Capítulo 1 - El Verbo Encarnado es causa de la resurrección y de la vida gloriosa tanto de nuestros cuerpos como de nuestras almas. Por su mediación ofrecemos divinas alabanzas. Los dones de sus conquistas y las claridades que concede a los suyos. 1636
[1]Mi emperador y mi Dios levántate gloria mía, levántate gloria de los hombres, levántate gloria de los ángeles levántate gloria del Dios vivo, nuestro Padre, el que te despierta del sueño por su Espíritu Santo que es un Dios con él y contigo, tú que produces como él hacia adentro, levántate por tu potencia da vida a tu cuerpo tu que la has dado a todo ser que vive, levántate luz por esencia y por excelencia.
En Dios alabaré al Verbo (Sal_55_11). Tú eres igual al Padre por ser su Verbo; digno de una alabanza igual a la que recibe. Los judíos te ofendieron por nombrarte en demasía ministro de Belcebú, como llamaban al príncipe de los demonios, el cual no es sino príncipe de las moscas zumbantes en venganza y picantes en malicia, que buscan carroñas como sus presas; moscas del todo inútiles para el bien. Jamás los demonios han hecho bien alguno por su voluntad; por ello, si por naturaleza fueran elefantes en su creación, su malicia los empequeñecería como moscas. Sólo pueden picar a sus adeptos, y anidar en las almas y cuerpos corrompidos y podridos en el muladar de sus malos hábitos, que contrajeron a causa de sus muchos y repetidos pecados, tanto por su propia dejadez, como por la persuasión de Satanás, espíritu maliciosamente engañoso, que es el padre de la mentira y el demonio acusador de la humanidad.
Levántate del sepulcro; es demasiado el haber morado con los muertos del siglo, entre los que el amor te colocó después de los sufrimientos y angustias de espíritu que la ofensa de un Dios, [2] al que contemplaste despreciado por las ingratas criaturas, te hizo soportar; si hubieras sido ministro de aquel demonio, no habría tenido tanto fervor por la gloria divina, porque él la detesta con un odio rabioso.
En la divina Trinidad eres el Verbo glorificado y glorificador, como la gloria del Padre que te engendra y la del Espíritu Santo, al que produces con él, el cual te abraza y une a sí gloriosamente. Gloria al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo, como era en el principio, desde la eternidad, ahora y para siempre.
En Dios alabaré a la Palabra (Sal_55_11). En ti, Señor Jesucristo, en ti, Verbo Encarnado, alabaré la palabra que creó todas las cosas. Alabaré al Verbo Encarnado que redimió a los hombres y que vino a la tierra para anonadarse, empobrecerse y vaciarse, por así decir, de la gloria que debía tener en razón de la naturaleza divina desde el primer instante de la Encarnación, ocupando los sitios que los ángeles dejaron vacíos y trasladando al empíreo a los hombres redimidos para retirarlos del poder de las tinieblas, de las que fueron llamados a tu luz admirable, en la que les señalas vías que los llevan al cenit de la gloria cabal. Todos, santos y santas, alaban en el Verbo Encarnado la omnipotencia de la palabra: Pero vosotros sois linaje elegido, sacerdocio real, nación santa, pueblo adquirido, para anunciar las alabanzas de Aquél que os ha llamado de las tinieblas a su admirable luz (1Pe_2_9s), debido a que en otro tiempo siguieron a Belcebú; es decir, el camino de los demonios, y que ahora sois el Pueblo de Dios (1Pe_2_10), porque el Verbo Encarnado rescató a todos por misericordia, de los que antes no se tuvo compasión (1Pe_2_10), porque no la merecían; pero a pesar de su malicia, ahora son compadecidos (1Pe_2_10).
A punto está mi corazón oh Dios, voy a cantar, voy a salmodiar, anda, gloria mía (Sal_108_2). Levántate, pues, gloria mía, levántate, salterio mío, y con tus diez cuerdas abate los diez cuernos de la bestia que ha impulsado a los hombres a ofender a tu majestad quebrantando tus diez mandamientos. Por medio de tus siete cuernos de luz, derriba los siete pecados capitales; hálito hediondo exhalado por las tinieblas infernales.
Te confesaré ante todos los pueblos como señor universal: pregonaré tus [3] alabanzas por todas las naciones, diciendo que reinas desde el madero; que Jesucristo, quien reina crucificado sobre la cruz, sea bendito eternamente. Bendita sea la flor de la raíz de Jesé, que subió al Calvario y se dejó llevar al sepulcro. Bendita sea su alma santísima, que con inmensa compasión bajó a los limbos para liberar a sus cautivos, llevándolos consigo como cautivos del amor de sus bellezas incomparables: Porque tu amor es grande hasta los cielos, tu lealtad hasta las nubes (Sal_108_5).
Rey mío, te fuiste sobre las nubes para volver sobre blancas nubes, pero glorioso, demostrando que todo lo que dijiste es la verdad, y que tú mismo eres la verdad, el camino y la vida, todo lo cual manifestarás en el juicio universal.
Entre tanto: Alzate, oh Dios, sobre los cielos, sobre toda la tierra, tu gloria. Para que tus amados salgan libres, salva con tu diestra, respóndenos (Sal_108_6).
¿Qué dices, oh Santo por esencia y por excelencia, separado de los pecadores? Yo digo: Ya exulto, voy a repartir a Siquem, a medir el valle de Sukkot (Sal_108_8). Me gozo ante lo que daré, así como doy el reino que adquirí por medio de mi cruz, que cargué sobre mis espaldas. Este es mi principado, predicho por Isaías. Mediré el valle de los tabernáculos, ensalzaré a los míos con mi anonadamiento; alzaré a los humildes, que son los valles en los que moré y reposé en la tierra.
Mío es Galaad, mía es la asamblea de los testimonios divinos y humanos. Yo verifiqué todo con mis hechos. Mío es Manasés; a mí corresponde conceder la misericordia y el perdón. Como no deseo guardar memoria de los pecados que mis elegidos cometieron, los disimulé con la penitencia que hice por ellos, pagando lo que no robé: lo que cometieron y lo que cometerán los que han de nacer. Efraín, yelmo de mi cabeza (Sal_108_9). Mi cabeza florida y colmada de fruto obsequia a sus amados la heredad que posee por naturaleza y por adquisición. Judá es mi cetro real; yo soy rey en Judá, en el seno de mi Padre eterno, que me comunica su esencia. El proclamó que yo [4] soy su verdadero y amado hijo, en el que se complace. Soy rey en Judá porque soy del linaje de Judá. Yo soy el verdadero rey: Rey de reyes y Señor de señores, como lo muestro en mi muslo y en mis vestiduras; soy rey por nacimiento eterno, rey por generación temporal. Yo soy el león vencedor de la tribu de Judá y el reino de David. Soy el Señor Jesús, Dios y hombre, que durmió con los ojos abiertos: al dormir miró a la muerte para vencerla tanto en el sepulcro como en los limbos. Moab es el puerto de mi esperanza. Soy Padre, tendré hijos propios. Los elegidos vendrán de las tierras más lejanas: Sobre Edom tiro mi sandalia, los extraños se han convertido en mis amigos (Sal_108_10).
¿No eres tú, Señor, el que nos ha rechazado, sin ser atraído por nuestra aparente virtud? No, no, Señor, no nos has dejado; fuimos nosotros los que te dejamos. Oh Bondad, tú nos has ayudado en nuestras tribulaciones, al ver que todos los auxilios humanos eran para nosotros vanos e inútiles: Con Dios hemos de hacer proezas, y él hollará a nuestros adversarios. (Sal_108_14).
[5] Penetra sutilmente todos los cuerpos con tu pureza, para que todos sean uno; di eternamente a los benditos del Padre: Recibid la herencia del Reino (Mt_25_34). Recibe el reino que te fue preparado desde el origen del mundo. Jesucristo, primogénito de muchos hermanos, por ser el mayor de las criaturas; entra en él, porque él entra en ti. Te pertenece; sé suyo, y encuentra en él tu reino de gloria. Goza de la impasibilidad y de una abundante y esencial paz mediante la naturaleza divina, que la ha desbordado sobre y en ti, Divino Verbo Encarnado. Tú harás impasibles los cuerpos de los elegidos, a imitación del tuyo. Por tus méritos reformarás el cuerpo de nuestra bajeza, haciéndolos semejantes al cuerpo de tu claridad. A pesar de que fueron sembrados en la ignominia, resucitarán gloriosos en el último día. A los cuerpos que fueron sembrados en la debilidad, él los resucitará llenos de fuerza; si, mi todo, los cuerpos de los elegidos que fueron creados como animales, resucitarán como seres espirituales.
Oh Jesús, maravilla de amor en tu primera resurrección, los cuerpos sembrados en corrupción resucitarán para ser incorruptibles por toda la eternidad, para ser transformados de claridad en claridad a imitación y en virtud del tuyo, por obra del Espíritu Santo que será glorificado al iluminarlos con sus claridades. Se tornarán transparentes mediante el poder del mismo Espíritu, cuando todo sea gloriosamente divinizado, para que Dios sea todo en todo. Entonces se cumplirá el anhelo del profeta: nuestra naturaleza volverá a ti, por obra tuya, diez veces más de lo que se había alejado; todos los elegidos te cantarán en Sión una alabanza eterna. Los profetas y todos los santos, con tu gracia, ganaron mil; pero tú, por tu propio poder, ganaste diez mil. Comienza, divino salterio, a hacer resonar las divinas alabanzas. Entona tu cántico divino, Cordero de Dios, y todos los que conquistaste cantarán en seguimiento tuyo. Los cuerpos gloriosos lo harán como laúdes, arpas, órganos, violas y panderos tocados por la delicadeza sacrosanta de los cuernos de luz que brotan de tu cabeza y de tus manos. Todos a una cantarán el cántico de Moisés, pero de una manera más admirable, porque tú eres más que Moisés, ya que, en cuanto hombre, te hiciste siervo de tu Padre, a pesar de que, en tu calidad de Dios, eras Señor en todo igual a él.
[6] Canta tu dicha, glorioso Señor; todos los elegidos danzarán a tu cadencia: al acrecentarse su gloria, multiplicarán también su alegría. Al verte gloriosamente ensalzado, cantarán a través del mar de vidrio del que son afluentes. Tu cuerpo glorioso es ese mar que está delante del trono; más aún, es el mismo trono de Dios. Ellos cantarán en sus propios cuerpos porque les pertenecen, pero rescatados, elevados y divinizados por ti, al darles en participación tu gloria, así como participan de tu divina naturaleza.
El Verbo Encarnado es modelo de la vida pastoril por ser el divino cordero que conduce a las almas a las fuentes de agua viva, donde es matizado por diversos colores que su amor le comunica para transformar en si mismo a quienes lo aman.
Pastorcito, real profeta, ovejero afortunado: háblanos del cuidado que tuvo de ti el gran pastor de las almas. El Señor es mi pastor, nada me falta. Por prados de fresca hierba me apacienta (Sal_2_3). Verbo Encarnado, ¿Qué me enseñas con estas palabras?
Hija, Dios es tu pastor. Mi divino Padre es principio de origen. El te alojó en mí, que soy el término de su entendimiento; su presciencia y su providencia moran en mí. El se apacienta con su propia gloria. Yo soy la imagen de su bondad, la figura de su sustancia, en la que se complace y conforta a sí mismo, deleitándose en comunicarme su esencia por vía de generación activa, que yo recibo pasivamente; que yo termino felizmente. Es éste un término delicioso a mi Padre, en el que se proporciona sustento y solaz. Ovejita muy querida, entra en la luz, aliméntate con la hierba fresca de la sabrosa sabiduría; robustécete con este abundante pasto; embellece por completo tu ser, mi toda mía.
Mas no, soy yo quien, por obra mía, te hermoseo sin decolorarme al hacerte participar de mis colores; lo único que haces es aceptar dulcemente, pareciéndome que sólo te ocupas en recibir de mi Padre lo que mana de su fecunda caridad. Por mediación mía, hija, te concede una vida superabundante a través de la cual, sin esperar a estar en el cielo, puedes contemplar la luz en la misma luz. Cuántas maravillas te comunico en estas palabras. Por prados de fresca hierba me apacienta. Allí, mi muy amada, te adhieres al pecho real y divino a través de mí, como una bebita que presiona amorosamente mi pecho para que te comunique su leche en abundancia. Deseo perfeccionar mi alabanza por encima de todas las aguas creadas, sea por naturaleza, sea por gracia. Quiero alimentarte y levantarte hasta que tu alma sea una con mi Padre, conmigo y con el Espíritu Santo. Hacia las aguas de reposo me conduce (Sal_23_2b). Lo que se obra en nuestro interior es necesariamente insertado por nosotros en ti a través de dones gratuitos y por comunicaciones voluntarias y proporcionadas a la debilidad de una naturaleza creada y levantada por nuestra buena voluntad o complacencia en ti. El Espíritu Santo es la fuente amorosa, el torrente que te arrebata sin perderte, a menos que sea en sus olas, donde estás más segura. Su viento divino te refresca y calienta, todo a una, sin quemarte ni helarte.
El es quien modera y atenúa el ardor y el frío; como sabes, él es nuestra espiración pasiva, que a su vez nos abraza; como si dijéramos que es nuestro reflejo pasivo, el cual, tanto por circumincesión, como por inmensa contención, como lazo, como beso común, como amor pasivo, nos ama en relación con su principio. En nosotros todo es extremo, todo es moderado, porque la plenitud posee la inmensidad como término, sea de entendimiento, sea de voluntad.
[7] Este Espíritu de amor te detiene en nuestro amor y te diviniza. Necesitas reflexionar en lo dicho por mí, que soy el Verbo del Padre: él habla y yo digo, porque yo soy su palabra. El Espíritu, que recibe de nosotros su esencia sin dependencia, te es enviado por nosotros para glorificarme. Nada dice de sí, porque él no es la palabra, sugiriendo más bien lo que yo he dicho, advirtiendo pero no como un simple repetidor, por ser él quien produce la ciencia que mi Padre y yo enseñamos por medio de palabras. Nuestras operaciones al exterior son comunes y todos nos damos; mas para mostrarte lo que dije, que glorifiqué a mi Padre y él a mí, dando testimonio en el Jordán y en el Tabor, el Espíritu Santo me glorifica como testigo mío irreprochable, enseñando a ustedes la verdad que les manifiesto: Cuando venga él, el Espíritu de la verdad, os guiará hasta la verdad completa; pues no hablará por su cuenta, sino que hablará lo que oiga, y os anunciará lo que ha de venir. El me dará gloria, porque recibirá de lo mío y os lo anunciará a vosotros. Todo lo que tiene el Padre es mío. Por eso he dicho: Recibirá de lo mío y os lo anunciará a vosotros (Jn_16_13s).
[8] El ejerce el oficio de maestro de una manera espiritual, concediendo la inteligencia de mis palabras, tanto las que dije, como las que diré. Gracias a mi oración y a mis méritos vendrá, como mi Padre y yo, al interior del alma. Viene y vendrá de nuevo si el alma es fiel, permaneciendo siempre con ella para consolarla, confortarla, instruirla, calentarla y hacerla renacer con nacimientos admirables, a fin de que pueda ver con claridad en el reino de Dios, y que llegue a él desprendida de todas las cosas visibles.
El mundo no conoce al Espíritu ni puede recibirlo porque en todo es movido por su malicia, y El es un Espíritu de bondad. El mundo es corrupción mortal de pecado, en tanto que el Espíritu no es hombre mortal para aguardar a los hombres, como yo al estar en el mundo. Como no tiene cuerpo, adoptaría un signo visible porque ustedes son materiales y ante la necesidad de manifestar el sacramento de su misión en el tiempo prístino, para servir de testimonio fundamental de la verdad de mis promesas, así como para revelar a ustedes las tres personas que les nombré, las cuales se declaran a sí mismas singular y distintamente, sea mediante la voz, sea mediante el fuego, sea a través el viento.
En cuanto a mí, me manifesté de diversas maneras. Pueden conocerme ahora a través de variadas experiencias y conocerán al Espíritu cuando venga y les manifieste todo lo que es necesario para su salvación y la de toda la humanidad. El les dará a conocer que yo estoy en mi Padre y mi Padre en mí. El les enseñará que ustedes están en mí así como yo estoy en mi Padre; que yo vivo y que ustedes viven y pueden verme; al amarme, son amados de mi Padre, el cual, con el Espíritu Santo y yo, venimos a hacer en ustedes nuestra morada.
Quien a Dios tiene, tiene la paz, no a la manera del mundo, la cual es una falsa paz, sino la paz verdadera del que está despegado de todo lo creado y visible, y que por ello es capaz de recibir al Espíritu Santo. Como ustedes están apegados a mi presencia visible, es menester que me vaya. Si no lo hago, él no vendrá a ustedes. Fueron éstas las palabras que dirigí a mis apóstoles para disponerlos a sufrir la privación de mi presencia visible y a recibir un Paráclito invisible, que les sería dado visiblemente debido a las razones mencionadas, pero que yo permanecería con ellos invisiblemente por toda la eternidad en la tierra, mediante la gracia oculta en el cielo, en la gloria plenamente revelada...
[9] El Espíritu no sabe de tardanzas; quiere ser prontamente obedecido en aquello en que desea que obre la gracia, exigiendo la correspondencia de la persona a la que es concedido después de que yo sea glorificado en ella.
Te ha sido dado en abundancia y te apremia porque es fuego, porque es viento, porque es el agua de vida ardentísima: es la vida misma y el mismo ardor. El es pasivo en la divinidad, pero activo en la humanidad; actividad que abrasa y conserva al que está sujeto a él, del que es objeto invisible en sí, pero bien visible y sensible en sus efectos. Mientras estuve en el mundo, fui visible en mi humanidad; pero manifesté muy poco sus efectos a las almas de mis discípulos, debido a que habría tiempo suficiente para conversar con ellos, en caso de que tardaran en conocerme.
Yo sólo vine para llamar; el Espíritu Santo debía confirmar. Yo, para bosquejar; el Espíritu Santo, para perfeccionar. Yo, para consolar maternalmente; el Espíritu Santo, espiritualmente. Como ya te he dicho, él debía obrar la reflexión, que genera más calor que la simple comunicación.
Era menester que existiera proporción entre el donante y el que recibe, para dar en cambio un gran amor. Cuando el Espíritu Santo, igual a mi Padre y a mí, vive en el alma, recibe y nos devuelve lo que enviamos a ella. Si, en cambio, ella se le resiste, lo contrista moviéndolo a suplicar con gemidos inenarrables. El Espíritu Santo es el que ora por los santos.
En cuanto a los réprobos, no les niega el auxilio suficiente y más que suficiente, aguardando a que llegue el momento, y en ocasiones hasta su muerte, en cuya hora no desean convertirse. No son perdonados ni en esta vida ni en la otra, debido a que se obstinaron pecando contra el Espíritu Santo, pecado que no se perdona ni en este mundo ni en el otro.
El ruega para que los santos lleguen a conocer que sus faltas son de debilidad pasiva o activa. Ora por ellos y en ellos, exhortándolos a pedir lo que nuestra bondad desea concederles.
El Espíritu Santo es un fiel consolador: Hija mía, es él quien está contigo para inspirarte, guiarte, enseñarte el sentido místico de las escrituras, y descubrirte, junto con mi Padre y yo, la Trinidad de nuestras personas y la unidad de nuestra esencia. Es él quien te enseña sin ruido de palabras, esclareciendo la palabra increada en tu entendimiento. Es él quien te inspira las reflexiones admirables que haces sobre los misterios divinos, reflexiones que arrebatan de [10] admiración a los teólogos escolásticos, quienes saben muy bien que no sólo recibiste el bautismo de Juan, sino que también fuiste bautizada con el del Espíritu Santo; y que no sólo has sido lavada, sino también alimentada y formada en el henchido mar de la divina comunicación.
Dios de suma bondad, comprendo claramente que eres mi Maestro y mi Pastor, que me guía por senderos de justicia, en gracia de su nombre (Sal_23_3). Que todo esto sea para gloria de ese nombre. Me haces volar por un atajo en lo alto, sobre las sendas por las que guía los justos y tu presencia amorosa me quita el miedo a las sombras de la muerte. No temo el mal que es la privación, porque tú vas conmigo (Sal_23_4); porque tu floreciente cayado siempre tiene flores para mí, atrayéndome dulcemente a ti. Tu vara es para mí apoyo y defensa contra mis enemigos y mi consuelo en la aflicción.
Unges mi cabeza con óleo de alegría, haciéndome reina por gracia así como eres rey por naturaleza, dándome a beber tu cáliz de amor, el cual me embriaga con su bondad y me hermosea con su belleza, para que aparezca semejante a aquel que se digna amarme, acompañándome a todas partes y en todos mis pensamientos, por su misericordia, todos los días de mi vida e invitándome a iniciar mi conversación en el cielo con sus bienaventurados: Mi morada será la casa del Señor a lo largo de mis día (Sal_23_6). Caminas delante de mí, llamándome con el nombre nuevo que te plugo darme, que pronuncias dulcísimamente en tu amable misericordia para hacerme derretir de paz y de contento, pidiéndote que corones tus misericordias con la corona inmarcesible de la gloria por todos los días de mi vida. Gozo tanto con las dulzuras [11] de tu bondad, que sólo habrá que culpar mi negligencia si no correspondo a la asistencia de tus gracias, que tan bondadosamente me ofreces.
Capítulo 2 - Jesucristo es el día que nos iluminó al salir de la noche. Los ángeles abandonaron a los Judíos para dirijirse a las mujeres, anunciarles la resurrección y manifestarles sus signos. Marzo de 1636
[13] Mi puro amor, eres admirable en todos tus misterios, pero en el de tu resurrección lo eres en sumo grado. El apóstol nos dice que tu Padre habló de diversas maneras, pero que al llegar el tiempo habló por mediación tuya. Cuando te dignaste nacer en Belén, hablaste a través del silencio. Tu primer nacimiento fue un día que debía ser opacado por el de tu resurrección: El día al día comunica la palabra, y la noche a la noche transmite la noticia (Sal_19_2). Esta segunda noche nos muestra el origen de la primera.
El segundo día nos dice que tú eres la verdadera luz que huyó de las tinieblas, en las que brilló sin que ellas la comprendieran: sea por desconocerte, sea porque escapaste de ellas por no haberte recibido con el amor que te debían con toda obligación. Viniste a iluminar a los que te recibieron, haciéndolos hijos de Dios y asociándote a ellos en una sociedad inefable como participes y consortes de tu divina naturaleza. Los constituiste herederos contigo, mostrándoles la gloria que tienes como unigénito del Padre, lleno de gracia y de verdad; el cual te engendra por segunda vez, pero ya sin sufrir, expresivo y elocuente.
Nunca, antes de ti, se había visto ni oído a un hombre resucitado por su propio poder, que hablara de las maravillas divinas y de todo; que se expresara en Dios como tú, que eres Aquel por cuyo medio hizo los siglos, por ser su Verbo, esplendor de su gloria, figura de su sustancia y palabra portadora de su poder.
[14] Después de obrar la purgación de los pecados, te sentaste a la diestra de su majestad en los altísimos lugares que están sobre todos los ángeles. Como éstos no pueden recibir el nombre de hijo natural, honran sobremanera el mandamiento que recibieron de adorarte en esta segunda ocasión. El amor, por así decir, se duplicó en ellos: poseyeron el fuego a tal grado, que a pesar de que adoptaron cuerpos blancos como la nieve, la llama brillaba en sus ojos cuyas miradas eran como rayos luminosos, prontos a tus órdenes cual ministros de fuego, pero un fuego que abatió a los soldados enemigos y animó el valor de las mujeres, tus amigas, diciéndoles que no temieran: la vida había salido del sepulcro, porque la muerte se había eclipsado de él.
También les dijeron que Jesús de Nazareth, el lirio en flor, había salido de la tierra con mayor gloria que Salomón, ya que su propia gloria lo revistió cual luminosa túnica y su cuerpo santísimo era luz. Dejó los sudarios que lo envolvían por varias razones y para declarar grandes misterios, diciendo que la sencillez y pureza del Verbo Encarnado no necesitaban de adornos prestados, por ser la belleza misma; que no era menester seguir ocultándolo en la tierra de los muertos, por haberse convertido en la tierra de los vivos, ya que su cuerpo estaba pleno de vida gloriosa.
El hizo el día de felicidad en el que todos los elegidos debían alegrarse, por ser el día de las bodas y de las revelaciones, por ser él espejo sin mancha, espejo voluntario que se muestra cuando, como y a quien le place. La antigua ley no pudo contemplar este día por tener los ojos legañosos y encontrarse en las sombras bajo los lienzos que con gran reverencia cuidaban los ángeles como señal en la tumba, por temor a que los judíos fuesen a desgarrarlos en caso de encontrarlos, como hicieron antes con la vestimenta de este Pontífice.
Escuché que los judíos cayeron en bancarrota por haber renunciado a Jesucristo, tesoro del Padre, cuya pérdida declararon dichos espíritus celestiales, afirmando que no quisieron creerles y que estaban hartos de servirlos. Por esta razón aparecieron sentados, pudiendo aplicar a Jerusalén lo que antes dijeron de Babilonia, retirando su fidelidad a todo lo que Dios les había ordenado en cuanto a la [15] antigua ley, y ofreciéndose a servir a los de la ley de la gracia e instruir a las mujeres ya que los hombres no comprendían sus enseñanzas ni las señales que el Mesías les había dado. Los mismos apóstoles no creyeron la verdad que las buenas mujeres y María les anunciaron, hasta comprobar, por sí mismos lo que ellas dijeron: Pero todas estas palabras les parecían como desatinos y no les creían. Pedro se levantó y corrió al sepulcro. Se inclinó, pero sólo vio las vendas y se volvió a su casa, asombrado por lo sucedido (Lc_24_11s). Hasta que Pedro se encorvó y se humilló en el sepulcro, pudo saber que su maestro había salido de las tinieblas, por ser la luz verdadera y el día por excelencia.
Capítulo 3 - La divina bondad se complace en manifestar sus maravillas sobre los montes, para su gloria y la de sus elegidos. Viernes 28 de marzo de 1636.
[17] Por su parte, los once discípulos marcharon a Galilea, al monte que Jesús les había indicado. Y al verle le adoraron (Mt_28_16s). Dime, gloria mía, ¿por qué no quisiste decir a tu colegio apostólico, encerrado en el cenáculo, que se te había dado todo poder en el cielo y en la tierra?
Porque quería extender mi evangelio por todo el mundo. El diablo me llevó a la cima de un monte para ofrecerme los reinos del mundo, que eran suyos debido a la injusticia de sus engaños y a la negligencia de los hombres. Quise escoger un monte para decir ante el cielo y la tierra que yo era el Señor universal, el único que posee todo el poder. Fue mi voluntad preparar a mis apóstoles y a mis elegidos cual si fuesen montañas. El real profeta dijo refiriéndose a mí: Tú que afirmas los montes con tu fuerza, de potencia ceñido (Sal_65_7).
Quise manifestar que yo era omnipotente en virtud de mi divinidad, la cual concedió todo poder a mi gloriosa humanidad, la cual tan cumplidamente mereció el dominio soberano sobre toda criatura. Ella, sin embargo, sólo quiso tomarlo en posesión por la muerte de cruz, mediante la cual todas las naciones recibirían la buena nueva de su salvación. Por esta razón fue levantada sobre un monte.
Siempre me complazco en mostrar mis maravillas en las montañas; el cielo empíreo es el lugar en el que manifiesto mi gloria; en el paraíso terrenal, tan elevado, deposité la gracia y la inocencia, colocando en él a Adán, de cuyo costado formé a Eva, para mostrar que me complacía en los lugares elevados. Abraham recibió el mandato de ir a un monte para sacrificarme más su voluntad que a su hijo, por el que me di en prenda, lo cual figuró el carnero que se presentó ante Abraham con los cuernos trabados en un zarzal.
Cuando di la ley escrita, escogí el Monte Sinaí, en el que manifesté mi poder por medio de truenos y relámpagos. Escogí la Judea como el lugar de mi permanencia, [18] porque amo los montes; las solas puertas de Sión me agradan más que todos los tabernáculos de Jacob.
Al Monte Sión se refirió el profeta cuando dijo: Los que confían en el Señor son como el Monte Sión; estable es por siempre el que habita en Jerusalén (Sal_125_1). Jerusalén, visión de paz donde Dios quiso tener un templo para detener en él su mirada y su corazón; en ella quiso que su pueblo le adorara. Los llevó a su término santo, a este monte que su diestra conquistó (Sal_78_54). Monte que recibió la paz y la comunicó a los valles y collados. David dijo en alta voz: Levanto mis ojos a los montes, ¿de dónde me vendrá el auxilio? (Sal_121_1). David sabía muy bien que Dios, el Altísimo, desechó la tienda de José y no eligió a la tribu de Efraín: Mas eligió a la tribu de Judá, el monte Sión al cual amaba. Construyó cual unicornio su santuario, como la tierra que fundó por siempre (Sal_78_68). Comprendo, mi divino amor, que tú eres ese poderoso unicornio: mediante el cuerno de tu autoridad estableces y destruyes todo lo que es tu voluntad edificar y destruir.
No quisiste abrir en público tus labios sagrados hasta el decimosegundo año de tu vida mortal, cuando preguntabas y respondías a los doctores de la ley, reunidos en el templo de Jerusalén, sobre qué profetizaron Isaías y Miqueas al invitar en espíritu a toda la humanidad, diciendo: Venid, subamos al monte del Señor, a la Casa del Dios de Jacob, para que él nos enseñe sus caminos y nosotros sigamos sus senderos. Pues de Sión saldrá la Ley, y de Jerusalén la palabra del Señor (Is_2_3); (Mi_4_2). No me instruías entonces por ministerio de un ángel, sino tú mismo, que eres la única voz y el único camino que debemos oír y seguir, por ser el Mesías prometido. Habla, gloria mía; es tu derecho por ser el Verbo Venerado y Encarnado, que confiere la gracia y el poder a la Iglesia militante, así como el gozo de la gloria a la triunfante.
Abre tus labios sagrados y envía a los corazones, a través de los oídos de tus escuchas, los frutos del paraíso del amor. Pronuncia las ocho bienaventuranzas, aun en las persecuciones. A ti corresponde albergar dos contrarios en un mismo sujeto. Como eres viajero y comprensor, puedes manifestar las maravillas del cielo y de la tierra a partir del momento de tu Encarnación. Como, sin embargo, todo está ordenado en Dios, en ti, Hombre-Dios, todo se dice y hace por mandato: hablas o callas según la voluntad de tu Padre Eterno, cuyo nombre [19] glorificaste durante tu vida, al morir y al resucitar. En el Calvario te reconoció el centurión como Hijo verdadero y natural de Dios, cuyo amor fue más fuerte que la muerte. El te confirió, con todo derecho, todo poder en el cielo y en la tierra, después de haber sufrido sobre el monte. Dios de mi corazón. Tu confusión tuvo lugar sobre un monte elevado; en este día escoges otro para proclamar tu gloria ante todos tus elegidos, diciéndoles: Me ha sido dado todo poder en el cielo y en la tierra. Id, pues, y haced discípulos a todas las gentes bautizándolas en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, y enseñándoles a guardar todo lo que yo os he mandado. Y he aquí que yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo (Mt_28_18s).
Mi Padre ha dado, según mis méritos, un poder total y absoluto. Por eso los envío como doctores al universo, para que enseñen mi voluntad a todas las naciones, bautizándolas con el bautismo de gracia en el nombre del Padre omnipotente, del Hijo omnisciente y del benignísimo Espíritu Santo. Mas para lograr que su doctrina sea plena de energía, observen fielmente todo lo que les he dicho. Estaré con ustedes hasta la consumación de los siglos con mi presencia invisible, para incrementar la irradiación de su fe, que debe cimentarse en la verdad de las cosas ocultas, aunque reales. Mi presencia consumirá en ustedes todo lo que es secular, destruyendo la vanidad de la forma de este mundo mediante su fiel e inalterable verdad.
No les muestro y ofrezco darles el reino de mi amor sólo por un momento, como lo hizo conmigo el tentador, presentándome por un solo instante todos los reinos del mundo y ofreciéndomelos si le adoraba, a él, que se ve obligado por mi poder a doblar las rodillas ante mi grandeza aun en los abismos, para confundir el orgullo y la ambición que tuvo de elevar su trono hasta el Altísimo, diciendo que se sentaría sobre el monte del testamento en dirección de Aquilón, en tanto que yo estaría en él de pie, clavado sobre una cruz para librar a los hombres de su tiranía. Hoy pueden decir mis fieles a una conmigo: [20] Muerte, ¿Dónde está tu muerte? Infierno, ¿Dónde está tu aguijón? La muerte ha sido devorada en la victoria. ¿Dónde está, oh muerte, tu victoria? ¿Dónde, oh muerte, tu aguijón? Muerte, yo seré tu muerte; infierno, yo seré tu aguijón (1Co_15_54s). Les doy el poder de atar y desatar los pecados; lo que hagan con este poder, se hará en el cielo. Les doy el poder de obrar milagros y prodigios como yo los hice, y aún más señalados en mi nombre: si les dan veneno, no los dañará. Hablen una lengua nueva; sean sencillos, hablen cual ministros del soberano Dios. Arrojen con mi poder a los arrogantes demonios de los espíritus y cuerpos, de los que se apoderan con el engaño, aunque por permisión divina a causa de los pecados de los hombres, y los designios secretos de mi providencia al permitirlo.
Discípulos míos, vayan por todo el mundo a dar el mensaje de mi paz a los hombres; pero antes de predicarla a los demás, poséanla en ustedes mismos. No los dejaré solos; no volveré a morir, la muerte no tendrá más dominio sobre mí. Si resucitaron conmigo, busquen las cosas de arriba. Animen su fe con una gran constancia: yo he vencido al mundo, al demonio y a la carne. En mí ya obtuvieron la victoria por adelantado. Cada uno de ustedes debe decirse al llorar mi presencia visible: El consuelo huye de mis ojos (Os_13_14), se oculta a mis ojos mortales, porque me veo privado de este objeto admirable, el cual se fue al cielo con todos los que sacó del limbo, a los que manifestó su belleza adorable, haciéndolos felices mediante la participación de su gloria, la cual reparte entre los hermanos (Os_13_15). Deseo sacar fuerza de mi debilidad, porque él quiere ser mi apoyo invisible fortaleciendo mi fe. Como su gloria es mi contento, me alegra pertenecer a la Iglesia [21] militante y participar en los combates en tanto que él goza, en la triunfante, del reino que adquirió para sí. Perdona mis quejas y toma en cuenta mis resoluciones de todo hacer y padecer en la tierra por amor a ti.
El Rey profeta me prometió que estaría con los que sufren tribulaciones, y que estría con ellos antes de que sus espíritus fuesen sitiados por ellas, para sostenerlos tú mismo, asegurándoles la victoria sobre todos sus enemigos y la gloria que les darás a gozar, amigo el más querido de todos, en la perennidad de la eternidad en el empíreo, en el que te contemplarán por ser el candor de la luz eterna, esplendor de la gloria paterna, figura de su sustancia, palabra omnipotente, imagen de su bondad y espejo sin mancha de su majestad. Bendito sea el Señor, Dios de Israel, el único que hace maravillas. Bendito sea su nombre glorioso para siempre, toda la tierra se llene de su gloria. Amén, Amén. Fin de las oraciones de David, hijo de Jesé (Sal_71_18s). Sólo corresponde a tu diestra, que eres tú mismo, el hacer maravillas tú solo y vencer en la batalla, por ser el Señor fuerte y poderoso; y como rey de los ejércitos, tomar la gloria que te es esencialmente debida. Permite que bendiga el nombre de tu majestad; que, unidas a mí, todas las criaturas te adoren desde ahora hasta la eternidad. Hoy se llena la tierra de tu majestad: Sea su nombre bendito para siempre, que dure tanto como el sol. En él se bendigan todas las familias de la tierra, dichoso le llamen todas las naciones (Sal_72_17). Que todas las criaturas te alaben, porque son benditas en ti. Cuán admirable eres en todo lugar, pero especialmente en los montes, en los que manifiestas tu gloria. Señor, qué bueno es caminar a la luz de tu rostro, rebosando todo el día de una santa alegría a causa de los méritos de tu justicia. Tuyo es el cielo, tuya la tierra, el orbe y cuanto encierra tú fundaste; tú creaste el norte y el mediodía, el Tabor y el Hermón exultan en tu nombre. Tuyo es el brazo y su bravura, poderosa tu mano, sublime tu derecha; Justicia y Derecho, la base de tu trono (Sal_89_12s).
