Lyon, 11 de abril, 1641. A Sor Catherine de Jesús d'André en Aviñón.
Mi muy querida hija:
Que Aquel por quien el Padre ha creado los siglos sea su corona eterna, es mi muy cordial y afectuoso saludo.
Si su Providencia hubiera dispuesto mi viaje para estar presente en su profesión habría yo recibido tal contento, que me sería difícil expresarlo. Pero, aunque ella ordene que permanezca en esta ciudad de Lyon en cuanto al cuerpo, también me permitirá estar en Aviñón en espíritu, para asistir, con todo mi cariño, a su segundo bautismo, del que saldrá Usted liberada, iluminada y perfectamente unida a Aquel de quien el Padre es Dios y la Virgen, madre. Morirá a Usted misma para vivir de él. Su vida estará escondida en el seno de la divinidad, con este divino Salvador. Cuando aparezca glorioso, se presentará Usted gloriosa con el que sufrió, durante su pasión, el haber sido cubierto con un velo de confusión a fin de merecer para Usted el del honor, que recibirá el día en que se entregue con todo su amor al que es todo amable.
Después de haber recibido el manto de púrpura que se le impuso por burla, Pilatos le mostró al pueblo, diciendo: He aquí al hombre. Con estas palabras, deseaba cambiar la crueldad de los judíos en compasión, pero su plan quedó sin efecto, ya que sus corazones carecían de piedad. Mi querida hija, tenga en el suyo la compasión que faltó en la pasión de este divino Salvador. Al cubrirse con este manto, revístase de Jesucristo crucificado, de suerte que pueda decirse: He ahí a la hija y esposa del rey del amor y del esposo de sangre, del cual ella se ha adornado y embellecido. Que la sangre del Verbo Encarnado pacifique en Usted el cielo y la tierra, el cuerpo y el espíritu; con esto quiero decir que sea Usted una hostia pacífica y agradable a Dios.
He pedido a la Augustísima Trinidad, por intercesión de la Madre del Verbo Encarnado y de todos los santos, acepte este sacrificio que le presentará Usted, de castidad, pobreza y obediencia, en olor de suavidad y que ella la haga santa. Recuerde, mi querida hija, a su Madre a quien la justicia divina priva razonablemente del bien que su bondad le entrega en posesión; ruegue al Verbo Encarnado cambie muy pronto su Congregación en monasterio y vida religiosa, y mis pecados en gracia y virtudes para merecer la cualidad, mi querida hija, de ser su buena Madre. Jeanne de Matel
9 de octubre, 1641. A la Madre Margarita de Jesús, superiora del monasterio del Verbo Encarnado de Aviñón.
Mi muy querida hija:
Que aquella que es la rosa sin las espinas del pecado sea siempre su protección, es mi saludo afectuoso. El Reverendo Padre Fleur, superior de la casa del Oratorio de Lyon, ha querido tomarse la molestia de llevarle la presente. Se trata de un padre de gran virtud, al que respeto y estimo cordialmente en el amor del Verbo Encarnado por cuya gloria es todo entusiasmo, y que procura, en los lugares que juzga a propósito, el establecimiento y la extensión de su santa Orden. Puede Usted dirigirse a él con toda confianza. Olvidé pedir a Sor Francisca le escribiera para decirle que comulgaré por la joven de la cual me habló. La ofrezco al V. E. junto con la que ingresó hace poco.
Infundan en todas los principios de las verdaderas y sólidas virtudes, siguiendo las máximas de este divino Salvador, quien desea ver a sus hijas desprendidas de la carne y de la sangre, a fin de que el Padre Eterno les revele las excelencias de su Hijo bien amado, que siempre ha hecho su voluntad. Exhorte en esta línea a todas las que dependen de Usted. Es necesario que Usted misma les sirva de ejemplo, despojándose de todo aquello que le es más querido según la naturaleza.
Su Hna. Elena de Jesús tiene tanto cariño por Usted como Usted hacia ella, por lo que juzgo conveniente en Nuestro Señor se mortifiquen mutuamente, hasta que las vea más desprendidas de todo lo que no es Dios. Debe trabajar en esto, buscando ante todo el Reino de Dios y su justicia, y todo le llegará como consecuencia. Todo coopera al bien de los que aman a Dios.
Digo lo mismo a todas mis hijas, a quienes saludo cordialmente en las entrañas del Padre de las misericordias, que nos invita por su Hijo Oriente, el cual ha venido de lo alto de su gloria para habitar en nuestros corazones, aunque seamos la bajeza misma.
Compadezco más de lo que puedo expresar a la Sra. Servière; todo lo que la hace sufrir me afecta en la niña de mis ojos. Pido al Verbo Encarnado, mi amor, que esté con ella en las aflicciones. No conozco muchacha alguna en Lyon que sea apta para enviársela. Es raro encontrar una que sea fiel a Dios y a su patrona, pues la vanidad y los amoríos dominan hoy en día de tal manera, que aunque el Verbo Encarnado nació Rey, dijo en este sentido más que en los otros que su reino no es de este mundo.
Pídale que viva en el corazón de la que es y será su buena Madre en su amor. Jeanne de Matel
29 de octubre, 1641. A una de sus hijas que tomó el pequeño hábito.
Mi querida hija y mi Isaac:
Puesto que Usted es mi reír, tenga un gran valor para ofrecerse junto con el sacrificio del Calvario. Es la providencia eterna quien la lleva a participar de este misterio, pues su nombre es del Calvario. El cordero, que es el Verbo Encarnado se ofreció a su Divino Padre por Usted, su muerte es su vida, y Usted no viviría eternamente si El no hubiera muerto por Usted en el tiempo.
Como Usted misma se acusa de inconstancia, abrace la cruz junto con el gran san Pablo, y ruéguele que haga yo lo mismo. Es por la cruz como El entró en su gloria, y el medio por el que todos los santos llegan a alcanzarla. Ella es camino seguro; es la montaña empurpurada con la sangre preciosa de este divino Salvador. Por ella entrará Usted en su corazón amoroso, así como todas sus queridas compañeras, mis queridísimas hijas, a quienes saludo en este divino corazón en calidad de su buena Madre. Jeanne de Matel
29 de octubre, 1641. A Sor Seráfica Piala.
Mi muy querida hija:
Que el Santo de los santos, que es el Verbo Encarnado, sea su santificación, es mi muy afectuoso saludo.
El Reverendo Padre Abad, mi querida hija la Madre Margarita, y Usted, me aseguran que su vocación procede del Espíritu Santo por una gracia enteramente extraordinaria. Consiento en que se le dispense el tiempo marcado en las constituciones, y que en consideración a la fiesta de todos los santos sea Usted revestida de las libreas de nuestro divino esposo, rey de los santos.
Su vocación y esta solemnidad deben ser para Usted dos poderosos motivos para hacerse santa. La santidad perfecta consiste en un despego total de todo lo que no es Dios. La inocencia y la caridad la conducirán a ella, si es Usted fiel a las mociones del Espíritu Santo, observando exactamente sus reglas. A ello la exhorto. Recuerde, al recibir el blanco de la pureza y el rojo del santo amor, rogar por la que desea ser, en el tiempo y en la eternidad, en el corazón del Verbo Encarnado, su toda buena madre. Jeanne de Matel
20 de noviembre, 1641. Al señor de Servière, abogado general.
Señor mío:
Un saludo muy humilde en el amor del Verbo Encarnado, el cual conoce a todos los que le pertenecen, haciéndolos parte de su cáliz y de su cruz. Este es el signo de los elegidos; todo lleva su sello. El asegura que encuentra su placer estado con ellos en la tribulación, mientras se encuentran en el camino de la vida, y que al final los tomará para llevarlos con él a la gloria por toda una eternidad.
Humilla para exaltar: he compartido con Usted sus sufrimientos. Le aseguro que no puede Usted dudar de que no participo del gozo que recibe al ver la elección que hizo de nuestra benjamina, aunque ella sea Benoni de su madre, a quien saludo cordialmente, como me lo dicta mi afectuosa inclinación. He sabido que su corazón maternal no tuvo la fuerza necesaria para estar presente cuando esta querida hija, también mía, se presentó al Verbo Encarnado para subir al Calvario, cuyo nombre ha tomado al revestir las libreas de este amado esposo de sangre. Siempre esperé esta gracia de la bondad divina, y esta generosidad de su hija, mi querida Teresa del Calvario.
La subida al Calvario es la ascensión de los que aman. Espero que ella amará fervientemente a Aquel que la ama con un amor más fuerte que la muerte. A ello la exhorto, asegurando a Usted, Señor, que además de la alegría que tengo al considerar la elección que Dios ha hecho de ella para la Orden del Verbo Encarnado, siento una muy particular por tratarse de la hija de dos personas que me son más queridas que yo misma, y con las que me siento muy obligada. Pido al Verbo Encarnado les agradezca todo en mi nombre, que los colme de gracias y los bendiga en todo lo que les atañe.
No me cabe duda de que así será, ya que Uds. han procurado su gloria mediante el establecimiento de su Orden en Aviñón, y lo siguen haciendo a diario. No les encomiendo el avance de su Orden, puesto que su interés les proporciona tanto afecto para que siga progresando. Deseo testimoniarles con las obras, que soy, tanto de la Señora como de Usted, Señor, su muy humilde y afectuosa. Jeanne de Matel
24 de febrero, 1642. AL Reverendo Padre Dupont, S.J.
Muy Reverendo Padre:
Que el Espíritu Santo, que es la heredad de los santos, sea siempre la suya.
Es éste el deseo que hago para su reverencia, de quien todas mis hijas y yo somos muy humildes servidoras en Nuestro Señor. Le pedimos que lo haga santo, y Usted, Padre, recuérdenos en el santo sacrificio de la misa y en sus oraciones. Ya se ha ganado las nuestras en el amor del Verbo Encarnado. El alejamiento de los lugares jamás puede disminuir ni enfriar su pura llama, sobre todo de aquella que le asegura que sólo la eternidad será su término.
Sabe Usted que deseo demostrárselo más con hechos que con palabras, cuando la divina Providencia me conceda la ocasión, pues soy, mi reverendo padre, su muy humilde servidora en Jesús. Jeanne de Matel.
Lyon, 24 de febrero, 1642. Al hermano Ambroise de la Compañía de Jesús.
Mi querido y bien amado hermano:
Un saludo en el corazón del Verbo Encarnado, nuestro amor crucificado, por cuya gloria se ha sacrificado Usted al servicio y salvación de los pobres nativos, donde encontrará Usted miles y miles de ocasiones para cargar con su cruz y unirse a los sufrimientos que él padeció por la humanidad en general y por cada uno en particular. Diga con frecuencia, junto con el gran apóstol, que está Usted clavado en la cruz con este divino Salvador; que no tiene otro deseo sino gloriarse en ella.
Nuestras Hnas. Elizabeth Grasseteau y Jeanne George le dan las gracias por recordarlas ante Dios; ellas le piden que lo haga santo. Por lo que a mí respecta, me es Usted tan querido como si fuera yo misma. Si mis oraciones son eficaces, sentirá Usted los efectos.
Será para mí una satisfacción el saber nuevamente que Usted se santifica, y que desea transformarse en aquel que es el Santo de los santos. Ruéguele por todas sus hijas, particularmente por aquella que es en él su afectísima servidora. Jeanne de Matel
Lyon, 24 de febrero, 1642, A Monseñor el obispo de Nîmes.
Padre mío:
Que el Espíritu divino, que es la parte de los santos en la luz de su partida, sea siempre su dichosa heredad. Sea éste mi humilde saludo.
Si pudiera yo quejarme con justicia, al no poder ver más a mi Padre sino con la duración de un relámpago, lo haría ante mi divino esposo, con un profundo y tierno respeto, pues adoro sus mandatos y permisiones. El hace que, por su bondad, todo coopere al bien de aquellos a quienes se digna amar como suyos, aun por su sencillez e ignorancia, puesto que ellos se reconocen como la nada en presencia del todo.
Esto es lo que vio su hija esta mañana, al ir a comulgar después de que Mons. Laubardemont la dejó. Los reverendos padres Gibalin y Voisin la comprometieron para que hablara con el Sr. de Rossignol. Con él se encontraba el Monseñor de Chartres, a quien hablé sin saber su hombre hasta que se despidió. Sin embargo, sentí en mi alma un respeto natural en mí al hablar con prelados, a pesar de que no me atreví a preguntarle su nombre.
Asistí, pues, a la eucaristía, y después de recibirlo, mi divino Salvador me dirigió estas palabras: Hija mía, es sobre ti que la herencia de la luz ha descendido. Escucha las palabras de mi apóstol, puesto que deseas caminar siempre en mi presencia, adorándome en espíritu y en verdad. Crece en mi presencia en ciencia divina, pues me complazco en hacer progresar tu espíritu a mi lado, en la soledad, a semejanza de Moisés en la cima del Monte Sinaí, para hablar contigo. Consuélate en la virtud, según el poder que te da mi gracia mediante la luz que ilumina tu entendimiento y la llama que abrasa tu voluntad. Da gracias a tu divino Padre por concederte el favor que mi apóstol pondera tanto a los colosenses, diciéndoles: Confortados con toda fortaleza por el poder de su gloria, para toda constancia en el sufrimiento y paciencia; dando con alegría gracias al Padre que os ha hecho aptos para participar en la herencia de los santos en la luz. El nos libró del poder de las tinieblas y nos trasladó al Reino del Hijo de su amor (Col_1_11s).
Me explicó divinamente todo este capítulo, que la brevedad de una carta me impide compartir, pero debo pedirle, Monseñor, que le dé las gracias por la dicha de haber sido feliz y poderosamente liberada de las tinieblas de mi ignorancia, y conducida por su diestra al reino de este Hijo bien amado, el cual, por su sangre, es mi redención, mi adorno y alimento, pacificando por ella mi cuerpo y mi espíritu, mi interior y mi exterior, con una paz que sobrepasa todos los sentimientos, enseñándome los misterios escondidos para hacer ver en mí las riquezas de su gloria, la cual se manifiesta en la elección que hizo de una jovencita para comunicarle sus sacramentos o sus secretos. Porque así plugo al divino Padre.
Por todo ello doy gracias a este Hijo tan amado, como lo expresa el evangelio de hoy, lo cual satisface mi impotencia como espero que él satisfará el deber de aquella que es, en su divino amor, la muy humilde servidora de su Padre. Jeanne de Matel
24 de febrero, 1642. Al señor de Nesmes, capellán del Cardenal de Lyon.
Monseñor:
Un saludo muy humilde en Jesucristo.
El portador de la presente, cuyos asuntos le encomiendo, le dirá de viva voz lo que su madre no pudo escribir con todo detalle.
Que no haya recibido ninguna carta de su hijo, es lo ordinario. No sabe dónde está. El Sr. de Chartres se tomó la molestia de subir a la santa montaña con el Sr. de Rossignol, para entrevistarse con la que suscribe. No sé si estuvieron contentos con ella. Su alma estaba tan distraída con los pensamientos de la suerte de san Matías, que tuvo gran trabajo para escuchar lo que le preguntaban, y más para responderles. Los reverendos Voisin y Gibalin la convidaron a hablar con sencillez, según su orden.
Al salir de con ellos, asistió a la santa misa y comulgó. Durante la eucaristía, la ventura de los santos descendió sobre su espíritu, para elevarlo hasta aquel que es fuente de toda santidad, dando gracias al divino Padre por las palabras de san Pablo: El nos libró del poder de las tinieblas y nos trasladó al Reino del Hijo de su amor, en quien tenemos la redención: el perdón de los pecados (Col_1_13s).
Es en esta luz que ella encuentra su paz y su alegría, y donde quiere permanecer como su muy humilde sierva en Jesús. Jeanne de Matel.
Lyon, 25 de febrero, 1642. Al Padre Fang, misionero.
Señor mío:
He dado gracias al Verbo Encarnado, nuestro amor, quien le ha demostrado con creces que cuida de los suyos, y los protege en la tierra y en el mar, concediéndoles la fuerza y la salud cuando tienen el valor de declararse a su servicio, y de hacer todo lo posible, con ayuda de la gracia, para extender su gloria al ocuparse de la salvación del prójimo.
El celo que tiene Usted de procurar la de los pobres nativos, le hizo embarcarse en esta conquista, esperando contra toda esperanza. Su confianza jamás quedará confundida. Si mis oraciones pueden serle de utilidad, son ofrecidas de todo corazón al Verbo Encarnado, para secundar sus piadosas intenciones. Ruéguele que sea yo fiel a sus designios. Soy en él su muy humilde servidora. Jeanne de Matel
Lyon, 1o. de marzo, 1642. A la Señora de Beaunam.
Señora:
Un saludo muy humilde en Jesucristo.
El honor que me hizo Usted al escribirme una carta que es la perfecta representación de su buen corazón, obliga al mío a tomar parte en todo lo que a Usted concierne, y a rogar por el Sr. Marqués de Coligny, sobrino suyo, cuya confianza puede obtener del Verbo Encarnado lo que mi indignidad le haría rehusar enteramente.
Este conocimiento de mis miserias me impediría presentarme a orar, si el sentimiento que tengo de la bondad infinita del divino Salvador no me atrajera a la oración con tanta confianza en ella como confusión llevo en mí, esperando, Señora, que su misericordia sobrepasará su justicia.
Le he pedido conceda al Sr. Marqués, si es por su bien, lo que yo no merezco obtener. Reiteraré esta súplica a la divina Majestad, rogando a Usted me acepte en calidad de su muy humilde servidora. Jeanne de Matel
Lyon, 7 de marzo, 1642. AL Reverendo Padre Celestin de Soissons, de san Francisco, guardián del Convento de Puy
Mi Reverendo Padre:
Un saludo muy humilde en el corazón del Verbo Encarnado, nuestro sagrado amor, que es su peso.
Su espíritu se inclina hacia donde él lo lleva. La caridad de este divino Salvador lo apremia para que estime la muerte que él sufrió por toda la humanidad. Que este caritativo pensamiento anime su amor, su celo y el cordial cuidado de aquellos que la Providencia le ha confiado, exhortándolos a crecer de virtud en virtud, a fin de que lleguen a ser dignos de contemplarlo en Sión. Usted es el primero en darles ejemplo de la perfección que Dios les pide.
Suplico a su reverencia continúe sus santos sacrificios, eucaristías y oraciones que ofrece por aquella que desea enmendarse, que no le olvida en sus comuniones y oraciones, y que le honra ya desde esta vida como lo hará por toda la eternidad, puesto que soy y seré sin fin,
A Monseñor de Nesmes, capellán del cardenal de Lyon.
Monseñor:
Aquel que dice en el evangelio de hoy que conoce a sus ovejas y que nadie las arrebatará de manos de su humanidad, que es la misma protección que la de su Padre, sea por siempre bendito con toda bendición por el cuidado que tiene de aquellas a quienes dirige con tanta dulzura, que me hace abundar en consuelos interiores, diciendo con el rey profeta: ¡Cuán dulce al paladar me es tu promesa, más que miel a mi boca! (Sal_119_103).
Desde el jueves por la tarde sufro de grandes dolores de cálculo. Mi paciencia no es tan grande como se dice, porque grito bastante fuerte y con mucha frecuencia, mientras que me veo felizmente lapidada. No puedo decir con el Hijo de Dios que soy apedreada por mis buenas obras, puesto que no hago ninguna con perfección. Escribo lo que puedo, obedeciendo las órdenes del Sr. Cardenal, que Usted mismo me transmitió, admirando el celo que tiene por cubrir la multitud de mis pecados con su eminente caridad. Son éstos nuevos motivos de agradecimiento que debo a su juiciosa prudencia, que vela por mi reputación y mi salud, al mandarme conservar la primera y prohibiéndome que ponga en peligro la otra.
El Reverendo Padre Gibalin espera sus órdenes para partir, y yo permanezco siempre en la indiferencia en la que Usted me vio al partir de aquí. Quien tiene a Dios, lo tiene todo, y es demasiado avariento aquel a quien Dios no basta.
Que él sea siempre su hartura de gracia y de gloria en el tiempo y en la eternidad. Monseñor, soy en Jesús, nuestro amor, su muy humilde. Jeanne de Matel
25 de septiembre, 1642. Al Padre Gibalin, S.J.
Mi muy Reverendo Padre:
Que aquel que es rico en misericordia y que previene con las bendiciones de sus dulzuras a las almas que su bondad se digna favorecer, sea por siempre el amor de nuestros corazones. Este es mi muy afectuoso saludo.
El profeta Isaías tuvo la satisfacción de poder decir: mi secreto es para mí. Usted me priva de ella al mandarme confiarle los que el Verbo divino se complace en manifestarme. La tarde en que el Canciller partió, este enamorado que no puede mentir, y al que gusta ratificar lo que me promete, siendo él mismo el sello de sus promesas, me habló de este modo: Hija mía, acabas de ver al Canciller que hizo el Señor. No te asuste su exterior, de apariencia áspera. Baja a mi huerto, para que te deleites en los valles. Cuando oraste por él, descendí y me incliné, por bondad, a considerar este jardín de nueces, las cuales, como te dije, son duras por fuera; sin embargo, su interior es dulce y blanco; así es él por las intenciones que tiene de complacerme.
Cuando me pides por él, estimulas mi caridad y apremias mi bondad para que produzca en su alma, con abundancia, el aceite de mi grande misericordia. He producido en su alma un sentimiento de su nada que contemplo como manzanas de los valles: exhala ella un delicioso aroma semejante a un viñedo floreciente. De ello te doy un signo sensible, que también es interior, desbordando en tu alma un torrente de dulzura que reverbera hasta llegar a los sentidos.
Querido Amor, agradezco todas tus bondades sobre él y sobre mí: ¡Manda, Dios mío, según tu poder, el poder, oh Dios, que por nosotros desplegaste! (Sal_68_29). A fin de que te ofrezcamos nuestras alabanzas por toda la eternidad en el reino de gloria, la Jerusalén celestial. Esperaré a tu salvador: Dios mío, espero a tu Salvador. Es la bendición de Jacob a su hijo Dan, a quien Dios constituyó juez según la profecía de este usurpador, quien portó dignamente el nombre de Israel: fuerte contra Dios, y vio a Dios, que es un espejo voluntario y un oráculo libre que guarda silencio delante de Elías, y habla en presencia de Samuel; todos ellos fueron constituidos por Dios, porque ama él más la obediencia que el sacrificio. Observando al uno y al otro, permanezco en mi confusión para su gloria, muy Reverendo Padre de su muy humilde hija y servidora. Jeanne de Matel
¿Qué significa el que su Reverencia no haya venido al Verbo Encarnado hace cinco días? Lo espero esta tarde después de comer; venga a oír y le contaré, lo que él ha hecho por mí. A él gritó mi boca, la alabanza ya en mi lengua. ¡Bendito sea Dios, que no ha rechazado mi oración ni su amor me ha retirado! (Sal_66_16s).
11 de octubre, 1642 - Al Canciller Séguier.
Monseñor:
El Espíritu que dijo por boca del profeta Isaías que se anuncia al justo que la divina Providencia no tiene sino bienes para él, es el mismo que asegura por la pluma de san Pablo: Por lo demás, sabemos que en todas las cosas interviene Dios para bien de los que le aman; de aquellos que han sido llamados según su designio (Rm_8_28).
Este amorosísimo Espíritu, que es el mismo amor, me ordenó manifestar a Usted el exceso de bondad del Verbo Encarnado, que es un Dios con el divino Padre y él, el cual se ha regocijado en la primera visita que Usted le hizo tanto como se alegró con la de los Reyes Magos.
Después de la segunda, se complació en anunciarme en el momento de recibirlo en el sacramento del amor, que confirmaba la alianza y la santa dilección que él mismo inspiró a dos corazones que debían ser uno en él por toda la eternidad, y que siendo el Verbo y el carácter del Padre, él era el sello de las promesas que se digna conceder por pura bondad: a éste es a quien el Padre, Dios, ha marcado con su sello, (Jn_6_27), pues, por su divina misericordia, tal fue su divino querer: hacer del padre y de la hija dos querubines, así como los que ordenó se colocaran sobre el arca que debía ser de madera de olivo, bajo cuyas alas estaba el propiciatorio, donde su Majestad adorable daba a conocer oráculos infalibles por ser la verdad esencial.
También añadió, continuando las profusiones de sus dulzuras, que, a través del padre, declararía sus voluntades, mediante los juicios equitativos que pronunciaría en las causas que se defienden en la tierra; y por la hija, las que él mismo, como abogado, defiende en el cielo delante de su Padre eterno; que los querubines del propiciatorio, miraban el arca al verse ellos mismos, a fin de conformarse a las inclinaciones de Dios, quien los aceptó y se dignó elegirlos para dar a conocer sus designios y sus órdenes, por su gloria y su salvación; y que, a semejanza de ellos, el uno y la otra dirían con gran confianza en la bondad de este Dios, que es uno en esencia y trino en persona: ¡Abridme las puertas de justicia, entraré por ellas, daré gracias a Yahveh! Aquí está la puerta de Yahveh, por ella entran los justos (Sal_118_25s). Estas puertas adorables son las llagas del Verbo Encarnado nuestro amor.
Por él y para él, me atrevo a suscribirme de Usted, Señor, su muy humilde
11 de octubre, 1642. A la esposa del Presidente de Pontat
Señora mía:
Henos en vísperas de nuestra gran santa, quien tenía por divisa: Cantaré eternamente las misericordias del Señor. Esperemos, a imitación suya, cantarlas con ella en el cielo en el transcurso de una feliz eternidad.
El portador de la presente, que estima y aprecia la virtud, le dirá de viva voz la inclinación que siento por el uno y por la otra, y que su alma está unida a la mía por el santo amor que es más fuerte que la muerte. El es más firme que el infierno: nuestras lámparas son todas de fuego y llamas, alumbradas por el espíritu que el Padre y el Hijo producen desde la eternidad, el cual es el término de todas las divinas emanaciones que proceden de su intimidad.
Deseo esperar que muy pronto dará fin y detendrá el curso de sus lágrimas por la muerte de aquel que vive en este Dios de bondad. Señora, él le dice que un momento de pena y de sufrimiento le ha valido el precio de un gozo perenne.
Terminé la novena de comuniones. Nuestras hermanas, quienes la saludan con toda humildad, han orado, y siguen haciéndolo, por el hermano y por la hermana. Las oraciones que no son ya necesarias a un alma glorificada, son, por la misericordiosa economía del Verbo Encarnado aplicadas a las que están en el purgatorio. No sabiendo con entera certeza si la pena ha sido satisfecha del todo, debemos continuar nuestras oraciones.
Como estoy enferma de los ojos, me veo obligada a terminar la presente, asegurando a Usted que sólo la eternidad será el término de nuestro cariño. La abrazo cordialmente en el seno del Padre Eterno, donde se encuentra el único Hijo que engendra en el esplendor de los santos, el cual se ofrece por nosotros a sí mismo a este divino Padre, en perfecto holocausto. Por su reverencia, es escuchado. Si Dios está con nosotros, ¿quién estará contra nosotros? Es en él que soy, Señora, toda suya en éste nuestro todo. Jeanne de Matel
12 de octubre, 1642. Al señor Abad de Cérisy.
Señor:
Un saludo muy humilde en el corazón del Verbo Encarnado el rey de los corazones, el cual ha unido los nuestros en su divino amor, que es un bien sumamente amable: el alma de Jonatán se apegó al alma de David, y le amó Jonatán como a sí mismo. Hizo Jonatán alianza con David, pues le amaba como a sí mismo. (1Sam_18_1s). No ignora Usted que estas palabras sagradas, que expresan el gran cariño que unió y fundió el alma de Jonatán con la de David, son muy apropiadas para ilustrar la producida por el Espíritu Santo, que cumplirá tanto al hijo como a la madre.
Estas pocas líneas dicen mucho. El portador de la presente me aseguró que entregaría mis cartas en propia mano; no he querido esperar a recibir las suyas, ni dispensarme de escribir, a pesar del dolor de cabeza que me agobia en el momento de hacer la presente, que no obedece otra orden que mi salud. No me preocupo por ello, y tampoco por iniciar con cumplimientos nuestra conversación por escrito. Habiéndolos desterrado de nuestras conversaciones de viva voz, diré a Usted con frecuencia lo que el Verbo Encarnado dijo a sus discípulos, a pesar de que el sentido no sea del todo adecuado: Tengo mucho más que decirles, pero no lo podéis entender ahora.
Esto no quiere decir que no pudiera Usted comprenderlas, sino que no me es posible escribirlas. Este no poder significa que las cartas no pueden decirlo todo. Cuando estemos, por misericordia, elevados en la gloria, podremos ver y entender todo en el Verbo y por el Verbo, de quien procede toda dicción, toda locución, toda palabra y toda sabiduría, lo cual comparte con nosotros según nuestra condición de peregrinos: Ahora vemos en un espejo, en enigma. Entonces veremos cara a cara. Ahora conozco de un modo parcial, pero entonces conoceré como soy conocido (1Co_13_12).
Ahora y entonces, seré en este Dios de amor, Señor, su muy humilde sierva y buena Madre Jeanne de Matel.
Mi señor Abad meditará en el celo que urgió al apóstol a dar gracias continuas al Dios que amaba, por todos los dones que concedió a los Corintios en Jesucristo, por el cual fueron enriquecidos con toda palabra y doctrina, a fin de que no carecieran de ninguna de las riquezas de la gracia, y que colmados de todo, esperaran el cumplimiento de las promesas infalibles de este amoroso Salvador, el cual las confirmó por su bondad, a fin de hallarlos sin culpa el día en que vendrá a juzgarlos.
Mi señor Abad aprovechará las dulzuras del Dios que murió por él, a fin de no caer en las manos del Dios vivo, que posee el ser en sí mismo, que es bueno en sí mismo y justo hacia nosotros, lo que hizo exclamar al apóstol ya citado que los que desprecian la sangre de la alianza, se hacen merecedores de los suplicios que expresa por medio de estas formidables palabras: Es terrible caer en manos del Dios de los vivientes. Para no caer en manos de su justicia, moremos en el seno de su bondad, donde experimentaremos el dicho del profeta. ¡Qué bueno es el Dios de Israel hacia los rectos de corazón!, asegurando que este Dios es su herencia y su felicidad eterna, y diciéndole: Dios de mi corazón y mi heredad, eres Dios para siempre; porque los que se alejan de ti se perderán; todos los que fornicaron lejos de ti se extraviarán.
París, 14 de octubre, 1642. Al señor Presidente de Versigny.
Señor mío:
Un saludo muy humilde en el corazón del Verbo Encarnado el cual ha unido el suyo al de la Señora con lazos y nudos indisolubles; el del matrimonio los hace una misma carne, pero el de su cariño los hace uno en su amor, en unión con su divino Padre, que es lo que él pidió en la noche de la Cena, y en la claridad de su alegría, que llevaba en sí desde antes de la constitución del mundo para los suyos.
Para obtener este reino de gloria y claridad, su providencia y su sabiduría nos quieren conducir por los caminos que el divino Salvador nos trazó. El afirmó que nos daba este reino como su Padre se lo entregó. Fue él quien dijo a los discípulos de Emaús que era necesario que el Cristo sufriera para entrar en su gloria, aunque ella le fuera debida esencialmente por razón de naturaleza divina.
Señor, si padecemos y sufrimos con él, reinaremos con él y por él, y recibiremos la gloria según la medida de su gracia. Las penas y las aflicciones de esta vida no son comparables a las alegrías y a las delicias de la otra; en un momento se obra el peso de una gloria eterna. El ojo no vio, ni el oído oyó, ni el corazón del hombre mortal pudo pensar en la felicidad que Dios ha preparado a quienes lo aman: todo coopera a su bien.
La muerte de su hijo fue para Usted, y tal vez sigue siendo, sumamente aflictiva; pero, como plugo al soberano Dios retirarlo de esta vida miserable y de este siglo de maldad antes de que cayera en los vicios que infectan a tantos, y que Usted no hubiera tolerado, se somete plenamente a los decretos de su soberana sabiduría, bendiciendo a la mano que le dio, que es la misma que le quitó. Esta resignación a sus mandatos obtendrá de su bondad nuevas bendiciones, si las oraciones de nuestras hermanas, hijas mías y de Usted son eficaces ante el Verbo Encarnado nuestro amor, el cual redoblará sobre Uds. dos y sobre todos sus seres queridos, sus abundantes dones, concediéndoles el ciento en este mundo y la vida eterna en el otro, como recompensa por todos los favores que han hecho Uds. a aquella que ambiciona santamente la calidad de ser, Señor, su muy humilde y agradecida servidora. J de Matel.
Muy querida hija:
Un saludo en el corazón de la gran santa Teresa, quien amó seráficamente al Verbo Encarnado, nuestro amor y nuestro todo.
El Reverendo Padre Gibalin la habrá informado de las extraordinarias ocupaciones que Su Eminencia me ha dado desde el mes de marzo, y que es una no pequeña gracia de Dios que junto con él haya llegado al final de una obra tan larga y tan contraria a la razón de una persona que desea un trabajo según sus inclinaciones. Bendiga al Padre de las luces, cuya buena voluntad ha hecho brillar su sol sobre todos, y que se complace en hacer misericordia puesto que es bueno en sí mismo.
La hija del Sr. Chrétien puede tomar el santo hábito, pues ha sido fiel en lo poco y en sus pequeñas ocupaciones. El Verbo Encarnado la asistirá en lo mucho y en las acciones grandes. El le dice como a todas: sean santas, porque yo soy santo, y perfectas como su Padre celestial es perfecto. Es el Verbo Encarnado quien habla, el cual es poderoso para hacer abundar toda virtud en ella y en las demás. Saludo a todas, exhortando a mi hija Teresa del Calvario a estar también santamente enamorada del amor del Verbo Encarnado a ejemplo de su patrona, cuya fiesta celebramos, y que ama la Orden del Verbo Encarnado con un amor que no puedo expresar. Ella no me quiso para la suya porque me reservaba para ésta, conforme a los mandatos de quien es todo para ella, y sin el cual todo lo creado le parece nada.
El Reverendo Padre Gibalin tenía tanta prisa, que no tuve tiempo para decirle adiós, ni hacer una relación de lo que se llevó. Puede Usted cerrar y firmar el contrato de esa casa que les es necesaria recibiendo a esas dos jóvenes, y que el Sr. Jay le proporciona por lo que pide. Me gusta más así que del otro modo. Jeanne de Matel
¿Qué edad tienen ellas? Usted no me lo indica; no hay que temer sino una cosa: que si las jóvenes no perseveran, se me quisiera quitar la casa, lo cual sería para Usted y quienes estuvieran viviendo en ella una pérdida bastante perjudicial. Haga lo que le parezca en caso de que no lleguen a ser religiosas del Verbo Encarnado en cuyo amor saludo a todas, exhortándolas a redoblar sus oraciones por mí, que soy de todas, como de Usted, mi muy querida hija, su buena madre.
23 de Octubre de 1642. Al señor Rosignol.
Señor:
Un saludo muy humilde en el amor del Verbo Encarnado.
Usted sabrá que la palabra santa afirma que la madre no puede olvidar a su hijo y que si ella llegara a olvidarlo, Díos no olvidará a aquél que ha adoptado por tal, según el amor de su Espíritu.
Pudiera pensar usted, que mi silencio es señal de que he olvidado a aquél que le ha pedido a este Espíritu Santísimo que me lo diera por hijo, pero sólo esperaba noticias del Abad de Cérisy, para testimoniarle cuánto lo he recordado delante de Dios y de su santa Madre en mis comuniones y oraciones, pidiéndoles que lo hagan Santo.
Ya que su piadoso celo me previene en todo y ha pedido al Sr. Virodric de subir nuestra santa montaña, para asegurarme su bondad hacia mí, no quiero retardarme en agradecerle por escrito todos sus favores, y confirmarle la promesa de continuar las oraciones que hacemos en nuestra Congregación por su Excelencia ducal como por la persona más necesaria para nuestro buen Rey, para la gloria de su corona y por el bien de Francia.
Este gentil hombre tiene prisa, lo que me hace terminar la presente, suplicándole me siga considerando, Señor, en calidad de su muy humilde y buena madre en Nuestro Señor. Jeanne de Matel.
4 de noviembre, 1642. Al señor Abad de Cérisy, capellán del Canciller Séguier.
Señor:
Mi corazón desea más a su hijo la virtud y la sublime santidad de san Carlos, que la eminencia cardenalicia. Sea este mi afectuoso saludo.
