BORRADOR DE LA AUTOBIOGRAFIA  Capítulo del 51 al 90

Capítulo 51 - Que Nuestro Señor me predijo, en dos diversas ocasiones, la muerte de Mons. Mirón, y cómo yo iría en seguida a París. Cómo este Dios de bondad me consoló de la muerte de aquél; yo pedí, por arzobispo, a Su Eminencia.

 Un día, durante el mismo año, estando en la Iglesia de los Carmelitas descalzos, me dijiste en una suspensión: Hija mía, heriré al pastor y se dispersarán las ovejas (Mc_14_27). [205] Sentí temor ante estas palabras, y respondí: " ¿Cómo, Señor, al herir a nuestro pastor dispersarás nuestra Congregación, tu rebaño?" "No sientas dolor ante este golpe, hija mía, pues él te hará ir a París." El 29 o 30 de abril, un año después, estando todavía en la misma capilla de los Padres Mínimos, fui arrebatada y me dijiste una vez más: Heriré al pastor y se dispersarán las ovejas del rebaño (Mc_14_27). En esta segunda ocasión, mi corazón se sintió como herido o rasgado. "Mi bien amado, me siento desolada; este arzobispo me favorece en todo y me lo quieres quitar." "Hija mía, irás a París." Tuve que resolverme a este golpe, porque tú lo querías. Comuniqué a Monseñor lo que me habías dicho, con el fin de que se preparara, pues yo no le ocultaba cosa alguna de lo que le mandabas. El recibió esto como venido de ti, afirmándome que sometía su alma a tu poderosa mano, según el consejo de san Pedro, tu Vicario General: Por eso háganse humildes, para estar bajo la mano poderosa de Dios, que él a su tiempo los levantará (1Pe_5_6s).

 Se acercaba el penoso tiempo de esta visitación que era la peste que habías resuelto enviar a Lyon. Durante varios meses, los versículos, las antífonas y las lecciones del Oficio de Difuntos fueron mis oraciones jaculatorias. El 5 de mayo [206] comuniqué a mi pastor, no sin pena, lo que me habías dicho, y a lo que había tenido que resolverme por ser tu voluntad. Al poco tiempo, volvió a su diócesis, mostrándome su deseo de contentarte en todo. La víspera de san Ignacio, penúltimo día de julio, los Padres Milieu y Arnoux vinieron a invitarlo a la solemnidad. Como yo estaba con él, les respondió: "Padres, hace falta que estas jóvenes insistan en Roma. Si Dios me concede la gracia de vivir, lo llevaré a cabo con alegría. Hija mía, ¿qué puedo hacer para darte gusto?" Viéndome abrumada por sus ofrecimientos, le respondí: "Monseñor, me ha dado tanto, que me siento confundida. Nuestro Señor quiere dar a otro su corona." Él se dio cuenta de que yo tenía otras cosas que decirle, e insistió para que no temiera; que yo podía adivinar que él gozaba con lo que yo le comunicaba de tu parte; que tenía un gran deseo de mejorar lo que había hecho, y que trataba de aprovechar todo aquello que yo le daba a conocer.

"Hija, tengo el deseo de hacerte algunos pequeños servicios." No volví a verle [207] a partir de este día. El 5 de agosto, estando en Petit Foret con Mademoiselle Particelle para hablar con los Padres Pontiam e Ireneo, capuchinos (los dos viven todavía) que me parece, estaban aquí para su Capítulo o por pertenecer a esos conventos, vinieron a decirnos que Mons. Mirón estaba en la Deserte, atacado de apoplejía. Recordando lo que me habías dicho, me conformé a tu voluntad. "Señor, tú lo quisiste y lo quieres; yo guardo silencio." El Padre Pontiam me dijo: "Hija, ¿por qué me curaste cuando los médicos me abandonaron en Roanne y dejas morir a tu buen pastor que tanto te ha favorecido?" "Padre, hay tiempo en el que Dios acepta que nos opongamos, como Moisés, y que le pidamos con lágrimas revoque las prohibiciones condicionales, y que obremos como el Rey Ezequías. En dos ocasiones me he opuesto al juicio de los médicos respecto a usted y al P. de Meaux, jesuita; el Espíritu Santo oraba en mi interior con gemidos indecibles. El me hacía pedir con gran simplicidad lo que deseaba concederme por bondad; en esta ocasión [208] no puedo pedir, a pesar de la pérdida que experimento. Es necesario que mi pastor me deje y que consienta yo al divino decreto no solamente con resignación, sino con indiferencia."

Por la noche, al orar por él, tuviste a bien llevarme al Monte Tabor para encantar, con tu gloria, todos los resentimientos que hubiera podido sentir, pues no era ingrata. Todos los que sabían a qué punto se preocupaba por mí este prelado se afligían de mi pérdida, pero después de hablar con nuestras hermanas, se alejaban consolados. Ellas les decían: "Nuestra Madre espera en Dios; ella se conforma a sus mandatos. Él ha llamado a Monseñor Mirón; ella consiente a este deseo suyo; como le debe tanto, reza por su alma y espera de Dios su ayuda y socorro." Querido Amor, desde que me dijiste que deseabas privarme de este prelado, te pedía nos concedieras a Monseñor el Arzobispo de Aix, quien es, al presente, Su Eminencia. Me hiciste comprender que así sería, pero que estaba yo destinada al sacrificio como la hija de Jefté.

Yo me explicaba esto favorablemente, porque por entonces no me diste a entender de qué manera sería yo sacrificada. La experiencia me lo ha aclarado, sin llorar con mis compañeras por mi virginidad, sino por el largo tiempo que debía esperar para consagrártela con los votos solemnes, lo cual será cuando tú lo quieras. Adoro tu Providencia que en todo hace lo mejor. Mi eminentísimo prelado ha relevado el trono de tu gloria que aparece en el escenario de nuestra debilidad, la cual fortificas con la paciencia. No me quejaba de estas pruebas sino contigo y con él mismo, porque tú así lo quieres. A quienes me dicen que es demasiado probar la constancia de las jóvenes, les doy la siguiente respuesta: El corazón de su Eminencia está en las manos de Dios, quien pudo dividir las aguas, para inclinarlas hacia donde le plazca. Espero tu salvación, Señor (Gn_49_18). En ocasiones adoro la punta de esta vara, que florecerá para la bendición de tu Orden; no dudo que todo se cumplirá.

Capítulo 52 - Que los reverendos Padres Milieu y Arnoux me aconsejaron salir de Lyon a causa de la peste, para dirigirme a París, con lo cual se realizó la predicción de Nuestro Señor, y de Lo sucedido durante este viaje.

[209] A fines de agosto la peste había arreciado tanto y estaba tan extendida, que casi toda la ciudad sufría por esta causa. Al ser herido el pastor, las ovejas fueron dispersadas y desoladas por esta inundación que tu justo rigor envió para obligarnos a enmendarnos. Pero es una pena, mi Salvador, que no seamos mejores; no te hemos aplacado en nada por la penitencia. No existe sino tu bondad que, en medio de su justa cólera, como lo dijo el profeta, recuerda su misericordia, sin la cual una parte de la tierra sería destruida. Si ella está desolada, se debe a que los hombres no repiensan de corazón las obligaciones que tienen para con tu caridad. Muchas personas huyeron al campo para evitar este látigo, más no para hacer frutos dignos de penitencia: Restáuranos, Dios salvador nuestro, calma tu enojo con nosotros (Sal_85_5). Durante el mes de septiembre, todo el aire de la ciudad estaba contaminado, y no se veían en ella sino muertos o enfermos moribundos que se arrastraban. La carreta que se los llevaba iba y venía sin parar.

Nuestras hermanas, que eran seis en total, fueron presa del miedo ante el mal, por lo que tres de ellas insistían en que yo saliese; las otras tres se oponían a ello, diciendo que tu Providencia que me había destinado para servirse de mí para el establecimiento de la Orden, me [210] preservaría de este mal. Las otras tres decían que esto era arriesgar no solamente mi persona, sino toda la Orden junto conmigo; que era tentar a Dios obligándole a hacer milagros, cuando se podía evitar este peligro con prudencia. Si me contagiaba, decían, todas se ocuparían en atenderme, y así toda la Comunidad se contagiaría. ¿Quién atendería a las pensionistas, quienes por tenerme cariño no podrían dejar de visitarme?

Yo consideraba sin alterarme los males de esta pobre ciudad, las divisiones que el amor propio, la prudencia y la caridad obraban en los espíritus de nuestras hermanas, sintiéndome tan indiferente como insensible hasta una noche, entre el 10 y el 11 de septiembre, en que la desolación de los vecinos de Ainay me despertó con gritos que podía yo escuchar desde mi cuarto: Mis ojos, que hasta entonces no habían podido derramar una lágrima, testimoniaban a tu Majestad que me compadecía del sufrimiento de todos. Te rogué tuvieras piedad de tu pueblo.

Podía decirte con David que podía yo ser la criminal que causaba esta aflicción, pero no deseabas tú que esta espada me hiriera. Me ordenaste, por medio de los Padres Milieu y Arnoux, saliera de Lyon. El Padre Arnoux escribió a París al P. Jacquinot, para que me mandara ir allá [211] y que mientras duraba esta espera, aceptase yo el favor que me ofrecían el Sr. y la Sra. de Puré, de llevarme a Bermon, ya que a un lado de este castillo había religiosas que no eran de clausura, ni tenían instrucción acerca de sus deberes para serte fieles. Como tenían buena voluntad, podría yo moverlas a la devoción al hablar con ellas. La obediencia y estas consideraciones me hicieron resolverme a salir de Lyon.

 El día de la Exaltación de la santa Cruz, dos de nuestras hermanas me vinieron a acompañar hasta la Iglesia de la santa Cruz, donde quise ir con aquella que debía acompañarme a París. Estas dos hermanas me dijeron adiós en esta iglesia después de haber adorado la santa Cruz. Una de ellas, enferma ya del mal, me dijo al darme el beso de despedida que le dolía la cabeza y se sentía mareada. La tristeza que ella sentía ante mi ausencia podría haber sido la causa. Yo les rogué se alegraran, afirmándoles que me arrancaban de su lado por obediencia. La otra, que estaba muy desolada, no se contagió sino hasta tres semanas después. La primera, que era sobrina del P. Irenée d'Avalon, capuchino, murió a los seis días y la otra a las pocas semanas [212].

 Permanecí en Bermon hasta fines de octubre, atendiendo a las religiosas de Dorieux, que carecían de instrucción. Eran muy buenas por naturaleza; su sencillez me hacía esperar que tu Providencia les prodigaría cuidados especiales, lo cual ha hecho, al retirarlas del lugar donde no podían ser instruidas, para llevarlas al Antiquaille, en el convento de la Visitación. Al enterarme de la alegría que tu Providencia les había procurado, me alegré y se lo agradecí de corazón.

Alrededor de la fiesta de Todos los santos, Mons. de Puré me dijo que deseaba conducirnos a París él mismo después de leer las cartas en que el P. Jacquinot me pedía ir allá y, sobre todo, siguiendo el consejo del P. Arnoux. Salimos por el Loire a dos leguas de Roanne; no pudimos pasar porque la peste había invadido muchas casas.

Querido Amor de mi corazón, ¿hace falta que experimente siempre tanta repugnancia para hacer los viajes que tu Providencia me ordena? Me parecía que en este barco me encontraba en una galera y que mi espíritu era arrastrado con fuerza por cadenas que me parecían insoportables. Vertía torrentes de lágrimas cuando podía estar sola en algún rincón del barco, donde [213] se pensaba me dedicaba a orar; la oración me servía de pan, y comía tan poco de noche y de día, que era una maravilla el poder tenerme en pie; pero no podía comer más, porque hacía un gran esfuerzo para pasar lo poco que tomaba. La náusea y otras enfermedades me desgastaron casi todo el tiempo que duró la navegación. Fue por eso que me detuve en Orleáns, donde pedí al Sr. de Puré informara al P. Jacquinot, quien había pedido al P. Ignacio de Renes, rector del Colegio de la Compañía, de hospedarme algunos días en Orleáns.

Este sacerdote no recibió la carta sino hasta haberme recibido por caridad y benevolencia. Se alegró de haber previsto, mediante su inclinación, la súplica del P. Jacquinot, por entonces superior de la casa profesa de san Luis, en París.

Permanecí diecisiete días en Orleáns, donde los cuidados del P. Rector fueron tan grandes que me confundían. El me hizo visitar a varios señores y damas de la ciudad que profesaban gran piedad. El teniente procurador de justicia quiso costear estos diecisiete días, y pagar todo lo que necesitaba yo para el viaje. El padre rector me dijo: "Hija, no rechaces las ofertas del Sr. Omin; todos los padres de nuestro Colegio desearían ofrecerte lo que este señor nos ha pedido: que le demos [214] el gusto de pagar por ti estos diecisiete días."

Todos los días, este buen padre rector hablaba conmigo sobre cosas espirituales, diciéndome al final: "Hija, me parece que eres la criatura a quien Dios regala más sobre la tierra; desde que he hablado contigo, he sido librado de una pena que ha blanqueado mis cabellos, como lo ves al presente. Desde que era muy joven, ni la soledad, ni la mortificación interior y exterior me habían aliviado en algo este sufrimiento. Admiro la pureza, privilegio que Dios te ha concedido, y que se contagia a quienes tratan contigo."

 Querido Amor, bien caí en la cuenta que eras tú quien obraba estos favores en este buen padre, y que le libraste después de haberle probado largo tiempo, habiéndote permanecido siempre fiel. Tu justa bondad le quiso dar la corona estando al fin de su carrera, después de haber combatido valerosamente.

El día de la fiesta de santa Catarina, virgen y mártir, murió con la muerte de los santos después de haber ganado la indulgencia plenaria. De muy buen juicio, con un entendimiento iluminado por tus luces, la voluntad inflamada por tu [215] amor divino, edificó, al expirar, a todos los padres y hermanos que se hallaban presentes para ayudarle a bien morir. El P. De Lingendes, que tuvo la dicha de estar de paso en Orleáns para ir a predicar a Tours, me dijo que si tu misericordia le concedía la gracia de morir como el P. Ignacio, se consolaría plenamente de tener en esta última hora una devoción parecida a la del padre, cuya memoria es en sí una bendición.

Capítulo 53 - De mi llegada a París, y de las grandes aprensiones que experimentaron varias personas, temiendo que esta fundación aminorase la importancia de las otras, y cómo no omitieron nada para impedirla, tratando de persuadirme de abandonar esta real ciudad, y cómo la Providencia divina me retuvo en ella.

Llegué a París la víspera del Apóstol san Andrés. Todo era cruz para mi espíritu. Trataba de saludar a la santa Cruz junto con este gran santo. El albergue que nos habían preparado estaba en la calle san Andrés, colindando con el Hotel de Lyon. Me dirigí a la iglesia del santo donde estabas expuesto. La Srita. Guilloire me hizo el favor de llevarme allí. Mis ojos se deshicieron en lágrimas en cuanto me arrodillé para adorarte al decirte: "Te adoro y doy gracias porque, según tus promesas, me has conducido hasta París. Sabía bien que ahí sufriría y encontraría cruces. Salí de Lyon el día de la Exaltación de tu Cruz; no rehúso todas las que me tienes destinadas. Mi padre se encuentra en esta ciudad; abrazo las que él me hará sufrir. Dame valor, si te place, o dispón su espíritu a tu voluntad, pues está encolerizado contra mí por haber salido de su casa por seguir tus mandatos."

Tu bondad le ablandó, y no me trató tan duramente [216] como había amenazado hacerlo en las cartas que había escrito. No le pedí nada para mi sostenimiento, temiendo que me ordenara volver a su casa.

La Srita. Guilloire nos proporcionó todo lo necesario hasta dos semanas antes de la Pascua. Me volví a ti cuando supe que ella no pensaba hacerlo sino durante este tiempo, diciéndote: "Salí de Lyon con dos monedas de diez francos cada una, con las cuales compré en Bermon todo lo que podía enviar a nuestras hermanas para provisiones. Tú me has provisto de todo. Mientras que los hebreos tuvieron harina en Egipto, no hiciste caer el maná; pero en cuanto aquella les faltó, hiciste llover sobre ellos este pan del cielo. Espero en tu Providencia. He llegado al lugar donde me has pedido que venga."

Tu bondad me hizo ver que se ocupaba de mí, al darme a la Sra. de la Rocheguyon, que me amaba como a hija suya; pero como aún no administraba sus bienes, sino que vivía junto con sus damas de compañía a expensas de la Srita. de Longueville, tía suya, no pudo darme algo al principio, sino que me dijo te rogara que pudiera recibir su dote. Al poco tiempo fue así, pudiendo alquilarnos una casa el Jueves Santo de 1629. Esto duró tres años y fue una gran Providencia, [217] como lo haré ver más tarde.

Al día siguiente, Viernes Santo, vi, al despertarme, un lagar que debía hacer girar yo sola durante varios días. Llevaba en mi espíritu estas palabras: Hicieron un plan para condenar a muerte a Jesús, (Mt_27_1) y te decía: "Señor, ¿quién se conjura actualmente contra ti y tu Orden?" Ignoraba que la gran reputación que el padre rector de Orleáns me había dado en esa ciudad llegó a oídos de la Sra. de Sainte Beuve, por las palabras del Sr. de Montry, a quien el mencionado padre había contado las maravillas de gracia que tú me dabas.

Temerosa de que el fulgor de una nueva Orden disminuyera el de las ursulinas, de quienes era fundadora, hizo llamar al P. de la Tour, jesuita, y a otros que eran sus amigos, pues también había fundado el noviciado de la Compañía en el barrio de san Germán, para presentarles sus quejas contra el P. Jacquinot, quien, según ella, había hecho venir a París a una joven de la diócesis de Lyon, que venía a establecer bajo su protección y mediante sus cuidados, a las jesuitesas; que este nuevo Instituto atraería a todas las jóvenes, con detrimento de otros conventos. Esto fue suficiente para obligar a tres o cuatro padres a escribir al Padre General, diciendo que el P. Jacquinot deseaba establecer a las jesuitesas; que ello iba en contra [218] de los designios de san Ignacio y de toda la Compañía y que, al ser la Sra. de Sainte Beuve, la fundadora de su noviciado, ella se oponía a esta fundación. Se mencionaba además que ella recurriría al Sr. Procurador General, que era su sobrino; que rogaría al prelado de París se resistiera a dicho establecimiento, que el Guarda Sellos, el Señor de Marillac, recibiría también la petición de no acceder a esta novedad, y que todo el pueblo de París protestaba contra los nuevos institutos religiosos, y teniendo cierta aversión hacia los jesuitas, de los cuales desconocían los méritos, tendrían por enemigos a la mayoría de los habitantes de esta ciudad real.

Era demasiado para no retirar la ayuda del P. Jacquinot hacia aquella a quien él mismo había invitado con tu complacencia. El jueves de la octava de Pascua llegaron de Roma las cartas de prohibición para intervenir en lo referente a este Instituto, tan perjudicial a la Compañía según ellos y según parece, también a la República. El consejo más caritativo era deshacerse de esta joven extraña en la ciudad y no seguirla guiando, abandonándola a todos los contratiempos que una hija a quien su padre no amaba más podría sufrir por haber seguido, por inspiración tuya, los consejos de los reverendos padres jesuitas.

Querido Amor, tu Providencia me llevó a decir al P. de Lingendes que le rogaba me diera los ejercicios, ya que él se encontraba más cerca de mí que el P. Jacquinot, [219] porque el Padre de Lingendes predicaba en san Benito. Le dije que al P. Jacquinot le gustaría mucho que él me confesara y me diera los ejercicios yendo y viniendo a la casa profesa. "Padre mío, como es necesario que haga girar sola un lagar, es necesario disponerme a ello mediante los ejercicios." Los inicié el lunes o martes de Pascua. Ese mismo día, mientras asistía a misa en una capilla de los Grandes Agustinos, vi, en una suspensión, un brazo poderoso que salía de las nubes. El P. de Lingendes me dijo que aceptaba con gusto, y que este lagar era la contrición que tenía yo de mis faltas, pues hice con él una confesión general, aunque mi alma no sentía dolor alguno, pero para disponerme al sufrimiento me mostraste que las palabras de un consejo reunido en contra tuya no se referían al tiempo en que estuviste en la tierra, sino al presente, recordándome que el año 1627 o 28 me habías pedido escribir al P. Benoît, sacerdote del Oratorio, que es ahora secretario de san Nizier, advirtiéndole por mi carta que durante el tiempo de mi estancia en París habría una agitación muy parecida a la que ocurrió cuando tu Majestad entró al templo de Jerusalén: Al entrar en Jerusalén, la ciudad entera preguntaba alborotada: "¿ Quién es éste? " (Mt_21_10).

El P. de Lingendes no me dijo nada más al respecto. El viernes siguiente, dentro de la mencionada octava de Pascua, se enteró por medio del P. Ignace Armand de las cartas de Roma, lo cual lo afligió al considerarme presa de una extrema aflicción, al verme abandonada de [220] todos mis padres. Respondió, al P. Armand: "Padre, no tengo sino tres días para permanecer en este Colegio. Volveré a la casa profesa el lunes. Ruego a su reverencia no tome a mal si le digo que recibiré esta obediencia del P. Jacquinot, quien es mi superior." Sin embargo, me pidió venir a verle al Colegio de Clermont, porque no podría acudir ese viernes al lugar donde me hospedaba para darme las pláticas. Su compañero, que había observado en este sacerdote una tristeza extraordinaria, dijo a mi compañera que el P. de Lingendes había suspirado con impaciencia casi todo el día, que no había estudiado nada, y que tenía una tristeza que él ignoraba. Como yo guardaba el silencio requerido durante los ejercicios, no sabía lo que decía este buen hermano a mi compañera.

 Había recibido ya las noticias de Roma, pero habiéndole llamado vino a verme, disimulando su contrariedad, hasta que le di cuenta de mi oración. Me dijo en seguida: "Y bien, ¿estás preparada a mover sola el lagar y a llevar la cruz más grande que hayas tenido en toda tu vida? [221] No te la diré esta tarde, porque te afligirías demasiado." "Padre, me aflige más el que me la oculte, que, si me la revelara, porque no sabe usted que, a nosotras, las mujeres, la aprehensión a veces nos desgasta más que el mal cuando ha sido descubierto." "Hija mía, existen prohibiciones venidas de Roma y nuestros padres no pueden ayudarte más. El Padre Jacquinot, a quien no he vuelto a ver desde la llegada de estas cartas, tiene prohibición del Padre General de venir en tu ayuda; lo mismo ha sucedido con el provincial, P. Filleau, y el P. Armand. Al cabo de tres días, no podré hablar contigo. ¿Qué piensas de esta cruz?"

            "Padre mío, es grande, pero ¡tengo un Dios que es todavía más grande!" "Te sientes valiente, pero mañana y los otros días este valor será vencido." "Padre, si su Reverencia me asegura que todas las luces que he recibido y que le he comunicado no son ilusiones, y que es verdad todo lo que sus sacerdotes que me han conducido desde mi infancia me han asegurado, no tengo miedo alguno a esta cruz. Con Dios lo puedo todo. El me dará el valor y la fuerza [222]. Mientras no reciba usted la prohibición de darme consejo, démelo y yo lo observaré."

"Hija, no salgas de París, a pesar de lo que otros te aconsejen. En presencia de los nuestros, te diré al menos por prudencia, que vuelvas a Lyon, pero no lo hagas. Es un consejo forzado, a causa de la malicia de las circunstancias, por no decir de los envidiosos. Iré a ver al P. Jacquinot para comunicarle mi parecer. Tú no has hecho el voto de obediencia; nuestros padres no pueden referirse a él para obligarte a quienes te ordenarán y aconsejarán contra sus sentimientos, por seguir la pasión de los y las que piensan obrar de manera que te contraríe." Él me dijo estas y otras cosas que sería muy largo repetir aquí. Le respondí: "Padre, me duele ser la causa de sus penas, pero ¿qué dirán quienes saben que siempre he obedecido y seguido los consejos del P. Jacquinot? ¿Qué sucedería si me valiera de la autoridad de mi padre, pidiéndole ahora que me mire con benignidad y diga que no quiere que salga de [223] París por complacer a la Sra. de Sainte Beuve y algunos padres jesuitas?" "Hija, esta proposición es muy buena; ponla en práctica. Tu padre se sentirá, a no dudar, herido en su honor. Él tiene autoridad y valor para retenerte si tú le pides consejo para que no te persigan y seguir los designios de Dios. Admiro la Providencia que te ayudó a rentar una casa grande durante tres años. Hay que tener precaución de no alarmar a la Señora de la Rocheguyon, en caso de que se entere de que nuestra Compañía te abandona.

 "Hablaré seriamente con el P. Jacquinot, haciéndole ver el daño que este abandono puede hacer a tu reputación y a la obra de Dios; que se podrá decir que hemos reconocido que eran puras ilusiones tuyas, y que la prudencia que se nos atribuye nos ha llevado a retirarte nuestro apoyo espiritual sin decir palabra." Él me dijo estas o parecidas cosas en el mismo sentido después de que me despedí de él para venir a hacer la oración requerida por los ejercicios espirituales.

 "Querido Amor," exclamé, " ¿Acaso he presumido de instituir una Orden por un deseo ambicioso, o eres tú [224] quien, por una bondad incomparable me has inspirado y destinado para esta obra? Si soy yo, entonces, Señor mío, no te asombres si me atrevo a hablarte así: confúndeme en el tiempo, pues esta falta sería más por ignorancia que por malicia. Ya he afirmado en Lyon que no buscaba mi gloria en cosa alguna, cuando una persona trató de disuadirme de este proyecto, temiendo que no se realizara, y me decía: Si usted no fuera conocida sino en Roanne, la confusión no sería tan grande. Le respondí que estaba yo contenta de ser incomprendida no solamente en Lyon, sino en Roma y aún en todo el mundo, por amor a ti. Siento al presente la gracia y el valor de sufrir una humillación universal delante de toda clase de personas; este sentimiento procede de tu bondad, y no de mis méritos."

Al pronunciar estas palabras, mi corazón fue oprimido por un dolor sensible, como si alguien hubiera puesto una enorme roca sobre mi pecho; de mis ojos brotaron solamente dos lágrimas que te ofrecí. Pude contenerlas ayudada de tu poder y decirte: "Señor, recuerdo el discurso de Gamaliel y las palabras que dirigió a los judíos cuando querían [225] cohibir a tus Apóstoles la proclamación de tu gloria: Mi consejo es éste: no se metan con esos hombres, suéltenlos. Si su plan o su actividad es cosa de hombres, fracasarán; pero si es cosa de Dios, no lograrán oprimirlos y se expondrían a luchar contra Dios (Hch_5_38s).

 "Hija mía, esta empresa no es ni tuya ni de los hombres, sino mía. Soy yo, el que sólo hace maravillas, quien permite que seas abandonada de todos, afín de llevar a cabo mi obra. Al tomar su naturaleza, la adopté privada de la hipóstasis humana, y la apoyé en mi divina Persona. Este misterio de mi inefable Encamación se obró divinamente, sin otros poderes que el de Dios. Bien dijo mi Madre que no conocía varón. Gabriel, quien fue formado en la escuela del cielo, dijo a mi Madre que el Espíritu Santo descendería sobre ella y que la virtud del Altísimo la cubriría en la concepción y nacimiento de Aquél que sería llamado el Hijo de Dios y el suyo sin división alguna, y que soy yo." Ante estas palabras, ¿Quién no se embelesaría y confiaría en ti? Respondí después: El Señor es mi luz, y mi salvación, ¿a quién temeré?: El Señor es la defensa de mi vida, ¿Quién me hará temblar? (Sal_26_1).

[226] "Querido Amor, si tú eres mi luz, mi salvación, mi protector y mi vida, ¿Qué he de temer? Mi iluminación divina, mi salvación eterna, mi protector en gracia y mi vida espiritual y eterna, ¿Qué me importa perder la corporal o la incorpórea? Te amo por encima de mi propia salvación; te amo por amor de ti mismo, y no por mi propio interés." Al día siguiente, sábado, me disponía a acostarme cuando me rodeaste de luz, diciéndome: "Hija, me tendrás en el santo Sacramento; no temas. Las contradicciones te harán como a José: la envidia te elevará dentro de mi Iglesia y llegarás a una posición más alta que la de él en Egipto, porque deseo servirme de ella para adornarte de gracias y de gloria." Hallándose el P. de Lingendes de regreso en la casa profesa, se asombró mucho al saber que el P. Jacquinot había sometido a consulta las prohibiciones del Padre General; tres de los consultores eran los mismos que habían redactado esos pareceres para enviar a Roma. No pedían ellos sino exponer sus sentimientos, a los cuales el P. Jacquinot unió los suyos. Yo ignoraba que eran secretarios de la Sra. de Sainte Beuve. El resultado fue que se juzgó necesario prohibir a todos los padres de las tres casas de París mezclarse en estos asuntos, y aconsejar a esa joven que saliera de ahí. El P. Jacquinot parecía ser el más resuelto a este tratamiento riguroso hacia una joven que hubiera atravesado mil mares por [227] obedecerle.

Querido Amor, bien dijo san Pedro que no te conocía por temor a una sirvienta. Era excusable la conducta de este padre; todos los otros podían acusarle por segunda vez a Roma, sin sentirse criminales por ello. Esto se debió, me atrevo a decirlo, que olvidó el poder que tienen los padres de esta Compañía para exponer sus razones, al ver que el Padre General había sido tan mal informado, ya que mi intención no era crear jesuitesas, ni hacer sombra a otras religiosas, sino unir en caridad mi barca a la de ellas, para llevar a las jóvenes al puerto seguro de la religión, y para que las redes de tu gracia se enlazaran industriosamente en medio del mar del mundo, del cual no pueden salir sin la ayuda de las pescadoras, lo mismo que los peces recogidos por los pescadores. Como unas redes no cautivan sus inclinaciones, se sienten más inclinadas a entrar en una Orden que en otra, al dejarles Dios la libertad de escoger la que más les agrade.

Fui a ver al P. Jacquinot, quien me hizo comprender que deseaba obedecer las órdenes de Roma y poner en práctica todas las conclusiones de la consulta. Yo le dije, "Y usted. Padre, ¡me abandona!; ¿no tiene acaso el poder de escribir al Padre Vicario?" "Hija, es preciso obedecer." " ¿Y es a mí, padre, a quien habla de obediencia?" [228] "No, hija mía." "Le digo esto porque deseo saber de su Reverencia si esta prohibición le obliga a darme un consejo contrario a los que me ha dado personalmente, y si no piensa que esta obra sea de Dios." "Sí, hija mía, la obra no es tuya. Me da tristeza que los corazones estén tan condicionados por los celos, que deseen poner límites a las intenciones que Dios desea hacer de su gloria. ¡Pobre inocente! ¡Es necesario que las estrecheces de estos corazones te hagan sufrir y que me obliguen a decirte que no vuelvas más a verme!" "Tomo entonces la libertad que, sin voto, había entregado a usted, pues veo que está impedido y no puede darme sino consejos contrarios al designio que Dios tiene sobre mí." "Hija, escribe al P. Vicario, haciéndole ver como se te trata; quéjate de mí; no vuelvas más a verme hasta recibir respuesta suya."

Pronunció estas palabras con el corazón oprimido y los ojos empañados en lágrimas. "Padre, no me quejaré sin motivo: su rigor es un poco cruel. ¡Adiós, Padre! Me voy a Egipto; volveré a Israel." Esta despedida no fue sin lágrimas. El respondió: "Ve con el P. de Vaillat, que es mi amigo, y dile que [229] le suplico te recomiende un director espiritual." No habiendo encontrado a este último, me acerqué a un confesionario donde confesaba el padre superior, Ignacio de Jesús María, que es muy piadoso. No le pregunté su nombre, pero alguien me lo dijo; yo volví. Este padre mostró una gran caridad hacia mí.

Una tarde, después de 3 meses de abandono, el P. de Lingendes me mandó que fuera a san Luis, ya que el Padre General estaba satisfecho con las cartas que le habían escrito, mediante las cuales se había cerciorado que ni el P. Jacquinot ni yo deseábamos fundar jesuitesas, ni hacer a un lado a las ursulinas fundadas por la Sra. de Sainte Beuve. Fui a ver al P. Jacquinot, sin decirle que se había guiado por la prudencia humana; que bien hubiera podido enviar a Roma sus razones antes de someterlas a consejo, pues dos o tres de sus consejeros eran los mismos que habían escrito a Roma. Uno de ellos había dicho a la Sra. Quisquant que se quejaba con él del abandono de la Compañía hacia una joven que había venido a París sólo por una orden de ellos. "Nuestro Superior la hizo venir," respondió el padre, "y luego no tuvo valor de sostenerla." El R. P. Jacquinot me dijo que le dijera quién era ese padre, pero yo me rehusé a decírselo, temiendo que se lo reclamara. Le dije que tú, oh mi Dios, permitiste este abandono de tres meses para mostrarme tu extraordinaria protección. El Señor de Montreuil, doctor de la Sorbona, siendo el señor cura de san Sulpicio, me vino a ver pues yo era su parroquiana; yo vivía en el barrio san Germán.

Constatando tanta educación y una caridad tan continua al ofrecerme sus servicios que eran verdaderamente grandes favores, me confesé con él y le comuniqué las luces que tu bondad me regalaba. Vio lo escrito sobre el Cantar de los Cantares que yo estaba haciendo. Después de haber considerado y examinado las gracias que me hacías y las luces con que elevabas mi entendimiento se quedó tan sorprendido que dijo que tu Majestad había puesto en mi cabeza una biblioteca de ciencia tan clara y sólida que no se podía dudar que fuera el dedo de Dios que escribía y expresaba en mi espíritu esas luces maravillosas. Testimonió lo que los Padres de Lingendes y Morin no sabían antes de que fuera enviado a Roma y que confirmaba lo que me había dicho muchas veces de viva voz.

El segundo domingo de Pascua, estando en el confesionario, me sentí llena de dulzuras inenarrables, las cuales me sumergían en un dulce entusiasmo que me puso en éxtasis, durante el cual escuché a tu bondad, que me decía: "Hija, no perderás nada; tendrás en grado eminente todo lo que deseaban quitarte."

Capítulo 54 - De las maravillosas consolaciones que el Verbo Encarnado me comunicó durante el abandono de los hombres, y de sus deliciosas conversaciones, que se sucedieron casi sin interrupción.

Permanecí tres meses sin hablar con el P. Jacquinot. Durante este tiempo tu amorosa bondad no me dejó de día ni de noche, desbordando, en todas las potencias de mi alma, torrentes de delicias. Viendo que mi corazón y mi cuerpo desfallecían con esta sobreabundancia que te complacías en comunicarles, te dije: "Señor, es bastante, es demasiado, si me permites hablar de este modo; retén o conserva [230] en ti mismo estas preciosas delicias, si no quieres que muera de gozo. Mi corazón no puede soportarlas sin morir.

"Permíteme decirte que mi muerte será atribuida a la tristeza de haber sido abandonada de los hombres, puesto que permitiste, oh mi Dios, este abandono de tres meses para hacer patente en mí tu protección extraordinaria. No pensarán que fue causada por la alegría de ser acariciada por un Dios divinamente amoroso, cuyos excesos de amor me arrebatarían la vida. Se dirá a propósito que, privada de consolaciones humanas, ha muerto de tristeza, a pesar de la confianza que parecía tener en Aquél que está con los que, por su amor, se encuentran en tribulación." Preocúpate por la gloria de tu Nombre, queridísimo Esposo. Mi muerte será preciosa delante de ti, porque te dignas estar a mi lado al hacerme morir de alegría con tus deliciosas caricias. Pero si se piensa que habré muerto de tristeza, estos pensamientos no permitirán las alabanzas a tu gloria delante de aquellos que ignoren las causas de mi muerte. ¿Por qué esperar al Juicio Final para darles a conocer tu amor hacia la que, sin merecerlo, mostrará, con su vida, que estos favores proceden únicamente de una [231] bondad divina que es en sí misma comunicativa? Si al morir en este exceso de júbilo pudiera mi alma decir a las creaturas de aquí abajo capaces de escuchar tus liberalidades, que la impotencia de recibir en sí la plenitud de tus gozos redoblados la han hecho salir de su cuerpo y de ella misma, para saborearlos en tu inmensidad, no pediría mayor dilación. Tú eres mi vida, y morir por ti es ganancia, la más ventajosa que podría recibir." Vivamos, corazón mío, para exclamar con David: El Señor guarda a los que lo aman; Pronuncie mi boca el elogio del Señor, todo viviente bendiga su santo nombre por siempre jamás. Alabaré al Señor mientras viva, tañeré para mi Dios mientras exista (Sal_144_20s), (Sal_145,2). No pongas tu confianza en los hombres; en ellos no hay salvación: exhalan el aliento y vuelven al polvo, ese día perecen sus planes. Dichoso a quien auxilia el Dios de Jacob, el que espera en el Señor, su Dios, que hizo el cielo y la tierra, el mar y cuanto hay en él (Sal_145_4s).

Es él quien es fiel a sus verdaderas promesas, las cuales cumple del todo, teniendo piedad de los que sufren menosprecios e injurias por su amor. El es el alimento de quienes fijan en él sus pensamientos: si los hombres parecen estar ligados por apariencias de autoridad, él los desliga con su verdadero poder; y cuando el espíritu que [232] se abandona a él ya juicio de los hombres, parece estar abatido y disipado en sus pensamientos, él le unificará y sostendrá para elevarle a sí.

 El recibe las almas que parecen peregrinar en la tierra de que se dicen habitantes suyos por derecho: El Señor guarda a los emigrantes, sustenta al huérfano y a la viuda y trastorna el camino de los malvados (Sal_145_9). Querido Amor, tengo la experiencia de todos estos versículos; como pobre huérfana, recurro a ti, que te dignas ayudarme. Tienes cuidado de mí, que soy extraña en esta ciudad de la que desearían verme salir.

Esto se debe a que he venido para extender tu gloria. Expulsaron de la sinagoga al ciego de nacimiento a quien diste la vista porque respondía con alabanzas tuyas a los que, por malicia permanecían ignorantes de tu ser eterno, de tus dos nacimientos admirablemente adorables, de tu procedencia y del lugar de donde viniste a visitarlos. Pues eso es lo raro, que no sepan de dónde procede cuando me ha abierto los ojos. Jamás se ha oído decir que nadie le haya abierto los ojos a un ciego de nacimiento; si éste no procediera de Dios, no podría hacer nada (Jn_9_30s). Señor, por haber sido iluminada con tus divinos esplendores, puedo yo repetir a quienes se oponen a tu gloria, estas mismas palabras por amor a ti.

No conocía tus claridades ni los motivos que te inclinaban a darme estas gracias; en todos los siglos no ha existido persona alguna, [233] de cuantas has prevenido con tus bendiciones, que las haya merecido menos y que fuera más indigna de ellas que yo. Si no fueras Dios, cuya sabiduría es buena y la bondad esencial que se complace en estas comunicaciones que favorecen a los pequeños, no me gratificarías de esta manera. Si yo proclamara tus maravillas, todos me dirían, como los Fariseos a este ciego divinamente iluminado, que yo deseo enseñarles, siendo sólo una joven cuya enseñanza interpretarían como un signo de vanidad y de ambición de llegar a ser fundadora de una nueva Orden que, según piensan, son puras ideas forjadas por mi imaginación.

Quienes me han rechazado a causa de mis deseos de extender la gloria de Jesús, ignoran que tú has venido a mi encuentro, diciéndome amorosamente: ¿Crees en el Hijo de Dios? (Jn_9_35). Señor, yo no te respondí: " ¿Dónde se encuentra, y yo creeré en él?" Yo te veo presente con una presencia amorosa, y te adoro con todas las adoraciones. Creo firmemente en ti. Dios de Dios, Luz de luz, Dios verdadero de un verdadero Dios, engendrado y no creado, que nació antes de los siglos, que emanaste eternamente de la sustancia de tu divino Padre; que por amor has venido a tomar un cuerpo en las puras entrañas de la Virgen, tu santa Madre; haciéndote Hombre para habitar con nosotros; [234] y para hacernos ver el exceso de amor que tu divino Padre tiene por los hombres, tú mismo te entregaste para salvarlos.

Todos en general, y cada uno en particular, deberían, como signos de tu amor, decir con san Francisco: Moriré por amor de tu amor, que se dignó morir de amor por mi amor. Pero una muerte dolorosa como la tuya por ellos, y que me haría expirar ahora mismo, sería demasiado deliciosa. Es esto lo que me lleva a pedirte modifiques estos deleites; que sea yo crucificada antes de ser glorificada. ¿De dónde me viene este atrevimiento delante de mi Soberano? Tu amor me lo ha dado, ya que sin él, los pensamientos de la muerte al verme culpable, me infundirían temores y estremecimientos que merezco por los delitos que he cometido en tu presencia y contra el cielo; pero como te complaces en alegrar y deleitar mi alma, haz tu voluntad sobre aquella que ves que te ama, aunque sea indigna de estas caricias. Ella las acepta para engrandecerte junto con tu santa Madre, alegrándome en ti, mi divino Salvador, porque has mirado con benignidad la pequeñez de la más indigna de tus creaturas, para colmarla de bendiciones [235].

A pesar de ser tan pequeña, puedes engrandecerla, porque tu Nombre es santo; y hacer que las generaciones venideras reconozcan en ella tus insignes misericordias; siendo ellas incapaces por sí mismas de buenos sentimientos, y pudiendo ofender tus bondades, te buscarán con sencillez de corazón, y encontrarán en ti la dulzura misma. Yo les repito las mismas palabras de la Sabiduría: Amen la justicia, los que rigen la tierra; piensen correctamente del Señor y búsquenlo con corazón entero. Lo encuentran los que no exigen pruebas y se revela a los que no desconfían. Los razonamientos retorcidos alejan de Dios (Sb_1_1s).

Tus pensamientos, que eran pensamientos de paz sobre mí, me hacían alegrarme en la tierra, como un anticipo de aquella que los bienaventurados gozarán en la Jerusalén celestial y que sobrepasa todos los sentimientos de aquí abajo. Mi alma parece ser tu Sión, donde te complaces en habitar. Podía experimentar las palabras del Rey Profeta: Dios se manifiesta en Judá, su fama es grande en Israel (Sal_75_2). Mi alma conocía a tu Majestad a la manera en que un alma que camina en la vida encerrada en un cuerpo puede hacerlo, alabándola y proclamando a su Dios, que se digna fortificarla para gozar de estas claridades, concediéndole en la fe los privilegios de Jacob, y anunciándola victoriosa porque el amor con que amas parece llegar por bondad, diciéndole que si ella es fuerte contra ti, con mayor razón lo será contra los hombres, haciendo en ella tu morada bajo esta forma: Su albergue está en Jerusalén su morada en Sión. Allí quebró los relámpagos del arco, el escudo, la espada y la guerra (Sal_75_3s).

[236] De esta manera, destruyes a todos los ejércitos que desearían perseguirme, no permitiendo gesto alguno, ni en mi parte inferior ni en la superior, la cual iluminas admirablemente, y con triple intensidad, con los esplendores de tus Tres Augustas Personas, para mostrar que quienes se abandonan a ti son divinamente protegidos, mientras que los que presumen de ser sabios se ven turbados porque no son sabios sino de la sabiduría del mundo que es locura ante ti. Entonces me dirigiste estas palabras del Rey Profeta: Tú eres deslumbrante, magnífico, con montones de botín conquistado. Los valientes duermen su sueño y a los guerreros no les responden sus brazos (Sal_75_5s). Me dijiste: "Hija mía, bien puedes decir al confiarte a mí: ¿Por qué se amotinan las naciones y los pueblos planean fracasos? (Sal_2_1). Es en vano que se haya tenido una conjura para impedir mi designio: El soberano del cielo sonríe, el Señor se burla de ellos (Sal_2_4). Ya te he dicho que, desde toda la eternidad, he sido constituido Rey sobre Sión, y que tú eres mi Sión, cuyas puertas amo más que todos los tabernáculos de Jacob. Cosas gloriosas se dirán de ti porque tú eres mi ciudad. Por ti, las otras naciones se acercarán a mí, admirando cómo te he favorecido, al renacer por ti mediante una reproducción y extensión mística de mi Encarnación en esta Orden nueva."

Tu bondad me ocupaba continuamente y me dejaba en medio de un júbilo que hacía a mi alma salir de ella misma. No pudiendo comer ni dormir, te pregunté, Señor, si me permitieras dormir un poco, a lo que me respondiste: Por amor de Sión no callaré, por amor de Jerusalén no descansaré, hasta que rompa la aurora de su justicia y su salvación llamee como antorcha (Is_62_1). Todos verán que estoy contigo para justificarte y darte un nombre nuevo [237]. Te pondrán un nombre nuevo impuesto por la boca del Señor. Serás corona fúlgida en la mano del Señor y diadema real en la palma de tu Dios. Ya no te llamarán "la Abandonada" ni a tu tierra "la Devastada" porque el Señor te prefiere a ti (Is_62_2s). Pronunciaste el resto de este Capítulo haciéndome gozar de tan gran júbilo, que te decía que mi corazón se dilataba de tal modo, que podría causarme la muerte.

Querido Amor, perdóname por pedirte una vez más me dejes reposar un poco, o será necesario que obres un milagro, pero ¿para qué hacerlo sin necesidad? Sabía que sería una tontería hablarte en estos términos, si no deseara yo conservar este cuerpo para seguir sirviéndote, que en todo se haga tu voluntad, puesto que deseas que vele contigo y me regocije al recibir tus gracias divinamente amables. Yo lo deseo: Alaba, alma mía, a tu amoroso Salvador: Desbordo de gozo con el Señor, y me alegro con mi Dios: porque me ha vestido un traje de gala y me ha envuelto en un manto de triunfo, como novio que se pone la corona o novia que se adorna con sus joyas. Como el suelo echa sus brotes, como un jardín hace germinar sus semillas, así el Señor hará brotar la justicia y su fama frente a todos los pueblos (Is_61_10s).

