Me hundo en el cieno del abismo, sin poder hacer pie; he llegado hasta el fondo de las aguas, y las olas me anegan. Estoy exhausto de gritar, arden mis fauces, mis ojos se consumen de esperar a mi Dios.

            Mi confesor viendo los diversos estados en que me encontraba y las inauditas mutaciones de mi espíritu, siempre en la inestabilidad de su amor, permanecía en suspenso esperando el final de estos diversos movimientos. Este santo amor me elevaba y abajaba por el peso de su voluntad, parecía querer mostrar delante de él el cielo y la tierra para darse gusto. Daba alas a mi parte superior, que se convertía en águila que contemplaba al sol, si me atrevo a decir así, en su fuente, fija en sus luces se volvía clara, y por reverberación hacía brillar la luz con discursos luminosos declarando los misterios de nuestra fe como si los estuviese leyendo en el libro en donde todo está escrito.

            El Cordero que fue entregado a la muerte abría los sellos y hablaba por mi boca, estaba poseída de Dios que era todo en mí, haciendo aparecer dos opuestos en un mismo sujeto y actuando igualmente al mismo tiempo. Este Cordero por sus siete cuernos vertía en [844] mí los siete dones de su Espíritu de amor y por irradiaciones indecibles me alumbraba siete veces más de lo que hubiera podido brillar el sol en su más fuerte claridad, como si hubiese puesto en mí los siete ojos con los que alumbra toda la tierra. Los santos estaban con El contemplando los prodigios que por pura bondad hacía en mí ofreciendo todos sus méritos para mi santificación.

            Este mansísimo Cordero, tomó de mí todos los pecados del mundo que yo había cargado para presentárselos este Viernes Santo, a fin de que él los hiciese morir una vez más de manera mística. Ordenó a todos los santos que cantasen un cántico mientras él me hacía pasar de la muerte a la vida, haciendo en mí esta maravilla a la que puedo llamar mi Pascua y que era también la suya; Phase id est transitus Domini (Ex_12_11). Es el paso de Yahveh. Su amor lo movió a resucitar en mí, pues por la participación o comunicación de su muerte amorosa, estaba como muerta.

            El día de Pascua, me vi en esta vida, adornada provisionalmente, pues no había llegado a mi termino, iluminada y dando luz a aquellos con quienes hablaba, quienes admiraban la penetración y prontitud por la que expresaba las misterios divinos, y con un cuerpo que no pesaba a mi espíritu y que parecía participar de la impasibilidad y claridad del cuerpo glorioso de mi divino Esposo, al que me veía unida por una maravillosa unión, que se podría decir que era la unidad que él había [845] pedido a su Padre en la oración que hizo en la última Cena, y aunque yo no me viese con la fidelidad que requerían tan prodigiosos favores, no permitió que su indigna esposa, entrase en confusión, moviéndome a recibir toda la parte que el amor me daba de gloria y sin esperar a que fuese despojada de este cuerpo mortal, para verle glorioso tal cual es. Me dijo que era espejo de su claridad, imagen de su bondad y una representación de su candor y que así como él procuró la gloria de su Padre cuando estuvo en el mundo, no buscando la suya, sino la de aquél que la había enviado después de haberlo santificado, que yo tampoco pretendiera la mía, aunque algunos lo pensaran por la sencillez y franqueza con que les hablo.

 Capítulo 119 - Dios me dio a conocer los deseos que tenían algunas personas de privarme de la felicidad que su bondad me había procurado, y me protegió confundiendo a mis enemigos y desbaratando sus decisiones.

            [846] Algunas personas que me visitaron me hicieron saber que se haría un Consejo para confundirme, y tú me diste a entender que no me preocupara porque serías mi abogado para con el Padre; que se trataba de personas llevadas de un celo imaginario por la gloria de Dios y hasta pensando prestarle un servicio. Si me humillan, pensaba, es que no conocen mi voluntad que es la tuya, pero como me aseguraste tu protección, no podía temer a los hombres. Me dijiste: intonuit de caelo Dominus; et altissimus dedit vocem suam (Sa1_17_14). Tronó Yahveh en los cielos, lanzó el Altísimo su voz. Hija, haré que esta decisión no tenga efecto; pasará como lo que se hizo contra David, está tranquila en medio de este ruido, feliz porque eres probada por aquellos que se creen piadosos. El discípulo no es más que el Maestro, si los escribas y fariseos me maltrataron, ¿no debes sufrir paciente y alegremente las amenazas que te hacen? Duerme en las pruebas que mi bondad te ha asignado, no temas, estoy y estaré contigo.

            El 9 o 10 de abril, de 1652 vino a verme mi [847] confesor. Oí que sonaba la campana que anunciaba que se llevaba la comunión a un enfermo, te adoré y le dije a él: Padre, he aquí las visiones de Dios de las que habla el Profeta Ezequiel, y del que habla el Martirologio este día de su fiesta. Es el Verbo, por el que el Padre ha hecho los siglos, el que llevó en sí la palabra del poder divino; es en esa carroza o vehículo maravilloso que la mano de un hombre lleva a la boca de un pobre enfermo, a donde este Dios grande quiere entrar coma carro de gloria, si tiene el alma pura para recibir a este Dios de pureza que se hace el carro y el cochero de aquellos que son verdaderos israelitas, en los que no hay engaño. Su fuerza está en su candor y sencillez, por la que son la morada de Dios que es la luz eterna, luz que elevó mi entendimiento con una elevación tan sublime y que abrazó mi voluntad con una ardiente llama.

            Divino Amor, me acariciaste como a san Juan en la cena, para llevarme después al Calvario y hacerme sufrir por los esfuerzos de aquellos que estaban movidos por los poderes de las tinieblas. Sus poderes duraron varios días; pero lo más pesado fueron tres horas. Me recordaste que te había pedido sufrir el desprecio, el dolor, la pobreza, y que el fervor que tu Espíritu me dio, me movió hasta desear y pedir todos los tormentos como otro san Ignacio, sin tener ciertamente sus virtudes pero confiando [848] en el mismo Dios, que me confortaba.

            Tu bondad me hizo entender que de tal suerte te agradaban mis deseos por complacerte, que si te pedía la mitad de tu Reino, estabas dispuesto a dármelo. Movida por esta amorosa inclinación te dije, que te pedía sufrimientos aquí en la tierra, y me contestaste que precisamente éstos habían sido tu Reino durante tu vida mortal, al final de la cual recibiste sobre tu cabeza la corona que ahora compartías conmigo ya que deseaba la parte que me correspondía.

            Como te agradó esta petición, permitiste que varios me afligieran, entre ellos estuvieron algunas de mis hijas que tuvieron sentimientos que no se pueden excusar, pero no las quiero condenar porque no puedo ser juez en mi propia causa, perdónalas, Señor.

            El 21 de abril de 1652, tercer domingo después de Pascua, hacía mi oración en la mañana cuando oí: La hija de Judá está condenada, te dije: Señor, ¿quién será mi Daniel? y me respondiste: Hija, yo soy. Confiada en tu bondad me fui a confesar y comulgar con una devoción que aumentaste ese día para fortificarme.

            Después de cenar mandé llamar al R.P. Morin del oratorio que viniera a verme, lo que hizo preguntándome por qué lo había llamado en domingo contra mi costumbre. Le dije: Padre, esta mañana en mi oración oí: La hija de [849] Judá está condenada. No sé por quién, pero he sabido que dos personas piadosas se han reunido para hacer que el Sr. de la Piardière abandone el deseo que Dios le ha dado de ayudar a la Orden diciéndonos la santa Misa, e ir a celebrar en otras Iglesias. Han resuelto dirigir sobre mí sus baterías diciendo que el Sr. de la Piardière está demasiado ligado a mi manera de ser y que lo engañaré; no me conocen, soy demasiado franca para engañar a nadie.

            El R.P. Morin no me negó que era un hecho la persecución que contra mí hacía el confesor de la comunidad, que era religioso por profesión y hasta parecía un anacoreta por su silencio afectado en mi presencia para que lo estimara y aceptara. Una de mis hijas que platicaba con él, me decía maravillas, a fin de que no cayese en la cuenta de lo que trataban; no obstante que con el sermón de la Inmaculada Concepción, nos había escandalizado.

            Mientras hablábamos, un caballero me envió, un recado de tres renglones en el que me decía que al pasar por San Sulpicio, se dio cuenta que un párroco de París y dos eclesiásticos acababan de notificar una visita para informarse de mí y me preguntaba si yo la había pedido o quién la había ordenado. No tuve tiempo de contestarle porque el párroco, con los dos eclesiásticos me buscaban en la portería y mientras la portera venía a avisarme, ellos subieron al recibidor. He aquí, dije al P. Morin, la verdad de lo que se me ha dicho esta mañana en mi oración. Los recibí [850] con educación y respeto y oí la notificación de la visita, a la que me sometí acordándome que tú, aunque inocente, habías sufrido los interrogatorios de tus enemigos, sin estar obligado a ello, diciendo al que te juzgó: Non haberes potestatem adversum me ullam, nisi tibi datum esset desuper (Jn_19_11). No tendrías sobre mí ningún poder, si no se te hubiera dado de arriba.

            Divino protector de aquellos a quienes se quiere oprimir, te dije que en tus manos estaba mi suerte y confiaba en ti, que sufriría voluntariamente todos los rigores que permitieras. En mi oración durante dos horas, me hiciste muchas gracias, me abandoné a todas tus voluntades y a sufrirlo todo, sabiendo que esta visita había sido suscitada por envidia, desconocida del R.P. Prior Vicario General. Te contemplaba en tu Pasión esperando que alguna de mis hijas hiciese como san Pedro, también como la que había imitado a Judas, a la que le testimoniaba mas amabilidad desde el comienzo de la cuaresma, viéndola enferma, hidrópica. Desde que escuchó a este padre, estuvo decidida a entregarme a los desprecios, al dolor, a la pobreza. Las que no opinaban coma ella me decían que mi bondad hacia ella era excesiva, no me amaba como debía, a pesar de que no tenía después de ti, mi Señor más que a mí para asistirla. Abandonada de todos la recibí de niña proveyéndola de todo, para después ofenderme tantas veces y corresponderme ahora de esa manera. Recordando que, la boca de oro, dijo que nadie es ofendido más que [851] por sí mismo, procuré no dar ninguna señal de creer lo que se me decía, dándole por el contrario los más señalados empleos del Monasterio, menos el de Asistente.

            No pedí aplazamiento de la visita, por lo que comenzó el martes 23 de abril y en la lectura hecha por la comisión, se decía que debía durar un año como consecuencia de las cosas que estaban ahí escritas, las que me di cuenta eran falsedades de mis enemigos. Me dispuse a recibir a estos visitadores orando con más fervor y asiduidad que de ordinario, tratando de que todo estuviera bien. Debía hablar con todos los que me solicitaban y con todas mis hijas, incluso con aquellas que me habían ofendido. Encontrándome sumamente débil, me acordé que tú prolongaste tu oración en el huerto como dice san Lucas: Et factus in agonía prolixus orabat (Lc_22_44). Y sumido en agonía, insistía más en su oración. Saqué fuerzas de mi debilidad, y no se me apareció el ángel para confortarme, pero sí una ternera que esperaba el golpe de un hombre que no era carnicero, pero mostraba todo el rigor levantando el brazo con el hacha empuñada, con la que parecía iba a quitar la vida a la pobre ternera. No pensando más que en lo que esta visión significaba, oré siempre hasta el momento de vestirme en que te dije: Señor, ¿soy esta ternera que quieren matar? Me ofrezco en sacrificio, [852] pero la visión desapareció sin haber visto su muerte. No la mataron ni la desollaron. No merezco sufrir, y menos morir por ti, mi divino amor.

            Me preparé a recibirte, divino Salvador, eres un Dios escondido para mí. Después de la comunión me dejaste en mis debilidades, terrores y tedio, pero sólo en la parte inferior, porque tomaste tú la parte superior guardándola como el torreón en donde serías alojado para aparecer delante de tus ángeles como mi protector y mi fuerza, aunque escondido para mí a fin de que experimentase lo que el Profeta dijo de ti: Virum dolorem, et scientem infirmitatem; et quasi absconditus vultus ejus et despectus, et percussum a Deo, et humiliatum (Is_53_3s). Varón de dolores y sabedor de dolencias, como uno ante quien se oculta el rostro herido de Dios y humillado.

            En la tarde me hiciste conocer a la que no había querido considerar tal como me la describieron, la abracé con un amor más que maternal dándole todo mi amor y todo mi dolor: Demasiados testigos, le dije, me obligaron a creer lo que había querido evadir, convencida como estoy de que me habéis traicionado, nadie, no obstante, puede impedirme protegeros. No se os impondrá ninguna penitencia. Mi corazón oprimido, lleno de tristeza, se abrió a la compasión y mis lágrimas siguieron su curso para verter mi dolor por mis ojos, consolándose mi corazón con esta lluvia voluntaria. Experimenté las palabras de David: Terra mota est, etenim caeli distillaverunt a facie Dei Sinai, a facie Dei Israel; pluviam volontariam segregabis Deus haereditati tuae: et infirmata est, tu vero perfecisti eam. Animalia tua habitabunt in ea; parasti in dulcedine tua pauperi Deus (Sal_67_9s). La tierra retembló, y hasta los cielos se licuaron ante la faz de Dios; ante la faz de Dios, el Dios de Israel. Tú derramaste, oh Dios, una lluvia de larguezas, a tu heredad extenuada, tú la reanimaste; tu grey halló una morada, aquella que en tu bondad, oh Dios, al desdichado preparabas.

            [853] Los visitadores vinieron, el principal de entre ellos celebró la santa Misa, en la que, como les había indicado a las hermanas, se cantó como en un día de fiesta de los más solemnes. Después comenzaron la visita abriendo el sagrario para ver cómo se te tenía, mi divino Sacramento, mi amor y mi peso. De ahí subieron al recibidor a donde fuiste conmigo y de rodillas pregunté al que presidía cómo quería que me comportase: si por respeto o silencio debía escuchar todo lo que me dijera o si con candor y confianza le debía hablar como a ti, considerándolo como mi juez, aunque por varias razones que sería largo poner aquí, no estaba obligada a ello. El interrogatorio fue mucho más severo que el de una visita ordinaria a una persona obligada por profesión religiosa. Procuré satisfacerlos con una paz que sobrepasaba mi sentimiento natural, paz que estaba en ti, mi Rey Pacífico que me hacías tu Sulamita diciéndome: Revertere, revertere. Sulamitis revertere, revertere ut intueamur te (Ct_7_1). Vuelve, vuelve, Sulamita, vuelve, vuelve que te miremos. Hija mía, los carros de Aminadab te habían turbado tres horas. Nuestras tres divinas Personas te llaman por las tres potencias de tu alma y mi Humanidad por cuatro veces para ver tu interior y tu exterior. Judica me Deus, et dicerne causam meam (Sal_43_1). Hazme justicia oh Dios, y mi causa defiende. Eres mi fuerza, en ti sólo espero, ¿qué podrán hacerme los [854] hombres? Ego autem semper sperabo, et adjiciam super omnem laudem tuam (Sal_70_4). Y yo, esperando sin cesar, más y más te alabaré. Estos Señores se fueron sin haber hablado con ninguna de mis religiosas. Se terminó la visita conmigo. La hija que había estando cegada por el confesor que le decía querer únicamente el bien para todas, reconoció su falta y en voz alta confesó que te había ofendido siguiendo los consejos que el Padre le dio contra mí y el Sr. de la Piardière, consejos que eran contra ti, mi Señor y mi Dios.

Capítulo 120 - La segunda guerra de París nos hizo salir otra vez de nuestro monasterio del barrio de San Germán para ir a la ciudad. Gracias que Dios me comunicó los días de Pentecostés, de la Trinidad, del Santísimo Sacramento, de san Juan Bautista, de Los santos Juan y Pablo y el día de la Visitación,

            El martes después del 7 de mayo fue necesario dejar nuestro Monasterio del barrio de San Germán, a causa de la guerra, ya que estaba demasiado lejos de la ciudad. El Sr. de la Piardière nos [855] recibió en su casa, donde el Sr. Oficial y el Sr. de san Eustaquio nos permitieron tener una capilla para asistir a la Misa, que fue celebrada por el Sr. de la Piardière y en la que comulgamos. Tu bondad me hizo muchos favores que no pongo aquí para no hacer esto mas largo, además, mucho de lo que entonces escribí se encontrará en otros de mis escritos que hice en su casa y fuera de ella.

            El día de Pentecostés, fuiste para mí todo liberalidad; tu Espíritu Santo, siendo para mí  todo fuego y amor, con cuyos ardores asaltaba mi corazón, me causaron asedios amorosos, tanto que mis hijas vieron la necesidad de que hiciera algo para refrescarme. Este Espíritu Santo, llamado fuente viva y fuego de caridad, unción y Espíritu de bondad, fue mi huésped y mi dulce refrigerio en el fuego del amor, y el agua de mis lágrimas parecía inundar mi alma y quemarme sin cesar. Sentimientos diversos de piedad y deseo causaban estos estados a los que me veían; pudiendo decir con san Agustín: Da amantem et sentite quod dico. Da desideratem, da esurientem, da in ista solitudine peregrinantem atque sitientem et fontem aeternae, patriae suspirantem, da talem et scit quid dicam. Dame uno que ame, y comprenderá lo que digo. Dame uno que desee, uno que tenga hambre, dame uno que camine en esta soledad y que tenga sed y que suspire por la fuente de la patria eterna, dame uno así, y entenderá lo que diré (San Agustín).

            El día de la Sma. Trinidad, que es el misterio inefable, del que no tengo palabras para expresar lo [856] que tu adorable Sociedad quiso hacer en mí, exclamé: Dios Trino y uno, no soy digna ni capaz de que tu grandeza venga a mi pequeñez, ¿cómo es que vienes a mí, si el cielo de los cielos no te puede contener y tú te alojas en esta niña? Te vi todo luz y centro de luz que alumbrabas mi pequeño entendimiento, te recibí en mí y me perdí en ti, ¿Es correcto que tu gloria se detenga en mí? Elévame hasta ti. Una pastorcita sufriría una gran confusión si de su pobre albergue, el Rey hiciese su Louvre para alojarse con toda su corte.

            La santa amante viendo a su Rey embriagado con el vino de su amor, del que su garganta y boca estaban rebosantes, exclamó: Ego dilecto meo et ad me conversio eius (Ct_7_11). Yo soy para mi amado, y hacia mí tiende su deseo. Soy toda de mi Amado y le estoy sujeta por deber y por razón; el amor a su Pasión lo hace todo mío, su abatimiento me confunde, ¿qué dirá su Corte al considerar la alianza hecha con su esposa? Dominus est (Jn_21_7). Es el Señor, sí, es el Señor que lo quiere así; Veni, dilecte mi, egrediamur in agrum, commovemur in villis (Ct_7_12). Oh ven amado mío, salgamos al campo, pasaremos la noche en las aldeas. Puesto que tu bondad me ha elevado, ven a esparcir tus gracias abundantes en nuestros espaciosos campos; moremos en la ciudad, estoy arrobada al ver el amor que te transporta, levantémonos de mañana como [857] los astros que te alaban antes que yo existiese, astros que tienen tanta obediencia como firmeza y que están contentos de transportarse a donde tú lo ordenas: Laetatae sunt, et dixerunt: adsumus, et luxerunt ei cum jucunditate, qui fecit illa (Ba_3_34s). Llenos de alegría, los llama y dicen: Aquí estamos, y brillan alegres por su Hacedor.

            Haces en tu sierva todo lo que te agrada, Augustísima Trinidad, gratifícala, gratifícala; el profeta le prohíbe de tu parte, dar su gloria a otros diciéndole: Ne tradas alteri gloriam tuam, et dignitatem tuam genti alienae, (Ba_4_3). No des tu gloria a otro, ni tus privilegios a nación extranjera.

            Sin poder conversar con las creaturas después de haber visto al Creador, repetí varias veces: videntis creatorem angusta est omnis creatura. Par quien ve al creador toda creatura es poca cosa. Tu sabiduría que gobierna todas las cosas, quiso llevarme al altar el día de tu fiesta, Verbo hecho carne; este día, y toda la octava del Santísimo Sacramento me consolaste y dijiste: Hija, pongo en ti la palabra de reconciliación y puesto que casi toda la tierra parece estar en guerra, ruégame por los pecadores. Empezaré a rogar por mi, Dios de misericordia, porque pienso que soy la más pecadora de la tierra, porque si [858] todos los pecadores recibiesen las gracias que tú me das, harían el bien que no hago y no harían el mal que hago, de lo que te pido humildemente perdón.

            Al considerar las gracias tan grandes que me comunicas, tuve un gran deseo de agradecértelas por todo lo que hay en el cielo y en la tierra, y decirte después con el Príncipe de los Apóstoles: Exi a me, quia homo peccator sum Domine (Lc_5_8). Aléjate de mi, Señor, que soy un hombre pecador. Lo diría divino Amor, si no temiera ofender tu bondad, de suyo tan comunicativa, y ofendería su amor por mí y por el que recibo todas las gracias que me hace. Redoblando tus caricias, con gran dulzura me dijiste: Hija, cuando era mortal, admirando la fe del Centurión dije: Non inveni tantam fidem in Israel (Mt_8_10). En Israel no he encontrado en nadie una fe tan grande; hoy te digo que no encuentro confianza semejante a la tuya, y esto me mueve a darte lo que tú ni siquiera piensas pedirme, confiándote del todo en mí para el tiempo y la eternidad, por lo que te digo amorosamente: Confide filia (Mt_9_22). Confía, hija. Hago salir de mí una benevolencia incomprensible para ti. Qui confidunt in Domino, sicut mons Sion: non commovebitur in aeternum (Sal_124_1). Los que confían en Yahveh son como el monte Sion, que es inconmovible, estable para siempre.

            El día de san Juan Bautista, durante la Misa que el Sr. Obispo de Condom celebró en nuestra capilla, me hiciste mil gracias que después conté al Sr. Obispo, junto [859] con las que me hiciste desde principios de junio, en que tu sabia Providencia me lo envió para protegerme de todos aquellos que se habían reunido en el Consejo del que hablé anteriormente.

            Este piadoso prelado, muy celoso de tu gloria, hizo conmigo lo que san Germán, Obispo de Auxerre, con santa Genoveva cuando supo que la envidia y falso celo de algunos, dio lugar a que me trataran sin caridad, aunque ellos pensaban lo contrario. El Sr. obispo de Condom se tomó la molestia de visitarme con frecuencia y escribirme casi todos los días para conocer las gracias que tu bondad se dignaba comunicarme, y para eso quiso ver mi autobiografía que Mons. el Eminentísimo Cardenal de Lyon, me había ordenado escribir, es decir el inventario de todas tus gracias, y así se confirmó más, que eras tú el que me conducías. Se informó también con los R.P. Jesuitas de aquí de París y vio las cartas de los que, de otras Provincias me habían escrito. Visitó al R.P. Juan Bautista Carré, Jacobino, quien me dirigió durante varios años, quien le aseguró que eras tú quien hacías en mí todas estas grandezas, y que no había conocido otra alma tan favorecida con luces tan abundantes, como las que te dignas comunicarme desde mi infancia. [860] Encontró tanta satisfacción en la conversación de este padre, que procura verlo con frecuencia y de tal manera estima las virtudes que tiene, que las publica, y ha hecho retractar a aquellos que con calumnias han tratado de manchar su buen nombre. Realizaste, mi verdadero Oráculo, lo que me dijiste cuando el R. P. Rodolfo estaba en esta ciudad, al mandarme que le dijera que querías fundar un Noviciado general, del que él iba a ser el Prior y que sería el buey que trabajaría mucho, lo que con sencillez dije a dicho padre. Algún tiempo después añadiste, que cuando hubiera trabajado mucho en este Noviciado, sería santificado por sus propios hijos y por otros, que sin haberte consultado, pensarían agradarte. Tus brazos, Señor, son muy grandes para proteger a los que son afligidos sin motivo; y no quiero hablar de su longitud para castigar a aquellos que, no conociéndote, afligen a los que tú quieres proteger.

            Monseñor de Condom, admirado de tus bondades hacia mí, me pidió orara por él, lo que he hecho con un corazón filial, puesto que me lo diste por padre. La devoción que tiene a tu santa Madre, se redobló por su conversación y ha aumentado la mía. El día de los santos Juan y Pablo mártires, me dijiste que [861] a los pies de esta santa Madre, encontraría todas las gracias y favores, que sus ojos eran la piscina milagrosa de gracias y favores en donde los enfermos encuentran su curación, y que cuando el Ángel Gabriel bajó para saludarla diciéndole que estaba llena de gracia y que tú estabas con ella, estas palabras la turbaron: Quae cum audisset, turbata est in sermone ejus et cogitabat qualis esset ista salutatio (Lc_1_29). Ella se turbó con estas palabras y discurría qué significaría aquel saludo. Fue necesario que aquél que la había turbado, le asegurase que tú la habías elegido para ser su Madre, y que era la piscina donde querías entrar para curar el mal que Moisés reconoció cuando enviaste el diluvio a causa de los pecados de los hombres: Videns autem Deus quod multa malitia hominum esset in terra, et cuncta cogitatio cordis intenta esset ad malum omni tempore, poenituit eum quod hominem fecisset in terra, et tactus dolore cordis intrinsecus poenitet enim me fuisse eos (Gn_6_5s). Viendo Yahveh que la maldad del hombre cundía en la tierra, y que todos los pensamientos que ideaba su corazón eran puro mal de continuo, le pesó a Yahveh de haber hecho al hombre en la tierra y se indignó en su corazón: porque me pesa haberlos hecho.

            Querido Amor, este arrepentimiento procedía de tu bondad, que te movió a remediar tú mismo las miserias humanas haciéndote hombre en el seno de esta virgen y tomando nuestras debilidades. En ella te encerraste durante [862] nueve meses y por 30 años te le sometiste; me invitaste a ponerme a sus pies o sea, sometida a su obediencia, de esta manera me ganaría su corazón y sus afectos, ella me diría como tú: Ego diligentes me diligo (Pr_8_17). Yo amo a los que me aman.

            El día de la Visitación me preparaba a solemnizar esta fiesta con las cinco personas que la hicieron con gran alegría en la casa de Zacarías, cuando me quedé muy sorprendida de lo que vi, lo cual me hizo pasar de la alegría a las lágrimas, por una visión intelectual que tuve: vi a la Madre del Amor Hermoso hacer ademán de dejar París, llevándose a su Hijo amado y el mismo Amor. Caí en tierra en nuestra pequeña capilla llorando inconsolable, no tenía palabras para explicar tal desolación, pues ignoraba lo que pasaba en las puertas mismas de san Antonio, en donde se peleaba y mataba con furor. Allí las madres perdían sus hijos, los hijos quedaban huérfanos, las casadas se volvieron viudas no estaban menos desoladas de lo que yo estaba diciéndote: Ah, mi Reina, mi augusta. ¿A dónde llevas a Jesús, mi Dios? si tú con él dejas París estamos perdidos, pero no, eso no la harás, tengo más fuerza y constancia que Miqueas para detenerte con tu Hijo que es mi sumo bien, mi verdadero Dios. No me digas: Quid tibi vis. Cur clamas? (Jc_18_23). ¿Qué te pasa para gritar así? Sabes que no puedo estar ni vivir [863] sin él. Ciertamente es tu Hijo, pero también es mi Esposo, lo veo en tu seno virginal como el unicornio donde lo has detenido, admirabilísima Alma, virgen sin igual. No te ofendas al verme por tierra para atraerlo y detenerlo en el mío, está puesto sobre el altar deseado; con mis lágrimas te detendré a ti con él, quien nunca las despreció cuando vivió con los hombres. Con sus lágrimas, la viuda de Naím, las hermanas de Lázaro hicieron que les devolviera a sus muertos, la una, del ataúd, las otras del sepulcro después de haber estado cuatro días.

            Me hiciste entender que él rechaza los tabernáculos de José y no quiere tampoco los de Efraín. ¿Tantas personas que se multiplicaron como José están clamando a él, tantos pueblos que como Efraín se alimentan del pecho de la paz, serán rechazados por él y por ti? Repulit tabernaculum Joseph, et tribum Ephraim non elegit, sed elegit tribum Juda (Sal_77_67s). Monstra te esse Matrem; sumat per te preces qui pro nobis natus tulit esse tuus (Himno Ave Maris - Stella). Desechó la tienda de José y no eligió a la tribu de Efraín: más eligió a la tribu de Judá. Muestra que eres Madre, escucha nuestras súplicas por el que nació de ti y se nos ha dado. Divina María, acuérdate que soy la hija de Judá, que él libró de los jueces que no podían estar de su parte, y que él fue mi Daniel, el huésped deseado. Yo soy la hija de deseos él y tú, por bondad, escuchareis los deseos de mi corazón para esta ciudad real. No dejaré de rogar a los dos, hasta que no vea a nuestro Rey y a los suyos de [864] regreso en París. Tu bondad enjugó mis lágrimas, asegurándome que tu Madre y tú no dejarían París y estarían conmigo, que no temiese la escasez, que no podían verme en la miseria que otros temían. Mons, el Obispo de Condom me vino a decir: Hija, las Madres Carmelitas me han preguntado si habéis hecho provisión suficiente de trigo para toda vuestra Congregación que es por lo menos de 77 personas. Le contesté que el Sr. de la Piardère me había dicho tanto, que por darle gusto había comprado 2 cargas de trigo a 40 libras la carga y que no pensaba que nuestra Congregación las consumiese en el tiempo de carestía, lo que le extrañó pensando que tal vez no tenía ahorros ni cuidado de proveer a nuestras necesidades. El panadero que tuvimos desde la primera guerra, no dejó nunca que nos faltara pan. Me encomendé a ti, mi Amor y mi Rey sabiendo que nada podía faltarle a la que confiaba plenamente en tu providencia.

Capítulo 121 - El Verbo Encarnado quiso ser mi piedra filosofal. Grandes favores que me hizo los días de santa Magdalena, santa Ana, santa Marta y san Ignacio de Loyola

            Después de comulgar me dijiste: hija, muchos pierden su tiempo, sus bienes y hasta sus almas buscando la piedra filosofal, ¿Y cuántos la han encontrado? ¿Quién la conoce? Señor, de eso yo no sé nada. [865] Hija mía, mi bondad te la ofrece, y tu confianza la ha recibido en tu pecho, soy yo, mi muy querida, yo soy esta piedra porque mis pies están apoyados sobre base de oro y mi cabeza es oro fino que te enriquece espiritual y corporalmente, interior y exteriormente. Los ángeles son como navíos veloces que tienen cuidado de llevarte lo que deseas. Me hablaste otras mil maravillas de tu providencia sobre mí que conté al señor de la Piardière, quien se admiró de no haberte oído decir a mí tan bellas cosas, lamentando no haber traído papel y tinta para escribirlas mientras le hablaba, porque así como un torrente no puede ser detenido, me dijo que no podría decir nada de lo que con tanta elocuencia le había dicho.

            También me dijiste: Hija mía, hoy te he hecho como otro edén, un paraíso, del que soy el árbol plantado en medio de tu corazón; soy yo quien produce esta elocuencia, este río de gracias que riega mi paraíso y que divide las aguas de mi sabiduría en ríos.

            El primero te enriquece con los méritos de mi sagrada Humanidad que es más preciosa que el valor de todos los rubíes, diamantes y perlas de gran precio.

            El segundo te ha purificado en tus confesiones que lavan todas las imperfecciones y pecados que a menudo manchan tu alma obscureciéndola, mis misericordias te rodean y siguen a todas partes, estoy en tu corazón como en el trono de mis gracias, soy tu Dios y tu Rey: qui adimplet quasi [866] Euphrates sensum; qui multiplicat quasi Jordanes in tempore messis, qui mittit disciplinam sicut lucem, et assistens quasi Gehon, in Die vindemiae. (Si_24_36s). El que llena el sentido como el Éufrates, el que multiplica como el Jordán en tiempo de cosecha; quien manda el orden como la luz, asistiendo como Gehón en el día de la vendimia. Estos ríos me favorecen mi divino Amor contra las sensualidades y vanidades, me ayudan a vencer a los asirios y me dan la victoria contra los más poderosos enemigos, como Judit triunfó de Holofernes. Con tu ayuda puedo decir que el Ángel del Gran Consejo no me deja, los frutos que produce en mí, me hace ver que eres este Éufrates que me llena de tu ciencia y que hace admirable a esta pequeña hija que con frecuencia exclama: Mirabilis facta est scientia tua ex me: confortata est, et non potero ad eam (Sal_138_6). Tu ciencia es misteriosa para mí, demasiado alta, no puedo alcanzarla.

            El día de santa Magdalena escuché tu voz: Hija mía, el hombre que deseó tener un punto de apoyo fuera de la tierra, para poder moverla, no obtuvo su deseo; los pensamientos de los hombres con frecuencia son vanos: Dominus scit cogitationes hominum, quoniam vanae sunt (Sal_93_11). Yahveh conoce los pensamientos de los hombres que no son más que un soplo. Más feliz fue María Magdalena al abrazar mis pies glorificados, porque mi Humanidad, apoyada sobre la hipóstasis del Verbo estaba fuera de la tierra por su subsistencia y porque por su amor fue arrebatada a un lugar semejante al desierto, en donde siete veces al día era elevada por espíritus celestes que no tienen cuerpo y que pueden tomar la forma humana para hacer mi voluntad, la cual ejecutan fielmente.

            [867] Hija mía, quita tu afecto a lo que es tierra y estos afectos se volverán celestiales como han sido los de todos los santos, lo que me agrada, porque los míos no fueron otros que el amor al Padre, que me hacía decir a los judíos: ¿Hasta cuándo estaré con vosotros generación incrédula que no ama a mi Padre del cual proviene toda paternidad, despreciando al Hijo que ha venido a salvaros? vuestros afectos son terrestres, por eso Isaías profetizó en nombre de mi Padre: Este pueblo dice con los labios que me ama, pero su corazón está muy lejos de mí; y en otra parte por san Juan: Quis credidit auditui nostro? et brachium Domini cui revelatum est? (Jn_12_38). Quién dio crédito a nuestras palabras? y el brazo del Señor ¿a quién se reveló?

            Magdalena con confianza se puso a mis pies y la defendí de sus enemigos; después la llevé al cielo cerca de mí, su amigo escogido entre mil, blanco de pureza y rojo de caridad, como dice la esposa: Dilectus meus mihi et ego illi (Ct_2_16). Mi amado es para mí y yo soy para mi amado. Continuaste las alabanzas de tus amantes y así me entretuviste varias horas. Al terminar me pediste escribiera una parte de lo que me dijiste, lo que hice después de medio día. El R.P. Carré vino y me lo pidió, le envié una copia y en ella se podrá ver lo que ya no pongo aquí.

            El día de tu abuela santa Ana, me humillaba ante [868] tu Majestad deseando alabarte con todos tus ángeles y santos, cuando ordenaste a tu pequeña hija, evangelizar y anunciar las inexpugnables riquezas escondidas a los siglos en tu divinidad y destinadas para santa Ana, diciéndome que los bienaventurados en el cielo y los hombres en la tierra, rendirían con justicia gran veneración a la digna madre de la tuya, y cómo la recibirías a su entrada en el cielo.

            Me dijiste, divino Amor, maravilla de los méritos y gloria de tu abuela santa Ana, lo que escribí en el mismo día, pero para no ser larga no lo pongo aquí. En la mañana en nuestra capilla, a la hora de la comunión, me dijiste que recibiese de tu bondad, las gracias que tú habrías dado a la Reina si se hubiera encontrado en esta capillita; que la oración que te hacía por esta piadosa Princesa, te agradaba porque ella había ofrecido el Palacio Real para alojar allí a tu adorable Sacramento y a todas tus hijas. Te rogué que en cambio de eso, la alojaras a ella y a sus dos hijos, en tu real y divino corazón.