He dado gracias al Verbo Encarnado por haber bendecido su viaje permitiéndole llegar a París sano de cuerpo y espíritu. Le ruego sea él su camino, su vida y su verdadera luz en todo, pues en esto consiste la salvación universal: La palabra de Cristo habite en vosotros con toda su riqueza; instruíos y amonestaos con toda sabiduría (Col_3_16).
Si fuera yo la mujer fuerte de que hablan los proverbios; si nunca hubiera estado ociosa, y por mi fidelidad hubiera confiado en mí el corazón de mi esposo Jesús, no sentiría tanta confusión al escuchar estas palabras: Se levantan sus hijos y la llaman dichosa; su marido hace su elogio (Pr_31_28).
Aquel de quien la palabra es efectiva, puede hacer abundar en mí su gracia. Ruéguele que no la reciba en vano, y que en verdad diga yo con el apóstol: Mas por la gracia de Dios, soy lo que soy; y la gracia de Dios no ha sido estéril en mí (1Co_15_10).
No puedo expresar a Usted cuánta alegría ha tenido mi corazón al recibir cartas tan cordiales de una madre y de dos hijos de bendición. Sabe Usted bien a qué personas me refiero, a quienes, por una divina dispensación, son descubiertos los misterios: Y esclarecer cómo se ha dispensado el misterio escondido desde siglos en Dios, creador de todas las cosas, para que la multiforme sabiduría de Dios sea ahora manifestada a los Principados y a las Potestades en los cielos, mediante la Iglesia, conforme al previo designio eterno que realizó en Cristo Jesús (Ef_3_9s), en el cual yo me afirmo, y por el que debemos tener acceso, con entera confianza, a su divino Padre, apoyándonos en sus méritos y mediante la fe en la verdad de sus promesas, que serán infalibles si le soy fiel. Ruéguele que me conceda esta gracia.
Hágame favor de asegurar a la hija de mi corazón que tiene una madre que es toda de ella, y que bien pueden darse al mismo tiempo una benjamina y un benjamín; una hija de la diestra y un hijo, puesto que la bondad del Padre celestial le ha concedido la posesión de sus gracias y de sus bienes, como a las hijas de Job junto con su hermano: Y su padre les dio parte en la herencia entre sus hermanos (Jb_42_15).
Todas sus hermanas presentan a Usted su muy humilde saludo, y se encomiendan a sus celebraciones eucarísticas y fervientes oraciones. Usted me hace ver mi pereza, al decirme que no le he enviado las cartas de las que su bondad quiere ser tanto el distribuidor como el portador. No deseo disculparme por ello, habiendo faltado a lo que pensaba hacer, pero sí decirle que el fuerte dolor de cabeza que me aqueja desde hace tiempo me sirve de excusa legítima.
Debo responder a nuestra Hna. Catalina Fleurin sobre un asunto de sus amigos. Le demostré con pocas palabras la confianza que tengo en mi hijo; puedo juzgar que su reputación y sus méritos no le son desconocidos. Veré por su carta si ha abandonado sus deberes por esta causa, llevada por su reconocimiento hacia todos aquellos que la hacen sentirse obligada por haberme favorecido. Ella y yo tendríamos necesidad de aprender la cortesía necesaria en la conversación en la que nos vemos comprometidas por orden de la Providencia que gobierna todas las cosas, y no en los modales de la prudencia humana, tan alejada de mis inclinaciones como lo está el cielo de la tierra.
He escrito por mediación de un gentilhombre de su eminencia ducal al Sr. de Rossignol, quien tenía orden de informarle acerca de mi estado de salud, y de comunicarme el gozo que el Sr. Lombardemont le proporcionó, dándole esperanzas de que muy pronto tendrá a su Madre en París. Todos los hijos anhelan que su madre se ponga a disposición del Verbo Encarnado y de su Santo Espíritu, quien es el inspirador de los poderosos, y cuyos mandatos son leyes que no se pueden quebrantar sin aparecer como un criminal.
Tengo varios maestros, pero solamente un padre. Por favor presente mis humildes respetos a Mons. el Canciller, y créame que no he cambiado en aquel que es eterno e inmutable. Su muy humilde hermana y buena madre, mi muy querido hijo. Jeanne de Matel.
Lyon, 11 noviembre, 1642. Al señor, el Sr. Abad de Cérisy [Germain Habert] en París.
Señor:
Pido al Verbo Encarnado inflame su corazón con las llamas en que abismó al de san Martín, sobre cuya cabeza apareció un globo de fuego mientras decía la santa misa y ofrecía el sacrificio y el sacramento del amor.
Admiro este globo como un signo visible de la llama invisible y como otro sacramento, pues siendo aún catecúmeno, vistió a Jesucristo, quien se le apareció disfrazado de pobre. Cuando llegó al sacerdocio, el mismo Jesús lo recompensó enriqueciéndolo interior y exteriormente, y coronándolo con una diadema de fuego.
San Martín fue un perfecto holocausto. Elevemos nuestros corazones y nuestros espíritus mediante esta llama, que es más ardiente que deslumbrante, aunque el Evangelio de hoy no nos habla sino de luz. El Espíritu Santo desea que contemplemos a este santo inflamado y radiante, que nuestro ojo sea sencillo, mirando sólo a Dios y para Dios en todo lo que amamos y nos esforzamos por aprovechar las abundantes gracias que su bondad ha querido y quiere seguirnos comunicando para nuestra salvación y la de nuestro prójimo.
El nos dice a cada uno: Bebe el agua de tu aljibe, y de los manantiales de tu pozo. Rebosen por fuera tus manantiales y espárzanse tus aguas por las plazas (Pr_5_15). Es lo que escuchó su madre un día de la semana pasada, mientras se reprochaba el ser demasiado libre en sus comunicaciones al exterior. El Verbo Encarnado, la sabiduría amorosa, dijo en un exceso de misericordia: Yo, como canal de agua inmensa, derivada del río, y como acequia sacada del río, y como un acueducto salí del paraíso (Si_24_41), así como el resto de este capítulo 24.
Es necesario que exclame junto con David: Ah, cómo es bueno el Dios de Israel para los de corazón recto e intención sencilla y pura, que buscan complacerle en todo, y que no buscan convenir con los malvados ni tener parte alguna con las tinieblas. Un alma o un espíritu fiel al Verbo Encarnado escucha estas divinas palabras: Las mismas tinieblas no serán oscuras para ti, y la noche como el día lucirá: la oscuridad es para ti como la luz (Sal_139_12).
Pedí a Mons. de Nesme que me disculpara ante Usted por no haber contestado la carta que Usted me hizo el honor de apresurarse a escribir, en la cual Usted le saluda junto con el Reverendo Padre Gibalin, el cual presenta a Usted por mediación mía su muy humilde saludo. Esta carta no me fue remitida sino hasta algunos días después. La segunda, que se me entregó en propia mano, venía bien sellada.
Me alegra mucho que se haya sentido satisfecho de la visita a Charonne, y que haya Usted conocido a una hija más virtuosa y más llena de celo que su madre, la cual permanece siempre indiferente hacia cualquier suceso, lo cual demuestra mi pusilanimidad respecto a las obras santas.
Me dice Usted que la señora honró con su visita a nuestra Hna. Catalina, pero no me dice si mi Benjamina estaba de viaje. Le ruego me informe en qué fecha llegará a París la Sra. de la Rocheguyon y si es conveniente escribirle, cuando consulte Usted al oráculo bajo las alas del querubín de su barrio, pues bajo el de Lyon, seguirá escuchando las mismas respuestas.
¿Es Usted de la opinión que nuestra Hermana Catalina vaya, junto con el Reverendo Padre V., a preparar al Sr. de P.? Si ella fuera tan elocuente como virtuosa, podría obtener esta petición. Me sorprendería mucho que así fuera. Espero recibir esta noche noticias suyas, sin atreverme a esperar las de Usted.
Los ruiseñores no son signo del frío, sino de la primavera y del verano. Si Aquilón hubiera cambiado al escucharlos en un mediodía de benevolencia, les estaré doblemente agradecida, sobre todo por el afecto que han demostrado hacia una hija que ama con verdadera caridad a su madre.
No hemos recibido noticia alguna de aquél a quien se notificó el día de san Francisco que no había nada de Verbo Encarnado. Por favor dígame la causa, después de haber presentado mis humildísimos respetos a las personas a quienes estimo más de lo que puedo expresar. A mi hija mis saludos afectuosos, sin olvidar a la Señorita Poulaillon. Estoy segura de que no olvida Usted en sus santos sacrificios y fervientes oraciones a la que es por siempre, en el Eterno, Monseñor, mi muy querido hijo, su humildísima servidora.
Nuestra Hna. Isabel le da humildemente las gracias. Le ruega que pida, junto con el testamento del difunto M. Perrot, tío suyo, los contratos de las rentas que recibió ella de sus dos hermanos. La hermana no cuenta sino con el contrato de las 500 libras que su difunta madre le dejó. Ella, Sor Elena y toda nuestra congregación, saludan a Usted en el corazón del Verbo Encarnado.
Como con Usted no debo molestarme en revisar y corregir mi escritura, ello es y será causa de que pueda escribir a Usted más seguido. Mi mano se hace violencia cuando debe escribir con demasiada propiedad.
Lyon, 17 de noviembre, 1642. A M. El Abad de Cérisy [Germain Habert], en casa del Sr. de Séguier, Canciller de Francia en París.
La paz de Cristo,
Después de haber orado al que inspira pensamientos santos, escuché: Mis pensamientos son de paz y no de aflicción. No temas, pequeña grey, porque a vuestro Padre le ha parecido bien daros a vosotros el Reino. Si Dios está con nosotros, ¿quién contra nosotros? (Lc_12_32); (Ro_8_31).
Digamos, a ejemplo del apóstol, que deseamos amarle en la amabilidad, en el Espíritu Santo, en caridad sincera, en la palabra de verdad (2Co_6_6s). Con su divino poder rebasaremos los muros de todas las contradicciones mediante las armas de la justicia: las de la derecha y las de la izquierda; en gloria e ignominia, en calumnia y en buena fama; tenidos por impostores, siendo veraces: como desconocidos, aunque bien conocidos; como quienes están a la muerte, pero vivos (2Co_6_7s). Tengamos en nada, como este apóstol, el ser juzgados por los hombres, ya que son incapaces de leer nuestros corazones. Seamos fieles al Verbo Encarnado: El iluminará los secretos de las tinieblas y descubrirá los designios de los corazones; pues el hombre mira las apariencias, pero Dios mira el corazón (1Co_4_5); (1S_16:7b)
Este Dios todo bondad me ha concedido la sinceridad y me ha recomendado amorosamente que diga la verdad. Junto con su misericordia, me la ha dado como mi porción, lo cual han reconocido como un don por no decir mi natural todos aquellos que han dirigido mi alma. El me ha puesto delante de su rostro como el signo de su bondad, sin mérito alguno de mi parte, como a otro Zorobabel, el cual alcanzó el premio con la fuerza de la verdad.
Si las razones que alego carecen de valor, que sean rechazadas; pero me parece que se sostienen por sí mismas, mientras que las aducidas por la persona que se queja sin motivo se ven destruidas por sus proposiciones. Aquella que no sabe nada sin el Verbo, ¿acaso mintió al no encontrar la puerta abierta en el momento de ser interrogada, respondiendo que no sabía nada? El Verbo no me instruía por entonces para responder a un hombre que me era desconocido, y que no me dio a conocer la autoridad que él pensaba tener para interrogarme.
Hacía unos cuantos días que Su Eminencia, nuestro prelado, había desaprobado la imprudente candidez que demostré al responder a dos sacerdotes a quienes jamás había visto, pero cuyos nombres me fueron dados por dos capuchinos a quienes conozco desde hace cuatro años. Esta falta debería hacerme prudente, humanamente hablando, si el Espíritu Santo no me hubiera dispensado sus arrebatos, gratificándome con el fervor mencionado en Hechos: El Espíritu Santo les concedía expresarse (Hch_2_4).
Señor, el Precursor del Verbo Encarnado, del cual se dijo: ¿Qué salisteis a ver? ¿Un profeta? Sí, os digo, y más que un profeta (Lc_7_26). Y Zacarías: Y tú, niño, serás llamado profeta del Altísimo (Lc_1_76) san Juan, en el primer capítulo, dice que vino a dar testimonio de la verdad. ¿Acaso mintió al responder que no era un profeta? ¿Quién puede acusar de falsedad al gran apóstol cuando dijo a los Corintios (1Co_2_2): Pues no quise saber entre vosotros sino a Cristo, y éste crucificado?
Continúa diciendo, en el mismo capítulo, que se refiere a una sabiduría misteriosa y desconocida a los grandes de este mundo. Tanto en éste, como en los capítulos siguientes, parece enseñar todas las cosas a los Corintios. Me parece que su actitud básica al escribirles fue: Y me presenté ante vosotros débil, tímido y tembloroso (1Co_2_3).
¿Cómo no haberme sentido así ante un desconocido que me interrogaba acerca de lo que no debía descubrirle a primera vista, aun cuando las luces para ello fueran en verdad producidas por aquél que me las había comunicado en la oración, y que él mismo me dictó mientras que yo las anotaba en escritos que él aprecia y con razón, pues jamás procedieron de los hombres, sino de aquél que es el Hombre-Dios: El Hijo único, que está en el seno del Padre, él lo ha contado? (Jn_1_18).
El es un espejo voluntario y un oráculo libre. No le plugo responder al rey que deseaba, conocerlo por mera curiosidad. ¿Mintió al callar? ¿Blasfemó en presencia del sumo sacerdote al decirle que era el Hijo de Dios, y que le vería venir revestido de majestad a juzgar con equidad al que desgarró su túnica diciendo: Ha blasfemado? ¿Qué necesidad tenemos ya de testigos? Acabáis de oír la blasfemia (Mt_26_65). Después de estas palabras, el inocente por esencia y por excelencia fue declarado reo Señor, ¿podría ser tratada con más dignidad la hija de este Verbo hecho carne, que murió por ella y por toda la humanidad? Todos sus hijos e hijas deben alegrarse si se les honra de la misma suerte, aceptándola con sencillez en unión de aquél que se complació en tratar con los sencillos que no recurren a los artificios de este mundo: Pues la sabiduría de este mundo es necedad a los ojos de Dios, el cual prende a los sabios en su propia astucia (1Co_3_19). El Señor conoce cuán vanos son los pensamientos de los sabios. Sentid al Señor en la bondad, buscadlo en la sencillez de corazón, pues lo encontrará aquél que no lo tienta. Se hace visible ante los que tienen fe en él. Los pensamientos perversos apartan de Dios (Sb_1_1s).
Busquémosle confiados, con sencillez de corazón. Esto es lo que me parece debo decir en esta carta respecto a lo que se dice de aquella que no sabe odiar sino al pecado, y que ama a sus enemigos por amor a Dios, en quien sigo siendo, Mi señor. Su muy humilde servidora. Jane de Matel
De Lyon, el 9 de diciembre de 1642. A M. Abad de Cerisy, [Germain Habert] en casa del Señor, Canciller. En París.
Señor mío:
La doble cuartana no ha osado aparecer en presencia de la aurora que debe engendrar para nosotros al sol de las dos naturalezas unidas en un mismo soporte, sin mezcla ni confusión; y así como lo concibió sin división o detrimento a su integridad, ella lo dará a luz en una media noche que será más clara que el mediodía del sol que alumbra tanto a los animales como a los hombres. Se trata de nuestro divino sol, que aleja los fríos y rompe el hielo en pedazos como si se tratara de frágiles pedruscos de vidrio.
No repito nada de lo que Usted ha visto realizarse delante de todo el pueblo, que no aprendió los misterios sino a través de parábolas. A Usted como le informé le han sido revelados porque plugo al Verbo Encarnado que su Madre se los declarase, a fin de que sea Usted testigo de sus verdades infalibles, y que se recuerde a sí mismo lo que él le dijo el 5 o 6 de octubre pasado, al aplicarle el segundo salmo.
Quiero preguntarle de qué humor se encuentra Aquilón. Es menester que confiese a Usted que su Madre siente una compasión inexplicable hacia el Inflexible, quien vio la penúltima plaga de Egipto en el mismo estado de aquél que se sentaba sobre su trono. Si Aquilón no hubiera exhalado sus fríos para formar un hielo, el que envía su palabra para cambiar en lluvia los rayos de sus amenazas, hubiera demostrado que él mortifica y vivifica; que conduce a los infiernos y libra de ellos.
Imagine Usted a su Madre a partir del jueves, en que la doble fiebre cuartana la dejó como una persona caída de las nubes, que no ríe sino por condescendencia y sólo come ante los insistentes ruegos de la portera y de la Hna. Francisca y que de buena gana enfermaría de la doble cuartana cuando debe tomar sus alimentos y animar la recreación.
Salude, por favor, a Philomèle, quien recibirá del cielo la recompensa de su caritativa melodía. La santa Virgen y su Hijo la han bendecido y volverán a hacerlo. Jamás la olvidaré delante de ellos. José es el hijo que va creciendo, aunque tenga un poco de timidez en consideración a la prudencia humana, que no puede en ningún momento igualar su valor.
Me arrepiento de no haber abierto la carta que el Reverendo Padre Gibalin me envió para mi hijo, el cual no hubiera tomado a mal que su Madre hubiera obrado con esta libertad, que cortésmente llama derecho suyo, por estar lleno de sumisión y de respeto. El estará de acuerdo con esta ¿franqueza, franquicia, licencia?, y me hará el favor de enviarme una copia, pues pienso que el Reverendo Padre Gibalin no guardó oscuridad alguna. Sigue en ejercicios y saldrá mañana.
Me parece que Usted me mandó decir que me escribió el penúltimo viernes. Esperaba sus cartas con el afecto con que Ana esperó a Tobías: no con lágrimas, sino con las alegrías que la doble cuartana me producía contra los pensamientos que los médicos expresaban. El Reverendo Padre Gibalin estima y honra a Usted de un modo que no puede ocultarle nada. Yo le había dicho que no hiciera referencia alguna a la potencia, de la que Aquilón se había cargado o saboreado según su manera de hablar, pues contrariamente a lo que Usted piensa, no era necesario pedir sus favores.
Pedí a Usted que no insistiera ante mi padre san Pablo y san Dionisio, a quienes me confío, están llenos de celo por la gloria del Verbo Encarnado. ¿Qué dirá Usted de aquella que siempre es larga en sus cartas? Que sea éste un día más de purgatorio, después de la sangría.
Monseñor el Prior le ofrece sus respetos y se suscribe como su muy humilde servidor. No he releído la presente. Para el Señor y a la Señora, mis respetos de su querida hija y sierva y para mi hija, sigo siendo su buena madre. No dude Usted de lo que soy, y seré infinitamente en el corazón del Verbo Encarnado: Su muy humilde servidora y buena Madre J. de Matel.
De Lyon, el 16 de diciembre de 1642. Al señor Abad de Cerisy, [Germain Habert] en casa del Señor Canciller. En París.
Señor mío:
La paz en Nuestro Señor
Como el P. Gibalin me envió esta carta para que a mi vez la dirigiera a Usted, hago a un lado los enigmas para escribir estas líneas. No podía dejar partir la carta sin asegurar a mi Hijo que su madre está muy bien, que no olvida a su José ni a su benjamina, la cual le escribió a media noche diciéndole que está más cerca de ella que su José y que todo el mundo reunido. Alabo en ella su generoso valor.
Todas sus hermanas la saludan, y su madre le prodiga ternuras maternales. Como no tuve tiempo de alargar la presente, saludo al Reverendo Padre Lambert, asegurándole de lo que pide a la que es
Su muy humilde servidora en J
J. de Matel
Mons, mi MQH
Señor mío, mi muy querido hijo.
A mi Padre y a la Señora, mis humildes respectos. Tengan la seguridad de que, por deber y por inclinación, redoblo mis oraciones por su bienestar temporal y eterno. 16 de diciembre de 1642
Lyon, 2 de diciembre, 1642. Al señor Abad de Cérisy [Germain Habert]. En París
Señor mío:
Casa de Jacob, ven, y, caminemos a la luz del Señor (Is_2_5). Este es mi deseo, que le envío como muy afectuoso saludo. Pero yo me alegro en el Señor y me regocijo en Dios mi Salvador (Lc_2_46s). No hay río que pueda extinguir ni enfriar la caridad, ni fiebre doble cuartana que incapacite totalmente la mano de su Madre, para escribir los caracteres que son signos de su dilección maternal.
El domingo pasado el Reverendo Padre Gibalin, al verme temblar a causa de los escalofríos de la fiebre, creyó que no podría escribir la presente. Me envió una carta para Usted, con objeto de que mi secretaria la pusiera en un sobre y la pusiera la dirección. Sin embargo, no pude dejar partir esta carta sin acompañarla de unas cuantas líneas, temiendo que la mía le provocase una fiebre más fuerte, porque Usted es como el apóstol, que se compadecía de las debilidades de los suyos por un exceso de bondad.
Tenga Usted la seguridad de que esta fiebre no es sino un juego y un temblor de tierra que me hace reír en presencia de aquél que lo permite: Tembló la tierra y calló (Sal_75_9) por un poco de tiempo, para prepararme a recibir a este Enamorado que tembló sobre el heno. Los temblores son inherentes a mi naturaleza, pero los ardores son propios de él, que sin duda vendrá a encender su llama y mandará a la fiebre que salga de mí en el momento en que llegue sobre la nube blanca en compañía de su augusta Madre y de miríadas de sus santos.
Pero ¿Qué digo? El ha venido ya por la misión del fuego supremo que ha enviado a mis huesos, el cual me enseña que su poder y su presencia pueden mantener a dos contrarios en un mismo sujeto: Señor, tu obra le da vida en medio de los años; en medio de los años lo das a conocer. Cuando estés enojado, recordarás tu misericordia. Dios vendrá del austro y el santo de los montes Parán.
Usted leerá y comprenderá mejor que su Madre, quien se llena de alegría cuando su hijo es valiente como los generales Macabeos y se apoya en la poderosa bondad de Dios, que todo lo puede por si mismo. Por la causa de uno, puede vencer a diez mil aunque todo el mal proceda de Aquilón. El hace descansar a su Esposa y restaura sus fuerzas al medio día, tanto en el cuerpo como en el espíritu.
Diviértase al leer esta carta en compañía de mi hija, a quien saludo cordialmente. Cuando el Reverendo Padre Gibalin salga de sus ejercicios, que comenzó ayer, se reirá también conmigo.
Adiós, mi querido hijo. Mis muy humildes respetos a mi padre y a la Señora. No les olvido en mis oraciones. Todas nuestras hermanas le saludan. Puede ver Usted que tomé varios descansos para escribirle más de lo que me había propuesto. Donde hay un santo afecto, no hay lugar para penas. Espero noticias suyas esta misma tarde; siempre me parecen bien amables, ya que proceden de aquel de quien soy, invariablemente, señor, mi querido hijo en Nuestro Señor, muy humilde servidora y afma. madre en Jesús. J. de Matel
Mañana hará 15 días que el Sr. de Nesme partió inopinadamente en compañía de Su Eminencia para Marsella. A Philomèle, por favor, que la envío saludos. De Lyon, de la Congregación del Verbo Encarnado, este 2 de diciembre de 1642. Pido al Verbo Encarnado y a su santa Madre le transformen según sus deseos.
De Lyon, diciembre de 1642. Al señor Abad de Cerisy, [Germain Habert] en casa del Señor, Canciller. En París.
Señor mío:
Glorificad al Señor por una doctrina pura (Is_24_15) es el afectuoso saludo de su madre.
Como respuesta a la suya del viernes: Ellos gimen, los que tenían el corazón festivo (Is_24_7). El Señor hace todo lo que quiere en el cielo y en la tierra. El manda a nuestro Padre: A quien me confiese delante de los hombres, yo le confesaré delante de mi Padre que está en los cielos (Mt_10_32); tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia (Mt_16_18a). Esto es lo que escuché hoy por la mañana al comulgar, y lo que se me ordenó comunicar por escrito a mi hijo después de mi acción de gracias.
Doy gracias al Sr. Presidente de Margua y al hermano de Usted, sin olvidar a los padres de mi hijo en mis oraciones. No es conveniente comprar los permisos de esta dama. El Verbo Encarnado desea tenerlos por amor, y recompensar también por amor a quienes los concedan.
El P. Gibalin ya salió de ejercicios. Me repitió lo que expresó en su carta, lo cual demuestra claramente que estima a mi hijo, y que es un director que no se molesta en pedir permiso para decir los secretos de Dios y de sus santos. Tiene el mismo sentir de san Rafael: Bueno es mantener oculto el secreto del rey y también es bueno proclamar y publicar las obras gloriosas de Dios (Tb_12_7).
Nuestra Hna. Isabel Grasseteau agradece a Usted la gran solicitud con que se ocupa de sus asuntos. Le ruega que insista ante el Sr. Mathieu para el retiro de sus rentas vencidas.
El Sr. Deville ya la informó de la razón por la cual no retiró la de 500 libras, para lo que no es necesario esperar cartas poder, atestados ni repartos, como él lo ha pedido para las otras. En cuanto al testamento de su tío, hizo bien al omitirla de él, pues dice que él no le daría nada de lo suyo, aun cuando le hubiera heredado sin condiciones lo que menciona bajo una cláusula que demuestra que él no ama la religión, puesto que desestima la vida monástica.
Respecto al testamento, ella hará lo que juzgue pertinente en caso de ir a París en mi lugar. No puedo forzarla a escribir y a entregar un recibo a su tío, el comendador de Saucay. La hermana siente gran desprecio hacia esos cien escudos y dice que su tío ha demostrado claramente que la odia, sin otro motivo que el deseo que ella tiene de pertenecer a Dios.
Escribo estas líneas para satisfacer un espíritu de hija a quien se han dado muchos motivos de aflicción. Es necesario que yo la consuele algunas veces. Sin embargo, a pesar de todas sus debilidades, es una santa cuyos pies no merezco besar, aunque no le demuestre la estima en que tengo su virtud, sabe que cuenta con mi cariño más afectuoso.
Para mi hija, mi afectuosa ternura. Que ella y su hermano recen por la conversión de aquella que desea ser indefectiblemente, en el corazón del
V. E. Su muy humilde servidora y buena madre
Mons, M.H.C.H.J. de Matel
Mis humildes respetos a M.P. y a M.M. (mi padre y a mi madre). Sus personas me son muy preciosas delante de Dios.
[Espero] no causarle molestias cuando le escribo. No sé dictar mis cartas. Le envío lo que escribo sin revisarlo ni corregirlo mucho, porque me llevaría mucho tiempo y me ocasionaría incontables molestias. No me ocupo de estas cosas cuando escribo con prontitud, aunque tal vez cometo una falta al escribir a Usted con más frecuencia de la debida.
Después de que la doble fiebre cuartana dejó a su Madre, debe ella ocuparse de las maravillas ocultas, que son el saber de los santos. Ella espera poderlo hacer si el Inflexible no vuelve a visitarla. Escríbame, por favor, para informarme si lo han enviado al lugar donde su hijo la querrá ver. Es el rumor de esta ciudad que lo llama de la paz (frase inconclusa).
De Lyon, el 1 de enero de 1643. Al señor el Abad de Cérisy[Germain Habert], en casa del Señor Canciller. En París.
Un saludo muy humilde en el amor del Verbo Encarnado, quien quiso ser el mediador universal de la humanidad, y muy especialmente de los elegidos.
El fue escuchado por su actitud reverente (Hb_5_7). De todos los días de su humanidad, el de su Circuncisión es llamado con más propiedad el día de su carne, puesto que sacrificó a la justicia divina una parte de ella con efusión de su sangre. No dio por adelantado el oro ni la plata, sino esa sangre preciosa, bajo promesa de verterla toda en el momento de entregar su espíritu a su Padre.
El me enseña a ocuparme de la causa de los suyos en el cielo y en la tierra, y de pedir a Usted que acoja favorablemente al Sr. de Revel, cuyos derechos le dará a conocer él mismo si le concede Usted audiencia, a fin de que a su vez hable Usted con el Sr. Canciller, quien tiene tanta bondad como equidad para favorecer justamente a las personas que se defienden cuando se las quiere privar de sus prerrogativas.
El conocimiento que tengo de la piedad del Sr. y la Sra. de Revel, y del celo de la gloria de Dios que los mueve en todo, me lleva a decir que, al ayudarles, promoverá Usted las verdaderas virtudes y a las personas verdaderamente amantes de su hogar, que promueven, protegen y propagan la fe.
No creo incurrir en exageración. La verdad, la caridad más sincera, me hace hablar de esta suerte con la franqueza que Usted conoce tan bien en mí, señor, lo que haga Usted por ellos lo hará por aquella que es más que ninguna otra, en el corazón del Verbo Encarnado. Su muy humilde servidora J. de Matel
De Lyon, el 5 de enero de 1643. Al señor el Abad de Cérisy[Germain Habert], en casa del Señor Canciller. En París.
Señor mío:
Escribí a Usted el primer día del año a favor del Sr. de Revel, Abogado General del Parlamento de Grenoble, a quien se quiere despojar y privar de lo que él y sus predecesores poseen por derecho desde hace muchos años.
Lo que dije a Usted en la carta que él mismo le llevó, la cual le entregué abierta, expresa mis sentimientos y convicciones. El y su esposa aman y adoran a Dios en espíritu y en verdad. Ambos se cuentan entre el número de personas de bien de quienes se desea abusar.
Ellos son verdaderos propagadores de la fe y muestran, además, una singular inclinación para establecer la gloria del Verbo Encarnado en todas partes. Su gran deseo es procurar la fundación de un convento de su Orden en Grenoble.
Son éstas razones suficientes para persuadir el corazón de un buen hijo a proteger el derecho de los servidores de la fe. Ellos se han enterado de que el Señor Canciller junto con mi hijo, han venido a verme, y que mis ruegos a su favor no dejarán de ayudarles. No creí oportuno enviarlos sin entregarles una carta que no presiona a lo que no sea posible según Dios, pero que ruega se obre según las posibilidades y la voluntad de Dios, por su amor y el de su santa Madre, a quienes sirven con tanto fervor.
Escribí a la Señora; quizá el afecto me hizo rebasar los límites del respeto al llamarla madre mía. Esto no fue intencional. Si esto es abusar de su bondad, corrija Usted esos ímpetus con su prudente discreción. Su Madre carece de ella cuando el peso de su cariño la impulsa, por tratarse del afecto hacia los buenos, con los que quiere sentirse en comunidad sea en la cruz, sea en la alegría.
Si no fuera por las habladurías acerca de los cambios de oficio, estaría ella en un paraíso completo, pues el Verbo Encarnado la sumerge en sus delicias, las cuales no se pueden expresar. Sin embargo, no puede poseerlas del todo pues compadece a todos aquellos que, sin culpa de su parte, se ven amenazados por personas que amenazan con dividirlos y desolar su reino, pero no por consejo de lo alto, sino por el de aquí abajo: No entendieron y anduvieron errantes: los cegó su malicia y no conocieron los misterios de Dios. Fue así como, por la envidia del diablo, entró la muerte en el orbe de la tierra (Sb_2_21s). He redoblado mis oraciones por mi padre y por mi madre.
Las dulzuras se duplican; me abismo en ellas para acallar mis temores. No se me habla sino con mimos al lado de este niño recién nacido; sin embargo, lo que quiero decir acerca de las aflicciones que sufren las personas que amo no es escuchado o al menos no parece serlo. En esta fiesta no se aceptan las lágrimas ni el ayuno. Como son bodas de alegría, las lágrimas son cambiadas en agua de Naffe y en néctar por aquel que vino a cambiar el agua de la aflicción en el vino del consuelo.
El dijo que era el Rey del amor, ungido con el óleo de la alegría; por ello le dije: Pero si eres el pequeño pontífice que sube por su sangre al pesebre, el cual simboliza el santuario y el altar donde yace la víctima ensangrentada: estás en el lugar de tu circuncisión enteramente mudo, como podría parecer ante los hombres.
El respondió a su amada, arrodillada a sus pies: Yo soy Aarón y tú eres la orla de mi túnica, hasta la que desciende y fluye la unción sagrada de la cabeza que mi Padre consagró. Estás a mis pies, que son mis afectos; tú eres mi alegría, mi amor y mi corona.
Estas palabras fueron dardos, tal vez cañones, que arremetieron contra su Madre, la cual no opuso resistencia sino que se alegró, esperando ver aparecer en la brecha al vencedor del santo amor, quien combate para salvar y se ofrece como botín. Ella le dijo: Si yo soy la franja de tu vestidura, que está tan próxima a tus pies, dame un gran afecto hacia tu gloria y mucho amor por tu gracia, perdonándome mucho, es decir, todos mis pecados. Detesto el pecado, que es la decadencia, y acepto la gracia, que es tu complacencia: Oh Dios, escudo nuestro, mira, pon tus ojos en el rostro de tu ungido. Vale más un día en tus atrios que mil en mis mansiones, estar en el umbral de la Casa de mi Dios que habitar en las tiendas de impiedad. Porque Dios ama la verdad y la misericordia, él da gracia y gloria; no niega la ventura a los que caminan en la perfección. Señor de los ejércitos, dichoso el hombre que confía en ti (Sal_84_10s).
Es en este Señor en quien confío, y en el que soy, por la eternidad, mi muy querido hijo, su muy humilde servidora y buena madre. J. de Matel
Ya había terminado mi carta cuando recordé que no le dije palabra sobre la multa del difunto Señor de Thou. Yo me apoyé en lo que Usted me dijo, sin poner en duda que otros más poderosos que nosotros dos se ocupaban de ello Le ruego mencione a mi Padre, si no lo cree una imprudencia, que a él le plugo asignarme lo más seguro: mi espíritu, tal vez demasiado soberbio o demasiado generoso, no hablaría de ello si Usted no me hubiera escrito al respecto. Este silencio no se debe a la humildad; vea Usted hasta qué punto su Madre carece de virtudes.
Compadezco a mi Benjamina por las aflicciones que su madre causa a Benoni. Que sea ella siempre hija de la diestra de su divino Padre, en quien debe abandonarse por completo y repetir con David: Mi padre y mi madre me abandonaron, el Señor, con todo, me ha recibido y elevado hasta su corazón.
De Lyon, el 13 de enero de 1643. Al señor, el Sr. Abad de Cérisy[Germain Habert], en casa del Señor Canciller. En París.
Señor mío:
Que sea Usted designado por adopción con el nombre que el Verbo Encarnado lleva por naturaleza: el Hijo bien amado del Padre celestial, y que él encuentre en Usted sus complacencias. Sea éste mi muy afectuoso saludo.
A pesar de haber tomado medicamentos, no deseo dispensarme de escribirle con el correo de hoy, por no haberlo hecho en el anterior.
Al cabo de algunos días he tenido molestias causadas por las piedras, cálculos. A ello se debe que tome los remedios que me fueron prescritos. Me apena el que mis cartas le causen temores sin yo proponérmelo. Es necesario que no me explique tan claramente o que Dios, para hacer que Usted merezca su consuelo, le permita comprender todo en un sentido menos favorable que el que a mí me concede. Cuando digo que el Señor me ha ocultado la enfermedad de M. y su causa, hablo claramente porque él no me ha predicho ni anunciado aflicción alguna para mi padre ni para su madre.
Los versículos que marqué del capítulo 15 del II Libro de Samuel, ilustran la confianza y la resignación de aquel que era según el corazón divino, dispuesto a todo lo que la divina providencia le ordenara respecto a si mismo y al arca. Después de haber dicho: Haz volver el arca de Dios a la ciudad. Si he hallado gracia a los ojos del Señor, me hará volver y me permitirá ver el arca y su morada. Y si él dice: No me has agradado, que me haga lo que mejor le parezca (2S_15_25s), Dios probó la fidelidad de su bien amado con aflicciones que fueron muy sensibles. Las maldiciones que le lanzó Semeí cuando huía de su hijo Absalón, parecían amables a ese rey en comparación con los sufrimientos que le causaba su propio hijo. A pesar de ello, su respuesta a Abisaí demuestra la adhesión y la confianza que tenía en los mandatos divinos y en la misericordia que esperaba de Dios, quien le amaba con un amor más que paternal, ya que se trataba de un amor más divino que visceral.