[22] Como tú llevas las riendas del gobierno universal, que jamás tendrá fin, venos contentísimos al saber que tu júbilo es también el nuestro: Amor y Verdad ante tu rostro marchan. Dichoso el pueblo que la aclamación conoce (Sal_89_15s). Jacob dijo en otro tiempo que bajaría dichoso a los limbos por haber recibido la noticia segura de que su hijo José estaba vivo en este mundo, aunque tuviera que pagar un día de tributo a la muerte. Con mucha mayor razón debemos estar contentos al descender de esta montaña para anunciar a toda la humanidad la alegría de su salvación, y decirle que tú vives con una vida inmortal, y que en ti son ya glorificados; que millones de ángeles te sirven y que todos los bienaventurados bendicen el nombre de tu majestad, confesando con David que sus alabanzas son demasiado pobres y muy limitadas: Fin de las alabanzas de David (Sal_89_15s). Es necesario que tú mismo seas tu propia alabanza, exaltando tu nombre por encima de todos los cielos, porque eres el cielo supremo e igual al Padre y al Espíritu Santo: Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo. Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos.
Capítulo 4 - El alma del Salvador resucitado a la que acompañé en espíritu a los limbos y sobre la tierra quiso unirse a la mía, concediéndome con largueza dones inefables. Testimonios que los cuatro elementos y otras criaturas del cielo y de la tierra rindieron a la resurrección del Rey de la gloria (1636)
[25] Durante todo el tiempo de Pascua recibí muchas gracias de mi divino Esposo, las cuales, por ser tan variadas, me son indescriptibles. Diré solamente que mi divino Amor, habiéndome recreado con su alegría, porque lo amo, me dijo que el alma de Jonatán al encariñarse con la de David, dio a éste su vestido, su espada, su arco y su cinturón. De manera semejante, él me comunicaría todos sus tesoros, porque durante los días santos había seguido o acompañado en espíritu su alma sagrada en sus jornadas, y por una adhesión que lo complacía me unía a ella. Por esta razón me daría su palabra como ceñidor y espada, para que me sirviese de ornamento interior y exterior. También valdría para salvación de mi prójimo, porque la Palabra es eficaz al ser articulada con amor. En virtud de la sangre del cordero, mis labios serían como un listón encarnado: Tus labios, una cinta de escarlata; tu hablar, encantador (Ct_4_3).
Por ser la gracia tanto interior como exterior, el vestido sería la santa humanidad con la que me revestía; la espada, el amor que me conglutinaba a su alma bendita. Me dio su gloria en participación, sin disminuir en nada, porque da de sus bienes sin perder algo al comunicarlos.
El domingo de la octava vi una multitud de pensamientos de diversos colores. Como dichas flores son pequeñas y muy frágiles, comprendí que simbolizaban la debilidad de nuestros pensamientos comparados con la sublimidad y fuerza de [26] los que ocuparon la mente de Dios, por amor a nosotros, en la obra de nuestra redención. Intuí la amabilidad del mismo Dios al recoger los pequeños pensamientos que le presentamos, complaciéndose en dichas florecillas cuando nacen en un corazón colmado de su amor. Comprendí con gran suavidad, a la manera de una madre, al divino Salvador comunicándose después de su resurrección, familiarmente, a sus apóstoles, obrando una infusión de su divinidad y una efusión de su humanidad, y que estas dos palabras, infusión y efusión, no significan lo mismo, como parece a primera vista. La infusión es una comunicación sin disminución mediante un flujo perpetuo que mana de una fuente eterna; la efusión, en cambio, se obra mediante un desahogo que implica cierta disipación y merma del objeto que recibe cierta mengua al comunicarse.
El Salvador dio su divinidad mediante un soplo en todas sus comunicaciones, tan diferentes y variadas; divinidad que jamás sufrió disminución alguna. La comunicó, junto con su vida divina, a las brasas y al pescado que les dio a comer, sin sufrir detrimento. La zarza ardía sin consumirse, por ser él como un delfín en el mar de la mente divina, que es la fuente de la que recibe su ser divino, en el que vive como en su principio, del que jamás se separa. El pescado se asó debido a que Dios es un fuego que consume, no con una consumación destructiva, sino más bien perfeccionante.
Antes de recibir los influjos de la divinidad, es necesario adorar la humanidad, mediante la cual El Dios Salvador condujo a sus apóstoles hasta la divinidad, permitiéndoles tocar sus llagas y diciéndoles: Soy yo. Palabras que muestran la inmutabilidad de su sustancia y de su divinidad. La humanidad se comunicó a través de sus heridas y llagas, sufriendo en dicha efusión la disminución de sí mismo, después de la cual dio todavía, mediante otra efusión, la sangre y agua que le quedaban y, al fin, la muerte.
A las almas comunes y corrientes concede la efusión por las aberturas de sus pies y manos. Desde que es impasible, dejó de sufrir, en estas efusiones, destrucción o disminución. En las almas más queridas y elevadas influye la divinidad por conducto del corazón, a través del costado abierto en el que, como en el medio ambiente de la tierra, obra la salvación y la perfección de estas almas [27] de elección. Allí se obran los flujos y reflujos de afectos sublimes. La miel que dio a los apóstoles significa la humanidad que fue producida por la abeja virgen, que no tiene vida de sí, y la humanidad que poseía la vida increada gracias a su unión con la hipóstasis del Verbo.
El Salvador pacífico concede la paz porque no habita sino en la paz, de la que gozan las almas a medida que progresan en la meditación y conocimiento de la divinidad y la humanidad del Verbo: Pone paz en tu término. Su morada en Sión (Sal_147_14); (Sal_76_3). Se complació en explicarme todo este salmo; Dios es conocido en Judá (Sal_76_2): las comunicaciones de su divinidad a las almas, la paz, las luces y otras maravillas que obra en ellas, y que constatamos en los apóstoles, a los que se apareció y dio a conocer no sólo la resurrección de su humanidad resucitada, sino que tenía en sí el principio de su vida divina, por ser verdadero Dios y verdadero hombre.
San Juan dice que los apóstoles y los discípulos creyeron en su resurrección, y San Lucas observa que ellos no creyeron a las mujeres cuando les dijeron que había resucitado: Todas estas palabras les parecían como desatinos y no les creían (Lc_24_11). No hay en ello, sin embargo, contradicción alguna; es que hay almas que ven las cosas en la claridad del Verbo, en los designios de Dios y en su predestinación, cuando a él le agrada concederles estas visiones. Otras, en cambio, sólo ven las cosas en ellas mismas, no pudiendo juzgar sino en la disposición o estado actual en el que se encuentran.
San Juan, el águila real, vio en Dios lo que el milagro de su resurrección obraría en los corazones de los discípulos, que acabarían por creer en su resurrección y en su divinidad; por ello dice que creen. San Lucas sólo se refiere a lo que sucedía en el espíritu de los apóstoles, de los discípulos, algunos de los cuales dudaban o vacilaban en su fe.
Mi divino esposo me dio a entender porqué San Juan cedió el paso a San Pedro a la entrada del sepulcro, a pesar de haber llegado el primero. No entró en ella debido a que el amor divino, a pesar de su penetración, está lleno de respeto. San Juan era un águila divina, y al no encontrar el cuerpo, no se detuvo donde no veía su presa. Comprendí que la pesca que hicieron los apóstoles fue un gran [28] misterio, debido a que ellos debían pescar no sólo almas, sino a Jesucristo, mismo, en el que están contenidas la totalidad y la perfección de la creación. El les dijo: Síganme y los haré pescadores de hombres; pero, oh maravilla, él quiso hacerse su pesca. Ellos capturan un Hombre-Dios que con gusto se encierra dentro de ellos. Aquel que nada en el océano de la divinidad, se encierra de manera admirable en la pesca de sus apóstoles, dándoles el poder de producirlo al consagrar el pan y el vino, y de encerrarlo dentro de ellos mismos.
Mi divino Amor me enseñó la manera en que los cuatro elementos dieron testimonio de la resurrección: La tierra, mediante la apertura de los sepulcros, liberando los depósitos que se le habían confiado: Tembló la tierra y las rocas se hendieron. Se abrieron los sepulcros, y muchos cuerpos de santos difuntos resucitaron. Y, saliendo de los sepulcros después de la resurrección de él, entraron en la Ciudad Santa y se aparecieron a muchos (Mt_27_52s).
El agua, por la pesca milagrosa que tuvo lugar en el mar de Tiberíades: El Salvador creó nuevamente gran cantidad de peces, asando algunos sobre la arena en la ribera o litoral de dicho mar, como figura de un gran misterio el Salvador resucitado se detuvo a la orilla por ser inmortal: no estaba sujeto a los cambios y agitaciones del mar, que representa la vida mortal. Las redes no se rompieron porque la Palabra de Dios, con la que pescan las almas, no sufre detrimento alguno, sino que subsiste por siempre, por ser la verdad infalible. Los que trabajan en esta pesca no se pierden en medio de las tempestades, ya que trabajan por mandato de aquel a quien los vientos y el mar obedecen.
El aire rindió testimonio del Salvador resucitado, en el que penetró al ascender a los cielos; penetración que es atributo de un cuerpo glorioso, que no sufre la incomodidad de su propia pesantez. Las nubes que se forman en el aire, ocultando a los apóstoles la visión del Señor que sube al cielo, son otros testigos servidores de la voluntad de aquel que puede mandarlos, por ser el soberano Señor de todas las criaturas.
[29] El cielo da testimonio a través de los ángeles, a los que envía como ministros de fuego enviados por el Padre para adorarlo de nuevo, por ser gloriosa y nuevamente introducido por toda la tierra. San Pablo, en los Hechos, explica estas palabras del Salmo 2, aplicándolas a la resurrección del Salvador, en una larga narración de las promesas y verdad de dicha resurrección: Al resucitar Jesús, como dicen los salmos: Hijo mío eres tú de Nazareth ya no estaba en él, en el número de los muertos, sino que había resucitado, y precedería en Galilea, donde ellos le verían. El Espíritu Santo, que es la llama viva que abrasa al Padre y al Hijo, quiso dar testimonio de la resurrección y ascensión del Salvador descendiendo sobre los apóstoles en forma de lenguas de fuego. De este modo, cumplió las promesas que el Verbo Encarnado hizo de enviarle cuando hubiera subido sobre todos los cielos, y dicho Espíritu no debía descender con abundancia de llamas hasta que Jesucristo fuera glorificado a la diestra del divino; yo te he engendrado hoy (Hch_13_33). En la carta a los Hebreos, el mismo apóstol añade después de haber demostrado que él es hijo natural del divino Padre: Y nuevamente al introducir a su Primogénito en el mundo dice: Y adórenle todos los ángeles de Dios. Y de los ángeles dice: El que hace a sus ángeles vientos, y a sus servidores llamas de fuego (Hb_1_6). Los ángeles, tan ardientes como radiantes, aparecieron en el sepulcro para asegurar a las mujeres que Jesús Padre. Dichas lenguas de fuego son testimonios infalibles de la resurrección de nuestra cabeza, que resucitará a sus miembros en el último día.
Capítulo 5 - Hermosura de Dios, en la que él se complace. La manera en que la comunica a nuestra naturaleza. Sus bodas divinas. 1° de mayo de 1636.
[33] Dios, al producir su Verbo, engendra su belleza. Al contemplarla en su imagen, la ama y la ha amado desde la eternidad. Se ha como desposado con ella en un matrimonio que es fecundo y que tiene como fruto al Espíritu Santo, que él espira junto con su Hijo, que es la imagen de su belleza o su belleza misma. El Espíritu Santo es un fruto del amor, que por ser Dios como el Padre y el Hijo, posee la misma hermosura que recibe en su espiración. Participa en las bodas eternas que Dios celebra con su belleza; mejor dicho, es el nudo sagrado de tan venturosas nupcias; unión que no es estéril, ya que el Espíritu Santo parece desposarse con la Virgen, y de estos esponsales se produce un Jesucristo en el seno de María, y en él todos los elegidos, en lo cual se obra otra doble alianza: la del Verbo con la naturaleza humana, y la del Espíritu Santo con la Virgen.
Dios quiso unir y desposar su belleza con nuestra naturaleza, no deseando gozar de ella él solo, sino compartirla con nosotros, por así decir, sin dividirla. Dicho matrimonio fue admirable sobre todo debido a que el alma de Jesús, en su parte superior, gozaba de la divina belleza del Verbo, en tanto que la parte inferior se sumergía en las debilidades, los sufrimientos y las tristezas. El sol se levanta y la luna permanece en su rango (Sb_43_1s). La luna, que representa la parte inferior de esta alma bendita, que es la parte más baja del cielo del alma del divino Salvador, se mantuvo su orden y rango, recibiendo las emanaciones de todas las angustias y aflicciones y ejerciendo sus funciones [34] sensitivas, en tanto que la parte superior se elevaba como un sol en las iluminaciones y bellezas de la divinidad del Verbo, de las que ella gozaba.
Esto mismo se dio en la Virgen después de sus esponsales con el Espíritu Santo, cuando el poder del Altísimo la cubrió con su sombra, convirtiéndola en Madre del Verbo Encarnado. Se vio ella en una contemplación eminentísima y su espíritu se elevó en la parte suprema como un sol, en tanto que su parte inferior descendía a las acciones más menudas cual luna que se mantenía en su órbita; pero, oh maravilla, en su seno estaba el Verbo Encarnado, con lo que la luna se encontró por encima del sol que se ocultaba en ella. La belleza del Verbo Encarnado residía en las fecundas entrañas de María tal y como se encuentra en el seno de su divino Padre. Esta belleza se comunicó de manera admirable a la santa humanidad, que es un compuesto de Hombre-Dios y poseedora, por tanto, de una doble belleza: divina y humana.
Los ojos del Hombre-Dios son más bellos que el vino, que simboliza la divinidad, porque él es la alegría y el poder de su Padre. Cuando quiso manifestarnos su adhesión a él en su oración, levantó los ojos en dirección al cielo: levantando los ojos al cielo (Jn_11_41), donde el Padre manifestaba su gloria junto con él. Sus dientes son blancos como la leche: La humanidad del Verbo poseyó la totalidad del dolor y de las gracias que debía compartir con nosotros; él mismo nos distribuirá la gloria. Su humanidad destrozó a nuestros enemigos; es blanca en su inocencia y en su luz. Este es el Judá que dominará, que obtendrá las victorias y merecerá la alabanza de sus hermanos. Es un león amable y agradable en sus chispeantes ojos y en sus fortísimos dientes, a pesar de que en los leones los ojos y los dientes son espantables, por sembrar el espanto cuando despiden rayos de sus ojos y muestran los colmillos.
Este invisible León de Judá, empero, se vale de sus dientes para defender a sus hermanos, y del ardor de sus ojos para darles el amor. El Padre y el Espíritu Santo, al igual que el Hijo, por tener una divina y natural inclinación para hacerme participante de su alegría, quisieron, de manera admirable, invitar mi espíritu a las bodas del Verbo. Ante estos dulces requerimientos, [35] mi alma se inflamó de amor al contemplar el gozo de las vírgenes al ir en pos de la divina hermosura del Salvador, siendo cautivadas por su amor. Mi alma las imitó y corrió tras el aroma de sus perfumes.
El segundo favor que se me concedió fue que Dios, tan bueno y benigno, lejos de rechazarme, se dignó aceptarme por esposa, diciéndome que nuestro matrimonio no sería estéril, que mi seno sería de marfil sembrado de zafiros, como el de la esposa del Cantar; que yo debía engendrar una multitud de hijas santas que vivirían una vida celestial como los zafiros, divinamente incrustadas en la Orden del Verbo Encarnado; que mis cabellos serían como la púrpura del rey, teñida en los canales, por estar rociada con la efusión de la sangre del Salvador, ya que recibo todos los días la absolución y la santa comunión, y que él convertía mi corazón en un canal y mi boca, coloreada por su preciosa sangre, en un listón escarlata, tanto para agradarle como para santificarme y verter a través de mí, como por un conducto, sus liberalidades a las almas, que rescató con su preciosa sangre. Así como Sta. Teresa fue un canal de delicias para su Orden y para muchas almas, su bondad me eligió para distribuir sus amorosos favores.
Debía yo abandonarme a su bondad con una confianza filial y distribuir al prójimo las efusiones de los favores con que él se complace en enriquecerme, sin afligirme ante los pensamientos y palabras de los humanos y teniendo en poco ser juzgada por su sentir. Lo único necesario para mí es estar atenta a la gloria de su majestad, la cual cuida de producir y conservar la suya. El cuidaría de revelar y descubrir los escondrijos de las tinieblas, que los hombres juzgan por las apariencias, por ignorar las intenciones y pensamientos del corazón. Su majestad no juzga según la vista corporal, sino mediante la espiritual, que penetra los corazones y sondea las entrañas.
David fue según su corazón porque hizo su voluntad. Por ello la santísima Trinidad lo escogió para ser antepasado del Mesías. David fue tan generoso como humilde, como lo demuestran en sus faltas, narradas en la Santa Escritura. Se humilló en sí mismo y se alabó en Dios, con cuya protección rebasó los muros de todas las dificultades. Nunca temió a los enemigos [36] de su alma y de su reino, al que amó por haberlo recibido de aquel a quien adoraba como su Dios, y al que se adhirió con todos sus afectos, protestándole con sinceridad que a nada en el cielo y en la tierra estaba apegado su corazón, sino a aquel a quien llamó el Dios de su corazón y su porción por la eternidad, el cual le prometió que su trono sería eterno, porque el Salvador tomaría carne de su raza, y su reino no tendría fin. Esta fue la buena señal que el Padre, por medio del Espíritu Santo, dio a David, dando el imperio a su hijo amadísimo, el Verbo Encarnado, para gloria de los buenos y confusión de los malos y perversos, con los que David no quiso tratar, sabiendo que su compañía es peligrosa, ya que con los perversos acaba uno por pervertirse, haciendo con ellos arreglos bajo la apariencia de fervor apostólico, lo cual es malo e inicuo en sumo grado debido a sus malas intenciones.
Por el contrario, aconseja asociarse con los buenos, a fin de participar de su bondad, de su santidad y del temor filial con que los santos agradan al Dios de bondad, lo cual puede llamarse amor reverencial y fiel; amor que es propio de almas desposadas con aquel cuyo nombre escuchó San Juan: Se llamaba Fiel y Verdadero (Ap_19_11). Y más adelante, después de haber dicho que sus ojos eran como la llama del fuego, que muestra su amor, y su cabeza coronada de varias diademas, dice que el nombre del enamorado de la humanidad es tan adorablemente admirable como inefable e incomprensible a los espíritus creados: Tenía un nombre escrito que ninguno conocía (Ap_19_12).
Su amor es indescriptible, su túnica sembrada de gotas de su sangre es su humanidad, ensangrentada en el combate de amor en el que dicho enamorado quiso morir por sus esposas, haciendo ver que en él, el amor es más fuerte que la muerte; que él es tan fiel cuanto la bondad y la belleza pueden serlo. Es un esposo eternamente apasionado, por así decir, del contento y la gloria de sus esposas. Se le puede llamar con razón un Dios celoso en el antiguo testamento, antes de la Encarnación, que existía antes de desposarse con nuestra naturaleza, en tanto que lamentaba la dureza de corazón de los hebreos. Sin embargo, desde que el Verbo se hizo carne, cambió nuestros corazones moviéndolos a enamorarse del suyo, que es el Rey de todos ellos y el amado sagrado que los atrae dulcemente y se une fuertemente a ellos a través de su [37] amabilísima sabiduría, que llega de un confín al otro.
Fuerte y suavemente. La unión que el Verbo Encarnado hace con nosotros es bellísima en la generación de los castos, de claridad arrebatadora; las sombras de la antigua ley han sido alejadas por ser sombras de muerte. Estas uniones, en cambio, se hacen con rayos de luz que son manifestaciones de la claridad inmortal con la que son revestidos y regocijados los bienaventurados: tan esposa suya es la Iglesia triunfante como la militante. Las almas llamadas a ella para gozar de las delicias de estas bodas sagradas, son revestidas con la túnica de la gracia, que, a pesar de no aparecer tan brillante a los ojos de los mortales, es preciosísima a los ojos de los bienaventurados que están con su Señor, el cual no volverá a morir. La muerte no tendrá ya dominio sobre él; él dio muerte al pecado al morir solamente una vez. Dios vive y vivirá por siempre en las almas fieles a sus voluntades, que se adhieren a él, que son hechas un mismo espíritu con él.
El goza ante sus esposas y las adorna con su hermosura. Si entre los amigos todo es común, ¿Qué no será la unión; mejor dicho, la unidad, de las virginales esposas con este divino esposo que pidió para ellas a su divino Padre la misma gloria que tenía con él antes de que el mundo existiera? Dicha gloria es su misma bondad y hermosura.
Capítulo 6 - La Virgen ensalzó la dignidad de la mujer, liberándola de la acusación de los hombres de ser causa de sus desgracias. 5 de mayo de 1636.
[41] No es sólo hoy en día que hombres débiles acusan a nuestro frágil sexo para disculpar sus faltas, que los degradan más que si fuesen animales: continúan lanzando invectivas en contra suya, debido a que las mujeres no se excusan, como ellos de sus culpas cuando son conocidas.
Adán fue el primero en descargar su falta sobre Eva, la mujer que Dios le dio por ayuda y compañera. A partir de esa hora, Dios la sometió a él, a fin de que, teniéndola bajo su dominio, no pudiera volver a excusarse en aquella que debía obedecerle. Castigó también a Eva, condenándola a las angustias y dolores de parto, e incluyendo en la misma condenación a todas aquellas que se unirían a hombres mortales, a cuyas leyes estarían sujetas. Fue mucho, porque el Dios de bondad no se inclinaba a castigar con rigor al sexo débil, del que debía tomar el ser corpóreo.
[42] La Virgen borró todas sus penas y desdichas. Ella atrajo primeramente el amor de Dios, que amó a una joven pura al grado de desear hacerse semejante a ella por vía de generación humana, así como es semejante a su Padre por generación divina queriendo someterse a una joven, que es su madre por generación temporal y someterle junto con él a toda la humanidad. Todos estábamos bajo la ley y todos fuimos liberados por esta madre Virgen, que cooperó de tal manera a nuestra redención, que mereció el honroso titulo de mediadora.
Eva sólo fue madre de los vivientes en razón de la Virgen, que debía darnos al autor de la vida, y en cuyo seno debía unirse nuestra naturaleza a la divinidad en la unidad de la persona del Verbo. Abraham obedeció a Sara. En una palabra, la inocencia puede hacer iguales a quienes la diversidad de sexo coloca en distinto rango. Los oráculos son tan bien pronunciados por las mujeres como por los hombres. Sólo había dos querubines en el propiciatorio: uno figuraba al sexo masculino, y el otro al femenino.
[43] El Salvador siempre manifestó ternura hacia las mujeres y aceptó de ellas diversos servicios. A su vez, ellas lo alojaban y seguían sin esperar recompensa alguna. Aún la madre de los hijos de Zebedeo, que pareció importuna en sus peticiones, no solicitó algo para ella, sino para sus hijos; no deseó ver remunerados sus servicios, alegando más bien, en razón del parentesco, la obligación del Salvador de favorecer a sus primos con los cargos de más dignidad. Jesús obró el primero de sus milagros a favor de las mujeres, y a causa de sus ruegos, cuando su madre se lo pidió. En todo tiempo las defendió y atendió la causa de la cananea después de haberla desdeñado, para ensalzar más aun su fe, diciéndole con admiración: Mujer, cuán grande es tu fe, que se haga según ella, que te da cierto imperio sobre el Todopoderoso.
Se puso del lado de Magdalena, protegiéndola de las murmuraciones de los fariseos y de Judas, el traidor; a petición de esta enamorada, a la que alabó magníficamente debido a la grandeza de su amor a Dios, [44] resucitó a su hermano Lázaro, sepultado hacía cuatro días, cuyo milagro fue el más ruidoso de todos los que hizo el Salvador. Sólo las mujeres se preocuparon por librarlo de los suplicios de la pasión: la mujer de Pilatos hizo todo lo posible para persuadir a su marido de no tocar a ese justo, al grado en que la inocencia de Jesucristo no tuvo otro testimonio que el de dicha dama.
Es muy cierto que Eva fue formada del costado de Adán, pero también Jesucristo, Dios y hombre, fue engendrado de la sustancia de la Virgen, con la diferencia de que la producción de Eva no dependió de la voluntad de Adán, que dormía por entonces. Lo único que aportó a la creación de Eva fue tierra de Damasco, de la que fue formado el mismo Adán cuando Dios tomó limo y lodo para plasmar su cuerpo, como lo haría después con la costilla de Adán para formar de ella a Eva. En esto tuvo ella mayor ventaja por la materia de la que fue formada, que le dio más dignidad que Adán. La concepción de Jesucristo y su Encarnación [45] dependieron de la voluntad y consentimiento de María, que dijo: Hágase en mí según tu palabra. De este modo, un Hombre-Dios tuvo la existencia dependiendo de la voluntad de una joven.
San Pablo manda a las mujeres usar el velo por respeto a los ángeles, y les prohíbe hablar en la iglesia, de lo que se han valido algunos para despreciar a la mujer. San Pablo conocía bien el poder de las mujeres sobre los hombres, y que podían cautivar con una sola mirada y seducir con un solo cabello. Habiendo experimentado en sí mismo las debilidades y la fuerza, todo a una, de una carne rebelde, ordenó que se velaran a fin de que los hombres no se desviaran con su mirada; y como ellas son tan persuasivas y poseen una elocuencia arrastradora, si se les hubiese confiado el ministerio de la palabra y la doctrina, hubieran fácilmente diseminado los errores, como nos lo ha demostrado la experiencia durante los siglos pasados.
[46] Por esta misma razón no quiso nuestro salvador dar ni comunicar el sacerdocio a la mujer, por temor a que sus ministerios dieran ocasión a una infinidad de sacrilegios.
Capítulo 7 - Gracias recibidas por ministerio de los ángeles, a quienes la divina caridad me asignó como maestros, tutores e insignes bienhechores, en especial san Miguel, príncipe de todos ellos. 8 de mayo de 1636.
[47] La víspera de la aparición de san Miguel, al considerar la amorosa providencia y exceso de la divina bondad, que nos ha dado a los ángeles para que cuiden de nosotros, los reconocí con respeto como a mis queridos bienhechores y les agradecí los eficaces servicios que su caridad ha ejercido hacia mí, mediante la cual han demostrando en todo momento su verdadero interés en hacerme el bien. Como la divina sabiduría me los dio por maestros desde mi infancia, estas bellezas celestiales y sublimes inteligencias se han dedicado a enseñarme los divinos misterios, manifestándome lo que mi divino esposo me manda decir por ministerio suyo. Dichos ministros de fuego, siempre dispuestos a iluminarme y abrasarme, me ayudan a intuir a su manera, descubriéndome con una simple mirada una infinitud de secretos que sólo podría describir con su elocuencia angélica.
Un día de la Presentación de la Virgen, fui elevada en un arrebato que duró tres horas. Mi esposo me dijo que yo era su paraíso, en el que él está plantado cual verdadero árbol de vida, y que había mandado a san Miguel guardara este paraíso con la espada llameante de su divino amor, cerrando el paso a todo lo que no fuera su puro amor. El serafín de fuego aceptó su comisión, recibiéndola con respeto y ejerciéndola con fidelidad y afecto.
Un día escuché que los ángeles, por ser estériles, no pueden reproducirse mediante propagación como los individuos, que se engendran unos a otros. Aprendí que esas puras inteligencias compensan la esterilidad suscitando de manera purísima gracias y luces y cooperando junto conmigo al [48] nacimiento de los elegidos, pidiéndome que, como lo hacía San Pablo, ore y de a luz a muchos hijos espirituales para formar en ellos a Jesucristo.
En otra ocasión escuché que cantaban: La vieron los santos ángeles y la proclamaron inmaculada, debido a que mi esposo me bautizó y lavó con su sangre mediante un nuevo favor, debido a que su bondad no pudo tolerar que se me privase de la comunión cotidiana, que, en estos tiempos, es considerada como una práctica fuera de lo común. Dije a mi confesor que si él creía conveniente que yo me abstuviera de recibir todos los días el divino manjar, obedecería su sentir, sin importar la mortificación que dicha privación me impondría. Al dirigirme a comulgar ese mismo día, me despedí amorosamente a mi esposo, diciéndole adiós por algún tiempo, asegurándole, en medio de abundantes lágrimas, mi inviolable fidelidad y que mi corazón era todo suyo; que él era mi vida, mi amor y mi peso. Me retiré afligida, aunque constante en la resolución que tenía de sufrir dicha privación.
Se presentó entonces ante mí una multitud de ángeles, que me demostraban su cariño. Todos decían de manera angélica: Tenemos una hermana pequeña: no tiene pechos todavía. ¿Qué haremos con nuestra hermana? (Ct_8_8).
Construyamos para ella murallas de plata; impidamos, con nuestra elocuencia, que sea privada de la santa comunión, que es su alimento. Las dos naturalezas de su esposo son sus pechos; combatamos por ella para que pueda gozar de aquel que es el cedro del Líbano. Estos espíritus, tan caritativos como poderosos, impidieron que la santa comunión me fuese limitada; más aún, mediante su auxilio, me fue confirmada. Un día de la fiesta de Sta. Águeda, en 1632, san Miguel se me mostró revestido de brillantísimas armas las cuales, me dijo, consagraba a mi servicio. Llevaba una lanza en una mano y una balanza de platillos en la otra, en los que pesaba mis sufrimientos y la paciencia que Dios me concedía para esperar el establecimiento de la Orden del Verbo Encarnado, cuyos méritos me aplicaba, sopesándolos en dicha báscula.
En otra ocasión el generalísimo de los ejércitos del Dios vivo se presentó a mí para combatir al dragón, que intentaba devorar mi fruto, pues mi divino esposo me hizo parecer como embarazada de su designio, que había puesto en mi corazón. Estaba rodeada de sol y padecía trabajos para dar a luz al que el divino Padre engendra en el [49] esplendor de los santos, mismo al que el dragón se esforzaba en devorar, oponiéndose al establecimiento de la Orden del Verbo Encarnado. Miguel, armándose de fuerza y generosidad, combatía generosamente contra el espíritu rebelde, como lo hizo por la incomparable Madre del divino Salvador. El príncipe de los ángeles me dijo que, así como él portaba el estandarte del Dios vivo, yo sería un día la abanderada del Verbo Encarnado, el cual me había destinado para portar su estandarte en la Iglesia.
Mi divino amor me manifestó que obraba como los príncipes de la tierra, que enviaban su más hermoso retrato a la princesa que pedían en matrimonio, para suplir con él su ausencia; que habiendo escogido mi alma para ser su amadísima esposa, aunque su amor nunca lo aleja de mí, por estar presente en mí en cuanto Dios y por el sacramento eucarístico al que recibo todos los días, había querido, por bondad, enviarme el más hermoso, rico y vivo retrato suyo que es san Miguel, que lleva también su nombre por llamarse ¿Quién como Dios?, dándome a este príncipe admirable, no en calidad de guardián, sino para asistirme en sus designios y en mis necesidades particulares y para instruirme en sus maravillas. De él he recibido multitud de luces y nociones celestiales.
Después de enterarme, por boca del Verbo Encarnado, de los benéficos oficios que dicho espíritu desempeña hacia mí, ¿Cómo mostrar mi agradecimiento por tantos favores?
Una noche del año 1632 me pareció ser llevada hasta una iglesia en la que vi un altar junto al que había un cuadro de san Miguel, representándolo con un pie en el aire y el otro en la tierra, en la postura de una persona que va a partir. Delante de este serafín vi una joven princesa portando una corona en la cabeza, revestida de una túnica preciosísima. Dicha joven trataba, con sus ruegos, de detener al príncipe de los ángeles, que parecía apremiado a partir. Frente al mencionado cuadro, había otro que representaba al Rey en compañía de muchos señores vestidos de largas túnicas color gris ceniza, cuyos rostros estaban tristes y abatidos. Todos llevaban una cuerda al cuello.
Asombrada ante tales visiones, comprendí más tarde que yo era la princesa, y que con mis oraciones detenía al ángel tutelar de Francia, que deseaba abandonarla, lo cual fue confirmado por la complicación de varios asuntos en la época de dicha visión, así como los sucesos que la siguieron. Debido a la perfidia de sus súbditos, la justicia del reino ha tenido que dejar a la posteridad ejemplos de escarmientos. Sé bien, [50] sin embargo, que dichas personas terminarán por hallar gracia ante Dios, y que su suplicio expiará su falta. Dios les mostrará su misericordia en cuanto haya pasado el instante de su justa cólera.
El 8 de mayo, día de la aparición de san Miguel, aprendí que él es el ángel que sirve y asiste a Jesucristo, así como Gabriel es guardián de su Madre, y que el gran san Miguel es el Primer Ministro de Estado; por cuyo dichosísimo privilegio acompaña siempre al Verbo Encarnado, estando siempre dispuesto a ejecutar todas sus voluntades en calidad de escudero suyo. Recordé entonces de lo que se dijo de Jonatan mientras combatía a los filisteos: su escudero abatía y remataba a los que dicho príncipe iba dejando. El Verbo Encarnado, al venir a la tierra, dejó la ejecución de muchas cosas a san Miguel, por lo que puede llamársele estrella de la mañana.
El Verbo Encarnado, al que San Juan en su Apocalipsis oye nombrar con este amabilísimo nombre, está de acuerdo en que se le aplique a san Miguel, por haber sido el primero en presentarse a defender la gloria de su maestro, el Verbo Encarnado, combatiendo en contra de los espíritus rebeldes. Fue él quien consoló al divino Salvador en el huerto, persuadiéndolo, no a que mojara la punta de la lanza en la miel como Jonatan, sino a sumergirse en la hiel de una tristeza mortal, diciéndole que con su muerte daría vida a la humanidad y que vería una numerosa descendencia, según la profecía de Isaías.
Me encontraba un día con un teólogo que discurría acerca de los ángeles, aduciendo que San Buenaventura afirmó que en la primera jerarquía angélica se encuentra la verdadera contemplación, la cual consiste en la dilección de los serafines, el conocimiento de los querubines y la retención, como dice el Santo Doctor, o posesión de los tronos. Mi divino Esposo se dignó instruirme, enseñándome en ese momento que el seráfico doctor dio en este discurso una idea perfecta del matrimonio espiritual, el cual se contrae mediante el conocimiento y se consuma a través del amor.
El esposo divino, impulsado por su amorosa bondad, y por inclinación de su caridad, derrama su divina y pura simiente en el alma unida a él, la cual recibe este rocío sagrado y lo retiene; de no ser así, permanecería estéril, por carecer de la retención de las divinas inspiraciones, que por ser luminosas y ardientes la hacen fecunda. Si dejara de recibir este semen de eternidad, jamás concebiría ni daría fruto, permaneciendo en el oprobio de la infecundidad, como sucedía con los matrimonios de la tierra antes de la encarnación.
[51] Esta gracia de retención es la de la perseverancia, que perdemos a causa de cobardes desánimos, tímida pusilanimidad; ligereza, precipitación, o por una culpable malicia al rechazar la gracia y no corresponder a ella, siendo causa de que no aproveche en nosotros. Es menester que, a ejemplo de los tronos, estemos siempre dispuestos a recibir las sagradas efusiones de este divino esposo, que son llamas, luces y simiente de santidad purísima; y que después de recibidas las conservemos santamente, reteniéndolas así como los tronos reciben y alojan a Dios en ellos.