            En la tarde fui a la casa de los padres Teatinos para adorarte en tu trono de amor y recibir ahí la bendición de la Madre de aquella que te engendró; me recibiste con tanta dulzura como bondad. Tu providencia permitió que me diesen una silla frente a frente de ti que estabas expuesto, pues me encontraba tan débil que no pude estar arrodillada, oí tu voz decirme: Estás entre dos de mis servidores, tus hijos [869] espirituales que están de rodillas y tú sentada, entre los tres forman la flor del lirio, preséntamela y así como los homenajes que la Reina y sus dos hijos me darían si estuvieran en esta Iglesia, lo que hice lo mejor que pude diciéndote: Te los ofrezco mi Señor y mi Dios, no sólo en esta Iglesia, sino en todas las que oro y oraré, bendice a la madre, bendice a los hijos, a estos dos Príncipes que me encomendaste desde antes de nacer en los años 1628 y 1634, poniéndolos sobre mis espaldas como dos ramas con su flor de lirio, para allí llevarlos y ofrecértelos. Tu principado está sobre mis hombros según el Profeta evangélico: Et factus est principatus super humerum ejus (Is_9_5). Estará el poder del Señor sobre sus hombros. El encargo que me has hecho de estos dos Príncipes, sea bendecido con amorosas bendiciones y que participen de tus dones admirables de Consejero de los fuertes, Padre de los siglos futuros y Príncipe de la paz: Da pacem Domini in diebus nostris (Si_50_23). Danos paz, Señor, en nuestros días. La paz que el mundo no nos puede dar, sólo tú, nuestro Emanuel que vive con nosotros, Dios y hombre, que hablas con los hombres con los cuales encuentras tus delicias, cuando los hayas cambiado según tu corazón haciendo todos tu voluntad. Me explicaste el Cap. 21 de los Proverbios, aplicándolo a santa Ana [870] y a san Joaquín. Tu Padre, tú y el Espíritu Santo se habían unido a tu Humanidad de la que no se separaban nunca, y por ti, Hombre Dios, están unidos admirablemente en uno; san Joaquín y sta. Ana tuvieron parte en la economía de tu Encarnación, puesto que eres carne de su carne, y hueso de sus huesos que has tomado de su hija por unión hipostática, oh maravilla, oh milagro de amor hasta ahora nunca oído: Deus homo factus id quod fecit. Dios se hizo hombre, él lo hizo.

            El día de santa Marta me hiciste conocer la estimación que tuviste de estas dos hermanas que eran tus esposas, a las que tenías gran confianza, como Lamec tuvo a sus dos mujeres, y ellas a ti, asegurando que tu presencia no habría permitido a la muerte arrebatar el alma de su hermano Lázaro, tu amigo, al que el Padre ordenó morir para hacer ver su gloria, y la confianza infinita que tenías en él. Te ofreciste a la muerte para recuperar la vida de Lázaro. Su muerte te causó una herida de amor que te hizo sollozar y gemir viendo llorar a María, obligándote a descender en persona al limbo, pero tu alma no fue separada de su soporte divino. El Hombre Dios murió y rescató a todos los hombres. La muerte de Lázaro, fue la muerte de un adolescente que el Hombre Dios resucitó por una amorosa compasión.

            [871] La muerte de Lázaro fue vengada siete veces de una manera admirable; porque Jesús fue la muerte de su muerte y la mordedura de su infierno pues al darle de nuevo la vida le diste los siete dones del Espíritu Santo, por lo que tú vengaste la muerte de Lázaro: septuagies septies (Mt_18_22). Setenta veces siete. Vindicada con horrible venganza. Los que desprecien la sangre del Testamento lo resentirán porque pisan con sus pies esa sangre y desprecian al Hijo de Dios muerto por ellos y caerán en las manos de un Dios vivo. La destrucción de Jerusalén es demasiado poco para el desprecio de una tan preciosa muerte, y puesto que la ofensa es infinita: Justus es, Domini, et rectum iudicium tuum (Sal_118_137). Justo eres tú Yahveh y rectos tus juicios.

            Jesús mi Amor, la muerte de tu amigo Lázaro te hizo estremecer; la nuestra nos aterra, Adán causó la muerte a su descendencia, Lázaro era mortal, por tanto estaba comprendido en el pacto de su padre, pero tú, nuevo Adán, moriste porque quisiste. Ciertamente eres hijo de Adán, pero sin ser pecador, impecable por naturaleza, pero el amor te volvió mortal haciéndote semejante a los que están sujetos a la muerte, siendo libre, la caridad te hizo gustar la muerte para darnos la vida de la gracia y de la gloria.

            El día de san Ignacio de Loyola, Fundador [872] de tu Compañía, me hiciste muchos favores y me diste a conocer muchas de las maravillas que hiciste a este gran santo para tu gloria, la salvación de las almas y su santificación; que en los últimos siglos enseñó a los hombres la meditación por medio de los Ejercicios Espirituales, que las palabras del Introito de su Misa le vienen muy bien: Os justi meditabitur sapientiam (Sal_36_30). La boca del justo susurra sabiduría, y estas otras: Gaudeamus in Domino (Flp_4_4). Alegrémonos en el Señor. Me hiciste conocer que tu fiel servidor y padre de familia había velado con todo cuidado sobre ella, y que a todas horas examinaba sus palabras y acciones para dar cuenta de los bienes y talentos que le habías confiado. A imitación tuya deseaba encender en el fuego de la caridad que más lo abrasó cuando estuvo en Manresa como un querubín a la puerta del paraíso que es tu Sta. Madre, porque fue como un cañón que hizo brecha en el cielo e hizo salir al Padre Eterno que te lo recomendó cuando iba a Roma, como a un generoso capitán que iba a conquistar al mundo a la mayor gloria de la santísima Trinidad. Le hiciste conocer tus bondades de las que te daba gracias al comenzar sus exámenes. Me dijiste de él tantas maravillas que sería imposible ponerlas aquí. El Señor de la Piardière, cuando salí de recibir la santa [873] comunión, comprendió algo de lo que pude contarle, como el haberme asegurado tú que a él y a los suyos les habías dado la verdadera ciencia y que los que les fueran contrarios, serían vencidos y confundidos, ya que su doctrina era verdadera. También me hiciste conocer que N. Padre san Agustín y santo Tomás, estaban en todo de acuerdo con él y que todos estarían más contentos si al recibir las gracias de Dios, las agradecieran en vez de contradecir las verdaderas bondades de tu amor; que yo me dispusiera a recibirlas y dejara a los doctores perderse en sus disputas de las que no se obtenía ningún provecho, si la verdadera caridad no iluminaba a estos doctores que más deberían luchar contra los carros de Aminadab, contra aquellos que se pierden porque están fuera de la Iglesia para recibirlos allí y llevar a ella a aquellos que andan por caminos extraviados, que toman senderos estrechos y no son capaces de llegar a tus verdaderos caminos que son: verdad y misericordia, lo que muy bien dijo el Profeta Real porque los conoció por propia experiencia y te pidió con frecuencia enseñarlos y darlos a conocer.

            La brevedad que deseo guardar no me permite decir todo aquí, cuando el Señor de la Piardière regrese de Tourraine a donde fue a llevar a sus hijos y a ver sus negocios, se verá lo que él escribió si me concedes la gracia de volverlo a ver.

Capítulo 122 - Luces y favores que la divina bondad me comunicó los días de la Transfiguración, de san Lorenzo y de la Asunción triunfal de Nuestra Señora.

            [874] El día de la Transfiguración me diste muestras de tu amor universal y particular, admirable Salvador, elevándome contigo sobre la montaña de pureza en donde me hiciste ver la belleza que arrebata los corazones. Como eres el bien y la belleza por esencia y por excelencia sacias a la esposa, que solo desea tu gloria, por la contemplación del Tabor en donde te place aparecer glorioso y en donde la entretienes con los excesos de tu caridad.

            El día del triunfo del admirable levita san Lorenzo, me hiciste ver lucientes y ardientes claridades. Después de disfrutar de tus divinas delicias me dijiste: Surge velociter (Hch_12_7). Levántate aprisa, ve a recoger las despojos de tus enemigos, las armas y el campo me pertenecen. Me hiciste triunfar de todos mis enemigos visibles e invisibles con prerrogativas que no puedo expresar. ¡A ti sea la gloria de este triunfo y de todos los otros que quieras concederme!

            La víspera de la gloriosa Asunción de tu admirable Madre, Oh amorosa María, me hiciste comprender que tú, Señor, habías [875] bajado ese día a su jardín y el día siguiente la habías elevado al tuyo. La víspera de su muerte le permitiste recoger su mirra y sus hierbas aromáticas mezcladas de alegría y de dolor para hacer con ellas un haz de amor que recordara los sufrimientos y gozos que le habían merecido un precio de gloria infinita. Fueron presentados a la Sma. Trinidad, pesados en el santuario y encontrados de valor inestimable para los ángeles y los hombres, porque tu amor era su peso.

            Moisés murió después de ver la tierra prometida porque te desagradó en el lugar de las aguas de contradicción, pero como tu santa e Inmaculada Madre no tenía falta alguna, recibiste su espíritu con amor y reverencia, como su Hijo y su Dios que eres, uniéndola a ti de una manera divina: Et possidebit Dominus Judam partem suam in terra sanctificata, et eliget adhuc Jerusalem. Sileat omnis caro a facie Domini, quia consurrexit de habitaculo sancto suo (Za_2_16s). Y poseerá Yahvé a Judá, porción suya en la Tierra santa y elegirá de nuevo a Jerusalén. ¡Calle toda carne delante de Yahvé porque él despierta de su santa morada!

            El día de tu Resurrección, divino Sol, esclareció por ti mismo el triunfo de tu augusta Madre que fue tan brillante como nunca se había visto ni se verá en el cielo cosa semejante después del día de tu admirable Ascensión, día de gloria para el Dios Hombre, que estaba en posesión de esta gloria desde antes que el mundo fuera creado. Tu alma bienaventurada, en su parte superior gozó de esta gloria desde el instante de su creación apoyada en [876] tu divina hipóstasis, sorprendiéndome que esta alegría le fuera negada a tu parte inferior y a tu cuerpo santo, a quienes les era debida en razón de la divinidad; pero los privas de ella para mostrar tu amor a los hombres de quienes eres el Pontífice, y para compartir sus enfermedades, te asociaste a sus miserias, excepto la ignorancia y el pecado.

            Te agrada, querido Amor, que te contemple elevando tu arca milagrosa por encima de los ángeles y de los hombres, arca santificada por ti mismo. Me hiciste ver esta maravilla: Un globo brillante de luz, llevado por tres dedos que eran las tres divinas Personas, que daban a este globo glorioso el peso del poder, de la sabiduría y de la bondad, de una manera inefable. También entendí que este globo está lleno de Dios y que esta Virgen era la tierra sublime llena de la gloria de tu Majestad, y que es tu trono elevado ante el que los Serafines cierran sus alas diciendo: Santa es la tierra virgen hija del Padre Todopoderoso, santa es la tierra virgen del sapientísimo Hijo, santa es la tierra virgen Esposa del Espíritu Santo que es [877] todo amor; la cual llevó al Verbo Encarnado y ahora es llevada por él mismo al cielo en un espectáculo admirable de gloria para todos los bienaventurados.

            Oí a tu Padre decir: tierra de pureza, escucha la palabra de Dios; tierra bendita, entra en el Verbo de Dios que entró en ti en cuanto dijiste: Fiat mihi secundum Verbum tuum (Lc_1_38). Hágase en mí según tu palabra. Tierra sacerdotal, entra en la gloria del Verbo para asemejarte a él; y entra a los cielos que el Espíritu Santo orna de sí mismo y que el Verbo consolida: Verbo Domini caeli firmati sunt; et Spiritus oris ejus omnis virtus eorum (Sal_32_6). Por la palabra de Yahvé fueron hechos los cielos, por el soplo de su boca todas sus creaturas.

            Al contemplar a esta Virgen sentada en un trono de luz, mi alma se perdía en sus delicias viendo que los ángeles y los hombres revestidos de gloria, no podían mirar la luz de esta gloria sin ser protegidos por el poder de tu diestra, que disminuía sus rayos para que su esplendor no las cegara. Estos rayos eran semejantes al Sol de Justicia que la reviste de sí mismo; Sol que eres tú, mi divino Oriente, que del seno del Padre viniste a encarnarte en esta Virgen. Pero, ¿tengo libertad para hablar envuelta como estoy en tu ardiente luz, lo que el cielo admira como una zarza sin consumirse? ¿No es esto una maravilla, erizada como estoy de las espinas de mis pecados y miserias? Por pura [878] bondad tuya estoy en estas delicias sin perder mi ser viviente, hablo, y todo permanece en silencio, entro en tus potencias y me invitas a entrar todavía más diciéndome que me siente en este festín de gloria y descanse contigo en el coro virginal.

            En este coro quieres que cante con las Vírgenes el himno debido a tu Majestad. La paz dada a esta Virgen, y por ella, a toda la Corte celestial, hace la unión en la paz, porque ella está en ti, mi Dios y tú en ella, la muestras y la ocultas en tu luz, que es al mismo tiempo tinieblas y claridad juntas. Divina Majestad, perdida en el abismo de tus grandezas, no puedo narrar tus maravillas. Virgen santa, tú estás por encima de todo lo que no es Dios, y además tu hijo, Hombre Dios, está a la diestra del Padre al que es igual porque es el cielo supremo. Toda la octava mi alma fue favorecida por ti, santa Madre y magnífica Reina del Dios humanado.

 Capítulo 123 - El Verbo Encarnado puso en mí un gran deseo de desprenderme de todo lo que no es Dios, su bondad me alojó en su corazón. Gracias que me concedió por intercesión de su santa Madre recomendando la Orden a san Miguel y a sus ángeles.

            [879] El día de la fiesta de san Bartolomé, mi alma sintió grandes deseos de orar para pedir el desprendimiento de todo la que no es Dios. Te adoré como a lo más grande y lo más pequeño. Grande, por tu inmensidad, pequeño, por la sencillez de tu ser sin adición. Eres el centro que está en todas partes y cuya circunferencia no se encuentra en ninguna; eres soberanamente abstracto, habitas en una luz inaccesible a tus creaturas. Te bastas a ti mismo, eres un acto puro más convenientemente alabado por negación que por afirmación.

            Gran Apóstol san Bartolomé, fuiste verdaderamente desprendido, desollado, despojado de tu piel, pero este despojo de tu piel te mereció ser revestido con glorioso y divino vestido de luz.

            En la fiesta de san Luis, Rey de Francia, mi alma se alojó en el hospital de los pobres, que es tu sagrado costado, lugar conveniente para poderte decir: Tibi derelictus est pauper; orphano tu eris [880] adjutor (Sal_10_14). El desvalido se abandona a ti, tú socorres al huérfano. Escuchaste, Dios mío mis deseos y la preparación de mi corazón pudiendo decir con el Rey Profeta: Desiderium pauperum exaudivt Dominus; praeparationem cordis eorum audivit auris tua (Sal_10_17). El deseo de los humildes escuchas tú Yahvé, su corazón confortas, alargas tus oídos. Muchos dirigen los arcos, preparan las flechas para herir en las tinieblas, a aquella que había querido sufrir con un corazón recto par ti y por ellos, sin buscar más que tu gloria y la salvación de todos. Quoniam quae perfecisti destruxerunt; justus autem quid fecit? (Sal_11_4). Si están en ruina los cimientos ¿qué puede hacer el justo?

            Este día regio salió el Sr. de la Piardière de París para ir a la Tourraine, dejándome en su casa con mis hijas, y rogándome no la dejara hasta su regreso para llevarnos él mismo a nuestro monasterio. Su ruego me causó pena pero me consolaste luego, por lo que santa Teresa tenía razón cuando dijo: O padecer o morir, porque tú sabes muy bien consolar a las que se entregan a ti.

            El 27 de agosto, al arrodillarme para adorarte, mi amable Salvador, y ofrecerte la aflicción que tenía por el desprecio de aquellas a quienes amaba en tu amor, me invitaste a descansar bajo el árbol de tu cruz, dándome del fruto de tus trabajos, me pareció tan dulce, que te pude decir: Sub umbra illius quem desideraveram sedi, et fructus ejus dulcis gutturi meo (Ct_2_3). A su deseada sombra estoy sentada y su fruto me es dulce al paladar.

            Querido Amor, tú sabes consolar bien a los corazones afligidos modelándolos deliciosamente para que olviden sus [881] disgustos y no piensen más que en tu amor. Abandonada de todos los que podían consolar mis penas, pero no quitármelas, quisiste tomarlas sobre ti, y como buena nodriza tomaste la medicina amarga y me diste la leche de tu propio pecho haciéndome decir que era mejor que el vino de todas las consolaciones de las creaturas, introduciéndome en tu bodega, en donde tu caridad ordenó a mi alma amar a todos aquellos y aquellas que me afligían rogando por ellas. Me admiró ver que tu bondad enarboló en mi corazón el estandarte de tu puro amor, que pone al alma en lo que ella ama más que en lo que la anima porque la caridad no busca lo que le es agradable, sino lo que te pertenece, a fin de que la esposa sea toda para su Esposo, mi todo y mi más grande gloria.

            Una mañana estando en oración delante de un Ecce Homo, te consideré cubierto de mi confusión y me hiciste oír estas palabras del Profeta Isaías: Non est species ei, neque decor, (Is_53_2). No tenía apariencia ni presencia y el resto del Capítulo hasta: Et nos putavimus eum quasi leprosum, et percussum a Deo, humiliatum (Is_53_4). Nosotros lo tuvimos por azotado, herido de Dios y humillado.

            Hija mía, varias personas creen que no hablo por ti ni que hago ver el poder de mi brazo en tu debilidad. Te ven con ojos que no pueden ver lo que hago en ti; te desprecian diciendo que tú no eres ni seglar ni religiosa, no entienden la manera como me conduzco contigo que veo los sentimientos de tu nada adorándome en espíritu y en verdad. Les das la impresión de estar ciega porque a las jóvenes les das el hábito y las haces religiosas, en tanto que tú no lo tienes, para no someterte a la Orden que has establecido, como si no fuera para cumplir mi voluntad, que te encuentras en este estado.

            [882] Consuélate, hija mía, contemplándome en mis desprecios. Cuando estaba en la cruz decían de mí: A otros ha salvado y él no baja de la cruz; sufría porque me había ofrecido voluntariamente a todo desprecio, tenía sed de los oprobios que mis amados sufrirían, e hice de ellos la oblación al Padre para santificar sus sufrimientos. Ten paciencia y poseerás tu alma unida a la mía.

            El día de la Natividad de tu maravillosa Madre mi alma quiso recibir con todas las creaturas la alegría que su nacimiento causó a todo ser dotado de vida; sólo los demonios y los condenados estuvieron privados de esta alegría. Por orden tuya escribí a Mons. el Obispo de Condom las luces que me comunicaste ¡mi divino Sol! y que no pongo aquí porque ya están escritas en papeles particulares, con otras que tú bondad me ha iluminado.

            El día de la exaltación de tu Cruz triunfal, me ofreciste la sangre preciosa de esta adorable cruz, con la que quitaste toda la amargura que la persecución de varias personas me había causado. Me dijiste que esta sangre pacificaba en mi el cielo y la tierra, que en esta cruz estaba la fuente de Jacob que me dabas gratuitamente, como en otro tiempo Jacob la dio a su hijo José, la fuente y su precio; que tus dones eran sin arrepentimiento y que encontrabas placer en enseñarme que eras el verdadero Mesías, mi amor, mi todo y mi salvación, que en tu cáliz estaba mi tesoro y mi corazón, que te rogase ardientemente por la paz de París, que me habías [883] prometido desde hacía unos días. Continuando en estos amorosos entretenimientos me dijiste: Hija recibe la palabra de la cruz a fin de que ella no perezca; levanta los ojos al cielo al que está elevado sobre este madero del cual viene y vendrá toda dicha: soy el Señor que ha creado el cielo y la tierra. Sube a la palma y toma su fruto, ten confianza en mi santa Madre, no dudes de las promesas que te hizo antes de que salieras de la casa de tu padre. Yo sólo te he hecho y te haré después grandes maravillas. Confide, filia, fides tua te salvam fecit (Mt_9_22). Animo Hija mía, tu fe te ha salvado. Has tocado y tocas todavía la franja de mi vestido; haces bien en ponerte a mis pies de los que sale continuamente una virtud de dulzura para tu consolación porque eres la primera en mi Orden. Por mi consejo te has hecho la última; eres el desprecio del mundo, desprécialo y di con mi Apóstol que el mundo te está crucificado y tú para el mundo. He venido a los míos y los míos no me recibieron; los judíos me rechazaron, pero la Iglesia ruega por ellos el Viernes Santo. Tú ruega por aquellas que te son infieles. Todas las personas que te reciben o recibirán; reciben y recibirán al que te envió. No eres tú, Hija mía, la que recibe el desprecio, soy yo quien lo estima como hecho a mí.

            Rogué a tu bondad por aquellas que no cumplían sus deberes y me hiciste ver un campo sembrado de hierba marchita, doblada ya sobre la tierra y me dijiste como al Profeta Isaías: Grita, hija. Y ¿qué gritaré? Que toda carne es heno. Al mismo tiempo me dijiste que guardabas una flor sobre la que estaba tu Espíritu Santo que la fortificaba y adornaba con sus gracias

            [884] La víspera de san Miguel, estaba en Misa en la iglesia de los R. P. Agustinos descalzos, cuando al recibir la comunión, me elevaste cerca de este Príncipe y de todos tus ángeles diciéndome que estos astros de la mañana, con gran júbilo te alaban por la conversión de nuestro Padre san Agustín, por lo que ellos hacían una gran fiesta. A este gran Príncipe san Miguel y a todos los ángeles, les recomendaste nuestra Orden, pidiéndoles de nuevo que tuviesen gran cuidado de tus hijas varias de las cuales me las mostraste alejadas, como ovejas conducidas por personas severas o mercenarias, por no decir crueles. El campo donde habían sido llevadas tenía un camino estrecho entre dos cercas de espinas, el polvo parecía ahogarlas y se les ponía la hierba en la espalda y no en la boca. Al ver esto mi corazón se llenó de compasión viendo que tratándolas con tanto rigor, parecía que las llevaban al matadero.

 Capítulo 124 - Amable acogida de santa Genoveva en el lugar donde está su sepulcro, Dios me prometió la paz para París. Maravillas de san Francisco. Sufrimientos que tuve el día de san Dionisio y otros varios días.

            El Sr. Obispo de Condom, me mandó decir que el 2 de octubre de 1652, iba a celebrar la Misa que le había pedido en el altar de santa Genoveva, cercano al sepulcro de esta Virgen a la que se le darían [885] gracias por su intercesión en la curación de la Srta. Angélica de Beauvais. En cuanto llegué, esta Virgen, patrona de París, me recibió con dulzura y amistad, diciéndome que la paz de París que le había pedido a nuestro común Esposo, la había concedido y dentro de unos días veríamos su efecto, entreteniéndome con las palabras de santa Águeda a santa Lucía, cuando ella le rogó en su sepulcro.

            Mi alma abismada en un abismo de dulzura, se perdió o salió por un amoroso éxtasis para no ver en esta cueva más que el cielo; si el amor no hubiese ordenado practicar la caridad, mi alma hubiese querido dejar de ser la que animaba, para permanecer en lo que amaba. Pero Mons, de Condom me mandó buscar para llevarme en su carroza a la casa del Sr. de la Piardière en donde por la guerra aún estábamos alojadas.

            Todo este día y el siguiente estuve contigo mi divino Esposo, gozando las delicias de tu paz que sobrepasan todo sentimiento. En la tarde, víspera de san Francisco, mi espíritu fue elevado por los esplendores y abrasado por los ardores que los querubines y serafines habían comunicado a este santo que parecía otro tú mismo y que ha podido decir con san Pablo, que vivía, pero no él sino tú, el que vivías en él. Me lo hiciste ver como un incensario del que se desprendería el incienso ante ti, orando sin cesar. Me mostraste a este gran santo como un templo sagrado [886] como un tabernáculo donde tú estabas con tu Padre y el Espíritu Santo, adorado en espíritu y en verdad, diciéndome: Pídeme la paz para París a fin de que el Rey vuelva ahí. Pídemela con mi seráfico Francisco que es todo amor.

            Al día siguiente continuaste hablándome de las maravillas de este santo, diciéndome: Hija mía, entiende un gran misterio. El Verbo Encarnado, tu amor sobre todos los cielos, parece en este día como el cielo supremo al bienaventurado glorificado con mis llagas resplandecientes como un espectáculo de gloria y Francisco la tiene en proporción. San Francisco está oculto en una cueva con sus llagas, manteniéndose de pie para admiración de aquellos que pueden descender allí. Es una copia sacada de su original que soy yo, y he querido hacerlo mi expresión por una maravilla inefable a los hombres mortales.

            Moisés hizo el tabernáculo que le fue mostrado en la montaña. Francisco fue hecho semejante al original que vio sobre el monte Alvernia como está dicho: Esto que Dios ha unido no puede ser separado por los hombres. Por tanto, la impresión de mis estigmas, impresas en san Francisco, no pueden ser borradas, ni quitadas, ni aún por la muerte que lo destruye todo, parque si yo quiero que este cuerpo santo sea una muestra del mío crucificado, hasta que yo venga, ¿quien me lo puede impedir? Me hiciste entender maravillas de mi seráfico Padre, diciéndome que me habías hecho muchos favores por este santo al que había sido consagrada desde antes de mi nacimiento. Sería demasiado largo escribir aquí esos favores.

            El día del apóstol de Francia, el gran san Dionisio, recibí una carta de una persona en la que me avisaba de la crueldad e inhumanidad con que se trataba a mis pobres ovejas, la visión me había herido pero esta carta me angustió y traspasó de tal suerte, que mi dolor ha llegado al exceso y he vertido un río de lágrimas. Mis [887] sufrimientos han sido inexplicables y lo son todavía porque soy como Raquel, llorando y gritándote sin poderme consolar por las hijas que han muerto y aquellas que languidecen en un lugar alejado no pudiendo irlas a ver y asistir por los impedimentos que me son más crueles y me afligen más que su misma muerte, porque ellas van al cielo a gozar de tu gloria. La comunidad sabe que ellas vienen siempre a decirme adiós, por algunas señales, sea en mi cuarto o fuera de él. Si no hago decir inmediatamente las oraciones que se deben rezar en todos las monasterios, se debe a que tardan en escribir para avisarme de su muerte; dicen que temen darme noticias tristes por varias razones, hasta que se ven obligadas a hacerlo cuando les pregunto, porque creo que alguna ha muerto. Lo que me desagrada es que retengan en el purgatorio a las hermanas privándolas de los sufragios: Misas, comuniones, Oficios, oraciones, etc., que por las Constituciones nuestros monasterios están obligados a ofrecer.

            Los días de san Lucas, san Simón, y Judas, te dije: ¿por qué mi querido Amor, te comunicas conmigo tan indigna de esto, sin ninguna virtud y no a tantas otras que sí las tienen? Me dijiste: En ti, yo quiero misericordia y a otras pido los sacrificios que me han prometido por su provecho temporal y eterno, como hice con Jefté, quien hizo voto de ofrecerme en sacrificio al primer ser viviente que viniera hacia él al regresar a su casa una vez obtenida la victoria: En este caso quise la ejecución de la promesa sin dispensársela como hice con Abraham, no permitiendo la muerte real de su hijo Isaac, al que sacrificó con la voluntad, pues detuve el efecto suspendiendo el brazo y la espada que había levantado para matarlo, prohibiéndole hacerlo y colocando en su lugar un carnero que simbolizó mi muerte futura.

            Querido Amor, te ofrezco a ti mismo al Padre [888] por todo lo que te has dignado dispensar y darme. Par tu divina clemencia, me das gracia por gracia, y me dices que mi confianza la hace avanzar, tanto eres para mí bueno y misericordioso.

            El día de todos Santos quisiste hacerme una gran fiesta y tu santa Madre me hizo favores que te agradaron y que no puedo expresar. Entendí que todos tus santos con ella, estaban cerca de los altares en que estabas presente por la adorable Eucaristía que has instituido para suplir las faltas que los hombres hacen allí mismo, por el desprecio a este adorable sacramento, su impiedad y grandes crímenes y que allí había quién pidiese vengar las ofensas hechas a este Smo. Sacramento. Decirte los sentimientos que estas justas peticiones causaron a mi alma, no es necesario, tú lo sabes querido Amor. Las lágrimas que vertí fueron tan abundantes que pareció que perdería la vista. Estas aguas no extinguieron el fuego de tu cólera el cual se acrecentó, de suerte que me ofrecí en holocausto para ser toda consumida.

            Viéndome en estos ardores insoportables sin tu socorro, me dijiste amorosamente: Pídeme que languidezcas de amor. Obedeciéndote, rogué a todos tus santos te dijeran lo que tu no ignorabas, puesto que me habías mandado ofrecerte mis sufrimientos por aquéllos que redoblaban mi amoroso martirio haciéndome explicar cuan grande era mi llama al hacerles este relato, que me extasiaba a mí misma, para perderme en tus adorables esplendores, y sin ser secretaria de tu Majestad, estaba admirablemente oprimida de tu gloria.

Capítulo 125 - Tuve una visión en la que veía que los bienaventurados entraban a nuestra capillita. El Verbo Encarnado y su santa Madre me enseñaron allí maravillas. Jesús fue el carnero sacrificado al mismo tiempo que el sacrificador. Recibí múltiples gracias.

            [889] El 5 de diciembre de 1652 Mons, el obispo de Condom, me vino a ver como bondadosamente lo hacía con frecuencia. Me platicó que el día anterior varios Obispos habían dicho Misa en la Sorbona, en un funeral por el Cardenal de Richelieu. Le dije que tenía un gran deseo de asistir a una Misa Pontifical; se rió de mi deseo diciéndome que la capilla en donde nos celebraban la Misa era demasiado pequeña, estábamos todavía en la casa del Sr. de la Piardière, cerca de la puerta de Richelieu, en la calle de Vivienne, aún no regresábamos a nuestro monasterio del barrio de San Germán.

            En la tarde, al entrar como de ordinario a esta capillita, donde todos los días se celebraba la Misa me dijiste, mi divino Pontífice, que querías cumplir mi gusto, para no compartir solamente mis necesidades sino también mis deseos. En ese momento vi en espíritu a todos los bienaventurados, quienes llevaban un pozo que colocaron en la capilla: lo veía muy profundo. Me dijeron: Este es el pozo de la Sabiduría, lo miraban con gran atención y sacaban de una manera admirable agua, pero sin que viese emplearan la cuerda que estaba bien acomodada en su polea para descender y tampoco vi cubo.

            Todos los santos sacaban en espíritu la ciencia y la [890] sabiduría sin que de allí disminuyeran. Me hicieron entender que tú habías puesto en mi alma este pozo a pesar de ser tan pequeñita y que hallabas placer en que viesen la maravilla de ciencia que habías puesto en mí, aprendiendo el ejemplo de conformidad que tienen ellos a tus inclinaciones aunque sean habitantes del cielo y tengan que abajarse a la tierra para admirar tus bondades y aprender tus secretos de una pequeña a quien tanto favoreces, diciéndoles aún que en mí estaba su Apocalipsis. Yo quedé arrobada ante los innumerables favores que me hacías. Ven, me dijiste, a ver el sacrificio de amor, de dolor y de fuerza sobre el monte Moria. Ve primero la figura, después te haré ver y gozar de la verdad. Considera a Abraham ofreciendo a Isaac, el brazo levantado para sacrificarlo, y ve también mi amorosa Providencia que la sustituye por un carnero enredado por los cuernos a las espinas que el pecado de Adán produjo.

            Ese carnero, Hija mía, era yo, que me presentaba al Padre Eterno bajo esta figura que hizo cambiar el extremo dolor del corazón de Abraham en una extrema alegría porque sometió los sentimientos paternales a la orden divina, y su entendimiento a la fe.

            Agradó la Divinidad sin que perdiera nada su justicia. Esta necesitaba de mí y de mi Madre para pagar todas las deudas de los hombres, por rigores para ti incomprensibles. Cedí la alegría a Abraham, alegría tan grande, que no ha habido semejante en la tierra antes de mi Resurrección, así como en Isaac le concedió la descendencia. Le di toda bendición y alegría, para mí tomé la cruz, [891] sosteniendo en ella el peso del pecado y de la divina justicia y poniéndome con sumisión voluntaria en las manos de Dios vivo para ser y parecer el Dios muerto en su presencia, y en la de todas las creaturas razonables, no solo en el Calvario, sino hasta el último día, aunque impasible, cuando la señal del Hijo del hombre aparezca en el trono de su Majestad.

            Hija mía, el Carnero era yo. Era yo, hija mía, era yo, mi favorita. Al oír par tercera vez esto, mi alma quiso dejar el cuerpo para entrar en ti, estando como estaba fuera de mí misma, me detuviste diciéndome: Mantente firme para ver a la Virgen de las Vírgenes, a mi santa Madre, que es la sacrificadora que ofrece y sacrifica al Pontífice eterno que es su carne y su sangre, que se presenta y se ofrece para una oblación adorable y verdadera, por miles y miles de mundos haciendo ver que el amor es más fuerte que la muerte.

            Esta admirable sacrificadora permaneció de pie entre el templo y el altar, y como el sacrificio era parte de su sustancia que ofrecía por todos, el sol se cubrió de duelo, la tierra tembló las piedras se hundieron, los sepulcros se abrieron, el velo del Templo se rasgó, toda la naturaleza pareció llegar al término de su destrucción. Esta Madre permaneció firme al lado del altar donde presentaba y sacrificaba su víctima, ofreciéndola como perfecto holocausto al Eterno Padre, pudiéndole decir: Introibo in domum tuam in holocaustis; reddam tibi vota mea quae distinxerunt labia mea; et locutum est os meum, in tribulatione mea (Sal_65_13s). Con holocaustos entraré en tu casa, te cumpliré mis votos, los que pronunciaron mis labios, los que en la angustia pronunció mi boca.

            [892] Te ofrezco todos los sacrificios y holocaustos al ofrecerte mi Hijo en mi dolor. Tú no sufres, Padre santo, la esencia que él recibe de ti es inalterable; es la naturaleza que tiene de mí la que sufre. Todo lo ha cumplido, pero si no estuvieras del todo satisfecho, heme aquí para esperar el golpe de la espada que el Espíritu santo me predijo por boca de Simeón que fue su intérprete. Este Espíritu que le aseguró que vería al Salvador y la vida sobrenatural antes que la muerte natural le cerrase los ojos, que me encontrará firme al pie de la Cruz, altar de mi dolor al que mi Hijo está clavado, para recibir valientemente el golpe de esa lanza que será la espada despiadada que traspasará mi alma, haciendo que sea día para muchos de los que tienen sus pensamientos en tiniebla dentro de sus corazones, que no los podrán ni producir ni explicar con sus suspiros.

            Esta admirable y verdadera amazona llevó la victoria del Dios de los Ejércitos, quien la había entregado al asalto más terrible que jamás había habido en el cielo, en la tierra, en los abismos. Los ángeles lloraron amargamente; los demonios de la guerra fueron allí abatidos con todos sus poderes, los hombres criminales vieron a aquél que habían traspasado sus lanzas, que fueron más crueles que la lanza que atravesó su costado. La Virgen Madre, victoriosa, permanece de pie y ve la consumación del misterio de Dios que estuvo escondido en el sepulcro siendo el verdadero Salvador. Judit victoriosa de un hombre fue admirada de todo su pueblo, pero María es la admiración del mismo Dios, la alegría del Cielo, de la tierra y del limbo.

            Mi espíritu suspendido a la vista de estos espectáculos de amor, había dejado mi cuerpo tan frío, que por largo tiempo no pudo calentarse; esto me produjo una gran inflamación en la rodilla, pareciendo que el hueso estaba partido, y no me curé hasta después de Pascua, aunque se me hicieron varios remedios, el nervio permanecía débil, como contraído, por lo que te decía: Ángel del Gran Consejo, llamándome al duelo del Calvario, me estrujaste un nervio como al luchador a quien pediste permiso de retirarte [893] vencido. Otro día, asistiendo en la capillita a la santa Misa, vi a mi lado derecho la tiara del Papa, haciéndome entender: Hija mía, los que toman a mal que hombres piadosos tomen consejo de una joven, no saben que mi Espíritu que gobierna la Iglesia se sirve de ti para manifestar sus designios, y tú eres hija de la Iglesia; ten cuidado de orar por el Jefe visible de ella a fin de que haga ver mi voluntad a los que ponen dudas que turban las almas, a los que discuten y resisten la gracia. Recibe, Hija mía, gracia por gracia y corresponde a ella con libertad, ve cómo san Pablo exhorta a los cristianos a no recibirla en vano.