Los envidiosos, a quienes me abstengo de llamar hijos de Belial, pero que son indignos del nombre de cristianos, inventan calumnias y provocan falsos rumores que afligen a quienes profesan afecto hacia aquel a quien Dios ama. Es mucho el ser amado de un protector todopoderoso que libra a los justos, cuando claman a él, de las persecuciones que se desea infligirles a causa de la justicia.
Ellos pueden decir a quien Usted conoce de un modo singular: El Señor viene en mi auxilio. ¿Qué mal me puede hacer el hombre sin el permiso de su providencia? Cuando se acercan contra mí los malhechores son ellos, mis adversarios y enemigos, los que tropiezan y sucumben. Aunque acampe contra mí un ejército, mi corazón no teme (Sal_27_2s). Quien tiene a Dios, lo tiene todo.
Es en este todo que ruego a Usted presente mis muy humildes respetos a mi Padre y a mi Madre. Para mi benjamina, mi especial ternura; José es el hijo que crece y posee todos los privilegios que Jacob le predijo. Es el preferido de su madre, quien le da lo que ella ha adquirido con su arco y flechas, que no es otra cosa sino el Verbo Encarnado.
A la vista de este arco de paz sobre el pesebre, y de sus ojos, de los que se dijo son saetas, bendígalo y crea que soy en él, perdurablemente, mi muy querido hijo, su muy humilde servidora y buena madre. Jeanne de Matel
Lyon, 23 de enero de 1643. Al señor, el Sr. Abad de Cérisy[Germain Habert], en casa del Señor Canciller. En París.
Un saludo muy afectuoso en el corazón amoroso del Verbo Encarnado, nuestro amor.
El da a Usted el trato de los fuertes y a mí el de los débiles, diciéndole como a san Pedro que Usted le seguirá por el camino de la cruz y las contradicciones. Usted está conforme con todo lo que él ha ordenado, extendiendo generosamente su cáliz, a pesar de la amargura que esto le haga sentir.
Me parece que Usted estima en nada las privaciones al decir que no hace nada por él al ofrecerse sin sacrificar cosa alguna; ha dejado de pertenecerse para ser todo de él. Parece ser que el deseo de padecer causó la muerte a la buena Hna. María de la Encarnación, cuya vida me envió mi madre. Le suplico se lo agradezca por mí. La leo con una confusión inexplicable, al verme tan lejos de sus virtudes como lo está el cielo de la tierra, aunque la divina bondad no sea conmigo menos espléndida que con ella, desbordando sobre mí los torrentes de sus delicias como si no tuviera sino a mí para comunicarse por amorosa inclinación, mediante esta abundancia de favores.
Soy muy pobre en méritos, y reconozco que soy la más indigna de todas sus creaturas. A la vista de lo que soy, estuve próxima a expirar el domingo pasado y dejar huérfanos a Usted y a mi Benjamina. Hubiera podido decir con Job: ¡Preferiría mi alma el estrangulamiento, la muerte más que mis dolores! ¡Ya me disuelvo, no he de vivir por siempre; déjame ya; sólo un soplo son mis días! (Jb_7_15s).
Este Dios que había dicho a san Pedro, de quien la Iglesia solemniza la gloriosa memoria de su cátedra en Roma que debía perdonar setenta veces siete o más, me ofreció el perdón de mis faltas con tanta gracia, que mi alma estuvo también a punto de salir debido al exceso de júbilo, en la misma medida en que estuvo en el abismo de la tristeza.
En medio de estos dos extremos, me sentí fuertemente atraída a orar por mi Padre. Pregunté después al P. Gibalin si se llamaba Pedro, pero me dijo que ignoraba su nombre. Si esto es mera curiosidad, Usted me hará el favor de decírmelo. Debo confesarle que, al cabo de tres semanas, el temor que sentí la primera vez que tuve el honor de hablarle retornó a mi espíritu y comenzó a desterrar poco a poco la confianza, llevándome a pensar que yo era muy atrevida y que podría pasar como inoportuna y que bastante se había molestado ya a causa del proyecto que Usted, con santo apasionamiento, desea ver triunfar.
No dije nada de esto al P. Gibalin porque no pude hablarle en privado, pues estaba en compañía de otros padres a quienes, por cortesía, no podía dejar solos. Así, cuando le pregunté si mi padre se llamaba Pedro, fue sólo de paso y sin mencionar la razón.
No tuve el cuidado de pedir al mencionado P. de aquél que llevó el billete que él me hizo el honor de enviarme, a causa de las mismas consideraciones que él tiene. Sé bien cuántos disgustos recibe de muchos que se interesan en aquellos que no son sino lo que Dios ha ordenado en el cielo, lo cual ha sido ejecutado en la tierra. Envío a Usted dicho billete junto con una carta poder.
El Reverendo Padre Gibalin escribió a la Sra. de Pontat acerca de lo que Usted desearía que yo hiciera. No pude violentar mi espíritu demasiado altivo o demasiado generoso y hablarle de la multa. Vea cuán lejos me encuentro de la humildad. Esto le obligará a pedírselo por mí. El poder está en blanco, para que Usted haga escribir en él el nombre del Sr. Mathieu o de quien Usted lo juzgue a propósito.
No le hablo más del procurador general puesto que lo que solicita va en contra de su amigo, a quien no conozco. Mis intenciones no son de obligar a Usted a hacer por los últimos lo que Usted crea deber a los primeros. Respeto demasiado las inclinaciones de mi Padre. Siento un temor indecible a tener pensamientos que no se ajusten del todo a ellas. Soy una hija que con frecuencia tiembla como una hoja. Cuando me dejo llevar de los temores de parecer demasiado libre, si Dios me dejara en ellos, sólo podría vivir temblando a su lado. Sin embargo, como me conoce en extremo, me lleva a la borde de la confianza filial, la cual aparecería como un gran atrevimiento a los ojos de las personas serias, si no existiera un Padre tan amoroso como él.
Envío a Usted en sobre abierto la carta del P. Gibalin para que la lea. Después de hacerlo, puede cerrarla y hacerla llegar, por favor, a la Sra. de Pontat junto con la mía, la cual le envío también abierta para que la lea y la cierre como la primera.
Si viera Usted las que ella me escribe, detectaría en ellas un espíritu magnánimo, grandemente afligido, que no excusa en manera alguna a quienes ella piensa la han privado del ser que le era más querido que ella misma. Yo me esfuerzo, dándole razones, para orientarla hacia donde Dios la quiere; y así como se lo dije de viva voz y con expresiones de franqueza y amistad, lo hago en una carta, ya que juzgo el poder hacerlo por un escrito que perdure.
Lo haré con mayor fuerza y dulzura de viva voz, respondiendo a sus palabras según la disposición en que la vea. Rece por ella y por mí. Digo esto mismo a mi Benjamina, quedando de Uds. dos, señor, su muy humilde servidora y buena Madre. J. de M.
25 de enero, 1643. A un religioso.
Mi Reverendo Padre,
El apóstol que tanto sufrió por la extensión de la gloria del Verbo Encarnado sea nuestro pensamiento, es mi muy afectuoso saludo.
Pido a su Reverencia comunique a esa persona que conoce, que este gran apóstol le dice que no ha resistido todavía hasta derramar su sangre, y que no ha seguido fielmente a aquel que en lugar del gozo que se le proponía, soportó la cruz (Hb_12_2). Así como Job oró por sus amigos, pediremos por ella. Es necesario huir de las ocasiones del mal: Quien concibe dolor, desgracia engendra (Jb_15_35). Es necesario que con el rey penitente, esté dispuesta a recibir la corrección de un padre caritativo que castiga y reprende a los que ama, y que en medio de su justa cólera se acuerda de su misericordia. Es esto lo que espero de su bondad.
El sobrino a quien el Verbo Encarnado concedió la salud hace algunos años, está doblemente obligado a prepararse bien para la vocación a que la gracia lo llama para servirle en tan augusto ministerio. Cuando su hermano venga a verme, le recomendaré su oficio, y le hablaré de las queridas sobrinas.
Todas rogaremos por la salud de la madre enferma. Su carta me fue entregada personalmente ayer por la tarde, pero reservé su lectura para la habitación secreta, a la luz de la vela. Temo, por los rumores, que los exentos se sientan, por ello, ofendidos. La virtud tiene necesidad de una buena reputación; cuando debe uno vivir en el mundo, hace falta gozar de cierta honra; sólo los corazones grandes son capaces de sufrir grandes aflicciones. La memoria del difunto es una bendición para mí. Pido por sus hermanos y por aquella que no cambiará y seguirá siendo, en el corazón del Verbo Encarnado muy Reverendo Padre su muy humilde. J. de Matel
De Lyon, el 29 de enero de 1643. Al Abad de Cérisy[Germain Habert]
En Dios está nuestra fuerza, y él reduce a la nada a los que nos atribulan (Sal_59_14).
Si hemos recibido consuelos que estimamos como bienes que proceden de la mano de Dios, ¿por qué no recibiremos de la misma mano las aflicciones, ya que él no ama menos a los que aflige que a los que consuela? Lo que el ángel Rafael dijo a Tobías asegura que Dios prueba a quienes son sus amigos, cuyas obras y oraciones le complacen: Porque eras acepto a Dios, fue necesario que la tentación te probara (Tb_12_12). Pasadas estas pruebas, Dios los corona con su misericordia y caridad amorosa.
No se aflija por los rechazos que él permite hacia mí. Estas noticias no me preocupan ni afligen en absoluto. Si no adorara sus voluntades en todos los acontecimientos, sufriría a causa de los disgustos que esos desprecios causan a mi padre y a mi madre. Esta es la mortificación mayor que siento en mi espíritu. Al mismo tiempo, desearía sufrir mucho y que ellos no resintieran esas ofensas.
Lo que me consuela es que el Verbo Encarnado los recompensará abundantemente en el tiempo señalado por él, ya que es Rey de reyes, Señor de señores, fiel y veraz, todopoderoso para hacer en el cielo y en la tierra todo lo que le parece para bien de los elegidos y mayor gloria suya: Todo tiene su momento, y cada cosa su tiempo bajo el cielo; su tiempo el callar y su tiempo el hablar (Qo_3_1s). Es necesario esperar en confianza y silencio al salvador divino. Las puertas del infierno no prevalecerán contra las casas del Verbo Encarnado. El cielo y la tierra pasará, pero su palabra permanecerá; sus promesas son infalibles. Si tarda, aguardémosle. El que no cree no se acelerará (Pr_2_2).
Escribí a Usted el martes pasado, pero no pude terminar mi carta; la fiebre reumática me lo impidió y me privó de este consuelo. Sólo la tuve tres días, pues hoy me abandonó. Bendito sea nuestro divino Salvador, que sabe herir y curar a sus amados, aunque sean tan imperfectos como yo.
El se apareció a su Madre la noche del viernes de la semana pasada, mostrando su costado abierto en forma de una brecha como las que causan el fuego y las balas de un cañón. Tendría mucho que decir a Usted acerca de esta admirable abertura y de los efectos que obró en su Madre, pero estoy muy débil para escribir una carta tan larga como sería necesario para expresar, si pudiera, el celo que devoró las entrañas del Verbo Encarnado, y que provocó un incendio en ese horno de amor que me concede un nuevo afecto hacia mi padre.
Este va acompañado de una ternura tan filial, que desde entonces me considero en todo como hija suya, junto con un gran deseo de verle a pesar de la aversión que siento hacia el bullicio de París. Este deseo me lleva en espíritu hasta sus pies con una actitud que el cielo sabe es del todo cordial e inocente. Ignoro si alguna vez mi espíritu se encontró en esta disposición hacia persona alguna de la tierra. La Providencia que dirige a su hija permitió un gran temor a fin de concederle una mayor audacia. He manifestado a Usted el amor que siento hacia mi Madre porque el cielo se complace en él. Siéntase contento al igual que ellos.
El P. d'Angle, S.J., procurador de la provincia de Champagne, vino a verme de parte del Reverendo Padre Jacquinot, provincial suyo. Me urgió a escribirle, a fin de que él, a su vez, lo haga al Sr. de Noyers. El y el Reverendo Padre Gibalin me mandaron escribir al Sr. de Noyers, acompañando las cartas que el P. Jacquinot y él le escribirán. Esto no será tan pronto, porque el P. d'Angle debe ir a encontrarse con el P. Jacquinot en su provincia.
Quise poner esto en su conocimiento, a fin de que si mi padre, al hablar con el Sr. des Noyers, lo escucha decir que recibió cartas para hablar al Rey acerca de una fundación, sepa de qué se trata y recurra a su caritativa prudencia para gloria del Verbo Encarnado, el cual recompensará al Sr. Duque de Sully. Yo rezo por su santificación y la de su hija, la Sra. Duquesa.
Adiós, H. mío. Estoy cansada de ellos, pero no de amar a Usted en Nuestro Señor como su buena Madre. J. de Matel
A mi P. y a mi madre, mis muy humildes respetos; para mi Benjamina, mi natural afecto.
Lyon, 4 de febrero de 1643 Al Señor el Sr. Abad de Cérisy[Germain Habert], en casa del Señor, Canciller. En París.
Señor mío:
Un saludo muy cordial en el corazón del Verbo Encarnado, nuestro amor.
La partida del Sr. Bernardon me obligó a adelantarme al correo ordinario. Usted sabe que se trata de un hijo mío que está deseoso de progresar en las virtudes cristianas y morales delante de Dios y delante de los hombres. Su señor padre y su señora madre han querido que vaya durante algún tiempo a su gran ciudad de París, en la que se encuentra la Universidad de las ciencias divinas y humanas, a pesar de estar ya doctorado en teología y en derecho civil y canónico.
Se sentirá feliz y muy agradecido a su bondad si le enseña cómo debe comportarse en un lugar donde será un recién llegado. La gloria de Dios, la cortesía y lo que Usted significa para su Madre, son motivos poderosos para servirle de hermano mayor mediante sus consejos. Más tarde diré a Usted que todo lo que hizo por mi hijo lo hizo con aquella que es, en todo momento, mi muy querido hijo.
Nuestra Hna. Francisca no encontró en limpio, sino un cuaderno del día de Todos los Santos, el cual envío a Usted con el portador de la presente, a quien Dios haga santo con la santidad que desea Usted a su M., la cual desea no tener sino santos como hijos suyos.
Lyon, 4 de febrero de 1643 Al Señor, el Sr. Abad de Cérisy[Germain Habert], en casa del Señor, Canciller. En París.
Señor mío:
Un saludo muy cordial en el corazón del Verbo Encarnado, con el cual el de la Virgen Madre comparte sus pensamientos y comunica los afectos de estos dos corazones. El tercero está unido y atado a ellos, es el de san José. Los tres no son sino un corazón y un alma, lo cual fue una trinidad en la tierra para la Iglesia primitiva, en la que tenemos la gracia de haber sido admitidos, formando con ellos una congregación de fieles. Moremos en ella, mi querido hijo, mi padre, Madame y mi Benjamina. Los que confían en el Señor son como el monte Sión, que es inconmovible, estable para siempre. Jerusalén está rodeada de montañas (Sal_125_1s).
En él conservaremos nuestra paz, que es el lugar donde seremos inmutables. El corazón del Verbo Encarnado es un tabernáculo asentado por Dios y no por el hombre, que no hace nada permanente. El rumor general, el común ruido es bien que los lirios serán transplantados. Se trata de los sentimientos humanos que mi padre está en la postura que mi hijo me manifiesta. Y la Sra., ¿se encuentra en el estado en que mi hijo me informa, a causa de su delicada situación? No estoy enterada de esta pena. El Señor me la ocultó y no me la reveló.(2R_4_27)
No sé si él me considera demasiado débil para sufrir que los hombres tomen lo que él ha dado. No ha expresado si permitirá esta ilusión a quienes deben pedir la verdadera luz de la sabiduría y decir con el sabio: Envíala desde tu santo cielo y del trono de tu majestad, para que esté conmigo y obre conmigo; para que sepa lo que es acepto en tu presencia, que es aquél a quien ella escogió y no era el que era (Sb_9_19).
El sábado recibí una carta del Hno. de mi hijo, la cual discutí entre mí de detenerla por ser muy libre en sus expresiones: se deja llevar por su entusiasmo. Sin embargo, como sus pensamientos llegan a lo vulgar en cuanto a la interpretación, la regresé a su domicilio, mi hijo la romperá o se servirá de ella con prudencia. No suelo condenar la prudencia humana cuando no se opone a la divina.
Redoblaremos nuestras oraciones según nuestros deberes y nuestras inclinaciones. La providencia del Padre celestial gobierna todas las cosas. Que mi padre lea los versículos 25, 26 y 27 del capítulo 15 del segundo libro de los Reyes, para que imite a aquél que era según el corazón de Dios, el cual dispone todo para el bien de los elegidos.
Como él se complace en insistir, digo a mi padre que se ocupe él mismo del asunto, en caso de que Usted haya escrito las cartas que él le recomendó hacer. El Reverendo Padre Gibalin me dijo que le había informado de sus sentimientos. Yo no los contradigo; después de habérselos presentado al V. Encarnado, él mostró que eran también los suyos, y que desea que mi padre demuestre esta firmeza inicial hacia los demás. Todo vendrá a su tiempo; es necesario no perder el valor. El Verbo Encarnado es signo de contradicción.
Cuando sea necesario que su Madre vaya a ver a su padre, madre, y a su hijo, irá, sin importar las molestias que pueda sufrir en la gran ciudad de acceso universal, el cual teme más de lo que puede expresarle. Sin embargo, el Reverendo Padre G., y todos los demás la urgen a no permanecer más bajo el yugo del inflexible.
Ella les responde que ello no la hace sufrir puesto que el Verbo Encarnado, que lleva el suyo sobre sus espaldas, la ha llevado sobre su corazón, y la ha hecho aparecer pacífica; que ella seguirá en todo sus consejos, porque él es el Ángel del Gran Consejo, el Dios fortísimo, Padre de los siglos futuros, que bendecirá la generación que busca su rostro. El es el Dios de Jacob, vencedor de todos los enemigos de su gloria, de la que soy, así como de mi Benjamina y de mi muy querido hijo, la muy humilde servidora y buena Madre J.D.M.
A mi padre y a mi madre, mis muy humildes respetos. Comenzaré hoy una novena de comuniones ofreciendo la Persona del Verbo Encarnado, la cual es el soporte de la santa humanidad. De este modo ofreceré apoyo a la persona a quien quiero como a mí misma con una ternura inexpresable.
El Reverendo Padre Voisin no ha regresado. Como mi hijo cuenta con el afecto de su M., no puede privarse de tener un día sus escritos, cuando ella se encuentre cerca de él.
Lyon, 6 de febrero de 1643. Al Señor el Sr. Abad de Cérisy[Germain Habert], en casa del Señor, Canciller. En París.
Señor mío:
Un saludo muy cordial en el corazón del Verbo Encarnado, por cuyo amor demuestra Usted tanta solicitud hacia S. Madre, quien le escribió con el Sr. Bernardon, el cual le entregará un cuaderno de los santos junto con mi carta, en la que le pido ayude con sus consejos a su hermano, que es joven y jamás ha frecuentado otras compañías. Como es nuevo [en ese ambiente], temo que vaya a emanciparse de la virtud, yéndose de un extremo al otro. Yo le quisiera devoto y cortés, como se debe ser cristiana y moralmente.
Usted conoce mi franqueza, que no oculta nada de lo que creo debo decir a mis hijos para gloria de Dios, su perfección personal y la edificación del prójimo. Su respeto y sumisión ameritan que se trate a Usted con amabilidad. La estima en que tiene Usted la palabra de vida le hace grato al Pastor soberano, el cual le conduce como a un cordero, según se dijo de José. Raquel le quiere con ternura, y el gran Jacob le ama más que a sus hermanos, lo mismo que a su Benjamina. No importa que ambos hayan sido los últimos en nacer en los designios de Su Orden. Es él quien ha llamado Pedro a mi padre cuando habla de él a mi h., dándole testimonio de que le ama fuertemente. Si su providencia permite que hable yo con Usted de viva voz, diré a su oído lo que las cartas no pueden llevar hasta sus ojos.
El P. Gibalin me dijo que pedirá al Reverendo Padre Milieu escriba al confesor del Rey. Esto llevará tiempo, ya que el P. Milieu está en Provenza visitando los colegios como provincial de Lyon. Informé a Usted con el último correo ordinario que el P. d'Angle, S.J., procurador de la provincia de Champagne, pediría al Reverendo Padre Jacquinot, provincial suyo, que escribiera como él al Sr. de Noyers, quien aprecia a los dos. El P. G. y él desearían que también yo escribiera al mencionado Sr. des Noyers. Ignoro cuándo enviará estas cartas. Se rumora que el inflexible vendrá a Lyon para dirigirse después a París. Si no tenemos la palabra del maestro antes de que él llegue a su lado, impedirá su pacífica oportuna intercesión. Todas estas consideraciones no turban a S. Madre, porque ella desea lo que permita el Señor, esperando que su diestra demostrará su poder y algún día la librará del dominio de quienes le oponen resistencia, protegiéndola como a la niña de sus ojos y edificándola como su Jerusalén
El reinará con gloria en medio de ella. Es necesario que bromee un poco con Usted.
Hoy recibió el Reverendo Padre Gibalin respuesta a la carta que Usted hizo entregar al Sr. Dupuis vía M. de P., en la que le presenta excusas que me hacen reír. No sé cómo pudo ella imaginar que es el P. G. quien le pide albergue para mí. El no me comunicó haber escrito con esta intención. Abrí la carta que ella le dirigió, porque el correo está por salir; él mismo no la verá sino hasta el domingo.
Querido H., su M., que estaba en la gloria, ha caído de las nubes al comprobar la pena de esta buena Señora al no poder albergar a aquella que no desea alojarse en una casa de seglares, en caso de ir a París. La Señora habló sobre ello a la Señorita Poulaillon, quien ha mostrado un gran deseo de la ida de su Madre., diciendo que su presencia obraría maravillas, y que poco le sería imposible, es decir, que ella es todopoderosa. Después de esto, diga Usted que es débil, siendo hijo de un padre y de una madre todopoderosos, sin comparar la criatura con el Creador. Es verdad que ella lo puede todo en aquel que la fortalece.
Si la Señorita Poulaillon le habla de mí, su prudencia le llevará a responder o a preguntar si tiene cartas mías diciendo que deseo ir a París; que Usted está conforme con ello, pero que no piensa que yo aceptaré hospedarme sino en una casa que pueda llamar mía, sea comprándola, sea rentándola, en la que pueda vivir en comunidad, teniendo al Santísimo Sacramento y la clausura.
Saldré del paraíso para ir al purgatorio. No tendría tantos deseos de sufrir si Dios no me manifestara que ésta es su voluntad. En caso de ser así, descendería hasta los infiernos esperando contra su desesperación que un abismo visitaría a otro abismo, desbordando torrentes de dulzura para rebasar los diluvios de amargura que rebasan esas tenebrosas mazmorras.
Su amor me da este atrevimiento, sin miedo de ser temeraria, por tratarse de la confianza que él desea que tenga yo en su misericordia, en la que soy y seré eternamente, mi muy querido hijo,
Su muy humilde servidora y buena madre J. de Matel
En Lyon, de la Congregación del Verbo Encarnado.
A mi padre y a mi madre, mis humildísimos respetos.
Lyon, 10 de febrero de 1643. Al Señor, el Sr. Abad de Cérisy[Germain Habert]. En París.
Señor mío:
Un saludo muy afectuoso en la llaga del costado adorable del Verbo Encarnado, nuestro amor. Hacia esta abertura voló en forma de paloma el alma de la querida hermana del gran patriarca san Benito, después de su conversación, toda inflamada del divino amor que era su peso.
Querido hijo, estoy muy lejos de las virtudes de esta santa, y Usted es tan humilde, que no se atrevería a pensar haber alcanzado las de su santo hermano. Sin embargo, los dos podemos pensar que, en nuestras conversaciones ante la reja del Verbo Encarnado, hemos experimentado la gracia de recibir en nuestro entendimiento y en nuestro corazón las dulzuras de sus divinas luces, tan plenas de ardor para amarlo como de claridad para admirarlo.
El no nos pedirá otra cosa sino que imitemos a este hermano y a esta hermana en la correspondencia que tuvieron a la gracia y a las divinas inspiraciones. El Verbo Encarnado nos exhorta a que así lo hagamos, con un celo digno de su bondad. Todas las contradicciones de la tierra serán incapaces de impedir que nuestros corazones se eleven, mediante estas llamas, a su centro que es Dios, y que nuestra conversación transcurra en espíritu en el cielo: Ni la multitud de aguas podrá extinguir la caridad, ni los ríos sumergirla (Ct_8_7).
Es esta caridad la que impulsa el corazón de mi padre, el cual no se desanima ante todas las dificultades que el Verbo Encarnado permite para hacer su Orden más ilustre y a mi padre más grande en presencia de su divina Majestad, quien multiplicará sus gracias en su alma.
Si el Rey olvidó el voto que se hizo tanto por él como por la Reina Madre y el difunto P. Suffren, que mi padre le diga prudentemente que lo hice yo misma, urgida por el Verbo Encarnado, el cual le concedió la salud en cuanto prometí que él sería advertido de que yo había hecho este voto por el establecimiento de su Orden, si él le concedía sanar de su primera enfermedad. Ya había yo hecho la misma promesa para obtener la victoria de La Rochelle y de l'Ile de Ré, como podrá Usted constatar en la relación que tiene del año 1627.
Aun cuando de momento esta petición no fuera del agrado del Rey, no hay que desesperar ni perder el ánimo en este asunto. Continuaremos insistiendo aun cuando no se arregle por ahora, pero con otros medios y en distintas ocasiones. Tal es el sentir de su Madre en Nuestro Señor. El Verbo Encarnado desea que perseveremos, y a pesar de mi gran temor de ir a París, él sigue queriendo que yo esté dispuesta a ir allá cuando sea necesario. Me veo ya como una peregrina que hace este viaje en espíritu, aunque su cuerpo permanezca en Lyon, que me agrada por inclinación. Amo nuestra santa montaña por la paz que poseo al estar lejos de toda compañía.
Ya leí el billete del Sr. de Lot, el cual destruí. Usted conoce mi índole, que es demasiado conocida. Yo no me preocuparía por esta pérdida, sin dejar de estar agradecida hacia mi padre y hacia mi H. por la solicitud de uno y el don del otro. He constatado su bondad hacia mí, la cual procede de su impulso piadoso y caritativo. No dudo que un buen hijo desee ver a su Madre, y por ello no debe pensar que carezca ella de una singular inclinación de hija y de Madre para estar con aquellos a quienes honra y ama con respeto y ternura.
El Reverendo Padre Gibalin me pidió escribir lo que mandé a Usted el viernes para la enmienda. Haga lo que crea mejor. Me parecerá bien todo lo que Usted haga.
Mis muy humildes respetos a mi muy querido y honorable padre, a mi muy querida y honorable madre. Cuando esté de regreso llevando consigo a mi querida Benjamina, de quien soy, lo mismo que de Usted, Muy humilde servidora y buena madre J. de Matel, señor muy querido en nuestro Señor.
Grenoble, 22 de febrero de 1643. Al Señor el Sr. Abad de Cérisy[Germain Habert], en casa del Señor, Canciller. En París.
Señor mío:
Un saludo muy humilde en el corazón del Verbo Encarnado.
No sé qué habrá pensado de mi silencio, si no le hubieran avisado de Lyon que la Sra. de Revel, acompañada del Sr. de Croisil, su cuñado, y del Sr. de Saint-Robert, ambos beneficiarios piadosísimos, pasó a recogerme secretamente para llevarme de incógnito en su compañía, con objeto de establecer en Grenoble una casa del Verbo Encarnado. Se le había ocurrido una idea: interesar al Obispo de Grenoble sin hacerse anunciar por su nombre.
Ella le dio esperanzas, sin habérmelo advertido, de que si se hacía esta fundación, agradaría grandemente con ello a la Reina y al Sr. Canciller. Monseñor de Grenoble, que había rechazado todo lo que se le dijo antes de proponerle lo de la Reina y el Sr. Canciller, respondió que, en consideración a su buena soberana y al Sr. Canciller, acogería dicho establecimiento de todo corazón, y que desearía que el mencionado Señor le testimoniara por escrito el haberse enterado de conformidad.
Esta dama, entusiasta sin aparentarlo, le hizo decir por medio del Presidente, pariente suyo, cuyo nombre no dio a conocer, que estaba bien seguro de que el Señor Canciller le daría las gracias por todo. El Presidente le dijo maravillas acerca de su Madre, haciéndole ver la grandeza del favor que el Reverendo Padre Gibalin había proporcionado a la Sra. de Revel por medio de mi secretaria.
Mons. de Grenoble se mostró encantado y deseoso de verme. El Presidente le prometió enviar por mí y hospedarme en su casa, en la que me encuentro desde el martes pasado. Tan pronto como el Obispo supo que yo estaba en su ciudad, una santa impaciencia lo impulsó a urgir al Sr. de la Bastie también llamado Presidente de Chaune, que es el mismo con quien me alojo, a que me condujera al obispado, o de hacerme llevar a él por su señora esposa, la cual accedió a ello.
Mons. de Grenoble me recibió con tantas muestras de alegría, que no podría expresarla. Comenzó alabando a su Madre por los privilegios que Dios me había dado. Prosiguió diciendo, y esto la conmovió muchísimo, que se había enterado de que la Reina me concedía el favor de amarme, y que el Sr. Canciller, a quien estima como un gran hombre, me honraba con su amistad personal, añadiendo que, en su consideración, así como en la de la Reina, su buena soberana, sentía una inclinación especial a establecer la Orden del Verbo Encarnado en Grenoble.
Expresó el deseo que lo hiciera saber a Mons. mi padre, por lo que ruego a Usted le diga que no envíe a Mons. de Grenoble testimonios por escrito de haberse enterado de conformidad, sino que esto sea por medio de las suyas. De esta manera, crecerá Usted en la estima de este buen prelado. Como mi padre lleva el nombre de la piedra fundamental sobre la que el Verbo Encarnado estableció su Iglesia, ha sido nombrado para serlo de esta Orden por el mismo que no puede mentir, el cual me aseguró que las puertas del infierno no prevalecerían contra ella, a pesar de la rabia que manifiesten los demonios, y las contradicciones que susciten.
Lo que más me ha afligido es el fuerte resentimiento que me han causado los rechazos de que fue objeto mi padre, por pensar que nací únicamente para causarle disgustos. Tal vez él se afligió, lo mismo que M.M. No noté en la [carta] de Usted rastros de estos recuerdos. Usted es tan prudente, que no desearía darme a conocer que el uno y la otra han abandonado a su hija. A pesar de todo, la creencia común es que me aman y que soy muy privilegiada al contar con su protección.
Mi padre demuestra mucha bondad hacia su hija y una grande y constante fidelidad hacia el Verbo Encarnado. San Pedro lo engrandeció en la cruz, sometiendo su juicio a sus decretos. La señal de su humilde sumisión consistió en ser crucificado boca abajo, a fin de que esa cabeza humillada fuera el fundamento de la Iglesia, y que sus afectos estuvieran sobre todo en el cielo, como lo figuraron sus pies en alto.
Mons. de Grenoble me dio la esperanza de someter esta fundación a la aprobación de Usted Así me lo hizo esperar esta mañana al enviarme su carroza para que fuese a entrevistarme con él al obispado. El mismo quiso confesarme y darme la comunión con bondad entrañable, diciéndome que deseaba confesarme diariamente, que enviaría su carroza a recogerme cada mañana y que vendría personalmente a recogerme en casa del Sr. Presidente de Chaune, en caso de no sentirse indispuesto como ahora.
Vea Usted, muy querido hijo si Dios no premia a mi padre, y si deja de servirse de él a pesar de su ausencia cuando permite, para poner a prueba su indefectible caridad. Los rechazos, todavía recientes, que no pienso sean tales pues el Reverendo ha respondido; Si perseveramos, a su tiempo lo obtendremos. Lo que se demora no está perdido. Ofrezca, por favor, mis muy humildes respetos a los dos. Viviré y moriré siendo la hijita de mi padre y de mi madre y Usted me considerará, indefectiblemente, mi muy querido hijo, su muy...
Mi muy querido hijo,
Que la suerte de los santos sea su heredad, como fue la de san Matías.
Sus cartas me fueron entregadas en Grenoble, en mi propia mano, gracias a la solicitud del Obispo del lugar. Vivo en una continua confusión ante la amabilidad de Mons. de Grenoble, quien me envía cada mañana un paje y su carroza para conducirme al obispado, donde él dice la misa, me confiesa y me da la comunión diariamente, aunque se encuentre enfermo. Parece que nadie le es tan querido en la tierra como su Madre.
Si el P. Gibalin no hubiera permitido presentar la bula de Aviñón, según mi consejo, nuestra autorización ya habría sido escrita. Mons. de Grenoble se preocupa más que yo por nuestro asunto.
Mi querido H., trate de encontrar el modo de que mi padre le exprese su agrado. Este buen prelado vive según Dios. Si hay beneficios con los que no se cuenta por ahora, hizo el voto de fundar una casa del Verbo Encarnado. Por ahora no le es posible, por tener tan pocos ingresos.
Todo Grenoble está admirado ante el interés que demuestra hacia mí. Nunca se había visto algo parecido. El desea que el Verbo Encarnado se establezca en París con tan santo apasionamiento como mi H., ya que para venir a Grenoble me vi obligada a hospedarme en una casa secular, aunque en ella encontré tanta piedad como en las casas religiosas.
No me puedo atener más a las condiciones que Usted puso para lo de París. Como el Verbo Encarnado tiene diversos caminos que son todos misericordia y verdad, me dejaré guiar por su sabiduría cuando sea necesario ir allá y alojarme en una casa seglar, para ocuparme en persona de nuestro establecimiento.
Dije a Usted en otra ocasión que no deseaba esta casa regular, por tener entonces la idea de que se podrían obtener las autorizaciones sin dificultad, ya que Mons. de Metz era de este parecer. Si mi Padre concuerda con él, el mío se someterá en todo. No hay que desanimarse; las obras de Dios se realizan, de ordinario en medio de las contradicciones, para que el poder de su diestra se manifieste.
¿Qué dirá Usted de mi valor, tal vez temerario, al fundar el monasterio de Grenoble dotándolo de 4 mil libras al contado para comprar una casa, 400 francos para el mobiliario y 110 libras anuales de pensión vitalicia para cada hermana, sin que esto me aflija? ¿No es esto ser demasiado atrevida? No, mi querido hijo, puesto que el Verbo Encarnado tiene en su poder los tesoros de la tierra, así como él posee incomparablemente todos los del cielo.
Como su última carta no hizo mención alguna de un padre y de una madre, dejó el alma de la hija en aflicción indecible, lo cual es quizás una grandísima falta de mortificación, o un exceso de afecto filial.
Le dará trabajo leer mis cartas. Es necesario que robe momentos, porque se me visita con demasiada frecuencia. A pesar de que trato de no ser reconocida, estoy más expuesta de lo que quisiera. Es necesario que soporte las cortesías de personas piadosas que son llevadas de un santo celo. Mi H. hizo bien en escribirme. No sabía qué pensar de su silencio.
Después de escribir la primera página, Mons. de Grenoble me envió su carroza como de ordinario. El mismo me dijo que, aunque nuestra bula no estuviera en Grenoble, debido a que el P. Gibalin la retuvo, contra mi parecer en Lyon, él estaba dispuesto a conceder y firmar mi solicitud, deseando al mismo tiempo ser como un padre para mí y ocuparse de todo.
Después de haber regresado a nuestro alojamiento, me envió con un paje una carta dirigida a su persona. Ignoro el contenido, del cual se enterará Usted, también desea que Usted le escriba. Mi querido hijo, por su madre, Usted hará lo posible. En cuanto a este buen prelado, sitúelo bien, si se puede, en el espíritu de mi Padre.
Me he enterado de que la Reina siente aprecio hacia este prelado. Vi en su casa los retratos de ella, de mi Señor el Delfín y del Sr. d'Anjou, que, según me dijeron, la Reina le envió como signo de su afecto. Me encantaría que ella sintiera un afecto especial hacia mi Padre, lo cual daría el mentís al parecer de muchos que piensan que él no está bien espiritualmente. Hablo con Usted como lo hago conmigo misma.