Capítulo 55 - De los trámites hechos en Roma para obtener la Bula; del nombre de esta Orden, bautizada por los labios mismos del Señor; cómo la santa Virgen me alimentó de su seno, dándome leche celestial de sus pechos benditos.

 Al saber el P. de Lingendes que el Padre General había sido enterado de mis intenciones, y que había escrito a quienes le informaron erróneamente que el P. Jacquinot jamás había estado ni obrado en contra de las Constituciones y las intenciones de la Compañía, deseoso de agradarte, me urgió a enviar una solicitud a Roma a nombre de la Señora Duquesa de la Rocheguyon, suplicando a Su Santidad la concesión de una bula para el establecimiento al que se refería la dicha solicitud. El mismo padre me sugirió pidiera al P. Morin, del Oratorio, la enviara al P. Bertin, de la misma Congregación, que se encontraba entonces en Roma. Este padre se ocupó en esto de corazón, pero se formó una oposición de personas que urgían el establecimiento de las Hijas del Santísimo Sacramento, para impedirnos que el nombre de nuestro Instituto no fuera parecido al de ellas, porque veía que en la bula que fue concedida según nuestra petición, [242] se informaba a Su Santidad que deseábamos honrar a su Persona encarnada en todos sus misterios, y como resides verdaderamente en el divino sacramento de la Eucaristía por nuestro amor; deseábamos, tanto como estuviera a nuestro alcance, y ayudadas de tu gracia, reparar con nuestra adoración y servicio los desprecios que los judíos te hicieron mientras estabas visible y los que los herejes y los malos cristianos te hacen todos los días.

Los señores Cardenales Cayetano y Bentivoglio examinaron en particular esta petición y los testimonios de los Padres Jacquinot y Arnoux, jesuitas, y las de Mons. de Montreuil, doctor de la Sorbona y párroco de san Sulpicio; de Dom Pierre de san Bernard, Feuillant, y la del P. Morin, en la que mencionaba los sentimientos del difunto Mons. Mirón. Después de haberla examinado con suma exactitud, por recomendación de este último prelado, dieron sus pareceres a la Congregación de Regulares, que encontró en esta petición y en estos testimonios razones más que valiosas para obtener una bula de Su Santidad, restando solamente saber qué nombre pedíamos, ya que Mons. de Sangres suplicó que se nos diera [243] el mismo título de Santo Sacramento, que había sido concedido en la bula de las señoritas de Port-Royal. El R. P. Bertin nos pidió de parte del Cardenal de Bentivoglio solicitar el nombre que deseábamos.

Me dirigí entonces a tu Majestad con mi acostumbrada confianza, diciéndote: " ¿Qué nombre deseas dar a tu Instituto, que comprenda todo lo que me has prometido?" Mi Oráculo divino, no me hiciste esperar; elevando a ti mi espíritu, me dijiste: "Hija, yo soy la verdad infalible. Cumpliré todas mis promesas y el nombre de mi Orden es Verbo Encarnado; deseo que se pida este nombre, pues comprende con eminencia y por excelencia todo lo que se refiere a mí como Verbo creado y Verbo Encarnado; en este Nombre lo tendrás todo. Quien tiene el todo, tiene las partes; y yo te aseguro, hija, que este nombre será dado a mi Orden sin contradicción. Soy yo, hija mía, quien te adjudico este Nombre augusto y glorioso; desde la eternidad he sido, y sigo siendo, el Verbo Increado [244] Seré infinitamente el Verbo Encarnado. La boca de Yahvéh ha hablado. Mirad, no es demasiado corta la mano de Yahvéh (Is_58_14);(Is_59_1). Ella te dará con supereminencia todos los atributos contenidos en este Nombre."

Tu amable bondad me acarició con tanta dulzura, que me embelesaba de delicias y para colmo de favores, tu santa Madre se me apareció, ofreciéndome sus pechos sagrados para alimentarme con su leche virginal, como hizo con su devoto san Bernardo, ratificando nuevamente las promesas que me habías hecho de acercarme a los pechos divinos y reales, de los cuales deseabas nutrirme delicada y divinamente con la misma leche que mamaste, diciéndome: "He aquí el signo visible de la cosa invisible; este es un sacramento y un secreto de amor con el cual mi Madre te ha querido premiar. Es esta divina Profetisa quien desea darte a su Hijo, que soy yo, según las palabras de mi divino Padre. Te hago este don en presencia de los ángeles y de los hombres que gozan de la gloria en el empíreo. El Profeta Isaías recibió del Espíritu Santo la orden de tomar un gran libro para escribir en él, tomando el estilo de un hombre que debía ser este Dios reducido. Yo te doy, esta tarde, el mismo mandato de tomar un libro para consignar en él el estilo de este Dios que ha querido ser hombre. Este Hombre-Dios es el Verbo Encarnado, de cuya bondad debes proclamar las maravillas, después de lo cual confiesa que te quedas corta en la narración de las mismas, y de todos los favores que él te ha hecho y te hará si eres fiel a mi amor. Me apresuraré a darte gracias que retiraré a quienes se opongan a ti: Porque el que tiene se le dará, y al que no tiene, aún lo que tiene se le quitará (Mc_4_25). Yo los privaré de favores que podrían recibir de mi misericordia, a la cual se oponen, resistiendo a mi bondad por las contradicciones que hacen al Espíritu Santo, resistiendo a sus inspiraciones al oponerse a sus designios mediante obstinaciones maliciosas: Quien tenga oídos para oír, que oiga (Mc_4_23). Apartaré las fuerzas de Damasco y de Samaria antes de que mi bula sea fulminada. Ni la grandeza de la sangre, ni las protestas de los grandes pueden impedir mis designios. Repite, hija mía: Oh Emmanuel, Dios con nosotros" (Mt_1_23).

Capítulo 56 - Que Su Santidad concedió la Bula después de escuchar el informe de los Señores Cardenales, y cómo, mientras esperaba recibirla, la divina bondad me visitó por sus santos; y cómo Su Majestad me ordenó poner por escrito los sagrados matrimonios basados en el Cantar de Los Cantares.

 Los Señores Cardenales quedaron admirados de tu Providencia en este Nombre de Verbo Encarnado, el cual encontraron conforme al Instituto. Así lo expresaron a Su Santidad, quien fue del mismo parecer, diciendo: "se concede la petición." Sólo faltaba a las Hijas del Santísimo Sacramento pedir la suya a Monseñor de París, antes de ver la nuestra, pues la de ellas tendría por superiores a tres obispos. Temía él que fuera rechazada y la nuestra concedida. La Sra. Marquesa de la Lande, que quiso ser nombrada en nuestra bula como segunda fundadora junto con la Sra. de la Rocheguyon, instó al R. P. Morin presionara al R. P. Bertin para el envío de nuestra bula. Este no se apresuró a pesar de tantas solicitudes. Este largo retraso me molestaba; tu bondad me envió a san Miguel y a san Dionisio para consolarme. Me encontraba haciendo oración en una capilla de la iglesia de los padres de santo Domingo del barrio de san Honorio, que en la actualidad se encuentra dentro de la ciudad. San Miguel blandía una espada en una mano y en la otra una balanza. Yo comprendí que esta espada era para defendernos y la báscula para pesar nuestra paciencia.

[246] San Dionisio llevaba su cabeza entre las manos, mostrándome que había sufrido por el Verbo Encarnado, y que me protegería como Patrón y Apóstol de Francia. En otra ocasión se me apareció revestido de alba y estola, como cuando se disponía a celebrar los sagrados misterios. Después de él, se me apareció san Jerónimo, revestido como se pinta a san José, a la usanza de los judíos. Cuando todos estos santos desaparecieron, me hiciste comprender que me los habías enviado para instruirme, alegrarme y consolarme, y que me los dabas para ser mis maestros.

San Miguel, como dije antes, me enseñaría tus misterios divinos mediante irradiaciones e ilustraciones brillantes y sublimes; san Dionisio tenía orden tuya de instruirme en la teología mística, y san Jerónimo en la santa Escritura. Lo confirmaste diciéndome: "Hija, por medio de estos favores, puedes conocer las inclinaciones de mi bondad hacia ti." Mientras esperaba esta bula, tu Majestad me ordenó escribir sobre los cuatro desposorios que había deseado realizar con nuestra humanidad, con la santa Virgen, y con la Iglesia, así como el que se dignó hacer conmigo, la más indigna [247] Me dijiste explicara el Cántico de Amor, y que tu Espíritu me instruiría con abundancia de luces que confiara en él, ya que realizaría en mí las palabras escritas por san Juan: El que crea en mí, como dice la Escritura, de su seno correrán ríos de agua viva (Jn_7_38).

            "Con esto me refería a los que han recibido mi Espíritu, que enseña toda verdad a quien le place: El viento sopla donde quiere, y oyes su voz (Jn_3_8) a ti, hija mía, es dada la gracia de escuchar mi voz, de sentir mi aliento, de ver el esplendor del Padre de las luces, que de su benigna voluntad te ha enviado el don más alto y perfecto, no permitiendo que los obstáculos de las creaturas te hagan sombra. El engendra en tu alma y hace nacer felizmente claridades cautivadoras, que no debes ocultar, sino iluminar con ellas a todos los que viven en mi casa, a fin de glorificar a tu Padre celestial, cuya gloria debes buscar, y no la tuya. Que al hacer la voluntad divina no te preocupe el juicio de los hombres. Recuerda que yo mismo envié a Magdalena a los Apóstoles para anunciar mi Resurrección, y aunque su misión fue verdadera, mis discípulos no quisieron creer ni a ella ni a las otras mujeres que yo había resucitado. Regresando del sepulcro, anunciaron todas estas cosas a los Once y a todos los demás. Las que decían estas cosas a los apóstoles eran María Magdalena, Juana y María la de Santiago y las demás que estaban con ellas. Pero todas estas palabras les parecían como desatinos y no les creían (Lc_24_9s).

[248] "Pedro, que estaba destinado para conocer y decretar las verdades de la fe, se levantó y corrió al monumento: Pedro se levantó y corrió al sepulcro. Se inclinó, pero sólo vio las vendas y se volvió a su casa, asombrado por lo sucedido (Lc_24_12). Pedro, quien había recibido la revelación de mi divina filiación; Pedro, que había visto mi gloria en mi transfiguración en el Tabor; Pedro, que había estado en el Jardín de los Olivos, donde fui transfigurado de otro modo, cubierto de sudor sanguinolento causado por los pecados de los hombres, quiso cerciorarse si las visiones y las revelaciones de las mujeres eran verdaderas. Conoció que era así: al inclinarse ante el sepulcro vio a los ángeles; vio signos visibles de la cosa invisible que era mi resurrección, la cual no era vista sino de aquellos y aquellas a quienes me plugo manifestarme. Pedro creyó y admiró las maravillas que se habían realizado después de ver los lienzos o sudarios en los que mi cuerpo había sido envuelto y cubierto.

"Pedro, que después de mí debía ser la piedra fundamental, como Vicario General mío, que yo dejaba como cabeza visible de mi Iglesia, contra la cual las puertas del infierno no podrían prevalecer, quiso asegurarse él mismo de mi Resurrección como el misterio más importante de la religión católica, según el dicho del vaso de elección: Y si no resucitó Cristo vacía es nuestra predicación, vacía también vuestra fe. Y somos convictos de falsos testigos de Dios (1Co_15_14s).

[249] "Pedro no fue solo al sepulcro, sino que vino acompañado de Juan, mi predilecto, quien recibió el favor de asistir al Tabor, la gracia de encontrarse en el huerto, y la fuerza de permanecer firme en el Calvario cuando tembló la tierra, las piedras se partieron y los sepulcros se abrieron para dejar salir a sus muertos que resucitaban para afirmar la Resurrección del primer nacido de entre los muertos. Juan, que había visto el agua y la sangre correr de mi costado abierto, y a quien yo destinaba a ser testigo de las más augustas visiones que serán jamás comunicadas a los hombres; Juan, a quien debían ser revelados los misterios más profundos; Juan, cuyo Apocalipsis no es sino un conjunto de misterios, lo mismo que palabras, secretos y sacramentos que todos los siglos no podrán expresar.

"Soy yo, el Verbo Increado y Encarnado, quien aparece en ellos como el Alfa y el Omega. Yo los declaro a quien me place; soy un espejo voluntario que hace ver mis bellezas según mi voluntad. Soy este Verbo de vida del que mi favorito habla claramente, diciendo: Lo que existía desde el principio, lo que hemos oído, lo que hemos visto con nuestros ojos, lo que contemplamos y tocaron nuestras manos acerca de la Palabra de vida, pues la Vida se manifestó y nosotros la hemos visto y damos testimonio (1Jn_1_1). Querida Hija, este discípulo bien amado escribió las visiones y los favores que le comuniqué. El dijo la verdad impulsado e inspirado por el Espíritu de la verdad, que es el mismo Espíritu que [250] desea que tú escribas las que nuestro amor te ha comunicado y te comunica. Recuerda, hija, que te dije, hace ya más de veinte años, que eres como la pluma de un ágil escribano, y que no fue sin una Providencia singular que, siendo niña, encontraste al abrir el Oficio de las Horas estos versos del (Sal_44_1s): Bulle mi corazón de palabras graciosas; voy a recitar mi poema para un rey: es mi lengua la pluma de un escriba veloz. Mi muy querido Esposo, me admiraba mucho ante estas palabras, pues no entendía en ese tiempo lo que me querías decir con ellas. Mi corazón, mi lengua y mi pluma son tuyas; dales los movimientos que más te agraden; y si te place, obra según tu promesa: que escriba yo siempre según tu Espíritu de verdad, y continúes, por bondad, el don que me hiciste del agua y de la sangre que esta águila vio correr distintamente de una misma fuente, lo cual nos muestra tus dos naturalezas, que no tienen sino un mismo cimiento, y que podemos adorar en ti sin mezclar las sustancias, y que la comunicación de idiomas no admite confusión alguna.

Muy querido Amor, concédeme el favor de que, al hablar de tus maravillas, no embrolle los espíritus de quienes las leerán con intenciones sinceras tal y como yo las escriba, que son seguir en todo tu voluntad, procurando tu gloria y la salvación de las almas. Tú me [251] prometiste que en mí y por mí darás testimonio de ti, y que lo seguirás dando, apropiándome estas palabras: Yo soy el que doy testimonio de mí mismo y también el que me ha enviado, el Padre, da testimonio de mí. El que me ame, será amado de mi Padre; y yo le amaré y me manifestaré a él (Jn_8_18) (Jn_14_21).

Muy querido Amor, cuántas veces te he preguntado: ¿Qué te lleva a manifestarte tan claramente a mí? Tu misericordiosa bondad que se complace en ofrecerme estos grandes favores, que tantas personas más dignas que yo no reciben, es del agrado de tu Padre y del Santo Espíritu visitarme y hacer su morada en mi alma, siendo para ella testigos irreprochables al decirme: "Hija, proclama con fuerza todo lo que te mandamos decir sobre nosotros; nuestro testimonio es verdadero: Pues tres son los que dan testimonio: el Espíritu, el agua y la sangre, y los tres convienen en lo mismo. Si aceptamos el testimonio de los hombres, mayor es el testimonio de Dios (1Jn_5_7s).

 "Podemos ver claramente que, en tu alma, que es nuestro cielo, las Tres Divinas Personas dan testimonio de ellas mismas, valiéndose de las palabras y de los escritos, y que ellas no son sino un Dios muy sencillo en esencia; siendo tres hipóstasis distintas, ellas no tienen sino una naturaleza. En tu cuerpo siguen manifestándose las operaciones de Aquél que ha venido a ti por el Espíritu, el agua y la sangre.

[252] "Por el Espíritu, pues si él mismo no te condujera, en qué dédalo o laberinto te meterías al escribir con tanta frecuencia sobre los misterios divinos que no pueden ser conocidos de una joven sin estudios, sin la unción de este Espíritu que te ilumina con tanta claridad, que hablas de ellos como si se tratara de cosas visibles y familiares, pero con tanta abundancia, que parece claramente que llevas en ti a Aquél que es la fuente de agua viva, y que su sangre te vivifica lo mismo que a tus palabras, siendo tú quien distribuye lo que esta sangre te ha dado y vertido en ti con abundancia, para curar las picaduras de tus enemigos, que desearían hacerte morir con su veneno. No temas, hija, las Tres Divinas Personas no te abandonarán. El que viene a ti por el Espíritu, por el agua y por la sangre, es tu Esposo fiel.

"Soy yo quien ha testimoniado y quien dará testimonio de sí mismo. Si se acepta el testimonio de los hombres, el que viene de Dios es más fuerte para persuadir de las verdades que se manifiestan plenamente. Te confirmo, además, estas palabras: ¡Feliz, la que ha creído que se cumplirían las cosas que le fueron dichas de parte del Señor!" (Lc_1_45).

Espíritu de Amor, te respondo por labios de aquella que te ha recibido en una superabundante manifestación: Engrandece mi alma al Señor y mi espíritu se alegra en Dios mi salvador (Lc_1_46).

Capítulo 57 - [253] Que el Verbo Encarnado quiso consolarme y aliviarme; en su bondad, me prometió que concedería un gran favor al Rey, por medio del Santísimo Sacramento. Cómo me manifestó no ser su deseo que la Orden del Verbo Encarnado fuera unida a la del Santísimo Sacramento, y de otras gracias que Dios me concedió.

La víspera de san Lorenzo, encontrándome indispuesta, me acosté después de haber comulgado. Tu bondad, que se inclina siempre favorablemente a mí, quiso alegrarme en el lecho, donde estaba postrada no solamente por enfermedad corporal, sino afligida espiritualmente por una hermana que no viene al caso nombrar. Me dijiste: "Hija, vine a consolarte y para decirte que tengas confianza en mí. Estableceré mi Orden por medios que nadie imagina. Tú verás la unión de la tiara y de la corona de Francia en esta fundación. Repite con David: Tengo fe, aún cuando digo: " Muy desdichado soy", yo que he dicho en mi consternación: "Todo hombre es mentiroso." ¿Cómo a Yahvé podré pagar todo el bien que me ha hecho? La copa de salvación levantaré, e invocaré el nombre de Yahvé (Sal_116_10s). Habla, hija mía, de mis maravillas porque no puedes dudar de las verdades que te enseño. Yo he permitido que te veas afligida, a fin de hacerte practicar este gran sentimiento de humildad que sientes en tu alma, y puedes decir a quienes ignoran el exceso del amor que siento por ti, que todo hombre es mentiroso cuando piensa afligir al alma que yo consuelo." Mi divino Consolador, ¿Qué puedo ofrecerte en reconocimiento [254] de tantas gracias que continuamente me das? "Tomarás el cáliz de tu salvación invocando mi Nombre sobre ti, mientras espero que me ofrezcas tus votos delante de todos los pueblos que haré testigos de mis misericordias sobre ti. Obraré una maravilla para Luis XIII, quien se encuentra al presente en Lyon, para gloria de mi divino Sacramento. Espera con paciencia y mansedumbre; no temas nada, rebañito mío, porque mi Padre celestial se ha complacido en darte el reino en el tiempo divinamente previsto y asignado."

Durante el mes de septiembre, el R. P. de Lingendes supo que nuestro buen Rey se encontraba enfermo. Me pidió rezara por su salud, y que por la virtud del divino Sacramento te pidiera la salud de Su Majestad. Me puse a orar día y noche delante de este trono de la gracia, pues me hallaba en la tribuna que la Señora de Longueville había mandado construir en la Iglesia de santa Magdalena, que es la iglesia parroquial en la calle Ville l'Evêque. Conjuré a tu bondad diera alivio a nuestro buen Rey, lo cual no me rehusaste. El R. P. de Lingendes pidió al R. P. Souffrain rogara a nuestro Rey favoreciera el establecimiento del Verbo Encarnado, pero el R. P. Souffrain respondió que la Señora de Longueville estaba en Lyon con sus Majestades y había pedido al Rey [255] favoreciera con su autoridad la fundación de las Hijas del Santísimo Sacramento, por cuyo medio había obtenido la gracia de su curación. El piadoso Rey le había prometido su apoyo con Mons. de París, y expedir cartas para dicho establecimiento, las cuales habían sido ya firmadas y selladas por el Señor Guarda-Sellos, y que no se atrevería a interceder al mismo tiempo en favor de la fundación del Verbo Encarnado. Sería mejor, sugirió, unirse a estas religiosas, ya que ambos institutos tienen tanto en común, y que nuestra bula tenía incisos que se encontraban en la de ellas.

El P. Souffrain, que tenía reconocida reputación de sabio, santo y hombre de gran virtud, dijo en su respuesta al R. P. de Lingendes, que pensara en esta unión y comisionó a la Sra. de la Lande encontrara el modo de hacer hablar a la Sra. Duquesa de Longueville, nombrada fundadora en la bula del Santísimo Sacramento. La Señora de Longueville quería esta unión, habiéndose enterado en Lyon. Al consultar al R. P. Voisin, lo que éste pensaba de mí y mi proyecto, el padre habló con su caridad ordinaria, y según el conocimiento que tenía de las grandes gracias que me habías concedido. El R. P. Morin quiso sondear los sentimientos de las Hijas de Port-Royal con referencia a esta unión, y encontró en ellas grandes esperanzas de lograr su fundación, y que si se dignaban unirnos [256] a ellas, debíamos adoptar su bula y sus Constituciones, y sumergir nuestro Instituto en el de ellas, como una gota de agua en el mar.

Al enterarme de sus exigencias, humillé mi espíritu delante de ti, Señor mío, y exclamé: "Querido Amor, haz patente tu voluntad. Todos los espíritus de quienes tratan nuestros asuntos se inclinan a esta unión. El mío se encuentra muy lejos de ello; si esto es un deseo de mi propia gloria y una resistencia al desprecio que se muestra a nuestro designio, renuncio a mis propios sentimientos para seguir los tuyos." Habiendo dicho estas palabras y otras parecidas, me hiciste escuchar: Separadme ya a Bernabé y a Saulo para la obra a la que los he llamado (Hch_13_2).       

"Hija, no deseo que sean unidas estas dos Ordenes. Quiero que ustedes vivan separadas de estas religiosas, que por ahora son hijas de la consolación, pues todo les sonríe. Bernabé significa hijo de la consolación, y tú eres un pequeño Pablo, a quien mi Providencia ha destinado a sufrir grandes contradicciones. Endureceré el corazón de quienes deberían ayudarte, para hacer ver en ti y en esta Orden el poder de mi derecha, que con su virtud te exaltará cuando llegue el tiempo para ello. No dudes, hija; soy yo quien te predice estos sufrimientos. Estaré contigo para hacerte crecer en medio de las contradicciones; podrás, así, decir: En la angustia tú me abres salida (Sal_4_2). Estas religiosas no se extenderán como ellas presumen, porque se apoyan en los grandes de la tierra. [257] Entiende lo que quiero decirte, pues el Señor te dará la inteligencia de todo (2Tm_2_7). Este Señor es tu Esposo, que está ante ti y que contempla lo que vas a sufrir por él.

 "No puedes decir que esta profecía no se refiere a ti, ni que el oráculo de la verdad calla ante ti. Si se desea afligirte al contradecirte para suprimir las luces que te comunico y que la prudencia de los tiempos te hace callar, sabe, hija mía, que: La Palabra de Dios no está encadenada. Es cierta esta afirmación (2Tm_2_9s). Repite con mi Apóstol: Por eso todo lo soporto por los elegidos, para que también ellos alcancen la salvación que está en Cristo Jesús con la gloria eterna (2Tm_2_10). Hija, si te unes a mis sufrimientos, reinarás conmigo. Sin embargo, el sólido fundamento puesto por Dios se mantiene firme, marcado con este sello: El Señor conoce a los que son suyos (2Tm 2,19). Les conozco y bendigo, así como las marcas del signo de mi Cruz, que las invitan a seguirme llevando la que mi sabiduría les permite y envía para ser mis imitadores."

Capítulo 58 - Cómo Nuestro Señor se me apareció, llevando mis lágrimas a manera de ceñidor, habiéndolas enaltecido divinamente sobre sus hombros sagrados, y cómo me explicó las maravillas de su bondad hacia mí.

 El P. Bertin envió nuestra bula después de enterarse que el Rey y el Parlamento habían concedido cartas [258] de autorización para el establecimiento de las Hijas del Santísimo Sacramento, y que el Sr. de la Ville l'Evêque se había dirigido por escrito a Mons. de París, de parte del Rey, para la fundación de las Hijas del Santísimo Sacramento. Durante estos trámites, esperábamos tu hora con paciencia.

Yo te decía: Tenme piedad, oh Dios, tenme piedad, que en ti se cobija mi alma; a la sombra de tus alas me cobijo (Sal_57_2). Aguardando que tu Providencia dispusiera de todos sus designios, escribí, según tu mandato, sobre el Cantar de los Cantares. Al tener la pluma en la mano, no pensaba en los disgustos y aflicciones de una esperanza diferida; pero al estar en oración, me deshacía en lágrimas, sin poder retenerlas a pesar de la violencia que me hacía. Señor, te decía, si mi esperanza en ti es tan firme, ¿por qué lloro tanto? ¿Es que deseas hacerme ver la debilidad de mi sexo? Mis ojos son dos canales que fluyen continuamente, sin que mi alma conozca la causa. Cuando tú le hablas, no se asombra de tus ternuras, ni cuando tu Espíritu sopla con todo ardor para fundirla. Ella recuerda entonces las palabras del Salmista: Envía su palabra y se derriten, sopla su viento y corren las aguas (Sal_147_18). Sabe que; tú eres la fuente y que te dignas fluir en tus jardines de recreo: ¡Fuente de los huertos, pozo de aguas vivas, corrientes del Líbano fluyen! (Ct_4_15).

 [259] Cuando ella sabe que estás presente, sus lágrimas son delicias para ella; las ve como testimonios del amor que te tiene, del cual tiene un signo seguro, que es la llama viva que produces en mi corazón. Ahora, sin embargo, este fuego está escondido como en un pozo profundo y seco, así como el fuego sagrado del tiempo de la cautividad de los judíos. No sabe qué pensar de estas lágrimas, cuya causa y motivos desconoce; al encontrarse en estos fríos, exclama: ¡Levántate, cierzo, ábrego, ven! ¡Soplad en mi huerto, que exhale sus aromas! (Ct_4_16).

Tu bondad, que es todo un mediodía ardiente de caridad, no se puede contener sin hacerme sentir los ardores que ella siente por mí. Fue ella quien te urgió, en forma divina, a visitarme: te me apareciste glorioso, portando un ceñidor admirablemente confeccionado, del que pendían lágrimas maravillosas en forma de brillantes. "Hija," me dijiste, "estas lágrimas son mis delicias y las de mi corte celestial; son lágrimas que tú has vertido sin saber su principio ni su fin, ni a qué pueden ser útilmente dirigidas y empleadas. Esposa querida, son más preciosas para nosotros en el cielo que las perlas orientales son para ustedes [260] en la tierra y la pedrería que tanto estiman los hombres. Todo ello no sirve sino para ornar el cuerpo durante esta vida mortal, pero estas lágrimas derramadas por mi amor son recompensadas y metamorfoseadas en perlas que embellecen el alma y que adornarán el cuerpo durante la vida eterna después de la resurrección universal.  Las lágrimas son admiradas en el Louvre de la gloria, el cielo empíreo, porque ahí no pueden producirse, por ser un lugar de felicidad, a cuya entrada los bienaventurados han recibido la corona después de haber yo enjugado sus lágrimas al terminar su vida mortal.

            "Las lágrimas acrecientan el gozo accidental de los santos cuando son derramadas por actos de amor y de contrición por las personas durante su vida, y que imitan las virtudes de estos afortunados ciudadanos del empíreo. Estas almas simples y pacíficas son como ovejas que acaban de lavarse y como palomas que residen cerca de los manantiales y ríos de las aguas de la gracia: Sus ojos como palomas junto a arroyos de agua, bañándose en leche, posadas junto a un estanque (Ct_5_12).

 "Estas almas de paloma y estas tórtolas sagradas son agradables a los santos que les han dado ejemplo de llorar por la ausencia de una Majestad a quien ellas aman, y que les ha amado desde la eternidad para hacerlas felices. Los santos presentan en sacrificio estas lágrimas al Dios todo bondad, como David presentó el agua que los soldados habían conseguido con peligro de sus vidas, para satisfacer su necesidad y su deseo. Hija, me agrada esta ofrenda, pero más aún la de las lágrimas que el amor produce y hace merecer la [261] vida eterna. Magdalena derramó lágrimas a la medida de su amor. Ella amó mucho; ella lloró mucho. San Pedro derramó tantas como amarga fue su contrición. Gozó de tanta dulzura en la misma proporción en que sufrió de amargura y de dolor durante su vida, desde el momento en que le miré después de sus negaciones: Y el Señor se volvió y miró a Pedro. Y, saliendo fuera, rompió a llorar amargamente (Lc_22_61s). este flujo continuó todo el resto de su vida, pudiendo decirme: De mi vida errante llevas tú la cuenta, ¡recoge mis lágrimas en tu odre! (Sal_56_9). En el colmo de mis cuitas interiores, tus consuelos recrean mi alma (Sal_94_19). Hija, al revestirme de tus lágrimas, me glorifico; ¿las ves transparentes y brillantes?

 "Confieso, delante de mis bienaventurados, que tal adorno me place y que lo estimo como bello y precioso: Vestido de esplendor y majestad, arropado de luz como de un manto (Sal_104_2). Estas lágrimas son un firmamento que me rodea; son aguas que se han levantado hasta mí: Dijo Dios: Haya un firmamento por en medio de las aguas, que las aparte unas de otras." E hizo Dios el firmamento; y apartó las aguas de por debajo del firmamento, de las aguas de por encima del firmamento. Y así fue. Y llamó Dios al firmamento "cielos" (Gn_1_6s). Te ofrezco un cielo sólido sobre el cual yo reposo al llevarte yo mismo por divina inclinación. Yo ensancho tus pensamientos al multiplicar en ti mis luces admirables. Tú despliegas los cielos lo mismo que una tienda, levantas sobre las aguas tus moradas (Sal_103_2s). Querida hija, estas lágrimas suben hasta mí como un vapor agradabilísimo, que yo convierto en nubes sobre las cuales me agrada hacer ascensiones maravillosas y volar sobre los vientos de tus suspiros."

 Querido Amor, esto es entonces lo que David proclama en voz muy alta, extasiado de admiración ante tus ascensiones amorosas: [262] Haciendo de las nubes carro tuyo, sobre las alas del viento te deslizas(Sal_103_3b). 

"Estas lágrimas son agradables a mis ángeles, que son espíritus, ministros de fuego y de llamas. Ellos vienen a contemplar estas aguas maravillosas que manan de los ojos de quienes me aman, que envío desde los cielos. Ellos admiran estos cielos elevados de las almas que las atraen a mí. Ellos miran los cuerpos que ellas informan exentos, por mi gracia, de movimientos impuros, como si no fueran frágiles. Soy yo, hija mía: Sobre sus bases asentaste la tierra, inconmovible para siempre jamás, (Sal_104_5) porque estos cuerpos, en virtud de la recepción del mío, santo y sagrado, resucitarán y serán inmortales e incorruptibles durante toda la eternidad. Esto es lo que admirará a los ángeles, porque ellas serán espiritualizadas, habitando en el empíreo en una bienaventurada felicidad que se puede definir como libertad celestial.

 "Ya no se verán atadas por matrimonios, como en esta vida, pues en la resurrección, ni ellos tomarán mujer ni ellas marido, sino que serán como ángeles en el cielo (Mt_22_30). Del océano, cual vestido, la cubriste, sobre los montes persistían las aguas (Sal_104_6).

"Hija, admira cómo un abismo de dolor ha llamado a otro abismo de dulzura; tus lágrimas, que parecían ser un abismo de aflicciones, han atraído a mi bondad, que es un abismo de amor; mi bondad desea revestir mi cuerpo glorioso, que es la tierra sublime de sus preciosas lágrimas, como de un vestido que hago brillante de hermosura; mi cuerpo santo se ha hecho el cielo sublime; y la más elevada montaña que haya en el reino estima una gloria verse cubierta de tus lágrimas. Mi espalda sagrada fue capaz, aunque en figura, de dar a Moisés una muestra de todo bien; se complace al presente en llevar las aguas de tus lágrimas como un [263] tahalí glorioso, como una cadena que este Dios amoroso ha confeccionado él mismo. Y a la manera de una capa deslumbradora de belleza, mucho más agradable que si hubiera sido de las más ricas telas realzadas con bordados y sembradas de brillantes: Sobre los montes persistían las aguas (Sal_103_6). Tus lágrimas son divinamente realzadas por la gracia de Aquél a quien el sabio llama: la fuente de sabiduría del Verbo de Dios que está en lo alto; (Si_1_5) las porta cuando desea aparecer con el atuendo completo de fiesta solemne. Los ángeles recogen las lágrimas de los pecadores convertidos, que es el día de su más grande gozo. Ellos hacen por ellas sus grandes solemnidades. Ellos las presentan a la santa Trinidad como el fruto que más le agrada.

 "Admiro, mi bien amada, el placer que el divino Padre experimenta al contemplar a su Hijo bien amado, que es su campo bendito, regado por las lágrimas que dignamente le ofrezco en reconocimiento del rocío de agua que él te ha dignado destilar, porque es en sí amorosamente bueno y comunicativo. Él es el Padre de las misericordias y el Dios de toda consolación, que para consolarte envía a la tierra a su Hijo único, imagen de su bondad, manantial fuerte y vivo: Tú haces brotar en los valles los manantiales, que corren luego entre los montes (Sal_104_10). Soy yo quien personifica esta sabiduría que desciende a los valles, y que hace brotar en los corazones humildes fuente de gracias. Soy yo quien envía las aguas que pasan sutilmente entre las montañas de las elevaciones del espíritu; ella se presenta delante de mi trono en presencia de mis santos, que son por tanto los montes que se alegran al ver estas lágrimas, que obtienen de mí por mi gloria y por la salvación de las almas. Experimenta, hija, esta verdad: Bienaventurados los que lloran, porque ellos serán consolados (Mt_5_5). De tus altas moradas abrevas las montañas, (Sal_104_13) y a cambio de estas lágrimas serán concedidas gracias sublimes. Es un don del Padre celeste que viene de lo alto, quien hace producir a las almas las obras que me complacen.

"Magdalena había llorado antes de verter sobre mí su perfume, anticipando mi sepultura. Yo afirmé que ella había hecho una buena obra, la cual sería mencionada junto con la predicación de mi Evangelio. Yo reprendí a mis discípulos de los pensamientos que tuvieron contra esta acción, así como me quejé a Simón el Fariseo por no haberme rendido un testimonio de amor parecido a los de esta penitente, [264] que sabía amar de verdad, diciéndole: ¿Ves a esta mujer? Entré en tu casa y no me diste agua para los pies. Ella, en cambio, ha mojado mis pies con lágrimas, y los ha secado con sus cabellos. No me diste el beso. Ella, desde que entró, no ha dejado de besarme los pies. No ungiste mi cabeza con aceite. Ella ha ungido mis pies con perfume. Por eso te digo que quedan perdonados sus muchos pecados, porque ha mostrado mucho amor (Lc_7_44s).

Querido Amor, debo amarte mucho, porque me has perdonado tantos pecados, los cuales se me prohíbe mencionar en este relato de mi vida. Tu sabiduría lo ha permitido para hacerme conocer que ella dispone de todo sabiamente, a fin de que olvide lo que es mío y recuerde lo que procede de tu bondad, y así, diga con el Apóstol: Pero una cosa hago: olvido lo que dejé atrás y me lanzo a lo que está por delante, corriendo hacia la meta, para alcanzar el premio a que Dios me llama desde lo alto en Cristo Jesús (Flp_3_13s).

Capítulo 59 - Que Dios defiende su Orden contra la rabia de los demonios, ordenando a san Miguel y a sus ángeles combatir por él, cómo lo hicieron por la Encarnación. Nuestro Señor me apropió las palabras de Jeremías, del Apocalipsis y de Isaías.

Olvidándome de mí y de las imperfecciones que cometo, no debo olvidar la secuencia de esta narración de tus misericordias, que sigues prodigando sobre mí como si ellas fuesen para mí sola y para todo lo que puede hacerme feliz. Ellas previenen todo aquello que podría causarme disgusto, para desviarlo y en verdad, puedo [265] afirmar que no me siento ofendida sino por mí misma, y que los demonios furiosos contra el establecimiento de tu Orden no la podrán dañar, pues tienen poder tanto cuanto se los permites.

 El que tentó al Faraón, que se me apareció en forma y apariencia de un muerto obstinado a resistir todo lo que es para tu gloria en esta Orden, y el que tentó a Ario, que adoptó la figura de una persona que se complace en burlarse y mofarse de lo que no puede impedir completamente; ellos no han podido detener el curso de tu Providencia sobre este Instituto. San Miguel y sus ángeles están para socorrernos. Estos tienen la misma naturaleza y están iluminados con la gracia y la gloria que les hace más fuertes que aquellos que tienen este natural y los atributos que tu poder les habría dado si no se hubieran hecho culpables de lesa majestad divina y humana, al rehusar adorar la divinidad que deseaba unirse a la naturaleza humana. No pudiendo impedir que tu amor, oh divina bondad, inclinara y urgiera a la segunda Persona a revestirse de un cuerpo en las entrañas de una Mujer, haciéndose hombre para llegar a ser el Hombre-Dios, ni que fueses llamado el Verbo Encarnado para hacernos consortes de tu naturaleza divina. La vista de esta Virgen incomparable, que estaba destinada desde la eternidad a ser tu Madre, para encerrar en su cuerpo virginal al Hombre Oriente que debía ser esta novedad admirada sobre la tierra, según el dicho del Profeta, quien anunció: Pues ha creado Yahvéh una novedad en la tierra: la Mujer ronda al Varón, (Jr_31_22) este anuncio acrecía las furias de [266] estos espíritus rebeldes contra ti y contra todos los hombres, cuya naturaleza hubieran querido destruir si hubieran podido hacerlo, lo cual muestra claramente el Capítulo 12 del Apocalipsis: Una gran señal apareció en el cielo: una Mujer, vestida de sol, con la luna bajo sus pies, y una corona de doce estrellas sobre su cabeza; está encinta, y grita con los dolores del parto y con el tormento de dar a luz. Y apareció otra señal en el cielo: un gran Dragón rojo, con siete cabezas y diez cuernos, y sobre sus cabezas siete diademas. Su cola arrastró la tercera parte de las estrellas del cielo y las precipitó sobre la tierra. El Dragón se detuvo delante de la Mujer que iba a dar a luz, para devorar a su Hijo en cuanto lo diera a luz. La Mujer dio a luz un Hijo varón, el que ha de regir a todas las naciones con cetro de hierro; y su hijo fue arrebatado hasta Dios y hasta su trono. Y la mujer huyó al desierto, donde tiene un lugar preparado por Dios para ser allí alimentada mil doscientos sesenta días. Entonces se entabló una batalla en el cielo: Miguel y sus Ángeles combatieron con el Dragón. También el Dragón y sus Ángeles combatieron, pero no prevalecieron y no hubo ya en el cielo lugar para ellos (Ap_12_1s).

"Hija, esta Mujer adorable, que estaba encinta de un Hijo varón, era la figura de mi Madre y de mí que debía ocultarme en su vientre, en el cual quise tomar un cuerpo y hacerme el primer nacido entre muchos hermanos, permaneciendo vivo en el seno de mi Padre al mismo tiempo que visitaba a la humanidad para iluminarla con mi luz, la cual oculté en este seno materno, pero no tan completamente que el dragón no tuviera el presentimiento [267] de la ruina de su imperio. Armado de cólera, se levantó con arrogancia, lo cual puedes notar en estas palabras: Un gran dragón rojo, (Ap_12_3) apareciendo con siete cabezas, cada una teniendo su diadema y atrayendo con su cola la tercera parte de las estrellas como soldados suyos, para que viéndolos se asustara esta Mujer, en cuya presencia permanecía para atemorizarla él mismo, creyéndose lo suficientemente temible para infundirle miedo y para hacerla abortar de pavor y devorar a su hijo varón con su hocico bestial.

"Aparentaba majestuosidad con sus cuernos, ignorando las invenciones poderosísimas de la amorosa Providencia de un Dios que ama a los hombres y al hijo de esta Mujer, el cual era indiviso y único de su Padre Eterno, con el que es igual y sin quitarle nada, posee la misma divinidad que le atrajo al trono y levantó en vuelo a esta Mujer admirable que era su augusta Madre en la soledad donde este Dios todopoderoso le había preparado una morada singular conveniente a aquella que es incomparable, cuyas excelencias sólo Dios puede conocer y darle el trato conveniente a la dignidad que le estaba destinada desde la eternidad. Miguel, teniendo más celo por la gloria de mi Madre que odio tenía el dragón hacia sus preeminencias, combatió con sus ángeles [268] contra este dragón inflado de orgullo y toda su corte, echándolos del cielo al cual jamás volverán, y si guardan su malicia envenenada para afligir a la descendencia de esta Mujer, la tierra de mi Humanidad santa absorberá este diluvio, confundirá a los demonios y será la muerte de la muerte que el dragón y serpiente antigua ha procurado a los hombres mediante las solicitudes que les hace y les ha hecho todos los días para ofender a su Creador. Yo seré la mordedura del infierno; yo engulliré este río: Pero la tierra vino en auxilio de la Mujer: abrió la tierra su boca y tragó el río vomitado de las fauces del dragón (Ap_12_16).

De hecho, he devorado a la muerte, la he absorbido: La muerte ha sido devorada en la victoria. ¿Dónde está, oh muerte, tu victoria? ¿Dónde está, oh muerte, tu aguijón?" (1Co_15_54). Al conversar sobre los poderes, los esplendores y la fecundidad que tu divina bondad ha comunicado a tu Madre, y siendo tú Hijo suyo, arrebataste mi espíritu, lleno de admiración ante sus maravillas; habiéndolo elevado por amor, me dijiste: "Hija, hablaba yo de las supereminencias de mi Madre con estos dos textos de la Escritura: el de Jeremías y el del Apocalipsis, cuyo cumplimiento reconoce toda la Iglesia, por haberse hecho realidad en mí y en mi augusta Madre. Cuando tomé de ella mi Humanidad y absorbí la muerte con mi muerte, vencí al infierno, del cual he sido y sigo siendo el bocado que no ha podido digerir. Los limbos me han reconocido; todos los Padres y todas las [269] almas que se encontraban cautivas en ellos salieron en pos de mí. Yo conduje cautiva a la cautividad, elevándome sobre todos los cielos y concediendo a la humanidad dones de los que mi Apóstol hizo distinciones, asegurando que subí a lo alto para llevar todas las cosas a su plenitud: Este que bajó es el mismo que subió por encima de todos los cielos, para llenarlo todo (Ef_4_10).

Querida hija, entre todos los destinatarios de los dones, te miraba para dártelos con largueza, y para hacer ver en ti a los ángeles y a los hombres una reproducción mística de los misterios más renombrados y más orientados a mi gloria visible y a la salvación de los hombres. Sufre, aunque te sientas confusa, pues te digo que tú sigues siendo esta mujer maravillosa sobre la tierra, que encierra en forma mística al Hombre Oriente que soy yo. Eres tú esta mujer que fue un signo prodigioso revestido de sol, coronada de estrellas y calzada con la luna, que tienes bajo los pies, despreciando las vicisitudes y las vanidades de la tierra; tu mente rebosa de ciencia. Los doctos, en Daniel, son comparados a las estrellas que brillarán en perpetua eternidad; los esplendores con que adorno tu alma, irradian al exterior. Tienes varios testigos de estas claridades, aunque ignores, como Moisés, que tu mente y tu rostro aparecen iluminados con frecuencia. Estos rayos que tú no ves, son visibles a los demás cuando yo lo juzgo conveniente para infundirles devoción y respeto a mi Majestad, que se hace ver en quien le place.

[270] "Debes saber que esto es un signo visible del sol invisible, que te hace su cielo iluminado con sus luces. La constancia que otros perciben al perseverar tú en mis designios muestra tu firmeza, y que no estás agitada por incesantes inconstancias, que son propias de tu sexo. Es mi gracia, hija, que te afirma en mi voluntad. Es mi gracia que te hace agradable a mis ojos. Es mi gracia que desea hacerte mi madre en forma maravillosa, y que te hará dar a luz en la Iglesia, mediante un nacimiento místico una extensión de mi Encarnación, a Aquél que mi Madre parió en Belén. Esto se hará a pesar de las envidias, la ira, la furia de los demonios y las contradicciones de los hombres. Te he dado ojos y alas de águila para verme en el seno de mi Padre, en el foco de los divinos resplandores, y para volar a la soledad de este seno paterno, donde se encuentra el Hijo único que te revela estos misterios, porque ha sido del divino placer honrar de esta manera a aquella a quien se complace en honrar con insignes favores. Como mi Madre jamás levantó la voz, quiso clamar a través de los Profetas que deseaba este nacimiento, y así dio a luz sin dolor.