El trono recibe al rey; como está hecho a la medida de su cuerpo, lo rodea y le impediría dejarlo si pudiera saber que toda su belleza consiste en ser portador de la majestad del rey. Por ello pedí a los tronos la quietud, sabiendo que la paz es la sede del rey de los corazones, a los que colma de sí mismo, adornándolos con su arrebatadora belleza.
Mira y cuenta, si puedes, las arenas del mar y las estrellas del cielo. De igual manera multiplicaré mis gracias en ti y en tus hijos espirituales si caminas en mi presencia, siéndome fiel. He ordenado a mis ángeles que te hagan crecer y cuiden, no sólo de tu salvación eterna, sino de todo lo que concierne a tu provecho temporal. Debes estarles agradecida por el gran cariño que sienten por ti. Divino esposo, mi Señor y mi rey, recompensa las muestras de caridad de los príncipes celestiales. Confiada en tu paternal bondad, te digo lo que Tobías el joven dijo a su Padre: Dales todo lo que creas les es debido por tantos servicios que me han prestado, me prestan y me prestarán.
Duplica su gloria accidental, en caso de que la esencial no pueda ser acrecentada. No tengo palabras para darles gracias dignamente, en especial a san Miguel, los siete asistentes y mi ángel guardián. Verbo del Padre, habla y sé tú mismo su eterna recompensa.
[52] La litera de Salomón estaba rodeada de sesenta de los más fuertes de Israel. La tuya, sabio más grande que Salomón, está rodeada y resguardada por todos estos príncipes, que son fortísimos para custodiar tu tálamo, que es mi corazón. Ellos hacen huir a los espíritus nocturnos con el resplandor de su gloria, que siempre les acompaña, por estar siempre honrados con la claridad del rostro del Padre celestial, que se refleja en ellos como en espejos pulidos, adecuados para recibir su divino esplendor, la imagen de su belleza y la figura de su sustancia, que eres tú, oh Verbo eterno, portador de la palabra de su divino poder. Quiero caminar en tu presencia y llegar a ser perfecta. Bendice a la generación espiritual que me prometes; que en Isaac sea para mí simiente bendita. Espero que, después de mi muerte, multipliques a las contadas hijas que tengo ahora como las arenas del mar y las estrellas del cielo, en donde ellas y yo te alabaremos por toda la eternidad a causa de tu bondad.
Capítulo 8 - Diversas comunicaciones del Verbo a las almas que son favorecidas con el privilegio de esposa queridísima de este Rey de bondad, 22 de mayo, 1636
[55] Mi bien amado, deseoso de darme a conocer a qué grado le inclina su bondad hacia las almas a las que posee en calidad de esposas queridísimas, y las diversas comunicaciones que les ha hecho de su luz y de sus secretos a partir de la Encarnación, me dio a entender que en la antigua ley parecía que Dios sólo se comunicaba a través del ministerio de los ángeles, que eran sus mediadores. Trató de este modo con Moisés porque, antes de la Encarnación, nadie tuvo comunicación directa con Dios. Moisés hablaba con Dios oculto en el ángel que le hablaba y representaba la persona de Dios. Dios estaba en el ángel por una intervención especial; en Jesucristo, en cambio, está por subsistencia. Al tratar con El, tratamos en el acto con Dios: Porque en Cristo estaba Dios reconciliando al mundo consigo (2Co_5_19).
Los siete ángeles que están delante del trono de Dios tienen las principales comisiones en el gobierno de los elegidos. Son siete firmamentos en razón del esplendor de su gloria y de la estabilidad que tienen en la gracia. Se dice que la voz salió del firmamento porque en la antigua ley sólo se escuchaban las voces que procedían de dichos firmamentos, las cuales eran producidas en ellos y por ellos. Son los siete espíritus, así llamados por excelencia, por ser los ministros, delegados, nuncios y embajadores de Dios: Que haces a los ángeles vientos, y a tus servidores llamas de fuego (Sal_104_4); (Sal_45_7s). Para señalar la prontitud de su obediencia, esta cualidad los ennoblece. También son llamados ojos y estrellas, porque el Verbo les comunica la [56] luz con la que iluminan a las almas. Ellos la contemplan y desean contemplarla en todo momento. A su vez, ella les confiere la sabiduría y la ciencia que derraman sobre la tierra. Ellos son como los siete cuernos del cordero, que son rayos de luz que ilumina. Son cuernos de abundancia que esparcen las riquezas de Dios; cuernos de aceite para ungir. Son los cuernos del cordero, que es el Verbo; el cual los hace participes de sus perfecciones, valiéndose de ellos en el sagrado ministerio de la iluminación y unción de las almas, lo cual las cristifica.
Tienen la misión de impedir que los enemigos las tienten para afligirlas. Estos espíritus y firmamentos vienen al alma para instruirla. Ella a su vez, se levanta hasta ellos para ver y contemplar a aquel que las transforma en espejos suyos. Cuando la luz aumenta, sin embargo, atraviesa todos sus firmamentos y, conducida por ellos, penetra en el secreto del Rey, que se da a conocer en su poder y en su palabra. Se hace sentir como verdadero Dios, en quien ella se pierde. Dios se desborda en el alma obrando una unión tan admirable, que el mismo ángel no llega a conocerla si no le es revelada; en esto consiste el secreto de la alcoba del divino Rey. En ella se encuentra el silencio más sublime, durante el cual nadie habla, de no ser el Verbo; y nadie escucha este secreto sino Dios y el alma, que reconoce la alabanza que en él debe tributar a Dios. A este respecto dijo David: Vive en silencio ante Dios en Sión (Sal_37_7). Todo está en suspenso y admiración. Los ángeles, en una excelsa visión, y en profusión de complacencia, adoran la operación divina.
El Dios de amor, por un exceso de bondad, se complace en la comunicación que hace de sí mismo, entregándose, por así decir, al comunicarse en estas soberanas efusiones, que permanecerán eternamente en la gloria y el silencio, el cual mora en la Sión celestial acompañado por un perpetuo cántico de gloria, que es un himno triunfal.
Así como en la gloria los santos no poseerán la visión beatifica en la misma medida, tampoco comprenderán en el mismo grado la admirable comunicación que las admite en el tálamo secreto del soberano Rey. Según la mayor o menor semejanza que tengan con Dios, descubrirán diversas cosas en él, que posee una infinidad de aspectos a comunicar.
Al verme divinamente acariciada, pedí a mi amor que la voz resonara en los firmamentos, y que me fuese concedido el poder de penetrar en ellos. Entonces [57] conocí que los siete ángeles me ayudaban, entre ellos san Miguel, cuya presencia actual percibí. Por conducto suyo, fui introducida en el secreto del amor, encontrándome de pronto en medio del silencio místico mediante la efusión del Verbo en mí. Es ésta una operación que no puedo explicar, y que sólo puede ser comprendida al haberla experimentado. Así lo declaré a mi director poco tiempo después de haber recibido tan variadas luces: cuando el sol está en el zenit, todo es claridad. Cuando cae la tarde, las sombras son signos de que se quiere ocultar hasta que amanezca.
La Virgen aprovechó de tal manera las gracias recibidas, que adquirió de Dios un fondo de gloria fuera de él y de la humanidad unida a la hipóstasis del Verbo, no ha tenido gloria más grande que en la Virgen, ya que él se glorifica en sus santos en proporción a las gracias que les comunica y de su correspondencia a ellas. Por eso dice con admiración el profeta: Tú que habitas entre las alabanzas de Israel (Sal_22_3).
La Virgen sobrepasó a todos los santos y, sola, rindió a Dios más honor que todos los santos juntos, así como un diamante fino vale más que muchos otros de menor precio. Dios, que nunca se deja vencer en generosidad, comunicó a María toda su gloria por participación y uniéndose a ella, sobre todo en la encarnación, convirtiéndola en madre de un hijo que les es común por indivisibilidad.
Dios comunica sus dones y su gracia a todos los santos, dependiendo de su destino a un mayor o menor grado de amor. A todos concede un fondo de gracia, a fin de que obtengan en la administración del mismo un fondo de gloria para ellos y para Dios, que les ha concedido con qué negociar. De este modo, son hechos participes de aquel en quien habita la plenitud de la ciencia y sabiduría de la divinidad. Los [58] santos no son iguales en gracia y en gloria: unos pueden compararse al sol, otros a la luna y otros a las estrellas.
Quien se adhiere a Dios perfectamente, es hecho un mismo espíritu con El. El Verbo divino dijo que no consideraba a sus apóstoles siervos, sino amigos suyos por haberles revelado los secretos que oía de su Padre, de quien recibe su esencia en tanto que Verbo divino, y sus mandatos en cuanto Verbo Encarnado. El comparte sus divinas luces y amorosas comunicaciones a sus esposas, favoreciéndolas con el secreto de su cámara nupcial y transformándolas en tabernáculos suyos, en los que penetra como el sol, cuyos rayos son sus divinas ilustraciones. Si son como nubes de lluvia, produce en ellas colores admirables parecidos a los del arco iris, que es su signo de paz, paz que sobrepasa todo sentimiento y que está por encima de toda explicación. Como el amor es un todo seráfico, el Espíritu no puede decir otra cosa que Santo es el Padre, Santo es el Hijo y Santo es el Espíritu Santo. Santo es el principio del amor, santa es la vía del amor, santo es el término de todas estas maravillosas emanaciones, que se llama amor del Padre y del Hijo; amor que va más allá de todo lo que puede expresar la palabra. San Dionisio asegura que el alma abrasada de este amor va más allá del conocimiento; amor extático que extrae, por su mismo medio, el alma del cuerpo que ella anima para fijarse en el objeto que ama con amor intensísimo; amor sutil que penetra con su rayo allí donde la ciencia no puede llegar. El alma entra en la divina penumbra donde recibe el beso de la boca del divino Esposo; es alimentada con sus divinos y reales pechos y el Verbo se derrama en ella divinamente, en especial después de la divina comunión. Mediante su amorosa penetración, insinúa su amor en el alma y hace su entrada en su morada real, en la parte superior del espíritu.
Ciertamente, es viva la Palabra de Dios y eficaz, y más cortante que espada alguna de dos filos. Penetra hasta las fronteras entre el alma y el espíritu, hasta las junturas y médulas (Hb_4_12). Divide las aguas superiores de las inferiores, dejando las de abajo en sus inclinaciones naturales, que en ocasiones se mezclan con la tierra. A las superiores, empero, las hace sólidas como un firmamento, produciendo en ellas sus luces y dando claridad a sus espíritus por medio de sublimes y sólidos conocimientos que fija en ellos como astros, guardándolos en sus manos como un sello real y divino.
[59] El es la impronta de la sustancia del Padre; ellas, la de su amorosa dilección: Con este sello, El Señor conoce a los que son suyos (2Ti_2_19); (Nm_16_5s). Ellas portan su nombre y van marcadas con el sello de sus armas, impresas por él mismo y no por ministerio de los ángeles, los cuales admiran y adoran a la majestad divina, que se abaja de sus operaciones amorosas hasta sus esposas. El se glorifica en ser su esposo, y ellas se glorían santamente en haber sido escogidas como esposas; pero esposas tierna y fuertemente amadas de este esposo fiel y divinamente amoroso, cuyo celo es incomparable pero amabilísimo porque redunda en provecho de la esposa.
Como dicho esposo es Dios, y por tanto suficiente a sí mismo, no recibe de ellas sus excelencias; por el contrario, por una bondad incomprensible a los espíritus creados, se complace en comunicar sus dones, de los que no se arrepiente. Su satisfacción consiste en que ellas lleguen a ser grandes delante de él, de los ángeles y de los hombres, reconociendo con fidelidad que han recibido todos esos favores de su misericordia y amorosa bondad, que es en sí comunicativa. Dios es bueno en sí mismo y justo hacia nosotros.
El Rey Asuero no es censurado en la Escritura por haber repudiado a Vasti, debido a que ella se hizo indigna de la corona del reino y del amor de aquel rey, que la apreciaba más que a todas las grandezas de su imperio, y que quiso convertirla en admiración de todos sus príncipes, mostrándola como el resplandor más genuino de su gloria y deleite de su corazón, que estaba enamorado de ella.
El Rey de Reyes se muestra justísimo al repudiar a alguna de sus esposas, de las que se enamoró divinamente, a la que adornó con sus gracias, enriqueció con sus dones, y a la que se unió en divino matrimonio, cuando ella falte a su deber de reconocimiento y resista a sus inclinaciones más lícitas de manifestar su espléndido amor hacia ella, para aferrarse a su propio sentir. Si él la repudia, lo hace con toda razón.
El cielo y la tierra le dicen: Eres justo y tus juicios son equitativos. Al repudiar a la arrogante Vasti, puedes elegir a Ester, que por su humildad y caridad será agradable ante ti y librará del mal a los suyos. De humilde fuentecilla, se tornará en impetuoso río cuyas aguas se convertirán en sol. En el matrimonio divino, se transformará en ti: será un mismo ser con su divino Esposo; agradecerá los favores que tu amor le comunica, tendrá horror a la gloria mundana de un día y [60] cifrará su felicidad en la tuya. Clavará su amor propio a la cruz, o más bien tú mismo lo harás, cumpliendo así las palabras del apóstol a los Colosenses: Canceló la nota de cargo que había contra nosotros, la de las prescripciones con sus cláusulas desfavorables, y la suprimió clavándola en la cruz. Y una vez despojados los Principados y las Potestades, los exhibió públicamente, incorporándolos a su cortejo triunfal (Col_2_15).
Fuiste tú, Rey de Bondad, el que quiso borrar nuestras culpas y romper en pedazos los informes y nota de cargo que tu justicia tenía contra nosotros, la cual nos era adversa. La clavaste a tu cruz, despojando a los principados y las potestades, sumiéndolos en confusión y triunfando de ellos en ti mismo. Por haber muerto para redimir el pecado, eres muerte de nuestra muerte y aguijón de nuestro infierno. Ester es glorificada en ti, Mardoqueo; la buena voluntad es conducida a la gloria y Amán, el amor propio cruel y soberbio, es suspendido; los demonios son despojados de su pretendida gloria y cubiertos de confusión eterna. Tú, en cambio, te levantas en la plenitud de la gloria infinita.
Capítulo 9 - Dios se comunicó, en la antigua ley, por medio de los ángeles. A partir de la Encarnación, habla a la humanidad y le concede grandes favores por mediación de su Verbo. Los ángeles se complacen en servirla. 23 de mayo, 1636.
[63] Al considerar las comunicaciones de Dios en diversos tiempos, admiré su sabiduría tan admirable, que ha dispensado sus favores con prudencia divina. En la antigua ley, pareció comunicarse sólo por mediación de los ángeles, los cuales eran mediadores entre él y la humanidad, a la que se manifestó raramente. Sólo a través de dichas esencias espirituales trató con Moisés, porque antes de la Encarnación nadie tuvo una comunicación y unión directa con Dios. Moisés habló con Dios oculto en el ángel, quien le hablaba como representante de la persona de Dios. Dios estaba en el ángel debido a una operación especial, pero en Jesús se halla presente por subsistencia. Por ello, al tratar con Jesucristo, tratamos directamente con Dios.
Los siete ángeles que están delante del trono de Dios tienen las principales comisiones en el gobierno de los elegidos. Son siete firmamentos en razón del esplendor de su gloria y de la estabilidad que tienen en la gracia. El Profeta Ezequiel dijo que la voz la voz salió del firmamento porque en la antigua ley sólo se escuchaban las voces que procedían de dichos firmamentos, las cuales eran producidas en ellos y por ellos. Son los siete espíritus, así llamados por excelencia, por ser los ministros, delegados, nuncios y embajadores de Dios: Que haces a los ángeles vientos, y a tus servidores llamas de fuego (Sal_104_4); (Sal_45_7s). Para señalar la prontitud de su obediencia, esta cualidad los ennoblece. También son llamados ojos y estrellas, porque el Verbo les comunica la luz con la que iluminan, confiriéndoles la sabiduría y la ciencia que derraman sobre la tierra.
[64] Estos espíritus y firmamentos relucientes de claridad penetran el entendimiento con una admirable penetración, iluminándolo con dichas luces. Dios los envía para instruir a las almas, que, por un divino atractivo, son elevadas por ellos para ver y contemplar su principio adorable, que es también su fin.
Cuando la luz crece y levanta al alma por encima de todos estos firmamentos, y, conducida por ella, entra en la cámara secreta del Rey, él le habla por sí mismo sin intervención alguna, uniéndola a él sin intermediario.
Entonces el alma, si me explico bien, penetra en el ser de Dios, en el que se pierde; y Dios se desborda en el alma y la une a él con una unión tan íntima y divina, que el ángel mismo no llega a conocerla si no le es revelada por aquel que quiso unirse a nuestra naturaleza y no a la del ángel, mediante la unión hipostática.
A esta unión puede llamarse el secreto de la alcoba del Rey del amor. Es éste el lugar donde se guarda un misterioso silencio, durante el cual nadie habla de no ser Dios a través de su Verbo, y nadie comprende esta palabra sino Dios y el alma que es instruida a lo divino. La alabanza que en él debe tributar a Dios es tan sublime como estas palabras de David: Vive en silencio ante Dios en Sión (Sal_37_7). Todo el cielo está en suspenso y admiración. Los ángeles son arrebatados de gozo y complacencia, adorando la operación divina; y Dios, en un exceso de bondad, por ser tan bueno, se complace en la comunicación que hace de sí mismo, extasiándose, por así decir, al comunicarse en estas sublimes efusiones, que se darán eternamente en la gloria en el intervalo del misterioso silencio de Sión, que se observa ante el trono como una adoración conveniente a la divina grandeza. Es el canto de gloria y el himno por excelencia que se deben a su majestad, que todos los santos cantan al unísono, aunque en la diversidad, en la gloria en la que las almas poseen, en diversos grados, el gozo de la visión beatifica.
Mi alma, elevada por estos espíritus resplandecientes, reconoció el favor que ellos me hacían. Pedí que la voz del Verbo resonara sobre estos firmamentos, y que pudiera, por su medio, ser introducida hasta aquel que es todo amor. Entonces conocí que los siete ángeles me habían sido dados para elevarme hasta Dios, pero entre ellos, por un don singular, san Miguel, su príncipe, cuya presencia actual experimenté. Con su caritativa asistencia, fui introducida en el secreto del Santo amor, sintiéndome dichosa en el silencio místico durante la efusión del [65] Verbo en mí, en la que sentí delicias inefables en una operación que sólo puede ser comprendida por la experiencia, y cuya descripción me resulta inexpresable. Es la una del Uno y sólo el puro amor puede comprenderla.
Se experimenta en el fondo del alma, y sólo quienes la hayan probado la entenderán.
Escuché que, para ser admitida a este favor, es menester poseer un interior dispuesto y un rico fondo de virtudes, fondos que Dios concede a las almas despojadas de todo lo que no es él, así como el Verbo Encarnado se hizo pobre para enriquecernos. Es menester que el alma deje todo por su Todo. En este despojo se realiza un comercio admirable con Dios.
Comprendí que la santísima Virgen había encontrado un fondo de gracia en Dios, y que Dios, a su vez, depositó un fondo de gloria en la Virgen, la cual, mediante la bondad divina y su fiel correspondencia, adquirió un fondo de gloria en Dios, el fondo de gloria en Dios, el cual resolvió desde la eternidad concederle una plenitud inmensa de las gracias más excelentes, a fin de que pudiera enriquecerse más y más, y que su gloria, al igual que su gracia, rebasara la de los ángeles y los hombres. La Virgen aprovechó de tal manera las gracias recibidas, que adquirió un prodigioso fondo de gloria, no sólo para ella, sino también para los elegidos, de quienes es Madre. Ella es el cuello y su Hijo la cabeza. El concede la gracia y la gloria por su mediación, porque así le place.
Conocí que Dios, fuera de sí, tiene su mayor gloria, después de la del Hombre-Dios, en la santísima Virgen. Después de ella tiene un fondo de gloria en los santos, como dijo David: Tú que habitas entre las alabanzas de Israel (Sal_22_3). La Virgen sobrepasó a todos los santos y, sola, rindió a Dios más honor que todos los santos juntos. El Dios del amor, que jamás se deja vencer en generosidad, quiso que María, su Madre, entrara en posesión de su propia gloria, que hizo suya por participación y mediante la unión que él tiene con ella, y ella con él. A partir de la Encarnación, una parte de la sustancia de la Virgen está unida al Verbo mediante la unión hipostática.
Ella llevó durante nueve meses a aquel en el que habita corporalmente toda la plenitud de la divinidad; al único en poseer una gloria igual a la de su divino Padre, pleno de gracia y de verdad.
El pidió que los elegidos tuvieran la misma gloria que él tiene con el divino Padre y el Espíritu Santo; que fueran uno así como ellos son uno, pidiendo meritoriamente un fondo de gloria para ellos, pero singularmente para su Madre, que es la Reina de la gloria, sentada a su derecha. El es Rey de gloria y Señor de los ejércitos, la cual da a los suyos junto con sus gracias para comerciar en esta vida, mientras que dure el día, obrando santamente y aprovechando sus dones. De esta manera, adquieren un fondo de gloria por los méritos del Salvador, el cual es heredero universal de su divino Padre.
[66] Estas almas que entran y son recibidas el la cámara nupcial de este divino enamorado, el cual les habla por sí mismo en su calidad de Hijo del Altísimo, por el que el Padre hizo los siglos. Por quién también hizo todos los mundos; el cual, siendo resplandor de su gloria e impronta de sus sustancia, y el que sostiene todo con su palabra poderosa, después de llevar a cabo la purificación de los pecados, se sentó a la diestra de la Majestad en las alturas, con una superioridad sobre los ángeles tanto mayor cuanto mas les supera en el nombre que ha heredado. En efecto, ¿a qué ángel dijo alguna vez: Hijo mío eres tú; yo te he engendrado hoy? Ese Hijo esta sentado en el trono de su grandeza, él es igual y consustancial, engendrándolo en el esplendor de los santos, de su propia sustancia, que por la encarnación, comunicó a nuestra naturaleza, haciéndonos sus hermanos y sus coherederos, favor que no hizo a los ángeles pues no tomo su naturaleza ni se unió a ellos hipostáticamente. Son sus asistentes y ministros, y tienen la comisión de ayudar a quienes está destinada su herencia; y de asistir a sus esposas que deben ser recibidas en la cámara nupcial del divino esposo que las une a si de una manera inexplicable y les dice el secreto que no es sino para ellas, incomunicable a cualquier otro. A cada una le dice. Mi amado es para mi y yo para él (Ct_2_16). Mi bien amado es para mí y yo soy de él, los ángeles son los administradores de estas uniones, adorando a su Rey, en las delicias que él tiene con los hijos de los hombres en el tiempo y duración, en la gracia y en la gloria. Ellos tienen el placer de ser los guarda-espaldas de su majestad mientras que él esta con su esposa preparada para cumplir su voluntad por una fiel y pronta obediencia, volando por dondequiera como una llama de fuego. Ellos son lámparas ardientes y brillantes para espantar a los espíritus nocturnos que se hicieron indignos de las luces y ardores del divino amor por su rebeldía a las órdenes divinas.
Capítulo 10 - Confesiones de alabanza que la Trinidad, la Virgen y todos los santos dirigen al Salvador, y del juramento solemne que hice sobre el pecho del divino Rey del amor en el Sacramento Eucarístico, junio de 1635.
[67] Pasé la mañana entera en continuas distracciones, y mucha culpa fue mía. A eso de las once, me presenté delante del Augustísimo Sacramento del amor, que no rechazó mis oraciones, mostrándome en visión una pequeña perla redonda y blanquísima, por cuyo medio me hizo saber que exigía la unión en pureza y humildad, por ser este sacramento el signo de la unión, y la perla que Dios encontró digna de todo lo que él posee y de todo lo que él es, porque toda la plenitud de la divinidad habita en su sagrado cuerpo, cuya fiesta es una solemnidad en la tierra, pero aún más en el cielo. Invité a todas las criaturas a celebrarla.
Pedí a la Trinidad que ella misma la celebrara dignamente, y que viniese por amor a nuestra capilla a unirse por no poder decir adorar durante esta octava a aquel que, aun siendo la inocencia y la rectitud, hizo siempre su divina voluntad. Después me vino a la memoria el sueño que tuve por la noche, pareciéndome que se recitaba la Pasión como en el día de Ramos, representando a las personas que hablaron durante ella; las cuales, revestidas a la usanza judía, repetían las palabras que se dirigieron en son de burla al Salvador: Dios te salve, Maestro.
[68] El Dios de mi alma se dignó instruirla admirablemente, enseñándole que, en ese día, los católicos lo confiesan en voz alta para reparar las negaciones de los judíos en aquel gran viernes; es decir, que todos los santos, unidos a los ángeles, renuevan el juramento de fidelidad al Salvador, y que la Trinidad, de manera inefable, jura amistad eterna a este valiente David: Una vez he jurado por mi santidad a David no he de mentir. Su estirpe durará por siempre, y su trono como el sol ante mí, por siempre se mantendrá como la luna, testigo fiel en el cielo. Pero tú has desechado la alianza con tu siervo, has profanado por tierra su santuario (Sal_89_36s).
Comprendí que el Padre recompensaba el abandono en que tuvo a su Hijo; éste el que se causó a sí mismo al privarse del gozo para sufrir la cruz, junto con la penuria de toda su vida mortal y su anonadamiento al tomar nuestra naturaleza. El Espíritu Santo, por haber obrado en él por sustracción, dejándolo en una agonía extrema sin consuelo alguno, como dicen los evangelistas, entre aflicciones, disgustos y aversiones, vaciándose de todo lo que podía consolar su parte inferior y su sagrado cuerpo, en el que habitó corporalmente y de la misma manera la plenitud de la divinidad en el huerto, en la cruz y en el Tabor.
Escuché a la santísima Trinidad hacer su juramento sobre el pecho y el corazón del Salvador, y que los juramentos que Dios hizo a Abraham y a su descendencia hasta David, fueron figura del que culminaría con Jesucristo, que es el verdadero David, cuyo trono y descendencia debían ser eternos en esplendor y en bendiciones, con una divina influencia y afluencia de la divinidad en su santa humanidad, humanidad que es un mar que tiene su flujo y reflujo en Dios, que la porta y la abarca divinamente sin estrecharla, lo cual nos explica el siguiente versículo: Admirables son las crestas del mar; admirable es el Señor en su profundidad.
De la humanidad divina brotó un río que se derramó en y sobre María, la cual está admirablemente unida al Verbo Encarnado por su naturaleza humana y la excelencia de la gracia y gloria perfectísima de la que está colmada, de manera que parece estar abismada en Dios sin dejar su ser creado, que la distingue de la divina esencia, la cual está en Jesucristo indivisible del soporte que lleva la naturaleza que asumió de María al encarnarse él en sus entrañas virginales, cuya naturaleza alimentó en su seno con la leche sagrada de sus pechos, asegurando a su corazón maternal los fieles testimonios [69] de su eterno amor. Por ello puedo afirmar que él juró en el seno y sobre el corazón de María la alianza perpetua que el Padre y el Espíritu Santo le prometieron. Por ser la soberana verdad del Padre, la recibe junto con su esencia para comunicarla como el Padre al Espíritu Santo al producirlo como un principio único.
Mi alma, extasiada de gozo, deseó estar con la adorable Trinidad, con la augusta María y con todos los santos para renovar los votos y juramentos que hice de una fidelidad inviolable. Me dirigí a todos los santos reunidos en torno al Rey del amor, pidiéndoles me admitieran en su congregación y que me concedieran recostarme sobre el pecho del Rey de bondad, que se ocultó bajo las especies sacramentales para entregarse a todos sus hijos como heredad y cáliz de alegría; embriagándolos con el torrente de sus divinas delicias.
Proseguí diciéndoles que impetraran de su alianza de amor, con la venia de su misericordia, mi petición de ser elevada por encima del juicio, y que como el divino Salvador lo pidió, por encima del sacrificio, en vista de que él pareció rehusar el primero por preferir el segundo, y que su bondad me invitaba a confiarme a él y a ofrecerle un juramento de perpetua fidelidad.
Capítulo 11 - Al adorar al Santísimo Sacramento, mi alma le ofreció todo en sacrificio, deseosa de que el Verbo Encarnado, al que llamé Gloria mía, fuese glorificado por sí mismo en todas las criaturas, junio de 1636
[71] El viernes de la octava del Santísimo Sacramento, al adorar con amor y respeto al Verbo Encarnado oculto en este augusto misterio, le ofrecí el sacrificio de todas las criaturas: las racionales y las que no lo son.
Le presenté aún a los demonios, cuya naturaleza y ser son buenos en cuanto emanaciones del ser de Dios, que está en ellos por poder, presencia y esencia, pero haciendo abstracción y separación del ser y malicia o perfidia que ocasionó su desordenada voluntad.
Lo que me consoló en mi impotencia, fue que la gloria del Verbo Encarnado, en sí, es infinitamente gloriosa y que Dios es suficiente a sí mismo. Mi alma fue colmada de alegría ante el pensamiento de no poder acrecentarla, a pesar de haberlo querido a expensas de su ser, debido a que él es la grandeza infinita por ser Dios con el Padre y el Espíritu Santo. Le dije entonces con la Iglesia: Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo. Como era en el..., etc.
Durante todo ese día sólo pude llamar al Verbo Encarnado Gloria mía, por haberme perdido a mí misma para encontrarme en él, pudiendo decir con el Apóstol que el Verbo Encarnado vivía en mí y que mi vida estaba [72] escondida con él en Dios. Como él es Dios, me pareció ser transformada en él mismo por su amor. No puedo expresar las invenciones que el amor divino me inspiró durante el sacrificio que le hice de las criaturas, aunque lo comuniqué en parte a mi director. Si él lo recuerda mejor que yo, me alegraría mucho que me lo recordara, para gloria del Verbo Encarnado, que tiene deseos infinitos de glorificar a su Padre. El mismo día, me detuve en las lecciones del oficio tomadas del primer libro de los Reyes, en el que Samuel es llamado Paz por Dios en cuatro ocasiones, en tiempos en que la palabra del Señor era rara y preciosa. Me admiró la ingratitud de los hombres, que no estimaron como debieron la palabra sustancial del Padre, que se nos dio en este Sacramento. La luz del Señor fue encendida para iluminarnos: a su claridad vemos al divino Samuel, que es amigo de Dios, que es Dios mismo, engendrado del Padre desde la eternidad, que es Dios de Dios y que se hizo hombre para ser el Salvador del mundo, y que dio su soporte a nuestra naturaleza.
Ana engendró para nosotros a María, llena de gracia. Consideré al divino Salvador como el verdadero Samuel puesto por Dios y expuesto para nosotros en presencia de su Padre, delante de los ángeles y de los hombres. Así como el profeta Samuel fue hijo de Ana, y el nombre de Ana significa gracia, Ana fue madre de la Madre de nuestro divino Salvador, Samuel; es decir, abuela nuestra. Mi alma gozó grandemente al saber que el Verbo Encarnado hizo siempre la voluntad de su divino Padre, la cual escucha divinamente por ser el término de su entendimiento.
Aprendí que somos llamadas cuatro veces para escuchar esta palabra encarnada: por las tres personas y la humanidad santa, a la que el Verbo apoya mediante la unión hipostática. El me hizo admirar la paciencia que ejerce en este sacramento, y la que demostró durante su vida mortal por haber salido de lo suyo para no ser recibido de los suyos, es decir, de los judíos. Por ello se ofreció a los gentiles; a los que, si lo reciben, concederá el poder ser transformados en hijos de su Padre celestial, no mediante un nacimiento según la carne y la sangre, ni obedeciendo a las inclinaciones de la voluntad humana, que está desarreglada por el pecado, sino a través de la adhesión a la voluntad divina, que es nuestra [73] santificación; voluntad que nos previene al llamarnos, que nos justifica cuando la seguimos y que desea glorificarnos, ofreciéndonos el inicio de la gloria ya desde esta vida, misma que se consumará en el término. No afecta a su bondad el que poseamos la gracia en el camino y la gloria en el término. Si hablamos y obramos como Samuel, seremos agradables en su presencia en el tiempo y en la eternidad.
OG-05 Capítulo 12 - El divino Sacramento es obra del Señor, sol de gloria y hoguera que abrasa a las almas santas, elevándolas en grandeza por sí mismo y mediante otra venida del Espíritu Santo. Sábado 31 de mayo 1636
[75] Voy a evocar las obras del Señor, lo que tengo visto contaré. Por las palabras del Señor fueron hechas sus obras, y la creación está sometida a su voluntad. El sol mira a todo, iluminándolo, de la gloria del Señor está llena su obra. La grandeza de su sabiduría las puso en orden, porque él es antes de la eternidad y por la eternidad, nada le ha sido añadido ni quitado y de ningún consejo necesita. Cada cosa afirma la excelencia de la otra, ¿Quién se hartará de contemplar su gloria? (Si_42_15s).
Como te place que recordemos tu pasión amorosa en el signo del amor que es la institución del santo y divino sacramento, en las sublimes palabras de la consagración se manifiesta el anonadamiento de tus maravillas. Sol Oriente, eres luz de luz que todo lo ve, y por cuyo medio nos mira el Padre eterno, que nos creó con tu intervención y a través de ti nos ilumina. En esta obra adorable, es colmado de gloria lo mismo que el Espíritu Santo. En ella estás rebosante de gloria, que comunicas en plenitud a tu humanidad. El Padre colma esta obra de gloria, tú la llenas, el Espíritu Santo la completa y tu humanidad la hace rebosar: es una obra digna de tu excelencia, plena de gloria. ¿No hizo el Señor a los santos? (Si_42_17). ¿No es acaso este divino sacramento en el que está presente el Señor, el que hace a los santos, convirtiéndolos en nuncios de todas estas maravillas: Que firmemente asentó el Señor omnipotente, para que en su gloria el universo perdurara? (Si_42_17).
Mostrando que él es el Señor todopoderoso que estableció su gloria y la de sus fieles, prometiendo que los resucitaría gloriosos el último día, por la virtud de este alimento sacramental y en el que precipitará la muerte temporal, dejando los condenados en la muerte eterna, porque no recibieron santamente la Vida que él les quería dar por este divino sacramento. Hermoseó las maravillas de su sabiduría con la eucaristía, que es manjar de los grandes, la cual concede sin disminuir su grandeza, que tampoco puede decrecer, porque Dios es suficiente a sí mismo desde la eternidad hasta la infinitud. Para realizar esta maravilla no necesitó del consejo de los ángeles ni de los hombres ¿Quién hubiera osado imaginar semejante comunicación? Sólo su bondad, que lo impulsó a tanta generosidad, dándose todo a todos y todo a cada uno de nosotros. Cada cosa afirma la excelencia de la otra, ¿Quién se hartará de contemplar su gloria? (Si_42_26). Oh Dios, qué bondad el confirmarnos ese don y saciarnos para ti y por ti mismo dejándonos siempre el deseo de recibirlo y de volver a verte, porque somos tierra, tierra que puede ofuscar nuestros ojos ignorantes, pero viéndote a la luz de tu persona, vemos la luz, y digo que en esta vida donde se encuentra el alma ya en la gloria, ya que la gracia de esta vida es la gloria comenzada, como la gloria en la otra vida es la gracia consumada. El Altísimo firmamento es muestra de su hermosura y la belleza del cielo una visión de Dios (Si_43_1). Qué dicha para el alma ser levantada hasta ese firmamento sublime, en el que la belleza es esencial; en el que el Verbo divino es el soporte del cuerpo, de la sangre y del alma comunicados en este sacramento como don y alimento al ser humano.
