BORRADOR DE LA AUTOBIOGRAFÍA Capítulo del 1 al 50

De 1596 a 1642

La copia de Francisca Gravier comienza así: Oro a la Santísima Trinidad y en humilde petición al Verbo Encarnado envíen al Espíritu Santo para ayudarme a escribir mis memorias como manda Su Eminencia, mi más augusto prelado.

[1] Adorable Trinidad, Dios mío, mi todo, Palabra encarnada, mi querido esposo, Amor que mi corazón ha elegido por encima de todas las cosas, te ruego humildemente que me envíes tu divino y verdadero Espíritu, quien no es como el de las personas que se van y nunca regresan. Por su inmensidad, Él está presente en todas partes.

Él imparte su luz cuando quiere y a quien quiere. Prometiste a tus Apóstoles enviar a el Espíritu de la Verdad, quien les enseñaría todas las cosas, recordándoles e incitándoles a cumplir todo lo que les dijiste. Sabes lo frágil que es mi cuerpo, así como el dolor constante que soporto pacientemente a causa de los cálculos biliares, y lo que me costará recordar lo que escribí hace veinticinco años, a menos que guíes mi memoria y me concedas una gracia singular para recordar las cosas que nunca pensé que podría grabarme. 

Perdí el libro que me hiciste escribir por orden del Rev. Padres de Villars, Coton, Jacquinot, Ste. Colombe, de Meaux y varios otros. Te pido que me perdones, oh mi Divino Amor, por la repugnancia que siento ahora y que pesa sobre mí. Sin embargo, como es una orden del Eminente Cardenal de Lyon, mi más augusto Prelado, quiero obedecer sin protestar. Además, como se opone a que yo registre mis pecados mientras escribo mi vida, porque me prohibió expresamente que lo hiciera, adoro tu Providencia y te suplico que me incluyas entre aquellos cuya buena fortuna alabó David: Beati quorum remissœ sunt iniquitates: et quorum recta sunt peccata.:  Bienaventurado aquel cuya culpa es quitada, cuyo pecado está cubierto (Sal 31: 1). Con el profeta Jeremías, puedo decirte: "Misericordiæ Domini quia non sumus consumpti: quia non defecerunt miserationes ejus "Los favores del Señor no se agotan, sus misericordias no se gastan" .(Lam 3, 22). Espero cantarlos por toda la eternidad. Misericordias Domini in æternum cantabo. "Los favores del Señor cantaré por siempre" (Sal 88: 2).

Capítulo 1 - De los votos que hicieron mis padres para obtener un hijo que viviera; de mi concepción y conservación en el seno de mi madre donde Dios me mostró su extraordinaria protección.

Puedo decirte con el Profeta Jeremías: "El amor de Yahvéh no se ha acabado ni se ha agotado su ternura" (Lm_3_22).  Espero cantarlo durante toda la eternidad. "El amor de Yahvéh cantaré eternamente" (Sal_88_2). Para comenzar, ayúdame, Todopoderoso, ya que los obedientes cantan victoria, quiero contigo, superar las inclinaciones de mi propia resistencia. Tu sabiduría permitió, por las razones que tú conoces, que mi padre y mi madre permanecieran diez años sin poder criar niños ni educarlos. Mi madre tuvo cuatro durante esos diez años de los cuales: uno nació muerto, otro fue asfixiado por la nodriza quién lo acostó con ella a pesar de la prohibición que se le había hecho; los otros dos los enterraron en cuanto los bautizaron porque mi madre no los llevaba hasta el final de nueve meses lo cual causaba a mis padres una aflicción muy sensible. 

Esta pena les dio ánimo y motivo para recurrir a la oración y dirigirse a ti, mi divino amor, mediante la intercesión de tus santos y santas. [2] Hicieron voto, que tú no rechazaste, de ofrecer dones a la iglesia de san Esteban de Roanne en honor de la gloriosa santa Ana, madre de tu santísima Madre, y de llevar a la pila bautismal por dos pobres, el primer hijo que tu misericordia le concediera y vestirlo de blanco, en honor de san Claudio y de san Francisco de Asís, suplicándote concedieras una vida larga y feliz a este primer hijo que debería nacer. Poco tiempo después me concibió mi madre. ¡Oh maravilla de bondad! ¡Qué acción de gracias puedo darte por la amorosa Providencia que tuviste y por el cuidado que prodigaste a la madre y a la hija mientras ella me llevaba en sus entrañas! Quisiste ser nuestro común guardián mediante una asistencia muy amorosa para sostener a mi madre en las grandes aflicciones que permitiste le llegarán; siéndote agradable por su vida tan retirada del mundo, tú quisiste probarla en el crisol de las tribulaciones. 

Satanás no olvidó nada para hacerme morir en el seno de mi madre; seis semanas antes de mi nacimiento ella se rompió una vena con evidente peligro de su vida y de la mía; temía dar a luz un muerto como las otras veces pero tu diestra mostró su poder, no permitiendo que yo fuera privada de la vida de la gracia ni de la naturaleza. ¿Quién cerró el mar con una puerta cuando salía impetuoso del seno materno, cuando le puse nubes por mantillas y niebla por pañales, cuando le impuse un límite con puertas y cerrojos y le dije: ¿"Hasta aquí llegarás y no pasarás; aquí se romperá la arrogancia de tus olas"? (Jb_38_8s) Y eres tu, mi Señor y mi Dios, quien hiciste todas esas maravillas por mi, para la confusión de los demonios, tu gloria y mi salvación.

Capítulo 2 - De mi nacimiento, bautismo y alimentación de leche, y como hablaba clara y razonablemente a los nueve meses.

Me hiciste nacer pronto y felizmente el seis de noviembre de 1596, y el mismo día fui llevada al bautismo por dos pobres según el voto hecho por mis padres,  [4] los cuales envió tu Providencia a nuestra puerta, a saber, un niño y una niña que pedían limosna. El niño tenía ocho años y la niña seis. Fui puesta entre las manos de la inocente pobreza para recibir el sacramento de regeneración en la iglesia parroquial de san Esteban de Roanne, y fui llamada Jeanne como se llamaban mi padrino y mi madrina. Mi padre y mi madre se llamaban Jean y Jeanne, para que yo diga verdaderamente según el Apóstol que debo toda mi felicidad a tu gracia: "Por la gracia de Dios, soy lo que soy." (1Co_15_10). 

Te suplico que no sea jamás vana en mí y que permanezca para siempre en mi alma. Mi nacimiento fue un consuelo para toda la ciudad de Roanne porque él regocijaba a mis padres después de tantos años de aflicción. Mi madre, pensando cuidarme mejor que las nodrizas lo habían hecho con mis hermanitos, quiso probar alimentarme ella misma, pero tú no lo permitiste, privándola de leche completamente sólo tres días después de dar  [5]a luz. 

Durante estos tres días ella tenía tan poca leche que por falta de alimento me puso a las puertas de la muerte, por lo que le suplicaron permitiera que se me diera una nodriza ya que la languidez en la que yo estaba no prometía más de veinticuatro horas de vida. La necesidad la obligó a vencer su inclinación. La nodriza que habías escogido, oh mi divino amor, se presentó casi inmediatamente, y en contra de todos los consejos que las vecinas le daban de no recibir una niña moribunda, ella resolvió llevarme a su casa, porque me dijo que oyó interiormente estas palabras: "Recibe esta niña; no morirá."  Y creyó que eras tú quien la aseguraba de mi vida. No se equivocó. Esos excesos de bondad hacia mí me hacen decir como al real Profeta: "Fuiste tú quien me sacó del vientre, me tenías confiado en los pechos de mi madre, desde el seno pasé a tus manos, desde el vientre materno tú eras mi Dios." (Sal_21_10s). "En el vientre materno ya me apoyaba en ti. Muchos me miraban como a un milagro, porque tu eres mi fuerte refugio." (Sal_70_6s). 

Mi nodriza, que hasta hoy está llena de vida, asegura, que durante el año que ella me amamantó,  [6] no me oyó gritar. Cuando salía para los asuntos de su quehacer me dejaba en mi cuna sin temor y cuando regresaba me encontraba despierta, sonriéndole con tanta gracia que el contemplarme era para ella un placer; otras veces, habiéndome dejado tranquila como dije, las señoras de la ciudad me levantaban y me llevaban a sus casas sin que con mis gritos les hiciera resistencia ni después mostrara, por medio de signos o gritos comunes en los niños, la necesidad de comer. Se me retenía sin enfadarme una parte del día. Desde los cuatro meses me acostumbró a comer, al grado que podían detenerme sin preocupación. a los nueve meses hablaba yo claramente diciéndole "Mamá, ten cuidado de que yo hable bien" lo cual le hizo admirar mi juicio tanto como mis palabras bien pronunciadas.

 Capítulo 3 - De las muestras de piedad y devoción que se manifestaron en mi infancia por las cuales Dios mostraba los designios particulares que él tenía. Que yo pensaba en las cosas celestiales y divinas, inspirándome de informarme. 

Mis padres, no pudiendo por más tiempo privarse de mí, me destetaron a fin de año para [7] tener el gusto de verme junto a ellos. Apenas había cumplido tres años y ya me informaba de todo lo que se me podía enseñar a esa edad, preguntando a mi madrina, que tenía seis anos más que yo, como podía hacer para ir al paraíso, y si el camino era muy difícil. Ella me dijo que había que pasar por una tabla que no era más gruesa que un cabello de la cabeza. Yo dije, " ¿Cómo podré pasar? yo peso más de lo que un cabello de la cabeza puede sostener." Viendo que yo tenía temor, me decía: "No te preocupes de nada, los buenos pasan fácilmente, pero los malos caen abajo, en un abismo que es el infierno." Esta pobre niña sin cultura me decía esas cosas y otras que no estaban mal, y que al saberlas me inspiraban miedo al pecado por temor de caer en el infierno. En otra ocasión, pregunté qué se hacía en el paraíso. Se me contestó que los bienaventurados siempre estaban sentados. Esa palabra "siempre" me extrañaba: Cómo podré permanecer siempre sentada? no pudiendo comprender tu eternidad. 

Adoro tu Providencia que entretenía mi espíritu infantil con esos pensamientos mientras estaba en mi cama para que no me aburriera, pues me hacían acostar temprano [8] porque yo no era fácil para dormirme pronto. Mi espíritu no podía permanecer inactivo; se ocupaba de los pensamientos de la eternidad con demasiada concentración. Temía aburrirme en el reposo eterno del paraíso, que me figuraba ser como un palacio en el que los bienaventurados estaban contigo, Dios mío, en una perfecta recreación, sentados en tronos de gloria, que a mí me parecía una mansión enfadosa si no era libre de pasearme en los campos que la rodeaban según mis pensamientos infantiles que a nadie comunicaba. En ese mismo tiempo, oí decir que tu bondad había prometido ese paraíso al ladrón para que viviera ahí contigo. Me preocupé mucho de que siendo tan bueno como tú eres, temí que ese ladrón te engañara, quitándote tu paraíso y así, por hacer el bien, tú te privarías de tu felicidad. Deseaba aprender a saberte rezar devotamente, pero mi padre no permitió que me enseñaran a leer tan pronto. 

Entonces yo procuraba aprender unas oraciones de memoria, y cuando él me quería cerca de él yo le decía:  "Me quedaré contigo, con la condición [9] de que me enseñes la oración que dice que nuestra Señora es el palacio de Jesucristo, y la de mi ángel," al que yo amaba por inclinación, sabiendo que él era mi guardián, y me acuerdo que sin saber lo que fuera un ángel, amaba yo uno que estaba pegado en un mueble. No pudiendo quitarlo de ahí, me abrazaba de él y lo acariciaba con mucho cariño. Tenía tanta confianza en nuestra Señora, tu digna y santa Madre en todas mis pequeñas aflicciones que me dirigía a ella, con una entera confianza, haciéndole promesa de servirla si me libraba de mis penas, y mi sencillez llegó a tal punto que le pedía me enseñara a bailar, prometiéndole que rezaría el rosario en su honor, porque yo no quería aprender de los hombres.

 Capítulo 4 - Del don de memoria que Dios me dio para aprender a leer y a escribir en poco tiempo; del propósito de permanecer virgen para seguir al Cordero a todas partes y de los ayunos que comencé desde mi tierna edad. 

Habiéndome prometido mi padre que tan pronto como cumpliera seis años me permitiría aprender a leer, me estremecí de júbilo, cuando supe que los había cumplido. Tú sabes, querido Amor, con qué fervor de espíritu rogaba a santa Catalina virgen y mártir obtenerme la gracia aprender muy pronto a leer, para tu gloria y para mi salvación. Mi oración fue escuchada, en cuanto a aprender en poco tiempo. Sobrepasé a todas [10] las de mi edad y la previsión de mis padres, lo que aumentó el amoroso afecto que tenían ya demasiado grande porque estando enferma con frecuencia atormentada por parásitos intestinales, el temor de que me hicieran morir ponía a mi padre en una extrema y desagradable tristeza pero; oh divina bondad me curaste cuando ellos creían verme morir. 

A la edad de siete años, deseaba ayunar la víspera de las fiestas solemnes, lo que obtuve muy fácilmente. Habiendo llegado a los nueve o diez, quise ayunar en la Cuaresma lo que hice con un gran valor, aunque mi intención no fue recta porque tenía una pequeña complacencia y una satisfacción de mi misma. En éste mismo año me llevaron una vez al sermón en el que oí decir que las vírgenes seguían al Cordero a cualquier parte que él fuera. Me informe qué debía hacer para ser virgen. Me respondieron que era necesario no casarse, respuesta que me alegró [11] mucho resolviéndome a permanecer virgen para seguir al Cordero por todas las campiñas en una inocente recreación. 

Mi espíritu buscaba siempre estar ocupado, y no pudiendo dejar a mi cuerpo descansar en un lugar se me veía siempre buscando nuevas ocupaciones. Tu sabiduría, oh mi Amor que disponía todas las cosas suavemente y con firmeza para mi bien, quiso o permitió que encontrara una docena de páginas arrancadas de la vida de santa Catalina de Siena en las que decía que guardaba los consejos evangélicos. Yo creía que ella entendía el Evangelio en latín, y como a esa edad yo no pensaba que el Evangelio pudiera estar escrito en otra lengua, te dije: "Señor, si yo entendiera el latín del Evangelio como esta santa, te amaría tanto como ella." Dicho esto, no pensé más en eso. 

O Dios de mi corazón, tú no lo olvidaste, esperando hasta el día en que me harías recordar, [12] para tu gloria y gran beneficio mío, como diré después cuando hable de la gracia que me concediste de entender el latín. El deseo de permanecer virgen y de seguirle por doquier crecía cada día en mí, tanto que viendo a las jóvenes que se iban a casar, me retiraba en algún lugar secreto para llorar su desgracia; esa era mi manera de pensar de las que se casaban.

 Capítulo 5 - Del libro que me impulsó a rezar el rosario todos los días; del ayuno de diez días para recibir el Espíritu Santo en el que Dios me elevó y fui invitada a guardar perpetua virginidad; de mi deseo de ser religiosa. 

Habiendo cumplido once años, la fiebre cuartana me fatigó extremadamente el espacio de diez meses. El frío y el hambre excesiva que me causaba, frenó la vivacidad de mi espíritu, haciéndome de un humor triste y fastidioso, no pudiendo retirarme de estar cerca del fuego. Todo me enfadaba, no se me pudo impedir ayunar la mitad de la Cuaresma ni persuadirme de comer carne. Esto no era virtud, sino seguir mis sentimientos. Es verdad, Amor mío, que yo no pensaba desagradarte, guardando la abstinencia mandada y ayunando la mitad de la [13] Cuaresma. No tema director que me condujera en la vida espiritual. Tuve un gran deseo de comulgar durante este décimo-primer año, pero no me lo permitieron, lo que me afligió mucho. Un día paseándome, entré en una casa donde vivía una joven devota ahijada de mi padre que al presente es religiosa conversa en el convento de religiosas de Beaulieu de la Orden de Fontevraux.

 Esta joven tenía un libro de los milagros de nuestra Señora, tu santa Madre, que yo leí. De inmediato me sentí movida a servirla con fidelidad y a rezar el rosario en su honor todos los días a la hora que lo pudiera rezar. La nodriza que alimentaba a uno de los hermanos de esta joven que practicaba también la devoción quiso llevarnos una tarde con los Capuchinos. El portero que era muy devoto, sus palabras y conversación siendo dulces, [14] se posesionaron de mi alma fácilmente, siendo conformes a mi inclinación porque él nos exhortó a elegirte por nuestro Esposo y consagrarte nuestra virginidad, asegurándonos que tendrías tus delicias con nosotras y que seríamos tus queridas esposas.

 La misma tarde, estando con esta joven y otra que nos frecuentaba, platicábamos de lo que el buen religioso nos había dicho. Experimenté para mi provecho la verdadera promesa que tú habías hecho de estar en medio de los que están reunidos en tu Nombre. Elevaste mi entendimiento por medio de un vuelo de espíritu tan fuerte y tan suave, que él no hubiera querido jamás volver a la tierra. No tuve ninguna visión por entonces, y si mi espíritu estuvo extasiado en un lugar deliciosamente agradable, que atraía suavemente mis inclinaciones, yo no dudo que tú estabas hábilmente escondido. Por eso eres llamado por el Apóstol: Imagen de Dios invisible (Col_1_15). 

Estabas en ese momento presente con una presencia amorosa, aunque fueras Dios escondido, hablándome por medio de tus ángeles que me decían que si yo quería guardar la virginidad perpetua, [15] tu Majestad me tomaría por esposa, me amaría mucho, y que yo te agradaría si permanecía constante en el deseo de guardar la virginidad. Decir si fue un vuelo que sacó mi espíritu del cuerpo o si se pasó en la parte superior de mi alma, tú lo sabes. Digo como el Apóstol: Oí las maravillas del amor que tienes por mí, que no me fue permitido declararlo a los hombres, porque me eran indecibles. Era yo una criatura de la tierra que no sabía hablar el lenguaje del cielo, no habiéndolo oído en ese tiempo sino para admirarlo dentro de mí misma muchos años después.

 Capítulo 6 - De la alegría que tuve en mi Primera Comunión; del placer que tenía al leer la vida de las santas vírgenes y mártires y cómo, por alejarme de mi madre, me entibié de mi devoción durante cinco meses a la cual volví pero con imprudencia.

Habiendo cumplido mis doce años, se me permitió comulgar, lo que fue para mí una grandísima consolación. Comulgué ese año cada mes y a los trece lo hice con más frecuencia; a los catorce, casi cada ocho días. Leía las vidas [16] de los santos y santas con un gran deseo de imitarlas, especialmente las vírgenes. Admiraba yo el valor que tú les dabas para morir por tu Nombre. Yo hubiera querido tener esa dichosa suerte, pero no era digna de eso. Una hermana de mi madre mandó a buscarme para que me quedara con ella cinco meses, durante los cuales me relajé mucho de mi primera devoción, siguiendo las inclinaciones de las jóvenes que yo frecuentaba y complaciéndome en sus caprichos. Me desvié de los deberes que tenía para contigo; apenas comulgué tres veces en cinco meses. No hay por qué extrañarse si me volví tibia en tu servicio, al que no me aplicaba sino raramente y por costumbre. Rezaba aún el rosario pero sin atención. 

Querido Amor, yo experimentaba lo dicho por el Rey Profeta: Estando con los buenos, yo trataba de ser buena, y con los perversos me pervertía. Me dejaba llevar a las diversiones de las jóvenes que viven según las máximas del mundo, las cuales hubieran cambiado todas las buenas inclinaciones que me habías dado, si no me hubieras retirado a tiempo [17] de esas compañías contrarias a la devoción a la que me llamaste. Tu derecha me retiró de ahí santa y suavemente; permitiste que me enfadara en ese lugar para que regresara con mi madre a Roanne, despreciando esas compañías, para conversar con otras que eran de familias más honorables. Me engañaste santamente o permitiste que lo fuera yo misma. Tu designio era atraerme a ti de nuevo por la conversación de esa buena joven, con toda la repugnancia que tuviera de dejar a las de buena posición para frecuentar a ésta que era hija de un carnicero.

 Tu gracia fue más fuerte que la naturaleza; me fui retirando poco a poco de la comunicación de las que me llevaban a la vanidad del siglo y volví a mis ejercicios de devoción empleando una gran parte del día en oraciones vocales oyendo varias misas. Esos excesos molestaban a mi madre y a un tío y se resolvieron a mortificarme para hacerme comprender que debía estar a la hora de comer [18] Las mortificaciones que ellos me proporcionaban me eran muy sensibles. De eso me quejaba contigo diciéndote: "Sufro todo eso por ti. Las jóvenes devotas que no son de posición son más dichosas que yo, nadie espía sus acciones ni el tiempo que permanecen en la iglesia". Después de haber llorado ante ti, pacifiqué mi espíritu o, más bien, tú mismo lo pacificaste. Acortaba las horas de la misa y me ocupaba manualmente cerca de mi madre. 

Mi devoción era más fervorosa en verano que en invierno, acomodándose a la estación y no a la obligación que yo tenía de amarte en todo tiempo ya que me habías amado con amor eterno atrayéndome con misericordia lo cual te agradezco, mi divino amor. Dije a mis padres que me quería hacer religiosa, pero mi padre no quiso consentir a mis deseos, lo cual me afligía indeciblemente. Esperaba con paciencia que tu diestra cambiara sus decisiones continuando mis ejercicios. Ayunaba para todas las fiestas de precepto y muchas de los santos a los que tema devoción. No falté al ayuno de todas las Cuaresmas desde que cumplí once años no obstante la tibieza que hubiera tenido en tu servicio. Ayunaba además cada año todo el Adviento. No practicaba todavía la oración [19] mental; sólo meditaba los misterios del rosario.

Capítulo 7 De mis comuniones; de una segunda tibieza causada por tener demasiada complacencia en mi y por los demás y cómo pensando disimular mi devoción estuve en peligro de perderla.

 A la edad de diecisiete o dieciocho años comulgaba todas fiestas de precepto y todos los domingos. Durante ese último año, una tía mía, hermana de mi madre, se casó, a la boda de la cual yo no quería ir para evitarme las distracciones que hubiera podido tener, pero no por eso pude evitar las visitas; teniendo el espíritu agradable y condescendiente, trataba por un deber de educación, con un familiar del que se había casado con mi tía, el cual dijo después que había estado encantado de mi conversación, que no podía imaginar que una joven que jamás había tratado sino de cosas de devoción y que se mantenía retirada en su oratorio, hablara tan perfectamente de las cosas de las que ella ignoraba la practica. "Si ella hubiera estudiado mucho tiempo la ciencia y el arte de expresarse bien, no me extrañaría de oírle hablar de la manera que ella me habló, sin apartarse ni un punto de la sabiduría y de la modestia de una joven virtuosa y de posición." [20] Querido Amor, ¿por qué permitiste que un tiempo después me vinieran a decir la admiración de ese joven y las grandes alabanzas que él daba a méritos imaginarios? Tú sabías bien que mi espíritu era susceptible de agradarse en sí mismo y condescender con los demás, por eso me dejé ganar por las súplicas que me hizo mi tío de ir a la fiesta de santa Ana, que era la patrona de la población donde él vivía. Mi madre, que no quería rehusarle esta justa súplica, aceptó que yo tomara esa distracción para agradar a su hermana, que deseaba tenerme cerca de ella. Fui con mi confesor, el R.P. Antonio Perrot, jesuita, para pedir su consejo. Él fue de la opinión de mi madre y de mi tío, diciéndome: "Ve allá, hija mía, y no" dejes de comulgar en las dos fiestas consecutivas de Santiago y santa Ana." 

Viendo que sería una descortesía negarme a eso, hice sacar los vestidos que usaba solamente en algunas ocasiones, porque no estaban hechos según mi devoción, pero como debía presentarme ante la gente, resolví ponérmelos con indiferencia y no mostrar la devoción, [21] sino parecerme a las jóvenes que se encontrarían en la fiesta y bailar para ocultarles la piedad que amaba mi corazón. Tan pronto como llegué, se me invitó a bailar. Yo seguía en mi propósito, con la idea de ocultar mi devoción, pero, oh divino amor, no te consulté como a mis padres. Tú permitiste que en dos ocasiones tuviera una hemorragia nasal tan abundante que fue necesario salir del baile y retirarme a descansar; eso no me hizo más prudente, pensando que sangraba porque hacía demasiado calor.

Al día siguiente no quise comulgar para no escandalizar a los que me verían después jugar y bailar, y para no ser considerada como devota. Reía y pasaba o perdía el tiempo como las otras jóvenes escuchando las palabras frívolas que me dirigían, especialmente las que me decían había dicho en alta voz [22] el joven después de haberme visto en casa de mi padre. Me extrañaba de mi misma, diciendo en mi interior: Tú crees que no sabes las palabras de cortesía y de compromiso, y has encantado así a las personas. Esas ideas eran recibidas con agrado y me dejaba arrastrar a condescender a las vanidades y a volverme complaciente en todas las reuniones donde me encontraba, guardando siempre la modestia que se alaba en las jóvenes que quieren vivir decorosamente según el mundo. 

El afecto que se me mostraba en todas partes me forzaba a agradar a todos, enfadándome a mí misma, porque temía no agradarte; no sabía las palabras del Apóstol: "Si todavía tratara de contentar a hombres, no podría estar al servicio de Cristo." (Ga_1_10). Pasaron ocho días aparentemente satisfactorios, en los que procuré no desagradar en nada a mis parientes y a todas las señoritas que me visitaban y que aceptaban mi conversación, que seguía en todo momento los lineamientos de la cortesía y la condescendencia. Permitiste una tormenta y una borrasca que arrancaron gran número de árboles, lo cual me hizo pensar que las enviaste para advertirme que te desagradaba. Yo trataba de contentarte diciendo dulcemente: "Regresaré pronto; estaré en Roanne para la fiesta de Nuestra Señora," lo cual hice, pero no con la mortificación y devoción que tema al salir de casa de mi madre. 

Pensaba solamente en esconder mi devoción para engañar al mundo, pero él me habría engañado si tu bondad no me hubiera abierto [23] los ojos al cabo de algunos meses, para ver los precipicios a los que me habría conducido si tu cuidado no me hubiera prevenido tan fuerte y dulcemente antes de caer en ellos.

 Capítulo 8 - De la condescendencia que tuve de ir al baile, de divertirme con las jóvenes que seguían las máximas del mundo; del cuidado que tuvo Dios para retirarme de todo eso, y de mis pequeñas luchas.

Estando de regreso en casa de mi padre la víspera de nuestra Señora de los Ángeles para ganar la indulgencia plenaria, comulgué como las otras veces, aunque no con la misma devoción. Los respetos humanos me hacían mantenerme en los ejercicios que practicaba desde hacía muchos años. Todo Roanne había siempre admirado mi devoción, por lo que me sentía obligada a mantener la creencia que se tenía  de mí; la perseverante constancia que había mostrado a mi padre y a mi madre desde mi infancia, de querer ser religiosa no me permitía dejarles ver mi tibieza, aunque era muy fácil percibirla, al aceptar sin dificultad ir al baile, habiendo siempre cedido a mi tía y a mi hermana menor las ventajas de ser la mayor de la familia.

 Digo ventajas según el mundo y pérdida según tú, mi Dios y mi todo. Mi madre permitía que me vinieran a rogar y que fuera al baile. Yo hubiera podido persuadirla con facilidad de excusarme, pero no podía resistir a una pequeña inclinación que sentía de ir, diciéndote: "Señor, me acordaré bien de ti en el baile," pero estando allí olvidaba mi propósito, aunque no tu bondad, porque te mantenías a mi lado con una presencia espiritual que no percibía con los ojos del cuerpo, sino muy claramente con los del espíritu, el cual te oía decir amorosamente: "Te ves muy bien en el baile." Ante esas palabras yo enrojecía de confusión, y aunque no hablara a nadie, [24] y mis pensamientos fueran bastante inocentes, estaba avergonzada de mi misma; sin embargo, carecía de la fuerza para rehusar al día siguiente, cuando me venían a suplicar regresara. Tu Providencia me cuidaba siempre, inspirando respeto hacia mi en todos los asistentes al baile, los cuales creían que yo me ofendería si se tratara de divertirme con conversaciones propias de esos lugares. No dejé de ayunar durante todo el Adviento, pero esto era para no dejar la costumbre que tenía de ayunar cada año. No agradándote, oh Dios, Salvador mío, yo vivía descontenta, y eso era razonable; mi corazón, que estaba hecho para ti, se inquietaba cuando buscaba su reposo en otra parte. 

Mi natural dulce y tratable se volvió molesto para todos los que vivían en la casa de mi padre; apenas soportaba una palabra de reproche de mi buena madre pensando que ella ya no me quería; y para distraer las inquietudes de mi espíritu, le pedí ir a ver a mi tía, que estaba enferma corporalmente en el lugar donde yo había contraído esta enfermedad espiritual, que no era de muerte, sino para hacer ver tu gloria cuando el exceso de mi debilidad llegara a su término. [25] Mi tía se alegró en extremo de verme, pensando que la caridad me había impulsado para ir a consolarla en su enfermedad, pero al cabo de algunos días se dio cuenta de que yo no era tan caritativa como había imaginado, y que por alguna razón mi carácter había sufrido un cambio. Yo no le parecía ser la persona que ella había conocido, tan fervorosa e inclinada a la piedad allá en la casa paterna, donde ella se había educado cerca de mi madre. Su suegra y su esposo, que era mi tío, estando en su recamara le dijeron: "Tu hermana piensa que su hija quiere ser religiosa; su disposición parece estar muy lejos de esta profesión; no está casi nunca cerca de ti que estás enferma." 

Yo ignoraba todas esas conversaciones: me decía que era muy agradable para encerrarme en un claustro; que todas las que eran mis compañeras ahí donde yo estuve durante los ocho días que me había quedado en casa de mi tío, estaban sumamente satisfechas de mis amables palabras; que yo era muy gentil y la mayor de la casa y otras palabras semejantes con las que casi me persuadía. Sin mostrar que no lograba nada en mi espíritu, respondía con gravedad: [26] "No, no, yo quiero ser religiosa" Al dar esta respuesta sin mi suavidad acostumbrada en el hablar, alejaba en ella la esperanza de poder desviarme de ser religiosa. 

Al quedarme sola me quejaba contigo, Dios mío, diciéndote: ¿Qué es esto?, ¿Dónde está mi primer fervor? ¿Temo ser lo que tanto he deseado desde mi infancia? " ¿Por qué me has llamado a la vida devota y a la vocación religiosa desde hace tantos años, y al presente me dejas en estos trances? No consiento en amar las máximas del mundo ni en pretender ser otra cosa que tu esposa, pero desgraciadamente me siento demasiado débil para emprender una vida religiosa en la clausura y en las mortificaciones que antes deseaba como las más entrañables delicias que pudiera esperar en esta vida. 

Si cambio de vocación, me opondré a tus designios. Seré culpable ante ti y delante de los ángeles y de los hombres que han visto y sabido mi perseverancia hasta el presente; si tu no me hubieras llamado no sería yo culpable. ¡Ah! Si no hubiera nacido en el ambiente donde vi reinar la devoción, no hubiera sido inducida a la práctica; si no hubiera visto a la niña que puso en mis manos el libro de los milagros de tu santa Madre, no estuviera ahora  [27] en medio de los apuros y tristezas en las que estoy sumergida por la facilidad que tengo de seguir las devociones que ahora me parecen nimiedades, debido a mi intranquilidad; si no sigo el camino que temo tan difícil, quizá me condenaré.

 "¡Ah, Señor, si tu hicieras, para librarme de mis penas, que mi padre y mi madre dijeran resueltamente que no quieren que yo entre en un convento, ¡estaré libre del temor que tengo de serte infiel y de la vergüenza que tendría con los que han sido testigos de la perseverante resolución que he tenido hasta hoy! ¿Qué dirá mi confesor; que dirán los padres capuchinos y mi compañera que era otra joven devota a quien yo quería mucho? Pero, ¡ay!, qué digo, perdona, Señor, a una joven tentada y turbada que pide lo que es contrario a su bien. Dios mío no consiento en dejarte, ni a todas mis tentaciones, pero no tengo la fuerza suficiente para vencerlas. Me abandono a tu misericordia, que tendrá piedad de mi, aunque yo sea indignísima." Esas tentaciones no eran sino de no poder resolverme a las austeridades que yo pensaba había en la religión.

 No tenía la tentación ni la idea de matrimonio; me habías exceptuado de toda sensación sensual; no tenía pensamientos de todas esas cosas, sino más bien de no poder encerrarme [28] por toda mi vida deseando poder vivir en el mundo con libertad y sin obstáculos. Te expresaba mis quejas a ti, no a otros. Después de haberte contado mis penas, una prima mía me convidó a divertirme con sus amigas, e inmediatamente, cuando me puse a jugar, me reprendiste, oh mi divino Maestro, con las mismas palabras que me decías en el baile: " ¡Qué bien te ves en el juego! " Yo te decía: "Acaso no tengo permiso de divertirme inocentemente con las jóvenes, Ellas tienen que cortar todas las rosas en juegos y diversiones, y solamente yo ser picada por las espinas del escrúpulo o de tus censuras" De toda esta conversación interior, las personas no sabían nada; tenía bastante atención hacia lo exterior y lo interior.

Capítulo 9 - De la pena que tuve faltando a la caridad, y como La divina Providencia se sirvió de eso para hacerme volver a mis deberes.

 Habiendo dejado a las jóvenes, regresé acompañada de mi prima que me dijo: "Fui a ver a mi tía, que estaba con mi abuelita y mi tío y decían que no haces lo que tu mamá desea, que estés cerca de la enferma y que ella no piensa que tengas deseo de hacerte religiosa. No lo seas, ¿Qué harás dentro de un claustro, querida prima? ¡quédate con nosotras en el mundo!"

"Esto[29] no te lo prometo," dije, "Dios me llama para ser de él; no quiero ser infiel." Creyéndome constante, pensaba perder tiempo hablándome de permanecer en el mundo, pero me pidió una cosa: no decir que me había advertido de la conversación de su abuelita, de mi tío, que era también suyo, y de mi tía. Le di mi promesa, la cual cumplí. Oh divino amor, ¡tus designios son admirablemente adorables! La complacencia que me impulsaba a agradar a todos me había hecho tratar de disimular mi devoción. Me había puesto en peligro de perderla completamente en el ambiente donde me había metido sin armas para luchar contra mis enemigos, quienes pensaban vencerme y lo hubieran hecho si tú no los hubieras combatido por mí. 