            Varios eclesiásticos volvieron a París y entre ellos aquél a quien habías llamado a la dignidad del sacerdocio y enviado a mí, para instruirlo y conducirlo a la perfección de acuerdo con las luces que tu bondad me comunicaba. Un día, uno de estos sacerdotes, le dijo por burla que afortunadamente la Iglesia no había aún caído en manos de mujeres. Tu bondad que se sirve de las cosas débiles, para confundir a los que presumen de sabiduría, permitió que este eclesiástico fuera atacado por una enfermedad que no le permitió ni un momento de lucidez para recibir los Sacramentos, fue necesario atarlo los 4 o 5 días que tuvo de vida y murió en ese estado.

            Otros que pertenecieron al consejo para acabar con tu Orden y poner en confusión a la que tu bondad protege, han demostrado también con su muerte que no hay consejo contra ti, mi Señor y mi Dios, que pueda subsistir. Tres han muerto en lo que va del año, personas que se estimaba podían aún vivir largo tiempo; a otros se les ha obligado a renunciar a sus cargos o dignidades, por la impotencia a que se han visto reducidos.

Capítulo 126 - El Verbo Encarnado y san Juan su favorito me hicieron admirar por un diamante, la Inmaculada Concepción de Nuestra Señora la que se me apareció llevando la Eucaristía en una mano, y en la otra una corona de espinas. Favores que recibí en las fiestas de santa Lucía, santo Tomás, Navidad y santos Inocentes.


            [894] La noche, víspera de la Concepción de tu purísima madre en 1652, vi como un mar en donde había varios barcos, me aproximé a uno que estaba un poco más alejado de los otros y vi sobre la borda a un pescador vestido con una túnica blanca y roja, que sostenía entre los dedos pulgar e índice un diamante sin tallar; en los ángulos se veían llamas pero no salían fuera, parecía que en él se encerraba toda la luz de los astros. El pescador que contemplaba el diamante era san Juan Evangelista quien lo había recibido de un hombre muy amable que estaba al borde del mar que vestía como él túnica blanca y roja.

            Eras tú, mi Amor, que ordenaste a tu discípulo amado me diera ese diamante para que yo lo diera a conocer y lo enseñara a estimar.

            Me extrañé que los hombres que estaban cerca de mí no admiraran ese diamante que tu favorito me había dado. Este discípulo tu favorito, parecía ser otro tú mismo, yo me gozaba de que parecieran uno solo. Me hiciste comprender que siendo tú, hijo de la Virgen quisiste que san Juan también lo fuera porque el amor [895] infinito que le tienes lo ha transformado en ti ya que el amor unifica. Uno y otro me presentaron ese diamante, haciéndome ver, por un favor divino la pureza de tu santísima Madre y su Concepción Inmaculada. Me dijeron que esta Madre Inmaculada era toda bella, resplandeciente y luminosa pero que guardaba sus claridades sin hacerlas ver sino a aquellos a quienes tu bondad y sabiduría concedía ese privilegio, como a san Juan quien tocó y vio al Verbo de vida que esta Virgen encerró en sus entrañas revistiéndose de su purísima sustancia.

            Eres tú, Verbo Encarnado quien llevas la virtud de la Palabra del Padre; eres la figura de su sustancia, la imagen de su bondad, el espejo sin mancha de su Majestad, el esplendor de su gloria que me hace perder en sus claridades y caer con tus tres Apóstoles a la vista de tu candor y decir: Pulchritudinem candoris ejus admirabitur oculus, et super imbrem ejus expavescet cor (Si_43_18). Admira el ojo la belleza de su blancura, y al verla caer se abisma el corazón. Este cuerpo sagrado que tomaste en el seno virginal es más blanco que la nieve, el sol de tu cara, deslumbra la vista y hace desfallecer el corazón. Dichoso desfallecimiento, ahí deseé morir si esto hubiera sido de tu agrado.

            Estando en cama a causa del mal de la rodilla, me excusé por la impotencia para estar de rodillas, pero tú me diste a entender que no me preocupara por la postura, que tu santa Madre estaba sentada cuando el Arcángel Gabriel le anunció tu Encarnación y el descendimiento del [896] Espíritu Santo sobre ella, turbada por estas palabras se hubiera caído por la brillante luz de la que este Espíritu glorioso estaba revestido al anunciar la venida a ella de este Sol de Justicia, la luz de luz que venías a encarnar en ella; todavía, para quitarme todo temor me dijiste que de la misma manera que los Apóstoles en el Cenáculo estuvieron sentados cuando les enviaste el Espíritu de fuego, el viento impetuoso los hubiera tirado, este Espíritu de fuego por el que juzgarán a todos los hombres; que la Virgen de las vírgenes, es el trono de tu Majestad que puede, por la palma de la victoria que ha llevado, juzgar a Israel con más conocimiento y poder que Débora. Este dolor de la rodilla me tuvo en cama por más tiempo que el fervor de mi corazón hubiera deseado. La santísima Virgen se me apareció llevando en una mano la santa Hostia sobre un cáliz y en la otra una corona de espinas que me presentó graciosamente. ¿Quién no hubiese aceptado esta buena gracia, la santa Eucaristía presentada por la llena de gracia? Hubiese sido necesario ser demonio y odiar su bien. Haz querido Amor, que la ame tanto como debe ser amada en el cielo y en la tierra, que la ame con tu mismo amor, que en ella viva y more, que el amor en mí sea más fuerte que la muerte y su celo más duro que el infierno.

            El día de santa Lucía, [897] quisiste hacerme ver a esta virgen y mártir, tu esposa, llena de luz como significa su nombre y adornada para su Esposo, me pareció maravillosamente bella y llena de gracia, su vista consoló mis penas, agradeciéndole el que por varios años el día de su fiesta me hubiera favorecido. Igualmente llevo varios años que la Sma. Virgen el día de su fiesta de la Expectación, me ha hecho favores y así ocurrió esta vez en que continuaste tus gracias para conmigo en este día.

            No queriendo poseer para mí sola la alegría que me comunicabas, movida por tu Espíritu, fui a decir al Abad de San Justo, que muy pronto el Señor de Nay sería Arzobispo de Lyon y que él sería su gran Vicario. Me contestó que sería siempre la admirable, la esposa querida de aquél que es admirable por esencia y por excelencia. De ti me habla en la carta del 2 de enero de 1652, en la que me dice que triunfaré siempre de las contradicciones de mis enemigos.

            La noche de santo Tomás Apóstol, por el que me has dado una gran predilección, el amante que quería morir contigo y que exhortó a los otros Apóstoles para que, de acuerdo con tus deseos, fueran a alegrar a Marta y a María al resucitar a su hermano Lázaro, amigo tuyo, me sucedió una cosa extraña. Me mostraste una flor violeta con [898] la que me recreé aunque parecía estar metida en un cuadro; estaba ahí como en un prado, yo la pude tocar con una varita sin romper el vidrio y saltó a mi boca. La mañana de la fiesta de este santo, era un domingo, día de fiesta y de alegría para mí, en el que de nuevo quisiste decirme que me alegrase, que me recibías con tus santos para que tomara parte en los cánticos del cielo elevándome tu bondad a este grupo, así oí a san Miguel que decía: Quis ut Deus, ¿Quién como Dios? Y al Cantor Real: Rex meus et Deus meus, (Sal_43_5). Rey mío y Dios mío, y a santo Tomás: Dominus meus et Deus meus, (Jn_20_28). Señor mío y Dios mío, y tu muy indigna: Jesus amor meus, Jesús, amor mío. No tengo palabras para expresar las gracias que me hiciste; que por mí te las den todos tus bienaventurados, Jesús mi amor.

            La noche de Navidad me vi obligada a oír cantar Maitines desde la cama por el mal de la rodilla, el dolor desde hacía unos días era mayor que de ordinario, consolándome el saber que sólo una división de madera me separaba de mis hijas que los cantaban. La capilla en donde se celebraba la Misa, estaba [899] completamente llena, así como la sala y el cuarto donde yo estaba cuando fue hora de la Misa. Me consolé pensando que cuantos enfermos no pudieron oír Maitines ni asistir a la Misa como yo lo estaba haciendo, ya que sostenida por algunas de mis hijas pudieron llevarme ahí.

            Tu ordinaria benignidad te inclinó hacia mi, si puedo hablar de esta manera, haciéndome entender que mis penas eran también tuyas, que era como la niña de tus ojos, que los que me resistían, a ti te resistían porque su resistencia era por injusticia, diciéndoles: Discedite a me omnes qui operamini inniquitatem (Sal_6_9). Apartaos de mí todos los malvados, que harías oír la voz de mis quejas y que mis lágrimas te serían presentadas.

            Querido Amor, tú sabes por quién son ofrecidas estas lágrimas. Estoy muy obligada con todos tus ángeles y con todos los santos, uno de ellos con mucha gracia me dijo: Dixit Dominus Domino meo: sede a dextris meis, donec ponam inimicos tuos scabellum pedum tuorum (Sal_110_1). Oráculo de Yahveh a mi Señor: Siéntate a mi diestra, hasta que yo haga de tus enemigos el estrado de tus pies.

            Terminado todo el Salmo me hiciste entender todo lo [900] que querías hacer con mis enemigos, que eran también tuyos, que derribarías a varios y que me levantarías cerca de ti, tú mi Cabeza, pero hasta que hubiese bebido del torrente de contradicciones que permitías para tu gloria y mi provecho.

            En la fiesta de los santos Inocentes me favoreciste con amorosas caricias, haciéndome entender que la muerte cruel de estos niños, los transformó en torres de fortaleza, porque ellos te habían conservado la vida: por ellos venciste a Herodes quien pensó estarías muerto entre ellos; con esta matanza se calmó su rabia y reservó para su fin el castigo merecido por su crueldad y falsedad diciendo a los Magos que te quería ir a adorar cuando ya había resuelto matarte. Inimici Domini mentiti sunt ei, et erit tempus in saecula (Sal_81_16). Los que odian a Yahvé le adularían, y su tiempo estaría para siempre fijado.

Capítulo 127 - El aguinaldo que me dio el Verbo Encarnado. Maravillas que me hizo entender en las octavas de san Juan, de los santos Inocentes, del profeta David y de la Epifanía,

            El día de la Circuncisión de 1653, me dijiste: [901] Hija mía, te doy de aguinaldo toda la Sagrada Escritura; me llamo Jesús Nazareno, y te doy en este día el nombre de nueva Jerusalén. Como ves la primera letra de mi nombre es la misma que la del tuyo y así sucede en la Biblia, la primera y la última letra también son iguales a las de nuestros nombres. El Génesis empieza: In principio, el Apocalipsis termina Veni Domine Jesus, Amen (Ap_22_20). Juan mi favorito también empieza su Evangelio In principio y termina en el Apocalipsis con Jesús Amén. Lo que es de tu esposo, es tuyo también, es tu adorno que hace gozar a los ciudadanos celestes.

            En la octava de san Juan, me invitaste a acercarme a ti para que viera las gracias con que favorecías al discípulo amado reclinándolo sobre tu pecho. Contempla, me dijiste, a este hijo de amor, recostado sobre la fuente de gracias que posee todos los tesoros del cielo y de la tierra, sus afectos están en mi, está en éxtasis elevado hasta aquél que es el cielo supremo, para elevarse no necesita un punto de apoyo fuera de la tierra como lo deseaba aquél sabio que se enorgullecía de mover la tierra entera con una palanca si se le concedía un punto para apoyarla fuera de ella. Este amado mío está en paz mientras todos los demás discípulos se turban, y yo mismo también. El se [902] da cuenta en su arrobamiento y lo dice en su Evangelio: Qui autem me accipit, accipit eum qui me misit, cum haec dixisset Jesus, turbatus est Spiritu (Jn_13_20s). Quien me acoja a mi, acoge a aquél que me ha enviado. Cuando dijo estas palabras, Jesús se turbó en su interior. Hija aunque no hubiese tenido más que a él en la tierra, hubiese venido a lavarle los pies, preparándolo con mi amor para que fuera mi sacramento, permaneciendo en él y él en mí, haciéndolo hijo de mi Madre por mi amorosa y todopoderosa palabra.

            Permíteme preguntar querido Amor, esta pequeña hija tuya, ¿Cómo puede entender lo que dijiste, que de los nacidos de mujer, ninguno había tan grande como Juan Bautista? Hija mía, me dijiste, entiende este secreto, en los días de Juan Bautista dije esas palabras, en razón de su santidad y penitencia; pero el día de mi Cena, día en que actué en que reproduje sacramentalmente mi cuerpo, mi sangre, y mi alma por concomitancia con mi divinidad indivisible, Juan evangelista fue otro yo, recibiendo un divino nacimiento en mi propio seno, un fénix que [902] renacía no de cenizas, sino de mis llamas. Tuvo la gracia de subsistir en el esplendor de la santidad, antes del día de la resurrección de mi cuerpo físico y natural apropiándose en mi resurrección estas palabras del profeta real: Dominus dixit ad me: filius meus es tu, ego hodie genui te (Sal_2_7). El me ha dicho, tú eres mi hijo; yo te he engendrado hoy. El real Profeta las decía de mí, en nombre de mi Padre, y yo se las dije en mi seno a mi amado san Juan; lo engendré antes de mi muerte y de mi resurrección; lo hice sacerdote sirviéndole de mitra y ornamento, sobre el altar de mi pecho lo consagré siendo como soy, el ungüento y la unción, el aceite y la alegría de mi Eterno Padre. La consagración de Aarón no fue más que figura de la mía y de la que hice consagrando a Juan que debía asistir a mi muerte exterior, teniéndola él interiormente por el sacramento de la Eucaristía, que puse en él, arca maravillosa, para admiración de todos los ángeles, mostrándoles que mi sabiduría tiene tanto más cuidado de conservar este Maná divino, que el que ellos tuvieron con el que amasaron y dieron a los israelitas en el desierto que sólo era figura de la Eucaristía. Por mi amor que es más fuerte que la muerte permanecí en Juan después de mi muerte. [902] Mi amor lo mantuvo de pie en el Calvario con nuestra santa Madre; digo nuestra, porque los dos somos sus hijos.

            Ella había dicho al Arcángel Gabriel: Fiat mihi secundum verbum tuum (Lc_1_38). Hágase en mí según tu palabra. Y el Verbo se hizo carne en ella por esta poderosa palabra, Juan fue hecho hijo de Dios y de la Virgen, en el Cenáculo, y declarado tal en el Calvario cuando dije: Mulier ecce filius tuus (Jn_19_26). Mujer ahí tienes a tu Hijo, y a Juan: Ecce Mater tua (Jn_19_27). Ahí tienes a tu Madre. Esto fue lo que los mantuvo firmes al pie de la Cruz, cuando toda la naturaleza se conmovió, las piedras se partieron, los sepulcros se abrieron dejando salir a los muertos, para que asistieran a este espectáculo hasta entonces nunca visto.

            Mi divino Maestro, ¿podría escribir sobre este papel las luces con las que alumbraste mi entendimiento, llamándome por mi nombre para ver a este discípulo amado recostado sobre tu pecho? Yo te dije: Iré para ver esta gran visión que contiene todo bien. Después de esto, todavía me hiciste conocer, como a san Juan, tu generación eterna y mil favores más, [903] diciéndome que querías conociese el amoroso exceso que tuviste al dar la vida por nosotros, ¿Lo puedo decir y vivir después de estas amorosas palabras? Adiós, Hija mía, me dijiste, dejo la tierra y me voy al limbo. Yo perdería la vida y el ser si tú no estuvieses en una y en otro. No puedo expresar las maravillas que conocí, si las pudiera decir no serían inefables.

            El día de la Octava de los santos Inocentes, que en el año 1619 me recibieron como su hermana, quisieron tratarme así nuevamente. Agradó esto a tu Majestad quien me dio a entender que por la debilidad querías hacer ver la fuerza de la gracia, elevando a estos santos Inocentes cerca de tu trono para recompensarles la muerte que habían sufrido al servirte de escudo, torre y fortaleza. Se les atacó pero no te encontraron entre ellos para quitarte la vida, según lo pensó Herodes, quien quedó confundido.

            Me los hiciste admirar como soles, lunas y estrellas cantando el himno de tu gloria. Sus bocas y sus manos están sin macula porque no habían manchado ni sus cuerpos ni sus almas su inocente sencillez confundió la astucia [904] de Herodes, quien masacrando a pequeños inocentes, pensó destruir un Rey, los hizo a todos reyes a un mismo tiempo en lugar de víctimas, reyes que siguen al Cordero a donde quiera que vaya, cantando un cántico que nadie puede cantar mas que los vírgenes como ellos.

            Entendí que hubo gran alegría en el cielo a causa de la gloria de estos niños inocentes. Qué contraste. La Iglesia militante nos muestra a Raquel llorando sin poderse consolar, en cambio, la triunfante canta de júbilo. Me dijiste: Hija mía, aunque la música del cielo sea diferente a la de la tierra, ambas concuerdan por el Espíritu Santo, quien mantiene la medida en una y en otra, la Iglesia militante, está en la tierra, en donde se gime y se llora, en cambio la triunfante, está ya en la gloria, por eso es júbilo y se alegra siempre. Este Espíritu ruega y gime en los corazones de los peregrinos: gemitibus inenarrabilibus (Rm_8_26). Con gemidos inefables, que llenan de alegría al mismo tiempo a los ciudadanos del cielo, quienes están ya, con su glorioso Señor.

            La víspera de la Epifanía pensé en la alegría de David viendo que a su ciudad venían los tres Reyes a adorar como Hijo de Dios y Rey de los Judíos, a su Hijo según la carne, como habla san Pablo: qui predestinatus est filius Dei in virtute secundum Spiritus sanctificationis (Rm_1_4). Constituido Hijo de Dios con poder, según el Espíritu de santidad. [905] Hija mía, admira la bondad del Padre Eterno que te ha dado este mismo Hijo haciéndote su madre, y la Madre de su Orden, pídele todos los días que te bese con el beso de su boca, él lo hace desde hace 33 años por medio de la comunión diaria, abre tu corazón al abrir tu boca y recibe ahí al Verbo lleno de mansedumbre, que puede salvar tu alma. Como madre y esposa del Verbo habla de la gloria del más hermoso de los hijos de los hombres; si los hombres de la tierra te censuran, no temas, tomaré tu causa y la defenderé en presencia de mi Eterno Padre y de sus ángeles. Acuérdate de lo que Pedro y mis otros Apóstoles dijeron a los que les prohibieron hablar de mí y de enseñar en mi nombre: Obedire oportet Deo magis quam hominibus (Hch_5_29). Hay que obedecer a Dios antes que a los hombres. Estando llena del Espíritu Santo que en ti da testimonio y te hace hablar, ¿pueden los hombres imponerte silencio? Los príncipes, los escribas y los fariseos, me dijeron hiciera callar a los niños. Si Eva hubiera hablado en el Paraíso de las maravillas del Dios que la había creado, y hubiera resistido a la serpiente, como Miguel que en el Cielo dijo: ¿Quién como Dios para sobrepasar sus Mandamientos? Eva no hubiese tomado el fruto prohibido ni se lo hubiera presentado a Adán; así ninguno lo habría comido, ni habrían sido heridos por las espinas que este fruto ha producido.

            [906] El día de la Epifanía, estando en el establo, te adoraba sin palabras, viéndote el Verbo mudo y a los Reyes en silencio llenos de admiración; me hiciste ver una esfera y me diste a entender: Hija esta esfera soy yo, los reyes al ver mi humillación en el establo, estaban admirados contemplándome, vieron mi estrella, mis sufrimientos y mi muerte voluntaria; vieron al Sol, al Oriente humillado; vieron esta luna admirable, mi santa Madre, y a la estrella de Jacob, José, hijo de Jacob. La estrella que los condujo no fue más que figura, por eso desapareció al mostrarles el lugar donde estaba el Hijo de Dios y de la Virgen. Estos reyes, lo mismo que mi santa Madre y su casto esposo, quedaron encantados del relato de mi Evangelista: Erat pater ejus et mater mirantes (Lc_2_33). Su padre y su madre estaban admirados. Después de adorarme y ofrecido sus dones, salieron del establo y por mandato de un ángel, tomaron otro camino, conservando y reflexionando en sus corazones las maravillas que habían visto y adorado, hasta que más tarde mi Apóstol santo Tomás, les habló de las maravillas de mi vida, la muerte cruel que los judíos me hicieron sufrir, asegurándoles mi resurrección y mi gloria, y como ellos habían sido testigos segurísimos porque habían visto mis llagas gloriosas, los instruyó, bautizó y asoció con él para predicar mi Evangelio.

            Estaba en la capilla para asistir a la santa Misa y [907] comulgar cuando mi espíritu se abismó en una indecible confusión después de haberte recibido en tu sacramento; al retirarme del comulgatorio, a un rincón detrás de la puerta de la capilla en donde estaban todas las religiosas, mis hijas, quienes con un cirio encendido renovaban sus votos en presencia de la santa Hostia que el sacerdote les daba en comunión, al ver y oír todo eso me confundí todavía más diciéndote: Señor, he elegido ser la última, la sierva, la cocinera, la más despreciable en tu casa y estos oficios bajos de tu casa, me agradan más que un reino y que todas las coronas, por imitarte. Beso en espíritu los pies de tus esposas, y al ver que una de ellas tenía los suyos a la entrada de la puerta, creyéndola ocupada en la acción que estaba haciendo, levanté su manto por detrás sin que lo notara y se los besé con todo respeto escondiéndome y postrándome detrás de la puerta. Continué en los sentimientos de mi nada y en los actos que tu misericordia, me hacía hacer al verme privada de hacer los votos solemnes de pobreza y obediencia, conformándome [908] con darte gusto para estar tanto tiempo como tu Espíritu lo juzgara a propósito, sabiendo que él inspira lo que quiere a aquellos que él quiere y que hace oír su voz de varias maneras: Spiritus ubi vult spirat, et vocem ejus audis, sed nescis unde veniat, aut quo vadat: sic est omnis qui natus est ex Spiritu (Jn_3_8). El Espíritu sopla donde quiere, y oyes su voz, pero no sabes de donde viene ni a donde va. Así es todo lo que nace del Espíritu. Conocer de donde viene y a donde va, ninguno de los mortales lo sabe si el mismo Espíritu, con el Verbo y el Padre, no se lo revelan, siendo su único principio y el término de su inmensa producción. ¡Oh divino Espíritu, tu secreto es para ti! Cum regnavit Dominus exercitum in monte Sion et in Jerusalem et in conspectu senium suorum fuerit glorificatus (Is_24_23). Habiendo reinado el Señor de los ejércitos en el monte Sión y habiendo sido glorificado en Jerusalén y en presencia de sus ancianos.

            Mi alma, humillada en tu presencia, esperará tanto tiempo como te agrade, la gracia que has hecho a tus hijas; ellas son exaltadas, como yo humillada. Hija mía, escucha a mi real profeta quien te dice que miro y escucho atenta y amorosamente la oración de los humildes y que no puedo despreciar sus oraciones. Respexit in orationem humilium et non sprevit precem eorum. Scribantur haec in generatione altera, et populus qui creabitur laudabit Dominum (Sal_101_18s). Volverá su rostro a la oración del despojado, su oración no despreciará. Se escribirá esto para la edad futura y un pueblo renovado alabará a Yahvéh.

            Mi bondad hará que tus humillaciones produzcan mi gloria en ti y [909] serán escritas para las generaciones que van a venir. Varias Congregaciones como la mía las aprovecharán y los pueblos que crearé, me alabarán; explicándome los otros versículos que me convenían, me dijiste: Quia prospexit de excelso sancto suo, Dominus de caelo in terram aspexit; ut audiret gemitus compeditorum, ut solveret filios in Sion nomen Domini, et laudes ejus in Jerusalem (Sal_101_20s). Que se ha inclinado Yahveh desde su altura santa, desde los cielos ha mirado a la tierra, para oír el suspiro del cautivo, para librar a los hijos de la muerte, para pregonar en Sión el nombre de Yahvéh, y su alabanza en Jesuralén.

Capítulo 128 - Admiración de san Joaquín y santa Ana que hacen alusión a la Virgen y san José. Humildad de san Juan Bautista en el Bautismo del Salvador. Dolor de la Virgen Madre y de san José. Favores que recibí los días de san Pablo primer ermitaño y de san Antonio abad.

            El 7 de enero, al considerar la dicha de san José, al vivir con su esposa virgen y su hijo Dios, me vino el pensamiento de la alegría que debieron haber tenido san Joaquín y santa Ana al contemplar a su hija los tres años que vivió con ellos en su casa. Pensé que eran como dos querubines que cubrían este propiciatorio de su sustancia a esta hija que se podía decir que era misericordia de estos dos misericordiosos que había producido este olivo admirable, bella por excelencia y escogida [910] para ser la Madre de Dios. El silencio de ambos me imponía uno semejante hasta que el Verbo me hiciese hablar.

            El 8 de enero pensaba porqué la Circuncisión no tenía octava y me hiciste entender que los sufrimientos no tienen fin en esta vida y que me dabas los tuyos como regalo de año nuevo, que te mirase en ellos y encontraría todo bien porque eres mi Salvador, la gloria de los elegidos y todo su bien. Tú te das a mí y yo me abandono en ti, dándome toda a mi todo.

            En la octava de los santos Reyes en el que la Iglesia presenta el Evangelio de tu Bautismo que admiró al Ángel de gracia, tu precursor, a quien tú mismo, fuente de pureza, santificaste, te dijo: ¿Ego a te debeo baptizari, et tu venis ad me? (Mt_3_14). Soy yo el que necesita ser bautizado por ti ¿y tú vienes a mí? Me hiciste entender que la humildad de san Juan fue muy profunda cuando dijo ingenuamente que sólo había conocido y sabido quién eras por el Espíritu Santo que lo había conducido al Jordán y le había dado la señal de la paloma. De esta manera demostró que no se consideraba profeta aunque su padre lo había llamado profeta del Altísimo y tú también lo habías nombrado profeta.

            Juan sabía que la profecía es un acto y no un hábito, una luz que comunicas cuando te place y que eres un [911] oráculo libre y un espejo voluntario. Si se llamaba la Voz, era para preparar un pueblo perfecto. Fue como la trompeta que el Rey envía delante de él, para anunciarlo le vendan los ojos, Juan veladamente fue enviado desde que lo santificaste en las entrañas de su madre y te hizo conocer tan pronto como nació. Ciertamente te retiraste a Nazaret y permaneciste 30 años sin volverlo a ver. El no pudo resistir que se le estimase como profeta viéndote Verbo de Dios, todo luz, todo pureza y toda santidad. Este conocimiento de tus excelencias lo llevó a querer ser bautizado por ti si tú lo querías, puesto que eras el Cristo Hijo de Dios vivo, engendrado en la eternidad y no hecho en el tiempo como él, a quien tú habías creado como tu pequeño servidor de quien dijiste que el más pequeño en el cielo, era más grande que Juan el Bautista.

            Me hiciste entender que los sentimientos de su indignidad en tu Bautismo, fueron mucho más profundos que lo que ordinariamente apreciamos; así cuando confiesa que no es el Cristo, no pudiendo [912] aceptar porque esta cualidad es debida sólo a ti que eres el verdadero Mesías, en cambio, la de profeta sí la podía aceptar. Admirando estos humildes sentimientos de mi santo Patrono, me hiciste oír: Admira lo que le dije; los dos debemos cumplir toda justicia, tú obedeciendo y bautizándome, vertiendo sobre mi cabeza el agua del río, y yo, lavando los pies a mis Apóstoles con el agua de la vasija, aún los de Judas, el más desventurado de los hombres así como yo fui el más dichoso, Hijo amado de mi Padre y la bienaventuranza de todos los santos, ya que mi nacimiento dio gloria a Dios en el cielo y trajo la paz en la tierra a los hombres de buena voluntad. Judas abrió los infiernos a donde descendió y yo abrí los cielos subiendo con todos los míos.

            Además, Juan entendió el epitalamio del Esposo y se alegró; Judas se indignó porque la mujer amante vertía su bálsamo sobre los pies del Esposo. Juan quiere toda gloria para el Verbo Encarnado, que el cielo y la tierra lo alaben y se humillen ante él y que Juan, él mismo disminuya aunque le corten la cabeza, para que Jesús crezca y sea conocido como Dios de Dios. Judas envidia el ungüento y la unción de María que previene su sepultura antes de sufrir la muerte que este traidor le procura vendiéndole y entregándolo a sus enemigos. Es bastante extenderse sobre este envidioso que el infierno encierra en sus calabozos.

            Permite a tu pequeña discípula admirarte mientras [913] que tu Padre dice en voz alta que eres sus delicias y que el Espíritu venido del cielo que se abre, inflama a los ángeles en un deseo ardiente de contemplarte: Spiritu Sancto misso de caelo, in quem desiderant Angeli prospicere, (1P_1_12). El Espíritu Santo enviado desde el cielo, mensajero que los ángeles ansían contemplar. ¿Pero quién hubiera pensado que el Espíritu Santo aumentara tus humillaciones llevándote al río de penitencia con los pecadores? ¿No hubiera sido bastante haberte escondido y enviado al desierto con las bestias como lo señala san Marcos? Et statim Spiritus expulit eum. Et erat in desertum quadraginta diebus, et quadraginta noctibus: et tentabatur a Satana; eratque cum bestiis (Mc_1_12s). El Espíritu le empujó al desierto y permaneció cuarenta días, siendo tentado por Satanás. Estaba entre los animales del campo.

            El domingo que la Iglesia lee el Evangelio en el que tu santa Madre te buscó tres días, me ofrecí a acompañarla tomando parte en su angustia. No me rechazó, al contrario, me hizo tomar parte en su dolor que era tan grande, como grande era su pérdida. Las almas buenas temen en donde no hay motivo para temer, y ella pensó que no había cuidado bastante a su Hijo que aún no cumplía la redención y que la espada predicha por Simeón bien pudiera ser [914] esa privación de su Salvador y el de todos los hombres. Al encontrarlo, el amor la impulsó a decirle su aflicción y la de san José: Fili, quid fecisti nobis sic? ecce pater tuus et ego dolentes quaerebamus te (Lc_2_48). Hijo, ¿porqué nos has hecho esto? Mira, tu padre y yo, angustiados te andábamos buscando. Y aunque su Hijo le dio respuesta para infundirle confianza diciéndole como Hijo del Padre no los abandonaba sino en las cosas de él, de su gloria y la salvación de los hombres; pero el Evangelista dice que ella y san José no comprendieron lo que les decía porque sus almas estaban poseídas de tristeza, la que les oscurecía el entendimiento y traspasaba sus corazones: non intellexerunt verbum locutus est ad eos (Lc_2_50). Pero ellos no comprendieron la respuesta que les dio. Y para consolarlos bajó con ellos a Nazaret en donde les estuvo sujeto. Et descendit cum eis et venit Nazaret et erat subditus illis et mater ejus conservabat omnia verba haec in corde suo (Lc_2_51). Bajó con ellos y vino a Nazaret, y vivió sujeto a ellos. Su Madre conservaba cuidadosamente las cosas en su corazón.

            Admirable cervatilla, conserva en tu corazón esas divinas palabras, y tu bálsamo curará tus heridas. Sumerge tu espíritu en esa fuente fuerte después de haberlo buscado perdiendo no sólo el aliento, sino casi la vida, por lo que estás más sedienta que David. Jesucristo es más tu vida que lo será para san Pablo, vives más en él que en ti, teniéndolo, tienes tu tesoro, tu vida y tu Dios. Haz que por tus cuidados él me sea todo en todas las cosas, digna Madre de mi Esposo.

            [915] El día de san Pablo, primer ermitaño, pensando en la vida de este santo en el desierto a donde se había retirado huyendo de la persecución de los emperadores, admiré tu sabiduría que hace milagros que los hombres no piensan. san Pablo, joven de 15 años no tiene bastante valor para recibir la palma del martirio ni para sufrir en las ciudades, ni en su misma casa la persecución de su cuñado. El desierto lo recibe y él lo hace ciudad de su refugio; una palmera es su alimento y su vestido, y con esto triunfa del mundo, del demonio y de la carne, se vuelve ángel sin dejar de ser hombre. Huye de la crueldad de los emperadores de la tierra y de sus parientes, es recibido por ti, mi Emperador del cielo, haciéndose ciudadano del cielo siervo de Dios. Su nombre, como el de san Antonio, está escrito en el libro de la Vida; se conocieron por divina revelación, tu providencia los alimentó milagrosamente y los condujo a descubrir juntos una vida admirable que el mundo no conocía y que debía animar a tantos de sus amigos a amar los desiertos y retirarse a ellos. Este pequeño san Pablo, grande delante de ti y de los ángeles, no debía morir hasta que [916] este admirable Antonio, padre de tantos monjes, como otro Abraham padre de multitudes, aprendiese el secreto que el cielo le escondía.

            Verbo Encarnado, mi amor a quien adoro, dijiste a tus bienaventurados: Non celare potero (Gn_18_17). No puedo ocultar a Antonio, lo que mi inclinación ha hecho y hará de Pablo, mostrar las gracias que hace mi naturaleza que de suyo es buena, porque siendo Dios, de mi soy bueno, y no puedo ocultar más mis maravillas a Antonio, quiero que las conozca y las diga para mi gloria y la salvación de muchos, que haga entender a los hombres que la Providencia de mi Padre gobierna el cielo y la tierra, y que la vida escondida en Dios se manifiesta cuando él lo ordena y que aquél que huyó de la persecución de los emperadores sintiéndose demasiado débil, es la admiración de aquél que atraerá a muchos por la lectura de su admirable vida admirable, a retirarse de las delicias de la vida cortesana que conocerán ser suplicio por las penas y ansiedades que les ocasiona al buscar favores imaginarios y perecederos. La vida de Antonio que vio Pablo y la admiró, hará conocer que la soledad es más agradable para los cortesanos celestes, que morar en las ciudades y conversar con los príncipes de la tierra.

            [917] Al considerar la dicha de estos anacoretas, mi alma no quiso ya nada del mundo, suspirando por no poder salir de él para darme enteramente a ti, mi Salvador, como mis hijas a las que he dado el hábito y la profesión religiosa; si la caridad no me hubiese ordenado privarme de este consuelo sin buscarme a mí, sino a Jesucristo. Mi divino Amor, ¿cuál es tu mayor gloria? me contestaste: No te aflijas mi muy amada, como ya te la he dicho otras veces, estás revestida de mi sangre, estás revestida interiormente de tu Jesús Crucificado, yo no llevé la túnica blanca mas que el tiempo en que fui enviado de Herodes a Pilatos: ni el manto de púrpura escarlata mas que para aparecer como el Hombre de dolores que se ofreció al Padre para la salvación de los hombres y a la vista del cual todo el pueblo gritaba: Crucifícale, crucifícale. Para hacerme llevar, la cruz se me quitó este manto y me pusieron mis vestidos, para con ellos ser visto y reconocido por todos, llevando mi cruz. Hija no te aflijas si no llevas el hábito blanco y rojo, solo por poco tiempo, el suficiente para hacer ver que tú eres aquella que lo tiene que hacer ver al mundo por orden mía, y [918] darlo a mis hijas, que son también tuyas, que lo han llevado, lo llevan y lo llevarán en el porvenir.

            Recuerda que cuando Moisés entraba al Tabernáculo, una nube lo cubría cuando le hablaba, y no llevaba los cuernos de luz sino en la cabeza que deslumbraban los ojos de los hijos de Israel, por lo que estaba obligado a ponerse un velo sobre la cara resplandeciente con los esplendores de la mía, porque los israelitas no podían soportar sus claridades. ¿Se puede dudar de su sacerdocio y de los ornamentos que recibió en la montaña en donde le hablé cara a cara, como mi amigo que cubría de luz como de un vestido celestial, consagrándolo y adornándolo de una manera tan maravillosa? No te aflijas de que no estés revestida exteriormente de mis libreas, no te turbes por aquellos que nuevamente te dirán que das el hábito y tú no lo llevas, que haces religiosas y tú no la eres. Cree en Dios Padre y en mí su Hijo igual a él y consubstancial con el Espíritu Santo.