En él radica la visión de la gloria, por encontrarse en él su alma bienaventurada desde el primer instante de la Encarnación. En él está su cuerpo glorioso; en él está el verdadero Dios y el verdadero hombre, que es la felicidad de los ángeles y de los hombres.
Así como él mismo es la suya, ha querido ser la nuestra con la diferencia de que, al verle y recibirle en su integridad, no le vemos ni comprendemos del todo, como él se ve y comprende enteramente en su inmensa capacidad. [77] Esto no me impide afirmar que el divino sol no sale ni se levanta en nuestras almas, sino que sale, según nuestra manera de hablar, de sí mismo para entrar en nosotros como en su propio horizonte se nos manifiesta como oriente, iluminándonos admirablemente de manera muy sublime, revelando al alma las maravillas que se operan en ella y convirtiéndola en una verdadera Sión en la que ella misma considera cuán apropiado es el silencio para alabarle y hablar con él: A ti, Oh Dios, se debe silencio en Sión (Sal_64_1), asegurando que ella le cumple sus votos en Jerusalén en medio de una paz divina en la que la carne, al parecer destinada a hacer la guerra al espíritu, se encuentra en el Señor Dios y hombre enteramente pacífica ya desde esta vida, en espacios de tiempo tan largos como los pide el amor divino.
Afirmo que esto es verdad, pues ya desde este mundo puede decir el alma al comienzo de la unión: Escucha mi oración, a ti viene toda carne (Sal_64_3s). Dios la escucha al grado en que ella experimenta que todos sus sentidos son absorbidos por Dios, y que ella es otra Jerusalén: Dichoso aquel a quien eliges y acoges: pues habita en tus atrios. Saciémonos de los bienes de tu casa, de la santidad de tu templo (Sal_64_5). Jerusalén donde se encuentra una participación de la gloria del que habita en ella y que eleva su poder en sus admirables moradas donde él la llena de los bienes de su bondad la cual aparece al descubierto en esa celestial Sión y en esa Sión de acá, aunque terrestre, bajo los velos de la fe, santificando al alma, es decir la persona, como su templo, pues así es de admirable su equidad, no privando la persona que coopera a la inocencia del alma con los bienes que él juzga convenientes.
Feliz esposa a la que Dios escogió y elevó, habitando en ella y ella en él: Dichoso aquel a quien eliges y acoges: pues habita en tus atrios.! Saciémonos de los bienes de tu casa, de la santidad de tu templo (Sal_64_5). Cuando el alma y el cuerpo gozan de las claridades que emite el oriente, sus divinas comunicaciones son prenda de las dulzuras celestiales, y de lo que serán sus visitas en el cenit de su ardiente amor, cuando sus admirables rayos caigan a plomo sobre ella: En su mediodía reseca la tierra, ante su ardor, ¿Quién puede resistir? (Si_43_3).
[82] No hay lengua que pueda expresar este ardor, ni criatura que pueda soportarlo sin ser consumida a menos que el Verbo Encarnado no sostenga al alma, por ser la hoguera omnipotente que arde y conserva su objeto:
Flama ardiente y clara, que Dios causa y le sirve de objeto, fuego que produce refrigerio y que conserva su sujeto. Se atiza el horno para obras de forja (Si_43_4). El Verbo Encarnado, está en el alma y en el corazón de la persona que ha comulgado; y con él, por concomitancia, el Padre y el Espíritu Santo: tres veces más el sol que abrasa las montañas (Si_43_4). Las tres divinas subsistencias arden y brillan en las tres potencias del alma, que son montes en los que fijan su morada: vapores ardientes despide, ciega los ojos con el brillo de sus rayos (Si_43_4).
En dicha alma está el origen y fuente de toda luz y de todo ardor. En ella está el Padre que engendra a su Verbo; en ella está el Hijo junto con el Padre, produciendo al Espíritu Santo, su aspiración activa, el cual la recibe pasivamente de los dos como de un solo principio, dando término a todas sus emanaciones divinas. Es él quien comienza, prosigue y termina al exterior; es decir, en la persona que ha comulgado. Esto, el ojo no puede verlo, ni el oído escucharlo, ni el corazón del hombre expresarlo en sus pensamientos debido a que toda vista, todo oído y todo pensamiento están ciegos, sordos y perdidos a todo lo creado, para encontrarse en el Increado.
Al morir a sí misma, la persona mora sólo en Dios, experimentando esta promesa: El que pierde su alma en este mundo por amor a mí, la encuentra en la vida eterna, porque Dios es la vida eterna; En esto consiste la vida eterna, dice la soberana verdad, en conocerte, oh Padre, y a Jesucristo, al que has enviado. Me atrevo a decir que esta es la profusa misión del Padre: dar a su Hijo; y la del Hijo, dar junto con él al Espíritu Santo; y la del Espíritu Santo, comunicar este divino cuerpo y esta alma divina que son obra de las tres personas. Sin embargo, por una propiedad admirable, se dice que Jesucristo es la obra del Espíritu Santo, porque éste último descendió a la Virgen. Quiero decir, por tanto, que el mismo Hijo nace en nosotros por obra del espíritu Santo, y que el mismo divino Espíritu nos anima a acercarnos a este divino Hijo, que es la gloria de su Padre, el honor de su Madre y la corona de su esposa, con la que lo une el Espíritu Santo mediante una operación digna de su creatividad. Grande es el Señor que lo hizo, y a cuyo mandato emprende su rápida carrera (Si_43_5). Apresurémonos a recibir al Salvador, que es grande, igual al Padre y al Espíritu Santo, el cual se nos da para también hacernos grandes, por ser el manjar de los grandes. El se da en el camino como vía, verdad y alegría al alma a la que ama. Así como se da prisa para venir a nosotros, apresurémonos a ir hacia él, a fin de que more en nosotros y nosotros en él. Así como descendió en María podemos afirmar que desciende en la consagración mediante una operación del poder del amor, por ser el término de la voluntad del Padre y del Hijo, su amor purísimo y perfectísimo y su reposo eterno, que los abraza y liga divinamente. Aunque no obra nada en la divinidad, obra fuerte, ardiente y suavemente en la humanidad de Jesús y en el alma santa, dándose a sí mismo el nombre de santificador y por ser el mismo Espíritu Santo al que se refirió el ángel dijo a San José: José, hijo de David, no temas tomar contigo a María tu mujer porque lo engendrado en ella es del Espíritu Santo (Mt_1_20). Yo sé que las operaciones al exterior son comunes a las tres personas, y que el ángel dirigió a María, con anterioridad, estas palabras: El Espíritu Santo vendrá sobre ti y el poder del Altísimo te cubrirá con su sombra; por eso el que ha de nacer será santo y será llamado Hijo de Dios (Lc_1_35). Más tarde el mismo ángel no tuvo dificultad en decir a San José que el Hijo que María llevaba en sí había sido concebido en ella por obra del Espíritu Santo.
Capítulo 13 - El domingo de la octava del Santísimo Sacramento del altar escuché que Dios satisfizo su amor infinito al alimentar a la humanidad con su propia sustancia. 1636
[83] Como te complace; Gloria mía que describa yo tu magnificencia con la humanidad, lo haré para darte gusto, sabiendo que tus delicias se cifran en estar y morar con ella. Mas, no contento con esto, vas más allá de lo imaginable al deleitarte en alimentarlos con tu propio ser. A pesar del placer divino que es Shaddai para ti, te oigo decir que el hombre, al complacerte, te deleita, pudiendo parecer que te regodeas en dicho placer, con el que invitas a la naturaleza humana a tu solemne festín. Dime, por favor, ¿Qué debo pensar al ver que hiciste cesar el maná del cielo cuando la tierra prometida dio su fruto? Te escucho con un gozo inefable, porque deseas que me regocije en ti, concediéndome el deleite y la petición del corazón, que es tú mismo. Dios de mi corazón, mi porción, Dios por siempre (Sal_73_26). Aquellos que afirmaron que los ángeles dejaron de dar el pan celestial porque los hombres no lo querían más, y que por tener los frutos de la tierra no era necesario esperar milagros innecesarios del cielo, dijeron verdad. Tú, sin embargo, ocultaste grandes misterios al hacerlos cesar, porque tu bondad paternal deseaba nutrir por sí misma y de sí misma a todos los hombres, brotando de las castas entrañas de la [84] Virgen María, que es la tierra bendita: Para que se saque de la tierra el pan, y el vino que recrea el corazón del hombre (Sal_104_15). Belén significa Casa del pan. Los ángeles se contentaron con alimentar a los hombres con pan y agua, lo cual fue mucho, por ser éstos reclusos culpables, arrojados fuera del cielo desde que el primer hombre pecó. Aquel pan fue el maná, y el agua el manantial que brotó de la roca al ser golpeada por la vara milagrosa. El ángel que llevó víveres a Elías pensó proporcionar un buen festín al profeta, para después llevarlo hasta la cima del Monte Horeb al cabo de cuarenta y un días. La naturaleza angélica fue muy favorable a la pobre humanidad mientras que tuvo a su cargo el manifestarle tus misterios y representar a tu majestad, lo cual supo hacer muy bien, tronando y asombrando cuando daba tus leyes y notificaba tus decretos. Como se trataba de una naturaleza ardiente y prontísima, los ángeles sólo hablaban por medio de truenos y se nos aparecían como deslumbradores relámpagos. Fueron en verdad preceptores y pedagogos muy capaces de hacerse temer y respetar, a fin de enseñar a los hombres la manera de adorar a tu admirable majestad. Mas, oh maravilla de tu bondad! no pudo ceder a tu majestad porque, cuando te encarnaste, obraste me atrevo a decirlo con la pasión libre de la imperfección de los padres y de las madres, al juzgar que cuatro mil años habían sido suficientes para haber mantener a tus hijos bajo la férula de dichos maestros celestiales y bajo la guía de sus oficiales alados, que no podían esperar las tardanzas y retrasos de los espíritus humanos, que se agravan con el peso de un cuerpo terrenal, que gime bajo su corrupción. [85] Jesús, amor mío, se dice que el amor es el peso de los que se aman. ¿Puedo decir que la tierra es tu amor y que ella te ha atraído o impulsado hacia abajo? Sí, lo he dicho, pero tú tienes invenciones propias de ti y anteriores a toda criatura. Obraste la maravilla de maravillas al levantar la tierra sobre los cielos, uniéndola hipostáticamente a tu divina naturaleza, por lo que podemos decir que Dios es la tierra, y la tierra, Dios. Aquel que dijo: Tierra, escucha la palabra del Señor, dijo bien; pero si yo digo: Tierra, recibe la palabra del Padre, apóyate en el Verbo Divino, digo mejor por serme permitido alabar tu bondad, enamorada de los hombres, la cual quiso entregarse con un amor infinito, lo cual subrayó el discípulo amado en la narración de la Cena: Habiendo amado a los suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el extremo (Jn_13_1).
Capítulo 14 - El amor del Padre entregó todo al Hijo para darse a nosotros en el divino Sacramento, con todas sus sublimes grandezas. Lunes 26 de mayo de 1636.
[87] El Apóstol dice que todo nos ha sido dado por Jesús, que nació por nosotros y para dársenos. Con él, el Padre el Espíritu Santo también se nos dan según el juramento hecho a los Patriarcas, que se cumplió con el nacimiento del Verbo y cuando se dio en la Cena, al tener todo entre sus manos. Si Dios no fuera la sabiduría infinita, podría yo decir que no entendía lo que hacía, porque dio todo de sus manos como un enamorado impulsado por su extremo amor, de suerte que su predilecto y secretario íntimo sólo pudo expresarlo como un exceso de amor infinito: Antes de la fiesta de la Pascua, sabiendo Jesús que había llegado su hora de pasar de este mundo al Padre, habiendo amado a los suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el extremo (Jn_13_1). Antes del día de la fiesta de la Pascua, no quiso pasar por alto la pascua figurativa, hasta que estuviera instituida la real, como si temiese dejar el mundo e ir a su Padre sin haber demostrado que amaba a los suyos con el mismo amor que les amaba el Padre al entregarlo a la humanidad. En dicha hora, el corazón de Jesús se incitó indeciblemente a dar con generosidad a los suyos, que estaban en el mundo. Divino enamorado, no los llevas contigo y el mundo en el que están es demasiado pequeño para contenerlos junto con tu inmenso don. Aún puedo ver al demonio entrando en el corazón de Judas y poner en él barricadas, para impedirte entrar en él. Quiso asegurarse de ser el mejor armado al defender la plaza que la maligna avaricia de Judas, la rabia y la envidia le dieron en posesión. Intentó además acribillar al Príncipe de tus apóstoles, haciendo que te negara con sus propias palabras, llamándose anatema, que no te conocía. Aún voy a hablar después de meditar, para decir que estoy colmado de furor (Si_39_16). Todo esto es incapaz de detener a mi dulce furor. ¿Quién oyó decir alguna vez que el furor fuera amable? No, no lo es cuando proviene de las meras criaturas; pero lo es en el corazón del Salvador, en el hombre creador y criatura, porque se apoya en el Verbo divino, que constituye las delicias del Padre, la hermosura y la deleitable bondad; la felicidad de los ángeles y de la humanidad. Escuchadme, vosotros que sois prosapia de Dios, y brotad como rosales plantados junto a las corrientes de las aguas (Si_39_17). Esparcid suaves olores como en el Líbano Su furor se llama espina, y rosa su dulzura. Por ello la ira del Salvador es dulce: (Si_39_18). La memoria de su divino nombre es tan dulce como el bálsamo derramado, que atrae a las jovencitas en seguimiento de su aroma, que tanto llegan a amarlo. Su esposa, la única paloma, la perfecta, halla tanto contento al entrar en su cava, que se embriaga en tanto que él enarbola, en medio de su corazón, la enseña de su divino amor, que ordena la caridad por temor a que desfallezca ante las dulzuras de estos sagrados arrebatos en un éxtasis divino, al salir de su cuerpo, al que anima, para entrar en Dios, al que ama. Todos los demás amores son tiránicos por exigir del alma una obligación que no tiene hacia ellos, ya que su único deber es amar a Dios con todo su corazón y con todas sus fuerzas. Actuando necia o furiosamente, sumen al alma en la indigencia, en la que la sofocan. Entonces desfallece por debilidad, o se asfixia como resultado de dichas opresiones: Son confundidos los labios del que habla la iniquidad. Sus dientes son pequeñas lanzas y saetas, su lengua, una espada afilada (Sal_57_5). Ellos saben, en ocasiones, que todo lo que los hiere es una insignificante criatura, débil como ellos, a la que alaban y hieren con su propia lengua, dos corazones a una: Porque blandieron como espadas sus lenguas; entesaron el arco con una sustancia amarga, para disparar en secreto su saeta al inocente (Sal_63_8s). Dichas almas eran santas e inmaculadas antes de ser heridas por estas saetas y espadas envenenadas. Pero, ¿Dónde comencé a divagar de mi dulce amor? Al hablar de tu furor, dije algo acerca de las amarguras de las que aman en el mundo, buscando en él [89] lo que jamás encontrarán, porque todo es vanidad y aflicción de espíritu, menos amar a Dios, de quien somos amadas primeramente con un amor infinito, amor que te movió a darte a ti mismo, Jesús, que eres todo para mí, y a anonadarte a ti mismo. ¿Eres acaso el astro que mengua, después del plenilunio? (Si_43_7). Podría parecerlo al tiempo de tu cena y de tu pasión, cuando lavaste los pies a tus apóstoles, aun a Judas, que te despreciaba y obedecería a los judíos para que te crucificaran, y, después de haberte preferido a Barrabás, te sacrificarían entre dos ladrones. Qué abatimiento el de Aquel que, teniendo la forma de Dios, siendo igual al Padre y al Espíritu Santo sin causarles menoscabo, se humilla a sí mismo al grado en que sus criaturas llegan a considerarlo malhechor e inicuo; a él, que es la soberana bondad y la verdadera equidad! Lo hace para demostrar hasta dónde llega su amor, a fin de que el mundo sepa que ama a su Padre, quien lo dio al mundo para salvar por su medio a la humanidad y levantarlo hasta el trono de su gloria con sus propios sufrimientos, a fin de que reciba dignamente el nombre que está sobre todo nombre, en cuya presencia se dobla toda rodilla en el cielo, en la tierra y en los infiernos; y para que toda lengua confiese que, por sus méritos, está sentado en la gloria de su eterno Padre: Lleva el mes su nombre; crece maravillosamente cuando cambia (Si_43_8). Al consumar la obra de la redención, consuma el holocausto perfecto, Por tus juicios subsiste todo hasta este día, pues toda cosa es sierva tuya (Sal_118_91). Al resucitar y subir al cielo, todo te estuvo sujeto; es el segundo día, que no terminará jamás: tu grandeza será eterna; Enseña del ejército celeste que luce en el firmamento del cielo (Si_43_8). Por ello exclama la Iglesia: Hostia de salvación, que abres las puertas del cielo, auxílianos con fuerza poderosa en los asedios de las fuerzas enemigas. El Dios oculto y salvador es el Señor de los ejércitos. El cielo y la tierra están llenos de su gloria. A la menor mirada que los ángeles fijan en el sagrado copón donde su Señor está como centinela, haciendo guardia con su cuerpo para el bien de la Iglesia, la cual encuentra su fuerza y su bastión en sus torres, que son las dos naturalezas de este Señor fuerte en la batalla, se extasían ante el exceso de su amor. [90] Estos fieles guardianes abren sus puertas a la vista de su majestad, y su gloria entra por ellas de manera inefable: Hermosura del cielo es la gloria de las estrellas, orden radiante en las alturas del Señor. Por las palabras del Señor están fijas según su orden, y no aflojan en su puesto de guardia (Si_43_9s). Por eso dijo David: Congregad a mis fieles ante mí, los que mi alianza con sacrificio concertaron (Sal_50_5).
Entre estos santos, es menester escuchar a los que recibieron la buena nueva del Verbo Encarnado en este divino sacramento, la cual legaron al mundo para iluminarlo y esclarecer las maravillosas grandezas del pan de vida y del entendimiento, que es su gloria, ya que por su medio brillan como estrellas en el firmamento celestial, pero a perpetuidad, desde donde juzgarán a los incrédulos, a los herejes y a los malos cristianos que cerraron los ojos ante el sol de justicia y de bondad, el cual mantiene fijos y clavados fuertemente en sus deliciosas bellezas los ojos de sus enamoradas. En cuanto a ti, alma mía, contémplalo en la tierra como un arco iris que te anuncia la paz; bendice a aquel que lo hizo hombre y lo engendra en la eternidad; bendice a este arco tendido para darte fuerza y ser signo de su divino amor, que impedirá al diluvio de venganza caer sobre ti. Su bondad es muy grande y su belleza, arrebatadora en sí misma: Qué bonito es su esplendor (Si_43_11). Es extremadamente bello en su esplendor; sólo él, con el Padre y el Espíritu Santo, son capaces de contemplarlo fija, inmensa y enteramente. Rodea el cielo con aureola de gloria, lo han tendido las manos del Altísimo (Si_43_14). Rodeó los cielos con su gloria y, con su poder, los abrió a la inteligencia de sus maravillas. Estos cielos son los ángeles y las almas a las que él mismo ilumina. En un instante las hace blancas como la nieve y frías a todo lo que no es su gloria. Las apura, las apremia a procurar su fervor en las demás, cual centellas que iluminan y encantan, comunicando el amor y el temor: el amor de su misericordia y el temor de su justicia. [91] Con su orden precipita la nieve, y fulmina los rayos según su decreto. Por eso se abren sus cilleros, y vuelan las nubes como pájaros. Con su grandeza hace espesas las nubes, y desmenuza las piedras de granito (Si_43_13s). Según esto, abre sus tesoros a sus almas queridas, las cuales son transformadas en nubes que vuelan como los pájaros del día sobre las que se da el sol y, al derretirlas, las solidifica y afirma, colocándolas entre sus grandezas y sus magnificencias, y concediéndoles el poder de romper los corazones de piedra de los grandes de la tierra. ¿Quién hubiera pensado jamás que la nube destilada pudiera romper una piedra en tan poco tiempo? Según lo que aprendí, la caída constante de una gota quiebra, después de mucho tiempo la piedra sobre la que cae. Estas piedras de la indignación divina, que con frecuencia le sirven de plagas para castigar las faltas de los hombres, son resquebrajadas por la gracia que concede a las almas que comulgan santamente: en la eucaristía su resistencia es reducida a la nada y en ella se rompen de contrición. A una mirada suya se conmueven los montes, y a su querer sopla el ábrego (Si_43_18). En la presencia del divino sol, las montañas son las almas elevadas, lugares altos inflamados e iluminados en el mediodía de su amor. Ellas aspiran, al respirar, el dulce aire de su bondad: Los ojos admiran la belleza de su blancura, y las inundaciones llenan de espanto el corazón (Si_43_20). El entendimiento se arrebata de admiración ante su bondad y su blancura, sabiendo que él es el candor de la luz eterna, figura de la sustancia del Padre y espejo sincero de su majestad, en la que nada sucio puede caber. Ellas aspiran, al respirar, el dulce aire de su bondad: Los ojos admiran la belleza de su blancura. Cuando place a la divina bondad que el alma la contemple con una vista fortalecida por su luz, parece fundirse en la misma imagen y exclama con el Apóstol: Y así es que todos nosotros, contemplando a cara descubierta como en un espejo la gloria del Señor, somos transformados en la misma imagen de claridad en claridad, como por el Espíritu del Señor (2Co_3_18). Mientras que el alma se encuentra en esta comunicación sublime de la divina belleza, es transformada en participante divina de las inefables grandezas, admirando a la deidad suprema que la sostiene con brazo poderoso y echa fuera todo lo que [92] puede distraerla de la atención a ella. Sin embargo, como esto no puede durar en el camino del mismo modo que en el término, el Dios de los esplendores cubre su claridad, enviando al alma un delicioso rocío para darle sombra y anegándola en la dulce afluencia de su bondad, que es el Espíritu Santo, el cual difunde o derrama la caridad en su corazón, que parece desmayar o desfallecer ante la superabundancia de sus amorosas dulzuras: El rocío, después del viento ardiente, devuelve la alegría (Si_43_22). Lo anterior es un verdadero éxtasis, ya que la voluntad que reside en el corazón se encuentra en esta fuente viva y en dicho fuego de caridad. Mucho más podríamos decir y nunca acabaríamos; broche de mis palabras: El lo es todo. ¿Dónde hallar fuerza para glorificarle? Que él es el Grande sobre todas sus obras. Temible es el Señor, inmensamente grande, maravilloso su poderío. Con vuestra alabanza ensalzad al Señor, cuanto podáis, que siempre estará más alto; y al ensalzarle redoblad vuestra fuerza, no os canséis, que nunca acabaréis. ¿Quién le ha visto para que pueda describirle? ¿Quién puede engrandecerle tal como es? mayores que éstas quedan ocultas muchas cosas, que bien poco de sus obras hemos visto. Porque el Señor lo hizo todo, y dio a los piadosos la sabiduría (Si_43_29s). Todo lo que podemos decir de este divino sacramento se queda muy corto. Es la maravilla de las maravillas que Dios hizo en el cielo y en la tierra. Nada es más grande porque en él se encuentra la Trinidad. Es la extensión de la Encarnación, la amorosa memoria de la pasión, el terror de los demonios. Los ángeles adoran con una reverencia inefable al Verbo Encarnado y anonadado en este divino sacramento, en el que se manifiesta su admirable grandeza. Después de los espíritus celestiales, la humanidad y todas las criaturas deben alabar su magnificencia, lo cual nada dice, ya que se encuentra más arriba que la altura a la que lo bendicen, lo cual también se aplica a la humanidad y a las demás criaturas: Está por encima de toda alabanza (Si_43_33).
[93] Al alabarla en paz y sin presura, el alma vive contenta, sabiendo que su poder es impotente a causa de la excelencia del objeto que ella desearía ensalzar, que es infinitamente digno de alabanza. El mismo sabe de qué manera debe ser loado, y lo hace dignamente, ofreciendo su propia alabanza junto con la piedad que su bondad pone en nuestras almas. En dicha piedad mora la sabiduría que quiere concedernos, que es la santidad. El que es santo, es de él, por él y en él santificado nuevamente. Instituyó este sacramento para santificarnos por sí mismo, para que vivamos por él así como él vive por su Padre. Desea morar en nosotros a fin de que moremos en él, y que seamos uno con él así como él es uno con su Padre mediante el lazo de amor que es el Espíritu Santo, al que, en unión del Padre y el Hijo, sea dada gloria por siempre.
Capítulo 15 - En este divino Sacramento se encuentran la divina alabanza que da honor a Dios y la invención de su amor que transforman a quienes lo reciben santamente, 26 de mayo de 1636.
[95] Al profeta David le complacía en extremo entonar las alabanzas divinas: Aclamad a Dios, la tierra toda, salmodiad a la gloria de su nombre, rendidle el honor de su alabanza; toda la tierra se postra ante ti, y salmodia para ti, a tu nombre salmodia. Pueblos, bendecid a nuestro Dios, haced que se oiga la voz de su alabanza (Sal_66_1s).
Este profeta tan amado del Señor por ser un hombre según su corazón, conocía sus intenciones. Por ello fue escogido para realizar sus designios, que son nuestra santificación, reservando para sí la alabanza y la gloria y diciendo por el profeta Isaías: A ningún otro daré mi gloria. Esto significa que ni el hombre ni el ángel deben usurparla, por ser éste un delito de lesa majestad al jefe supremo, por quien el ángel soberbio fue echado fuera del cielo empíreo, y el hombre, que por persuasión de su mujer, seducida por la serpiente, comió del fruto prohibido para ser como Dios, expulsado del paraíso terrenal en medio de gran confusión y sin esperanza de poder volver a él, por ser indigno de comparecer ante la majestad ofendida.
¿Por qué medio llegar a un acuerdo entre un Dios altísimo y un minúsculo vaso de tierra que se había inflado de orgullo? No existe punto de conveniencia entre la nada y el todo; pero he aquí, el Verbo divino que, sin menoscabo, iguala en gloria al Padre y al Espíritu Santo, por su pura bondad se anonada, tomando la forma de siervo. [96] Con esta indumentaria es verdadero hombre sin dejar su divinidad. Por ello retiene su propia gloria y mérito en la encarnación, para que en cuanto hombre sea honrado como Dios con culto de latría. La excelencia del soporte divino levanta la bajeza de la naturaleza que tomó, y al entrar en el mundo, ofrece un sacrificio digno de la gloria divina. El que ofrece sacrificios de acción de gracias me da gloria, al hombre recto le mostraré la salvación de Dios (Sal_50_23). El Verbo divino, que se hizo camino, ideó esta admirable invención para llegar a un acuerdo con la divinidad, al manifestarse y darse al género humano como Salvador de Dios, lo cual Simeón conoció claramente cuando dijo: Ahora, Señor, puedes, según tu palabra, dejar que tu siervo se vaya en paz, porque han visto mis ojos tu salvación (Lc_2_29s). Como si hubiera dicho: El camino está abierto, déjame ir en paz; mis ojos han visto a tu Salvador, al que enviaste a los verdaderos israelitas. El Verbo Encarnado es el verdadero Israel, al que glorificas y mediante el cual recibes toda gloria, porque procede de ti para glorificarte. A tu vez, lo vuelves a glorificar en sí mismo y en los suyos, para los que desea la gloria que tiene contigo desde antes que el mundo existiera: Yo les he dado la gloria que tú me diste, para que sean uno como nosotros somos uno: yo en ellos y tú en mí, para que sean perfectamente uno, y el mundo conozca que tú me has enviado. Padre, los que tú me has dado, quiero que donde yo esté estén también conmigo, para que contemplen mi gloria, la que me has dado, porque me has amado antes de la creación del mundo (Jn_17_22s). Recuerda, Padre Santo si es que puedes olvidar alguna cosa a la manera de los hombres, que tu decreto de bondad procedió al de justicia. Por ti mismo, eres bueno, y justo en razón de los ángeles y de los hombres. Divino Padre mío, para que el mundo conozca que te amo, vengo según tu ardiente amor, que desea salvar a la humanidad por mi medio, dándole lo que tú mismo destinaste para ella antes de la [97] creación del mundo, a saber, la participación de tu gloria como hiciste con los ángeles.
Por mi medio son consortes de nuestra divina naturaleza. No dijiste ni dirás jamás al ángel: Tú eres mi hijo, hoy te he engendrado en mis entrañas y en mi seno en el esplendor de los santos. Es a mí a quien dices esto, y que yo estoy sentado a tu diestra en igualdad de gloria. A mi vez, te digo con mi autoridad divina en calidad de divino Verbo tuyo que deseo que nuestra voluntad divina sea una en nuestras tres hipóstasis, y que los que me has dado sean uno, para que yo esté en ellos y que ellos sean uno conmigo así como yo soy uno contigo y el Espíritu Santo, al que tú y yo queremos darles, sabiendo que él desea venir a ellos y hacer en ellos su morada por siempre, a fin de manifestar tu gloria en el mundo. Deseo estar con ellos por la gracia hasta la consumación de los siglos y en el sacramento de amor y de gloria que les doy y daré aun en calidad de viático, a fin de que lleguen a la gloria a través de la beatitud de este sagrado convivio, en el que permaneceré y permanezco para que, al recibirlo, sus almas sean colmadas de gracia en recuerdo de mi pasión y de mi gloria, y de la esperanza que es preludio del gozo de mi resurrección gloriosa, ya que en este divino sacramento reside toda alabanza tuya. Al verla en ellos, mi gozo será pleno al ir yo a ti, Padre Santo: Pero ahora voy a ti, y digo estas cosas en el mundo para que tengan en sí mismos mi alegría colmada (Jn_22_13).
Si fuera yo capaz del dolor eterno en mi divinidad, lo sentiría al ver que Judas y los malos cristianos no aprovecharán este sacramento, en el que me doy con usura a mis amigos, que encuentran en él el céntuplo y la gloria eterna ya desde esta vida. Por ello me alegra el que mis predilectos reciban, por este sacramento, mi gozo cumplido, que los colma de felicidad. Canté el himno a tu gloria en la Sión de la tierra a fin de que seas dignamente alabado y se te agradezca este gran beneficio otorgado a los míos. Permanezco en este sacramento para continuar en él este oficio, y para aplacarte cuando falten a sus [98] obligaciones por impotencia y la decadencia del pecado. Solos no son capaces de alabarte por estar tú muy por encima de toda alabanza. Soy yo quien te la ofrece de modo infinito porque eres infinito. Me quedo en este sacramento para impedir que la maldición lanzada sobre los que se apartan de tus mandamientos los pierda el momento de tu ira. Te ofrezco mi dulzura y mi obediencia perfecta. Ni sacrificio ni oblación querías, pero el oído me has abierto; no pedías holocaustos ni víctimas, entonces dije: Heme aquí, que vengo. Se me ha prescrito en el rollo del libro hacer tu voluntad. Oh Dios mío, en tu ley me complazco en el fondo de mi ser (Sal_40_7s). Yo soy tu libro, por ser tu Verbo. Yo tomé la naturaleza humana a fin de cumplir todas tus voluntades con un corazón enamorado, porque eres mi mayor delicia. Me deleito en ti, que concediste la petición de mi corazón en la Cena del amor en la pascua que deseé con gran deseo por el amor infinito que te tengo, que es el mismo con el que los amo. En este amor ganas más de lo que te hacen perder al ofenderte. En razón de tu sublime infinitud, sus pecados son infinitos porque ofenden a un objeto infinito, y yo pago por ellos con méritos infinitos. Como mis acciones son teándricas debido al soporte divino, son humanamente divinas y divinamente humanas.
Oh maravilla de amor. ¿Quién es capaz de escrutar tus designios, que sólo pertenecen al amor divino que es Dios? Dad gracias al Señor, aclamad su nombre, divulgad entre los pueblos sus hazañas, pregonad que es sublime su nombre. Cantad al Señor, porque ha hecho algo sublime, que es digno de saberse en toda la tierra. Dad gritos de gozo y de júbilo, moradores de Sión, que grande es en medio de ti el Santo de Israel (Is_12_4s).
Confiesen al Señor e invoquen su nombre; esfuércense para hacer resonar y conocer sus hazañas entre otros pueblos. Recuerden que hay un nombre para el [99] Altísimo; la alabanza es debida a este divino Señor porque obró maravillas al darse a sí mismo. Es convivio de convivios, que jamás tendrá par ni como comida, ni como bebida. Su generosidad dura hasta el fin de los siglos y, si la Iglesia me lo permite, diré que es eterna; y por qué no, si Jesucristo dijo: Quien coma de este pan vivirá eternamente, porque yo lo resucitaré en el último día. Sus padres comieron el maná en el desierto y murieron; pero el que coma de este pan vivirá eternamente, porque tendrá en sí la verdadera vida. De este modo seremos cristóforos, es decir, llevaremos a Cristo en nuestros cuerpos por haber recibido su cuerpo y sangre en nuestros miembros. Como dice San Pedro, seremos participes de la naturaleza divina. (San Cirilo de Jerusalén)
Al ser consortes de su divina naturaleza, participamos de su vida divina de una manera admirable al comer de este pan divino. Por ello nos dice: Si no coméis la carne del Hijo del hombre, y no bebéis su sangre, no tenéis vida en vosotros. El que come mi carne y bebe mi sangre, permanece en mí y yo en él (Jn_6_53s). Oh unión admirable, sublime fusión, unidad divina en la que el fuego del divino amor transforma el alma humana, es decir, el cuerpo, en Jesucristo, que es principio de vida y santa llama del pecho en el que Jesucristo es recibido para santificar, es decir, para deificar! La esposa, derretida en sí misma, se derrama en Dios, en el que reside y subsiste.
Es como si alguien derramara cera derretida sobre otra: forzosamente la segunda se mezclaría del todo con la primera. De igual manera quien recibe en sí el cuerpo y sangre del Señor, se fusiona con Cristo en sí mismo, y Cristo se encuentra en él. Aquí se verifican las palabras de San Mateo, o mejor dicho, las del Verbo Encarnado acerca de la levadura oculta en tres medidas de harina. El amor divino ha dado a nuestra naturaleza un soporte que la lleva, con el que, por concomitancia, están los otros dos soportes, por ser la divinidad indivisible en este sacramento.
[100] En este divino pan se encuentran las tres sustancias de Jesucristo: la divina, la del alma y la del cuerpo. Toda la maravilla que es el Verbo Encarnado, es recibida en el hombre por obra del Espíritu Santo. Como dijo Pablo: así como la levadura fermenta toda la masa, de igual manera una pequeña bendición atrae a sí la totalidad del hombre y colma de gracia su ser. De esta manera, Cristo mora en nosotros y nosotros en él. Si queremos, por tanto, obtener la vida eterna, y anhelamos poseer en nosotros al dador de la inmortalidad, acudamos gustosos a recibir esta bendición.
Al odiar el pecado, amemos la gracia; este divino sacramento es llamado Eucaristía, que significa la gracia misma, acción de gracias. En ella se encuentra el autor de la gracia. Los demás sacramentos confieren la gracia, pero éste contiene al Dios de la gracia, Jesucristo, pleno de gloria y de verdad, la cual vemos a través de la fe al confesar que él es el unigénito y único del Padre eterno, que en la encarnación se hizo carne para habitar en nuestra naturaleza.
Por si esto fuera poco, instituyó el sacramento de su precioso cuerpo y sangre y, por concomitancia, el alma y la divinidad nos son dadas en él por el poder de su palabra divina: el pan se convierte en carne para habitar en cada uno de nosotros. Fue él quien ideó este medio para obrar una extensión de su Encarnación. Dad gritos de gozo y de júbilo, moradores de Sión, que grande es en medio de ti el Santo de Israel (Is_12_6). No contento con haberlo ofrecido en Sión, quiso que este sacrificio y sacramento, que es la consumación de sus delicias y el anonadamiento de sus maravillas, se extendiera por toda la tierra: Porque es una aniquilación decidida lo que el Señor Dios de los ejércitos realiza en medio de toda la tierra (Is_10_23).