El Sr. de Sautereau salió de nuestro alojamiento. Tuve que dejar la presente para ir a recibir sus respetos. Me ha ofrecido sus servicios, prometiéndome otros del Parlamento. Cuando el Sr. de Colombière se entere de la bondad que Usted demuestra hacia mí, no ingresará en el número de los que me contradicen. Aún no ha regresado el buen Sr. de Revel; su esposa vino por mí a Lyon. No deja él de pedir mis oraciones; tengo presentes a todos sus parientes y a la Señora.
Soy más feliz que sabia. Pida por mi conversión y envíeme, por favor, noticias de M. Padre y de mi M., a quienes presentará mis muy humildes saludos. Dígame como está la Hna. Catalina Fleurin, y considéreme en todo momento, en el corazón del V. Encarnado, mi muy querido hijo, Su muy humilde servidora y buena madre J. de Matel
En Grenoble, este 25 de febrero de 1643.
Le envío la carta del Sr. Bernardon, para que se la haga llegar. Ignoro dónde reside. No quisiera tener a la Sra. de Pontat como enemiga. El nombramiento me causa pesar. Quisiera que esto no tuviera consecuencia alguna, pero es menester obedecer al P. Gibalin.
Grenoble, 25 de febrero de 1643. Al señor, el Sr. Abad de Cérisy[Germain Habert], en casa del Sr. Canciller. En París.
Señor mío:
No hace ni dos horas que le escribí un larga carta, después de la cual Mons. de Grenoble me envió su carroza por segunda vez en este día para discutir, con la Sra. de Revel, qué se puede hacer para apaciguar y reducir al silencio a nuestros oponentes, quienes chocan entre sí para pedir las patentes.
El Verbo Encarnado es la impronta de la gloria del Padre. Es necesario, por favor, que mi padre nos envíe las cartas. No me atrevo a urgirlo, pero se me ha dicho que es necesario hacerlo para no dar ventaja alguna a nuestros enemigos de la tierra, para [el bien] de los proyectos piadosos y la gloria de Dios, en la cual tiene puesto todo su corazón. El celo por la gloria de su Orden obligará a su divina Majestad a cuidar de todo lo que debe hacerla grande en su presencia y la de sus ángeles, y de ser su magnánimo remunerador.
Mons. de Grenoble me dijo que ruega a Usted vuelva a recordar la sugerencia de aquella que escribió a Usted querido hijo, si Usted ama a la que significa para Usted más que para ella misma, trate de lograr que mi Padre proteja a esta Orden, aun cuando carezcamos de patentes y testimonios [escritos]. De este modo, realizará y ofrecerá una insigne satisfacción al Verbo Encarnado obligándome a redoblar mis ruegos a Dios por su grandeza y para que llegue a ser santo por la gracia en esta vida, y por la gloria cuando llegue a su fin.
Mi insistencia le hace ver claramente la presión de que es objeto su servidora, mi querido hijo, su buena madre, J. de Matel
Grenoble, 28 de febrero de 1643. Al Señor el Sr. Abad de Cérisy[Germain Habert], en casa del Sr. Canciller. En París
Señor mío:
Que aquel que lanzaba los demonios cuando estaba visible, sea su terror ahora que es invisible.
Ellos no han podido penetrar al obispado para acercarse a un prelado que ha concedido no solamente su aprobación, sino que se ha declarado en contra de quienes se oponen al establecimiento del Verbo Encarnado. La ciudad ha imitado a su pastor al dar su consentimiento, pero una parte de los Sres. del Parlamento han resuelto hacer todo lo posible por impedirlo. La otra parte está a nuestro favor, con una constancia digna de su generoso fervor.
Los parientes del Sr. de Revel quieren aparentar que Dios es el objeto de sus pretensiones. Este Señor dijo por carta a su señora esposa que se siente muy obligado hacia mi Padre, que me dé las gracias por ello, y que me asista, junto con todos los suyos, con todas sus fuerzas. Así lo hacen uniéndose a Mons. de Grenoble, quien dijo con voz muy fuerte que por esta intención daría no solamente (y en especial) su mitra, sino hasta su vida; que yo soy su hija y la niña de sus ojos. Sigue enviándome su carroza diariamente. Dice misa para mí, me confiesa y me da la comunión.
Me enteré de que las Ursulinas pidieron a los padres de sus hijas, que son los de quien ha sido su amigo durante seis años, el cual viajó a Tournon y a Valence durante los días en que debíamos tratar sobre nuestro asunto.
El Sr. de Sautereau redactó la petición, la propuso y la llevó ante su Cámara, que fue la primera. La segunda tuvo audiencia para otra cuestión. Pasó entonces a la tercera, en la que presidió el Sr. de St. André, el cual estuvo lejos de comportarse como el gran apóstol que llevó ese nombre y que fue el primer discípulo del Verbo Encarnado :rechazó al Señor, diciendo que deseaba que todas las Cámaras se reunieran. Temía sin duda que el Sr. de Sautereau se dirigiera a cada Cámara en particular, como lo hizo con la primera.
El Sr. de la Rivière dijo que Grenoble debería obrar como el inflexible. Tres o cuatro de sus partidarios piensan como él. Pide las patentes del Rey, por lo que pido a Usted diga a mi Padre que, si no es un inconveniente para él, le suplico me las envíe. Me parece que no es necesario hablar de esto a aquél que, sintiendo tanto respeto hacia los votos, sería presa de escrúpulos durante tres semanas si se le hiciera ver que se hizo uno por la fundación.
Querido hijo, no se asombre ante nada; contamos con la protección del Verbo Encarnado. El es la palabra todopoderosa del Padre, el cual es un Parlamento soberano. Mons. de Grenoble, junto con el consentimiento de la ciudad, que ya tenemos, dijo que fundará, y que está encantado de poder servir al Verbo Encarnado y dar gusto a mi padre
El Sr. de Revel, en la última que envió a su Sra. esposa, insistió en que mi mencionado Padre había prometido agradecer por carta a este buen prelado. La Sra. le dio a leer esta carta, que ha redoblado su valor. Al mismo tiempo, escribió a santa Ursula para decir a la madre que la hará regresar a Lyon, de donde vino hace ya 18 años, y que está justamente irritado al enterarse de que una mujer insignificante se opone, aunque ocultamente, a la gloria de Dios y a lo que él ha de proteger. Me dijo además que no permita que se detenga el establecimiento de una casa, y fuese a buscar religiosas en Aviñón; que él las instalará a pesar de las contradicciones de todos aquellos que se esfuerzan por impedir la gloria del Verbo.
El Sr. Presidente de Chaune es constantemente nuestro huésped y amigo. Su Madre se admira al verse inmutable en sus pensamientos de paz y de esperanza. No puede dejarse afligir; Dios está de su lado. Todas las damas de la ciudad y las esposas de los oponentes la vienen a visitar, diciéndole que estas farsas pasarán y que dentro de muy poco podrá ella ver el reverso de la medalla. Que una sola carta de mi padre los convertirá en corderos.
Sus cartas me son entregadas por cortesía del Sr. Dulieu, padre. Escríbame con toda confianza, querido hijo, que se den las gracias a Mons. de Grenoble; de otro modo, pensaría yo que mi padre no ama a su hija, y me quejaré de ello al Verbo, quien le ha dado su gracia por caridad y por adopción.
Preséntele mis muy humildes respetos y mi obediencia sumisa. Lo mismo va para mi M., rogándoles que sigan mostrando su entrañable bondad hacia su hijita, que no puede sino vivir y morir sin poder pagarles. Si tuviera tiempo, pasaría en limpio este borrador, pero robo momentos a las visitas pasivas, ya que no me ocupo de las activas. No cuento ni con nuestro confesor ni con mi secretaria para desahogarme. La sobrina del Reverendo Padre General de los Cartujos, que está enferma, se encuentra sola conmigo, lo cual es una buena cruz. Pida por su buena madre J. de Matel
Grenoble, 15 de marzo de 1643. Al señor, el Sr. Abad de Cérisy[Germain Habert], en casa del Sr. Canciller. En París.
Señor mío:
Un saludo en el corazón del Verbo Encarnado, nuestro amor, por cuya causa se hace Usted todo corazón y todo fuego. El celo de su gloria le lleva a ser todo para todos, a fin de ganar a todos para el progreso de la fundación de su Orden.
El Parlamento no concede todavía lo que no puede negar sin cometer una injusticia. El Sr. de Sautereau merece una carta de agradecimiento de mi hijo. Ruego a Usted se la dirija. El se comporta dignamente en el progreso de algo tan justo, sin desanimarse ante las contradicciones que se le presentan en este proyecto mediante las iniciativas de personas que no conocen ni al Padre ni al Verbo, y que piensan hacer un sacrificio agradable a Dios al contrariar lo que no va conforme a sus inclinaciones. Los hombres abundan en su criterio.
Debemos hacer llegar las cartas que Usted se dignó enviarnos. Mons. de Grenoble me expresó un gran contento cuando le entregué la que tanto agradezco a Usted haberle escrito. Mi confusión soportaba sus bondades y las de Usted, al escuchar la confirmación que hizo de los caritativos pensamientos que Usted puso por escrito. Esto me obliga, después de los deberes que tengo hacia Dios, de ser en verdad lo que su caridad me cree.
El espera las cartas de su Majestad y del Sr. Canciller, de las cuales le he dado esperanzas. Le recomiendo los asuntos de este buen sacerdote, mi padre tiene demasiada bondad para retener sus efectos en sus entrañas paternales. Los pone en evidencia sin disminuir cosa alguna en su interior, imitando así a la bondad divina, que quiso comunicarse hacia afuera a sus creaturas en la plenitud de los tiempos.
Esperamos de su gracia las patentes mediante la solicitud de Usted. Este Parlamento no se muestra tan favorable al Verbo como debería; la ciudad en cambio ha demostrado su obediencia a la palabra eterna encarnada para divinizar la carne mediante su buena y divina voluntad.
Mons. de Grenoble está muy disgustado con estos señores. Yo quisiera que no lo diese a conocer, pero no desea guardar silencio; esto es lo que me mortifica. Espero que terminarán por mostrarse favorables. El Verbo manifestará su gloria derribando las contradicciones y haciendo ver el poder de su diestra, que exalta a los suyos y les da la misión de proclamar sus maravillas.
Nuestra digna Reina compromete infinitamente a todas las hijas del Verbo Encarnado a un agradecimiento eterno delante de él, a causa de los favores que nos concede. Hace cerca de 25 años que la más indigna de sus súbditas oraba en particular por la prosperidad espiritual, corporal, temporal y eterna de su Majestad. Empero lo hacía de un modo más ardiente, por no decir apasionado, siguiendo las mociones de sus inclinaciones y de sus deberes por mandato expreso de Dios, quien la ama divina y realmente. Usted conoce muy bien el fervor que siempre (y muy debidamente) me ha impulsado a orar por nuestro justo Rey. Sería culpable si olvidara hacerlo. Si el P. Sison se opone al designio del Verbo Encarnado, temo el rigor de este Verbo, el cual reduce a pedazos a los hombres de arcilla con una vara de hierro. Querido H., ellos tiemblan de temor a causa del mal del contra-golpe. El serafín de gloria hizo levantarse a su madre sobre un carro tan brillante como triunfal en el día de su fiesta, el cual parecía hecho para aquél que tiene tan poco, tan poco ardor por la gloria de su imperio, el serafín de gloria.
Pida por la conversión del obstinado y la del inflexible, quienes son causa de males difíciles de curar. Nuestras hermanas han redoblado sus oraciones.
Mis humildes respetos al Sr. Canciller y a su Señora. Puedo asegurar que posee el corazón de aquella que se debe toda a su caridad. Con ella demuestra una solicitud que no podría expresar según las intenciones, que Usted me encomienda. Usted conoce los nombres: el P., la M. y toda la familia de mi H. están muy cercanos a mí para omitir los deberes que creo tener hacia ellos a causa de mi José. Si mi benjamina es incapaz de cambiar, yo soy inmutable en el amor que tengo hacia ella. Su fidelidad merece su constante bienestar, por no decir reconocimiento, aunque no describiré con esta expresión nuestros propios sentimientos.
Si nuestra Hna. Catalina ha tomado la resolución de salir de París, y su salud ha mejorado, le daré el hábito en Grenoble, en caso de que el Parlamento acepte nuestra petición.
Las hijas de santa Úrsula nos ponen obstáculos por doquier. Que Dios las bendiga. Mons. de Grenoble les ha expresado los disgustos que le causan, pues considera enemigos suyos a todos aquellos que se nos resisten.
Ruego a Usted que haga todo lo posible por conceder todo lo que él le pide; da lástima ver los desprecios que se hacen a Aarón y a su dignidad. No tengo tiempo de releer la presente; por favor supla lo que falte.
Grenoble, 19 de marzo de 1643. Al señor, el Sr. Abad de Cérisy[Germain Habert], en casa del Sr. Canciller. En París.
Señor mío:
Un saludo muy cordial en el corazón del Verbo Encarnado.
No le escribí con el último ordinario. No creí conveniente repetirle que las potencias de las tinieblas han tenido su hora, valiéndose de hombres ligados en contra de la Orden del Verbo Encarnado.
Las cartas patentes y las paternales casi rompieron esos lazos, casi abatieron a esos soberbios poderes. Si hubieran llegado tres días antes de la víspera de la clausura del Parlamento, hubieran sido verificadas. Ayer el Sr. Procurador General las presentó en el momento en que se llevaba a cabo la conclusión de los asuntos de Palacio. Había pasado la una de la tarde. Se dijo: Que sean presentadas, y él pidió que fueran registradas. No hubo tiempo de concluir su petición, la cual hizo junto con un gran testimonio del afecto e inclinación del Sr. Canciller, diciendo a todos esos señores que él debía dar cuenta de lo que ellos dijeran e hicieran respecto a esta fundación, a favor de la persona que había él recomendado, asegurando que participaba en todo lo que la concernía, y que estimaba como hecho a él lo que se hiciese a ella.
El Sr. Abogado General y él hablaron uniforme y conformemente acerca del afecto que mi padre tiene hacia su hija. No hubo tiempo de concluir enteramente y dar lectura a la verificación y registro de las cartas del Rey. Se las remitió a la apertura del Palacio para después de Pascua, dando buenas esperanzas de que todo se haría para complacernos.
Dios quiera que perseveren. Querido hijo, esto que sucedió el sábado pasado demuestra con claridad que ni todo el infierno reunido puede resistir a la verdad de los oráculos, y que ha sido necesario ceder ante el poder de aquél a quien Dios ha escogido. Hacían falta dos piedras para comenzar esta fundación en Francia, en la capital del Delfinado.
El buen Prelado que lleva este nombre ha demostrado a las claras su firmeza; sin embargo, no se le ama ni respeta como lo merece. Se opone resistencia a sus deseos, junto con desprecios que no puedo expresarle, por no poderlos repetir sin faltar a la dignidad. No se han tocado la conciencia para decir que contradicen esta fundación porque él siente afecto hacia ella. Si mi padre no hubiese escrito, el Parlamento hubiera firmado para resistir también la orden conocida como jussion. No comprendo los términos que menciono.
No he tenido tiempo de hablar más extensamente con Usted acerca de las maravillas del cielo sobre M. Padre, al cual mira con ojos de gracia y benevolencia. ¡Ah! ¡Cómo hace bien el ocuparse de los intereses del Verbo Encarnado! Sobre todo, no se le ha dicho que El es la luz y la unción divina que ilumina sus dones y difunde sus gracias sobre aquellos que lo reconocen en torno a ellas, y que destina coronas eternas para aquellos que le honran. Si mi padre juzga a propósito escribir al Parlamento en general, ello será una poderosa fuerza para confundir a los enemigos y contentar a los amigos. Todos harán cara de estar obligados a sus favores y los enemigos se convertirán en amigos nuestros.
Mi querido hijo, presente a la Sra. su profundo agradecimiento de la manera en Usted sabe hacerlo y como, a mi vez, desearía yo presentárselo. Asegure a mi Benjamina de la perseverancia de mi afecto y diga al Sr. Esprit que le estoy muy agradecida. En cuanto a Usted, soy toda suya en nuestro todo, el Verbo Encarnado; es decir. Su buena madre de Matel
Grenoble, 22 de marzo de 1643. Al señor el Sr. Abad de Cérisy[Germain Habert], en casa del Sr. Canciller. En París.
Señor mío:
Aquel que fue expulsado del templo por haber dicho la verdad mientras era pasible, ha sido rechazado por el Parlamento de Grenoble, por haber querido testimoniarles su benignidad, su celo y su caridad.
Si mi P. no envía las patentes, la gloria de este Verbo hecho carne sufrirá detrimento. El Verbo, quien lo ha escogido junto con Mons. de Grenoble para establecer y consolidar esta Orden, desea que él lo confiese y lo sirva delante de los hombres, así como me prometió confesarlo delante de su Padre y de sus ángeles.
Una parte de los señores del Parlamento, aquellos que aman a Dios, me dijeron e hicieron decir que ruegan a Usted obtenga las cartas, y que lo conjuran a encumbrar la causa de este Dios de amor por medio de cartas patentes y por otra que certifique claramente que desea, llevado por un celo piadoso (que será para todos un mandato) que el Parlamento consienta en lo que no pueden resistir sin injusticia, puesto que difiere del parecer de la ciudadanía. Mons. de Grenoble le ruega que demuestre su piedad y su poder, que la gloria del Verbo Encarnado ensalzará la suya. El [prelado] me dijo que está resuelto a fundar si encontramos una casa; que las patentes detendrán a los revoltosos y consolarán a los humillados y justamente indignados.
El Sr. Procurador General se muestra afectuoso a la del Sr. Canciller y de Usted, pero los Sres. de La Rivière, de Saint-André y de Saint-Germain se oponen y hacen todo lo que pueden en contra. Ganaron para ellos a otros 20, e hicieron vacilar a 17 que estaban de nuestro lado. El más venenoso fue el Sr. de Saint-Germain, quien arengó en contra de nuestro instituto, diciendo que está en contra del de las Ursulinas. Mi querido hijo, si mi padre ama al Verbo Encarnado y a su gloria, es menester que lo demuestre en esta ocasión, y que repita con El lo que dijo antes de la Pasión: Es necesario que el mundo sepa, por mi fidelidad, cuánto amo a mi Padre.
El Sr. de Revel da esperanzas a Mons. de Grenoble respecto a la carta y las patentes, diciendo que el Sr. Canciller siente una gran inclinación hacia este establecimiento, y que sabrá agradecerlo a quienes le presten su ayuda.
Tengo muchas cosas que decirle, pero el correo de hoy está por salir. A mi padre y a mi M., mis muy humildes respetos. A mi Benjamina, mi afectuosa ternura. Para que pueda ir pronto a París, es necesario agilizar la fundación de Grenoble.
Ruegue por mí, que soy de Usted, en el corazón del Verbo Encarnado, Sr. mi muy querido hijo en calidad de
Grenoble, 23 de marzo de 1643. Al señor, el Sr. Abad de Cérisy[Germain Habert], en casa del Sr. Canciller. En París.
Señor mío:
Una madre piensa que su hijo no se cansa de recibir noticias suyas, sea para expresarle sus inclinaciones, sea para asistirlo en sus necesidades y ayudarle a ser agradecido con todas las personas que lo han favorecido. Usted sabe que el Sr. Presidente de Chaune nos ha albergado en su casa, y nos trata como un padre lo haría con sus propias hijas; su Sra. esposa nos prodiga un cariño maternal. Jamás sabríamos agradecer suficientemente sus bondades. Conozco el buen natural de Usted y el poder que ejerce al lado del Sr. Canciller, a quien el Sr. Barón de La Marcoux, hermano de la Sra. de Chaune, envía al portador de la presente, para los fines de los que su Señoría se enterará.
El espera que su justa bondad acceda a su petición. Su virtud ha equilibrado su dolor para sufrir una aflicción sobre la que es más fácil pensar que hablar. La equidad es el motivo que lleva a su Señoría a hacer justicia. El me hizo el honor de decirme de viva voz que me aceptaba como hija, haciéndolo también por medio de su pluma de Usted, que participa en todos mis intereses así como Dios se interesaba por aquellos a quienes se dignaba honrar con su amistad. La escritura nos da fe de esta promesa divina a nuestros padres, que eran sus amigos.
Esta seguridad me da la libertad de pedir al mencionado Señor que manifieste al Sr. y a la Sra. de Chaune que él toma parte en todo lo que hacen ellos a mi favor, protegiendo sus derechos. La solicitud de Usted les da esperanza en su justa causa. Yo así lo espero, ya que Usted no puede rehusarme nada.
Le escribí con el último correo de hoy, que tal vez no llegue a París al mismo tiempo que el portador de la presente. Como el Sr. de Sautereau fue despedido junto con la solicitud que presentó al Parlamento para el establecimiento del Verbo Encarnado, Usted me compromete a testimoniarle, con una de las suyas, la participación que tiene Usted en el agradecimiento que le debo, alabándole por no desanimarse ante todo lo que los Sres. de Saint-André, de Saint-Germain y de la Rivière hicieron en contra de los argumentos que él presentó para gloria del Verbo Encarnado y bien de las almas. Lo que estos señores hicieron representa una no pequeña ventaja para los herejes, por oponerse, después de ellos, a nuestro instituto, que es el más santo.
La ciudad entera, que consintió en este bien con alegría, está sorprendida ante el proceder de estos tres señores, que hicieron una cábala y porfiaron a fin de que el Sr. de Revel dijera de frente que el Sr. Canciller apoya la buena obra que harían por Dios y el agradecimiento que yo les debería.
Aquellos que demuestran su celo por el honor del Verbo Encarnado, resienten vivamente lo que se hace en contra suya, y han insistido en que yo escriba a Usted, rogándole nos procure, por favor, con prontitud, las patentes que ya le he pedido. Si mi P. ama a su hija como ella no pone en duda, me las concederá para acrecentar la gloria del Verbo Encarnado, contra la que el infierno se ha armado en este tiempo de Pasión.
El Sr. y la Sra. de Revel manifiestan su fervor y desean escribirle. Todas las personas que, como ellos, son más de Dios que del mundo, esperan el favor de mi Señor, y que dará testimonio de su parecer ante los señores del Parlamento al aprobar el fervor de los más piadosos y reprobar las aportaciones de los que, sin justas razones, han resistido a Dios y optado por complacer a las ursulinas, prefiriéndolas a quienes se despojan de todo interés propio para optar por el del Verbo Encarnado. Menosprecian, de este modo, los poderes de los cuales dependen por orden divina y humana.
Por lo que a mí toca, he exteriorizado mi acostumbrada indiferencia, a pesar de las palabras de desprecio que se han dicho en contra mía. No guardo hiel hacia aquellos que tratan de causarme disgustos. Soy insensible a esto. Dios me pone en este estado, y no yo, que carezco de virtud alguna. Digo al Padre eterno que los perdone porque ignoran el mal que hacen. Como la Sra. de Séguier se digna honrarme con su amistad y desea, con una activa bondad, verme muy pronto en París, le he pedido, con toda humildad, que sea la abogada del Verbo Encarnado e interceda ante mi padre y quienes crea ella que pueden activar la fundación de Grenoble, que sería el puente para la de París.
Es importante que todo termine; un pergamino sellado humillaría a quienes no han tenido otra finalidad sino el contrariar a los buenos y tratar de chocar con Mons. de Grenoble, quien está justamente irritado contra su proceder, el cual demuestra el poco respeto que tienen a la Iglesia.
Quéjese también ante el Sr. Procurador General de la conducta del Sr. de la Rivière, del cual le había dicho el viernes anterior que, después de haberse enterado por la carta de Usted, de que el Sr. Canciller me honraba con su afecto, él no contradiría más a la Orden del Verbo Encarnado para dar gusto a las ursulinas, y que todo mundo vería la estima en que tiene el honor de su amistad. El Sr. de Saint-Germain hacía esperar su favor en consideración a Monseñor, pero hizo todo lo contrario.
Me hago violencia al hablar de esto, pero treinta personas interesadas en esta fundación me urgen para que informe a Usted, querido hijo. Es su buena madre quien no tiene al menos una hora para ella, a causa de las personas que la visitan.
El Sr. de Colombière merece que Usted le de las gracias cuando vaya a quejarse del Sr. de la Rivière, el cual, dicen, no está de parte de las ursulinas por un motivo sagrado, sino por algo muy escandaloso, ya que está enamorado de una de ellas que fue enviada a ese lugar por la esposa del condestable. Esto es vulgar, pero de toda la ciudad se me ha pedido advertir a Usted. Su prudencia sabrá qué hacer de esta información.
Grenoble, 24 de marzo, 1643. A Monseñor el Canciller, en su Hotel de París.
Monseñor:
La Virgen santa guarda un misterioso silencio desde el tiempo de la Encarnación, después de haber dicho: He aquí la esclava del Señor, hágase en mí según tu palabra (Lc_1_38). Sin embargo, cuando el Altísimo le manifestó a santa Isabel que su divino poder la había hecho Madre de su Señor y Dios, su espíritu glorificó a su Soberano, que se había dignado mirar la bajeza de su humilde sierva.
Monseñor, mientras que los favores de su paternal bondad sobre mí no fueron conocidos más que del cielo y del ángel sagrado que se los anunció, mi espíritu permaneció en un respetuoso silencio adorando al inspirador de todos estos beneficios; pero ahora que su gran caridad ha hecho ver en Grenoble las inclinaciones que tiene de glorificar al Verbo Encarnado en la más pequeña de sus criaturas y de sus siervas, me siento movida a publicar en alta voz la infinita gratitud que debo a su grandeza, suplicando al Verbo hecho carne, que tiene en sí todos los tesoros de la ciencia y sabiduría de su divino padre, de ser su eterna recompensa, de hacerme digna de todas sus gracias, y de poseer la gloriosa calidad que él se complace en darme por su medio. Jeanne de Matel
París, 2 de abril, 1643. A Sor Elizabeth Grasseteau.
Mi muy querida hija:
Un saludo muy afectuoso en el corazón del Verbo Encarnado, nuestro amor y nuestra salvación.
No pongo en duda su fidelidad hacia Dios y mi persona, pero temo que tantas contradicciones disminuyan su valor. No deseo se muestre Usted estoica hacia quienes la visitan. La urbanidad consiste en una santa dulzura que gana los corazones.
Apruebo la resolución de mi Hna. Ana Colombe. Ella sabe que siempre la he querido, tratándola como a mi querida hija a la que, por bondad, nunca he querido molestar en cualquier temor que haya sentido con o sin motivo. Todos los informes que se me han dado no han podido alterar el afecto que mi corazón conserva hacia ella, sin tener en cuenta la posesión o la privación de bienes temporales. La generosidad que Dios ha puesto en mi corazón no me permite parecer abatida cuando todo parece girar únicamente en torno a la razón y al deber.
Sé muy bien por experiencia que es atributo de la poderosa diestra de Dios, que nos ha reunido a todas para su gloria, el hacer maravillas por sí solo, y que en nuestra debilidad hace patente su fuerza.
No se aflija por todas aquellas que desean salir; la Providencia nunca me ha faltado, ni lo hará en el futuro. Si no tiene Usted pensionistas para sufragar los gastos, yo vendré en su ayuda. Haga lo posible por tenerlas, pero que sean virtuosas. Son éstas las que deseo, y no las que causan problemas en las casas. Que su virtud alcance lo que la habilidad de otras ha logrado. Salga lo menos que pueda, y que todas las demás no salgan sino por necesidad; el Espíritu de Dios les acercará a las que él desee. El Sr. Potau me dijo muchas veces que no dejaría a sus hijas a la consideración de Sor Helena, sino a la mía. Pregúntele porqué no ha enviado respuesta alguna a la que le escribí alrededor de Navidad. No he querido hacer juicio alguno, debido a que siempre lo he considerado como un amigo fiel al sincero afecto que conservo para él, su mujer y sus hijas. Cuando pueda obtener las autorizaciones para volver a Lyon, mi sinceridad parecerá siempre la misma. Se verá que en mi corazón sólo existe bondad hacia todos, sin pensar en interés propio alguno, que no sea la gloria de Dios y el bien común. Así como Dios cambia los rayos de su justa cólera en lluvias de misericordia, así haré yo respecto a las quejas que justamente he expresado, si existe el deseo de seguir siendo leal hacia aquella que no desea sino la santificación de sus hijas.
La Gurlet no tiene sino a Dios y a mí para auxiliarla, según su tío, quien se ha enterado de que ella descuidaba su deber. Dios no tiene necesidad de todas nosotras. El puede convertir las piedras y las rocas en hijos de Abraham. Me opongo más a quienes atiborran las casas con jóvenes sin vocación, que a quienes no las reciben. La alegría del cielo no se acrecienta multiplicando a las personas; un reducido número de jóvenes bien formadas agrada más a Dios que cientos de ellas que no se adhieren al orden ni a la regla. Hija, cuánta verdad hay en el proverbio no todo lo que brilla es oro.
En el último día, las hijas del Verbo Encarnado conocerán a la madre que las engendró entre congojas y dolores no pequeños; ellas conocerán los medios que otros han empleado para sustraerlas del abrigo de sus alas y arrancarlas con violencia de sus propias y maternales entrañas, y a las cuales desea ella alimentar y unir, a imitación del horizonte que nos visita por su misericordia para iluminarnos y encaminarnos en la senda de paz que deseo a todas, de modo que nuestra congregación sea la Jerusalén pacífica y no la Babilonia de confusión.
Espero esta dicha del Dios de paz, en la que saludo a mi sobrina y a todas mis hijas, pero soy de Usted en especial, mi queridísima hija, su afma. y buena Madre. Jeanne de Matel
Reciba todo lo que se me debe, así como los donativos que se le hagan, pero lleve cuenta de todo. Si es posible, revise los últimos recibos de todas las que deben pensiones, si no cuenta con una relación al día de los mismos. Sor Elena recibió varias desde hace un año, sin ocuparse de los recibos. No me cabe duda de que, con ello, embrolló los registros que la Hna. Gravier lleva aquí, y que, además, la negligencia de esta última podría haber omitido las anotaciones. No ignora Usted la pena que su poco cuidado me causa, lo cual me obliga, aún estando enferma, a hacer el esfuerzo de escribirle una larga carta de mi puño y letra, lo cual coincide con los afectos de mi corazón, que la ama en Nuestro Señor. Ruegue por mí y por toda nuestra comunidad de París, que la saluda cordialmente.
Grenoble, 5 de abril de 1643. Al señor el Sr. Abad de Cérisy[Germain Habert]. En París.
Señor mío:
Que aquel que murió para ser la muerte de nuestra muerte, y resucitó para estar en la gloria de su divino Padre, sea nuestra eterna felicidad, es mi muy afectuoso saludo.
Ignoro si edificaré a Usted para bien o para mal, diciéndole que estoy de acuerdo con la queja que Usted me hace caritativa y cortésmente, a causa de la privación de mis cartas ordinarias que Usted menciona. Esto es un signo de que, al serle entregadas, no causo a Usted molestia alguna.
Querido hijo, espero de su santo afecto todo lo que no puedo expresarle. Al medirlo con el mío, ¿quién piensa Usted que tiene un amor mayor? Deseo que Usted sea el árbitro en esto. Si no hubiese venido a Grenoble para fastidiarme en él, no experimentaría tan gran deseo de ir a París. Vea pues si el afecto de un hijo, de una Madre y de una Benjamina, y el cansancio de una estancia son motivos poderosos para llamarme a ir allá.
Si estuviera sobre la santa montaña, tal vez no me sentiría tan deseosa de hacerlo. Vea, querido hijo, cuánta imperfección [demuestro] al declararle sinceramente mis sentimientos. Estoy acosada de visitas en esta ciudad, lo cual contribuye a mi agobio. Tal vez en París no tendría tantas. ¡Ay! ¿Quién me dará alas de paloma para descansar en los agujeros de la roca, que es Jesucristo, en una santa soledad? Ahí desearía ver cobijado a mi hijo y conversar con él en esas sagradas aberturas. Yo pienso que no me distraería, porque no seríamos sino uno en nuestro único amor, que es el Verbo hecho carne para transformarnos totalmente en espíritu.
El Sr. Bernardon para quien olvidé adjuntar una carta en el sobre que envié a Ud. me escribió el 27 de marzo, diciendo que vio al Reverendo Padre Binet, a quien hubiera podido visitar en Lyon, cuando el mencionado P. regresó de Roma, el cual le dijo amablemente que está interesado en mí en N. Señor, asegurándole que me serviría en todo lo que pudiera. Pedí al Sr. Bernardon le agradeciera estas bondades y no rehusara sus favores. Ruego a Usted lo visite en el tiempo apropiado y no pierda, por favor, esta ocasión de manifestarle que Usted está interesado en mis intereses. Hágale saber la parte que mi P. y mi M. tienen en ellos.
Le informo además que desearía que nuestras autorizaciones fueran concedidas antes de la venida del inflexible. Obténgalas, si le es posible, a mi nombre, como fueron concedidas las de Grenoble, y con anterioridad las de Aviñón, porque la Sra. de la Rocheguyon querrá, según la Bula de París, establecerse bajo la jurisdicción de Mons. de París, lo cual complicaría nuestro asunto.
Las mil libras de nuestra Hna. Isabel no pueden faltar. Su madre las administrará, pues Sor Isabel cree que Dios así lo quiere. Esto no impedirá que la Sra. sea cofundadora, pero las autorizaciones obtenidas sin su intervención le demostrarán que la buscamos movidas por el afecto y no llevadas por la necesidad; además, la obligarán a resolverse con más facilidad a renunciar a su exigencia de que dos jóvenes escogidas por ella se distingan de las otras llevando un medallón [relicario] y un rosario, portando a perpetuidad el título de hijas de la fundadora. Esto sería una particularidad muy peligrosa en la Orden, la cual jamás permitiré, aunque estén de por medio los 50 mil escudos, debido a la envidia o el desprecio a que esto daría lugar.
Después de que Usted contestó la carta que le escribí, no sé si le dije, con el correo de hoy o el penúltimo, lo que pienso que hace falta para sondear sus sentimientos. Le envío cartas del Obispo de Grenoble. Agradeceré a Usted que ejerza su influencia para que se le tome en cuenta. El sigue demostrando al doble, por así decir, su santo afecto hacia su Madre. Mis muy humildes respetos a mi padre y a mi madre, y mi afectuosa ternura para mi Benjamina. Escribiré con otro mensajero a nuestra Hna. Catalina. Estoy muy cansada por ahora. Si mi cuerpo tuviera las cualidades de un cuerpo glorioso, no se sentiría tan agotado. Rece para que mi espíritu sea uno con aquél que debe ser adorado en espíritu y en verdad. Es en verdad que soy, cordialmente y por siempre, Sr. mi muy querido hijo, su muy humilde servidora y buena madre J. de Matel
Esperamos la apertura del Parlamento. El Sr. de Colombière ha demostrado que estima como debe las recomendaciones del Sr. Canciller respecto a los mandatos. Profesa un gran respeto hacia Usted, y demuestra una gran inclinación a favorecer nuestro asunto.
8 de abril, 1643. A Monseñor de Nesmes:
Un saludo muy cordial en el corazón amoroso del Verbo Encarnado, nuestro amor.
Si su hijo pudiera venir a consolar a su madre, le proporcionaría un gran placer; no tiene ella palabras para expresar la pena que le causa la injusticia de los hombres que, con los judíos, imitan su perfidia hacia la hija del Verbo, el cual fue arrojado fuera de la ciudad y de los campos.
san Esteban su primer mártir, fue llevado fuera de las puertas de la ciudad, y después apedreado. Aunque su Madre previó todos estos tratos, no se afligió, esperando la hora en que los hombres ciegos harían ver que la envidia los conduciría a hacer todo lo que hicieron. Fue ésta la espada de dolores que le fue predicha por el espíritu que lo anunció a la Virgen Madre por boca de Simeón, quien pidió al Señor lo llevara de este mundo, no sintiendo suficiente valor para presenciar todas las crueldades de un pueblo amotinado, ingrato y rebelde a su creador, redentor y legítimo rey, quien no deseaba reinar sobre ellos sino para hacer a todos reyes de un reino que no tendrá fin. Esta rebelión tuvo su origen en el infierno, que deseaba destruir las obras de la luz para vengarse del Verbo Encarnado, quien destruyó todas las del príncipe de las tinieblas palpables, siendo la muerte de nuestra muerte y la mordedura de nuestro infierno. Un poco de tiempo y el Verbo Encarnado triunfante absorberá nuestra muerte en su victoria, y hará ver a Usted que su Madre no ha predicho nada en falso, y que al nacer verificará lo contrario.