            En la casa de mi Padre hay muchas moradas y diversos ornamentos; sé mi nueva Jerusalén revestida de tu Esposo, soy tu Dios, tu vivir y tu vestir interior: toda la hermosura de la hija del Rey está en su interior. Tus hijas son el [919] adorno de tu vestido y tú eres un enigma para muchos. Perteneces a aquél que conoce y mira el fondo de los corazones; dejo mi manto sobre ti, yo, que soy tu prójimo, tu Esposo, tu Pastor y todas las cosas. San Antonio honró mucho el vestido que le dio san Pablo usándolo en los días de fiesta de Pascua y Pentecostés; aunque no tengas el hábito exteriormente, mientras pasas de esta vida a la otra, el Espíritu Santo puede con sus llamas consumar el holocausto que me ofreces con tu deseo, hasta el día en que seas consumida en el uno que amas y que te amó el primero; y que por su bondad te previene y te sigue por su misericordia.

            Estos grandes consuelos me dieron valor en medio de mis perseguidores ayudándome a pisar el lagar de su odio, sin tenerlo contra ellos y manteniéndome en la soledad tanto como podía, y aún en la misma cama a causa del mal de la rodilla. Te ofrecí mi corazón y te conté mis penas; mi cara bañada en lágrimas buscaba los rayos de la tuya que es un sol, para enjugarla desee servir a aquellos que ya no me querían, me hiciste entender que te agradabas cuándo no se tiene hiel, es decir, amargura contra ellos; y que tú, que habías bebido el vinagre antes de [920] morir no quisiste probar la hiel para no tener nada contra tus enemigos, para poder presentar al Padre tu sacrificio y rogarle perdonara a los que sin saberlo hacían aquello.

Capítulo 129 - Favor que me concediste el domingo de las bodas de Caná. Maravillas de san Vicente. Del festín que me hiciste y tristezas y alegrías de los días siguientes que sosegaron mi espíritu con tanto amor.

            El domingo de 1653, en que la Iglesia propone el Evangelio de las bodas de Caná, en donde cambiaste el agua en vino, no quedé contenta porque rehusaron darme un poco de vino para la santa Misa y te dije: Querido Esposo, muéstrame tu poder, y lo hiciste consolando a aquellos que esperan en ti y humillando a las personas que me habían afligido negándomelo y no contentando el espíritu de las que fueron la causa, mostrando que quien no recoge contigo, desparrama. Me lo diste por una persona generosa contigo y con los pobres.

            El día del gran diácono san Vicente, me hiciste [921] conocer que había sido coronado de rosas y lirios por sus propios enemigos que eran los tuyos, los que no permitieron muriese en su cama. Me acordé de las palabras de Zacarías: Salutem ex inimicis nostris, et de manu omnium qui oderunt nos (Lc_1_71). Que nos salvaría de nuestros enemigos y de las manos de todos los que nos odiaban. Quisiste que lo pusiesen sobre un lecho mullido para ser tu buen olor; su cuerpo fue arrojado a las bestias, que solo se acercaron a él para custodiarlo. El cuervo, pájaro de rapiña, conoció luego que aquella no era una carne común y tuvo cuidado de cuidarlo y alejar a los otros animales que se le aproximaban. Su alma gloriosa se apareció a una mujer y le pidió lo enterrara en su campo como flor que debe florecer toda la eternidad, y así será para este justo victorioso que germinará y florecerá delante de ti hasta la resurrección general.

            La alegría que tuve en este día elevó mi parte superior, pero la aflicción que me causaban mis enemigos, me hacía sentir dos contrarios en mí, actuando casi igual y vertiendo mi alma por mis ojos. Inclinándote hacia mí me dijiste que te habían agradado las lágrimas de santa Ma. Magdalena y las de san Pedro y que no rechazabas las mías, que con ellas te lavase los pies y los enjugase con los pensamientos [922] que me habías dado, y que eran mis cabellos con los que san José tejió un collar hecho de una manera muy agradable en el que mis lágrimas eran las perlas que ensartó a este collar para divertirte de pequeño en el establo y el pesebre; y como las lágrimas amorosas son estimadas como un don de tu caridad, me ofreciste la leche de los pechos de tu Virgen Madre, la que me presentó la leche y miel de tus delicias, haciéndome con ellas un camino de leche y miel. Aunque la rapidez con que habló me haga parecer un rayo a aquellos que se oponen a tu gloria, me dijiste que no me turbara, que me acercase al trono de tu misericordia y bondad en donde encontraría el iris de la paz que rebasa todo sentimiento, que me hacías hablar con fuerza para animar a aquellos a quienes la cobardía en tu servicio desanima y que su tibieza te provocaba a vomitarlos porque no eran calentados por las ardientes palabras que tú produces después de haberte recibido en la comunión como dice san Juan Crisóstomo.

            Me invitaste a un festín que hacías diciéndome que san Vicente era el vino, san Ignacio el pan y san Lorenzo la carne.

            [923] El día de santa Emerenciana, hermana de leche de santa Inés, me hiciste entender: Tú eres hermana de leche de mi santa Madre, porque como fuiste dedicada a santa Ana, mi abuela, te alimentó con la leche de su dulzura, y también mi hermana, porque mi santa Madre te presentó y dio la leche con la que me alimentó. Que dulzura, mi Amor, ¿qué debo pensar, no deberé temer estar equivocada? Pero… ¿Podría temer y ayudar en el festín del Esposo, estando en tus brazos, reposada sobre tu corazón, cuando tu benignidad me invita a estar allí, produciendo gracias para atraerme más dulcemente, experimentando que tu nombre es como aceite esparcido, aceite de alegría del que tú no solo eres el ungüento, sino la misma unción. Tu bondad, redobló sus favores hacia la que se reconoce indigna, diciéndole: Mi hija, mi esposa, tú eres mi cristífera en el establo, en el Tabor, en el Calvario y en el Monte de los Olivos, recíbeme en ti como Verbo injertado, que en su mansedumbre puede salvar tu alma.

            [924] Querido Amor, bien sabías la pena que iba a sufrir el 25 del mes llamando a ti al R.P. Juan Bautista Carré, ignorándolo yo. Como a la una de la tarde de ese mismo día oí un golpe a la puerta de mi cuarto, mi secretaria Gravier se dispuso a ver qué era y pensó luego que era una señal de despedida, temiendo fuese una de mis hijas de Avignon que me daba como otras, una señal de su muerte, me entretuvo leyéndome una carta que yo había escrito, temiendo me apenase como lo hacía cuando moría alguna de mis hijas.

            A la mañana siguiente, Monseñor el Obispo de Condom, me vino a avisar que había muerto el P. Carré exactamente a la hora que oí el golpe a la puerta de mi cuarto. Monseñor lo conocía íntimamente y estimaba su virtud; conocía la bondad de su corazón que había amado a sus más crueles enemigos y que había hecho bien a todos, bondad que había sido desconocida de muchos. Monseñor vio que esta muerte me había afligido, me confesó y se despidió diciéndome: Hija, habéis perdido mucho con la muerte de este buen Padre que os quería tiernamente en el Señor. [925] Yo me fui a comulgar a la Misa de la Comunidad que iba a comenzar. Cuando estaba cerca del altar dónde debía comulgar, me quisiste consolar, mi divino Esposo, aprobando el amor que tenía a este buen Padre, que a su vez me amaba y haciéndome ver su alma despojada de su cuerpo me dijiste: Ecce quomodo amabat eum (Jn_11_36). Mirad cómo le quería. Hija mía, temes no haber tenido suficiente amor a este Padre, no has obrado sino como yo lo ordené. Me agrada el ofrecimiento que me has hecho de un año de Misas por el descanso de su alma, no eres ingrata y él está contento de ti; es tu buen corazón el que viertes por tus lágrimas. Consuélate y sube hasta mí, que soy de ayer, de hoy y que no moriré nunca; soy y seré tu consuelo.

            El 30 de enero, pensando en la gran santa Martina que había sido suspendida de sus cabellos, quisiste mi divino Esposo hacerme comprender que esta Virgen te había herido con sus cabellos, los que fueron dardos y flechas; dardos directos al cielo que yo tomaba con mucho cariño y los enviaba de nuevo, tensado el arco de mis deseos, porque tu bondad [926] me era favorable, enseñándome que debía servirme de estas armas para herirte con tu mismo amor. No pude estar arrodillada sino con una sola rodilla, porque la otra no la podía doblar. Estando así, en la postura de un ballestero te dije: ¿Es de esta manera como quieres ser herido por mí? Mis ojos y mi corazón están en la punta de estas flechas volando a ti como la pluma de los vientos. Ven a mí, si te agrada, todavía más aprisa, para que pueda decir con el Rey Profeta: Quoniam sagittae tuae infixae sunt mihi, et confirmasti super me manum tuam (Sal_37_3). Pues en mí se han clavado tus saetas, ha caído tu mano sobre mí.

Capítulo 130 - San Ignacio fue abrasado con llamas e iluminado con luces. Tenía un gran deseo de sufrir. Purificación de nuestra Señora. Espada de dolor y favores que recibí el día de san Blas y a la mañana siguiente.

            El primero de febrero de 1653, hubiera sido necesario que este gran mártir o un serafín, hubiese tomado del altar un carbón encendido y purificara mis labios, para poder hablar dignamente de las maravillas que me hiciste [927] conocer de este hombre de fuego, a quien llamaron portador de Cristo y portador de Dios, y que deseó ser desgarrado y dislocado, sufrir todos los tormentos inventados no solo por los hombres, sino por los mismos demonios. Su amor para ti era más fuerte que la muerte y su emulación más dura que el infierno. Los demonios, obstinados en su rabia y el odio a su Creador, podían ser la antítesis del amor perseverante de san Ignacio por su Creador y Redentor. Su amor que eras tú, Jesús crucificado y eras su peso, se hallaba en esta afortunada unidad de amor que habías pedido en la Cena. Discípulo de tu favorito, había bebido del agua de esta fuente fuerte y viva, que le llevó con sus llamas ardientes e impetuosas a donde estaba su amor y su centro. Era el discípulo del Hijo del trueno, san Juan, que no había podido morir ni por el fuego ni por el veneno.

            San Ignacio temía ser dispensado por los elementos y resolvió provocar a los más crueles animales, rogando a los cristianos no le [928] impidiesen este favor, y seguro así de triunfar, si el vientre de estos animales le servía a su cuerpo de carro triunfal, así como esperaba que tus llamas llevarían su espíritu al cielo, cerca de los serafines, tus vecinos más cercanos, con los que quería cantar: Santo, Santo, Santo, y abismarse en ti que estás a la derecha del Padre, sumergiendo la muerte en el océano de vida, pero de vida indeficiente, porque tú eres para él todo lo que puede ser la visión bienaventurada. A tu lado ve el celeste prodigio, a tu augusta Madre quien le comunica esplendores para mí inexplicables sin necesidad de tinta y papel. Eres el Verbo que le dices todo lo que quiere que conozca en tu Padre, en ti y en el Espíritu Santo. San Ignacio ama y adora tu unidad de esencia y tus distinciones de soporte con todos los bienaventurados. Su gloria es tan admirable, que la Iglesia puede decir de él que no se ha encontrado uno semejante que haya conservado [929] tu ley cosa maravillosa en tus santos, que te ven admirable y todo poderoso. Haces todo lo que quieres en el cielo y en la tierra, verificando las palabras que dijiste a tus discípulos, que harían las cosas que tú habías hecho y aún más grandes por el poder que voluntariamente les habías dado, tomando en cambio sus debilidades, y compartiéndoles tu fuerza.

            San Ignacio desafió todo, se armó contra todo, no hubo nada visible en él que lo pudiese detener en el fervor de verte a ti, que eres llamado la imagen de Dios invisible. Tú, en cambio, la tarde anterior a tu muerte fuiste sobrecogido de temor, terror, colmado de tedio, abatido de tristeza, sudaste sangre y agua estremeciéndose tu espíritu, buscaste consuelo en tus Apóstoles que dormían, que te abandonaron, excepto Juan a quien habías llamado hijo del trueno y que había tomado fuerzas en tu propio pecho como un niño debilitado, a quien su Madre atrae para darle la leche con la que le da su sangre y su vida.

            [930] San Pablo dijo que te habías hecho pobre, para enriquecernos, que habías querido morir, para hacernos vivir. Moriste para que yo viviera. Quiero pues morir para que tú reines por toda la eternidad.

            San Ignacio recibió la gracia preveniente, cuando siendo niño tuvo la dicha de estar entre tus brazos, cuando les dijiste a los que estaban cerca de ti que si no se hacían semejantes a ese niño pequeño, no entrarían en el reino de los cielos. Desde esa hora lo incendiaste con el fuego que viniste a traer a la tierra y ardió siempre con un fuego más fuerte que todos los incendios que se pudiesen temer. Su centro era Dios, y el cielo, todo fuego debía ser su morada. ¿Podía este fuego divino, permanecer en la tierra en un corazón humano sin estallar como el rayo? Las palabras de san Ignacio eran brillantes, luminosas y ardientes, de la abundancia de su corazón hablaba su boca.

            Por la tarde me hallaba abrasada por los esplendores de este santo; me pareció que si estas llamas crecían no podría vivir más. Deseé esta fuente que está en un lugar muy alto, pero era necesario permanecer [931] todavía en esta tierra diciendo con David: Heu mihi, quia incolatus meus prolongatus est; habitavi cum habitantibus Cedar; multum incola fuit anima mea (Sal_119_5s). ¡Que desgracia para mí vivir en Mesek, morar en las tiendas de Quedar! Harto ha vivido ya mi alma con los que odian la paz.

            No podía todavía volver a nuestro monasterio porque le había prometido al Sr. de la Piardière esperar la Cuaresma que me había mandado pasar en París. Me veía con los habitantes de Cedar, personas a quienes servía y respetaba por amor a ti, y de las que no esperaba ningún favor, antes sufrir su rudeza y recibir pacíficamente varias muestras de rencor. Cum his qui oderunt pacem eram pacificus. Cum loquebar illis impugnabant me gratis (Sal_119_7). Que si yo hablo paz, ellos prefieren la guerra.

            Levanté mis ojos a ti que eres como siempre mi ayuda y mi socorro, me hiciste ver una tiara pontifical cubierta con un velo, como se cubre el tabernáculo con un conopeo cuando estás en la adorable Eucaristía, diciéndome que me protegías como a hija de la iglesia contra aquellos que actuaban contra mí y que tú me cubrías como a tu tabernáculo. Supe lo que esta visión significaba, que debía tener aún un poco de paciencia.

            [932] La mañana del día de la Purificación de tu santísima Madre, me dijiste tantas maravillas que sería largo escribirlas. Vi la gloria de Israel, la luz y revelación de los gentiles, tu gloria mi Salvador, la de tu santa Madre, de san José, de san Simón y de santa Ana la profetisa, pero esta gloria estaba en las humillaciones y sufrimientos. La muerte era el refugio de todo aquel que te contemplaba, el fin de todas las contradicciones. Vi a tu santa Madre, la Madre del dolor que estaba traspasada por la espada del dolor, por no decir cruel, figura de la lanza verdaderamente cruel que te traspasó.

            ¡Querido Amor, quién hubiese pensado que Simeón cantaba tu gloria, anunciando por el signo de la espada y por su muerte pacífica, tu anonadamiento y la tragedia sangrienta del Calvario en Jerusalén!

            Hija mía, si me propusiesen la alegría, escogería la Cruz. Simeón, lleno de mi Espíritu que lo llevó al Templo [933] relata y anuncia lo que ha sido resuelto en el consejo del Altísimo, un resplandor del fuego que arde en mi Corazón. Se oirá el trueno cuando Felipe me presente a los gentiles que poco tiempo antes de mi pasión le pedían; Domine, volumus Jesus videre (Jn_12_21). Señor, queremos ver a Jesús. Y yo respondí: Venit hora ut clarificetur filius hominis (Jn_12_23). Ha llegado la hora de que sea glorificado el Hijo del hombre. Y esto que sigue: Nunc anima mea turbata est, et quid dicam? Pater, salvifica me ex hac hora. Sed propterea veni in horam hanc. Pater, clarifica nomen tuum. Venit ergo vox de caelo: Et clarificavi, et iterum clarificabo. Turba ergo quae stabat et audierat dicebat tonitruum esse factum (Jn_12_27s). Ahora mi alma está turbada. Y ¿que voy a decir? ¡Padre, líbrame de esta hora! pero, si ha llegado esta hora para esto, Padre, glorifica tu nombre. Vino entonces una voz del cielo: Le he glorificado y de nuevo le glorificaré. La gente que estaba allí y lo oyó decía que había sido un trueno.

            Hija mía, todo lo tenía presente el Espíritu que hablaba por Simeón. Yo sabía que debía sufrir y me ofrecí voluntariamente. ¿No temblaste, querido Amor, en el seno de tu Madre, cuando consideraste la espada que traspasaría su alma y todo lo que pasaría en tu sangrienta pasión? Simeón fue inteligente al pedir su descanso y su retiro, conocía la [934] malicia de los príncipes de los sacerdotes, de los escribas y fariseos. Conocía proféticamente la lluvia de sangre y agua que correría en el huerto, y la que caería en la casa de Pilatos y en el Calvario; este santo anciano hubiese muerto más inocentemente que Elías si hubiera visto morir en la Cruz al autor de la vida y hubiese visto traspasada el alma de la Madre del Amor por la lanza de un ciego; lanzada que haría ver los pensamientos de muchos corazones afligidos por este golpe.

            El trece de febrero asistí a la Misa que se celebraba para tu gloria y en honor de san Blas y de sus sufrimientos a los cuales estoy obligada, así como a las de los demás santos, porque te los ofrecí en prenda para ser librada del temor que tenía no sólo el de no poder tomar alimento corporal sino especialmente el alimento espiritual, [935] a saber tu santa Eucaristía. Después de invocar a san Blas fui maravillosamente ayudada para que las cosas pasajeras no me impidan recibir la comida que te alimentaba, mi admirable Salvador, a saber, la voluntad de tu divino Padre: Meus cibus est ut faciam voluntatem qui misit me, ut perficiam opus ejus (Jn_4_34). Mi alimento es hacer la voluntad del que me ha enviado y llevar a cabo su obra.

            En la tarde mientras hacía mi oración, muchos de los que vivían en el barrio de Richelieu en donde todavía estábamos, se habían ido a París a ver entrar a Mons. el Cardenal Mazarin, y tu bondad que siempre me ha sido favorable me dijo: Hija mía, soy tu Cardenal, alégrate de recibirme todos los días por mi Sacramento; mi santa Madre, mis ángeles y [936] santos se alegran viendo mis gracias que como depósito de mi bondad, señalan el lugar donde debes entrar y alojarte amorosamente. Al mismo tiempo te me apareciste como Pontífice coronado de espinas a manera de tiara con una túnica formada con tu preciosísima sangre y que te cubría hasta los pies. Entra, Pontífice incomparable en tu santuario adornado también con tu sangre. ¡Oh cómo eres bello mi amor y mi todo! Los otros Pontífices, cardenales y prelados, tienen necesidad de orar por ellos [937] antes que por el pueblo porque son mortales, en cambio, tú eres el Pontífice eterno del que dijo san Pablo: Hic autem eo quod maneat in aeternum, sempiternum habet sacerdotium. Unde et salvare in perpetuum potest accedentes per semetipsum ad Deum: semper vivens ad interpellandum pro nobis. Talis enim decebat ut nobis esset pontifex sanctus, innocens, impollutus, segregatus a peccatoribus, et excelsior caelis factus (Hb_7_24s). Pero este posee un sacerdocio perpetuo porque permanece para siempre. De ahí que pueda también salvar perfectamente a los que por él se llegan a Dios, ya que está siempre vivo para interceder en su favor. Así es el Sumo Sacerdote que nos convenía: santo, inocente, incontaminado, apartado de los pecadores, encumbrado por encima de los cielos.

            En la comunión de la mañana siguiente haciéndome gran fiesta, elevaste mi espíritu como le plugo a tu magnificencia cerca [938] de ti y de varios cardenales entre los que estaba el Cardenal Bérulle que había fundado una Congregación de sacerdotes que no hacen más votos que los que hacen los sacerdotes al ordenarse. Me dijiste: Hija mía, no te confundas, te revisto de mí mismo todos las días cuando me recibes, yo te revisto de mi mismo. Querido Amor, sé bien que no soy digna de tus favores ni del hábito de tu Orden, pero se habla tanto de mí porque no lo llevo parecen decir que el darlo a nuestras hijas no me cuesta y es que yo no merezco tener este consuelo visible por mis pecados.

            Hija mía, ¿a quién debes dar cuenta sino sólo a mí que te he dicho que no te comprometas hasta que te lo diga? Tus directores opinan como yo, [939] no sufras pues, eres como Melquisedec, sin padre, sin madre y sin parientes que te ayuden a establecer mi Orden que es tuya también. Extraña a muchos ver a una joven que sin ayuda de nadie funde y establezca casas, pero soy yo quien te da los bienes espirituales y los temporales. San Francisco, sin ser sacerdote mandaba a los sacerdotes. Alégrate mi muy querida, hago y haré todo por ti, acabaré mi obra, abajaré las colinas del mundo en el camino de mi eternidad.

            Señor mi Dios, no puedo sino decirte la oración del Profeta: Domine, audivi auditionem tuam, et timui. Domine, opus tuum in medio annorum vivificat illud (Ha_3_2). Yahveh, he oído tu fama, tu obra venero, Yahveh ¡En medio de los años hazla revivir!, y el resto que sería demasiado largo escribir aquí. Ego autem in Domino gaudebo, et exultabo in Deo Jesu meo (Ha_3_18). Mas yo en Yahveh exultaré, y alegraré en el Dios de mi salvación.

Capítulo 131 - Dios es la fuerza y el sostén de los que ama, y por sus cuidados paternales los libra de la persecución de sus enemigos. Visiones que tuve. Este divino amor consuela a su amante por la vista de sus dolores aceptando sus sufrimientos. El confunde a sus enemigos y la levanta con sus caricias.

            [940] El día de santa Águeda, en 1653, me hiciste entender que tu amor era como una lámpara de fuego y llamas que no podían apagar todos los torrentes de las aguas de las persecuciones y contradicciones, ni disminuir sus ardores, ni apagar su fulgor, que tú eras el Ángel del gran consejo que había escrito en la presencia de tus elegidos, lo que un alma sencilla y generosa, te había honrado y glorificado al establecer tu Orden. Querías que pidiera para Roanne, lo que santa Águeda te había pedido para Catania y santa Genoveva para París. Muchos hablaron mal de Sta. Águeda y el tirano le hizo cortar los pecho pero tu Apóstol san Pedro, se los volvió a colocar; y san Germán, Obispo de Auxerre, dio a conocer la [941] inocencia de santa Genoveva. De manera semejante Mons. el Obispo de Condom, reprendió a los que habían juzgado maliciosamente mi sencillez y se esforzaban en torcer el pecho de tus bendiciones; pero tú me aseguraste que si me lo cortaban me lo darías de nuevo y me darías siempre una leche celestial de ciencia y sabiduría para alimentar a mis hijas e hijos que me hacías concebir y dar a luz. Encargaste a los ángeles que cuidaran de mis necesidades y me dijiste: Hija mía, te alimentaré y levantaré sobre las aguas de mi sabiduría, y te convertiré a mí aún cuando tus enemigos te pongan por su malicia, permitiéndolo yo, en las sombras de una tristeza casi mortal. Estoy contigo, soy tu vida y tu luz que el mundo no recibe ni conoce. Mi vara y mi cayado serán tu consuelo, soy tu alimento ordinario: parasti in conspectu etc. (Sal_22_5). Tú preparas ante mí… etc.

            Alimento que te fortifica contra tus enemigos, vierto sobre ti la abundancia de mi unción; mi cáliz te alegra y embellece. ¡Oh que hermoso y agradable! calix meus inebrians (Sal_22_5). Rebosante está mi copa, y mi misericordia te seguirá todos los días de tu vida.

            Quejándome a ti amorosamente, el 7 de febrero recibí la noticia de que un alma inocente por serme fiel en su afecto filial, sufría de parte de aquellas que estaban más obligadas [942] que ella a serlo; entonces me dijiste: Hija mía, imítame rogando por las personas que te afligen; yo sufrí ser pospuesto a Barrabás, sufre por tanto el que se prefiera a otros que no tienen tu natural compasivo. Disponte a resistir sufrimientos mortales que con mi gracia lo podrás. Mi santa Madre aún estaba en la tierra cuando se hacía morir a mis testigos, entre ellos especialmente a san Esteban que fue el primero que selló su fe con su sangre.

            Por la tarde me hiciste ver, mi querido Amor, un leopardo al pie de mi cama, te rogué a ti, mi león de la tribu de Judá, cazar y vencer a todos mis enemigos, por lo que confiando en ti, me dormí dejando el cuidado de todo a tu providencia.

            El día 8, al despertarme me dijiste; Hija hoy es la octava de mi querido Ignacio que quería ser trigo por los dientes de las fieras, Ignacio instruía a los diez soldados que lo llevaban a Roma, les daba a conocer sus deberes hacia mí, pero por su malicia y crueldad en los tormentos parecían 10 leopardos peores que las bestias, a pesar de las bondades con que los cristianos los trataban y los presentes que les hacían para distraerlos.

            Las personas a las que tú has hecho y [943] continúas haciendo liberales caridades no las estiman como tales y redoblan su crueldad porque no consideran tus aflicciones maternales. Prueban mi liberalidad y a ti te hacen avanzar y llegar a gozar de mí después de todos tus sufrimientos que ni siquiera puedes expresar.

            Considera, Hija mía, que he sido el varón de dolores, afligido interior y exteriormente en todos mis miembros: mi cabeza coronada de espinas, mi cara con salivazos, mis mejillas amoratadas a golpes. Esta cara resplandeciente que los ángeles desean siempre contemplar, fue velada a fin de que sus encantos no atrajeran al amor, porque el tiempo del odio y de las tinieblas seguía su curso, la verdad estaba escondida, la justicia velada ¿Qué se podía hacer que estuviese bien?

            El 14 de febrero en que la Iglesia celebra la fiesta de san Valentín, sacerdote y mártir, por tu bondad me hiciste muchos favores, asegurándome que mientras mis enemigos me preparaban males y se reunían para calumniarme, pensando hacerte un señalado servicio, por no decir que gran sacrificio, lo estimaban como celo de tu gloria. Juzgan lo que no pueden conocer por la prudencia de la carne y que tú lo destruyes con frecuencia, mientras ellas piensan haber ganado su causa con las astucias de las que se sirven para tender sus arcos y tirar sus flechas contra tus [944] amantes que son sencillas como ovejas inocentes, y palomas sin hiel. Las querrían seducir y quitarles el corazón; pero como David, tus amantes tienen el corazón según el tuyo y tú las proteges como Dios que conserva sus gracias en esos vasos de amor. Me hiciste entender que tus santos en la gloria se arman contra las personas intrigantes y ruegan a tu justicia discernir su causa de la de las almas fieles. Por algún tiempo permites probarlas con sus persecuciones, que las separan de los sentimientos de la carne y de la sangre mostrando que estas almas fieles han nacido de tu Espíritu y por tu Espíritu, y que por su fe y paciencia triunfarán del mundo, del demonio y de la carne. Por ti, triunfarán de todo. Tu benignidad me invitó a confiarme en ella y refugiarme en tus brazos. ¿Podía temer los males que mis enemigos pretendían hacerme?

            El domingo 16 de febrero, tu amorosa bondad, me acarició indeciblemente, me invitó a regocijarme como esposa con su esposo, a los ojos del cual había encontrado gracia por su divina misericordia. El lunes 17 vi a una madre sentada con varios hijos que no respondían a sus obligaciones y ella quería hacerlos corresponder a tu amor como se dice de San Juan Bautista que te preparaba un pueblo perfecto.

            [945] Al llegar la noche del 18 de febrero, permitiste me sobrecogiera el tedio, el dolor, la angustia y, si me atrevo a decir, el infierno, entregándome a la guerra y reduciéndome a una angustia que no puedo explicar. Acordándome que este día era la fiesta de san Simeón, Obispo de Jerusalén, que había sido crucificado por ti, mi Jesús, Hijo de Dios e Hijo de David; le rogué ardientemente te pidiera por mí a fin de obtener fuerzas para sufrir hasta la muerte de cruz, abriendo los brazos a la manera de una persona que quiere ser clavada en la cruz, encontrándome en un desfallecimiento para mi inexplicable, y sin decirme tú por qué estaba desamparada.

            Mis enemigos visibles no conocían este estado, pero los invisibles lo podían conocer por el exceso de tristeza que parecía ponerme a punto de morir, y por mis ojos cansados de tanto levantarlos al cielo y casi convertidos en sangre por la abundancia de lágrimas que vertía como si mi cabeza se hubiera vuelto una fuente de agua caliente, por la que pensaba: ¡Oh mi Dios! ¿Es a esto a lo que me reduces? Me has privado de los padres espirituales que me consolaban. El buen P. Carré, al que te llevaste de este mundo hace unas tres semanas, me [946] consolaría si lo hubieses dejado; se opondría a aquellos que me quieren afligir sin causa justa, por sufrimientos, que no juzgas conveniente para tu gloria los ponga yo aquí. Si estos sufrimientos son para glorificarte, que vengan con todos sus tormentos, tu gracia me hará soportarlos, invocaré a san Simeón, segundo Obispo de Jerusalén rogándole no aparte su rostro de mí. Tu amor como celoso, me dijo: Hija mía, nómbralo tercer Obispo de Jerusalén, porque yo fui el primero y Santiago el segundo.

            Cuando Caifás, desgarrando sus vestidos dijo que yo era digno de muerte y que debía morir por todo el pueblo, desde este día subí por mi sangre al santuario e hice el oficio de Sumo Sacerdote sobre la Cruz, y desde la tarde de la Cena hice la ofrenda de Melquisedec; fui Aarón sobre el Calvario, al mismo tiempo la víctima y el holocausto perfecto.

            Considerándote en tus grandes dolores, no me atreví a rehusar los míos tan pequeños, pero que me oprimían a causa de mi debilidad y del poco amor que tenía en comparación del tuyo. Ya casi agotada por mis lágrimas y trabajos vi de pie, cerca de mi cama, a un religioso de la Orden de Sto. Domingo; visión más sensible que imaginaria, porque notaba perfectamente la sarga de su hábito, tanto que hubiese podido ver cómo estaba tejida su tela. No [947] levanté los ojos para ver su cara, solo vi la postura de su cuerpo sin decirle palabra, ni él a mí. Esta visión fue tan fuerte que aún la tengo presente. Por la mañana dije a Mons, de Langlande, Prior de Molesson que me confesó y dio la comunión, que había visto a un religioso de santo Domingo, como detenido y sin poder pasar a donde quería.

            Algunos días después Mons, de Langlade vino como de ordinario a decir la Misa, y me dijo que Mons. el Arzobispo de Avignon iba a venir pronto a París para pedirle al Rey, de parte de Su Santidad, a Monseñor el Cardenal de Retz.

            Reflexionando sobre esto en tu presencia, pensé que este Prelado venía para los asuntos que él estimaba justos, pero que yo sería sometida a prueba por mis enemigos, y que este prelado prevenido en contra mía por personas que no conocía y que tú sí conoces mi Dios y mi todo que penetras los corazones, le dije a Mons, el Obispo de Condom que Mons, de Langlade me había dicho que ese prelado vendría. Hija mía, me dijo, el difunto Padre Carré había recibido en vida una carta escrita por orden de Mons. de Avignon a petición de aquellos y aquellas que reciben tanto de Ud. y esa carta no quise que el Padre os la enviara, sino que le pedí que él que conocía vuestra [948] inocencia como la de una paloma, la que confundirá a los que habían ofendido al Verbo Encarnado previniendo contra Ud. a este Prelado que no os conoce ni os ha oído ni visto nunca. Si viene a París, lo veré con cuatro prelados que os conocen mejor que él: Mons. el Arzobispo de Toulouse, el Obispo de Lodève, el Obispo de Amiens y Mons. el Obispo de Dole, y otros más si es necesario. El abad que quiso despreciaros, ya ha sido humillado, y pienso que todos los que están contra usted, experimentarán que es a Dios mismo a quien atacan sin saberlo. ¿Quién la puede perjudicar si Dios la ama y acaricia como lo hace? ¿Con sus testimonios de bondad, qué puede temer?

            Querido Amor, tú moviste a Mons. el Obispo de Condom a que me dijera eso haciéndole conocer el amor que tienes por mi. El miércoles 19, tu amorosa Majestad me dijo acariciándome: Hija mía, en ti seré glorificado, vencerás a tus enemigos; mis santos presentan tus oraciones, tus lágrimas y sufrimientos a mi Padre eterno, el cual los recibe con bondad para recompensarte.

            Dios de mi Corazón, ¡qué poderosos son tus consuelos! destruyen y confunden las fuerzas de nuestros enemigos. Te dije con el rey profeta: Mi corazón no teme el ataque de un ejército. Si el Señor está conmigo, ¿Qué pueden hacerme los hombres? ¿Si Dios está por mí, quién contra mi?

Capítulo 132 - Oración de Nuestro Señor en favor de san Pedro. Los doce fundamentos de la ciudad Santa. Santo Tomás se me apareció como un ángel elevado por la fuerza de la gracia y por el espíritu de sabiduría hasta la puesta del sol, escribiendo sobre la encarnación. Cómo recibí la orden de escribir y anunciar la Inmaculada Concepción de la santísima Virgen desde el año de mil seiscientos diecinueve.

            [949] El día 22, en el que la Iglesia celebra la cátedra de san Pedro, me hiciste entender grandes cosas que habías hecho en favor del Príncipe de los Apóstoles diciéndole: Tu es Petrus et super hanc petram aedificabo ecclesiam meam (Mt_16_18). Tú eres Pedro y sobre esta piedra, edificaré mi Iglesia, contra la cual las puertas del infierno no prevalecerán. Como Satanás lo quisiese tentar, tú rogaste para que su fe no desfalleciera. Me dijiste que tuviese confianza en él, ya que él te amaba, lo mismo que las mujeres que le mostraban los vestidos que Tabita les había hecho cuando se la presentaron muerta, él oró y llamándola por su nombre la resucitó. Te supliqué que tomaras en cuenta la caridad que en vida había tenido para aquellas pobres mujeres y la tuvieses tú con las jóvenes que revestía con tus libreas, y para las que ya estaban en la gloria que sus hábitos se convirtieran en vestidos de gloria y de inmortalidad.

            El día de san Matías, entendí que las doce piedras [950] preciosas eran los doce Apóstoles y los fundamentos de la Ciudad Santa; san Matías estaba representado por la amatista. Pensando por cual piedra estaría representado san Pablo que fue el Apóstol décimo tercero, entendí que la Iglesia gobernada e instruida por el Espíritu Santo, lo comparaba al jaspe, luciente como el cristal: Et lumen ejus simile lapidi pretioso tanquam lapidi jaspidis, sicut crystallum (Ap_21_11). Su resplandor era como el de una piedra muy preciosa, como jaspe cristalino. El hecho de que este Apóstol estuviera representado por el jaspe, como san Pedro, fundamento de la Iglesia, era una demostración de la grandeza de san Pablo a quien la Iglesia, nombra junto con san Pedro, sin que este favor del Espíritu Santo mengüe de ninguna manera la autoridad de san Pedro.

            Este Espíritu de Amor, para quitar todo objeto de envidia al pueblo gentil, quiso que san Pablo se uniese a san Pedro y que la Iglesia celebrase en un mismo día la fiesta de uno y de otro. San Pablo para hacer entender su apostolado dijo: Qui enim operatus est Petro in apostolatum circumcisionis, operatus est mihi inter gentes et cum cognovissent gratiam, quae data est mihi, Jacobus et Cephas et Joannes, qui videbantur columnae esse, dextras dederunt mihi, et Barnabae societatis, ut nos in gentes etc. (Ga_2_8s). Pues el que actuó en Pedro para hacer de él un Apóstol de los circuncisos, actuó también en mí para hacerme apóstol de los gentiles y reconocer la gracia que me había concedido, Santiago, Cefas y Juan, que eran considerados como columnas, tendieron la mano a mí y a Bernabé en señal de comunión. Y al comienzo de esta Epístola a los Gálatas dice: Paulus Apostolus non ab hominibus, neque per hominem, sed per Jesum Christum et Deum Patrem. Notum enim vobis facio fratres Evangelium quod evangelizatum est a me, quia non est secundum enim ab hominem neque enim ego ab [951] homine accepi, neque didici sed per revelationem Jesu Christi (Ga_1_11s). Pablo, Apóstol, no de parte de los hombres, ni de hombre alguno, sino por Jesucristo y Dios Padre: Porque os hago saber, hermanos, que el Evangelio anunciado por mí, no es de orden humano, pues yo no lo recibí ni aprendí de hombre alguno, sino de Jesucristo.