"Los dolores de parto previnieron a los patriarcas y profetas sobre lo que se muestra claramente en la Escritura. No es necesario que te detengas en ello y en constatar las citas; el Profeta Isaías las proporciona suficientemente, lo cual prueba esta verdad. El deseó que los cielos enviaran su lluvia y que la tierra se abriera para dejar brotar o surgir el germen [271] de David, del cual debía yo nacer. El esperaba que el tallo de la raíz de Jesé saliera y creciera floreciente, pues el Espíritu vendría a reposar sobre ella. Sus esperanzas no fueron defraudadas; sus profecías se han cumplido, y se reproducirán en este Instituto. No lo dudes, hija. Mi espíritu reposa en ti. Él se hará conocer bien. ¿Podrías dudar de ello sin afectar la verdad conocida? Ofenderías su bondad, que se llega a ti como amiga muy querida. Puedes ver cómo te sigo favoreciendo con mis dulzuras, y que no eres tú quien sufre los dolores de parto de mi Orden. Los padres que te dirigen los sienten, porque se afligen a causa de esta larga tardanza, mientras que tú aguardas en silencio y en espera confiada al Salvador divino. Yo estoy contigo para regocijarte, para hacerte sentir que mi compañía no causa molestias."           

 Querido Amor, al estar san Bruno sumergido en la admiración de las dulzuras que experimentaba, se maravillaba y la ensalzaba por medio de exclamaciones: "Oh Bondad, oh Bondad" llamándola por su nombre, para que pudiera reconocer ella misma, divinamente, sus excelencias divinas. Deseosa de imitar a este gran patriarca de los santos, te ruego llegue a ser digna alabanza tuya y tu remuneración suficiente. No ignoro que me has prevenido de bendiciones y dulzuras antes de haberme revelado que deseabas establecer una Orden para honrar tus sagrados misterios junto con tu divina Persona humanada por amor de los hombres. Ya no sé cómo testimoniarte mi humilde reconocimiento. Permanezco abismada en mi impotencia, adorando tus excelencias supremas y diciendo a todas las creaturas a quienes he invitado a bendecirte y alabarte: Con vuestra alabanza ensalzad al Señor cuanto podáis, que siempre estará más alto; y al ensalzarle redoblad vuestra fuerza, no os canséis, que nunca acabaréis (Si_43_32s).

 Si por ahora no encuentro palabras para agradecerte los favores que tu [272] bondad ha compartido conmigo, qué puedo hacer sino admirarte en adoración y exclamar con los Serafines: Santo, Santo, Santo es el Señor de los ejércitos. La tierra entera está llena de tu gloria; todo se estremece de respeto delante de tu Majestad y yo, ¿debo entonces hablar? Isaías dice que siente mal permanecer callado en un silencio que había guardado porque sus labios eran impuros, por habitar en medio de aquellos cuyos pecados le habían ensuciado la boca, y que, estando en esta mala o indigna disposición, había visto con sus propios ojos al Rey y Señor de los ejércitos, el cual miraba con horror los labios manchados de quien debía pronunciar sus oráculos divinos.

 "Hija, los labios del Profeta fueron purificados con el carbón encendido que el serafín tomó con tenazas. Después de escuchar que mi Padre, el Espíritu Santo y yo deseábamos enviar una misión a los hombres, exclamó: Heme aquí: envíame, (Is_6_8) a lo cual respondimos: Ve y di a ese pueblo: "Escuchad bien, pero no entendáis; ved bien, pero no comprendáis." Engorda el corazón de ese pueblo; hazle duro de oídos, y pégale los ojos, no sea que vea con sus ojos y oiga con sus oídos, y entienda con su corazón, y se convierta y se le cure (Is_6_9s). Hija, te envío en una misión parecida. Aquellos a quienes hablarás no comprenderán al escucharte; me verán en ti, pero me desconocerán; tus luces los cegarán, tus palabras endurecerán sus corazones; se taparán sus oídos. Cerrarán los ojos a mis claridades; sus esplendores les parecerán tinieblas, porque desearán comprender de un modo natural lo que no puede ser conocido sin una iluminación sobrenatural, la cual no concedo [273] sino a quienes humillan sus almas bajo mi poderosa mano, que porta la luz y lleva en el puño a las estrellas que representan la ciencia como bajo su sello. Ciegos son, hija, los que presumen saber lo que en realidad ignoran."

¿Hasta cuándo, Señor? "Hasta que acepten su ceguera, su ignorancia de mis caminos, y que se refugien en mi misericordia, sin la cual, como tú misma has dicho, ya habrían desaparecido."

Querido Amor, te dije: Escucha mi súplica, Yahvéh, presta oído a mi grito, no te hagas sordo a mis lágrimas, (Sal_39_13) que mis lágrimas lleguen y sean recibidas por ti. Sé bien que las miras, que tus oídos escuchan estas lágrimas que te piden me perdones, así como a todos los que se te oponen: Haz gala de tus gracias, tú que salvas a los que buscan a tu diestra refugio contra los que atacan. Guárdame como la pupila de los ojos. Más yo, en la justicia contemplaré tu rostro, al despertar me hartaré de tu imagen (Sal_16_7s). Mi divino Salvador, si tú eres mi justificación, no sentiré confusión alguna al aparecer en tu presencia. Me sentiré segura cuando tu gloria se me aparezca; es decir, cuando vea que los hombres la procuran en todas sus acciones. Es esto lo que pido de tu bondad y que en esta misión que me has dado de la fundación que te honre, no busquemos sino a ti y la salvación de las almas.

[274] Al volver de este largo éxtasis, me apené mucho al enterarme de que la Srita. Guilloire me había estado esperando tanto, pues nos encontrábamos en la Iglesia de Saint-André-des-Arts, que es su parroquia. Dios mío, ¡hubiera deseado tanto en esa mañana estar en mi soledad teniendo un festín con los pensamientos que después del éxtasis me llenaban! Pero como me aguardaba para llevarme a cenar con ella, su paciencia y cortesía me hubieran hecho sentir culpable, a pesar de no dar yo muestras de lo que me había retenido, y dejándola con sus propios pensamientos, pues la conocía como una persona tanto discreta como caritativa.

Capítulo 60 - Cómo se demoró el establecimiento del Verbo Encarnado hasta después del viaje que Monseñor de París debía hacer a san Aubin, lo cual fue Providencial, pues la señora de La Lande se resolvió a dar su dinero de fundación a la Orden de san Benito.

Transcurrieron algunos meses en espera del tiempo oportuno para presentar nuestra bula a Mons. de París, por lo cual no sentía ninguna prisa. La Srita. de Longueville y la Sra. de la Rocheguyon, sobrina suya, fueron de la opinión de presentarla, pero se nos dijo que había que esperar, que la hora no había llegado aún; que Mons. de París deseaba examinarla con su Consejo, compuesto de personas doctas [275] y piadosas, cuya piedad no podía ponerse en duda. Sin embargo, es de pensar que hay mucha verdad en las palabras de san Pablo: los hombres se fían mucho de lo que sienten y sin llegar a pecar, se permiten tener más celo por las cosas que creen ser según Dios, que por aquéllas a las que no sienten inclinación alguna. En Daniel, los ángeles mostraban claramente diferentes inclinaciones; unos y otros tenían razón, y hubieran resistido santamente más de veintiún días si la Divina Majestad no hubiese enviado a Miguel en socorro de Gabriel, ante quien el Ángel de Persia había resistido tres semanas con buena intención, deseando retener al pueblo de Israel ocupado en el culto divino, para atraer con su ejemplo a quienes tenía a su cargo (Dn_9_11).

Es posible que el buen Señor del Val, llevado de un santo afecto hacia la Orden carmelitana, haya deseado dar a París otro Monte Carmelo, deseoso de ver a las almas entregadas a altas contemplaciones. El señor cura de san Nicolás des Champs, llevado de celo caritativo hacia las almas pecadoras, pensaba estar imitándote al buscar y cargar sobre su espalda y cuidarlas en el convento de las Hijas de la Magdalena, dejando a tu Providencia las noventa y nueve que vivían en tu temor. Mons. Le Blanc, a quien se pidió favorecer a las Hijas del Santísimo Sacramento, pensaba que debía honrar a este sol sobre todos los astros, y procurar que sus esplendores iluminasen nuevamente toda la ciudad de París.

[276] El señor le Blanc dijo a la Sra. Marquesa de la Lande que era necesario unirse con las Hijas del Santísimo Sacramento, ignorando que éstas no se inclinaban a ello, y que tu Majestad me había dicho: Separadme ya a Bernabé y a Saulo para la obra a la que los he llamado (Hch_13_2). La Sra. Marquesa de la Lande vino a decirme lo que el Señor le Blanc le había sugerido. Le respondí: "Señora, sabe usted bien que las religiosas de Port Royal desean establecer esta Orden sin admitirnos junto con ellas. Parece ser que Dios no desea esta unión, y que se conforma con que ellas y nosotras, en nuestros diferentes institutos, convengamos en unidad de fe y de amor hacia este santo Sacramento." El Señor Guial, gran vicario de Mons. de París, mandó decir a la Srita. de Longueville que prometía seriamente ocuparse de la ejecución de nuestra bula sin que pasara por el Consejo de Mons. de París, cuyo espíritu no se opondría, habiéndosele informado que el documento estaba sometido a la jurisdicción del Ordinario.

Como la Señorita de Longueville estaba de acuerdo con el sentir del Señor Guial, dispuso que la Sra. de la Rocheguyon, su sobrina, enviara la bula al Señor Guial, pero la Sra. Marquesa de la Lande, presionada por el celo que le era característico y temiendo que este prelado prolongara mucho dicha ejecución mientras esperaba encontrar el momento oportuno para hablar de ella a Mons. de París, pidió la bula para [277] hacer que fuera presentada por otras personas que tuvieran mayor insistencia que el Señor Guial. La Srita. de Longueville dijo a la Sra. de la Rocheguyon: "Mi parecer es no precipitar este asunto; haga usted lo que le parezca bien, usted y la Sra. de la Lande."

 La Sra. de la Rocheguyon, que por deber y por inclinación deseaba seguir el sentir de la Srita. de Longueville, respondió que seguiría con sumisión todos estos consejos, y que sabía bien que yo los seguiría con toda clase de respeto. Entre tanto, Mons. de París fue a visitar a la Srita. de Longueville, con la que se encontraba la Sra. de la Rocheguyon. Les aseguró que deseaba la fundación de la Orden del Verbo Encarnado, pero que les rogaba escucharan las razones que le obligaban a diferirla, que tenían que ver con las Hijas de Port Royal quienes, por mediación de la Sra. Duquesa de Longueville, habían obtenido cartas del Rey para su establecimiento, y que su Majestad había ordenado al Señor de la Ville au-Clerc escribiera al notario con referencia a la ejecución de su bula, en la que se mencionaban tres obispos como superiores, y que posiblemente no se había hecho notar a su Majestad que, si en una diócesis era suficiente un solo obispo, con mayor razón debía bastar un obispo en su diócesis para ser superior de un monasterio. "No pongo en duda la justicia de mi buen príncipe, quien, de haber sido informado sobre mis derechos, y de que le hubieran dicho que esta bula rebasaba la autoridad del Arzobispo de París, su bondad, siempre tan ecuánime, hubiera considerado las [278] razones que tengo para rehusar la bula de estas damas y las que me disponen a establecer la Orden del Verbo Encarnado. Si la estableciera rechazando la otra, sin haber informado a mi buen príncipe sobre mis razones, algunas personas mal informadas podrían decir que no obedezco a sus inclinaciones, y que esto es una desconsideración hacia la autoridad de mi Rey. Señorita, no pido a usted sino cuatro o cinco meses, durante los cuales estaré en san Aubin." Y dirigiéndose a mí, me dijo ¿no puedes esperar más? Veo que la Srita. de Longueville y la Sra. de la Rocheguyon son de mi parecer." Como respuesta, dije: "Monseñor, haría mal en resistir, reconozco el exceso de su bondad, ya que pide la opinión de quien se gloría de seguir y obedecer a lo que es tu voluntad sin haberme yo informado de las razones que le hacen diferir con toda justicia, y que le impiden la ejecución de la bula tan pronto como lo desea. Habrá tiempo suficiente cuando regrese de Saint Aubin."

Este viaje me hizo pensar que la Señora de la Lande, llevada de un santo celo y no pudiendo esperar, se inclinaría a una fundación en la Orden de san Benito; así lo hizo. Tu Providencia, oh mi divino amor, gobernaba los espíritus de estas damas, conservándoles la paz y el amor, y me libraba de los temores que sentía yo de no saber dar gusto a las dos en caso de que ambas llegaran a ser fundadoras.

Capítulo 61 - Que se me mandó hacer un viaje a Lyon para gobernar la Congregación que estaba a punto de disolverse; y como la divina Providencia me consoló, prometiéndome su ayuda en abundancia, exhortándome a la perfección.

Al cabo de algunos días recibí cartas de la Congregación de Lyon, donde se me notificaba que ya no eran sino cuatro, y que dos habían tomado la resolución de dejar si no me regresaba inmediatamente a Lyon, y para persuadirme de que no estaban disimulando, hicieron que los padres jesuitas me escribieran. Al P. Binet le repugnaba que saliera yo de París. Se dirigió al P. Milieu para enterarse por él si era absolutamente necesario que hiciera yo el viaje a Lyon. El respondió que sí, y que llevara el dinero necesario, porque las cuatro hermanas de la Congregación carecían de todo, y estaban endeudadas. Me dijo entonces el P. Binet: "Hija, es necesario que [279] vayas a Lyon mientras que Mons. de París realiza su viaje a Saint Aubin, pero no dejes de estar de regreso después de Pascua; quien deja la partida, la pierde. Trataré de mantener a Mons. de París en sus buenas disposiciones; tu bula puede ser puesta en práctica sin someterla a su consejo." La Srita. de Longueville y la Sra. de la Rocheguyon me permitieron ir a Lyon durante cuatro meses.

Todo estaba arreglado para este viaje y yo, como en otras ocasiones, sentía indecible resistencia, derramando en tu presencia, Señor mío, torrentes de lágrimas y preguntándome atemorizada cómo podría yo alimentar cuatro hermanas en Lyon y tres más que llevaría conmigo. divino Paráclito, tú quisiste darme a conocer que eras mi consolador, mi protector y mi Providencia, diciéndome: "Hija, repite con el Rey Profeta: El Señor es mi pastor, nada me falta. Por prados de fresca hierba me apacienta (Sal_23_1s). El Señor te guía; nada te faltará. El proveerá a todo. No temas sufrir necesidad; confía en la Divina Providencia. Descarga en Yahvéh tu peso, y él te sustentará (Sal_54_23).

Pocos días después de recibir de parte de tu voluntad esta seguridad entré en la iglesia de los padres del Oratorio, en la calle de san Honoré. Al estar de rodillas delante del gran altar, elevaste a ti mi espíritu haciéndome ver un cielo que se inclinaba hacia mí, el cual estaba cubierto de maná en forma de semillas de cilantro blancas como la nieve. En el centro de este cielo estaba una paloma que me parecía ser el Espíritu Santo. Yo admiraba cómo este cielo podía estar suspendido, ser movido y producir el maná que sostenía milagrosamente del lado de la tierra. Este maná caía sobre mí, y me parecía comprender, en una forma mística, que me iba a Lyon, y que me seguía como si él hubiera tenido sentido y conocimiento para seguirme. Pero todo esto no debe sorprenderme, porque bien puedes hacer que [280] este maná místico venga en seguimiento mío, así como se lo ordenaste y diste la dirección o el instinto al agua milagrosa que brotó de la piedra tocada por Moisés para que siguiera al pueblo de Israel y remediara sus necesidades.

Tu amor es tu peso; él te lleva a emplear a tus creaturas al servicio y socorro de aquellos o aquellas a quienes amas, porque eres bueno e infinitamente misericordioso. Viendo que deseabas que viniese a Lyon y habiéndome prometido lo que Jacob te pidió: la vida y el vestido no solamente para mí, sino para todas las hijas que me darías, hice todo lo posible para obtener el permiso de la Sra. de la Rocheguyon de ir a Lyon durante cuatro meses. Como prenda de mi pronto regreso, me dijo que deseaba guardar la bula, a lo cual no opuse resistencia para no darle a pensar que no volvería tan pronto como ella pensaba y que había yo deseado en el momento de hablarle. Sabía muy bien que no sería yo religiosa en Lyon tan pronto como lo sería en París, de lo cual tú mismo quisiste advertirme. No sé si esto fue para poner a prueba mi valor, mi confianza y mi fidelidad. Quise obedecer tus órdenes por acción, como las había seguido por escrito, de palabra y por pura intención de tu gloria y el bien de mi prójimo.

La Señora de Beauregard vino a verme para decirme que mis hijas de Lyon le habían rogado me hablara de la necesidad que tenían de mi regreso, y que ella les había prometido hacer todo lo posible para [281] llevarme. Le dije entonces: "Señora, estoy pronta a partir cuando usted lo desee. Bendigo al Verbo Encarnado que me pone bajo su protección y guía, que espero siga siendo igual ahí donde él me puso al salir de Lyon; es decir, el Señor de Puré a quien le debo todo mi agradecimiento por los cuidados que tuvo para conmigo y los favores que él y su señora esposa me prodigaron."

Habiendo sabido que el P. Jacquinot, después de sus visitas como provincial, había llegado a París, fui a verle y le dije que nuestras hijas de Lyon me urgían a hacer un viaje a esa ciudad, lo cual le pareció prudente, por temor a que ellas abandonasen la Congregación. Había llegado a París la víspera de la Fiesta del Apóstol san Andrés, en 1628; cuatro años después el mismo día, víspera de san Andrés en 1632, salí de París con el alma triste y el rostro bañado en lágrimas, llevando conmigo a tres señoritas; yo era la cuarta.

La que intimaba más conmigo era la Hna. Isabel Grasseteau, cuya fidelidad hacia ti y hacia mí es admirable. Toda la Orden del Verbo Encarnado debe alabarla hasta el último día por sus virtudes, principalmente por su constante resolución, que no pudo ser quebrantada por ninguna clase de presiones que se le hicieron para que me dejara, tratando de hacerle ver que perdía su tiempo y buscaba seguridad en esperanzas falsas, pues la Orden del Verbo Encarnado jamás sería establecida; que yo estaba enferma continuamente, y que si moría se vendría abajo todo el proyecto. Querido Amor, hace falta esperar contra toda esperanza la fundación de este pobre [282] Instituto. "Hija, haz como Abraham: camina en mi presencia y serás perfecta." Dios de mi corazón, si al hablar, me dieras la perfección sin esperar mi correspondencia, sería perfecta de inmediato; pero no juzgas prudente darme la perfección, diciéndome que trabaje por adquirirla, deseando que conozca mi debilidad al ver mis propias caídas, hasta que te lo pueda decir, reconociéndome enferma en mí misma. De este modo, me veré fuerte en ti, pudiéndolo todo en Aquél que me conforta. En ocasiones me acercas a ti, dándome confianza con las palabras de este Vaso de Elección: Sacudamos todo lastre y el pecado que nos asedia, y corramos con fortaleza la prueba que se nos propone, fijos los ojos en Jesús, el que inicia y consuma la fe, el cual en lugar del gozo que se le proponía, soportó la cruz sin miedo a la ignominia, y está sentado a la diestra del trono de Dios. Fijaos en aquel que soportó tal contradicción de parte de los pecadores, para que no desfallezcáis faltos de ánimo. No habéis resistido todavía hasta llegar a la sangre en vuestra lucha contra el pecado (Hb_12_1s).

Capítulo 62 - De mi llegada a Lyon; de las lágrimas que derramé al tomar la dirección de la Congregación del Verbo Encarnado por encargo de tu santísima Madre y de los sufrimientos que me hicieron pasar dos personas

Llegamos a Lyon el 11 de diciembre, un sábado, pero la carroza de la Señora de Pure, que nos había recogido al descender del coche, no pudo llevamos hasta nuestra comunidad, pues no tenía sino dos caballos y tuvo que dejamos en casa de la Señora Colombe, quien nos rogó pasáramos la noche en su hogar, ya que era demasiado tarde para subir a nuestra montaña. Seguimos su consejo y aceptamos su caridad [283] Al día siguiente por la mañana quise ir a san José para recibir la luz necesaria para el gobierno de tu familia en la iglesia de este santo. Oh divino Verbo Encarnado, que escogiste a este gran patriarca para ser tu padre nutricio, del cual quisiste ser hijo y súbdito al nombrarle padre tuyo. Le pedí tierno amor, reverencia y fidelidad hacia ti. Rogué a tu santísima Madre me mirara como alguien que dependía absolutamente de sus órdenes y que la consideraría siempre como la superiora de nuestra Congregación; que de ella recibiría la comisión de gobernarla en su nombre, siendo su vicaria a pesar de reconocerme tan indigna de este nombre y tan incapaz de prestar este servicio; pero que, al considerarla, después de Dios, mi esperanza, recibía con humildad este cargo.

Subí a la santa montaña después del mediodía. No lo hice con espíritu alegre, sino de tristeza. Vertía mi corazón por los ojos al llegar a nuestra capilla, mientras que nuestras hermanas me esperaban en el coro, cantando el Te Deum. Bañada en mis propias lágrimas, abracé a todas como hermanas e hijas mías; la vista de las pequeñas pensionistas me alegró. Señor, que de la boca de estas niñas tu alabanza sea perfecta; nútrelas con tus pechos amorosos, como espero lo harás.

Algunos días después de mi llegada, el P. Poiré vino a verme, y me ofreció, con gran caridad, toda la ayuda del gran Colegio del que era rector. Mi Hna. Catalina Fleurin me describió las virtudes y la prudencia de este sacerdote, pidiéndome ratificara [284] la petición que ella misma le hizo de tomarse la molestia de dirigir nuestra Congregación, contándome las aflicciones que habían tenido por las importunidades de dos personas incapaces de gobernar y que buscaban con pasión tener el cargo. Estas dos personas dieron tantas muestras de alegría ante mi llegada, que les parecía obtendrían las ventajas que imaginaban tener, que eran de gobernar la Congregación de modo absoluto. La advertencia de esta hija, y la experiencia que tuve de la poca capacidad de estas personas me hizo resolverme a rogar de nuevo al P. Poiré me asistiera con sus consejos, como su caridad me los había ofrecido.

Él me dijo: "Con todo gusto. Madre." Le rogué continuara guiándome como su hija espiritual, y que hiciera progresar la Congregación del Verbo Encarnado hacia la perfección a la que estaba obligada, que es imitar a Aquel cuyo nombre llevan. Viéndose lejos de lo que habían esperado, los dos que pensaban ser autoridad resolvieron emplear tácticas que yo no había previsto. Hablé al uno y al otro con mi franqueza ordinaria, haciéndoles ver la resolución que tenía de seguir bajo la guía del padre rector, que estaba lleno de prudencia, de sabiduría y de piedad.

[285] Ellos me aconsejaron de manera que yo sintiera aversión hacia este padre, pero no pudieron lograr su propósito. El más suficiente, no queriendo aparecer deseoso de hacerme odiar a este padre, sugería al otro todo lo que podría haberme hecho concebir aborrecimiento hacia el sacerdote y su dirección. El consejero, que ocultaba su veneno, no pudiendo verme tan seguido como aquél a quien prodigaba estos consejos, resolvió quitarme a las pensionistas y a aquellas de mis hijas que él pensaba yo amaba más, lo cual sigue haciendo al presente, cuando tiene ocasión de hablarles o hacerlas hablar por medio de otros; pero como tú dijiste, oh mi Señor: Nadie las arrebatará de mi mano. El Padre, que me las ha dado, es más grande que todos, y nadie puede arrebatar nada de la mano del Padre (Jn_10_28s).

Sin embargo, a pesar de todas sus artimañas, no ha podido arrancarme a las que he querido retener, porque tú mismo me las diste, y porque tu mano, que es más fuerte que yo, las ha retenido a pesar de lo que ha urdido para hacerlas salir. Las que ha sacado son aquellas que tu Providencia no quiere dentro de su Orden, y que he dejado ir según su voluntad [286]. Queridísimo Amor, como no tengo hiel para quienes me han hecho sufrir, tampoco deseo tener pluma para especificar y describir los males que han querido hacerme, ya que tu bondad siempre me ha consolado cuando ellos pensaban afligirme.

Deseo repetir con el Apóstol que estos sufrimientos, aunque quienes los han conocido, en una pequeñísima parte, los estimen muy grandes, no son comparables a las delicias que me has comunicado. He descrito únicamente parte de ellos en los cuadernos que Su Eminencia se llevó el 1° de diciembre; él puede ver lo que escribí a partir de 1633. Comencé el mes de abril, después de mi regreso de París y si recuerdo bien, fue para anotar el favor que me hiciste por tus cinco llagas.

Pasé cuatro meses sin consignar por escrito las gracias que me dabas. No podía escribir mucho porque me dolían los ojos y me encontraba enferma, como sigue sucediendo ahora. El cuidado que tu bondad ha tenido de alegrarme mientras que se buscaban toda clase de artificios para afligirme era grande, sabiendo que no me quejaría con él, lo cual no ha sido para mí una pequeña mortificación. Y tú, mi Dios y mi todo, seas eternamente bendito. Así lo has permitido y no me desahogo con las creaturas de la tierra; a ti, mi Señor me dirigí muchas veces cuando esta privación me parecía dura.

 Tú me dijiste que así lo permitías para tu gloria y para probarme; que no perdiera el valor y recordara estas palabras: La piedra [287] que los constructores desecharon en piedra angular se ha convertido; esta ha sido la obra de Yahvéh, una maravilla a nuestros ojos (Sal_118_22s). "Querida hija, la Orden comenzará el día en que muestre el poder de mi diestra, día en que podrás decir: ¡Este es el día que Yahvéh ha hecho, exultemos y gocémonos en él!" (Sal_118_24). Querido Amor, nosotras te decimos en general y en particular: ¡Ah, Yahvéh, da la salvación! ¡Ah, Yahvéh, da el éxito! ¡Bendito el que viene en nombre de Yahvéh! (Sal_118_25s). Tú nos bendecirás en tu mansión de gracia con bendiciones de tu mansión de gloria: Yahvéh es Dios, él nos ilumina (Sal_118_27). Tú solemnizarás este día y nos colmarás de tu gozo con abundantes favores que recibimos en tus altares, donde te ofrecemos nuestros votos. Cada una de nosotras te dirá: Tú eres mi Dios, yo te doy gracias, Dios mío, yo te exalto. ¡Dad gracias a Yahvéh, porque es bueno, porque es eterno su amor! (Sal_118_28s). 

Capítulo 63 - Como el Verbo Encarnado cambió los sentimientos de un Padre que durante cuatro años había sido adverso a su Orden y después fue el más celoso por su adelantamiento.

Teniendo al padre rector por director nuestro, tuvimos casi todo el Colegio a nuestra disposición. Me enteré que el P. Gibalin se había declarado, me atrevo a decirlo, el perseguidor de la Orden del Verbo Encarnado y que clamaba contra la que nunca había conocido. Las cartas que escribía a su sobrina, en la actualidad superiora y primera religiosa de la Orden, respiran [288] los sentimientos de aversión que había él concebido contra todas las imaginaciones de Jeanne de Matel, de la cual hablaba según el juicio que se había formado de ella. Estas cartas se han convertido para mí, al leerlas, en causa de alegría. Su sobrina las guardó para que yo las viera escritas cuando aún no me conocía. Todavía conservo una de ellas.

La antevíspera de Navidad, le mandé pedir que nos predicara el día de tu Nacimiento. Oh mi todo humilde Verbo Encarnado, hiciste ver que llamas a los débiles para confundir a los fuertes. El mencionado R. Padre vino a verme armado de razones, según él irrefutables, para probarme la poca seguridad que tenía de que sus sobrinas se mantuvieran en la esperanza de llegar a ser de la Orden del Verbo Encarnado. Comenzó su primera visita con una expresión de rostro tanto desdeñosa como su palabra. Yo traté de ser lo más cortés que me fue posible, y después de haberle escuchado, le dije que ya había él resistido bastante, y que te había pedido que fuera nuestro san Pablo convertido. El padre encontró más dulzura en mis respuestas que rigores había él preparado en sus proposiciones.

Yo admiraba cómo tu Majestad le convencía, pues yo hablaba muy poco; tal vez le decías: Te es duro dar coses contra el aguijón [289]. "Padre, le dije, Dios le destina para cuidar de todas las casas de la Orden, así como san Pablo lo tuvo de todas las iglesias."

Muy querido Amor, bien sabes que mi trato con mis confesores ha sido sencillo y llano, y que jamás he ocultado ni tus gracias ni mis imperfecciones. El P. Poiré, deseoso de que el P. Gibalin le ayudara al florecimiento de esta Orden, le testimonió una confianza particular en conversaciones familiares. Mi contento fue grande al verles unidos a contribuir con todos sus cuidados al bien del Instituto. Me dijeron que, como en mi ausencia había habido comunicación con Roma sin hacerlo de mi conocimiento, debía yo esperar en Lyon la bula que se había solicitado. No debía, por tanto, pensar en el regreso a París; de ser así, esta Congregación de Lyon no sobreviviría, y que aparentemente tu Majestad deseaba que permaneciera en esta ciudad para establecer la casa lo más pronto posible. "Padres, me aguarde una larga espera, pero como salí de París por consejo de los Padres de la Compañía, permaneceré en Lyon siguiendo el de ustedes."

Las primeras noticias que recibimos fueron que el Cardenal de Bentivoglio no había encontrado la petición que se había enviado de Lyon, igual a la que se envió de Paris, lo que hace pensar cómo, sin advertirme, se envió de aquí una solicitud tan mal redactada y tan alejada del designio que tu Majestad me había mostrado, que este documento fue la causa de esperar tres años sin recibir la bula; si no se hubieran pagado por adelantado los fondos al banquero, que es una medida contra la prudencia ordinaria [290] la bula no me hubiera costado el doble: cerca de 1.200 libras. a pesar de no ser solicitante, no dejé de pagarla. De haber sido advertida, tal vez me hubiera parecido mejor pedir un sumptum de la de Paris.

Queridísimo Amor, yo sé que la persona que pagó por adelantado una parte del dinero que yo le había dejado no estaba capacitada para ocuparse de asuntos para los que era necesario un espíritu y un juicio muy diferentes al suyo, y que tendría yo que sufrir mucho si no despedía a este hombre que deseaba tener un dominio absoluto en nuestra Congregación. Sin embargo, el P. Gibalin abogó por él, para que me resolviera a sufrir lo que no viene al caso contar aquí.

Bendito seas por todo, oh divino amor mío, que me has consolado en todas mis aflicciones con tanta abundancia que puedo decir que tus consuelos han sobrepasado mis cruces, aunque éstas hayan sido grandes según la opinión de los más sensatos, que me han dicho (después de ser obligada a mencionar las razones por las cuales despedí a la persona que las causaba) que el P. Gibalin se había portado, no sólo con severidad, sino con crueldad al persuadirme de tolerar a esta persona cuyos malos tratos podían haberme hecho morir de aflicción, lo cual ocultaba a mis hijas. Alababa a esta persona en presencia de ellas, a pesar de que me es difícil expresar el odio que había concebido hacia mí y que explico valiéndome de las palabras de Job: Su furia me desgarra y me persigue, rechinando sus dientes contra mí. Mis adversarios aguzan sobre mí sus ojos (Jb_16_10).

 [291] Resuelto a sufrir conmigo, el P. Poiré no quiso darme orden de despedir a la causa de mis penas, dejando todo a la discreción del P. Gibalin. Al lamentarme con él, me dijo: "Hija, tienes mucho valor para no poder sobreponerte a todo con la bondad de tu corazón y la ayuda de tantas gracias de Dios, que te acaricia de un modo tan especial por medio de favores tan extraordinarios." He narrado estos favores por escrito tanto como mi poca salud me lo ha permitido, como he dicho antes, y Su Eminencia puede leerlos, si le place, en diversos cuadernos cuyo número ignoro, así como los que me fueron quitados durante mi ausencia. Pido a tu Majestad que quienes los tengan saquen provecho de tus bondades, derramadas sobre mí con tanta largueza, a pesar de ser tan indigna de estas grandes caricias que has querido comunicarme porque eres bueno, y porque me viste privada de las consolaciones que tienen todas las religiosas de esta diócesis, de las cuales me reconozco poco merecedora, ya que todo lo que es gracia no puede ser merecido.

Algunas veces te he presentado mis quejas, oh mi divino consolador, preguntándote por qué permites que [292] mis inocentes hijas sean abandonadas a causa de mis faltas, ya que pienso ser yo la causa de sus penas y hasta donde puedo saberlo, digo la verdad y en lo que a mí concierne, no me aflijo por tan larga prórroga. No deseo nada, sino tu voluntad como regla sobre mí, sobre todas mis intenciones y todos mis deseos.

Capítulo 64 - Que los serafines me prometieron proveer todo lo que fuera necesario para fundar lo temporal de la Orden del Verbo Encarnado, promesa que han cumplido fielmente según las divinas inclinaciones.

En 1633, el viernes o sábado, víspera de Pentecostés, lloraba por la noche delante de tu Majestad, que reposa en su tabernáculo, que es su trono de amor. Escuché a tus serafines, que son los vecinos próximos a tus llamas, como espíritus ardientes y amorosos según tus divinas inclinaciones, que se decían los unos a los otros: Tenemos una hermana pequeña: no tiene pechos todavía. ¿Qué haremos con nuestra hermana el día que se hable de ella? - Si es una muralla, construiremos sobre ella almenas de plata (Ct_8_8s). Al preguntarles en qué sentido pronunciaban estas palabras de los Cánticos de amor, me hicieron escuchar: "Tú eres nuestra hermanita que carece de pechos para alimentar a las hijas de esta Orden. Cuando se hable de la fundación temporal, te prometemos procurar de la Divina Providencia todo lo necesario para fundar en tu Nombre, y obtener lo que la Divina Providencia te dará para que le des esta fundación, sin necesitar agradecer a las creaturas de la tierra.

 [293] "Sabe, oh querida hermana nuestra, que el Rey magnífico, Esposo y Señor tuyo, así como nuestro, hará retrasar su establecimiento hasta que el momento en que hayamos, por mandato suyo, suministrado todo lo que será necesario. No desea él fundar la primera casa de esta Orden por medio de damas que desean su momento y no el suyo, y que vendrá a su tiempo. No desea dar a otro la gloria de esta fundación; su gracia, su espíritu y los bienes que te dará serán suficientes para fundar. Consuélate y pon tu confianza en Aquél que no eligió otra materia para revestirse de un cuerpo sino la pura sustancia de una Virgen. Él ha decidido darte lo que desea recibir de ti para establecer su Orden; ten paciencia y verás grandes cosas; conserva siempre sentimientos positivos del amor que su bondad tiene hacia ti.

 "El cielo y la tierra pasarán y su palabra permanecerá. El cumplirá todo lo que te ha prometido, porque así le place. Como él posee todos los tesoros de la ciencia y sabiduría del divino Padre, por ser el Verbo divino y su Hijo único, tiene, siendo el Verbo Encarnado, en sus manos todos los destinos y los tesoros que desea dar a quienes ama. Tú eres una de ellas por su infinita caridad, de la que eres infinitamente deudora."

Su elocuencia, espíritus puros y sin materia, embelesó mi [294] entendimiento y su celestial retórica me convenció de lo que yo no podría dudar sin ser desagradecida por los favores de este Dios de bondad, que les ha ordenado no sólo de guardarme, sino de proveer lo necesario para edificar su templo. Queridísimo Amor, no me es difícil creer en estas promesas que tus serafines hacen a la que te dignas alimentar de los pechos de tus misericordias, pues sé por mi propia experiencia que siempre me has dado más de lo que podría pedir. Deseo, según tu palabra, buscar en primera intención tu reino de amor y su justicia, y recibiré, en consecuencia, todo lo que necesito. Padre benditísimo. Esposo incomparable, muchas veces me has hecho escuchar: "Aquél que cuida de vestir los lirios del campo de bellezas seductoras que jamás hilan, que alimenta a los pájaros, quienes no siembran para recoger su alimento; y que cuida de los cuervos abandonados, ¿podría olvidarse de dar alimento y vestiduras variadas a la grandeza real de una esposa; podría dejarla en necesidad sea de cuerpo, sea del espíritu, viendo que por serle fiel, ella ha sido abandonada por su padre natural, y que lo sigue siendo de quien lo es según el espíritu? No, mi bien amada, no temas ser abandonada por mí: Ten tus delicias en Yahvé, y te dará lo que pida tu corazón. Pon tu suerte en Yahvé, confía en él, que él obrará; hará brillar como la luz tu justicia, y tu derecho igual que el mediodía. Vive en calma en Yahvé, espera en él, no te acalores contra el que prospera, contra el hombre que urde intrigas [295], pues serán extirpados los malvados, más los que esperan en Yahvé poseerán la tierra. Mas poseerán la tierra los humildes, y gozarán de inmensa paz (Sal_37_4s). Hija, vive alegre en la abundancia de la paz que te doy; deléitate en mí, que soy el don más favorable que tu corazón puede desear. No espero a que me pidan tus labios; yo escucho los deseos de tu corazón, vacío de los afectos de las creaturas."

Mi bien amado, si no me aseguraras tú mismo que este corazón permanece en tal disposición por Providencia tuya, tendría miedo, alguna vez, que todo esto fuera una soberbia que me hace despreciar todo lo que es bajo. Habiendo recibido de tus ángeles, todos de fuego, la promesa de parte tuya de cuidar de lo que me será necesario, creo en sus promesas, que estimo tan constantes como su esencia, pues son espíritus inmutables. No debo dudar como si se tratara de hombres que están sujetos a los cambios. Job dijo que el hombre no permanece en un mismo estado mientras se encuentra en esta vida. La confianza que tengo en estos espíritus caritativos me ha levantado el corazón en muchas ocasiones, experimentando su pronto socorro cuando me veía asaltada por aflicciones que una esperanza postergada puede con frecuencia representar a un alma que va en camino y está sujeta a las imperfecciones inherentes a esta vida miserable. Los invoco en mis necesidades con tanta fe como fidelidad sé que tienen ellos.

Capítulo 65 - Al Verbo Encarnado le agradó que los serafines me recibieran en su coro y que los otros ocho coros me instruyesen sobre su jerarquía de una manera muy familiar. Me comunicó luces sobre el capítulo once de Ezequiel para su gloria y de su augusta Madre.

[296] Un día de la fiesta de san Edmond, 16 de noviembre, al asistir a la santa misa, al quejarme de que permanecía tanto tiempo sin poder ser religiosa, tu bondad urgió a estos espíritus seráficos a que me consolaran. Ellos arrobaron mi espíritu en presencia de tu Majestad, diciéndome que me recibirían en su coro para alabarte con ellos al decir: Santo, Santo, Santo. A partir de este día, fui tan abrasada de su llama viva, que me veía quemada por este fuego seráfico. Mi corazón y mi pecho parecían un horno. Los espíritus abrasados y los otros ocho coros han sido los embajadores que tu Majestad me ha enviado con frecuencia para enseñarme los misterios que no podía aprender de los hombres.

Me hiciste comprender que te complaces cuando converso con ellos, que les has mandado me iluminen con sus luces; explicarme cómo él purifica, ilumina y perfecciona, cómo ellos son purificados, iluminados y perfeccionados en su orden jerárquico, siendo ésta una purgación que instruye, una claridad que embellece, una perfección que les eleva y les introduce en el sublime conocimiento de las excelencias divinas. Ellos me enseñan cómo son los tronos donde tu Majestad se complace en reposar, y cómo los querubines reciben las luces de ciencia y de sabiduría y los serafines las llamas puras, siendo tus vecinos más cercanos del fuego que está sentado a la diestra de gloria que es tu santa Madre, oh mi divino amor, la cual era ya en esta tierra, el arbusto ardiendo sin consumirse que ahora vive ya en el Empíreo. Este trono admirable que fue visto por el Profeta [297] Ezequiel cuando, encontrándose a la orilla del Río Chobar, rodeado de prisioneros, recibió el favor de contemplar las visiones de Dios: Encontrándome yo entre los deportados, a orillas del río Kebar, se abrió el cielo y contemplé visiones divinas (Ez_1_1). El vio, libre de espíritu, a esta Virgen que es un trono superior a los querubines y serafines: Por encima de la bóveda que estaba sobre sus cabezas (Ez_1_26). Este firmamento, que está sobre la cabeza de los querubines y los serafines, nos muestra que su ciencia y sus luces son fijas y permanentes, porque tu sabiduría los ha hecho esencias espirituales inteligentes, inmutables, no solamente al elegirlos, sino en la gracia y en la gloria que les diste después de su testimonio y confirmación de fidelidad a tu Majestad, de la cual reconocieron tener la naturaleza y la gracia. Este reconocimiento los dispuso a recibir la gloria que fue en ellos una consecuencia de la confirmación de la gracia, gloria que se compara con el firmamento, porque jamás les será quitada. Su entendimiento será iluminado, como firmamento sólido, durante toda la eternidad, con tus luces adorables: Por encima de la bóveda que estaba sobre sus cabezas, había algo como una piedra de zafiro en forma de trono, y sobre esta forma de trono, por encima, en lo más alto, una figura de apariencia humana. Vi luego como el fulgor del electro, algo como un fuego que formaba una envoltura, todo alrededor, desde lo que parecía ser sus caderas para arriba; y desde lo que parecía ser sus caderas para abajo, vi algo como fuego que producía un resplandor en torno. Con el aspecto del arco iris que aparece en las nubes los días de lluvia: tal era el aspecto de este resplandor, todo en torno. Era algo como la forma de la gloria de Yahvé. a su vista caí rostro en tierra y oí una voz que hablaba (Ez_1_26s).

La Madre del Soberano Dios es este trono que se levanta a la diestra de su Hijo; ella es su trono adorable de la materia, del que tomó un cuerpo que está hipostáticamente unido a su Persona divina, y que es su soporte. Ella es, en su alma, toda fuego y llamas, porque ella sola puede amar más que todos los bienaventurados juntos. En su cuerpo es ella esta piedra de zafiro donde se encerró el Hijo de Dios al hacerse hombre en ella y tomando de ella su humanidad. Él le ha conferido, de una manera inefable, su divinidad que es fuego, la cual llevó nueve meses completos. Al salir su Hijo de sus entrañas, él habitó en ella como su Dios, no solamente de esta habitación de gracia igual a todos los justos, sino de una habitación privilegiada que la hizo reconocer en su alma: Vi luego como el fulgor del electro, algo como un fuego que formaba una envoltura, todo alrededor, desde lo que parecía ser sus caderas para arriba: y desde lo que parecía ser sus caderas para abajo, vi algo como fuego que producía un resplandor en torno (Ez_1_27). Sus entrañas, que llevaron al Verbo Encarnado, están llenas y rodeadas de resplandores. Ella es este arco, este iris, esta nube admirable que nos ha dado la lluvia que ella dio a luz y produjo en la tierra. Y como ella es el centro de la tierra, Dios ha obrado en ella y con ella nuestra salvación, rodeándonos de gracias por su medio. Ella es el signo de nuestra paz; ella nos ha traído la abundancia: Con el aspecto del arco iris que aparece en las nubes los días de lluvia (Ez_l_28).

No ha existido espíritu alguno, iluminado con la luz de la fe católica, que quiera disputar contra esta verdad que tú eres la imagen de tu divino Padre. Yo deseo anotar que no existe un verdadero católico que no confiese al menos por conveniencia que en tu humanidad eres la imagen de tu santa Madre, la cual te llevó [298] en su seno y en sus entrañas virginales, a ti que eres fuego y el Verbo del Padre que es el principio que te engendra. Tú eres con El y el Espíritu Santo una misma esencia, un Dios todo fuego, lo cual conoció Moisés y afirmó san Pablo al hablar del reino inmutable que él es.

Sus imitadores recibían como consecuencia de la gracia, diciendo: Por eso, nosotros que recibimos un reino inconmovible, hemos de mantener la gracia y mediante ella, ofrecer a Dios un culto que le sea grato, con religiosa piedad y reverencia, pues nuestro Dios es fuego devorador (Hb_12_28s). Y san Juan dijo: Sabemos que, cuando se manifieste, seremos semejantes a él, porque le veremos tal cual es. (1Jn_3_2). No podemos dudar que la Virgen Madre del Verbo Encarnado sea conforme, configurada, transfigurada y transformada por una admirable transformación en la imagen del Padre, que es su Hijo indivisible, así como él es la impronta del Padre que lo engendra en los divinos esplendores desde la eternidad.

 "Tengo la semejanza más genuina con mi Madre, que me concibió y engendró en la plenitud de los tiempos. Yo soy la imagen viva de mi Padre; en mí la Virgen, mi Madre, se reproduce al vivo y al natural, porque yo formo parte de su sustancia.

 "Soy hueso de sus huesos, carne de su carne, sangre de su sangre, habiendo recibido de ella las mismas cualidades naturales, si es posible hablar así al hablar de mi humanidad: quien me ve, ve a mi Madre; quien ve a mi Madre, me ve a mí. Existe entre los dos tanto y tan real parecido como una madre única y un hijo único pueden tener. Mi Madre es [299] toda hermosa, y yo soy el más bello de los hijos de los hombres. Mi Madre es la Madre del Amor hermoso y yo soy el Hijo de su amor. Mi Madre es toda de fuego y yo soy todo de llamas. Mi Madre es mi trono de zafiro, y yo soy su casa de marfil; ella está en mí y yo en ella. Mi Madre ha sido siempre transformada de claridad en claridad, de gracia en gracia, hasta llegar a la sublime transformación de la gloria por el Espíritu que el Padre y yo producimos, el cual encuentra un placer singular en hacerla como el santo complemento de toda nuestra Augusta Trinidad, en la que la Tercera Persona cesa de obrar, siendo el término de todas las operaciones internas.

 "El quiso obrar maravillas continuamente hacia fuera en mi Madre; y como nuestras operaciones al exterior son comunes, hemos obrado con él estas maravillas que los hombres y los ángeles admirarán, y que nosotros amaremos durante una eternidad entera, ya que en ella hay maravillas de naturaleza, de gracia y de gloria; en ella, que es Hija, Madre y Esposa del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo, que dieron, que dan y siguen dando en ella un testimonio eterno de su infinita caridad, porque Dios es amor. Quien vive en el amor mora en Dios. Mi Madre está sentada a mi derecha y yo a la diestra de mi Padre, donde se encuentran todos los deleites divinos de los que habla David: Me enseñarás el camino de la vida, hartura de goces, delante de tu rostro, a tu derecha, delicias para siempre (Sal_15_10).