El Hijo dice valientemente que la iniquidad miente a sí misma, y que los que hablan sin verdad son falsos testigos. Cuando una frágil embarcación ha sido llevada y traída por las olas, golpeándose repetidamente contra las rocas, termina por romperse. Aquel a quien Usted conoce, que fue enviado a investigar, será un día destruido por la piedra angular, que aplastará al inflexible. Cuando sea colmada la medida de su obstinación, se arrebatará el poder de las tinieblas, el sol de justicia se levantará; la hija del Verbo Encarnado será buscada, y no se la podrá encontrar. Si no mueren en pecado, morirán lamentando las pérdidas que se le causaron. Si el inflexible, que tiene suficiente espíritu, no estuviera preocupado por su pasión, podría juzgar con justicia que se trata de la calumnia de un hombre que no fue aceptado como director, cuando dijo que el gobierno de M. era riguroso y tiránico. La visita que hizo el Sr. de Ville, a quien saludo, pidiendo a Usted el favor de presentarle mi saludo, confundirá a todos aquellos que no saben que la M. es una paloma sin hiel. Que durante su ausencia se nombre a otra, y se verá que ella atrae y gobierna a sus hijas con la miel de un trato caritativo y maternal, que las une más fuertemente que los votos religiosos.
Quiero pensar que por ahora la hija no ha hecho semejante rechazo, sino que lo ha procurado por medios ocultos, valiéndose de artificios que no puedo descubrir. Si ella es más santa, no me quejo de ello. Tomaré hijas de París, de Lyon, y después las de Grenoble. Ella conservará a las de Aviñón y las alimentará, porque como no se desea poner en práctica todos los artículos que integran el contrato, no estoy obligada a observarlo. Se me rehúsa lo que con todo derecho se me debe, y que está expresa y especialmente escrito: Matel debe entrar y salir cuantas veces quiera, y permanecer tanto como lo desee en el monasterio junto con dos de sus hijas que escoja como acompañantes. Monseñor de Nîmes hizo que así constara.
Por lo que a mi toca, digo en voz bien alta que no fundaré este convento, si no se me conceden todos los privilegios de las fundadoras en Francia, y si no se me permite gozar de ellos, no pagaré pensión alguna. El no ha muerto; mi hijo puede declarar, si así le place, lo que se me ha hecho, y pedir, con el poder de su gran elocuencia, que se conserven mis derechos en cosa justa y prometida mediante contrato, como él mismo lo hizo anotar en las actas.
Monseñor de Grenoble está indignado ante semejante injusticia. Me dijo que él concederá el velo a las hermanas que yo designe, sea en París, sea en Lyon, sea en Grenoble, y que todos mis intereses son también los suyos. Mi hijo no podría medir la bondad que este prelado demuestra hacia mí. Me dijo que le pidiera venir a Grenoble. Ruego a Usted por tercera vez: si es posible, solicite a M. de la Coste que venga a este lugar. Sus padres lo desean ardientemente. Ya le diré lo que por ahora no puedo anotar en papel, señor, Vuestra Jeanne de Matel.
Grenoble, 8 de abril, 1643. Al Prior Bernardon, el mayor.
Padre mío:
Mi silencio no debe hacerle creer que mi inclinación a tenerle siempre cerca de mí ha cambiado.
El buen Dios, que ve los corazones, ha visto el mío más afligido de lo que puedo expresar, al verme alejada de mi prior, quien verá por las cartas que envío a su hermano los disgustos que he tenido, y sí tenía yo razón al contradecirlo, cuando insistía en que comprara una casa para las hermanas de Aviñón, que después no tomaron en cuenta a su Madre, lo cual dio ocasión a estos señores para hacer lo que han hecho.
Dios sea bendito; ruegue por su buena madre Jeanne de Matel
8 de abril, 1643. A la Señora y Señor de Servière en Aviñón.
Señor mío:
Un saludo muy afectuoso en el corazón del Verbo Encarnado.
La Madre Margarita no pidió mi parecer cuando expuso al más perfecto de mis amigos a un rechazo, pero un rechazo sumamente injusto de un derecho muy bien fundado. Esto no se debe ni a la consideración del concilio, ni el temor a las censuras que la ha obligado a obrar, sino a las deliberaciones de un consejo muy semejante al que describe san Juan en el capítulo 11 de su Evangelio.
Se me niega lo que se concede con facilidad a las bienhechoras. Me veré precisada a recurrir a otro consejo para saber qué debo hacer después de este rechazo. Pido al Verbo Divino, del que procede todo buen consejo, instruya a quienes me darán su opinión, y que sea la recompensa de los favores que recibo del caritativo celo de Usted jamás seré ingrata.
Señora, podrá ver aquí que mi afecto suscita en mí el deseo de verla, atrayéndome poderosamente hacia Aviñón; pero como Dios ha permitido este obstáculo, esperaré las disposiciones de su Providencia, siendo siempre de Usted, señora y del señor, su muy humilde y obediente servidora. Jeanne de Matel.
Grenoble 9 de abril de 1643. Al señor, el Sr. Abad de Cérisy[Germain Habert], en casa del Sr. Canciller. En París.
Señor mío:
Un saludo muy cordial en el corazón amoroso del Verbo Encarnado que resucitó para ser nuestra resurrección.
Cuando haya Usted respondido a mi carta en la que le digo que me sentiré muy tranquila al saber de Usted lo que la Sra. de la Rocheguyon quiere hacer, le escribiré lo que el Espíritu Santo me inspirará. Esto es hablar como madre a un hijo que se complace en recibir las órdenes que ella le da.
Su H., que ha regresado de Provenza, me escribe de Lyon diciendo que el inflexible irá muy pronto a la Corte. No dejará de tramar en secreto todo lo que pueda para impedir lo que Usted quiere hacer y que su Madre desea: ver a su P. y a su B. en caso de no haber hablado oportunamente con aquél que, a pesar de estar enfermo, lo puede todo por y para el Verbo Encarnado. Desde hace tres semanas con más insistencia que en los 10 últimos años, su Madre ha estado pidiendo a este benigno Salvador que lo conserve y le dé su salud, que es tan importante para todos. A pesar de no haber sido escuchada, ella espera contra toda esperanza hasta que se la desanime del todo. Pida que esto no suceda, porque es una cruz muy grande el desalentarse en la oración...
Nuestra Hna. Catalina me informa que no podrá conseguir de la Señorita Poulaillon el permiso para venir, si no escribo a dicha señorita. No pienso hacerlo. Pido a Usted le haga ver de buen modo que Sor Catalina tiene la libertad de venir a Lyon, y de ir, tal vez, de ahí a Grenoble, donde me encuentro, para prepararse a tomar el santo hábito del Verbo Encarnado.
No tengo corazón para rehusar a nuestra buena hermana esta gracia, que ella pide con tanta sumisión en sus cartas. Se la he concedido a muchas otras que no me son tan queridas como ella, considerando además que Nuestro Señor la ha puesto en estado de poder venir a tomar el hábito, pues la libró de la fiebre. Pienso que es voluntad suya que ella venga. Por favor dígaselo, Señor; que ella deje al cuidado de mi B. y de mi H. el escaso mobiliario que yo le...
Grenoble, 11 de abril de 1643. Al señor, de Cerisy, [Germain Habert] el domingo de Cuasimodo.
Señor mío:
Un saludo muy cordial en el costado abierto del Verbo Encarnado, a cuya vista Santo Tomás le confesó como su Señor y su Dios, y en cuya abertura el alma de este santo apóstol hizo su entrada para jamás salir de ahí. Habiendo renunciado a toda incredulidad, fue firme en la fe, y sus dudas han afirmado a muchos otros después de que el benigno Salvador lo exhortó a permanecer fiel. ¡Oh caridad incomparable de un maestro hacia su discípulo! ¡Oh palabra poderosa que realiza lo que anuncia! Tomás, abismado en sus tinieblas, se encuentra repentinamente elevado hasta la fuente de luz, que san Pablo describe como una luz inaccesible al hombre.
Gran santo, si tu regla general sufre una excepción, que Tomás reciba el privilegio, y que un abismo atraiga a otro abismo a la vista de las llagas del divino Salvador, las cuales no eran sino cataratas abiertas que llovían sangre hacia nosotros. La del costado nos dio agua, según expresión del discípulo amado, quien nos dio a conocer la aparición en la cual plugo al Verbo Encarnado gratificar a este apóstol cuando se encontraba en compañía de los otros.
¿Qué diría Usted de una persona que no tiene tiempo para respirar, y que desea detenerse a conversar por carta? Hago esto para buscar alivio de la rémora que las continuas visitas de las damas del Delfinado me causan. Muy querido hijo, con frecuencia deseo estar en la santa montaña donde mi alma se encontraba en reposo y donde gozaba de la dulzura de la contemplación.
Sin embargo, hace falta vivir sin apoyo, abandonarse a Dios y perder todo en él.
Le ruego me conceda el placer de decir de viva voz a nuestra Hna. Catalina que salga de París el día 1°, para encontrarse conmigo en Grenoble. Quisiera que fuera ella la primera en tomar el hábito aquí.
El inflexible pasó por Aviñón. Se obró de suerte que el Gran Vicario dijera que no permitiría a su Madre, que es la fundadora, la entrada al monasterio que fundó, a la casa que compró con sus propios medios. A pesar de que esta fundación llegó a cerca de 20 mil liras, se le impide la entrada. Esto la llevó a tomar la resolución, con el parecer de su consejo, de dejar a las religiosas que ya se encuentran ahí, para conceder el velo a las de Lyon. Como quiere [en especial] a Sor Catalina, desea gratificarla primero. El Obispo de Grenoble prometió darle el velo.
Grenoble, 12 de abril de 1643. Al señor el Sr. Abad de Cérisy[Germain Habert], en casa del Sr. Canciller. En París.
Señor mío:
Un saludo muy humilde en las llagas adorables del Verbo Encarnado.
Me dice Usted, en la carta que recibí con el penúltimo correo ordinario, que está inquieto por mi salud, por no haber recibido noticias mías con el correo precedente. Por ahora le diré algo parecido: al verme privada de las suyas con el último correo, temí que estuviera Usted indispuesto. Su Madre se preocupa siempre por su hijo.
El Sr. Dulieu, padre, está ansioso [por saber] si recibió Usted el paquete del 29 de marzo, en el que iban dos cartas de Mons. de Grenoble: una para el Sr. Canciller, y la otra para Usted Este buen hombre me informó que no lo reconoció para recomendárselo, y ello pasó desapercibido. Me parece que la envoltura fue rotulada por el Sr. de Chaune. Espero que Usted me avise si le fue entregada, para tranquilizar al buen Sr. Dulieu.
Ruego a Usted se comunique con la Señorita Poulaillon y la salude de mi parte, asegurándole que estoy a sus órdenes. También pídale que acepte de buena gana que mi Hna. Catalina Fleurin salga el día primero para ir a Lyon, en donde recibirá mis órdenes respecto a Grenoble, pues deseo que sea la primera en recibir el hábito en Francia. La aprecio por ser mi primera hija y compañera.
Esperamos la apertura del Parlamento para la verificación de nuestras cartas. El Sr. de Saint-Germain pidió ayer a su señora suegra que viniese a visitarme de parte suya, para decirme que está sumamente molesto por tener la sala de recepción llena de damas que favorecen a las ursulinas, las cuales se oponen abiertamente a nuestra fundación; que está muy arrepentido, protestando que se pondrá a mi servicio con tanto fervor, que podré constatar la estima en que tiene a una persona cuyo nombre dejo en el anonimato, por quererlo así el Sr. Saint-Germain. Dicha señora tuvo tantas expresiones de cortesía, que el conocimiento de lo que soy me hizo sentirme indigna de ellas.
Habiendo terminado la presente, el Sr. de Saint-Germain vino en persona a confirmarme todo lo que su suegra me dijo, protestando ponerse a mi servicio con respeto y santo entusiasmo. No dejó de notar que mi habitación carece de tapicería a la entrada. Esto se debe a que no admití que la hubiera en una casa donde nuestras hermanas deben alojarse, y en la que vivo a partir del Jueves Santo. Al verme obligada a salir de su casa, causé un gran disgusto al Sr. y a la Sra. de Chaune, pues me aman como si fuera su propia hija.
Esto que le digo es para hacerle ver que los oponentes cambian. No queda sino el inflexible, el cual me ha hecho todo el mal que ha podido a su paso por Aviñón. Le enviaré detalles con otro mensajero. Por ahora, después de un acceso de fiebre, me encuentro muy indispuesta; por esta razón me abstengo de escribirle más extensamente.
Mis respetos a mi padre y a mi Madre, así como mis afectuosas recomendaciones a mi B. No dude Usted de las que tengo para José, puesto que soy y seré por siempre en Jesús, Sr., mi muy querido hijo, Su muy humilde servidora y buena madre, J. de Matel
Grenoble, 15 de abril de 1643. Al señor el Sr. Abad de Cérisy[Germain Habert], en casa del Sr. Canciller. En París.
Señor mío:
Un saludo muy afectuoso en el corazón del Salvador resucitado.
Me pareció caer de las nubes al enterarme, por su última, fechada el 7 de este mes, que Usted no recibió cartas mías durante varios viajes del correo. No creo haber dejado ir un solo mensajero desde hace dos meses. Le escribí, además, con el gentilhombre de cuya causa no puede Usted ocuparse.
Aunque le había escrito el Domingo de Pasión, volví a hacerlo el lunes de esa semana, para informarle a qué grado hubo resistencia en el Parlamento el sábado anterior, y para darle los nombres de los principales miembros que nos atacaron. El jueves siguiente recibimos nuestras patentes a las 19 de la noche. Nos ayudó el que llegaran en sobres rotulados con otros nombres, pues se las hubiera detenido a fin de impedir que nos fueran entregadas, así como se han confiscado las cartas de todos los ordinarios que Usted me dice no haber recibido.
Envié a Usted, con el correo del día de Ramos, un paquete en el que había una carta del Obispo de Grenoble para el Sr. Canciller, en el que este buen prelado declara a qué grado nos está agradecido por el honor que él le concedió al escribirle, y la estima en que tiene a su Madre. Me parece que dijo demasiado, y por ello le dije esta mañana que el exceso de su caridad era quizás la razón por la que Dios permitió que ese paquete se perdiera, pues colmaba de elogios a una persona que no los merecía, la cual había sufrido una gran mortificación cuando su secretaria la leyó en su habitación antes de cerrarla por mandato suyo, al que había sometido mi juicio. Este buen prelado escribió también a Usted, pero ignoro lo que decía en esa carta, la cual ya estaba cerrada cuando su secretario la entregó junto con la que venía abierta.
A partir de entonces escribió una más al Sr. Canciller, que también iba cerrada lo mismo que otra que dirigió a Usted, lo cual me hace pensar que se refería a sus propios asuntos.
Sin incurrir en mentira, da compasión el ver a qué grado se le falta al respeto. El me confesó esta mañana que alguien tomó de su portafolios la carta escrita por el Sr. Canciller, junto con tres de mis cuadernos que él me había pedido prestados. Ignoro quién tomó estas cosas de su gabinete, ni si se trata alguno de sus allegados que haya sido sobornado, o de personas extrañas procedentes de alguna parte de la ciudad. Mientras unos lo distraían, los otros las hurtaban.
Ruego a Usted pida a su Señoría le conceda el favor del que le habló acerca de....
También le ruego me indique por qué usted no recibe ordinariamente las mías y no me dice las que ha recibido mías. Carezco de copias de las cartas que escribo a Usted de Grenoble, debido a mi falta de tiempo y porque se que Usted, aunque con trabajos, es capaz de leer mis garabatos como un buen H. que no desea que su Madre trabaje de más al copiar en limpio sus cartas. Providencialmente, guardé la copia de la que escribí a mi P. su Señoría. La hice en limpio, con fecha del mismo día, para que me haga el favor de presentársela.
Infórmelo acerca de las desgracias que hemos tenido, y dígale que he admirado juntamente su bondad y la sabiduría de Usted, al no reprocharme en modo alguno el ser desagradecida por los favores que me han hecho, por no recibir testimonios de mis sentimientos y humildísimo agradecimiento hacia tan buen señor y padre.
Perdóneme si me quejo de su reserva. ¿No debería Usted revelarme francamente la falta que no le es desconocida? Buen Dios, cómo sufriría mi alma si mi padre me tuviera por ingrata, y si en las últimas dos cartas que Usted me escribió, a pesar de que no recibí la del 3 de marzo deja de hablarme de él por pensar que he faltado al deber de una hija hacia su buen padre.
Querido hijo, sáqueme de esta aflicción y asegúrele que puedo fallar por ignorancia, pero no por malicia o por olvido. Sé bien que llevo este nombre de hija únicamente por favor suyo y del cielo, y que la bondad divina y la de él me lo han dado y me lo siguen conservando.
La Señora, mi M., me ama por gracia de un mismo espíritu, y mi benjamina por mandato de la providencia y por solicitud, de Usted, mi José. No ponga en duda la unión que Dios ha obrado entre Usted y su madre.
Mis respetos a mi padre y a mi madre, mi ternura para mi Benjamina. Mi querido hijo, vea al Abad. Bernardon, y dígale que le escribí tres cartas con el último correo ordinario. Dos van en el paquete dirigido a Usted, y otra en el que va a Lyon.
Le ruego diga a nuestra Hna. Catalina que salga de París en cuanto se entere de que así lo deseo, y que vaya a Lyon. Ahí le diré lo que debe hacer. Son cerca de las 4, y el ordinario me apremia. Soy de Usted, en todo, su buena madre J. de Matel
Varios de los que estuvieron en contra del Verbo Encarnado el sábado de Pasión se arrepintieron en Pascua; entre ellos, el Sr. de Saint-Germain. Le informé acerca de ello el domingo pasado. Lo que hace falta ahora es señalar los días en que nos.... El ángel sagrado a quien me refiero en la carta de su Señoría, es mi humildísimo Hijo; los sacerdotes son ángeles. No tuve tiempo de releer la presente. Enmiende la letra y corrija las faltas tanto de la ortografía como de las expresiones.
Grenoble, 19 de abril de 1643. Al señor el Sr. Abad de Cérisy[Germain Habert], en casa del Sr. Canciller. En París.
Señor mío:
Un saludo en el regazo del Verbo Encarnado, nuestro Buen Pastor, que entregó su espíritu por nosotros.
Tuve una gran alegría al enterarme, por su carta del 10 del presente, que recibió Usted dos paquetes el mismo día, aunque fueron escritos en distintas fechas. Espero que los otros le sean remitidos. Sin embargo, como en esta vida las alegrías van mezcladas o seguidas de la cruz, con el mismo ordinario que me entregó las suyas de París, recibí tres cartas de Lyon trayendo la noticia de la desgracia que sufrió el Sr. des Noyers, la cual fue divulgada por todo Grenoble por personas que llegaron de Lyon hoy mismo, y que predicen otra parecida dentro de pocos días, como una secuencia que piensan es infalible. Dejo a consideración de Usted el adivinar a qué se refieren y de qué hablan en voz tan alta.
El cielo no desea darme a conocer la hora para no afligirme antes de tiempo. Al verme tan débil, sabe que a mí me basta la malicia de un día. Así se expresó el Verbo Encarnado cuando se le quería aconsejar cómo evitar la muerte. No había llegado la hora en que los poderes de las tinieblas levantarían la mano contra él, y en que la tristeza del huerto le ocasionaría el sudor sangriento y la agonía. Más tarde, sobre el Calvario, llegaría al sufrimiento de un abandono incomprensible del que se quejó confiadamente como un hijo al Padre que lo había desamparado a causa de sus servidores, y para redimir, con la efusión de su sangre, a todos aquellos que lo habían ofendido y que lo agraviarían en el futuro.
El Salvador murió, pues, por nosotros. El nos dijo que quienes no perdonaron al maestro, tampoco perdonarían a sus discípulos.
Si ellos no sintieron compasión al maltratar al inocente por esencia, ¿cómo la tendrían de aquellos que son reos, aun cuando no hubieran cometido sino un pecado venial en toda su vida? Que estos sufrimientos no nos asusten. Si sufrimos con él, reinaremos con él, por él y en él.
Querido H., he apremiado a Usted para que diga a mi padre que expida las patentes para París, porque desearía encontrarme allá para servir, según Dios, a quien me compromete infinitamente y para detener los golpes que se puedan evitar si yo estoy presente.
Si el P. Gibalin me hubiera traído al P. Binet, como hizo con el P. d'Angle a su regreso de Roma, le habría manifestado mis pensamientos. Siempre he creído que debemos acceder al P.S. desde que murió el Cardenal-duque. El buen P. Gibalin no quiso creerme, diciéndome que el P. d'Angle haría más por mis asuntos, que cuentan ya con la estima de Usted, que otra persona cuya simpatía habría que comenzar a ganarse. La prudencia humana no es mala, pero la inspiración divina es mejor.
Duplico mis oraciones por aquellos a quienes debo algún favor en cualquier aspecto. Cuando mi P. haya hecho las cartas, y que el mismo que firmó las anteriores ponga en ellas también su rúbrica, nadie podrá objetar en contra, por carecer de toda defensa, ya que contamos con el favor de la reina.
No hablaría con tanto atrevimiento si no fuera madre de un H. que sabe que yo no me valgo de mis derechos según el poder que él me ha concedido conforme a sus deseos.
Con esta certeza lo hago, siendo, mi muy querido hijo, su buena madre J. de M.
H. mío, entregue por favor la carta adjunta a su destinatario. Supe, por algunos padres jesuitas, que esta dama dijo a varias personas, cuyo nombre no se me quiso dar, que no aprueba la fundación, pero que no desea que yo sepa que no me dará más su apoyo, habiendo prometido a su tía, a quien pasará a recoger en su viaje a Lyon, que sea favorable a mis proyectos. Yo permanecí inalterable, manifestándole mi agradecimiento por la palabra que ella y el Sr. D. empeñaron a la que está en Lyon por encontrarme yo en Grenoble. Por favor observe Usted sus palabras y gestos, e infórmeme sobre ellos. Supe de fuente fidedigna que ella siente temor hacia el espíritu de su Madre, el cual, según dice, está extático, por lo que prohíbe que se me den a conocer sus miedos. También dijo que su tío rechazó las c. de la Orden del Verbo Encarnado y que jamás se ocupará de ella.
No haga caso de todas estas peroratas, ni lo manifieste al exterior a persona alguna, sea quien sea. Dígame si la esposa del Canciller le mencionó o recomendó nuestro asunto, y si alguien habló con el Señor Duque, su marido. Se me indicó que pidiera a Usted presentarle mis cumplidos y agradecimientos, como si se tratara de un establecimiento que ella hubiera protegido, por habérselo prometido a la Marquesa de Villeroy. ¡Ah, querido hijo! Qué necesario es representar a diferentes personajes a ejemplo del apóstol. Es menester ser todo para todos para dar gloria al Verbo Encarnado
Al Señor y a la Señora, mis muy humildes respetos. Por concomitancia, a la señora de Gualin, su madre, y mis afectos para mi Benjamina Soy, mi muy querido hijo, su buena madre Jeanne de Matel
Grenoble, 26 de abril de 1643. Al señor el Sr. Abad de Cérisy[Germain Habert], en casa del Sr. Canciller. En París.
Señor mío:
Un saludo en Aquel que es, que era y que vendrá. Gracia y paz en Jesucristo, que es el testigo fiel y veraz, el primer nacido de entre los muertos y el príncipe de los reyes de la tierra, el cual nos ha amado por ser bueno y nos ha lavado con su sangre, que nos da en alimento. A El, en unión con el Padre y el Espíritu Santo, sea la gloria y el imperio por la infinitud
Me alegré en estas palabras, que aparecen en la primera lección de este tercer domingo de Pascua, después de haber estado un poco triste a causa de los males que algunos temen, y que difícilmente se podrán evitar. El predilecto del Verbo, al estar desterrado en la Isla de Patmos por haber confesado al mismo divino Verbo Encarnado, se sintió alegre al verse alejado de las ciudades. Querido hijo, su madre se fastidia en ellas. ¡Qué amables son los lugares apartados de sus huellas y de sus grandes embrollos, pues en aquellos se encuentra el amado a quien la esposa apremiaba para que acudiera, o sobre todo, para que volara hacia allá!
Es en ellos donde la esposa asciende apoyada en este esposo bien amado, de quien fluyen delicias purísimas. Qué afortunada es al establecer su morada en unión del Verbo hecho carne, que es la flor del campo espacioso e inmenso del divino Padre, y el humildísimo lirio del valle sagrado de su purísima madre.
La lluvia me proporciona la alegría de tener tiempo para platicar con Usted acerca de las delicias de una soledad que mi espíritu ama más de lo que puedo expresar.
Por fin me escribió el P. Carré, expresando que el correr del tiempo no ha podido alterar ni disminuir las inclinaciones que el cielo le dio hacia mí desde que comenzó a confesarme y a conocerme en París.
Me dijo que estima al Sr. Canciller y a su Señora más que cualquier otra persona. Creo que así es, pero pienso que en esto debe ceder a mí, y si me atreviera, también diría a Usted lo mismo. Usted contribuyó en gran parte al principio: Dios se sirvió de Usted para dármelos a conocer y, por su mediación, me sigue concediendo la dicha de tener con frecuencia noticias suyas, y mil y mil ocasiones de agradecimiento a su caritativo interés.
En Grenoble admiran el cariño y la bondad de mi padre hacia mí. Muchos temen que haya cambios, después de lo del Sr. des Noyers, que alarmó a los espíritus. En días pasados se decía que aquel cuya esposa debía venir a verme cuando Usted estuviera en Lyon, estaba en prisión. Sabe Usted bien que se trata del pariente del inflexible, el cual, según las cartas más recientes del último correo ordinario de Lyon a Grenoble, debe partir dentro de dos días; pero según la cuenta, debería haber salido a la hora en que le escribo la presente.
M. Q. H. (Muy querido hijo), mis oraciones por aquel que ha querido impedir la entrada del Verbo Encarnado no parecen ser escuchadas; él me lo ha reprochado como algo que no le complace, y me ha dejado casi sin sentido a causa del golpe. Sin embargo, no las continúo con la intención del contra-golpe, el cual temo como hija de mi padre El no me ha revelado en qué consistirá, pero tampoco me ha permitido saber si lo impedirá. Me parece que mi afecto es más fuerte que la muerte, y que estoy al lado de la persona [que sufre] estas humillaciones de la cual se ha compadecido, como pudo Usted enterarse por la carta de su M. del 3 de octubre de 1627.
Le hablaré de modo que pueda crecer en gracia junto a Dios, quien la ha bendecido por imitar su bondad y su clemencia divina. Esta ausencia sólo me parece dura por verme alejada de servir a aquél a quien amo y honro como a mi padre, y de quienes le pertenecen, como la Señora, mi Benjamina y mi José.
Seguimos sin recibir el consentimiento del Parlamento. Todos estos señores desearían tener una carta para cada uno, o una para todos: la envidia está rampante. No me atreví a prometerlo a quienes me informaron sobre este deseo, respondiendo que pediré a Usted que obtenga para ellos una de agradecimiento. Vea si esto es posible sin importunar a mi padre.
El P. Carré me dice que la Sra. de la Rocheguyon está enferma. Es una oportunidad para que su buena amiga vaya a verla, en caso de que este motivo no sea apropiado para que Usted encomiende a alguien el hacer esta visita.
Olvidé pedir a Usted que pregunte si el Sr. conde de Meaux se casó, y si sigue siendo tan piadoso como cuando pasó por Roanne a su regreso de Italia. En aquel entonces deseaba ser jesuita, pero los Reverendo Padre Jesuitas me pidieron que lo disuadiera por pensar que sería más fiel a Dios y que la compañía lo necesitaría más en el mundo. Si llega Usted a verlo, dígale por favor que no lo he olvidado en mis humildes oraciones, a pesar de que hace casi veinte años que lo vi por última vez en Roanne. Como no lo he vuelto a ver, quisiera saber si recuerda, como yo, de pedir por...
Envíe, a M.P. (mi padre) y a M.M. (mi madre), mis muy humildes respetos; para mi B., mi afectuosa ternura. Su muy humilde servidora y buena madre Janne de Matel
Grenoble, este 26 de abril de 1643
Habiendo terminado la presente, el Sr. de Saint-Germain vino a verme esta mañana para manifestarme su pesar por la tardanza en el establecimiento del monasterio del Verbo Encarnado Al igual que a otras casas religiosas de Grenoble, se nos han adjudicado 25,000 libras de la almendra.(amande)
Siempre ha creído que, sobre las otras 25,000 libras, Monseñor nos podrá distribuir lo que le plazca. El mismo quiso elaborar el recibo adjunto, pidiéndome que lo enviara a Usted para que se lo muestre al Sr. Canciller, pero que únicamente desea manifestar al Sr. Bodet el donativo que se nos ofrece, pues teme que esto atraiga la atención de otras religiosas.
No hay favor que el Sr. de Saint-Germain deje de hacerme. Busca todas las ocasiones para servirme. Mi querido hijo, es bien merecedor de una carta de agradecimiento. Haga del conocimiento de mi padre su buena voluntad. A decir verdad, se trata de uno de los más sólidos juicios de Grenoble, y de una recia virtud Me dijo que si su Señoría me concede estas enmiendas, él mismo se ocupara de cobrarlas, para que no me suceda lo mismo que a los Sres. de Fiot y de Letrade. Estas inclinaciones me mueven a hacer esta petición, a pesar de ser tan orgullosa como Usted bien sabe.
----- espcio en blanco----
Señor, por favor lea la carta para el Reverendo Padre C., y después ciérrela y envíesela para ser entregada en su propia mano. Pero antes tenga la bondad de sacar una copia y conservarla, pues no tuve tiempo para copiarla yo misma. Guárdela [en el sobre] junto con un nombre de Jesús o un corazón traspasado de flechas.
Grenoble, 29 de abril de 1643. Al señor el Sr. Abad de Cérisy[Germain Habert], en casa del Sr. Canciller. En París.
Señor mío:
Un saludo en el amor del Verbo Encarnado, quien nos ha entregado su Reino así como su Padre se lo entregó a él. Así como sufrió para entrar en su gloria, quiere que su Orden sufra rechazos y contradicciones. Los Sres. de la Coste, de Colombière, de Revel, de Bourg y de Saint-Germain, han testimoniado que desean complacer a Dios y presentar sus recomendaciones al Sr. Canciller, haciendo todo lo que les es posible para el establecimiento de esta Orden.
El Sr. de St. André y otros diez han resistido fuertemente. Nuestros amigos, los Sres. de Sautereau, de Chevrière, de Ponta están en el campo y el Sr. Odorer en cama, muy enfermo. Cuando se le quiso entregar la carta de Usted, se pensó que estaba a punto de expirar; había recibido todos los sacramentos desde hacía varios días y se me advirtió que no se encontraba ya en estado de escuchar su lectura. Con todo, insistí en que le fuera entregada diciendo con tono alegre: Recuperará las fuerzas en cuanto la reciba. Accedieron a darme gusto. La obediencia de la persona que la llevó agradó al Verbo Encarnado el cual bendijo un remedio extremo que este buen presidente quiso tomar, diciendo: como estoy condenado a morir dentro de unas horas, esta poción no acelerará mi muerte. La tomó y sintió un gran alivio, de suerte que han pasado 8 o 10 días de todo esto y aún no ha fallecido. Aunque está muy mal para ir a palacio, no lo está tanto como antes de haberle yo enviado la carta de Usted, en la que le pedía que obrara a mi favor.
El buen presidente ya había hecho todo lo posible, y hasta llegó a demostrar un exceso de santo apasionamiento en las dos ocasiones en que se habló en palacio en contra de quienes resistían a un proyecto tan justo y que no buscaba sino la gloria de Dios. Puede Usted ver si su carta le fue agradable. El es muy recto, lo cual desespera a los médicos y aflige a quienes conocen su virtud Por favor rece por él, querido hijo; estamos entre el temor y la esperanza. El Sr. de la Rivière evita estar en palacio porque no desea ayudarnos. Si Usted le hubiera escrito, tal vez se habría sentido como forzado a estar de nuestro lado.
Su Sr. de Lescot no se encuentra en esta ciudad, para entregarle su carta. Nuestros amigos temen que dictamine una jussion. Si su Señoría hubiera escrito al Parlamento en general, esto hubiera servido para contentar a todos. El asunto sigue sin solución. Todos se reunirán una vez más. Fue Usted un profeta cuando dijo que su Madre sufre, como el apóstol, lo que falta a la Pasión del Verbo Encarnado [ofreciéndolo] por la congregación.
Aquel que vino a informarme acerca de la resistencia de quienes han opinado en contra, dijo al entrar en mi habitación: Todos los demonios están desencadenados en contra esta orden. No me sorprende que aquel que teme los votos, haya demostrado y defendido el cuidado que se toma para impedir la entrada al soberano. Esta es la hora de los poderes de las tinieblas; los demonios esperan más aún. Es preciso decir con David, pero teniendo un corazón conforme al de Dios: Levántate, Dios todopoderoso, y derrite a tus enemigos así como el fuego funde la cera. Que quienes te resisten se esfumen junto con sus malvados designios.
Que esto no le haga perder el valor. No insista en lo de las cartas de París, porque los días son desfavorables. Ya vendrán otros buenos. Obremos como Abraham, esperando contra toda esperanza. Rece por mí, y créame que soy, en todo momento, M., mi muy querido hijo, Su muy humilde servidora y buena madre Janne de Matel
A su Señoría y a su Esposa, mi muy humilde agradecimiento y obediente respeto. A mi Benjamina, que la amo fuerte y tiernamente. Si se desea verme en París, mi deseo no es menor. No desespero de ello, a pesar de la oposición u obstáculos que se presenten san Miguel vencerá en todo en la hora marcada; aquellos a quienes él asiste agradecen poco los favores que les ha hecho. Pero, como Dios, él hace el bien a quienes son desagradecidos. Creeré que el P. Carré me ha escrito cuando vea su carta.
Grenoble, 3 de mayo de 1643. Al señor el Sr. Abad de Cérisy[Germain Habert], en casa del Sr. Canciller. En París.
Señor mío:
Alabado sea el Verbo Encarnado, quien triunfó el día de san Atanasio de las oposiciones que se hicieron a su establecimiento.
Hasta el presente, no había podido informar a Usted que el Parlamento verificó las cartas patentes. En este sábado bendito dio su hasta aquí a todos los argumentos en contra. El Sr. Presidente de la Coste pudo demostrar su celo por la gloria del Verbo Encarnado y el aprecio en que tiene las recomendaciones del Sr. Canciller. De igual manera, todos aquellos que recibieron sus cartas demostraron en cuánta estima las tienen.
Por favor escriba al Sr. de la Rivière dándole las gracias como si nos hubiera favorecido; ya le diré las razones por las que le pido [que se comunique con él] sea de viva voz o por escrito. Por ahora no tengo tiempo de especificarlas.
El Sr. Consejero Roux hizo maravillas: fue nuestro portavoz, a falta del Sr. de Sautereau, quien se mostró muy pesaroso de que sus asuntos personales le hubieran detenido forzosamente en Vienne, donde permanecerá durante algunos días.
La Sra. esposa del Canciller me compromete mucho por la confianza que demuestra hacia su indigna hija y humildísima servidora. Estoy maravillada de que haya dicho a Usted que sabrá, por mi respuesta, si Usted me encomendó el asunto del Sr. Duque de Sully. Puede Usted darle la seguridad de mis respetos y que, por deber y por inclinación, encomendé y seguiré encomendando a Dios este asunto. No tengo sino una pena en el alma: me veo tan imperfecta, que temo que mis pecados me hagan indigna de obtener esta gracia, y que el asunto sea juzgado según el derecho, pues pienso que se trabaja por una causa que se tiene como justa.
Me prometió Usted que el Sr. Duque de Sully escribiría al Sr. de la Rivière. Cuando Usted mismo le escriba, habrá hecho lo correcto. Repito a Usted estas palabras: Lis in sabatho esta carta. Dígale que lo estimo, y que Usted le pide que obre en mi favor y el de mis hijas cuando la ocasión así lo pida y que Usted quedará más comprometido con él por este servicio, que si lo hubiera hecho por Usted mismo. Tengo buenas razones para decirle esto. Usted vio la carta del P. Carré y lo que le decía en ella. Es necesario que confiese a Usted que el jueves, día en que recibí la suya junto con dos anteriores, me encontraba sumida en debilidades y aflicciones que no puedo expresar. La enfermedad del Rey me hizo derramar lágrimas como si mis ojos hubieran sido las dos piscinas descritas por Salomón. En verdad era hija de multitud de dolores, y no se me podía comparar a ninguna otra.