El obró nuestra salvación en medio de la tierra, en el seno de la Virgen Madre. En el Cenáculo hizo posible esta maravilla para salvarnos por sí mismo y, no contento con ello, lo hace por toda la tierra, en la que dicho sacrificio se ofrece y este sacramento es concedido a los cristianos. Porque la tierra estará llena de la ciencia del Señor, como cubren las aguas el mar (Is_11_9). Y esto a tal grado, que el alma prorrumpe después de recibir el divino sacramento: Ciencia es misteriosa para mí, harto alta, no puedo alcanzarla (Sal_139_6).
[101] No puedo comprenderla, pero ella me comprende. Ella me ilumina al cegarme; la luz es tiniebla a mis deficientes ojos, por lo que debo cerrarlos en una noche deliciosa para mí: Aunque diga: Me cubra al menos la tiniebla, y la noche sea en torno a mí un ceñidor, ni la misma tiniebla es tenebrosa para ti, y la noche es luminosa como el día. Como la tiniebla, así la luz (Sal_139_11s).
Tú iluminas mi entendimiento e inflamas mi voluntad en este divino sacramento. Siempre soy feliz al verte o al besarte; mi dicha consiste en perderme en este abismo, abismada en la divinidad: En Dios, cuya palabra alabo, en el Señor, cuya palabra alabo, en Dios confío y ya no temo, ¿Qué puede hacerme un hombre? (Sal_56_11s).
Capítulo 16 - La admirable belleza de Jesucristo en la amabilísima Eucaristía, la cual comunica a su esposa con una divina pureza, haciéndola fecunda con frutos de santidad, miércoles 27 de mayo de 1636.
[103] Así como se conocen las causas por sus efectos, entraremos en el conocimiento de la belleza del divino esposo, a través de la hermosura que concede a su esposa, belleza que él mismo alaba lleno de admiración. Qué bella eres, amada mía, qué bella eres (Ct_4_1). Eres toda hermosa y en ti no hay mancha alguna. Ven del Líbano, ven. Otea desde la cumbre del Amaná, desde la cumbre del Sanir y del Hermón, desde las guaridas de leones, desde los montes de leopardos. Me robaste el corazón, hermana mía, esposa, con una mirada tuya, con uno solo de tus cabellos (Ct_4_8s). Quién ha dado tantas bellezas a la esposa sino el esposo, al que dice en respuesta. Qué hermoso eres, amado mío, qué delicioso. Puro verdor es nuestro lecho. Las vigas de nuestra casa son de cedro, nuestros artesonados, de ciprés (Ct_4_16s).
La hermosura que alabas en mí procede de ti; eres tú quien me la da; tu profeta real nos hace notar que eres tú el que nos hizo, y no nosotros a ti: El nos hizo y no nosotros a él (Sal_100_3).
¿No eres tú el Señor de los ejércitos? Las armas de la guerra no tienen poder alguno sobre ti. Una sola mirada de tus ojos llenos de majestad abaten todo a tus pies; tu voz es un trueno y tu palabra un rayo. El pueblo al que sacaste del desierto no podía escucharla sin sentir angustias de [104] muerte, por lo que pidieron a Moisés que fuera su intérprete así como era el tuyo, trayéndoles tus leyes para que a su vez pudiera presentarte su obediencia. David decía: Yo daré mi benignidad y la tierra producirá su fruto.
Hija, ¿acaso ignoras que el amor posee encantos y que hiere con dardos que no pueden evitarse, por ser agradabilísimos? Aquellos que los sienten, los reciben con una complacencia inefable, conocida sólo de los que aman.
Mi querido enamorado, tu bondad se dejó herir, porque así lo quiso, con una sola mirada de tu amada y uno solo de sus cabellos. ¿Qué herida no te habría causado si hubiera empleado sus dos ojos y te hubiese aprisionado con un cordel tejido con toda su cabellera? Quizá no hubieras podido desatarte de su ligazón. Te habría mantenido cerca de ella, y a su vez, conservaría el consuelo de la llaga mortal que le causaste, que la sume en una languidez tal, que conjura a las hijas de Jerusalén te avisen que desfallece de amor a ti; que tu ausencia acabará con ella si no vas presuroso a remediar su mal de amor: Yo os conjuro, hijas de Jerusalén, si encontráis a mi amado, ¿Qué le habéis de anunciar? Que enferma estoy de amor (Ct_5_8). Que su belleza me ha herido. ¿Qué distingue a tu amado de los otros, oh la más bella de las mujeres? ¿Qué distingue a tu amado de los otros, para que así nos conjures? (Ct_5_9).
¿Quién es tu amado, al que nos muestras tan amable, oh la más bella de las mujeres? ¿Quién es tu amado, que provoca en ti un amor tan apasionado que nos conjuras de este modo, para que te demos noticias de él? No es costumbre entre las que aman buscar con tanta urgencia y ardor a sus amados. Debe ser la belleza misma, porque te has perdido en ella junto con la compostura propia de tu sexo y condición.
Mi amado es cándido y rubicundo, distinguido entre diez mil (Ct_5_10). Mi amado es blanco y rojo, uno entre millares; es decir, el elegido entre todos. Es el Hijo de Dios, el candor de la luz eterna, el esplendor de la gloria del Padre, la imagen de su bondad, el espejo sin mancha de su majestad, el hálito de su poder y la nítida emisión de su claridad divina. Cuya hermosura admiran el sol y la luna. El mismo se admira, su madre le admira; él es Sol, su Madre, luna y los santos, estrellas [105]: Es ella, en efecto, más bella que el sol y supera a todas las constelaciones (Sb_7_29).
Es el más bello de todos los hombres y su hermosura es incomparable No hubo antes de él, quién tuviera vestiduras tan magnificas desde el comienzo del mundo (Si_45_15). En él se encuentra la belleza de los campos, que es la belleza divina en razón de su humanidad, a la que llamamos esplendor de los campos. Lo es también mediante la unión inseparable que tiene con el Padre y el Espíritu Santo, por ser con ellos un Dios único aunque distinto, en Trinidad de personas. En este sacramento lo acompañan por concomitancia, haciendo su morada en el alma que comulga.
Dicho esposo tiene la hermosura de Jerusalén, a la que se refirió el buen viejo Tobías con estas palabras: Seré feliz si alguno quedare de mi raza para ver tu Gloria y confesar al Rey del Cielo. Las puertas de Jerusalén serán rehechas con zafiros y esmeraldas, y de piedras preciosas sus murallas. Las torres de Jerusalén serán alzadas con oro, y con oro puro sus defensas. Las plazas de Jerusalén serán soladas con rubí y piedra de Ofir; las puertas de Jerusalén entonarán cantos de alegría y todas sus casas cantarán aleluya. Bendito sea el Dios de Israel. Y los benditos, bendecirán el Santo Nombre por todos los siglos de los siglos. Amén (Tb_13_16s).
En cuanto a mí, he terminado el transcurso de mis años. Es necesario que mi cuerpo baje al sepulcro y que mi alma descienda a los limbos. Sin embargo, me consideraré dichoso si poseo la certeza de que alguien de mi simiente y de mis descendientes vivirá todavía sobre la tierra para contemplar al Verbo Encarnado, que es la verdadera Jerusalén de paz. Sus puertas serán de zafiros y esmeraldas; la esperanza de la tierra se unirá al poder del cielo; sus muros serán de piedras preciosas y su pavimento, de piedras blancas y purísimas. Llegará a nosotros por María, que es la puerta admirablemente sellada por la que este gran Señor pasó sin causar abertura alguna, entrando a ella y saliendo de ella. Los doce apóstoles son las piedras preciosas que le rodean. Magdalena, santificada por él, es el pavimento de [106] adoquines blancos en los que se detuvieron los pies del Salvador después de haberle perdonado sus pecados.
Al llegar a este punto, aplicamos el concepto de la misma Jerusalén a la divina humanidad de Jesucristo en el Santísimo Sacramento, que es la ciudad divina y humana recubierta de zafiros y esmeraldas; que es la verdadera puerta: Yo soy la puerta (Jn_10_7). La hermosura de todas las piedras preciosas la circunda como muros deslumbradores, que extasían a sus amigos y aterrorizan a sus enemigos.
El empedrado en el que se apoya es la pureza misma, siendo fácil de distinguir como la nieve que cubre la cima de una montaña, que es comprimida admirablemente, permaneciendo sólida con una singular perfección parecida a la de la divina Jerusalén: Cuando Shadday dispersa a los reyes, por ella cae la nieve en el Monte Umbrío; Monte de Dios, el monte de Basán (Sal_67_15). Dichas piedras están ungidas con bálsamo de alegría, destilando, junto con él, miel que regocija a los que viven en ella: y por sus calles se cantará: Aleluya.
Sus dimensiones son admirables: la suprema altura, la profundidad abismal, la inmensa anchura, la infinita longitud de su divina naturaleza, que porta a la humanidad, la cual tiene recodos en los que se canta aleluya; llagas sagradas cuya belleza invita a entonar aleluyas. Todos los que pueden entrar en ella cantan emocionados alabanzas divinas y humanas al Hombre-Dios, que es también la adorable Jerusalén donde reina la paz. Bendito sea el Dios de Israel Y los benditos, bendecirán el Santo Nombre por los siglos de los siglos. Tobías era del linaje de Neftalí, de quien Jacob profetizó diciendo: Es una cierva suelta, que da cervatillos hermosos (Gn_49_21). Buen viejo, pareces rejuvenecer ante tu deseo: corres muy de prisa, encontrándote, en pensamiento y espíritu, en el advenimiento de Jerusalén a la tierra. El divino Espíritu te mueve a apresurarte, inspirando tus bellas palabras a favor de la hermosura sin par de la Jerusalén que él mismo edificó en las entrañas de la Virgen. En esta Jerusalén se da tan bella reunión. Quién no se extasiará al contemplar su admirable hermosura. Mi amado es cándido y rubicundo, distinguido entre diez mil (Ct_5_10). Es la blancura divina y el escarlata humano; es el armiño purísimo y la púrpura real; es la cerusa y el bermellón. Es la inocencia y el amor, la belleza y la gracia increada: Su cabeza, oro finísimo (Ct_5_11). Todas las riquezas de la ciencia, la sabiduría y la divinidad están en Jesucristo, Dios y hombre, que es mi esposo amadísimo. Sus cabellos como renuevos de palmas, y negros como el cuervo (Ct_5_11). Cual palmas victoriosas, extiende sus vastos pensamientos sobre los corazones, por amor. Cuida de las almas desamparadas como el cuervo a sus polluelos; si la madre olvida a su hijo, el Verbo Encarnado jamás olvidará a sus elegidos. Los hará semejantes a él mediante el rocío de sus gracias celestiales y divinas, de suerte que los confesará como suyos. ¿Qué rocío es éste? La Eucaristía, con la que los alimenta y configura en él.
Sus ojos como de paloma junto a los arroyuelos de aguas (Ct_5_12). Sus ojos de paloma contemplan la ribera de las aguas de las tres divinas substancias, que son litorales, términos y relaciones entre las personas de la augustísima Trinidad, las cuales se encuentran divinamente la una en la otra en su circumincesión y divino saber. Sus ojos como de paloma junto a los arroyuelos de aguas, bañándose en leche, posadas junto a un estanque (Ct_5_12). En su infancia su humanidad y benignidad se manifestaron a manera de leche y dulzura, que ahora nos son dadas en este divino sacramento, que se cubre bajo el blanco velo de la leche, para disimular en él nuestras faltas por medio de la penitencia. La leche no es transparente, por lo que puede contemplar su blancura. De igual manera, este enamorado mira siempre su inocencia y, por amor a ella, perdona las iniquidades de los hombres, no queriendo acordarse de sus pecados una vez que los ha perdonado en la recepción de este sacramento del amor.
Era yo, yo mismo el que tenía que limpiar tus rebeldía por amor de mí y no recordar tus pecados (Is_43_25). Aparenta ignorar las faltas de devoción, de modestia y de respeto que se cometen en la recepción de este divino sacramento, borrándolas con su pureza, dándose satisfacción a sí mismo, deseando con gran deseo que lo recibamos y, a fin de que la claridad de sus ojos no nos aterre a causa de la majestad de sus rayos, los vela con leche. Por ser el Dios del amor, vela sus ojos con tules de leche, a fin de que los pequeños se acerquen a él en este divino banquete, sin temor a su grandeza, que se estrecha en él, por ser el Verbo anonadado.
El es el bravo Judá, del que Jacob profetizó diciendo: Lava en vino su vestimenta, y en sangre de uvas su sayo; el de los ojos encandilados de vino, el de los dientes blancos de leche (Gn_49_11s).
A las almas que le aman se les manifiesta como el mismo amor, con todo su ardor, por haber lavado su túnica en el vino de la uva y su manto en la sangre de la vid. Sus ojos son bellos como el vino. Para animar a las almas valientes a recibirlo, se come a sí mismo y después se da como alimento. Es un festín real, es decir, divino. Para los fuertes, sus pechos son como una uva azul de las viñas de Engadí. Sus ojos son bellos como el vino de esta uva. Para el pequeño, son leche con el que lava sus ojos. Sus dientes, blancos como la leche, conceden audacia para comer con él. Todo en él parece anegarse o nadar en la dulzura y ser lavado con leche, como sugiere la expresión bañándose en leche.
Es menester fijarse que el Espíritu Santo añade: posadas junto a un estanque, debido a que su humanidad está unida a la divinidad y reside en unidad de personas por medio de la unión hipostática, que se apoya en la divina subsistencia del Verbo divino sin mezcla ni confusión de las dos naturalezas, que se unen y son llevadas por la hipóstasis del Verbo, que es el río de plenitud que la fecundidad del Padre engendra a perpetuidad. Al ver las miserias de los hombres, dicha humanidad acude a socorrerlas, sin dejar de contemplar las adorables perfecciones de la divina excelencia, que son tan suyas como del Padre y del Espíritu Santo. Me refiero a las que son comunes a la esencia divina, sin confundir las propiedades personales: la paternidad, la filiación y la espiración.
[107] En este sacramento el Padre engendra a su Verbo, y ambos producen al divino Espíritu; Espíritu que no produce nada en la Trinidad por ser el término de todas las emanaciones divinas. Sin embargo, obra maravillas en la persona que recibe al Señor del amor, operación que se puede recibir y sentir, mas no expresar a los demás. Se trata del secreto de la alcoba real y divina, donde la esposa es divinizada, embellecida y transformada (en semejanza), al participar en la belleza esencial del Verbo divino, que es bueno y hermoso por ser la imagen en la Trinidad. Por ello se le puede dar el apelativo de belleza y bondad de Dios.
Como mi Padre San Agustín conoció y amó muy tarde, lamentaba amargamente su ignorancia: Tarde te conocí, tarde te amé, oh belleza y bondad antigua y siempre nueva. Hace una eternidad que el divino Padre engendró esta belleza y bondad, en la que el Espíritu Santo abraza al Padre y a su imagen, recibiendo de ambos su eterna producción. Sin embargo, las criaturas ignoraban dicha bondad y belleza, debido a que carecía de existencia propia.
La bondad se dignó producirlas al exterior, para hacerlas partícipes de su belleza, toda bondad, creando a los ángeles y los hombres a su imagen y semejanza y concediendo al alma tres potencias. Así como en la Trinidad hay tres personas que son una simple esencia, así en el ser humano sólo hay un alma que tiene tres potencias.
La bondad, que en sí es comunicativa, no quiso contentarse con haber creado al hombre a su imagen y semejanza, ni con darle para su servicio y placer a todas las criaturas; sino que quiso concederle su propia sustancia, imprimiendo en él su imagen a fin de hacerlo partícipe de su divina naturaleza cuando el Verbo se encarnara en el seno de la Virgen sin par.
El Verbo Encarnado tomó un cuerpo para hacerlo el ideal, el modelo y la felicidad de los nuestros, dándonoslo en el divino sacramento como trigo de los elegidos y vino que engendra vírgenes. Es lo bueno y lo bello que nos da con perfección en él y por él: El cual transfigurará este bajo cuerpo nuestro en un cuerpo glorioso como el suyo, en virtud del poder que tiene de someter a sí todas las cosas (Flp_3_21), como dijo el Apóstol Pablo. [108] Nos da este sacramento para embellecernos, para sustentarnos, para aliviarnos no sólo de las enfermedades del espíritu, que son los pecados, sino también, en ocasiones, de las del cuerpo, concediendo la salud. Yo añadiría que nos embellece, haciendo que la belleza que comunica a las almas se refleje en el cuerpo, y conformándonos, en cierto modo, a la imagen de su hermosura y al esplendor de su gloria.
Es esto lo que quiso decirnos el predilecto del Verbo: Pero si caminamos en la luz, como él mismo está en la luz, estamos en comunión unos con otros y la sangre de su Hijo Jesús nos purifica de todo pecado (1Jn_1_7). Sabemos que, cuando se manifieste, seremos semejantes a él, porque le veremos tal cual es y quien espera en él se santifica, como él mismo es santo (1Jn_3_2).
La persona que ha comulgado posee en ella misma la santificación, el Santificador y la santidad esencial, que radica en este sacramento para santificarnos. Es el excelso trono junto al cual los serafines adoran a la majestad divina, cubriendo sus pies y rostros y diciéndose unos a otros: Santo, santo, santo es el Señor de los ejércitos, la tierra está llena de su gloria. Santo es el Padre, Santo es el Hijo, Santo es el Espíritu de ambos; Santo es el sagrado cuerpo de Jesucristo, santa es su alma bendita, santa es su soberana divinidad, santo es el Verbo Encarnado en el sacramento oculto bajo las especies del pan y del vino.
Podríamos preguntarle: ¿Tienes un brazo tú como el de Dios? ¿Truena tu voz como la suya? (Jb_40_9), y nos respondería que él es el mismo Dios, el Verbo del Padre, que lanza su voz de trueno y asombra a sus criaturas cuando le place. Por él todas las cosas han sido hechas y son preservadas por su sabiduría; por ser la palabra del divino poder, lleva todo en sí. Como dicho concepto ha sido más que suficientemente probado, tengo derecho a decirle: [109] Jesucristo mío, Cíñete de majestad y de grandeza, revístete de gloria y esplendor (Jb_40_10). La hermosura del Señor es más alta que los cielos, se ha vestido de esplendor y majestad, arropado de luz como de un manto (Sal_104_1).
Envuélvete en belleza por ser el Altísimo; seas gloriosamente ensalzado por encima de todas las criaturas; revístete de belleza en este divino sacramento, que es más excelso que todos los astros, por estar situado en el Verbo divino, quien da apoyo al cuerpo que nos das a comer. Toda criatura debe confesar que estás revestido de luz como de una túnica digna de tu majestad, que ha reinado, reina y reinará sin fin porque tu reino es infinito. Reina el Señor, de majestad vestido, vestido y ceñido de poder (Sal_93_1). Al llegar el tiempo en que quisiste reinar en los corazones, instituiste este divino sacramento, revistiéndote de hermosura y ciñéndote de poder. En esta Cena manifestaste que eres el grande por excelencia y también el pequeño. Al orar, al tiempo de esta institución, revelaste tu igualdad con tu Padre: Padre, los que tú me has dado, quiero que donde yo esté estén también conmigo (Jn_17_24).
Cuando lavaste los pies a los discípulos, aun a Judas, mostraste tu profunda humildad. Judas era la fealdad execrable; Jesús, la belleza incomparable. Qué habrán pensado los ángeles al contemplar ambos extremos. Ellos podían ver tu entendimiento, todo luz, y tu voluntad, toda llamas. Tu corazón es la morada del amor hermoso y tu entendimiento, una bóveda de claridad. Qué hermosura la de tu rostro adorable, cuánta bondad en esa hoguera de amor. Tu casto pecho, sobre el que el predilecto del amor se reclinó, para mostrar que su amor era su peso, recibió en él la seguridad de ser el preferido. A partir del momento en que bebió de ese torrente, cobró audacia para llamarse tu discípulo amado con la cabeza en alto.
Con tan insigne favor del que pudiste gozar, recibes la dignidad que ante todos los hombres con título te confieres: del Todopoderoso el muy amado. [110] David dijo que él es Espíritu de amor al contemplar la casa de Dios: He amado la hermosura de tu casa y el lugar donde habita tu gloria (Sal_29_2). Jesucristo es la mansión divina y el lugar de la gloria del Dios vivo, en la que vivió tanto como comprensor como viajero mientras estuvo en la tierra, poseyendo en todo momento la visión beatífica. De él decirse: Grande es su gloria, merced a tu auxilio, majestad y gloria acumulaste sobre él (Sal_21_6).
Su cuerpo y alma recibieron al instante, de manos del Verbo que era y es su soporte, la diadema de gloria y el reino de la belleza: Pues le precedes de venturosas bendiciones, has puesto en su cabeza corona de oro fino (Sal_21_4). Esta hermosura y este reino le pertenecen en razón de la hipóstasis sobre la que se apoyan su cuerpo sagrado y su alma bendita, no formando sino un solo Jesucristo Dios y hombre, que es hermano nuestro y que vino al mundo por un río de gracia: María, que es un mar que lo produjo en su seno, donde tomó nuestra naturaleza.
Como la persona que comulga le pertenece con título de hermano, su Padre eterno puede decirle: Harás para Aarón, tu hermano, vestiduras sagradas, que le den majestad y esplendor (Ex_28_2). La persona que ha comulgado y ha ofrecido esta oblación inmaculada al Padre celestial, es como otro Aarón en una sublime altura, porque Aarón es como una montaña. Las tres potencias de su alma son iluminadas por los montes eternos, ya que las tres personas divinas están en este sacramento por concomitancia: el Padre y el Espíritu Santo hacen también su morada en la persona que ha comulgado.
Cuando Adán y Eva comieron del fruto prohibido, no pudieron permanecer desnudos. Gran misterio, ya que su desnudez, antes de haber pecado, era muestra de su inocencia. Y es que después del pecado, al tener conocimiento de su vergüenza, se cubrieron con hojas y conmovieron al mismo Dios, que los vistió con la piel de un cordero sacrificado desde el comienzo del mundo, que fue figura de la oblación del cordero inmaculado que deseaba alimentarnos y vestirnos de sí mismo. Cuando comulgamos, se puede decir de nosotros: Estos son los nuevos corderos que cantarán aleluya. Al acercarse a la fuente, serán colmados de claridad, revestidos con túnicas blancas y llevarán palmas en las manos (Ap_7_9).
[111] ¿Por qué no llamarles corderos, ya que la semejanza engendra su semejante? Proceden de la fuente y se encuentran en ella por el Padre; vienen al Hijo y por su medio van al Padre, al que son unidos por el Espíritu Santo, que es el lazo de unión que enlaza el alma y el cuerpo con Jesucristo en el augustísimo sacramento, y con la santísima Trinidad, en la que es la tercera persona y el amor, siendo un mismo Dios con el Padre y el Hijo.
El alma que comulga es colmada de claridad mediante la cual conoce que Dios es digno de toda alabanza. Al desear que toda criatura le alabe, comienza ella misma a alabarle, invitando a ello a todas sus potencias, que son revestidas de candor como una túnica de gloria, sin esperar a salir del cuerpo. Porta además palmas de victoria que ganó al proclamar que el cordero degollado es digno del poder, la divinidad, la sabiduría, la fuerza, el honor, la gloria y la bendición: Delante del trono y el Cordero, bendición, honor, gloria y poder por los siglos de los siglos. Amén (Ap_7_9s).
Por ser el Cordero sacrificado, ha conservado sus llagas, que son rosas encarnadas. ¿No es él blanco y rojo, y digno de ser preferido a todos los hombres y a todos los ángeles, los cuales le preguntan de dónde viene y quién es, al verlo cubierto de sangre?: ¿Quién es ése que viene de Edom, de Bosrá, con ropaje teñido de rojo? ¿Ese del vestido esplendoroso, y de andar tan esforzado? Soy yo el que hablo con justicia, un gran libertador. ¿Y por qué está de rojo tu vestido, y tu ropaje como el de un lagarero? (Is_63_1s).
Descríbeme, amado mío, la furia con que pisaste el lagar de tu sacramento. Lo pisé con la vehemencia de mi amor; y, ¿por qué no? de mi dolor, a causa de que en la noche de la Cena no había ningún comensal de tu nación, es decir, de la gentilidad para unirse a mi amorosa pasión de darles este banquete real y divino. Preví que me despreciarían, y que en mi cuerpo místico ensangrentarían mi vestidura dando muerte a mis mártires al confesarme como su verdadero Dios, aunque oculto bajo estas frágiles especies.
Lo que más me afligió fue la malicia de los herejes que se llamarían cristianos y contradirían directa y obstinadamente el más grande misterio de la fe cristiana y de la verdadera transubstanciación, diciendo que sólo es figura de mi cuerpo y de mi sangre, llamando así sombra a la realidad. El amor que me oprimía era el peso que comprimía mi corazón, en el que se encontraban la vendimia, la uva azul y el vino que engendra vírgenes.
¿Qué es este sacramento de amor sino el lagar del amoroso furor de un enamorado santamente apasionado, que se oprime a sí mismo en su deseo de darse por amor a quienes ignoran su bondad y rechazan los dardos de su amor? Lo que me consoló, hija mía fue que, al llegar el año de la redención a los judíos, el de los gentiles estaba por llegar: El año de mi desquite era llegado (Is_63_4). En realidad había llegado, ya debido a que yo pagaba por adelantado a mi Padre eterno todas las deudas de la humanidad.
Aquí estoy, trayéndolas conmigo, divino amor mío; por lo que tú me dices: Memorial de la misericordia del Señor. Alabanza por todo lo que hizo por nosotros el Señor (Sal_38_1). Verbo Encarnado, adorable bienhechor, te bendecimos por los bienes que nos has concedido, nos concedes y seguirás concediéndonos en este sacramento del amor. Cumple con tu gracia la profecía del profeta Malaquías en nuestros días, hasta el fin del mundo: Desde que el sol levanta hasta el poniente, grande es mi Nombre entre los pueblos, y en todo lugar se ofrece a mi Nombre un sacrificio de incienso y una oblación pura. Pues grande es mi Nombre entre las naciones, dice el Señor de los ejércitos (Mal_1_11).
Que tu nombre sea alabado en nosotros desde que el sol se levanta hasta el ocaso, porque es grande entre los gentiles, el cual sacrifica y ofrece a éste la oblación pura de tu precioso cuerpo y sangre en todo lugar, para tu eterna gloria. Que tu nombre sea engrandecido al máximo, por habernos [113] sacado de las tinieblas y llevado a tu luz admirable, convirtiéndonos en tu pueblo adquirido y haciéndonos partícipes de tu divina belleza.
Escucho a tu apóstol, que nos exhorta a caminar en la dignidad que nos has dado: Dando con alegría gracias al Padre que os ha hecho aptos para participar en la herencia de los santos en la luz. El nos libró del poder de las tinieblas y nos trasladó al Reino del Hijo de su amor, en quien tenemos la redención: el perdón de los pecados; pacificando, mediante la sangre de su cruz, lo que hay en la tierra en los cielos (Col_12_14s).
El cuerpo y sangre que nos das en el divino sacramento son el mismo cuerpo que fue clavado en la cruz y la misma sangre en ella derramada, para pacificarnos y embellecernos. En él nos das el candor divino del Líbano y el rojo humano del Carmelo para ser nuestro adorno y nuestro alimento. Que sea siempre nuestro elemento, que no está vacío por llevar en sí toda plenitud: Pues Dios tuvo a bien hacer residir en él toda Plenitud (Col_1_19).
El Espíritu Santo nos invita a acercarnos a la sabiduría en la que residen la belleza y la vida de suprema hermosura. Sus cadenas y collares son adornos de gloria: Te serán sus anillas protección poderosa, y sus collares ornamento glorioso. Como vestidura de gloria te la vestirás, te la ceñirás cual corona de júbilo (Si_6_29s).
En la comunión, la esposa es adornada de hermosura y de fuerza. En ella recibe la vestidura de gloria y el collar del Espíritu Santo con que el divino Rey la rodea, confiriéndole su orden sagrada que no es otra que el amor en toda su pureza. Todas las demás virtudes son cortejo de dicho amor, que es la caridad.
La esposa porta la corona por ser la reina de la que se ha enamorado el divino Rey, llevando también consigo los siete dones del Espíritu Santo, que son las damas y atavíos que proceden del gabinete del Rey de la gloria, quien la ama al grado de descender del trono de su grandeza, brillante, luminoso y resplandeciente en la belleza de su divino esplendor, para acariciar a su real esposa, cuya gloria reside en su interior y es conocida sólo del Rey del amor, quien la comunica a ella. Todo lo que aparece ante las criaturas es la vestidura variada y de hermosas franjas de sus perfecciones; pero el amor íntimo consiste en los afectos del Rey de los enamorados, mismo que desea la hermosura de su esposa cuando ella [114] piensa sólo en él, en quien encuentra todo bien de naturaleza, de gracia y de gloria.
El tiende o vierte sobre ella como un río la paz, es decir, un torrente de delicias y de gloria: Y como raudal desbordante la gloria de las naciones (Is_66_12). Los banquetes de los reyes de la tierra en nada se pueden comparar con el festín glorioso en que el amor se da en alimento, como bebida, como diadema y como lecho de reposo. Como se revistió de su humanidad para envolverla con su divinidad, él es el lino y la púrpura que cubren a la esposa, bordados con la preciosa pedrería de sus méritos teándricos, que se digna comunicarle. Se reviste a la usanza de los hombres, y la adorna a la manera de un Dios, divinizándola por participación.
Como el amor divino posee todo poder, se complace con sus esposas, haciéndolas iguales a él porque el amor equipara a los que se aman, rectificando sus desiguales; tiene el poder de obrar la semejanza cuando la esposa coopera a sus divinos atractivos. Cuando ésta les da una respuesta, imprime y expresa en ella sus admirables rasgos; su mirada, entonces, la encuentra toda hermosa por participación así como él es bello por esencia, deleitándose en ella como su divino Padre en él, porque ha llegado a ser la imagen de su Padre, pudiendo dársele el nombre de voluntad divina en esta unidad: Con gozo de esposo por su novia se gozará por ti tu Dios (Is_62_5).
Su castísima esposa manifiesta el pudor virginal de su divino esposo: Sahumado de mirra y de incienso, de todo polvo de aromas exóticos (Ct_3_6). Sus gozos son semejantes a los dédalos o prados de los jardines, y parterres en los que las flores están tan bien plantadas y arregladas con tan buen gusto, que suscitan admiración al contemplarlas en su inocente belleza.
El pudor y el amor se manifiestan de un modo encantador en el rostro de mi divino esposo: la blancura es su inocencia, el rubor es su amor. El lirio, la rosa y todas las demás flores muestran las divinas perfecciones de mi divino esposo, las cuales comunica en participación a sus esposas cuando ellas comulgan, en proporción a su estado de gracia y de su correspondencia a él. Les concede gracia sobre gracia, de manera que pueden exclamar con el predilecto de Jesús: Pues de su plenitud hemos recibido todos, y gracia por gracia (Jn_1:16). Como la gracia nos es dada por Jesucristo en su inmenso amor, es concedida en abundancia.
Sus labios son lirios que destilan mirra pura (Ct_5_13), confiriendo la pureza al besar a su esposa. Se trata de la mirra sin incisión: un don de castidad sobrenatural que el divino esposo comunica a ciertas almas con el beso de su boca en la Santa Comunión. A estas almas y a sus cuerpos concede [115] su gracia de castidad sin que se esfuercen en ello: son purísimas en todo lugar y en cualquier compañía, porque el beso de la boca de su esposo es su preservativo.
Por eso la esposa se atreve a decir: Amo a Cristo, en cuyo tálamo entro, cuya madre es una virgen; cuyo Padre no conoce mujer. Al amarle, me conservo casta; al tocarlo, pura soy; al recibirle, permanezco virgen. Sus manos de oro y hechas a torno, llenas de jacintos (Ct_5_14). Manos torneadas y de oro finísimo, para dar a quienes lo aman sin empobrecerse, las cuales conservan los mismos jacintos que regala a su esposa cual sortija de la fe y fidelidad que desean tenerse mutuamente.
Son estas arras de su amor nupcial, al entregarse del todo a su esposa sin abandonar el seno de su Padre. Se da junto con sus dones sin disminuir sus riquezas divinas, por ser ellas inmensas e infinitas. La esposa se adorna con los colores del esposo sin que por ello él se decolore; la esposa se embellece con sólo ver al que es infinitamente bello.
Que todas las almas valientes digan que dejarían todo, es decir, a ellas mismas, para gozar de la belleza divina del verdadero Israelita, en el que no hay dolo ni afectación. Es él quien eleva al alma a la participación de su grandeza sin disminuir su excelencia ni abatir su eminencia, adornada con sus dones, transformada en él por la fuerza de su divino amor. Deja ver a su esposa apoyada en él y colmada de delicias ya desde esta vida. Ante semejante maravilla, los ángeles, arrebatados de admiración, preguntan: ¿Quién es esta que sube del desierto llena de delicias, apoyada en su amado? (Ct_8_5).
Espíritus sublimes, predilectos de la divinidad e hidalgos del Rey de la gloria, ¿acaso ignoran que ésta es su esposa amadísima, la más querida de su amante corazón? Valiente Miguel, di a tus compañeros que aquí está la esposa del Altísimo, a la que él ensalzó por su humildad hasta el sitio que Lucifer quiso usurpar en su orgullo, diciendo: Al cielo subiré; levantaré mi solio sobre el firmamento de Dios (Is_14_13).
¿Es que no ven al Salvador, que se digna ser él mismo el escudero de su esposa, imponiéndole su diadema sin [116] quitársela, revistiéndola de su púrpura real sin despojarse de ella y rodeando su cuerpo con piedras preciosas sin privarse de sus cadenas, con las que su amor la sujeta gloriosamente, conservando en él toda la gloria que comunica a su esposa? La conduce delante de sus magníficos príncipes, diciendo: Así se honra al que el Rey quiere honrar (Est_6_9). Si no sostuviera a su esposa durante este triunfo, y no contuviera el exceso de amor que la transporta, ella moriría de gozo. Permítaseme decir que el gran Jesucristo, que es el primer príncipe del cielo y de la tierra, lleva él mismo la brida y riendas de la pasión amorosa que arrojaría a la esposa hasta la hondura del abismo del amor, si este abismo de sabiduría y de poder no la retuviera sabia y fuertemente. Al abrazarla amorosamente, la fortalece con suavidad; su seno es su lecho de reposo y la torre de marfil en la que ella es recibida con altísimos honores. Al contemplar su corazón amoroso, la esposa dice: Su vientre, de pulido marfil, recubierto de zafiros (Ct_5_14). Su corazón es de marfil recubierto de zafiros; la blancura y la fuerza de mi esposo lo muestran admirable; su pureza fecunda y su pura fecundidad lo hacen incomparable.
Su simiente virginal y divina puede compararse al zafiro celeste, ya que engendra virginal y santamente en mí miles y miles de castos afectos que convierte en acciones puras, que doy a luz después de la comunión. Así como el bautismo es llamado el sacramento de la regeneración, podemos decir que el sacramento de la Eucaristía es el sacramento de generación, en el que el esposo engendra y la esposa concibe. En el bautismo no se da una generación mutua: el alma es regenerada en verdad, pero no engendra. Aunque los niñitos carecen de uso de razón al recibir el bautismo; la gracia, empero, obra en ellos y les confiere al instante los dones del Espíritu Santo por obra del mismo sacramento. Son lavados del pecado original, que es borrado por el bautismo. Son hechos hijos de Dios por adopción, por los méritos del Salvador. Se les asignan padrinos para que les digan, cuando lleguen a la edad conveniente o al uso de razón, que deben ratificar la promesa hecha por ellos en el bautismo.
Promesa que el alma debe cumplir no sólo como hija de Dios, sino como esposa fiel, que confirma todo lo que el padrino, que fue su procurador, prometió en su nombre y representación. Ella firma este contrato de su sola y libre voluntad, por haber alcanzado el uso de razón, que la capacita para valerse de su franco arbitrio.