En ese momento, afortunado para mí reconocí mi falta y te dije: "Es razonable, Señor, que las creaturas se enfaden con la que no ama como debe a su Creador y al de ellas, y que lo ha querido dejar para apegarse a ellas por vana [30] complacencia. 

Hasta ahora fui siempre del agrado y satisfacción de mis padres, agradándolos, yo me desagradaba a menudo; estimaba el amor que me tenían y el placer que sentían con mi conversación, que era más edificante que al presente. Eres justo, Dios mío, y tus juicios son rectos. Ya no quiero permanecer aquí; regresaré con mi madre. No puedo estar con los que estiman mi conversación ventajosa para ellos, pues para mi es siempre sin ventaja, porque conversando con las creaturas me alejo del Creador. ¡Perdón, piadoso Señor mío! Agradezco lo que tu Providencia permitió para mi mayor bien. Espero contra toda esperanza; espero en tu misericordia. No te prometo combatir generosamente; sin ti no puedo nada; tu harás todo."  Habiendo dicho esas o semejantes palabras, supliqué a mis tíos que alguien me llevara con mi madre. 

Esta rápida decisión les extrañó en extremo, haciéndome ver el demasiado frío que hacía, porque estábamos en febrero o a fines de enero [31] Todas sus razones no pudieron cambiar mi decisión. Yo quería regresar, pero, como los que tienen ictericia ven todas las cosas amarillas, al contradecirme a mí misma me parecía que todos los que yo veía me contradecían. Luego que entré en mi hogar, pensé que mi madre ya no me amaba, que mi tío y todos los de casa estaban en contra mía. Esos pensamientos duraron hasta el día de la Candelaria, en el que quisiste, oh mi Cirio, iluminarme y convertirme completamente a Ti. Compartiste conmigo las victorias que habías logrado gloriosamente en el desierto; ese mismo día, ¿no me decías: "¿Confía, yo he vencido a tus enemigos?" Tal vez, pero yo ignoraba por entonces mi dicha.

Capítulo 10 - De mi completa conversión; de La amarga contrición de mis faltas que me hacía ser rigurosa conmigo misma; del don de lágrimas; de la comprensión del latín de la sagrada Escritura.

Al día siguiente me fui al sermón que trataba del juicio. Me parecía que las palabras: ¡Vayan, malditos, al fuego eterno!" debían dirigirse a mí. Me vi tan indigna de estar en tu presencia, que no sabía dónde esconderme, pero tus pensamientos no eran sino de paz y bendición hacia mí; era característica tuya ver con tanta dulzura a la que te había ofendido tanto. Me sentía extremadamente enfadada conmigo misma.  En ese día bendito para mí me comunicaste el conocimiento del latín de la Escritura, y pude así comprender la epístola y el evangelio. Admiraba este favor, pudiendo decir con David: "Señor, no estudié las letras, pero es tu bondad misma la que me enseña, para hacerme entrar en sus dominios. Aunque no sé expresarme, entraré en tu fortaleza; a proclamar, Señor, que sólo tú eres justo. Dios mío, me instruiste desde mi juventud, y hasta hoy relato tus maravillas." (Sal_70_16s). 

Me hiciste recordar las palabras que yo te había dicho hacía ya nueve años, que si me hacías comprender el evangelio en latín como yo pensaba que santa Catalina de Siena lo entendía, te amaría tanto como ella te había amado. [32] Tú me recordaste la palabra que te di como si mi amor hubiera acrecentado tu felicidad. Pero para que me castigaras rigurosamente por mis faltas, te decía: ¡No, no. Señor; no es posible que una ingrata tenga tanta dulzura y sea tratada con amor! ¡Déjala en el temor! Guarda, por así decir, esta benignidad y castiga mis infidelidades, privándome de todas las consolaciones que no son absolutamente necesarias para mi salvación. Cómo acaricias a la que hace apenas un mes te decía: ¿Por qué me has llamado a la devoción, a mí, que mostraba enfadarse porque tu bondad había pensado en ella desde la eternidad? Los pensamientos de paz que tenías hacia mí, oh mi Dios, me hacían deshacer en lágrimas; tu Espíritu soplaba y mis ojos derramaban lágrimas de contrición que te mostraban mi pensar, porque tú eres soberano y divinamente misericordioso. Al comunicarme la comprensión de la lengua latina, me concediste entender el sentido místico de muchos pasajes de la Escritura, gracia que has continuado concediéndome. Un día me dijiste: "Hija mía, te quiero hablar por la Escritura; por ella conocerás mi voluntad. Deseo que ella sea la clave que te enseñe lo que quiero que comprendas para mi gloria, la de mis santos y santas, para tu salvación y la del prójimo. 

A la gente no le hablaba sino en parábolas, y sin ellas predicaba rarísima vez; pero a ti, mi bien amada, quiero darte a conocer mis designios por la Escritura, y por su medio revelarte mis intenciones, explicarte los misterios más adorables y más ocultos al sentido humano." Me diste el don de oración junto con el don de lágrimas; mis ojos eran dos fuentes, dos piscinas, y ese don de lágrimas duró muchos años, siendo fuente de alegría. La unción del Espíritu era tan abundante en mi alma que me vi totalmente consagrada a tu amor. Pasaba dos horas y más en oración mental, sin tener una sola distracción. a partir de ese día me hiciste odiar las cosas que tú odias y amar las que amas.

El mundo y todas sus vanidades fueron pisoteadas; la soledad y el retiro se convirtieron para mí en un paraíso. Me vi, desde ese día, transformada con mis inclinaciones anteriores a tu voluntad [33] ¡Oh, que tu yugo es suave y tu carga ligera! Me escondía continuamente de los de casa, y temiendo me vinieran a buscar en las habitaciones de la casa, me retiraba a un establo donde tú ponías mil santos pensamientos en mi alma; me entretuviste así muchos años en los misterios de tu dolorosa Pasión, y siempre recogida.

 Capítulo 11 - Del horror y del odio que yo tenía de los pecados que habían causado los crueles sufrimientos y la muerte ignominiosa del Salvador de los hombres, habiéndoseme presentado como un leproso.

El primer año consideré tus dolores como el castigo de mis pecados, y los detestaba con un odio extremo, pidiéndote perdón y la gracia de sufrir por mis faltas, lo que con tu gracia podría yo ser capaz de sufrir en satisfacción de todas ellas. Te consideraba flagelado, coronado de espinas, clavado al madero de la Cruz por mis crímenes y los de todos los pecadores según la profecía de Isaías: "El, en cambio, fue traspasado por nuestras rebeliones, triturado por nuestros crímenes. Sobre él descargó el castigo que nos sana y con sus llagas nos hemos curado. Todos errábamos como ovejas, cada uno por su lado, y el Señor cargó sobre él todos nuestros crímenes (Is_53_5s).

Capítulo 12 - De la amorosa condolencia y dolorosa compasión que tenía de la Pasión de mi divino Salvador, Lo que me puso en mortales sufrimientos

El segundo año compadecía, por una amorosa complacencia y amabilísima condolencia, tus penas y dolores, y esta amorosa compasión era una gracia tan grande, que no la podía admirar lo suficiente. Me encontré unida a tus sufrimientos como si yo hubiera sido tú mismo. Estaba atada y adherida por unos sentimientos amorosos y dolorosos a la columna y a la Cruz; me sentí transfigurada y transformada en tus dolores; sudaba en el jardín, pero no era sino agua; contemplándote ligado a la columna, sentía, por una aplicación de sentidos producida por amor, los golpes de látigo que te daban; viéndote cargar tu cruz, me parecía cargarla contigo sin ser obligada como Simón el Cireneo. 

Quería ayudarte cargándome el peso que tu amor había querido aceptar por mis pecados, por los de todos los hombres. Estaba crucificada contigo en el Calvario, y es verdad, oh mí fiel Esposo, que un Viernes Santo estuve casi [34] en trance de expirar contigo, ya que me encontraba atada a la cruz, pudiendo decir: "Estoy crucificada con Cristo." (Ga_2_19). Mi espíritu estaba a flor de labios, me parecía expirar cuando el predicador dijo que habías inclinado tu cabeza, entregando tu espíritu, al que el mío quería seguir, pero tus órdenes eran que el mío se contentara con tus mandatos, diciendo con el Apóstol: "Y ya no vivo yo, vive en mí Cristo; (Ga_2_20). [...]" sino que viva o muera ahora como siempre se manifestará públicamente en mi persona la grandeza de Cristo. "Porque para mí vivir es Cristo y morir ganancia. Por otra parte, si vivir en este mundo me supone trabajar con fruto, ¿Qué elegir? "(Flp_1_20s). Me hiciste comprender que me querías todavía en el mundo para tu gloria y por la salvación de muchos.

Al otro día, estando aun en el sermón en el que el R.P. Ireneo, capuchino, representó los dolores de tu santa Madre, fui una imagen de sus sufrimientos, pero tan ingenua que el sacerdote dijo: He aquí a tu Madre, y que no fue pequeña maravilla el verme viva aún. Después de esta muerte amorosa conocí, por esta mística experiencia, que el amor era tan fuerte como la muerte, y que dos contrarios pueden subsistir por tu gran poder en un mismo sujeto; tus cinco llagas, de las que yo me representaba la preciosa sangre derramarse en mí como flechas amorosas, me hacían decirte: "Tus flechas se me han clavado, tu mano pesa sobre mí." (Sal_37_3). Podía decirte con Job: "repitiendo tus proezas sobre mí."  (Jb_10_16).

Capítulo 13 - Como mi divino Salvador me hizo ver los trofeos de su victoria sobre sus enemigos por su cruz por La cual el enseña los misterios más sublimes

Si recuerdo bien, el tercer año me hiciste ver tus sufrimientos como premio de tus victorias logradas sobre el pecado, el demonio, la carne y el mundo. Al adorarte con tu Padre y el Espíritu Santo, un Dios con nosotros, recordaba las palabras del Apóstol que resucitarías para la gloria de tu Padre. Tú eres nuestra resurrección, vives gloriosamente resucitado después de haber sufrido la muerte para destruir el cuerpo del pecado, del cual deseabas emanciparnos. Dice el mismo Apóstol: "Cancelando el recibo que nos pasaban los decretos de la Ley; éste nos era contrario, pero Dios lo quitó de en medio clavándolo en la cruz [35] Destituyendo a las soberanías y autoridades, las ofreció en espectáculo público después de triunfar de ellas." (Col_2_14s). 

Yo admiraba cómo triunfabas de tus enemigos adorando la cruz que era el carro de tu glorioso triunfo: La gloria de la cruz me parecía tan augusta, que no me gloriaba sino en ella diciendo: "No deseo gloriarme si no es en la cruz de mi Señor Jesucristo, por la cual el mundo está crucificado para mí y yo para el mundo." Encontraba mi alegría en mi gloria y sacaba con gran júbilo aguas de gracia de las fuentes de tus llagas.

Te decía: "Señor, te alabo porque odias el pecado por esencia, así como tú mismo te amas por esencia; ese pecado ha sido la causa de que te indignes justamente contra los pecadores que lo han cometido y contra mí en particular, pero lo has borrado por tu muerte al darme tu vida: "Te doy gracias. Señor, porque estabas airado contra mí, pero ha cesado tu ira y me has consolado. Siendo Dios mi salvador, confío y no temo porque mi fuerza y poder es el Señor, él fue mi salvación." (Is_12_1s). y exclamaba con todas las potencias de mi alma: "Sacarás aguas con gozo del manantial de la salvación." (Is_12_3). Invoquen su santo Nombre [36] Anuncien a todas las naciones las hazañas de este divino Salvador; proclamen que sus dolores son nuestras delicias y su muerte nuestra vida; que su humillación es nuestra gloria, que sus riquezas temporales han dado vida a nuestro gozo eterno; hagamos conocer que él ha encontrado el secreto que ignoraban los hombres: estando en la forma de Dios, se anonadó tomando la forma de servidor al hacerse hombre, sin perder la igualdad de condición que tiene con el divino Padre y el Espíritu Santo. Él se hizo obediente hasta la muerte, y una muerte de cruz: Por eso Dios lo encumbró sobre todo y le concedió el título que sobrepasa todo título; de modo que a ese título de Jesús toda rodilla se doble en el cielo, en la tierra, en el abismo y toda boca proclame, (Flp_2_9) que Jesucristo, este Señor universal, Rey y Liberador nuestro, está sentado gloriosamente a la derecha de su Padre Eterno, como lo dice san Pedro: Fundado en la resurrección de Jesús el Mesías, a quien sometieron ángeles, autoridades y poderes, llegó al cielo y está sentado a la derecha de Dios (1Pe_3_22)

Pero vemos ya al que Dios hizo un poco inferior a los ángeles, a Jesús, que, por haber sufrido la muerte, está coronado de gloria y dignidad; así, por la gracia de Dios, la muerte que él experimentó redunda en favor de todos. De hecho, convenía que Dios, fin del universo y creador de todo, proponiéndose conducir muchos hijos a la gloria, al pionero de su salvación lo consumara por el sufrimiento, pues el consagrante y los consagrados son todos del mismo linaje (Hb_2_9s). Él nos ha hecho participantes de su cuerpo y sangre preciosa, para con su muerte reducir a la impotencia [37] al que tenía dominio sobre la muerte, es decir, al diablo, y liberar a todos los que por miedo a la muerte pasaban la vida entera como esclavos (Hb_2_14). Todas estas luces son incapaces de colmar de gozo al espíritu a quien te dignas comunicarlas con tanto amor y dilección, ya que todo lo que pueda yo decir jamás expresará lo que son en realidad.

Oh divino esposo, tu cruz ha sido nuestro lecho de cedro y no podría jamás decir los secretos y los misterios que me has confiado, pues me parecen inefables. En ellos me has enseñado la eminente ciencia en la que san Pablo se gloriaba santamente, y por la cual todo le parecía basura. Tú me llevabas de grado en grado, y en esta sagrada academia aprendí de tu amor, durante nueve años, misterios adorables en la medida en que una jovencita podía hacerlo con tu gracia, y comprender con todos tus santos la anchura, la longitud, la sublimidad y la profundidad del gran amor que tienes por la salvación de los hombres, y a fin de llenarme de toda plenitud de Dios, vertiste toda tu sangre preciosa, que ofreciste a tu Padre al morir por todos los hombres; por tu muerte hemos recibido la vida; muriendo sobre la cruz, fuiste vencido y vencedor por nuestra glorificación, la cual deriva de la tuya, y por la que te doy las gracias, divino amor.

[38] Capítulo 14 - Que la sangre de mi Salvador fue el abismo donde sepultó mis pecados; cómo desvaneció mi temor para sumergirme por completo en los pensamientos de su amor y misericordia hacia mí.

La sangre de Abel clamó desde la tierra y exigió del cielo la venganza de la muerte de este inocente, porque su amor no podía borrar el pecado del que le había asesinado con tanta malicia; pero tu sangre exigió la misericordia hacia quienes la habían derramado, porque debía borrar los crímenes y lavar los pecados de los criminales: Al mediador de una nueva alianza; Jesús, y a la sangre de la aspersión, que clama con más fuerza que la de Abel (Hb_12_24). Era ésta la sangre de un Hombre-Dios que es escuchado por su reverencia.

 Divino Mediador, tu pediste perdón para tus enemigos, excusando como ignorancia el deicidio que habían cometido al hacerte morir según el poder que se les había dado de lo alto, y la opción que hiciste de la cruz, sobre la cual hiciste oír tu justa y humilde súplica: Ofreció oraciones y súplicas, a gritos y con lágrimas, y Dios lo escuchó (Hb_5_7). Isaías, al profetizar tu muerte voluntaria, dijo: Si entrega su vida como expiación, verá su descendencia, prolongará sus años y por su medio triunfará el plan del Señor. Por los trabajos soportados verá la luz, se saciará de saber; mi siervo inocente rehabilitará a todos porque cargó con sus crímenes. Por eso le asignaré una porción entre los grandes y repartirá botín con los poderosos ya que indefenso se entregó a la muerte (Is_53_10).

Me hiciste comprender con un gran amor que mis pecados me habían sido perdonados, que los habías lavado con tu sangre, que mi celo de ser tratada rigurosamente por faltas que habías borrado era bueno para humillarme, pero que tu amor era mejor para santificarme; que la repugnancia en recibir estos favores procedía de la rigurosa justicia de un corazón joven dolido en sí mismo por haber ofendido al que tiene un corazón más grande que el mar y cuya naturaleza y bondad se goza más, en todo tiempo, en perdonar que en castigar. "Yo amo más la misericordia que el sacrificio; soy bueno en mí mismo, y justo con mis creaturas. 

Mi misericordia es una obra que me es propia, y la justicia [39] contra los pecadores algo que me es ajeno, que podría herirme en primer lugar, si no fuera invulnerable por naturaleza. Habiendo, por mi bondad, hecho elección de tu alma para encontrar en ti mis delicias, me harías sufrir si no fuera yo impasible, si tu corazón rehusara mis caricias. Mi divina bondad es comunicativa en sí misma; mi placer consiste en comunicarte los grandes dones que mi amor desea hacerte a pesar de tus temores; no te considera en tus debilidades, sino en su poder. Tus pensamientos se encuentran tan alejados de los míos, como lo está el cielo de la tierra. Mis pensamientos hacia ti son de paz y de alegría; los tuyos de guerra y de aflicción por unos pecados que yo he sepultado en el mar de mi caridad infinita, la cual no solamente cubrió y abismó, sino que yo los he destruido de la manera en que pueden serlo. Recibe pues mis gracias con humilde agradecimiento, y soporta el que te amé y desborden en ti los torrentes de mi bondad."

Viendo que mis lágrimas eran enjugadas por el ardor de tu amor que las producía, aceptaba tu gozo diciéndote: Una sima grita a otra sima con voz de cascadas: tus torrentes y tus olas me han arrollado (Sal_41_8). Como te ha complacido que el abismo de mis pecados atrajera al abismo de tus misericordias, y que se hundieran en el océano de tu amorosa bondad, que ha abierto y desbordado sobre mí las cataratas de sus gracias, cuyas olas se alzan y redoblan sobrepasando mis pensamientos, adoro tu generosidad y me pierdo en ellos diciendo con el Profeta: Tus torrentes y tus olas me han arrollado (Sal_41_8b). La sangre de tus mártires es semilla de fe y de cristianos; pero la tuya, oh mi divino esposo, es la semilla del amor en nuestros corazones, la cual se difunde mediante la inhabitación de tu Santo Espíritu, el cual llena el alma con plenitud. La adorna como un cielo exaltado donde habita la Trinidad entera. Trinidad que es Dios. Dios es amor. Quien posee el amor tiene a Dios.

 Mediante esta semilla incorruptible de tu sangre, oh mi Amor, nos haces hijos de tu Padre celestial y hermanos adoptivos tuyos. San Pablo te apropia estas palabras, que diriges a tu divino Padre: Contaré tu fama a mis hermanos, en medio de la asamblea te alabaré. En él pondré yo mi confianza: Aquí estoy yo con los míos, los que Dios me ha dado. Por eso, como los suyos tienen todos la misma carne y sangre, también él asumió una como la de ellos (Hb_2_12s).

Capítulo 15 El ver la preciosa sangre de mi Salvador, derramada por mí, me hacía desear ardientemente derramar la mía por su amor.

[40] Se dice que es necesario mostrar sangre al elefante para excitarle a la cólera o al combate. Querido Amor, al ver la efusión tan abundante de tu preciosa sangre, que derramaste por mí, y siendo tú mi Esposo de sangre, tuve el deseo de verter toda la mía en el martirio, pero como esto no puede ser en estos países donde se profesa la fe con libertad, trataba de ofrecerte la mía por medio de disciplinas en las que entrelazaba pedazos de fierro y alfileres, de manera que ellas y todo lo que les ponía eran como clavos en forma de gancho, que se adherían a mi espalda y la desgarraban. Te daba mi sangre; mi gozo era completo cuando la veía sobre el piso de madera de mi salita donde estaba mi oratorio. Sin embargo, esto no duró tantos años como la perseverancia de tus dulzuras hacia mí y en mí. Mis confesores al informarse de mis penitencias considerando que yo estaba enferma y débil, me prohibieron tomar disciplina de esa manera, y me prohibieron también insertarle ganchos y objetos punzantes. Me quitaron, además, una hecha con cadenas de acero, que usaba casi todos los días.

Querido Amor, no merecía yo gozar largo tiempo de este contentamiento de espíritu; había demasiado cuidado del cuerpo. Esto fue un solaz, pero también una mortificación muy humillante para mi espíritu que se complacía en esta amorosa crueldad porque me sentía avergonzada de recibir tantas gracias de las cuales el cuerpo tenía su parte por las dulzuras que saboreaba mi paladar y por el favor que tú le concediste de estar exenta de sentimientos de [41] concupiscencia, pues me dijiste: "Hija mía, No se te acercará la desgracia ni la plaga llegará hasta tu tienda (Sal_90_10). Los latigazos que permito para humillar a algunos por medio de pensamientos y de sentimientos de impureza no se te acercarán. Como tú eres mi tabernáculo, los demonios no podrán turbar tu imaginación ni procurarte pensamientos impuros, ni excitar reacciones en tu cuerpo, yo te guardo y ordeno a mis ángeles que te cuiden. Otras debilidades te humillarán delante de Mi: conocerás constantemente que careces en absoluto de virtudes, y que debes todo a mi amorosa misericordia hacia ti."

Capítulo 16 - De la inclinación que Dios me dio para dar limosna; imitando de este modo el amor de mi madre hacia los pobres

Adoraba tu bondad, que se mostraba tan misericordiosa hacia mí, que no parecía tener sino a mí sobre la tierra para concederme sus favores. Quise por tanto reconocer esta gran misericordia hacia los pobres y daba lo que mi madre me permitía, ya que ella se inclinaba por naturaleza a dar limosna, al grado de regalar sus faldas de abajo a pobres vergonzantes que ella sabía bien no se atreverían a pedir. 

Como yo no deseaba que se supiera que ayunaba los viernes, los sábados y en ocasiones los miércoles, me sentaba a la mesa con mi buena madre, (mi padre de ordinario se encontraba en París), la cual no maliciaba que pasaba suavemente la carne que servía en mi plato, cuando no estaba en su jugo, y la envolvía en mi servilleta. Otras veces decía yo que tenía frío, [42] y me permitía levantarme de la mesa para ir a calentarme. Mis hermanas, que se daban cuenta de mi astucia, no deseaban contrariarme y no decían nada, o no lo mencionaban a mi madre, que me amaba apasionadamente desde que tú me llamaste a la primera obediencia el día de la Candelaria, como dije más arriba. Ella, no queriendo contradecirme, se limitaba a decirme: "Hija mía, cuida tu salud." Yo le decía que tenía mucha salud, y que trataba de conservarme bien para darle gusto.

Había dado mi palabra a una joven pobre que vivía cerca de nuestro hogar de no asombrarse si encontraba carne en el potaje que se le enviaba de casa. Mis hermanas, viendo que me gustaba socorrer a otros y que me sacrificaba para poder dar, hacían lo mismo, y esto me causaba gran alegría. No recuerdo si entonces te lo agradecí, pero lo hago ahora, mi Salvador misericordioso.

 Capítulo 17 Del contentamiento y elevaciones de espíritu que tuve cuando me ocupaba de trabajos humildes y de mis oraciones vocales

Mi madre nos ocupaba siempre en las labores del hogar, y con frecuencia nos hacía barrer, y hasta se privaba de propósito de los sirvientes o les enviaba a trabajar a las granjas para que trabajáramos en quehaceres como lavar las ollas y preparar la comida, cosa que yo deseaba hacer con más frecuencia que ellas, aunque mi madre deseaba dispensarme de hacerlo.

 [43] Pedía yo a mis hermanas me llevaran la olla con el agua caliente al lugar donde se cocía el pan, y lavaba a escondidas la vajilla que ellas me llevaban. La devota joven que era pobre me venía a buscar y me ayudaba.

Oh divino Salvador, qué alegría sentía al hacer estas humildes acciones, y cuántas veces, estando en medio de ellas, elevaste mi espíritu hacia luces sublimes mientras que mi cuerpo se ocupaba de estas funciones de la humildad. Al sacar el agua, te contemplaba a un lado del pozo donde convertiste a la Samaritana, y te pedía continuar recibiendo el agua viva que me dabas con abundancia.

Me obligué a decir ciertas oraciones vocales todos los días, como el rosario, el Oficio Parvo de Nuestra Señora, el Oficio del Espíritu Santo, los Salmos Graduales, las Letanías y otras oraciones. En algunas ocasiones añadía el Oficio de Difuntos los lunes. Sentía gran compasión de las almas del Purgatorio, pidiéndote las libraras de sus males espirituales y de hacerme sufrir en su lugar. En cierto sentido podía exclamar con el Apóstol: Mi carga de cada día es la preocupación por todas las iglesias (2Co_11_28). 

Decía a los de la Iglesia Triunfante que alabasen a Dios por mí, y que yo ofrecía mis penas y pequeños trabajos para acrecentar su gloria accidental; a los de la Sufriente, les ofrecía todo a manera de sufragio para disminuir sus sufrimientos o unirme a ellos. Oraba por todos aquellos que formaban parte de la Militante, a fin de que quienes estuvieran en gracia recibieran un aumento, y que pluguiera a tu divina misericordia dársela a quienes no la tuvieran. En fin, podía yo exclamar con el Apóstol: ¿Quién enferma sin que yo enferme? ¿Quién cae sin que a mí me dé fiebre? (2Co_11_29). No tenía, con todo, motivo de gloriarme sino en mis propias debilidades. Si hay de que presumir, presumiré de lo que muestra mi debilidad, y bien sabe Dios el Padre de nuestro Señor, Jesús el Mesías -bendito sea por siempre- que no miento (2Co_11_30s). Sí, dulce Jesús, tú sabes bien que soy consciente de mis debilidades y de mis fallas en todo momento, y que al ser débil yo misma, me hago fuerte en ti.

Capítulo 18 - Que mi Salvador quiso ser mi maestro al enseñarme la meditación en la que su Espíritu me ocupaba día y noche.

[44] Amigo amable y divino, quisiste llevarme tú mismo a subir el monte de la mirra y las colinas del incienso; al enseñarme a orar mentalmente, me guiaste hacia la soledad interior y me hiciste escuchar: Por tanto, mira, voy a seducirla llevándomela al desierto y hablándole al corazón (Os_2_16). Al hablarme al corazón, me hiciste ver que la hermosura de los campos residía en ti; habiéndome convertido en abeja mística, me sumergías en tus misterios en plena floración, y me proponías tus divinas Escrituras como flores en las que tu Santo Espíritu me hacía libar la miel de mil santos pensamientos en medio de deleites inenarrables.

En ocasiones oraba vocalmente llamándote con gritos como los polluelos de la golondrina. Meditaba, después, como la paloma, imitando al rey que sanaste de una enfermedad que le hacía languidecer, dándole quince años más de vida para recompensar las amorosas lágrimas que derramó confiadamente en tu presencia: Día y noche me estás acabando. Como una golondrina estoy piando, gimo como una paloma (Is_38_14). Mis oraciones comenzaban por la mañana y duraban hasta el anochecer. Nada me distraía de la oración, sin importar la ocupación exterior que tuviera, tu amor verificaba en mí el dicho del Apóstol: Oren en todo tiempo, no solamente de tiempo en tiempo, sino en el momento presente. Meditaba yo día y noche en tu amorosa ley, y durante mi meditación se encendía el fuego; tu estabas conmigo para cumplir el designio por [45] el cual viniste a la tierra, que es encender el fuego en los corazones, deseando verles arder en tu amor. Yo te decía: Acepta las palabras de mi boca, acoge mi meditación, (Sal_18_15), porque tú eras mi amoroso Redentor que me hacía probar la copiosa redención que llevaste a cabo para poseerme, librándome del dominio de mis sentidos, porque me parecía que los tenías del todo sujetos a la razón; mis pasiones estaban tan amortiguadas, que me parecía estaban muertas, a menos que se tratara de tu gloria, para la cual se aplicaban del todo.

No experimentaba yo odio alguno, como ya he dicho, sino para odiar lo que tú odiabas y amor para amarte a ti. No amando sino a ti en todas las cosas y todas las cosas por ti, mi sólo deseo era agradarte, y mi sólo temor desagradarte. Tenía aversión de aquello que se oponía a las buenas costumbres y a la virtud; mi alma estaba siempre alegre contigo; no podía entristecerme sino por las ofensas cometidas contra tu bondad. Esperaba todo de ti, y no esperaba nada de mí.

No pudiendo decir a mis directores: haré este acto de virtud o esta buena obra, esta desconfianza en mí misma me llevaba continuamente a una confianza total en ti, en quien todo lo podía. Siendo débil encontraba mi fuerza en ti, según el dicho de san Pablo,

[46] y tenía miedo de ofenderte. Fuera de esto, no temía ninguna cosa creada; sentía gran audacia en todo aquello que pudiera propiciar tu gloria; a reprender a quien o quienes veía ofenderte con toda deliberación, o a causa de sus malos hábitos. Yo no sabía además si estaba indignada, deseando con David exterminar a los pecadores de la tierra, no haciéndoles morir, sino deseando verles muertos como lo dice san Pablo: muriendo a ellos mismos y a todas sus malas inclinaciones al estar su vida escondida en ti. Lamentaba el tiempo que había perdido y el que pierden tantos hombres y mujeres. No podía apartar mis pensamientos de tu amor. Raramente salía acompañada, y cuando lo hacía, era para obrar la caridad o por educación. Me daba cuenta de cómo los hombres que no se ocupaban sino en cosas de la tierra merecían estar desolados, porque sus corazones no pensaban en tu amor, para el cual les diste un corazón, y no para amar la vanidad. Al ver sus afectos apegados a la tierra y sus espíritus llevados por los vientos de la vanidad, exclamaba con David: ¡Señores! ¿Hasta cuándo ultrajarán mi honor, amarán la falsedad y buscarán el engaño? (Sal_4_3). Me mostrabas tus verdades con tanta claridad, [47] que no podía dudar diciéndote: Tus testimonios son veraces (Sal_92_5).

 Capítulo 19 - Del don de contemplación que Dios me otorgó y de un rayo luminoso que me dio y que me iluminaba para conocer los sagrados misterios.

No me dejaste solamente en la meditación. En pocos días me elevaste a la contemplación dándome así la parte de María, la cual nunca me has quitado. Sentada a tus pies, la luz de tu divina faz se posaba en mí. Me hiciste entonces ese don sin arrepentimiento, pues lo sigo poseyendo. Me ayudaste a entender que esta luz y esta verdad fueron lo que David pidió, y que es lo mismo que el Profeta Rey admira al decir: En cambio, a mí, Señor, me has infundido más alegría (Sal_4_7). 

Mi corazón se llenaba de gozo al adorar tu belleza que mostrabas a mi entendimiento, como si fuera un espejo querido de tu rostro y de tus ojos amorosos que proyectaban claridades que elevaban mi espíritu en contemplaciones admirables, después de haber meditado anteriormente en tus amables perfecciones. Yo las admiraba por una simple mirada y te decía: ¡Qué hermoso eres, mi amado, qué dulzura y qué hechizo! (Ct_l_16). ¡Mi amado es mío y yo soy suya! (Ct_2_16).

Así como Magdalena no se preocupaba de cosa alguna, mi espíritu permanecía a tus sagrados pies para escuchar tus palabras divinas y por si deseabas pasearlo por tus maravillas: Lámpara es tu palabra para mis pasos, luz en mi sendero (Sal_118_105). Tú eres, decía, la luz de mis pies, oh Verbo divino, ya que te has hecho mi sendero esclarecido, siendo mi Camino, mi Verdad y mi Vida, a pesar [48] de que no esté yo en la tierra de los vivos, tú te haces por adelantado mi heredad y mi parte mejor en la tierra de los muertos. 

Eres mi Viático en este peregrinar mortal. San Pablo dijo que san Lucas era el compañero del suyo. Este santo era pintor, escritor y médico; tú ejercías conmigo todos los oficios, al expresar a mi entendimiento tus divinas perfecciones. Sin servirte de colores que están en la tierra, me explicabas tus secretos, escribiendo en mi corazón tu amabilísima ley; aliviabas mis dolencias con tanta bondad, que parezco ser feliz cuando me enfermo siendo visitada y asistida por un médico divino: El generoso será bendecido porque repartió su pan con el pobre (Pr_22_9). ¿Quién fue jamás tan pronto a poner en práctica las obras de misericordia como tú? Mi propia experiencia me lo ha hecho saber: te has hecho tú mismo mi pan vivo, mi pan de vida y de entendimiento.

Experimento así el dicho del Eclesiástico: Lo alimentará con pan de sensatez, y le dará a beber agua de prudencia; apoyado en ella no vacilará y confiado en ella no fracasará (Si_15_3s). Has continuado nutriendo mi espíritu del pan de vida y del entendimiento y haciéndome beber sin cesar, y a grandes tragos, las aguas saludables de tu divina sabiduría durante nueve años seguidos. En el primero o en el segundo me sentí en la sequedad únicamente el Sábado Santo, lo cual me asombró como algo que jamás me había sucedido desde que compartiste conmigo tus luces. Tu amor, me atrevo a decir, no se pudo esconder por más largo tiempo. Me dijiste: "Hija mía, heme aquí: Te instruiré, te enseñaré el camino que has de seguir, te aconsejaré, no te perderé de vista (Sal_31_8).

[49] Te daré una inteligencia de la Escritura de los misterios sagrados. Yo mismo seré tu Maestro. Elevaré tu entendimiento de una manera divina. Lo uniré a mis claridades, y sin mediaciones le daré luz para fijar en ti mis divinos y amorosos ojos, para que sean tus guías en todos los caminos por los que desearé hacerte pasar. No serás tú como esas personas rudas y de poco entendimiento que son como caballos y muías atados a sus propios sentidos que no desean desatarse; se privan así de conocerme: Consulté al Señor y me respondió librándome de todas mis ansias (Sal_33_5). Experimenta, hija mía, lo dicho por David: Contémplenlo y quedarán radiantes, su rostro no se sonrojará." (Sal_33_6).