Mi Madre y yo somos un todo de fuego y de ámbar para amar nuestra divinidad. Somos de fuego y de ámbar para amar nuestra humanidad y atraer a nosotros los hombres, que son de paja. El ámbar atrae a la paja, y la maravilla es que esta paja atraída por el ámbar no es consumida por las llamas de un Hombre y de una Mujer de fuego; al contrario, se conserva admirablemente en el horno de la divina caridad, que hace ver el efecto de mi oración. Todos los bienaventurados son convertidos y consumados en uno como mi Padre y yo somos uno por el Santo Espíritu, que es el lazo de unión y el beso en nuestra Trinidad, y el que procede de nuestra única voluntad, de la cual es el término inmenso. Querida hija, alégrate, aunque seas débil como la paja; nosotros somos de ámbar para atraerte a nosotros. Nuestro fuego ardió sin consumir cuando mi Madre me engendró en Belén. El fuego fue colocado sobre la paja y el heno, y es por ello que el Profeta Isaías recibió el mandato de clamar que toda carne era como el heno, y la gloria de la carne como la flor de los campos: Una voz dice: " ¡Grita!" Y digo: " ¿Qué he de gritar?" Toda carne es hierba y todo su esplendor como flor del campo. La flor se marchita, se seca la hierba, en cuanto le dé el viento de Yahvé pues cierto, hierba es el pueblo (Is_40_6s). La carne sobre la que sopló el Espíritu Santo es admirable en su privación de propio soporte, lo cual es hablar con toda propiedad al explicar este pasaje: Toda su gloria es como la flor del campo, (Is_40_6) y esta carne, privada de subsistencia humana, fue honrada por mi soporte divino, que jamás le quitará lo que una vez tomó; por esto, puedes exclamar: Mas la palabra de nuestro Dios permanece por siempre (Is_40_8).

Capítulo 66 - Que la sangre preciosa del Verbo Encarnado me rodea como una fosa, de la elección que hizo Dios de Su Eminencia Ducal, y el agrado que mostró por la castidad del Rey y como su divina bondad me dio cinco tierras en visión.

 [300] En el mes de agosto de 1634, estando en el confesionario después de haberme confesado, te complaciste, misericordioso Salvador mío, en felicitarme por las grandes gracias que me habías concedido y me concederías en el futuro, todas las cuales considero como venidas de tu bondad. Te doy las gracias por ellas, consciente de mi bajeza, que me confunde en presencia de tu Majestad, la cual, llevada de su divina caridad, me dijo que me había hecho templo suyo, y que establecería su Orden donde ella se agradará de habitar.

Al mismo tiempo, me hiciste ver un templo al lado de un castillo que parecía un palacio. Vi después una ciudad y todo estaba cimentado sobre una Roca. Los fosos que rodeaban todos estos bellos edificios estaban llenos de sangre, lo cual me asustó. Me dijiste entonces: " ¡No tengas temor! Estos fosos llenos de sangre no deben asustarte, porque están puestos para defender e impedir el acercamiento y la entrada de tus enemigos. Están repletos de mi sangre y de la sangre de los mártires, para hacerte ver el amor que tengo hacia ti. Mi cuerpo sagrado es el puente levadizo que te introduce cerca de mi Padre y del Espíritu Santo, que están conmigo [301] por concomitancia y consecuencia necesaria al Sacramento del Amor que recibes todos los días, para que puedas decir con el Apóstol: Teniendo, pues, hermanos, plena seguridad para entrar en el santuario en virtud de la sangre de Jesús, por este camino nuevo y vivo, inaugurado por él para nosotros, a través del velo, es decir, de su propia carne." (Hb_10_19s).

Tú tienes parte en la Comunión de los santos; eres como un árbol plantado no sólo cerca de la corriente de las aguas, sino de la sangre de los mártires, la cual corre a borbotones alrededor de la casa donde te encuentras. Si santa Inés se ufanaba santamente de que sus mejillas estaban adornadas con mi sangre, hija mía, repite con fuerza que tú estás resguardada, lavada, alimentada, enriquecida y embellecida con mi sangre y la de los mártires que son mis miembros gloriosos." Me dijiste muchas maravillas que no puedo recordar por ahora.

Algunos días después me hiciste comprender que, además, por medio de esos fosos de sangre, deseabas hacerme conocer que la paz no se lograría en mucho tiempo; que los pecados de los hombres atraían tu justa cólera, permitiendo guerras tan largas, que la sangre derramada mediante ellas sería suficiente para llenar fosos más grandes y profundos que los que me mostraste: Yahvé, da paz a nuestros días, pues no hay otro que luche por nosotros sino tú. Dios nuestro. El mismo año de 1634, el P. Carré, superior del noviciado de santo Domingo, en el barrio de san Germán de París, que me había confesado cuando estaba yo en la Ville l'Evêque, junto al convento san Honoré donde él estaba en este tiempo, me escribió suplicando te pidiera fervientemente por el Cardenal de Richelieu, y que le mandase la respuesta que me dieras [302] Yo quise obedecer y orar de una manera extraordinaria por Su Eminencia Ducal, por la que he pedido desde 1622 sin pedirte me comunicaras cosa alguna al respecto; cuando te place, me enseñas lo que deseas que yo aprenda.

Te hice ver que obedecía a este padre que había sido mi confesor, al cual me habías ordenado decir muchas cosas relacionadas con el establecimiento del noviciado del que es superior, las cuales pudo ver con claridad, procedían de ti por los efectos que producían. Te dije entonces: Señor, no tengo curiosidad de saber secretos, sean los que sean, pero ese padre pensará que, estando yo lejos de él no hago caso de lo que me dice por carta. Tu bondad, que conoce los corazones que no desean otra cosa que agradarte, obedeciendo a los que te representan, al ver el mío que no tenía sino el deseo de obedecer a ese padre para tu gloria, me hiciste ver una vara que reverdecía, diciéndome: "Hija, soy yo quien ha elegido al Cardenal de Richelieu como otro Moisés para gobernar a Francia y causar asombro de toda Europa. Con esta vara que has visto, él gobernará al pueblo. Haré ver mi poder en los ejércitos que mandará por medio de excesos maravillosos, de la misma manera en que ya he tomado por asalto y confundido los consejos congregados contra él; así como lo hice con el de Achitophel, destruiré a los que creará contra él en el futuro. El pasará el Mar Rojo de las contradicciones de los hombres y de los demonios. Yo mostraré que mi poderosa diestra obra más por su mediación, que la prudencia ordinaria y extraordinaria de un ministro de estado."

[303] "Hija mía, serás testigo de grandes maravillas, y por las victorias que concederé al Rey, sabrás que me complazco en su castidad, cuyos lirios son más bellos que toda la gloria de Salomón. Deseo apacentarme entre estos lirios." El R.P. Gibalin sabe que le comuniqué todo esto, lo mismo que Monseñor de Nesme, pues me pediste se los dijera en el mismo momento en que me lo revelaste, afín de que si el R. P. Carré perdía o rompía mi carta, de la que olvidé guardar una copia, hubiera dos testigos de todo lo que me dijiste: Pero bueno es ocultar el misterio del rey, y honroso, en cambio, revelar y alabar las obras de Dios (Tb_12_7).

Ya dije más arriba que jamás te he pedido me conduzcas por medio de revelaciones ni visiones, sino por el camino que es el más perfecto, y que me llevará más directamente a ti. Me dijiste un día: "Hija, No se trata de querer o de correr, sino de que Dios tenga misericordia (Rm_9_16). Me agrada llevarte yo mismo por el camino de las visiones. Te he hecho ver en el Verbo, que soy yo, el espejo necesario a mi Padre, el cual se ve en mí, que soy la figura de su sustancia, el esplendor de su gloria y la imagen de su bondad. Yo soy la alegría de estas visiones por mi raigambre en la región de los vivos; el Padre y el Santo Espíritu están en mí, viviendo la misma vida que yo vivo en ellos; mi Padre me engendra en las claridades eternas. La ve en mí y en mis pensamientos [304] todas sus divinas perfecciones. Soy tanto su visión, como su dicción, el vapor de su virtud, la emanación sincera de la divina claridad, el espejo sin tacha de la Majestad; yo produzco junto con él al Espíritu común, que es un Dios simplísimo en nosotros. Muchas veces te he elevado hasta la contemplación de la simplísima esencia y de las distinciones personales. He deseado instruirte acerca de la estructura de todo el ser divino y al enseñarte de esta suerte:

1 - Te he conducido a la tierra de visión que es la divinidad que vive en ti, y tú en ella.

 2 - Te he comunicado los misterios adorables de mi Humanidad, que has contemplado en diversas figuras, en diferentes visiones.

3 - Te he dado la Comunión diaria, que es una tierra de visión.

4 - Te enseño por la Escritura, que es un lugar de visión.

5 - Estableceré por tu medio mi Orden, que será una tierra de visión, lo cual ya has experimentado, y seguirás experimentando en el futuro.

 No permitiré que te equivoques; no me has pedido tú esta senda, y te he destinado para atraer otros a mí, y para ser guía de muchas almas. Cuando te mostré la corona de espinas colocada sobre un sol, disponía tu espíritu a contemplar y admirar esta maravilla. Te haré pasar por grandes contradicciones, de las que saldrás victoriosa en el tiempo designado por mi Providencia. Seré misericordioso con quien yo quiera; me apiadaré del que yo quiera apiadarme. Por tanto, no se trata del que quiere o del que corre, sino de Dios que tiene misericordia. Pues dice la Escritura a Faraón: Te he suscitado precisamente para mostrar en ti mi poder, y para que mi nombre sea conocido en toda la tierra. Así pues, usa de misericordia con quien quiere y endurece a quien quiere (Rm_9_14s).

Capítulo 67 - De la protección, misericordia y caridad de la divina bondad sobre mí, y de la alegría, confianza y favores que el Espíritu Santo me comunicó cuando Su Eminencia rehusó ejecutar la Bula.

 [305] "Hija mía, yo te protegeré en todo si eres constante y fiel en seguir mi voluntad. Mi Providencia te precederá y mi misericordia te seguirá todos los días de tu vida. Confía tu corazón a mi poder." Querido Amor, eres tan bueno como verdadero. Tengo puesta mi esperanza en ti, como en mi soberano Protector. Carezco de virtud; me confío a tu infinita caridad, que cubre la multitud de mis pecados, disimulándolos por la penitencia que tu amor producirá en mi corazón, el cual desea convertirse enteramente en ti con amorosa contrición por haber ofendido a una bondad infinita.

 "Mi bondad y mi Providencia te darán siempre signos para el bien y mi Espíritu te ayudará en tus debilidades. Él te fortificará y rogará contigo con gemidos inenarrables: El que escruta los corazones conoce cuál es la aspiración del Espíritu, y que su intercesión a favor de los santos es según Dios. Por lo demás, sabemos que en todas las cosas interviene Dios para bien de los que le aman (Rm_8_27s). Confía en las promesas que te ha hecho mi gracia, y cree, hija, que [306] las cumpliré. Abraham creyó y su fe le fue reputada en justicia. El creyó que le haría padre de multitudes. Lo hice Padre de los fieles que he bendecido en él. Pon atención a lo que de él dice mi Apóstol: Abraham, Padre de todos nosotros. Como dice la Escritura: "Te he constituido padre de muchas naciones: padre nuestro delante de Aquél a quien creyó, de Dios que da la vida a los muertos y llama a las cosas que no son para que sean. El cual, esperando contra toda esperanza, creyó y fue hecho padre de muchas naciones, según le había sido dicho: Así será tu posteridad. No vaciló en su fe al considerar su cuerpo ya sin vigor, tenía unos cien años, y el seno de Sara, igualmente estéril. Por el contrario, ante la promesa divina, no cedió a la duda con incredulidad; más bien, fortalecido en su fe, dio gloria a Dios, con el pleno convencimiento de que poderoso es Dios para cumplir lo prometido. Por eso le fue reputado como justicia. Y la escritura no dice solamente porque le fue reputado, sino también por nosotros, a quienes ha de ser imputada la fe, a nosotros que creemos en Aquél que resucitó de entre los muertos a Jesús Señor nuestro, quien fue entregado por nuestros pecados (Rm_4_17s). Que tu espíritu esté en paz, acércate a mi divino Padre por mí, con la confianza y la esperanza de hija de este Padre de misericordia, quien verá la paciencia que ejercitarás en las contradicciones; tu esperanza en él no será confundida. Su caridad se difundirá en ti por la inhabitación que el Espíritu Santo hará en tu corazón."

Querido Esposo, sé bien que me acaricias para prepararme [307] al sufrimiento: a punto está mi corazón, oh Dios, mi corazón a punto; voy a cantar y a salmodiar. ¡Gloria mía, despierta!; porque tu amor es grande hasta los cielos, tu verdad hasta las nubes (Sal_57_6s). Henos aquí en la fiesta del gran san Andrés, quien saludó la Cruz según sus amables inclinaciones, ya que esperaba, por su medio, entrar en posesión de su Soberano Bien. Se dirigió a ella con cumplimientos que podrían parecer piropos si no las hubiese dirigido a un madero, y si el santo amor no las produjera en labios de un enamorado que hablaba de la abundancia de su corazón, el cual estaba lleno de gozo, y se expansionaba en la tribulación.

Envío, porque así te place, la bula de tu Orden a su Eminencia, mi augusto prelado, por conducto del buen Padre Milieu, por el cual te rogué en el año 1633, cuando estuvo a las puertas de la muerte, después de que me mostraste en una visión el lugar donde se pensaba sepultarlo. Te pedí entonces que este padre no nos dejara tan pronto; es un santo que va creciendo en méritos.

Me diste a probar entonces unas muestras de la gloria que le preparabas. Te respondí que no ponía en duda la felicidad que le aguardaba en ti; que tu Providencia la seguiría conservando para él después de algunos años, y que te pedía un poco más de vida para que te sirviera aquí abajo. Concediste mi petición, por lo que te doy las gracias, oh mi benigno Salvador.

 Los Reverendos Padres Poiré y Gibalin supieron entonces por mí lo que digo al presente; el primero ya murió y el segundo aún vive. Lo consideraría indigno de la profesión que ejerce, si el afecto que siente hacia mí le llevara a mentir, pensando favorecerme al hacerlo. Temería que tu justicia hiciera de él y de mí un escarmiento ejemplar, si lo indujera yo a mentir. Espero que tú confirmarás tu misericordia sobre mí, y que tu verdad sobrepasará todo en [308] el tiempo y en la eternidad. Puedo repetir con el Apóstol que no recibí mi Evangelio de los hombres, y que nada he aprendido de ellos. Por que os hago saber, hermanos, que el Evangelio anunciado por mí no es de orden humano, pues yo no lo recibí ni aprendí de hombre alguno, sino por revelación de Jesucristo; Y en esto que les escribo Dios me es testigo de que no miento. No se creerá en lo que concierne a mi causa, que considero únicamente tuya (Ga_1_11s):

Diré lo que se puede probar mediante un tercer testigo, que es el R. P. Baltasar de Villard, jesuita, quien al presente es compañero del R. P. Milieu, provincial. El mencionado P. de Villard vino a verme en este día de san Andrés, y estando en mi pequeño recibidor me dijo: "Madre, ¡hoy parece estar muy alegre!" Le respondí: "Es Dios quien me colma de gozo mientras que el R.P. Milieu presenta nuestra bula a su Eminencia, el cual la rechazará. Si su Reverencia desea esperar una media hora en esta sala, será testigo de la aflicción del buen P. Milieu, quien vendrá a decirme con su acostumbrada humildad, encogido de hombros y como enteramente desolado, que otra persona podía hacer más que él, y que su Eminencia declaró que no puede ejecutar esta bula." El R.P. de Villard comentó: " ¿Se siente Ud. alegre al pensar en eso?" "Sí, Padre, al creerlo, que es mucho más que pensarlo únicamente, pues no sabría entristecerme cuando Dios me consuela y me previene del modo como lo ha hecho desde que me levanté [309] Usted, que es tan serio, podría acusarme de ligereza con justicia, si no supiera que por naturaleza no estoy inclinada al disimulo, y que no deseo ocultar a su Reverencia el contento interior que siento por la presencia de Aquél cuya compañía echa fuera y aleja todos los disgustos, trocándolos en consuelos." Todavía estaba hablando, cuando llegó el R.P. Milieu. Entró humillado, como ya dije, encogido de hombros, afligidísimo, como si hubiera sido él la causa de lo que, según pensaba, me apenaría; pero quise prevenirlo con palabras alegres que procedían del corazón que tú llenaste de gozo, diciéndole: "Mi buen Padre, Dios quiso que Ud. hiciera este acto de caridad al presentar la Bula. Si el mismo Dios, por razones que él sabe, no permitió que recibiera Ud. la respuesta que su piadoso celo hubiera deseado y merecido, no por ello piense ser indigno de esta gracia: el corazón de Su Eminencia está en sus manos. Él lo inclinará a lo que él desea; ¡que se haga su voluntad! El R.P. de Villard, a quien ve aquí presente, puede confirmarle que no esperaba otra respuesta sino la que me trae. Suplico a S. R. crea que estamos en gran deuda con su caridad, y que ninguna otra hubiera progresado más que ella, pues la hora del establecimiento de la Orden del Verbo Encarnado no ha llegado todavía."

[310] Al día siguiente, primer día de diciembre, asistiendo a la santa misa, te plugo enviarme a tu divino Espíritu en forma de paloma, pero no sobre mi cabeza como la víspera de Pentecostés, en 1625, estando todavía en casa de mi padre, y que espantó a la sirvienta que me peinaba, obligándola a detenerse hasta que la paloma hubo desaparecido; sino sobre mi corazón, en forma de escudo, cubriendo con sus alas mi pecho para protegerme.

El sacerdote que decía la misa era Mons. Nesme, a quien comuniqué, al concluir esta visión, lo cual le llenó de alegría. Hacia el mediodía, el P. Gibalin me escribió una nota para enterarse de la aflicción que el rechazo de Su Eminencia al P. Milieu me había causado. Le contesté con otra nota, diciendo que mi espíritu estaba en tan perfecta calma como el lecho del divino Salomón, custodiado por 60 fuertes de Israel, quien no permitió al demonio ni a la tristeza acercarse a mí con sus tinieblas; que adoraba yo la Providencia que mantenía el corazón de Su Eminencia a su disposición para inclinarlo a su voluntad; que no se afligiera en vano por aquella que estaba bajo la protección de Dios, que se complace en favorecerla con excesos de amor que le es difícil expresar.

Hacia las seis de la tarde, al verme libre de todas las ocupaciones que me impedían ir a la oración, subí de mi cuarto a la iglesia para adorar al que me concedía tantas gracias. Su bondad me previno, por así decir; Aquél que está en todas partes por su inmensidad, me salió al encuentro con tanto amor, que me asombraba y me extasiaba por la dulzura de las delicias con las que llenaba mi alma, absorta y sumergida en el torrente de su divino apasionamiento. Escuché: La pequeña fuente, crece hacia el río y la luz se ha convertido en grande sol, y alimentará muchas aguas (Est_10_6).

"Mi bien amada, tú eres esta fuentecilla que crecerá hasta convertirse en un gran río y como un sol que [311] alumbrará la Iglesia. Este río de mis gracias se extenderá en ésta con abundancia de ciencia y de elocuencia. El Santo Espíritu se ha puesto sobre tu corazón a modo de escudo, para recibir y reparar él mismo los golpes que tus enemigos desearán descargar sobre ti; alégrate a la sombra de sus alas, hija mía, adhiriéndote a su bondad. Mi diestra te lleva asida para hacerte insensible a todas las contradicciones; quien te toque, tocará la niña de mi ojo, que está amorosamente fijo en ti."

Querido Amor, puedo decir con razón: Y yo exulto a la sombra de tus alas; mi alma se aprieta contra ti, tu diestra me sostiene (Sal_63_8s). "Hija mía. He aquí que yo pongo por fundamento en Sión una piedra elegida, angular, preciosa y fundamental: quien tuviere fe en ella no vacilará (Is_28_16). No pertenece sino a ti Salvador mío, colocar los cimientos de tu Instituto, que será fundado sobre ti, que eres la piedra angular y preciosa. Habiéndome prometido y jurado en tu bondad y por ti mismo que establecerías tu Orden, creo que así lo harás; por ello no me apresuro: Quien cree, no se precipita (Is_28_16).

Capítulo 68 - Que el viaje de Su Eminencia ocasionó que las que el Verbo Encarnado no había llamado a su Congregación se salieran; el propósito y los votos de estabilidad que él inspiró a las que llamó.

 [312] A partir del día de san Andrés hasta la Cuaresma del año 1635, tus liberalidades hacia mí parecieron cambiar de nombre; antes eran excesos y si me lo permites, ahora las llamo prodigalidades, previniendo así el disgusto que tendría, viendo que Su Eminencia se fue a Roma sin dirigirnos una palabra amable. Muchos, como los Apóstoles, la pedían por nosotras, sin que yo se los hubiera pedido, pues yo no deseaba provocar el enojo de nuestro prelado con nuestras importunidades. Una cosa me hirió en el corazón: el saber que había dicho a Mons. Su gran Vicario quien le habló de nosotras siguiendo la recomendación que Su Eminencia le hizo de todas las religiosas de su diócesis: "Estas no cuentan."

Recordé las palabras de Oseas. ¿Por qué? Señor, me apropias estas palabras: Ponle el nombre de no-compadecida, lo mismo que a todas tus hijas: No-mi-pueblo (Os_1_6s). Viéndome afligida, me dijiste: "Consuélate, [313] hija mía, Yo soy el buen pastor, y conozco a mis ovejas y las mías me conocen a mí, como me conoce el Padre y yo conozco a mi Padre y doy mi vida por las ovejas (Jn_10_14). Valor hija mía, acércate a mi costado; mira mi corazón que se abre para ti. Vengo a ti con abundancia de gracia: Apacentaré a mis ovejas y las haré recostar (Ez_34_15).

No se había alejado Su Eminencia más de tres leguas de Lyon, cuando los padres de mis hijas tomaron la resolución de sacarlas, y otras que carecían de padres que ejercieran su autoridad sobre ellas, no tuvieron el valor de esperar el regreso de Su Eminencia. Estando en oración, me dijiste: "Hija, no te aflijas por las jóvenes que saldrán; el dragón sacará la tercera parte de ellas, como lo hizo con los astros del cielo. Las jóvenes que arrebatará hubieran sido cometas de mal agüero en mi Orden, más bien que estrellas. No hagas nada ni trates de impedir su salida, y tú verás cumplirse la verdad de lo que te digo."

Querido Amor, hay una a quien prometí no despedir, y que tiene el valor de aspirar a la perfección. "Dices bien, pero será para darte disgustos que no podrías sufrir; yo mismo la sacaré, y en el lugar donde estará sufrirá para obtener la humildad." [314] No había llegado aún la Pascua, cuando de treinta hermanas no quedaban sino 20 exactamente, según tu palabra, lo cual admiró al P. Gibalin. Le hice esta observación: "Padre, reuní al pequeño rebaño que me queda, y les dije: Hijas y hermanas mías, han visto Uds. que el Sr. Cardenal no ha prometido hacernos religiosas. Informó al Archidiácono, Mons. de Gilbertes, que deseaba investigar en Roma de qué manera fue concedida nuestra bula. Esto no significa que nos hará religiosas ni tampoco que no lo hará a su regreso. Les recomiendo rueguen por él, como siempre lo hemos hecho. Su viaje fue Providencial para la Orden, porque Nuestro Señor lo dispuso para proporcionar un pretexto justo y aparente a las que no deseaba tener en su Orden, de salir por iniciativa propia, afín de librarme de las penas que me hubieran dado. De ellas no les diré otra cosa, sino que no eran para esta Orden. Entre ellas había algunas con dotes más ventajosas que las de ustedes, pero esta circunstancia no me inclinó a retenerlas; vean si, con lo poco que [315] tienen ustedes, las recibirían en otros monasterios. Pidan a sus familiares que soliciten un lugar, no me parecerá mal; manifestaría la satisfacción que me dieron ustedes mediante su obediencia, y a qué grado están deseosas de practicar la virtud y de caminar hacia la perfección; si las rechazan después de que sus familias hayan hecho los trámites, y si ustedes desean permanecer en la Congregación, las retendré, aunque parte de ustedes no posea nada, y algunas otras muy poco en comparación de lo que se requiere, hoy en día, para que una joven pueda ser recibida en los conventos de Lyon."

Querido Amor, al decir esto, tenía en mente lo que escribió san Juan, cuando gran parte de tus discípulos te dejaron mientras enseñabas en Cafarnaum: Muchos de sus discípulos, al oírle, dijeron: "Es duro este lenguaje. ¿Quién puede escucharlo?" Desde entonces muchos de sus discípulos se volvieron atrás y ya no andaban con él (Jn_6_60s).

 La Hna. Isabel Grasseteau, como un segundo san Pedro, dijo muy fuerte: " ¿A quién iremos, Madre mía? Yo, que dejé todo por seguir a usted, no puedo abandonarla; ¡moriría de aflicción al separarme de usted!" Se arrodilló entonces a mis pies y las demás hicieron lo mismo, diciéndome [316] que no deseaban dejarme, ni querían tener a otra por madre; que tratarían, mediante su obediencia, de reconocer la amorosa caridad que tenía yo hacia ellas. Dios de mi corazón, ¡qué feliz se sintió mi espíritu al ver que las que tú llamabas estaban resueltas a seguirte y de amarse, como lo hacen, en tu dilección!

Al enterarse el R.P. Gibalin de su firme resolución, se sintió feliz. Les dio los ejercicios, que hicieron con tanto fervor, que muchas de ellas hicieron el voto de castidad y de perseverancia en la Congregación sin comunicármelo, aunque sí al Padre Gibalin, quien me advirtió de ello el día de tu Ascensión, o de la fiesta de tu Cuerpo sacrosanto, exhortándome a hacer lo mismo, a lo cual me resistí un poco, por razonamiento. Culpaba al que les dio permiso sin mi conocimiento, diciéndole: "Pero ¡qué! Padre, es verdad que amo a mis hijas, y que no las despediré mientras sigan demostrando la buena voluntad que tienen; sin embargo, lo que hago no conlleva obligación alguna para mí; sus votos les obligan sólo a ellas, pero eso necesita caritativamente mi aprobación, que significa el alimentarlas y sostenerlas de por vida: a unas, en todos sentidos; a otras, en parte.

"Usted y ellas tienen razón: usted por caridad [317] y ellas por devoción y necesidad en todo lo que usted les permitió hacer. En cuanto a mí, no hago mal en decirle a usted la carga que me echaré a cuestas." La respuesta del padre fue: "Madre, tiene usted un corazón compasivo para rehusar la caridad a sus hijas, por la que siempre estarán agradecidas; veo su buen corazón, que las recibe en el amor. El Verbo Encarnado y sus ángeles le prometieron todo lo que será necesario para su Orden." Él decía verdad, pues mi alma estaba tan unida a la de mis hijas como la de Jonatán lo estuvo a la de David.

Nuestra Hna. Isabel no emitió este voto. Dije al R.P. Gibalin: "Si mi Hna. Isabel desea hacerlo, consentiré en ello." Habiéndola interrogado al respecto, me dio esta respuesta: "Madre mía, es tal mi resolución de no dejar la Congregación ni a usted, que no tengo necesidad de pronunciar el voto de perseverancia." "Y yo, hermana mía, le respondí, tengo tanto valor, que me parece que el Padre ofende mi generosidad al tratar de persuadirme para que haga el voto de cumplir un designio que el Verbo Encarnado me ha ordenado lleve a su realización, y que me obligaría, aún cuando no fuera sino por consideraciones de orden moral, a no parecer inconstante en un proyecto que es en sí moralmente bueno y laudable [318]. Añada a todo esto la consideración de la gloria de Dios y las obligaciones que tengo de seguir las mociones que para este fin me ha concedido y sigue concediéndome continuamente. Pienso que esto sería pecar contra el Santo Espíritu, quien me hace conocer que es su voluntad santificar, por medio de este Instituto, a muchas jóvenes que entrarán a la Orden. Consultemos al padre, pues nos promete celebrar misas como preparación a este voto hasta el día de la Transfiguración." Él nos prometió todas las que no serían de obligación. Al llegar el día de la octava, me confirmaste que era de tu agrado el que impulsara el espíritu de nuestra Hna. Isabel a hacerlo, y que también yo me resolviese a ello. Así lo hice, al saber que era de tu agrado.

Éramos diez, lo cual me admiró, pues éramos igual en número a los diez primeros padres de tu Compañía. Oh mi divino Jesús, te hablé así: "No pertenecemos al sexo que podría adjudicarnos esta profecía, explicada y aplicada místicamente a estos diez padres jesuitas: En aquellos días, diez hombres de todas las lenguas de las naciones asirán por la orla del manto a un judío diciendo: "Queremos ir con vosotros, porque hemos oído decir que Dios está con vosotros." (Za_8_23).

Tampoco quisimos aplicarnos la parábola de las diez vírgenes, por haber en ella cinco necias, a quienes faltó el aceite por culpa suya, lo cual fue ocasión para que les dijeras que no las reconocías como tuyas. [319] Nosotras no rehusamos tomar la orla de tu vestidura, como la hemorroisa, con la confianza de que nos librarías del flujo de nuestra sensualidad e imperfecciones naturales, esperando que tu amor producirá su virtud en nosotras, la cual es caridad y nos urgirá a estimar como el mayor favor poder morir por ti, que moriste por nosotras, o al menos mortificarnos por tu amor todos los días de nuestra vida. Providencia adorable, podría decirte que antes dejarías el mar sin agua que abandonar mi espíritu en la sequedad, produciendo en él continuos arroyuelos de bondad por medio de tu Escritura santa.

Me dijiste: "Querida hija, la Escritura santa, que es mi código, se ofrece a ti para decirte que las diez hermanas que hicieron sus votos de castidad y de perseverancia esta mañana me agradan tanto como mi salterio de diez cuerdas, pero deben permanecer en mi Orden unidas en caridad."

Amor muy querido, tu real Cantor nos invita con estas palabras a cantar tu alabanza: Dad gracias a Yahvé con la cítara, salmodiad para él al arpa de diez cuerdas; cantadle un cántico nuevo, tocad la mejor música en la aclamación. Pues recta es la palabra de Yahvé, toda su obra fundada en la verdad; él ama la justicia y el derecho, del amor de Yahvé está llena la tierra (Sal_33_2). Hija mía, el Profeta te dice que yo soy la rectitud misma. Soy el Verbo divino y la Verdad Eterna que hará realidad, por la fe que te he dado, todo lo que prometí. Amo, por mí mismo, el hacer misericordia y juicio a mis creaturas, así como por naturaleza soy bueno y justo hacia ellas. Ustedes se entregaron a mí con votos, y yo me doy a ustedes por amor, lo que llamo justa recompensa. Esto es del agrado de mi bondad, que por misericordia vence al juicio, pues desea colmarlas de sí mismo: Del amor de Yahvé está llena la tierra. Por la palabra de Yahvé fueron hechos los cielos por el soplo de su boca toda su mesnada (Sal_33_5s). Por el Verbo divino fueron asentados los cielos [320] y por su Espíritu de Amor, que es el espíritu de su boca, fueron adornados de virtudes; estos cielos son los ángeles engalanados de gracia y de gloria. "Hija, yo confirmaré lo que he designado desde toda la eternidad: es mi Orden. Ten confianza."

Capítulo 69 - La respuesta que el Verbo Encarnado me dio al preguntar yo cuándo establecería su Orden y cómo me prometió que su amorosa Providencia haría nacer mi gloria de mis humillaciones.

 Al considerar los desprecios y sufrimientos de tus hijas mientras perseveran en la Congregación esperando llegar a ser religiosas, te dije: "Señor, ¿Cuándo será que tu Providencia establecerá esta Orden?" Tu Majestad me respondió como sonriendo: "Me preguntas lo mismo que mis discípulos cuando quise subir al cielo: Señor, ¿es en este momento cuando vas a restablecer el Reino de Israel? (Hch_l_6). Hija mía, yo les respondí: a vosotros no os toca conocer el tiempo y el momento que ha fijado el Padre con su autoridad, sino que recibiréis la fuerza del Espíritu Santo, que vendrá sobre vosotros, y seréis mis testigos en Jerusalén, en toda Judea y Samaría, y hasta los confines de la tierra (Hch_1_7s). Después de haberles hablado así, me vieron subir al cielo para tomar posesión de mi gloria. Partí del mismo lugar donde recibí una tristeza y una turbación indecibles cuando mi propio discípulo me entregó a mis enemigos, a la hora en que el infierno y los espíritus de las tinieblas tenían levantada la mano para ejercer su poderosa crueldad sobre mí. Fue por ello que dije a los judíos: Esta es vuestra hora y el poder de las tinieblas (Lc_22_53). Yo me ofrecí a mi Padre para cargar con todas las maldiciones, como un novillo expiatorio. La confusión que sentí al verme cargado con pecados que mi divino Padre aborrece por esencia (así como por esencia es amor) fue tan grande, que, intimidado por ella, y el respeto y reverencia que tributo a mi Padre, me doblé y pegué mi rostro [321] contra la tierra, como si este elemento hubiera sido capaz de cubrir la vergüenza que me causaban los pecados.

"Hija, mi angustia fue tan grande, que por ella sudé sangre, viéndome reducido al estado que anunció el Profeta Isaías: No tenía apariencia ni presencia; le vimos y no tenía aspecto que pudiésemos estimar. Despreciable y desecho de hombres, varón de dolores y sabedor de dolencias, como uno ante quien se oculta el rostro despreciable, y no le tuvimos en cuenta. Y con todo eran nuestras dolencias las que él llevaba y nuestros dolores los que él soportaba. Nosotros le tuvimos por azotado, herido de Dios y humillado (Is_53_2s).

 "Hija, mi sabiduría escogió el Monte de los Olivos para recibir en él la más grande ignominia. Fue ahí donde se me arrestó como a un ladrón, y donde se rodeó con una soga el cuello de mi bondad. En este mismo lugar quise mostrar mi gloria a los míos, partiendo de ahí al cielo. Convertí este sitio en escabel de mis pies adorables, dejando en él sus huellas sagradas, y no permitiendo que fuera cerrado, sino que siguiera siempre abierto para asegurar a mis predilectos que siguen en la tierra, que me complazco en este lugar, por ser el principio de su gloria, pues yo recibí la mía desde el limbo y el sepulcro. Consuélate, hija mía; también tus hermanas. Te prometo que, desde el lugar donde se te humilla, haré brotar tu gloria de las personas mismas que parecen afligirte y despreciarte. Haré adorar el escabel de mis pies en esta Congregación; te haré tan grande, que se verá que soy yo quien obra esas maravillas, levantando a quienes los hombres abajan. [322] Estas elevaciones nacerán de tus humillaciones. No tengas otra preocupación sino el recibir la plenitud del Espíritu Santo, que te revestirá del poder de lo alto.

"Sabes bien que careces de él aquí abajo, y que atribuyes todo socorro a mi bondad, la que hace parecer como si me divirtiera y riera contigo al escuchar lo que me dices: '¿En qué tiempo establecerás tu Orden?' No deseo que te aflijas con estos pensamientos. Yo me encargo de esta fundación, tal como mi Madre y yo te lo hemos asegurado. Me preguntas cuándo estableceré mi Orden. Deja eso a la poderosa presciencia y Providencia de Dios que te ama y escucha lo que te digo acerca del reino de Israel: ya estaba establecido cuando mis discípulos me hicieron esas preguntas, pero no como lo imaginaban.

"Ellos pensaban que este reino sería exteriormente glorioso como el de Salomón y que el pueblo judío sería restaurado con sus antiguas magnificencias. No conocieron ellos con claridad mi reino espiritual sino hasta después de la venida del Espíritu Santo, el cual les manifestó mi reino y todas las verdades que les prometí después de que recibieran a este divino Paráclito. El Santo Espíritu vino a confirmar mi reino; por fin nació mi Iglesia. El vino para gobernarla y para fortalecer a mis Apóstoles y a mis discípulos, [323] concediéndoles, con las lenguas de fuego, la ciencia y la intrepidez necesaria para anunciar mis palabras, el poder de obrar signos y milagros que asombraban a todos los que se encontraban ahí como espectadores y como oyentes de la sabiduría que él les concedió junto con el don de hablar las diversas lenguas. De todos aquellos que estuvieron en Jerusalén en el día de su descendimiento, majestuoso y glorioso a causa del fuerte viento y las lenguas de fuego que se colocaron sobre cada uno de ellos, llenando la casa donde se encontraban, ¿Quién no se hubiera sentido presa de admiración al escuchar a los tímidos e iletrados anunciar en voz alta las maravillas del Dios Hombre, a quien los Pontífices y los Reyes habían despreciado y hecho clavar sobre una Cruz que consideraban infame?

 "Querida hija, me preguntaste cuándo será que te establecería como mi reino delante de los hombres. Ya lo está en ti, donde he sido constituido Rey por mi Padre, como en mi Sión y mi Jerusalén pacífica. Tú eres mi ciudad, donde he constituido mi fortaleza. He colmado tus debilidades con mis grandezas; mi humanidad y mi divinidad reposan en ti; he edificado en tu alma mi templo. [324] ¿En qué consiste el Reino de Israel si no en reinar con Dios y contemplar sus bondades inclinadas a derramarse en ti con tanta abundancia que luchamos casi continuamente, pero con una lucha que te da mayores ventajas de las que obtuvo Jacob cuando forcejeó conmigo, estando yo escondido en el ángel? Nuestra lucha consiste en que tú insistes en demostrarme que eres indigna de mis grandes caricias, y en que yo deseo convencerte de que mi amor hacia ti las ha merecido, y que no puede reprimirlas sin resistir a las inclinaciones de mi bondad. Yo no me retiro al llegar la aurora, pues soy el Sol Oriente, que desea iluminarte hasta el mediodía, con el puro amor y la caridad perfecta; en lugar de debilitar los nervios, deseo fortalecer tu espíritu. No deseo retirarme después de haberte dado mi bendición, sino que deseo permanecer en ti como Dios de bendición. Baruc 3 predijo que vendría yo a la tierra a conversar con los hombres, después de haber enviado y llamado a las estrellas, que están prestas en todo momento a la ejecución de mis órdenes.

 "Hija, estas estrellas son mis ángeles, que tienen la comisión de visitar a los hombres según mis órdenes, ajustándose a la ley de la naturaleza, la ley escrita, y sobre todo, una vez iniciada, a la ley de la gracia, anunciándoles mi voluntad por medio de apariciones visibles."

Querido Amor, escucho lo que me enseñas por este Profeta: Brillan los astros en su puesto de guardia llenos de alegría, los llama él y dicen: ¡Aquí estamos! y brillan alegres para su Hacedor (Ba_3_34s). Ellas dicen con este vidente, que tú las creaste: Este es nuestro Dios, ningún otro es comparable a él (Ba_3_36). Eres tú quien, por su medio, enseñas tus caminos a Jacob tu hijo, y a Israel tu bien amado [325] después de que estos ángeles lo hubieron instruido .de tu voluntad, tú mismo viniste para hacerte visible a los hombres y conversar con ellos. La Iglesia así lo cree, y yo con ella, pues por tu gracia tengo la dicha de ser su hija, pero poseo tantas seguridades, que te ruego me permitas preguntarte: "Señor, ¿es posible creer cuando se ven tantas maravillas?" Me respondiste que se trata de la fe iluminada por el Padre de las luces, que fue concedida al Príncipe de los Apóstoles, cuya octava solemnizamos hoy, así como la claridad comunicada a su colega, y que me equivocaría al separarlos, puesto que la Iglesia, guiada por el Santo Espíritu, los une en la misma solemnidad.

OG-01 Capítulo 70 -Del amor que tiene el Verbo Encarnado por los hombres, dándose a ellos en el Santísimo Sacramento, amor explicado por las palabras del cuarto capítulo de Baruc y del mismo Verbo Encarnado a san Juan 

¿No es suficiente, oh Enamorado de la humanidad, el haberle concedido este favor durante el tiempo que estuviste en misión para obrar la copiosa redención, sin quedarte además en el Sacramento de Amor, donde pareces ocultarte para mejor darte a conocer, perdiendo tu esplendor? Este velo no es sino un crespón que amortigua o desluce tus rayos, haciendo tu presencia menos impresionante para permitir el trato familiar con Aquél que es Dios oculto y Salvador. Tu amor, que se basta a sí mismo, igual que tu divinidad en su intimidad, no se contentó con permanecer en la inmensidad de su divina suficiencia. Quiso salir fuera de sí mismo, permíteme la expresión, para comunicarse a la humanidad mediante una iniciativa que no procede sino de él.

¿Quién se hubiera atrevido a imaginarla, si no la hubiera manifestado él mismo, mediante los resplandores de sus propias llamas, a quienes se digna visitar? [326] Verbo Encarnado, en este Sacramento permaneces como extasiado. No hablas en él como un hombre; dices ahí maravillas, como Dios, a quienes acaricias como a tus queridas hijas y esposas amadísimas, a quienes enseñas las leyes de la amorosa dilección y los caminos de vida sin los cuales moriríamos. La ley que subsiste eternamente: todos los que la retienen alcanzarán la vida (Ba_4_1). La esposa que mora en ti y tú en ella, ha entrado a la verdadera vida que prometiste a los que comulgaran según tus intenciones: La ley que subsiste eternamente: todos los que la retienen alcanzarán la vida, más los que la abandonan morirán (Ba_4_1).

Habla, Verdad infalible, por tu propia boca, y aprópiate esta profecía de Baruc mediante tu divina palabra y tu augusto Sacramento, que encierra la vida eterna, el memorial de todas tus maravillas, la derogación de todas las leyes; es la consumación de la ley del amor; es el amor divino y la vida divina. Este es el pan que baja del cielo, para que quien lo coma no muera. Yo soy el pan de la vida. Yo soy el pan vivo, bajado del cielo. Si uno come de este pan, vivirá para siempre; y el pan que yo le voy a dar, es mi carne por la vida del mundo. El que come mi carne y bebe mi sangre, permanece en mí, y yo en él. Lo mismo que el Padre, que vive, me ha enviado y yo vivo por el Padre, también el que me coma vivirá por mí (Jn_6_48s). El que no coma la carne del Hijo del hombre, apoyada sobre la naturaleza del Verbo, y el que no beba su sangre, apoyada por esta divina hipóstasis, no tendrá en él su vida divina [327].

 En este sacramento, el Verbo Encarnado es el Libro de la vida. El es el libro de los mandamientos de Dios. El es Dios, el mismo que los hizo y los dio. El es el Hombre que los observó con toda perfección. El es la ley del amor mediante la cual los hombres viven si la guardan en ellos. El producirá en ellos la vida eterna. La ley que subsiste eternamente: todos los que la retienen alcanzarán la vida, más los que la abandonan morirán (Ba_4_1).

"Hija mía, continúa explicando lo que sigue." Querido Amor, lo haré por medio de tu Espíritu, ya que insistes en ello: Vuelve, Jacob, y abrázala, camina hacia el esplendor bajo su luz. No des tu gloria a otro, ni tus privilegios a nación extranjera (Ba_4_2s). Queridísimo Amor, si Pablo se afligía ante la dureza de sus hermanos según la carne, que no quisieron aceptar tus amonestaciones; yo me aflijo con él por los hijos de Jacob, que no siguieron las enseñanzas de este profeta. Desdeñaron su mensaje. Cedieron toda su gloria y su dignidad a los gentiles; ellos solos se decían bienaventurados por tener a su Dios cerca de ellos, y que entre todas las naciones ninguna otra tenía el privilegio de la nación judía; estos hijos de Jacob se negaron a seguir el camino de la vida. Rehusaron caminar en su esplendor.

No quisieron aprisionar su entendimiento bajo [328] la acción de la fe ni avanzar por los rectos senderos del Verbo Encarnado: Camina hacia el esplendor bajo su luz (Ba_4_2). No aceptaron creer que él podía dar su carne como alimento y su sangre como bebida, pero de un modo espiritual. No tuvieron fe en que Aquél que les hablaba como hombre y que obraba milagros como Dios, fuera el Mesías, cuyo esplendor vislumbraban a través de sus grandes signos y por su doctrina, que no podían proceder de un hombre ordinario. Vino a los suyos, y los suyos no lo recibieron.

Los gentiles poseen su gloria y su dignidad; los verdaderos católicos caminan por la ley de tu esplendor bajo la luz de los sentidos, la cual falla en la consideración de este augusto Sacramento y en varios misterios tuyos. Al adorarlo como lo ordena la Iglesia, cantan al unísono con ella en gozo y sumisión de espíritu, arrebatados de admiración ante este misterio.

El Verbo hecho carne, por su palabra hace de su carne verdadero pan, y el vino se convierte en sangre de Cristo, y si nuestros pobres sentidos no lo perciben, la fe es suficiente para cerciorar de ello al corazón puro.

Ellos reconocen el exceso de amor que te llevó a darte en la noche de la Cena, después de haber comido el cordero Pascual y observado todas las prescripciones de la ley. [329] Ellos creen que, por tu palabra todopoderosa, cambiaste el pan en tu cuerpo y el vino en tu sangre, y aunque sus sentidos son incapaces de conocer estos grandes misterios, sus corazones, encendidos de tu amor, afirman que la fe es suficiente. Con esta viva fe se acercan a tus altares, adorando con amor y reverencia tu cuerpo, tu alma y tu divinidad; el todo velado bajo las Especies.