El Verbo Encarnado hubiera podido consolarme, pero se comportó como un Dios escondido en mis tinieblas. Le pedí que fuera Salvador, y que aunque puede mortificar, él mismo vivifica. Este espejo voluntario se veló ante mí, y este libre oráculo no me decía palabra alguna. Los ángeles, a pesar de ser espíritus radiantes, no me consolaban con sus sentencias, y aunque hubiera yo podido apelar al soberano estaba en tanta oscuridad, que me sentía como proscrita.
En mi profunda tristeza dije: Señor, tú escuchas cómo te habla mi corazón, y mi rostro te muestra su aflicción. Querido Hijo, no le diré más al respecto; únicamente que todas las buenas noticias que se han publicado sobre la verificación de nuestras cartas patentes, no han podido sacar del todo a mi espíritu de este abismo de aflicción.
Seguí diciendo al Verbo Encarnado: Tú dijiste que la mujer que da a luz está triste porque sufre grandes dolores, pero que al traer un hombre al mundo, se regocija. Yo no era digna de darte a luz; sin embargo, tu bondad me concedió esta gracia hoy mismo, pero ella no me produce alegría alguna. Querido amor, hace cuatro años me dijiste que en el mes de mayo
Grenoble, 6 de mayo de 1643. Al señor el Sr. Abad de Cérisy[Germain Habert].
Señor mío:
Mi deseo es que, el [discípulo] amado del Verbo Encarnado, que salió del aceite sin sufrir daño alguno y más resplandeciente de luz, nos obtenga la gracia de elevarnos por encima de todas las contradicciones sin herirnos de impaciencia, y que las hogueras y las tribulaciones nos conviertan en oro más acrisolado.
Si es del agrado de Dios, me reservo platicar con Usted acerca de las penas que la Providencia ha permitido para contrariar su fundación de Grenoble, y cómo ha salido de todas con destreza admirable. Su Madre tiene muchas cosas que comunicarle, pero le habla con el Evangelio de esta semana, pues por ahora no puede expresarlas.
Si no ha entregado Usted la carta a la Sra. de Ledig, no lo haga. Nuestro asunto está arreglado, pero nuestros oponentes llegaron al extremo de hacer anotar en la declaración que yo no podría comprar una casa construida en la ciudad de Grenoble para alojar a mis hijas, sino únicamente un lugar para construirla. Jamás designio alguno fue tan contradicho por tan poca cosa, y Dios ha hecho ver su brazo todopoderoso disipando los designios de los soberbios que se oponían, y que no han cambiado. Pero ellos no son tan poderosos como imaginaban.
Esto no significa que el ruido que ocasionan deje de ser una pena para mí, porque yo quisiera ver todo en paz. Me he arrojado al mar para calmar la tempestad de dos partidos, con frecuencia contrarios, que hay en el Parlamento. No sé si lo he logrado, ni mucho menos reconciliar a Mons. de Grenoble y al parlamento. ¡Oh, Dios! hijo mío, qué dichosa es el alma que está en la paz de la soledad, y Cuánto mortifican los obstáculos de las cortes de la tierra, así se trate de la corona perecedera, de la espada formidable o de la pluma injusta en sus decretos.
No sé si me explique. Quizá Usted me comprenda mejor que yo misma, a pesar de que conjeturo, por su última, que Usted no entendió mi sentir. Cuando posea Usted el espíritu de los D., como Daniel, podrá comprenderlo. Usted va bien y es, desde hace mucho tiempo, el hombre de las predilecciones, como san Gabriel lo llamó a Daniel (Dn_9_23).
Mi Benjamina me perdonará. Las cartas para Usted no le están vedadas, pues pienso que Usted le permite verlas y que ella es una de las hijas de Job, pues tiene parte en la heredad de su hermano.
Esta mañana tomé un medicamento que hubiera podido disculparme o dispensarme de escribir a Usted si hubiera yo seguido las enseñanzas de Hipócrates o Galeno. La prudencia regirá mis deseos y detendrá mi mano, que está muy débil. Pida por su M. pero con fervor, como ella lo ha hecho por su H. Sabe Usted bien quién es él. Es todo, y considéreme, M., su muy humilde y buena madre Janne de Matel
Para el Sr. Canciller y su esposa, mis muy humildes y obedientes respetos. Si su Señoría no hubiera escrito al Sr. Presidente de la Coste, los demonios hubieran impedido nuestro establecimiento. Este presidente ha demostrado que ama a Dios y aprecia al Sr. Canciller. Será difícil para Usted leer mi carta.
Grenoble, 10 de mayo de 1643. Al señor el Sr. Abad de Cérisy[Germain Habert], en casa del Sr. Canciller. En París.
Señor mío:
Que el Verbo Encarnado, quien dijo que salió de su Padre para venir al mundo, y que dejaba al mundo para volver a su Padre, lleve cautiva nuestra cautividad, concediendo sus gracias a todos. Es el afectuosísimo saludo que le envío.
Esperamos al Sr. Prior Bernardon para que nos lleve a Aviñón, a donde deseamos ir para buscar a nuestras religiosas y traerlas a Grenoble. Usted me hizo el favor de escribir al Sr. de la Rivière, pero la Providencia del Verbo Encarnado quiso que esta carta llegara justamente el día en que no podía ya sernos de utilidad, lo cual no fue precisamente su intención, sino el contrariarnos en todo.
Hice que la solicitaran todos aquellos con quienes creía tener acceso, crédito o cierto grado de amistad, pero todos esos ruegos no modificaron su intención, que era embrollar y detener nuestro asunto en caso de no poder arruinarlo, temiendo disputas en el palacio entre los dos partidos, la raza rica y la raza bella.
Le escribí por la mañana diciendo que debíamos hablar y encaminar nuestro asunto; que después de haber soportado sin quejarme durante la Cuaresma y a partir de Pascua todo lo que dijo en contra mía que sería muy largo contar, me quejaba con él de él mismo, asombrándome ante su extremo rigor hacia mí, sin haberle yo dado motivo para decir todo lo que dijo contra mí, contrariando así el establecimiento del Verbo Encarnado y que teniéndose como mi juez, parecía estar de mi lado, lo cual yo no deseaba creer.
Yo lo consideraba demasiado piadoso para oponerse a la gloria de Dios y demasiado cortés para rechazar la humildísima petición de mi querido hijo. [Sin embargo] pensó que esta carta lo ofendía y la exhibió en palacio como si se tratara de una injuria. El mismo se recusó, haciéndonos un gran favor, pues por despecho habría impedido nuestra verificación y se habría salido con la suya. A nosotros sólo se nos concedió decir lo indispensable. De haber seguido allí, habría arrastrado a dos o tres que estaban vacilantes.
Lo informo de esto a fin de que, si Usted oye decir que él se queja de mi carta, no se aflija por ello y aparente que ignora todo lo que le digo antes acerca de él. Tampoco le escriba, pues no es necesario. Mi carta fue escrita después de la oración por mandato del Verbo Encarnado el cual me hizo levantarme para escribir. Fue él quien triunfó en su designio, impidiendo la disputa que hubiera surgido entre él y aquel que se queja de la pluma, lo cual me hubiera afligido, pues en verdad este buen Sr. de Revel me ha ayudado mucho. El Sr. procurador general no estaba presente. Por consideración al Sr. Canciller, tanto él como el Sr. de la Coste me han servido fielmente. Ni el uno ni el otro eran del mismo parecer de Revel, pero no pudieron atraerlo al suyo; los hombres abundan en su sentir.
Si yo me obligara a corregir bien las cartas que escribo a Usted, no tendría tiempo para narrarle tanto, y Usted se molestaría menos. Pero es una M. que se queja de hablar largamente con su H. El Sr. Ferrand, consejero del parlamento de Grenoble, me ha servido con todo su afectuoso crédito. Ayer me pidió recomendara a Usted su asunto. M., su hermano es abogado suyo en el gran Consejo; yo lo hago con todo afecto. El dice que su causa es justa; yo quisiera que Usted no hubiera enviado mi carta a la Sra. Dag. No dudo que el Abad de... me haya puesto en su pensar como usted ha sabido.
Paciencia, pero ¿qué ha sido de Aquilón? No he sabido más sobre el degüello de Philomèlle. Usted podría pensar que no tengo ocupaciones serias, puesto que me informo de lo anterior. Deseche esta idea. Me divierto para descansar, pues me siento acosada de todos lados por ocupaciones de las que no puedo dispensarme. Este es un contrapeso para mi espíritu, que desearía ir en pos de su amor, que está cerca de su gloriosa Ascensión.
Pidámosle que nos bendiga y que nos envíe a su divino Espíritu. Es lo que deseo para mi P., mi M. y mi hijo, de quien soy, en todo momento, en el amor divino y subsistente que es este mismo espíritu, mi muy querido hijo, Su muy humilde y afectísima servidora y buena madre Janne de Matel
El Sr. Consejero Barrot me interrumpió al escribir la presente. Regresó a ofrecerme sus servicios, y me leyó la minuta de la carta que escribió a su primo. El ha sido para nosotros lo que afirma. Le envío la carta que he escrito apresuradamente a la Señorita Poulaillon. No tuve tiempo para pasarla en limpio. Le ruego se la reescriba, para evitarle la molestia de adivinar.
Grenoble, 13 de mayo de 1643. Al señor el Sr. Abad de Cérisy[Germain Habert], en casa del Sr. Canciller. En París.
Señor mío:
Que el Verbo Encarnado, al penetrar todos los cielos, después de hacerse el cielo supremo y nuestro precursor, sea siempre nuestro amor y nuestra gloria. Este es mi muy afectuoso y humilde saludo.
Si no recibe Usted una o dos de mis cartas ordinarias, no se preocupe, pues ignoro si pasaré por lugares donde haya mensajeros, ya que debo salir de viaje a Aviñón para recoger ahí a mis hijas y regresar con ellas a Grenoble, donde tomaremos posesión del Monasterio que el Verbo Encarnado ha deseado tener en ese lugar porque El es bueno para todos, pero en especial para con su Madre, a quien, con el poder de su diestra, hizo salir victoriosa de las contradicciones. El la exalta cuando sus propias imperfecciones y los enemigos de la gloria de este adorable vencedor parecen abatirla. Es necesario tolerar estos borbotones, ya se calmarán.
Mi Benjamina demuestra muy bien que ama a su Madre, la cual está admirada tantos favores suyos. Su amor materno se redobla, si esto es posible, hacia el hermano y la hermana, que son dos hijos de bendición que crecen mil entre millares.
El Sr. de Saint-Just me confirmó lo que dije a Usted por escrito antes de partir de Lyon: que la Sra. de Villeroy le había asegurado que el Sr. Duque y la Sra. Duquesa de Lesdiguiére habrían testificado favorablemente para el establecimiento del Verbo Encarnado a su regreso de París. Ni ellos ni yo estábamos seguros de que así fuera antes de que volvieran. Yo no pensé que alguien viniera a recogerme a Lyon sin darme aviso con al menos ocho días de anticipación. A pesar de ello, se me dieron sólo dos, por miedo de abordar la diligencia a París a causa de un hijo que no se atreve a expresar sus sentimientos para apremiarla a ir allá, temiendo que su deseo parezca demasiado apasionado a su madre, la cual apresura sin recelo su inclinación maternal.
No me equivoqué al imaginar la sorpresa de la Soberana por la carta de su súbdita, que fue firmada de ese modo debido a razones que no me fue posible explicar; se conoce al león por las uñas. El Abad de R. se ha contenido en su propio parecer. El Verbo Encarnado podría decir como a muchos de su categoría: Uds. no siguen mis caminos, y sus pensamientos no son conforme a los míos. La diferencia o alejamiento es como del cielo a la tierra. El no es hijo de madre como Usted, ni el favorito de Jacob.
Si mi padre no coincide en sus sentimientos con los del P. Carré, su hija jamás ha ocultado los suyos al respecto. Conozco a este Padre como si lo hubiera criado. Mi carta no fue escrita sin una finalidad, como Usted ha podido constatar. Todo se lo explicaré cuando tenga el honor de conversar con Usted, si Dios me concede esta gracia.
¡Cómo me alegró al decirme que el Sr. Conde de More es un ejemplo de virtud eminente en el reino! Los obedientes cantarán victoria. Digo esto porque mi confesor me mandó decirle que desistiera de la idea de entrar en religión. Así lo hice y no me arrepiento, porque este señor es digno de la dama que escogió, o que el cielo reservó para él.
¿Qué ha sido de la hija del Sr. Duque d'Attrée? Se intentó obligarla a ingresar a Port-Royal. Fui del parecer que no era llamada a ese lugar, y habré cometido una gran equivocación si persevera ahí por su propia inclinación. Yo le tenía un cariño especial; no cualquier persona sabe ganar debidamente un espíritu como el de ella. El de su Sra. tía, siendo universal, no ignoró el modo para sí; me di cuenta de ello al conversar con Usted al respecto.
Usted pasará la esponja a la tinta de esta carta, que no estimará digna de sus ojos. Se me ha distraído tantas veces al escribirla, que no está tejida de la misma manera. Carece de secuencia, y tal vez deseará rehacerla después de tantos e interminables obstáculos. Los milagros los podrían modificar, si fueran absolutos y sin condición.
Si el Verbo Encarnado fuera, como los proscritos, llamado a su tierra por su Padre permítame hablar así le llama al cielo a su gloria, de la cual se dijo que salió para venir al mundo por medio de la Encarnación. El abandonó este mundo el día de la Ascensión. Si nosotros no podemos seguirlo con el cuerpo, hagámoslo con el espíritu. El es nuestro tesoro y debe poseer nuestro corazón. Usted conoce mi natural, que carece de humildad para pedir.
El Sr. de St. Germain quiso escribir el billete. Escríbale Usted, por favor, agradeciéndole los favores que me ha hecho y que me sigue dispensando cada día, manifestándole que ha complacido al Sr. Canciller, el cual me haría un nuevo favor si escribiera en general para agradecer a todos los Sres. del Parlamento. De este modo, todos se sentirían contentos y obligados a favorecer a su hija. El buen Obispo de Grenoble espera la de Usted con gran paciencia.
El Sr. de Nesme me escribió diciendo que el Inflexible sale a París esta semana; la persona humillada en el pasado, ¿podrá recordar el rechazo que hizo a su petición tan piadosa como justa?
Mis muy humildes respetos a mi padre y a mi M. Soy, mi muy querido hijo, su buena madre J. de Matel
Nuestra Hna. Catalina no está obligada a seguir ahí si no está de acuerdo con ello, a pesar haber yo escrito a la Señorita Poulaillon, cuya carta me apremiaba tanto por motivos de caritativa piedad, que no pude contestarle de otro modo sin manifestar que carecía de ella del todo, de lo cual líbreme Dios. El Sr. Dulieu me hará entregar las cartas de Usted en cualquier lugar donde me encuentre. No me prive de ellas, ya que Usted está en un lugar donde puede enviarlas con todos los ordinarios. A mi Benjamina, mis afectuosos saludos. Olvidó Usted la promesa que pareció hacerme de escribir al Sr. de Revel. Una palabra de respuesta y agradecimiento; él ya escribió a Usted y me ha me ha prestado grandes servicios.
Grenoble, 7 de junio de 1643. Al señor el Sr. Abad de Cérisy[Germain Habert], en casa del Sr. Canciller. En París.
Señor mío:
Que el Verbo Encarnado sea por siempre nuestro amor y nuestro todo. Este es el humildísimo y afectuoso saludo que hoy le envío.
Llegamos a esta ciudad el miércoles a las 8 de la noche. El jueves por la mañana se celebró la primera misa y se depositó al Smo. Sacramento en un sagrario. Como el ciborio y la custodia no estaban listos, no hubo exposición. Mientras tanto, se le colocó sobre la patena y las hostias pequeñas en el cáliz. Hoy está expuesto, pues la custodia ya está terminada. Nuestras religiosas recitarán el oficio y cantarán las vísperas el día de la fiesta del cuerpo precioso de nuestro amoroso Verbo Encarnado.
En el sobre, nota de la M. de Bély: Se habla en esta carta del 7 de junio de 1643, del establecimiento de nuestro monasterio de Grenoble, que fue presidido el viernes, el 3 de este mes por Mons. Pierre Scarron, obispo del lugar, el cual lo favoreció siempre con su protección a pesar de las grandes persecuciones y contradicciones de los herejes, que se habían confabulado para impedirlo en el Parlamento, donde fueron verificadas las cartas patentes del difunto Rey Luis XIII, quien, debido a la persuasión de los enemigos del instituto, rehusó concederlas para París antes de caer enfermo, muriendo al poco tiempo. Después de celebrada la primera misa, que fue seguida de la exposición del Smo. Sacramento el día del Cuerpo del Señor, fue depositado en el sagrario. Esto prueba de que nuestra piadosa fundadora, M. J. de Matel, había provisto la capilla de ornamentos, tres vasos sagrados, cáliz, copón y custodia, así como a todo lo necesario para celebrar en ella los santos misterios. También consiguió buenas voces para que cantaran ahí el oficio divino.
El Obispo de Grenoble demostró gran alegría al vernos instaladas en Grenoble antes de su salida a París un viernes de este mes para establecernos él mismo.
Se habla también aquí de la muerte del príncipe que el Verbo Encarnado mostró a nuestra fundadora en una revelación, la cual menciona también algunas otras particularidades que dan a conocer su bondad, su dulzura, su generosidad y su celo por la gloria de este adorable Verbo, al cual se complacía en exaltar en proporción a la furia de los satélites del faraón de los infiernos, quienes se esforzaron en vano en perseguir e impedir el establecimiento de la Orden. A pesar de la malicia a la que recurrieron ciertas personas para hacerlo desistir, escribiéndole mientras que yo estaba en Aviñón, para decirle que no conocía el espíritu de su Madre. No quiso él mostrarme la carta, ni decirme quién la escribió. Si Usted pudiera preguntárselo, me haría un favor al decírmelo, así como el [nombre] de aquellos que dicen a Usted cosas que lo afligen y no a mí. No temo a quienes sólo pueden matar el cuerpo y decir males al mentir.
La gracia del Verbo Encarnado y su verdad, que están sobre mí, sobrepasarán todo. Ni la altura, ni la profundidad, ni el instante, ni la eternidad, ni los ángeles, ni los hombres ni todo el resto podrán separarme de la caridad de este amable Salvador, el cual no me ha ocultado cosa alguna de lo que ha sucedido sino el fin de mi padre
No me refiero al que mira la eternidad, sino al de la persecución de sus enemigos, que se han multiplicado. El me aseguró que no sería destituido durante el reinado del difunto Rey, y que con Su gracia establecería su Orden sobre la piedra firme contra la que no puede prevalecer el infierno.
Así se ha hecho. Las palabras que escribí al P. Carré: in sente vigi… etc., que los guardianes de Israel habían decretado que aquél que se comprometió con usted dejaría el trono perecedero lo cual reveló su Madre a tres personas: a Mons. de Grenoble, a M. el preboste de la Iglesia del Smo. Salvador, apellidado Marché, conocido del Sr. de Nesme, quien se lo puede preguntar por carta, y al Sr. de Saint-Germain, amigo íntimo de su madre. Escríbale, si lo juzga a propósito, e infórmese de lo que ella le dijo, manteniéndose firme a pesar de que se quiso hacer creer a varias personas que el Hno. F. hizo un milagro.
No hablaría a Usted de este modo si el Verbo Encarnado no deseara revelarme sus verdades, y si aquella a quien se desea acusar de astucia, de mentira y de otras culpas no fuera instruida por él y por sus buenos ángeles, quienes han recibido el mandato especial de impedir que los malvados se acerquen a su tabernáculo.
En Aviñón pudo ella constatar la bondad de su esposo, quien le ayudó a triunfar contra los enemigos que se confabularon para privarla de los derechos de su fundación. Todos ellos acudieron a ofrecerle sus servicios y admirar los progresos de la Orden del Verbo Encarnado Me abstendré de repetir a Usted los elogios de que fue objeto su Madre, pues no los atesora. Más bien se gloriaría al verse confundida, si así lo permitiera el amor del Verbo Encarnado
Ella no es digna de sufrir grandes contradicciones a causa de su nombre; más bien se compadece de las que sufren sus amigos. Sólo se aflige al temer por ellos lo que tal vez nunca llegue a suceder. Si sus oraciones fueran poderosas, desviaría los males temporales que con tanta frecuencia alborotan al vulgo.
Ruego a Usted que mi padre haga todo lo que pueda por Mons. de Grenoble. El no será un ingrato. La persona que se ocupa de sus asuntos en París lo ha informado de que mi padre no ha querido conceder todo lo que él esperaba de su bondad. Esto me ha mortificado un poco, pues no quisiera dejarlo con la impresión de que me valí de él para esto. A mi regreso de Aviñón le di esperanzas de que mi padre haría todo lo posible para mostrarle su estima, pues conozco el natural de aquella persona, que carece de dominio sobre sus impulsos y habla demasiado de sus sentimientos.
Los que no tienen el poder de ayudarnos, tienen el suficiente para mortificarnos. Cuando Dios permite o deja que se obre, no siempre desea recurrir a su poder absoluto para librar a los suyos de las tempestades que se suceden continuamente en el mar de este mundo, pero en la corte más que en ningún otro lugar.
La Sra. de Séguier sigue demostrando, en toda las ocasión, su ardiente fervor hacia la Orden de aquél que ama a quienes le demuestran un amor como el de ella. Si para entonces sigo en Grenoble, me sentiré encantada de poder expresar de viva voz mi agradecimiento al Sr. Duque de Sully. ¿Qué podrá dar su Madre al Señor por todos los bienes que le ha dado? ¿Con qué respeto y con qué favores podrá expresar su reconocimiento por todo lo que la Sra. hace por ella? Aunque su bondad reciba todo sin reserva, ella no puede sentirse satisfecha; es todo lo que puede dar, pero no todo lo que debe.
Tome el aliento para leer esta larga carta que le escribo escondiéndome de una multitud de personas que desean hablarme. Mi Benjamina me hará un favor al pensar que, al escribir a Usted, también le escribo a ella. Mis dos hijos me son igualmente queridos. Cuídese de la dama que fue sorprendida por mi carta, a la cual no ha respondido. Sé bien que ni ella ni todos los suyos me han prestado servicio alguno. Yo no me doy por aludida; como ya se arregló todo en Grenoble, no podrá impedir la fundación ni todo lo que se ha establecido.
Muy querido hijo, que yo no viva y muera sino en Jesús. Su muy humilde y buena madre, J. de Matel.
Ni el Inflexible ni Aquilón cambian o se ablandan. Por lo que a mí respecta, y de serles posible, obrarán siempre como lo han hecho hasta ahora. Dios está sobre todo.
Grenoble, 8 de junio de 1643. Al señor el Sr. Abad de Cérisy[Germain Habert], en casa del Sr. Canciller. En París.
Señor mío:
Que pueda Usted hacer un festín eterno con los restos de la fiesta del Sacramento del amor, para gloria del Verbo Encarnado, nuestro todo. Es mi muy afectuoso saludo.
Me encuentro mal desde mi regreso de Aviñón. Le escribo con gran trabajo por tener adolorido el costado derecho de la cintura para arriba, lo cual me obliga a lanzar gritos contra mi voluntad. No puedo permanecer en cama porque mis males se acrecientan en ella. Sólo he podido recostarme sobre el lado izquierdo. Pida, por favor, por mi conversión. Que la sabiduría toda sabia reinvierta, por así decir, las normas ordinarias que suele observar aplicar en la conversión de los demás, para llevar a cabo la mía. Digo esto porque con frecuencia me ha hecho ver que me ha puesto como excepción a las leyes generales de su justicia, dándome a probar los excesos de su divina bondad y admirable paciencia para concederme la gracia y sobrellevarme amorosamente por su gran misericordia.
Si pudiera volver a Lyon dentro de poco, me imagino que el Sr. Guillemin me prescribiría remedios que me aliviarían mucho. La confianza que tengo en él es muy grande, aunque tal vez se trate de una fantasía juvenil.
¡Qué felices son la Sra. de Séguier y mi Benjamina, por tener acceso frecuente al retiro de una santa soledad que mi corazón desea sin poder gozar de él! Las almas que sólo hablan con los santos están libres de faltas; pero las que debido a una profesión molesta se ven obligadas a conversar con hombres y mujeres del siglo, las cometen de ordinario. Si me fuera permitido optar por la dicha de una hermana de velo blanco en su cocina, con qué gusto lo escogería; no puedo expresarlo.
Querido hijo, mire Usted de qué le habla su Madre: ¡de lo que no puede tener! No se trata de una fantasía juvenil que su gloria desaprueba san Pablo dice que obra el mal que aborrece y no el bien que ama, porque no hace lo que quiere sino lo que no desea.
Me alegro ante su queja injustificada de que sufre a causa de la privación de mis cartas. Usted es el único a quien escribo con cada mensajero ordinario, lo cual debería ser un signo de la estima e inclinación que tengo hacia mi H. Desde que llegué a Grenoble, debo más de 40 respuestas por escrito. No lo he hecho ni lo haré por carecer de salud, tiempo libre y poca inclinación para deshacerme de ellas. Por favor ocúpese de que mi carta llegue con prontitud
Diga al Sr. de Nesmes que le pido me perdone por no haberle escrito con estos dos ordinarios; mis malestares y las visitas, que no me dejan tiempo alguno, me sirven de excusas legítimas. No deje ver que encuentro horas para aquél que es mi José en crecimiento. Mi B. participará en ellas de buen grado.
Mis muy humildes respetos a mi P. y a mi M. De ordinario los tengo presentes en mi espíritu. Si mis oraciones fueran efectivas, podrían sentir sus efectos, lo mismo que Usted, de quien es, mi querido hijo, su muy buena Madre. J. de Matel
Grenoble, 10 de junio de 1643. Al señor el Sr. Abad de Cérisy[Germain Habert], en casa del Sr. Canciller. En París.
Señor mío:
Que aquél que está a las puertas de sus tabernáculos en el mediodía de su ardiente amor, para invitarnos al reposo y a la refección en su morada, con él y de él, sea nuestra delicia durante el peregrinar de esta vida.
Es el Padre más excelso de las multitudes; es nuestro fiel enamorado, el Verbo Encarnado, el verdadero testigo y el caritativo consolador de las almas que viven como peregrinas en este exilio junto con los habitantes de Cedar. El se hace nuestro viático sobre el mar de este mundo, tan agitado por huracanes y tempestades.
Querido H. me refiero a los que peregrinan, porque desde hace algunos años he hecho dos y hasta tres peregrinaciones por la causa del Verbo Encarnado: Una de Lyon a Grenoble y la segunda de Grenoble a Aviñón, de donde volví con rapidez para estar presente antes de la partida de mi muy caritativo prelado, a quien Usted verá casi tan pronto como reciba la presente. Su Madre le es muy querida; por esta razón, no olvidará Usted de mostrar ante él la parte que le toca en los favores que ella ha recibido de su digno pastor.
Le pido esto de corazón, y que ruegue a mi padre le haga ver la parte que ha tenido en lo que me ha sido de provecho para gloria del Verbo Encarnado, el cual será su protector en el tiempo de la contradicción provocada por lenguas que son más cortantes que agudas espadas de doble filo.
Mis dolores de cálculos y de un lugar que me oprime mucho me obligan a terminar estas líneas, asegurando a Usted que jamás cambiaré la resolución que he tomado para toda la eternidad de honrar a Usted, Señor, en calidad de su muy humilde sierva en Jesucristo, nuestro todo. J. de Matel. Para mi padre y a mi madre, mis muy humildes respetos; a mi Benjamina, que soy su buena madre Si mis dolores se hubieran aliviado, no habría dejado de escribir a Mons. de Grenoble, quien me dijo a su salida de Grenoble que desearía recibir de manos de Usted una de mis cartas, a su llegada a París.
Grenoble, 17 de junio de 1643. Al señor el Sr. Abad de Cérisy[Germain Habert], en casa del Sr. Canciller. En París.
Señor mío:
Un saludo muy humilde en el corazón del Verbo Encarnado nuestro amor.
Me agrada mucho escuchar a dos hermanos que parecen disputar a causa del celo que tienen hacia su Madre; el menor no cede en nada al mayor. No duda que su madre siente tanto afecto y ternura hacia él como hacia el otro, el cual, si lo apremiara, lo ofendería por no tomar en cuenta el principio y el término de todos sus afectos e intenciones, que se basan en una santa emulación por el advenimiento de la Orden del Verbo Encarnado, que será la corona de ambos. Mi Benjamina es extremadamente loable por su continua solicitud para lograr el mismo designio. Que no se desanime ante lo largo del tiempo, lo cual merma el valor de quien no considera que Dios muestra su fuerza en su paciencia, y que la virtud se perfecciona en la debilidad. El poder de Jesucristo abunda y mora en nuestra indigna fragilidad.
No conozco persona alguna en la tierra que pudiera tener acceso a los cuatro del Consejo de la persona que al presente ocupa tan alto puesto.
¿Y si el P. Carré quisiera interceder por mí cerca del Sr. C. Mazarin, cuya persona me recomendó tanto al enviarme la carta a la dirección de Usted, antes del deceso de nuestro difunto Rey? Infórmeme si debo escribirle, pues pienso que mi carta no le dirá nada que sea de su agrado.
Por lo que se refiere al Sr. Vicente, quien desea unirse a los Padres de la Misión de Provenza, sepa que su primer instaurador y él son íntimos conocidos míos: se trata del Sr. Olier, quien fue el primero en tener esta idea. Es un santo y un gran amigo. El me dijo al pasar por Valence, a mi regreso de Aviñón, que el Sr. Vicente le había mandado ir a París a efectuar la unión y que deseaba conocer mi parecer al respecto.
Yo le aconsejé que la hiciera, que la obra contribuiría, más de lo que se piensa, a la mayor gloria de Dios y provecho del prójimo; que después de haber meditado en ello durante largo tiempo, y haberlo consultado con nuestro Señor, me sentía impulsada y aun apremiada a aconsejárselo. Si el Sr. Vicente puede unirse a estos Señores, el Espíritu Santo hará maravillas después de esta alianza: los bendecirá y multiplicará a todos. El Sr. Olier es un santo; puedo decírselo a Usted, porque sé de qué estoy hablando.
Que Dios bendiga al Sr. de Revel y a su tío. Si durante mi estancia en París viene a verme este coadjutor, le hablaré de modo que pueda hacerle entender que me devuelve mal por bien, y que incurre en juicios contra la justicia y la sencillez.
M., mi muy querido hijo, el correo me urge a terminar y mis deberes e inclinaciones a perseverar, por toda la eternidad, en calidad de su muy humilde servidora y buena madre J. de Matel
Cuando vea Usted a Mons. de Grenoble, hágame el favor de darle la seguridad de mi obediencia, y diga por favor a mi padre y a mi M. que soy su muy humilde hija y que pido muchas veces al día por su prosperidad temporal y eterna. No temo nada de Charonne.
Grenoble, 22 de junio de 1643. Al señor el Sr. Abad de Cérisy[Germain Habert], En París.
Señor mío:
Un saludo muy cordial en el corazón del Verbo Encarnado, a quien mi padre y mi H. pueden repetir con el apóstol: por causa tuya somos perseguidos todos los días. Usted acepta sufrir al procurar la gloria de este Señor que nació y vivió en la tierra en medio de desprecios incomparables, y que al fin murió por todos nosotros.
Querido José, Usted experimenta y palpa lo que dijo san Lucas, que la Virgen fue obligada a acostar a su delfín en el pesebre. Le acostó en un pesebre, porque no tenían sitio en el alojamiento (Lc_2_7). Ve Usted cómo se realizan las palabras de su discípulo amado. Vino a los suyos y no lo recibieron. Pero a todos los que lo recibieron les dio poder de hacerse hijos de Dios, etc. (Jn_1_11s).
Yo no esperaba otra respuesta de aquél que no podía, de momento, encontrar pretexto de impotencia con aparentes muestras de cortesía. El Reverendo Padre de Gibalin no quiso creerme cuando le dije que obtendríamos esta respuesta. El decía que, si las consideraciones de la eternidad no movían a este espíritu, las temporales lo llevarían a ocuparse de sus deberes, concediendo la petición de una piadosa persona que puede favorecer a él y a los suyos en numerosos aspectos.
Querido hijo, considere la ceguedad humana; parece que el Mesías viene por medio de este instituto, con la misión del Profeta Isaías, el cual dijo a Dios: Dije: Heme aquí: envíame. Dijo: Ve y di a ese pueblo: 'Escuchad bien, pero no entendáis, ved bien, pero no comprendáis.'Engorda el corazón de ese pueblo, hazle duro de oídos, y pégale los ojos, no sea que vea con sus ojos y oiga con sus oídos, y entienda con su corazón, y se convierta y se le cure (Is_6_9s).
Todas estas ingratitudes no pueden detener el designio que el amor divino tiene de obrar una nueva Encarnación. Por eso, así dice el Señor Yahveh: He aquí que yo pongo por fundamento en Sión una piedra elegida, angular, preciosa y fundamental: quien tuviere fe en ella no vacilará (Is_28_16). La piedra que los constructores desecharon, en piedra angular se ha convertido Sal_118_22s).
En esta fe, su Madre le habla francamente, asegurándole que está admirada por su sumisión a este Espíritu, y de su fidelidad al Verbo Encarnado, el cual muestra que lo ama tres veces más desde que ha llegado a ser lo que él desea, para llegar al Reino de Dios y contemplarlo, pues está en su interior, lo cual es suficiente para vivir contento a pesar de las ocasiones de disgusto que las máximas de la prudencia humana nos procuran, las cuales no siempre podemos evitar por vivir en ciudades que hacen, me parece, profesión de observarlas.
Si Juan Bautista se acerca a ellas, es enviado a prisión. Es necesario que sea precursor del Verbo Encarnado tanto por su muerte como por su nacimiento. Sin embargo, todo esto es ventaja para quienes aman a Dios: todo coopera a su bien. Pues a los que de antemano conoció, también los predestinó a reproducir la imagen de su Hijo (Rm_8_29).
Mis muy humildes respetos a su Señoría y a la señora. Soy del mismo parecer de los tres. Si se nos puede alojar en el Barrio Saint-Germain, me inclino más hacia esto. Me sentí muy bien cuando viví ahí. Dejo esta disposición a la divina providencia y a los caritativos cuidados de aquellos que no se cansan de procurar la gloria del Verbo Encarnado el cual los glorificará. Si de momento no se encuentra una casa para comprarla, tendremos que rentar una. Después del establo de Belén, el Verbo estuvo en el Cenáculo de Jerusalén.
No es necesario, en absoluto, someter este asunto al consejo que se les ha mencionado, pues temo que se trate de un plan perverso y preconcebido contra la gloria del Verbo Encarnado por rehusarle lo que, como soberano, le pertenece. Aunque se le llamó León de la Ciudad que estaba revuelta a su llegada, él no dejó de cumplir las profecías. Fue ahí se le nombró Rey de los que no lo recibieron, y donde se le reconoció como verdadero Hijo de Dios. En él soy y seré por siempre, mi muy querido hijo, Su muy humilde servidora y buena madre J. de Matel
Lyon, 28 de julio de 1643. Al señor, el Sr. Abad de Cérisy[Germain Habert], en casa del Sr. Canciller. En París.
Señor mío:
Que aquella que apaciguó las ansias de los profetas y produjo la aurora que nos dio a luz al mismo Sol, sea por siempre bendita en unión con su sagrado fruto. No he perdido la esperanza que tenía de obtener por su intercesión dones de la gracia para mi alma y la salud para mi cuerpo, con objeto de disponerme al viaje a París, cuando su nieto y su gran Dios así lo quieran.
Ella es poderosísima al lado de él, como hija incomparable, para ser rechazada en sus peticiones por nuestro divino Salvador, el cual se complace en mostrar su benignidad hacia las que le presentan las manos de esta mujer fuerte, que se dedican a hacer grandes cosas para gloria de su soberano; sus dedos no desdeñaron emplearse en oficios bajos para ayudar al prójimo.