Tú y el Padre me dieron el Espíritu Santo que se ofreció a ser mi nodriza y tener más cuidado de mí que todas las nodrizas juntas tienen de sus bebés. Tu amor me quería alimentar magníficamente con la abundancia de los pechos reales y divinos diciendo a todas las potencias de mi alma: Gusten y vean qué bueno es el Señor, dichoso el varón que se acoge a él (Sal_33_9). Teniendo confianza en mí no estarás jamás turbada; acércate a mí con fe y humildad; gusta la miel de mi conversación que no cansa, y aprecia cómo mi hablar es dulce y lleno de suavidad. Espera en mí y comenzarás, ya desde esta vida, a percibir la felicidad de mis fieles que están en la gloria. Yo decía: "Señor, heme aquí para escuchar lo que te plazca decirme. Tú das la paz a todas mis potencias, que son pueblo tuyo. Encuentro en esta divina contemplación a lo único necesario."

Capítulo 20 - De la oración de quietud o de recogimiento que me comunicó el amor divino, con una paz interior; cómo su Majestad quiso hacer en mí su morada pacífica y amorosa.

[50] Como encontraba en ti todo mi bien, y que todo era nada para mí fuera de ti, mi alma vivía en una paz que sobrepasaba todos los deleites de los sentidos corporales, a los cuales no tenía ella necesidad de recurrir para buscarte por medio de las cosas visibles, ya que tú vivías íntimamente en ella, recogiendo todas mis potencias y siendo mi divino Amador y mi tesoro. Mi corazón estaba dentro de ti y tú mismo eras el Dios de mi corazón. Te decía las palabras del hombre que encontraste según tu corazón, y que hacía todas tus voluntades: ¿A quién tengo en el cielo? Contigo, ¿Qué me importa la tierra? Aunque se consuman mi espíritu y mi carne. Dios es la roca de mi espíritu, mi lote perpetuo. Sí, los que se alejan de ti se pierden, tú destruyes a los que te son infieles (Sal_72_25s). ¿Qué buscaré en el cielo fuera de ti, qué podría yo desear en la tierra si no es encontrar sólo a ti, sobrepasando a todas las creaturas para llegar a ti?

Más ya que tu bondad me favorece tanto que mora en mi alma, estoy en calma; que mi cuerpo sea debilitado y que mi corazón se pierda felizmente en sí para encontrarse en ti, que eres mi Dios y mi porción por la eternidad. Si mis potencias se alejaran de ti, se perderían miserablemente y tendrías justa razón de castigarlas privándolas de su más grande dicha, dejándolas vagabundas y sin guía, sin llamarlas a este dulce reposo en el que tu amor las recoge gloriosamente: Para mí lo bueno es estar junto a Dios, hacer del Señor mi refugio y contar todas tus acciones (Sal_72_28). Mi esperanza está ya en  [51] mi seno, como decía el santo Job (Jb_19_27).

Al poseerte amorosamente en mi corazón, todas las potencias de mi alma corrían al olor de tus perfumes; si ellas se hubieran dispersado, el vino oloroso y dulce como la miel que procedía de tu garganta sagrada de una manera inexplicable las atraería y las encerraría en el nicho de tu sagrado costado abierto, donde encontrarían ellas la dulcísima miel de tu divinidad que las ocuparía y alimentaría deliciosamente. Tu corazón, de una dulzura real, era el rey de estas abejas místicas, del que ellas adoraban y seguían los movimientos que no las privaban de su reposo amoroso ni de esta agradable quietud.

Yo sentía una gran suavidad al adherirme a tu bondad, la cual se proponía recogerme, considerando su gloria al decirme estas palabras amorosas: "Tu eres mi fiel israelita; me gloriaré en ti." Ante esta palabra de gloriarte, mi alma se sentía mucho más recogida y experimentaba las palabras del mismo profeta, sobre todo cuando te había recibido en el divino sacramento de la Eucaristía, me decías que te alojara como un peregrino que saldrá o dejará de estar corporalmente bajo mi techo cuando las Especies se hubieran consumado, y me invitabas a revestirte de mí misma, como un enamorado que se había desnudado por mí para cubrirse solamente de un fragmento de pan, privado de su propia sustancia, ya que las Especies de pan no son sino accidentes que subsisten milagrosamente gracias a tu gran poder: Partir tu pan con el hambriento, hospedar a los pobres sin techo, vestir al que ves desnudo y no cerrarte a tu propia carne. Entonces romperá tu luz, como la aurora, en seguida te brotará la carne sana; te abrirá camino la justicia, detrás irá la gloria del Señor (Is_58_7s). En este mediodía, me diste un reposo que era casi continuo.

Mi alma estaba llena de esplendor y mi cuerpo aliviado, porque me hiciste tu jardín de recreación donde hiciste crecer flores deliciosas, las cuales estaban abundantemente regadas, porque tú mismo eras la fuente; desbordabas en ellas un río de paz. Me decías que tu morada dentro de mi alma era para ti un desierto agradable porque no albergaba amorosamente sino a ti, y que lo cimentarías tan profundamente, que las generaciones futuras podrían subsistir en él con seguridad.

No comprendía yo aún que se trataba de la Orden que deseabas establecer, que sería llamada tu reposo delicado y tu glorioso santuario: Si detienes tus pasos el sábado y no traficas en mi día santo; si llamas al sábado tu delicia, y honras el día consagrado al Señor; si lo honras absteniéndote de viajes, de buscar tu interés, de tratar tus negocios (Is_58_13). y que en mí serías glorificado diciéndome: [52] "Cuando no sigas tus caminos o inclinaciones, dejando tu voluntad para hacer la mía, seré glorificado en ti." Señor, sé pues glorificado en todo aquello en que no siga yo mis inclinaciones, y que no haga mi voluntad al escribir este libro de mi vida. Tú sabes que me he hecho y me sigo haciendo gran violencia para obedecer; es por ello que creas en mí palabras para hacer un inventario de tus gracias y dones, y una rendición de cuentas de lo que he recibido de tu divina liberalidad. Me alegro en ti, que elevas mi alma sobre todas las grandezas de la tierra, nutriéndome con el mismo alimento del gran Jacob, tu padre por naturaleza y mío por adopción, que se complacía en ti, que cumpliste todas sus voluntades, las que confesaste eran tu alimento, diciendo: Para mí es alimento cumplir el designio del que me envió y llevar a cabo su obra (Jn_4_34). Mi alma está alimentada divinamente de ti mismo y de tus palabras divinas, como lo declaran tus propios labios al aplicarme estas palabras: Entonces el Señor será tu delicia. Te pondré en las alturas de la tierra, te alimentaré con la herencia de tu padre Jacob, ha hablado la boca del Señor (Is_58_14).

Capítulo 21 - De los efluvios amorosos que yo tenía enseguida que mi bien amado me hablaba; y como por bondad él se derramaba en mí.

No me asombra el que la amada sagrada del Cántico de Amor confiese que su alma se derritió después de oírte hablar: Al escucharlo se me escapa el alma (Ct_5_6b). Eres un sol, tus palabras son tanto ardientes como radiantes: ¿No estábamos en ascuas mientras nos hablaba por el camino explicándonos las Escrituras? (Lc_24_32). Exclamaron los discípulos de Emaús. Tenías por agradable hablarme por tu misma boca y por tus santas Escrituras, que me explicabas amorosa y divinamente. Mi alma se derretía y se derramaba en ti tantas veces, que no sabría contarlas. La dejabas como la cera, dispuesta a todas tus voluntades, por lo que se deshace en cuanto le hablas. Le diste la forma y la figura que te plugo al infundirla en mi cuerpo, creándola, con toda certeza, a [53] tu imagen y semejanza. Conocías a quien habías formado e infundiste sobre mi rostro el soplo de vida. Para comunicarme ese soplo me besaste con un besar tan dulce, que considero que tus labios son como un panal que destila en mí la miel de los divinos deleites, al deleitarme en ti. Me inspiraste y concediste la petición de mi corazón de derretirse y hacerse como un fluido para entrar en ti con todos mis afectos, porque mi alma se complacía más en ti a quien ama, que en este cuerpo que ella anima. David, tu bien amado, exclamó: Mi corazón, como cera, se derrite en mis entrañas (Sal_21_15). Yo te digo las mismas palabras para expresarte las alegrías que experimento en estos sagrados efluvios que tú no ignoras porque tu amor es su causa a partir del momento en que plugo a tu Padre que me visitaras.

Oh divino Oriente, que procedes de lo alto movido por las entrañas de tu misericordia divina para iluminarme con tus luces radiantes; al iniciarme en el camino de la paz y la quietud del cual he hablado al principio, diste a mi corazón el movimiento sagrado que le inclina a tus voluntades, al mismo tiempo que se dilata: Correré por el camino de tus mandatos cuando me ensanches el corazón (Sal_118_32). Y como eres inmenso, se engrandece en ti al derretirse. En cuanto siente tus llamas, se encuentra derretido en medio de mi pecho, que es un vaso que conservas de manera amorosa, porque viertes en él las divinas infusiones de una manera divina, aunque carezco de palabras apropiadas para explicarlo.

[54] Al llenar mi alma de tus divinos esplendores, conservas mi vida corporal como lo experimentó Isaías, el Profeta Evangélico, al hablar al alma a quien favoreces con estas gracias sublimes: Saciará tu hambre, hará fuertes tus huesos (Is_58_11). Cito con tanta frecuencia a este mismo Profeta porque muestra claramente el placer que ha experimentado tu bondad al comunicar estos divinos favores a las almas a quienes elevas al seno de la oración, entre las cuales la mía, aunque indigna, tiene esa dicha por tu amor el cual, ese profeta diciéndote como a los otros, representando tu Majestad amorosa como una madre que se goza en alimentar ella misma a sus hijos que ha dado a luz en la gloria y en la gracia; quiero decir, en la Jerusalén del cielo, la Iglesia Triunfante, y en la Jerusalén de la tierra que es la Iglesia Militante, las cuales no tienen sino una misma cabeza y un mismo espíritu el cual beatifica a una ya en la meta, y gratifica a la otra en el camino, haciéndolas una con unión admirable, y concediendo en ocasiones que la Militante participe del gozo de la Triunfante, que son probaditas de la gloria, es decir, a los que aún van por la de la tierra.

Como ustedes aman a su hermana gloriosa dentro del reino: Festejen a Jerusalén, gocen con ella, todos los que la aman; alégrense de su alegría los que por ella llevaron luto (Is_66_10). Ustedes los que lloran porque son peregrinos y porque su peregrinar es prolongado, no pudiendo entrar en esta ciudad gloriosa de la que todos los santos han contado tantas maravillas, renueven su esperanza: Mamarán a sus pechos y se saciarán de sus consuelos, y apurarán las delicias de sus ubres abundantes. Porque así dice el Señor: Yo haré derivar hacia ella, como un río, la paz; como un torrente en crecida, las riquezas de las naciones. Mamarán, los llevarán en brazos, y sobre las rodillas los acariciarán; como a un niño a quien su madre consuela, así los consolaré yo. Al verlo se alegrará su corazón y sus huesos florecerán como un prado; la mano del Señor se manifestará a sus siervos (Is_66_11s).

¿Qué alma visitada y acariciada de esta suerte no se derretiría y no se derramaría santamente en estas delicias sagradas? Si Ester, revestida de los adornos de su gloria pasajera: Quedó esplendorosa. Luego, invocando al Dios y salvador que vela sobre todos, marchó con dos doncellas apoyándose suavemente en una con delicada elegancia, [55] mientras la otra la acompañaba llevando la cola del vestido. Ester estaba encendida, radiante de hermosura, con el rostro alegre, como una enamorada, pero con el corazón angustiado, (Est_15_4). No se pudo tener en pie por la anuencia de las delicias que tenía, a pesar de que llevaba escondida en su alma la tristeza que le causaban las aprehensiones de la muerte de su pueblo y de la suya propia.

Los pensamientos de estas muertes que no podía ella evitar sino por la gracia de Asuero le producían grandes contradicciones. Las expresiones de las palabras latinas expresan todo esto con énfasis; los términos franceses no tienen la gracia para expresar lo ordinario que tiene el latín en la santa Escritura. Es por ello que esta palabra contractum se me hace difícil de explicar con expresiones francesas, de las cuales sé muy poco no habiendo jamás tenido intención de estudiar ni cualquier otra ciencia que no sea amarte, mi divino amor, que has deseado ser mi Maestro. Después de esta digresión vuelvo a la narración de los desbordamientos que tu bondad ha hecho con tanta frecuencia en mi alma. Como ella es comunicativa por naturaleza, se desliza dulcemente por estas propias inclinaciones como si tú no fueras el ser inmutable, indeficiente, que subsiste por su propia divinidad.

No me refiero únicamente a las tres subsistencias distintas de tu adorable Trinidad, sino de la subsistencia de toda la naturaleza divina, de todo el ser que es común e indivisible a las Tres Personas, a la que he dado el nombre de secta, si comprendo lo que digo, o si explico lo que entendí una vez en tan sublimes luces. No habiendo de antemano conocido sino tres subsistencias distintas me explicaste que en tu única deidad hay una subsistencia de todo [56] el ser, lo cual no recuerdo haber escrito en otro cuaderno, ni pensaba hacerlo en éste, pero estos desbordamientos hacen correr mi pluma junto con ellos. Por ello la has nombrado pluma de los vientos, al decirme un día por exceso de amor: "Hija mía, tu pluma es la pluma de los vientos, y es impelida por mis inspiraciones a escribir lo que yo te dicto y no tú. La prueba es muy clara: ¿Cómo podrías tú al presente describir estos divinos desbordamientos si mi amor no se derramara y difundiera en tu espíritu? Has invocado mi Nombre, el cual es un óleo extendido en tu alma, y que ha ungido todas tus potencias. Esta unción te enseña, te da claridad, te aparta y te consagra toda a mí, derretida por mi amor. Yo te recibo en mi corazón y a mi vez, divinamente conmovido por el tuyo. Recíbeme como un divino licor que, sin dispersarse de por sí, y sin desistir de estar en mí, se quiere derramar en ti. Recibe, mi bien amada, este rocío que el seno paterno te envía; recibe la lluvia que esta nube divina te destila por el ardor de nuestro amor, que es sol y fuego, y que en todo te favorece. Si te sientes asombrada de la dulzura de mis delicias, sabe, mi bien amada, que desciendo del trono de mi grandeza para inclinarme a ti y decirte que tú eres mi hermana y mi esposa; que las leyes rigurosas no han sido en absoluto hechas para ti, que estás destinada por mi benignidad a las más deliciosas delicadezas. Este es mi deseo que no deben contradecir ni los hombres ni los ángeles; nadie tiene razón de molestarse en lo que mis [57] ojos se complacen. Soy libre para repartir mis dones a quien me place y cuando me place, sin que me obligue mérito alguno. Hago misericordia a quien deseo hacer misericordia. Tú me has dicho al principio que no te has consumido, gracias a mi misericordia; es a ella a quien debes recurrir cuando deseas obtener gracias y favores de mí; es ella la que te hace encontrar gracia a mis ojos; con ellos te miro amorosamente como un blanco al que apuntan mis saetas amorosas."

Capítulo 22 - Que mi bien amado me dijo que le había herido y cómo me hizo el blanco donde disparaba, de diversas maneras, sus amorosas saetas.

Tensa el arco y me hace blanco de sus flechas (Lm_3_12). El arco que habías tensado no era para declararme la guerra, sino para herirme felizmente con dardos repetidos. Este arco era la continua atención que mostrabas hacia mí, por una divina inclinación que no se puede expresar sino admirar. Tus ojos, con sus dardos, me herían con tanta frecuencia que mi espíritu sentía piedad de mi corazón. Por ello, podía decir: "Aparta tus ojos de mí, ellos abren tantas brechas en este pobre corazón, que dentro de poco no podré resistir sus aberturas amorosas."

[58] Una de tantas veces, estando en mi cuarto, me dijiste con mucho cariño: " ¡Has herido mi corazón!" Ante estas palabras tuve miedo de que fuera esto una ilusión del enemigo, que se transforma en ángel de luz, y que trata como un mono de imitar tus acciones para engañar a las almas. Así, me dijiste: "Hija mía, soy yo; él no tiene permiso de acercarse a ti." Por la tarde, me dirigí a la iglesia del Colegio para confesarme y prepararme a la comunión del día siguiente. En cuanto me arrodillé, adorándote en tu divino sacramento, dirigiste un dardo que me hirió de manera que perdí la palabra por algún tiempo. Me dijiste entonces: "Me has herido en tu casa; ahora yo te herí en la mía."

Amor ¿por qué deseas volver intencionalmente contra mí las flechas que te he disparado sin advertencia? Jamás fui entrenada para tirar del arco; si mediante un encuentro feliz para mí, bien previsto por tu Providencia, he dado al blanco de mi objetivo, ¿hace falta que estas flechas se regresen hacia mi corazón? El tuyo no puede padecer más, pero entiendo tu secreto: deseaste hacerme probar las palabras del Rey Profeta: Pero Dios los acribilla a flechazos, por sorpresa los cubre de heridas (Sal_63_8). ¿Qué comparación existe entre tú y yo? de lo finito a lo infinito no existe ninguna proporción. Pero el amor iguala a los amados, y desea que sea recíproco. "Me hice semejante a ti al tomar tu naturaleza pasible en mi condición de viajero. He recibido todos los dardos que un enamorado apasionado puede recibir de quienes ama, pero dardos que con frecuencia me han hecho languidecer de un modo que ni los ángeles ni los hombres pueden expresar." Estas palabras son para disponerme a sufrir todas las flechas de tu carcaj; Amor, descarga toda tu aljaba; mi corazón está presto a todo recibir. Me tomaste la palabra, pues me flechaste varias veces en diversas ocasiones.

Me acuerdo que un día, durante la octava de san Juan Bautista o la octava de la Visitación de Nuestra Señora, tu santa Madre, me dijiste: "Hija mía, mientras que mi Madre conversa con santa Isabel, entra a este claustro virginal. Deseo hablar y tratar de amor contigo; ven con mi Precursor, que me ve y platica conmigo, aunque se encuentre en las entrañas de su madre. Él ha estallado en gozo al ver al esposo cerca de su esposa. Es mi amigo y tu patrón. Yo le escogí como saeta de elección. Al pronunciar la palabra saeta, me lanzaste varias, o tal vez una reiteradamente, las cuales me hicieron lanzar gritos que podían ser escuchados en caso de que alguien de la casa se encontrara en el cuarto donde estaba mi oratorio. Conocí, por mi propia experiencia, con qué destreza hieres un corazón que amas y que te ama. Con frecuencia me has dicho que, desde la Encarnación, eres un divino Centauro que tiene dos naturalezas, y que te complaces en los combates del amor que se realizan por medio de flechas agudas e inflamadas. Los dolores que éstas causan son agradables; es por ello que quienes los sienten los abrazan y en mi caso, aunque haya gritado, impelida por el amable dolor que estos dardos me causaban, no deseaba ser librada de estas heridas amorosas, [59] pues me eran más placenteras que cualquier curación. He dicho, hablando de la compasión y condolencia que me diste para compartir los sufrimientos de tu Pasión, que me crucificabas admirablemente; ahora digo que me traspasabas gloriosamente.

Sigue haciéndolo, Amor; si muero de estas heridas, mi muerte será preciosa en tu presencia, mi Señor y mi Dios. Podré decir con David: Rompiste mis coyundas. Te ofreceré un sacrificio de gracias invocando tu nombre (Sal_115_17). ¿Quién hubiera pensado que tendrías la intención de traspasar mi corazón, para que gozara al invitarme a una conversación tan encantadora en las entrañas virginales? y ¿Quién puede saber las invenciones de tu amorosa sabiduría? La raíz de la Sabiduría: ¿A quién se reveló? la destreza de sus obras: ¿Quién la conoció? (Si_1_6). Eres el Rey de los enamorados y el Rey de los corazones. Tienes el derecho y el poder de poseerlos por la manera como los atraes a ti. Son demasiado felices, pues hieres para dar alivio.

Lanzas dardos a tu enamorada, afín de que, convirtiéndose en una cierva herida, corra hacia ti, que eres su bálsamo. Estas dichosas heridas la hacen sentir una feliz sed de las aguas del manantial fuerte y vivo que no es otro sino tú mismo. Ella te dice con David: Como busca la cierva corrientes de agua, así mi alma te busca a ti, Dios mío; tiene sed de Dios, del Dios vivo: ¿Cuándo entraré a ver el rostro de Dios? (Sal_41_2s). Ya he dicho que tus flechas son deliciosas, aunque dolorosas. No me desdigo, pero me permitirás hacer en esta regla general alguna excepción o distinción. Las flechas que disparas en secreto son, parece, muy dolorosas para el alma que no te puede ver, y así lanza las quejas del mismo profeta que ya he citado: Las lágrimas son mi pan noche y día, mientras todo el día me repiten: ¿Dónde está tu Dios? (Sal_41_4). Se dice que la herida es una división, y que la división marca una desolación.

[60] El alma que no sabe dónde está su bien amado sufre una ausencia que encuentra tan dolorosa como si estuviera dividida dentro de su ser, ya que piensa que está separada de su todo y lo que más la aflige es el temor que tiene de que su bien amado la haya dejado por las razones que él haya tenido de quejarse de sus imperfecciones, contra las que no lucha ella con toda la fuerza que él le ha dado para enmendarse de ellas con generosidad.

Estas heridas no tienen remedio en tanto que el bien amado esté ausente, y ni los hombres ni los ángeles son capaces de consolar a esta enamorada tan felizmente desolada. Experimenta lo mismo que santa Magdalena: no se detiene ni ante los Apóstoles, ni ante los ángeles; es necesario que la presencia de Aquél cuya ausencia llora venga a curarla él mismo. Los hombres y los ángeles pueden aplicarle estas palabras del Profeta doliente: ¿Quién se te iguala?, ¿Quién se te asemeja, ciudad de Jerusalén? ¿A quién te compararé, para consolarte, Sión la doncella? (Lm_2_13). Magdalena, ya no puedes decirnos, al ver el sepulcro abierto: Me han arrojado vivo al pozo y me han echado una piedra encima (Lm_3_53).  La piedra ha sido movida; Aquél que es más que tú misma conversa con los muertos del siglo, lo han quitado y no sé dónde se lo han llevado: Se han llevado del sepulcro al Señor y no sabemos dónde lo han puesto (Jn_20_2). Esto es lo que me hace llorar: Se cierran las aguas sobre mi cabeza, y pienso: Estoy perdido (Lm_3_54). Magdalena, no está tan lejos como piensas; " ¡María!" " ¡Ah, Maestro!" " ¡No me toques!" " ¿Por qué Señor, deseas seguir hiriéndome? Yo pensaba curar o sanar de mi llaga besando tus pies sagrados." "Mi mano puede aliviarte." ¿Por qué me rechazas con estas prohibiciones, que me harían morir si no me conservaras la existencia para admirar tu vida gloriosa? Invoqué tu nombre. Señor, de lo hondo de la fosa: oye mi voz, no cierres el oído a mis gritos de auxilio; tú te acercaste cuando te llamé y me dijiste: No temas. Te encargaste de defender mi causa y de rescatar mi vida, has visto que padezco injusticia, juzga mi causa (Lm_3_54s).

[61] Esto que sucedió a Magdalena cuando tu Pasión, expresa lo que sucede a las almas que llevas por los caminos de la contemplación, a quienes das conocimientos sobrenaturales. Ellas son, como ya he dicho, el blanco de tus saetas inflamadas; tú combates para salvar, diciendo: Yo, que sentencio con justicia y soy poderoso para salvar (Is_63-1). ¿Por qué son tus vestiduras rojas como la sangre, como los que salen de pisar o prensar el lagar? "Yo sólo he prensado el lagar de la ira de mi Padre. He sido herido en la casa de los que me amaban, como me decían; y yo quiero hacerlo a los y a las que amo; por eso disparo mis saetas para hacerles semejantes a mí, y para hacerles morir a ellos mismos." En este estado de languidez, les haces aparecer como imágenes de la muerte, y puedo aplicarles estas palabras sin contarme entre aquellos por quienes David las pronunció: Tensará el arco y apuntará; apunta sus armas mortíferas, prepara sus flechas incendiarías (Sal_7_13s).

Capítulo 23 -  Del estado de sitio, asaltos y caricias que el divino amor me ha hecho sufrir, y los deseos que tiene el alma de ver a Dios y de gozar de él.

Si las almas no estuvieran destinadas sino a estos dardos inflamados, no podrían ser dispensadas de recibirlos en algunas ocasiones, porque tú no los concedes en situaciones ordinarias, al encontrarse ellas con otras personas que se escandalizarían de verlas en este trance con tanta frecuencia. Es en el retiro más secreto que las encierras y las rodeas después de haberles enviado del cielo el rayo encendido como un carbón de desolación, añadiéndolo a estas saetas, y que este carbón les hace desear ser libradas de esta peregrinación mortal: Flechas de arquero afiladas con ascuas de retama (Sal_119_4).

 Esto les hace [62] decir: ¡Ay de mí, desterrado en Masac, acampado en Cadar! Demasiado llevo viviendo con los que odian la paz (Sal_119_5s). Al recibir estos dardos, ellas pasan junto con las llamas, pero este carro de fuego se desviela y parece someter el cuerpo y el espíritu a la tortura: Tus saetas zigzagueaban; rodaba el estruendo de tu trueno (Sal_76_18).

¿Cuál es la voz del trueno? Es el rayo que estalla al caer, mucho después que el trueno ruge o se extingue. Querido Amor, así sucede en los acosos que experimentan quienes te aman; al verse asaltadas y acorraladas con tanta fuerza, les parece que están en peligro de morir de estos violentos asaltos; la naturaleza sufre mucho sin saber qué le aqueja.

Una cosa consuela al alma: no es ella quien se ha procurado, al menos así le parece, estos arrebatos y que mientras los experimenta no le muestras que ella sea mala, porque siente en sí una resolución de morir siendo fiel a todas tus voluntades, y no puede ni desea en absoluto aliviar su cuerpo a quien ve, si ella puede abrir sus ojos, casi en la agonía. Ella siente el pulso precipitado, de suerte que se encuentra en peligro de expirar, y a fuerza de aspirar no puede ya casi respirar. Todo el cuerpo tiembla, pero con más violencia de la cintura hacia arriba; y si puede decir algunas palabras, son tan precipitadas, que parece que se encuentra excesivamente presionada por Aquél que le ocasiona este asalto, del cual ella se ha enamorado apasionadamente. Dice ella: No importa que mi cuerpo sea privado de la vida, si la pierde por amarte en medio de estos arrebatos amorosos que me das o haces dar; a tal grado estoy asediada.

 No debo esperar que una caricia alargue o agrande la brecha que has causado; como eres un fuego en forma de rueda, inflamas todo lo que te rodea 63] Percibo ya la luz: Los relámpagos iluminaban el orbe, la tierra retembló estremecida (Sal_76_19). Después de estos temblores de tierra, el amor da la vida y el reposo, porque es compasivo. De miedo se paraliza la tierra cuando Dios se pone en pie para juzgar, para salvar a los humildes de la tierra (Sal_75_9s). Ya he dicho en otra parte que de tu rostro y de tus ojos amorosos procede el juicio favorable de quienes te aman, y que son la mansedumbre misma, porque aprenden de ti la lección que les diste mientras que estuviste en la tierra, de imitar tu dulzura y tu humildad de corazón.

Al cabo de estos arrebatos, entras glorioso no para sacar botín, sino para hacerlo. Tu esposa es demasiado pobre, y como ya he dicho, tú combates para salvar; pides para dar; pides una nada para dar un todo, como pides un poco del agua de la tierra a la Samaritana para darle la fuente de aguas vivas que saltan al cielo hasta la vida eterna.

Habiendo causado un incendio en el corazón de tu enamorada, produces en él un mar de delicias y tú mismo estás plenamente en él. Tú te abriste camino por las aguas, un vado por las aguas caudalosas, y no quedaba rastro de tus huellas; (Sal_76_20). porque el alma no puede comprender las maravillas de tus senderos en ella. Ella sabe bien que tus obras son admirables; confiesa que tus sendas son insondables y que tus caminos incomprensibles, y que moras en una luz tan inaccesible a las creaturas, [64] que se perderían en estos abismos y en este mar si no las condujeras tú mismo: Mientras guiabas a tu pueblo como a un rebaño, por la mano de Moisés y Aarón (Sal_76_21). Moisés que había sido sacado de las aguas: Lo he sacado del agua, (Ex_2_10). Moisés libró a tu pueblo de los peligros del Mar Rojo y de la tiranía de Faraón, por la fuerza de tu diestra todopoderosa. Eres tú, Verbo divino, que eres llamado: Fuente de la sabiduría es la Palabra de Dios en el cielo (Si_1_5). En el seno de tu Padre, que es la fuente original. Tú conduces a esta alma sobre las aguas renovadoras donde la alimentas para convertirla a ti: Me conduce hacia fuentes tranquilas y repara mis fuerzas, (Sal_22_3). Exclamó David. Tú me hiciste las mismas promesas al decirme: "Hija mía, el Señor, que soy yo, te gobierna; nada te faltará. Yo te conduciré y te colocaré en un parque luminoso y fecundo y te alimentaré yo mismo. Yo te elevaré sobre aguas de divinas refecciones y de saciedades amorosas; así, tu alma se convertirá a mí."

Y de este modo me explicó el resto de todo este salmo; y para mi felicidad, me prometió que su misericordia me acompañaría todos los días de mi vida mortal, para hacerme habitar en la eternidad de su vida inmortal en su mansión de gloria, si yo seguía siéndole fiel hasta el fin. Concédeme la gracia de agradarte siempre y en todo, divino Salvador mío.

Me había apartado por la narración que hago de los grados de las vías de oración por las que me has conducido. Vuelvo ahora donde estaba y decía que después de estos arrebatos llevas al alma hacia un sagrado reposo, en el cual participa el cuerpo en gran manera. Como éste ha experimentado el sufrimiento que ya he mencionado, le haces saborear, según su capacidad, las delicias de tu amor; es lo que resta de la fiesta. Se encuentra en reposo [65] El alma le ayuda a darte gracias por el festín que les das a los dos después de haberles ayudado a escapar del fuego y del agua, alimentándoles de un modo divino: Se alzará el poder del honrado (Sal_75_11). En el transcurso de algunos días festejas la parte inferior con gustos que no son comunes aquí en la tierra. Es más: haces o causas que se hagan fuegos de alegría formados de admirable luminosidad; de este modo comunicas al espíritu los esplendores de tu gloria. El espíritu sabe entonces que el Reino de amor sufre violencia, y que los violentos lo arrebatan.

Capítulo 24 - Que el Reino del santo amor sufre violencia; de las elevaciones y suspensión de potencias del alma en que ella adora a Dios en espíritu y en verdad.

Desde que apareció Juan Bautista hasta ahora, se usa la violencia por el reinado de Dios y gente violenta quiere arrebatarlo (Mt_11_12). Antes de que la gracia representada por san Juan apareciera en la tierra, el cielo no había sido tomado por asalto, pues no se conocían las vías, las avenidas ni las fronteras. Hacía falta que este hombre enviado de Dios las hiciera aparecer; que él viniera a preparar tus caminos en la tierra, oh Verbo, Dios encarnado por amor nuestro. Él era el testigo de la luz verdadera; mostraba a los hombres las sendas que se debían tomar para llegar al cielo, que él no estimaba inalcanzable, como lo habían hecho todos los profetas anteriores, de los cuales el más iluminado de todos se contentó con decir:  [66] Cielos, destilen el rocío; nubes, derramen la victoria; ábrase la tierra y brote la salvación, y con ella germine la justicia: (Is_45_8). ¡Ojalá rasgarás el cielo y bajarás (Is_64_1)! Que el cielo de lo alto destile su rocío sobre nosotros, y que la nube divina nos llueva al Justo, fecundando la tierra por un poder divino, al hacer que una Virgen conciba sin detrimento de su virginidad, y que nos dé a este Salvador que conversa familiarmente con nosotros. El irradiará entre nosotros la luz y la justicia, pues todos somos culpables encerrados en nuestras propias tinieblas; nuestros entendimientos están oscurecidos e imposibilitados para penetrar esos cielos que son sólidos.

No tenemos el valor de elevar nuestros espíritus tan altos para que los ángeles nos abran la brecha o que el Mesías deseado descienda para derramarse sobre nosotros y hacer que nuestros montes se derritan, como el bálsamo que puede aliviar nuestras llagas; que nos alimenta con la leche de nuestra humanidad unida a la miel de su Divinidad.

Querido Amor, todas estas peticiones eran prueba de su poca valentía; tu sabiduría todopoderosa había resuelto desde la eternidad enviar un hombre celestial que venía para tomar por asalto el cielo y obligarlo, permítaseme la expresión, a redoblar sus defensas. Él era tu Precursor Tú eres el Señor de los ejércitos y de las batallas. No me asombra que el cielo sufriera [67] violencia: tus ojos eran cañones que podían traspasar estas murallas de piedras preciosas. Ellos transpiraban este mar de vidrio inflamado; eran todo llamas: Sus ojos llameaban, (Ap_1_14). Nos dijo tu secretario favorito. Los días de Juan Bautista precedieron los tuyos seis meses. Apareció como una lámpara ardiente y luminosa que maravilló al cielo con la tierra. Bien había dicho Gabriel que sería grande delante de Dios, y que vendría en la virtud y en el espíritu de Elías; pero yo afirmo que su valentía era más generosa que la de Elías. Si él cerraba los cielos y los abría, no se trataba de los más sublimes; no eran sino aquellos en que tú colocaste la esfera de fuego y donde sostienes las nubes porque, del cielo empíreo, él acerca de eso no conocía las puertas. Perdió la valentía cuando una mujer lo amenazó de muerte; no deseaba vivir más, y para incitarlo a subir la montaña, hizo falta un ángel; y cuando quisiste que admirara el paraíso terrestre, le enviaste un carro y caballos de fuego; de otro modo, hubiera descendido, languideciendo, a los infiernos.