Ellos no se resisten a dejar cautivo su entendimiento bajo la acción de la fe. Adoran lo que no pueden comprender, y creen lo que no pueden ver con los ojos corporales. Caminan por la vía de tu divino esplendor, que es el don de la fe, el cual es contrario a los sentimientos y razonamientos humanos. Obran según el consejo del Profeta Baruc a Jacob: Vuelve, Jacob, y abrázala (Ba_4_2). Ellos se unen a ti para convertirse en ti, según lo que dijiste a nuestro Padre san Agustín, que no convertiría este pan en su sustancia, sino que sería convertido en ti. Vuelve, Jacob, y abrázala, camina hacia el esplendor bajo tu luz (Ba_4_2). Ellos reciben este divino Sacramento en el camino que es para ellos una senda de amor y de vida. Con la luz de la fe, caminan contra la luz de los sentidos que les diste para guiarse en la tierra. Ellos creen que tu [330] cuerpo sagrado se encuentra todo en un fragmento, y que no está sujeto a ser dividido cuando el sacerdote rompe y fragmenta las Especies. Ellos creen que es un verdadero cuerpo, aunque no tenga en este Sacramento su extensión local ni su cuantitatividad exterior. Ellos creen que se encuentra en este augusto Sacramento a manera de espíritu impasible, inmortal y glorioso, que el Padre y el Santo Espíritu te acompañan en él por concomitancia y continuidad necesaria, que tú has podido hacer creíble esta maravilla, oh esplendor de la gloria del Padre, y que haces caminar, o mejor dicho, volar, mi espíritu por ti mismo, por tu esplendor en la nube de la fe, contra la claridad que concediste a mis sentidos.

Mi espíritu no tiene dificultad alguna al ser llevado por el viento del tuyo e iluminado por tu luz, para sobrepasar la luz natural de mis propios conocimientos. El es Jacob, suplantador de todo lo que es bajo. Está unido a ti, que pareces estar en este Sacramento como vencido por mi amor, sumiso a lo que me agrada. Jamás un religioso mostró una obediencia semejante: tú obedeces a todos los sacerdotes. Cuando te dejan en algún lugar que no deseo nombrar, guardas en él una pobreza sin par, revestido y sostenido por un fragmento casi imperceptible.

 Tu castidad es admirable, por ser un cuerpo a manera de espíritu. Jamás existió una clausura más estrecha, ni tan perfectamente guardada y observada. Tu esplendor fabricó en ella un camino que va contra su propia luz (permíteme expresarme así) para poder unirte a nosotros: Camina hacia el esplendor bajo su luz (Ba_4_2). Deseas, al permanecer [331] visiblemente en la tierra, que la bondad de nuestro Padre celestial haga brillar su sol tanto sobre los malos como sobre los buenos, por lo que te digo que tu excesiva caridad te llevó a instituir el divino Sacramento, al que has bajado como el sol a nuestro horizonte, y donde haces brillar tu misericordia sobre todos; y donde, aún en detrimento de tu luz y tu esplendor, entras en las almas que te ofenden y que son otros Judas.

En este rasgo veo tu benigno esplendor penetrar dentro del traidor contra la luz de tu conocimiento: Camina hacia el esplendor bajo su luz (Ba_4_2). Si san Pablo no hubiese percibido esta incomprensible caridad, la humanidad difícilmente habría podido darse cuenta de las ofensas que te inflige al recibirte en pecado en este Sacramento en el que tu exceso de amor te lleva a entrar en ellas: Camina hacia el esplendor bajo su luz, (Ba_4_2) sabiendo que las almas que te recibirán se obstinarán hasta llegar a ser réprobas y te ofenderán todavía más después de haberte recibido.

Capítulo 71 - Como la divina bondad me ha favorecido con las ventajas de Benjamín; de la vista de un admirable triunfo del Rey y de los Príncipes, sus hijos, todo conducido por celestiales conocimientos; y como la divina sabiduría me consoló y me encargó de encomendarle estos triunfadores.

Al expresar de qué manera te entregaste en este Sacramento de Amor: Camina hacia el esplendor bajo tu luz, (Ba_4_2) hice una digresión muy grande en contra de la brevedad que me propuse en esta narración. El esplendor de tu [332] caridad me hizo obrar contra la luz de la prudencia que deseaba yo tener para no resultar tediosa mediante una larga prolijidad. Tu Majestad me enseña la paciencia: contra mi voluntad, este Capítulo resultó apropiado para que la ejerzan quienes lo lean. Podrán constatar aún más tu bondad y longanimidad, que perdurará en este Sacramento: todos los días, hasta el fin de los siglos. Cuidarán de no seguir ofendiéndote en este amoroso Sacramento, por temor a desagradarte y acumular un tesoro de ira para el día de la justa venganza.

No te contentas con acariciarme en la mañana al comulgar, tomando mi presa y mi porción, ni por la tarde, al hacer lo que Jacob dijo de Benjamín: repartir los despojos de tus victorias entre todas tus iglesias: Benjamín, lobo rapaz, de mañana devora su presa, y a la tarde reparte el despojo, (Gn_49_32) presentando para ello a la Triunfante tus méritos, para incrementar el gozo accidental; a la Militante, gracias justificantes; y a la Sufriente indulgencias, afín de que con ellas sean liberadas gracias a tus méritos. Benjamín dijo: Querido de Yahvé, en seguro reposa junto a El, todos los días le protege, y entre sus hombros mora (Dt_33_12). Durante la noche continúas colmándome de tus favores y conversando conmigo entre delicias que más pueden sentirse que expresarse: La noche sea en torno a mí un ceñidor (Sal_138_1).

El 25 de agosto de 1635 o 36, a eso de las tres de la madrugada, tuve visiones admirables. Mi divino Jesús, me pareció estar en espíritu cerca de la iglesia del Colegio de tu Compañía en Roanne, la cual está dedicada a san Miguel, Príncipe de tu milicia celeste. Vi ahí una multitud de personas atentas a considerar un maravilloso triunfo, en el que percibí a dos jóvenes príncipes, entre los diez y doce años de edad, de una belleza sobrehumana. Los dos reales mancebos iban montados sobre dos caballos blancos como la nieve; sus monturas tenían un aire misterioso, puesto que trotaban y volaban al mismo tiempo, al igual que los enigmáticos animales que [333] vio el Profeta Ezequiel.

Me pareció que los corceles más bien dirigían a sus regios jinetes que éstos a ellos. Cada uno portaba una oriflama que era como un gran estandarte de rojo carmesí, con el que se envolvían y cubrían a sus caballos a manera de funda, y que dichos estandartes, por un poder oculto, se plegaban y los rodeaban por sí mismos en forma de columnas, las cuales, apoyadas sobre los corceles, subían hasta el cielo. Al llegar a lo alto se abrieron, como si con esta apertura estuvieran dispuestas a recibir fuerza y plenitud de felicidad proveniente del cielo y no de la tierra.

Vi además cómo estos estandartes se trasladaban y se arremolinaban por su propia virtud, no teniendo necesidad alguna de las manos de estos niños a quienes protegían con tanta eficacia, como a príncipes de gran esperanza. Vi en seguida a un venerable anciano de cabellos blancos como la nieve y rostro majestuoso. Cubría su cabeza un solideo rojo y llevaba en la frente una lámina de plata admirablemente trabajada, de la que nacía una corona terminada en punta, toda de oro fino. Le seguía otro que llevaba el Santísimo Sacramento, cuyo rostro no pude ver por estar vuelto a otro lado, como si quisiera que no lo viera yo sino de espaldas. Venía un tercero, encargado de las ceremonias, que iba y venía de un lado a otro. Estas tres personas cautivaron mi admiración de tal manera, que fuera de ellas no presté atención a cosa alguna relacionada con este triunfo ni a las personas que asistían a él. A pesar de todo, lo que más me admiró fue el escuchar a este anciano pronunciar con una majestad admirable: [334] Alaba a Dios; alaba a la Madre; alaba a Judá. No hubo persona que respondiera después de estas palabras.

Volví en mí para ser presa de un asombro que me hacía sufrir. Ello se debió a que veía una multitud de pueblos espectadores de todo lo que arriba menciono, sin admirarse y sin prestar atención a esas palabras, tan majestuosamente pronunciadas, en las que la divinidad se complacía. Permanecí en un respeto indecible, esperando con humildad que el Verbo Encarnado me instruyera acerca de estas visiones, que confié al R. P. Gibalin en cuanto pude verlo. La víspera de santo Tomás, 1636, a las ocho de la mañana, el R.P. Gibalin rogó a Su Eminencia, después de su regreso de Roma, se dignará tener piedad de la larga espera de tus hijas, amoroso Verbo Encarnado; que no podía seguir teniéndolas afligidas y sin consuelo. Me dijiste a la misma hora, sin saber yo que el Padre le hablaba: "Hija mía. Su Eminencia rehúsa, en este momento, la petición del Padre Gibalin." Llamé a mis Hermanas Isabel Grasseteau y Catherine Richardon, para decírselo. Me había sentido mal toda la noche, por lo que me fue imposible dormir. Quise descansar durante el día, pero escuché estas palabras con mis oídos corporales, sin ver a la persona que me las dirigía: "Su Eminencia rechaza la súplica del Padre Gibalin, hija mía; no temas que la Orden se logre. Yo mismo la estableceré." Después de mediodía, Mons. Nesme vino a verme para informarme sobre lo que el P. Gibalin no quiso comunicarme, y para saber en qué estado me encontraba después de este segundo rechazo. Me vio igualmente contenta. Cuando me lo dijo, hice llamar al recibidor a nuestras dos hermanas, diciéndoles: " ¿Qué les dije esta mañana?" Ellas manifestaron al prelado lo que antes mencioné, [335] quedando él admirado ante la paz y alegría en la que mantenías mi espíritu. Por la tarde, al entrar en la iglesia, mi alma fue colmada de consuelo, y absorta en un dulce entusiasmo. Escuché: Nacerá en sus días la justicia, y habrá paz en abundancia.

Al mismo tiempo, vi que se me presentaban flores blancas de las que llamamos muguete. Los globitos o corolas son pequeños y todos llevan una corona; las hojas son grandes y largas. Después de que esta clase de flor desapareció, se me presentó un iris, que a su vez desapareció, para dejarme ver cómo plantan la lavanda, y escuchar que mi lavanda había sido aspirada por el Rey de paz, el Verbo Encarnado, quien quiso recrearme en su jardín, y que era muy difícil afligir a un alma a la que tú mismo te dignas consolar.

Amor muy querido, no sabría yo explicar las delicias que me diste a probar en esta noche sin par; al hacer de mí tu morada pacífica, tuve el deseo, si lo encontrabas de tu agrado, de que todo este reino y todos los príncipes cristianos estuvieran en paz. Tú, que conoces los corazones, colocaste al mismo tiempo dos lirios sobre mis espaldas; sus tallos eran muy largos. Me explicaste que se trataba de dos lirios del árbol que había yo visto el año 1625, los cuales me encargabas para rogarte por ellos en mis oraciones; que fuera paciente hasta que me explicaras tú mismo esta visión de los dos lirios; que gozara con agradecimiento los deleites que te complacías en concederme, por un exceso de bondad, en tanto [336] que dos, a quienes tú no consolabas como a mí, pudieran repetir estas palabras de Job: Mis días han pasado con mis planes, se han desecho los deseos de mi corazón (Jb_17_11). "Hija mía, yo recojo los tuyos y los uno por mi amor, que se complace en acariciarte; estas caricias continuarán durante el Adviento, y todo el tiempo que permanezca yo en el establo."

Capítulo 72 - De mis contrariedades de Espíritu y enfermedades corporales; de la privación de consolaciones divinas por un poco de tiempo; del fuego ardiente que recibí de lo alto que presionó al Verbo Encarnado a visitarme y consolarme divinamente.

Ignoro si fue deseo tuyo el que experimentara yo la privación que Judea tuvo de su dicha cuando emigraste a Egipto, pero diré que casi al llegar la Cuaresma de 1637, me sentí extraordinariamente indispuesta. Parecía que no debía vivir sino algunos meses en estos males del cuerpo; a ello quisiste añadir aflicciones de espíritu, sin que supiera yo tu designio. Pensaba que estos males corporales me ensombrecían, porque no podía respirar, y había el temor de que me volviera hidrópica. Comía muy poco y estaba extremadamente alterada.

 El R.P. Boniel dijo al P. Gibalin que hacía falta controlar los males que comenzaban. Recomendó tanto al Padre que se me diera un tratamiento, que me vi obligada a recurrir a remedios que no fueron inútiles, porque con tu ayuda me vi libre de esta opresión, que se temía fuera un comienzo de asma. Una noche, estando en oración, vi la paloma que vino a mi corazón el 2 de diciembre de 1635, la cual se posó sobre el dosel del Santísimo Sacramento. No me diste la explicación de esta visión a la misma hora en que ocurrió, por lo que dije al R.P. Gibalin: "Padre, vi una paloma sobre el dosel de nuestro altar, pero Nuestro Señor no me la [337] explicó. Esperaré a que se digne darme a conocer lo que desea comunicarme por esta visión."

El segundo viernes de Cuaresma, hacia las 10 de la mañana, comprendí por una ruda experiencia que el escudo que me había hecho insensible a todos los rechazos de Su Eminencia no estaba más sobre mi corazón, y que se trataba de la misma paloma que se posó sobre ti, oh divina Vara de Jesé, pues querías informarme de la gracia que me concediste al enviarme tu Espíritu, para impedir que el mío y mi corazón fuesen afligidos, pero que tu sabiduría juzgó a propósito hacerme sentir, en este día las tristezas extremas que me hacían sufrir. Parecía como si me retorcieran y arrancaran las entrañas, produciéndome fuertes dolores internos. Derramé un torrente de lágrimas, diciéndote: Se agotan de lágrimas mis ojos, las entrañas me hierven (Lm_2_11) pero no deseo derramar mi hígado por tierra, como este doliente Profeta. No debes volver a entrar al sepulcro para visitarlo ahí. Prefiero ofrecértelo con mis suspiros inflamados, levantando mis ojos al cielo, de donde me vendrá el auxilio que espero. Al contemplarme en estos amargos dolores me hiciste escuchar: ¿A quién te compararé? ¿A quién te asemejaré, hija de Jerusalén? ¿Quién te podrá salvar y consolar, virgen hija de Sión? Grande como el mar es tu quebranto: ¿quién te podrá curar? (Lm_2_13).

Tú, mi Señor, puedes consolarme, pues por ti estoy en estas grandes desolaciones, las cuales por ventura me durarán hasta la muerte [338] Las deseo, Señor, las recibo de tus mandatos o de tus permisiones. Todos los santos o santas, si son ustedes quienes me dijeron: ¿A quién te comparare?" comuniquen al Verbo Encarnado, nuestro divino Salvador, que le respondo con Job, el milagro de paciencia: Aunque me matara, esperaría en El (Jb_13_15). Vosotros, todos los que pasáis por el camino, mirad y ved si hay dolor semejante al dolor que me atormenta (Lm_1_12). Ignoro por qué esta desolación me fue enviada o permitida. Todos ustedes, que han pasado por el camino de la contemplación, y que han sido comisionados por su Majestad para cosas grandes, consideren si existe algo semejante al dolor que siento. Tal es el extremo sentimiento de las almas desoladas como la mía, al ignorar la causa o el motivo; pero al hablarles de mis males, siento un fuego que me ha sido enviado de lo alto: Ha lanzado fuego de lo alto, lo ha metido en mis huesos. Me ha dejado desolada (Lm_1_13).

Aquél que se esconde me ama, por tanto, al afligirme, puesto que desde su trono elevado envía su flama a mis huesos, me enseña que no se ha ocultado sino para probar si le amo tanto al estar ausente, como cuando está presente. Amor muy querido, así como los discípulos de Emaús notaron, como efecto de tu enseñanza, que el fuego ardía en su corazón, siento una tan pura y ardiente llama en el mío, en mi pecho y en mis entrañas, que no puede proceder sino de Aquél a quien Moisés y san Pablo llaman un fuego devorador: Pues nuestro Dios es fuego devorador (Hb_12_29); (Dt_4_24). No te digo con los discípulos que esperaba tu Resurrección, sino mucho más: creo que resucitaste, [339] y que estás aquí, cerca de mí, como un Dios oculto y Salvador. Los que se ven reconocidos, se quitan la máscara.

Al considerarme con esta confianza, me dijiste que tu amor te apremió a darte a conocer, como hacen los niños al esconderse; los que aman no se ocultan sino para probar el amor de quienes aman, afín de hacerles ver después las llamas redobladas de sus corazones abrasados, y que todas estas pruebas no fueron sino un poco de agua para hacer arder con mayor fuerza, o más ardientemente, este santo fuego. Me dijiste muchas más cosas provenientes de tu amor hacia mí, pero debo abreviar.

Siendo el Verbo humanado, sabes disculparme, pues tengo un dolor de cabeza tan fuerte, que apenas puedo ver lo que escribo; lo he padecido desde el domingo de la octava de la Ascensión de 1642: al subir al cielo, tal vez llevaste contigo la parte superior de mi cabeza, o quizá permitiste que los lirios que estaban sobre el altar, con su fuerte aroma, me causaran estas suspensiones, que son bien diferentes de las descritas anteriormente, las cuales elevan el entendimiento hacia ti, iluminándolo; mientras que estas últimas lo dispersan o disipan, aturdiéndolo. No sé Señor mío, si debo atreverme a decir que entre las gracias que me concedes, esta de escribir en medio de tan violentos dolores de cabeza no es de las menores.

Yo misma me sorprendo al recordar lo que anoto, pues no puedo expresarlo sino en este papel, sobre el cual me haces hablar por mi pluma, a la que guías y conviertes en la pluma de los vientos, para expresar aquí las maravillas de tu bondad, que produce los vientos de sus tesoros: Levanta las nubes desde el extremo de la tierra; para la lluvia hace él los relámpagos, saca de sus depósitos el viento (Sal_135_7).

Al dulcificar los males, cambias [340] el rayo en lluvia; tu justicia cede con frecuencia ante tu misericordia. Escondes tu terrible Majestad para mostrar tu piadosa benignidad. Haces todo lo que quieres en el cielo y en la tierra, según las palabras del Profeta que menciono: Todo cuanto agrada a Yahvé lo hace en el cielo y en la tierra, en los mares y en todos los abismos (Sal_134_6).

El abismo de las aflicciones fue transformado en un océano de gozo, porque, no pudiendo o no deseando contener por más tiempo tus amorosas inclinaciones sin comunicármelas, me dijiste: "Hija, las desolaciones que has sufrido te hacen ver que la paloma se retiró cuando tú la viste sobre el dosel del altar. Tú has estado sufriendo y sin la particular protección de Dios, que te sirve de escudo, te verías con frecuencia desconsolada y agobiada por las aflicciones que una esperanza diferida y obstaculizada lleva consigo. Valor hija, acepta lo que se te presente, tanto placentero como doloroso; sufre esta llama que une en mí a todos los espíritus, y que parece consumir las entrañas; yo soy su causa y objeto." Señor, obra según tu voluntad [341].

Capítulo 73 - Que el Verbo Encarnado me prometió multiplicar su Orden que quería establecer sobre el zafiro, ordenándome comprar esta casa en honor de la sangre de sus mártires. Él me invitó a elevarme a él de esta santa montaña por las palabras del Cantar 4.

En este mismo año 1637, alrededor del tiempo de Pascua, al representarte un día el crecimiento de algunas Congregaciones, cuyos monasterios se llenaban, mientras que nuestra Congregación apenas si crecía, me dijiste: "Hija mía, te puedo decir con más amor que Alcaná: Ana, ¿por qué lloras? ¿Por qué se aflige tu corazón; es que no soy mejor para ti que diez hijos? Ana, ¿por qué lloras? (1S_1_8). Hija y esposa mía, ¿por qué lloras? ¿Por qué se aflige tu corazón? ¿No soy más agradable para ti que si tuvieras diez monasterios? ¿No encuentras en mí todo lo que puedes tener? Espera mi hora, queridísima mía, y goza de mi amor, que vale más que diez mil hijas. Grita de júbilo, estéril que no das a luz, rompe en gritos de júbilo y alegría, la que no ha tenido los dolores; que más son los hijos de la abandonada, que los hijos de la casada, dice Yahvé. Ensancha el espacio de tu tienda, las cortinas extiende, no te detengas; alarga tus sogas, tus clavijas asegura; porque a derecha e izquierda te expandirás, tu prole heredará naciones y ciudades desoladas poblarán. Por un breve instante te abandoné, pero con gran compasión te recogeré. Porque los montes se correrán y las colinas temblarán, más mi amor de tu lado no se apartará, y mi alianza de paz no se moverá dice Yahvé, que tiene compasión de ti (Is_54_1s).

 "Hija mía, pareces estéril a los ojos de los hombres. Alégrate, pues te haré fecunda por mí mismo. Te multiplicaré mucho más que aquellas [342] que consideras asistidas por favores humanos; dilata tu esperanza, no escatimes nada; ten siempre un gran corazón, confíate a mí. Te prometo una multitud tan grande, que se extenderá a derecha e izquierda; por un poco de tiempo parezco abandonar mi Congregación en el desprecio aparente, delante de las personas, pero dentro de poco será reunida y extendida con signos bien visibles de las amorosas e inmensas ternuras de mi eterna misericordia: Pobrecilla, azotada por los vientos, no consolada, mira que yo asiento en carbunclos tus piedras y voy a cimentarte con zafiros. Haré de rubí tus baluartes, tus puertas de piedras de cuarzo y todo tu término de piedras preciosas (Is_54_11s).

  "Hija mía, todos tus sufrimientos son comparables a una tempestad pasajera; por un poco de tiempo estás sin consuelo, porque eres mi delicada, que no puede consolarse con las creaturas; esto es muy duro para ti, a quien he alimentado con mis delicadezas. Colocaré con mi mano, tan industriosa como poderosa, las piedras que son tus hijas. Te cimentaré con el zafiro. Hija mía, el cielo ha tenido cuidado de cautivarte; ese cielo que está representado por el zafiro. Pon atención, hija mía, pues según el Éxodo, Capítulo 24: Moisés subió con Aarón, Nadab y Abihú y setenta de los ancianos de Israel. Bajo sus pies había como un pavimento de zafiro tan puro como el mismo cielo (Ex_24_9s). [343] En los Cantares, puedes verlo en la descripción que mi esposa hace de mí: Su vientre, de pulido marfil, recubierto de zafiros (Ct_5_14). En Ezequiel, en el primer Capítulo: Había algo como una piedra de zafiro en forma de trono. Y en el décimo dice: Miré y vi que sobre el firmamento que estaba sobre la cabeza de los querubines parecía, semejante a la piedra de zafiro, algo como una forma de trono, por encima de ellos (Ez_1_26). Fíjate, hija mía, que en el Éxodo mis pies se asientan sobre el zafiro, y en los Cantares mi vientre es de marfil, cubierto y embellecido de zafiros. En Ezequiel, Capítulo 1°, el zafiro es mi trono, y en el décimo mi trono aparece sobre el zafiro, el cual descansa sobre el firmamento, que a su vez se asienta sobre la cabeza de los querubines. ¡Qué insigne favor te prometo, hija mía, por las palabras de Isaías, de cimentar mi Orden y tu persona sobre el zafiro! Es tan grande, que todos los ángeles y los hombres admirarán mi bondad hacia ti y hacia la Orden que deseo establecer.

Sube conmigo, hija: ven a verme con mis santos sobre el cielo. Mi cuerpo sagrado es el cielo supremo, adorable zafiro. Ven, mi bien amada, a reposar en mi propio seno sobre el zafiro engastado en el marfil de mi pureza divina. Ven, mi muy amada, a ver con ojos de águila este zafiro sobre el firmamento colocado sobre la cabeza de los querubines a modo de trono, y participa de mi reino como esposa mía."

El mismo año 1637, tu Majestad me dijo que comprara la casa que estamos habitando, porque deseabas honrar la sangre de tus mártires, que fue derramada en abundancia por causa de tu Nombre en torno a ella, de cuya profusión ha conservado su nombre la calle, habiendo cambiado el vulgo la palabra bouillon [344] por la de Gourguillon. Habiéndome enterado que así era tu voluntad, la compré al Sr. Viau. Nos pusimos de acuerdo en dos palabras. El me dio a conocer sus condiciones; yo, lo que deseaba ofrecerle. Aceptó mi oferta, y aunque amaba esta residencia, sintió gran contento al vendérmela, para verte servido y alabado en ella por religiosas consagradas a este ejercicio. Querido Esposo, real y divino, haz de ella tu templo, como me lo prometiste; tú eres como el ojo del divino Padre, y nos verías con complacencia, al reposar en tu tabernáculo. Tu común Espíritu, que es tu corazón y único amor, morará en ella para amarnos con benevolencia. Llena nuestras bajezas con tus grandezas y establece en ella tu fortaleza. Es lo que espero de tu amor, que animará a esta Sión, según los signos que me has dado, más que todos los tabernáculos de Jacob, a cuya vista el Profeta Balam quedó tan sorprendido, que exclamó: ¡Qué hermosas son tus tiendas, Jacob, y tus moradas, Israel! Como valles espaciosos, como jardines a la vera del río, como áloes que plantó Yahvé, como cedros a la orilla de las aguas (Nm_23_5s). Todas estas tiendas distaban de parecerse a tu Sión, en la cual tú mismo te has detenido para fijar en ella tu morada. Después de que esta casa fue comprada y pagada por tu Providencia, me invitaste amorosamente, diciéndome: "Ven del Líbano, novia mía, ven del Líbano, vente. Otea desde la cumbre del Amana, desde la cumbre del Sanir y del Hermon, desde las guaridas de leones, desde los montes de leopardos (Ct_4_8). Ven, esposa mía, del Líbano, porque mi cuerpo sagrado y mi preciosa sangre reposan en esta capilla; esta sangre preciosa blanqueó la túnica de mis mártires, los cuales son Líbanos blanquísimos por la participación que tuvieron en mi sangre, y el derramamiento de la suya, la cual, unida a la mía, se torna blanca como la leche; es por ello que la Iglesia les atribuye estas alabanzas: Blancos fueron hechos por su Nazareno; dieron gloria a Dios, y como cuajo de leche se tornaron. Mis dos grandes doctores, en el himno de alabanza y de confesión que compusieron, dicen: a ti te alaban los ejércitos de los mártires (Te Deum).

"Mi sangre y la de mis mártires blanquea tu alma; es por ello que te llamo con ese nombre del Líbano, de la cabeza de Amana, donde la fe y la verdad triunfaron por la confesión y la muerte de mis mártires, pues Amana es: Otea desde la cumbre del Amana, desde la cumbre del Sanir y del Hermon (Ct_4_8). Esta montaña o esta cima fue el lugar donde los emperadores desearon destruir y abolir la religión cristiana, deseando borrar mi Nombre mediante [345] la muerte de quienes lo confesaban, ideando tormentos que su rabia y la de los demonios les sugerían para quitarles la vida. Ven, mi bien amada, a esta montaña donde se levantaba el anfiteatro de Vienne. Ven a estas guaridas de leones, a esta montaña de leopardos, porque aquellos emperadores paganos eran más crueles que todas esas bestias feroces, más encarnizados y sanguinarios que ellas en las persecuciones que fraguaron para atormentar a mis mártires.

"Ven, pues, hija mía, ven a mí sobre este monte en el que se sentó su crueldad para perseguirme en mis miembros: mis fieles mártires que imitaron a su Maestro. Ven, pues mi sangre y la de ellos te coronan sobre este monte donde reposo, gracias a la respuesta que has dado a mis inspiraciones y amorosas revelaciones. Siguiendo mis órdenes viniste a Lyon, a la montaña que te mostré en visión, en la que he reservado un lugar para ti, haciendo realidad la visión y la promesa que te hice de alojarte en la casa de marfil. Esta montaña está adornada con la sangre y los cuerpos de mis mártires, que se comportaron como verdaderos elefantes; al ver mi sangre, derramaron la suya, animándose los unos a los otros a estas leales efusiones, de las que nacieron nuevos cristianos; el marfil es la estructura ósea del elefante. Puedes ver, por tanto, hija, cómo permanezco fiel al cumplimiento de las promesas que te hice, exhortándote a salir de la casa paterna y diciéndote que te albergaría en casas de marfil corporal y espiritualmente; en lo interior y en lo exterior.

 "Cuando comulgas, ¿no penetras en mí, que soy Dios y hombre? Mi divinidad es marfil, mi humanidad es marfil, la sangre de mis mártires es fuerte y blanca como el marfil. La casa está fundada sobre marfil. Permanece en ella, hija mía, entre los placeres y honores que los mártires te brindarán. Y escucha el canto real que te dirige este verso: Mirra, áloe y casia son todos tus vestidos. Desde palacios de marfil laúdes te recrean. Hijas de reyes hay entre tus preferidas; a tu diestra una reina, con el oro de Ofir (Sal_45_9s). La mirra es la más preciosa, y es la que te doy voluntariamente; es mi sangre, que te comunico por divina inclinación [346] y la casia para servirte de refrigerio en los ardores que, aunque santos, sientes algunas veces. Tu cuerpo es preservado en la pureza por medio de esta mirra y esta casia y además, querida hija, el hábito de mi Orden ha sido blanqueado y teñido con mi sangre.

"Revisto a mis esposas de mí mismo; mi discípulo amado vio la nueva Jerusalén descender del cielo, preparada por el mismo Dios y adornada de mí, su Esposo. Mi Orden y mis hijas poseen estos adornos, pues yo soy el Esposo blanco y rojo. Al ver esta Orden revestida de mis libreas, se alegran las almas bienaventuradas que son, en su totalidad, hijas del divino Rey." Querido Amor, eres para nosotras un Esposo de sangre; deseamos derramar la nuestra cuando así lo quieras; haz, si te agrada, que seamos como árboles plantados junto a la corriente de la sangre; que demos frutos ahora y en el porvenir. Que todas nuestras intenciones, atenciones y expectaciones incrementen tu gloria, aunque no parezcan sino mero follaje a quienes nos vean sin ser religiosas. Habiendo escuchado lo que dicen, que esperamos en vano, les respondo con las palabras del Apóstol: Estamos en paz con Dios, por nuestro Señor Jesucristo, por quien hemos obtenido también, mediante la fe, el acceso a esta gracia en la cual nos hallamos y nos gloriamos en la esperanza de la gloria de los hijos de Dios. Más aún; nos gloriamos hasta en las tribulaciones, sabiendo que la tribulación engendra la paciencia; la paciencia, virtud probada; la virtud probada, esperanza, y la esperanza no falla, porque el amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo que nos ha sido dado. (Rm_5_ls). Este Espíritu nos fortifica en la confianza, bendiciendo nuestra paciencia y la esperanza que tenemos en ti, la cual jamás se verá defraudada.

Capítulo 74 - De la fuerza de Dios en su paciencia, de la caridad que me concedió hacia aquéllos que contradecían a su Orden; cómo su Providencia hizo que todo triunfara para su gloria y mi mayor bien, afirmando mi fe y consolidando mi esperanza; y de las dos apariciones de san Jerónimo 

[347] Cuando el Rey Profeta quiso dar a conocer tu poder, te llamó el Dios fortísimo y paciente, que espera día con día nuestra conversión. Como demuestras tu fuerza mediante tu paciencia, nosotros debemos, en la medida en que tu gracia nos fortifique, esperar pacientemente tu hora. Nos corriges con apariencias de rigor, pero siendo bueno como eres, lo haces para hacernos experimentar tus misericordias, disimulando y perdonando los pecados por la penitencia, cuya vista te hace aflojar el arco que habías tensado para disparar flechas mortales. Al llorar delante de ti las faltas que una persona cometía contra ti, me hiciste ver un arco con armazón de hierro de cuatro dedos de ancho; la flecha aplicada sobre este arco era de hueso, la aguda punta estaba teñida de sangre. Comprendí que tu paciencia esperaría durante algún tiempo, apuntando esta flecha sin dispararla. En otras dos ocasiones vi el rayo que parecías lanzar contra esta persona. Me ofrecí para recibirlo, pero no quisiste aceptar mi ofrecimiento, sino que, con gran destreza, lo desviaste y lo vi caer en el agua. Querido Amor, el Apóstol san Pablo nos enseña que debemos poner un carbón ardiente sobre la cabeza de nuestro enemigo al hacerle el bien a cambio del mal que ha querido hacernos. Deseo seguir su consejo, recibido del Espíritu de bondad que te apremió a morir por nosotros cuando éramos tus enemigos y que te hizo descender glorioso para favorecer al que te perseguía [348] y convertirlo, de perseguidor tuyo, en tu predicador. El atribuyó a tu bondad la operación de estos cambios maravillosos, los cuales son mutaciones realizadas por tu diestra todopoderosa. Algunos días después, me hiciste ver un navío de guerra muy bien equipado, en el que se izaron dos estandartes. Favorecido por un viento sobrenatural, bogaba su ruta sobre el mar, sin que viera yo timonel alguno que lo gobernara. Supe entonces que tu Espíritu invisible se ocupaba de ello. Escuché estas palabras: Nave de mercader que de lejos trae su provisión (Pr_31_14).

"Hija mía, tú eres esta nave equipada por mi gracia, armada por mi amor, y dirigida por el Espíritu que gobierna la Iglesia. Él ha enarbolado en ti dos estandartes: el amor de Dios que te ama, y el amor al prójimo; tú traes tu pan desde lejos, yo soy ese pan. Llegarás al puerto con alegría, y triunfarás por mí de todas las tormentas. Sé esta mujer fuerte, y no temas cosa alguna; mi corazón confía en tu fidelidad. Lee el 31° y último Capítulo de los Proverbios: en él verás lo que mi bondad ha destinado para ti desde la eternidad." Querido Amor, me alargaría mucho si explicara lo anterior aquí; me dispensas de ello al pedirme que te ame con todo mi corazón, con toda mi alma, y a mi prójimo como a mí misma, por amor a ti. Concédeme esta gracia.

Se me comunicó que el R.P. Roux, jesuita, tenía la fiebre cuartana, por lo que decidí enviar un sacerdote a san Buenaventura para que ofreciera la misa con intención de librarlo de este padecimiento. Sanó el mismo día. El R.P. Gibalin le dijo que por la mañana mandé decir una misa en san Buenaventura por su salud; en ese día debía presentarse la crisis, lo cual no sucedió. Este buen padre quedó de tal modo encantado con esta curación, que vino a verme para disculparse por haber estado en contra de nuestro establecimiento en tiempo de Mons. Mirón, porque, [349] me dijo, pensaba que deseábamos fundar jesuitesas lo cual no aprobaba. Madre su caridad me ha sobrepasado vengo a hacer honorable reparación al Verbo Encarnado, por habérmele opuesto sin conocer bien sus designios.

 El R.P. Decret, también jesuita, me dijo: "Madre, tiene usted buen motivo para alabar a Dios, quien cambia a los que han tenido pareceres opuestos a sus propósitos. El difunto Sr. Ménards, secretario de san Nizier, y vicario general sustituto, dijo al R.P. Guillot, un poco antes de entregar el alma, que moría con un grande arrepentimiento por haber puesto resistencia a su fundación; que si Dios le concedía la vida, la ayudaría con su autoridad y con sus bienes." "Padre mío, el Sr. Ménards era un buen eclesiástico. Dije claramente a Mons. Mirón que se opondría a este establecimiento, pues temía que disminuyera el renombre de un monasterio que él protegía, y del que la superiora no era con él sino un mismo espíritu. No guardo resentimiento alguno en su contra. Las personas obran según su sentir. Pueden resistir a un designio y favorecer a otro sin ofender al Inspirador de ambos, al no conocer su inspiración sino en la persona a quien aman y protegen. Los ángeles y los santos se han contradicho santamente por no saber con seguridad el decreto del Soberano.

 Mientras dura su resistencia, Dios obtiene su gloria de todo, para utilidad de aquellos a quienes se digna amar y a cuyo bien hace que cooperen todas las cosas. Mi querido Amor, conozco, por mi propia experiencia, que la demora de nuestro establecimiento es un signo de tu amorosa Providencia: perdona mi debilidad si lloro algunas veces delante de ti cuando, como hija débil o como frágil hoja, soy agitada por los vientos de diversos temores. Tu [350] bondad no me permite desprenderme del árbol de tu confianza; la esperanza en tu poder ha reverdecido siempre en mi alma, y así será, por tu gracia, hasta mi último suspiro. Obraré como el Profeta me aconseja: Porque es aún visión para su fecha, aspira ella al fin y no defrauda; si se tarda, espérala, pues vendrá ciertamente, sin retraso. "He aquí que sucumbe quien no tiene el alma recta, más el justo por su fidelidad vivirá." (Ha_2_3s).

Esta fiel expectación no suprime todas las tristezas de una esperanza diferida, que afligen el alma en esta larga prórroga; dos contrarios se encuentran en un mismo sujeto: la fe en que Dios cumplirá lo prometido y la pena de languidecer esperando la realización de estas promesas. El alma desearía que pasara este cáliz cuanto antes, diciendo al mismo tiempo: "Que no se haga mi voluntad, sino la tuya. Dios mío." Un día del mismo año 1637, estando en la habitación donde se trabaja en común, considerando a todas mis hijas en una tan prolongada paciencia, mi alma sintió una tristeza que no les quise mostrar, pero sí a ti, mi divino Consolador, que te dignaste confortarme por medio de san Jerónimo, el cual se me apareció vestido de negro, teniéndose en pie a mi lado derecho. Lo vi tan extenuado que parecía un esqueleto; sus cabellos y su barba habían encanecido completamente, como si hubiera tenido veinte años más que la primera vez que se me apareció en París, cuando su barba y su cabello apenas si comenzaban a blanquear. Recibí un gran consuelo a la vista de este santo. El me comunicó que envejeció y se consumió en tu servicio, oh mi Soberano, y que veía como un gran favor el sacrificar su vida y todo lo que era para tu honor. Este hábito negro daba a conocer que él estaba vestido de negro como sus religiosos y que se me presentaba tan lívido y enjuto para mostrarme que esa fue su apariencia al final de su vida [351].

La vista de este maestro mío me consoló, de suerte que esta tristeza por la espera de mis hijas se desvaneció por un dulce éxtasis, que las hermanas tomaron por un sueño, por estar yo sentada en su compañía. Creyeron que me había dormido de cansancio.

Capítulo 75 - Del gran arrobamiento en el que el Verbo Encarnado me instruyó por su secretario favorito; de las excelencias de san Dionisio; de la soberana beatitud, de la gloria accidental y cómo todo esto está presente y representado por el Verbo Encarnado; los pecados que él odia tanto como él se ama.

  La víspera de san Dionisio, en 1637, habiéndome retirado por la noche a nuestra capilla para orar delante de tu Majestad, que reposa en su tabernáculo, tu bondad quiso arrebatarme y extasiarme, porque el entendimiento y la voluntad fueron atraídos por ti de un modo sublime y amoroso; el primero para ser instruido e iluminado, y la segunda para verse unida y besada por la belleza y la bondad de Aquél que este gran santo dice ser el Bueno y el Hermoso, pero por una instrucción, iluminación, abrazo y transformación que eran una participación de la beatitud. Te plugo, oh Verbo divino, espejo voluntario, hacerme ver divinamente lo que escribió san Dionisio de más sublime sobre tu ser supersubstancial, de la soberana beatitud, de los nombres divinos y sobre la jerarquía celeste.

Me hiciste conocer, tanto como un alma peregrina puede saberlo, la diferencia entre gloria esencial y gloria accidental. La gloria esencial es un bien soberanamente amable, que de  sí, se comunica por inclinación divina, dando fuerza al sujeto a quien atrae para recibir sus esplendores y soportar sus ardores. Este divino objeto, por una maravilla que no es posible expresar, confiere una aptitud a la potencia que llamaría yo, de alguna manera, capacidad, [352] por no encontrar, en el momento en que esto escribo, una palabra o un término más adecuado para expresar o explicar lo que me es inexplicable. Esta aptitud y capacidad de la potencia hacia el Objeto, hace que el alma pueda recibir en ella a Aquél que la previene, la sostiene y la atrae a sí, penetrando en su interior; su mayor felicidad consiste en desaparecer; no que el alma pierda su ser ni su existencia, sino que sufre deliciosamente las cosas divinas; eso que san Dionisio llama pena divina. Así como un cristal recibe un rayo luminoso, y como el bálsamo restituye el calor y se disuelve o se derrite dulcemente a causa del ardor, ella es devorada por este Océano; la diferencia es que el cristal iluminado por este rayo es incapaz de conocer su felicidad y admirarla por exultación y delectación; el bálsamo no puede sentir el placer y la fruición que está clara y ardiente llama produce en el entendimiento, ni los divinos placeres que experimenta la voluntad. El cristal no es capaz de alabar la claridad que lo traspasa y aclara ni el bálsamo de amar este ardor que lo disuelve dulcemente. Así como el cristal iluminado y brillante y el bálsamo derretido, dilatado y calentado están privados de sentimiento y de razón, el entendimiento, en cambio, recibe la capacidad para entender y ser divinamente instruido por las excelencias de esta luz, y la voluntad se ve dulcemente atraída y felizmente sepultada en este centro de amor. El entendimiento y la voluntad son creados para gozar de la felicidad de Dios, que es principio y fin de estas dos potencias del alma, las cuales perciben augustamente su beatitud. Ellas están dentro de tu común y distinto gozo; y aunque la presencia del Objeto beatífico y beatificante no recurre a la tercera potencia, que es la memoria, que no sirve, [353] propiamente hablando, sino para recordarnos las cosas pasadas, de las que el alma no tiene necesidad, puesto que ve el pasado y el porvenir en Aquél a quien todo está presente, complace, sin embargo, al Dios de bondad, el representar al alma los favores que ha recibido de él y las correspondencias que su gracia le ha hecho dar, cuya representación y recuerdo redoblan en el alma gozos particulares y comunes, por lo que parece decir con el Esposo: El Rey me ha introducido en sus mansiones; por ti exultaremos y nos alegraremos. Evocaremos tus amores más que el vino; ¡con qué razón eres amado! (Ct_1_4). El alma dice que su divino Rey la introdujo en su bodega para alegrar y deleitar el entendimiento y la voluntad en él; ella dice en ti, afirmando que el entendimiento y la voluntad se ven divinamente unidos a Dios por ser las dos potencias idóneas para gozar de la visión y la comprensión del esplendor, y el ardor, la belleza y la bondad, y para mostrar a la memoria lo que le es propio. El alma feliz exclama: Evocaremos tus amores más que el vino (Ct_l_3). Recuerdo los dones que has puesto en mi camino, al elevarme a los pechos de tu gracia, la cual ha engendrado en mí la gloria. El alma peregrina que es arrebatada y extasiada se encuentra unida a Dios con tanta felicidad, que parece participar en el gozo de la paz y la beatitud de su meta.

Es por ello que no encuentro dificultad para decir del alma arrobada y extasiada lo que digo de la que llegó a su meta, porque parece que la diferencia no está en que la que aún camina extasiada no conserva su felicidad sino durante el tiempo de su éxtasis; y en que la otra lo poseerá por toda una eternidad, sin ser privada de él. La que va todavía en camino está en peligro de perder esta gracia gratuita, y aún la gracia justificante con la cual, al morir, puede adquirir la gloria permanente. El alma que desde el camino goza de las prerrogativas del término, puede decir: desde que correspondo a tu bondad, aprecio tus delicias sagradas más que las del vino, porque recuerdo, en mi alegría, la solicitud que has tenido de ayudarme a crecer en este camino, en el que soy libre, y en el que puedo ser embriagada por la copa de la mujer de Babilonia, o apegarme a los consuelos propios, que entretienen a tantos.

Querido Amor, deseo tener un recuerdo eterno de los pechos que me crían y me alimentan como [354] a un niño pequeño que debe crecer, mientras que tú mismo me unirás a ti, adornada como una esposa, embellecida y amada de su divino esposo, el cual le comunica sus claridades y sus llamas, haciéndole ver y experimentar de qué manera es ella consorte de su divina naturaleza.

Este recuerdo producirá en mí el reconocimiento de los favores pasados; si este éxtasis me diera la entrada para la eternidad en ti, en la sede de la gloria que es el término, aceptarás que diga yo a todos tus elegidos lo que has hecho a mi alma, aunque lo vean en ti, puesto que todo permanece amorosamente en ti; en ti están todos los tesoros de la ciencia y la sabiduría del Padre; en ti residen todas las ideas. Tú eres el Archivo de todo lo creado y lo increado.

Todo fue hecho por ti, y nada se hizo sin ti de lo que ha sido hecho; aún el pecado, que es una decadencia, una nada infeliz opuesta al ser, una aversión de la criatura y una conversión a la criatura, se ha cometido delante de ti, contra ti, aunque hayas sufrido la muerte para librar a los hombres del pecado, siendo el Cordero que quita los pecados del mundo, y al cual clavaste en tu Cruz, como dijo san Pablo a los Colosenses: Perdonó todos nuestros delitos. Canceló la nota de cargo que había contra nosotros, la de las prescripciones con sus cláusulas desfavorables, y la suprimió clavándola en la cruz. Y una vez despojados los Principados y las Potestades, los exhibió públicamente, incorporándolos a su cortejo triunfal (Col_13_14). El pecado se verá [355] en ti no solamente porque, no habiendo conocido el pecado te hiciste pecado para librarnos de él, y tú destruiste el cuerpo del pecado, el cual murió una vez y Dios vive para siempre, porque, en tu calidad de Verbo Divino, representas todo lo que es, ha sido y lo que será; y aunque este monstruo horrible te desagrade, tanto como te complaces en tu esencia, él aparecerá eternamente, no para afligirte a ti, ni a los bienaventurados, sino para mostrar tu bondad y la malicia de aquél que lo inventó, así como la de sus tentadores, y que nada puede ocultarse en el espejo inmenso que representa todos los pensamientos y acciones de las creaturas, lo cual afirma san Pablo en Hechos: Por más que no se encuentra lejos de cada uno de nosotros; pues en él vivimos, nos movemos y existimos (Hch_17_28). Puede citarse aquí, pues dijo estas palabras en otro sentido, para demostrar que el Dios que predicaba era el verdadero Dios, adorado sin ser conocido, que es dador del ser, la vida, la inspiración y el movimiento.