            Después hizo saber cómo él persiguió a la Iglesia de Dios, pensando hacerlo por el celo y por deber, y hacer observar las tradiciones de sus padres: Cum autem placuit ei qui me segregavit ex utero matris meae et vocavit per gratiam suam ut revelaret filium suum in me ut evangelizarem illum in gentibus, continuo non acquievi carni et sanguini (Ga_1_15). Mas cuando aquél que me separó desde el seno de mi madre y me llamó por su gracia, tuvo a bien revelar en mí a su Hijo, para que le anunciase entre los gentiles, al punto, sin pedir consejo ni a la carne ni a la sangre: Y lo que sigue muestra cómo fuiste glorificado por él. Dios mío, lo separaste y llamaste desde el vientre de su madre para manifestar por él tus maravillas a los gentiles, a los que hizo ver que la fe justifica por ti, mi dulce Jesús, diciendo: Scientes autem quod non justificatur homo ex operibus legis nisi per fidem Jesu Christi et nos in Christo Jesu credimus, ut justificetur ex fide Christi; diciendo: In fide vivo Filii Dei, qui dilexit me, et tradidit semetipsum pro me. Non abjicio gratiam Dei (Ga_2_16s). Conscientes de que el hombre no se justifica por las obras de la ley sino solo por la fe en Jesucristo, también nosotros hemos creído en Cristo Jesús a fin de conseguir la justificación por la fe en Cristo, diciendo: vivo en la fe del Hijo de Dios que me amó y se entregó por mí. No tengo por inútil la gracia de Dios.

            Ruega, gran Apóstol, ruega a aquél que se da a ti, que reconozca yo, lo que ha hecho por mí, que lo ame como él me ama, por su puro amor. Y tú san Pedro, cumbre de la Teología, pídele que le ame con el amor que te pidió más que todos y por encima de todos y como dice san Pablo, pueda tener la [952] mayor caridad porque es la ciencia que no hincha, sino que edifica, es la suerte de los santos en la luz, la suerte que cayó sobre Matías. Te suplico pidas a tu divino Espíritu, para mí, la gracia de contarme entre tus fieles y queridas esposas ya que no puede ser entre tus Apóstoles siendo como soy una pequeñita, pero tú puedes aparecer grande en mí, Jesús, amor de mi Corazón, que hecho para ti, no tendrá descanso más que en ti.

            El primer domingo de Cuaresma, por tu gran amor y amorosa Pasión, me ofreciste tus victorias. El lunes quisiste invitarme a poseer tu Reino como bendita de tu divino Padre; y el día de santo Tomás de Aquino me dijiste: Ven a ver otro ángel distinto de aquellos que son esencias espirituales, es decir, que son únicamente espíritu sin cuerpo. Es Tomás, quien por la fuerza de mi gracia y por el espíritu de sabiduría ha sido elevado hasta el sol para escribir las maravillas de mi Encarnación, y también, ver mi Aurora, en su purísima Concepción, misterio escondido a muchos, en los siglos precedentes, en Dios que ha creado todo. La santidad de mi santa Madre es un gran sacramento que contiene las inexpugnables riquezas de mi humanidad en la que habita toda la plenitud [953] de mi divinidad corporalmente.

            Este cuerpo sagrado, formado del de mi purísima Madre, no podía haber sido formado en una creatura que hubiese sido contaminada del pecado original, pobreza y corrupción de todos los hijos de Adán que son pecadores. Como por naturaleza yo he sido exceptuado, mi santa Madre lo ha sido por gracia y bondad; esta culpa no tuvo lugar en ella, quien es siempre bella y sin mancha, ni su espíritu, ni su cuerpo, han visto la corrupción del pecado. Anuncia, Hija mía, mis incomprensibles riquezas y la divina dispensación de este sacramento escondido en Dios creador de todas sus creaturas, ha querido exceptuar a una hija de gracia, de toda desgracia, en una sola Virgen exceptuada de toda culpa, para ser el principio corporal de su Hijo inocente, sin mancha y separado de los pecadores.

            La Iglesia que alumbra como un sol, transforma a mis ministros, según dice san Pablo, de claridad en claridad hasta que sea la claridad de mi Espíritu que les quitará todo velo para verme como soy, no se me verá más en parte o por enigma. Los santos en la gloria tienen esta dicha, así Tomás en el cielo conoce las razones que ha tenido mi sabiduría para esconder en un tiempo, lo que manifiesta en otro. Es tan humilde, que se goza en que manifieste en el tiempo esta pureza por medio de una joven a la que dije hoy en presencia de todos los santos, que ella es el Tabor donde el Verbo Encarnado manifiesta su [954] gloria.

            Tú puedes decir Hija mía, lo que Débora dijo a Barac: La victoria será atribuida a la mujer de Lapidot, la cual no temió ni tuvo aprensión al rayo, al trueno ni a los relámpagos. Tú di atrevidamente: ln principio erat Verbum (Jn_1_1). En el principio era el Verbo. Como tu Patrono el Hijo del Trueno, sube al monte Tabor y escucha la voz de mi Padre Eterno sin caer por tierra, sin que seas deslumbrada por la nube resplandeciente que me escondió a mis apóstoles.

            El ángel del Gran Consejo, por bondad, hace que no temas la salida de la Aurora, es tu Sol y el Oriente del Altísimo que te visita por las entrañas de misericordia de mi Eterno Padre y las de mi admirable Madre. Tomás, el ángel de la Teología, te cede la visión de estas gracias que te he comunicado.

            Gran Doctor, no te dejo hasta tener tu humilde y abundante bendición. El me miró sin hablar, sus ojos se alegraron, e inclinando su cabeza hacia mí me encargó dijera a los hombres de este siglo que María, digna Madre del Verbo Encarnado, ha sido concebida sin pecado, que no tema declararlo en presencia de aquellos entre quienes este misterio es aún desconocido, serán los Esaús siendo yo por un favor divino hecha la Israelita, fuerte contra Dios; que yo no debo temer nada.

            [955] Gran santo Tomás, tú sabes que te me apareciste así como lo digo, y que Jesucristo en la Eucaristía me instruyó en el misterio de la Inmaculada Concepción en el año de 1619, en un arrobamiento que no pude resistir y del que no podía salir hasta que prometiese escribir lo que entendí, lo que he hecho sin haberlo aprendido de los hombres.

Capítulo 133 - Los ojos del Verbo Encarnado son como los altares y los espejos de la santísima Virgen, y también los espectáculos y altares de su amada a la que concede permanecer allí para ver los sacrificios que se ofrecen al Padre. Dicha del alma fiel y lo contrario de aquellas que se dejan cegar por el pecado.

            El tercer domingo de Cuaresma, levanté mis ojos a ti, mi divino Amor, y quisiste que tus ojos fuesen mis altares diciéndome que eran los de tu divina Madre, espejos donde ella se mira y te contempla. Ella recibe admirablemente tus bellezas e imprime las suyas en tu cara; refleja los rayos de luz y las llamas que arden sin consumirse en tu pecho sagrado, y en tus ojos adorables, hace continuos sacrificios de amor, alabanza, paz y gloria, para mí inexplicables.

            [956] Entendí que tus ojos eran para mí espectáculos y altares, y que debía hacer allí mi morada tanto cuanto pudiera, y según la gracia que me concedieras. Tus ojos son la casa del Sol en donde también se encuentra el Padre del que tú haces sin cesar sus divinas complacencias. El está en ti y tú en él por admirable circumincesión.

            Tu santísima Madre sacrifica con tanta gracia y gloria, que los bienaventurados admiran estos holocaustos perfectos y sus deseos son de una piedad singular, que mi pluma no puede describir.

            Cuando san Juan, tu favorito aún vivía sobre la tierra, se extasiaba cuando la contemplaba elevando ella sus ojos al Dios de su corazón en el cual los veía divinamente expresados y como tu amor era su peso, los vi suspendidos por los rayos de luz que los ojos de tu santísima Madre producían en unión con los tuyos, elevándola hacia ti con más fuerza que el ángel que arrastraba al profeta Habacuc por los cabellos.

            Al contemplar esta maravilla, no se en qué estado quedó mi espíritu, pero creo que estaba en la unidad que tu pediste en la última Cena.

            Así como te has complacido en hacerme conocer la dicha y felicidad del alma unida a ti, también me hiciste comprender la desgracia de aquellas que han sido divididas por el pecado mortal y [957] la horrible desolación de las almas en las que habita tu enemigo. Este enemigo tiene un imperio más cruel después que el alma que había sido hecha tu esposa por el bautismo, viola los deberes que te tiene, diciéndome que después de haber sido purificada, iluminada y unida a ti por el sacramento de regeneración, los demonios hacen ahí su fuerte, se refuerzan con más rabia contra ti, gloriándose de tener su sede en el aquilón, de tener un trono semejante al tuyo, de ser el rey de este imperio por los pecados de esta alma infiel, explicándome las palabras: Qui non est mecum, contra me est et qui non colligit mecum, dispergit (Lc_11_23). El que no está conmigo, está contra mí, y el que no recoge conmigo, desparrama.

            Esta pérdida y división no es comprendida en esta vida por las almas cegadas por sus iniquidades que dan nueva entrada a los espíritus inmundos que vuelven a esta alma más y más criminal, la que comete pecados sobre pecados, en tanto que ella se vuelve la abominación y desolación predicha por Daniel, porque habiendo sido santificada por el bautismo, hecha templo de Dios que ha sido adorado en el estado de gracia, se vuelve por el pecado el horror de todos aquellos que la consideran morada del enemigo de toda pureza. Esta alma, manchada con tantas inmundicias, parece la fealdad misma, abusando de su libertad, no siendo fiel a la gracia, se vuelve esclava del pecado, pero voluntariamente, ya que los demonios no la pueden forzar.

Capítulo 134 - El regreso a nuestro Monasterio después de la guerra (segunda paz). Los días de san José, san Joaquín y san Benito, fueron de alegría y bendición para mí por la victoria que Dios me dio sobre mis enemigos. Tuve gran pena por la muerte del Señor Cardenal de Lyon. San Gabriel y las esencias espirituales me visitaron. Mi espíritu estuvo poseído al mismo tiempo de alegría y tristeza.

            [958] El Sr. de la Piardière mandó decir que por negocios del Rey permanecería todavía mucho tiempo en la Tourraine, en Loche. Le mandé preguntar si encontraría bien que dejásemos ya su casa para volver a nuestro monasterio del barrio de San Germán y me hiciste oír alegremente: In exitu Israel de Aegypto, domus Jacob de populo barbaro (Sal_113_1). Cuando Israel salió de Egipto, la casa de Jacob de un pueblo bárbaro.

            Salimos la víspera de tu padre nutricio san José en 1653 a quien podría llamar tu salvador y libertador pues te libró de las crueldades de Herodes. Nuestra alegría no puede ser expresada, nos parecía, que pasábamos por el desierto y a la mañana siguiente entró a nuestro tabernáculo, el maná celestial, que el poder de tu palabra había producido por manos del sacerdote. Maná que no se fundía ni desaparecía a los rayos del sol, sino que sus propios rayos son el tabernáculo del que sales como divino Esposo, [959] y vienes a mí como a tu cámara nupcial, no con paso de gigante pero sí con prontitud, de coruscación que alumbra el cielo y la tierra e inclina a tus ángeles que están en el cielo, para adorar las altas montañas que son las tres augustas Personas que por concomitancia están necesariamente en este Sacramento de amor la una en la otra. Esta divina unión produce -las alabanzas que no son humo sino emanaciones de la divina virtud, emanación de tu claridad todopoderosa que entra en el alma convirtiéndola en luz y llama, haciéndola divina por participación y permaneciendo en ella para transformarla en ti. Qué alegría habitar en tus tabernáculos, hacer morada en tu sabiduría cuya conversación no cansa. Tu sabiduría llega de una a otra parte disponiendo el exterior y el interior con tanta fuerza como suavidad.

            El día de san Joaquín no nos fue menos dichoso y agradable. Toda bondad nos llena de dicha al considerar lo que te honra san Joaquín, divino Salvador que has tomado de su sustancia porque has tomado un cuerpo de su hija, cuerpo que está apoyado en tu substancia divina. Este cuerpo formado del de María es de la substancia de Joaquín y Ana.

            El día de san Benito, desbordaste en mi alma múltiples bendiciones de caridad, [960] favores y deliciosas dulzuras haciéndome ver en este santo, las que tu bondad dio al Patriarca san José, pero con una amplitud para mí inenarrable, haciéndome ver que las de sus antepasados fueron como sombra y figura de la Ley antigua y en san Benito verdaderas y eternas felicidades de bienes eternos de este mejor Testamento, del que habla san Pablo a los Hebreos. Tú te quisiste hacer pobre para enriquecerlo a él y a los suyos y a todos los que son y serán santos porque contemplándote en tus inmensas grandezas, él estimó en nada a las creaturas.

            De este santo recibí grandes favores, testimoniándome que le había agradado el llamado que le hice cuando me visitaron mis enemigos para confundirme. No sé si ellos ofendieron al cielo, pero los males que me prepararon cayeron sobre ellos; su cólera parecía haber producido un Mar Rojo que se extendió por las provincias que no nombraré, porque han sido lugares donde estas personas, demasiado celosas, se hicieron conocer procurándome laureles por los sufrimientos que me causaron, y que duraron largo tiempo oponiéndose anticipadamente al designio que tú tienes de ser glorificado en esos lugares que son para ti como propios.

            Te suplico, divino Amor, poseerlos y hacer ver que todo poder se te ha dado en el cielo y en la tierra, [961] dándome la fe que puede transportar las montañas de oposición, cambiándolas en lugares de adoración de tus divinas grandezas en donde tu Padre sea adorado en espíritu y en verdad. Espero esta gracia de ti, mi divino Mesías que das gracia por gracia y me hiciste saber que después de algunos meses darías el arrepentimiento a su Eminencia el Cardenal de Lyon, por la resistencia que te ha presentado, pero que ya sería tarde.

            Mi aflicción por este fin próximo no puede ser expresada. Tú lo permites, querido Amor, para que mi prelado rinda este acto de reconocimiento. Si hubiese podido ir a Lyon, me hubiese aún postrado a sus pies para implorarle el establecimiento de tu Orden; pero por mi ausencia se realiza tu palabra: Quaeretis me, et non invenietis (Jn_7_34). Me buscaréis y no me encontraréis.

            Mi alma tenía sentimientos de piedad pero mi cuerpo la retenía en el lugar en donde la sorprendió la enfermedad y no pude ir hasta allá. Por prudencia humana no quiso retractarse de las palabras que había dicho en voz alta. Qué pena que aquellos que lo vieron tan mal, no hubieran hecho esta obra buena, que sí hubieran podido hacer, pues conocí que él hubiese concedido ahora, lo que en otro tiempo rehusó. Spiritus ubi vult spirat, et vocem ejus audis sed nescis unde veniat, aut quo vadat (Jn_3_8). El viento sopla donde quiere, y oyes su voz, pero no sabes de dónde viene ni a dónde va.

            Si hubiese creído las palabras del Oráculo, si no se hubiese endurecido a resistir, quizá no hubiera muerto de la hidropesía que lo aquejó casi toda su vida y podido morir con toda tranquilidad en la cama del Cardenal de Lyon, [962] y no en la de Don Alfonso. Si no hubiese sido advertido de todo lo que le sucedería, no hubiera temido la muerte, porque el Verbo de vida que eres tú, mi amor y mi Dios, lo habría consolado. ¿Pero quién te puede resistir y tener en paz su alma? Todas las paces políticas y aparentes no son la verdadera paz y no hay consejo estable contra ti, Señor. Aquellos que quieren volver falsas las verdaderas revelaciones y obtener las luces con las que iluminas a quienes quieres iluminar, al final tienen que arrepentirse, y ordinariamente ya es demasiado tarde.

            Querido Amor, tú sabes la tristeza que tengo por esta muerte de la que había sido prevenida con tus luces y que le declaré a él por escrito cuando me preguntó si el Oráculo no decía nada. Me mandaste le dijera que tú no estabas ligado a nada y que le dijera así: Verbum Dei non est alligatum (2Tm_2_9). La palabra de Dios no está atada. Esta carta la recibió cuando estaba en París en su hotel de Lyon, y me mandó decir le hiciese saber lo que no había querido creer endureciendo su espíritu más y más, hasta ahora en que ha visto la verdad en todo lo que le he escrito y que yo había guardado en secreto durante varios años diciéndolo únicamente a dos o tres personas, un de ellas fue el R.P. Carré, Jacobino que ya murió que entonces era mi confesor, las otras dos viven.

            [963] El 24 de marzo de 1653, haciendo lo que podía para prepararme a la fiesta de tu amorosa Encarnación, invoqué con respeto y confianza al gran san Gabriel, tu admirable servidor y como era el día en que los RR.PP. del Oratorio celebran su fiesta, me uní a su solemnidad para honrar a este Arcángel, mensajero de tus bondades y cuyo nombre es interpretado como Fuerza de Dios, rogándole viniera a nuestra capilla con todos los espíritus que hacen tu voluntad, te asisten, te sirven, en una palabra a toda la milicia celeste a la que estoy sumamente obligada. No fui desoída de estos ciudadanos del cielo y con ellos bendije tu santo nombre diciendo: Benedic, anima mea, Domino, et omnia quae intra me sunt nomini sancto ejus, et noli oblivisci omnes retributiones ejus (Sal_102_1s). Bendice a Yahveh, alma mía, del fondo de mi ser su santo nombre y no olvides sus muchos beneficios.

            Mi alma se sorprendió al verse, en esta fiesta llena al mismo tiempo de alegría y tristeza. Alegría por unirse a estos espíritus bienaventurados y tristeza por la muerte de Mons. el Cardenal de Lyon que había muerto esta noche, mientras que el silencio suspendía a varios espíritus. Mons. el Obispo de Condom, quien no había estado aún en nuestro monasterio porque sólo lo conocí en París, en el retiro que nos dio en la casa del Sr. de la Piardière en tiempo de la guerra, vino a casa después del medio día y quiso [964] saber la causa de esta tristeza cuando ya estaba en nuestro amable desierto que tanto había deseado: Monseñor, le dije, mi Pastor murió esta noche y es esto lo que me aflige. No se extrañó este piadoso Prelado sabiendo que lo quería, pero para consolarme me dijo que ya no impediría el establecimiento de la Orden del Verbo Encarnado en Lyon, ni de que sus hijas se santificasen en este desierto por los votos de Religión y me dejó en esta razonable tristeza. ¡Ah! este golpe dado a mi Pastor ha sido doloroso para esta la primera de sus ovejas que lo amaba. Me atrevo a decir que estas palabras son verdaderas, porque siendo aún Arzobispo de Aix, Monseñor Nesme, le ofreció mi obediencia aún antes de ser Arzobispo de Lyon. La hija de Jefté, que como tal le pertenecía vino a su encuentro para tomar parte en la alegría de su padre por su victoria, pero se le cambió en tristeza. Esta hija, obediente a Dios y a su padre no pidió que se evitara el sacrificio, sólo pidió fuese retardado para ir con sus compañeras, a llorar por lo que hubiese podido reír si no se hubiese visto privada de la esperanza del matrimonio con quienes pretendían que la venida del Mesías fuera por ellos. Isaías aún no había predicho que nacería de una [965] virgen, de la raza de David y de su casa, y que te debía concebir, dar a luz virginalmente y permanecer siempre virgen. ¡Oh divino Emmanuel!

            Tu amorosa bondad me quiso consolar la mañana siguiente, día del gran sábado, del reposo que tú, Espíritu de Dios y de verdad, querías tomar en el seno virginal más puro que los espíritus que asisten delante de tu trono. Tu Espíritu Santo la escogió y colmó de una profusión de gracias para mí inexplicables y lo mismo para las demás creaturas, aplicando si puedo hablar así, estas palabras: Non permanebit Spiritus meus in homine in aeternum, quia caro est (Gn_6_3). No permanecerá para siempre mi Espíritu en el hombre, porque no es más que carne.

            En esta Virgen, el Verbo que eres tú, Espíritu y Dios vivo, fuiste hecho carne por la operación inefable de tu Espíritu Santo. Bajo la sombra y virtud del Altísimo, tu Madre te concibió, encontrándose Madre, y permaneciendo al mismo tiempo virgen, y Madre de Dios, siendo su hija. Mi pluma no puede expresar lo que me hiciste conocer de esta virginal maternidad y de esta maternal virginidad, por lo que exclamo con la Iglesia: Mirabile mysterium declaratur hodie. Innovantur naturae, Deus homo factus est, id quod fuit permansit et quod non erat assumpsit, non comixtione passus neque divisionem (Ant. Laudes. Sma. V. María desp. Navidad). Admirable es el misterio que nos es revelado: Uniéronse dos naturalezas y Dios se hizo hombre; siguió siendo lo que era y asumió lo que no era, pero sin sufrir mezcla ni división.

            Querido Amor, tú sabes que desde hace varios años te adoro los nueve meses que estuviste encerrado en el claustro virginal de tu divina Madre y el favor que has hecho a mi espíritu de recibirlo ahí, cerca de ti, llenándolo [966] de amorosas y maravillosas bendiciones siendo el Hijo de Dios bendito y el fruto bendito de esta tierra sublime. ¿Con esta compañía sagrada puede mi alma estar triste? El nuevo Adán y la nueva Eva viven en el paraíso de la voluntad del Padre, este paraíso es la carne adorable de este Hijo y de esta virginal Madre. Aliméntame, querido Amor de esta mesa que me hará una misma cosa contigo, tu santa Madre ha anticipado la Cena por esta gracia.

Capítulo 135 - El Jubileo que deseé ganar varias veces. Mandato de mis directores para que continuara escribiendo lo que el difunto Monseñor, el Cardenal de Lyon, me había mandado escribir. El apóstol de gloria me dio su diestra para llevar el nombre del Verbo Encarnado ante los grandes y pequeños y que la señal distintiva que hace conocer a sus hijas es Jesus Amor Meus. Elevaciones de mi espíritu los días de la Visitación y santa Magdalena, 1653.

            El R.P. Prior, Vicario General de Monseñor de Mest Abad de la Abadía de San Germán de Près, como Superior de nuestro Monasterio de París, me escribió el domingo de Ramos para que dispusiera a mis hijas al jubileo ofreciendo confesores a las casas y conventos que aún no habían participado, en el deseo de aquellos que le habían solicitado la visita, tantas veces señalada en esta narración, de esta manera se hizo ver tu providencia hacia aquella que se confía siempre en ti, mi amor y mi todo.

            [967] Durante los dos meses que duró el Jubileo me concediste muchas gracias, traté de ganarlo dos veces aunque tenía dificultad en decir las oraciones vocales mandadas para ganarlo. Esta pena de pronunciar me hacía experimentar gran dificultad, por no decir imposibilidad, hasta para rezar el Oficio, aunque me sintiera obligada a hacerlo, aún tratándose del de tu digna Madre.

            La Semana Mayor me obligó a meditar en el gran amor que tienes a los hombres, por los que has sufrido tan vivos tormentos y una muerte tan cruel e ignominiosa, acordándome de las palabras del Apóstol: Hoc enim sentite vobis (Flp_2_5). Tened entre vosotros los mismos sentimientos. Tratando de sentir y compadecer tus sufrimientos, deseaba aborrecerme a mi misma y conformarme a ti en el amor a los oprobios de los que has querido ser colmado, soportando pacientemente a los pecadores, adorándote en tu amor sufriente. Quería morir a todo lo que no es tu puro amor con el que me has amado, dándote para mi salvación y ser para mí, todo en todas las cosas. Sé eternamente, mi Dios y mi todo, divino amor.

            El Jubileo se podía ganar dos veces en los dos meses, por lo que me esforcé en ganarlo en Pentecostés como en Pascua. [968] El Apóstol nos exhorta a alegrarnos nuevamente, por eso quise hacerlo en este tiempo de alegría que la Iglesia llama al júbilo y repite los aleluyas.

            En estos dos meses las fiestas de tu Resurrección, Ascensión y la venida del Espíritu Santo, fueron solemnidades en las que me hiciste derroche de tus magnificencias reales y divinas. Pasaba dificultades al ocuparme diariamente aunque fuera por poco tiempo en trabajos manuales. Como ya he hablado, en otros apuntes y diversos cuadernos, no lo repetiré aquí ni me extenderé en las maravillas que tu augusta Trinidad me hizo conocer tu bondad, mi mal de ojos y la muerte del Señor Cardenal de Lyon, que me había mandado escribir lo que hasta aquí llevo narrado, y otros cuadernos por separado que le había enviado, como habían sido sus deseos, me hicieron creer sinceramente que todo esto me dispensaba de seguirlo haciendo y lo suspendí, pero mis confesores y directores actuales de la Iglesia de san Luis, los R.P. de Lingendes y de Condé, de la Compañía como el R.P. Gibalin, de la misma Compañía, no permitieron que por esta muerte dejara de escribir, sino que me ordenaron que continuase anotando las luces y gracias que liberalmente me otorgabas, y como ellos me hacen conocer tu voluntad, así también Mons. el Obispo de Condom. De esta manera te ofrezco un continuo sacrificio de mi voluntad para agradecer tus infinitas y misericordiosas liberalidades hacia mí tu indigna esposa. Haz, Señor, que todas las creaturas digan y canten en el cielo y en la tierra: Santo, Santo, Santo es el Señor, fuerte y poderoso.

            [969] Después de la fiesta de la santísima Trinidad, Misterio adorable y a mi alma muy amado y venerado, fui invitada al banquete de tu amorosa Eucaristía. Humillándome ante tu Majestad te pedí conocer como la Cananea mi indignidad y sentí con Lázaro mis llagas y mi necesidad  de comer las migajas que caían de tu mesa, tú que eres inmensamente rico, posees todos los tesoros de tu Padre, que guardas en esta amorosa Eucaristía, en este sagrado Cuerpo que posee toda la plenitud, de la divinidad.

            ¿Podrías, querido Amor, rechazar o dejar hambrienta a esta pobre que tiene tantas bocas para pedirte esta caridad, como heridas abiertas causadas por los dardos de tu amor? ¿Te es indiferente por sus debilidades? ¿Su languidez no moverá a piedad este corazón que es el trono de la misericordia? No queriendo retenerte más por tu sabiduría, tu bondad me hizo entender que eres plenamente humano, el Dios Hombre que deseó hacer el banquete en la adorable cena con sus amigos, para saciarlos con el trigo de los elegidos y embriagarlos con el vino que engendra vírgenes y ser su corona. Quisiste ser el Cordero que los recibe en este jardín alimentándolos de ti mismo haciendo su camino recto, su verdad [970] cierta y su vida indeficiente, entrando en su pecho por la comunión para alojarlos en el tuyo por una divina transformación.

            Si el ángel dijo a Zacarías que, muchos participarían de su alegría por el nacimiento de su hijo, tu gran precursor, cuyo nombre no es otra cosa que gracia, mi alma aunque indigna prevenida por ella desde tanto tiempo, ¿podía estar privada de estas alegrías? Tu amor deseó conservarlas en mí no por largo tiempo, sino para siempre. Dame por caridad tu Espíritu a fin de que haga ver que tus caminos y senderos son rectos. Que aquellos que te buscan vuelvan y se conviertan a ti, e ilumínalos por ti y en ti te formen un pueblo perfecto.

            Aquella, a la que tantas veces has dado la llave de David, que es la confianza en tu bondad, que le abres tu corazón sin que se le pueda cerrar, ¿podía ser rechazada de aquél a quién tú has dado la llave del cielo? No, porque él la hizo tomar parte en las luces que vio no sólo en el monte Tabor, a tu derecha, sino que obtuvo de tu corazón esta gracia que ella experimenta deliciosa y fuertemente, la dicha de participar de tu naturaleza divina.

            [971] El Apóstol de gloria que deseó ser anatema por sus hermanos cuando peregrinaba en la tierra, ¿Podría tener en el cielo menos amor por esta pequeña hermana, que aún se dice hija, sin compararse con santa Tecla? No, de él recibo finezas de excelente caridad que no puedo describir, ¿No puedo cuando menos anunciar al cielo y a la tierra que me ha dado su diestra para llevar con él tu nombre santo a los grandes y pequeños? Este anuncio caracteriza y hace conocer a tus hijas, divino Verbo hecho carne, por estas palabras: Jesus Amor Meus, llevadas no sobre la frente, sino sobre el corazón.

            Hija del Padre, Madre del Hijo, Esposa del Espíritu Santo y la magnificencia de estas tres augustas Personas, elevada sobre todos los cielos, ¿Quién podría expresar los indecibles favores que me hiciste el día de tu visitación? Tu visita elevó mi espíritu al cielo y lo conservó en la tierra de su cuerpo por un maravilloso poder, actuaban en ella dos fuerzas contrarias: el deseo de expirar para dejar pronto la tierra y la paciencia de respirar todavía quedándome en la vida y diciendo: Ten la vida en paciencia y la muerte en deseo.

            Con el deseo de abreviar, no me extiendo sobre los favores recibidos durante el verano; pero no podría dejar de hablar de los ardores de aquella cuyo amor por la Iglesia dice que excede al de los otros santos, y que mereció verte la primera el día de tu gloriosa Resurrección, cuando le dijiste que no [972] te detuviera en el sepulcro porque aún no subías a tu Padre. La hiciste la evangelista de los apóstoles dándole esta honrosa misión y gran encargo de avisarles que habías triunfado de la muerte y que debías subir a tu Padre y al nuestro a tu Dios y nuestro Dios, que la gloria de tu cuerpo sagrado no te había despojado de la familiaridad para con ellos. Te le apareciste como jardinero y le mostraste que querías hacerla tu Edén y tu discípula. No, no te desdeñaste de aprender el oficio de pescador y pusiste tu luz en el mar, comiste con tus discípulos te les apareciste diría yo de cocinero, pues no había ángeles que hubiesen puesto a asar los pescados que aparecieron sobre los carbones encendidos, ni panadero que hubiese hecho el pan que se encontró cerca de los pescados. Tu Resurrección no cambió tu dulzura ni quitó la humildad a tu divino corazón que quería ser para siempre asilo de pecadores, bien lo mostraste por la invitación que hiciste a Tomás de meter sus dedos en las llagas que los clavos habían dejado en tus manos y en tus pies y su mano en tu costado abierto.

            Por estas cosas visibles tú los querías elevar a las invisibles siendo su real y divino Doctor, les hablabas del Reino de Dios, de que les ibas a preparar en él lugares y tronos para hacerlos jueces y reyes. [973] Soplando sobre ellos les diste tu divino Espíritu, los hiciste dioses y les diste el poder de perdonar los pecados, y si es verdad que les reprochaste su dureza para creer después de tantas apariciones y señales sensibles y visibles de tu Resurrección, era que querías hacerlos doctos conocedores bien informados con toda esta serie de pruebas. Después subiste al cielo dándoles antes tu bendición, cumpliéndose así la petición del Profeta: Benedicat nos Deus noster, benedicat nos Deus, et metuant eum omnes fines terrae (Sal_66_7s). Dios nuestro Señor, nos bendice, Dios nos bendiga, y teman ante él todos los confines de la tierra.

            Y para hacer ver la eficacia de tu reprensión, pruebas y bendición, a los diez días les enviaste al Espíritu Paráclito que los hizo doctores en toda ciencia, capaces de hacer oír su voz por toda la tierra: In omnen terram exivit sonus eorum, et in fines orbis terrae verba eorum (Sal_18_5). Mas por toda la tierra se adivinan los rasgos, y sus giros hasta el confín del mundo.

Capítulo 136 - Del día de fuego que rodeó los poderes infernales. Gracias que recibí el día de santa Ana. Nuestro padre san Agustín amaba más la preparación para recibir la gracia, que disertar sobre ella. Lo que pasó por la compra de la casa de la Orangerie. Dios mostró su Providencia y favores. Favores que obtuve el día de la Natividad de Nuestra Señora y de mis enfermedades.

            [974] Desearía abreviar este inventario de las gracias que me has hecho, y no hablar del día de fuego, día del viento, día del gran ruido que asombró a los poderes infernales, sometiendo a los pescadores que se habían encerrado en una sala por temor a los judíos después de tu ascensión. Como su Maestro, les ordenaste retirarse ahí hasta el día que les habías prometido visitarlos y amarlos con la virtud del Altísimo, y con estas armas de fuego prevenir a los enemigos y destruirlos por tu Cruz, que pareció escándalo a los judíos y locura a los gentiles y no obstante no se pudo impedir que ésta apareciera hasta en las coronas imperiales, siendo siempre el terror de los malvados y de los demonios.

            El día de santa Ana recibí muchas gracias de ti Verbo hecho carne; su nombre es la misma gracia, me hizo grandes comunicaciones de las que ruego hacer buen uso y no las reciba en vano. Gracias muy grandes que son eficaces y otras ordinarias que son cooperantes en el alma que ayuda con la franqueza de su libertad. Por esta cooperación voluntaria, con tu bondad, das gracia por gracia. Señor, que nos has creado sin nuestra voluntad, [975] no nos quieres salvar sin nosotros. Quiero detenerme con este pensamiento de nuestro Padre san Agustín, que me dijo una mañana del año de 1644, en compañía de santo Tomás de Aquino, que tendría gran alegría, y yo diría gloria accidental, si aquellos que se inquietan y se turban por disertar sobre la gracia, se dispusieran mejor a recibirla, la pierden porque ignoran que los impulsa la pasión y no el celo. Ignoran que la gracia es semejante a la caridad o mejor dicho, es ella misma, porque no es ambiciosa, no busca su gloria sino la tuya, mi Jesús. Llena con ella mi corazón y espárcela sobre mis labios, que mis pensamientos, palabras y obras sean todas hechas en gracia, de gracia, por la gracia y para la gracia, que en verdad pueda decir con el Apóstol: Por la gracia de Dios, soy lo que soy.

            El día de Nuestra Señora de los ángeles, me sentí movida a ir a la Iglesia de las religiosas Recoletas para recibir la bendición con el Santísimo Sacramento y ganar la indulgencia que tú mismo prometiste a san Francisco tu verdadero imitador. Ahí me hiciste ver el cuidado que tienes de tus hijas y de mí misma, que mostraste por un aviso que no habría recibido si no hubiese ido, pero tus ángeles, mis celestes protectores, me condujeron ahí y no es la primera vez que reconozco sus cuidados sobre mí.

            [976] La víspera de la Asunción de tu Augusta Madre me impulsaste a salir de casa, para tu gloria. Quisiste que comprara no un castillo, sino casas y jardines para alojarte y de esta manera me acordé de lo que varias veces te había dicho durante los diez años que estuve en París: Querido Amor, las zorras son listas y tienen madrigueras; muchas personas más hábiles que yo tienen casas, los pájaros son más prestos a proveerse que yo, tienen sus nidos; y tú, Verbo Encarnado, a quien todo pertenece, no tienes en París un pedazo de tierra para descansar tu cabeza: pero que cese esta queja, querido Amor, quiero comprarte una casa con lo que me has dado por el cuidado que tus ángeles tienen conmigo. Les has ordenado proveerme y han inspirado a los que venden estas casas, un precio que no me habían querido conceder, ya que antes de la guerra de París les ofrecí 45 mil libras, pero ellos querían 50 mil.

            Ecónomos celestiales, ¿Qué haré para agradecerles sus caritativos cuidados? Les hago los ofrecimientos del anciano y del joven Tobías al gran san Rafael, las deudas que tengo con todos, no me impiden reconocer las que tengo con este divino médico y prudente guía, el cual me defiende de mis enemigos, me provee de amigos curando muchas veces a aquellos a quienes con confianza le recomiendo. Sé que él hace todo según tu voluntad, Señor, a la que me someto con mucho gusto. Si deseara o pidiera alguna cosa contraria a tu voluntad, me harías una [977] gracia rehusándomela, y si este mal de muelas que tengo desde hace algunos días y el frío me ocasionó, que sea un  freno al un gusto que yo tenía de pedir. Quiero sufrirlo todo el tiempo que quieras.