No sucedió así con Juan Bautista. Si él descendió al limbo, lo hizo gloriosamente para alegrar a todos los Padres después de haber sacrificado su cabeza en el martirio por condenar el incesto de Herodes, hablando duramente a los grandes de la tierra. Él se enfrentaba valerosamente a las sublimes inteligencias del cielo, que se obligaban a admitir que su valor era merecedor de laureles inmortales y de triunfar en su Roma celestial. Tú lo canonizaste, Verbo divino, por tu propia boca, diciendo: Les aseguro que no ha nacido de mujer nadie más grande que Juan Bautista (Mt_11_11). [68] Tu gracia lo elevó hasta el conocimiento de tu divinidad desde el vientre de su madre, y más tarde en el Jordán, al ser bautizado por él, al elevarlo te glorificabas en él. La Iglesia le atribuye estas palabras que proceden de ti: Tú eres mi siervo (Israel), de quien estoy orgulloso (Is_49_3). Y un poco más adelante; Te hago luz de las naciones, para que mi salvación alcance hasta el confín de la tierra (Is_49_6).

Nadie debe poner en duda que san Juan Bautista, que fue un niño producto de la oración, haya sido criado en los más sublimes grados de la contemplación sobrenatural desde que tú lo santificaste. Su vida fue una elevación perpetua, sobrepasando la naturaleza en todo y por todo y viviendo por virtud de la gracia. El sigue siendo el Precursor de las almas contemplativas. ¿Quién podrá dudar que haya sido él quien me ha obtenido de tu amorosa bondad todos los favores a que me he referido, que citaré más adelante y los que no podré nombrar porque me son inefables tanto por su sublimidad, sutilidad, delicadeza, como por su multiplicidad o cantidad? Con frecuencia me he dirigido a ti con el Rey Profeta: Señor, tú me escrutas y me conoces: me conoces cuando me siento o me levanto; de lejos percibes mis pensamientos; distingues mi camino y mi descanso, todas mis sendas te son familiares; no ha llegado la palabra a mi boca (Sal_138_1s).

Señor, tú me has probado por bondad; has conocido cuándo tu Espíritu me ponía en un estado pasivo, y después cuando él me impulsaba, él me hacía obrar en él. Yo estaba pasiva, recibiendo tus luces en el entendimiento, sin hacer otra cosa que padecer o recibir las claridades que me enviabas. En esto me sentía impulsada a actuar contigo, hablando sobre tus maravillas como si después de un estado de inmovilidad hubiera recuperado el movimiento; lo primero se puede nombrar abandono, y lo segundo resurrección. Conocías mis pensamientos y los prevenías al mostrarme rutas en la mar de tus inmensas perfecciones; pero lo que me hacía conocer tu inclinación amorosa hacia mí era que me sujetabas y me aprisionabas en tu misma inmensidad, al elevarme con suspensiones que llamo interrupción de las potencias, lo cual preveías al disponer mi mente para poder soportar estas violentas atracciones, como si la mitad de mi cabeza [69] fuera llevada en alto por una ola de mis propios cabellos: No ha llegado la palabra a mi boca (Sal_138_4).

No puedo encontrar comparación más apropiada para expresar esta interrupción sino afirmando que elevabas las potencias de mí alma como si fueran cabellos; la diferencia está en que los cabellos no son la cabeza, sino cosas que ella produce y que le sirven de adorno. Ahora bien, las potencias del alma no son una producción superflua o un ornamento para el alma; el alma, o el espíritu, es indivisible por esencia, aunque sea distinta en sus potencias, estando hecha a tu imagen y semejanza. Así como no eres sino un Dios en Tres Personas, el alma no es sino un alma en tres potencias: memoria, entendimiento y voluntad, que son potencias distintas. Sin embargo, en tu simplísima deidad tu entendimiento y voluntad no son distintas; mejor dicho, los términos: el Hijo es engendrado por ti, oh Padre divino, es el término inmenso del entendimiento del cual dimana de un modo eternal, y el Santo Espíritu es el término de la única y común voluntad que lo produce, que encierra con inmensidad a toda la divinidad y que detiene todas las divinas producciones hacia el interior. Cuando las potencias del alma son elevadas de esta manera, tú tienes cuidado, como ya he dicho, de conservar la mente que informan cuando ellas parecen desear emanciparse, porque no pueden sostener el objeto que les atrae a una vida sobrenatural, y al sujeto que vivifica de una manera natural: No ha llegado la palabra a mi boca (Sal_138_4). Para explicar estas suspensiones como sucede de ordinario, es muy difícil hablar; la lengua está impedida en estas suspensiones de espíritu. El alma dice mentalmente: No conozco estas sendas del espíritu; Todas mis sendas te son familiares no ha llegado la palabra a mi boca; (Sal_138_3s). si tú, oh Verbo eterno, no me haces hablar al volver de estas elevaciones, no podría decir cosa alguna, porque es una gracia ser elevada, y otra diferente el poder hablar de ello. Muchas almas tienen recogimientos, efusiones, heridas, asaltos, uniones y suspensiones de espíritu, pero no [70] todas tienen la facilidad de expresarlas y las que fuera de ti carecen de ellas, dicen siempre con san Pablo, que han oído palabras secretas que no les está permitido revelar a los hombres, porque no pueden transmitirlas con la lengua ni con la pluma, más bien a los ángeles, que son inteligencias puras que pueden leer, ver y conocer tanto el discurso de un entendimiento cuando Dios no se los oculta, como los pensamientos que El produce en él.

En ocasiones habla al alma por medio de los ángeles y en la presencia de los ángeles les dice maravillas: No ha llegado la palabra a mi boca (Sal_138_4). Otras veces, es por él mismo sin otro intermediario que une al entendimiento consigo para iluminarlo con su luz, alimentando él mismo su llama en la voluntad que atrae, después de haber dado al entendimiento conocimientos, comunicaciones y operaciones admirables que la lengua no puede explicar: Ya Señor, te la sabes toda, dice el alma suspendida de esta suerte. Me estrechas detrás y delante, me cubres con tu palma (Sal_138_5)

Mira Señor, tú conoces todos los fines y todos los comienzos de mis cesaciones y operaciones, y me has hecho y formado a tu imagen para encontrar en mí tus delicias. Porque eres tan bueno como todopoderoso, has puesto tu mano sobre mí para elevarme a ti y para conservar mi vida corporal [71] al hacerme ver cómo tú eres mi vida espiritual, dándome conocimiento de los grandes misterios de tu divinidad; en esto está la vida eterna: en conocer a tu Padre y a ti, el cual te envía como Cristo y Salvador de los hombres, que eres co-igual y consubstancial a tu principio. Quien te ve en espíritu ve en estas suspensiones a tu Padre que es espíritu de verdad y un Dios contigo y el Espíritu Santo.

No es necesario estar de rodillas para adorar en espíritu. Tu divina Majestad no ordena al alma que se aparte del uno necesario en el cual se ocupa ella con sus potencias, pero ¿Cómo le hará cuando tu mano las suspende, ya que sostienes con tres dedos el peso de la tierra? Tu mano todopoderosa para suspender al alma y para hacerle doblar las rodillas corporales si así lo juzgas conveniente, pero no pides siempre las ceremonias de la ley, aunque sean buenas. Los efectos y las acciones de la viva fe animada de la caridad son lo que más te complace; como el alma vive de fe, te adora por la fe, sin la cual no la acercarías a ti ni a tus misterios siendo todavía caminante.

Capítulo 25 - Del primer arrobamiento que tuve, para el cual necesité mucho valor; en este arrobamiento mi espíritu fue enriquecido con siete dones luminosos.

[72] San Juan, el discípulo bien amado, conservó la fe viva y animada de la caridad, que es lo que le hizo subir al Calvario, donde recibió de ti la prenda más preciosa que tuvieras entre las puras creaturas. Es tu santa madre, a quien hiciste la suya. Después de llamarla a ti y elevarla al cielo en cuerpo y alma, tu Providencia permitió que san Juan fuera enviado a Patmos para ser arrebatado y elevar su espíritu a tu lado, diciéndole que tú eras el principio y el fin de todas las cosas: Un domingo me arrebató el espíritu y oí a mis espaldas una voz, vibrante como una trompeta (Ap_1_10s). Deseando ver quién le hablaba con esta potente voz, Juan vio siete candeleros de oro en medio de los cuales te percibió revestido de una larga túnica con un ceñidor de oro a la altura del pecho; tus cabellos eran como la lana, muy limpia y blanquísima; tus ojos resplandecientes como la llama del fuego; tus pies parecidos al bronce acrisolado en el horno; tu voz como la de un trueno; tenías siete estrellas a tu derecha, y de tu boca salía una espada que cortaba de todos lados. Tu rostro brillaba como el sol en su más grande esplendor. El espíritu de Juan fue sorprendido de tal manera que su cuerpo cayó como muerto, y aunque le habías llamado hijo del trueno, lo que vio y oyó en esta visión le atemorizó tanto, que podría haber muerto en ese arrobamiento [73] que fue muy diferente del sueño de las potencias y la quietud de la cena, cuando él reposó sobre tu pecho, y del pasmo que tuvo en el Calvario al ver, en un sublime arrobamiento, el agua y la sangre que manaban de tu costado. Sus ojos y su espíritu estaban atentos a manera de suspensión al contemplarte pendiendo y clavado a la cruz. En esta suspensión Juan no fue arrobado del todo; no cayó a tus pies, sino que se mantuvo en pie junto con tu santa Madre. El veía con mirada segura todos los milagros que se operaron en la naturaleza, sin asustarse. Sin embargo, en el éxtasis de Patmos fue necesario que tu poderosa diestra le fortificara y que le dijeras eficazmente: No temas (Mt_28_5b).

Querido Amor, hasta este punto, mi espíritu había podido soportar todas las operaciones del tuyo sin sentirse presa de la aprehensión o el temor, pero un día de santo Tomás, en 1619, habiendo sido invitada por tu amor a la oración mediante una atracción todopoderosa, mi espíritu fue arrebatado, mi cuerpo se encontró casi en estado de ser privado de la forma que lo encerraba, daba vida y calentaba, sufría con grandes padecimientos, porque se heló y se sintió como privado de su vida, con excepción de la parte superior del cráneo, donde sentía yo un calor que me mostraba que no estaba fuera de mi cuerpo y que la parte superior del espíritu reside en la coronilla de la cabeza. Tu diestra sostenía este cuerpo en tierra, mientras arrebatabas mi espíritu en alto, sin darle a conocer quién lo elevaba, y hacia dónde deseaba [74] conducirlo.

El combate del espíritu y del cuerpo fue muy grande, ya que el cuerpo no quería dejar ir al espíritu, y éste sentía el dolor de dejar el cuerpo; pero como la fuerza que atraía al espíritu era tan poderosa, no podía ni debía resistir. Escuchó que le dijeron: " ¡Animo!" Esa palabra de ¡Animo! fue tan eficaz para él, que resolvió dejar el cuerpo. Así, dijo: ¡Desgraciado de mí! ¿Quién me librará de este ser mío, instrumento de muerte? (Rm_7_24s). Mi Señor y mi Dios, dame la fuerza para subir hasta ti; considera lo miserable que soy al estar apegado a esta masa, que es para mí un molesto contrapeso. Quisiera librarme de él a pesar de lo que me cuesta; el separarme de él me sería dulce si pudiera estar unida contigo, oh mi Todo. Pero, ¿a quién estoy hablando? ¿No te veo y tú me miras?

Sé bien que el Profeta te llama un Dios escondido y Salvador. Si tu espíritu que me ha seducido no me es favorable, no puedo subir al cielo ni volver a la tierra. Me siento atraída por los dos. Este espíritu de bondad no puede abandonarme en estas penas, pero obrando a su divina manera, me sumergió en un reposo y me comunicó sus siete dones con tantas delicias que jamás hubiera querido volver de este arrobamiento.

Estos siete dones eran siete luces, en medio de las cuales caminabas. Cada una tenía su forma, pero no puedo representarla con objetos que la imaginación y la vista corporal hayan visto o podrían comprender, pues se trataba de las formas [75] espirituales que san Pablo llama: La multiforme sabiduría de Dios, (Ef_3_10). que es un sacramento escondido en ti. Dios mío, y que los ángeles conocen cuando te place que sean espectadores de tus amorosas comunicaciones, o que las almas como un espejo se las muestren. Ellos mismos son también espejos para reflejar tus claridades y tus designios cuando los envías a las almas para instruirlas en tu voluntad. Las siete estrellas que tienes en la mano derecha son también sacramentos que das a conocer a las almas mediante el ministerio de siete ángeles que asisten delante de ti, y que fijan estas luces en ellas, si no es que tú mismo quieres ocuparte de este oficio, pues como dice el Rey Profeta, el firmamento anuncia la obra de tus manos (Sal_8_4).

Los ángeles son cielos que cantan y publican tu gloria, y el firmamento anuncia la obra de tus manos: Los cielos cuentan la gloria de Dios, la obra de sus manos anuncia el firmamento, (Sal_18_2) y en otro salmo, el mismo Profeta dijo: Obra de tus dedos, la luna y las estrellas, que fijaste tú (Sal_8_4).

Mi espíritu pensaba que moraría en este firmamento donde lo habías asentado como un astro iluminado por tu claridad, pero recibió de tu Majestad la orden de iluminar la tierra y retornar a ella estas luces.

Esto le causó una no pequeña mortificación, porque le pareció entrar a una triste prisión, demasiado alejada de la patria a la que pensaba llegar en virtud de tu diestra, que la había elevado por encima de todo lo que era sensible en la región donde el amor velado hace conocer sus maravillas. El cuerpo, reducido y quebrantado, te podía decir: Pues tú me alzaste y después me has desechado, (Sal_101_11) y al reclamarme que era casi la media noche, me acosté para hacerle reposar, pues no sabía si hubiera podido andar.

Tardé algún tiempo en recuperar las fuerzas y el calor, porque mi cuerpo estaba frío y casi rígido; [76] el espíritu sufría indeciblemente al tener que informarlo. Parecía que no era para él sino una carga insoportable; le odiaba como la causa que le detenía en este exilio, y si no hubiera sabido que tu Majestad así lo mandaba, le hubiera tratado con rigores que hubiera podido inventar un celo indiscreto, si tu sabiduría, que alcanza de un fin al otro, no hubiera dispuesto las cosas de otro modo, haciéndole entender que eras tú mismo quien vivifica y mortifica cuando lo juzgas conveniente para tu gloria y mayor perfección de los que te aman.

Capítulo 26 - Del gran cambio que este primer arrobamiento hizo en mí. Después de ese día mi espíritu tuvo la vida en paciencia y la muerte en deseo, y de otros arrobamientos.

Este arrobamiento obró tan notable cambio en mí, que yo misma no me conocía. Ya no era la de antes; mi espíritu no podía fijarse en la tierra sino con desprecio, diciendo con el Rey Profeta: Pero en mi apuro dije: Todos los hombres son unos mentirosos (Sal_116_11). Todos los que afirman que existe el placer en esta vida, que es común a los hombres y a las bestias, mienten si no elevan su espíritu a quien les ha creado. Ver, oír, gustar, oler y tocar compendia la vida de los sensuales; los animales tienen mayor satisfacción que ellos, pues aventajan al hombre en la vista, el oído, el gusto, el olfato y el tacto; si el hombre no se eleva de las cosas visibles a las invisibles, no merece el apelativo de hombre.

Por esta razón dijo san Pablo: El hombre carnal no acepta la manera de ser del Espíritu de Dios, le parece una locura; y no puede captarla porque hay que enjuiciarla con el criterio del Espíritu. En cambio, el hombre de espíritu puede [77] enjuiciarlo todo mientras a él nadie puede enjuiciarlo (1Co_2_14s). ¿Cómo podrá juzgar el hombre carnal las comunicaciones del espíritu, que no conoce por el estudio, ni experimenta por la devoción?

El hombre espiritual que se remonta sobre sí mismo por el Espíritu de Dios, puede juzgar por medio del mismo Espíritu y discernir el bien del mal; lo mejor de lo bueno. Los que no conocen la sabiduría de Dios la tienen como locura, blasfemando con frecuencia contra lo que ignoran. La ciencia de la cruz es escándalo para los judíos y locura para los gentiles, porque ni éstos ni aquéllos se mueven según el Espíritu de Dios, sino que siguen los caminos y las leyes del mundo, el cual no puede recibir a este divino Espíritu porque no lo conoce ni desea conocerlo. Sin embargo, para hablar de este Espíritu divino es necesario hablar con personas espirituales llenas del mismo espíritu e instruidas y gobernadas por él. En esto consiste el Espíritu de sabiduría: Sin embargo, hablamos de sabiduría entre los perfectos, pero no de sabiduría de este mundo ni de los príncipes de este mundo, abocados a la ruina; sino que hablamos de una sabiduría de Dios, misteriosa, escondida, destinada por Dios desde antes de los siglos para nuestra gloria (1Co_2_6s).

Esta sabiduría está escondida a los poderosos que, viviendo según la corrupción del siglo, te condenan, oh Amor mío, a la cruz porque no conocen tu bondad, pues si la conocieran no te crucificarían de nuevo. Su conciencia es según sus sentidos y así tú no les manifiestas tus misterios ni las delicias de la gloria que has preparado a los que amas y que con tu gracia y sus deseos te aman recíprocamente. Lo que el ojo nunca vio ni oído oyó ni hombre alguno ha imaginado, lo que Dios ha preparado para los que lo aman, nos lo ha revelado Dios a nosotros por medio de su Espíritu. Porque el Espíritu lo penetra todo, incluso lo profundo de Dios, (1Co_2_9s) dice este Apóstol quien no ha recibido su Evangelio de los hombres sino que ha sido instruido por el Espíritu Santo que penetra todo, aún los misterios divinos, y que los declara cuando y a quien quiere, mostrando a los que él eleva a esas sublimes comprensiones que todo lo que no es Dios o para Dios, no es nada. Que todo lo que está bajo el sol no es sino vanidad y aflicción de espíritu, ya que el alma es creada por el Creador del sol, el cual es su principio y quiere ser su fin.

[78] Todo lo que está terminado verá su fin o la perfección total, ese es su fin. El fin corona la obra: He visto el límite de todo lo perfecto (Sal_118_6). Todos deben ser consumados en uno, y ver su fin que es Dios. Es lo que tu luz me ha hecho ver, frecuentemente, en todos mis arrobamientos. Mi corazón, hecho para ti, no puede tener un descanso perfecto hasta que se pierda felizmente en ti.

El desea consumirse por ti que eres su fin infinito. Mi espíritu y mi vida están escondidos en ti, queridísimo Esposo mío, en Dios. Es lo que dice el Apóstol a los que tú has embelesado por la afección haciéndoles ver y gustar como eres de amable. Están muertos y su vida está escondida en ti, en Dios. No quieren aparecer sino para honrar tu triunfo glorioso el día que tú te manifestarás. Querido Amor, habiéndome puesto en este estado, me permitiste, sin ser culpable, tener un amoroso deseo de morir, y me dijiste que tuviera la vida en paciencia. Y para hacerme experimentar que mi resignación a tus órdenes te agradaba, me visitaste más seguido y produjiste en mí, varios arrobamientos: unas veces haciéndome ver tu belleza por medio de admirables luces; otras, llenándome de sabiduría; después redoblando en mí una abundante efusión de ciencia que se hacía admirable, por encima de mi espíritu, que felizmente abismado en tu esplendor decía: Tanto saber me sobrepasa, es sublime y no lo abarco. ¿A dónde iré lejos de tu aliento, a dónde escaparé de tu mirada? Si escalo el cielo, allí estás tú; si me acuesto en el abismo, allí te encuentro; si vuelo hasta el filo de la aurora, si emigro hasta el confín del mar, allí me alcanzará tu izquierda, me agarrará tu derecha (Sal_138_6s).

Tu ciencia, oh Dios todo bondad, se ha hecho admirable en mi alma, y sobrepasa toda ciencia. No soy capaz de comprenderla, porque es tan elevada y tan abundante en maravillas, que mi alma se absorbe en ella, y en una amorosa admiración te dice: Tu espíritu es inmenso en bondad hacia mí. Si te contemplo en el cielo, ahí te encuentro arrebatando todas mis potencias con tu belleza; si desciendo con el pensamiento al infierno, veo en ese lugar tu justa [79] venganza y tu Majestad terrible con un terror justiciero. Si tomo las alas desde la mañana para volar sobre el mar de tu eternidad, te considero principio y fin de todo lo creado. Te adoro como ser soberano e increado que está en todas partes, que todo lo ve, y que gobierna todo con su sapientísimo poder. Oh Padre, tu Providencia gobierna todo mi interior y mi exterior, y tu diestra me sostiene, me conduce y me eleva divinamente: ¡Silencio todos ante el Señor, que se levanta en su santa morada! (Za_2_17).

Cuando te complaces en embelesar y arrebatar un espíritu, elevándolo mediante el tuyo, es saludable que toda lengua de la carne guarde silencio en tu presencia, pues te agrada obrar estas elevaciones en almas en las que haces tu morada y tu santa habitación. Ellas son tus tabernáculos, así como tú eres el de ellas.

Capítulo 27 - De los éxtasis amorosos con los que mi alma fue favorecida; de las grandes caricias de la divinidad y de la santa humanidad

Habiendo arrebatado su entendimiento con tus admirables luces, este conocimiento engendra el amor, y la voluntad se encuentra toda inflamada para amar tu belleza, que es bondad. Eres lo bueno y lo bello: lo bello por el entendimiento y lo bueno por la voluntad. El amor tiene la propiedad de apartar el alma de lo que ella anima, para llevarla o atraerla hacia el ser amado. El amor es extático; el alma que se sabe amada por ti sale de sí misma para penetrar en ti, que eres soberanamente amable.

[80] Cuando el entendimiento ha sido arrebatado al admirar al ver tu esplendor, la voluntad se siente atraída por tu ardor; la claridad ha elevado al entendimiento como a su objeto luminoso, y el calor atrae a sí a la voluntad como su objeto amoroso. El calor tiene como propiedad el hacer salir al alma voluntaria y suavemente, como podemos observar que el calor del sol hace producir a la tierra flores y frutos en primavera, parece salir de ella misma en sus productos, que alegran y alimentan a los hombres y a los animales. El éxtasis obra especialmente en la voluntad, que se siente abrigada en el calor de tu amor, amor que te hizo venir a ella y como tú mismo dices: Porque así demostró Dios su amor al mundo, dando a su Hijo único, para que tenga vida eterna, y no perezca ninguno de los que creen en él. Porque Dios no mandó a su Hijo al mundo para juzgar al mundo, sino para que el mundo por él se salve (Jn_3_16s). La esposa bien amada cree en ti como en la soberana verdad que ella ama. El amor la hace salir de ella misma para penetrar en ti. Al encontrarte inmenso, desea ella dejar su morada limitada para hallar su extensión en tu inmensidad. Sabiendo que esto es lo que te agrada, te dice: Mi amado es mío y yo soy suya (Ct_7_11). Ven, mi bien amado, salgamos a los campos y hagamos nuestra morada en una aldea.  Las ciudades son muy limitadas; son molestas a causa de las compañías cuya conversación debe uno soportar, pues cansan a los que se aman que les gusta estar solos sin ser distraídos de su amor, que jamás se satisface sino cuando tiene la libertad que la soledad le ofrece, porque el amor une a los que se aman y les convierte a sí, iluminándolos y calentándolos [81] con una misma luz y una misma llama; ella los reduce a una agradable unidad, que es el objetivo de lo que buscan. Por esta razón, oh soberano Amador, has pedido a tu Padre esta unidad, diciendo que, así como saliste del todo por amor, o viniste de él a los hombres, éstos salgan por amor de ellos mismos, y que este amor les conduzca a ti por medio de éxtasis sagrados.

Querido Amor, mi vida ha sido un continuo éxtasis durante varios años. Con frecuencia me has dicho que no vivo más en mí, sino en ti, y que te has complacido en ser mi vida y en que yo acepte morir a mí misma y a todo lo creado para vivir en ti. Me condujiste a los campos de tu inmensa divinidad, y cuando parecía perderme en esta vastedad me hiciste entrar, por una benignidad muy propia de ti, al centro de tu humanidad, donde me hiciste un festín proporcionado a mi naturaleza; y para mostrar que te acomodabas a las debilidades de la que amabas por una amorosa condescendencia, me decías: Ya vengo a mi jardín, hermana y novia mía, a recoger el bálsamo y la mirra, a comer de mi miel y mi panal, a beber de mi leche y de mi vino (Ct_5_1). "Come; amada mía, embriágate, querida. Estando santamente embriagada, dormí con un sueño extático, diciendo: Yo duermo, pero mi corazón vigila (Ct_5_2a).

No deseaba que criatura alguna me despertara de este sueño y repetía: Yo os conjuro, hijas de Jerusalén, por las gacelas, por las ciervas del campo, no despertéis, no desveléis al amor, hasta que le plazca, (Ct_2_7) conjurando a tus ángeles, por los rápidos relámpagos que les produces, y que pueden transmitir, que no despertasen a aquella a quien tú mismo habías adormecido, hasta que estuviera yo satisfecha de mi adormecimiento, o que por tu mayor gloria deseara yo despertarme por la salvación del prójimo, diciendo a todos que tú mismo serías mi despertar. Así, exclamaba: Yo duermo, pero mi corazón vigila (Ct_2_7). Al adormecerme, escuchaba amorosamente tu voz: ¡La voz, de mi amado que llama! ¡Ábreme, hermana mía, [82] amiga mía, paloma mía, mi perfecta! Que mi cabeza está cubierta de rocío y mis bucles del relente de la noche, diciéndome: Hermana mía, amada mía, paloma mía, inmaculada mía, ábreme porque mi cabeza está cubierta de rocío, y mis cabellos del relente de la noche; recuerda que me he hecho tu hermano al tomar tu naturaleza; conoce por mis esplendores que soy tu amigo. Deseo entrar, como un sol en ti que eres mi aurora; siente, por estos ardores amorosos, que eres mi paloma que debe reposar en mis llagas, las cuales están abiertas para ti, con el fin de escuchar yo tus amores por tus propios gemidos. Ábreme, mi inmaculada, porque mi Padre, que es la cabeza de Cristo, tu Esposo, desea derramar en ti el rocío de la generación eterna. Nosotros deseamos reconocer en ti las gotas del sereno que producimos en la noche de nuestras delicias y que es noche para las creaturas, que no pueden ver la generación y nacimiento del Hijo, ni la producción del Espíritu Santo, porque mi Padre me engendró antes del día en que fueron creadas, antes del lucero (Sal_109_3) a quien mi Padre y yo producimos eternamente en nuestra intimidad, nuestro amor único que es el Espíritu Santo. El rocío y el sereno son eternos, inmensos y estables como su principio y fuente, y como te he purificado con mi sangre, te llamo mi inmaculada.

Deseo que eleves tu espíritu y que abras tu corazón para recibir estas dos divinas emanaciones en ti; has sido arrebatada o extasiada para contemplar los campos inmensos de nuestra divinidad. Has pedido vivir en la ciudad de mi humanidad, la cual me ha hecho hermano tuyo. Te he tratado como hermana mía, te he ofrecido un festín según tu gusto y tu naturaleza, pero espiritualmente te he embriagado, a resultas de lo cual te has adormecido y no he permitido que mis ángeles te despierten. Soy yo, amada mía, quien, celoso de ti como cuidadoso de tu sueño, te desperté, porque quise comunicarte nuestra divinidad en forma de rocío para embellecerte y hacerte fecunda.

Son éstas las pruebas de la unión, es decir, el poder contemplar la unidad divina. Recibe estas joyas, que son nada menos que el Esposo que desea, muy pronto, desposarse contigo [83] Aquél que ha maravillado tu entendimiento es el mismo que ha inflamado tu voluntad, y por el ardor de esta llama has salido voluntaria y libremente para venir a ver los bienes inmensos de aquél que desea desposarse contigo, dotarte con sus gracias y entregarse a ti él mismo, tomándote para sí. Me dijiste palabras como éstas y otras igualmente encantadoras y deliciosas.

Querido Amor, se puede ver y conocer, por los discursos o narraciones que hago, en los que soy fiel a la verdad tanto como me es posible, que se trata de arrobamientos y éxtasis que he recibido de tu sabia bondad. Los arrobamientos se producen, de ordinario, en el entendimiento, que se siente arrobado en tus claridades admirables; los éxtasis en la voluntad, que es abrasada de tus amabilísimas llamas. Estas distinciones que hago entre arrobamientos y éxtasis no van en contra de quienes dicen que los éxtasis pueden llamarse arrobamientos, y los arrobamientos éxtasis. El entendimiento puede elevarse y salir de sí mismo como y la voluntad puede ser arrobada y atraída fuera de ella misma mediante la belleza. La belleza divina es igualmente admirable y amable, como la bondad es paralelamente amable y admirable. Lo bello y lo bueno arrebatan y extasían a la esposa ya en esta vida. El entendimiento no puede conocer a Dios sin ser elevado en la luz, ni la voluntad amarle sin ser atraída por su llama. Por su claridad la luz suspende el entendimiento y el calor dilata la voluntad que voluntariamente se acerca a sus llamas, llamas que al quemar no consumen su objetivo, o al menos lo purifican, pero como el cuerpo no es la finalidad del Amor divino, sino el alma, es por ello que digo que este fuego conserva y purifica su objetivo. Es verdad que por los privilegios que obra el amor cuando lo juzga a propósito, el cuerpo puede ser fortalecido durante estas operaciones, pero pienso que se trata aquí de una fuerza sobrenatural, ya que el cuerpo se debilita extremadamente durante los arrobamientos y los éxtasis.

Capítulo 28 - De las largas enfermedades y diversas dolencias que los arrebatos, éxtasis y fuego divino me causaron

[84] Tú sabes, querido Amor, que los frecuentes arrobamientos y los casi continuos éxtasis que yo experimentaba me causaron frecuentes y largas enfermedades por espacio de seis años, ya que no mencionaba a los médicos que me trataban, que mis continuas fiebres tercianas y doble-tercianas proveían de estos arrobamientos y éxtasis. Tomaba todos los remedios que me ordenaban y sufría con grandísima alegría todos los dolores y los ardores que estas fiebres me causaban; si mis indiscreciones las acrecentaban no era mucho, porque querido Esposo mío, no deseaba yo desobedecer a mis confesores ayunando o haciendo más penitencia de lo que se me permitía, a pesar de mis deseos.

Hubo un tiempo en que mi deseo era tan fuerte, y aunque estoy bien lejos de ser favorecida como santa Teresa, que repetía con frecuencia sus palabras: "O padecer o morir," pidiéndote lo uno o lo otro con la impetuosidad del amor; luego me resignaba a tus mandatos por medio de la sumisión que creía deber a tus deseos, conformando mis inclinaciones. En esto fui ayudada por tu benignidad, que obraba como una buena madre, la cual sondea o pone a prueba las fuerzas de su hijo, para hacerlo andar o para permitirle trabajar según su capacidad, no enviándolo a clases sino cuando tiene capacidad para los estudios.

[85] El fuego que encendiste en mi pecho fue tan ardiente, que lo convirtió en un horno que ardía continuamente; en la opinión de los médicos, mi sangre estaba quemada. Dos contrarios les preocupaban al recetarme medicinas, pues mi estómago estaba indigesto a pesar del continuo ardor que sentía en el pecho, en el corazón, en las entrañas y en el hígado. Cuando me ordenaban remedios calientes, acrecentaban mis llamas; y cuando me los ordenaban fríos, debilitaban todavía más mi estómago, pero como el ardor de la sangre sobrepasaba la frialdad del estómago, tenía necesidad de remedios refrescantes, que pedía continuamente y que siguieron dándome para templar las llamas que tu bondad, oh divino amor, vino a encender en mi corazón sin mérito alguno mío. Puedo decir con toda verdad que he contribuido muy poco a estos ardores, siendo tu caridad la que ha venido a poner este fuego dentro de mí, haciendo que arda según su deseo. Continúa, Señor, hasta mi muerte y hazme, si es de tu agrado, un holocausto perfecto, para que pueda decir en verdad con el Apóstol, sabiendo que eres mi abogado delante de tu Padre: ¿Quién me separará de tu amor? Nada de lo que aflige al cuerpo y al espíritu: Pues estoy seguro de que ni la muerte ni la vida, ni los ángeles ni los principados ni lo presente ni lo futuro ni las potestades ni la altura ni la profundidad ni otra criatura alguna podrá separamos del amor de Dios manifestado en Cristo Jesús Señor Nuestro (Rm_8_38s).

Que los dolores de cabeza que he sufrido durante veinte años seguidos; que las afecciones de los ojos que he tenido durante casi diez años, que los cálculos me desgasten hasta mi muerte; que los cólicos me atormenten tanto como te plazca; que la repugnancia [86] a toda clase de comida dure hasta el fin de mi vida, pero que te complazcas en bendecirme, así como lo hiciste desde el comienzo, quiero decir mi nacimiento.

 Todo esto me parece nada; lo que me confunde es que muy seguido no hago el bien que deseo, sino el mal que aborrezco: (Rm_7_15b). Esto no se debe, querido Amor, a que alguna vez hayas deseado probarme con tentaciones de orden inferior que tanto hacen sufrir a muchas personas virtuosas, sino a la poca fidelidad con que respondo a tus gracias, que siempre están dispuestas, como lo está tu misericordia, a hacerme ver tus bondades. El pensamiento de no ser digna de ser probada debe servirme de una continua humillación, viendo que desconozco la experiencia de tentaciones por las que haces pasar a otros, y aunque la esperanza del cumplimiento de tus promesas sea diferida, todo esto no me afecta sino muy poco. Si fuera fiel a fijar en ti la mirada con prontitud, en cuanto los pensamientos de esta prórroga me asaltan, el disgusto que pueden causarme se desvanecería en el mismo instante en que surgen en mi interior.         

El Apóstol dice que tú eres fiel, que no permites que una persona sea tentada por encima de sus fuerzas, y yo me digo que eres enteramente bueno hacia mí, que tu bondad previene todas las aflicciones que tu justicia podría enviarme con toda razón: Y de igual manera, el espíritu viene en ayuda de nuestra flaqueza (Rm_8_26). Tu Espíritu, que es compasivo en extremo, se ocupa de aliviarme de todas mis dolencias, dulcificándolas de suerte que no sufro casi nada ni en el espíritu ni en el cuerpo, y cuando no sé orar, él ora en mí y por mí, con gemidos inefables, y el que escruta los corazones conoce cuál es la aspiración del Espíritu (Rm_8_26s) Yo le suplico pida en mí lo que más agrade a él, a ti y al divino Padre: Sabemos que en todas las cosas interviene Dios para bien de los que le aman (Rm_8_28). Mi deseo es llegar a ser, por gracia y por tu providente bondad, semejante a ti, mi querido Esposo, que eres desde la eternidad la imagen de tu divino Padre, y que serás para siempre, en nuestra humanidad, la de tu queridísima Madre, imágenes que no hacen sino un Jesús-Cristo; un Verbo Encarnado, mi prototipo y mi adorable arquetipo.