La Sra. Séguier la imita en lo uno y en lo otro, moldeando e instruyendo al mismo tiempo a mi Benjamina, que se convierte en hija de dolor como Benoni cuando, con toda justicia, se da un mal trato a su madre. Como soy tan imperfecta, no debo esperar sino justos desprecios que al fin no me parecen tan desagradables. Adorando a aquél que los permite con equidad, David halló gracia al huir de su hijo Absalón, respondiendo a los reproches que Abigaí, hijo de Sarai lanzaba con derecho a Semeí por maldecir a su Rey: ¿Qué tengo yo con vosotros, hijos de Sarvia? Deja que maldiga, pues si Yahveh le ha dicho:'Maldice a David' ¿quién le puede decir: 'por qué haces esto'? (2S_16_10).
Querido hijo, si en Grenoble mis hijas tienen enemigos que son amigos de Dios; si en Lyon, el mismo Dios me ha enviado dolores corporales, ¿me engaña él al permitirlos y al ordenar que en París se me trate como a una pecadora? Mi amor propio, que engendra mil y mil imperfecciones, me causa mucho más mal que todos los discursos que afligen a mi José y a mi Benjamina. Deje que digan lo que quieran; merezco más que eso. Aun cuando fuera inocente, esta sería una causa que aprovecharía la divina bondad para darme su gracia y haría que su mirada buena y piadosa se fijara en mis males para mudarlos en bienes. Todo triunfa en bien de quienes él se digna amar y proteger.
Esperaré hasta mañana para enviar ¿carta? a Grenoble, pues me parece que sale un ordinario. Para entonces tendré lo que pedí a Usted Mons. de Grenoble me aseguró mucho a su partida que me serían concedidas las justas peticiones que le haré para otra persona como si fueran para mí, y que no rehusará a Usted algo que él mismo propicia por tratarse de algo bueno, y porque desea favorecer siempre a aquella que es y será sin cambio en el tiempo y en la eternidad, Señor mío. Su muy humilde, afma. servidora y buena madre, J. de Matel
Ruego a mi Benjamina me disculpe por no haberle escrito. Es que no deseo meter en cama mi salud, sino conservarla para mi viaje.
Lyon, 28 de julio, 1643. Al señor Canciller.
Monseñor:
El rey profeta inicia el sagrado epitalamio con un saludo extático: Bulle mi corazón de palabras graciosas; voy a recitar mi poema para un rey (Sal_45_1). Considerando el transporte de este real profeta, después de haber guardado un largo silencio, mi corazón, saliendo de mí misma, ha dicho una buena palabra, dedicando al rey de reyes el establecimiento de su Orden, y agradeciendo al Padre celestial por habernos dado a su Verbo, que es la impronta de su gloria y el sello de sus promesas, habiendo elegido la sustancia de santa Ana, tomándola en las entrañas de su hija, como de una cera virgen, para unirse hipostáticamente a ella, apoyando nuestra naturaleza sobre su divino soporte: Pero a éste el Padre lo señaló como Dios.
Lo he adorado en sus decretos; es una elección que ni todo el infierno pudo impedir, al elegir a su persona para sellar sus promesas mediante las cartas del establecimiento de su Orden en Francia, haciendo, mediante el celo de su grandeza, una extensión de su Encarnación, pudiendo decir además con admiración: Pero al que el Padre, Dios, lo marcó con su sello y que por medio de sus cuidados y los de la Señora, su Providencia ha realizado su obra, que no perecerá, puesto que es para su gloria y la salvación de muchos, y que él dice a Usted: Tú eres mi siervo, Israel, en ti me gloriaré (Is_49_6). Si él es glorificado en Usted, Monseñor, él, a su vez, lo glorificará en él. Esto es lo que le pido.
Después de agradecer humildemente a Usted y a la Señora tantos favores como he recibido de su mutua bondad, les fuego, con todo respeto, sigan mostrándome la estima que se han dignado concederme, Monseñor, su muy humilde y muy obligada hija y servidora. Jeanne de Matel
Lyon, 31 de julio de 1643. Al señor el Sr. Abad de Cérisy[Germain Habert], en casa del Sr. Canciller. En París.
Señor mío:
Que el gran san Ignacio, que despreció la tierra con perfecta indiferencia cada vez que miraba al cielo, nos obtenga la verdadera estima y afecto del agrado de Dios en todo lugar, en todo tiempo y durante la eternidad, para su mayor gloria y nuestra santificación. Son estos los deseos que hace una madre movida por el amor hacia un hijo que es el más amable y el más amado de la tierra. ¿Quién es el hijo de mis entrañas, quién el amado de mis votos? (Pr_31_2) Diré a Usted de viva voz, con el favor de Dios, a qué M. y a qué hijo me refiero, así como la explicación de estas palabras del capítulo 31 de Proverbios.
No prometo a Usted el poder expresar los sentimientos de un corazón maternal hacia el mejor de todos los hijos que viven en este siglo. Si Usted es como Daniel, interpretará el significado de lo que, con la ayuda del Espíritu del Padre y del Hijo, va escrito en este papel. No digo a Usted lo que Baltasar dijo a este profeta: He oído decir que en ti reside el espíritu de los dioses (Dn_5_14), porque Usted y yo adoramos a un solo Dios, aunque trino en persona.
Pero ¿hacia dónde me desvié? o más bien ¿Dónde me abismé? En un océano sin fondo. Dejemos al santo de este día en este abismo de gloria, para que diga con David: Todas tus olas y ondas pasaron sobre mí (Sal_42_7). El está sumergido en la gloria de su Señor, por haber sido fiel. Hablemos como aquellos que van por el camino de la vida y que imitan al hombre que era el corazón de Dios, el cual hizo todas sus voluntades mientras duró su peregrinar: Enséñame tu camino, Señor, guíame por senda llana, por causa de los que me acechan (Sal_27_11).
La parte que Usted tiene en todo lo que a mí toca no me permite separarme de mis alegrías ni de mis penas, si es que puedo llamar así a lo que no es pecado. Más bien diré mis males y mis bienes, o como se desee llamarlos: gozos y aflicciones, alabanzas y desprecios.
Las personas mortales, y los que no conocen los dones de Dios, ignoran que él se complace en hacer su morada en quienes viven en el sufrimiento corporal y espiritual, que da más a unos que a otros. Tampoco saben que los eleva, al mismo tiempo, a su gloria al pasar por esta vida, dándoles a probar por anticipado un momento de lo que les tiene reservado en la eternidad.
Querido hijo, no sienta pena alguna por todo lo que se ha dicho, se dice y se dirá. su Madre estima en poco el juicio de los hombres y la gloria del día humano. Aguardemos en esperanza y silencio a nuestro divino Salvador. Dentro de pocos días verá Usted levantarse su gloria. Aquéllos y aquellas que la han procurado, la procuran y la procurarán durante toda su vida, aparecerán con él sobre las nubes del cielo, portando la corona de justicia que este justo juez les concederá, como asegura el apóstol que abrió las puertas de París según las profecías del mes de noviembre, después de haber sido cerradas con doble cerrojo. El que tiene oídos para oír, que oiga (Mt_11_15)
Espero a mis hijas de Grenoble para informar a Usted del día de mi salida. Saldremos de esta ciudad, Dios mediante, un día de la semana próxima, lo más pronto que yo pueda, puesto que el Verbo Encarnado me ha devuelto la salud Con la ayuda de sus oraciones, él me concederá la gracia de verme a los pies de mi P. y de mi M. para darles las gracias de viva voz o más bien con el silencio, manifestando así que me es imposible expresar los sentimientos que llenan mi corazón a causa de la infinidad de favores y gracias que su caridad me ha procurado, así como a todas las hijas del Verbo Encarnado el cual será su magnífica e inmensa recompensa.
Mi B. y mi José participarán en la heredad de los santos en el esplendor y el calor del sol de justicia. A su luz contemplarán la luz.
Es, Sr., muy querido hijo, su buena madre que ha escrito de su mano los pensamientos de su corazón. J. de Matel
Lyon, 31 de julio, 1643. Al señor Gurlet.
Señor mío:
Usted demuestra muy bien que ama al Verbo, puesto que por su gloria no es sino fuego y llamas.
Se expresa Usted como amigo del esposo, al invitar a su esposa a disponerse a ir a él con las palabras del cántico del amor, asegurándole que el invierno ha pasado, que las lluvias de las contradicciones, que hasta ahora han sido torrenciales, han desaparecido. La paloma saldrá un día entre semana, para que dirigirse a la ciudad de Lyon, que ha sido el arca en la que ha morado durante varios años, para ir hacia donde dice Usted que el Creador y las criaturas la invitan.
Si no supiera ella que la que comparte el cetro con su hijo imita a la divina bondad, se sentiría confundida al ver, por su carta, que esta augusta reina se digna amarla e invitarla a ir a la ciudad real. Es éste un mandato glorioso que su Majestad hace a la última de sus súbditas: participar en las inclinaciones del Altísimo, quien, desde el trono de su sublime grandeza, mira benignamente a los humildes; no solamente a los que son ciudadanos del cielo, sino además a los que peregrinan en la tierra, para darles un lugar al lado de los príncipes de su pueblo.
Aquel a quien su Majestad ha concedido, por inspiración divina, los nuevos sellos, y que es contemplado por la mirada de gracia del Verbo Encarnado me ha obligado tanto por los cuidados que ha tenido del establecimiento de la Orden del Verbo Encarnado y ocupándose de la más pequeña de sus servidoras, que aparecería yo como una ingrata no solamente hacia él, sino hacia la inexpresable caridad de la Señora que Dios le dio por suya, así como es de El, si no me apresurara a ir a París para manifestarle mi respeto, agradecimiento y humilde obediencia a los sentimientos de mi corazón, que conservo muy cordiales en todo lo que a Uds. respecta, por deber y por inclinación.
No es únicamente por hoy que me repito de Usted, Señor, su muy humilde servidora. Jeanne de Matel
2 de agosto, 1643. Al señor el Sr. Abad de Cérisy[Germain Habert], en Paris.
Señor mío:
Que Dios, que es amor, viva en su corazón y su corazón en él, es mi muy cordial saludo.
El Sr. Bernardon le escribió el viernes pasado para informarle que salimos de Lyon. El domingo nos embarcamos en Roanne, debiendo quedarnos a descansar en Dijon, la noche siguiente en Tombes, y la de hoy en La Caridad.
Si el fuego interior nos sirviera de refrigerio, así como al gran san Lorenzo, desearíamos convertirnos en un perfecto holocausto, que a partir de este momento el Verbo Encarnado se dignaría aceptar, ofreciéndonos sobre el altar de su corazón divino, que es todo de oro, y el incensario que eleva nuestras oraciones hasta el seno de su Padre eterno, que es el trono de misericordia en el que encontramos tanta clemencia como confianza tengamos en su bondad paternal, que consuela a las madres cuando dejan su patria, sus hogares y sus hijos por amor a él.
Sentí necesidad de su ayuda, al dejar a tantas hijas afligidas y desoladas. Como él escucha los deseos de las almas que se han despojado de todo lo que no es su pura gloria, no rechazó la oración de aquella a quien se digna favorecer en todo momento, porque es bueno, sumamente benigno y su misericordia infinita jamás abandona a su indignísima esposa.
Con su ayuda, llegamos el jueves a Orleans, donde decidiremos si salimos a París en carroza o litera, en caso de encontrarla. A nuestra Hna. Isabel Grasseteau le dan mucho miedo las sacudidas del coche. Las dos religiosas y Sor Gravier lo sienten menos, porque gozan de mejor salud que ella o que su Madre, que no sale al mundo sino para afligir a toda persona que se encuentre a su lado.
Aquí entrará en juego su caridad. Tendrá Usted mucha necesidad de la dulzura del bienaventurado Francisco de Sales, de la cual habrá hecho gran acopio, y mi benjamina del gran celo de san Pablo, para el progreso de la orden. Mi P. y M. ratifican lo que este apóstol dijo de El respecto a las jóvenes, al enviarlas al mundo para formar en ellas a este divino Salvador, engendrándolas nuevamente para su gloria mediante este tercer monasterio, que no es menos grato al Altísimo que el templo de Salomón. Ahí detiene su mirada y su corazón, para producir en él el cuerno de David y la luz de su Cristo, cubriendo de confusión a sus enemigos, y haciendo florecer de nuevo, por un admirable celo, el lirio sagrado.
José será el hijo que crece lleno de sabiduría divina y revestido de justicia, como sacerdote del Señor, de los hombres y de los ángeles, que desea levantarse con el arca de la santificación, para reposar en su nuevo tabernáculo que es la nueva Sión que ha elegido para habitar en ella, porque así le place.
En él permanezco en el tiempo y la eternidad, Sr., mi muy querido y venerado hijo, su buena madre J. de Matel
12 de agosto, 1643. Al señor de Grimeau
Señor mío:
Pido a la Virgen triunfante atraiga vuestros corazones hacia los cielos, para contemplar su gloria; éste es mi saludo y mi deseo para Usted
Llegamos felizmente a Orleans, con la bendición del Verbo Encarnado y la buena conducción del primo de Barre, cuyos cuidados alabamos. Partiremos mañana, viernes 14, con la ayuda de Dios, hacia París, para procurar en ese lugar su gloria y para servir a Usted
Si ama Usted a mi hermana y procura tenerla alegre y contenta, la moverá a honrarle y a redoblar la ternura que siento hacia mis sobrinas, a quienes recomiendo aprovechar delante de Dios, de los ángeles y de los hombres. De este modo, poseerán la gracia y la gloria.
En espera de ello, quedo de Usted, señor y hermano mío, su muy humilde sierva, Jeanne de Matel
12 de agosto, 1643. A la Señora de Grimeau.
Mi queridísima y única hermana:
Que aquel que nos hizo nacer de una misma sangre nos haga renacer un día en una misma gloria.
Mi corazón, oprimido al decirte adiós, impide a mis labios expresar los sentimientos que tengo ante una separación tan precipitada. No habiendo podido conversar contigo después de estar alejada de ti cerca de diecisiete años, no encuentro palabras para manifestar el dolor esta privación, que me causaría gran confusión delante de Dios si no permitiera él que te ame como a una hermana muy querida, cuyos sufrimientos siento más que los míos propios.
Si, mediante el afecto, el amor desplaza al alma al objeto amado más que si se tratara del cuerpo que ella informa o anima, y que el objeto irradia ese poder, me veo más en ti que en mí.
Esta última vista, transcurrida como un relámpago, ha encendido en mi corazón una llama hacia ti que ni todos los ríos podrán jamás extinguir. Siento lo que dice David, que cosa buena es cuando la naturaleza y la gracia integran una perfecta dilección, si no puedo decir entre a dos hermanos, sí entre dos hermanas. Me hice una gran violencia al privarme tan pronto de la vista de todo lo que amo en Roanne, por la causa de las cosas divinas. Es por Dios que apresuro mi viaje, que salí hace ya 17 años de la casa de mi padre, y que me arranqué del seno de una madre tan santa y tan perfecta como era la nuestra, que Su bondad ha glorificado. Querida hermana, imitemos sus virtudes, y esperemos verla en el cielo. Si la divina Providencia nos concede volver a encontrarnos algún día en esta vida, conocerás que una primogénita ama a su hermana menor como José amaba a Benjamín.
Los dos virtuosos eclesiásticos que me apremiaron con órdenes soberanas, me privaron de conversar con mi querido tío, y de testimoniarle, al partir, que tiene una sobrina que le honra como si fuera su propio padre. El conocerá por los hechos que mi pluma expresa según los dictados de mi corazón. Asegúrale todo esto, al ofrecerle mis humildísimos respetos. No pensé amar tanto como lo hago a todos mis compatriotas. Hace falta pasar en medio de ellos para renovar esta querida inclinación que los buenos corazones conservan en Dios y para Dios.
Es en él que soy y seré, de un modo especial, mi queridísima hermana, tu muy humilde hermana. Jeanne de Matel
13 de agosto, 1643. Al señor de Matel, su tío.
Mi honorable señor y querido tío:
Que la Virgen triunfante sea por siempre nuestro amor después de Dios, es mi humilde saludo.
El apremio que me hicieron nuestros dos señores priores Bernardon para embarcarme y llegar pronto a París, me privó de la alegría y del deseo de mostrarle mis respetos en los que mi espíritu se regocijaba al pensar que estaría al lado de aquel a quien, por deber y por inclinación, amo y respeto como si fuera mi padre. Fue para mí una mortificación muy sensible el subir al barco sin haber saludado a Usted una vez más, y sin recibir sus mandatos y órdenes de viva voz, más tarde me los comunicará por escrito, si me hace el favor; para mí será una gracia y una gloria el poderlos cumplir, y demostrar a Usted que ni el transcurso del tiempo ni el alejamiento de los lugares pueden apartar mi corazón del deseo que tiene de manifestar, mediante mis demostraciones de respeto, que soy constante y fervientemente, más que persona alguna, Señor, mi respetable y queridísimo tío, su muy humilde...
El primo de la Barre mostró gran solicitud al conducirme hasta Orleans. Junto con su esposa, es merecedor de gran cariño de parte de Usted y mía. Me sentiré feliz de poderles servir; pediré a nuestra hermana portera le envíe desde Lyon algo que le ruego se digne aceptar.
París, 28 de agosto, 1643. AL Reverendo Padre Gibalin, S.J.
Mi muy querido Padre:
Que los torrentes de nuestro Padre san Agustín sean siempre el ardor de su amor hacia el Verbo Encarnado es mi humilde saludo.
No puedo decirle que estoy del todo en París, puesto que Lyon y Grenoble participan de mis inclinaciones y solicitudes. La santa montaña no puede compararse a todos los palacios reales. Este afecto sirve de cruz a los poderosos que, sin dudar, afirman que la considero como mi morada más querida. Mi franqueza no me permite simular que no tengo amor hacia la sangre de los mártires: mi sumisión me lleva a adherirme a lo que Dios ordena de un momento a otro.
Como al presente es necesario permanecer en París, trato de acomodarme al humor de tanta diversidad de personas, y a estar en guardia. Me inclino mucho más a la sencillez de la paloma, que a la prudencia de la serpiente. No sé si seré más feliz que sabia. No me detengo en las grandezas de la tierra sino para adorar las del cielo, del cual espero todo mi auxilio. Esto no se debe a que no sienta gratitud hacia la bondad de las de aquí abajo, que se han mantenido firmes a pesar de todas las tramas que mis enemigos han ideado para perjudicarme, haciéndoles ver que la Madre está equivocada.
Los ángeles son los guardias del lecho de Salomón, al que acechan los espíritus nocturnos, que hacen todo lo posible para oscurecer las claridades supra celestes y exponerlas a la confusión. Pero la iniquidad se engaña a sí misma. Es necesario que las hijas del Verbo Encarnado pasen por el fuego y por las aguas de la contradicción. Ella espera encontrar su refrigerio en la solicitud de aquel que no es sino benignidad hacia ella.
Si su Providencia obra en París lo que ha hecho en otras ciudades, ella se sobrepondrá a todo. A pesar de verse sorprendida con gastos que no pensaba tener que hacer, no pierde su valor; su generoso corazón no se desanima, esperando que Dios vencerá y extenderá sus liberales manos, que colman a todos los seres vivos de bendiciones.
Estoy enferma de los ojos, lo cual me dispensa de escribir a muchas personas, aunque me gustaría poder hacerlo. Su Reverencia presentará mis disculpas, y saludará a todos sus padres y hermanos. Con frecuencia veo al Sr. Berteau, cuyo celo me obliga en toda ocasión. Viene a ofrecerme sus servicios con gran cortesía. Las cartas del Reverendo Padre Pierre, su hermano, la apremian con su gran caridad; es la caridad del Verbo Encarnado que lo urge.
París, 23 de septiembre, 1643. AL Reverendo Padre Berteau, S.J.
Mi Reverendo Padre:
Un saludo humildísimo en el corazón del Verbo Encarnado.
Me es difícil expresarle por medio de estas líneas el agradecimiento que siente mi corazón ante la solicitud que demuestra su Reverencia para el establecimiento de la orden.
Dejo a la elocuencia del señor, su hermano, el explicarle todo. Su celo no omite esfuerzo alguno para procurarme personas influyentes e igualmente piadosas que ayuden a su progreso. Sería muy feliz si el cielo me brindara ocasiones para manifestar ante todos que soy, más que ninguna otra, después de solicitar el auxilio de sus sacrificios eucarísticos y fervientes oraciones, muy Reverendo Padre, su muy humilde y obediente…
24 de septiembre, 1643. AL Señor G....
Señor mío:
No puedo expresar la parte que tomo en su disgusto.
Si la Sra. de la Rocheguyon me permitiera salir para hablar con la persona que es la causa, le manifestaría el dolor que todo esto me ha ocasionado. Si mis lágrimas pudieran mover un corazón que no puedo creer sea insensible a la piedad, obtendría por compasión lo que Usted me dice fue rehusado a la autoridad y a la justicia.
Si alguien me viene a ver, no callaré: mis labios hablarán de lo que siente mi corazón. Mi pena no tiene parecido porque soy, más que ninguna otra, Señor, S.M.H. (su muy humilde)
París, 28 de septiembre, 1643. Al señor el Sr. Abad de Cérisy[Germain Habert], en Fontainebleau.
Señor mío y muy querido hijo:
Que el gran san Miguel, que salió victorioso por la virtud de la sangre del cordero, nos obtenga la gracia de sobreponernos a nosotros mismos, puesto que no podemos ser ofendidos sino por nuestras propias faltas.
Confieso a Usted que las cartas de Roma, de Grenoble, de Lyon y de Fontainebleau mortifican mucho más a mi espíritu que la medicina que he tomado, que no es de mi gusto. Tengo mucha necesidad del auxilio del gran príncipe de la milicia celestial después de haberlas leído. He recordado a los mensajeros que llevaban las noticias al Santo Job, y he repetido como él: ¡Sea bendito el nombre del Señor! Si aceptamos de Dios el bien, ¿no aceptaremos el mal? (Jb_1_21); (Jb_2_10).
Su ausencia no es la pena menor que una madre pudiera sufrir al verse privada de un hijo al que ama más que su vida. Pido al Verbo Encarnado le traiga prontamente de regreso, y lo santifique más y más. Señor mío, crea que soy, en su amor, su muy humilde servidora y buena madre, J. de Matel.
Que aquél que pudo repetir con el apóstol: Llevo en mi cuerpo las señales de nuestro Señor Jesucristo (Ga_6_17), nos obtenga una perfecta semejanza en el día de su fiesta. Es mi muy cordial y afectuosísimo saludo.
La modestia del Sr. de la Piardière no pudo sufrir el agradecimiento que quise demostrarle. El protesta que para él es una gracia inestimable el poder servir a una persona de su mérito. Añada la ternura que siente hacia su hermano. No menciono a Usted el de su Madre, la cual siente un indecible contento al ver el amor recíproco de sus queridos hijos. José es el hijo que crece. A mi Benjamina, que soy toda para ella. Si me atreviera a presentar mis saludos a mi Padre, lo haría. Usted los presentará a discreción, según lo juzgue conveniente. No le olvido en mis oraciones, encomendándome a las fervientes de Usted con el mismo corazón con el que soy en Jesús, M., mi muy querido hijo, su buena madre J. de Matel.
Señor mío, nuestro prior saldrá el viernes. Pasará a Fontainebleau para recibir sus órdenes y para entregarle copia de la carta del Obispo de Grenoble.
París, 9 de octubre, 1643. A Sor Teresa del Calvario de Servière
Mi muy querida hija:
Que el Verbo Encarnado, nuestro amor, sea siempre nuestra santificación, es mi muy cordial saludo.
Su carta me trajo gran alegría. Benjamín es siempre el hijo del corazón, las delicias de quien le ama más de lo que puedo expresarle. El alejamiento de los lugares no puede disminuir un amor perfecto. Siempre que me es necesario salir de un monasterio, sufro en extremo a causa de los lazos que me unen con el corazón de mis hijas, a quienes deseo una gran santidad. Las de Aviñón, por ser las mayores, deben servir de ejemplo a las otras, y llevarlas a una santa emulación para aspirar, todas juntas, hacia la más alta perfección.
Mi hija del Calvario, que lleva el nombre de santa Teresa, debe en verdad repetir las palabras de esta santa: que fuera de Dios todo le parece nada, y que ama la cruz del Rey de los que saben amar, el cual ha demostrado, mediante su muerte, la fuerza de su amor.
La presente lleva a todas sus hermanas la seguridad de mi muy cordial saludo. Si tuviera tiempo, les escribiría, así como a su buena mamá, hacia quien profesaré gran cariño en el tiempo y en la eternidad. Sírvase presentarle mis humildes respetos, diciéndole que el Verbo Encarnado le ha dado otra hija según mis deseos. Es extremadamente fiel hacia quienes la aman. Su señora abuela y su señora tía verán en la presente la seguridad de mi recuerdo, unido a mi humilde saludo. Las encomiendo, junto con Usted y todas sus hermanas, al Verbo Encarnado, en el que soy, mi queridísima hija, su buena madre. Jeanne de Matel
Sin fecha (1643?) A la Señora de Servière
A la Señora, mi tan querida hija de Servière:
Tenía pendiente una respuesta a mi Benjamina, junto con mil agradecimientos al Señor de Servière por los favores que me ha hecho.
Pero cuando pienso en aquella que es mi otro yo, dejo de estar en mí, para permanecer toda en ella. El amor pide la reciprocidad; el deber y la inclinación son poderosas razones para persuadir a Usted que estimo como muy preciosa, a mi queridísima hija la Señora.
De Usted, humildísima y muy….
Su señora madre y su señora hermana se asegurarán, por la presente, de mis humildísimos respetos.
París, 20 de octubre, 1643. A la Señora, de Servière
Señora:
Le escribí por conducto del Sr. de Bressac, su hermano, quien le confirmará de viva voz el cariño que profeso a su querida persona. Sin embargo, recibí una segunda carta fechada el mismo día, por lo que robo este momento a mis presentes ocupaciones, para decirle que no hay persona que tuviera más poder para obtener el hábito para Sor Elia que Usted, si me fuera posible permitirlo.
Tenga pues a bien, querida mía, lo que digo: no me consta que sea voluntad de Dios que Sor Elia tome el hábito por ahora. Carezco de una hermana como ella, de la que pueda disponer libremente, y en cuya fidelidad pueda apoyarme. Las otras tienen padres que me las pueden desviar cuando desee darles una orden. Si la casa de Lyon estuviera establecida, no tendría dificultad para asignarla a Grenoble; pero tanto ella como yo debemos privarnos de este consuelo para sostener la casa de Lyon; obraría ella contra mi parecer, y ya no podría seguirla considerando hija mía si por ahora tomara el hábito. Desconocería los favores que le he hecho y que deseo seguirle haciendo, si mostrara la menor inclinación a ser revestida del hábito sin mi expreso permiso, que le concedería sin demora si no buscara yo la mayor gloria de Dios.
Querida señora, pido a Usted le comunique de viva voz, en privado, que le reitero la prohibición de tomar el hábito que le hice a mi partida. No ignoro la presión de que yo hubiera sido objeto para concedérselo, de no haber venido a París.
Le escribo la presente como a mi más querida confidente y amiga, como si fuera otra yo misma, para rogarle me devuelva a mi Roland, de la que se me dijeron cosas contradictorias. Lo que supe desde mi llegada a París que llenó mi corazón de amargura y enfrió mi afecto hacia ella. No tuve tiempo para investigar la procedencia de estos rumores a mi regreso de Grenoble. Ahora los conozco; estaba obcecada por aquella que tramaba este juego, con el fin de sacarla de Lyon para llevársela a Aviñón a desempeñar el oficio de cocinera en ese lugar, en condición de hermana conversa. De este modo se la dedicaría de por vida a una ocupación para la que es muy hábil, pero que le ha quemado la sangre a tal grado, que me parece imposible pueda vivir en Aviñón, donde el calor es tan extremoso.
Su vida me es tan querida como su fidelidad. No le he manifestado el cariño que le tengo, ni la resolución que tomé desde hace mucho tiempo, de hacerla hermana de coro y tenerla cerca de mi persona, por temor a la envidia. La quiero por inclinación; es una hija que me ha atraído desde el tiempo en que le escribí, por conducto del Prior Bernardon, diciéndole que deseaba tenerla a mi lado. El Reverendo Padre Alipe debió conocer el afecto que siento hacia mi hermana, ante la resistencia que opuse a sus peticiones.
El amor que tengo a Usted, querida mía, es más fuerte que la muerte. El que Usted me haga ver que su disposición es la misma, así como su constancia para concederme volver a ver a mi Roland son más poderosos que el infierno. Tiene Usted tanto espíritu como tino, por lo que creo que tendrá éxito en esta justa y caritativa empresa.
Comparta la presente con la Sra. Roland y la señorita de Bourg, quienes me dieron a esta hija, cuya separación me es tan penosa. Sor Elena no me envió aviso alguno sobre la precipitada partida de esta hermana. Confío en sus cuidados. La presente es una promesa: si me es devuelta, será recibida como hermana de coro, puesto que tal es mi buena voluntad hacia ella. ¡Cómo desearía yo que al fin se la conociera, después de haberla tratado tanto y verla salir tan airosa de las pruebas! Le escribiría, pero las cartas no le serían entregadas.
Le prometo que nuestra querida hija Gravier visitará a Usted tan pronto como vaya a Lyon.
Soy toda de Usted sin reserva, mi querida Señora,
Noviembre de 1643. A la Madre de Loudun, Ursulina
Mi reverenda y muy querida Madre:
David dice que su celo lo hace participar en todo lo que toca a quienes temen santamente desagradar a Dios en su corazón. El suyo la ha impulsado a la unión, cantando con aquellas que deben amarlo tiernamente, como niñas que no hacen sino nacer en la Iglesia. Acepto, para todas estas hijas, de las que me considero la menor, los ofrecimientos que su piedad nos hizo en su nombre y en el mío, en general y en particular.
Le concedo la petición que quiso hacer, en su humildad, a aquella que es toda suya por una perfecta inclinación que ni la muerte ni el infierno quebrantarán jamás. Comencemos, pues, mi querida Madre, diciendo que es una dulce y deliciosa alegría el estar unidas en el espíritu del Verbo Encarnado quien inspiró a Usted fuera la primera en pedirla, procurando así para nosotras bendiciones de dulzura; que nuestras amigas sean más fuertemente unidas al corazón divino que el alma de David lo estuvo a la de Jonatán.
Seamos consumadas totalmente en el Uno, según los deseos de este divino Salvador. Hagamos todo por su gloria, o dejémosle obrar según le plazca, diciendo con su santa madre: He aquí a tus esclavas, hágase en nosotras y de nosotras según tu palabra y tu verdad, que sobrepasa todo y permanece para siempre.
En la duración de la eternidad quiero ser un mismo corazón con el suyo, y después de saludar con todo respeto a su ángel, a quien honro, termino la presente, mi Reverenda Madre, como su
16 de febrero, 1644. A la Señora de Servière
Mi muy querida señora:
Un saludo muy cordial en el corazón del Verbo Encarnado.
Me extrañaba su largo silencio, pero no podía creer que me hubiese colocado entre los pecados olvidados, ni que las justas razones que tuve para rehusar a la hermana lo que no podía concederle, haya enfriado el afecto de mi querida señora. El mío será eterno, puesto que está fundado en el Eterno.
No puedo expresar a Usted el disgusto que me han ocasionado en Lyon, al retener sus cartas. No recibí sino la tercera, donde menciona las otras dos. Mons. de Grenoble me escribió conforme a lo que Usted escribe.
Compadezco los dolores de su hermano, y comparto profundamente las aflicciones de la Sra. de Bressac. Sus disgustos me son comunes; nuestro afecto es fuerte como la muerte. Si Nuestro Señor me concede la gracia de volverla a ver, le expresaré de viva voz lo que no debo confiar al papel, y aun así no sé si la presente será interceptada, como fueron retenidas las que escribí e hice escribir a varias personas.
Redoblamos nuestras oraciones por el enfermo, por la conservación de su señora madre y por todo lo que le es querido. Por la presente, recibirá el ofrecimiento de mis humildes servicios, y la Señorita de Bressac mi muy cordial saludo, y que soy de Usted muy especialmente, muy humilde, afectísima y buena madre
1o. de enero, 1644. Al señor Dulieu
Señor mío:
Me vería culpable en su pensamiento por el crimen de ingratitud, después de tantos favores recibidos de su bondad en el transcurso de los años pasados, si al iniciar el presente no le asegurara nuevamente que jamás podré olvidar todos sus beneficios, y que buscaré todas las ocasiones, sea en presencia de Dios, sea delante de las criaturas, de servir a Usted y a los suyos.
El alejamiento de los lugares y la estancia en París no me han arrancado ni disminuido la inclinación que tengo de volver a Lyon, lugar al que amo como a mi querida patria, si es que puedo tener una en la tierra. Cinco meses de ausencia me han parecido como cinco siglos.
Siento más ternura por Marion, mi corazoncito, que por todas las niñas que veo en esta gran ciudad. Agradezco su caritativo celo, que nos la conserva; espero de su bondad la continuidad de este favor, como una singular muestra de su benevolencia. Jeanne de Matel
7 de enero, 1644. Al Canciller Séguier
Monseñor:
Al tomar sobre sí en este día el estigma de pecador para satisfacer la justicia de su divino Padre, el Verbo Encarnado me dejará el de la ingratitud si no agradezco a su paternal bondad el cúmulo de gracias que me otorga, al establecer su Orden, por segunda vez, en Francia.
Monseñor, es este mismo Verbo quien levanta a quienes le glorifican. Es propio de su magnificencia, ya desde esta vida, el echar raíces de gloria en sus elegidos, las cuales ni los hombres ni los demonios pueden arrancar. Sus promesas son infalibles, y sus verdades permanecen para siempre. Su sabiduría es adorable, y su sapiencia dispone todos sus designios fuerte y suavemente. Su bondad me lleva a decirle con el rey profeta: Gracias te doy, porque me has respondido, y has sido para mí la salvación. La piedra que los constructores desecharon en piedra angular se ha convertido; esta ha sido la obra de Yahveh, una maravilla a nuestros ojos. ¡Este es el día que Yahveh ha hecho, exultemos y gocémonos en él! ¡Ah, Yahveh, da el éxito! (Sal_118_22s).
Son los deseos que expresa para su Excelencia, Monseñor, su muy humilde y agradecida hija y servidora. Jeanne de Matel
25 de enero, 1644. AL Reverendo Padre Gibalin
Muy Reverendo Padre,
Que el apóstol a quien el Verbo Encarnado no prometió sino sufrimientos para la extensión de su nombre, sea mi pensar y mi consuelo en los que su Providencia me destina por bondad, y permite por justicia.
Es bueno que me humille, para que aprenda a bendecirle en todo con el mismo corazón que lo ha bendecido en las alegrías pasadas. Estaba enamorada del desprecio y deseosa de llenarme de oprobios. Los atraje al abrir mi boca y mi corazón, rogando a aquel que me las ha procurado con el deseo de hacerme conforme a él. Pero este deseo de dilección perfecta, que se concede a los inocentes, no existe en mi espíritu sino para acrecentar en mí la admiración, al ver a las almas generosas que buscan estos bautismos para imitarle.
Se queja Usted de mi silencio; pensé que debía guardarlo, por temor a quejarme de su violencia y de la de su seguidor. Esperaba con paciencia el momento deseado por Usted para solicitar a los que, según Usted podrían presionarme de viva voz y por escrito, para sujetarme a una profesión que el cielo aún no desea para mí: ni su hora ni su tiempo han llegado. Si Usted ignorara que las plantas que no siembra el Padre celestial no echan raíces profundas en el santo amor, diría que Usted piensa obrar bien al emplear toda clase de artificios para empujar a los espíritus a abrazar lo que Usted cree es mejor para ellos. No sé si ha olvidado del todo los caminos de Dios para mí, a los que Usted se conformó en el pasado, culpando a quienes deseaban idear otros diferentes.
Siempre fue Usted de la opinión que los caminos por los que Dios me conducía estaban muy por encima de los humanos, más de lo que el cielo está de la tierra. Su palabra jamás ha vuelto a El sin los frutos de su bondad; las de los hombres son vanas, como sus pensamientos. Ellos conducen o precipitan a quienes los siguen en los abismos de las tinieblas que cubren el rostro de confusión. Y si el que vino a iluminar a los ciegos y enderezar a los cojos no hace un milagro parecido a estos dos, verá Usted la confusión en mí y en Usted mismo; habríamos visto la consolación si no hubiéramos madrugado antes que el día.