            El día de la degollación de mi gran patrono tu precursor, quisiste que se hiciese el contrato de la compra de la casa de la Orangerie y que pagase al contado 25,000 libras. Como no podía pagar una hipoteca que pertenecía a menores, tuve que esperar a que la liquidaran, conociendo bien que tu sabiduría dispone todo fuerte y suavemente. El mal de muelas disminuyó y el gusto que tenía por esta adquisición creció, pues fueron más de 17,000 libras menos de lo que hubiese tenido que pagar 5 o 6 años antes y los intereses hubiesen sido mayores. El Sr. Lalive, el propietario, rehusó dos pagarés de 17,000 libras que le hizo el Sr. de Cantariny, temiendo su quiebra. Yo no me preocupaba porque sabía que era hombre de honor, de bien y mi amigo y por esta razón aseguré a los que pensaban que no debía confiar mi dinero a este banquero, que estaba segura en tu protección. Y por lo que se refería al Sr. Cantariny que como hombre de honor no me haría una villanía, y como hombre de bien no me haría una injusticia y siendo mi amigo no lo quería afligir. Querido Amor, él pagó todo poco después y no ha quebrado y es porque te teme y ama y quiere que sus hijos hagan lo mismo; me confió para que le educara [978] a dos de sus hijas antes de las guerras. Te he rogado por tu gloria y su salvación, porque él ha confiado la formación de sus hijas a nuestra Congregación y no a otra.

            Cuando consideraba que estas tres casas y jardines me pertenecían; recordaste a mi espíritu, satisfecho de todo lo que había pasado, una visión que tuve en Lyon, antes de partir para fundar los monasterios de Grenoble y de París. Me hiciste ver sentada en un hermoso lugar en que había árboles de los que no distinguía el fruto, rodeada de jóvenes. Estando en este lugar me llevaron un parasol, lo que hubiera pasado desapercibido si estando ahora verdaderamente en este lugar, una de las pensionistas no me hubiese traído un parasol real, como me había sido mostrado en la visión diez años antes, para hacerme conocer que eres fiel en todas las profecías o figuras que me haces ver. Había mandado cantar en el coro varios días el Veni Creator para hacer en tu Espíritu esta adquisición.

            El día de la natividad de tu santa Madre no se pasó sin recibir grandes favores, aunque el mal de muelas no me dejó dormir por varias noches. Estaba enferma, pero me sentía fuerte con esta Virgen que tenía a todos mis enemigos encadenados, caminando sobre el áspid y el basilisco y hollando con sus pies al dragón. Todos los ángeles admirando esta maravilla exclamaban: Quae est ista quae progreditur quasi aurora, etc. (Ct_6_10). Quien es ésta que surge cual aurora,... .

            David decía: Si el Señor es mi ayuda ¿qué podrá hacerme el [979] hombre? María ha venido en mi socorro, ¿que podrán hacerme mis enemigos? Es terrible como un ejército listo para la batalla; es la alegría del cielo y de la tierra, la alegría de Joaquín y el deleite de Ana, la amable gracia de los peregrinos y la gloria resplandeciente de los que ya están en el cielo, después del Hombre Dios que es la gracia substancial y la visión beatifica. La Iglesia canta que su nacimiento es la alegría universal. San Pablo dijo con Isaías: Oh inmenso Verbo increado, que te hiciste el Verbo anonadado por la Encarnación en el seno de María, tu gozo es haber sufrido la cruz sometiéndote a la contradicción de los pecadores.

            Tu divino Padre al ver que María sería la cooperadora de la Redención y que se mantendría firme cerca de tu cruz donde pagarías por todos los pecadores, quedó más satisfecho dándote un nombre que está por encima de todo nombre y ante el cual toda rodilla se dobla.

Capítulo 137 - San Mateo es el buen publicano. La verdadera satisfacción de nuestras faltas y cómo la quiere Dios. El es el Cordero inmaculado y la santísima Virgen la divina Pastora.

            El día de san Mateo entendí grandes maravillas de las gracias que me hiciste. Me dijiste: ¿No piensas que san Mateo fue el publicano que entró al templo golpeándose el pecho sin atreverse a levantar los ojos y al que Dios justificó mientras se humillaba mientras el fariseo se elogiaba de sus vanos pensamientos, despreciando al penitente?

            Querido Amor, te respondo con las palabras de san Juan al anciano que era interrogado: Domine mi tu scis (Ap_7_14). Señor, tú lo sabes. Sé que el publicano, cuya fiesta solemnizamos, te siguió hasta morir por ti y que llegó a tu gloria por medio de grandes tribulaciones. Fue víctima de la virginidad. Deseo ardientemente hacer una perfecta confesión para agradarte y estar dispuesta a seguirte en el momento en que me llames.

            Quisiste mi pastor y amoroso director, decirme: Ofrece al Eterno Padre la contrición que tuve en el jardín de los Olivos donde el dolor y el amor me pusieron en agonía hasta verter agua y sangre por mis poros para lavar la tierra; preséntame la confesión que hice delante de Pilatos; Bona confessionem, buena confesión, después de la cual llevé todos los pecados de los hombres al Calvario, ofreciéndome voluntariamente por la redención de todos ellos. Presenta al Espíritu Santo para satisfacción de amor, la sangre y el agua que salieron de mi costado. Don de la sangre y del agua [981] que hice a mi digna Madre y a mi amada Magdalena, devolviendo a mi Madre la sangre que me dio en mi concepción; sangre que reservé amorosamente en mi pecho para hacer mi tesoro donde estaba mi corazón. A Magdalena di de esta agua divina por aquella que vertió de sus ojos por mí, y que atraje por mi amor como el sol atrae por su calor el vapor, y lo devuelve en lluvia.

            Después de todos estos admirables favores, te di gracias por tanta bondad que no pude expresar y me levanté de mi lugar para ir a la cocina, pero aún no había salido del coro cuando te me apareciste en figura de un cordero blanco como la nieve, llevado entre nubes blancas sobre las que galopabas graciosamente llamándome para que te siguiera. El día de santa Tecla, tu divina Madre se me apareció después de la oración, a mi lado derecho, con sus ojos más hermosos que el sol, resplandecientes como la aurora que me llenaron de alegría y admiración. Me dijo con mucha, gracia: Soy la pastora de mi Cordero, lo voy a seguir a Lyon a dónde él y yo te llamamos.

            Mi amable pastora, te vi como de la edad de 17 o 18 años semejando la misma gracia. Si hemos recibido la ley por Moisés, ¿debía rehusar la gracia que el Hijo y la Madre me presentaban? [982] Te dije: Te sigo con todo el amor y placer de mi corazón, ya no estaré más en París; dejo esta ciudad real para ir cerca de tu Hijo a la santa montaña dispón todas las cosas para este viaje y todos los corazones que deben ceder para emprenderlo. Lo hiciste maravillosamente, mi divino Amor y me dijiste: Ve Débora, sobre el monte Tabor donde el Verbo Encarnado manifestará su gloria, no temas, lleva contigo a Barac para vencer a Sízara, ten confianza, tendrás la victoria, será reputada a una joven sentada bajo la palmera y juzgarás a Israel sobre la santa montaña en donde mis mártires te cubrirán con sus palmas y te coronarán con sus laureles por todo lo que sufrirás por mí.

            Algunos días después fui a la Abadía con el Sr. de la Piardière para pedirle al R.P. Prior, gran Vicario de Mons. de Mest, me diera 4 religiosas de nuestro monasterio para llevarlas conmigo a Lyon. Hiciste como lo habías dicho, consintieron al fin dejarme salir de París con la condición de que les prometiese volver si era necesario con la ayuda de Dios.

            El bueno y venerado P. Iván vino a verme trayendo una carta en que me decía maravillas de personas que en apariencia se sometían a todas mis voluntades lo que no creí, pues no pude someter mi espíritu a esto que no era articulo [983] de fe y que podía estar convencida de lo contrario. La prudencia en este momento hubiese sido mi gloria ante este buen padre, pero sólo mis lágrimas me hicieron aparecer como una madre ultrajada por los sufrimientos de una hija inocente, acusada como culpable sin serlo.

            Este buen padre volvió otro día y tuvo más conocimiento de los verdaderos sentimientos que tenía; me dio una satisfacción y no encontró mal la compasión que como madre tenía, y me dijo que Dios mismo inspira a los fundadores lo que concierne a la dirección de las Ordenes que quiere funden: Como vi que este buen padre no viviría más de pocos días se lo dije al salir del recibidor.

            La víspera de san Dionisio, apóstol de Francia, cerca de las 9 de la mañana, me llevaron un papel en el que me decían que el P. Iván había muerto repentinamente esa mañana. Como había vivido largos años como un servidor fiel de tu Majestad, quisiste separar el alma de su cuerpo sin dar tiempo a los demonios de turbarlo durante el paso de la muerte a la vida. Que él esté para siempre en tu eterno descanso y ruegue por mí a fin de que te sea fiel.

Capítulo 138 - Nuestro viaje a Lyon. Favores y protección divina a su indigna hija. Nuestra llegada a Roanne y entrada a Lyon.

            [984] Preparadas todas las cosas para partir salimos con el Sr. de la Piardière, de quien me dijiste ser Baruc, el viernes 17 de octubre, víspera de san Lucas el compañero de viaje de san Pablo, a quién rogué nos acompañara, y a ti, Sol amoroso, que nos fueras favorable conduciéndonos con tus ardientes y luminosos rayos hasta Lyon; señal que te pedí si era de tu agrado, sin querer tentarte, pero sí para detener las malas lenguas que decían que la hija del Sr. Abad de la Piardière de sólo 4 años, y meses, no resistiría el frío y el mal tiempo más intensos en esta estación que en años anteriores.

            Me diste confianza, querido Amor, de que estarías en el viaje, que tendríamos buen tiempo hasta llegar a Lyon, que el sol no desaparecería, lo que así sucedió como todos pueden testimoniar en París, Lyon y hasta a cien leguas. [985] El confesor de nuestro monasterio de París Mons. de Langlade me escribió a principios de noviembre que la Sra. Condesa de Rochefort le había dicho que en París se decía que este tiempo había sido el verano de la M. de Matel; lo hubieran llamado  mejor el verano del Verbo Encarnado.

            Como llegamos a buena hora a Roanne, el Sr. de la Piardière me dijo que quería ir a ver el canal y le respondí que yo iría a la Iglesia para adorarte a ti, la fuente de agua viva y que en tu Humanidad sacrosanta me harías experimentar las profusiones de tus sagradas llagas que son canales de gracias para las almas que no buscan más que tu amor. El cambió su deseo y vino conmigo a la Iglesia, que si me acuerdo bien, está dedicada al levita y primer Mártir san Esteban. El Sr. Presidente Chausse vino después con nosotros. No permanecí mucho tiempo de rodillas, pero me diste a conocer que era bienvenida y me concediste muchos favores; me acordé haber recibido en Roanne la primera gracia, a saber: el bautismo en la Iglesia parroquial de san Esteban. Elevada en espíritu oí estas deliciosas palabras: Orietur stella Jacob Virgo peperit salvatorem (Ant. Of. Sma. Virgen, después de Navidad). Ha nacido una estrella de la casa de Jacob, la Virgen ha dado a luz al Salvador. Te adoré naciendo de tu divina Madre con sentimientos inexplicables y quisiste decirme: Mi muy amada, por mi Instituto me darás a luz, y permanecerás [986] virgen a imitación de mi incomparable Madre. Te he escogido como mi estrella por la que brillaré y me darás de nuevo a luz. ¡Oh mi divino Salvador! Esto será por tu bondad de la que recibo estas noticias con alegría y satisfacción.

            El domingo en la mañana mi alma estuvo en un indecible desamparo temiendo los aplausos de mis paisanos, sintiéndome triste más de lo que puedo expresar.

            El Sr. Abad que me observaba, me preguntó de dónde venía esa tristeza que aparecía en mi semblante; como era mi confesor y a quien tenía a la vez obligación y confianza, le dije que tu sabiduría divina ordenaba o permitía este estado porque querías que me desligase de todo lo que me podría atraer según la carne y la sangre. Yo me privaría de ver a mi única hermana a la que no había visto más de dos o tres horas en 25 años, si esto te agradaba más que la alegría de verla. Te bastó mi disposición en la que me mantuviste los cuatro días que nos alojamos en su casa. Qué visita. ¡Qué alegría! Todo el pueblo, mi hermana, mi cuñado Grimaud, y demás parientes nos prodigaron, sus atenciones y cordialidad. Mi alma unida a ti no podía saborear estos aplausos porque experimentaba en mí las dos cosas opuestas a la vez. Una satisfacción aparente y voluntaria para no molestar a nadie, entreteniéndome con todos, como si Roanne hubiese sido mi paraíso terrestre y todo el pueblo de mi natural complacencia. Durante las aclamaciones mi espíritu estaba ajeno a las personas. Dividiste las aguas en dos; hiciste de mi espíritu un firmamento de confianza [987] contigo, y en mi exterior desconfiaba de mi misma pero me alegraba con todos los que se me acercaban y no quería entristecer su esperanza de que regresaría cuando tu providencia lo ordenara.

            El jueves 30 de octubre salimos de Roanne bastante tarde para llegar a Lyon el día de Todos santos. Tu Majestad acariciándome por pura bondad, me hizo entender: Ego ante te ibo, et gloriosos terrae humiliabo portas aereas conteram, et vectes ferreos confringam; et dabo tibi thesauros absconditos, et arcana secretorum, ut scias quia ego Dominus, qui voco nomen tuum, Deus Israel (Is_45_2s). Yo marcharé delante de ti y allanaré las pendientes. Quebraré los batientes de bronce y romperé los cerrojos de hierro. Te daré los tesoros ocultos y las riquezas escondidas, para que sepas que yo soy Yahveh, el Dios de Israel, que te llamo por tu nombre, y el resto que sigue.

            Entramos a Lyon por la puerta de san Justo, saqué la cabeza fuera de la carroza llamando a los que cuidaban la ciudad para decirles que llegábamos 14 personas, entre ellas el Sr. Abad de la Piardière, dos niñas, cuatro Religiosas del Verbo Encarnado y la M. de Matel. Extrañada de que no me respondían palabra ni a mí ni a mis compañeros, te dije: Es que entras Señor, como dueño absoluto sin que nadie te pregunte quién eres. Una vez dentro, nos encontramos con una multitud que acompañaba el cuerpo del difunto Sr. Parísot, que iban a enterrar. Varios que me conocían vinieron a testimoniarme su alegría por mi regreso, lo que me mortificaba mucho; a ti sea dada toda la gloria. Tu sabes la violencia que tuve que hacerme para obedecer y salir de nuestro monasterio de París, para obedecer al Sr. Abad nuestro conductor, que estimaba ser aún necesaria mi presencia a mis hijas, que dejé muy afligidas por nuestra partida.

Capítulo 139 - Llegada a nuestra Congregación. Lo que pasó en el espíritu de las personas a las que me dirigí, de las que debía esperar alegría y consuelo, y la prueba en que Dios me puso.

            [988] Al llegar a nuestra pequeña capilla hice cantar a las cuatro religiosas el Veni Creator Spiritus, porque quise entrar a nuestra Congregación como san Simeón que te esperaba en el templo; adorándote en tu pequeño tabernáculo como a mi gran Dios, y me sometí a todas tus voluntades. Me dijiste, querido Amor; Ascende, tu qui evangelizas Sion, exalta in fortitudine vocem team, noli timere (Is_40_9). Súbete a un alto monte, alegre mensajero para Sión. Clama con voz poderosa, sin miedo. Por tu bondad volví a Lyon, pero al ver a las que se encontraban para recibirme, me entristecí, noté que no eras amado como lo deseaba.

            El mundo y sus vanidades tenían allí su lugar. Dirigiéndome a todas y a algunas en particular, les hablé como me habías ordenado: Quis credidit auditui nostro? et brachium Domini cui revelatum est? (Is_53_1). ¿Quién dio crédito a nuestra noticia? Y el brazo de Yahvé ¿a quién se le reveló? No se tenían los verdaderos sentimientos de tu gloria, se despreció tu palabra, vi lo que san Pablo [989] predijo cuando escribió a Timoteo: Erit enim tempus, cum sanam doctrinam non sustinebunt, sed ad sua desideria coacervabunt sibi magistros, prurientes auribus, et a veritate quidem auditum avertent, ad fabulas autem convertentur (2Tm_4_3s). Porque vendrá tiempo en que los hombres no soportarán la doctrina sana sino que serán arrastrados por sus propias pasiones, se harán de un montón de maestros por el prurito de oír novedades; apartarán sus oídos de la verdad y se volverán a las fábulas.

            Se retiraban de sus deberes a lugares donde no fuesen vistas por mí, pero no a donde no fuesen amadas de mi corazón que las quería a todas, especialmente a la que le estaba obligada por voto de estabilidad en la Congregación, afligiéndome de las que se habían ido en invierno. Me dijiste que tu celo arrojó en otro tiempo a los vendedores y compradores del templo que no pudiste sufrir que tu casa fuese despreciada, por no decir profanada; que las palomas y las ovejas eran vendidas y que ellas mismas se entregaban, cargando todo el peso del trabajo a una sola que se consumía como un buey de pena. Con su salida podría decir con el corazón y la boca Zelus domus tuae comedit me (Jn_2_17). El celo de tu casa me devora. Tu casa debía ser una casa de oración. Te rogué con todos tus santos, cuya fiesta celebrábamos, supliese las faltas de todas y las mías. [990] Tú no me condujiste por estas moradas celestes, pero los cielos se inclinaron a mí haciéndome favores inexplicables. Esta noche fue mi iluminación y mis delicias, admirándote a ti que venías en una nube blanca con tus mártires.

            El día siguiente, destinado para rogar por las almas detenidas en el purgatorio después de la sagrada comunión, te rogué que las visitaras a fin de que pudiesen decir: He aquí que nuestro Redentor viene, rogándote las hicieras tomar parte del festín de la gloria, que no rechazaste. Me llenaste de dolorosa compasión para subir contigo y todos los santos sobre nubes blancas, diciéndome: He llevado la cautividad cautiva. Daré dones a los hombres que te sean favorables.

            El Sr. Abad de la Piardière, después de la santa Misa me dijo que iba a ver al Abad de san Justo según nuestros deseos y resolución. Saludándolo a Ainay lo recibió agradablemente, pero cuando le habló de mí se volvió frío, por lo que el Sr. de la Piardière, extrañado le dijo: Señor, ¿por qué sois indiferente a los saludos de una persona a la que por muchos años habéis querido, estimado y honrado con vuestra amistad? A lo que le respondió que se debía a que no le había avisado de mi salida de París, ni mi llegada a Lyon, trayendo conmigo [991] religiosas. El Sr. de la Piardière le replicó que él había apresurado el viaje; que la obediencia de las cuatro religiosas la había dado por escrito el gran vicario el Sr. de Ville y que mi alegría era venir a Lyon a ver a Mons. el Arzobispo al que creía favorable a nuestro establecimiento. En París me habían asegurado su bondad conmigo, habiéndolo sabido por la boca de aquellos que habían sido testigos de mi gozo por saber que era mi querido prelado, presentándole mis respetos y obediencia, pudiéndole asegurar que hacía varios años que pedía a tu Majestad que él fuese mi prelado después de la muerte de su Eminencia, que lo había deseado porque lo amaba siendo como era mi Pastor.

            A su regreso pregunté al Sr. de la Piardière, cómo se había portado el Sr. Arzobispo y cómo lo había recibido el Abad de san Justo. Como era demasiado educado y caritativo, no me dijo otra cosa sino que se le había hecho demasiado honor y recibido muy bien. En el momento en que me hablaba de esa manera le dije: Todo estuvo bien para Ud. pero para mí hubo frialdad. Este pensamiento sobrepasó en mí los otros, lo que él [992] aceptó con mortificación. Sois demasiado sincero para disimularme esta cruz, después del Benedictus y las palmas de Roanne. Estoy resuelta a ser tenida por loca en Lyon por los grandes y los pequeños, por mis ángeles como por mis enemigos, si el Señor así lo hace o lo permite; me callo y me conformo a todas sus voluntades o permisiones. Imitaré a Abraham, esperaré contra toda esperanza sin osar esperar que mi confianza me sea reputada como justicia.

            Querido Amor, toda esta confianza que estaba en la parte alta del espíritu, dejaba mi parte inferior sorprendida y triste. Divididas las aguas experimento dos contrarios al mismo tiempo. Veo un firmamento sólido de confianza en ti, y las aguas de desconfianza en mí. Ante este asombro dije: He caído de las nubes; ¡Ah, Señor! me escurro como el agua.

            Querido Amor, que se haga tu voluntad. Si hubiera desobedecido y si hubiese sabido que debía pedir permiso por carta para venir, a verter mi alma a mi Pastor y Arzobispo, lo hubiese hecho. La pecadora de la ciudad no te preguntó si podía entrar al festín para estar a tus pies y verter su alma por sus ojos. No se la censuró por haberse acercado a su Salvador, sino que sin razón se censuró la bondad de su Salvador que tomó su defensa. [993] Te recomiendo la mía, querido Amor que es la tuya. Estoy triste y un poco turbada por haber inocentemente desagradado a mi Prelado. Tu misericordiosa bondad para mí, me hizo oír: Et quid dicam? (Jn_12_27). ¿Y que voy a decir? Pensando qué me querías decir por estas palabras, y no teniendo mi pequeña Biblia en latín, que dejé olvidada en la maleta del Sr. Abad de la Piardière, tomé las concordancias y encontré en san Juan, Cap. XII, esas palabras.

Capítulo 140 - Frutos antiguos y nuevos que presenté al Verbo Encarnado. Gracias que los santos y santas me alcanzaron los días de su solemnidad cuando me preocupaba por el retardo del establecimiento, pero continuaban favoreciéndome dándome fuerza para participar todos los días de mi divino alimento.

            [994] Plantaverat autem Dominus Deus paradisum voluptatis a principio, in quo posuit hominem quem formaverat (Gn_2_8). Luego plantó Yahveh Dios un jardín en Edén, donde colocó al hombre que había formado. Si Moisés no hubiese dicho que tú hiciste el jardín del Edén y plantaste los árboles y las plantas llenándolas de flores y de frutos, no me hubiera atrevido a decir que me invitaste al comienzo del Adviento a entrar a tu jardín para ver y coger las flores y los frutos, los antiguos y los nuevos para presentártelos todos como tuyos que eran. Te los presenté y presento de nuevo, divino jardinero y amoroso esposo, te ofrezco a aquél que está sobre el árbol de la cruz, al gran san Andrés, el primero que recibiste enviado por tu precursor. La fidelidad de san Juan debía ponerlo muy pronto al final de su carrera y a Andrés hacerle comenzar la suya. Juan quiso disminuir y esconderse en el [995] limbo sabiendo que tú debías crecer, mi Salvador y aparecer sobre el Tabor y el Calvario al medio día de tu gran amor por la salvación de los hombres. Habacuc te rogó vivificar tu obra en medio de los años y yo te suplico hacerla perfecta en medio del día, que encuentre allí mi mesa y mi lecho y que no me extravíe por otros caminos; post greges sodalium tuorum (Ct_1_7). Tras los rebaños de tus compañeros.

            El día de san Javier mi alma estuvo tan llena de tus bondades que te dije: Querido Amor, ya es bastante gozar las delicias, por ti deseo los suplicios, quiero el crucifijo que el cangrejo llevó a este apóstol a las Indias. Te da gloria hacer que un alma retrocediendo, avance, y cuando los hombres creen que tiene grandes imperfecciones y los demonios piensan que por sus grandes faltas se aproxima al abismo, tú haces ver que está sostenida por tu diestra y que puede decir con el Real Profeta: Dextera Domini fecit virtutem, dextera Domini exaltavit me. Non moriar, sed vivam; et narrabo opera Domini (Sal_117_16s). ¡Excelsa la diestra de Yahveh, la diestra de Yahveh hace proezas! No, no he de morir, que viviré y contaré las obras de Yahveh.

            Corrigiéndome, me haces ver que soy tu hija; no exponiéndome a mis [996] enemigos, me impulsas paternalmente a pedir entrar a tu Corazón embriagado de amor por mí y que es mi justicia y mi alivio: Aperite mihi portas justitiae ingressus in eas, confitebor Domino. Haec porta Domini, justi intrabunt in eam (Sal_117_19s). Abridme las puertas de justicia, entraré por ellas, daré gracias a Yahveh. ¡Aquí está la puerta de Yahveh por ella entran los justos! Te quiero alabar mi Señor, por tus misericordias que me han prevenido, me has escuchado cuando te he presentado mis miserias y mis oraciones, porque me quieres salvar.

            Siendo tú de suyo bueno y justo era necesario que fuese despreciada por aquellos que ocupan tu lugar, como la piedra desechada por los constructores; hic factus est in caput anguli (Sal_117_22). En piedra angular se ha convertido. Las maravillas se hacen por tus bondades, esto extraña a aquellos que no conocen ni el principio ni el fin, ni de donde viene tu Espíritu preveniente. Este es el día que hiciste por tu amorosa presencia en las almas de los israelitas. Viendo y temiendo a Dios están contentos por tus claridades; en cambio, aquellos que los combaten por su autoridad, tienen la felicidad temporal únicamente. Haz, querido Amor, que cumpliendo todas tus voluntades, alcancen los gozos eternos.

            Los días de santa Bárbara, san Nicolás y san Ambrosio, fuiste para mi luz, caridad y dulzura. Luz y lámpara [997] por las oraciones de santa Bárbara; caridad por las de san Nicolás, que te pedía renovaras nuestro sagrado matrimonio en la comunión; y dulzura y ambrosía por este Doctor que es la ambrosía misma, no pude más que decir: Crastina die delebitur iniquitas terrae. Et regnavit super nos salvator mundi (Of. día Navidad). Mañana se borrará la iniquidad de la tierra. Y reinará sobre nosotros el Salvador del mundo.

            A la serpiente antigua que es la iniquidad sobre la tierra, le fue quitada la esperanza que tenía de engañar a los hombres. Vi que aquella que la aplastó bajo sus pies comenzó a ser Inmaculada desde el momento en que fue concebida y oyó decir al soberano Rey: Veni electa mea BR 4a. Ant. II Vp, vírgenes). Ven, mi elegida. Tú eres toda bella y en ti no hay, ni habrá nunca ninguna mancha. Digna Madre de Dios, quién pudiera decir las bondades que me hiciste probar en la santa comunión y la que tu Hijo, expuesto en el altar, en la amable Eucaristía puso en mi alma, para hacer arder mejor el sacrificio que le ofrecía. Me hizo derramar lágrimas en abundancia acordándome del sacrificio de Elías. Dios Verdadero y vivo sé de todos bendito y adorado.

            El día de san Dámaso, mi alma se ocupó en alabar a la santísima Trinidad, agradeciéndote la inspiración que diste a este gran Papa de amar a san Jerónimo, y por medio de uno y otro hacer que se cantara en occidente el Gloria Patri que se canta en oriente. Me alegré porque los ángeles, estrellas de la mañana, te alaban juntos en el cielo desde antes de la creación del hombre, pidiéndote que nos enseñaras a hacerlo después de nuestra creación, mientras permanezcamos en esta baja tierra, esperando el día en que para siempre te alabemos con ellos en la tierra sublime, tierra viviente, diciéndote con David: Beati qui habitant in domo tua, Domine; in saecula saeculorum laudabunt te (Sal_83_5). Dichosos los que moran en tu casa, te alaban por siempre.

            Santa Lucía, con la que tengo antiguas y nuevas obligaciones, me participó en su día de la firmeza de su amor, confiándome a este amor divino que eres tú; Espíritu de vida y vivificador que abrasaste su corazón y elevaste su alma con tus llamas que apagaron los apetitos del cuerpo, templo sagrado que querían violar exponiéndolo a los pecadores, pero este templo se hizo inconmovible. El amor puso ahí su peso confundiendo a todos los espíritus locos. Por la Eucaristía entraste a su pecho virginal por su boca purísima en donde le concediste tus gracias de unión y así con ella recibiste el golpe de espada que atravesó su garganta. Como se había alimentado de ti, y tú estabas con ella, no tuvo ningún temor, el amor la había vencido y encontró tu lecho en medio de su corazón. Eres el amor mismo y la alegría [999] de todas las hijas de Jerusalén, allí estuvo tu lugar de paz y habitación en Sión, entraste en ella para hacerla entrar y permanecer en ti experimentando tu promesa.

            La espera del alumbramiento de tu santa Madre, el 18 de diciembre, no fue para mí una temeraria presunción, pues a tu bondad le agradó prevenirme de sus dulzuras, no dejándome en la pena que muchos experimentan elevándolos antes de que venga la aurora, por la que su sol hará débil el día. Tú nombre fue para mí un aceite abundante, por no decir esparcido, que quemaba mi corazón ardientemente y alumbraba mi entendimiento de tal manera que la noche me era clara como el día por tu presencia, mi querido Esposo: Quis tenebrae non obscurabantur a te: et nox sicut dies illuminabitur (Sal_138_12). Ni la misma tiniebla es tenebrosa para ti, y la noche es luminosa como el día.

            Dejando a varios en la meditación de la incredulidad de santo Tomás el día 21, de diciembre, mi espíritu fue elevado a contemplar su celo amoroso que hacía apresurar a los discípulos a que mostraran su valor acompañándote a los lugares en donde tu inclinación quería llevar tu cuerpo por el peso del amor, pero él les decía: Eamus et nos, ut moriamur cum eo (Jn_11_16). Vayamos también nosotros a morir con él. Admirando este favor antes de tu pasión, pasé este Mar [1000] Rojo, encontrándome transportada al Cenáculo, te adoré con este santo como mi Señor y mi Dios, repitiendo por varias veces estas palabras, confesando más con el corazón que con la boca, que tú eras mi todo. Con estos amorosos pensamientos que llenaron de alegría mi corazón entré a tu casa donde oí a tus cantores sagrados que me recibieron en sus coros invitándome a tomar parte en su música, como antaño, encantada de oír al gran san Miguel que te hacía conocer como Dios, David como su Rey y el mismo Dios a quien santo Tomás confesaba ser su Señor. Acabé diciendo: Jesús mi Amor eres nuestro Rey, nuestro Señor y nuestro Dios.

            El día de Navidad la gripa y una gran neblina, me obligaron a guardar cama después de haber oído las 3 Misas de la noche y de haber comulgado. Me hiciste experimentar la paz que el silencio y las tinieblas no turban, naciendo del seno de tu Padre y de tu virginal Madre, viniste a tomar un lugar real en el mío, en donde hice, como me habías enseñado, actos de adoración, agradecimiento, contrición, ofrenda, conformidad y abandono entre las manos de tu adorable Padre y las de tu milagrosa Madre, la que te envolvió en pañales y recostó en el pesebre.

            [1001] Querido Amor, cuando entraste en mi seno, eras una nube adorable. Consagraste tu templo llenándolo de tus maravillas. Yo no podía hacer mis funciones ordinarias ¿No debía como los ministros del templo, ceder mis funciones a esta nube que llenaba tu casa? Nebula implevit domun Domini et non poterant sacerdotes stare et ministrare propter nebulam (1R_8_10). La nube llenó la casa de Israel y los sacerdotes no pudieron continuar en el servicio a causa de la nube.

            La gripa me duró más de 40 días, la neblina muy espesa duró también largo tiempo en Lyon, me hizo permanecer en mi cuarto sin fatiga porque tu bondad ocupaba mi espíritu y calmaba los dolores de mi cuerpo, dormía poco por temor a que la fluxión y la tos me privasen de recibirte, pero arreglaste las cosas de tal manera que te pude recibir todas las mañanas en la Misa de la comunidad, haciéndote mi divino alimento y mi verdadero elemento.

 Capítulo 141 - La santísima Virgen nos invita a un festín que ella nos ha preparado. Mis mortificaciones ordinarias. La bondad divina recibe nuestros pensamientos y nuestras lágrimas. Moisés me mostró dos tablas. El Verbo Encarnado es mi primer y último ermitaño, mi principio y mi fin, pastor y cordero.

            [1002] El día de tu circuncisión de 1654, al considerar el cuchillo que hirió tu carne inocente, casi a tu entrada a este mundo, no pude menos que decir que eras la uva prensada en las viñas de Engadía, mientras que tu santa Madre decía abrazándote contra su pecho: Fasciculus myrrhae dilectus meus mihi: inter ubera mea commorabitur (Ct_1_12). Bolsita de mirra es mi amado para mí, que reposa entre mis pechos. Mezclando sus lágrimas y su leche con las tuyas y tu sangre, preparó un festín al que me invitó a comer y beber hasta embriagarme de este vino virginal que no embota los sentidos, sino que los eleva para sentir tus bondades y para buscarte hasta encontrarte con simplicidad de corazón, según el consejo del Profeta: Quaerite Dominum, et confirmamini, quaerite faciem ejus semper (Sal_104_4). Buscad a Yahveh y su fuerza, id tras su rostro sin descanso.

            [1003] El día de Reyes, mientras oía a nuestras religiosas renovar sus votos, mi alma renovaba sus sufrimientos, viéndome privada por tus órdenes, de esto que se hace en la Orden. Me dijiste oh Rey de mi corazón: Ofréceme tus pensamientos mientras tus hijas me ofrecen sus votos y no dudes que el mismo que recibe los corderos de mi oveja, recibe amorosamente los pelos o pensamientos de quien como un rebaño de cabras sube la montaña de Galaad: Oculi tui columbarum, absque eo quod intrinsecus later. Capilli tui sicut greges caprarum quae ascenderunt de monte Galaad (Ct_4_1). Palomas son tus ojos a través de tu velo, tu melena cual rebaño de cabras, que ondulan en el monte Galaad.

            Los pelos de cabra eran ofrecidos y recibidos en el Templo para hacer objetos que servían al santuario de diversas maneras, se los hilaba, torcían y labraban; se teñían de escarlata o empleaban según órdenes recibidas del cielo. Tus mejillas cubiertas de lágrimas y tu amor tan íntimo, me agradan tanto o más que estos votos; estos amorosos pensamientos suben hasta mi trono con los mártires: Galaad auricus testimonii. Galaad auditorio de tus testimonios. Testimonian que soy su Dios y su Amor, Galaad abjectio, Galaad desprecio; viéndote en el desprecio, [1004] los elevo a mi gloria: super te Jerusalem orietur Dominus, et gloria ejus in te videbitur (Is_60_2). Sobre ti Jerusalén amanece Yahveh y su gloria sobre ti aparece. Durante los 40 días que permaneciste en el establo con tu admirable Madre y su virginal esposo, me concediste muchas gracias, tus santos me entretuvieron allí con alegría, con un regocijo común: Laetentur caeli, et exultet terra (Sal_95_11). Alégrense los cielos, regocíjese la tierra.

            Moisés se me apareció llevando dos tablas en las que no había nada escrito, cosa que me extrañó al mirarlas, pero entendí que este legislador venía ahí con los santos a cantar la ley de gracia, que yo buscara en ellas la ley del amor, y entonces conocería lo que deseabas que hiciera.

            Los días de san Antonio y san Pablo, primer ermitaño, de santa Inés, san Vicente, santa Emerenciana, y san Timoteo discípulo de san Pablo, Verbo divino, envuelto en pañales, te mostraste libre y liberal para derramar gracias en aquella que te adoraba en este establo. Eras su sol que ella adoraba [1005] dando la espalda a todo lo demás. Eras su primero y último ermitaño siendo su principio y su fin; no veía en el tiempo más que a aquél que es la eternidad; deseaba ser siempre el objeto y el blanco para recibir todas tus flechas y un día ser traspasada por ellas, a fin de que se abriesen las puertas por las que tus rayos alumbrarían toda la tierra, flechas tanto más ardientes y luminosas cuanto más veloces y fuertes.