Capítulo 29 - De las grandes alegrías que el divino amor produjo en mi alma, la cual gozó del paraíso mientras que mi cuerpo estaba como en un purgatorio.

[87] Si la obediencia detiene mi pluma cuando parece deslizarse para narrar mis pecados e infidelidades, las insignes obligaciones que tengo para con tu misericordiosa caridad la hacen volar para contar, de ser posible, los innumerables favores que he recibido y sigo recibiendo de tu bondad infinita. Hay tantos, de toda clase, que no pienso exagerar cuando digo que me son inexplicables en su calidad y en su cantidad. Con frecuencia, me lo has hecho ver con más verdad de la que puedo yo expresar. Puedo adorar y admirar tus profusiones en mí, pero no expresarlas ni con mis sentimientos ni con mis palabras, ni con mis escritos; y como dice el Eclesiástico hablando de tus excelencias: Mucho más podríamos decir y nunca acabaríamos; la última palabra: Él lo es todo (Si_43_27).

Las grandes gracias que me concedías durante mis enfermedades elevaban mi espíritu tan alto, que en mí parecían el purgatorio y el paraíso. El primero por las ardientes fiebres y agudos dolores del cuerpo; el segundo por las alegrías y júbilos de espíritu, pudiendo servirme de las palabras del Apóstol: Cuando estoy débil, entonces es cuando soy fuerte (2Co_12_10). Cuando escuchaba decir que en tus caminos se encuentran aflicciones, no me extrañaba porque no sentía nada de eso, de no ser las aflicciones que provienen de los pecados que odias por ser contrarios a ti y a tu amor; por eso, al considerarlas, te decía con gran amargura: ¿Qué he hecho a ti, oh guardián de los hombres? ¿Por qué me has hecho blanco tuyo? ¿Por qué te sirvo de cuidado? ¿Y por qué no toleras mi delito y dejas pasar mi falta? (Job_7_20s). Tu amor te ha constituido guardián de tu esposa; ¿por qué permites que cometa ella faltas que odias? Siendo el Cordero que quita y carga todos los pecados [88] de la humanidad, quítame los míos, pues son para mí una carga insoportable. ¿Pueden, tu caridad divina y tu cortesía humana y amorosa, ver en mí lo que tanto les ofende sin que me lo quiten? Jacob hizo a un lado la piedra que impedía beber a las ovejas de Raquel, a quien amaba.

Tu bondad, viendo mi deseo, lo escuchó precipitando mis pecados en el abismo del amor.  En todas estas cruces, no encontraba sino alegrías y bondades, y las saludaba con san Andrés como los medios más seguros para gozar de ti. Escuchaba con deleite las palabras del Apóstol: Sacudamos todo lastre y el pecado que nos asedia, y corramos con fortaleza la prueba que se nos propone, fijos los ojos en Jesús, el que inicia y consuma la fe, el cual en lugar del gozo que se le proponía, soportó la cruz sin miedo a la ignominia, y está sentado a la diestra del trono de Dios (Hb_12_ 1s).

Consideraba las grandes contradicciones que te infligieron los pecadores, por quienes te encarnaste y viniste a la tierra para salvarlos tú mismo, escogiendo la muerte, la confusión temporal y la Cruz para darles la vida, la alegría y la gloria eterna. La vista de todo esto impedía que mi espíritu se afligiera en el sufrimiento. Muchas personas, al ver mis continuas enfermedades, sentían grande compasión, pero yo, que sentía un gozo mayor por la unción que por la aflicción que me causaban estas cruces, me reía de estos dolores a los que tu Amor daba encanto.

Pensaba que estas enfermedades me servirían de escala para llegar más pronto al cielo, donde, por tu gran misericordia, te alabaría con tus fieles que están continuamente en este ejercicio de alabanza, libres ya del pecado y de los estorbos que desvían a las almas, en esta vida, del amor y las verdaderas alabanzas que desearían rendirte ya pesar de no encontrarme aún con estos afortunados amadores, cuyo reposo y gloria en la delectación admiró David, diciendo: Exulten de gloria sus amigos, desde su lecho griten de alegría, (Sal_149_5) sentía yo, en mi lecho de paciencia, la paz, la alegría y el júbilo de su lecho de santo gozo.

Capítulo 30 - Que el deseo de alabar perfectamente a la divina bondad en el empíreo me puso varias veces a punto de expirar.

[89] El deseo de alabarte continuamente fue tan violento en mí, que en varias ocasiones estuve al borde de la muerte. Una tarde, después de haber conjurado a todas las creaturas de unirse a mí para recitar el último Salmo: Todo cuanto respira alabe a Yahvéh, (Sal_150_6) sentí mi alma subir a mis labios, para terminar mi vida con este salmo. Al volver de este exceso, te dije: Vivo sin vivir; ¿por qué no muero? No te pido sino el golpe de gracia por todo favor. Si estando en la tierra no te ofendiera más, y si tuviera fuerza suficiente para perseverar sin interrupción en este ejercicio amoroso de alabarte en este valle de miseria como lo hacen quienes viven ya en la mansión de la felicidad, esta habitación terrestre me sería tolerable mediante la paciencia; pero cuando pienso en los que habitan tu casa celestial, exclamo con el Rey profeta: Felices los que habitan en tu casa, Yahvéh; te alabarán por los siglos de los siglos (Sal_84_5). Cuando pienso en la belleza de este tabernáculo de gloria, exclamo: ¡Qué amables tus moradas, oh Yahvéh Sebaot! Anhela mi alma y languidece tras de los atrios de Yahvéh (Sal 84_2s). Se dice que hay personas que están muertas, que mueren y pueden morir de tristeza; tampoco se puede negar que existen personas que mueren y pueden morir de alegría. Esto está bien demostrado para tomarme la molestia de probarlo.

Querido Amor, tú sabes cuántas veces me siento desfallecer de amor a causa de la extrema alegría con la que llenas mi alma, y qué sentimiento de amor ha recibido mi corazón de tu bondad. Son incontables, y en muchas ocasiones te he dicho: Señor, es bastante, yo muero de delicias; mi corazón está próximo a estallar de gozo, sus palpitaciones parecen querer fundir mi pecho, y sus dilataciones continuas le hacen desfallecer el corazón. Todas las potencias de mi alma, que son las montañas, sienten el dicho del Salmista: a una los montes exultan (Sal_150_6) por una unión común que dura su tiempo sin interrumpirse. Otras veces las mismas potencias están en la emoción de la alegría y de la exultación como si se estremecieran por los saltos [90] que el Real Profeta expresa en estos términos: Los montes brincaron lo mismo que carneros; (Sal_113_4) el Sabio dice: Se alegrarán como corderillos (Sab_19_9). Son éstas explosiones que salen al exterior, y que hacen exclamar al espíritu: Mi corazón y mi carne gritan de alegría hacia el Dios vivo (Sal_84_3).

Todo mi interior y todo mi exterior parecían estar convertidos en alabanzas; mis pensamientos estaban continuamente elevados para glorificarte; mis palabras no producían casi otro sonido que tus bendiciones; mi médula parecía fundirse con el deseo que tenía de alabarte sin cesar; todos mis afectos invitaban a mi alma a bendecirte sin término: Bendice a Yahvéh, alma mía, no olvides sus muchos beneficios. El, que todas tus culpas perdona, que cura todas tus dolencias, rescata tu vida de la fosa, te corona de amor y de ternura, satura de bienes tu existencia, mientras tu juventud se renueva como la del águila (Sal_103_2s). También, repentinamente, decía yo o pensaba en estas palabras que la Iglesia recita en el Gradual de la Misa del día de san Miguel: Bendice a Yahvéh, alma mía, del fondo de mi ser, su santo nombre (Sal_103_1). Me parecía que todas mis entrañas y mi médula se fundían en mí, y que corrían en tu amor como bálsamo que el calor ha disuelto, o como incienso puesto sobre las brasas. Mi alma se ofrecía a ti por todo lo que le habías dado, con el amor que sentía en ella misma mediante el don que le hiciste, y te decía: ¿Es así que das aquello que ordenas?

Tu ley me manda que te amé con todo mi corazón, con toda mi alma y con todas mis fuerzas; tú las atraes, las excitas y las haces perderse felizmente en ti; recibe lo que es tuyo por retribución. Ya no soy mía; mi vida es morir por ti, y mi muerte será mi ganancia si así lo quieres; pero si deseas verme languidecer de amor sin morir porque tu amor es fuerte como la muerte, que sea entonces de tu agrado sostener a la que muere de amor por ti. Casi no me queda pulso; tú eres médico del cuerpo y [91] del espíritu de la que te ama: El que todas tus culpas perdona, que cura todas tus dolencias (Sal_103_3).

"Soy yo, amada mía, quien perdona tus pecados y desea curar todas tus enfermedades: Rescata tu vida de la fosa, te corona de amor y de ternura (Sal_103_4). Te retiro del estado extremo al que tus males te reducen. Te doy la salud cuando se teme verte morir, coronándote de mis misericordias y de mi compasión. Te otorgo una indulgencia plenaria por tus culpas; por misericordia sigo teniendo piedad de tus penas, por compasión, y comparto todos tus sufrimientos. Movido de mi misericordia vengo yo mismo a servirte como a David, y por mi amor como a mi esposa. Tú deseas verme en la casa de tu madre, la Jerusalén celestial, o mejor todavía en el seno de la divina caridad. Porque te ama, te ha engendrado como una hija del amor que desea permanecer siempre en el seno de su madre. Es por ello que me expresas tus deseos con las palabras del Cántico del Amor: ¡Ah, si fueras tú un hermano mío, amantado a los pechos de mi madre! Podría besarte, al encontrarte afuera, sin que me despreciaran. Te llevaría, te introduciría en la casa de mi madre, y tú me enseñarías. Te daría a beber vino aromado, el licor de mis granadas" (Ct_ 8_1s).

Si te agradara hacerme el favor que te he pedido tantas veces, de verte en tu casa, que es la de mi madre; es en el seno de la que te engendró en los esplendores eternos, donde deseo ser tu hermana; te encontraré en ese lugar, fuera de todo deseo de las creaturas. Te daré el beso de esposa y de hermana; ninguna persona dudaría más de nuestro amor; nadie me despreciaría por estas santas libertades que tomo de acuerdo contigo. Seré [92] como una granada abierta a ser saboreada, y que te ofrece lo que le has dado, siendo mi gloria y mi gozo. Yo seré tu deleite, porque te complaces en estas comunicaciones deleitosas, como al bien soberano le agrada hacer profusiones de él mismo, y verter un río y un torrente de gozo, embriagando a tus bien amadas en esta bodega de vino donde las introduces, enarbolando en su corazón el estandarte del amor; y si tú no ordenaras en ella la caridad, moriría en estas delicias. Por esta razón exclama la esposa: Su izquierda está bajo mi cabeza, y su diestra me abraza (Ct_8_3).

Mi bien amado, viendo que mi cuerpo estaba casi privado del alma que le animaba, viniste a poner tu mano izquierda afín de que mi vida languideciente me fuera prolongada, y con tu derecha quisiste abrazar mi alma, elevándola en un éxtasis más admirable que los precedentes. Te plugo ser tú mismo su apoyo y conducirla hacia el desierto amoroso que los ángeles admiran clamando: ¿Quién es ésta que sube del desierto, apoyada en su amado? (Ct_8_5). El mismo privilegio se repitió con frecuencia, estando mi conversación más en el cielo que en la tierra. Me encontraba casi continuamente en estos transportes. Mi alma no podía animar más un cuerpo languideciente y elevarse al mismo tiempo con todos sus afectos y potencias hacia placeres tan arrebatadores. Apenas volvía mi espíritu de estos prolongados arrobamientos y éxtasis persistentes, era arrebatado con frecuencia en un vuelo amoroso que pasaba con la velocidad de un rayo, semejante a una saeta disparada por un arquero que podría llamarse sagitario; es tu amor divino, al cual puede darse este nombre. Mi espíritu, llevado así por el amor, tenía más amor para esforzarse que fuerza para amar. No podía aportar cosa alguna, y para animar y amar bien, tenías que obrar un continuo milagro, alcanzando de un extremo al otro al fortificar [93] el cuerpo y elevar el espíritu: Ese morará en las alturas, subirá a refugiarse en la fortaleza de las peñas, se le dará su pan y tendrá el agua segura (Is_33_16s).

Capítulo 31 - Como el amor divino hizo la división entre el espíritu y el alma, lo cual se explica mediante la división de las aguas superiores y las inferiores, y por san Pablo en Hebreos 4; y de la inhabitación de toda la Trinidad en mí.

Pero como tú te complaces en ser mediador entre Dios y los hombres, quisiste hacer este oficio entre mi cuerpo y mi alma, y entre la parte inferior y la superior, lo cual no puedo expresar sino diciendo que separaste el alma del espíritu. Me refiero al alma que tiene relación con la de los animales, que es diferente del espíritu que razona con los ángeles, y que está hecho a tu imagen y semejanza. Me serviré, para expresarme, de las palabras con que Moisés prorrumpe en el Génesis: Haya un firmamento por en medio de las aguas, que las aparte unas de otras. E hizo Dios el firmamento y apartó las aguas de por debajo del firmamento, de las aguas de por encima del firmamento. Y así fue (Gen_1_6s).

Te plugo un domingo después de Reyes, en 1619, invitarme amorosamente a subir a mi oratorio por medio del signo que tus bondades habían puesto en mi corazón. Habiéndome puesto esta señal, te presentaste como el monarca soberano, para hacer ver que has venido para dominar sobre los espíritus que has escogido, y que este dominio es para ventaja suya; que combates y haces la guerra para dar la paz. Tú permites que todas las potencias de mi espíritu y de mi alma superior e inferior fueran asaltadas como de sorpresa, sin saber yo la causa de este conflicto, ni quiénes eran los asaltantes ni los tomados por asalto.

[94] Esta guerra imprevista asombró mi espíritu, que exclamó: ¿Qué es esto? ¿De dónde vienen esta lucha y estas alarmas? La voluntad respondió en voz alta: Mi Rey y mi Dios, yo estoy del lado de los que combaten por la justicia. No deseo contribuir a quienes se rebelan contra tu obediencia. Hago protesta de mi fidelidad, y si no puedo distinguir las fuerzas que están de tu lado de las de tus contrarios, declaro que no formo parte de su rebelión. Ante esta declaración, el amor dio la orden de situar las potencias superiores del espíritu bajo el torreón de su protección, donde el enemigo no debía acercarse. Sin embargo, el combate tuvo lugar sin poder yo distinguir a los combatientes, pero escuché estas palabras del gran Generalísimo de tus ejércitos, oh mi Rey, san Miguel, quien clamó: " ¿Quién como Dios? ¿Quién es como Dios para hacerse igual a Él? ¿Quién puede compartir su trono, su corona y su cetro?" Ante estas palabras tus enemigos fueron abatidos, vencidos y echados fuera: las potencias inferiores de mi alma fueron humilladas y reducidas a su bajo nivel, y las potencias superiores de mi espíritu quedaron exaltadas. El Amor, todo finura, dirigiéndose a mi voluntad le ofreció la corona, proclamándola reina, mientras que san Miguel y todos sus ángeles cantaban en un silencio arrobador: Santo, Santo, Santo (Ap_4_8).

Habrá quien se asombre que yo exprese este trisagio como un silencio. Es que los ángeles hablan con el pensamiento, y de una manera espiritual que podemos explicar en la tierra por carecer de un término propio para ello. Esto lo comprende muy bien el espíritu, habiendo sido elevado por el poder de [95] Aquél para quien nada es imposible. Eres tú, mi divino Emperador, quien, persistiendo en tu bondad y en tus divinas finuras, me presentaste la corona, haciendo comprender a tu bien amado san Miguel que te complacía el celo que tenía por mi gloria, que estimas como la tuya propia.

Este Serafín todo ardiente me dijo que tu Majestad amorosa había suscitado este combate para hacer ver a todo el cielo que yo era su bien amada, y que su real corazón me obsequiaba cordialmente la corona del Reino; y que no le ofendía mi rechazo, ya que procedía de un verdadero sentimiento y de una humilde modestia; pero que la aceptación de sus conquistas amorosas, en las cuales había yo contribuido con mi consentimiento al proclamar mi fidelidad, le agradaba como a Aquél que consideraba gloria suya el compartir su triunfo conmigo.

Comprendiendo que tal era tu placer de honrar con tu honor a la que no era sino lo que tú la haces ser, recibí humilde y amorosamente toda la gracia, toda la alegría y toda la gloria que tu Amor munificente y magnífico deseaba ofrecerme. Después de mil caricias y miles y miles de testimonios de amor, me dijiste: "Mi bien amada, lo que llevo a cabo esta tarde es la separación del espíritu, que puede llamarse separación de las potencias superiores del alma, que puede identificarse con las potencias inferiores.

"Yo he separado las aguas superiores de las aguas inferiores. Por ser todopoderoso, he creado un firmamento  [96] en tu espíritu al pronunciar las palabras: Haya un firmamento por en medio de las aguas, (Gen_1_6). dividiendo las aguas superiores de las inferiores. A partir de hoy experimentarás esta maravillosa separación que puede también designarse como distinción; tu espíritu será libre, y en medio de tus ocupaciones externas no dejará de tratar conmigo y de recibir mis infusiones, mis irradiaciones y mis locuciones sin distraerse de la atención que deseo recibir de él. A esto se refería el P. Coton cuando dijo que era una participación en la economía de mi alma santísima: cuando estaba en mi Cuerpo pasible era al mismo tiempo viajero y criatura que gozaba sin cesar de la presencia y visión perfecta de Dios; tú me podrás ver y gozar de mí sin estar extasiada ni sentir las penas que los arrobamientos causan al cuerpo; no volverás a estar entre estas languideces extremas y los grandes deseos del cielo."

Después de haberme recreado con estas palabras tan encantadoras, quise salir de mi oratorio para ir a la habitación de mi madre temiendo que, si tardaba yo mucho en volver, tuviera que esperar hasta muy tarde para irse a acostar (durante las ausencias de mi padre, me pedía durmiera con ella porque me quería más que a todas mis hermanas). Esto me mortificaba mucho, porque debía contener mis impulsos: ¡Oh milagro de bondad! Mientras tu te despedías para que saliera yo del oratorio, me dijiste: "Inclinó el cielo, (Sal_17_2) hija mía, he inclinado los cielos para ti, porque mi sabiduría no ha juzgado conveniente [97] mantener enteramente tu espíritu en la gloria del empíreo. El amor que toda la Trinidad siente por ti la inclina a hospedarse en ti de una manera adorablemente admirable y admirablemente adorable, para gloria nuestra y provecho tuyo, a fin de que, gozando de nuestra Compañía, no te aflijas en este valle de miseria, donde vives en penosas debilidades; hija mía, quien tiene a Dios, lo tiene todo." a partir de este momento, me encontré divinamente acompañada de tus Tres Divinas Personas, de las que no me he vuelto a separar. Si desde hace veintitrés años, se han velado durante algunos días, ha sido para ayudarme a conocer, mediante la privación de sus esplendores, la felicidad de la que gozo al poseerlas. Me dijiste: "No hemos hecho un favor parecido entre todas las naciones; así como el Rey Profeta dijo que Dios era conocido en Judea y que su Nombre era grande en Israel, de igual manera la divinidad ha deseado ser conocida en ti, y hacer que su Nombre sea engrandecido en una jovencita: Su tienda está en Salem, su morada en Sión; allí quebró las ráfagas del arco, el escudo, la espada y la guerra (Sal_75_3s). Tú experimentas la paz que nuestra Sociedad divina confiere a todas las potencias de tu alma que residen en la parte suprema del espíritu; gozas de la alegría en el centro de tu alma, y tu corazón es la habitación de Dios, que te ama. Se dice que el justo la ofrece y la da desde la aurora a su Creador; pero nosotros hemos venido a hacer nuestra morada en ti, para poseerte sin interrupción. Nosotros apartamos de ti todas tus penas y todas tus guerras deteniendo a tus enemigos mediante nuestro poder, afín de que no se te acerquen. Sientes, por experiencia, cómo te iluminamos por nosotros mismos: Fulgurante eres tú, maravilloso en los montes eternos (Sal_75_5).

"Nuestras tres divinas y distintas hipóstasis te prodigan caricias amorosas por diversas comunicaciones, por complacernos en ello, y aunque nuestras operaciones externas sean comunes por las maravillas del Amor, [98] nos agrada favorecerte haciéndote conocer que el Padre que me envía a ti siente un deleite (que los ángeles no pueden comprender) de comunicarte de manera admirable su paternidad, haciéndote madre de su propio Hijo. Soy yo, mi bien amada, quien se complace en hacerte el espejo de mis esplendores, donde reflejo mi belleza, y el Espíritu Santo hace en ti un compendio de su bondad amorosa. Mi Padre afirma tu memoria para que no pueda confundirse, y yo ilumino tu entendimiento, el cual refleja las claridades que le envío como lo haría una pieza de cristal. El Espíritu Santo enciende tu voluntad con una llama que te abrasa sin consumirte, como si fueras la zarza ardiente que atrajo a Moisés hacia las maravillas de mi sabiduría divina, despreciando todas las que había conocido de los egipcios, cuya sabiduría le hacía admirar no solamente a Faraón y a todos los adivinos y sabios de Egipto, según el mundo, sino a todas las naciones que han sabido y sabrán que hablaba con él cara a cara, y que le hice mi legislador. Yo le escogí para proclamar fielmente mis oráculos a todas las personas a quienes le enviaba.

Capítulo 32 - Que la primera visión que tuve fue una corona de espinas llevada por un sol que se me figuró el Verbo anonadado, y de otra visión: Dios me hizo su tabernáculo de alianza y su propiciatorio, coronando de luz mi cabeza.

[99] "Si he dado muestra de la dulzura de mi amor en la ley del rigor a mi amigo Moisés ¡qué excesos de bondad no te ha hecho ver este mismo amor en tantas ocasiones! querida hija, pues la primera visión que te hice admirar mi corona de espinas suspendida divinamente por rayos luminosos como los del sol; rayos que, al sostenerla, se detenían sobre las espinas. Por ello conociste cómo me hice por amor el Verbo anonadado, y que mi divina hipóstasis apoyaba la naturaleza humana, sin otra subsistencia que mi divina ayuda. Pudiste admirar la comunicación de idiomas; percibiste, en cierta manera, la distancia infinita que hay entre un sol y sus rayos; entre un arbusto trenzado en forma de corona y sus puntas espinosas. Habiendo contemplado esta gran visión, te acercaste con la fuerza que te daba el amor, que no te pidió te tomaras la molestia de descalzarte, como a Moisés, sino que te dio alas para volar a él, y se hizo tu escudero. Cuando lo tuvo a bien, te hizo subir hasta donde él te esperaba, con un ardor que tu pluma no pudo expresar, pero que tu espíritu supo admirar y adorar. Yo te dije que deseaba convertirte en una nueva legisladora de las leyes de mi amor; que llevarías mi Nombre por toda la tierra, aunque sin decirte cómo sería esto, pues no había llegado la hora de declararte lo que deseaba hacer de ti." Queridísimo Amor, recuerdo  [100] me dijiste que deseabas hacerme tu portaestandarte; que muchas personas, al verme, combatirían por tu gloria; que muchos no te conocían a causa de la necedad de sus espíritus, y que habías sutilizado el mío por tu bondad, no por mis méritos. Al hablarme así, abrasaste mi pecho con un fuego celeste y divino. No sé si este fuego era el estandarte y la oriflama que me dabas al hablarme de esta gracia; el amor me sellaba los labios para abrirme el corazón, en cuyo centro enarboló su estandarte, sin hacerme ver sus colores; mi valor sobrepasaba mis fuerzas. No rechacé este cargo, esperando que tú mismo fueras el guía de la que deseaba llevarlo por mandato tuyo.

Poco tiempo después me hiciste ver una columna cubierta de diversos rollos, en los que estaban escritos, con caracteres admirables, las maravillas de la ley del divino amor, de la cual entendía los misterios sin saber hablar de ellos. Me dijiste que en ellos estaba escrito tu Nombre inefable, y que en el tiempo destinado por ti entendería su gloria. Me hiciste ver un compás, como para medir o recorrer la tierra donde quieres hacer brillar tu nombre. Me elevaste en coloquios embelesadores, retirando mi espíritu y todas mis potencias del yugo de los sentidos, para ofrecerte el sacrificio de alabanza y realizando una feliz salida del Egipto de la conversación de las creaturas, que me era insoportable y fatigosa, [101] hacia la amorosa soledad donde fue puesto en libertad mediante el poder de tu diestra. Cantaba con alegría el cántico de mi feliz liberación; no hablaba sino raramente a las personas de mi casa paterna; mis oraciones eran continuas. Me prometiste darme a diario mi pan supersubstancial, como diste el maná a tu pueblo en el desierto. Rodeaste mi cabeza de luz como de una corona, y con frecuencia parecía luminosa a quienes me veían al salir de la oración; esto fue visto de muchas personas. Marie Figent, una joven piadosa que aún vive, dio testimonio de ello a varios de mis confesores. Tú me decías que, así como Moisés era el embajador de tu voluntad ante el pueblo judío, yo estaba destinada por tu sabiduría a declarar tus intenciones ante quienes deben aprender de mí. Me dijiste que deseabas hacerme tu tabernáculo de alianza y tu lugar de propiciación, y que por mi medio proclamarías tus oráculos. Me dijiste además que estaba yo cubierta de las alas de los querubines, y que me infundirías la ciencia como a estos sabios espíritus que san Pablo nombra Querubines de gloria, [102] los cuales, en comparación con tu esplendor, no son sino sombras maravillosas que atenúan tus claridades y amortecen, por así decir, tus rayos más brillantes. Me complacía en extremo permanecer sobre la montaña de la contemplación, pero me sentía indeciblemente mortificada cuando tenía que alejarme de tus coloquios. Me parecía que el estado religioso me ataría más a ti. Deseaba con gran deseo, sobre todo después de comulgar, verme en un claustro, porque me causaba una pena indecible caminar por las calles después de la comunión, que era mi vida escondida en ti. Vivía para comulgar, y comulgaba para vivir de tu vida. El pensamiento de este Pan Divino era casi perpetuo en mí. Te decía: Si comulgara todos los días, me parece que sufriría más fácilmente el exilio en esta tierra extranjera. Permanecía continuamente, en espíritu, en tus tabernáculos amorosos, diciéndote: Hasta el pajarillo ha encontrado una casa, y la golondrina un nido donde poner a sus polluelos: Tus altares, ¡oh Yahvéh Sebaot, rey mío y Dios mío! Dichosos los que moran en tu casa, te alaban por siempre. Dichosos los hombres cuya fuerza está en tí y no piensan sino en tu santa peregrinación. Al pasar por el valle de lágrimas, lo hacen un hontanar (Sal_84_4s). 

 Capítulo 33 - Cómo Dios me dijo que sería examinada por varias personas, y que se me haría visible para quitarme cualquier temor. Que expresé con sencillez todo lo que él me decía, y de un mandato que me dio Nuestra Señora.

Este año de 1619, el día de la octava de la Concepción Inmaculada de tu santa Madre, estando en la iglesia del Colegio de Roanne, me elevaste en un arrobamiento muy sublime, durante el cual me dijiste que debía someterme al examen de varios doctores y grandes prelados de la tierra, pero que no tuviera temor alguno, pues tú te ocuparías de hacerme discernir y reconocerte, que me parecerías más blanco que la nieve [103] Me explicaste estos versículos del Salmo 67: Mientras vosotros descansáis entre las tapias del aprisco, las alas de la Paloma se cubren de plata, y sus plumas de destellos de oro (Sal_67_14). Hija, duerme y reposa en medio de todos los ruidos desagradables y mortificantes en extremo; yo haré maravillas que se realizan y se realizarán en ti. Mantén siempre tus alas de paloma; declara con sencillez todas mis palabras, que son claras como el sonido de la plata; sé franca con tus directores. Conserva junto conmigo este oro de caridad que se esconde entre tú y yo; es un reclinatorio donde me complace quedarme; di a tu confesor que deseo me recibas todos los días."

Al volver en mí, quise hablar con mi confesor, perdiendo de pronto la palabra por miedo a ser fanfarrona y sometida a exámenes tan diversos. Yo era feliz de ser desconocida de las creaturas, y sentía pena al saber que era necesario abrirme de este modo. Pero como no deseaba resistir a tus órdenes, me conformaba a todas tus voluntades, haciendo a un lado la mía, que tan admirablemente hiciste morir. Mi confesor, que era el R.P. Jean de Villards, esperó pacientemente hasta que me devolviste la palabra. Cuando pude caminar, me dijo que saliera de la iglesia y me ocupara en algo manual para distraerme; pero al ponerme a tender una cama fui repentinamente arrebatada en una suspensión, [104] sin poder pasar a otra cosa.

Me di cuenta que tu santa Madre estaba a mi lado derecho, mostrando una dulce majestad, y que me dijo: "Hija mía, ofrécete para restablecer mi casa que las ursulinas han dejado." Al escuchar estas palabras, respondí: ¿Cómo podré yo hacer esto. Señora mía, encontrándome sin medios ni capacidad? "Ofrécete, hija. Aquél que solo, obra maravillas (Sal_135_4). se ocupará de todo; transmite este mandato al Padre Cotón." Prometí a tu santa Madre obedecerla, lo cual hice, pensando que haría todo lo posible para llevar jóvenes a esta casa, aunque, según entendí, no entraría yo misma. Hice todo lo que pude para resucitar la Orden de santa Úrsula en ese lugar, pero todos mis esfuerzos fueron vanos.

Capítulo 34 - De cómo se me permitió comulgar todos los días, verificándose así la promesa que Nuestro Señor me había hecho de darme diariamente este pan supersubstancial.

Habiendo hecho las diligencias necesarias, me consideré desligada de esta comisión. Habiendo venido a hacer la visita al Colegio de Roanne, el R.P. Bartolomé Jacquinot, en su calidad de provincial, fue instruido por mi confesor acerca de las gracias y grandes luces que te dignabas comunicarme, oh mi divino amor. El me pidió fuese a encontrarlo en la iglesia, y me interrogó sobre los caminos por los que me habías conducido y me seguías conduciendo. El padre sintió una grandísima admiración ante los excesos de bondad que obrabas en mí. Me dijo que no debía dudar que se trataba de [105] tu Espíritu; que el mío no podía alcanzar estas maravillas, recomendándome serte fiel.

 "Hija, existe un escándalo activo y otro pasivo. Esto puede escandalizar a otros. Pero cuando Me dijo: "Me siento inspirado a concederte la comunión diaria," a lo que respondí: "Mi deseo de comulgar es muy grande, pero, Padre, esto hará hablar a todo mundo y tal vez no se verá como algo bueno. Será como un escándalo." se trata de un escándalo pasivo no estamos obligados en rigor y justicia a privamos de él. Comulga sin temor. Hija mía, te escucharé en confesión todos los días de mi permanencia en este Colegio. Que nada te atemorice, oh hija mía; tienes obligación de amar al que te otorga tantas gracias." Querido Amor, tú confirmaste el permiso que, por inspiración de tu espíritu, me dio el padre, diciéndome: "Hija mía, no caerías en cama a causa de estas grandes enfermedades si comulgaras todos los días; este alimento será salud para tu cuerpo y para tu espíritu." El día en que comencé a comulgar diariamente fue el 22 de agosto de 1620, día de la octava de la gloriosa Asunción de Nuestra Señora, tu santa Madre, la cual me dijo: "Hija, te he obtenido esta gracia de Aquél que es todo amor por ti; es la mejor parte. Es una bendición más grande que la que Rebeca hizo tener a Jacob; ésta contiene al Dios de toda bendición." [106)


 Capítulo 35 - De las grandes gracias que el Verbo Encarnado me concedió la víspera de san Bartolomé, diciéndome que me había destinado a instituir su Orden, y del gran amor que dijo tener hacia mí, el día de la fiesta de san Luis.

Al día siguiente, fiesta de este Apóstol, habiendo comulgado, te plugo revestirme con una túnica blanca, lavada y blanqueada como si yo hubiera sido nuevamente bautizada en tu preciosa sangre. Admiraba a este gran san Bartolomé, que fue despojado no solamente de sus vestiduras, sino de su propia piel; como un atleta divino, fue despojado de todo lo que no eras tú: Se privan de todo, y eso por una corona corruptible (1Co_9_25). Su despojo y su martirio le llevaron a ganar la corona incorruptible. Siendo un Apóstol de oración, te imitaba pasando las noches en la oración a Dios. La unción de tu espíritu le hacía doblar e hincar las rodillas cien veces al día y otras cien durante la noche. Las noches eran su iluminación y sus delicias.

  Ya tarde, alrededor de las nueve, estando retirada en mi oratorio, te plugo elevar mi entendimiento en una suspensión muy sublime, durante la que me dijiste: "Hija, tú piensas que debes gozar del reposo y quietud de la contemplación en la casa de tu padre, poseyendo la bendición celestial y divina del Pan Supersubstancial; tú amas tu recogimiento, pero mi divina sabiduría piensa de otro modo, habiéndote destinado para instituir una Orden bajo mi Nombre, que honrará mi persona encamada por amor a la humanidad. Así como he elegido al bienaventurado Padre Ignacio para instituir una Compañía de hombres que honre mi Nombre; yo te he escogido para fundar una Congregación de mujeres. Recuerda que un día de Pascua, en 1617, quise que portaras la cruz, seguida de muchas jóvenes vestidas de blanco, para venir a adorarme ante el altar donde reposaba. Portaste la cruz durante cuarenta horas, pero yo te llevaba y te suspendía deliciosamente, [107] acariciándote con más dulzura que Asuero a Ester, diciéndote que las ignominias de mi Cruz se transformaban en gloria para ti. El llevar la cruz era figura de lo que deseaba hacer de ti, llamándote para el designio que te declaro esta noche. Valor, hija, resuélvete a salir de la casa de tu padre, todo el recogimiento que tanto aprecias, para seguir mis intenciones." Sometiendo mi espíritu a tus leyes, consentí a todas tus voluntades, oh mi divino amor. ¡Qué bueno es adorarte y poner en ti todas mis esperanzas!