 Querido Amor, permanezco elevada de asombro: que vivamos en ti, que nos movamos en ti, y que seamos en ti, cuando te ofendemos y que sigas concurriendo mediante la vida, el ser, el movimiento que nos das, con el pecado que aborreces, y en el que tu equidad, pureza y santidad no participa, puesto que no puedes cometer pecado, y que por esencia lo detestas en la misma medida que amas tu esencia. Es necesario que, en este espejo sin tacha de la Majestad divina, se vea la fealdad que convirtió a los ángeles, creados en gracia y belleza admirable, en horribles demonios. Alma mía, odiemos el pecado por varias razones: porque nos ha privado de la gracia, porque costó la muerte del Verbo Encarnado, porque Dios lo abomina [356] con un odio perfecto, y porque aparece y aparecerá eternamente ante el Verbo. Verbo adorable, el pecado destacará el brillo de tu santa gracia y de tu gloria, y por antítesis hará ver la excelencia del ser subsistente, que es todo belleza y bondad, que es soberanamente amable, como lo bueno y lo bello, que son opacos y densos, al cual no puedo alabar de mejor manera que por negación, confesando que él está sobre toda alabanza, y soberanamente abstraído de todo lo que es visible y de todo lo que puedo pensar. Dios es un ser simplísimo, un acto purísimo. Es supra esencial y supra divino: humíllate, alma mía, junto con san Dionisio, tu maestro, el cual se abisma al humillarse en sus escritos, ensalzando a Aquél que es inefable y también la gloria esencial. Hablando de la gloria esencial según san Dionisio, me parece que olvidé la accidental, pero tu sabiduría me ha guiado suavemente hacia los discursos que me hiciste sobre esta última, mostrándome un ramo de jacintos levantado en alto, los cuales, me dijiste, eran figura de los grados de gloria accidental que concedes a los santos, y que esas sortijas son además gracias concedidas a quienes se encuentran todavía en camino, y son para ellos gloria esencial y que, cuando las obtienen mediante el favor de las oraciones de los santos y santas del cielo, o que a imitación suya practicaron las virtudes en vida, acrecientas la gloria accidental de los santos concediendo este anillo a todas tus esposas que pertenecerán a tu Orden, y que, a su vez, tus manos están hechas para dar todo, y para dejar colocar amorosamente estas alianzas en quienes son de tu agrado, y que bien sabía yo que, estando todavía en la casa paterna, me hiciste ver los diamantes que prepararías a mis hijas, y entre todos, me hiciste ver uno en forma de cruz que me habías destinado, puesto que debía sufrir muchas contradicciones comparables a golpes de martillo, y a ser con frecuencia moldeada y golpeada para ser más conforme a ti.

Me dijiste que [357] me lo hiciste ver en forma de cruz, y al escuchar lo que me decías, me asombré al no ver más a san Dionisio, sino a san Juan, tu preferido, cuya conversación era tan agradable que conocí que hablabas por su medio, habiéndote ocultado diestramente, sutilmente, divinamente en este secretario favorito, el cual se complacía en explicarme y expresar las excelencias de san Dionisio, que tú mismo le dictabas y producías.

Escuché intelectualmente cómo le sugerías lo que decía de san Dionisio, el cual estaba abismado en la adoración de tu Majestad y en la admiración de tu bondad, pero muy especialmente durante la descripción que me hiciste de sus gracias, méritos, virtudes y de la gloria que le concediste. Me parecía que se escondía como si se encontrara en una confusión de reconocimientos inexplicables, de un sentimiento que le hacía salir de sí, que vi terminar para entrar en ti, que eres inmenso, como si en su humilde reconocimiento me hubiera dicho: "Al admirar lo que el Verbo te dice de las maravillas que hizo en mí, dirígete al principio de toda mi felicidad, que es su bondad; haz una circunvolución, hija, con todos los coros de los ángeles y de los santos." Mientras más se humillaba este santo, más grande me lo mostraba el Verbo por mediación de san Juan, expresándome las excelencias que le comunicó en vida y lo que le había de dar en el cielo, exhortándome a escribir lo que escuché en esa noche, durante dos horas de arrobamiento y éxtasis. Te dije: "Señor, ¿Cómo podré escribir estas maravillas cuando mi entendimiento, suspendido y fortificado por ti de un modo tan sublime, ha sido testigo y escucha de [358] tu divina retórica y bellezas?

 "Lo espiritualizaste de tal modo durante este éxtasis y arrobamiento, que comprendí un poco de qué manera la persona espiritual juzga de todas las cosas, por encontrarse en tu compañía por encima de todas ellas, y cómo tampoco puede ser juzgada por ninguna de ellas por estar debajo de todas ellas. De todas formas, Señor, haré lo que sea de tu agrado, a condición de que, al escribir, ilumines mi entendimiento con las mismas luces, y que guíes mi pluma. Así lo hiciste, como se puede ver en el tema que comencé a escribir al día siguiente, fiesta del santo, y aunque tomé un medicamento, este tema procedió de ti de tal manera, que puedo asegurar haberlo escrito a la luz misma con que me lo comunicaste y por la dilección intelectual que me dabas al escribir, sin que fuera elevada. Tomé agua de san Herbam a la misma hora. Quienes la beben saben, por propia experiencia, que estas aguas producen bochornos que suben a la cabeza, que algunas veces aturden, de suerte que parece imposible leer, escribir, o discurrir intelectualmente. La lengua puede hablar, pero el entendimiento casi se imposibilita para razonar, y se incapacita para meditar. Su Eminencia tiene este tema, junto con mis otros escritos [359].

Después de haber escrito el cuaderno que trata de las excelencias que concediste a mi maestro san Dionisio, de las que hiciste participante a su insignificante discípula, me asombró lo que pude expresar y mostrar esos rayos luminosos con mi pluma, por medio de la tinta, ilustrando un rayo deslumbrante con un carbón ennegrecedor. Te adoraba y agradecía el favor que me concediste de poder manifestar tus claridades, el cual no concedes a todas las personas a quienes elevas a semejantes luminosidades, porque como ya dije antes; muchas reciben gracias, pero carecen de la facilidad para expresarlas o escribir sobre ellas. Me dijiste que en dos diversas ocasiones me hiciste ver, por medio de dos vasos, lo que habías obrado en mi alma. La primera, que fue un día de Reyes 1627, me tuviste suspendida durante largo tiempo, [360] mostrándome mi alma como un vaso elegido para recibir en ella una abundante infusión de tu bondad, la cual la sostenía y la llenaba sin derramarse. Esta infusión era como un vapor sagrado pero caliginoso, que me representaba tu santo ocultamiento, el cual obrabas en mi alma, que no comprendía o conocía con claridad tu acción sobre ella ni lo que deseabas pedirle, fuera de que te recibiera en ella por el exceso de tu amorosa bondad, que la llenaba de admiración y de un gran respeto. Te adoraba en esta semioscuridad y si, en ese tiempo, hubiera sido discípula de san Dionisio, habría dado un nombre a lo que no podía penetrar: lo oculto de Dios, que no es conocido sino de Dios mismo; hubiera amado ella estos velos, y junto con los serafines velados, se hubiera ocupado en decir: Santo, Santo, Santo, al ver la tierra llena de tu gloria. "Gran san Dionisio, ¡cuántas veces te he rogado por sus cristianísimas Majestades y por toda Francia, de la que fuiste designado Apóstol por mandato de Aquél que no puede mentir, [361] el cual te permitió llegar, aquí en la tierra, a una edad avanzada! Todo esto lo supe cuando te me apareciste mostrando un rostro majestuoso y una barba venerable. Esta longevidad no disminuía en nada la vivacidad de tu espíritu; tu frente, amplia y cuadrada, me dio a conocer que fuiste naturalmente dotado de un juicio bueno y perfecto; tus ojos conservaban su fulgor; podría afirmar de ti lo que se decía de Moisés: Tenía Moisés ciento veinte años cuando murió; y no se había apagado su mirar ni se había perdido su vigor (Dt_34_7).

Pueden constatarse, en esta narración que escribí en 1637, las ventajas que la ley de la gracia te daba por encima de Moisés; no las enumeraré aquí. Francia tiene motivos para agradecer a Dios por su bondad, que tanto la favoreció al enviarte a ella como Apóstol, lo cual me aseguraste una vez más la última octava de Todos los santos, 1641, diciéndome que quienes niegan esto, aminoran en Francia la alabanza y el culto que en ella te son debidos, puesto que tal es la voluntad del soberano y el sentimiento de la Iglesia, que quiere seas reconocido como el Apóstol [362] de las Galias, el protector de nuestros reyes, cuyos cuerpos sagrados están bajo tu protección. Así como en tiempos pasados las almas de los buenos eran llevadas al seno de Abraham, el Padre de los creyentes, deberías ser nombrado Padre de los fieles franceses, defensor de nuestras flores de lis, de cuya conservación has cuidado con solicitud paternal mediante el admirable convenio que hiciste con san Miguel, el cual ama y asiste a nuestros Reyes como a hijos mayores de la Iglesia lo mismo que toda Francia, hacia la que profesa tanto celo como el que tuvo en tiempos pasados por el pueblo judío, por ser ésta la orden que recibió de Dios. La ama por consideración a ti, reconociendo las alabanzas con las que honraste, en sus distintos niveles, a todos los coros angélicos de la jerarquía celeste; sin ellas tal vez ignoraríamos hoy en día las excelencias de toda la esencia invariable de estos puros espíritus inmateriales. Desconocemos los tres órdenes admirables que integran, su purgación, su iluminación y su perfección, su actividad en torno al principio divino que los creó, y cómo, después del Verbo Encarnado y su santa Madre, son imágenes ultra-perfectas del Soberano Arquetipo, que es increado y supra divino [363] David dijo, que son espíritus, ministros de fuego que entienden las divinas voluntades y están prontos a ejecutarlas; que tenían el mandato de guardar a los hombres, si lo que dice de unos cuantos puede aplicarse a todos: Que él dará orden sobre ti a sus ángeles de guardarte en todos tus caminos. Te llevarán ellos en sus manos, para que en piedra no tropiece tu pie (Sal_90_11s).

El, los otros profetas y san Pablo, nos hablan, con lenguaje muy oscuro, de nueve coros. David habla de querubines, diciendo que la Majestad divina se muestra sobre los querubines. Ezequiel coincide con él; Isaías dijo que vio a los serafines, y san Pablo nos menciona a los otros ocho coros. Dice  (Rm_8_38s): Ni la vida, ni los ángeles ni los principados, ni las potestades, ni otra criatura alguna podrá apartarnos del amor de Dios manifestado en Cristo Jesús Señor nuestro. y en (1Co_15_24): Cuando entregue a Dios Padre el Reino, después de haber destruido todo Principado, Dominación y Potestad; en (Ef_3_10): Sea ahora manifestada a los Principados y a las Potestades y en (Col_1_16), refiriéndose al Salvador, nuestro divino Verbo Encarnado: Porque en él fueron creadas todas las cosas, en los cielos y en la tierra, las visibles y las invisibles, los Tronos, las Dominaciones los Principados, las Potestades; en (1Ts_4_16): El Señor mismo a la orden dada por la voz de un arcángel y en (Hb_9_5): Los querubines de gloria que cubrían con su sombra el propiciatorio.

Sin embargo, ni los profetas ni el mismo san Pablo nos instruyen como san Dionisio acerca de los órdenes jerárquicos de estas inteligencias celestes; ello fue reservado al Apóstol de Francia, ô mi divino maestro, que no has desdeñado instruir a una pequeñuela con las mismas luces que comunicaste a su entendimiento. El se complació en favorecer incomparablemente al sexo frágil, al entregar con sus propias manos su cabeza degollada a una mujer llamada Catulla [364] Gran santo te dirijo palabras casi semejantes a las que el Rey Profeta dirigió a Dios: ¿Qué es este sexo débil y frágil para que te complazcas en comunicarle tus sublimes luces? Tu cabeza es un vaso admirable y obra del Altísimo. ¿Por qué nos comunicas tus rayos con tanta abundancia, si no es para que podamos decir: ¿Pero llevamos este tesoro en recipientes de barro para que aparezca que una fuerza tan extraordinaria es de Dios y no de nosotros?" (2Co_4_7).

Una mujer guardó tu cabeza y ocultó tu santo cuerpo junto con los de tus dos compañeros fuera del alcance del tirano, afín de que los franceses les rindieran homenaje y veneración en lugares donde la Providencia divina les deparó sepulturas dignas, aunque no condignas a sus méritos, puesto que después del juicio serán elevados en el empíreo, brillando más allá de las estrellas. Has aceptado la devoción de tus devotos y concedido tu favor a tu más pequeña discípula, de visitar las iglesias que honraste con tu presencia, y de venerar tus santas reliquias no con la gran fe que hubiera yo deseado, sino con la que plugo al Verbo Encarnado concederme.

Aprecio tanto esta gracia, que no puedo expresarla. Gran santo, si tuviera yo esa felicidad, irradiaría tu luz por todo el mundo, puesto que la sabiduría amorosa me hizo ver un vaso de cristal que permanecía suspendido al recibir estos rayos que lo llenaban [365] y lo rebasaban, diciéndome: "Hija, en otra ocasión te viste como un vaso que recibía en él la participación de nuestra infusión hasta llenarse de ella, sin desbordarse hacia afuera como en esta última comunicación de luz que llena tu alma, y que por tu medio deseo comunicar a los demás; eres para mí un vaso que he elegido para llevar mi luz al mundo; no te disculpes a causa de tu sexo, aduciendo que no eres predicador para anunciar mi palabra en la Iglesia. La proclamarás de la manera en que te lo pedí, hablando de mis testimonios delante de los reyes, que son los sacerdotes y doctores, en cuya presencia no quedarás confundida."

 Capítulo 77 - De las visiones que tuve durante el sueño en el año 1637; Sus Majestades me recibían favorablemente; que Nuestro Señor me dijo que simbolizaba la concepción del Delfín a quien vi en la noche del 5 de septiembre de 1638

En este año 1637, a principios del mes de diciembre, me pareció ser llevada al Louvre durante varias noches. Ahí me arrodillé para rendir mis deberes y humilde sumisión a sus cristianísimas Majestades; pero ellas me levantaron y se abajaron ellas mismas delante de mí, por lo que me sentí avergonzada. Al despertar pensé: " ¡Estas visiones son sueños!" pero como me fueron [366] reiteradas, recordé las palabras de Joel. El Señor Abad de san Just vino a verme y entre charla y charla le dije gozando: "Explíqueme mis sueños, o yo se los interpretaré, como lo hizo José con sus hermanos. No envidiará usted mi felicidad al dormir, y es que, sin tener parte alguna en ello, cada noche soy conducida al Louvre, donde sus Majestades me confunden con las acogidas que me dan, por no decir el respeto que me demuestran." "Son visiones de vuestra futura grandeza." Yo no me siento inclinada a estas cosas.

Tendría gran necesidad del doble espíritu que el Profeta Elíseo pidió a Elías; el mío no es propio para permanecer en la corte. Soy demasiado sencilla e ingenua. Tu Espíritu, celoso de ser mi Expositor, como el espíritu de los dos videntes que lo espiraban, no me quiso tener más tiempo en suspenso, sino darme a conocer que la Reina estaba encinta. Cuando esta noticia llegó a oídos del P. Jean Roux por medio de uno de sus amigos de la corte, la comunicó al R.P. Gibalin, quien habló más de lo debido que me permita culparlo, por no haber guardado un secreto inviolable, como lo hizo el R.P. Voisin [367]. Por medio de sus argumentos, hizo conjeturar al P. Jean Roux que él sabía, desde hacía algunos años, que tu bondad concedería descendencia al Rey; el mencionado padre lo apremiaba con mucha frecuencia para que le dijera claramente y con todo detalle, lo que la Madre Matel le había dicho al respecto. El P. Gibalin me previno acerca de las preguntas del P. Roux, por lo que le dije: "Padre, si revela usted mi secreto, no volveré a confiarle lo que me suceda en la oración. Le pido no dé ocasión para que sea yo proclamada en la corte como una profetisa. He vuelto de París con este secreto, del cual se enteró usted al leer mi escrito del año 1627, que dejé en mi cofre en esta ciudad de Lyon. No he deseado hablar con la Reina, a pesar de la amistad que existe entre la Srita. Philandre y yo. Padre, si este papel no se hubiera encontrado, el R.P. Voisin no me hubiera impedido el poder decir con el Profeta Isaías: Mi secreto es para mí (Is_24_16). Mi buen Padre, la más grande mortificación que podría llegarme sería la de ser estimada como vidente" [368].

Viendo el P. Gibalin que me causaría un gran disgusto, no confió del todo mi secreto al R.P. Jean Roux, quien lo hubiera revelado en la corte. Seguí pidiendo al Dios de toda bendición por la salud de la Reina y de su fruto, regalo del cielo, esperando de tu bondad la gracia, para esta buena princesa, de dar a luz con toda felicidad. Mi espera no fue vana ni frustrada, pues fue tu beneplácito el que viera a mi señor el Delfín. La noche del sábado al domingo 5 de septiembre de 1638 vi a este niño bendito, mi señor el Delfín, cuya vista produjo en mi alma tanta alegría, que nuestras hermanas percibieron un extraordinario júbilo en mí, sin revelarles yo la causa. La hija que escribe bajo mis órdenes las llamó y les dijo: " ¡Vengan a ver a nuestra Madre: su cara está radiante!" En el transcurso de esa mañana, me importunó varias veces para que no le ocultara la gracia que Dios me concedía; que pediría al R. P. Gibalin, después de comer, me mandara ponerla por escrito. En cuanto llegó el R.P. Gibalin, [369] ella y otra insistieron en que me presionara para descubrir, al menos a él, lo que pasó en mí durante la mañana. El R. P. Gibalin insistió, según su costumbre, en que le comunicara lo que no debía ocultarle por ser mi director.

Le dije que nuestro señor el Delfín había nacido, y que lo había visto la noche anterior; que mi divino amor había deseado complacerme con la vista de este lis, producido por el hermoso árbol que vi en 1625,y que había preguntado a mi bien amado por qué había tardado tanto en conceder este Delfín, después de haberme dicho el 3 de octubre de 1627 que engrandecería su misericordia sobre la Reina, y que me había enseñado mediante su código acostumbrado: "Hija, la salud de Exequias fue asegurada con un signo en el reloj de Acab, por el retraso de diez líneas que hizo el sol; todos los misterios que te enseño están iluminados en la Escritura. Quiero decirte, además, que dejé pasar diez años completos antes de dar mi bendición a la Reina para concebir a su Delfín. [370] Cuenta desde 1627 hasta 1637, cuando ella concibió al mismo tiempo en que, estando tú dormida, fuiste conducida a la corte, mostrándote que un día sus Majestades llegarían a conocer a la que tanto me pidió les concediera esta bendición."

Capítulo 78 - Que el Verbo Encarnado por la intercesión de san Miguel, me concedió el deseo que tenía de conocer su voluntad; de las luces que él me comunicó que fueron vistas de una persona que me hablaba.

Tu amorosa dilección, mostrando que se complacía en realizar las promesas que me había hecho, me concedió el atrevimiento para decir: " ¿Cuándo será que establecerás tu Orden? El Rey ha obtenido ya muchas victorias y le has concedido un Delfín; sólo falta establecer la Orden." Gran san Miguel, ¿Cuándo se hará realidad este establecimiento? ¿Terminará por extinguirse la paciencia de estas pobres hijas? La Señora de la Rocheguyon insiste en que regrese a París, tan grande es su deseo de verme. Tú asististe a san Gabriel cuando el ángel de Persia le opuso resistencia; fuiste el nuncio de las órdenes divinas. Haz que conozca yo el divino agrado, para conformarme a él. Si me envías veinte pensionistas, veré en ello un signo de que no debo aún salir de Lyon". Después de algún tiempo accediste a mi petición, [371] enviándome siete u ocho pensionistas, puesto que sólo teníamos doce o trece, lo cual me llevó a tomar una resolución que no me desagradó del todo, pues temía en extremo los aplausos que se prodigan en París a las personas que tienen la reputación de verse agraciadas con visitas celestiales, a causa de la bondad, piedad y credulidad del buen pueblo parisiense.

Capítulo 79 - El Apóstol san Pedro se me apareció después de que le había pedido el establecimiento de la Orden del Verbo Encarnado, me hizo grandes favores; de los privilegios excelentes de La virginidad

Una vez asegurado mi espíritu de que no deseabas fuese yo a París, se llenó de gozo a causa de esta certeza, aunque sin dejar de sentir un poco de pena ante la prolongada prueba a la que Su Eminencia sometía la paciencia de sus hijas. Me dirigí entonces a san Pedro, tu Vicario universal, diciéndole: "Gran Pontífice, considera la gran paciencia de las hijas del Verbo Encarnado hacia quienes todo el pueblo de Lyon siente compasión, en vista de su larga espera. Los principales de esta ciudad desean vivamente este establecimiento; sentimos mucha gratitud por su buena voluntad. Obtén para ellos las gracias del Padre de las luces, por la dedicación que han demostrado por esta fundación.

No ignoras el poder que te ha concedido el Verbo Encarnado; Su Eminencia es tu súbdito; ¿no podrías, o no querrías inspirarlo a ejecutar la bula que tu sucesor le dirigió?" En cuanto hablé así, este Pastor universal, teniendo piedad de sus ovejitas, se me apareció de pie sobre una roca, diciéndome que se ocuparía de dicho establecimiento [372] que protegería a todas las hijas del Verbo Encarnado, por ser hijas de la Iglesia.

Mi querido Amor, después de esta aparición de tu Apóstol, tú mismo quisiste consolarme diciendo: "Hija, ten siempre gran confianza; yo cumpliré mis promesas: Dentro de muy poco tiempo sacudiré yo los cielos y la tierra, el mar y el suelo firme, sacudiré todas las naciones (Ag_2_6s). Espera un poco de tiempo y verás después el establecimiento de mi Orden." Al hacer los ejercicios la cuarta semana le Cuaresma en 1639, el día del Evangelio de la resurrección del hijo de la viuda de Naim, me dijiste: "Hija, soy yo quien te dice: 'Levanta hasta mi tu espíritu,' así como ordené a ese joven adolescente levantarse del ataúd para entregarlo vivo a su madre, que le lloraba como muerto. Ven, mi bien amada, al seno de la divinidad que te ha engendrado; ven al lecho dolorido de tu divino esposo."

Al escuchar con cuánta dulzura me invitaba tu amor, mi alma se maravillaba y se abandonaba amorosamente en tu seno, diciéndote: Nuestro lecho es florido. El Señor Bernardon, el joven, vino para ayudar a la misa de su hermano, por no tener la edad para celebrarla él. Se acercó a la reja donde hacía mi oración, durante la cual me acariciabas divinamente, invitándome, como ya dije, a reposar sobre tu seno y repitiendo en mi alma estas palabras: Nuestro lecho es florido. El Señor Bernardon me dijo: "Madre, su cara está llena de luz y veo caer de lo alto flores blancas sobre usted. Desde su cabeza resbalan graciosamente sobre sus rodillas; durante largo rato he estado admirando estas flores maravillosas, y el modo como le son enviadas. Se parecen a las flores de los arbustos que se llaman espino blanco, cayendo sobre usted como una suave lluvia. Madre mía, ¡no esconda lo que Dios ha hecho presente en su alma!"

"Señor, hoy en su alma, quiso él mostrar a usted exteriormente estas flores; por ello le confieso que debo, al mismo tiempo, dedicarme a ponderar estas palabras: Puro verdor es nuestro lecho. Las vigas de nuestra casa son de cedro, nuestros artesanados, de ciprés" (Ct_1_15s). ¡Que mi bien amado y divino esposo quiera ser nuestro lecho floreciente y nuestra casa de cedro y de ciprés! Muriendo a mí, te veo a ti; al verme abrumada por tu amor, me rodeas de flores, sin esperar que les niegue tomar en cuenta lo que san Pablo dijo en el Capítulo 7 de 1 Corintios: Mas si te casas, no pecas. Y, si la joven se casa, no peca. Pero todos ellos tendrán su tribulación en la carne, que yo quisiera evitaros. Os digo, pues, hermanos: El tiempo es corto. Por tanto, los que tienen mujer, vivan como si no la tuviesen (1Co_7_28s).

"El me regala flores a cambio de las espinas que ha recibido de mí. El R.P. Gibalin salió de aquí después de haber oído mi confesión, que no fue sino una relación de faltas. Admiro la bondad de este Rey de los enamorados, que ha tomado para sí mis espinas para regalarme con flores, diciéndome: Yo soy el narciso de Sarón, el lirio de los valles. Como el lirio entre los cardos, así mi amada entre las mozas (Ct_2_1s). Si las jóvenes del mundo conocieran la gran felicidad que el divino esposo comunica a sus esposas, verían con claridad que los aparentes placeres que buscan en el matrimonio no son sino espinas. Los casados no pecan al casarse, porque el matrimonio es un sacramento que reverencio y que debe ser respetado. Pido a los ángeles me concedan este amor que reclama la esposa de los Cantares cuando, enarbolaba sus sagrados pendones al ser ella introducida en la bodega de vino, exclamó: Confortadme con pasteles de pasas, con manzanas reanimadme, que enferma estoy de amor (Ct_2_5). Mi divino esposo ejerció conmigo todos estos oficios, y por el exceso de su amor, quiso además darme todas las cosas: Él es mi Dios y mi Todo. Colocó su mano izquierda bajo mi cabeza; y al abrazar dulcemente mi cuerpo con su derecha, atrajo mi alma hacia su corazón divino, haciéndola toda para Él, así como Él es todo para ella."

 Capítulo 80 - Que por faltas de un particular la divina bondad no detiene el curso de sus grandes designios que son para su gloria y la salvación del prójimo. De las coronas con que premia la paciencia de sus hijas.

La tarde del 24 de marzo de 1639, estando sumamente cansada por la agitación que la visita de tantas personas me causó, te presenté mis quejas, oh mi divino amor, diciéndote: "Señor, has cumplido las profecías que prometían tu Encarnación. ¿Cuándo será que realizarás las que has hecho, sea a mí, sea a otros, del establecimiento? ¿Qué significa el que tus promesas se hayan retrasado?" "Hija, cuando se trata de profecías que conciernen una redención o un bien universal, las cumplo porque el efecto de ellas es una secuencia infalible [373] al decreto eterno, por no tener en ellas condición alguna del lado de la libertad de la criatura, o que por mi bondad y mi previsión veo que ella no se les opondrá, convirtiéndose en un digno instrumento de mi gracia. Esto se aplica al decreto de la Encarnación y de mi Pasión, por referirse a la salvación de la humanidad después de la gloria debida a la divinidad, que había sido ofendida. Cuando las disposiciones remotas parecían retardar la ejecución, mi poderosa bondad no se detuvo, como está marcado en Isaías, el cual, de mi parte, ofreció a Acab, Rey de Judá, un signo de la encarnación en el lugar que él deseara. Este rey, no por fidelidad, sino por guardar las apariencias, rehusó el ofrecimiento del Profeta, diciendo que no deseaba tentar al Señor.

"El Profeta, movido por el poderoso amor de nuestra bondad, clamó con fuerte voz: Casa de David: ¿Os parece poco cansar a los hombres, que cansáis también a mi Dios? Pues bien, el Señor mismo va a daros una señal: He aquí que una doncella está encinta y va a dar a luz un hijo, y le pondrá por nombre Emmanuel (Is_7_13s). Aunque este rey no merecía que yo tomase la carne de su raza, ni que le diera, por tanto, la seguridad de este favor, quise concedérselo para mostrar la verdad de las profecías y el ardor de mi amor hacia [374] la humanidad entera. Hija, no debes temer que, tomando en cuenta tus numerosas faltas, deje de cumplir lo que he prometido, ya que esta Orden debe extender mi gloria y salvar muchas almas; un bien general no se ordena a un particular, aunque parezca retrasarse. Es que mi Providencia lo ordena justamente, para humillar y con frecuencia convertir a quien, por tibieza y ligereza, no está dispuesto a ser el instrumento de mi obra.

Es por esta razón, y por la salvación particular, que la Iglesia repite con tanta frecuencia: Para que seamos dignos de alcanzar las promesas de Cristo, pidiendo a mis santos el favor de su intercesión para que los cristianos peregrinos sean dignos de mis promesas, que correspondan a mis admoniciones y a mis gracias mediante la adhesión total de su voluntad, a la que no deseo forzar, sino más bien atraer amorosamente cuando no se me resisten con obstinación, pues he sometido el fuego y el agua a la disposición del franco arbitrio, mostrando por mi bondad el camino de la salvación, afín de que se lo siga en la observancia de mi ley, que manda el bien y prohíbe el mal, prometiendo recompensar a los fieles y amenazando con el castigo a los que la quebrantan."

Durante estas enseñanzas que me daba mi Amor, vi coronas hechas de zafiros y marcadas o distinguidas por estrellas. Comprendí en seguida [375] que se trataba de las coronas que su bondad preparaba para las hijas que esperaban con humildad y constancia el establecimiento de esta Orden tan diferida y combatida por las personas de la tierra, diciéndome que estas oraciones de zafiro me aseguraban que el cielo se complacía en engarzarlas. Vi además dos trompetas moldeadas como cuernos de cacería, las cuales formaban un óvalo, pero seguían siempre unidas. Sin resonar en los oídos corporales, repercutían en los de la divinidad, diciéndome que aguardara en silencio y esperanza al Salvador divino, quien une sus peticiones a las nuestras.

Al permitirme la Divina Bondad expresarle con toda franqueza mis inclinaciones, me permitió decirle: "Debo aprender de ti, oh Amor mío, otros diferentes pensamientos de los que me revelaste en otras ocasiones sobre la Encarnación. Perdona a una hastiada que pide una nueva salsa para este divino manjar. He comprobado tantas veces la diversidad y multiplicidad de los tesoros que me has dado acerca de este inefable misterio, que derivo, en consecuencia, que será de tu agrado si te pido me instruyas en él de una manera diferente; conversaré contigo sobre esto. Es atributo de tu fecundidad el producir en mí nuevas luces para retener amorosamente a una hija [376] extraviada, distraída y hastiada, cuando hizo oración esta tarde."

¡Oh exceso de caridad perfecta! me respondiste con exquisita cortesía: "Hija, contempla cómo durante una eternidad entera permanecí en la plenitud esencial en medio de divinos e indecibles deleites, esperando la plenitud de los tiempos para encarnarme. Esta plenitud es María, mi Madre, que fue llena de gracia en forma singular y supereminente. Hacia esta plenitud nacida, la Plenitud Increada se inclinó amorosamente para unirse a ella, cumpliendo así el anuncio de Esdras: "llena de plenitud", y esto de una manera admirable conocida sólo a la divinidad y al Dios-Hombre, pues María, mi Madre, fue amparada bajo la sombra para que su existencia no fuera destruida por los ardores y esplendores divinos. Ella se sumergió en una agradable vacuidad en la humildad, y Aquél que la miraba para tomar cuerpo en ella, mediante el designio de inanición privó de subsistencia humana a la humanidad que deseaba tomar en ella, para verificar, aunque en otro sentido, las palabras anteriores de Esdras, el escriba: vacía de vacío. Hija, desea entonces que te enseñe por medio [377] de un pasaje, que parece referirse al Juicio Final, las maravillas de este misterio inefable." Habla, Amor mío, dime tus palabras y tus maravillas, y los pueblos que las escuchen te alabarán después de mi muerte: Se escribirá esto para la edad futura, y un pueblo renovado alabará a Yahvé: que se ha inclinado Yahvé desde su altura santa, desde los cielos ha mirado a la tierra para oír el suspiro del cautivo, para librar a los hijos de la muerte (Sal_102_19s). "Sabe, hija mía, que en el momento de mi Encarnación opté por el tiempo, habiendo poseído una eternidad eterna. Quise, desde ese momento, convertirme en temporal y mortal, para convertir un día a los hombres en seres inmortales, después de la Resurrección General. En el momento de esta amorosa Encarnación, fui constituido Juez de toda justicia divina y humana, así como angélica, sentado en mi trono de marfil como Rey y Juez universal.

"Hice justicia a la divinidad ofendida, diciendo a mi Padre, al Espíritu Santo y a mí mismo, que tenía con qué pagar, en riguroso juicio, todo lo debido a nuestra divina Majestad y amorosísima bondad, que era obra maestra de la razón divina y humana; que, desde mi entrada a las entrañas maternales, respondía de todas las deudas; que sería el holocausto perfecto debido [378] a la divinidad; que mi corazón era la mesa y mi cuerpo el pergamino o el pliego virginal donde esta ley divina estaba escrita; que la aceptaba y deseaba sujetarme a ella, a fin de cumplirla por deber a partir de ese momento.

"Este sólo acto, amorosamente ofrecido a mi Padre Eterno, se cumplió de una manera inenarrable e incomprensible a los humanos y a los ángeles, por todo aquello que la humanidad podía deber, y mi Padre encontró en mí una complacencia inefable que se acrecentó en cada momento, hasta el día de mi muerte sobre el Calvario, viendo a un Dios que recibía satisfacción de un Dios hecho hombre, que no escatimó un solo minuto, porque mi valor deseaba aparecer magnífico delante de la divinidad, y munífico ante los ángeles y los hombres. Era Rey de un reino eterno; me convertí en Rey temporal por ser Hijo de David y de mi Madre, la cual, con san José, pertenecía al reino de Judá por disposición divina, como se dice en las alabanzas de san José, que escribiste con anterioridad. Fui Juez por derecho al pertenecer a mi santa Madre, elevándola sobre todas las creaturas, los ángeles y los hombres, en su calidad augusta de Madre de Dios y por sus admirables perfecciones. A partir del momento de mi Encarnación, heredó los derechos de toda soberanía, después de la divinidad esencial. Ella fue mi Soberana Dama, por ser yo hijo y súbdito suyo, y por ella fui sometido al tiempo [379] de mi divino Padre, a quien soy igual desde la eternidad. Juzgué a los ángeles fieles junto con su Príncipe, san Miguel, los cuales rendirían adoración y protestas de fidelidad a mi Majestad divina y humana, al prometerles una recompensa digna de mi excelencia, además de la información en la gracia y en la gloria que poseían y habían recibido con previsión a mis méritos. Toda la humanidad estuvo presente con Adán, que los vinculó con la culpa original. Me hice fiador de todos: respondí de la retribución a la justicia divina lo mismo por uno que por todos. Vi a los elegidos y a los réprobos, y aunque supe que estos últimos abusarían de mis gracias, mis méritos y mis bondades, no quise exentarme de pagar su deuda y de comprar la gloria eterna para ellos y los elegidos; si ellos se alejaron deseando tentar mi presciencia, ésta no impide la libertad y mi bondad no rehúsa la gracia suficiente para la salvación.

"Juzgué a los demonios por medio de mi entrada en el mundo; y al venir en calidad de Redentor y Juez, armado de poder divino y de debilidad humana, anonadándome a mí mismo y humillándome hasta ser el último de todos, me conformé perfectamente al deseo equitativo de la divina grandeza de mi Padre Eterno, de quien me di a conocer como el Hijo Único. Es por ello que los demonios que tomaban posesión [380] de los cuerpos y que tuvieron el atrevimiento de pertrecharse entre los sepulcros, se espantaron a la vista de mi poder, lanzando fuertes gritos al peguntarme: ¿Qué tenemos nosotros contigo, Hijo de Dios? ¿Has venido aquí para atormentamos antes de tiempo? (Mt_8_29). como si quisieran decirme: "Sabemos bien que debes juzgar como último recurso en el último día, como anunciaron los profetas. Job nos asegura lo mismo, al decir que sabe con gran seguridad que su Redentor vive, y que en el último día se levantará de la tierra en la Resurrección General: Yo sé que mi Defensor está vivo, y que él, el último, se levantará sobre el polvo. Tras mi despertar me alzará junto a él, y con mi propia carne veré a Dios (Jb_19_25s).

" ¿Por qué vienes antes de tiempo para despojarnos de los cuerpos y de los sepulcros en los que hemos establecido nuestra fortaleza, desde la cual afligimos a todos los que van por este camino? Tú nos impediste volver al Jardín del Edén, colocando un querubín a la entrada, no solamente para impedir el acceso a Adán y a Eva, sino para infundirnos rabia y temor, al ver un espíritu, creado como nosotros, desafiar nuestro espíritu y descubrir nuestra astucia. Encontrábamos en el mundo un imperio en los corazones de los hombres que se dejaban seducir; velábamos por ellos hasta el término de su vida, a fin de atraparlos en esa postrimería. Nos escondemos en los sepulcros, huyendo de la [381] presencia de Aquél que tiene en sí la palabra de vida, y que es la vida esencial, hasta que en el gran día de ira y de venganza, reúnas a todas las creaturas de razón para comparecer en el Ultimo Juicio, que deberás pronunciar con equidad. No ignoras que somos leones rugientes que rondamos y cercamos por todas partes, buscando a los hombres para devorarlos; y que, como aves de presa, nos cebamos en los cadáveres, que se convirtieron en nuestro alimento desde que caímos al ofenderte. Respiramos, de algún modo, dentro de los sepulcros, en espera del fin del mundo. ¿Qué tenemos nosotros contigo, Hijo de Dios? ¿Has venido aquí para atormentamos antes de tiempo? (Mt_8_29). Nos atormentas al obligarnos a confesar nuestra refinada malicia y a salir de nuestra habitación, exhibiendo ante la humanidad nuestra debilidad. ¿Qué tenemos nosotros contigo, Hijo de Dios? ¿Has venido aquí para atormentarnos antes de tiempo? (Lc_4_4)v34. ¿Vienes floreciente a salvar a los hombres y obligarnos a perder a quien se encuentre entre tú y nosotros?

"Una bondad sin medida que condena su extrema malicia, una profunda humildad que juzga su soberbio camino; santidad perfecta que demuestra su iniquidad e [382] impureza: ¡Sé quién eres tú: ¡el Santo de Dios! (Lc_4_34)." Yo les permití este conocimiento para confusión suya y gloria de mi Padre, obligándolos a confesar mi poder, a fin de que los hombres adquirieran, al ver su confusión, una amorosa confianza hacia Aquél a quien el amor convirtió en el Hijo del hombre, y a quien se dio todo poder para escrutar, juzgar y condenar en todo tiempo. Este poder le fue otorgado por el Padre de las luces, de quien soy el esplendor que aclara todas las astucias de los demonios. Hice ver a los hombres la debilidad de sus enemigos, y cómo, revestidos con las armas de mi gracia, todo lo pueden; y cómo, con esta fuerza, lograrán vencer con facilidad a estos espíritus, a pesar de que Job haya dicho que en la naturaleza inferior no existe fuerza alguna comparable a la de los demonios. El no me oyó hablar del poder que la gracia concede al ser humano.

"Cuando así lo deseaba, les arrojaba velos oscuros, cegando así sus conocimientos naturales, por estar privados de la luz de la gracia. Con ellos no podían verme, a causa de la privación de lo que les era habitual. No había vuelta de hoja. Los juzgaba tanto por mis humillaciones como por mis grandezas y milagros. Hicieron caer, con su refinada [383] malicia, a la primera mujer; pero mi Providencia ordenó que la nueva Eva, mi santa Madre, por su juiciosa prudencia, produjera tinieblas en los ojos de sus entendimientos. Ella obró tan sabiamente al estar yo visible en la tierra, que no pudieron saber con claridad el misterio de la Encarnación; su maternal virginidad les fue desconocida. Veían ellos una creatura de pureza admirable, pero no podían acercarse a este tabernáculo divino, como castigo del acceso temerario con que obraron en presencia de la primera Eva. Fueron condenados a acechar el talón de esta augusta Virgen; su rostro luminoso resplandecía demasiado para ser visto por estos búhos. Los vestigios de mi Madre los espantaban, y después de su Asunción gloriosa, aplastó a todos cuando vieron que subió a mi diestra por su sabia humildad, y que está sentada a mi lado, pues soy el Monte de la Alianza del que ella es Madre, y que todo, tal como lo digo a mi verdadero Padre, al dirigirme a Aquél de quien yo emano eternamente en el esplendor de los santos por la adorable generación, así lo digo a María, mi verdadera Madre, por la admirable Encarnación: En el tiempo yo soy su Hijo común por indivisibilidad. Sé que, como Hijo del hombre, todo juicio se me ha dado, y que en el Ultimo Día debo juzgar [384] a los vivos y a los muertos por poder y por mis méritos, habiendo aceptado ser juzgado de Dios, de los hombres y aún de los demonios, puesto que, hasta el tiempo de mi Pasión, fue dado a los demonios y a los hombres el poder para hacerme sufrir la muerte. Por ello dije a los judíos: 'Ha llegado su hora y el poder es concedido a las tinieblas para atarme y hacerme morir sobre la Cruz. Es verdad que seré ofrecido a la muerte, porque así lo he querido, y que la voluntad de mi Padre y mi amor me han llevado a esta aceptación y a esta incomprensible privación, de la cual quise quejarme filial y amorosamente, a fin de que los ángeles y los hombres supieran hasta qué punto la justicia divina y el amor a los hombres, mis hermanos, me habían reducido.'"

Capítulo 81 - De cómo, orando a san León, éste se me apareció, invitándome a fundar el primer monasterio en Avignon. De los grandes favores que el Verbo Encarnado me concedió el día de nuestro Padre san Agustín.

El 9 de abril de 1639, antevíspera del gran san León, rogando a este eminente Pontífice empleara su celo en el progreso de la Orden del Verbo Encarnado, al que tanto amó, y de la Encarnación, de la que escribió maravillas, según he oído, pues no he leído a los Padres; únicamente he hojeado, de paso, las obras de san Dionisio. [385] Este caritativo Pontífice se me apareció portando la tiara. Me despertó bondadosamente y lo escuché decir que me invitaba a ir a Aviñón, donde el Verbo Encarnado establecería su Orden. Algunos días después de esta aparición, el R. P. Jean Baptiste Guesnay, rector del Colegio de la Compañía de Jesús en Aviñón, habiendo venido a Lyon para asistir al Capítulo provincial, pasó a visitarme. Preguntó si deseaba yo agilizar el establecimiento de esta Orden tan esperada. Le respondí: "Desearía que fuese establecida en Aviñón." Ante estas palabras, me dijo: "Madre, si dispone usted de personas que aporten lo temporal, no habrá oposición alguna que no podamos vencer con la ayuda de Dios." "Padre, yo contribuiré con una casa totalmente amueblada; pagaré los gastos de viaje y de las bulas, así como 500 libras de renta para cinco jóvenes, concediendo a cada una 100 libras vitalicias."

Todo esto le satisfizo; me prometió ocuparse de los trámites, y lo cumplió con toda eficacia. Teniendo por nombre Juan Bautista, [386] desempeñó su oficio de precursor del Verbo Encarnado, preparando los espíritus de los prelados de Aviñón que debían recibir esta Orden. La víspera de nuestro padre san Agustín, durante la recitación de Maitines, habiéndome recogido en presencia del Santísimo Sacramento, para recomendar a mi divino amor y Padre el establecimiento de sus hijas, fui dulcemente consolada. Tu benignidad me dijo: "Escucha con atención el himno que se canta en honor de este gran santo, en especial las palabras: Caminó entre los mundos, que pueden apropiársele admirablemente. Su espíritu, sumamente elevado por mis amorosos favores, caminó siempre, o más bien, voló más allá de los astros. Con ello quiero decir que es el sol de los Doctores y el águila real que, al contemplarme, se elevaba en mis resplandores. Tú eres hija suya; por ello, debes evitar que tu espíritu se detenga en cosas de aquí abajo."

Habiendo comulgado el día de la fiesta, y al meditar en la supereminente gloria con la que el amor divino destacó a este grande y querido santo, me dijiste: "Estas palabras son para ti: Que lindos son tus pies en las sandalias, hija de príncipe (Ct_7_2). Los astros te sirven de calzado y de carroza, elévate ardorosa y velozmente, aguilucho del corazón de tu padre [387] Agustín. ¿Por qué piensas que se dice en los Cantares que la esposa avanzaba como la aurora, que parecía tan bella como la luna cuando se vuelve luminosa en presencia de su sol? Esto es lo que la hace aparecer elegida como él: uno preside el día, y la otra la noche.

"Esto es, hija mía, lo que sucede en ti; eres como una aurora que anuncia el día. Eres abundante en la afluencia que comunicas en la tierra; eres todo a través de mí, pues me apasiona el hacerte crecer en gracia, y por tu mediación, sigo obrando en contra de los otros. Te convierto en sol para iluminar a la Iglesia; es decir, te hago terrible ante el enemigo mediante los rayos e iluminaciones que toman su brillo de tus palabras, de tus escritos y de tus contemplaciones. ¿Has notado alguna vez en qué consiste la vestidura de la esposa del Cantar?"

Mi divino amor, jamás he pensado en ello, ni me he fijado. En una ocasión, ella dice que se despojó de su túnica; y en otra, que los guardias de la ciudad le quitaron su manto, así que la veo sin ropa tanto en su habitación como por las calles. La primera vez, ella misma [388] se desvistió; la segunda, fue privada de su manto, que había tomado cuidadosamente cuando la dejaste para obligarla a seguirte y pudiera así alcanzarte.