            Deseaba, divino Cordero, que las mismas bendiciones eternas te fuesen dadas como al verdadero Jacob a quien el Padre bendijo. En fin, era hija de deseos, deseaba seguirte por todas partes con santa Inés y santa Emerenciana, de las que me sentía hermana de leche ya que no podía serlo de sangre porque yo no había obtenido como ellas el favor del martirio. Te consideraba que llegabas vencedor a fin de vencer, no solamente coronado, sino dando coronas de gracias y de gloria.

            Este maná escondido tenía un nombre nuevo que tú y el alma que lo recibe conocen. Es tu voluntad o más bien [1006] tu gusto. Quisiste que sin ir a la Roma terrestre, mi alma visitase este templo celeste y divino pidiéndote continuamente ese mismo favor; ella habitó ahí todos los días de su vida según tu agrado, adorándote, Rey de los siglos inmortales, invisible, y que todo lo creado te rindió en sus homenajes, que con el Padre y el Espíritu Santo tuvieras en el cielo la gloria que te es esencial y que ninguna creatura te puede quitar.

            San Pablo dice a Timoteo, que tú eres inmortal e invisible, así como impasible, permaneciendo solamente Dios; pero en cuanto Hombre, asegura que eres el Pontífice que se compadece de nuestras enfermedades, y oyó de tu propia boca: Saule, Saule, quid me persequeris? (Hch_26_14). Saulo, Saulo, ¿por qué me persigues?, aunque entonces ya habías resucitado y la muerte no tenía sobre ti ningún dominio pues estaba bajo el tuyo, ya que habías destruido el cuerpo del pecado eras por tanto y para siempre, el Dios vivo.

            Te quejaste de la persecución de Saulo cuando parecía; lupus rapax, (Gn_49_27) lobo rapaz; tú eras su presa y él se hizo la tuya, tu luz lo cegó y tu voz lo confundió, volviste nulo el poder que recibió del Sumo Sacerdote. Este lobo, lleno de gozo tuvo [1007] que confesar que el Cordero, desde el principio del mundo era tu figura, y a quien persiguió es ahora al que adora y es digno de todo honor y toda gloria. Que tú eres sacerdote eterno según el rito de Melquisedec llamado por Dios como Aarón, que eres Dios y Hombre, juez de vivos y muertos, y que a tu nombre toda rodilla debe doblarse en el cielo, en la tierra y en los infiernos. Asombró a todos aquellos que en Damasco lo oyeron decir: Quoniam hic est Filius Dei (Hch_9_20). Que él Jesús es el Hijo de Dios; confundiendo a los judíos que vivían en Damasco, afirmaba: Quoniam hic Christus (Hch_9_22). Que Jesús era el Cristo.

            Hablando de ti mi Cordero, que venciste a este lobo y lo hiciste pastor de las ovejas que él quería matar sacándolas del aprisco, porque eres el gran Pastor de las almas y al mismo tiempo el Cordero que quita los pecados del mundo, te rogué con confianza en tu bondad, que quitaras los míos, a ti que quisiste ungir el Sancta Sanctorum; el Santo de los santos, abreviando las semanas, quitando los pecados que tenías que soportar. Ofreces a tu divino Padre tu muerte por amor a todos así como por mí, tú que eres el Cristo Dios.

            Para hablar dignamente y alabar las [1008] perfecciones de este Apóstol de gloria sería necesaria la boca de oro del gran san Crisóstomo. El día de su fiesta yo guardo un respetuoso silencio: Habla, gran Prelado, de la abundancia de tu corazón que es un altar de oro. Tu boca nos enriquece distribuyéndonos las maravillas de este apóstol. Su caridad merece nuestra emulación, ciencia excelente que nos ha aconsejado aprender de él por medio de ti.

            San Ignacio en su día, me trató con gran magnificencia. Como a lo largo del año precedente ya hablé de ello, no repetiré lo que ya dije. Todos los años me hace grandes favores; su amor es todo fuego, todo llama, todo luz, también él nos da al prodigio que aparece en el templo el 2 de febrero. La Virgen cristífera que lleva a Cristo el ungido por excelencia, para presentarlo al divino Padre, el primogénito de entre los muertos, la gloria de la tribu de Leví, el cetro de la corona de Judá, cuyo sacrificio y alabanza honran al Padre Eterno con un honor infinito.

Capítulo 142 - Las gracias y los favores que Dios me hizo desde el día de Septuagésima hasta Pascua, y cómo llenó mi espíritu con los pensamientos de los evangelios de esos días, él da generosamente sus bienes a los que lo buscan.

            [1009] El domingo de septuagésima, aunque parecía ociosa permaneciendo sólo por deseo y sin trabajar hasta la última hora en tu viña, fuiste bueno previniéndome de tus favores, y sin hacer menos a aquellos a quienes recompensaste según tu justicia, de acuerdo con lo que habías convenido con ellos.

            Querido Amor, es demasiado que tu misericordia perdone mi ociosidad y que tu bondad me invite y envíe a última hora a trabajar en tu viña, para mí, es un indecible favor. Mi alma humillada permanece en suspenso cuando ve que la previenes con tus bendiciones, lo que la hace exclamar: Dios de mi corazón, qué bueno eres, haces misericordia [1010] porque quieres hacer misericordia; muchos corren y te buscan. Tu amor da el premio a quien le place, no privas de tus bienes a los que claman para agradarte y no por amor propio.

            La Palabra de Dios es un fruto perfecto que hace la santidad del alma que la ama.

            El domingo de sexagésima me hiciste experimentar que tú eres el divino sembrador que ha venido a sembrar en nuestras almas y en nuestros corazones la palabra de vida; que si la recibimos y guardamos en el corazón con paciencia, produce el fruto perfecto que recibes con agrado. Quien escucha atentamente lo que esta palabra les dice, cumple tu voluntad y se santifica.

            El alma se debe despojar de todo para entender el secreto de tu Pasión.

            El domingo de Quincuagésima, deseosa mi alma de subir contigo a Jerusalén, dejó todo, despojándose de todo para entender el secreto de tu amarga Pasión, de tu sangrante flagelación, rogándote hacerla partícipe de ella y que no viese en las creaturas más que a ti, mi Jesús crucificado, y que en verdad pudiese decir con el Apóstol: Christo confixus sum cruci, Vivo autem, jam non ego, vivit vero in me Christus (Ga_2_19s). Con Cristo estoy crucificado, y no vivo yo sino que es Cristo quien vive en mí.

            Me hiciste ver un macho cabrío expiatorio y entonces te dije: Señor, [1011] has sido hecho maldición por todos y en particular por mí; no rehúso los desprecios y los sufrimientos, solo te ruego que no me abandones. Contigo, divino Amor, lo puedo todo, si tú me consuelas, si tú quieres ser mi desprecio mi dolor y mi pobreza, seré dichosa en este estado contigo porque quien tiene a Dios tiene todo. Demasiado avaro es aquél a quien Dios no basta. A mí siempre me bastarás tú, mi amor y mi todo.

            Jesucristo llevado al desierto por el Espíritu santo, permitió al demonio tentarlo, enseñándonos a vencer las tentaciones.

            El primer domingo de Cuaresma ansiaba irme al desierto para encontrarte rechazado del gran sacerdote, y conducido por tu Santo Espíritu, como dice san Marcos. Tú fuiste allí tan pronto como tu divino Padre te dijo: Tu es filius meus dilectus In te complacui. Et statim Spiritus expulit eum in desertum (Mc_1_11s). Tú eres mi Hijo amado, en ti me complazco. Y a continuación el Espíritu te conduce al desierto, para permanecer allí 40 días y 40 noches mirando los pecados de los hombres de los que te habías hecho responsable, tú sólo por todos los hombres, los cuales, desconociendo el honor que tú les hacías, se hicieron semejantes a las bestias.

            [1012] San Marcos dice enseguida: Et tentabatur a Satana: eratque cum bestiis (Mc_1_13). Siendo tentado por Satanás estaba entre los animales del campo. ¿Qué combate mi Señor, te libró el demonio? El que libra en el mundo por medio de las tres tentaciones, con las que quiso probarte a pesar de que no eras del mundo porque lo habías vencido. Tus ministros, los ángeles vinieron a servirte. Querido Amor, por tu bondad transpórtame del mundo a ti para que converse con los ángeles y participe de tus victorias. Sé tú mismo mi fe que venza al mundo. San Matías reemplazó el vacío que dejó Judas y entró en el Corazón divino.

            Tu caritativa y amorosa bondad me concedió muchas gracias el día de san Matías, el cual recibió de tu Espíritu la gracia del apostolado, la luz y la fidelidad que Judas no quiso recibir. Por no haber querido despojarse de su avaricia y propio interés, no recibió la caridad propia de los santos en la luz. En estas tinieblas tú luciste Divino Sol, y Judas odiando la luz, se hizo esclavo del demonio, semejante a lo que amó.

            Matías llevó la luz como los otros Apóstoles, reemplazó el vacío de Judas, el cual fue a su lugar, el infierno. Matías entró en tu corazón que es el paraíso. Gran san Matías, acuérdate de mí ahora que estás en [1013] tu reino, que en este día yo sea un paraíso de caridad, amando a nuestro buen Maestro.

            El Verbo Encarnado tendió redes al cielo a la tierra sobre el monte Tabor.

            El segundo domingo de Cuaresma quisiste llevarme contigo sobre el monte Tabor en donde te encontré tendiendo cordones y redes al cielo y la tierra. Tu Padre y el Espíritu Santo estaban allí atados y atraídos por el amor, si me atrevo a hablar así. Moisés y Elías, y tres de tus Apóstoles cayeron arrobados por tierra. ¡Que encanto! ¡Qué maravilla! se extasiaron el cielo y la tierra y sólo el infierno se obstinó en que no hubiese esta clase de luz. Querido Amor, en tus manos pongo mi suerte, en tus ojos mis energías y en tu seno está mi tesoro. Eres mi bien donde quiera que estés. San Pedro no supo lo que dijo, por eso yo quiero aprender de ti lo que quieres que haga. Tu Padre me manda oírte, habla, Señor, que tu sierva calla para oír en paz y quietud. No quiere ver sino a Jesús de Nazaret, su Esposo. Es el fin de tu Transfiguración, [1014] úneme a ti, átame con tus lazos, quiero ser tu cautiva, si estoy muda como un pez, cógeme en tus redes, en ti encontraré mi elemento y mi alimento, ya que eres el mar inmenso en donde mi espíritu se desplegará y perderá, pues eres mi vida, y mi ganancia está sólo en ti.

            El alma que posee la paz, es el cielo del Señor.

            El tercer domingo te pedí mantener en paz tu reino, y que fueras en mí el muy amado, que yo no fuese dividida, porque según dijiste: Todo reino dividido es desolado, lo que es verdad infalible. Haz que por tu gracia sea toda tuya y tú seas mi amor y mi todo, bendiciendo a aquella que te llevó, dio a luz y alimento.

            Mis deseos y peticiones en los días de la canonización de los santos.

            El día del gran san Gregorio Papa, mi alma recibió grandes favores. Pedí participar en sus méritos y en la alegría de los santos que fueron canonizados ese día, porque en ellos tú fuiste glorificado, tú, Señor que eres admirable en tus santos. Con san Ignacio [1015] deseé hacer todo a tu mayor gloria; con san Javier convertir a todos los que aún no tienen la luz del Evangelio, anunciarles que tú eres su salvación; glorificándote, con san Felipe Neri, por tu doctrina, la que dijiste que era de tu Padre del que deseo hacer su voluntad. Ofrecí todas mis obras con el buen san Isidoro; con santa Teresa quise desligarme de toda creatura y deseé con ella poderte decir de verdad: que todo lo que no eres tú, es nada; padecer o morir, padecer por ti y morir a mí para no vivir más que en ti, de ti, para ti y por ti. Concédeme esta gracia mi divino Salvador.

            Participé del banquete que el Señor celebró con los que le siguieron al desierto.

            El cuarto domingo de Cuaresma me podrías haber exceptuado del gran banquete que ofreciste a todos los que te habían seguido pasando el mar, pero como viste que mi alma vive en Lyon como en un desierto, pasando sobre mis deseos, luchando contra todas las tempestades del mundo, que es un mar, que excita, y no deseándote más que a ti: Amor meus pondus meus, que eres mi amor y mi peso; quedaría satisfecha cuando tu gloria se me apareciera y viera que eras amado como el soberano bien, sumamente digno de ser amado.

            [1016] El Verbo Encarnado entró de nuevo en el corazón de su amada, la volvió su santuario y la invitó a ser como su amada Magdalena.

            El quinto domingo, después de que los judíos te arrojaron del templo, te rogué que vinieses a mí corazón y lo renovaras e hicieras en él tu santuario, entrando en él por tu sangre como Pontífice Eterno y haciéndome por ella un camino nuevo para entrar en ti. Se aumentó mi confianza al oír las palabras del Apóstol: Habentes itaque fratres fiduciam introitu sanctorum in sanguini Christi, quam initiavit nobis viam novam, et viventem per velamen id est, carnem suam (Hb_10_19s). Teniendo, pues, hermanos plena seguridad para entrar en el santuario en virtud de la sangre de Cristo, por este camino nuevo y vivo, a través del velo, es decir, de su propia carne.

            Adorándote gran Sacerdote Dios y Hombre que eres el Señor de tu templo, que es tu casa santa y sagrada procuré ayudada de tu gracia, subir con un corazón fiel, lleno de fe y confianza en tu bondad, lavada por el agua y la sangre que habías vertido por mí y por todos los hombres. El jueves de esta semana de Pasión, viendo a tus pies a la santa penitente, lavándolos con sus lágrimas y enjugándolos con sus cabellos, me dijiste me acercara [1017] a besarlos con amor y reverencia. Imitando a esta amada te dije: Señor, puesto que he cometido muchos pecados, que confieso a tus pies, dame mucho amor y perdónamelos por tu caridad.

            Rompí mi corazón lleno de compasión a los pies de Jesucristo.

            El domingo de Ramos te rogué vinieras a mi casa que es tu casa, en donde te había preparado una comida a imitación de santa Marta, poniéndome en espíritu a tus pies con María, y vertiendo sobre ellos y sobre tu cabeza, todos mis deseos, rompiendo de compunción mi corazón, como ella el frasco de perfume, para no retener ninguna afección ni pensamiento, ofreciéndote todo lo que soy.

            Testamento en donde se hizo el milagro de amor y la señal que el cielo jamás había visto.

            Preparándome el jueves para asistir a tu Cena, en donde querías hacer ver la fuerza de tu amor a tus Apóstoles dándoles tu cuerpo sagrado como comida y tu preciosa sangre como bebida, entraste en ellos para cambiarlos y convertirlos en ti. Tu ángel no presentó al Profeta Elías más que agua; David, Rey y Profeta no se atrevió a esperar que el vino se convirtiera en ti, que lo conducías diciendo: super aquam refectionis educavit me, animan meam convertit (Sal_22_23). Hacia las aguas de reposo me conduce y conforta mi alma. ¿Por qué? porque la viña que Jacob [1018] había visto proféticamente, no había aún producido la sangre de las uvas para lavar el manto de su hijo Judá que debía dar la presa que él mismo tomaba; todos esos leoncillos con ojos hermosos como el vino y dientes blancos como la leche. Eres el Esposo blanco y rojo, que alimentas y revistes a tu esposa, y me quisiste tratar real y divinamente para mostrar que eres grande y mi Rey pacífico, aún cuando el infierno y los poderes de las tinieblas te hacen la guerra más cruel que jamás se haya visto. Antes de tu muerte más amorosa que dolorosa, hiciste tu prodigioso testamento, un gran milagro de amor, hasta esa tarde desconocido.

            Este es el gran Sacramento escondido en Dios que contiene todas tus inagotables riquezas y la plenitud de tu divinidad corporal. Y yo, la mas pequeña de todas tus creaturas, recibo esta plenitud y sus riquezas, para anunciarlas a todos tus santos en la gloria así como los múltiples dones de tu único y divino Espíritu, todo amor, que nos dio la más grande señal que el cielo y la tierra hubiesen visto; a saber, una extensión de tu amorosa encarnación bajo la sombra de la virtud del Altísimo, en las entrañas virginales. Las especies de pan y de vino sirven de sombra y de velo. Descansaré bajo la sombra de aquél que ama mi alma.

            [1019] El Verbo Encarnado fue espléndido sobre el madero de la Cruz donde fue reconocido Señor de los ángeles y de los hombres y verdadero Hijo del Dios vivo. Nos invitó a alojarnos en sus sagradas llagas.

            El Viernes Santo, no disminuyeron en nada los dones de los tesoros de tu bondad que hiciste en la Cena. Te diste con largueza a todos los hombres tanto en tus gracias como en tu sangre. Subiste al Calvario cargado con tu Cruz, llevándola, para ser llevado por ella; elevado sobre este madero, atrajiste a todos a ti. Si los cielos se abrieron en tu bautismo de agua para admirar tu inocente humildad en el río Jordán, no lo hicieron en la cruz para esconder a los espíritus celestiales los excesos de tu amor. En este bautismo de tu propia sangre, Spiritu sancto misso de caelo, in quem desiderant Angeli prospicere (1Pe_1_12). El Espíritu Santo enviado desde el cielo, mensajero que los ángeles ansían contemplar. Sobre este madero, querido Amor, fuiste reconocido por Mesías, declarado cabeza de los ángeles y de los hombres, el verdadero Hijo de Dios vivo que había sido dado al mundo para salvarlo, el soberano Pontífice que subió al santuario para perdonar los pecados que lavaste en tu propia sangre. Tu clemencia me atrajo con una indecible ternura diciéndome: Ven, hija mía, ven a recibir la absolución papal, ven a besar mis pies sagrados clavados en este madero, bordados con mi sangre preciosa. [1020] Mis llagas sagradas son adorables, son rosas que conservarán su color y su olor por toda la eternidad.

            Divino salvador, ¿no soy yo, criminal de tu muerte por mis pecados? Cor meum conturbatun est in me, et formido mortis cecidit super me. Quis dabit mihi pennas sicut columbae, et volabo, et requiescam (Sal_54_5s). Se me estremece dentro el corazón, me asaltan pavores de muerte. !Quién me diera alas como a la paloma para volar y reposar! Tú, mi amor y mi Dios. Ecce elongavi fugiens, et mansi in solitudine (Sal_54_8). Huiría entonces lejos, en el desierto moraría. Escogí tus santas llagas, ya que por tu misericordia me dejaste escoger. Qui salvum: me fecit pusillanimitate spiritus, et tempestate (Sal_54_9). Enseguida encontraría un asilo contra el viento furioso y la tormenta, seré tu paloma en los agujeros de la piedra, haré mi morada en la caverna de tu sagrado costado.

Capítulo 143 - Al Verbo Encarnado le agrada que le pidan grandes gracias, encontrando gran placer en concederlas. Visión de un cordero en un bosque, y el por qué.

            El día de Pascua de 1654, te veía glorioso y triunfante del pecado, de la muerte y del infierno, en un día lleno de claridad y de delicias. La belleza del campo de tu inmensa divinidad y la muy [1021] agradable de tu humanidad, hizo salir mi alma de ella misma para retirarse con los que te seguían, los cautivos que habían sido librados de la prisión, de tu justicia, de los limbos tenebrosos, y dije: Haec est dies quam fecit Dominus, exultemus, et laetemur, in ea, O Domine, salvum me fac; O Domine, bene prosperare, benedictus qui venit in nomine Domini, benediximus vobis de domo Domini, Deus Dominus et illuxit nobis (Sal_117_24s). Este es el día que Yahveh ha hecho, exultemos y gocémonos en él ¡Ah, Yahveh, da la salvación! Ah, Yahveh, da el éxito; Bendito el que viene en el nombre de Yahveh! Desde la casa de Yahveh te bendecimos. Yahveh es Dios, él nos ilumina. Permitiste divino Amor, te dijese estas palabras como un cántico alegre, al verte triunfante después de tu Pasión, después de haber pasado generosamente el Mar Rojo de tu sangre, en donde salvaste a los verdaderos israelitas y venciste a los pecados y a los demonios como a los egipcios. Tu santa Madre, arrobada de dulzura te decía: Levántate gloria mía, haz oír mi arpa y mi salterio en el cielo como en la tierra. Estando todo en alegría, ¿podía yo permanecer triste? Aquellos que no te amaban, Jesús resucitado, se hacían anatema, pero los que te amaban saltaban de alegría. Aún cuando se cerrasen las puertas, adorable sembrador, tú podías entrar en los corazones obstinados en no creer sino a lo que veían, oían y tocaban sus [1022] manos como santo Tomás y convencerlos por tu caridad, de lo que su fe no podía creer, porque estaba como muerta y enterrada en tu sepulcro; pero sus corazones no eran más duros que las piedras que tú penetraste gloriosamente diciéndoles que se acercasen a ti. Se encontraron en ti y tú en ellos exclamando admirados: Dominus meus et Deus meus (Jn_20_28). Señor mío y Dios mío.

            La fe animada de la caridad, hace que el alma colmada con profusión de dones divinos hace que tu Espíritu Santo haga en ella su morada. Este Espíritu es el que tú quisiste que tus discípulos pidiesen a tu Padre, para que su alegría fuese total, estimando en poco todo lo que habían pedido hasta el día en que los moviste a pedir tu gran bondad, que de suyo es comunicativa: Usque modo non petistis quidquam in nomine meo: Petite, et accipietis, ut gaudium vestrum sit plenum (Jn_16_24). Hasta ahora nada le habéis pedido en mi nombre. Pedid y recibiréis, para que vuestro gozo sea colmado.

            Cuántas veces me has invitado a pedirte grandes cosas, haciéndome entender que te [1023] agrada concederlas a las almas que confían en tus bondades que esperan todo perdón y todo don de tu misericordia, de la que la tierra está llena, como el cielo de tu justicia, porque el reino donde alojas a los justos lo has adquirido con tu sangre que es de un mérito infinito y por eso has pagado más de lo justo, siendo rico te hiciste pobre para enriquecernos y moriste para darnos vida.

            El día de la Invención de la santa Cruz, te me apareciste en la figura de un cordero que caminaba por un bosque grande y espeso en donde no vi ninguna hierba. La lana te cubría hasta la tierra y me hiciste oír: Es mi vestido sin costura del que he querido revestir a los hombres; mi alimento en este bosque es la voluntad de mi Padre que ha amado tanto a los hombres que les ha dado a su propio Hijo, para salvarlos por la cruz. Hija mía, mi amor es mi peso, amo la Cruz porque por ella parezco y pareceré el Rey de los amados y el amor mismo.

            Adorándote y contemplándote en este bosque, caminando solo, tú te aproximaste a mí y te dije: Queridísimo y dulcísimo cordero, ¿quieres [1024] que sea tu pastora? Mis deseos desde la infancia son de seguirte a donde te agrade ir.

            Dime, ¿eres el cordero que galopaba en las nubes revestido de esas mismas nubes, cuando tu Madre me dio a entender que te siguiera a Lyon? ¿Descendiste a este bosque para ser de nuevo sacrificado como humilde y dulce víctima? ¡Ah! querido Amor, entiendo el misterio, te haces todo, para ganarnos a todos. Cuando me hiciste venir de París con gran ruido lo que me mortificó mucho, volabas sobre las nubes, y ahora que se me humilla, resistiéndote a ti más que a mí, me compadeces en este bosque en el que me veo sola contigo.

            Queridísimo Amor, mi Isaac y mi Señor, con alegría bajo a este bosque en donde arrobada me has levantado hasta las nubes para caminar contigo. Soy feliz de estar aquí, Esposo mío. Llévame si te agrada, a la tienda de Sara tu santa Madre y regocijarás a todos tus elegidos; soy tu Rebeca, valientemente sufriré con tu gracia las [1025] resistencias de estos dos pueblos que quieres lleve en mi seno. Conozco, Salvador mío, que es necesario que sufra contradicciones al seguirte. Tú las has sufrido por los pecadores, tú que eres la misma inocencia. ¿Podría ser exceptuada yo que soy una gran pecadora? Yo puedo todo en aquél que me conforta a pesar de que quieran contradecir tus designios.

            Querido amado, me acuerdo que hace algunos meses se me apareció Moisés llevando dos tablas que no tenían nada escrito. Yo esperaba que escribieses algo en ellas, y entendí que no debía desesperar de los designios de tu poder sobre mí, que cuando las resistencias de aquellos que te deben todo, vinieran a quererme hacer sentir desamparada, no recibiendo tus órdenes, recordara que tú las escribirías de nuevo, que me habías puesto con los santos patriarcas y profetas, los apóstoles y mártires, confesores y vírgenes, y que todo lo debía sufrir por tu nombre para testimoniar tanto las verdades ya cumplidas, como las que cumples y cumplirás, ya que tú das testimonio [1026] de ti mismo al darme la sabiduría a la que mis enemigos, que son los tuyos, no podrán resistir, siempre que tenga paciencia, ya que con ella poseeré mi alma.

Capítulo 144 - Tuve deseos ardientes de seguir al Verbo Encarnado en su gloria. En mi soledad Dios me dio abundancia de lágrimas. El estado en que me encontré hasta Pentecostés y la fiesta de la sma. Trinidad. Fui tratada divinamente manteniéndome en un estado glorioso.

            El día de tu ascensión mi alma deseó seguirte, pero con gran pena tuvo que detenerse en este valle de miserias y lágrimas, resolviéndose con violencia inexplicable a sufrir por tu amor su vida miserable y decirte con frecuentes suspiros: ¡Ah, sufro un martirio privada de lo que me atrae! Consiento que subas a tu Louvre de gloria, amándote en tus delicias, pero desfallezco al permanecer en la tierra en suplicios tan [1027] prolongados. Reprochaste a los apóstoles su dureza e incredulidad después de tantas señales de tu resurrección, se extasiaron en tu ascensión; sus ojos, fijos en ti, no podían volverse a los dos ángeles que en forma humana se les aparecieron; hubiesen querido permanecer sobre el monte de los Olivos, como san Pedro sobre el Tabor, pero la nube y los ángeles los privaron de su inclinación.

            Es necesario que sufra la misma privación y que viva languideciendo, puesto que me ordenas permanecer en este exilio diciéndome que subes cerca de tu Padre para ser mi abogado, hablando tú mismo, por ti mismo, después de haber hablado de varias maneras por tus profetas y tus ángeles, sube, mi bienamado y hazme oír tu voz. La oigo querido Amor, que me dice que eres la Palabra eterna que intercede por mí en el cielo, que me dejas la pluma para que escriba para tu gloria aquí en la tierra las bondades de tu amor.

            Los diez días que pasé en oración y lágrimas me [1028] causaron tal debilidad en la vista, que el médico me dijo que tenía síntomas de cataratas, ordenándome curaciones reiteradas para tratar a tiempo de remediarlas a tiempo. Con gran sufrimiento y por obediencia tuve que retener las lágrimas para no perder la vista, como se temía, si no hubiera detenido el curso de mis lágrimas y hubiera dejado de leer y escribir, casi no hubiera podido hacer oración con fervor porque experimento con frecuencia que las llamas que enciende el Espíritu Santo dan al alma las aguas que fluyen en abundancia: Flabit spiritus ejus, et fluent aquae (Sal_147_18). Sopla el viento y corren las aguas.

            Era necesario que me sintiese inútil de espíritu. El cuerpo hacía lo que no le agradaba hacer; soportaba con frecuencia las visitas que me importunaban cuando mi inclinación era estar sola contigo, Señor. Hacía las oraciones vocales como tú sabes las puedo hacer, diciendo varias veces durante el día y la noche el rosario, paseándome dentro de las habitaciones pues no podía sufrir el aire. Con frecuencia te visitaba en tu morada de amor, la divina Eucaristía, permaneciendo de pie o sentada porque tenía enferma una rodilla y no me permitía permanecer largo tiempo arrodillada.

            [1029] Si tu caritativa bondad me permitía pasear, lo hacía en la Iglesia cuando estaba cerrada o en el coro, con intención de hacer procesiones con aquellos que las hacen rogando a todos los santos y a todos los ángeles me asistieran y ofrecieran mis oraciones a tu adorable Majestad uniendo mis intenciones a las tuyas y a las de ellos. Algunas veces te rogaba que elevaras mi espíritu como Enoc que fue elevado en el cuerpo cuando le hiciste el favor de pasearse contigo. Si oraba de pie, te miraba como te vio san Esteban; si sentada, te miraba sentado a la derecha del Padre o en la Cena; si postrada, te veía a los pies de tus apóstoles o en el jardín de los olivos, suplicándote rogaras por mí, y me permitieras enjugarte y darme esa sangre preciosa que corría sobre la tierra, diciéndote que este rocío divino me podía enriquecer, adornar y justificar ante tu Padre. Con tus santos ángeles, rogaba a aquél que me conforta, me asistiera para hacer una oración que te fuera agradable. Querría ser esa tierra y abrir mi seno a esas gotas divinas para que ahí germinara el Salvador que eres tú, mi amor y mi Dios.

            El día de Pentecostés y durante la octava, no me privaste del don que tu Padre y tú enviaron al [1030] Cenáculo. Podía decir que tu Ley estaba en medio de mí corazón y que mis enemigos no podían vencerme mientras que tu Espíritu armado con las armas del amor, me protegiese, y que su caridad estuviese ahí derramada, lo que era verdad, porque la bondad es de suyo comunicativa. El día de la fiesta de tu santísima Trinidad me trataste divinamente. Me hiciste ver un brazo muy fuerte con la mano llena de ungüento para fortificarme y endulzar todas las contradicciones que me hacían a mí y a tu Orden.

            Por la tarde, después de haber tomado algunos remedios corporales, quise descansar, pero tu amorosa y augusta sociedad, me recibió con una extrema dulzura, haciéndome experimentar una gracia que no puedo expresar. Me tenía en un estado glorioso y pacífico suspendiendo todos los males que me aquejaban al concederme este divino favor. Esta suspensión elevó mi espíritu sin causarme ninguna pena en la cabeza, porque a veces estas suspensiones son como elevaciones o raptos violentos. Esta fue muy deliciosa al espíritu y un consuelo para el cuerpo. Era el 31 de mayo en que la Iglesia celebra la fiesta de santa Petronila virgen de gran belleza que se me apareció y estuvo largo tiempo conmigo sin hablarme, pero me extasié con su visita.

            [1031] La hermana enfermera, pensando que dormía, no se atrevió a turbar mi descanso, pero viendo que era muy tarde me dijo que ya casi era medía noche y me dio algún alimento Haciéndome violencia y accediendo a su voluntad me retiré de estas divinas caricias y elevadas suspensiones.

 Capítulo 145 - De las profusiones reales y divinas y de una sagrada unción hecha por Jesucristo, san Pedro y san Pablo. Las gracias que varios santos me hicieron y tranquilidad en que Dios puso a mi alma.

            El día de la fiesta de tu Santísimo Sacramento y toda la octava, me concediste grandes gracias según las inclinaciones de tu amorosa bondad que le agrada hacer profusiones reales y divinas. Invité a la Sión celestial para alabarte con la secuencia que se dice todos los días de la octava, en presencia de esta adorable maravilla que se muestra escondiéndose y se esconde mostrándose sobre nuestros altares.

            [1032] Eres tú, Eucaristía, la gracia de la tierra que alegra a los ciudadanos celestiales, los que adoran admirando y admiran adorando estos formidables y amados misterios, expuestos en nuestros tabernáculos para alojar y extasiar a las almas peregrinas en esta vida, siendo su viático en las muertes misteriosas o si me atrevo a decir, místicas, pues el alma que recibe esta maravillosa ambrosía, se extasía, se abisma exclamando: Mihi enim vivere Christus est et mori lucrum (Flp_1_21). Pues para mí la vida es Cristo, y la muerte una ganancia. El alma dice con más ventaja que David: In pace in idipsum dormiam, et requiescam (Sal_4_9). En paz, todo a una, yo me acuesto y me duermo.

            San Claudio, san Antonio de Padua y el gran san Basilio, me obtuvieron muchos favores los días de su fiesta, pero ahora no puedo decir todas las bondades que compartieron conmigo, sólo diré que mi petición ordinaria ha sido de dones celestiales y gracias divinas que los elegidos han recibido y los réprobos no han aprovechado, suplicando al Espíritu Santo que reciba la gloria y se la comunique a sus santos para agradecerles de mi parte.

            Divino Salvador, tú sabes que tu Precursor, mi gran Patrono, lleva la alegría universal al alma que te quiere amar, y que aquella que lleva este nombre gracioso te pide gracia por gracia por la intercesión de aquél a quien llenaste de gracias desde el [1033] seno de su madre, visitándola cuando a ti te llevaba en el suyo tu santa Madre. La cima de la teología y el vaso de elección, san Pedro y san Pablo, no me podían olvidar los días de sus grandezas y no dudé ponerme a la sombra del primero, considerándolo después de ti, mi sol, acabando de comulgar y bañada en lágrimas, rogué a san Pablo me prestara su pañuelo para enjugarlas y quitara la tristeza en que estaba mi espíritu, si tú lo querías, para consolarlo. Recibí de los dos estos favores.

            Después de la comunión del 30 de junio, llenaste mi alma de sobreabundante alegría vertiendo en ella tu sagrada unción, ¡oh mi divino Pontífice! y me hiciste oír: Hija mía, ayer fue el día del Arzobispo de Lyon; hoy es el tuyo, ayer fue sagrado para tres Obispos de la Iglesia militante; hoy, mis Apóstoles Pedro y Pablo, de la triunfante, han venido conmigo para consagrarte toda a mí y para mí. Este brazo y esta mano que has visto que vertían sobre ti la unción de una gracia que no puedes expresar, te hace conocer mi bondad que se complace en hacer sobre ti y en ti, profusiones de amor. He cumplido lo que predijiste, en el mes de diciembre de 1652 al rededor de la fiesta de santo Tomás, al Abad de san Justo [1034] cuando le anunciaste una gran alegría. El ha visto y vio ayer las verdades que te mandé predecirle y las creyó. Querido Amor, parece que ahora el abad desprecia las luces que en otro tiempo estimaba, pues ya no aprecia a su pequeña dirigida o cambia sus intenciones con el nuevo cargo de vicario. Hija mía, mi Iglesia fue fundada después que mi Padre reveló a Pedro mi divinidad y yo lo consideré dichoso por esta revelación: Beatus es, Simon Bar Jona: quia caro et sanguis non revelavit tibi, sed Pater meus, qui in caelis est. Et ego dico tibi, quia tu es Petrus et super hanc petram aedificabo ecclesiam meam (Mt_16_18). Bienaventurado eres Simón, hijo de Jonás, porque no te ha revelado esto la carne ni la sangre, sino mi Padre que está en los cielos. Y yo a mi vez te digo que tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia.

            Verbo del Padre, querido Amor, siempre te ha agradado lo que agrada a tu Padre, y en El y con el Espíritu Santo que es el Espíritu de verdad eres un sólo Dios; te adoro en unidad de esencia y en trinidad de Personas. Son tres los que dan testimonio en el cielo y las tres Personas no son más que un sólo Dios, y tres quienes testimonian en la tierra: el agua, la sangre y el espíritu y estos tres no son más que un Jesucristo. Y yo te digo como David: Testimonia tua credibilia facta sunt nimis (Sal_92_5). Son veraces del todo tus dictámenes. Tu bondad amorosa recibió con agrado esta confesión que le hice.

            Esa mañana relaté por escrito al Sr. Abad de san Justo [1035] las gracias que me habías hecho, a las que no tenía respuesta. El Sr. de Grésole me pidió que lo fuera a ver sin saber lo que le había escrito. Movido de celo, le habló acerca del establecimiento de tu Orden, pero tuvo que contentarse porque tu hora aún no había llegado.

            Al día siguiente el Señor de Grésole me vino a ver y al encontrarme de acuerdo con tus voluntades se quedó satisfecho, sobre todo al ver la constancia que das a tu hijita. Me dijo permaneciera en este estado de esperanza y silencio hasta que él volviera a Lyon para recibir tus órdenes, lo que hizo en las cuatro témporas de cuaresma.

Capítulo 146 - El celo por la salvación de las almas del purgatorio me hacía pedirla con lágrimas. La santísima Virgen me hizo participar en el triunfo de su Asunción. La ingratitud me causó tristeza haciéndome ver mi debilidad. Vi la tiara del santo Padre.