Al día siguiente, fiesta de san Luis Rey, me invitaste al comulgar, a entrar en tu costado, que me mostraste como el hospital de los pobres necesitados, diciéndome: "Hija, entra en la llaga de mi costado abierto, pero prevén que un cuerpo afligido no puede sufrir cosas duras sin los sobresaltos de los dolores o cicatrices que producen las cosas creadas; sé sencilla en todos tus deseos y desnúdate de todo lo que no es mi puro amor, y así me consolarás en mis sufrimientos y serás un bálsamo consolador sobre mi llaga; mientras más sencilla es un alma en sus intenciones, tanto más me deleito en recibirla dentro de mi corazón amoroso."

 A las nueve de la noche, estando en mi oratorio, tu Majestad me acarició de un modo divino, diciéndome tres veces: "Oh, hija mía, cuánto te amo; ¿Qué deseas de mí? Pide con toda libertad; yo te lo daré; mi Amor me lleva a conceder todas las peticiones que me presentes." Ante estas palabras, repetidas tres veces, "Hija mía, cuánto te amo," mi espíritu fue sorprendido de asombro y mi corazón lleno de tantas delicias, que estuvo a punto de derretirse o de estallar de gozo. Saltando de alegría, parecía querer salirse de mi pecho. No pude decirte cosa alguna: Amor, no deseo nada. Teniéndote a ti lo tengo todo; pero como deseas que te presente una súplica, te pido en todo y por todo tu mayor gloria y la salvación de las almas rescatadas con tu preciosa sangre. Es todo lo que deseo.

 Capítulo 36 - Como el Verbo Encarnado me introdujo en sus entrañas adorables, y las bodas que se dignó tener conmigo.

  [108] El 26 del mismo mes, estando para comulgar, supe que tu Majestad venía a mí con un amor ardentísimo. Después de recibirte, me abriste tu costado, invitándome a entrar de inmediato, pidiéndome amorosamente atravesar tu corazón y penetrar hasta el fondo de tus entrañas, las cuales me parecieron bóvedas adorables en forma de Galería, como de un rojo transparente, tan bello como jamás vi otro. Ellas me representaban el mar que tu discípulo bien amado describió en su Apocalipsis: Y vi también como un mar de cristal mezclado de fuego, sobre el que se tenían de pie los que habían salido victoriosos contra la bestia, llevando las cítaras de Dios (Ap_15_2). Esta cítara es tu corazón, que es el corazón de un Dios, el cual me diste para deleitarme y para cantar el cántico del divino amor a tu Padre, por el Espíritu Santo que me instruía, corazón que reproduces por medio de diversos afectos, al darlo a los que te aman, pareciendo multiplicarse en quienes moran únicamente en ti.

[109] Me hiciste ver, por esta admirable visión, que los cuerpos gloriosos son transparentes, y que el tuyo lleva en sí y dentro de sí, al amor todo inflamado; que tu preciosa sangre le hace parecer un cuerpo revestido de púrpura real. No me es posible describir las delicias que recibió mi espíritu; no puedo hacerlo. Me dijiste que muchos habían sido admitidos a tu corazón, pero que no habían paseado en esta Galería, y que no habían podido saber todos los secretos de este lecho imperial y divino, que tu Amor te impelía a declararme, como a quien amas en calidad de esposa.

 Los sentidos, como las vírgenes necias, no entraron a esta cámara nupcial; tu corazón sacrosanto fue nuestro lecho adorable y floreciente de pureza, donde me uní a ti con una unión purísima y virginal, pudiendo decirte con santa Inés: Amo a Cristo, en cuyo tálamo penetro; cuya madre es una virgen, cuyo padre no conoció mujer; a quien canto con el órgano modulando mi voz: al amarle, permanezco virgen; al tocarle, quedo sin mancha; [110] al aceptarlo, conservo mi castidad. Me ha dado el anillo de su fidelidad, y con inmensas riquezas me ha adornado; bebí leche y miel de sus labios, y con su sangre decoré mis mejillas. Puso un signo sobre mi rostro, para que no acepte otro amor sino el suyo. Ciñó mi mano derecha y mi cuello con piedras preciosas; colgó de mis oídos perlas de inmenso valor, y me rodeó de gemas variadas y resplandecientes. Ya mi cuerpo es uno con el suyo; estoy desposada con aquel a quien los ángeles sirven, cuya hermosura el sol y la luna admiran; sólo a él sirvo en la fe; a él me entrego con toda devoción (21 de enero, Breviario Romano).

Para expresar las delicias de tus bodas, oh divino Cordero, hace falta que lo hagas tú. Juan Bautista, tu Precursor, estuvo presente haciendo llevar antorchas a los espíritus celestes; no conozco su nombre. Guardaban todos un silencio admirable, adorando en espíritu y en verdad a tu Majestad, sirviéndola con un respeto que no me explicaba, estando arrobada y felizmente abismada en ti. No deseaba ser la escrutadora de tu Majestad; sabía bien que el amor va más allá de la ciencia. No temía ser aplastada por tu gloria, y experimentaba la promesa que me hiciste hacía unos años, antes de concederme este gran favor: prometiste ser para mi alma un muro de fuego, y hacerme experimentar en vida las delicias de este término. La liberalidad de tu amor [111] en este arrobamiento duró dos horas, y me hizo abundar en gozo: Y seré para ellos, dice el Señor, muro de fuego que los rodee; y estaré glorioso en medio de ellos (Za_2_9). Me dijiste que te era tan querida como la niña de tus ojos: Grita de gozo y regocíjate, hija de Sion, pues he aquí que vengo a morar dentro de ti, oráculo de Yahvéh. Poseerá Yahvéh a Judá, porción suya en la Tierra santa, y elegirá de nuevo a Jerusalén (Za_2_14s). Este muro de fuego era ese mar de cristal ígneo; esta gloria era la gloria de un Esposo real y divino que era mi lecho y mi cámara nupcial; mi palacio y mi Louvre. Eras todas las cosas para mí, uniéndome a ti después de la santa comunión en estas bodas divinas.

Yo estaba en ti y tú en mí. Por una amorosa transformación y una augusta deificación, permanecía casta al amarte y pura al besarte, y al entregarme enteramente a tu amor, sigo siendo virgen. Me hiciste cantar divinamente un cántico nuevo; eras mi órgano melodioso; me diste el anillo de la fe, que fue el que tu Padre dio a san Pedro, que la carne y la sangre no pueden revelar, y que todo el infierno no puede arrebatar al alma.

 Capítulo 37  De las delicias, las claridades, las llamas que el esposo divino comunica a sus esposas, y de las joyas con las que las adorna, y como las convierte en la admiración de su corte celestial.

  No sé cómo expresar las arrebatadoras conversaciones con que tu amor me instruía en tus bondades amorosas [112] Ah, qué felices son tus esposas, al ser conducidas al interior del templo sagrado donde ven tu apasionamiento, que es tu corazón, que desborda sus delicias sobre ellas según los oráculos del Rey Profeta: Se saciarán de la grasa de tu casa, en el torrente de tus delicias los abrevas; en ti está la fuente de la vida, y en tu luz vemos la luz. Guarda tu amor a los que te conocen, y tu justicia a los rectos de corazón (Sal_36_9s). Tus esposas, Oh divino esposo, al contemplarte en el origen y manantial de vida que es tu divino Padre, ven cómo eres luz y Dios de Dios; cómo vives de tu vida natural por tu Padre. Ellas ven a través de ti, por una admirable comunicación o participación de esta vida divina. Al mirarte ven a tu Padre, y no te dicen más: Muéstranos a tu Padre y esto nos bastará. Ellas observan cómo estás en tu Padre, y tu Padre en ti. Este es el secreto de la alcoba; ellas ven tus misterios como al descubierto. Si existen algunos velos, es para impedir que estas grandes claridades no las cieguen de tanta luz, modificando tus esplendores afín [113] de que su entendimiento los pueda contemplar, y temperando tus ardores con el propósito de que la sede de la voluntad, que es el corazón, pueda soportarlos, porque está en peligro, por así decir, de estallar a causa de estos ardores amorosos; al ver a un bien infinito. ¿Quién no le amará en extremo? Hace falta un divino poder que sostenga y mantenga la vida al corazón que el amor divino abraza de tal suerte.

Tú eres un sol tan caluroso como luminoso; estas almas son tus tabernáculos. Oh divino esposo, en muchas ocasiones me has hecho comprender estas palabras del Rey Profeta: Levantó en el sol su tienda: y él, como un esposo que sale de su tálamo, se recrea, cual atleta, corriendo su carrera. a un extremo del cielo es su salida, y su órbita llega hasta el otro extremo, sin que haya nada que a su ardor escape, (Sal_19_6s). diciéndome: Hija, yo soy el divino esposo que ha venido a ti como un sol en su alcoba nupcial, con júbilo y estremecimiento. Vengo a paso de gigante, del seno de mi Padre, sin dejar el tuyo y colmándote de gracias. Es mi divino Padre quien te atrae a mí por el Espíritu Santo; [114] tú sabes, mi bien amada, que nadie viene a mí si mi Padre no le atrae, y que nadie conoce al Padre sino aquellos a quienes me place revelar su paternidad. Yo te abrigo en mi seno para hacerte entrar al suyo junto conmigo y presentarle tus oraciones. "Hago todas las cosas por ti: ejerzo el oficio que los ángeles desempeñaban con Jacob; así, yo soy el Ángel del Gran Consejo y el Ángel del Testamento de Amor, y del cual deseo ser yo mismo el ejecutante. ¿Cómo podrás esconderte de mi llama que te descubre mis secretos y que te da a conocer al cielo y a la tierra como mi esposa bien amada, adornada de tu divino esposo como una nueva Jerusalén? En verdad, al verte, mi favorito puede decir: Y vi la Ciudad Santa, la nueva Jerusalén, que bajaba del cielo, de junto a Dios, engalanada como una novia ataviada para su esposo; (Apoc_21_2). Y yo, tu Esposo, me complazco en repetirte: He aquí el tabernáculo de Dios entre los hombres, (Ap_21_3). Dirigiéndome a mi corte celestial afín de que alaben a la que amo, y a quien he dado como arras el anillo de esposa en signo de mi fe. Hija, las arras no se regalan; se las guarda a perpetuidad, pues son prenda de promesas. Esta luz de la que te hablo con el nombre de fe, jamás te será quitada; ella crecerá hasta el mediodía de la gloria, y te hará parecer una aurora iluminada por el divino Sol, que te transfigura en un ser radiante. Al ver esto, los espíritus bienaventurados, llenos de admiración, exclaman: ¿Quién es ésta que surge cual la aurora, bella como la luna, refulgente como el sol, imponente como ejército en orden de batalla? (Ct_6_10). ¿Quién es esta jovencita que avanza como viajera por el camino, a quien ha sido dado el privilegio [115] de ser esclarecida con la gracia del mismo Sol que nos ilumina en la gloria, que es la meta final?

"Es una aurora que crece en méritos y en claridades; es consorte de la Naturaleza divina, por ser la esposa de nuestro Rey. La admiramos como una bella luna al lado de su sol, entre los cuales la tierra no causa ningún eclipse porque ella es un cielo iluminado por los divinos resplandores; ella es elevada por este divino esposo por encima de las creaturas; ella está en él, y él en ella. Esto es lo que la hace majestuosa como una Reina coronada de luz por el Rey, su sol, el cual la hace aparecer radiante y gloriosa. Tú le has dado los brazaletes de la esperanza, esperanza que no se confunde con el collar de la caridad al que santa Inés se refiere en estas palabras: Ciñó mi mano derecha y mi cuello con piedras preciosas y colgó de mis oídos perlas de valor inestimable. Y me rodeó con gemas variadas y resplandecientes (21 de enero Br.Ro.). Nosotros la honramos como la compañera de tu reino y la esposa de tu lecho, a la que has dado tu cuerpo sagrado informado de tu alma bella, estando el uno y la otra cimentados en la segunda hipóstasis de la muy adorable Trinidad; esto es lo que la hace participar de la divina naturaleza. Estos pendientes para las orejas son tus palabras divinas, que son más preciosas que todas las perlas orientales; palabras amorosas que contienen secretos que no se descubren sino a las esposas sagradas y consagradas por tu divino amor. Bendición, claridad y acción de gracias a tu divina Majestad.

 Capítulo 38 - Visión figurando la Orden que Dios me había revelado y como debía ser una nueva introducción del Verbo Encarnado en el mundo, al cual los ángeles tenían la orden de adorar; de los favores grandísimos que me prometió la divina bondad.

 [116] La noche siguiente me pareció ser conducida a una habitación convertida en capilla; había una mesa para servir de altar, en medio de la cual estaba una escultura en relieve, que a primera vista me pareció ser la imagen del bienaventurado Ignacio, fundador de tu Compañía, pero su rostro cambió de repente, apareciendo el tuyo. En los costados de la misma vi dos querubines, el uno frente al otro, que miraban la estatua y que, al mismo tiempo, dirigían sus miradas por toda la habitación. De igual manera los vi contemplar con atención a una joven que estaba sola en este aposento convertido en capilla, adorando de rodillas a la Majestad que se escondía tras de la estatua.

Sobre este altar había un candelero trabajado con tanto artificio que no parecía una obra de aquí abajo. Este candelero iluminaba sin aceite ni cirio; su materia y sustancia me eran desconocidas, más no su claridad. Después de comulgar por la mañana, me hiciste comprender los grandes misterios que me habías hecho ver, y que este cambio de rostro mostraba que las sombras preceden a las verdades, las cuales son perfectas, y que no comprendía de pronto todos los misterios de tu Instituto; que habías deseado instruirme mediante la figura de san Ignacio antes de instruirme por la tuya propia, como dice san Pablo que tu divino Padre nos ha hablado por medio de los Profetas y después por ti, su Hijo, que eres el esplendor de su gloria, la figura de su sustancia y el portador de toda palabra [117] de su virtud: Muchas veces y de muchos modos habló Dios en el pasado a nuestros Padres por medio de los Profetas; en estos últimos tiempos nos ha hablado por medio del Hijo a quien instituyó heredero de todo, por quien también hizo los mundos; el cual, siendo resplandor de su gloria e impronta de su sustancia, y el que sostiene todo con su palabra poderosa  (Hb_1_ls).

Después de esta visión admirable, me vino a la mente lo que tu santa Madre me había dicho, de ofrecerme solamente al designio de tu sabiduría escondido en ella, asegurándome que tú, el único que obra maravillas, serías tan bueno como poderoso para darle cumplimiento en el tiempo previsto por ti. Estos dos querubines admiraban el amor demostrado por tu Majestad hacia una jovencita, la cual era iluminada por una claridad desconocida a quienes viven en la tierra ya pesar de ser nada, escogiéndola para llevar a cabo un designio tan augusto, comunicándole de manera divina los favores que tu divino Padre había manifestado a Abraham, deseando hacerla madre de una multitud de hijas que serían como estrellas brillantes en esta Orden de amor, introduciendo nuevamente a su primer nacido al mundo mediante este Instituto que sería una extensión de la admirable Encarnación: Y nuevamente, al introducir a su Primogénito en el mundo, dice: Y adórenle todos los ángeles de Dios.(Hb_1_6). Ordenaste a todos, Oh divino Padre, adorar a tu Hijo que deseaba ser introducido [118] en el mundo por medio de este Instituto. Me dijiste que me darías en él al germen de David, Rey, y que tu misericordia y tu verdad precederían a tu obra, la cual estaba siempre en tu presencia, y que mi alma probaría el júbilo del que habla este Rey Profeta: Justicia y Derecho, la base de tu trono. Dichoso el pueblo que la aclamación conoce (Sal_89_15s). Me dijiste que en la luz de tu rostro caminaría en tus sendas; claridad que nunca me abandona, ya que después de tantos años sus rayos me siguen alumbrando por pura bondad tuya, elevando mi espíritu, cuya asunción obras tú mismo. Todas mis potencias te dicen: Por tu favor exaltas nuestra frente; sí, Yahvéh es nuestro escudo; el Santo de Israel es nuestro rey. Antaño hablaste tú en visión a tus amigos, y dijiste: He prestado mi asistencia a un bravo, he exaltado a un elegido de mi pueblo (Sal_89_18s). Te he oído decir a tus santos que tenías la inclinación de amarme, y que en mí deseabas obrar un milagro de amor. Al pronunciar esta palabra, milagro, me hacías más humilde, dándome a conocer el poder de la gracia con que me sostenías y al obrar en mí, mostrándome que por mí misma no puedo nada ni poseo virtud alguna. Es por ello que tu caridad cuidaba de todo lo que deseaba se hiciera realidad, derramando sobre mí en forma divina la unción que endulzaba todas las repugnancias que podía yo tener; [119] que tu mano me ayudaría, y que tu brazo me fortificaría; que mis días serían bendecidos como los días del cielo, porque serían los tuyos; y que te complacías en darme tu misericordia, porque deseabas obrar en mí con misericordia; que este Instituto sería establecido en medio de grandes contradicciones, como el reino de David, porque debía ser eterno en ti; que no le comparabas con el reino de Salomón, que fue dividido por su hijo: el uno y el otro no lo habían adquirido por medio de las armas y la obediencia a todos tus mandatos; que David, a pesar de sus ofensas, había mostrado siempre una inclinación cordial a tu ley, haciendo todas tus voluntades. Si pecó, su contrición mostró el grado de su arrepentimiento. Viendo de qué manera me favorecía tu bondad, permanecía confusa y abismada en la consideración de la misma.

Informé al P. Jacquinot sobre todo lo que me habías dicho. El padre me respondió que no dudaba que tu Majestad establecería esta Orden, pero que debía yo esperar el tiempo que tu sabiduría mostraría como el más propicio; que permaneciese en casa de mi padre, perseverando en mis ejercicios de devoción y comulgando todos los días según el consejo y el permiso que había recibido de él [120). El mencionado P. Jacquinot me pidió le enviara, por medio de cartas, la relación de las gracias que te complaces en darme, lo cual hice mientras que estuvo como provincial en Lyon, y también al ser enviado como superior provincial de la casa profesa de la Provincia de Toulouse. Puede verse en las cartas que le escribí la continuación de tus bondades hacia mí, en caso de que las haya guardado.

Tu Majestad parecía no tener a quien acariciar en la tierra sino a mí, y aunque te decía con frecuencia: " ¡Es demasiado!" si no supiera que eres la sabiduría y la eterna ciencia, diría que ignoras la indignidad de aquella a quien amas sin mérito alguno de su parte. Tu amor hacia mí hace ver a todos tus santos que tu bondad no tiene otros motivos que ella misma para comunicarse a mí. Tú renuevas en mi alma casi todos los misterios que la Iglesia nos representa acerca de tu vida en el curso del año. Como respuesta, me decías: "Hija, al igual que Zorobabel, eres un signo ante mi faz; así como dije a Noé que al ver el arco en el cielo recordaría la alianza de paz que había hecho, y de no volver a enviar un diluvio, de igual modo al verte recuerdo mi bondad, que es comunicativa en sí misma. Es mi esencia; no puedo ignorarla: es lo mismo que mi ciencia y mi ser; es mi naturaleza."

Querido Amor, desde que me dijiste que mi suerte está en tus manos, siempre me he visto rica en ti. Me equivocaría si menospreciara las riquezas y los tesoros de tu benignidad. Me contristo al ver que otros las desprecian al acumular un tesoro de ira para el día de tu justa venganza.

Capítulo 39 - Porqué Dios escogió Roanne para el nacimiento de esta Orden, y las grandes contradicciones que me predijo, dándome la seguridad de sus poderosos favores, y como fui presentada a este Dios de bondad.

 [121] De tiempo en tiempo me hacías ver que se acercaba el día de iniciar el establecimiento de tu Orden. Un día de san Ignacio, en 1621, me dijiste que de Roanne, que es un lugar pequeño, nacería nuevamente el Señor que rige el cielo, la tierra y principalmente el pueblo de Israel. Las almas que han sido elevadas para verte por medio de la contemplación, me decían: Y tú, Belén, tierra de Judá, no eres, no, la menor entre los principales clanes de Judá; porque de ti saldrá un caudillo que apacentará a mi pueblo Israel (Mi_5_1).  "Hija, así como mi primer nacimiento causó grandes inquietudes en los espíritus de los grandes, así sucederá en el segundo; prepárate a sufrir grandes contradicciones. Los grandes árboles extienden sus raíces más lejos cuando son agitados por los más fuertes vientos. Sé siempre mi Sulamita, toda pacífica; que los carros de Aminadab no te arrebaten el valor. Cuando, por ser mujer, te veas afligida, escucha a mi divino Padre, a mí y al Espíritu Santo, pues te llamaremos hacia nosotros. Escucha a mi humanidad que te llamará por cuarta vez, al decirte que vengas a refugiarte en mis llagas. Sé bien, querida esposa, que me dirás con frecuencia: ¿Por qué miráis a la Sulamita como en una danza de dos coros? (Ct_7_1). Y yo te responderé amorosamente: ¡Qué lindos son tus pies en las sandalias, hija de príncipe! Las curvas de tus caderas son como collares, obra de manos de artista (Ct_7_2). [122] Mi bien amada, los progresos que mi amor te ayudará a hacer serán de mi agrado y tendrán consideración hacia los desvíos de tus pasos del camino de mi temor. Tus afectos, hija, no se extenderán a las creaturas. Seré para ti un signo para el bien, para confundir a todos los demonios, en especial al que tentó a Ario y el que sedujo al Faraón, los cuales se opusieron durante largo tiempo a mi gloria. No les temas, hija; serán vencidos. Miguel los dominará como lo hizo con el dragón. "Sufrirás grandes trances como esta mujer del Apocalipsis, para producirme en la Iglesia por medio de este establecimiento. Mostraré mi fuerza en ti, a pesar de que eres débil. Te juro por mí mismo y por mi salud, yo que soy el primero de los predestinados, que haré realidad mi designio. Yo soy el Padre de los siglos futuros, el Príncipe de la paz, el Consejero admirable, el Dios fortísimo; llevo mi principalidad sobre mis hombros, hija mía. Te prometo proporcionarte lo necesario para fundar; tu suerte está en mis manos y en mis ojos tus recursos; en mi seno, tus tesoros. Este Rey que dijo que de su pobreza me construyó un templo que fue la maravilla del mundo, me complació; pero hija, siento un agrado mucho más grande al ver los que tú me edificarás. Todo está en el presente para mí; el pasado y el futuro es lo que perciben las creaturas. Mi percepción lo conoce todo; es eterna, inmensa e infinita. Contemplo con delicia las casas de mi [123] Orden, donde seré adorado en espíritu y en verdad. No dudes esto, hija; mi Providencia vela sobre ti, y mi misericordia te servirá todos los días de tu vida. Yo soy el Señor que te gobierna. Nada te faltará; deléitate en este Señor todo amor por ti, y él concederá las peticiones de tu corazón; verás cómo él escuchará sus deseos y mucho más de lo que puedas imaginar."

Queridísimo Amor, hablo mucho, pero ni siquiera digo la milésima parte de lo que me has dicho, Esposo mío amadísimo. Cuando escribí mi vida por primera vez, no sabía cómo expresar los favores que me habías concedido. Era el año 1619; no me habías desposado con las magnificencias reales y divinas; me lo pediste, y te respondí que era toda tuya. En aquel tiempo mi confusión era inexplicable, pero ¿dónde me encuentro al presente? Si no temiera desobedecer, me detendría en el abismo de los pensamientos que tus liberalidades producen en mi alma, y diría a mi eminentísimo Prelado algo que te he dicho muchas veces: ¡A, a, a. Señor! Mira que no sé expresarme, que soy un muchacho (Jr_1_6). Tal vez él no [124] me lo perdonaría, ni tú, que me has dicho y me dices aún: No digas: Soy un muchacho, pues adondequiera que yo te envíe irás, y todo lo que te mande dirás (Jr_1_7). No temas, hija, yo estoy contigo; he puesto mi mano sobre ti. Mi Espíritu te ha dado una lengua y mi Padre unos labios y su mismo Verbo. El te dice: Mira que he puesto mis palabras en tu boca (Jr_1_9). Hija, no te envío para llorar los infortunios de la antigua Jerusalén: Alégrate, Jerusalén, y regocijaos por ella todos los que la amáis (Is_66_10).

Querido Amor, me regocijo en todo momento de ser hija de tu Iglesia. Te pido que todas las hijas de tu Orden se regocijen ante esta dichosa filiación, a la que tu misericordia nos ha destinado antes de nuestro nacimiento. Como tu santa Madre te dio al mundo por la Encarnación, quisiste que ella me presentara a la divinidad, la cual me recibió favorablemente de manos de esta Señora elevada sobre todas las puras creaturas.

Yo vi a la diestra divina un fuego en figura de un sol, el cual ardía sin consumir. Cubría su esplendor acomodándose a la debilidad. Comprendí que era el nombre admirable de Dios, que yo debía proclamar en todas partes, y que el brazo todopoderoso de tu diestra abatiría a todos mis enemigos, haciendo ver su gran virtud.

 Capítulo 40 - Que el Verbo Encarnado permitió las enfermedades de mi director para que, llevándoselo, me dispusiera para el establecimiento de su Orden y de otras muchas visiones que tuve de san Miguel y de mi divino Pontífice.

Tu sabiduría, que dispone todas las cosas suave y fuertemente para tu gloria y aprovechamiento de los que te dignas llamar mediante vocaciones extraordinarias, permitió que el R.P. Philippe de Meaux se enfermara con tanta frecuencia, que los médicos juzgaron que debía salir de Roanne. Si no se hubiera enfermado, le habrían permitido [125] seguir siendo rector del Colegio hasta la muerte del Señor de Chenevoux, porque le tenía cariño y le honraba tanto como al R.P. Joseph de la Royauté, que ha sido rector más de doce años, por deseo del mencionado señor, que era el fundador de este Colegio. Esta enfermedad es uno de los males que permites para sacar un bien. No pienso con ello ofender tu bondad, pues la Escritura dice que no existe el mal en la ciudad que el Señor ha construido. Tu Providencia, que me había dado a este Padre para conducirme por un camino tan sublime como difícil, había puesto un límite a esta dirección, aunque dejándome siempre el valor de obedecer a todo lo que este padre me decía o deseaba de mí. Había tomado la decisión de dejarlo guiarme toda la vida, a pesar de saber que este padre no me permitiría sino con mucha dificultad salir de mi casa paterna, donde me veía dedicada a un recogimiento y oración continuos, y aunque débil de cuerpo, acariciada de tu Majestad, de suerte que con frecuencia las delicias interiores me impedían dedicarme a las cosas exteriores, siéndome penoso hablar y orar vocalmente.

Estos pensamientos podían seguir siendo las grandes dificultades que era necesario vencer, y los medios necesarios para fundar una Orden. El no dudaba de los caminos de tu Providencia, pero pensaba que [126] sería mejor practicar los ejercicios que acostumbraba, y que él llamaba virtudes sólidas, que yo no veía en mí, pues me has hecho ver que nos las tengo. Si las practico ocasionalmente, es por ti mismo, oh mi divino amor, a la manera en que un escribano lleva la mano de un niño para ayudarle a hacer las letras; no encuentro otra comparación presente en mi espíritu que sea más propia para expresar lo que obras en mí o conmigo, dando el movimiento a mi alma y conduciendo mis potencias o facultades hacia la ocupación que deseas para ellas.

 Estimaba tan valiosa la dirección de este padre, que te pedí me lo conservaras, hasta llegar a la inocencia que él me proponía, y que yo no podía alcanzar sin una gracia muy poderosa, que esperaba recibir de tu amable bondad, que ya me había dado tantas otras. Por mi experiencia en el pasado, la suponía para el porvenir. El temor de ser incapaz de una iniciativa tan grande como era el establecimiento de un nuevo instituto, y careciendo de lo que me parecía imprescindible para este gran proyecto, pues no tenía bienes temporales ni el favor de los grandes, no veía en mí la capacidad ni la inteligencia necesaria para ello. Todas estas contradicciones y otras más me parecían razonables para convencerme de que esta empresa podía muy bien ser una tentación; que no estaba obligada a creer las revelaciones que me impulsaban a instituir una Orden que exigía una santidad de la que me encontraba muy lejos; [127] que esto podía ser una temeridad; que muchos habían sido engañados por ilusiones de aquél que se transfigura en ángel de luz.

 Ante estos pensamientos, tu Majestad mostró su celo amoroso, imprimiendo en mi alma un sentimiento de fidelidad; que esta elección procedía de ti, que deseabas mostrar tu fuerza en mis debilidades, tu ciencia en mi ignorancia y tu poder en mi impotencia: En seguida encontraría un asilo contra el viento furioso y la tormenta (Sal_55_9). Reanimaste mi espíritu y mi valor en ti y derrotaste a todos mis enemigos. Tu verdadera luz disipó mis nubes y tu fuego destruyó mis frialdades, mostrándome que levantabas el trono de tu gloria sobre el escenario de nuestras fragilidades; al ver esto, exclamé: ¡Qué grandes son tus obras, Yahvéh, qué hondos tus pensamientos! (Sal_92_6).

 Llegó la Pascua. Durante este tiempo caí enferma cerca de un mes, aunque esta enfermedad no me impidió comulgar diario. Recibí, además, grandes consolaciones de tu santa Madre, la cual me confortaba mientras que la fiebre me desgastaba tan duramente. Para aliviarme en el sufrimiento causado porque te escondías de mí, al cabo de algunos días e ignorando la causa, vi tres coronas sostenidas y ensartadas en una vara, y también unos cálices. Ignoraba el significado de todas estas visiones, hasta que te dignaste, mi divino Intérprete, dejarte ver de mí. Al retomarme amorosamente, me dijiste: "Hija, te has quejado con tu confesor [128] de mi ausencia, como de una pena intolerable a una esposa acostumbrada a los mimos de su divino esposo; mi santa Madre te ha visitado y consolado. ¿No te había yo hecho ver cruces y cálices, y después esas tres coronas en una vara? Todo eso eran signos de aflicciones que yo deseo coronar."

Al decirme estas palabras, se me apareció una grande y pesada cruz de mármol blanquísimo. Tu Majestad, al verme espantada por las dimensiones de esta cruz, me dijo: "Hija, tú no cargarás con esta cruz; es la cruz quien te llevará. Es toda de roca de mármol, y sobre ella deseo fundar el Instituto. La esposa del Cantar dijo que mis piernas son columnas de mármol. Yo soy la verdadera roca sobre la cual está fundada mi Iglesia. Animo, hija, fundaré mi Orden sobre mí mismo." Al mismo tiempo, vi un cáliz lleno de flores. Mi amable Doctor me dijo: "Mi bien amada, este cáliz lleno de flores es para embriagarte y embellecerte. a ello se refería David cuando dijo: Unges con óleo mi cabeza, rebosante está mi copa, (Sal_22_5). cuando le hice comprender que mi divina misericordia deseaba acompañarle todos los días de la vida. Tú puedes decir lo mismo: es lo que te he prometido. Mis promesas son infalibles."

Algunos días después de lo ocurrido, el P. de Meaux vino a informarme de la consulta que los médicos habían tenido, y que estaba [129] por partir, lo cual me entristeció en el acto. Sin responderle, me dirigí a ti, mi bien amado, diciéndote que me habías enviado a este padre que ahora me quitabas a causa de sus enfermedades; y que en consecuencia, me volvía al que me había enviado a él, que eras tú mismo. Comprendí que era necesario que el padre dejase el Colegio, afín de que no me hiciera permanecer en la casa de mi padre, cuando tú quisieras que iniciara la Congregación.

 En cuanto salió de mi habitación, se me presentó san Miguel para ofrecerme su ayuda. Al desaparecer, te hiciste ver con una tiara hecha en madera, sin joyas ni adornos. Me sorprendió que tu Providencia, en su diligencia admirable, no la hubiese adornado de piedras preciosas. Estas visiones me hicieron ver que habías dado a san Miguel una nueva comisión de asistirme, encomendándole el Instituto que deseabas establecer. Me le diste como uno de mis maestros, a fin de que me instruyera en tu voluntad por medio de irradiaciones y coruscaciones deslumbradoras. Me diste a entender, por medio de la tiara sin adornos que tenías al principio, que iniciabas tus proyectos en la más pobre apariencia, y los llevabas a cumplimiento por medio de ricos efectos; me enseñaste que eras mi buen Pontífice que proveería a todas mis necesidades, y que me compadecías en todo.

Capítulo 41 - Que la santa Virgen me presentó a la santísima Trinidad. De la venida del Espíritu Santo a mi alma para hacerme renacer espiritualmente; de doce lenguas de fuego y doce puertas. De Los deseos que los santos tenían de mi crecimiento para los designios del divino amor.

 [130] Al día siguiente, al comulgar, mi espíritu fue elevado en presencia de la santísima Trinidad, que se mostró solícita al considerarme como una pequeñita sostenida por la santa Virgen. Supe entonces que toda esta augusta Sociedad trataba sobre grandes misterios, destinando a esta joven, por acuerdo divino, a obrar cosas grandes para gloria de Dios, que, por ser bueno, se dignaba escogerla y aceptarla de manos de aquella que es su Madre, su Hija y su Esposa.

 Al pensar en la partida de este padre, seguía experimentando algunos resentimientos que mostraban mi debilidad. Me consolaste amorosamente, diciendo: "Hija, mis Apóstoles, a los cuales dije que era necesario que yo me fuera para enviarles al Espíritu Santo, seguían siendo imperfectos, entristeciéndose ante mi ausencia."

Querido Amor, me diste este ejemplo para que sobrelleve con mansedumbre mi propia imperfección, esperando el día de la venida de este divino Paráclito, el cual prometiste enviarme, y lo hiciste. En ese día sagrado, al comulgar, quedé extasiada. Llenaste de gozo mi corazón, y vi una mano que, con el dedo índice, me mostraba el oriente del cual deseabas, [131] en unión con tu divino Padre, enviar al Espíritu que de ustedes procede, que es todo amor. Me sentía confusa al verme tan imperfecta y privada de toda virtud. Este piadoso Padre de los pobres me consoló y me lavó, haciéndome renacer en este baño admirable, en el que recibí un nacimiento nuevo que arrebató y elevó mi espíritu en presencia de la santa Trinidad. Contemplé a estas Tres divinas Personas, que obraban esta admirable regeneración, llevándome en brazos como una niñita a la que lavaban con el agua que destilaba una nube. Escuché estas palabras: Destilad, cielos, como rocío de lo alto (Is_45_8). Que esta nube llueva al justo, y que en esta joven sea producido el divino Salvador.