"Hija, es porque mi amor deseaba revestirla de su divina claridad, de acuerdo a la afirmación del Apocalipsis de que la esposa es la nueva Jerusalén, adornada por su esposo. Sabes bien que no posees nada por ti misma, y que, gracias a mí, te ves adornada como Axa. Te he desposado, hija del Gran Caleb Agustín -Caleb es como el corazón- y tienes en mí todos los tesoros de la sabiduría y de la ciencia de mi divino Padre.

Quise que tuvieras, por una divina participación, el conocimiento de la santa Escritura; es la ciudad de las letras: Cariath-Sepher; es decir, ciudad de las letras (Jc_1_11) que te he dado junto con la aspersión inferior y superior; son éstos dones que debes a mi bondad que es incomprensible a la humanidad y a los ángeles. Considera, con humilde agradecimiento, cómo te ha favorecido mi bondad por encima de tantos otros."

Amor, no puedo agradecerte dignamente tantos favores; que todos los santos, en unión con mi Padre san Agustín, que es todo corazón como Caleb, [389] te alaben por todo mientras dure la eternidad. Que me gloríe en ti y no en las cosas creadas, para ser revestida de ti, que eres increado. Eres Othoniel, que significa Dios de mi corazón. Tú eres el Dios de mi corazón. Fuera de ti no hay nada para mí. Que mis tendencias y mi afecto no se inclinen como el agua sobre la tierra. Me vería en peligro de convertirme en lodo, lo cual no deseas, habiéndome afirmado que me has destinado para caminar con una delicada majestad sobre los astros, a los que deseabas convertir en mis carros.

Me dijiste que soy tu montura, que te lleva en triunfo con más gloria que la de Faraón. La gloria del mundo, a semejanza de la egipcia, es siempre lodosa y tenebrosa; la tuya resplandece con solidez y penetra todo entendimiento por la pureza de sus rayos, que están siempre adheridos a la fuente de donde proceden. No podrían separarse de ella sin dejar de existir. Es verdad, Amor mío, que dependo constantemente de tus luces. Si me las [390] quitaras, me convertiría en la oscuridad misma. Sabes bien que no poseo virtud alguna; que eres mi Dios, mi refugio y mi fuerza en todas las tribulaciones que me salen al paso, o en las que ocasiono debido a mis imprudencias. Estando tú en mí, nada temo. Eres ese río impetuoso que alegra la ciudad divina, santificando tu tabernáculo. ¡Oh Dios altísimo, haz tu morada en el centro de mi ser! Me diste a entender que las esposas de los hombres poseen adornos prestados, y que sus lechos están rodeados de cortinas y colgaduras aún en medio de las tinieblas de la noche, pero que la pureza de las tuyas es tal, que puedes unirte limpiamente a tu esposa en plena claridad meridiana, adornando su cabeza con estrellas, revistiéndola del sol, calzándola con la luna, y que cuando concibe lleva en sí misma su fruto divino. A éste, por ser Hijo del Altísimo le corresponde por derecho el trono de gloria; diciéndome además que deseabas verla refulgir desde su principio o comienzo, al avanzar y al llegar a su término, a fin de que los ángeles y los hombres exclamaran arrebatados de admiración: Qué bella y radiante es la generación de los castos: su recuerdo será perenne; [391] porque es reconocida en presencia de Dios y de los hombres. Quien pueda entender, que entienda (Sb_4_1s); (Mt_19_12).

 Capítulo 82 - Que el Verbo Encarnado recibió el sacrificio que le ofrecí acompañada de mi buen ángel custodio y todos los demás ángeles. Cómo la Orden fue plantada en mi seno. De mi salida de Lyon para Avignon.

El día de la fiesta del ángel Guardián, en 1639, habiéndome retirado a eso de las siete de la tarde para unir mi oración a la de los ángeles, me acerqué al altar, permaneciendo de pie como el sacerdote que sacrifica y ofrece el cuerpo preciosísimo de mi Esposo, y le dije: Señor y Dios mío, como mi sexo me priva de este gran sacerdocio y del carácter sagrado, permíteme ofrecerme a mí misma en sacrificio en compañía de los ángeles. Son espíritus puros que no pueden ofrecer cuerpos, pues carecen de ellos; en cambio, ellos son todo fuego y llamas para ascender junto con mi sacrificio."

Ante estos pensamientos, mi puro Amor aceptó mi ofrenda y el sacrificio en espíritu y verdad de estos ministros de fuego que tienen la dicha de ver su divina faz, ante cuyas señales se mueven o se detienen, según sus inclinaciones, ya sea como espíritus servidores, o que asisten delante de su Majestad. [392] El querido guardián de esta indigna esposa no dejó de hacerme sentir su caridad. Decir de qué manera me regaló, no lo intentaré; más bien diré que me vi próxima a expirar ante el ímpetu de los amorosos deleites que sentí, ofreciéndome para cumplir todas las divinas voluntades en presencia de estos espíritus encendidos y pidiendo a mi Esposo cumpliera con prontitud las promesas que me había hecho de establecer su Orden.

El me manifestó que así lo haría, pero, oh maravilla de amor, quiso que su Orden fuese plantada primero en mi corazón, y de un modo admirable sembró esta Orden de sus complacencias en mi pecho, diciéndome que la había plantado, hecho germinar, crecer y brotar a la manera de un bulbo que lleva en sí las propiedades de las flores, de los árboles y de la carne. Me dijo entonces: "Hija mía, he aquí lo que te prometí en el año 1626, después de que saliste de tu casa paterna: ofrecí darte el germen de David, que es rey según mi corazón. "Es necesario que te dispongas a ser así; mira que he guardado, plantado y establecido en tu seno, como en la madre de mi Orden, una nobilísima semilla -estas cualidades de la flor, el fruto y el germen admirable [393] de una simiente virginal y divina- manifiesta mi amor hacia ti y hacia mi Orden; lo que has visto es un signo visible de la cosa invisible. Los ángeles admiran el sacramento nuevo que instituyo al erigir esta Orden dentro de tu corazón, antes de fundarla en Aviñón. Una vez me dijiste, a la edad de nueve años, que, si te hacía comprender el Evangelio como santa Catalina de Siena, me amarías tanto como ella. Te concedí este favor; tú tienes obligación de amarme."

Amor, si los demás tienen una deuda, yo tengo diez mil. Viviré no moriré insolvente si tu Espíritu, el Amor sustancial y subsistente que tú produces, no ama por mí tus divinas perfecciones. Le ruego que venga en auxilio de mi debilidad y que obre en mí según su poder. Él sabe mejor que yo que debo devolver purificado todo lo que el Padre, él y tú me han dado [394] Quien no te amé Señor Jesús, merece ser anatema. El 6 de noviembre de 1639, al atender visitantes en el recibidor, te plugo, divino amor mío, inflamar mi pecho con una divina llama, que llevaba en sí la figura de todos los instrumentos de tu Pasión. Dispusiste mi alma de modo que me vi abrasada por esta llama de fuego que representaba todos los enseres de la Pasión, como pintan a san Bernardo. La vista de esta llama y el ardor con que envolvió mi corazón me arrebató; mi espíritu se hubiera sentido feliz de subir hasta la cúspide de la flama, así como el ángel que anunció el nacimiento de Sansón a la cima de la hoguera del sacrificio que Manóaj y Ana te ofrecieron en acción de gracias. Intuí que esta llama me aligeraría las cruces y las aflicciones que tu Providencia me enviaría. Viendo que era tu voluntad que yo fuese a Aviñón, rogué al R. P. Gibalin preguntara si Su Eminencia estaría de acuerdo con este viaje.

Habiéndome dado el mencionado padre la seguridad del permiso de Su Eminencia, mostré el deseo de recibir su bendición antes de salir de Lyon, pero la persona a quien pedí me informara si Su Eminencia lo haría, no me dio respuesta alguna. El mismo día, al pasar los RR. PP. Mazet y Gibalin del puente al puerto, encontraron un patrón que esperaba ser contratado por personas deseosas de bajar a Aviñón. Se pusieron de acuerdo en el precio, [395] y de paso regresaron a decirme que debía partir al día siguiente a las ocho de la mañana. Al apresurarme de esta manera, me privaban de la bendición que tanto deseaba, diciéndome que contaba ya con el permiso que de palabra el prelado había dado al P. Gibalin; que debía contentarme con eso y partir.

Me volví a ti, mi divino Consolador y admirable Consejero. Me dijiste entonces: "Hija mía, sal de Lyon con prontitud, para venir a ofrecerme el sacrificio que deseo. Ignoras que me llamo: Toma rápidamente el botín, aduéñatelo de prisa " (Is_8_1s). Habiéndome manifestado tu voluntad de este modo, el R.P. Gibalin rogó al Sr. Bernardon, primer Prior de Denicé, nos condujera.

Su caridad fue tan grande, que no quiso dejarme, permaneciendo en Aviñón todo el tiempo que estuve ahí, y prodigándome cuidados dignos de su piedad. El jueves 17 de noviembre, 1639, partimos de Lyon, y a pesar de estar muy enferma, no quise resistir a la obediencia ni a tus inspiraciones. Tenía confianza en el gran san Gregorio, el taumaturgo, tuya fiesta celebrábamos ese día. Tenía confianza en que él movería las montañas de las oposiciones que se formarían contra esta fundación, y así lo hizo. [396] Llegamos a Aviñón el lunes, día de la Presentación de tu santa Madre. Al escuchar algunas salvas de cañón, te dije: "Amor, esta ciudad celebra el voto que te hizo. Recibe estos fuegos de alegría por tu nuevo establecimiento, aunque esta ciudad no piense en tu nueva llegada." Los recibiste con doble agrado, oh mi divino amor.

Entramos a la ciudad por la puerta que conduce a Nuestra Señora de Domes. Al ver esta roca, te bendije por haberme conducido al sitio desde el cual presidió tu Apóstol san Pedro, el cual me recordó su aparición. Mandamos decir una misa en esta iglesia escogida por ti por Providencia particular. Encomendé a tu santa Madre tu designio, rogándole lo presentara junto con ella, por ser éste el día de su admirable Presentación al templo, y que te pidiera obraras las maravillas que ella me prometió. Esto fue suficiente, por ser este Instituto una de sus sagradas inclinaciones, y por amar ella tu gloria más que todas las puras creaturas [397].

Saludé a todos los ángeles tutelares de las iglesias de la ciudad y de los habitantes de Aviñón. Después de haberte adorado en espíritu en todos los sagrarios donde estabas presente en el Santísimo Sacramento, les pedí nos asistieran en esta fundación. Así lo hicieron, por lo que les doy humildemente las gracias. No fue ésta la primera vez que los ángeles me hicieron el favor de auxiliarme en favor de la Orden y de mi persona. Fui a cumplir mis obligaciones a san Pedro de Luxemburgo, al que tengo devoción desde 1627. Le recomendé tu Instituto, y fui grandemente consolada en su templo.

Capítulo 83 - Del afecto que tenían los habitantes de Avignon para la Orden del Verbo Encarnado; Cómo él se me apareció en la noche, víspera del establecimiento, y de lo que pasó en mí ese día y los siguientes.

En cuanto llegué, experimenté la bondad y cortesía del pueblo de Aviñón; los señores y damas de más alcurnia vinieron a visitarme y a ofrecerme su ayuda con tanto celo, que me sentí confusa ante su piedad. Queridísimo Amor, devuélveles al céntuplo el afecto que demostraron para procurar tu gloria, concediendo a todos, además, [398] la vida eterna después de una larga vida temporal, si es de tu agrado. Eres munífico en tus dones y un magnífico remunerador. Así lo espero de ti, oh mi Divino Amor.

La Sra. de Vedeine demostró ser toda corazón hacia ti y hacia tus hijas. Debemos reconocerla como nuestra buena madre que nos ama con entrañas maternales; no omitió cosa alguna de todo lo que pensaba ayudaría al progreso de la fundación. La mencionada dama nos presentó al Gran Vicario del señor Arzobispo de Aviñón, quien era legado de Su Santidad en Polonia. El sábado, 26 de noviembre, el Sr. Vicario General y el Sr. De Salvador nos hicieron el honor de venir a nuestro alojamiento. Les hablé con mi franqueza ordinaria. El Sr. de Salvador se admiró al oírme hablar de esta fundación como si se tratara de algo que debía hacerse en [399] veinticuatro horas.

Pidió tres meses para pensarlo. Yo respondí que no podía esperar en Aviñón y que deberían escribirme a Lyon; que, si deseaba un plazo, esperaría allá su respuesta. Se despidió pensando que yo lo apremiaba demasiado, y aunque me había favorecido más de lo que yo pensaba, se dirigió a su gabinete, arrodillándose ante un crucifijo para saber qué responder. Le pareció que su alma le reprochaba por haberse opuesto. La Señora de Salvador, su esposa, recurrió a todos sus argumentos para urgir este establecimiento; me había visto solamente en una ocasión. Me retiré para orar, y estando en ello, mi alma se sintió afligida ante el temor de un largo retraso; pero, oh mi soberano Consolador, no pudiste sufrir el verme llorar sin consolarme. Me dijiste: "Animo, hija. La mujer, cuando va a dar a luz, está triste, porque le ha llegado su hora; pero cuando ha dado a luz al niño, ya no se acuerda del aprieto por el gozo de que ha nacido un hombre en el mundo (Jn_16_21). Hija mía, ha llegado la hora en que debes darme a luz en el mundo; falta muy poco; te llenarás de gozo cuando nazca de ti, por segunda vez, en la tierra."

Al día siguiente, el Sr. de Salvador se sintió apremiado de tal manera a impulsar este asunto, que se detuvo en el Colegio de la Compañía para formar un consejo que lo discutiera. El Gran Vicario, el Señor de Vente y el Señor de Salvador se reunieron ahí y el P. Rector y el P. Doniol. La decisión final se tomó para gloria tuya. El Señor de Salvador me mandó decir que se había aprobado la fundación. El Señor de Serviére, primer consejero, la aprobó con toda la ciudad. [400] Me dijiste entonces: "Hija, alégrate, apresúrate a tomar el botín: Toma el botín con rapidez, apresúrate a llevártelo (Is_8_1). Presiona esta fundación con la misma urgencia con la que el pueblo de Israel se apresuró a comer el cordero Pascual."

El jueves siguiente escribí a Mons. de Nimes pidiéndole viniese a Aviñón. En cuanto recibió mi carta, su celo le llevó a presentarse ahí el domingo 3 de diciembre por la noche. El lunes cuatro por la mañana, vino a verme acompañado de varios señores de la ciudad, y me dijo: "Mi querida hija, vine para servirte en esta fundación, pero me enteré por estas personas que has obtenido todo lo que podías desear; me alegro y participo en gran manera contigo. Doy gracias por ello a todos los presentes y a toda la ciudad, que en general se siente inclinada a favorecerte. Ya ves, hija, cómo el Verbo Encarnado ha puesto a todo el mundo de tu parte, haciendo realidad su promesa. No dejaré esta ciudad hasta ver esta Orden establecida; ten la seguridad de ello, mi querida hija." [401]

Permaneció ahí hasta el jueves 15 de diciembre, día de la octava de la Inmaculada Concepción de tu santa Madre. Pasé la noche anterior a este día en la habitación de la Sra. de Vedeine, sin poder dormir un solo momento. Justo a media noche, dije a todas las potencias de mi alma: "Viene el Esposo, salid a recibirlo." Mi alma, junto con todas sus inclinaciones y afectos amorosos, quiso salir a tu encuentro, pero tu bondad no las hizo esperar a la puerta. Te me apareciste prontamente, permaneciendo de pie a mi lado. Abriendo entonces tu pecho, me mostraste tu corazón amoroso, abierto y dilatado en forma de una rosa admirable, para albergar en él a todas tus esposas. Vi dentro de este corazón divino esta flor, este árbol y este germen de carne virginal que era tu Orden plantada en tu pecho, en medio de tu corazón. Veía el seno de tu divino Padre, el tuyo en cuanto Verbo Increado y Encarnado, y el mío estando unidos de tal forma, que estos tres senos no eran sino uno; tú y yo permanecíamos en el seno inmenso de tu Padre.

Me dijiste: "Mi toda mía, considera el amor que tengo por esta Orden, que será una flor y una rosa de buen olor, un árbol que fructificará en mi Iglesia y el germen de David que te prometí: [402] una carne virginal que engendrará vírgenes. Seré para ellas Padre y Esposo, y te constituiré madre de todas." Mientras que me comunicabas estas maravillas, vi a la derecha al Espíritu Santo, quien se dirigió hacia mí con la impetuosidad del amor en forma de paloma, a la manera en que los pintores lo representan bajando sobre tu incomparable Madre en el momento de la Encamación, y aunque soy tan indigna de esta comparación, no encuentro palabras más apropiadas para describir la venida de este Espíritu de amor hacia mí. Pasé todo el resto de la noche sin poder dormir, por estar sumamente indispuesta; pero en mi debilidad podía exclamar que era fuerte en ti, mi Dios, que me confortabas.

Al llegar el día, me encontraba en una indiferencia inexplicable hacia esta fundación. Me sorprendí al notar mi frialdad ante esta solemnidad, admirando la disposición que produjiste en mi alma, que no experimentaba complacencia alguna en todo lo que sucedía. Tu Majestad suspendió todos los sentimientos de la naturaleza y del amor propio. No sentía vanidad alguna, y aunque debí estar inmensamente alegre al presenciar el cumplimiento de las promesas del Verbo Encarnado, estaba como insensible a todo, diciéndote: "Eres tú, Señor, quien obra estas maravillas sirviéndote de mí como indigno instrumento de [403] poderosa bondad, a la que doy gracias por todo lo que sucede, y por no permitirme sentir deleite alguno en esta fundación." Mi Señor, mi Rey y Esposo mío, pongo en tus cinco llagas a las cinco jóvenes que van a ser revestidas de tu librea. Te alabo porque mi alma no participa en estas maravillas. Me conformo a tu designio de mantenerme en esta indiferencia. Tu santa Madre me dijo, hace ya veinte años, que tú solo obrarías estos prodigios; que me ofreciera a tu voluntad. No he sido tan fiel como debo, pero te doy gracias por todo lo que has hecho, conforme a lo que ella me prometió. Por ello te digo con el Rey Profeta: Son veraces del todo tus dictámenes; la santidad es el ornato de tu Casa, oh Yahvé, por el curso de los días (Sal_93_5). Querido Amor, no experimenté gozo alguno, pero sí mucha tristeza. El R.P. Lejeune, jesuita, por un celo que pensó era bueno, predicó la homilía en la toma de hábito de mis hijas. Las exageradas alabanzas que me tributó en presencia de muchos asistentes, estando yo a la vista de todos, se me hicieron [404] insoportables. Cualquier persona, estando en su sano juicio, se habría sentido apenada y su rostro habría enrojecido del mismo modo. La confusión y la vergüenza eran el ornato de mi cara, por lo que los asistentes tuvieron piedad de mí. De buen grado hubieran pedido al Padre que me ahorrara esa vergüenza. Mi tristeza no terminó ese día; al día siguiente lloraba casi sin consuelo por todas las faltas que he cometido. Oh Amor mío, te pido humildísimamente perdón de todas ellas, y te agradezco cien millones de veces las bendiciones que diste a este comienzo, y que das al progreso; tú la iniciaste; perfecciona tu obra; yo así lo espero.

Capítulo 84 - Que el Verbo Encarnado me dijo la noche de Navidad que él era mi Booz y yo su Ruth y cómo por los cuidados de la santísima Virgen me había unido felizmente a él. De los grandes misterios encerrados en su santa Orden y de mi partida de Avignon.

La noche de Navidad, nuestras cinco novicias y la Hna. Françoise me rogaron con tanta insistencia que me acostara para dormir mientras esperaba el anuncio de la misa de media noche, que quise complacerlas, afín de que no temieran por mi salud. Me retiré a mi habitación para recostarme, según sus deseos, pero no pegué un ojo, debido a que tu Majestad quiso conversar amorosamente, [405] diciéndome: "Hija, tú eres mi Ruth y yo soy tu Booz. Como te he dicho en otras ocasiones, me has agradado al seguir los consejos de la Virgen, mi Madre por naturaleza, y la tuya por adopción, la cual es una bella y prudente Noemí que te ha procurado el bien de ser mi esposa.

"Tú le has dicho que la seguirás por todas partes, que su tierra será la tuya, su pueblo el tuyo, y su Dios será también tu Dios. Así como la muerte no pudo separar a Ruth del lado de Noemí, será esa la que te unirá aún más a ella, ayudada por sus misericordiosas oraciones, que yo acojo por la gracia. Has venido a Aviñón, que podría llamarse como Yo otra Belén, porque ahí he nacido por segunda vez mediante la institución de mi Orden.

"Booz ordenó a sus segadores que dejaran caer intencionalmente algunas espigas para Ruth, de permitirle recoger junto con ellos, si así lo deseaba, para que no se avergonzara al rebuscar; él la mandó a comer junto con los segadores y las sirvientas, diciéndole que no fuera a otra parte mientras que durase la cosecha. Noemí, viendo las concesiones que Booz hizo a Ruth, y conociendo bien que él mismo se daría a ella en calidad de esposo, exhortó a Ruth a perseverar y a esperar a ser su esposa: Hija mía, ¿es que no debo procurarte una posición segura que te convenga? (Rt_3_1). [406] Querida hija, mi santa Madre conoció, por los favores precedentes que te hice, que continuaría en ti mis dones, y que me entregaría a ti y a mi Orden; por ello te dijo que Aquél que obraba maravillas establecería su Orden, pero que te ofrecieras enteramente a él: Hija mía, ¿es que no debo procurarte una posición segura que te convenga? (Rt_3_1).

"Ella te aconsejó que vinieras a buscarme a mí era, en el Sacramento del Altar, donde se encuentra el trigo de los elegidos y el vino que engendra vírgenes, y que me dijeras que por ella soy tu pariente, por haber asumido la naturaleza humana, la cual tomé de sus virginales entrañas. Te pusiste a mis pies con tanta humildad como confianza en mí incomparable bondad, diciéndome que soy tu pariente, que extendiera mi manto sobre ti. Querida hija, ya lo hice, viendo a aquél que te ha rechazado. Llamé a los ángeles y a los hombres, no a la puerta de la ciudad, sino a Aviñón, que es mi segunda Belén, la cual me recibió en medio de aclamaciones.

"Es el reino del Hijo predilecto del Padre, pues, aunque soy Rey de toda la tierra y de todos sus reinos, el Santo Espíritu no los ha nombrado reinos del Hijo de la dilección, como al reino de la Iglesia. El Papa es mi vicario y mi virrey en la tierra [407] El lugar donde él es soberano en lo espiritual y en lo temporal es propiamente mi reino, así como Belén fue cuna de la familia de David, que fue un hombre según el corazón divino, pudiendo llamarse el hijo bien amado de la divina elección, porque entre todos los hijos de Isaac, David fue divinamente elegido para ser ungido Rey de Judá y de Israel. Querida hija, alégrate porque el Espíritu común transportó para ti esta Orden al reino del Hijo del amor del Padre, que lo produce conmigo." Escucho las palabras de tu Apóstol que nos dice a todos: que ora afín de que caminemos con dignidad en tu presencia; Para que viváis de una manera digna del Señor, agradándole en todo, fructificando en toda obra buena y creciendo en el conocimiento de Dios; confortados con toda fortaleza por el poder de su gloria, para toda constancia en el sufrimiento y paciencia; dando con alegría gracias al Padre que os ha hecho aptos para participar en la herencia de los santos en la luz. Él nos libró del poder de las tinieblas y nos trasladó al Reino del Hijo de su amor (Col_1_10s). De él obtienen ustedes la redención y el perdón de los pecados por medio de su sangre, de la que están revestidas interior y exteriormente [408] Hija, el escapulario de mi Orden representa mi Cruz ensangrentada; por este escapulario, deben pedirme la paciencia y la pureza interior y exterior. Por la sangre de mi Cruz reconcilié y pacifiqué el cielo y la tierra; el manto rojo que les he dado por una amorosa protección, las muestra como esposas bien amadas. Es ésta una prenda real y divina; es la púrpura real. Hija mía, al cobijarte bajo mi sangre, la cual se apoya en la naturaleza divina, me complaciste; si pudiera decirte que esta confianza es para mí una segunda misericordia, así lo haría. Mi corazón amoroso la tiene como tal. Te dije una vez en casa de tu padre que me habías herido con uno de tus ojos al no amar sino a mí. Ahora te digo que me has herido con uno de tus cabellos, porque tu afecto no te une sino a mí. Dejaste todas las órdenes establecidas para recibir de mí la comisión de fundar ésta; has permanecido constante y fiel en procurar mi gusto y mi gloria.

"Querida esposa, soy tuyo y de esta Orden que lleva mi Nombre, y que honra a mi Persona Encarnada, la cual reside en el Sacramento del amor y la dilección. Belén significa casa del pan. Ruth fue colmada. Se convirtió en señora de todos los bienes de Booz; y Booz significa fuerza. Booz se declaró vencido por ella [409] y pariente suyo, después de haber visto y escuchado sus inclinaciones. Manifestó a los diez testigos que se detuvieron a la puerta de la ciudad, que estaba contento de llegar a ser su esposo en lugar de aquél que le había quitado su sandalia o su calzado, es decir, que él le ha cedido los deseos y el afecto que él hubiera debido tener por Ruth.

"Los diez testigos que tomo son los nueve coros angélicos y toda la naturaleza humana, es decir, a toda la humanidad. Querida hija, alégrate al poseer mi amor y recibe con humilde reconocimiento las bendiciones que todos los ángeles y los santos te desean para gloria mía, al decirme: Somos testigos: haga Yahvé que la mujer que entra en tu casa sea como Raquel y como Lía, las dos que edificaron la casa de Israel. Hazte poderoso en Efratá y sé famoso en Belén (Rt_4_11). Debes estos favores divinos y celestiales a mi caridad y a la solicitud de mi santa Madre, quien te ha guiado mediante mis mandatos para llevar esta fundación al punto en que se encuentra." [410]

Te doy las gracias, Madre de Dios, Emperatriz universal, divina Noemí, que eres toda hermosa y sin mancha. Reconozco que esta Orden fue engendrada en tu regazo. Nació para honrar a tu Hijo Encarnado, y para gloria tuya. Hace profesión de honrar afectuosamente tu Inmaculada Concepción. No me atrevería a decir que te amo; soy muy imperfecta, pero bien puedo afirmar que, en este Verbo Encarnado, que ha querido tener un nuevo y místico nacimiento por medio de esta Orden, tienes un Hijo que te ama más que todos los hombres y todos los ángeles; recibe su Orden en tu seno. Es tuya, aliméntala con tu leche, llévala entre tus brazos, preséntala al divino Padre con tus santas y sacratísimas manos, para que todas las hijas de esta Orden sean fieles servidoras de tu Majestad. Oh Reina de los hombres y de los ángeles, hazlas muy humildes delante de Dios, en presencia de los ángeles, para la edificación de la humanidad.

Permanecí en Aviñón hasta después de Pascua. Un día, encontrándome sin la dulzura ordinaria, te dije: " ¿Y ahora qué Señor, te escondes de mí? ¿No basta el padecimiento de la vista que permites me aqueje? ¿Me atreveré a presentarte mis quejas con la amorosa libertad que siempre me has permitido por exceso de bondad, pues habiendo establecido, con tu gracia, el primer convento de tu Orden en esta segunda Roma, según tus inclinaciones, me vea hundida en la ceguera?"

 [411] ¿Es necesario que después de haber visto este establecimiento no vea nada interesante en la tierra? Querido Amor, que tu voluntad se haga en todo. Me conformo a ella completamente. No pudiste más verme enferma, me calmaste el dolor de ojos, pero la devoción deliciosa que yo tenía antes de este establecimiento no me la devolviste muy pronto que digamos.

Me contestaste: "Hija mía, ¿Has considerado que el maná no cayó más cuando el pueblo de Israel llegó a la tierra prometida, por tener ya sus frutos? Ahora que estás en la tierra de la promesa, puedes saborear los nuevos frutos. ¿No son tus hijas fruto de mis promesas? Alégrate en ellas y en el cumplimiento de mis promesas." Habiendo comulgado, elevaste mi espíritu hasta tu Augustísima Trinidad, diciéndome que deseabas viera yo cómo la Trinidad entera moraba en mi alma de un modo admirable, añadiendo que estas Tres Personas eran, sin comparación, más preciosas y deleitables que todo cuanto existe en el cielo y en la tierra. "A ti, hija mía, se ha dado el conocer y recibir el reino divino. Nuestra sociedad viene a tu alma en su totalidad, porque el Dios todo bueno ama quienes guardan su palabra. Yo soy la Palabra del Padre, y tú guardas [412] mi palabra en tu espíritu, en tu corazón y en tu Orden, que es la mía, por habérseme consagrado y dedicado."

Todavía en Pascua, me despedí de los señores y damas de Aviñón, agradeciéndoles tantos favores que su bondad me hizo experimentar, rogándote, Amor mío todopoderoso, preservaras a esta ciudad del mal contagioso que asolaba los lugares circunvecinos; yo confiaba por el agrado que sentiste ante la amable recepción que el pueblo aviñonés ofreció a tu Orden y a tus hijas, que esta ciudad sería librada del mal que tanto temía. Te doy mil gracias por no haber rechazado mi oración. El 22 de abril de 1640, asistí a la vestición de nuestra querida Hna. María Catalina d'André de Visant, sobrina del señor Presidente de Orange. Me alegré al ver que se entregaba a ti, Amor mío, con un corazón sincero y generoso, olvidando a su pueblo y la casa de su padre para complacerte del todo.

Al día siguiente, el 23, me despedí de mis seis hijas novicias, lo cual no se hizo sin lágrimas. Las dejé en buenas manos. Tres de nosotras salimos de Aviñón, acompañadas por los dos priores Bernardon, quienes se ocuparon, con toda la solicitud posible, de nuestras necesidades espirituales, diciendo misa para todas, confesándome y dándome la comunión diariamente.

Capítulo 85 - De mi llegada a Lyon; el desagrado que tuve por la falta de espíritu en algunas de mis hijas; los consuelos que recibí en los ejercicios espirituales y luces que una hermana vio sobre mi cabeza.

 [413] La Sra. de Lauson nos detuvo en su casa en Vienne, devolvió la litera y los caballos, y nos hospedó ella durante dos días. Al tercero ella misma nos ofreció su carroza para llevarnos hasta Lyon, donde mis hijas me esperaban con gran cariño. Sin embargo, encontré a varias muy alejadas del fervor, la humildad y la mortificación que tenían a mi salida de Lyon, lo cual me causó una muy sensible aflicción. Obré conforme a lo que tu Apóstol aconsejó a su discípulo Timoteo cuando le dijo: Proclama la Palabra, insiste a tiempo y a destiempo, reprende, amenaza, exhorta con toda paciencia y doctrina. Porque vendrá un tiempo en que los hombres no soportarán la doctrina sana, sino que, arrastrados por sus propias pasiones, se harán con un montón de maestros por el prurito de oír novedades (1Tm_4_2s).

Viendo que estas jóvenes no deseaban sino seguir sus inclinaciones, que no eran ciertamente la perfección -se dejaban llevar por los argumentos de la persona que desvía del servicio de tu Majestad a las almas que no tienen suficiente confianza para permanecer fieles a las promesas que te hicieron- viendo, pues, que no gustaban más de la piedad, las dejé ir hacia donde ellas mostraban tanta preferencia, y como además se sentían ricas, obraron más libremente conforme a sus sentimientos.

Estuve más inclinada a retener a las que eran pobres, empleando para ello todos los medios, porque tú llamaste a los pobres. Me alegré de conservarlas en nuestra Congregación; la caridad se practica de este modo, y se da testimonio de que eres tú quien hace triunfar tus designios, cuando desaparecen los medios que las personas tanto estiman. Pedí a tu bondad enviara su Espíritu. Resolví hacer los ejercicios para pedírtelo diciendo: [414] Envía tu soplo y son creados, y renuevas la faz de la tierra. ¡Sea por siempre la gloria de Yahvé! (Sal_104_30s).

Durante los primeros días de estos ejercicios, me sentí sin devoción, me desconsolaba en medio de tantas penas. Me hiciste ver que no estabas lejos de la que tenía tanta aflicción y que deseabas ayudarla. Tomaste su corazón entre tus manos, protegiéndolo así de sus enemigos. Lo apretabas amorosamente, como para hacerlo, por una divina expresión, destilar un dulce licor. Lo vi también como una flor que conservabas, a fin de que no se marchitara. Estos dos contrarios me causaron admiración: que fuera una flor oprimida y que se conservara íntegra en toda su belleza.

Este día hice la meditación sobre la muerte. Me dijiste: "Hija, no tengas miedo a la muerte; tu corazón está en manos de la vida. La muerte no puede alcanzarte estando tú en mis manos: Las almas de los justos están en las manos de Dios y no les alcanzará tormento alguno (Sb_3_1). La muerte es una privación de la vida eterna y del Ser Soberano; alma que me posee y que es poseída por mí, está unida a su Todo y sumergida en la inmensidad de su centro, que es su principio y su fin: la meta a la que aspira.

El alma que sabe que su felicidad consiste en gozar de su todo, abandona fácilmente su [415] complemento; y si le permito conservar después de la muerte una inclinación a reunirse al cuerpo que es suplemento, ella no desea esta unión sino para llevarlo al cielo, donde gozará, hasta donde su capacidad se lo permita, de la gloria de mi humanidad puesta sobre el poder divino que es la gloria del alma y este todo que ella ama como soberanamente amable, que es para ella plenitud de felicidad, sin que su cuerpo le sea un obstáculo como en la vida terrena, que es una prisión y una masa que la atrae hacia abajo, puesto que es pesado por naturaleza, mientras que el alma es ligera de por sí. Ella es espíritu y fuego que tiende hacia lo alto: es por ello que el Apóstol decía: Desgraciado el hombre que yo soy (Rm_7_24). Me hiciste entender muchas otras hermosas verdades que no viene al caso mencionar aquí, porque me resultaría muy largo el escribirlas. Algún día podrán ser anotadas en un cuaderno, si tengo más salud que al presente. Diré de paso, que, al hacer después de la meditación de la muerte, la referente al juicio, quisiste que tu misericordia dominara a tu juicio. Mi proceso fue ganado con tanta ventaja que la justicia declaró encontrarse más que satisfecha, y que tú la habías compensado con todo rigor, quedando, además, entre tus manos, los tesoros infinitos de méritos que podrían salvar miles y millones de mundos [416]

El celo que tenía entonces me impulsaba a desear reparar el mal que hice a tu bondad, pero como ella es buena de sí, no quiso aparecer justa por iniciativa mía. Me disculpó ante el trono divino, alegando benignamente que mis faltas eran movimientos primos y debilidades. De sus ojos amorosamente dulces procedían rayos que me juzgaban favorablemente, haciendo signos a mi favor, confundiendo a todos mis enemigos y asegurándome sus bondadosas gracias. Todas las potencias de mi alma, acariciadas por la dulce atracción de tus ojos resplandecientes de luz, te decían: ¡Alza sobre nosotros la luz de tu rostro! Yahvé, tú has dado a mi corazón la alegría (Sal_4_7). Mi entendimiento, iluminado por tus esplendores, y mi voluntad, abrasada de tus ardores, gozaban de la gloria ya en la tierra; y por añadidura, quisiste hacer un descenso de un modo admirable.

Me pareció que te acercabas a mí; tu divinidad, que está en todas partes, no está sujeta a detenerse en lugar alguno; tu humanidad, que puede reproducirse en cualquier momento cómo y dónde le place, teniendo todo poder en el cielo y en la tierra, pudo hacer este descenso mediante las inclinaciones amorosas que tenía hacia aquélla a quien se digna amar [417] sólo por misericordia suya. Impulsada por la caridad, tu Persona descendió hasta mí con abundancia de dulzura y gloria, sin abandonar el seno paternal, que es inmenso. Tomó posesión de su esposa, presentándola al divino Padre, quien engendra a la Persona que la llevaba como su hipóstasis, sobre la cual ella se apoya divinamente desde el momento de la Encarnación mediante la unión hipostática, aunque dos naturalezas no hacen sino un Hombre-Dios que eres tú, mi bien amado, que vienes a mí con tanta mansedumbre como majestad, acompañado de multitud de los santos.

Al elevar mi espíritu a ti mediante tus resplandores, que me sirven de cadena luminosa para elevarme deliciosamente a ti, como si hubiese yo deseado prevenir a Aquél que me había prevenido, o mejor, subir a lo alto hasta la presencia de Aquél que descendió a lo bajo; y como tu luz era tan poderosa como encantadora, los ángeles y los santos que te acompañaban decíanse unos a otros: ¿Quién es esta joven que asciende de este modo? ellos mismos respondieron: Es aquélla que pasa por grandes [418] tribulaciones, y que con frecuencia lava su vestidura en la sangre del salvador, nuestro divino Rey, mediante las reiteradas confesiones que hace y las comuniones diarias que recibe; esta sangre la blanquea de este modo.

Vi al mismo tiempo, una multitud de flores de diversos colores, producidas por la sangre preciosa de mi Esposo. Con ellas hace su carro triunfal, viniendo a mi encuentro sobre estas flores sagradas, y levantándome a bordo de este carro glorioso, para hacerme partícipe de su triunfo, y haciendo que mi subida sea de púrpura florida, y que en su compañía tenga yo acceso al santuario, por concesión de su sangre preciosa.

Estas maravillas producían en mi corazón palpitaciones indecibles. Mi rostro brillaba de tal modo que una hermana que entró para decirme algo, me lo notó. Considerando la belleza que estas visiones me dejaban, admiraba durante largo tiempo este camino florido que me habías hecho contemplar. Querido Amor, tú caminaste por el sendero de espinas durante tu vida mortal, para darme una de rosas ahora que eres inmortal, a fin de que proclame yo que la belleza de los campos está conmigo. Tu eres Jesús de Nazareth, Esposo florido; al ascender tu esposa, se ve rodeada de flores; al llevarme a lo alto, me has elevado [419] [420] como el águila a sus pequeños, afín de que pueda contemplar el sol de tu divina claridad, diciéndome que te complaces en comunicarme tus esplendores, creando en mi espíritu un cielo nuevo, y en mi cuerpo una tierra nueva: y el mar ha dejado de existir, (Ap_21_1) porque calmas pacíficamente el espíritu y el cuerpo; y como en el cielo se ven brillar los astros, permitiste que una de nuestras hermanas, al ir a mi habitación dos veces durante la mañana, mientras hacía mi oración, viera luces de formas variadas sobre mi cabeza: primeramente aparecían en forma de estrellas; después, como una luna en cuarto creciente y por último, formaban un globo como el sol.

Esta hermana, presa de temor y de admiración, no se atrevió a mencionarme lo que había visto; lo manifestó más tarde al R.P. Gibalin y a otro sacerdote, quienes han juzgado conveniente que me lo dijera. Le di poca importancia, riéndome de mis hijas cuando me dicen que han visto claridades o percibido aromas que les parecen sobrenaturales. No me detengo en estos signos visibles, sino en los misterios invisibles que operas en mi alma. Estas cosas que son vistas o percibidas por el olfato de las personas a quienes haces testigos de tus bondades sobre mí, que soy tan indigna de ellas, son medios como las claridades exteriores o los olores sensibles con los que deseas atraer a estas almas a un amor interior, a fin de que, a través de estas cosas visibles y sensibles, pasen a las insensibles e invisibles, según el consejo de tu Apóstol a los Romanos.

Capítulo 86 - Cómo sufrí de cálculos; cómo el nacimiento de ese buen hijo de Francia me consoló; cómo san Pedro se me apareció portando la tiara y dando su aprobación a la Orden pocos días antes de la profesión de las primeras cinco novicias; de las tristezas y alegrías que experimenté en ese día, y lo que se obró en mí por esas luces que Dios me concedió.

 [421] Entre los meses de agosto y septiembre de 1640, sufrí excesivamente de cálculos. Bien sabes, querido Amor, que soporté con gran valor esta lapidación. No quisiste privarme de tus consuelos, porque te complaces en acompañar a los que están atribulados. Como se acercaba el día de la profesión de las cinco novicias que había encomendado a tu Providencia, debía, según los pareceres humanos, estar colmada de gozo, pero fue todo lo contrario: mi alma se encontraba en desolaciones que no me es posible expresar. Las palabras de san Simeón a tu santa Madre eran mis pensamientos más ordinarios: Y a ti misma una espada te atravesará el alma (Lc_2_35).

Me dijiste: "Hija, soy el que soy, puesto para ruina y resurrección de muchos, y como un signo de contradicción. Tu alma será traspasada de dolor, pero ten gran valor." Querido Amor, fortaléceme en las cruces que permites." El 6 de diciembre vi a san Pedro portando la tiara. Se presentó ante la reja del monasterio de Aviñón, para asistir a los interrogatorios que se hacían a las cinco novicias antes de admitirlas a la profesión. Esto fue un gran consuelo para mí. Más tarde me hiciste recordar la visión que tuve unos años antes, a mi regreso de París, en la que vi una tiara a la que faltaba un florón y una piedra preciosa, y que estaba suspendida en el aire. Te pregunté entonces: " ¿Qué deseas darme a entender por esta piedra preciosa que falta en esta tiara?"

Me respondiste: "Hija, es mi Orden, que no está enteramente establecida; no se han ejecutado las bulas, sino que están suspendidas. Yo sostengo a esta Orden con mi poder; cuando sea establecida del todo, las tres coronas estarán redondas y perfectamente adornadas.

Cuando, por tanto, vi al príncipe de los Apóstoles [422] ceñido de su tiara, a la que ya no faltaba el florón ni las piedras preciosas, me regocijé y me ayudaste a comprender que había yo cumplido lo que faltaba a tus complacencias. Si no me es posible expresar de tu amorosa Pasión todo lo que tú dijiste a Saulo que él te perseguía en tu Cuerpo Místico, porque eras impasible en tu cuerpo natural y físico, del mismo modo, me diste a entender que sentías desagrado ante la prórroga de la ejecución de tu Orden, mostrándome para ello tu tiara incompleta, pues faltaba en ella este florón y la piedra que deseabas colocar en ella; que en cuanto se efectuara el establecimiento de esta Orden, sentirías el placer que te procuró san Pablo al completar en su cuerpo físico, a favor de tu cuerpo místico, lo que faltó a tu Pasión. Queridísimo Amor, si no fueras la ciencia, la sabiduría y el mismo amor, podría decir que, haciéndote pobre para enriquecernos, quisiste parecer ignorante y apasionado, por no decir loco; tu locura es más sabia que la sabiduría del mundo: Porque lo que parece necedad divina es más sabia que la sabiduría de los hombres (1Co_1_25). El día 16, desde la media noche hasta las diez de la mañana, mi alma permaneció en angustias que me sumieron en gran desconsuelo. Al asistir a misa, quise sobreponerme a estas aflicciones por medio de actos de fe, de esperanza y de amor. No pudiendo dejarme más tiempo en tanta aflicción, me dijiste: "Hija mía, soy yo quien permitió que cayeras en estas desolaciones para sacarte gloriosamente de ellas: Yahvé da muerte y vida, hace bajar al sheol y retomar. Yahvé enriquece y despoja, abate y ensalza (1S_1_6s). Hija, ha llegado tu hora de dar a luz. Esta mañana das una Orden a la Iglesia en las cinco hermanas que profesarán. Cuando la Reina da a luz, lo hace llorando y sintiendo dolores de parto, mientras que el Rey y todo el reino se regocijan. Cuando han pasado estas penas, su alegría sobrepasa la de todos, por ser la que más sufrió. A esta hora tus hijas profesan y tú eres recibida, no solamente en el seno de los patriarcas, sino en el de mi Padre eterno; eres partícipe de su privilegio.

"Alégrate porque tal ha sido mi voluntad, dándome gracias porque me plugo, desde la eternidad, escogerte para producir dentro de la Iglesia una Orden que es una extensión de mi Encarnación. Por segunda vez, soy traído al mundo por ti: Consolad, consolad a mi pueblo [Is_40_1). Me dijiste muchas cosas más [423] sin dejar de acariciarme y alabarme divinamente, pero sabía yo muy bien que todo esto procedía de tu pura bondad, a la que atribuía, con todo derecho, las cosas que se habían realizado. No tengo, en mí misma, de qué gloriarme, a no ser mis debilidades, para que tu fuerza habite en mí.

El 2 de mayo del año 1641, estando en oración en mi habitación entre las seis o siete de la tarde, me representaste una multitud de bestias feroces como osos, leones, tigres o leopardos que estaban atados, careciendo por tanto del poder de agredirme, a pesar del furor que mostraban hacia mí. Sin embargo, me preparé a los sufrimientos que vendrían para mi mayor bien, pues me vi libre de las personas que no daban gloria a tu Nombre. Su pérdida me afligió, pero tu bondad enjugó mis lágrimas haciéndome ver que siempre saca bien de los males.

Queridísimo Amor, te encomiendo a estas almas que te han sido infieles por ligereza. Ten piedad de su debilidad y perdona el exceso de tristeza que he sentido por causa suya; apártame de todo lo que es imperfecto, y así como tus ángeles procuran mi salvación sin ansiedad, que yo obre del mismo modo por la de mi prójimo, buscando sólo complacerte y ser más digna de tu Majestad. Estos espíritus caritativos se preocupan tanto de lo temporal como de lo espiritual, como san Rafael lo hizo con Tobías. Lo que escribí durante el mes de septiembre y los dos siguientes, muestran su celo hacia mí. Les doy cordialmente las gracias por su caritativa ayuda.