La Iglesia, reconociendo a esta persona como legítima esposa de Jesucristo, le da al esposo sagrado en la divina Eucaristía, en la que se consuma el matrimonio, produciendo una mutua generación, cuyos frutos son comunes a pesar de que lleven el apellido del esposo por ser el Padre y principal agente, el cual engendra divinamente en su esposa.
Los frutos que ella conciba santamente y que dé a luz virginalmente, serán frutos divinos que crecerán en la medida en que crezca el amor, lo cual será realidad cuando la persona que comulga coopere con las gracias que Dios le concede en la recepción de este sacramento del amor.
En tanto que las especies permanezcan sin ser consumidas, Jesucristo mora en ese pequeño mundo diciendo: Yo soy la luz del mundo (Jn_9_5). Cuando obra en su esposa, moviéndola a practicar las obras de la luz, el alma se siente dichosa e iluminada por la presencia de su radiante esposo, que engendra con ella frutos preciosísimos. ¿Qué nos dice la divina Trinidad; cómo nos habla el Verbo divino y palabra del Padre? Escuchadme, hijos piadosos, y creced como rosa que brota junto a las corrientes de agua (Si_39_13). En este sacramento están los ríos y las grandes riberas de las gracias divinas; en él se encuentra el mar océano con toda su plenitud e inmensidad, porque en él está el autor y fuente de toda gracia.
El Espíritu divino urge a los que se aman, el esposo y la esposa, de manera admirable: Como incienso del Líbano derramad buen olor, abríos en flor como el lirio, exhalad perfume, cantad un cantar, bendecid al Señor por todas sus obras (Si_39_18s).
A este punto el esposo, bello como el Líbano, comunica su inocente belleza y suaves aromas a la esposa, que puede ser llamada la exquisita fragancia de su esposo, abriéndose en flor como lirios de pureza, produciendo pétalos de gracia y alabando unidos la divina magnificencia. ¿Quién enseña a la esposa esta alabanza? Aquél que es la misma alabanza, loándose a sí mismo con cánticos de [118] bendición ante la santidad de tan deliciosas bodas: Dichosos los llamados al banquete de bodas del Cordero: Oh, cuán bella es la generación casta y luminosa. Inmortal es su memoria, y en honor delante de Dios y de los hombres. Cuando está presente, la imitan, y cuando se ausenta, la echan de menos (Sb_4_1s).
Admirable es la belleza de estas bodas y la pureza de dicha generación, que lleva en sí la luz de la inmortalidad: claridad que conoce perfectamente el esposo quien, cuando lo cree conveniente, la da a conocer a su desposada. En ocasiones suprime dicha luz, por temor a que oprima o ciegue la débil vista de su esposa. Si todas las personas pudiesen contemplar tanta belleza, la desearían con pasión, porque sólo ella alcanza la corona del triunfo perenne. Sus piernas, columnas de alabastro, asentadas en basas de oro puro (Ct_5_15). Todos los demás matrimonios terminan con la muerte; éste, en cambio, durará eternamente: el esposo no volverá a morir, Cristo, una vez resucitado de entre los muertos, ya no muere más, etc. (Rm_6_9). Al morir una vez, dio muerte al pecado; el Hombre-Dios vive para siempre. Sus piernas son de mármol y están asentadas sobre bases de oro. No se da indigencia alguna en estas bodas magníficas. Se camina sobre el oro más puro sin causarle pátina, por lo cual sirve de espejo para representar la claridad del esposo a quienes contemplan sus pies. Su porte es como el Líbano, esbelto cual los cedros (Ct_5_15). Por ser blanco como el Líbano, es derecho como el cedro; su porte es muy agradable, aunque majestuoso; es dulce y afable a la vez. Su paladar, dulcísimo, y todo él, un encanto. Así es mi amado, así mi amigo, hijas de Jerusalén (Ct_5_16). Su suavísima garganta es la divina sabiduría, que arrebata a los ángeles y los hombres con su incomparable elocuencia. Es del todo deseable, ya que no se le puede poseer en parte por ser un todo indivisible. Les diré, en una palabra, que su esencia, simplísima en su divinidad, es de una inmensidad incomprensible a las criaturas.
Aunque es verdad que, por ser su esposa, le poseo del todo, jamás podré comprenderlo totalmente. En esto consiste mi gloria: en poseer un esposo cuya excelencia detiene en la paz mi impotencia: Así es mi amado, así mi amigo, hijas de Jerusalén.
[119] Así es mi bien amado solo él es mi querido amigo, hijas de Jerusalén, lo amo por amor a él mismo y no por los favores que me hace. Amo al donador y, después de él, a sus dones tanto como él desea que los ame, ya que es él quien me los da. El alma de David se adhirió al alma de Jonatán, encontrándola amable con un casto afecto por encima del amor de las mujeres. No quiero creer que hablar de otro amor que no sea el santo amor tenga lugar en un espíritu bien formado.
Oh Jesucristo, amor mío, mi hermano y mi esposo, eres el más amable, por ser el más bello y la belleza esencial que arrebata mi entendimiento. Hermosura del todo buena; eres la bondad infinita que se lleva consigo mi voluntad. Todas mis potencias son atraídas por tu bondad y belleza. Soy toda tuya y vivo en ti. Deseo pertenecerte y transformarme en ti para siempre.
Podría decir con el santo apóstol que no vivo ya en mí, sino que eres tú quien vive en mí. Como tu amor me ha elevado hasta ti con su luz, las potencias de mi alma exclaman al unísono: Mas todos nosotros, que con el rostro descubierto reflejamos como en un espejo la gloria del Señor, nos vamos transformando en esa misma imagen cada vez más gloriosos: así es como actúa el Señor, que es Espíritu (2Co_3_18). Al recibir al Verbo Encarnado en la divina Eucaristía, soy transformada en él y vivo por él, que es espíritu y vida, vida que es eterna.
Capítulo 17 - Grandeza de Jesucristo sacrificador, sacrificio y sacramento. 28 de mayo de 1636.
[121] He aquí al gran sacerdote que en sus días y en su eternidad agradó, agrada y agradará a Dios. No ha habido otro como él, que haya sabido y podido guardar la ley del Altísimo. Sin dejar su grandeza, tomó nuestra bajeza. He aquí al gran sacerdote que en los días de su vida levantó de nuevo la casa y restauró el templo (Si_50_1). El apoyó y reforzó nuestra naturaleza, que es la casa de Dios, y su templo divino mediante la unión hipostática, de manera que, lo que el Verbo asumió una vez, nunca volverá a dejarlo. Ni los ángeles ni los hombres pueden separar lo que Dios ha unido: dos naturalezas en una persona divina. A tu casa conviene la santidad, Señor, por días sin término (Sal_93_5). Por él fue también fundada la altura del templo, el edificio doble, y los altos muros del templo (Si_50_2). La altura de dicho templo fue fundada por él mismo sin abatir su divinidad, ensalzando al mismo tiempo a nuestra humanidad, a la que porta sobre su sustentáculo divino.
Esta doble edificación contiene sus sublimes palabras. ¿Quién, entre los ángeles y los hombres, ha podido contemplar la sublimidad de la Encarnación en la Virgen y en la institución del Santísimo Sacramento? Este misterio, redoblado o reproducido por una admirable extensión, permítaseme la expresión, aunque en una manera diversa, arrebatará en éxtasis a los ángeles y a los hombres por toda la eternidad. Únicamente el Hombre-Dios podrá comprenderla. Podría añadir a la Virgen Madre, a cuyo seno bajó y que volvió a recibirlo en el augusto Sacramento, porque ella llevó en su regazo lo que el cielo de los cielos creados no pudo comprender, ni comprenderá totalmente aunque lo contenga.
[122] Todo lo que es indivisible, es inmenso. Por ello el ángel la dijo que el Espíritu Santo descendería sobre ella y que el poder del Altísimo la cubriría con su sombra. Por él fue también fundada la altura del templo, el edificio doble, y los altos muros del templo. Era necesario aquel que tiene en sí la doble naturaleza, que se hizo el cielo supremo y penetró todos los cielos para sentarse a la diestra de la divina grandeza. Tenemos un sacerdote tal, que se sentó a la diestra del trono de la Majestad en los cielos, al servicio del santuario y de la Tienda verdadera, erigida por el Señor, no por un hombre (Hb_8_1). Pero éste posee un sacerdocio perpetuo porque permanece para siempre. De ahí que pueda también salvar perfectamente a los que por él se llegan a Dios, ya que está siempre vivo para interceder en su favor. Así es el Sumo Sacerdote que nos convenía: santo, inocente, incontaminado, apartado de los pecadores, encumbrado por encima de los cielos (Hb_7_25s).
Tal es el pontífice que tenemos, el cual está sentado a la diestra divina en el trono de su grandeza, igual al Padre y al Espíritu Santo, ministro del santuario y del verdadero tabernáculo que el Señor Dios engastó, fijó y colocó en la hipóstasis del Verbo Divino. Pontífice y sacrificio, ofrenda y oblación. En sus días se renovaron los manantiales de las aguas en los pozos, los cuales se llenaron sobremanera como un mar. Este cuidó de su pueblo, y le libró de la perdición (Si_50_3s), por ser el sacerdote eterno, cuyos años no se agotan.
Sus días son la eternidad, durante la cual se desborda para producir las aguas de su profunda sabiduría, haciendo que las almas sean transformadas en pozos llenos de agua como el mar, y que por encima de todo pensamiento se encuentren henchidas de su ciencia, que les concede junto con la caridad, porque la ciencia sola infla; pero unida a la caridad, santifica y edifica al que la posee y a los que son enseñados por ella.
El ha depositado en la Iglesia la medicina para curar todas las enfermedades de su pueblo, al que corresponde aplicarse o hacerse aplicar dicha medicina. Su gracia siempre está pronta; nuestra pérdida proviene de nosotros, y la salvación de su bondad. Este cuidó de su pueblo, y le libró de la perdición. Vino para salvar a las ovejas de Israel, a las que quiso curar y librar de la perdición. Consiguió engrandecer la ciudad, y se granjeó gloria, viviendo en medio de su nación; y ensanchó la entrada y atrio del templo (Si_50_5). Jerusalén es la ciudad santa, cuya morada es santificada por la institución del Santísimo Sacramento y la misión del Espíritu Santo. De Sión, de Jerusalén, nos han sido dadas la ley del amor y la palabra de la verdad. Cuando los apóstoles recibieron al Espíritu Santo en el cenáculo, la casa de Dios se llenó de él, que es la soberana grandeza.
Espíritu Santo que concedió tal gracia y tan divina elocuencia a aquellos pobres pecadores, que recogieron en sus redes una multitud innumerable de personas sin distinción de sexo ni de nación. A todos unió el Espíritu de Jesucristo como un corazón y una sola alma, lo cual sigue haciendo todos los días en la Iglesia católica, a la que rige y gobierna por ser el cuerpo místico del Verbo Encarnado, el cual prometió estar con nosotros hasta la consumación de los siglos, porque se le dio todo poder en el cielo y en la tierra.
Se manifestó visiblemente a la Iglesia triunfante, donde muestra su gran magnificencia y gloria al descubierto. Está verdaderamente en la Iglesia militante cubierto y velado por las especies de pan y vino. Se reproduce amorosamente a través de su munificencia, porque a quienes lo aman los colma de gracias que son las arras de la gloria futura que les preparó desde antes de la creación del mundo.
Habiendo elevado su magnificencia sobre los cielos para revelarla a los grandes que llegan a su término, ha legado su munificencia a los pequeños de la tierra, que están adheridos a los pechos de este divino sacramento: dos pechos que son sus dos naturalezas, que nos fortifican en su alabanza, lo cual confunde a sus enemigos. Por sus pechos recibimos la leche de sus favores, para crecer en el camino de virtud en virtud. Hasta que le veamos en Sión a cara descubierta, se nos manifestará en este divino sacramento. [124] Como el lucero de la mañana entre tinieblas, y como resplandece la luna en tiempo de su plenitud (Si_50_6).
Baja de madrugada a nuestros altares para prevenirnos cuando nuestros ojos parecen estar entre las brumas y niebla de esta noche, porque esta vida transcurre bajo la fe. Los justos deben vivir de este misterio de fe, teniendo en sus almas y entendimientos, lo mismo que en medio de su corazón, a esta divina estrella que el Padre engendra muy de mañana, la cual emana de y es inmanente en su entendimiento divino, siendo el término de su conocimiento, figura de su sustancia e imagen de su bondad: Es un hálito del poder de Dios, una emanación pura de la gloria del omnipotente, por lo que nada manchado llega a alcanzarla. Es un reflejo de la luz eterna, un espejo sin mancha de la actividad de Dios, una imagen de su bondad. Aun siendo sola, lo puede todo; sin salir de sí misma, renueva el universo; en todas las edades, entrando en las almas santas, forma en ellas amigos de Dios y profetas. Se despliega vigorosamente de un confín al otro del mundo (Sb_7_25s).
El une el cielo y la tierra en este divino sacramento, por ser el único señor que gobierna todo, permaneciendo siempre estable en sí mismo. El renueva a las almas de manera maravillosa, desbordando sobre ellas afluentes de gracia con la abundancia de su divino amor, que es como luna llena en días que duran para siempre, porque no cesa de influir en su cuerpo místico a través de su cuerpo físico y natural, que dejó en la tierra por medio de y en este sacramento. Como resplandece la luna en tiempo de su plenitud, brillando como la luna llena en la noche de la tentación, para confortar a las almas: Y como sol refulgente, así brillaba él en el templo de Dios (Si_50_7).
El Verbo divino es el resplandor de la gloria del Padre y el oriente en el templo de la Trinidad que el Padre engendra antes del lucero del alba (Si_50_6), en el esplendor de los santos. Este sacramento es el verdadero oriente de las almas, a las que convierte en auroras que anuncian a los siglos sus claridades gracias a una admirable [125] reflexión y reverberación que las transforma en templos luminosos. Si Moisés conservaba claramente las huellas de la luz celestial después de comunicarse y hablar con el ángel que representaba al Señor de la gloria, con mucha mayor razón las conservará la persona que ha recibido en sí la gloria del Señor y al Señor de la gloria, y con él a la Trinidad, fuente primaria de la divinidad, en la que el Padre engendra, el Hijo es engendrado y el Espíritu Santo procede de ambos en un solo principio, siendo término de todas las divinas emanaciones.
La claridad de los tres es una luz única e indivisible en sumo grado, por ser una esencia simplísima aunque las personas sean distintas en sus propiedades y en sus operaciones cognoscitivas. Las operaciones al exterior son comunes a las tres divinas hipóstasis, debido a que las tres divinas personas son un solo Dios y un solo Creador. Así, afirmamos que el Hijo es nuestro redentor, porque únicamente su persona tomó nuestra naturaleza. Sin embargo, debido a la unidad de naturaleza y de sustancia, las otras personas lo acompañan por concomitancia o seguimiento necesario, en razón de la indivisibilidad de su naturaleza. Como el arco iris que ilumina las nubes de gloria (Si_50_7). El Hijo es el arco de la paz, que tomó una vestidura de nube en la Virgen. El divino sacramento debe compararse también a la nube que cubre para nosotros su claridad y modera su calor; de otro modo, seríamos consumidos en sus divinos ardores. Esto es lo que dijo a Moisés, quien deseaba ver su rostro, explicándole que, durante su vida natural y en proporción a su debilidad humana, el hombre era incapaz de ver el rostro de Dios, que es el Verbo, si éste no se encubría bajo un cuerpo, y si su cuerpo no se manifestaba natural como los nuestros, doblegando las puntas de sus rayos divinos y gloriosos para retenerlos en la cima de la parte superior del alma a través de la economía admirable del Verbo divino, que era y es el soporte tanto del alma como del cuerpo de este compuesto, de este arco adorable que detiene a la justicia y sus diluvios, para propiciar las lluvias de la misericordia.
Al hacerse pontífice, quiso saber de nuestras necesidades por propia experiencia, sujetándose a nuestras miserias menos en el pecado y la ignorancia, que jamás se dieron ni se darán [126] en él, que está separado de los pecadores y que lleva en sí todos los tesoros de la ciencia y sabiduría del Padre. Como flor del rosal en primavera (Si_50_8), se hizo más dulce al tacto sagrado que una rosa primaveral, cuyo aroma fue y es agradabilísimo al olfato. Fue y es como lirios que están en las corrientes de las aguas (Si_50_8), sin marchitar jamás su blancura e inocencia, estando lleno de gracia por ser el autor de la gracia. En él habita corporalmente toda la plenitud de la divinidad y en él se encuentran todos los tesoros de la ciencia de Dios, aunque permanezcan ocultos a los hombres en esta vida, por ser incapaces de conocer tan grande e inmensa sabiduría.
Aunque el conocimiento que da a los bienaventurados es inmenso, jamás lo dominarán del todo; aunque lo poseerán en su totalidad, no podrán abarcarlo enteramente. Me refiero a todos los bienaventurados juntos, los cuales difieren en gloria y fulgor, lo mismo que una estrella de la otra. Todos contemplan la esencia divina, pero no todos la ven de igual manera. Una es la claridad de las estrellas; otra es la de la luna, otra es la del sol: Uno es el resplandor del sol, otro el de la luna, otro el de las estrellas. Y una estrella difiere de otra en resplandor (1Co_15_41).
Las comunicaciones que Dios hace en este sacramento son sublimes: toda alma que le recibe en gracia recibe a Jesucristo en todo su ser, y con él al Padre y al Espíritu Santo. Sin embargo, hay almas que reciben más gracia que las demás y mucho más amor y santidad, porque así lo quiere aquel que se comunica libremente, como y a quien le place.
También se fija en la correspondencia: Como fuego e incienso en el incensario, como vaso de oro macizo adornado de toda clase de piedras preciosas (Si_50_9). Este sacramento lleva en sí el incienso que Dios exige, mediante el cual le adoramos en espíritu y en verdad en un verano de caridad continua, como lo hacen las almas santas. Pero más grande, sin comparación, es la caridad del Salvador, que sobrepasó la de los ángeles y la de los hombres desde el primer instante de su concepción, desde el momento mismo de la Encarnación. A todos los ángeles y a todos los hombres se han dado con medida la gracia y la gloria, pero en Jesucristo abunda todo sin medida: El que viene del cielo, está por encima de todos. El que acepta su testimonio certifica que Dios es veraz. Porque aquel a quien Dios ha enviado habla las palabras de Dios porque da el Espíritu sin medida. El Padre ama al Hijo y ha puesto todo en su mano Jn_3_31s).
Se trata, por tanto, de un incienso que se eleva y se derrama como amor, cual en día de verano, delante de la divinidad en una correspondencia muy sencilla, debido a que durante el estío las vestiduras dobles son inadecuadas. El Salvador no buscó su gloria, sino la de aquel que le envió, trayendo el fuego a la tierra con el deseo de encenderlo en los corazones, por ser el suyo todo de fuego. Es también Hijo, porque una sola petición y elevación de su corazón agrada más al Padre celestial que todas las oraciones de los hombres y de los ángeles.
Si la oración de los humildes penetra los cielos, la del más humilde, el solo humilde por excelencia, los sobrepasará. Fue él quien descendió a las regiones inferiores de la tierra y el que se anonadó al encarnarse y al instituir este divino sacramento de manera incomparable. Así como canta la Iglesia: Tú solo eres Santo, podría también cantar: Tú solo eres humilde, porque su humildad no es la de una simple criatura. Sin dejar la forma divina de igualdad que tiene con su divino Padre, se dejó despojar; es decir, se despojó a sí mismo de toda gloria, según nuestra manera de hablar, situándose en un anonadamiento indecible como sacrificio y sacramento, que con frecuencia es recibido por almas inmundas, peores en abominación que el infierno.
El Salvador es como Job en el estercolero de los pecadores, pero como es purísimo, la pureza misma, su Padre desea que ruegue por todos los pecadores, como lo hizo Job por sus amigos. El divino Salvador es fuego e incienso que arde y se [128] evapora dignamente delante de la majestad divina, que está en su persona como en las del Padre y del Espíritu Santo, por no darse en Dios tres majestades, sino una sola majestad, la cual está en Jesucristo en este divino sacramento. A pesar de que se encuentra en él a manera de muerto, porque el poder de las sagradas palabras lo convierten en una verdadera hostia y sacrificio perfecto, su alma, su divinidad y las otras dos personas están en él por concomitancia, acompañándole siempre con un acompañamiento inseparable.
Se sienta en el trono de su majestad seguido y servido por una multitud de ángeles que le adoran: Adorado por las divinidades, haciendo realidad la visión de Daniel: En lo más alto del trono, vi sentarse un hombre al que adoraba la multitud de los ángeles, alabándole al unísono. Su nombre y su imperio son eternos. Alabanza que no es cantada a ningún otro hombre, sin importar su grandeza. Todos resultan muy pequeños delante del Altísimo, cuyo imperio, como su nombre, es eterno. El trono de Jesucristo es el sol de justicia. Su divina persona, que es su sustentáculo, es un vaso de oro sólido. El cielo y la tierra pasarán y dejarán de existir, pero el Verbo divino permanecerá eternamente porque es eterno. Jesucristo es, pues, un vaso de oro sólido porque Cristo ya no muere más, y la muerte no tiene ya señorío sobre él (Rm_6_9). Está adornado de todas las piedras preciosas del cielo y de la tierra; posee las perfecciones de los ángeles y de los hombres de manera eminente y su esencia es preciosísima. Por ser Dios, su naturaleza humana: cuerpo y alma, llevan en sí todas las riquezas del cielo y de la tierra. Como olivo floreciente de frutos, como ciprés que se eleva hasta las nubes. Cuando se ponía la vestidura de gala y se vestía de sus elegantes ornamentos, llenaba de gloria el recinto del santuario (Si_50_10). El mismo dijo: Si el grano de trigo no es echado a la tierra para morir en ella, no dará fruto, lo cual fue figura de su muerte, que ha dado frutos de vida.
Instituyó un memorial de todas sus maravillas en este divino sacramento, prenda y arras de la gloria. Al estar en él, se eleva concediendo la misericordia en [129] abundancia, por ser el olivo de verdor inmortal y de paz eterna. Es el ciprés que se levanta en su rectitud, yendo derecho al seno del Padre, de donde vino sin salir de él, porque no puede dejarlo sin dejar de ser su Hijo, lo cual privaría al primero de la dicha de ser su Padre, al recibir la paternidad del cielo y de la tierra, porque procede de él, llamándose Padre de todos. La sola paternidad que posee por ser Padre natural de este único Hijo, es inestimable por ser divinamente divina.
Su Padre se complace infinitamente al darle la vestidura de gloria, que él mismo se pone, por ser igual al Padre en razón de su naturaleza: Cuando se ponía la vestidura de gala y se vestía de sus elegantes ornamentos, llenaba de gloria el recinto del santuario. El Espíritu Santo, junto con el Padre, le confiere de este modo la perfección del hábito de gloria y de todas las virtudes, llenándolo de luz porque recibe de él, lo mismo que del Padre, su producción. Lo adorna de gloria al realizar el cumplimiento de las Escrituras inspiradas a los profetas, que fueron dictadas por el Verbo, que es la dicción del Padre en la eternidad y la palabra mediante la cual creó todo en el cielo y en la tierra, que fueron hechos por él: Habló y fueron hechas; lo mandó y fueron creadas. El Espíritu del Señor adorna los cielos, que son confirmados por la Palabra de Dios.
El cielo de los cielos se encuentra en el Señor Jesucristo, por ser él la cabeza de los hombres y de los ángeles. Es un cielo más alto que ellos; aun al asumir la naturaleza humana siguió siendo celestial, por ser el nuevo Adán: Segundo hombre del cielo celestial. Por ello dejó el nombre de tierra a los hombres, como a hermanos, de los que es el primogénito, portando el nombre de su casa y de su señorío celestial no sólo con el titulo de hermano mayor de todos los hermanos, sino de heredero natural como verdadero hijo de Dios. Es el primogénito de las criaturas en la mente de Dios, que son hechas por él como hombre y en cuanto Dios. Por su causa el Señor hizo todas las cosas. Es el heredero y nosotros, sus coherederos.
Por ello nos exhorta, a través de su discípulo amado, a reconocer el amor del Padre, que nos ha llamado hijos suyos, queriendo que lo seamos por adopción y mediante la unión [130] que tengamos con Jesucristo, Dios y hombre, el cual subió al altar de su santidad sublime, confiriendo santidad a sus vestiduras: Al subir al santo altar, llenaba de gloria sus vestiduras (Si_50_11). Al ascender al santo altar de su grandeza, volvió a santificar su túnica: su santa humanidad experimentó una gloria inefable con que la agasajó la Trinidad al comunicársela, por ser el Verbo un solo Dios con el Padre y el Espíritu Santo. Confirió renovadas bellezas a su humanidad cuando le plugo, por ser su complacencia la misma del Padre y del Espíritu Santo, que en ocasiones hizo estremecer de gozo al Salvador, así como nuestros pecados y los tormentos le abrumaron de tristeza y aflicción. Al contemplar la alegría que debía desbordarse sobre la santa humanidad mediante la institución y ascensión que efectuaría al santo altar, sufrió valientemente la cruz: El cual, en lugar del gozo que se le proponía, soportó la cruz sin miedo a la ignominia, y está sentado a la diestra del trono de Dios (Hb_12_2). Y cuando recibía de manos de los sacerdotes, él mismo de pie junto al hogar del altar (Si_50_12).
¿Cómo puedo Sumo Sacerdote mío, decir que tomaste las porciones de manos de otros sacerdotes? Es que todos los sacrificios de la antigüedad tuvieron en ti su meta, y sólo fueron aceptos en consideración y unión con el tuyo, por ser figura de él, que sería el único verdadero. Fuiste tú quien los hizo aceptables delante de la majestad divina, en virtud de las acciones que realizaría al hacerte hombre, por ser el único mediador por excelencia y méritos entre Dios y los hombres.
Y nadie se arroga tal dignidad, sino el llamado por Dios, lo mismo que Aarón. De igual modo, tampoco Cristo se apropió la gloria del Sumo Sacerdocio, sino que la tuvo de quien le dijo: Hijo mío eres tú; yo te he engendrado hoy. Como también dice en otro lugar: Tú eres sacerdote para siempre, a semejanza de Melquisedec. El cual, habiendo ofrecido en los días de su vida mortal ruegos y súplicas con poderoso clamor y lágrimas al que podía salvarle de la muerte, fue escuchado por su actitud reverente (Hb_5_4).
[131] El sacrificio que ofreciste es digno de todo lo que obtuviste de tu Padre. Tu sacrificio no estuvo vacío como los elementos ni como las figuras y la sombra, sino pleno de gloria y majestad, por ser la augusta realidad. Al ofrecerlo por los pecados del común de los hombres, lo ofreciste también por los de los sacerdotes. Esta es la porción que puedo decir tomaste de ellos, para obtenerles y darles el perdón, teniéndote de pie delante del altar porque jamás caíste en la ignorancia ni en el pecado, sea de laicos o de sacerdotes. Al subir al santo altar. Allí estás en todo tiempo, cada vez que los sacerdotes de la ley de gracia, como ministros tuyos te ofrecen por ti mismo, por ser tu palabra la que te hace sacrificio, por ser sacerdote eterno. Este sacrificio ha conservado siempre su dignidad y su mérito en sí mismo. Es ésta una maravilla de maravillas, que no priva del mérito a quien o quienes te son fieles en este altar de bondad: por la obra que realizan, a los que elevas a las más sublimes luces, que transformas en meritorias. Este conocimiento engendra en ellos el amor perfecto a las cosas celestiales y divinas que prometes y cumples con toda fidelidad, porque tus juramentos son inviolables.
Para que, mediante dos cosas inmutables por las cuales es imposible que Dios mienta, nos veamos más poderosamente animados los que buscamos un refugio, asiéndonos a la esperanza propuesta, que nosotros tenemos como segura y sólida ancla de nuestra alma, y que penetra hasta más allá del velo, adonde entró por nosotros como precursor Jesús, hecho, a semejanza de Melquisedec, Sumo Sacerdote para siempre (Hb_7_18s).
Al venir al mundo, quisiste enviar a tu precursor, Juan Bautista, con el nombre de gracia para preparar tus caminos. Sin embargo, para preparar las vías y términos de tus cristos y de tus cristóforos, me refiero a las personas ungidas con la sagrada unción de tu benignidad, tú mismo quisiste ser su precursor, llevando el nombre de gracia y de gloria; siendo el dador de la primera en la tierra, y el término de la segunda en el cielo: Porque Dios ama la misericordia y la verdad. El Señor Dios dará la gracia y la gloria. Y en torno a él la corona de sus hermanos, como brotes de cedros en el Líbano; le rodeaban como tallos de palmera (Si_50_12). [132] Estás de pie a la diestra de gloria, donde te ofreces glorioso. Tus santos son tus hermanos; tú eres su corona. De ellos te rodeas como una diadema, por ser la suya. Son tu corona porque por ti obtuvieron el triunfo, siendo vencedores con la gracia. Se mantienen de pie como los cedros del Líbano y ni la muerte ni la corrupción los dominarán ya más. Llevan palmas, por ser palmas ellos mismos: triunfaron con victorias que ganaron por tu medio sobre sus enemigos. Se encuentran en el reino en el que contemplan al descubierto a tu majestad, que está velada para nosotros en este sacramento de amorosa piedad, siendo uno con nosotros en la divina eucaristía. Al contemplar la luz y la gloria que esperamos, experimentan las delicias de la adorable unión y unidad que pediste a tu Padre para tus elegidos, siendo consumados en ella. Se alimentan del pecho real y glorioso que contemplan con deleite, mismo que nos alimenta cubierto, pero colmándonos de gracia en nuestro sufrimiento. David se refirió a esta mesa diciendo: Preparas ante mí una mesa frente a mis adversarios; unges con óleo mi cabeza, rebosante está mi copa (Sal_23_5). Es ésta una unción sagrada, una mesa que los ángeles adoran exclamando admirados: Milagro estupendo sobre todos. Memorial del amor divino, don que trasciende toda plenitud, riqueza del divino amor, efusión y abundancia de la divina largueza. Si estas esencias sublimes y fortísimas se abisman en la consideración de tu excesiva liberalidad, ¿Qué debo hacer? Me pierdo felizmente, diciéndote con David: Todas tus olas y tus crestas han pasado sobre mí (Sal_42_7).
Capítulo 18 - Dios se complace en darse a nosotros de manera especial en el santo Sacramento del altar. Pedí a todas las jerarquías de los santos que me preparasen a recibirlo con sus virtudes. 28 de mayo de 1636.
[133] Como el bien es en sí comunicativo, mientras más grande es, con mayor fuerza se comunica. Si el bien es soberano, se comunicará soberanamente al encontrar un objeto digno de tal comunicación. De lo finito a lo infinito, no existe proporción alguna. El Dios del amor, por benevolencia, ideó un invento digno de su bondad, escogiendo la naturaleza más indigente a fin de enriquecerla, no con riquezas menores, sino con su Hijo, que contiene todos sus tesoros de ciencia y sabiduría eterna, el cual se hizo hombre para formar al Hombre-Dios.
Obró su amorosa Encarnación en las entrañas de una Virgen, la más santa de todas las criaturas, tomando en ella, por amor, una parte de su sustancia, la cual se unió hipostáticamente al Verbo divino, al que movió el amor a instituir este Santísimo Sacramento.
Pero, divino amor mío, no fue suficiente el haber honrado nuestra naturaleza en la Virgen y en tu humanidad, sin obrar, de manera admirable, una extensión de tu Encarnación en el santísimo y augustísimo Sacramento del altar, para unirte a todos los que serían admitidos a esta participación divina, que anhelaba tu amoroso corazón con ardentísimos deseos. A tal grado deseaba tu abundancia comunicarse a nuestra indigencia.
[134] Mi castísimo amor, ¿quién me dará un deseo tan ardiente que me mueva a decirte que mi alma es como el ciervo que desea la fuente viva e impetuosa, que eres tú mismo? Oh fuente de vida, ¿podrá mi corazón ser herido alguna vez con la aguda flecha de tu amor, a fin de que pueda invitar a todas las criaturas, en especial a tus santos, a que te proclamen? Querido amor mío, languidezco de amor a ti, y como tu amor me ha herido, sólo el amor puede aliviarme. Es el único remedio de mi llaga y mi perfecta curación. Ven, pues, o atráeme a ti. Perdona, Señor mío, mi grandísimo atrevimiento; haz conmigo lo que se hace con los niños a los que se quiere educar: cuando se presentan sin hacer la reverencia, se les obliga a volver a la puerta para que hagan lo que omitieron. Al hablar de amor, olvidé el temor. El amor es ciego. Entra por la puerta que encuentra abierta. Tu benignidad se me ha presentado la primera.
Me pareció tener alas para volar a tus brazos, pero tu majestuosa grandeza, que te es tan propia como la bondad, me detiene obligándome a quedar a tus pies como otra Magdalena. Al hablar a través de mis suspiros y lágrimas, te confieso, Señor mío, que soy una pecadora universal, mas por ser tú el Salvador de todos, te es más posible perdonar y redimir, que a mí cometer y ofender. Sin embargo, como tú mismo dijiste, nadie va a ti con la disposición necesaria si tu Padre no le atrae. Por ello me dirigiré a todos tus elegidos, para pedírselo y, sobre todo, seré tan importuna como otra Cananea.
En cuanto entre, Maestro mío, querré obrar como hija y tomar el pan de los hijos que sólo es mío por tu pura bondad, la cual me será propicia por su intercesión, que voy a invocar. Aunque dé marcha atrás, siempre quedaré pobre en merecimientos, cuya carencia me coloca, con toda justicia, en la profundidad del infierno. A pesar de ello, misericordioso [135] Salvador mío, me tomas de la mano para hacerme salir de mí misma y pueda pedir a tus santos patriarcas la fe viva, a fin de acercarme al pan vivo y viviente en su vida divina, que tiene el poder de vivificarme.
De los patriarcas a los que pido la fe, pasaré a los santos profetas, pidiéndoles la esperanza, la cual, por fundamentarse en tus méritos, no será confundida. Que tu misericordia venga, pues, sobre mí, según tus santos deseos; así lo espero. La esperanza, empero, tiene un objeto del que desea gozar; gozo que se obtiene por la caridad. Me volveré, por tanto, a tus santos apóstoles, que poseyeron aquello en que creyeron los reyes y patriarcas, y en lo que los profetas esperaron: el pan de vida bajado del cielo, al que vieron y recibieron como felices pobres de espíritu, a los se dio en posesión el reino de los cielos.
En el santo día de la institución del Divino Sacramento, se llevó a cabo con toda verdad esta santa palabra: El reino de los cielos está dentro de ustedes. Fue entonces cuando los hambrientos y los sedientos fueron saciados. Si sólo quieres dármelo a fuerza de combatir y disparar flechas, me volveré a tus santos mártires y tomaré sus armas, aun cuando deba hurtar las piedras a San Esteban, no para herirte con ellas, sino más bien para arrojártelas y obligarte a salir de ti, que fuiste llamado Pedro por San Pablo las chispas que me inflamarán, de suerte que sería un cañón que abriría una brecha en tu corazón sagrado, aun cuando no tuviera ninguna, porque Longinos, en su ceguera, dio tan acertadamente en él, que abrió el orificio capaz de dejar pasar a todas las almas valientes y constantes, para alojarlas en él junto con sus riquezas.
Pero como las máquinas de guerra deben estar dispuestas, seguiré a tus doctores, que tan bien supieron discernir y conocer la manera de dominar a la ciudad y a sus habitantes. Aprisionaré mis imperfecciones. Me anonadaré. [136] Te dejaré la posesión de mí misma; haré como la mariposa: me consumiré en el ardor de tu luz. Si sólo quieres que vaya a ti a través de una divina transformación, oh mi único Fénix, haré un rápido acopio de las maderas aromáticas, que son todos tus elegidos.