 Vi doce lenguas de fuego, que fueron transformadas en doce puertas que representaban las doce entradas a la Jerusalén celestial. Me dijiste que tu Espíritu hace pasar a las almas por estas puertas, concediéndoles la justificación, mediante la cual es posible entrar por las doce puertas al interior de la celeste Sión [132] Sólo a través de estas doce entradas tendrán acceso a la gloria las naciones. "Mis Apóstoles recibieron estas lenguas, y mi Santo Espíritu ha abierto por ellos las puertas al Evangelio. Por esta razón, el Apóstol (que puede contarse como el décimo tercero, a quien descendí personalmente del cielo para llamarle al apostolado] exhortaba a los Colosenses reunirse para orar, diciéndoles: Orad al mismo tiempo también por nosotros para que Dios nos abra una puerta a la Palabra, y podamos anunciar el misterio de Cristo (Col_4_3).

   "Querida hija, mi Espíritu es un fuego que abre las puertas y que concede hablar en lenguas a los Apóstoles y a las personas que elijo para dedicarlas al gran ministerio de la conquista de las almas. El te ha concedido el lenguaje y la palabra para expresar mis misterios, a pesar de no ser tú sino una jovencita. El te abrirá las puertas que los enemigos de mi gloria desearían cerrarte; no temas, hija, la bendición de los hermanos de Rebeca es para ti, porque eres la querida esposa de tu Isaac, que soy yo.

 Recibe las felicitaciones de tus hermanos santificados y glorificados, los cuales se regocijan por el favor que has recibido de toda la santa Trinidad, la cual te ha elegido mediante una alianza tan augusta y una misión tan gloriosa. Todos te dicen a una: Oh hermana nuestra, que llegues a convertirte en millares de miríadas, y conquiste tu descendencia la puerta de sus enemigos (Gen_24_60). El placer que me has dado al responder a mis inspiraciones que te llaman hacia mí, "Iré," no me ha pasado desapercibido. Saldría de mí mismo si no permaneciera, en una divina persistencia, en mi inmensidad que lo llena todo, para llegar ante ti. Lo hago al reproducir mi humanidad sobre los altares a la manera de Isaac, quien salió al camino cuando vio acercarse a su Rebeca: Isaac se había trasladado del Pozo [133] llamado viviente pues habitaba el territorio del Negueb. Una tarde salió a pasear por el campo (Gen_24_6s). El vio a los camellos, y a Rebeca montada sobre uno de ellos, del cual descendió. Cuando ella a su vez vio a su prometido venir a pie, preguntó a uno de los servidores de Isaac: ¿Quién es este hombre que camina por el campo a nuestro encuentro? Dijo el siervo: Es mi señor (Gen_24_65).

 "Querida esposa, yo soy Aquél que emana del pozo paterno, que es llamado viviente y vidente, y que habito y reposo en el cenit del puro amor. Mi Padre y yo producimos al Espíritu Santo, que es el término de todas las emanaciones y divinas producciones de nuestra intimidad. He venido sin dejar el seno paterno, a las entrañas de mi Madre, que es un campo y una tierra de bendiciones. Ahora me llego a ti, que eres mi tierra y mi campo bendito en estos últimos siglos, que parecen un día que declina. He meditado por amor en los favores que mi Padre, yo y el Espíritu Santo hemos deseado comunicarte por toda la eternidad. He pensado regalarte estas gracias en mi calidad de Verbo divino y Verbo humanado, desde el momento de mi encarnación. Por medio de mi fiel san Miguel, te he enviado favores que son verdaderas joyas, dándole orden de enterarse si deseas ser mi esposa. Tú has respondido, como Rebeca que venías a mí por su medio, y has llegado acompañada de tu nodriza que es el Santo Espíritu, el cual no te ha retirado la leche de sus dulzuras desde que se complació en mostrarte que deseaba alimentarte de sus pechos reales y divinos. El jamás morirá; no es mortal como la nodriza de Rebeca la cual fue sepultada: En las inmediaciones de Betel, debajo de una encina; y él la llamó la Encina del Llanto (Gn_35_8). El Santo Espíritu produce doce frutos, uno de los cuales es el gozo, del cual saboreas la bondad, vives en paz y alegría. Te amo más de lo que Isaac amó a Rebeca, que el amor que tuvo hacia ella suavizó la tristeza que experimentó al morir Sara su madre. Mi bien amada, tempera la tristeza que la tierra debería tener al no haber podido retener a mi santa Madre." Querido Esposo, me dices has orado por mí afín de que yo conciba y dé a luz a dos pueblos: uno en el tiempo y el otro en el claustro [134] Si has destinado unas mujeres seculares por las primogénitas como si fueran Esaús, que no se vean privadas de sus bendiciones en el mundo. Yo espero que tus religiosas suplirán todo y que serán verdaderas israelitas. Es lo que te pido, oh mi divino Isaac.

Capítulo 42 - Que el Verbo Encarnado se me apareció con un manto de púrpura, y después revestido de una túnica blanca; cómo su designio fue revelado a la Hna. Catherine Fleurin.

 Después de que tu Majestad me reveló sus designios, me permitió seguir gozando de la dulzura de mi soledad en la casa paterna durante cinco años al cabo de los cuales, el 15 de enero de 1625, asistiendo a la misa que el P. Cotón decía en la pequeña capilla del Colegio de Roanne, elevaste mi espíritu en una sublime suspensión, durante la cual te me apareciste llevando un manto de púrpura usado y casi descolorido, que me pareció ser el mismo que [156] te dieron de burla junto con la corona de espinas y una caña por cetro, mientras se mofaban de ti diciendo: "Salve, Rey de los Judíos."

 Hiciste de mi alma tu tabernáculo, y de mi corazón tu trono, haciéndome comprender que deseabas que las hijas de tu Orden llevaran un manto rojo. Perdón, Amor, por la respuesta que por respeto humano te di entonces, diciendo: Señor, se reirán de mí cuando les proponga este manto. "Hija, ¿no me fue impuesto por burla? mis esposas deben amar mis desprecios y mis sufrimientos para mejor parecerse a mí. Quiero dirigir a todas estas palabras: Revístanse de Nuestro Señor Jesucristo, (Rm_13_14) y éste crucificado" (1Co_1_23). Querido Esposo, concédenos la gracia de revestimos enteramente de ti crucificado.

Algunos meses después te me apareciste revestido de una túnica blanca, diciendo: "Soy yo, el Esposo blanco y rojo, elegido por encima de todos los hombres y de todos los ángeles, y predestinado Hijo de Dios. Deseo revestir a las hijas de mi Orden de este blanco de inocencia y de este rojo de caridad; son éstos mis colores y mis libreas. Considera, hija, el amor que tengo por ti, asegura a tus hijas y hermanas que las palabras que David dirige a las hijas de Israel se realizan en verdad: Hijas de Israel, por Saúl llorad, que os vestía de lino y carmesí (2S_1_24). Diles, hija, que ellas lloran la muerte del Rey de Amor, que soy yo; y que en mi soberanía las he revestido de mi propia sangre; que ellas son para mí esposas de sangre, pero de una sangre que conservará eternamente su resplandor y la viveza de su color, afín de fortificarlas en el combate de la vida y darles el gozo y la paz al final; que su túnica blanca honra a la que me fue dada en casa de Herodes, y su manto al que recibí en casa de Pilatos. Sobre su escapulario representa mi Cruz sangrienta, mediante la cual he pacificado el cielo y la tierra." Alrededor de la octava de Pascua, la Hna. Catherine Fleurin, de Roanne, vino a verme para decirme que había visto durante [157] un largo éxtasis a cuatro ángeles que llevaban un cuadro en el que estaba pintado tu Nombre adorable, y el designio que me habías ordenado llevar a cabo. Ellos le dijeron que yo lo escondía. Al escuchar hablar a esta joven acerca de lo que los ángeles le habían dicho, admiraba tu sabiduría, que había revelado este designio a una joven que consideraba yo un tanto burda, y que las ursulinas habían despedido al onceavo mes de su noviciado. "Hija, me dijiste, la piedra que desecharon los constructores vino a ser la piedra angular (Sal_118_22). No mires su apariencia; el hombre mira las apariencias, pero Yahvéh mira el corazón (1S_16_7). Yo no miro las apariencias, sino el corazón."

 El domingo dentro de la octava del Santísimo Sacramento, esta buena joven, habiendo comulgado en la capilla de los Penitentes, cercana a mi casa paterna, mi madre me dijo que la invitara a comer. Viendo que había tiempo suficiente después de que comulgó me le acerqué para decírselo, pero me sorprendí al encontrarla en éxtasis. Esperé a que recobrara la palabra, y en cuanto volvió en sí me dijo que tu Majestad me mandaba decir que había llegado el tiempo para la realización de tu designio, y que lo hiciera saber al P. Cotón, quien estaba en París, según parecía, como provincial de la provincia de Francia.

 [158] No prometí a esta joven obrar con tanta rapidez, mostrando no creer mucho en lo que me decía que tu Espíritu me daba a conocer. No creo con facilidad en las revelaciones, y no creo obrar mal cuando discierno las mismas que yo recibo, pues podría equivocarme yo misma. La verificación de todas las que me has comunicado ha sido positiva hasta el presente. Espero que tu misericordia no permita que me engañe, porque no he pedido me pongas en este camino de visiones y revelaciones.

 El último día de la octava me hiciste ver un prado en el que pastaba una multitud de ovejas sin pastora; este prado carecía de redil; me invitaste a ocuparme del cuidado, guarda y dirección de estas ovejas, haciéndome escuchar: Apacienta mis ovejas (Jn_21_18). Querido Amor, no me contristaste por entonces, pero algún tiempo después me dijiste: Otro te ceñirá y te llevará donde no quieres (Jn_21_18). Sabes bien la repugnancia que me causaría alejarme de la soledad, el recogimiento y la quietud que encontraba tan dulce en la casa paterna. Me hiciste ver entonces varias coronas como para coronar altares de sacrificio, con las cuales deseabas que alimentara tus ovejas y que ellas se ofrecieran junto conmigo en sacrificio de amor. Sin embargo, todas estas coronas no me alcanzaban; tu voluntad era más fuerte para atraer la mía hacia la aceptación de este oficio, que no comparo con el de san Pedro, a pesar de que me pedías que apacentara [159] a tus ovejas.

 Mucho tiempo después me representaste gran número de palomas que venían de tiempo en tiempo a picotear sobre mi pecho granos de trigo que tú mismo habías sembrado en él. Sentía yo que el pico de unas me lastimaba, pero sufría este dolor como las madres y nodrizas sufren sin quejarse de los dolores que reciben de sus criaturitas. Si llegan a lamentarse, expresan una queja amorosa que no les impide seguir dando el pecho, aunque esto les cause dolor.

 Capítulo 43 - Que la santa Trinidad, la sagrada Virgen y todos los santos me rodearon de un cerco de luz, para obtener de mí la promesa de iniciar la Congregación lo más pronto posible.

 El día de san Claudio, Arzobispo de Besançon, la Hna. Catherine me dijo que debíamos iniciar la Congregación lo más pronto posible. No estaba yo resuelta a salir de la casa de mi padre hasta tener otros sentimientos interiores. Le dije entonces, riéndome de ella: " ¡Comienza tú misma la Congregación!" Ella se dio cuenta de que hablaba yo así por ironía. Al considerarla, la encontraba buena, pero carente de destreza, sin saber leer bien y mucho menos escribir; incapaz de enseñar las costumbres de la época o la urbanidad que necesitan aprender las jóvenes de buena crianza, la cual los padres de familia consideran más importante que sus deberes de enseñarlas a ser piadosas, pues temen que tu Majestad las escoja para ser esposas suyas. Hay tantos ciegos que en lugar de buscar para sus hijas primeramente el Reino de Dios y su justicia, hacen lo contrario. Más para que lleguen a ser piadosas, nos proponemos enseñarles buenos modales, para que lleguen a serte fieles. Es necesario recurrir a estas estratagemas aunque no para convencerlas de ser religiosas, ya que solamente tu Espíritu da el don de la vocación.

Tú, Señor, que haces las cosas de la nada, impulsaste a esta joven a decirme: " ¡Sí, sí, yo comenzaré! Dios puede muy bien concederme las cualidades que me faltan. Al rehusarte a comenzar, ¡estás resistiendo al Espíritu Santo!"

 Habiéndome dicho estas palabras, mi espíritu se sintió vencido: conocí [160] que tu Espíritu me hablaba por boca de esta joven, la cual se puso a orar delante del altar de Nuestra Señora del Rosario; yo hice lo mismo ante el gran altar de la iglesia de san Esteban de Roanne, después de haber asistido a Vísperas en la misma iglesia. Querido Amor, en cuanto me puse de rodillas, la adorable Trinidad y todos tus bienaventurados me rodearon de luz y me cercaron gloriosamente.

Todos los santos me representaban los deseos que tenían de esta fundación, diciéndome que sería el compendio de tus maravillas; que por ella tu divino Padre te clarificaría como recompensa de la glorificación que le habías dado al estar pasible en la tierra; a su vez, deseaba glorificarte ahora que eres impasible. Tu santa Madre me decía que deseaba favorecer todo el honor que le prodigabas al proteger los establecimientos dedicados a su nombre y a su persona, favoreciendo a su vez esta Orden que tendría como fin honrarte.

 No puedo describir todo lo que ella y los santos me dijeron, ni las caricias inefables que me prodigó toda la santa Trinidad, la cual descendió de su lugar, [161] si puedo hablar de esta manera, sabiendo que está en todo por su inmensidad, para revestirme de una manera inefable. Al verme tan gloriosamente rodeada de un cerco de luz, me rendí después de decirme tu Majestad que permanecería cercada por estos resplandores hasta que prometiera iniciar la Congregación lo más pronto que pudiera. Amor, eres tan prudente como poderoso. Te prometo que saldré de casa tan pronto como reciba el consentimiento del P. Jacquinot, al cual tu Majestad concederá la voluntad de permitírmelo. Habiendo dicho esto, levantaste el sitio, y aunque yo fuera la vencida, tu benignidad, caballerosa en extremo, me regaló sus victorias, prometiendo hacerme triunfar. Adorable Bondad, nada puede comparársete.

Capítulo 44- Que mi divino esposo quiso visitarme acompañado de sus cortesanos celestes, y cómo su Providencia dispuso todo para su gloria y las visiones que me comunicó, así como los grandes favores que me hizo esperar. 

 Contando con mi consentimiento, tu Majestad quiso visitarme nuevamente en unión de todos los santos de su corte celestial. Por la noche, al encontrarme en mi habitación, toda tu corte me felicitaba por la amorosa predilección que mostrabas hacia mí, alabando tu misericordiosa caridad, que había escogido a una jovencita para proclamar tu Nombre [162] eterno y temporal, extendiendo la gloria sobre la tierra. Hacían resonar estas palabras de Isaías: Consolad, consolad a mi pueblo (Is_40_1). Todas sus alabanzas me confundían; imprimiste en mi alma un conocimiento tan profundo de mi nada, que repetí, contando con tu agrado, las palabras de tu santa Madre: He aquí la esclava del Señor, hágase en mí según tu palabra (Lc_1_38). Oh amorosa dulzura, me hiciste escuchar, sin saber quién me hablaba: Bienaventurada tú que has creído, porque se cumplirán en ti las palabras del Señor (Lc_1_45).

 Mi confesor, que era por entonces el P. Nicolás Dupont, me dijo que el P. Jacquinot regresaba de París a Toulouse pasando por este Colegio de la Provincia de Toulouse y que había llegado ya. Me asombré al escuchar la noticia, considerando lo que tuvo que hacer este padre para recorrer algunas leguas más y poderme ver, ya que tú se lo habías inspirado.

 No me equivoqué; llegó el sábado 21 de junio por la noche, lo cual me comunicó al momento mi confesor, pero no pude verle hasta el día 22 por la mañana. Este buen [163] padre me dijo: "Hija, sólo por consideración a ti he pasado por esta ciudad." "Padre, esperaba esto de su caridad; la gloria de Dios le ha hecho pasar. El cielo y la tierra me presionan a comenzar la Congregación. El P. Rector, mi confesor, y el de a Hna. Catherine, el P. Bonvalot, son de la misma opinión. Yo he prometido, a condición de que usted lo ratifique y después de pensarlo me de una respuesta." Querido Amor, el padre lo pensó seriamente. Temía muchas contradicciones que no me comunicaba, y daba largas al permiso, diciéndome: " ¿Qué dices a esto, hija?" "Padre, nuestro Señor me ha prometido que él mismo lo hará. Me ha ordenado le diga que usted y yo sentiríamos su bondad y que sumergiríamos nuestros corazones en su poder, pues él me hará la distribuidora de los bienes de su casa." Después de enterarse que tu Majestad lo deseaba, me dijo: "Comienza, hija, en cuanto puedas hacerlo." Su consentimiento te complació.

  Después del mediodía quise regresar a verlo con la Hna. Catherine Fleurin; [164] ella habló con él. Mientras hablaban, fui a la iglesia del colegio para hacer oración. Al orar, vi una corona de espinas; dentro de ella estaba tu Nombre, Jesús, bajo el cual había un corazón donde estaba escrito Amor meus. Me dijiste entonces: "Hija, mi Nombre es un bálsamo derramado. Muchas jóvenes serán atraídas a esta Orden por su dulzura; haz colocar sobre el escapulario rojo lo que ahora acabas de ver en esta visión, afín de que yo repose sobre el pecho de mis fieles esposas. Mientras estaba en la tierra, me quejé con toda razón de que los zorros tenían sus guaridas y los pájaros sus nidos, y que no tenía dónde reposar mi cabeza. Háganme reposar sobre su pecho". Te pedimos que así sea, querido Amor de nuestros corazones, y que cesen así tus quejas en estos últimos siglos: Las zorras tienen guaridas y las aves del cielo nidos; pero el hijo del hombre no tiene donde reclinar la cabeza (Mt_8_20).

 Al día siguiente, que era lunes 23, habiendo comulgado, mi espíritu fue arrebatado. Me hiciste ver entonces al Santísimo Sacramento en el sol de una custodia, el cual, conteniendo a este divino Sacramento, se sostenía por su virtud en el aire entre las nubes, donde te me apareciste, mostrándote como de treinta y tres años. Te vi coronando a una joven arrodillada sobre las nubes a tus pies. Me [165] diste a entender que yo era la joven agraciada con estos favores por el exceso de tu amor que me coronaba, no por mis méritos. Yo veía que esta sagrada custodia que contenía al divino Sacramento se inclinaba amorosamente hacia mí, diciéndome: "Mi amor es mi peso." Una multitud de ángeles estaban también en el aire, diciéndose unos a otros: He aquí la esposa del Cordero; venid a ver a la esposa del Cordero: Gocemos y exultemos, y démosle gloria, porque llegó la boda del Cordero, y su esposa se ha vestido de gala. a ella ha sido dado el poder de adornarse con la justificación de los santos para ser agradable a su divino esposo, que es el candor de la luz eterna (Ap_19_7s). Fui revestida de una túnica de candor brillantísima para mí sin explicación. Mi madre estaba conforme con todas tus voluntades, por lo que me permitió en seguida seguir tus inspiraciones, aunque sufría un dolor extremo al privarse de mí, a quien amaba más que a todas mis hermanas. Me dijo así: "Hija, mi inclinación natural es no permitir que me dejes, pero deseo sobreponerme para seguir la divina inspiración.

"Mi vida no durará mucho; yo querría que me atendieras durante el poco [166] tiempo que debo permanecer todavía en este valle de miseria, pero no quiero retrasar los designios que Dios tiene sobre ti." Sus lágrimas eran como flechas que aumentaban mi cariño hacia ella, al ver la violencia que hacía a su amor maternal. No deseaba redoblarlas mezclando también las mías, que retuve hasta que me encontré sola; sin embargo, me disponía a salir el día de la Visitación de tu santa Madre.

 Al enterarse mis tres hermanas de este proyecto, no mostraron tanta resignación a tu divina voluntad, ni tanta confianza en tu bondad. Temían que todo acabaría en una confusión, que después de una larga y muy enojosa espera, no lograra nada. Así me lo hicieron ver, pero les respondí: " ¡No se dejen llevar por estos temores! Aunque hiciera falta esperar cuarenta años, nuestro Señor me dará la constancia de esperar. Esperando contra toda esperanza, tendré confianza en su Providencia."

La víspera de los santos Apóstoles Pedro y Pablo, habiendo ido por la tarde a la iglesia del Colegio, mi alma se encontró triste al pensar en las contradicciones que tendría, y que ya empezaban a asaltarme [167] Me hiciste comprender que el establecimiento de esta Orden se haría como el del templo: Con una mano cuidaba cada uno de su trabajo, con la otra empuñaba el arma, (Ne_4_1) diciéndome que la oración, la paciencia y la fortaleza con tu gracia me eran necesarias para perseverar en los largos períodos de espera que no me especificaste en manera alguna. Al día siguiente, día de la fiesta de esos dos grandes Apóstoles, me hiciste ver, después de la Comunión, toda clase de armas, con las cuales no pudieron herirme quienes las portaban, aunque fueran expertos en su manejo.

 Tú eras mi escudo. Por la noche, al hacer mi examen, vi un pozo profundo dentro del cual vi un sol como en su origen. Los que portaban esas armas querían destruirlo con ellas, pero sus esfuerzos eran vanos. Me dijiste: "Hija, ¿Qué pueden estas armas contra este sol? Así será en todas las oposiciones que habrá contra mi Orden." Al mismo tiempo, se me apareció la imagen de Nuestra Señora de Puy, y escuché estas palabras: "Confíate a ella; ella te ayudará y yo no te abandonaré jamás."

 Capítulo 45 - De la aflicción interior que me causó fiebre la noche antes de salir de la casa paterna, y de las grandes promesas que me hizo Dios para el bien universal de la Orden, y el mío en particular.

  [168] La noche anterior al día de la Visitación, permitiste a los demonios y a todo lo que se puede llamar aprehensión, terror, pánico, me dieran un asalto general. Mi cuerpo no pudo soportar esta tempestad que se agitaba en mi espíritu, y caí enferma de un acceso de fiebre. Permanecí en este sufrimiento hasta las dos de la madrugada, pero como nunca has dejado a mi alma presa de largas aflicciones, me enviaste un dulce sueño, que duró dos horas, el cual calmó mi espíritu y volvió la salud a mi cuerpo. Al despertarme vi dos claridades: una era la luz del día para el cuerpo, y la otra tu propia luz para el espíritu; todos mis enemigos habían sido dispersados, y mis tinieblas disipadas. Asistí a misa en la iglesia del Colegio, antes de dirigirme a la casa que las ursulinas de París habían abandonado, y que al presente ocupan las religiosas de santa Isabel.

   Después de misa entramos tres jóvenes a dicha casa: la Hna. Catherine Fleurin, la Hna. María Figent y yo. Mi madre me dio veinte escudos; la de la Hna. Catherine diez, y la otra no hizo aportación alguna debido a su pobreza [169] Los Reverendos Padres Dupont y Bonvalot hicieron bien al insistir en mi salida antes de recibir respuesta de mi padre, que estaba en París, pues él no consentía en que saliera yo de su casa, lo cual me causaba no poca aflicción. Pero no quise dejar tu yugo ni volver la espalda a tus designios, decidiéndome a no volver a su casa. Prohibió entonces a mi madre darme pensión alguna, pensando que la necesidad me haría regresar. Mis dos compañeras tampoco recibieron ayuda alguna a partir de ese día.

 Tu Providencia quiso hacer ver el cuidado que tenía de su Orden, pero en particular de mí, diciéndome: Escucha, hija, mira y pon atento oído, olvida tu pueblo y la casa de tu padre, y el rey se prendará de tu belleza. El es tu Señor, ¡póstrate ante él! La hija de Tiro con presentes, y los más ricos pueblos recrearán tu semblante. Toda espléndida, la hija del rey, va adentro, con vestidos en oro recamados (Sal_45_11s). Hija, ponme atención; con sumisión, olvida tu pueblo y la casa de tu padre, y yo me complaceré en las gracias que te he concedido. Yo soy tu Señor y tu Dios, [170] que seré adorado por los pueblos a causa de las maravillas que obraré en ti. Mis ángeles desearán ver tu rostro, que es agradable a mis ojos, y lo harán amable. Ellos te llevarán regalos; ellos te abastecerán de todo lo que será de mi agrado: que toda tu gloria radique en el interior, que soy yo, tu interioridad misma, haciendo mi morada en tu alma. El Espíritu Santo es tu nodriza: El Espíritu Santo enviado desde el cielo, a quien los ángeles ansían contemplar (1Pe_1_12). Los ángeles desean continuamente llevar a su cumplimiento sus designios, y por ello le contemplan sin cesar. Hija, aunque te veas abandonada de tu propio padre, y que él te prive de lo que te debe según la naturaleza, te daré lo necesario para edificar mi templo, y llevar a término la obra de tu Señor y de tu Dios. Tú me darás un séquito de vírgenes." Querido Esposo, yo no dudaba de tus promesas, pero eran para el futuro y los rechazos de mi padre y la separación de mi madre eran el presente y afligían mi espíritu. Lloraba como una niña, y tú me consolabas como un Dios escondido y Salvador, pues no permitiste que mi voluntad se determinara a volver a Egipto; no me sentía tan contenta en compañía de estas dos jóvenes como en la casa de mi padre, porque me veía privada de mi querida soledad y de holganza para tratar contigo en la oración.

[171] El segundo día después de la Visitación, estando en misa, tuve que salir con mis compañeras cuando tu Majestad comenzaba a consolarme. Al volver de misa entré a la cocina, en la que no había mucho que hacer, siendo nosotras solamente tres. Tu bondad, al verme desocupada, vino a conversar con pláticas que arrebataban mi espíritu, haciéndole ver una santa montaña sobre la cual vi al Padre Eterno, que llevaba en su seno a todas las hijas de tu Orden, diciéndome que las engendraría él y no la carne, ni la sangre, ni la voluntad humana, sino la divina. Me explicaste, en favor de esos nacimientos de gracias en el tiempo, tu generación natural y eterna, diciéndome: "En este establecimiento yo, que soy el Verbo Encarnado, haré una extensión de mi Encarnación. Habitaré con ustedes y verán mi gloria igual a la del Padre que me engendró entre divinos resplandores antes del día de la creación. Me verán lleno de gracia y de verdad, para cumplir en ti y en mi Orden todas las promesas que te he hecho, que te hago y que te haré."

En este arrobamiento me hiciste ver a todas las hijas que tu Padre llevaba en su seno, engendradas [172] y producidas en forma augusta, las cuales subían esta santa montaña acompañadas de muchas personas de uno y otro sexo, que me eran desconocidas.

 Todas estas hijas y las otras personas salmodiaban y decían al subir: ¡Oh, qué alegría cuando me dijeron: Vamos a la Casa de Yahvéh! ¡Ya estamos, ya se posan nuestros pies en tus puertas, Jerusalén! a donde suben las tribus, las tribus del Señor, es para Israel el motivo de dar gracias al nombre de Yahvéh (Sal_122_1s).

 En ese tiempo desconocía yo la santa montaña del Gourguillon, que era la que me mostraste en esta visión, sobre la cual me deparabas una casa, impeliendo o invitando a las hijas de santa Clara a salir de ella y buscar una más abajo; esto se hizo por mediación de tu Espíritu, que deseaba prepararme alojamiento; por ello doy gracias a santa Clara, quien me prometió el 3 de enero de 1619 que me ayudaría en algo importante. Estaba en compañía de santa Teresa, y ambas me exhortaban a tener gran valor para llevar a cabo tus designios. El día de la fiesta de esta santa, pensando si se ocuparía tanto de este Instituto como esperaba yo de su caridad, me hiciste ver un reloj solar, y la línea donde el sol marcaba la hora [173], diciéndome: "Hija, yo soy el centro de todas estas líneas que son mis santos y santas. Mi Providencia, que es un sol, detiene su luz sobre quien deseo hacer evidente mi hora, para marcar ante todos los santos el punto donde quiero detenerme. Ellos se inclinan a mi deseo, complaciéndose en lo que me agrada, y no en ellos ni en lo que les parecería más conveniente, según el juicio de personas mortales. Conoce en esto, hija mía, que se trata de la unión, la comunión y la consonancia de todos los santos a la primera regla, que es la Divina Voluntad.

  "La amable complacencia de este primer movimiento que impulsa poderosamente pero con dulzura y sin violencia a todos estos cielos gloriosos, me refiero a todos los bienaventurados, a quienes gobierno por el instinto arrebatador de mi divina sabiduría, que abarca de un extremo al otro, disponiendo fuerte y suavemente de todos en todo y por doquier.

  "Querida hija, no dudes que santa Clara y todos mis santos no tengan sino el gran deseo de contribuir a la Orden que yo deseo establecer. No te sorprenda el no haber sido admitida por las carmelitas. Santa Teresa te considera no como hija, [174] sino como hermana suya; ella se conforma a mis mandatos, y desea que te vistas del blanco del Líbano y del rojo del Carmelo; y yo te digo que he destinado a mi Orden, por toda la eternidad, a portar la gloria del Líbano y la belleza del Carmelo: La gloria del Líbano le ha sido dada, el esplendor del Carmelo y de Sarón (Is_35_2). Hija, la mayor parte de las promesas favorables hechas en Isaías se cumplirán en esta Orden. Al leerlas, las verás realizarse con tanta claridad, que cualquier duda tuya desaparecerá."

Capítulo 46 - De un abandono interior con el que la divina Providencia quiso probarme, después del cual mi divino esposo me consoló, visitándome y comunicándome delicias que sólo él puede expresar.

 El mismo año de 1625, me privaste durante algunos meses de tu deliciosa presencia. No encuentro las expresiones ni las palabras adecuadas para expresar las aflicciones que encontraba mi alma en compañía de aquellos y aquellas con los que necesariamente debía tratar y conversar. Temía haber sido culpable, y que por crímenes que ignoraba hubieras decidido este abandono, que jamás había experimentado en la casa paterna, y como durante nueve años jamás había tenido un solo día de desolación parecido a estos tres meses, te dije: " ¿He sido ingrata a tus favores? ¿He olvidado las gracias que he recibido de tu pura bondad?"

 Jamás pensé haberlas merecido; [175] me dirigiste las palabras del Cantar: Indícame, amor de mi alma, dónde apacientas el rebaño, dónde lo llevas a sestear a mediodía, para que no ande yo como errante tras los rebaños de tus compañeros (Ct_l_7). ¿Podré discernir bien los pasos de mis rebaños? ¿Qué impresión puede quedar marcada sobre los caminos de una tierra seca, como tierra sin agua? Eres tú quien es mi pastor; si no apareces para alojarme en tu costado, estoy en peligro de permanecer vagabunda y sin rumbo.

 Las almas que llevas por las vías ordinarias y comunes encuentran en estos grandes caminos guías que las conducen a cobijos de ellos conocidos; pero para llegar a ti, que has volado por encima de los cielos, los cuales has, por así decir, convertido en bronce en este tiempo a semejanza del que contempló el Profeta Isaías: ¿Quién podrá penetrarlos?

Y además, al haber tú retirado la escalera, ¿Quién podrá subir hasta ellos? Escucho, o me parece escuchar: a mi yegua, entre los carros de Faraón, yo te comparo, amada mía. Graciosas son tus mejillas entre los zarcillos, y tu cuello entre los collares (Ct_1_9). Si yo soy tu ternerita, ¿por qué permites que sea atada a un carro extranjero? ¿Acaso existe comparación? Faraón significa el que disipa, y Salomón, el pacífico. Tu eres mi Rey pacífico y benigno, amorosamente dulce, que unifica todos los poderes de mi alma con sus encantos; Faraón, en cambio, los asusta y divide con su aspecto terrible, que me atemoriza; tú dices: "Muy bien, amor," al verme rehusar todo otro amor que no sea el tuyo, [176] cuando me comparas a la tortolita, mis mejillas, cubiertas de lágrimas que corren hasta mi cuello para confundirse con este collar que estimas precioso, te hacen ver claramente que no puedo vivir alegre si no te me haces presente con los signos del amor y la benignidad. Es la observación del Rey Profeta: El mismo Yahvéh dará la dicha, y nuestra tierra su cosecha dará (Sal_84_13). Este collar compuesto de las perlas de mis lágrimas te da a conocer que soy tu esclava voluntaria, y no por fuerza.

Al verme la Hna. Catherine Fleurin de un humor tan diferente a la buena disposición que solía mostrar, me preguntó en qué aflicciones me encontraba. Mi franqueza no pudo disimular lo que me desagradaba decir tanto a ella como a las hijas de Jerusalén, y que sólo a ti decía, repitiendo con frecuencia estas palabras en mi pensamiento: Dice de ti mi corazón: Busca su rostro (Sal_27_8).

 Le respondí, por permisión de tu sabiduría, al menos así lo pienso, que no me parecías el mismo de siempre, y que ignoraba la causa de ello, diciéndote con David: Pero ¿quién se da cuenta de sus yerros? De las faltas ocultas límpiame. Entonces seré irreprochable, de delito grave exento (Sal_19_13s).

Querido Amor, ¿se debía tal vez a la pena de haber dejado a mi madre, y de la cólera que me testimoniaba mi padre en sus cartas por haber salido de su casa? ¿Puedo ser insensible a los sentimientos naturales, si no me das esta gracia? Yo no consiento a las inclinaciones naturales que tengo de estar al lado de mi madre, ni a los disgustos que experimenta mi alma por la exageración de los rigores [177] con los que mi padre me aflige en sus cartas.

Te digo, Amor, que por tu gracia sigo resuelta a perseverar en mi vocación, no obstante si mi padre llegara en realidad a tratarme como amenaza hacerlo en sus cartas. Mientras estaba desolada como lo expresó tu profeta doliente al describir las aflicciones y las desolaciones de su querida Jerusalén, mandaste a la Hna. Catherine me dijera que me habías amado, me amabas y me amarías con una caridad infinita. Ella me repitió estas palabras de parte tuya, pero ¡ay! yo estaba como Magdalena: nada sino tus dulces labios me podían consolar; te decía: Dios mío. Dios mío, ¿por qué me has abandonado? Está seco mi paladar como una teja mi lengua pegada a mi garganta (Sal_22_2s). En este tiempo de tribulación, no dejaba de hablar con quienes me visitaban.