El tiempo no había llegado cuando Usted apresuró el viaje, siguiendo los instintos de aquel que presume de saber turbar la paz de Jerusalén, para llevar a Israel cautivo a Babilonia; según él, Dios lo bendice, y se ha nombrado capitán de los hijos perdidos. Deseo creer que en su ciego proceder tiene buena intención; sin embargo, ha dejado tras de sí religiosas muy apartadas de los caminos de la perfección. Si su sobrina me hubiera creído, así como los y las que eran de su parecer, tendría más santidad, y posiblemente buena salud No me hubiera procurado disgustos indecibles al conceder el hábito a la que Usted señala como indigna de la vocación, al estar donde se encuentra por desobediencia.
No me sorprende si no logra victoria alguna sobre sus pasiones, a las que se apega por presunción. Cuando alababa yo lo que Dios le dio, contemplaba a Saúl obedeciendo a Dios; pero cuando decidió apartarse de las órdenes que le transmitió su oráculo, se encontró, como aquel, en desorden; si David hubiera estado a su lado, tal vez habría procurado su fin. Si no me traspasa con una lanza, ella y las otras me hieren con punzantes espinas. He sufrido todo en silencio, pudiendo decir cuando yo me callaba, se sumían mis huesos en mi rugir de cada día (Sal_32_3) al Dios que ha parecido no sentir piedad por mis males. Mientras pesaba, día y noche, tu mano sobre mí; mi corazón se alteraba como un campo en los ardores del estío (Sal_32_4).
Hace mucho tiempo que Sor Catarina no ha venido a nuestro monasterio, que se encuentra al final del barrio san Germán, a la misma distancia de Charonne, la parte de la ciudad donde se encuentra, del lado de la calle de san Antonio. Hace tanto frío, que será muy difícil hacerla venir si la temperatura no cambia. Ignoro también si podré ayudarle a decidirse a ir a Grenoble. Su sobrina Teresa me respondió por su secretaria que no la podía recibir, cuando le hablé de enviarla ahí. Piense Usted un poco en la aflicción que me causará si no me resigno a sufrir lo que Dios permitirá después de hacer, con su gracia, todo lo que me fuera posible, y sufrir que aquellas que he llevado y llevo en mis propias entrañas, me las desgarren.
Las perdono y pido a Dios perdone mis propias ofensas. Si estuviera en Lyon, iría a Grenoble a poner orden. Vea Usted ahora si me equivocaba cuando le decía que no era necesario erigir dos monasterios en un año; entre los dos acaban conmigo. No tengo quien me consuele. Si Dios no me mostrara su misericordia y me diera su salvación, como espero que lo hará, me consumiría en las tribulaciones. Espero contra toda esperanza, y soy en él, mi Reverendo Padre su muy humilde hija
25 de enero, 1644. Al Obispo de Grenoble
Monseñor:
Si la caridad aparta el temor, la confianza filial no da entrada a la sospecha, cuando conoce las bondades de un corazón paternal, que se hace agradecer tanto como el suyo.
Habiéndome prevenido siempre con bendiciones de dulzura, no podía ni podría pensar jamás que Usted permitiera un fraude, a menos que le hubiera parecido un acto de piedad, para demostrarme que su caritativo celo se extiende incluso a las que se dicen enviadas por mí para tomar lo que les he prohibido por justas razones, que sería muy largo exponerle aquí.
Usted, Monseñor, ha conocido bien los espíritus que tan bruscamente me han ocasionado un disgusto que durará largo tiempo, a causa del mal ejemplo y de la ingratitud de una hermana que, jamás habiendo conocido padre ni madre según la naturaleza, se rebajó ante la opinión de aquellas que, durante tantos años, la alimentaron gratuitamente movidas por la caridad.
Las personas que, contra todo derecho, la empujaron a tomar el hábito, escribieron cartas amenazadoras e insultantes, que sólo se soportan por amor a Dios, diciendo que ellos solos, junto con la M. Teresa, y sin otra autoridad, sostendrán y protegerán a la que hicieron revestir contra mis intenciones.
Su celo me edificaría si su pasión no me pareciera extrema e irrazonable. No he querido enviar a Usted estas cartas para provocar su justa indignación al leer expresiones satíricas contra aquella que Usted, en su caritativa benignidad, ama con ternura tan paternal como el Padre de misericordia y Dios de toda consolación, le dio para Sor Elia. Yo haré en todo su voluntad y la suya, y si puedo persuadir a las personas con autoridad que por el bien de la Orden del Verbo Encarnado se justificará un viaje a Lyon y a Grenoble, me pondré en camino.
Tengo un gran deseo de verme a los pies de mi ilustrísimo prelado y buen padre, para expresarle de viva voz lo que no es posible poner por escrito. Espero que el abogado Le Moins me entregue las actas para solicitar las investigaciones que su Ilustrísima crea pertinentes, entre personas cuyos nombres me ha sugerido, con las que no me ha sido posible hablar en particular. Me han dado esperanzas de venir al monasterio del Verbo Encarnado en primavera. De ser así, no callaré. Mis labios hablarán desde el abismo del corazón que le ama y honra con todo respeto, pidiendo al Verbo Encarnado le colme con sus celestiales favores, y me conceda la gracia de manifestarle con eficacia que soy de su Ilustrísima, más que ninguna otra, su muy humilde
París, 1° de febrero de 1644. Al señor el Sr. Abad de Cérisy[Germain Habert]
Señor mío, mi muy querido hijo:
Un saludo en el corazón del gran pontífice san Ignacio, en quien Jesús, nuestro amor, triunfó del mundo, del demonio y de la carne.
Invito a Usted a la dedicación celestial de este santo obispo y a la consagración de su corazón; que nuestro amor sea consagrado por su benditísimo nombre, que es un bautismo y un óleo derramado que atrae a todas las potencias de su alma, iluminándolas con los divinos resplandores que el sol de justicia produce en este tabernáculo de gracia y en el Louvre de gloria donde lo adoran todos los bienaventurados en compañía de aquella que es un prodigio celestial.
Mi querido hijo, gocémonos en este Señor en la fiesta que los ángeles y los santos solemnizan angélica, santa, gloriosamente y, el Santo de los santos, divinamente. El me mandó llamarlo mi amor, crucificado en otro tiempo y ahora glorioso, a pesar de lo que puedan decir quienes juzgan este santo atrevimiento una locura y una temeridad.
He orado con fervor por aquél que aflige a mis amigos al coronarme con laureles de justicia. Es demasiada gloria el ser tenida como imprudente y loca por causa de Jesucristo. La locura a la que su amor lleva nuestros espíritus es más sabia que la sabiduría del mundo.
Si me atreviera, le diría que el Sr. Coadjutor me hizo un favor mayor al de Usted y todos aquellos que sufren como Usted, puesto que me trata no como Usted desearía, sino como yo ambiciono, para ser, en cierta manera, semejante a mi amor despreciado delante de los príncipes de la tierra. Que mi alma se alegre con aquél a quien él convirtió hace ya ocho días, según estas palabras: A Jesús, le vemos coronado de gloria y honor por haber padecido la muerte, pues por la gracia de Dios gustó la muerte para bien de todos (Hb_2_9).
Qué feliz sería yo si participara en el martirio del gran heraldo de Cristo, sin por ello desear la persecución del cristianismo en Francia, bendiciendo al Señor que hace florecer su santísima religión católica, apostólica y romana.
Tengo mucho que decir a Usted, que el papel no puede comunicarle al presente. ¡Qué buen maestro es el Verbo! ¡Enseña los grandes misterios en tan poco tiempo! ¿Quién puede abarcar su sabiduría? Mi querido hijo, cuánta suavidad en la explicación y en la aplicación que me hizo de la epístola de la misa de ayer. ¡Qué gran favor me concedió al situarme en compañía de san Pablo, el cual rogó a los Corintios que soportaran su insensatez! Plugo a este divino Maestro elevar mi espíritu por medio de sus grandes visiones y revelaciones, eximiéndome de todo lo que no hubiera podido soportar si no tuviera en mí una superabundancia de su gracia.
¿Quién puede preguntarle por qué razón me concede lo uno y no me castiga por lo otro? El es el Señor. Hay muchas personas que son ángeles de Satanás, los cuales serán conocidos como tales el día en que comparezcan delante de su tribunal. Ellos abofetean a los servidores y asistentes de este divino Salvador, para que se manifieste la gracia que perfecciona la virtud en la debilidad. Son los contrapesos que humillan a las almas después de haber sido arrebatadas hasta el trono de gloria, en el que han contemplado las bellezas y escuchado los secretos que las personas de la tierra, puramente terrenales y animales, no podrán escuchar ni comprender; pues los soberbios, que se tienen por sapientísimos no entienden lo que Dios revela a los pequeños, por ser ésta la complacencia de aquél en quien soy su buena madre. J. de Matel
Me duele demasiado la cabeza para pasar en limpio esta carta. Mi secretaria está en cama a causa de su caída. El Verbo cuida de la suya; espero que, dentro de poco tiempo, pueda levantarse. Me afligí más del golpe que recibió esta hija que el embargo de los papeles en Lyon. Me acuerdo de los afligidos y pido por ellos por inclinación y por deber.
5 de febrero, 1644. Al señor de Pontat, Consejero de Grenoble.
Señor mío:
Los ángeles alaban a la gran santa Águeda, cuya fiesta celebramos hoy, diciendo que agradó a su Dios al aceptar de todo corazón morir por su gloria, y que su gran caridad liberó a su patria.
El interés que Usted caritativamente ha demostrado hacia la Orden del Verbo Encarnado así como la ayuda que recibe su ciudad de su bondadosa solicitud, le han atraído las alabanzas que su modestia me impide mencionar en la presente; sin embargo, no es contrario a la justicia reconocer sus favores ante aquel que es la fuente de donde proceden, pidiéndole redoble en Usted, en la Señora y en toda su familia, sus abundantes bendiciones.
Si las hijas a quienes le pedí ver no han recibido todas las cartas que les he escrito, o hecho escribir, se debe tal vez a que la persona que Usted menciona se ha quedado con las que ha deseado retener. Sin embargo, han recibido suficientes para instruirse en su deber y en mis justas demandas, no estando alimentadas y sostenidas sino de mis bienes.
No hablo de la Hna. Fiot, pues dejó su dote en Aviñón, donde yo misma la llevé; deseo que se le proporcione el sustento durante toda su vida. Me refiero a la Madre Teresa, quien concedió el velo a Sor Elia el último día de junio, a pesar de mi prohibición, la cual desea obligarme a sostener y dotar a esta hermana, a quien no debo nada, y a la que, igual que a ella, he ayudado durante varios años. No se puede decir que las he abandonado a partir del mes de junio, puesto que les doné trescientas libras y cerca de otras mil en muebles y ornamentos, no habiéndome ofrecido sino cuatrocientas libras después de muchos ruegos. No menciono aquí otros gastos que hice. Que el buen Dios sea alabado. No impido que las personas que le han hablado tan alto demuestren su liberalidad tanto como su dominio; si Mons. de Grenoble les concede la superioridad y el gobierno, me conformaré a lo que haga.
En cuanto a las quejas de que no contesto las cartas, he respondido siempre a las que se me escriben con términos de cortesía, de buena voluntad y decencia. Sin embargo, he sentido el deber de guardar silencio ante las que no traen sino injurias y calumnias, que considero proceden de un celo desconsiderado.
Como Usted, Señor, en su bondad, se tomó la molestia de advertirme de todo, perdonará la extensión de la presente, que procede de la confianza que tengo en Usted Respeto todos sus sentimientos, pidiendo a Usted me crea más que ninguna otra, su humilde hija y sierva.
15 de febrero, 1644. A Monseñor de Nesmes, teólogo de Aix.
Monseñor:
Que el Verbo Encarnado, a quien el evangelio de este día nos presenta terrible, sea a la hora de nuestra muerte un Salvador misericordioso; este es mi afectuoso saludo. Será entonces cuando él manifestará los pensamientos que ahora están escondidos. De su rostro procederá nuestro juicio, que será más verdadero que el de los hombres, quienes con frecuencia declaran a los inocentes criminales, y a éstos sin culpa.
El viaje que piensa hacer, según se me escribe de Lyon, me quita la esperanza de verlo en mucho tiempo. Pido a Dios encuentre Usted ahí toda clase de felicidad, y que triunfe en Roma, mientras que su Madre sufrirá y luchará en París contra sus imperfecciones y contra el extremo disgusto que le causa vivir allí.
El Sr. Abad de Cérisy[Germain Habert] me pidió unir mi oración a la suya, por el proceso del Señor de Moumors en el Parlamento de Aix en Provenza. Sé bien que Usted estima como un favor el servir a una persona de su mérito, que le honra de manera singular, y que es algo superfluo pedírselo a Usted, pero no he podido rehusar hacerlo sin parecer ingrata hacia él, o hacerlo pensar que M. no toma parte en la santa dilección de F., lo cual podría ser, pero ella no desea creerlo así, puesto que jamás cambiará la resolución que ha tomado de vivir y morir como su muy humilde servidora y buena Madre, J. de Matel.
Le ruego dé las gracias al Sr. Marche, antes de su salida para Roma. Podrá ver aquí mi muy humilde saludo. Si viene a París, trataré de suplir, de viva voz, la falta que cometí al no escribirle, según los deberes que tengo hacia su bondad, la cual nunca podré pagar debidamente.
París, 1° de marzo, 1644. A la Superiora de Aviñón Margarita de Jesús Gibalin.
Mi muy querida hija:
Que el Verbo Encarnado, que fue colmado de oprobios, sea nuestro pensamiento y nuestro amor, es mi muy cordial saludo.
Según san Juan Crisóstomo, ninguno recibe ofensa más que de sí mismo. La maledicencia puede empañar o dañar nuestra reputación por algún tiempo, pero jamás nuestra conciencia si permanecemos fieles al Verbo Encarnado, que la ha purificado con su sangre. Veo por experiencia que, mientras estamos en camino, necesitamos sentir muchas y diversas aflicciones antes de llegar al término y presenciar el fin de los combates. No debería Usted dudar de que las tengo y muy variadas; y si debo estimar las más aflictivas, entre aquellas que me oprimen el corazón y destrozan mis propias entrañas, está el desorden de la casa de Grenoble, el cual ha desgarrado a Usted por un lado, y a mí por todas partes.
Bien le había dicho que Sor Teresa no acertaría con estos Dauphinois; que debía Usted irse allá durante algunos meses y poner al frente a Sor de Jesús, cuyo carácter los hubiera contentado. Las últimas cartas que he recibido de Mons. de Grenoble y de algunas personas religiosas y seglares, describen por completo la situación. Monseñor me culpa de haber nombrado una superiora tan incapaz de gobernar y, después de una discusión respecto a todas las acusaciones que se le hacen, todos acordaron que ninguna joven ingresará al monasterio hasta que ella salga de él. Se quejan de su ignorancia y rudeza; me escriben que, solamente en medicinas, ha gastado casi 300 escudos sin contar los honorarios del cirujano y del médico, así como otros gastos.
Los seglares afirman que el P. G. y ella se han hecho los dueños y regidores del monasterio, a pesar de la razonable resistencia que opuse a todas las cartas que el mencionado padre me dirigió para que les concediera este dominio absoluto. Sor Teresa se ha abierto un lago y cavado una fosa al conceder el hábito, a pesar de mis prohibiciones, a la que ahora ella y el P.B. acusan. Tienen el mal que se han buscado, y yo, que no lo he querido, sufro más que nadie.
Hice el donativo de 300 libras y toda la madera con que se construyó la primera capilla, que se me devolvería en pagos de 100 libras; Sor Teresa no me ha enviado pago alguno. El día de mi partida le entregué 200 L y más adelante 100 que tomé de Lyon. Tampoco me ha enviado el recibo de los muebles que doné, y que tienen un valor de 800 L. Debía ocupar a su secretaria en escribir lo debido, en lugar de dictarle cartas arrogantes y desconsideradas, que tantas veces he pasado por alto guardando silencio y depositando las espinas en mi seno.
No veo remedio para esta casa si no va Usted misma acompañada de Sor de Jesús. Todavía no puedo ir allá, pero haré lo posible para obtener, de las autoridades que pueden concedérmelo, el permiso para hacer este viaje.
Puede Usted recibir a las dos jóvenes y conceder el velo negro a mi querida hija Magdalena de la Trinidad. Al crecer en número, crezcan en santidad y pidan todas por aquella que las ama con un amor sincero en el corazón del Verbo Encarnado nuestro todo. Soy, mi muy querida hija, su buena Madre. Jeanne de Matel
París, 14 de septiembre, 1644. Al Canciller Séguier.
Monseñor:
Que aquel de quien proviene toda paternidad en el cielo y en la tierra, colme a Usted de sus más preciosas bendiciones.
Encontrándome ayer más triste que alegre cuando salió Usted de nuestro recibidor, me dirigí a mi divino Esposo con la confianza que Usted sabe me ha dado, buscando la causa de mi pena. El me hizo escuchar: Esta turbación viene de mí, que he deseado mezclar en ti la dulzura y la amargura, a fin de que te acerques a consultarme. Di a mi Canciller que te lo he dado por padre protector, que apruebo su modestia, su humildad y su celo, pero que su parecer de que vendas mi casa de Lyon no es el mío; que Jacob derramó el ungüento sobre la piedra donde había dormido, mientras que los ángeles subían y bajaban por la escala mística que le fue mostrada en una visión, por lo que exclamó en cuanto despertó: ¡Esto no es otra cosa sino la casa de Dios y la puerta del cielo! (Gn_28_17).
Esta casa de Lyon es mi Bethel; te consta la elección que hice de él. En este lugar te mostré las heridas que le mandé por ministerio de mi fiel Miguel. Has visto el rango a que lo elevaré, y que apoyaré mis propios favores sobre mí mismo y sobre mis dones, que él debe siempre reconocer, y ofrecerme en acción de gracias. Hay que amar primero al donante, y después los dones. El está afligido por el disimulo de su hija natural. Deseo que se alegre en la sencillez de su hija adoptiva, quien debe decirle de mi parte que no haga consejo contra el Señor; que deseo cumpla todas mis voluntades para llegar a ser, al igual que David, el hombre según mi corazón: Mío es Galaad, mío Manasés, Efraín, yelmo de mi cabeza (Sal_60_9). Hija mía, la casa de Lyon está bien representada por Galaad. Galaad, a su vez, figura el testimonio del siervo. Ella es también amada de aquel que debe estimarla; la elegí de tal manera, que la cimenté sobre la sangre de mis mártires, que son mis testigos congregados para confesar mi nombre en ese lugar, y sellar su fe con el derramamiento de su propia sangre.
Ella es Manasés, olvidado de los hombres; pero a quien amo y sobre el que fijo mis ojos. Ella es mi Efraín fructífero que crece sin cesar, del que he recogido frutos antiguos y de quien retiraré frutos nuevos en el tiempo designado, y aunque ella parece estar desolada y abandonada, y también casi destruida, debe ser por ahora tu carga y tu dolor; más adelante se convertirá en tu alegría. No temas el amor propio al amarla. Soy yo quien te da esta inclinación. Este afecto no es contrario a tu perfección; amo esta puerta de Sión sobre todos los tabernáculos de Jacob. Cosas gloriosas serán dichas de esta casa, a la que designo como mi ciudad, regalada y defendida por mis ángeles, quienes la guardan con gran solicitud. El Cardenal de Lyon no ha osado destruirla, porque yo la protejo, aunque él ignora mi protección.
Estando mi Canciller y tú instruidos por mi luz, ¿podrían deshacerla o destruirla? Deseo reinar en ella y recibir la alabanza y la confesión de mi nombre, que es santo. Si el Canciller hace todas mis voluntades, yo seré su gran recompensa, y mi luz lo conducirá; que siga caminando en mi presencia. Y tu, hija mía, espera en mi Providencia; no te abandonaré, ni tampoco a mis designios.
Monseñor, después de estos divinos consuelos, me sentí tranquilizada, habiendo recibido el mandato de la Majestad santa de comunicar a Usted lo que ha hecho saber a su hija, que después de haber dado gracias humildemente por sus bondades, estima como un favor constante el llevar esta calidad de la que se considera muy indigna, permaneciendo en un respeto profundo, Señor, de su Alteza, la más humilde, obediente y agradecida hija y servidora en Nuestro Señor.
Jeanne Chézard de Matel
A un religioso.
Mi Reverendo Padre,
Un saludo en Nuestro Señor, a quien pido haga brillar su luz divina sobre todos los pobres canadienses, como él iluminó el espíritu del ciego de nacimiento, al concederle la vista corporal. Este es el evangelio de hoy.
Su señor hermano nos alegró trayéndonos sus queridas cartas hasta París, donde se estableció el tercer monasterio del Verbo Encarnado el día primero del año en curso, 1644. La Providencia dispuso que fuera precedido por el de Grenoble. Al enterarse de estas fundaciones, se dará cuenta de que solamente permanecí en Lyon dos meses del año 1643: enero y julio.
Ya ve qué feliz soy en Francia, mientras que su celo le lleva a vivir entre pobres nativos para convertirlos al Señor universal, que les ha rescatado como a nosotros y que desea sacarlos de las tinieblas para iluminarlos con su divina y abundantísima luz. Si mis oraciones sirven de algo, las ofrezco de buen agrado, en especial por la santificación de mi querido José, que no olvida a su madre ni a sus hermanas, a quienes amo y valoro en el corazón del Verbo Encarnado nuestro divino Salvador y nuestro amor crucificado, por el cual sufre Usted generosamente, M.V.
9 de Julio, 1645. Al Canciller Séguier
Monseñor:
Debido al agradecimiento que debo al P. Carré, no puedo dejar de tomar parte en lo referente a los disgustos que se le han ocasionado por lo que ha pasado tocante a su Orden. Aumenta mi aflicción el hecho de que quienes se han declarado en contra suya se jactan del honor de la protección de Usted, y que habiendo estado presentes la última vez que dicho padre cumplió sus deberes hacia Usted, crean ellos tener más motivos de esperanza que nunca.
Me parece, Monseñor, que Usted sabe que no se le objeta nada al presente. La objeción del año pasado, se hizo en presencia de todo el capítulo general, el cual, después de haber escuchado sus respuestas se irritó de tal modo contra sus calumniadores, que quiso, acto seguido, iniciarles un proceso. Sin embargo, este caritativo padre presentó de inmediato una petición al capítulo, y se las ingenió de manera que sus enemigos fueran perdonados.
Se le sigue reprochando el largo tiempo que ha estado a cargo del noviciado, sin considerar que en su Orden, como en todas las demás, aun entre los mismos jesuitas, los superiores de los noviciados pueden ser reelegidos sin interrupción, pues el tener más experiencia les hace más capaces para gobernar. El P. Carré fue instituido por sus generales, y por el último capítulo general, padre maestro de novicios y superior del noviciado, cargo que ha ejercido durante varios años, por lo que me parece que tiene derecho a esperar alguna consideración de parte de su Orden, la cual concede grandes privilegios a quienes pueden continuar por espacio de diez años.
Por otra parte, fue maestro de novicios durante diez años en la Congregación de san Luis, antes de iniciar el noviciado. Durante todo este tiempo no se le dirigió una sola palabra, y ahora que trabaja para el bien de toda la Orden, se comienza a mortificarle de todos lados. Se dice que no ha dado fruto; sin embargo, Dios sabe el bien que han hecho y siguen haciendo dieciséis religiosos que él envió a las Indias, que viven como ángeles y convierten a los nativos, a los herejes y a los malos cristianos mediante su predicación y ejemplo.
Sin ir tan lejos, fue él quien reformó el colegio de Poncio, enviando al P. Gurgeat y a otros religiosos algún tiempo después. El primer superior del Noviciado de san Sixto, en Roma, salió de su noviciado; el P. Ambrosio, que fundó y ha trabajado en el Noviciado de Bruselas, es también religioso suyo. Es su casa la que ha suministrado priores al convento reformado de Langes. Recientemente se ocupó, además, de la reforma del convento de Caen. Si no ha hecho todo lo que hubiera deseado en el de Rouen, es por no haber recibido ayuda de unos, y por haber sido estorbado por otros que son menos entusiastas y quieren turbar el noviciado, haciéndolo caer en la tibieza y la relajación en que se encuentran otros conventos.
Este buen Padre me dijo hace tiempo que Usted le había hecho la gracia de prometerle solemnemente que su asistencia no le faltaría jamás. Esto es lo que me anima a implorar para él su protección. Me siento más obligada a ello cuando recuerdo que el padre inició este noviciado y ha continuado con él siguiendo mi opinión y consejos.
Monseñor, pido a Usted perdón muy humildemente por la libertad que me permito frente a su bondad, en la que tengo una gran confianza, sabiendo que aceptará las humildes oraciones y el respeto de aquella que será eternamente, su muy humilde, agradecida y obediente hija y servidora.
Jeanne de Matel
14 de octubre, 1645. Al señor el Sr. Abad de Cérisy[Germain Habert], en Fontainebleau.
Señor mío y muy querido Hijo:
Alabo y agradezco a la divina bondad las gracias que le concede al encontrarse en la corte de la tierra; es su poder admirable el que hace brotar la luz en medio de estas tinieblas.
Debería poner por obra lo que Usted me aconseja. El día del gran san Dionisio, lo contemplé en sus elevaciones pidiéndole su doble espíritu, como lo hizo Eliseo, pero que es el único amor de aquél que es uno por esencia y por excelencia. Es en este único donde amo a todos sus hijos, que son los míos, y que deseo que sean todos consumidos en uno por las llamas de la caridad, que ahuyenta la envidia y los celos de los corazones que posee, como sucede en los de las personas a quienes Usted me nombra. Las dejo en su contentamiento, sin culpar su silencio, el cual ofrezco a Dios junto con las palabras que Usted, en su corazón filial, expresa en su carta, la cual he leído con el mismo corazón con el que soy, en el del Verbo Encarnado, Señor mío, su muy humilde servidora y buena Madre. J. de Matel
Estoy muy presionada en este sábado 14 de octubre de 1645.
Mis respetos al Sr. Canciller.
1646. A las hermanas de Grenoble, a la muerte de la hermana Elizabeth Grasseteau.
Mis muy queridas y bien amadas hijas:
Un saludo muy cordial y afectuoso en el corazón de nuestro amable y tan poco amado Verbo Encarnado.
Deseo creer, para alimentar la caridad, y para mi propia satisfacción, que Uds. me expresan los pensamientos de sus corazones por medio de su carta, que mi corazón maternal recibió con agrado, y decirles con estas líneas que las amo tierna y fuertemente, compartiendo sus penas, que considero mías. Ni la separación del cuerpo ni el alejamiento de los lugares apartan ni desunen los espíritus a quienes ha unido el santo amor.
Mi intención es aportar todo lo que he ofrecido a Monseñor de Grenoble y a los regidores de la ciudad, para el establecimiento del monasterio. Insisto con oportunidad y sin ella, para obtener la licencia de ir a verlas. Espero conseguirla.
Se han enterado Uds. de la preciosa muerte de nuestra hermana Elizabeth Grasseteau, la más fiel de las hijas de la Orden del Verbo Encarnado. Aunque adoro los decretos del soberano que la ha arrebatado de la tierra para acogerla en el cielo, y me conformo a su divina voluntad, no dejo de sufrir una tristeza indescriptible. Mis ojos son dos fuentes de lágrimas en mi dolor, lo cual no me parece razonable, pues pienso que con el llanto me pongo en peligro de perder la vista, y la vida con mis sollozos y suspiros.
Mis queridas hijas, obren de manera que encuentre en Uds. lo que he perdido en ella. Permaneciendo fiel a Dios, también lo fue hacia su madre. El celo por la gloria del uno y de la otra la llevó a tomar la resolución de dejar su tierra, sus conocidos y todo lo que justamente hubiera podido adquirir, para dirigirse a la santa montaña a sacrificar su espíritu y su cuerpo por la consolidación de la comunidad de Lyon. Si el cielo no me la hubiera quitado, y este plan hubiera sido únicamente una moción de mi espíritu, experimentaría un acrecentamiento de dolor tiranizado por un continuo arrepentimiento, el cual, pienso, no podría perdonarme; y aunque la divina bondad me perdonara la culpa, mi pesar prolongaría la pena hasta el día en que la volviera a encontrar en la morada de su eterna dicha, a cuya entrada son enjugadas todas las lágrimas.
Hijas mías, se trata de una de sus hermanas que corrió en el amor y la grandeza de su corazón, no sólo por el camino de los mandamientos de Dios, sino por el de los consejos, que abrazó por medio de los votos. La gracia de Dios y la virtud la elevaron a esta santidad, mediante su profunda humildad, su incesante mortificación, sus continuos sufrimientos y su fiel amor en todo lo concerniente a la Orden del Verbo Encarnado. Ella nos ha dejado sus ejemplos; sigámoslos, pues practicó en grado eminente los mismos votos que Uds. profesan.
El cielo la ha reclamado, a pesar de las oraciones que la tierra haya dirigido al creador del uno y de la otra: llegó para ella el momento de recibir la estola de gloria a la puerta del empíreo, donde su divino esposo la coronó al revestirla de sí mismo, que es blanco y rojo por esencia y por excelencia.
Es en él que soy de todo corazón, por su amor, mis muy queridas hijas, su afectísima, cordial y buena Madre, Jeanne de Matel
París, 18 de octubre, 1646. Al señor el Sr. Abad de Cérisy[Germain Habert], Superior de las Religiosas del Verbo Encarnado.
Señor mío, mi muy querido Hijo:
Un saludo en Nuestro Señor. Confieso que mi silencio da a Usted motivo para pensar lo que me indica en su segunda carta. Su madre, me entregó en persona la primera el día de san Francisco, pues ni mis enfermedades ni la insistencia de nuestras hermanas, pudieron obligarme a tomar medicina. Ellas temían que la abundancia de humores malignos me sofocaran mientras esperaba a nuestros médicos, que se encontraban en Fontainebleau, lo mismo que el Sr. de la Piardière.
La causa de estas enfermedades son, tal vez, mis pecados y los desvelos de diez días seguidos, en que la pequeña de Fruges tuvo fiebre continua. Temiendo que contagiara de dicha fiebre, que se consideraba maligna, a todas las demás, hice que fuera trasladada y colocada cerca de mí, para mejor prodigarle mis cuidados. Al fin la Sra. de Fruges la recogió, llevándose también a su hija mayor. Vinieron también a buscar a las dos Cantariny. Hace unos días se me trajo nuevamente a la más pequeña, pero se quedó la mayor, la cual desea volver, pero su padre quiere probarla por tres años para ver si persevera. Es ésta una prueba bien larga para ella; que Dios sea alabado por todo lo que manda y permite.
Como mi silencio me hacía sentirme culpable, pido perdón a Usted después de agradecerle los testimonios de su fiel amistad en dos de sus cartas. También le doy las gracias por las libras. Ya distribuí las otras. El Sr. Lardot se ha encargado de entregar lo del Sr. de Chaponay y lo del Sr. de Nesme en Lyon. Espero que el Sr. Deville se encargue de los otros tres para nuestras casas de Lyon, Grenoble y Aviñón.
Si no pensara Usted que no me gusta mentir, le daría trabajo creer que una enferma la haya podido leer hasta después de quince días, el día de retiro. Esta lectura llenó mi espíritu con tanta alegría y contento, que olvidé mis males. Una madre no tiene mayor gozo que el poder ver y escuchar lo que hace mejores a sus hijos, admirando en ellos los dones de naturaleza y gracia que tienen sobre todos los demás.
Sé bien que ofendo su humilde modestia, pero es menester que Usted sufra la verdad dicha por una persona que es la sinceridad misma. Ella admira el estilo, la elocuencia y la pureza del lenguaje, pero deja a los bellos espíritus del tiempo todas sus perfecciones para alabarlas y admirarlas. Lo que ella ensalza es la aplicación de la santa Escritura, que se adapta con tanta propiedad, que no parece sino hablar ella misma acerca de la grandeza de aquél que habló tan altamente de las de Jesús, su amor y el nuestro.
Mi querido hijo, Usted sabe bien que yo no soy ni complaciente ni aduladora y que con frecuencia falto a la prudencia por exceso de franqueza en expresar lo que pienso. La experiencia que mis imprudencias le han causado, le hará temer que exprese mis sentimientos con sinceridad, de viva voz y por escrito. Si pudiera manifestarlos en París como en Lyon, vería Usted que mi corazón no ha cambiado, y que Usted ocupa en él un lugar que sólo a un hijo queridísimo se puede conceder. Si esto no lo digo con tanta ternura, lo expreso con mayor solidez. Habiendo cumplido con las obligaciones, los agradecimientos no disminuyen delante de Dios, quien será su digno remunerador. Esto es lo que le pido, y que lo haga santo. Son los deseos de aquella que desea su regreso más que ninguna otra, y que se encomienda a sus santos sacrificios y fervientes oraciones. Soy, M., mi muy querido hijo, su muy humilde servidora y buena madre en Jesús. J. de Matel
Todas sus hijas presentan a Usted sus humildísimos respetos y mendigan el auxilio de sus fervientes oraciones y de sus santos sacrificios. Habiendo terminado la presente, el Sr. de la Piardière vino a verme. Le di sus saludos, y él me dijo que deseaba escribir a Usted para agradecerle el haberse acordado de él. Su viaje me ha parecido más largo de lo que yo pensaba. Le pido que vuelva lo más pronto posible.
27 de abril, 1647. A un desconocido.
Señor mío:
La santa palabra dice que el Señor miró primeramente a Abel, y después su ofrenda. Aquella que recibió los dones del varón de deseos, afirma eso mismo, añadiendo que es, como David, un hombre según el corazón de Dios.
Así como él se ofreció al total cumplimiento de su voluntad, me siento impulsada para asistir al sacrificio y tomar parte en él. La comunión me invita a recibir al que hace la unidad de los corazones.
Es en él que soy y seré, en el tiempo y en la eternidad, Señor, su muy humilde y segura servidora.
J. de Matel
Mayo de 1647. Al señor de Priésac.
Señor mío:
El Verbo Encarnado nos dice hoy que en la casa de su Padre hay muchas moradas, y su celo caritativo me envía la Historia de la Vida de los santos Padres, que las obtuvieron por medio de la fe y la fuerza del amor divino. Al superar la naturaleza con la gracia, ganaron por asalto esta ciudad que no se rindió sino a su amorosa violencia.
Esto ha sucedido desde los días de Juan Bautista, precursor del Verbo humanado, sobre el cual descendió el Espíritu Santo en forma de paloma para invitar a las almas sencillas como la mía a volar hacia los agujeros de la roca que se transforma en el cielo más alto, al decir de san Pablo. Ahí aprenderé del Verbo de vida, fuente de sabiduría, cómo debo conversar con los santos que ya han alcanzado la meta, y tratar con quienes aún caminan por la senda de la vida.
Al contarlo en este número, deseo aprender de viva voz lo que debe hacer aquella que es más que ninguna otra, en el divino amor, señor, su muy humilde servidora, J. de Matel
París, 13 de octubre de 1647. Al señor el Sr. Abad de Cérisy[Germain Habert], en casa del Sr. Canciller. En Fontainebleau.
Señor mío, mi querido hijo en Nuestro Señor,
Las madres no se reprochan el permitirse prevenir a sus hijos por carta, sino que lo hacen con amor y ternura. Dios no les ha dado mandato alguno para obligarlas a ello, pero sí a sus hijos, prometiéndoles una larga vida sobre la tierra y gozar de la eterna en el cielo.
El texto que Usted aporta del profeta evangélico, le obliga a confesar que una madre no puede olvidar a su hijo; y aun cuando las madres según la naturaleza los olvidaran, aquellas que lo son por gracia no pueden hacerlo; ellos están presentes a los ojos del espíritu cuando se encuentran alejados de los del cuerpo.
Aunque su humildad eche un velo sobre sus virtudes, Usted no sabría ocultarlas a sus hermanos y menos a su Madre, la cual ama a Usted por justicia, a la que Usted llama bondad.
Ella no sabría disminuir este afecto sin aparecer injusta delante del cielo y de la tierra. Ruegue por ella y créala por siempre, con todo el corazón,
Señor mío, mi querido hijo, su muy humilde servidora y buena madre en Jesús. J. de Matel