A los confesores, pediré la devoción; a los anacoretas, la unión y el don de lágrimas celestiales, que se inflaman con toda prudencia, porque el fuego que las hace correr es el divino espíritu, el cual produce a una y otro, por ser manantial y fuego de caridad; espíritu que concede la castidad a las vírgenes, que están siempre unidas a este pan divino, siendo engendradas por el vino, del que se dijo: Vino que engendra vírgenes. Al unirme a ellas seré purificada, ya que se dice que con los santos llega uno a ser santo. Sin embargo, si para obtener la corona es necesario perseverar, mendigaré a la puerta de las santas viudas, las cuales merecieron por su perseverancia recibir la segunda corona, y ser llamadas mujeres fuertes. En caso de que la perseverancia llegue a parecerme muy prolongada, me armaré de paciencia, pidiéndola a todos los santos que vivieron en el estado del matrimonio.
Si llegas a decirme que el sacrificio, es decir, el holocausto, debe ofrecerse sobre un altar levantado sobre el monte santo, en el que sólo habitan los de manos limpias y corazón puro, pediré a los santos inocentes me hagan partícipe de su inocente muerte, adquiriéndola con mis oraciones, ya que al sufrirla no pudieron suplicar; como no sabían hablar para hacer su confesión de fe, su sangre suplió la declaración de sus labios. Completaré en mí su confesión, así como San Pablo dijo que completaría la tuya en él.
Pero, más aún. Veo un ejército de ángeles al que debo ganara mi causa. Tu gracia me ayudará a obrar como Jacob y obtendré la bendición de todos. El primer coro de los ángeles me dará la humildad, porque no desdeña la misión de ser guardianes de los hombres. El de los arcángeles, la pureza, por haber sido [137] enviado a la más pura de todas las criaturas para informarla del misterio de la santísima Encarnación, cuando se convirtió en Madre de Dios, permaneciendo siempre virgen.
El coro de las virtudes no puede desecharme, porque el Señor de los ejércitos debe venir a morar en mí, y ellas deben ser el adorno de su palacio.
Si él es Rey, porque para esto nació, para ser enviado y constituido Rey en Sión, su santo monte, espero que el coro de los Principados, al ver mi condición de plebeya, compartirá conmigo su nobleza, en vista de que debo unirme al Rey de reyes en la divina comunión.
Si los reyes y reinas de la tierra tienen guardias, pediré al coro de las Potestades se digne formarse caritativamente en torno a mí, para darme seguridad y poner en fuga a todos mis enemigos.
Seguirán las Dominaciones, para adorar y rendir homenaje al Señor de Señores, y para darme poder de mando sobre mis pasiones, a fin de que mi amoroso Señor se digne aceptarme como esposa suya, en la que sólo él puede mandar.
Rogaré a los santos Tronos que intercedan ante la Majestad del soberano Dios, para que me diga:
Ven, amada mía, electa mía, y asentaré en ti mi trono. Ven, para que te haga, como a David, según mi corazón. Haz eternamente mi voluntad, para que mi reino sea eterno en ti; que sea yo el sol que te ilumine como a los querubines y te inflame como a los serafines.
Eres en verdad mi hermana, mi esposa y mi madre, porque haces la voluntad de mi Padre. Mi santa Madre es bienaventurada por haberme llevado en sus entrañas, pero no es menos dichosa por haberme llevado en su espíritu y por haber guardado fidelidad a mi palabra, haciendo mi voluntad. Ella es tu Madre y desea para ti lo mismo que Rebeca anheló para Jacob. Ven a presentar a mi Padre eterno el cabrito que ella engendró, alimentó y sacrificó junto a la cruz. Ven a presentarle mi divina humanidad como festín; ven, bendita de mi Padre, a recibir de él toda bendición, la abundancia del trigo de los elegidos, el vino que engendra vírgenes y el óleo de alegría, porque mi nombre es bálsamo derramado.
A pesar de que seas joven en virtud, puedes, con mi gracia, adquirir un grande amor. Ven, pues, a poseer el reino celestial, el pan de los ángeles. Yo soy el cordero sacrificado desde el origen del mundo. En el está, queridísima mía, el reino preparado a los benditos de mi padre desde la constitución del mundo.
[138] Ven, paloma mía, a las oquedades de la piedra; ven a morar en mi costado; ven, graciosa mía, apóyate en mí, tu amado. Ven desde el desierto cual pequeña vara compuesta de humo aromático, de incienso, de mirra y toda clase de maderas aromáticas. Consúmete en las ardientes llamas que yo, tu sol de justicia, hago brillar sobre ti con los deseos de tu corazón. Como entre águilas, sobrepasa a todos mis santos, cuyo fuego es una llama, y ven a mí para que te consuma y te haga renacer; pierde o deja lo que aún tienes de tu antiguo ser, tan deficiente, y revístete del nuevo y perfectísimo ser.
No vivas más; que sólo yo viva ti. Seamos consumados en la unidad. Así como yo vivo para mi Padre, vive sólo para mí; no te detengas en cosas bajas; vuela siempre sobre los montes de la perfección. Que tu conversación esté más en el cielo que en la tierra, porque donde está tu tesoro, allí está tu corazón.
Amado mío, alegra a la Iglesia bienaventurada y triunfante; enriquece a la militante, auxilia a la sufriente; convierte a todos los pecadores, aumenta el número de los justos.
Mi Señor Jesús, seas por siempre bendito en ti mismo; y que todas tus criaturas te den gracias. Que siempre sea tuya, y tú, mío. Que pueda yo decir como esposa tuya: Te tengo asido y no te soltaré hasta que me introduzcas en el seno de tu Padre, que es casa de mi madre, la divinidad. Allí me enseñarás a alabarte con esta alabanza: Gloria al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo. Como, etc. Así sea.
Capítulo 19 - Bondad De Dios que nos da el Santísimo Sacramento en lugar del maná, 6 de junio, 1636.
[141] Mi meditación se centró en la providencia de Dios hacia los hombres y cómo siempre los ha alimentado, primeramente con la producción de gran variedad de alimentos naturales y en segundo lugar, por el maná que los ángeles, por mandato suyo, hicieron caer diariamente a la tierra por espacio de cuarenta años. El Dios de bondad me dijo que dichas esencias espirituales trataban tan rudamente a los hombres, que su corazón paternal no quiso tolerar más tiempo la severidad de tan estrictos preceptores, a pesar de que, como Padre, permitió su rigor para instruir a sus hijos que en esos tiempos necesitaban ser guiados por el temor. Sin embargo, al acercarse el tiempo de su Encarnación, en el que su gracia, su humanidad y su benignidad deseaban manifestarse a los hombres, resolvió alimentarlos con un pan vivo, vivificante y más delicioso.
El maná cesó de caer cuando los hebreos comenzaron a disfrutar de los frutos de la tierra prometida, lo cual dio como resultado que el pan de los ángeles se volviera insípido: sin gusto ni sabor y enteramente inútil. Cuando la tierra santa que es la Virgen dio su fruto sublime y magnífico en el establo de Belén, que significa casa de pan, los ángeles mostraron dicho pan a los pastores. No se trataba de un pan cocido bajo la ceniza, sino un pan vivo expuesto a todos: Jesús, el cual quiso tener necesidad de alimento. Antes de alimentarnos, quiso sentir el hambre y la sed para después servirnos de alimento que nos satisficiera enteramente.
El divino Amor me dijo que los ángeles, a partir de aquel tiempo, han honrado y alabado a los hombres, no apelando más al título de oficiales de su majestad divina, sino de ministros de Jesucristo, ofreciéndose a él para cuidar de la salvación de quienes son llamados a la heredad eterna. Antes de la Encarnación, caminaban en magnificencia y en grandeza, deslumbrando a los hombres y manteniéndolos en el temor, por representar ante ellos a la Majestad divina. Además, siendo espíritus puros y mandatarios celestiales, se mostraban graves y ordenaban con autoridad, pareciendo no tener condescendencia [142] alguna. El Padre divino permitió todo esto a fin de que los hombres apreciaran más la dulzura de Jesucristo, su Hijo, el cual conjugaría de tal manera su grandeza y su amor, que la una no obstaculizaría al otro.
El es nuestro Padre, nuestra madre, nuestro hermano, nuestro esposo, nuestro maestro, nuestro Rey. Se hizo nuestro alimento y se sacrificó por nosotros para que los nuestros fueran aceptables. Se dio todo para ganarnos a todos. Los ángeles, admirando los favores divinos hacia los hombres, no creyeron que el convertirse en ministros de Jesucristo disminuiría en algo sus grandezas, sirviendo por su amor a los hombres, hermanos y coherederos suyos.
Mi alma recibió grandes infusiones durante las encantadoras conversaciones de este Dios de bondad, perdiéndose del todo cuando el mismo divino Salvador alabó a los ángeles por la caritativa misión que aceptaron para gloria del Altísimo, asistiendo a los hombres a través de humildes servicios y adorando a aquel que está coronado de gloria y honor, a cuyos pies se encuentran todas las criaturas, que alaban su nombre por ser la admiración del cielo y de la tierra.
Capítulo 20 - Nazareth, más eminente y ardiente que el cielo empíreo, es el paraíso del Verbo Encarnado, en el que las tres divinas personas pusieron sus complacencias en las entrañas de la santísima Virgen, celebrando en ellas las Cuarenta Horas de manera inefable. Desde Nazareth, el Hijo y la Madre atravesaron las colinas de Judá para visitar a santa Isabel y santificar a san Juan.
[145] No fue sin misterio que la Madre del Mesías estuviera en Nazareth en el momento de la Encarnación, ni que saliera de allí para visitar a Isabel y santificar a San Juan. En su humilde aposento, tuvo la visión de la esencia divina en el instante de la Encarnación, siendo por ello más ensalzada y más ardiente que el cielo empíreo.
Nazareth es un paraíso de amor, santificado, separado, custodiado y floreciente Nazareth santa, escogida, custodiada, florecida; es el jardín delicioso en el que la divinidad quiso cortar la flor de la raíz de Jesé, sobre la que se detuvo el Espíritu Santo y a la que se unió el Verbo, reteniéndola hasta la realización de la unión hipostática. Virgen santa, tu santificación está por encima de la de toda criatura porque el Verbo asumió una parte de tu sustancia. Seguiste siendo virgen y fuiste elevada a un grado de santidad sublime; tienes un rango aparte, por ser la Virgen y Madre única y singularmente preservada en Dios y para Dios; un jardín en el que brotan todas las flores.
[146] Eres la flor por excelencia, que dirigió su extremo hacia la Trinidad, la cual bajó de su grandeza hasta el lugar, permítaseme la expresión, del que subiste hasta ella. El Verbo eterno, al encarnarse, quiso tomar nuestra nada en tus entrañas virginales por medio de la unión hipostática, siendo inseparable, aunque distinto, de las otras dos personas, que lo acompañaron por concomitancia y seguimiento necesario.
En cuanto dijiste: He aquí la esclava del Señor, hágase en mí según tu Palabra, el Verbo se hizo carne en ti para morar, por tu mediación, entre nosotros, para que podamos contemplar su gloria, que es igual a la del Hijo único de Dios, lleno de gracia y de verdad. San Juan, en el prólogo, se atreve a decir que la Encarnación beneficiaría a los servidores, porque contemplarían la gloria de su Maestro en la generación eterna, en el seno paterno del divino Padre, que lo engendra antes de la aurora en el esplendor de los santos.
Este paraíso terrestre envió sus deliciosos frutos al Padre, al Hijo, y al Espíritu Santo, a los ángeles y a los hombres cuando esta Virgen humildísima, que posee un valor magnánimo aunado a una singular humildad, considerando su bajeza y el favor que Dios le hacía de escogerla para ser madre de su Hijo, exclamó con todo el corazón: He aquí la esclava del Señor, hágase en mí según tu Palabra. Después de este consentimiento, el Verbo se hizo carne. Admirables palabras de María, que pueden considerarse como el beso de la boca de la naturaleza humana, por las que Dios se hizo hombre; la figura de la sustancia paterna, se hizo figura de la sustancia materna.
[147] Por ello la iglesia canta con admiración, alabando a la incomparable Virgen: Bendita eres, Virgen María, y digna de veneración; porque sin detrimento de tu pudor fuiste hallada Madre del Salvador. Virgen Madre de Dios, aquel a quien el universo no puede contener, se encerró en tu seno y se hizo hombre.
Cuando la majestad divina quiso dar su ley a los hombres, por ministerio de los ángeles, su representante hizo subir a Moisés a lo más alto de la montaña, envuelto en oscuridad, ruido de truenos, relámpagos y trompetas celestes, lo cual atemorizó a los hebreos y hubiera dado muerte a Moisés si el poder divino no le hubiese fortalecido para soportar esos relámpagos, rayos y destellos que los ángeles, ministros de fuego, producían a través de la Palabra: fuego y granizo, nieve y bruma, viento tempestuoso, ejecutor de su palabra (Sal_148_8). Fuego inextinguible, nieve de blancura deslumbradora, hielo fuerte y poderoso, que no puede conmoverse por lo que hay encima de él, ni derretirse sino en los rayos del divino querer. Los espíritus celestes, la naturaleza espiritual, no podían doblegarse ante la voluntad de las criaturas subalternas si la divina bondad no hacía un signo a alguno de sus favoritos, dándole intrepidez para que acudiese a recibir sus mandamientos divinos. En su medio se encontraba Moisés, el más querido y bondadoso de todos ellos.
Como se trataba, empero, de una ley de rigor, era menester que Moisés la recibiera en medio de truenos y relámpagos que parecían incendiar el Monte Sinaí, rodeándolo de una nube para moderar su ardor, claridad y resplandor, de la que conservó dos señales, portando dos cuernos de luz que cegaban los ojos de aquellos a quienes llevó la ley que había recibido.
¿Qué misterios podemos descubrir en este rigor? No es mucho decir que la ley fue dada a un pueblo áspero, rudo y rebelde, que tenía un corazón de piedra y dura la cerviz. Hay en él otro secreto oculto; mejor dicho, varios. Me detengo en el del divino amor de la amorosa Trinidad, que, en su divino deseo de obtener el amor de los hombres, no permitía que los ángeles fuesen amables y bondadosos, al conversar con ellos, para impedir que aquellos idolatraran a estas bondades y bellezas creadas. Como [148] es propio de la naturaleza humana el apego infantil a la miel y a las dulzuras aparentes, se hubiera adherido al afecto de los ángeles, adulterándolo por su lado y haciendo caso omiso de la promesa de la Encarnación divina y del esposo presente y futuro: presente, porque jamás se alejó de los hombres, aunque éstos se alejaran de él.
Fue así porque él esperaba el día de las bodas para manifestarse a ellos, para conversar con nosotros, según la profecía de Baruc: Después apareció en la tierra, y entre los hombres convivió (Bar_3_38). El amor divino se complació, por tanto, en enviar un embajador, que cumpliera su misión según su mandato divino, la cual consistió en que, habiendo obtenido el consentimiento de la Virgen, mediante el cual ella daría el beso a la divina Palabra, salió del aposento nupcial retirándose de la presencia de la doncella: Y el ángel dejándola se fue (Lc_1_38).
En esa misma hora, el Espíritu Santo descendió sobre ella y el poder del Altísimo la cubrió con su sombra. El Verbo se encarnó, y su soporte divino tomó nuestra naturaleza en ese claustro virginal. Virgen Santa, ¿Qué dices de esto? Mi secreto es sólo para mí. Si tu secreto es sólo tuyo, privativamente a todos los demás, aún a los ángeles y al enviado, ¿me atreveré a sondearlo? Los veo como un ejército ordenado en torno a los muros inaccesibles de tu eminentísima grandeza, adorando con humildad la operación divina y secreta que la divinidad oculta en ti obra en tus entrañas. Te veo sentada, en silencio y soledad, elevada no sólo por encima de ti misma, sino por encima del Verbo Encarnado, que comenzó a estarte sujeto desde el primer instante de su Encarnación.
Por ello el amor me autoriza a decirle: Guarda, ¿Qué de la noche? (Is_21_11). Oh Guardián de tu Madre. ¿Qué dices de esta noche clarísima, y qué luz nos das para delicia nuestra? Es una noche que os ilumina como el día, es el día de la Trinidad en María; son las cuarenta horas que la divinidad instituye en el templo del amor. En esta santa Virgen, Dios ilumina todo, cubriéndolo con un velo de clarísima nitidez, en la que la criatura no puede ver con sus propios ojos; noche oscurísima en que la criatura contempla a favor de los ojos divinos, que son soles colocados en estos dos tabernáculos: el alma y el cuerpo, que no hacen sino una María, así como en María dos naturalezas no hacen sino [149] un Jesucristo, ungido con el óleo y la misma unción; el cual se ocultó en esta noche siendo oriente en su aurora, a la que guarda divinamente para salir de ella humanamente. También ideó la manera de volver a ella sacramentalmente. Nada es imposible al divino Verbo.
El me invita a acercarme, conminando a mis tres potencias: Venid a ver las obras del Señor; de sus prodigios llena la tierra. Hace cesar las guerras hasta el extremo de la tierra (Sal_46_9s). No temas, Hija, ven a ver mi obra, este prodigio de amor puesto sobre vuestra naturaleza, que sólo es tierra. Ven a contemplarme en las entrañas virginales como en mi trono de paz y en mi templo de amor. Acude a considerar la paz divina hasta los confines de los sentidos de mi santa Madre, a partir del centro de su alma. Ven a ver a la Trinidad, que obra maravillas incomprensibles a las meras criaturas. Mi Madre las percibe, las siente y las recibe, aunque no las comprenda del todo. Al encerrarme en ella, aprisiona a un Dios indivisible, cuya inmensidad no puede abarcar; en esto reside su grandísima felicidad. Ella se abisma en mí en una sima de amor que no puede explicar; por eso dice que su secreto es sólo para ella. Como es mi Madre, yo soy su secreto y su Verbo Encarnado, así como soy el Verbo increado de mi Padre eterno, por cuyo medio te habla: Repite con el Apóstol, hija, ya que te gusta hablarte por mi medio en estos últimos tiempos: Muchas veces y de muchos modos habló Dios en el pasado a nuestros Padres por medio de los Profetas: en estos últimos tiempos nos ha hablado por medio del Hijo a quien instituyó heredero de todo, por quien también hizo los mundos, el cual, siendo resplandor de su gloria e impronta de su sustancia, y el que sostiene todo con su palabra poderosa, después de llevar a cabo la purificación de los pecados, se sentó a la diestra de la Majestad en las alturas, con una superioridad sobre los ángeles tanto mayor cuanto más les supera en el nombre que ha heredado. En efecto, ¿a qué ángel dijo alguna vez, Hijo mío eres tú; yo te he engendrado hoy; y también: Yo seré para él Padre, y él será para mí Hijo? Y nuevamente al introducir a su Primogénito en el mundo, dice: Y adórenle todos los ángeles de Dios (He_1_1s).
[150] Ven, Hija mía, tengo un nombre mejor que el de los ángeles: soy el verdadero Hijo del Padre, que tanto amó al mundo, que me dio para salvar a la humanidad y para ser tu esposo amadísimo. Que no te asombre el ver salir a Gabriel y a todos los ángeles que te han acompañado, ni que toda la milicia celestial se encuentre en el exterior. No están allí por menosprecio, sino por ser los fuertes de Israel que rodean el tálamo divino. El honor y gloria de su cargo se cifran en servir al Hombre-Dios, y por su amor a todos los hombres: ¿Es que no son todos ellos espíritus servidores con la misión de asistir a los que han de heredar la salvación? (Hb_1_14). Gabriel fue enviado para anunciar este misterio, retirándose después con tanta alegría como humildad. Su caridad es perfecta porque no busca lo suyo. En esto consiste la dichosa muerte de los ángeles, que San Bernardo deseó más que la muerte de los justos en la tierra, a la que está permitido temer el infierno, amar el paraíso y pedir la consiguiente retribución de las buenas obras, a la que obligué mi palabra infalible para atraer a los hombres a la adquisición de las virtudes mediante el don de mi gracia, que les ayuda a practicar las buenas obras.
La muerte de los santos es preciosa; mientras más santos, más preciosa es; pero la de los muy santos, preciosísima es ante mí. Se lleva a cabo por puro amor, sobrepasando el temor de las penas, la recompensa de los méritos y el gozo de la gloria. Llega a la renuncia de todo, con excepción del purísimo querer divino en sí mismo: cuando un alma llega a esto, experimenta la muerte de los ángeles, que son grandes principalmente en su naturaleza, los cuales fueron altamente ensalzados por la acción que les dio en un instante la posesión de la visión beatifica. ¿Qué acción? Su perfecta adhesión al decreto de la Encarnación del Verbo.
Cuando Dios reveló la muerte de Jesucristo, la visión de dicha privación movió a los ángeles fieles a ofrecerse al Dios vivo para ser reducidos a la nada, si así lo deseaba; cediendo el honor al hombre por amor al Hombre-Dios, que deseaba morir por la humanidad. Se anonadó al encarnarse, al instituir el Santísimo Sacramento y al morir por el hombre. Ante esta visión, los ángeles sintieron la atracción de morir y ceder el derecho de su vida gloriosa para imitar a su Rey. Al considerar el exceso del amor que Dios a la humanidad, tuvieron como una gloria servir a los hombres [151], a pesar de estar sobre ellos, que les son inferiores por naturaleza. Hija mía, quise encarnarme por amor, para elevar a los hombres. Si no hubiese tomado la naturaleza humana, los ángeles estarían por encima de los hombres debido a la excelencia de su naturaleza, que es puramente espiritual. Al ver la resolución del amor divino a favor del hombre, amaron nuestro decreto, que no excitó la envidia en los fieles, como en los rebeldes. Por ello son mis familiares, amigos y humildes mensajeros de mi voluntad hacia los hombres que les rinden por amor a mí un honor angélico, que no comprende la humanidad a causa de su delicadeza.
Son ellos príncipes e hidalgos de la corte suprema, ilustrados por la divina sabiduría de un modo divino que la rusticidad humana no puede comprender ni entender sin las divinas inspiraciones que la materia ofusca, a menos que obre yo suspensiones divinamente fuertes, y que de manera admirable no sutilice el espíritu que está prisionero en un cuerpo corruptible, que lo hace entorpecer. El alma se abruma a causa del cuerpo como con un peso o masa de tierra. Las almas que reciben el favor de mis comunicaciones deben renunciar a todo lo que es su propio contento e interés, y reducirse a la consumación perfecta, consumación que permite gozar del fin para el que las crié y redimí. Deseo santificarlas; la santidad es una separación de todo lo que no es la gloria divina en toda su pureza, a la que todo se debe referir. Por tus juicios subsiste todo hasta este día, pues toda cosa es sierva tuya. Ella es su fin: De todo lo perfecto he visto el límite (Sal_119_91s). Las almas a las que gratifico con mis sublimes favores, deben morir y vivir angélicamente una muerte y vida de ángeles.
Sólo Dios es la soberana perfección en sí y de sí, sin mezcla de imperfección positiva o negativa. Es un todo cuya totalidad no admite añadidura a su [152] purísima, simplísima y muy única unidad. En Dios no puede darse la muerte, ya que es por esencia la vida eterna e indeficiente. El ángel, empero, no puede morir, hablando con propiedad, si no es por el pecado, que es una decadencia. Al aludir a los ángeles, San Bernardo habla de una muerte que no es el pecado, puesto que la desea. En cuanto a mí, no he leído los escritos de dicho santo, ni sé cómo se expresa. Sólo digo lo que pienso de esta muerte angélica, de la que anhelo morir para vivir de la vida de Dios, el cual tomó nuestra naturaleza mortal para morir por ella una vez, a fin de que, a través de su muerte que se dio una sola vez, vivamos para siempre con una vida inmortal. Por esta razón dice el alma santa junto con el Apóstol que ella juzgará a los ángeles; es decir, tendrá el derecho de juzgar quiénes de ellos sirvieron fielmente al Verbo Encarnado y su amor a la naturaleza humana. El juicio existe tanto para apreciar lo bueno como para condenar lo malo. Ahora bien, los ángeles fieles estarán presentes en el último día, cuando Jesucristo venga en toda su majestad a dar a cada uno según sus obras, al juzgar a vivos y muertos. Los ángeles que murieron a sí mismos con la muerte arriba mencionada, están vivos en Dios y serán altamente alabados delante de los hombres a los que asistieron, honraron y sirvieron sin ganancia propia, como lo demostró Rafael y el ángel que Dios envió a los padres de Sansón. Dichos ángeles rechazaron cualquier muestra de agradecimiento, dirigiendo todo a Dios, que los había honrado con sus cometidos. Fue así como uno de ellos se colocó en el fuego del sacrificio para ser levantado por la llama, como si hubiese querido ser un verdadero holocausto al Dios vivo, y si se hubiera podido, ser consumido para dar gusto a Dios.
Verbo Encarnado, amor mío, me he detenido en los ejércitos del Señor de las batallas, que son ángeles de paz y coros de música a tal grado son pacíficos en sus rangos a fin de que la Sulamita sea hecha semejante a ellos, mientras se encuentra en la Iglesia militante. La invito a contemplarlos y a pasar adelante, penetrando en el palacio y en el templo de Nazareth, para participar en él según el decreto que se da en ese lugar de que entre a honrar, admirar, adorar y amar a las personas que forman el consejo de su eterna dicha.
[153] Ella debe unir sus oraciones al jubileo que el Dios vivo establece en él, y que el sacerdote eterno celebra admirablemente; las dos personas que lo acompañan a este sagrario o santuario hacen escuchar a la Virgen misterios inefables en la visión de la Trinidad y la unidad divina. Mientras goza de la visión beatifica de la esencia divina, es la nube que oculta a las demás criaturas este hecho admirable. En esas cuarenta horas, recibe más luz que Moisés en cuarenta días. El Señor de la ley, al encarnarse en ella, se pone bajo la ley; es decir, bajo la ley de su Madre, poniéndola en medio de su corazón, si no es que su corazón es la misma ley.
El poder del Altísimo hizo maravillas, el Espíritu Santo se elevó de manera sublime en el seno virginal del tallo de Jesé esperado cada día por la humanidad y la divinidad. Es verdadero Dios y verdadero hombre, Hijo eterno del Padre e Hijo de su Madre en el tiempo, la cual aprendió a humillarse al ver a su Hijo tan humilde, el cual se anonadó a sí mismo.
Ella siente y vuelve a sentir en ella el anonadamiento de su Hijo, que teniendo la forma de Dios se hizo el último de los hombres, convirtiéndose para todos en un siervo dispuesto a ejercer el humildísimo oficio de Salvador. El la instó a corresponderle, razón por la cual, después de humillarse profundamente ante la Trinidad, se levantó y, remontándose impulsada por el Espíritu Santo, voló con gran prisa sobre las montañas de Judea: Se levantó María y se fue con prontitud a la región montañosa, a una ciudad de Judea (Lc_1_39).
El profeta Isaías, después de rogar a Dios que se dignara enviar al Cordero dominador de la tierra al monte de la hija de Sión, añade: Como aves espantadas, nidada dispersa, (Is_16_2). Aunque se refiere a Moab, permítaseme aplicarlo a la madre del Cordero y al Cordero mismo que es Hijo del Padre eterno, porque Moab significa del padre diciéndoles: Son ustedes como pájaros que vuelan de su nido; pero oh maravilla, llevando su nido consigo porque María está en el corazón de Jesús, y Jesús en las entrañas de María. Poseerá Yahvé a Judá, porción suya en la Tierra Santa, y elegirá de nuevo a Jerusalén. ¡Silencio!, toda carne, delante del Señor, porque él se despierta de su santa Morada (Za_2_17).
[154] Es la maravilla del Señor, que hace con su santa Madre su tabernáculo de santificación, en el que se encuentra estable y movible, elevándose con ella, después de una profunda humillación, al jubileo de las cuarenta horas donde recibieron y promulgaron la ley. El Hijo, en cuanto Dios, entregó la ley a María y ella, en cuanto Madre suya, le entregó la ley. Ambos, en unidad de amor, vuelan sobre las colinas.
El domingo por la mañana, después de solemnizar el delicado sábado y contemplado en ellos la santidad de la gloria, la Madre y el Hijo sometieron su voluntad al Espíritu Santo, siguiendo sus inspiraciones: el mismo Espíritu que conduciría a Jesús al desierto después de su bautismo en el Jordán, conduce y lleva a madre e hijo sobre los montes de Judea. Jesús y María no tienen otra voluntad que la del divino amor. Al dejar el aposentillo de Nazareth, parecen abandonar su reposo para seguir las sendas divinas, pues, humanamente hablando, era más conveniente que María saboreara su dicha en silencio y reposo después de la adorable Encarnación. A pesar de ello, escucho al profeta: Y lo honras evitando tus viajes, no buscando tu interés ni tratando asuntos (Is_58_13).
Entra junto con el Verbo divino en casa de Zacarías, oh Virgen exaltada por encima de todos los hombres y los ángeles; y aun sobre Dios mismo, porque así lo quiso al hacerse Hijo tuyo: para que trates asuntos: saluda, pues, a Isabel: Y sucedió que, en cuanto oyó Isabel el saludo de María, saltó de gozo el niño en su seno, e Isabel quedó llena del Espíritu Santo (Lc_1_41).
Habla, Virgen Santa, por ser la intérprete del Verbo divino encarnado en tu seno, el cual desea que tu saludo preste su voz a San Juan a través de los oídos de su madre Isabel, y que el pequeño salte de gozo a la cadencia de tu son, que el Espíritu Santo hace resonar porque mora en ti. El Espíritu Santo se da en abundancia a Isabel mediante tu saludo, llenándola junto con su hijo e instituyéndolo profeta del Altísimo por esencia, y a Isabel de la Altísima por privilegio, por [155] ser la madre de un Dios. Y exclamando con gran voz, dijo: Bendita tú entre las mujeres y bendito el fruto de tu seno (Lc_1_42). Esta exclamación de santa Isabel es todo un misterio.
Virgen pacífica, tu saludo fue pronunciado con tanta dulzura, que santa Isabel parece decir que produjiste Su voz en su oído, porque habló como si le hubieses susurrado suavemente al oído. Por su medio, el Espíritu Santo te dice en el cántico: Que tu voz resuene en mis oídos, por ser dulce y fuerte y tu rostro, hermosísimo. Sin embargo, su fuerza radica en su dulzura, de la que Isabel fue colmada con tal poder, que emitió una exclamación tan fuerte como un torrente que se desborda.
No me admira este desbordamiento: el mar penetró en Isabel por labios de María, que es un mar que lleva dentro de sí a Jesucristo, que es el océano mismo que contiene en sí, corporalmente, toda la plenitud de la divinidad. Admirable Isabel, eres demasiado pequeña para contener, junto con el gran profeta, la gracia que el mar te dio a través de las aguas de su salvación o de su salutación.
Es menester que las aguas del mar vuelvan a él por medio de tus bendiciones, sin que te veas privada de ellas. Tú y tu hijo son tan fieles, que nada querrán apropiarse. Devuelve a Dios y a su madre lo que les pertenece, si puedes hacerlo. No te es posible por ti misma, pero sí a través del Espíritu Santo, que está en ti y en tu hijo, mismo que te instruye en las grandezas que comunica a la madre y al Hijo: Bendita tú entre las mujeres y bendito el fruto de tu seno; y ¿de dónde a mí que la madre de mi Señor venga a mí? (Lc_1_42s).
Cómo, Isabel, te sorprende que la Madre de mi Señor vaya a ti. ¿Por qué no dices que el Señor viene a ti por su medio? ¿Acaso sabes que es súbdito de esta Reina-Madre, y que ella es su dama y regente a la vez? No solo es la Emperatriz de los ángeles y [156] de los hombres, sino la Soberana del mismo Dios. La divinidad entera se encierra corporalmente en sus entrañas, y parte de su sustancia está y estará por siempre unida hipostáticamente a la divinidad. Lo que Dios tomó de ella, jamás lo dejará. Este fruto bendito es fruto de ella, el cual es un Hijo común con el divino Padre por indivisibilidad.
Mas, oh maravilla. Aquel que por su nacimiento eterno se dice igual a su divino Padre, confiesa ser súbdito de esta madre a causa de su nacimiento en el tiempo, en ella y fuera de ella, porque nació en y de ella; nació en ella para ella, y de ella para nosotros, según dijo el ángel a su esposo San José y a los pastores: Lo engendrado en ella es del Espíritu Santo. Dará a luz un hijo, y tú le pondrás por nombre Jesús, porque él salvará a su pueblo de sus pecados (Mt_1_20s). Y a los pastores: Les anuncio un grande gozo, que será para todo el pueblo, porque ha nacido hoy, en la ciudad de David, un salvador, que es el Cristo Señor (Lc_2_11).
Como signo les digo, lo encontrarán envuelto en pañales y tendido en un pesebre, en el que lo recostó su madre. Sin embargo, la cita anterior muestra más claramente el poder de María su Madre: Y dio a luz a su hijo primogénito, le envolvió en pañales y le acostó en un pesebre (Mt_2_7). No es de admirar, por tanto, que santa Isabel se dirija a la madre elogiando su humildad y el favor que recibe con tan admirable visita. Dios se complace en glorificar a sus santos en el mundo, en que se les rinda honor.
David predijo que los amigos de Dios recibirían grandes honores: Zacarías, Isabel y Juan se contaban en el número de sus favoritos, por ser príncipes de sangre, a quienes la reina encinta del Rey de reyes acudió a visitar. Por ser la madre, su honor debía rebasar a todos los demás. Así como su poder los sobrepasa, su humildad les encanta, moviendo a Isabel a decir: ¿de dónde a mí que la madre de mi Señor venga a mí? Apenas llegó a mis oídos la voz de tu saludo, saltó de gozo el niño en mi seno. Feliz la que creyó que se cumplirían las cosas que le fueron dichas de parte del Señor (Lc_1_43s).
[157] Isabel muestra que la fe es del ángel; María la recibió del Espíritu Santo a través del ángel, Sta. Isabel, por medio de María. El Espíritu Santo quiere que María sea engrandecida delante de Dios y de las criaturas. Ella le sirve de ministro para conceder la fe, dándose a sí mismo por su mediación, en su saludo. Santa Isabel y San Juan fueron colmados de fe y del Espíritu Santo, fe que Zacarías no tuvo en la palabra del ángel. Por carecer de ella, enmudeció hasta la circuncisión del que era la voz del Verbo, que sería semejante a él su amorosa fe, como dijo David: Se es semejante a lo que se ama.
Juan Bautista fue poseído por el Mesías, por haberse con-formado a su voluntad. Vino al mundo para darlo a conocer y preparar sus caminos en calidad de su precursor y voz. María no tuvo otro anhelo que glorificar a la divina bondad, por lo que exclamó: Engrandece mi alma al Señor y mi espíritu se alegra en Dios mi salvador (Lc_1_46s).
Aquel mar participado se lanzó, por así decir, al seno del mar esencial de la divinidad para engrandecerlo, de serle posible, con su propia alma, la cual vertió en Dios, y su espíritu se llenó de júbilo en su divino salvador, en el seno paterno. Ella engrandeció al Verbo en su seno, permitiendo a su espíritu alegrarse en ese pequeñuelo, que era su Dios y salvador; el cual miró la humildad de su sierva para hacerla Madre suya, a fin de que todas las generaciones la llamaran bienaventurada. Obró en ella cosas grandes como su nombre, que es santo, haciendo a su Madre progenitora de generaciones santas. Mostró el poder su brazo humillando y dispersando a los soberbios y despojando su ambición; levantando a los humildes, colmando de sus bienes eternos a los hambrientos de su justicia y dejando vacíos a los ricos en sus propios deseos.