 [424] El 2 de mayo de 1641, habiéndome retirado a eso de las 8 de la noche para pedirte, oh Amor mío, pacificaras conmigo y en mí todo lo que es del cielo y de la tierra mediante la sangre de tu Cruz, en la cual tengo una entera confianza, te rogué, por diversas repeticiones, me pacificaras junto con tu Padre, tu Persona y el Santo Espíritu, en compañía de tu santa Madre y todos tus santos. Tu amor, que parece apasionarse de aquélla que es tan indigna de llamarse tu enamorada, me representó, en un momento determinado, una flecha admirable, que estaba compuesta de fuego, ámbar y flor. Estas tres cualidades estaban tan bien combinadas, que la veía al mismo tiempo toda de ámbar, toda de fuego, y toda de flor, de las que se conocen como amaranto; y aunque la flecha desapareció en cuanto la vi, me llenó de gran contento.

Me diste a entender que tu Cruz era para mí un trono de amor ardentísimo para abrasarme; que ella era de ámbar para atraerme como una paja que está divinamente conservada. Aunque permanecí inmersa en este fuego sagrado, ¡qué florida seguía siendo esta Cruz, como una flor sin quemarse a pesar de las llamas! El suscitar dos contrarios en un mismo sujeto no está más allá del poder divino [425] Todas estas maravillosas inteligencias atraían mi espíritu a amarte, divino Enamorado de la Cruz, y a estimar la sangre que derramaste sobre ella.

Al elevarme a estos misterios, me hiciste ver por encima de mi cabeza, una cruz luminosa que me protegía de una manera inexplicable. Allí suscitaré a David un fuerte vástago, aprestaré una lámpara a mi ungido; de vergüenza cubriré a sus enemigos, y sobre él brillará su diadema (Sal_132_17s). Me enseñaste que esta cruz, con sus conos de luz, era el esplendor, la belleza y la fuerza que me comunicabas en virtud de tu preciosa sangre, para gloria tuya y para confusión de mis enemigos [426]

Capítulo 87 - De varias bestias feroces que vi en la oración. De los disgustos que algunas almas inconstantes me causaron, y mis imprudencias por exceso de candidez y del deseo que tenía de ser tenida por loca a causa del Verbo Encarnado, y de lo que él me comunicó por exceso de bondad.

Esto me sucedió el día de san Simón y san Judas, al hablar con mucha ingenuidad de las luces, las caricias y los grandes favores que tu bondad me comunica. Olvidando yo lo que el Apóstol dijo que los días son malos, y que los hombres abundan en su sentir me hace ver claramente que tu amable Providencia vela sobre mí como sobre un niño, y que, de mis faltas saca el bien al humillarme por mis imprudencias.

Queridísimo Amor, te lo digo porque no sé valerme de la prudencia humana; concédeme abundancia de la divina. Como soy incapaz de convertirme hacia la tierra, haz que mi conversión se enfoque hacia el cielo. Después de que las personas a las que hablé con demasiado candor salieron de mi casa, quise reprenderme a mí misma a causa de mi imprudencia, deseando contristarme por ella. No lo permitiste, colmándome sobremanera de tus sagradas delicias y diciéndome que, en lo que no había tenido yo la culpa, no debía afligir mi espíritu con penas estériles; que tu sabiduría permitió estos arranques, que si eran mal interpretados como locuras por quienes escucharon estas imprudencias según los criterios humanos, no debía preocuparme por ello.

"Hija mía, bienaventurados aquéllos que no se escandalizan ante tu candidez ni ante faltas que calificas de locuras. Mi Apóstol dijo: Destruiré la sabiduría de los sabios, e inutilizaré la inteligencia de los inteligentes. [427] ¿Acaso no enloqueció Dios la sabiduría del mundo? (1Co_1_19s). Dios no ha elegido a muchos que son grandes según la carne: Ha escogido Dios más bien lo necio del mundo, para confundir a los sabios. Y ha escogido Dios lo débil del mundo, para confundir lo fuerte (1Co_1_27s). Y también: El Señor conoce cuan vanos son los pensamientos de los sabios (1Co_3_18s). Hija, no busques en nada la gloria de los hombres. Todo es para ti, tú para Cristo, y Cristo para Dios. Quien tiene a Dios, lo tiene todo. Quien tiene todo bien, debe alegrarse." Al exhortarme a la alegría, me dabas lo que me mandabas. Mi alma se vio inundada o transportada de un gozo extraordinario. Al pasearme en mi habitación, te decía: " ¡Señor, sería tan dichosa de ser tenida por loca delante de los hombres sin que mis locuras te ofendieran! Estimo como nada el ser juzgada por ellos y por los principios humanos."

Mientras te hablaba no sólo mental, sino hasta vocalmente sobre esta dicha, me hiciste ver un altar, por encima de él, una multitud de personas que estaban siendo decapitadas [428] o que lo habían sido, y cómo, al mismo tiempo, un poder sobrenatural volvía a colocarles sus cabezas con tanta prontitud como destreza. Parecían así más hermosos y no mostraban señales de haber sido degollados, a no ser por una sobreabundancia de belleza y esplendor: Luego vi unos tronos, y se sentaron en ellos, y se les dio el poder de juzgar; vi también las almas de los que fueron decapitados por el testimonio de Jesús y la Palabra de Dios (Ap_20_4).

"Hija, esta es la visión que tuvo san Juan, la cual está descrita en su Apocalipsis. ¿Tienes el valor de ser decapitada por mí?" Animada del Espíritu que diste a tus mártires, desearía mucho poseer esta felicidad de ser degollada por ti, oh mi amable Verbo Encarnado. "Hija mía, como estás dispuesta a dar tu cabeza por mí, hay personas que te han decapitado no física, sino moralmente, reputando como locura tus visiones; pero yo me encargaré de mostrar que mi locura es más sabia que la sabiduría del mundo, corroborando así las palabras de mi Apóstol. Yo te doy y te devolveré tu cabeza y la uniré a ti por medio de las mismas personas que han dicho que todo esto es locura. Haré patente mi sabiduría. De este modo, por Providencia mía, ellos mismos te devolverán tu cabeza, y yo te contaré entre los mártires que dieron [429] su cabeza, y su vida por mí. Alégrate, hija mía, con aquéllos a quienes dirijo estas palabras: Bienaventurados seréis cuando los hombres os odien, cuando os expulsen, os injurien y proscriban vuestro nombre como malo, por causa del Hijo del hombre. Alegraos ese día y saltad de gozo, que vuestra recompensa será grande en el cielo (Lc_6_22s).

Durante el Adviento, tu bondad me rodeó de continuas caricias, no permitiendo que sintiera resentimiento alguno a causa de que su Eminencia se llevó mis escritos. Me reía al ver a mis hijas afligidas por no haberlos visto, arrepintiéndose por haberse dominado y mortificado tanto, al no permitirse entrar en mi habitación cuando algunas veces la Hna. Françoise la dejó abierta, estando mis papeles sobre la mesa o en el cofre.

Yo les decía: " ¡Hubieran desobedecido!" "No hemos hecho voto de obediencia para privarnos de lo que podemos hacer según Dios." " ¡Hubieran pecado de curiosas!" "Nuestra curiosidad en esto no nos hubiera hecho tan culpables como nos afligen al presente nuestra mortificación y el temor de desagradar a Ud." "Hijas, su Eminencia me ha prometido que [430] me los devolverá." "Madre, Monseñor no dijo cuándo se los regresará. Estamos disgustadas al verla tan indiferente ante la privación que sienten sus hijas. Ud. tiene la fuente de estas luces, pero su poca salud nos quita la esperanza de participar en los manantiales que Ud. nos prometió cuando llegara la hora." La Hna. Françoise, quien escribe lo que le dicto, era la más afligida de todas, y deseando morir a causa de este despojo, me decía: "Madre, suplique a Dios que la libre de tantos males que la afectan. ¡Ay, he pedido tanto a san José me conceda la gracia de poder pasar sus escritos en limpio para consuelo de la Orden y para alivio de usted en estas grandes aflicciones!"

"Hijas mías, el Verbo Encarnado es el Libro de Vida. El las instruirá por sí mismo y mediante muchas personas más capaces que yo. Además, su Eminencia prometió devolvérmelos en presencia del R.P. Milieu y del Sr. de Ville." "Sí, Madre, pero ¿Cuándo será esto? Hace ya siete años que su Eminencia tiene nuestra bula. Su corazón no siente cariño alguno hacia nosotras." "Es porque desea probar la constancia de los suyos. Obren como Abraham; esperen contra las apariencias de desesperación que se suscitarán en sus espíritus. No se aflijan. El Verbo Encarnado tiene gran cuidado de ustedes y de su Orden, por lo cual debo enmendarme, pues [431] mis pecados son la causa de todo lo que las aflige." Las consolaba como podía; la aflicción por algo, si dura mucho tiempo, es con frecuencia un remedio para otro tipo de penas. La divina Providencia dice que a cada día le basta su malicia; que en sólo doce horas su diestra puede obrar cambios para gloria suya y la salvación del prójimo.

Capítulo 88 - Cómo el Verbo Encarnado me insistió para visitarlo en el establo, para adorarlo y rendir mis humildes homenajes a su santa Madre, diciéndome que deseaba coronarme con su sangre. De otras gracias que concedió a mí y a su Orden.

 El primer día del año 1642, al tomar el sacerdote el copón sagrado para darme la comunión, tu bondad te urgió a entregarte a mí con un amor indecible. Me dijiste: "Ven del Líbano, novia mía, ven del Líbano, vente y serás coronada (Ct_4_8). Pero antes de acercarte a mí, saluda con todo respecto a mi admirable Madre y a su virginal esposo san José. Rinde tus humildes adoraciones delante de mi pesebre diciendo: Salve, santa Madre, que has dado a luz al Rey que reina sobre cielos y tierra por los siglos de los siglos. Admira a la incomparable Virgen, mi Madre, quien coloca su frente sobre mis rodillas para adorarme mientras que recibo la circuncisión con todos los rigores de la ley. Al ver mi sangre brotar con abundancia de mi herida, mezcló con ella su leche y sus lágrimas para acompañar mi llanto.

"Elías inclinó la cabeza hasta tocar sus rodillas; no vio sino una [432] nube que anunciaba una lluvia de agua. La que mi Madre contempló fue de sangre, de leche y de agua. Mi sangre es su leche, porque fui alimentado de sus pechos sagrados. Mis lágrimas se mezclaron con esa sangre y esa leche. Ella es una paloma que contempla los arroyuelos de agua y de leche, a los que adora en su calidad de sangre, leche y agua que fluyen del cuerpo de su Hijo, Dios-Hombre; todo, en conjunto, posee un mérito infinito. Ella engendró esta púrpura real admirablemente adornada, de la que es Madre. Yo soy su Hijo real y divino, su Señor y su Dios, Hijo y súbdito suyo; ella es la primera cuya frente y mejillas están adornadas de mi sangre: Tus ojos, las piscinas de Jesbón (Ct_7_5).

"Sus dos ojos son dos piscinas; al verme sufrir, ella aspira el olor de esta sangre y siente los dolores que el amor materno y la efusión de su propia sangre le causan y le causarán: Tu nariz, como la torre del Líbano, centinela que mira hacia Damasco (Ct_7_5), Damasco significa la sangre que brota o que corre. La Madre no puede ver la sangre de su Hijo sin que le provoque grandes repugnancias. Damasco significa, además, una representación de abrasamiento; esta Virgen contempla al Hijo de su amor dando su sangre ardientemente por amor. Adoraba esta sangre, dejando que le bañara la cabeza; podría habérsele dicho: Tu cabeza sobre ti, como el Carmelo, y tu melena como la púrpura; ¡un rey en esas trenzas está preso! (Ct_7_6).

 [433] "Dile hija mía: Reina de los ángeles y de los hombres, Madre del Rey de reyes y del soberano Dios, te adoro cubierta de la púrpura real que engendraste y diste a luz en este establo. Te admiro adherida con los ojos, el corazón y el espíritu, a esos canales sagrados, a las venas adorables de tu Hijo, que nos ofrece su sangre. Hija, escucha lo que ella y san José te dicen a ejemplo mío: Ven, hija mía, para ser coronada de mi sangre; humilla tu espíritu y tu cuerpo al adorarme en todos estos misterios, y recibe esta lluvia adorable que te hará fértil en gracias, y más tarde abundante en gloria. Recibe, querida esposa, la sangre tan preciosa y amorosa como corona del reino del Amor, que te concedo y que mi Madre coloca sobre tu cabeza: Salid a contemplar, hijas de Sión, a Salomón el rey, con la diadema con que le coronó su madre el día de sus bodas, el día del gozo de su corazón (Ct_3_11).

"Esta Virgen y su castísimo esposo san José se alegran por tu venida, se consuelan contigo diciéndote que han estado sufriendo, durante ocho días, temores extremos al pensar en el cuchillo de la circuncisión, que debía someterme a este rito. Yo mismo lo temía, por tener uso de razón y mi ciencia divina."

Me comunicaste muchas otras maravillas acerca de tu amor doloroso acariciándome divinamente. Alabando tus gracias en mí, me recibiste como a tu esposa de sangre, diciéndome que me constituirías princesa de sangre de un modo admirable, y que te había proporcionado un gran placer al seguir tus inspiraciones, dando a tus hijas, también mías [434] al entrar a la vida religiosa un escapulario rojo que simboliza tu circuncisión y tu Cruz ensangrentada, y sobre éste, una corona de espinas que rodea o encierra tu nombre sagrado, que es la unción de tus heridas.

Me siento obligada a repetir el significado de los hábitos de tus hijas puesto que ello es de tu agrado, según lo que me dijiste con tus expresiones amorosas. Es por ello que la Iglesia repite: Gloria al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo al final de cada salmo. Tu Espíritu, todo Amor, soplaba, y mi corazón destilaba su sangre por mis ojos, que eran dos piscinas rebosantes de compasión amorosa.

Me dijiste que uniera mis lágrimas con las de la santa Virgen tu Madre y las de san José, a las tuyas, añadiendo: "Tú eres mi madre, me has dado a luz nuevamente en el mundo. Este escapulario que tus hijas mis esposas, reciben y portan al entrar al noviciado, es una clara representación de mi circuncisión; pero admira, amada mía, la conducta divina que te ha hecho aguardar hasta la profesión para darles el manto ojo. Esto es por seguir las órdenes que mi conducta divina obedeció desde mi nacimiento hasta mi muerte. En el Establo de Belén porté la banda roja; en Jerusalén y sobre el Calvario fui cubierto de un manto de burla enrojecido por mi propia sangre por la crueldad de los hombres, en cuanto a lo exterior, pero todo se hacía por mandato de mi divino Padre, quien ama a los hombres con el mismo amor que yo y el Espíritu Santo los amaba; amor que fue el motivo o el principio y término de todos mis dolores.

El pecado es causa y materia de ellos; [435] el amor, mediante mi muerte, se mostró al extremo ante los ojos de las creaturas, las cuales consideran mis sufrimientos; sin embargo, este amor es más fuerte que la muerte. Es conocido y comprendido únicamente por la divinidad. Es inmenso, es real. La muerte es sólo una privación, y el pecado una degradación. El amor es esencial, increado y subsistente. El amor es Dios; el amor es bondad que de sí se comunica."

"Hija, el amor agotó mis venas y vació la sangre y el agua que la muerte había dejado en mi cuerpo. El amor ciega para las cosas temporales, haciendo ver claramente las de la eternidad. El amor, aún careciendo de la vista, lleva derecho a la meta que es mi corazón, para hacer brotar en él una fuente después de mi muerte, y para lavar, colorar y vivificar a mis esposas después de su muerte moral y civil; por mi propia sangre, el alma adquiere la suya. Mi alma se adhiere a ellas; mi sangre las cubre por completo, lo cual está simbolizado en el manto que reciben el día de su profesión, que es el día de su muerte al mundo y de su nacimiento en Dios, en virtud de la sangre de mi Cruz. Yo pacifico en ellas al cielo y la tierra. Te corono, querida mía, con la sangre de mi circuncisión. Te visto de la sangre de mi Cruz mediante la confesión y la comunión. Con ella te alimento [436] Ven del Líbano, ven Otea desde la cumbre del Amana, desde la cumbre del Sanir y del Hermon, desde las guaridas de leones, desde los montes de leopardos (Ct_4_8). Ven desde esta montaña en la que los enemigos de mi Nombre y de mi gloria ejercieron tantas crueldades sobre mis mártires. Ven, hija llena de fe y de constancia, a recibir la corona de mis manos liberales; colocar sobre tu frente esta diadema, formada por mi propia sustancia, es la alegría de mi corazón amoroso.

"Mi sangre se apoyó sobre la naturaleza divina, encerrándose y fluyendo de mis venas; es la sangre de un Dios. Mis venas son para ti conductos de vida divina y caminos de salvación. Acércate por esta sangre, mediante la cual me llego a ti con gran deseo; mi amor es mi precio y mi movimiento amoroso está en todas partes como Dios, resido donde me place; yo en cuanto hombre, como el pontífice, subía al santuario por la sangre.

"Hija, recibe a tu pequeño Pontífice y a tu gran Dios por su sangre, que desciende hacia ti. Soy yo quien quiso recibir, por amor a ti, la Circuncisión, así como en otro tiempo Siquem lo hizo por amor a Dina, la hija de Jacob." ¡Pero, ay, querido Esposo! Este amor te hirió en el día de tu carne, pero en el día de tu espíritu te hará morir. Me refiero a los días Jueves y Viernes Santo, en los que habrás llegado a la edad del hombre perfecto, en la que te entregas a tu enemigo para poder entrar en tu amigo, el cual nos ha narrado el penar de tu espíritu: Jesús se turbó en su interior y declaró: "En verdad, en verdad os digo que uno de vosotros me entregará." (Jn_13_21). El príncipe Siquem fue traicionado, muriendo a causa de esa traición. Tú mueres porque el traidor te entregará a tus enemigos y tu amor a la muerte. Al entregar tu espíritu y al inclinar tu sagrada frente, aceptaste esta muerte para darme la vida [437] Adoro la sangre preciosa que ofreces, llorando, el día de tu carne.

"Hija, es la sangre quien habla fuerte y favorablemente por ti a mi Padre, mientras que parezco ser el Verbo mudo." Muy querido y amoroso Esposo, mientras que la Virgen, tu santa Madre, y san José, su esposo, permanecen arrebatados de admiración en todo lo que a ti concierne, se consultan todo mutuamente, habla a mi corazón por medio del tuyo; una mirada de tus ojos me imprimirá tu amor. Este estado de infancia me da libre acceso a besarte amorosa y humildemente.

Tu silencio marca tu amor, que es todo corazón. ¡Mira, tú eres el Dios de mi corazón! He encontrado en este establo al que ama mi alma. Jamás lo abandonaré. Él está en casa de mi Madre en Belén, que perteneció a David, de quien la Virgen es hija. Esta casa del pan es también suya. Ahí ella engendró al verdadero Pan de Vida, produciendo en este lugar la fuente de David, que es un manantial abierto. Lo que Zacarías predijo proféticamente se cumple en este día: Aquel día habrá una fuente abierta para la casa de David y para los habitantes de Jerusalén, para lavar el pecado y la impureza (Za_13_1).

Como estás herido, tu llaga es una abertura de la que fluye la sangre que lavará mis pecados. Tu Nombre es una fuente de aceite. Tus ojos, dos arroyos del agua de vida; tu Madre tiene dos pechos que abundan en leche celestial.

Me invitaste a venir; me encuentro bien aquí, en tu compañía. Si lo quieres, moraré también contigo, tu santa Madre y san José, admirando junto con ellos lo que no puedo comprender: Su padre y su madre estaban admirados de lo que se decía de él (Lc_2_33).

 Capítulo 89 - Cómo el Verbo Encarnado armó a sus Apóstoles por mi causa, diciéndome que yo era su tabernáculo de cristal. De los grandes favores que me concedió en las fiestas de san Antonio, san Sebastián y san Matías, y cómo el Espíritu Santo me condujo al desierto.

 [438] Después de la Epifanía, continuaste prodigándome tus favores, complaciéndote en conversar conmigo en tu pesebre por medio de locuciones divinas. Para escucharlas, no tenía necesidad de oídos corporales. Me hiciste ver una escalera en las nubes, formada por las mismas nubes y construida como las de madera que acostumbramos utilizar. Admiré los escalones, tan bien hechos y acomodados con tanta propiedad. Esta escala se aproximó desde el oriente, deteniéndose al mediodía. Venía seguida de navíos hechos también de nubes, todos ellos equipados de modo admirable. Volaban a favor de un viento que era espíritu y vida. Me dijiste que se trataba de ángeles que se armaban para auxiliarme, los cuales me traían del cielo favores divinos, y que esta escala eras tú mismo; que los Reyes habían venido de Oriente para verte y adorarte, trayéndote el oro, la mirra y el incienso como a hombre mortal, como a Rey de reyes y Dios de dioses, de quien depende todo lo creado.

Me comunicaste muchas maravillas, las cuales no recuerdo por ahora, pero que confié al P. Gibalin. Me hiciste ver un tabernáculo de cristal, admirablemente engastado o cimentado en oro. Se abría por la parte superior, no a los lados ni en la parte inferior. Me dijiste que este tabernáculo estaba hecho para recibir a tu Majestad, que es un sol. Contemplé y admiré este lugar en el que tu Majestad deseaba hospedarse, [439] y te escuché decirme: "Hija y esposa mía, tú eres este tabernáculo de cristal en el que me complazco en entrar y reposar, para transpirar mis claridades a través de él.

"Los sagrarios de madera, de plata y oro, no son, como éste, convenientes para el sol. Tu alma, que es transparente, recibe al divino esposo, el cual es un sol que penetra en su alcoba nupcial. Muchas almas son como la madera, la plata o el oro: fructifican como la madera, resuenan como la plata y se comportan como el oro en la prueba; pero, como todo esto no es transparente, no puedo darme a conocer con claridad debido a que la madera, la plata y el oro son cuerpos opacos que no pueden ser atravesados por la luz. Te hice como un cristal, pero recuerda que eres frágil como el vidrio; me das a conocer porque tu candidez te hace transparente. Me dejo ver a través de ti, como el vidrio de un espejo. Te engarzo amorosamente con oro. Resueno por medio de tu pluma y de tu lengua como si fueran de plata. Considera el contenido del décimo proverbio: Plata elegida es la lengua del justo (Pr_10_20). El amor que siento por ti me lleva a hacer en ti, y de ti sola, todo lo que hago por los demás. Deseo vencer a mis enemigos por ti; sobre los reyes quiero reinar por ti; es mi voluntad transmitir mis órdenes, a través de ti, a los espíritus dominantes.

"Hija mía, no temas cosa alguna; yo te libraré de todos los males. Inclinaré nuevamente las colinas del mundo y a los grandes del siglo hasta mis pies, al camino de mi eternidad, cumpliendo una vez más el anuncio de Habacuc: Se hunden los collados antiguos, ¡sus caminos de siempre! (Ha_3_6). [440] Deseo que este tabernáculo que te he mostrado sea mostrado al mundo, a fin de que pueda ver mi luz. Ella lo hará más bello que todos los tabernáculos de Jacob y nadie podrá escapar a mi calor luminoso. Si los obstinados no se dejan vencer por mi bondad, serán exterminados por mi justicia. Hija mía, he venido del seno paterno al seno materno como vencedor, a fin de vencer. Miré y había un caballo blanco; y el que lo montaba tenía un arco; se le dio una corona (Ap_6_2). Yo soy este caballero del que se habla en el Apocalipsis, al que uno de los cuatro animales dijo a san Juan que fuese a ver, diciéndole: Ven. Miré y había un caballo blanco; y el que lo montaba tenía un arco; se le dio una corona (Ap_6_2). Tengo el arco de paz y de guerra en mi poder. Yo llevo puesta la corona. El arco de paz es para acariciar a mis amigos y anunciarles una lluvia de gracias; el arco de guerra es para espantar y castigar a mis enemigos; si no se convierten, mi brazo todopoderoso los destruirá y precipitará en los abismos; después de la muerte sigue el infierno.

"Aquéllos que menosprecien mi sangre, que es la sangre del testamento, serán gravemente castigados; mis mártires claman a mí para que vengue la suya, que fue derramada por la crueldad de los tiranos. Escucha lo que dice mi secretario al respecto: Vi debajo del altar las almas de los degollados a causa de la Palabra de Dios y del testimonio que mantuvieron. Se pusieron a gritar con fuerte voz: ¿Hasta cuándo Dueño santo y veraz, vas a estar sin hacer justicia y sin tomar venganza por nuestra sangre de los habitantes de la tierra? Entonces se le dio a cada uno un vestido blanco y se les dijo que esperasen todavía un poco (Ap_6_9s).

 [441] "Hija, espera todavía un poco de tiempo, yo triunfaré en ti. Recibe mi sangre en el tabernáculo que has visto; es un vaso elegido para eso. Enriquécete de mi sangre. Has visto cómo te he colocado como un vaso de cristal sobre el altar para recibirla. En esta sangre te lavarás y blanquearás tu vestidura. Tu alma encontrará en ella su baño agradable." Las palabras que me dirigiste fueron eficaces, pues me vi purificada en espíritu, embellecida y enriquecida con tu pureza, tu belleza y tus riquezas. Conocía en la medida en que deseabas revelármelo, que posees dentro de ti todos los tesoros de ciencia y de sabiduría, y que estás lleno de gracia, de gloria y de divinidad. Por ello te adoré, postrándome a tus pies con espíritu humilde, en compañía de todos los ángeles, los cuatro animales y los veinticuatro ancianos, ofreciéndote todo lo que me has concedido y diciendo: Digno es el Cordero degollado de recibir el poder, la riqueza, la sabiduría, la fuerza, el honor, la gloria y la alabanza (Ap_5_12).

Los días de san Antonio y san Sebastián me hiciste grandes caricias. Antonio quiere decir una flor; fuiste para mí un Esposo floreciente. El día de san Sebastián te convertiste para mí en saeta amorosa que me traspasó deliciosamente [442] En la fiesta de san Matías me introdujiste al consorcio de los santos entre tus luces. Así como san Matías compensó mediante su fidelidad la traición de Judas, deseaba yo completar en mí lo que faltaba a tu Pasión. Descubre en mi alma, querido Esposo, la reciprocidad en el amor que los tuyos te han rehusado; éste es mi deseo: Conforme a la visión que Dios me concedió en orden a vosotros para dar cumplimiento a la Palabra de Dios (Col_1_25). Quisiera quebrantar si puedo la obstinación de quienes ignoran tu amor y cuan apasionadamente (permítaseme la expresión) deseas su salvación, a fin de que no sigan recibiendo tus gracias en vano, sino que saquen provecho de tu divina palabra, llegando a conocer, todos a una, las santas riquezas de tu amor y de tu gloria.

Queridísimo Amor, perdona mis ímpetus; ellos imitan los tuyos. ¿Por qué sobrepasas con tus bondades todas nuestras malicias? Eres tú a quien la esposa se refirió, al verte venir hacia nosotros procedente del seno paternal: Helo aquí que ya viene, saltando por los montes, brincando por los collados (Ct_2_8).

 Tú, que sales del seno y del entendimiento paterno, ven a nosotros rebasando los ángeles. Te veo en este Sacramento de Amor y de gloria contemplándome por las ventanas de tus llagas; y me atrevo a decirlo, por las celosías de tus poros sagrados, por medio de los cuales te dilatas y comunicas a mí, multiplicando tus rayos luminosos y haciendo de estos poros amorosos canales que produzcan manantiales adorables. Me parece que deseaste salir por esos poros como un enamorado apasionado, a quien el amor presiona y hace caer en éxtasis.

 [443] Deseas dar tu vida por medio de tu sangre como muestra de tu amor, que es más fuerte que la muerte. ¿Qué estoy diciendo? Trato de terminar y salvarme a nado en los ríos de tu sabiduría, y me veo nuevamente rodeada por los torrentes de tu sangre. Si el amor no bogara felizmente sobre estas riveras, te diría: Líbrame de la sangre, Dios, Dios de mi salvación, (Sal_50_16), puesto que con ella deseas lavarme y alimentarme, y después de mi muerte sepultarme en ella. Deseo vivir y morir en este mar inflamado, y cantar sobre sus olas el triunfo de tu amor.

Si desembarco en algún puerto sobre la tierra, será para anunciar a la humanidad que habita en ella que, mediante la sangre de tu Cruz, pacificaste el cielo, y que en esta misma sangre deseas apaciguar la tierra; que dejen de menospreciar esta sangre preciosa que es el precio de su redención; que no sigan dejándose encadenar por los lazos del pecado, del que tu sangre los redimió y que no aspiren sino a vivir en la libertad que adquiriste para ellos, por medio de la cual tu Espíritu obrará y será su guía, elevándolos de claridad en claridad hasta que sean transformados del todo en la luminosidad de este Espíritu de Amor. Donde hay amor, no hay más dolor; o si lo hay, nos parece amable.

 [444] Este Espíritu, todo benignidad, quiso conducirme al desierto junto contigo, mi divino esposo, diciéndome que allí te haría compañía y que hablarías a mi corazón, lo cual hiciste en medio de tantas delicias, que no habría querido salir de esta dichosa soledad. Así como tu discípulo amado fue divinamente instruido en tus misterios, te complaciste en enseñármelos y yo en aprenderlos; pero el placer de esta vida oculta y solitaria me fue arrebatado cuando su Eminencia vino de repente en Cuaresma y me dio la orden de escribir mi vida, y hacerlo con la luz de tu gracia. Queridísimo Amor, sabes bien hasta qué punto me mortificó esta orden y cuánta fuerza necesité para sobreponerme a mis repugnancias. Si el Espíritu Santo, que me condujo al desierto, no me hubiese tomado por la mano para encaminarme con sus acostumbradas caricias en medio del recuerdo de las gracias que el Padre, tú y él me han concedido; si no me hubiera elevado el Espíritu hasta la fuente de las divinas luces, en el interior de los archivos sagrados donde vi los originales de los extractos que me fueron comunicados, no hubiera podido escribir con orden ni secuencia, como este Espíritu me ha ayudado a hacerlo. No ha dejado de consolarme durante esta pesada tarea, ayudándome a caminar por los senderos por los que siempre me ha llevado [445].

Capítulo 90 - Que mi divino amor me enseñó a comulgar y a asistir a la santa Misa, diciéndome que hay varias clases de muerte, y a conversar con las tres personas de la santísima Trinidad durante las veinticuatro horas del día y de la noche

Mientras escribía, no me fue posible hacer otra oración sino la de aplicar mi atención a lo que hacía, con excepción del modo en que me enseñaste a asistir a misa y a prepararme a la santa comunión como lo haría un mendicante. Al despertar, después de adorar y dar gracias a tu Majestad, pido: 1. a los santos patriarcas me concedan su fe para acercarme al sacramento que es el misterio de la fe. 2. a los santos profetas, que me den su esperanza, la cual no se vio confundida, porque tú verificaste y cumpliste sus profecías. 3. Ruego a los santos apóstoles me alcancen la caridad que recibieron y aprendieron de ti y de tu Espíritu, que es fuego y caridad. 4. a los santos mártires, la constancia con la que murieron al confesar tu Nombre y sellar su fe por medio de su sangre. 5. a los santos doctores, la inteligencia de tus sagrados misterios. 6. a los santos confesores, la piedad y la devoción. 7. a los santos anacoretas, el don de lágrimas de la amorosa contrición y la unión y adhesión a tu amor, que hace que el alma sea un mismo espíritu contigo. 8. a los santos y santas vírgenes, la pureza para recibirte virginalmente a ti, que eres el vino que engendra vírgenes y la corona de todos ellos. 9. a los santos y santas viudas, la perseverancia en tu servicio y en tu amor [446] a los santos y santas casados, la paciencia para recibirte a ti, que resolviste encarar con paciencia las afrentas y los menosprecios que todos los pecadores te harán hasta la consumación de los siglos. 11. a los santos inocentes, la pureza interior y exterior para acercarme a ti, que eres impecable por naturaleza, y que dijiste que los puros y los rectos de corazón están adheridos y unidos a ti por el amor. 12. a los santos ángeles, la humildad que ejercitan al postrarse profundamente delante de tu adorable Sacramento. 13. a los arcángeles, la pureza que les permite acercarse a ti, que eres el Dios puro, en calidad de amigos de tu purísima Majestad. 14. a los principados, la nobleza y generosidad de corazón para ser unida a ti, que eres Rey de reyes y Señor de señores. 15. a las potestades, la fuerza contra mis enemigos; que me revistan con las armas de la luz, para acercarme a ti que eres el Señor de las batallas. 16. a las virtudes, el adorno conveniente a una esposa real para ser admitida al lugar en que residen las virtudes, que es también el tuyo, por ser el Rey de la gloria [447] a las dominaciones, la sujeción de mis pasiones, para recibirte dentro de mí, pues eres tú a quien estas dominaciones adoran con gran respeto. a los tronos, la paz y la quietud para ser el solio de tu pacífica Majestad. a los querubines, la sabiduría y la ciencia para conocer y adorar tus esplendores en la humilde inteligencia de tus voluntades; a los serafines, el amor ardiente para alojarte en mi corazón a ti Señor, que has venido a encender tu fuego divino, a fin de que arda en los corazones, y nos convierta así en holocaustos perfectos. Pido a mi buen ángel me acompañe en todas estas devociones, y me conduzca hasta la santa Virgen, tu Madre, pidiéndole todo lo que necesito para albergarte en mí y transformarme en ti; a tu Humanidad, la dulzura y la benignidad; al divino Santo Espíritu, la virtud de lo alto; a ti, Verbo divino, la sabiduría divina para conversar contigo; al Padre Celestial, el poder divino para permanecer contigo, según tu deseo, en su seno paterno.

 Hago mi acción de gracias y regreso o desciendo por las sendas que fui elevada, pidiéndote que dupliques la gloria de la Iglesia Triunfante, que multipliques la gracia de la Militante, y alivies las penas de la Sufriente. [448] Te pido por el Papa, por el Rey y por la unión de los príncipes cristianos; por la conversión de los herejes y los paganos, y que introduzcas a todas las almas a tu redil, santísimo y único Pastor.

Un día me dijiste, mi divino Maestro, que deseabas mostrarme de qué manera te agradaría más al asistir a la santa Misa. Primeramente, en el Introito, debía considerarme carente de ser subsistente y existente, en el centro de mi nada; a la Epístola, recibo de tu bondad el ser y la existencia. En el Evangelio, el bautismo, que es el verdadero nacer y la regeneración que me hace hija del Padre celestial por adopción, y me capacita para participar en los sacramentos y en la instrucción de todo lo referente a la religión católica, apostólica y romana. En el Credo, debo hacer profesión de la misma fe católica, conformándome en todo a los sentimientos de la Iglesia. En el Prefacio, me dispongo a morir por tu Nombre y para confesar las verdades de mi fe. En la Consagración, me coloco a manera de una hostia que debe ser sacrificada, como lo son el pan y el vino y recibo con amor sobre mi cuerpo, mi sangre y mi alma, estas divinas y todopoderosas palabras que pronuncia el sacerdote sobre las Especies, deseando ser transubstanciada en ti tanto cuanto sea posible, muriendo a mí misma con la muerte de amor que tanto estimas [449].

Me revelaste que hay varias clases de muerte: La primera es la del pecado, inventada por el demonio. La segunda es la muerte física y natural, que es castigo del pecado. La tercera es la muerte de los justos que deseó Balaam después de haber contemplado la muchedumbre de los hijos de Jacob. La cuarta es la muerte de los santos, que David consideró preciosa. La quinta es la de los ángeles, que consiste en la adhesión a tus decretos y un continuo deseo de honrar el anonadamiento o consumación que hiciste de ti mismo al tomar nuestra naturaleza mortal, para morir en ella. La sexta es la muerte que el amor divino inventó en la noche de la Cena; muerte que es divina porque sustituye, mediante la fuerza y el poder de las palabras divinas, a un Dios vivo, un Hombre glorioso, al destruir la sustancia del pan y del vino. Esta muerte es admirable: produce la vida del alma y la resurrección del cuerpo. Me dijiste que deseabas que muriera yo continuamente de este en el mismo Sacrificio de Amor que se ofrece continuamente en cualquier rincón del mundo, pero particularmente en el momento en que vea, me dé cuenta y escuche que el sacerdote consagra el pan y el vino. Me dijiste además que me sepulte en tu sangre cuando el sacerdote coloca la partícula de la hostia en el cáliz, diciendo: "La paz del Señor esté siempre con ustedes." [450] Añadiste que, en la Comunión del sacerdote, resucitase a tu gloria mediante una nueva vida en virtud de este pan vivo y vivificante, así como tú resucitaste para gloria de tu Padre; y que, al estar resucitada, busque las cosas celestiales y divinas, anunciando al mundo tus maravillas mediante los continuos deseos de tu gloria y de la salvación de las almas, realizando en mí las palabras de tu Apóstol: Y no vivo yo, sino que es Cristo quien vive en mí (Ga_2_20).

Si la Sulamita, al considerar las frecuentes visitas del Profeta Elíseo dijo a su marido: Mira, sé que es un santo hombre de Dios que siempre viene a casa. Vamos a hacerle una pequeña alcoba de fábrica en la terraza y le pondremos en ella una cama, una mesa, una silla y una lámpara, y cuando venga a casa, que se retire allí (2R_4_9s).

Queridísimo Amor, como tu augustísima Trinidad me favorece con su presencia casi continua, ¿de qué manera reconoceré estas gracias inexplicables que tus Tres Divinas Personas me comunican? Cediendo a mi deseo, me enseñaste la manera de obrar en vista de los favores de tu adorabilísima Sociedad y Divina Trinidad, dividiendo el día y la noche en tres partes: ocho horas para cada uno, diciéndome que por la noche, a eso de las ocho, adorase a la Persona del Padre en espíritu y en verdad, pidiéndole me permita conversar con él hasta las cuatro de la madrugada; que debo contemplar a este divino Padre en lo escondido de su gloria, en su propia penumbra: Ni la misma tiniebla es tenebrosa para ti, y la noche es luminosa como el día (Sal_139_12) inmortal e invisible a los ojos corporales, diciendo: Aunque diga: ¡Me cubra al menos la tiniebla, y la noche sea en torno a mí un ceñidor, ni la misma tiniebla es tenebrosa para ti, y la noche es luminosa como el día, (Sal_139_10s) suplicándole que renueve en mí lo sucedido en la noche en que su poderosa diestra libró a los hebreos de la cautividad del Faraón, permitiéndoles pasar el Mar Rojo a pie enjuto. Cuando un sosegado silencio todo lo envolvía y la noche se encontraba en la mitad de su carrera, [451] tu Palabra omnipotente, cual implacable guerrero, saltó del cielo, desde el trono real, en medio de una tierra condenada al exterminio, (Sb_18_14s) rogando a este Padre todopoderoso se complaciera en mostrar el poder de su palabra, destruyendo a todos los espíritus nocturnos, superando el mundo y todo lo que me retiene en la cautividad de mis enemigos, permitiéndome atravesar el fondo seco del Mar Rojo de las pasiones, y haciendo ver en mí su poder adorable. Debo también suplicar a la santa Virgen, Hija mayor de este divino Padre, que supla a mis impotencias en presencia de su paternidad, y que ordene a tres coros angélicos le adoren por mí junto con la multitud de los santos. Desde las cuatro hasta el mediodía, adorarás en espíritu y en verdad la Segunda Persona, que desciende como un maná celestial y divino sobre todos los altares donde se le consagra. A partir de las cuatro horas, volarás por todo el mundo a los lugares donde se celebre la misa, admirando el amor que obra reproducciones de mi cuerpo, de mi sangre, de mi alma, pues son inseparables de mi Persona, la cual los sostiene divinamente mediante la unión hipostática. Conmigo están sobre estos altares, por concomitancia y secuencia necesaria, el Padre y el Santo Espíritu.

"Hija, contempla amorosamente a tu divino Oriente, que emana del seno del Altísimo para visitar a los hombres siguiendo las inclinaciones de la divina misericordia, que viene a iluminarlas porque yo soy el Sol de Justicia. Las libra de la muerte eterna encauzando sus afectos hacia caminos de paz, y dice: Bendito el Señor Dios de Israel porque ha visitado y redimido a su pueblo (Lc_1_68). Levántate muy de mañana para recoger este y alimentarte de este maná divino, precedida de la gracia preventiva de mi inclinación amorosa hacia ti, y cubierta de la gracia subsiguiente, concomitante y justificante. Eleva tus humildes agradecimientos, ofréceme como acción de gracias a mi Padre eterno. Yo encierro todas las gracias, por ser la gracia sustancial; y como dijo mi Apóstol, [452] la gracia de Dios, que abrazó la muerte por todos, dándoles mi vida, afín de que vivan por mí, así como yo vivo por mi Padre, y que permanezcan en mí y yo en ustedes para que todos seamos consumados en la unidad, y pueda comunicarles la claridad que poseo junto con mi Padre desde antes de la constitución del mundo. Pide a la santa Virgen, mi augusta Madre, supla lo que tú ignoras mediante la sabiduría de la cual está llena, y que se complazca en mandar a otros tres coros angélicos que completen tus deficiencias, lo mismo que a todos los santos, de los cuales es Reina como lo es de los ángeles.

"Al medio día, adorarás la Tercera Persona, que es el Espíritu Santo que el Padre y yo producimos; es nuestro Amor común, nuestra pura llama, el término de nuestra indivisa voluntad, nuestra divina espiración, nuestro beso, nuestro bien, la divina producción emanante de nuestra fecundidad divina. Es el círculo inmenso de toda nuestra divinidad, que retiene en el interior toda nuestra inmensa plenitud sin producir cosa alguna en la Trinidad, porque en él todo es originado divinamente, augustamente y eminentemente. El desea concederte mil favores; es el céfiro que te acaricia delicadamente, al que la esposa llama con tanto anhelo para desterrar los fríos del Aquilón, diciendo: Levántate, cierzo, [453] ábrego, ven. ¡Soplad en mi huerto, que exhale sus aromas! (Ct_4_16).

"Pide ardientemente que aleje de ti toda frialdad, que abrase tu corazón con sus llamas vivas, y que te conserve en buen olor en presencia de nuestra Trinidad, de la Virgen mi Madre, de los ángeles y de los hombres, y que te ayude dulce, fuerte y fielmente, a seguir sus divinas inspiraciones, así como los misteriosos animales que vio el Profeta Ezequiel, los cuales enmudecían en virtud del espíritu de vida que los agitaba y los impulsaba según su impetuosidad; y aunque estaban cubiertos de ojos, y cada uno de ellos tenía cuatro caras y cuatro alas, disponían de manos y pies bajo sus alas para hacerte comprender que este Espíritu te llevaba, te iluminaba y te elevaba, deseoso de que avances y cooperes libremente a sus divinas mociones mediante afectos y obras, afín de que experimentes lo que dijo el Apóstol: Ahí donde está el Espíritu del Señor, ahí está la libertad (Rm_8_21). Es esta divina libertad de hijos, en los que este Espíritu obra por amor y no mediante la fuerza: Hijos de Dios son todos y sólo aquéllos que se dejan llevar por el Espíritu de Dios. El Espíritu mismo se une a nuestro espíritu para dar testimonio de que somos hijos de Dios (Rm_8_14s). El Espíritu Santo mismo dará testimonio a tu espíritu de que eres hija del Padre, esposa del Hijo y templo de este Espíritu de amor, quien te ha dicho que él es tu nodriza, con más bendiciones de dulzura que las que recibió Efraín: Yo enseñé a Efraín a caminar, tomándole por los brazos, pero ellos no conocieron que yo cuidaba de ellos (Os_11_1).

454] "Efraín vivía en las sombras, era sólo una figura, mientras que tú eres la luz; no ignoras que este Espíritu te alivia de tus enfermedades y que te alimenta con la leche de la caridad; que él te lleva en brazos porque es tu amor y tú, a tu vez, deseas que él sea tu peso, ese peso del mediodía que te descansa al rehacerte en el parque luminoso que son las entrañas fecundas del Padre de las luces, que me engendra en el esplendor de los santos. Pide a mi dignísima Madre, esposa singular del Santo Espíritu, que ordene a los otros tres coros de ángeles y a todos los santos que te asistan.

"Hija mía, este es el día que la Trinidad actúa en ti; alégrate con ella, por ser ésta su voluntad, y canta: ¡Oh abismo de la riqueza, de la sabiduría y de la ciencia de Dios! ¡Cuán insondables son sus designios e inescrutables sus caminos! En efecto, ¿Quién conoció el pensamiento del Señor? O ¿Quién fue su consejero? O ¿Quién le dio primero, que tenga derecho a la recompensa? Porque de él, por él y para él son todas las cosas. ¡A él la gloría por los siglos!" (Rm_11_33s).

De ti, oh Padre, por ti, oh Hijo, y en ti. Espíritu Santo, están todas las gracias que he recibido. a ti, Augustísima Trinidad, se vuelvan todas ellas para glorificarte por toda la eternidad en tus luces adorables: Sopla hacia el sur el viento y gira hacia el norte; gira que te gira sigue el viento y vuelve el viento a girar. Todos los ríos van al mar y el mar nunca se llena (Qo_1_6s). Océano de bondad, de ti proceden todos estos favores: Al lugar donde los ríos van, allá vuelven a fluir (Qo_1_7).

Continúa, Augustísima Trinidad, si así te place, el flujo de tus gracias sobre mí. Que el cielo, la tierra y el mar, con todo lo que contienen, te den gracias y te bendigan por mí.

He comenzado por ti, que eres mi principio. He proseguido por ti, que eres mi medio. Termino por ti, que eres mi término y mi fin infinito, este Inventario de tus gracias, por mandato de mi eminentísimo Prelado, al que [455]has honrado con la dignidad del cardenalato, nombrándolo Cardenal de tu Augustísima y santísima Trinidad. Bendice su sede con tu grandeza y con las bendiciones de naturaleza, de gracia y de gloria, así como a todas las ovejas de las que lo has constituido pastor. ASÍ SEA.