            [1036] El mes de julio de 1654, te me hiciste ver como un león de la tribu de Judá y como aquél de Sansón, tu fuerza y tu dulzura fueron mi entretenimiento, por no mi enigma, el que nadie entiende si tú no lo explicas a su tiempo, porque mi corazón sólo confía en ti que me has amado fielmente, no exponiéndome a la fuerza de mis enemigos, más crueles que los filisteos fueron con Sansón después de haberlo cegado. Ellos querían dejarlo vivir para que los sirviera y divirtiera, y si no lo hubiesen tenido por su enemigo, y si no hubiesen pensado que los quería destruir, no lo hubieran atacado. Sansón los consideraba tus enemigos, mi Señor y mi Dios, y los vencía por tu Espíritu que recibió en abundancia cuando los combatía, como se dice varias veces en el libro de los Jueces: Irruit autem Spiritus Domini in Samson (Jc_14_16). El Espíritu de Yahveh invadió a Sansón.

            Veía, querido Amor, que las personas incircuncisas [1037] de corazón que no te amaban, me odiaban y se alejaban de tus designios. Mi espíritu, movido por tu celo, me daba fuerzas espirituales y razones para vencerlas, no con una quijada de asno, sino por la boca de ésta tu pequeña hija en la que derramabas gracias y bendiciones que los confundía para tu gloria, victorias que te pertenecen, mi adorable vencedor. Triunfa, Señor de los ejércitos, el fuerte y poderoso en la batalla; y como el Rey de la gloria entra en los corazones que te resisten, a fin de que cooperen a las gracias de su vocación, especialmente mi hija la que no ha perseverado como había comenzado.

            En este mes de agosto en que tantas personas temían morir a causa del eclipse solar y sus consecuencias, mi espíritu confiaba en tus claridades tan ardientes como luminosas, y no temía esta obscuridad que fue casi imperceptible, ni los males corporales que se creían inevitables. Mi temor más bien era ofenderte y ser ocasión de que otras lo [1038] hicieran, disimulando algunas veces las faltas de aquéllas que las cometían porque no veía en ellas disposición a la penitencia, y esperaba su arrepentimiento de tu misericordia. Te suplicaba que hiciesen penitencia en este mundo, lloraba ante tu Majestad con confianza, la que quería descubrir en sus ojos misericordiosos, con las lágrimas que tu Espíritu producía en mí, suplicándole a este Espíritu que él intercediera en mí, por mí y por aquéllas que te presentaba, con gemidos inenarrables.

            La víspera de la triunfante Asunción de la Esposa del Espíritu Santo, Hija muy amada del Padre y muy augusta Madre del Hijo que eres tú, mi divino Amor, fui consolada y participe de sus delicias, de suerte que mi corazón y mi cuerpo se regocijaron en la gloria de esta divina Madre, de esta divina Hija y de esta divina Esposa de las tres divinas Personas, las que me la hacían admirar enseñándome cómo es ella, su perfecto gozo, pudiéndola llamar la complacencia de esta augusta Trinidad. No tengo palabras para expresar lo que [1038 bis] entendí y experimenté el día en que llegó a la perfecta felicidad esta pura creatura que es la Hija Inmaculada, la Esposa Virgen, y la Madre perfectísimamente virgen fecunda de su Creador.

            El 30 de agosto, el infierno tuvo poder de ti para hacerme ver su rabia y afligirme por medio de personas que me estaban muy obligadas y que aún no han querido confesar ser las autoras de estos crímenes y negras ingratitudes. Aunque hubiese podido convencer de ello a estas personas, me contenté con que me aseguraran que eran ignorantes de lo que les decía.

            Cuando me vi libre de esta prueba que hiciste de mi debilidad, la que aún no conocía como ahora, parque no veía en mi ninguna fuerza de espíritu, sino un abatimiento inexplicable, sin encontrar nada que me pudiese fortificar. Los sacramentos y la oración me consolaban tan poco que si tú no hubieses suspendido mi espíritu para no dejarlo caer en los abismos de esas tenebrosas desolaciones, no sé si hubiese continuado mis cotidianas comuniones y ordinarias confesiones. Pero tú eres fiel.

            En este tiempo de aflicción se me apareció suspendida, la tiara de nuestro santo Padre, sobre la que había tierra como [1038 bis, ] si hubiese sido sacada del sepulcro. Me dijiste que este sería Papa por algunos meses. Lo platiqué al R.P. Gibalin y otras personas de confianza que se fueron a Turín, pero viven y se acuerdan bien de esta predicción.

Capítulo 147 - Dios permitió que tuviese una prueba y me libró de ella. Fui invitada a ver un sacrificio admirable y conocer su significado. Visión de un Pontífice con su tiara y el pecho abierto.

            En la fiesta de san Lucas te rogué me pasaras de clase, mi divino Maestro; consideraba que me podías bien sacar de mi ignorancia que me ponía no sólo a nivel de los animales, sino más bajo aún. Estaba reducida a la nada, no poseyendo en mí, poder ni instinto para hacer el bien. Con frecuencia me acercaba al altar para ser mirada por tus ojos misericordiosos, pero mi [1039] ceguera no los podía ver; estaba ciega, sorda y muda en tu presencia. ¡Oh Dios, qué estado!

            Este santo Evangelista, pintor y médico, fue caritativo conmigo como lo había sido varias veces en el día de su fiesta. Yo no estaba poseída del demonio que arrojaste, como nos narra este santo; mis ojos, lengua y oídos me servían para aquello para lo que me los habías dado físicamente, pero en mi interior sentía una impotencia inexplicable; no oía hablar tus palabras eficaces y encantadoras y no experimentando este consuelo, no sabía si debía hablar a tu Majestad como en otros tiempos, esperando contra toda esperanza, o si debía permanecer muda, sorda y ciega.

            Los días de los santos apóstoles san Simón y san Judas, les pedí que por caridad rogaran por mí y que me señalaran dónde se alojaba tu Majestad seguido de todos tus santos, en mi alma ya que es propio de tu bondad producir la luz en las tinieblas como lo asegura el Apóstol a quien iluminaste en la ceguedad. Quoniam Deus, qui dixit de tenebris lucem splandescere, ipse [1040] illuxit in cordibus nostris ad illuminationem scientiae claritatis Dei (2Co_4_6). Pues el mismo Dios que dijo: De las tinieblas brille la luz, él ha hecho brillar la luz en nuestros corazones, para irradiar el conocimiento de la gloria de Dios

            Me hiciste, oh delicia de todas las naciones, experimentar el placer que tienes al escuchar a la tierra cuando ésta ruega al cielo, y cómo eres grande y admirable en tus sacramentos, mis tinieblas y mis penas se disiparon desde ese día. La tarde de la víspera de Todos santos al entrar a nuestra capilla para hacer mi oración, oí: Se te invita al sacrificio. Veni ad victiman. Ven como víctima. Tan pronto como me puse de rodillas elevaste mi espíritu de una manera admirable y me hiciste ver sobre el altar a muchos santos entre las que distinguí a san Pedro. A todos estos santos las veía con sus cuerpos ágiles como los espíritus, ocupados todos en llevar un cordero que no pesaba nada.

            Este cordero era la víctima que se sacrificaba y que todos sacrificaban unánimemente, este sacrificio no era sangriento su muerte era mística. Permanecía entero y se comunicaba de una manera admirable e inefable que no puedo expresar. [1041] Las maravillas que conocí y entendí y el estado en que mi alma estuvo durante el tiempo que contemplé estas misteriosas visiones, no se puede explicar, sólo digo con el Profeta: A, a, a Domine Deus ecce nescio loqui (Jr_1_6). A, a, a, Señor Yahveh mira que no sé expresarme.

            Por esta invitación me di cuenta de que debía sufrir, y en efecto, esa misma tarde, veía a la hijita del Sr. de la Piardière, que caía enferma de una fiebre maligna, de la que los médicos no daban ninguna esperanza de que se aliviara. Pronto apareció la viruela, la púrpura y otros diversos males que pusieron a esta niña de 6 años, en un estado que daba compasión, durante tres meses, en los que lloré tanto, que mi cabeza parecía una fuente de agua, porque sabía que los parientes de parte de su difunta madre no se consolarían sino por un milagro y que sin cesar culparían al padre, de haberme dejado a su hija única a 100 leguas de él.

            Si tu bondad me consolaba algunas veces, no podía recibir en el fondo tus consuelos, sin decirte como Agar: no [1042] puedo ver morir a la hija de tu fiel Abraham. Agar decía estas palabras de su hijo, y yo te rogaba oír la voz de esta pequeña huérfana que había recibido en mis brazos y alojado en mi corazón, después de haber pasado por tres nodrizas en dos años, y privada de su madre natural. Que tu divina madre se encargue de ella, yo no soy digna de ser escuchada, y dirigiéndome también a los santos, les supliqué tuvieran piedad de mí y te rogaran aliviar a la pequeña a la que amaba y amo, más de lo que puedo expresar.

            El R.P. Gibalin me dijo: Madre, no debería temer su muerte, el cordero que vio llevado y ofrecido por todos los santos, no murió, fue ofrecido como víctima y permaneció vivo, esta visión expresa mucho, contiene varios misterios y le promete gracias interiores y exteriores. Dios la trata siempre como a su favorita, no he visto alma al que él haya protegido de esa manera. Ha cumplido todas las predicciones que le ha hecho para su gloria y su provecho; la prueba, es para hacerla más grande delante de él, de los ángeles y de los santos. Es necesario que reconozca sus bondades y conducta divina. Debe señalar fielmente [1043] esta providencia que tiene sobre usted, aprovechándola para su gloria y el crecimiento de su Orden, estoy seguro que su Espíritu está en usted.

            Te pido perdón, querido Amor, porque he retardado escribir los varios dones de los que me hubiera podido olvidar si tú mismo no los reproduces en mi memoria por medio del Espíritu que enviaste a tus apóstoles para que se acordaran de lo que les habías dicho.

            El día de la dedicación de san Pedro y san Pablo, estando en oración, me hiciste ver un Pontífice con su tiara, con el pecho abierto, y una multitud de víctimas que se ofrecían a él en su pecho y eran consumidas en holocausto, perdían la vida humana y natural y recibían la divina y sobrenatural. Esta consunción de ellas mismas las divinizaba, vi una paloma blanca que se unía nuevamente a este pecho sagrado por un maravilloso afecto para ser allí consumida como las [1044] otras víctimas, las que no tenían más su propia vida ni sus propios sentimientos. Esta paloma sufría por verse todavía en estado de ser devuelta a la tierra y poder volar. Si hubiese podido hablar habría dicho: ¿Por qué estoy todavía en esta vida mortal? El amor me fuerza a morir con las otras víctimas y consumirme en ese pecho que ha cambiado la vida natural y humana de esas víctimas afortunadas, en una vida divina. Las veo dichosamente perdidas para todo lo que no eres tú, oh mi Dios y mi todo.

            Divino Salvador, qué afortunadas son estas almas al experimentar las palabras que dijiste de que, quien pierda su alma en este mundo, la encontrará y conservará en el otro. La eternidad entera dentro de tu pecho sagrado, ¿qué cosa puede ser comparada a esta dicha? Te poseen y son poseídas por ti, gozan del tesoro inapreciable que me estás mostrando, ¡oh si la pudiese tener y morir luego, que contenta estaría! Pero veo que es necesario que permanezca todavía en el camino, que sea esa paloma que quiere arder y consumirse en la hoguera de ese pecho que es todo fuego, altar de los holocaustos admirables. Estas maravillas me son [1045] incomprensibles, no expresan sino muy por debajo el misterio que está por encima de las alas de los serafines. Es necesario anonadarse ahí y perderse para poder cantar: Santo, Santo, Santo. El silencio es más propicio que la palabra para hacer entender la altura, la profundidad, la anchura y longitud de esta caridad y ser sumergida en la total plenitud de Dios.

            Divino Salvador, ¿es esta plenitud la que me ordenas pedir a tu Padre? Padre santo, Padre amoroso, dámela, puesto que tu Hijo quiere que te la pida porque El la ha merecido haciendo siempre tu voluntad. Después de haber visto estas maravillas me dijiste, querido Amor, que dabas todos los tesoros de tus méritos y los de todos los santos, al soberano Pontífice, para que todas las almas fieles recibieran en su seno las divinas operaciones y las diversas formas que les quisiera dar el único Espíritu de tu Padre [1046] y tuyo, Espíritu que gobierna la Iglesia en la persona del Pontífice Romano. Qué alegría para mi alma ser hija de la Iglesia, tu bondad me hizo esta gracia que estimo muchísimo.

            Estos favores consolaban las penas que la enfermedad de nuestra pequeña parisina me causaba y por la que te pedía constantemente. Esperaba de ti, mi divino Amor, compasión para mis lágrimas, viéndolas, tendrías piedad de mí. Conjuraba a tu augusta Madre hiciera aparecer su poder en todo lo que mira a tu gloria y confiaba en su benignidad. Le decía como a ti, todo lo que me sugería el dolor y la compasión que tenía por los sufrimientos de esta pequeña.

Capítulo 148 - Dos abismos. Frutos divinos que san Esteban y san Juan me presentaron y pláticas que tuve con ellos. Descanso que el Verbo Encarnado me proporcionó sobre su pecho. Los divinos energúmenos y el delicado Sabbat. Los santos Inocentes son hijos del Señor y sus manos están llenas de flores de jacinto.

            [1047] Todas estas penas me parecieron noches continuadas hasta el primer domingo de Adviento en el que la Iglesia nos dice: Nox praecessit, dies autem appropinquavit (Rm_13_12). La noche está avanzada. El día se avecina. La noche ha pasado, el día está cercano y la aurora lo propone. El divino precursor con su vida milagrosa atrae a la tierra a los ángeles celestiales que estiman a este hombre a quien honraste, Verbo Encarnado, con tu primera visita, haciéndose digno de que lo mandaras a tu Louvre de gloria, el cielo empíreo, que él asedió y batió por las violencias que tú le aseguraste ser tan poderosas, que lo hubieran arrebatado si no hubieses suspendido esta fuerza para darle tú mismo, tu humana y divina dulzura después de tu Ascensión.

            La espera del alumbramiento de tu divina Madre regocijó a la hija de Sión y colmó de alegría a la hija de Jerusalén prevenida por la venida de su Rey Pacífico: Dicite filiae Sión: ecce rex tuus, venit tibi sanctus et Salvador; (Za_9_9). Decid a la hija de Sión: He aquí que tu Rey viene a ti, Santo y Salvador. [1048] El Apóstol santo Tomás, abismo de incredulidad alumbrado con los rayos luminosos de tu humana divinidad que lo cambiaron en un abismo de fidelidad, afirmó y reafirmó en alta voz: Dominus meus et Deus meus (Jn_20_28). Señor mío y Dios mío, abismó mi espíritu en divinas exultaciones moviéndome a decir: Benedictus es, qui intueris abyssos (Dn_3_55). Bendito tú, que sondeas los abismos.

            La Noche de Navidad, en la que quisiste nacer Divino Oriente, de la más humilde y pura de las creaturas, mi alma se abismó en las partes inferiores de la tierra donde tus divinos rayos se dignaron alumbrarla por las penetraciones que percibía y sentía pero que no reproducía y mucho menos expresaba. Pertenecía a ti, divino Niño eterno y temporal, hacer las divinas reproducciones.

            El día de san Esteban, tu primer mártir, en cuya Iglesia recibí la primera gracia por el sacramento del bautismo, le rogué con renovada confianza me obtuviese de ti nuevos favores. Este levita que apareció con una cara angelical cuando [1049] lo lapidaron, estuvo preparado, como esas llamas de fuego para presentarte mi oración, obteniéndome de tu bondad gracia por gracia, y unida para ti con tu discípulo amado del que me impusiste el nombre, con una unión para mí inexplicable, me hicieron gozar pasando por una felicidad que me representaba todos los bienes creados, un paraíso terrestre, porque me veía todavía en la tierra, presentándome gran variedad de hermosos frutos, buenos y agradables que tu bondad todopoderosa producía para deleitarme. Podía decir como los hebreos: Manhu, ¿que es esto? Este maná me fue ofrecido con gustos divinos y como mi espíritu y mi corazón habían sido hechos para ti, para gozarse con cosas elevadas, tus santos me entretuvieron con tus divinas excelencias.

            El deseo de poseerte y de entrar en tus alegrías, me movían a subir mas alto y a perderme dichosamente en mi centro, ¿No tenía motivo de estar contenta puesto que me hacías reposar sobre [1050] tu pecho con el discípulo querido de tu corazón? Tú que te haces toda la dicha de la amada que te posee, siendo poseída de Dios.

            Divino energúmeno que eres mudo y poseído por el divino Espíritu, término fecundo de la voluntad del Padre y de la tuya; que sin cesar lo producen como su único principio, teniendo en él, su sábado en el que haces fiesta a quien este amor contempla divinamente ya que es la bondad que goza de difundirse por una divina profusión.

            En qué dédalo me hubiera metido si los pequeños inocentes no me sacaran de él con la red de Adán, para escuchar los gritos que los golpes de los verdugos les causaban enrojeciendo la tierra con su sangre inocente. Belén es el campamento de Damasco donde fueron colocados sobre la plaza, para de ahí ser elevados hasta el trono del Cordero por el lazo de la caridad, del amor, que los acepta y recibe como arras del pago completo que hará por ellos.

            [1051] Querido Amor, sobre el Calvario, tu Divino Padre los hace y los nombra sus hijos, hipotecándolos sobre todos los bienes de su Hijo legítimo y heredero que tú, mi Salvador, quien le dijiste el día de la Cena que querías que los tuyos tuviesen la misma bienaventuranza que tú tienes, y que fuesen uno, como tú y tu Padre, sois uno, poseyendo la misma caridad.

            El día de la circuncisión de 1655, tus manos, colocadas alrededor de mí no me fueron quitadas, estaban llenas de flores de jacinto, las que agradaron al Padre y al Espíritu Santo como a ti, mi amor, cuando repartían toda clase de luz y de bondad. Al abrirlas llenaste el cuerpo y el espíritu de celestes bendiciones, me arrojé a tus pies, ¡oh Justo por esencia y por excelencia, que has tomado la señal del pecador!

Capítulo 149 - Tres milagros de los ríos santificados, ríos de amor y de gracia. El martirio de la sma. Virgen. La fuente que produjo un río que se volvió luz y sol. El torrente que nos da la vida y frutos divinos y nuevos.

            [1052] El día adornado por tres milagros, la Trinidad del cielo y la trinidad de la tierra me hicieron participar de su grandeza por los pequeños regalos que les ofrecí con los magos.

            El día de esta octava real deseé ser de nuevo bautizada en este río santificado por ti, te supliqué divino Cordero que quitas los pecados del mundo, me libraras de aquellos que he cometido y cometo. Tu bondad se complace más en la misericordia que en el sacrificio si viene de un corazón contrito y humillado, por lo que no me rechazó sino que me acogió con dulzura. Al recordar [1053] que te me habías aparecido en figura de cordero que se había dejado trasquilar, comprendí cuánto te agrada el despojo de todo aquello que no es para tu gloria, por lo que te dije: Entraré en tu casa y me ofreceré a ti en holocausto y haré mis votos aunque no aparezca revestida exteriormente como mis hijas. Introibo in domum tuam in holocaustis; reddam tibi vota mea quae distinxerunt labia mea (Sal_65_13s). Con holocaustos entraré en tu casa, te cumpliré mis votos, los que abrieron mis labios, los que en mi angustia pronunció mi boca. A ti, Dios y mi Esposo, con un silencio misterioso que mis labios te expresaron amorosamente.

            Recordé ese día que mis hijas habían renovado sus votos el día de Reyes, quise celebrar esta octava, y si no pude hacerlo como en el cielo y en la tierra la celebraron, sí dije con el gran Bautista: Ecce Agnus Dei, ecce qui tolis peccatum mundi (Jn_1_29). He ahí el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo, y oí con alegría a Dios tu Padre: Hic est Filius meus dilectus, in quo mihi complacui (2P_1_17). Este es mi Hijo muy amado en quien me complazco. Pensaba detenerme en estas deliciosas caricias, cuando escuché al Espíritu que, santamente celoso, te llevó al desierto con las bestias salvajes: Et statim spiritus expulit eum in desertum (Mc_1_12). A continuación el Espíritu lo condujo al desierto. [1054] !Qué rigor, enviar al exilio al Cordero inocente por los machos cabríos culpables. O altura y profundidad de la ciencia y sabiduría de Dios. Quis enim cognovit sensum Domini? Aut quis consiliarius ejus fuit? (Rm_11_34). ¿Quién conoció el pensamiento del señor? o ¿quién fue su consejero?

            Este mismo Espíritu es el que movió al anciano Simeón a entrar al templo para anunciar a tu inocente Madre, tan contenta en esos momentos, los más crueles suplicios que jamás se habían anunciado a criminales, la misma muerte que es el fin de sus sufrimientos. Esta muerte, profetizada 33 años antes, fue el principio de la de esta incomparable Madre y virgen, que con razón le valió el titulo de Reina de los mártires y en este día, lo confirmó el anciano que le dijo: tu corazón y tu alma serán traspasados por una espada despiadada; et tuam ipsius animam pertransibit gladius ut revelentur ex multis cordibus cogitationes (Lc_2_35). Y a ti misma una espada te atravesará el alma a fin de que queden al descubierto las intenciones de muchos corazones.

            Virgen santa, ¿Podría permanecer en delicias cuando tu Hijo y tú, estuvieron en continuos sufrimientos? Su circuncisión y tu purificación no tienen octava, para enseñarnos que es necesario cortar y purificar constantemente [1055] lo que no es puro. Que el Hombre Dios sea circunciso y que la virgen Madre se presente a la purificación, es algo que los ángeles y los hombres admirarán por toda la eternidad. Et sanctus, sanctificetur adhuc (Ap_22_11). Y el santo, siga santificándose. Que todos los cristianos se humillen y todos los justos se justifiquen sin cesar, para agradar al Justo por esencia y por excelencia.

            Los sufrimientos justifican a las almas fieles que Dios prueba como el oro en el crisol, para hacerlas dignas de él. Todos los santos han sido probados y si tu discípulo amado estuviese todavía en la isla de Patmos, viéndolos resplandecientes y felices le preguntaría si se atreviera al anciano de días, quiénes eran y de dónde venían. Hi sunt qui venerunt de tribulatione magna (Ap_7_14). Son los que vienen de la gran tribulación. Han lavado y blanqueado sus vestidos en la sangre del Cordero. Han sufrido grandes tribulaciones por el amor y para el amor y han merecido los vestidos que el Cordero ha hecho preciosos con la sangre que empezó a derramar en su circuncisión, y siguió derramando hasta después de su muerte, cuando se convirtió en un río de sangre mezclado con agua, que salta de su costado abierto. [1056] Et deducet eos ad vitae fontes aquarum (Ap_7_17). Y los guiará a las manantiales de las aguas de la vida.

            Para entrar en este divino Corazón es necesario que la esposa sea blanqueada en este río sagrado que la lanza de un soldado abrió y dio curso. Unus militus lancea latus ejus aperuit, et continuo exivit sanguis (Jn_19_34). Uno de los soldados le atravesó el costado con una lanza y al instante salió sangre y agua.

            Este es el río de gracia, el río del amor que hace a la esposa semejante al Esposo, esposa de sangre porque así es el Esposo. Sponsus sanguinis tu mihi est. Tú eres para mí, Esposo de sangre. Puede decirle admirándolo, adorándolo y amándolo por él mismo.

            Virgen Madre, al abrir este corazón sagrado, el tuyo fue afligido. Esta lanza traspasó tu espíritu que había podido subsistir en tu cuerpo virginal, después que tu Hijo entregó el suyo a su Padre. Parecías la fuerza misma, pues permaneciste firme al ver, oír y sentir este golpe de la lanza diez mil veces mortal. Diez mil madres hubiesen muerto si hubiesen estado presentes a [1057] crueldades semejantes hechas a los cuerpos de sus hijos inocentes. Tú vives, Señora, la única mujer fuerte. Tú estuviste de pie para hacer ver a los ángeles, a los hombres y los demonios, el milagro de los milagros, el espectáculo de los ángeles de los hombres y de Dios mismo.

            Mi divina Princesa, Mardoqueo se extrañó de la pequeña fuente que dio origen a un río que se volvió luz y sol: parvus fons, qui crevit in fluvium et in lucem, solemque conversus est, et in aquas, plurimas redundavit (Est_10_6). Ni la pequeña fuente convertida en río, ni la luz, ni el sol, ni el agua abundante. Me extraña más, ver esta fuente que sale del costado de tu Hijo, agua y sangre de tu seno, que hace un río, un sol, un mar y un océano.

            Humilde Virgen que ha producido a este río, a esta luz; Quia ex te ortus est sol justitiae Christus Deus noster (MR, Misa de la V.M.). Porque de ti ha nacido el sol de justicia, Cristo nuestro Dios. Mar de mar que ha salido de ti, naciendo de su divino Padre, luz de luz y Dios de Dios. Viste en el Calvario que de tu Hijo muerto por todos los hombres, brotó una pequeña [1058] fuente de sangre y agua que inundará la tierra y que se elevaría hasta el trono de Dios, hasta ver fundada la Iglesia, en la que todas las almas rescatadas podrán ser lavadas en esta agua cristalina y adornadas con esta sangre roja, y por este río que es también la sangre de la Cruz, en donde el cielo y la tierra son pacificados. Después de la muerte de tu Hijo esta fuente saltó de la vida indeficiente a la vida eterna, si su humanidad está muerta, su divinidad vive y vuelve a este cuerpo invulnerable e inmortal.

            Digna Madre de Dios; ¿a dónde he ido a parar entrando en este río en el que me veo sumergida, muriendo y viviendo al mismo tiempo? Estoy en un torrente en donde las aguas son mayores que aquellas del torrente en el que el profeta Ezequiel fue puesto y conducido por el hombre salido de oriente: Qui habebat funiculum in manu sua (Ez_47_3). Con la cuerda que tenía en la mano. Para medirlo varias veces, creciendo a la vista del [1059] profeta que estaba dentro y gritaba que estas aguas eran tan profundas que no las podía vadear. Torrentem quem non potui pertransire quoniam intumuerant aquae profundi torrentis, qui non potest, transvadari (Ez_47_5). Era ya un torrente que no pude atravesar, porque el agua había crecido hasta hacerse un agua de pasar a nado, un torrente que no se podía atravesar. El hombre que vino de oriente la sacó de este torrente y la puso en la orilla. Vio cómo estas aguas entraban y salían del mar después de bajar: ad plana deserti, intrabunt mare, et exibunt et sanabuntur aquae. Et omnis anima vivens, quae serpit quocumque venerit torrens, vivet (Ez_47_8). Deja el llano, desemboca en el mar, en el agua hedionda y el agua queda saneada. Por donde quiera que pase el torrente, todo ser viviente que en él se mueva vivirá.

            Este torrente daba la vida en abundancia, frutos nuevos que no se secaban porque las aguas que los regaban, salían del santuario, quia aquae ejus de sanctuario egredientur; et erunt fructus ejus in cibum; et folia eius ad medicinam (Ez_47_12). Porque esta agua viene del santuario sus frutos servirán de alimento y sus hojas de medicina. Mi augusta diosa, si me es permitido llamarte así, ¿y porqué no? te reconozco Madre del soberano Dios, del hombre Dios que ha producido este torrente y que ha venido a medir conduciéndome allí [1060] y retirándome cuando lo juzga conveniente. Las maravillas que he visto no las puedo expresar, creo que no puedo decir nada, y que los ángeles y los hombres deben abismarse extrañados de los misterios escondidos en Dios por los siglos. Si el Espíritu Santo no los instruyese como lo hizo con san Pablo, dándole esta gracia y el privilegio de enseñarlos: Mihi omnium sanctorum minimo data est gratia in gentibus evangelizare investigabiles divitias Christi, et illuminare omnes, qua sit dispensatio sacramenti absconditi a saeculis in Deo qui omnia creavit, ut innotescat principatibus et potestatibus in caelestibus per Ecclesiam, multiformis sapientia Dei secundum praefinitionem saeculorum, quam fecit in Christo Jesu Domino nostro (Ef_3_8s). A mi el menor de todos los santos, me fue concedida esta gracia: la de anunciar a los gentiles la inescrutable riqueza de Cristo y esclarecer cómo se ha dispensado el misterio escondido desde siglos en Dios, Creador de todas las cosas para que la multiforme sabiduría de Dios sea ahora manifestada a los principados y a las potestades en los cielos, mediante la Iglesia, conforme al previo designio eterno que realizó en Cristo Jesús, Señor Nuestro.

            Gran Apóstol, tú aceptaste todos los sufrimientos que el Señor había determinado para hacerte digno vaso de elección. Ruégale, te suplico, que yo corresponda a todos sus designios sobre mí y que sufra valientemente todo lo que pueda glorificarlo, que todo lo haga por su [1061] gloria, la salvación del prójimo y la mía, que no pierda el valor en las persecuciones que me han hecho y hacen aquellos que muestran mucha ingratitud en su divina presencia, en la de sus ángeles y en la de algunas personas a las que ruego no lo manifiesten porque causarían una extraña confusión y los culpables podrían ser castigados según sus faltas. Ruego a su bondad les perdone la culpa y disminuya la pena y espero la gran alegría de que su divina clemencia nos absuelva enteramente y todos caminemos por una nueva vida.

            Las aflicciones que no quiero escribir aquí son tales que me habrían hecho morir mil veces, si tú divino Amor, no me dieras mil vidas conservando continuamente la que una vez me diste. Me has dicho que mi reino estaría en los sufrimientos y que así como David sufrió por sus hijos, así yo sufriría por los míos. [1062] Isaías hablando de parte tuya, dio a conocer al cielo y a la tierra tu palabra: Dominus locutus est, filios enutrivi, et exaltavi: ipsi autem spreverunt me (Is_1_2). Habla Yahveh; hijos crié y saqué adelante, y ellos se rebelaron contra mí.

            Comencé y continué la Cuaresma con sufrimientos que tú, escrutador de los corazones conocías. No podía calmar las palpitaciones que me daban, vivía y moría al mismo tiempo, por los constantes temores que me causaban las personas que no te querían y desconocían las bondades que habías puesto en este corazón afligido por ellas y que te decía: Exaudi, Deus, orationem meam cum deprecor: a timore inimici eripe animam meam: protexisti me a conventu malignantium, a multitudine operantium iniquitatem, etc. (Sal_63_2s). Escucha, oh Dios, la voz de mi gemido, del terror del enemigo guarda mi vida; ocúltame de la pandilla de malvados, de la turba de agentes del mal . Mi esperanza está en ti, Señor, donde se encuentra la alegría permanente. Haz que seamos rectos de corazón a fin de que nos gloriemos solo en ti que eres la eterna bienaventuranza.

Capítulo 150 - Rogué al Verbo Encarnado que enviara a sus 60 fuertes, sus asistentes a Roma. Del buen olor de su sacrificio en el Calvario y las penas de espíritu en que me encontré.

            [1063] Algunos días antes de Pascua, el Sr. de Ville me vino a ver para darme a conocer su contrariedad por que los Señores Cardenales no se habían podido poner de acuerdo en la elección del Soberano Pontífice. Le rogué me contara las ceremonias que se hacían en la elección de un nuevo Papa. No me rehusó este consuelo contándome todo la que había visto cuando Inocencio X fue elegido y él estuvo en Roma con su Eminencia de Lyon. Estas maravillosas ceremonias me movieron a rogar a Dios, mi todo, nos diera un Papa según su corazón. Le dije: Monseñor, confío en nuestro divino Salomón, el Verbo Encarnado, al que con mucha confianza suplico envié a Roma a los 60 fuertes que asisten cerca de su alcoba divina para ahuyentar y rechazar a los [1064] espíritus nocturnos, y que su Espíritu que intercede por los santos, ruegue en nosotros para que nos dé un Papa que haga todas sus voluntades.

            El miércoles una persona pidió me presentara al día siguiente, con Monseñor el Arzobispo para pedirle su bendición después que hubiera consagrado los santos Oleos; y otra me dijo que sería rechazada, pues él había dicho que no tenía nada que tratar con la M. de Matel. El Jueves Santo te dije, mi divino Amor: Dame la bendición papal, tú eres el Pontífice Eterno siempre vivo, ad interpellundum pro nobis (Hb_7_25). Para interceder por nosotros. Tú eres santo, inocente, sin mancha, separado de los pecadores, el cielo supremo que puedes todo por ti mismo. Espero de tu poderosa bondad todo favor y toda gracia.

            Al día siguiente, Viernes Santo, me levanté para ir a adorarte en el Smo. Sacramento, vi mi cama cubierta de lavanda y oí estas amorosas palabras: Dum esset rex in accubitu suo nardus tua (Ct_1_12). Mientras el rey se halla en su diván, mi nardo exhala su fragancia. [1065] Rey de amor, mientras estás acostado sobre tu lecho de honor, tu lavanda y tu nardo han dado su olor. Divino Rey de los amados, la hediondez de mis pecados y los de todos los hombres, te hicieron morir en el Calvario, pero el olor que tú allí dejaste por tu santo sacrificio ha sobrepasado esa hediondez. Tu Padre eterno te dijo en presencia de todos tus ángeles: He aquí el olor de mi Hijo que es como un campo que he bendecido con toda bendición.

            El día de Pascua y toda la octava, fuiste para mi resurrección y vida. Podía decir con David: Levántate tú mi gloria, toma tú mi arpa y mi salterio. Tú te levantaste muy de mañana, previniéndome con tus dulces visitas que los ojos de los búhos no pueden sostener porque ellos no ven, con la luz del día.

            Las personas que conocían mis cruces pero no veían tus consuelos, tenían gran compasión de mí y me decían: El Señor Arzobispo tiene atenciones para todas y no se ve que las tenga para usted. El martes de Pascua dio de [1066] palabra su aprobación a las Hijas de la Visitación para establecer un tercer monasterio en Lyon, Mons. el abad de san Justo, tiene suavidad y estima a las Hijas de santa Isabel que pronto serán vecinas al lado de los padres Mínimos y las Religiosas de Flandes que ya tienen permiso para establecerse, en cambio no se piensa para nada en el suyo. Estas palabras me las dijo cerca de la reja del Santísimo Sacramento el Padre que se disponía a dar la bendición el lunes de quasimodo, al que se había transferido la fiesta de la Encarnación.

            ¿Qué te dije en esos momentos, querido Amor, viéndote en las manos de este sacerdote que te mostraba y nos bendecía contigo mismo? Todo eso tú lo sabes y no lo puedo escribir aquí, ni los sentimientos que mi corazón tuvo cuando dijo la oración por nuestro digno Arzobispo. A la palabra, Camilo, qué amor sentí por nuestro querido Prelado y por nuestro soberano Pontífice, para cuya elección te había rogado enviaras tus sesenta fuertes que asisten cerca de tu trono divino.

            Al día siguiente y toda la segunda semana después de Pascua, varias personas me vinieron a ver para decirme que las Religiosas de santa María de la Antiquaille, me [1067] debían haber avisado para que estuviera con ellas el martes de Pascua en que mi dicho Señor fue allí con Mons, de Fléchère para ver su Monasterio con la casa y la viña que habían comprado al Sr. le Roux y compararla con la que las Hijas de santa Isabel habían comprado al Sr. de Sirode. Me hiciste entender, divino Oráculo, que tu hora no había llegado, que no me afligiese, vertí algunas lágrimas en tu presencia y me dijiste con más gracia y ternura que Elcaná a Ana: ¿Joana, cur fles? numquid non ego melior tibi sum quam decem filiae? (1S_1_8). Juana, ¿Porqué lloras? ¿No soy para ti mejor que diez hijas? Juana, mi hija y mi esposa, ¿Por qué está turbada tu alma, no te soy más amable en tu soledad que diez hijas, mejor aún que diez monasterios? ¿No soy el escogido entre mil? soy y seré tu Samuel, descanso de Dios y Dios mismo. No te apenes viendo a aquellas que son fecundas y favorecidas. Escucha Hija mía, las palabras del Profeta Jeremías dirigidas a las personas que siguen los sentimientos humanos: qui dereliquerunt me, etc. (Jr_1_16), por haberme dejado a mi. Tú verás cumplidas al pie de la letra estas mismas palabras. Espera un poco de tiempo: Adhuc unum modicum est, etc. (Ag_2_7). Dentro de muy poco tiempo, etc.