 Reía sin gozo en las recreaciones; durante las comidas comía sin apetito, y en el lecho dormía sin descansar. Me quejaba con soliloquios de mis imperfecciones tanto al dormir como al velar, deseándote para mostrarte mis penas, las cuales no ignorabas, complaciéndote en ponerme a prueba mediante la privación de tus dulzuras, aunque tu bondad te impelía a visitar mi corazón mientras yo dormía, pudiendo repetir con la esposa: Duermo, y mi corazón vela. Oigo la voz de mi amado: Ábreme (Ct_5_2). Pero abriste tú [178] mismo. Mi amado metió la mano por la hendidura; y por él se estremecieron mis entrañas (Ct_5_4).

Mi corazón, abierto por tu mano derecha que es una llave que puede abrir todo lugar, se estremeció. Dirigiste un asalto general contra todas mis potencias; entraste por la brecha que tú mismo habías hecho, te ofreciste como botín; y la vencida se vio, por tu amor, victoriosa y felizmente librada de las aflicciones que había sufrido en tu ausencia. Encendiste en mi corazón un fuego que era ardiente y brillante, el cual disipó todos los pensamientos que la tristeza había producido en mi alma. Tu coro celestial cantaba el himno de tu gloria, produciendo movimientos que se pueden llamar fuego de alegría.

Te me apareciste después, al ir yo a comulgar, teniendo un cuerpo transparente y luminoso, pero tu sabiduría suprimía de un modo divino el resplandor, demasiado luminoso, que ni mi entendimiento ni mis ojos hubieran podido soportar si ella, diestramente, no hubiera velado o desviado estos rayos adorables. Tu Majestad, amorosamente apresurada, se lanzó a mi cuello como lo hace un niño al abrazar a su madre, con ternuras difíciles de expresar, pero más fáciles de experimentar. Te llegaste a mí con un ímpetu que mostraba la dulzura y la benignidad [179] de un Esposo sagrado, que es todo para su esposa así como ella es toda de él, pues no pertenece más a ella misma. Mi amado es para mí, y yo soy para mi amado: él pastorea entre los lirios (Ct_2_16). Admira el ojo la belleza de su blancura, y al verla caer se pasma el corazón (Si_43_18)..

 No me está permitido expresar a los hombres las delicias que recibí de la unión que tu Majestad hizo conmigo; se trata del secreto de la alcoba divina que un Hombre-Dios, y no una jovencita, puede expresar divinamente a quienes le place. Es el Rey de reyes, el Señor de los señores, el único que posee la inmortalidad, que habita en una luz inaccesible, a quien no ha visto ningún ser humano ni le puede ver, como él se ve en el Padre y en el Espíritu Santo: a él el honor y el poder por siempre. Amén (1Tm_6_16). Al tomar nuestra naturaleza en las entrañas sagradas de una Virgen más pura que todos los ángeles, tu virtud altísima cubrió con su sombra su humildísimo espíritu, lo mismo que su cuerpo sacratísimo, afín de que el uno y el otro no fuesen oprimidos por las sublimes claridades de tu augusta gloria; viendo al ángel, que había llevado consigo algunas irradiaciones, la Iglesia dice: Protegió a la virgen de la luz. Fue necesario que este príncipe revestido de tus luces, Oh Verbo divino, [180] asegurase a esta joven Madre y Esposa que había encontrado gracia delante de su Padre, su Hijo y su Esposo, cuya fuerza supereminente la cobijaría con su sombra. El Espíritu, solo Dios, obraba esta maravilla incomprensible a las creaturas, e igualmente inefable a todos los espíritus creados. Después de esto, y con mayor razón, repetí con el Profeta Zacarías: ¡Silencie, toda carne, delante de Yahvéh, porque él se despierta de su santa Morada! (Za_2_17).

Capítulo 47 - De los favores inenarrables y las deleitables caricias con que la divina bondad colmó mi alma para prevenir, por medio de estas dulces bendiciones, las lágrimas y las amarguras que me causaría el fallecimiento de mi madre.

 Tu sabiduría clarividente había previsto y prevenido los sufrimientos que me causaría la larga enfermedad de la que murió mi madre. Para disponerme a estas penas, quisiste embelesarme divinamente, desbordando torrentes de delicias en mi alma, entreteniéndola continuamente con ilustraciones arrebatadoras, de tal modo que me vi forzada a decirte: "Señor, ¿cómo podré conciliar este pasaje: El hombre vivo no podrá verme? Vivo en la tierra como peregrina, y me haces [181] ver y gozar las delicias de la meta final."

 "Hija, las reglas generales tienen excepciones, y aunque me puedas decir que siendo, como soy, la verdad infalible, esta palabra se cumple a la letra. Yo te digo que el alma que vive una vida divina por participación, como privilegio del amor, no vive solamente su vida natural; puede, como excepción, verme por prerrogativa al vivir esta vida sagrada que la unción divina le comunica. Soy tan bueno como poderoso, e igualmente libre de hacer en el cielo y en la tierra todo lo que place a mi amor, cuyo agrado es darte a probar por adelantado los gozos de la gloria celestial, y que incline hacia la tierra, por causa tuya, los cielos de mis favores, afín de que puedas decir: ¡Qué bueno es el Dios de Israel para los rectos de corazón! (Sal_72_1).

El día de Reyes de 1626, habiéndome concedido diversos favores que procedían de una misma fuente de caridad, quisiste, durante este año, poner tu sello a todos los bienes que deseabas darme. Se trataba de los tesoros de tu Cruz y de tus infinitos méritos, dotándome con ellos a la manera en que un Esposo y divino Enamorado decide enriquecer con exceso a su esposa, por una dilección más fuerte que la muerte. Me hiciste ver tu Cruz sellada de rojo, diciéndome: "Hija, he aquí mis riquezas puestas en inventario y selladas con mi sangre. Son para ti, son mis tesoros."

Me revelaste después maravillas sobre el estado religioso [182] y en particular de tu Orden, prediciéndome que para darle más gloria, sufriría grandes contradicciones y desprecios casi universales, provenientes de toda clase de personas de posición, de condición humilde, de religiosos y de seglares, a imitación de las contradicciones y desprecios que san José, tu santa Madre y tú habían sufrido en el Establo, en Egipto, en Judea y en el Calvario. Que, sin embargo, después de estos sufrimientos participaríamos en la gloria de que gozas desde tu Ascensión, habiendo hecho llegar la gloria de tu santo Nombre hasta naciones lejanas; que la gloria de esta Orden se extendería a distintos países, de los cuales reunirías a tus hijas en esta Orden bendita por tu Padre, quien deseaba extenderla en diversos lugares de la tierra.

En este mismo mes de enero me dirigiste estas palabras: Pídeme y te daré a los pueblos en herencia y posesión tuya hasta los confines de la tierra (Sal_2_8). Continuaste diciéndome que yo era el Monte Sión donde tu divino Padre te había constituido y establecido como Rey, para predicar en él tus preceptos amorosos. El 9 de marzo de 1626 llamaste a ti a mi madre, librándola de las miserias de esta vida, después de haberme hecho ver una morada adornada de estrellas que tu bondad le había preparado, habiendo permitido que la Sra. Ana, viuda de Barbillon, la viera [183] después de su muerte como un arbusto ardiente que conservaba su verdor sin quemarse con el fuego que consume a tantas otras. Había llegado al grado más alto de castidad a que puede llegar una mujer casada. Mi padre vivió veinte años en París sin verla, seguro de su virtud. Ella me dijo un día que tu bondad le había concedido gratuitamente no tener ni el pensamiento ni el sentimiento de lo que su modestia y mi consideración no le permitía nombrar sino en términos tan atenuados que haría falta tener conocimiento particular para poder entenderse la una con la otra, diciéndome: "Me disgustaría mucho si tuviera que verme obligada a pensar en aquello en lo que ya no pienso nunca: la pena de la estancia de tu padre en París me aflige por nuestras hijas. Si él las recogiera a todas, me sentiría muy feliz de vivir en libertad como soltera, pero ¡qué no se haga mi voluntad jamás, mi Dios!"

 En todas las aflicciones que le enviabas o que permitías, ella exclamaba: Gloría al Padre y al Hijo, añadiendo: Digna Madre de Dios, gran Madre de Dios, me confío a ti. Así murió como había vivido, después de haber [184] recibido todos los sacramentos durante su enfermedad. Estuvo enferma desde el día de san Miguel hasta el 9 de marzo. Se confesó y comulgó varias veces, y se le rezó la recomendación del alma más de una vez, porque durante esta enfermedad tuvo convulsiones, después de las cuales su contrición, su devoción y su paciencia fueron la edificación, por no decir la admiración, de quienes la visitaban. El último día que le concedió tu Providencia fui a verla por la noche, lo cual no era mi costumbre, pues en otros días en que la veía más grave había ido más temprano. Parecía estar mejor esa noche, razón por la cual no se la hizo velar por religiosas, ni se llamó al médico. Tú me inspiraste, oh mi Señor y mi Dios, de permanecer a su lado, aunque ella no deseaba que la sirviera en cosas que le eran penosas, temiendo que a mi vez cayera enferma, y pidiendo a mis hermanas hicieran estos oficios, lo cual me apenaba, pues era mi deber, pero me privaba de este consuelo para no causarle pena y acceder a sus deseos. Me partía el corazón al decirme: "Hija, ¡estoy sola!" "Mamá, mi tío, mis tres hermanas y la joven que te atiende están aquí contigo." "Sí, hija, ¡pero tú no estás!" "Mamacita, si me hubieras [185] dicho tu deseo, me hubiera quedado en casa durante tu enfermedad; nuestro Señor lo quiso; has dado a conocer que le amabas al permitir que entrara de religiosa, lo cual no me impide venir a cumplir los deberes que tengo para contigo."

 Después de conversar un poco, me alejé tres pasos de su lecho para darle un descanso, pero tu Providencia, que le preparaba otro para la eternidad en la gloria, no le permitió tenerlo en esta vida, pues sintió una como sofocación en su seno, que la oprimía. Así, me dijo: "Hija, ¡ven a mi lado y diremos juntas las letanías de la Gran Madre de Dios!" Habiéndome invitado a comenzarlas, ella respondía con tanto fervor, que al dejar de responder a la oración que hice por ella porque casi no tenía pulso, expiró elevando la mano derecha para hacer el signo de la Cruz. Al mismo tiempo que recitaba yo las oraciones que son un adiós para el alma, mis ojos llenos de lágrimas demostraban a tu Majestad que yo era hija de esta madre que me amaba más que a todos sus hijos, y mi corazón te decía: "Ella te amó más que a mí, más que su vida y todo lo creado. Te la encomiendo como tú recomendaste la tuya a san Juan. Pongo a mi madre en [186] tus manos; ponme a mí en las de la tuya, que es tan poderosa; ¡dámela por Madre!"

 Estando sobre este lecho de dolor, percibí un aroma muy dulce y perfumado, que fue para mí un signo de que mi madre era tu buen olor, y que la coronabas de rosas y de azucenas sembradas por ti, después de tantas espinas, que encontró, sin exageración, desde la edad de doce años, en que la resucitaste, según me lo dijo en varias ocasiones, por intercesión de san Claudio. Al estar cubierta del sudario con que se cubre a los muertos, su mamá clamó: " ¡San Claudio, Señor mío, resucitad a mi hija!" La fe de mi abuela fue escuchada, para conservarme a una madre cuya memoria es la bendición de quienes la conocieron como yo, aunque esto me sirva de confusión al pensar en sus virtudes y en mis imperfecciones. Le cerré los ojos y recibí el último suspiro de la que, después de ti, me había dado la vida, el aire, la respiración y la vista al darme a luz; pero, después de todo, la naturaleza pidió su tributo, que fue un pequeño desmayo en el que no perdí enteramente el sentido, haciendo signo con la mano de que no se me diera nada para volver en mí, porque temía fuera ya la media noche, y lo que me dieran me impidiera comulgar, asegurándome que, como me habías sostenido mientras que ella expiraba, para desempeñar a su lado [187] con valor estos últimos deberes, me fortalecerías para recibirte, ofreciendo por ella esta comunión a manera de sufragio por la intención de que, si algo debía a tu justicia, esta comunión la ayudaría a pagar por ti mismo, ofreciendo yo los méritos de tu Pasión.

Escuchaste mi súplica, pero no me apresuré a pedirte morir a todas las penas que me causaba esta privación. Me avergüenzo al confesar que tu amor en mí no fue tan fuerte como para hacer morir los sentimientos de la naturaleza. Tu Providencia se sirvió del tiempo para sanar esta llaga, lo cual me confundía y mostraba bien que carecía de virtud como jamás me había dado cuenta, y de la obligación que tengo de adquirirla después de haber recibido tantas gracias de tu pura bondad. Todas las veces que visitaba su tumba, mis ojos se convertían en dos torrentes que, por la noche, al pensar en ella, continuaban su curso.

 La cólera de mi padre se acrecentaba día con día. La aflicción de mi espíritu se agudizaba cuando él escribía a cada correo que llegaba, pues hubiera querido que volviese a casa para gobernarla, por ser la mayor, y que le quitara este cuidado. El continuó viviendo [188] en París, lo que tú no querías, yo no deseaba dejar tus hijas, mis Hermanas espirituales, por las de él, mis hermanas camales. Querido Amor, pasé casi dos años de penas que sólo tú conoces bien y que no quisiste quitarme sino sacándome de Roanne, pues yo seguía resistiéndome a salir.

Capítulo 48 - Del consejo que me dio mi confesor de ir a Lyon a pedir a Monseñor Mirón la aprobación de la Congregación, y de la repugnancia que tuve de hacer este viaje, al cual Dios hizo que me resolviera por la dulzura de su bondad.

Tu Providencia se sirvió del gran Jubileo, el cual aprovechó mi confesor para decirme que fuese a Lyon y hablara con Mons. Mirón, quien debía llegar durante el tiempo del Jubileo para tomar posesión del arzobispado. "Hija mía, el Jubileo servirá de pretexto para el plan; si no obtienes algo, no se podrá decir que fuiste al establecimiento, porque diremos que fuiste a ganar el Jubileo. Si Dios bendice tu viaje, habremos obtenido nuestro deseo." Este razonamiento me pareció juicioso y muy bueno, pero sentía gran repugnancia de hacer el viaje.

  Mi confesor me dijo que, al comulgar, te pidiera consejo para saber qué hacer. Sacaste mi alma de sus propias inclinaciones, atrayéndola a ti mediante un éxtasis amoroso, [189] y llenándola de un dulce entusiasmo; la persuadiste dulcemente a hacer este viaje. Me hiciste ver un delfín sobre la arena, que parecía morir fuera del agua. Yo te dije: "Señor, ¿qué quieres decirme en esta visión?" "Hija mía, así como este delfín se muere fuera de su elemento y de su alimento, yo te digo que si yo pudiera morir por segunda vez, lo haría. Si deseas ir a Lyon, me pondrás en mi elemento y alimento, que es, porque así es de mi agrado, el establecimiento de la Orden que te he encargado fundar." "Mi muy querido Amor, no deseo resistir, y aunque estoy indispuesta en el cuerpo mi espíritu experimenta repugnancia, saldré de inmediato, en cuanto encontremos compañía."

 Tenía fiebre, pero lo hice; los caminos me cansaban un poco, pero me esforzaba con la confianza que tenía en ti, sabiendo que tu voluntad era el motivo que me llevaba, y no la mía [190].

Llegamos la víspera o antevíspera de tu triunfante Ascensión; tomamos tres días para ganar el Jubileo. El día que llegó Mons. Mirón fue el mismo de nuestra llegada. Esperamos para hablarle al martes de Pentecostés, día en que nos vería, según dijo a Madame Chevrière. Esta señora rogó al Señor Conde d'Eveine que me presentara, diciéndole que ella, la Sra. de Beauregard y la Sra. de Chanron, su hermana, formarían parte del grupo. El Conde d'Eveine tuvo temor de que Mons. Mirón no hiciera nada. Me dijo que su consejo era que me regresara; que si Monseñor rehusaba, no se podría hablar más del asunto, pero que en su ausencia, se me trataría con más miramientos.

Tu bondad me urgió a ir, recordándome que hacía solamente unos días había yo visto en sueños a un obispo que consagraba una iglesia, en la cual entraba yo mientras que él escribía el alfabeto. Al terminar, me presentó pan sagrado que llevaba en la punta de su [191] báculo, invitándome a pedirle todo lo que yo deseara de él. Cuando Mons. d'Eveine me hablaba de eso, estaba yo en la iglesia de san Juan, frente al altar donde se encuentra un cuadro de san Ignacio mártir, al cual me dirigí, rogándole que me ayudara y tomara bajo su protección a dos jóvenes que buscaban la gloria de Aquél que era su amor, y por el cual quiso ser desgarrado y molido entre los dientes de las fieras, para ser su trigo y deseando también que los tormentos de los demonios le ayudasen a sufrir para gozar de Aquél a quien amaba, que eres tú, oh mi divino Salvador.

 Capítulo 49 - Que Mons. Mirón me examinó y me hizo examinar detalladamente por su confesor, y cómo aprobó la Congregación, en espera de que Su Santidad estableciera enteramente la Orden.

Bajo esta protección y la esperanza de tu bondad sobre nosotras, en la cual tenía yo grande confianza, entré al arzobispado con el Sr. d'Eveine y algunas damas, para entrevistarme con Mons. Mirón, quien había reunido un consejo para consultar todos los asuntos de su diócesis. El deseaba que se rechazaran con firmeza las fundaciones de institutos nuevos, y redactó un artículo, que deseaba se observara inviolablemente, [192] lo cual hizo pensar a Mons. d'Eveine que yo no lograría nada, diciendo que el mencionado prelado le había enviado para encargarse de rechazar a nuestro Instituto, del cual había oído hablar como de un rumor popular.

  El temor que me inspiraba un rechazo y su recibimiento, que me pareció muy descortés, me daba miedo. Además consideraba los ojos de las personas que se encontraban en la sala, fijos en mí; me coloqué en el último lugar, del cual me hizo salir Monseñor, para que me acercara, con el fin de preguntarme cómo había yo pensado iniciar una Orden nueva, si había ya demasiadas en la Iglesia, y cómo desearía él más bien dedicarse a reformar las antiguas. Ante estas palabras, le di por respuesta la carta que mi confesor le había escrito. Me apenó que la leyera en voz alta, al escuchar que en ella se mencionaban algunas gracias que tu Majestad me había comunicado para darme el valor de ocuparme de este establecimiento. El se dio cuenta de que estas alabanzas me confundían, y me dijo: "Hija mía, estoy a tu disposición, cuando lo desees, para escucharte en privado."

[193] El Sr. d'Eveine temiendo que se sirviera de esta intención de hablarme en privado para rehusar con más facilidad y sorprenderme en un momento en que él pensaba yo estaba sorprendida, pidió se prorrogara la entrevista para el día siguiente, a lo cual accedió Monseñor, quien pidió al R.P. Morin, del Oratorio, confesor suyo, estuviera presente mientras me interrogaba, lo cual hizo durante casi tres horas seguidas. Yo veía y conocía, oh divina Providencia, que me dabas una boca que expresaba tus luces, ante lo cual dijo este prelado que, contra su propio juicio, se sentía atraído hacia este Instituto, que veía bien era un deseo de tu sabiduría, que sobrepasa la de los hombres. Comisionó al mencionado P. Morin para que me examinara varias veces después de él, y de hacerlo siguiendo con exactitud todas las reglas que pueden servir para discernir si este designio procedía del Espíritu Santo.

Este padre no olvidó nada, tratando de confundirme para ver si lo que le decía no eran lecciones aprendidas por diversas repeticiones. Al ver que no era así, aseguró a Mons. Mirón que todo aquello, por medio de tu Espíritu, lo había persuadido [194] a él mismo. Así, me dijo: "Hija mía, si este designio no fuera sino tuyo, como yo soy el obispo de los obispos que se oponen a los Institutos nuevos, te rechazaría; pero como él viene de Dios, apruebo tu Congregación para Roanne, como me lo has pedido. Haz redactar una solicitud a los Padres Milieu y Maillant, y la firmaré." Los padres así lo hicieron, y él la firmó e hizo sellar. Pero viendo que el mencionado prelado encargó a los padres rectores y prefectos del Colegio de Roanne de la dirección de esta Congregación, el R.P. Milieu me dijo: "Como el Señor Arzobispo te apoya, pídele si está de acuerdo en que vivan ustedes en Congregación en esta ciudad de Lyon, donde progresarían más que en Roanne; su presencia las respaldará." El P. Bensse, del Oratorio, y la Sra. de Chevrière fueron de la misma opinión. Al verme Mons. Mirón exclamó en seguida: "Hija mía, si tú y tus acompañantes desean un lugar en la carroza [195] de mi sobrino, el Protonotario, díselo y yo mismo le pediré las reciba para llevarlas hasta Roanne." Mi respuesta fue tan simple, que le respondí: "Monseñor, preguntaré a mi confesor si él lo juzga a propósito."

Mi confesor, que ignoraba los sentimientos de los Padres Milieu y Bensse, me dijo que Mons. Mirón me hacía un grande honor; que aceptara su ofrecimiento. Pero al ir a decírselo, tu Providencia permitió que dos gentilhombres del sobrino de Monseñor cayeran enfermos de una violenta fiebre. Al enterarse el prelado de lo ocurrido, me dijo: "Hija mía, si tienes prisa de partir, sube a mi carroza, y si encuentras personas conocidas tuyas, invítalas a ir contigo." Al agradecer sus favores, le dije que esperaría tanto como él deseara, y que si estaba de acuerdo, permanecería en Lyon. Ante estas palabras, exclamó: "Hija mía, me gustaría mucho; hoy más que mañana. Si te inclinas a ello, será una alegría para mí [196]. Haría falta informarse de una casa apropiada para la Congregación." "Yo buscaré una. Monseñor."

 Admirable Providencia, al ir a comer con la Sra. Colombe, una viuda que me había pedido comiera esa mañana en su casa en el barrio de san Jorge, me dijo que la casa donde habían residido las Hijas de santa Clara estaba disponible, y podría ser adecuada para albergarnos. Fui a verla y al encontrarme en ella, tu Majestad me dijo: Aquí está mi reposo para siempre, en él me descansaré, pues lo he querido (Sal_132_14). Esto me recordó las promesas de santa Clara y de santa Teresa, así como la santa montaña que me hiciste ver dos días antes, al salir de la casa paterna, como he dicho antes.

Mons. Mirón, favoreciéndome en todo, me dijo: "Hija mía, si se pudiera establecer una Orden nueva sin bula, establecería la tuya; y si hace unos días no hubiera declarado en Roma que es mucho mejor reformar las órdenes antiguas que permitir el establecimiento de las nuevas, yo mismo la enviaría a Roma. Pero no soy tan humilde para retractarme en tres días; mi consejo e inclinación es que envíes una súplica a Su Santidad, la cual [197] hará examinar en la Congregación de Regulares; después, si como tú me dices, pidieran ellos que estuviera bajo el Ordinario, la bula de aprobación me será enviada y te prometo que la ejecutaré lo antes posible." En el mes de septiembre de 1627 fue necesario que Monseñor fuera a París, donde permaneció varios meses, casi un año. Durante su ausencia, viéndonos tan pocas jóvenes y sin medios, mi padre, que se encontraba en Roanne, dijo que esperaría para ver si pedía mi herencia materna, para hacerme sentir "el trato de un padre cuya cólera no se había extinguido," a pesar de no ser yo culpable sino de haber seguido tus inspiraciones. Frente a estas tempestades, pensé que era necesario tener paciencia y arriar las velas.

Capítulo 50 - De las promesas que Dios me hizo en diversas ocasiones, en favor de sus muy cristianas Majestades, de bendecir su descendencia y las armas del Rey por medio de insignes victorias.

 Tu Majestad no me abandonaba, y tu sabiduría disponía suavemente mi espíritu a todos los acontecimientos que permitías. Al día siguiente del día san Miguel, en 1627, el R.P. Voisin vino a verme, recomendándome hiciera oración por sus cristianísimas Majestades, afín de que tuvieras a bien cumplir las promesas que me habías hecho en su favor entre los años 1621 y 1625. Fue así porque los Padres Cotón y Jacquinot me habían recomendado, en 1621, que te pidiera con fervor concedieras descendencia a nuestro digno Rey y bendijeras sus armas. Tú me hiciste ver que mi oración te agradaba, y que [198] convertirías sus armas en una saeta aguda, y que su espada sería muy poderosa, explicándome en ventaja suya una parte del Salmo 44, asegurándome que le darías la victoria contra sus enemigos; que humillarías a otros reyes y sus reinos bajo estas armas, las cuales bendecirías, y que, por amor de san Luis, su abuelo, y en memoria de la clemencia de Enrique IV, su padre, tendría hijos; y como todo está presente ante ti, ya habían nacido en tu mente; amabas a Luis XIII, porque odiaba la iniquidad y amaba la justicia, que le habías ungido y que ungiría su cabeza con aceite de alegría por encima de los reyes y sus consejos; que tu diestra le conducía admirablemente, repitiéndome muchas veces diversos versos de este Salmo, como el que sigue: Cíñete al flanco la espada, valiente: es tu gala y tu orgullo; Tus flechas son agudas, se rinden ejércitos, se acobardan los enemigos del rey. Amas la justicia y odias la maldad; por eso, entre todos tus compañeros, el Señor, tu Dios, te ha ungido con perfume de fiesta. a cambio de tus padres, tendrás hijos (Sal_45_4s).

 Me hiciste ver varias veces al gran Generalísimo de tu milicia celestial. san Miguel, que acompaña al Rey y asiste a la suya. Me dijiste entre 1621 y 1622, que él sometería a los herejes. Al hablar contigo la víspera de san Lorenzo, el año 1622, para insistir en el logro de estas victorias, y para que nos mandaras pronto la paz, [199] te hacía ver cómo este joven rey jamás había gozado de la dulzura de un descanso desde que había recibido el cetro en su mano. Al hacerte esta oración me hiciste ver a Luis XIII como un águila con yelmo en la cabeza, y me dijiste: "Hija mía, mira bien a este rey que es un águila. No descansará hasta que haya vencido a sus enemigos y humillado a sus súbditos rebeldes: los herejes, a los cuales desea hacer ver el sol de la verdad de la fe católica; no habrá paz durante largo tiempo."

Tu luz, oh mi Dios, me ha hecho ver en diversas ocasiones muchas maravillas destinadas a este rey tuyo. He hecho una digresión, habiendo dicho que Mons. Mirón salió a París en septiembre de 1627, y que en este mismo mes y año, después de su partida, el P. Voisin vino a verme al día siguiente para insistir que rogara a tu bondad cumpliera las promesas que me habías hecho, las cuales le había mencionado al pasar por Roanne por orden del P. Jean de Villards, tío suyo, que era mi confesor. Dicho P. Voisin, que está lleno de vida, recuerda bien todo esto, en especial el árbol de flores de lys que vi, del cual se me dijo: "Hija mía, este árbol es la generación de Luis XIII." [200] Este padre me dijo, por tanto, que insistiera con el Señor para el cumplimiento de las promesas que me había hecho con respecto a sus Majestades. " ¿Cuándo veremos este árbol florido, y a nuestra buena Reina dar a luz un delfín para Francia? Vendré a celebrarles misa el domingo 3 de octubre." "Padre mío vaya a decirla en Nuestra Señora de Chassaut. Ahí me encontraré," ya que en ese tiempo no me obligaba la clausura.

La mañana del 3 de octubre, hallándome en el gabinete donde estaba mi oratorio, fui elevada en una suspensión durante la cual te pedía por sus Majestades, diciéndote: "Señor, da descendencia a nuestro Rey; haz fecunda a nuestra Reina." Ante esta oración, exclamaste: "Yo engrandeceré mi misericordia con su Reina. La visitaré como lo hice con santa Isabel, al convertirla en madre. Siento piedad hacia las humillaciones de esta buena princesa." Al hablarme de este modo, mi espíritu estalló en esta suspensión de alegría; pero para no faltar a la palabra dada al P. Voisin, salí de mi gabinete para asistir a su misa en Nuestra Señora de Chassaut, recordando que este padre me había dicho hacía unos días: "Fíjate bien si es Dios quien te habla, o es tu inclinación." [201] No dejé de sentir cierta aprehensión ante estas palabras: podría muy bien equivocarme; pero al encontrarme en el dintel de la puerta de la capilla de Nuestra Señora de Chassaut, escuché: " ¿Sobre quién reposará mi Espíritu, si no es sobre aquella que se humilla ante mí, y que tiembla ante mis palabras?" Pero en ése pondré mis ojos: en el humilde y en el abatido que se estremece ante mis palabras (Is_66_2). Estando en el recinto de la iglesia, escuché: El justo crecerá como un lirio (Os_14_6). "Hija mía, Luis el Justo crecerá como los lirios y florecerá en mi presencia." Estando arrodillada ante la balaustrada, me encontraba en un dulce entusiasmo por la dulzura de la cual salió de sí mi espíritu por medio de un éxtasis sagrado, durante el cual me hiciste ver una espada rodeada de rayos semejantes a los que coronan las cabezas de los santos, que se llaman diademas. Los colores de estos rayos se asemejaban a los diversos colores del arco iris. Una virtud celeste llevaba esta espada, envainada en terciopelo negro. Tú me explicaste: "Hija mía, esta es la espada de Luis, que saldrá victorioso en La Rochelle." (No sabía yo que el Rey sitiaría La Rochelle.) Sentí después un rayo de luz diferente a los que recibo de ordinario, y que procedía del sagrario donde estaba el divino Sacramento, del cual escuché: "Deseo apacentarme entre los lirios. Estableceré mi Orden después de las victorias y bendiciones que concederé al Rey y a la Reina." [202]

 Al volver de este éxtasis, me acerqué al confesionario. El P. Voisin había confesado a todas las religiosas. El me esperaba, pero como pensaba confesarme, sufrí un asalto amoroso que me privó de la palabra. El mencionado padre tuvo la paciencia de esperar a que pasara este asalto. Deseaba saber qué me había pasado, después de lo cual me prometió guardar secreto hasta el tiempo en que tu Majestad hubiera cumplido las promesas. Los Reverendos Padres Jacquinot, de Meaux, Voisin y Gibalin, que aún viven, se han enterado de lo que digo aquí, por lo escrito en diversos cuadernos, y por lo que les he dicho de viva voz antes de que las cosas sucedieran, sobre todo al P. Voisin, quien no ha visto todos los cuadernos que los otros leyeron y guardaron sin tomarlo en cuenta. Unos me dicen que los han perdido; los otros los quemaron y a los demás se los robaron. Cuando llegué de París se hablaba mucho de lo que yo había dicho a este respecto. Cuando regresé de Avignon, la Hna. Francisca, mi secretaria, lloraba porque alguien le había robado mis papeles. En cuanto a mí, los considero con bastante indiferencia, y lo sigo haciendo al presente.

Todo el resto de este año 1627, tu bondad me comunicó tantas maravillas, muchas de ellas en favor del Rey, que me llevaría mucho tiempo el describirlas. La noche siguiente, ya el 4 de octubre, vi del lado de oriente tres soles que me hiciste entender, eran un signo de que tus Tres Divinas Personas alumbrarían los años del Rey, asistiéndole como anteriormente a Josué. En otra ocasión, el mismo año, vi el cielo en armas, todas marcadas de plata, que venían en socorro de los ejércitos del Rey. Algunos días antes de la fiesta de Todos los santos, fui asegurada varias [203] veces de las gracias que concederías a nuestro Rey. Así, me dijiste: "Hija mía, yo venceré a Buckingham." San Martín me aseguró que, en poco tiempo, él haría que el Rey ganara el lugar del cual él era el patrón. Un día, durante este mes de octubre, me parece fue el 24, estando en la capilla de san Denis, ahora dedicada a santa Genoveva, recordando que el es el santo patrón de Francia, y la santa, patrona de París, les encomendaba a nuestro Rey y sus ejércitos. El gran san Miguel se ofreció para cuidarme, como lo hizo en tiempo de Juana la Doncella, diciéndome que deseaba conducirme en espíritu ante el Señor de las batallas, que enviaría de Sión la vara de su virtud para poner a sus enemigos no solamente bajo el escabel de sus pies, sino de los de Luis XIII, quien repararía sus templos sagrados, que los herejes habían convertido en ruinas, diciendo: "Destruyamos las iglesias de los católicos;" que si él permitió que este Rey bebiera de torrentes amargos en el curso de guerras justificadas, él levantaría su cabeza. Este gran Príncipe de los ejércitos del Dios vivo me prometió asistir al Rey de tal manera, que el primer día de siembre de 1627 reuní varias veces a mis pequeñas pensionistas, como inocentes en tu presencia, divino Cordero, para pedirte fueras el león vencedor de Buckingham.

El 5 de ese mes, estando en la recreación de la tarde con las hermanas, sentí tu atracción que me llamaba a la oración. Exclamé: "Señor, como me has llamado a la oración, te pido no tardes en conceder la victoria a nuestro Rey. Dispara las flechas contra mi pecho, y haz que salga victorioso." Transportada de fervor, te dije: " ¡Te aseguro que él establecerá tu Orden!" Al volver de este arrebato, el fervor me llevó a asegurarte que el Rey hará establecer tu Orden; dispón de todo, de suerte que pueda él enterarse de la promesa que el celo de verle triunfar por tu gloria y la salvación de las almas me obligó a hacerte por él. Dejo esto y todo el resto a tu Providencia [204]. Este Serafín, todo en llamas, Príncipe de tu ejército celeste, se me ha aparecido a menudo, para darme el valor de proseguir, según tus intenciones, el establecimiento de tu Orden, de la cual tu Divina Majestad le ha dado la superintendencia, el cargo de protegerla y a mí en particular. Se me ha hecho ver, además, en diversas formas desde que tú me dijiste que al guardarme como tu paraíso de delicias, impediría que todos los amores de las creaturas penetrasen de algún modo en mi espíritu, y que con la espada de tu palabra, espantaría a todos mis enemigos. La forma en que aparece de ordinario es una claridad radiante que me hace sentir muy recogida y gozosa en ti. Fue de tu agrado, como ya he dicho, el decirme que me le habías dado como uno de mis maestros, y que él producía en mí iluminaciones e irradiaciones mediante las cuales me enseña grandes misterios al mismo tiempo que derrota a mis enemigos, reduciéndoles a la parte inferior de su rango mientras que la parte superior, iluminada por rayos celestiales, contempla tus bondades adorables.