Acogió a Israel, su hijo, que no debía vivir sino de él, ni ser sostenido por otros brazos que los de su bondad, ni recostarse en otro seno que el de sus divina misericordia, según la promesa que hizo a Abraham y a los padres de su simiente, por la que me concedió la gracia del ser para, a su vez, tomarla en mi seno. Soy su humildísima sierva y la tuya, mi querida prima. Si lo deseas, dame órdenes y te obedeceré. Yo soy la sierva del Señor. Deseo servir a todos sus servidores por su amor, y en especial a ti, quedándome contigo el tiempo que el Espíritu Santo haya dispuesto, a cuyo mandato volveré a Nazareth. María permaneció con ella unos tres meses, y se volvió a su casa (Lc_1_56).
[158] Feliz casa de Nazareth, en la que la Madre del amor hermoso fijó su morada, y de la que el carro triunfal de la gloria de Dios partió victorioso hasta llegar a casa de Zacarías, a la que adornó con su hermosura. En cuanto a mí, la contemplo en su viaje mucho más admirable que el de la visión del profeta Ezequiel. Sus excelencias rebasan las maravillas descritas por el profeta. Lleva ella en sus entrañas al firmamento y a todos sus luminosos astros, grandes y pequeños. Ella es el compendio de las perfecciones creadas; es decir, lleva al Verbo humanado que posee en sí toda perfección divina e increada. Señora, déjame penetrar en tu sonrisa; que pueda yo adorar el ciclo de tus admirables perfecciones, porque Dios está en ti como en su trono de gloria. Debo esta adoración a tu seno virginal. Si es menester, me velaré los pies y la cara por no poder abarcar tu eterno destino, tu maternal grandeza y la infinitud de la gloria que tu divino Hijo te reservó por toda la eternidad. Exclamaré sin cesar: Santa Hija del Padre, santa Madre del Hijo, santa Esposa del Espíritu Santo, general de los ejércitos del Altísimo, los cielos y la tierra están llenos de tu gloria. Me ofrezco a llevarla a todas partes, porque me concediste la gracia de tocar el carbón sagrado y divino que es la hoguera de tus benditas entrañas, sin dejar las del seno paterno. Tú y él desean que él more en mí y yo en él, para estar unida, es decir, ser una misma cosa, con él y su Padre por el Espíritu Santo, que es el lazo de unión en la Trinidad divina, que será también el nuestro en esta Trinidad humanada en el tiempo y en la eternidad. Amén.
Capítulo 21 - El Verbo Encarnado se complace en que se digan y escriban alabanzas de su enamorada y amada Magdalena, a la que llamó su milagro de amor. Su fidelidad la llevó a elevarse siete veces al día por medio de sus ángeles, para alabarle en su compañía.
[161] Aunque ya he escrito en varias ocasiones acerca de la fiel enamorada del Salvador, le escucho decirme que ella es su amada, que su amor no cede ante ninguna otra, porque la ama divinamente, y por ser el hombre enamorado y el Dios que ama con su divino amor, al que complace en extremo hablar y oír hablar de su amada: Nunca nos saciamos de lo que amamos.
Así lo haré, divino Salvador, Verbo Encarnado, por ser tu deseo que escriba los pensamientos que he recibido acerca de tu gran enamorada, y porque no aceptas mis excusas, al igual que las del profeta Jeremías cuando te decía: Ah, ah, ah, Señor Dios, Mira que no sé expresarme, que soy un muchacho. Y me dijo el Señor: No digas: Soy un muchacho, pues adondequiera que yo te envíe irás, y todo lo que te mande dirás (Jr_1_6s).
Tócame y pon tus palabras en mi mente, conduce mi pluma con el viento del Espíritu Santo, para proclamar por toda la tierra las alabanzas de su amada Magdalena, a la que elegiste y predestinaste; es decir, cuando ella era la pecadora de la ciudad santa, se veía al mismo tiempo como la Babilonia de confusión, a la que tu corazón amoroso dirigió estas palabras: Se marchitó mi corazón, las tinieblas me contristaron. Milagrosamente, Babilonia se presentó ante mí como mi amada.
Magdalena, mi corazón está herido de compasión ante tus miserias, las tinieblas de tus pecados me contristan hasta la muerte. Ofrezco por adelantado a mi Padre eterno mi propia vida para redimirlos y me veo ya colocado en la oscuridad del sepulcro como los muertos del siglo: Me ha hecho morar en las tinieblas, como los muertos para siempre; ha levantado una pared alrededor mío, y me ha cercado de amarguras y congojas (Lm_3_5s).
Aunque mi alma bendita posea la gloria de la visión de la gloria en su parte superior, me parece estar en las tinieblas de tu infierno en mi parte inferior. Compadecido de tus males, mi espíritu pacífico en la Jerusalén de paz parece turbarse dentro de ti, que eres para mí una Babilonia a la que amo por un milagro inaudito, la cual fue puesta ante mí contrariamente a las palabras del profeta: Desde lejos es la salvación de los pecadores. Lejanía que debe terminar en lo infinito, más alejada que el cielo de la tierra. Es menester confesar que tú eres la excepción de la regla general; un milagro de amor que ha embriagado mi corazón y vendado mis ojos para no ver en ti sino al objeto de mi piedad y no de mi odio: Babilonia se presentó ante mí como mi amada. Que la naturaleza creada no se mezcle con el amor que te tengo, ni al que tú me das en cambio. Es grande de mi parte y de la tuya; me amas mucho porque yo te amo con una caridad eterna mediante la cual atraje a mí tus miserias, para que no se las vea más en ti. Simón, mira la gracia en Magdalena y no el pecado; yo soy el cordero que se lo ha quitado. Los manjares más deliciosos no tienen punto de comparación con el festín que Magdalena me ofrece: lo que gusta se come despacio, y lo que como de este modo alimenta mis amores.
Se prepara la mesa, se despliega el mantel, se come y se bebe (Is_21_5). Magdalena, dispón la mesa; deseo satisfacerme con tu conversión, a la que mi hogar amoroso quiere convertir en una pura llama, por no decir en mi sangre. Ven, espejo de penitencia amorosa, que el cielo la tierra contemplen sus bellezas en ti, y tú en mí, que soy el espejo sin mancha de la majestad de Dios. Doy orden a mis príncipes celestiales que admiran las perfecciones que he puesto en ti, por ser mis amigos, que beben y comen [162] angélicamente el maná de mi bondad y la ambrosía de mis divinos deleites, que gocen todos de tu conversión.
Levantaos, príncipes, engrasad el escudo. Ángeles de paz, príncipes del cielo, eleven sus pensamientos sobre esta enamorada; tomen escudos para detener los disparos que el amor divino les lanzará por su medio; sírvanle de escudo contra todos aquellos y aquellas que intentarán ofenderla. Yo mismo quiero ser escudo para ella en casa de Simón y en Betania, recibiendo todas las flechas que la envidia y la murmuración le dispararán. Resistiré a todos por ella, pero me rendiré siempre a sus atractivos, que son para mí dardos acerados que no deseo rechazar. Ella es el milagro de amor y la maravilla que el profeta Jeremías admiró sobre la tierra como una novedad inaudita. Santo profeta, perdóname si te digo que en el cielo jamás se vio una semejante. Sólo Dios la conocía en su presciencia, reservándola para sí en su sabia providencia, para producirla a los ojos del Verbo Encarnado y que fuera el objeto de sus amores. Ignoro si Magdalena era del linaje de Efraín. Si no deseara evitar la prolijidad, explicaría con todo detalle el capítulo 31 de este profeta hasta el versículo 26, a favor de la elección de tan querida enamorada. Al ser leído, se verá que todo esto se le aplica de parte del Espíritu Santo, quien la invitó mediante los deseos del profeta, y a través de la resolución que tomó de ir al encuentro de Jesucristo, quien la recibió aceptando benignamente su penitencia y librándola de toda confusión.
Bien he oído a Efraín lamentarse: Me corregiste y corregido fui, cual becerro no domado. Hazme volver y volveré, pues tú, Señor, eres mi Dios. Porque luego de desviarme, me arrepiento (Jr_31_18s).
[163] ¿Quién hizo alguna vez más penitencia que Magdalena después de convertirse a Dios? Y luego de darme cuenta, me golpeo el pecho, me avergüenzo y me confundo luego, porque aguanto el oprobio de mi mocedad (Jr_31_18s). Cuál no sería su confusión en la sala del fariseo, sabiendo bien que él conocía su mala reputación; qué vergüenza no sufriría; a qué disciplina se resolvería después de su perdón; cuánto habrá soportado al ver el cuerpo de su Señor flagelado y enteramente desnudo sobre una cruz, sufriendo por los pecados de su juventud sufrimientos indecibles.
Recordaría sin duda el amor que su buen Maestro le manifestó al dirigirle estas dulces palabras, como hablando a Efraín de labios o mediante la pluma del profeta, adulándola con dulzura: ¿Es un hijo tan caro para mí Efraín, o niño tan mimado, que tras haberme dado tanto que hablar, tenga que recordarlo todavía? Pues, en efecto, se han conmovido mis entrañas por él; ternura hacia él no ha de faltarme oráculo del Señor. Plántate hitos, ponte jalones de ruta, presta atención a la calzada al camino que anduviste. Vuelve, virgen de Israel, vuelve a estas ciudades. ¿Hasta cuándo darás rodeos, oh díscola muchacha? Pues ha creado el Señor una novedad en la tierra: la Mujer ronda al Varón (Jr_31_20s).
[164] Magdalena, ¿de qué espía te valiste, para informarte dónde se encontraba Jesucristo, tu felicidad? El evangelista nos dice estas palabras: Al saber que estaba en casa del fariseo (Lc_7_37). Habiendo sabido dónde se encontraba Jesucristo, compró una ánfora de alabastro llena de ungüento precioso, y se dirigió llena de dolor y amargura por haber ofendido a su buen Dios, dirigiendo su corazón al que es la verdadera alegría y el camino recto; el cual la hizo volver a ella misma, o mejor, a él, que era su verdadero baluarte de refugio, sus auténticas delicias y que deseaba ser el padre de su virginidad. El profeta la llama virgen de Israel, porque contempló a Dios Encarnado y se hizo fuerte contra el Dios hecho hombre, por una nueva maravilla. El profeta la reprende amablemente por haber tardado tanto en llegar y, en cierta manera, por haberse extraviado en los placeres aparentes y vanos, diciéndole: ¿Hasta cuándo darás rodeos, oh díscola muchacha? ¿Hasta cuando te disolverás en esas vanidades, hija vagabunda, cuando estás destinada a gozar de los verdaderos deleites? Pues ha creado el Señor una novedad en la tierra: la Mujer ronda al Varón. Así dice el Señor de los ejércitos, el Dios de Israel: Todavía dirán este refrán en tierra de Judá y en sus ciudades, cuando yo haga volver sus cautivos: Te bendiga el Señor, oh estancia justa, oh monte santo. (Jr_31_22s). Ven, Magdalena, a levantar sitio en torno a la ciudad divina, a cavar fosos con tu humildad. Llénalos con el agua de tus lágrimas, que corre por los canales de tus ojos. Nada en la superficie y entra sin resistencia en la ciudadela del amor, a la que rodearás con tus cabellos, de los que uno solo abrirá brecha para darte la victoria. Apunta en derechura al corazón de Jesús: te harás del botín de sus amores y de su amabilísima dilección; aplica tus labios como boca de cañón a sus pies. El bálsamo que has vertido sobre ellos será la materia que prenderá el fuego; tú misma arderás, ya que admirará tu amor hacia él. Al aplicar la unción, enciendes el fuego y aventajas al Altísimo. Sales victoriosa del Señor de las batallas, el cual se confiesa vencido por las armas de tu amor. Tus sencillas acciones son tácticas de guerra, contrarias en todo a las de los capitanes de la tierra. Tanto ellos como sus ejércitos se perderían si se comportaran como tú lo has hecho, pues los fosos resisten a los que sitian una ciudad. Estar desarmada es buscar su muerte; recurrir al llanto, a los besos y al silencio, es dar ventaja a los [165] sitiados, que se tienen como vencedores antes de luchar con las personas que claman por la paz y no la guerra. Veo como casco o yelmo tus cabellos desatados y esparcidos; llevas por coraza una vestidura desabrochada en parte, para dar tregua a tu corazón amoroso, que lanza suspiro tras suspiro: es tu tambor que redobla. Tus ojos como ya dije, originan dos ríos que parecen disputarse el acercamiento a la ciudad que vas a sitiar. Ignoro tus intenciones y si has tenido tiempo de pensar en ellas; pero sé que, aun estando enferma, eres fuerte; y que Dios te ha levantado de las miserias del mundo para ganar perdiendo en ti al que es la fuerza humana y divina, a quien circundas de manera que parece no pensar sino en ti, haciendo que te admiren el fariseo y los que le rodean.
Sea en casa del fariseo, sea en la de tu hermana Marta, lo reducirás a las lágrimas y a estremecimientos al verte llorar a tu hermano ya sepultado. Sollozará también para regar el sepulcro, a fin de que produzca en vida al que muerto se le entregó ante la voz del Salvador amoroso, el cual recurre a su divino poder por amor a su amada, obrando milagros inauditos hasta entonces, como el de resucitar a Lázaro, muerto cuatro días antes, para alegrar a la pobre Magdalena, a la que su muerte había afligido y turbado, me atrevo a decir, durante la ausencia de la Vida, Jesucristo, su buen maestro, a quien dijo: Señor, si hubieras estado aquí, mi hermano no habría muerto. Viéndola llorar Jesús y que también lloraban los judíos que la acompañaban, se conmovió interiormente, se turbó (Jn_11_32).
Después de preguntar: ¿Dónde lo pusisteis? lloró para demostrar que amaba a Magdalena al grado de compartir todas sus penas, que hacía suyas; es decir, se turbó por su causa, estremeciéndose y afligiéndose por amor de su enamorada, que estaba triste y confusa porque su hermano había muerto.
¿Qué dices, dulce amado, a tu amada? Se marchitó mi corazón, las tinieblas me contristaron. Milagrosamente, Babilonia se presentó ante mí como mi amada. Magdalena, angustiada y confusa, amada mía, tu amor es admirable: me impone un milagro. Tú eres mi propio milagro, pareciendo exigir de mí un milagro. ¿Quién, hasta ahora, me ha visto temblar, afligirme y llorar? Milagrosamente, Babilonia se presentó ante mí como mi amada. No es necesario que me pidas resucitar a tu hermano. El verte llorar por él, el verte sufrir así, es suficiente para volverlo a la vida, para sacarlo del limbo y levantarlo del sepulcro. Casi expiré al llamarlo con una voz fortísima; los que [166] tiemblan y están afligidos parecen carecer de fuerza para hablar en voz alta. El amor la quita y la da. Los judíos se admiraron de que llorara por amor, preguntándose si el que dio la vista al ciego de nacimiento podría impedir o prohibir a la muerte atacar a Lázaro. No comprendieron el misterio de amor que manifestaba su fuerza, cuando se le creía debilitado. Entonces Jesús se conmovió de nuevo en su interior (Jn_11_38). Después del segundo estremecimiento que Jesús permitió que le causara el amor, se dirigió valientemente al monumento de Lázaro, manifestando así su poder y la fidelidad que esperaba de su Padre eterno, el cual lo escuchó a causa de su reverencia, porque todo en él busca la gloria del divino Padre, ya que con él y el Espíritu Santo es un Dios omnipotente, por ser el Verbo del Padre, que quiso presentarse como el verdadero Mesías enviado por aquel que lo engendra en el esplendor de los santos antes del día de las criaturas, por cuyo medio hizo todas las cosas. En este principio creó el cielo y la tierra, dando el ser y la vida a todo cuanto posee el ser y la vida.
Por su mediación quiere devolverla a los muertos después de la muerte universal de la humanidad. A todos los resucitará, valiéndose de un arcángel que tocará la trompeta. En este caso, utilizó su palabra y su propia voz a favor de su amigo Lázaro, hermano de su amada, a la que quiso consolar él mismo debido a que su alma, por así decir, residía más en Magdalena, a la que amaba, que en su cuerpo, al que animaba. Lo digo por atención y afecto actual: Milagrosamente, Babilonia se presentó ante mí como mi amada.
Se dijo de mí que no se me oiría gritar en lugares públicos por ser tan pacífico; que mi soplo no extinguiría la mecha que aún humeaba, y que mis pies no acabarían de romper la caña cascada. Hoy haré lo contrario, penetrando con la fuerza de mi palabra y el sonido de mi voz el sepulcro y los limbos, para gloria de mi Padre y por amor de Magdalena. Dicho esto, gritó con fuerte voz: Lázaro, sal fuera. Y salió el muerto (Jn_11_43). No hay milagro que el amor todopoderoso deje de obrar a favor de su amada: Milagrosamente, Babilonia se presentó ante mí como mi amada.
Magdalena, he aquí las pruebas de un amor inefable, que debe ser reconocido. Di a Marta que es necesario preparar una cena en honor del gran taumaturgo: Se prepara la mesa, se despliega el mantel, se come y se bebe (Is_21_5). Ven, Magdalena, con tu nardo precioso a ungir los pies y la cabeza de aquel a quien amas, cuyo amor es más fuerte que la muerte. Se quiere apresurar la suya, de ser posible, por haber resucitado a tu hermano. En esta mesa él te sirve de vigía y centinela, poniendo al descubierto la murmuración de los envidiosos que están a la misma mesa. Las aguas de esta [167] contradicción no apagarán tu caridad, porque viertes aceite sobre el fuego. Jesucristo es fuego; tus lámparas serán lámparas de fuego y llamas eternas; tu fervor será eterno como el infierno y permanecerás en tu amor tanto como Judas en su odio. Así como su atrevimiento lo hará desdichado por toda la eternidad, tu generosidad te hará gloriosa por toda la infinitud.
Hiciste una buena obra al prevenir la sepultura de tu amado. Junto con su evangelio, volará por todo el mundo para su gloria y la tuya, si la suya no es la tuya misma, porque todo es común entre los que se aman, y la soberana verdad asegura que elegiste la mejor parte, que jamás te será quitada; es Jesús, a quien escogiste; es la gloria del Padre, que te atrajo hacia él: Nadie puede venir a mí, si el Padre que me ha enviado no lo atrae; y todo el que venga a mí no será echado fuera (Jn_6_44).
Si Jesús se hizo el ayo de Efraín, diciendo por Oseas: Yo enseñé a Efraín a caminar, tomándole por los brazos. Los atraeré con el cordón de Adán cual vínculo de caridad (Os_11_13). ¿A quién se aplicarán mejor estas palabras de amor sino a Lázaro, a Marta y a Magdalena, cuyo alimento era el mismo Jesucristo, tanto en su divinidad como en su humanidad? Magdalena se situó deliciosamente a los pies de su maestro, escuchando sus divinas palabras y admirando su belleza divina y humana. Se vio como paloma sin corazón al ser seducida por el pecado, pudiendo decirse que dicha paloma fue seducida y que su corazón se alejó de ella llevado por el deseo o vanidad y alimentándose con el viento: Efraín se apacienta de viento, anda tras el solano todo el día; mentira y vanidad multiplica. Efraín es cual ingenua paloma, sin cordura (Os_12_2); (Os_7_11).
Jesucristo tuvo piedad de aquella paloma seducida y descorazonada por el pecado. Quiso echar fuera a sus enemigos y dispersarlos al viento del Espíritu Santo, que es la verdad, arrebatándole por segunda vez su corazón para darle el suyo, con el que amó mucho a aquel que la amó con caridad eterna, eligiéndola antes de la creación del mundo para ser hija de su diestra. Podría parecer que el amor de la carne y de la sangre, el amor natural, la situaron a la siniestra; la gracia, sin embargo, la trasladó a la derecha.
El verdadero Jacob le dio la mano derecha, diciendo que ella escogió la mejor parte, por no decir que él se la había dado. Era necesario ser cortés y obsequioso con Magdalena, a la que deseaba engrandecer tanto en la tierra como en el cielo, ensalzando su magnificencia sobre los cielos; es decir, que los ángeles considerarían como un favor el tenerla siete veces al día en su coro glorioso, que se encuentra en el templo del amor, en el que entonan las alabanzas divinas en medio de un silencio admirable, confesando que la divinidad está por encima de toda alabanza.
Jesucristo había enseñado ya a su amada a alabar la divina excelencia por medio de un inefable silencio, que es propio de los habitantes de la Sión celestial; por medio de él ofrecen sus votos en la Jerusalén de paz. ¿Qué bendición das a Magdalena, tu Efraín? Todas las bendiciones del cielo y de la tierra. Si mi Madre no tiene par en su pureza, nadie es semejante a Magdalena en su penitencia. Ninguna criatura se compara con mi madre, que es la Virgen singular por excelencia e incomparable en todo y sobre todo. Magdalena es la sublime penitente, que de mis pies subió hasta mi cabeza, rompiendo el envase de ungüento para derramar en ella su precioso bálsamo, cuyo aroma cundió por toda la casa. Al verter el óleo sobre mi cabeza, me constituyó Rey de su corazón, Rey de los judíos, y cualquier confesión digna de toda realeza. Yo la hice reina antes de que me coronara. En cuanto entró en casa de Simón el fariseo, la constituí reina de amor. Mi Madre es Emperatriz del amor, y única en amar, teniendo un rango aparte de las [168] meras criaturas. Su trono se encuentra al lado del mío, que soy Creador y criatura.
Magdalena está a mis pies, lo cual no es una humillación, por encontrarse próxima a mis afectos. Pongo mi diestra sobre su cabeza, la cual constituye su corona de gloria: Tenía la diestra puesta sobre la cabeza de Efraín (Gn_48_17), sin importar las murmuraciones, sea en casa de Simón, sea en Betania. Sé bien lo que hago y lo que digo. Mis ojos están cubiertos por una venda de amor divino que es clarísima en su amor. Si el padre de Marta y Magdalena no hubiera dicho lo que José a Jacob, yo habría respondido: Te conozco, hijo mío, conozco al que constituirá los pueblos y se multiplicará (Gn_48_19).
Marta es tu primogénita, hija y esposa mía, virgen sin contradicción. Marta no descollará tanto en el ejemplo de virginidad como Magdalena en el de penitente. Mi Madre levantó en alto el estandarte de la virginidad; a ella debe atribuirse la gloria, por ser la primera en hacer este voto. Marta la siguió y Magdalena fue la primera en acudir a pedir perdón de sus pecados como penitente inicial. Ella crecerá como un pueblo numeroso; toda alma penitente debe imitarla; [169] ella florecerá y fructificará: Efraín fructificará; Efraín saldrá polvoriento como el plomo. Si la contrición rompió mi corazón; si mis lágrimas hicieron parecer mi cara como de plomo, es más agradable a mis ojos amorosos, que la encontraron bella en su dolor, por provenir éste de mi amor. Contemplo a Efraín junto con mi Dios; la contemplo, es como un atalaya que me mira con amor, a mí que soy uno con el Padre y el Espíritu Santo. Ella es nuestro espectáculo de amor, y nosotros el suyo. Ella me mira como un centinela que vigila al único objeto de su amor, en el que se encuentra todo mi reposo. Cuando se reúna conmigo en el cielo, se elevará para volar hasta mí, que soy su gloria. A Efraín, como un pájaro, se le vuela su gloria, desde el nacimiento, desde el seno, desde la concepción (Os_9_11). Ella es un ave que vuela hasta mí, que soy su gloria en la concepción, en el nacimiento y en la lactancia, que constituyen el don perfectísimo de contemplación pura que le he concedido. Al concebir, da a luz; al dar a luz, alimenta. Es el uno necesario para ser una en la unidad de esencia del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo, unidad y Trinidad que mora en su corazón, haciendo en él su morada y templo de amor. ¿Qué es el cielo si no su divinidad; a la que subió Magdalena por la contemplación? La nueva maravilla sobre la tierra consiste en presenciar la captura del hombre celestial del empíreo, obrada por los atractivos de una mujer terrenal de aquí abajo; algo hasta entonces nunca visto. Le concediste tu Espíritu Santo, que renueva la faz de la tierra, [170] entregándole tu corazón tan puro para glorificarla en el tiempo, es decir, en los siglos venideros. Espíritu que la colmó de la ciencia de los santos, que es la ciencia del amor con la que amó al santo de los santos, que la santificó. Ella es su esposa y tierna novilla. Sansón llamó a su esposa novilla cuando le declaró su enigma. ¿Por qué no llamaré a Magdalena novilla de Jesucristo?¿Acaso no vio claramente el amor que él tenía a los penitentes, amor que los judíos no quisieron comprender, despreciando al Salvador por frecuentar a los pecadores, obligándolo a decir en voz alta, para honrar este oficio, que había venido por éstos y no por los justos, que jamás se alejaron de él en calidad de justos?
Magdalena, Efraín era una novilla domesticada, que gustaba de la trilla (Os_10_11). Aprendiste a amar el trigo de los elegidos gracias a la enseñanza de la sabiduría encarnada. Ascendiste hasta tu cabeza; ¿te atreverías a decir que fuiste la oveja que llevó alrededor de su cuello? Jesús de Nazareth, tu Esposo florido, no podía alejarse de ti por ser la flor de los campos y tu, el fruto de la ciudad. Ambos os unisteis en el amor. Por ello los ángeles tienen la encomienda de decirte que Jesús de Nazareth no se encuentra entre las flores muertas, sino que es la flor viva porque venció a la muerte. No lo toques más como una flor marchita, porque es inmortal, impasible y glorioso.
Dentro de cuarenta días, deberá remontarse por encima de los cielos para convertirse en el cielo supremo. Irá como precursor tuyo, presentando instancia a favor de su inclinación, que desea manifestar a su Padre en presencia de los ángeles, quienes recibirán del Padre, del Espíritu Santo y de él mismo, el mandato y comisión de descender para elevarte siete veces al día en su coro, diciendo: Padre Santo, Magdalena confesó a tu Hijo, nuestro soberano Señor, delante de los hombres: no se avergonzó de adorarlo en la tierra y decir que le amaba. Cuando los judíos, su propia nación, lo desconocieron ante Pilato, ella salió a buscarlo entre los muertos para derramar sobre él su unción y, de serle posible, dulcificar su muerte, que había sido tan dura. Tal vez pensó que él resucitaría si ella lo sacaba del sepulcro, conmoviéndose ante su dolor y lágrimas, como hizo con su hermano, resucitándolo a los cuatro días de su muerte. Bien sabía ella que el alma a la que se adhirió la suya no estaba muerta, por ser inmortal. Seguramente [171] había leído al profeta Ezequiel, al que Dios preguntó si creía posible que los huesos secos eran capaces de retomar la vida o recibir, mediante su poder, una nueva vida al decirles: Huesos secos, escuchad la palabra del Señor (Ez_37_4). Ella sabía que él aseguró ser la resurrección y la vida, y que los que creyeran en él no morirían eternamente. Ansiaba contemplar el cuerpo sagrado al que deseaba despertar de su sueño. Acaso no había leído el salmo: Yo me acuesto y me duermo, me despierto, pues el Señor me sostiene (Sal_3_6). ¿No recordaba el signo de Jonás, que salió del vientre de la ballena al cabo de tres días, que su amor dio como señal de su divino poder y su misión? El amor le sugirió lo que ella no podía decir: que su amado, que era el Verbo de vida y la vida divina, que podía resucitar el cuerpo, que yacía entre los muertos del siglo sin separarse de la divinidad, lo mismo que el alma, por estar el uno y la otra apoyados por siempre en la hipóstasis del Verbo, no dijo: Huesos secos, escuchen la palabra del Señor, porque tenía el poder de decir: Carne mía sacratísima, huesos míos santísimos: levántense. Arpa mía, gloria mía, levántate; salterio mío, levántate. Alma santa; vuelve del limbo con los Santos Padres. Levántate, cuerpo mío sagrado, y sal del sepulcro. Formad todos la primera resurrección. Tú eres el primogénito de los muertos; resucita, lleno de gloria, y aparécete a Magdalena, por ser la que más te ama después de tu Madre. Debe recibir el privilegio de tu primera aparición, ya que su fe la detiene aquí lo mismo que su amor.
Al ver que Magdalena fue un pretexto del amor, que la detuvo cuando ignoraba tu resurrección, él mismo la instruyó sobre ella, librándola del miedo natural en las mujeres y dándole la osadía y el valor de permanecer sola ante el sepulcro, al que Pilato mandó guardias armados con poderosas armas para intimidar a los discípulos. El amor, antes de la muerte del divino Salvador, era fuerte como la muerte y su aguijón duro como el infierno; después de ésta, sin embargo, el amor se volvió más fuerte que la muerte, y su aguijón más poderoso que el infierno, por ser la emulación del Dios eterno e infinito, que existía antes de que el infierno fuera creado, y que va más allá de estos abismos. El era, él es y será eterno e infinito: Por la eternidad y después de ella.
[172] El amor, al que se puso una venda, puede ver más allá de los velos. Si Magdalena, aún velada con sus cabellos, enseña de vanidad, pudo verlo en casa de Simón, ahora, al estar iluminada con la verdad de aquel ante cuyos ojos todo está al descubierto, ¿dejaría de conocerlo si la llamara, María. Ella respondería. Rabí, y el amor mismo la llevaría hasta sus pies, para besarlos sin pensar en la muerte. Lo que ella desea es unirse a la vida y por eso no pregunta si es él; no habrá necesidad de que él le diga lo que dirá a los apóstoles: Acérquense, tóquenme y no sean incrédulos. Un Espíritu no tiene carne ni huesos.
Así como la Samaritana dejó su cántaro en el brocal del pozo de Jacob para los que gustaran beber agua conteniendo barro, Magdalena dejó su ungüento en el sepulcro para los que tuvieran enfermos o muertos. Ella no pensó sino en el Verbo de vida, en el Verbo Encarnado, que resucitó para gloria de su Padre, al que quiso subir para atraer a él a las almas enamoradas que le buscan a su derecha, quienes, a imitación de esta santa, siguen el consejo del apóstol: Si habéis resucitado con Cristo, buscad las cosas de arriba, donde está Cristo sentado a la diestra de Dios. Aspirad a las cosas de arriba, no a las de abajo (Col_3_1s).
Capítulo 22 - Tristeza que sintió mi alma al ver nuestra capilla privada de las Cuarenta Horas. Lo que el Verbo Encarnado me dijo después de consolarme por dicha privación. 26 de julio de 1636.
[177] El día de Santa Ana 1636, sentí una gran pesadumbre al recibir aviso de que la capilla de la congregación no estaba en lista con los lugares donde se celebraría el jubileo de las cuarenta horas, decretado por nuestro cristianísimo rey. Al ver que las capillas más pequeñas de la ciudad no se habían exceptuado, y tomando este desprecio como venido del Verbo Encarnado, me dirigí a él con mi confianza ordinaria y en medio de abundantes lágrimas.
Mi divino amor me consoló amorosamente, diciéndome que recordara que su Madre no había encontrado alojamiento en Belén. Sin embargo, como mi llanto no cesaba, por haber llorado toda la noche y llevar casi veinticuatro horas llorando, mi divino amor, para demostrarme que no podía seguir viéndome afligida, volvió a consolarme diciendo: Hija, quiero que sepas que el que por miedo y temor de disgustar al cardenal no las nombró al instituir las cuarenta horas, no presenciará, por dicha causa, el fin de este tiempo de oración.
Rogué por él, pero no obtuve la prolongación de su vida. Mi dolor interior tampoco disminuyó. La víspera de San Lorenzo, sintiendo en mí una gran confianza, pedí a este mártir, que tantos favores me había obtenido, y debido a que yo no podía escribir al Señor Cardenal, que se dignara llevar una de mis cartas a mi Esposo para exponerle el menosprecio que sufría en su congregación, y ésta por causa suya, debido a que el Señor de la Fraie había tenido respeto humano en demasía.
El mismo día, o poco después, el gran vicario, que por temor había rehusado incluir esta congregación en la lista con las demás capillas, cayó enfermo del mal que lo llevó a la muerte.
Escuché: ¿No te dije que no vería el fin de las estaciones? ¿Qué Yo soy el que tiene poder sobre la vida y la muerte?
Capítulo 23 - En san Ignacio de Loyola se cumplieron las palabras de Isaías que la Iglesia aplica a san Juan Bautista, debido a la gloria que Dios recibe de este santo fundador y de sus hijos que llevan su salvación hasta los confines de la tierra. 31 de julio de 1636.
[181] Oídme, islas, atended, pueblos lejanos. El Señor desde el seno materno me llamó; desde las entrañas de mi madre recordó mi nombre. Hizo mi boca como espada afilada, en la sombra de su mano me escondió; me hizo como saeta aguda, en su aljaba me guardó. Me dijo: Tú eres mi siervo Israel, en quien me gloriaré (Is_49_1s).
Podría sorprender de momento el ver que tomo las palabras que la Iglesia aplica a san Juan Bautista, santificado en el vientre de su madre, desde el que fue llamado por el divino Verbo Encarnado para ser su precursor, para alabar a san Ignacio. Sin embargo, si demuestro que, sin detrimento de la gloria debida al excelso Bautista, puedo apropiarlas al gran Ignacio, a quien Dios destinó desde toda la eternidad a proclamar y engrandecer su gloria hasta los confines de la tierra, tomando en cuenta que dicho santo tomó como lema: A la mayor gloria de Dios, se me confesará que estas palabras le convienen como si le hubieran sido dirigidas por Dios de labios del profeta evangélico: Tú eres mi siervo Israel, en quien me gloriaré.
Me atrevo a afirmar que san Ignacio, después de san Juan Bautista y los apóstoles, glorificó a Dios y lo glorificará hasta el día del juicio. Tanto él como sus hijos lo han hecho y seguirán haciéndolo en la Iglesia, por lo que no tengo dificultad alguna en dirigirle estas palabras: Y tú, Belén, tierra de Judá, no eres, no, la menor entre los principales clanes de Judá; porque de ti saldrá un caudillo que apacentará a mi pueblo Israel (Mi_5_1); (Mt_2_6).
De ti, Loyola, de ti Montserrat, de ti, Monte de los mártires, de ti, pequeña compañía, saldrá y será visto aquel que regirá al [182] pueblo de Israel; y sin temor, añadiría en favor de la compañía de Jesús: No se irá de Judá el báculo, el bastón de mando de entre tus piernas, hasta tanto que venga el que será enviado (Gen_49_10).
No, el mundo, la carne y el demonio, con todos sus esfuerzos, no podrán arrebatar el cetro de la mayor gloria de Dios a Ignacio. Todos ellos perseverarán hasta la venida de Jesucristo al último día, para manifestar su majestad desde las nubes al juzgar a vivos y muertos. Escucha, pequeña Compañía, lo que Dios dice a tu fundador a través del mismo profeta: He aquí mi siervo a quien yo sostengo, mi elegido en quien se complace mi alma. He puesto mi espíritu sobre él... Ahora, pues, escucha, Jacob, siervo mío, Israel a quien yo elegí. Así dice el Señor que te creó, te plasmó ya en el seno y te da ayuda: No temas, siervo mío, Jacob rectísimo, a quien yo elegí. Derramaré agua sobre el sediento suelo, raudales sobre la tierra seca. Derramaré mi espíritu sobre tu linaje, mi bendición sobre cuanto de ti nazca. Crecerán como en medio de hierbas, como álamos junto a corrientes de aguas. Ahora, así dice el Señor tu creador, Jacob, tu plasmador, Israel. No temas, que yo te he rescatado, te he llamado por tu nombre. Tú eres mío. Si pasas por las aguas, yo estoy contigo, si por los ríos, no te anegarán. Si andas por el fuego, no te quemarás ni la llama prenderá en ti. Porque yo soy Yahvé tu Dios, el Santo de Israel, tu salvador (Is_42_1); (Is_43_1s); (Is_44_1s). Sería necesario explicar estos tres capítulos casi en su integridad para manifestar lo que Dios me comunicó respecto a san Ignacio y su Compañía, a quien Dios escogió como hijo suyo muy amado. La Compañía lleva también su nombre, para ser engrandecida entre los gentiles, por dar a Dios lo que el pueblo judío le rehusó; por eso lo sustituyó y ocupó su lugar.
Quienes consideren los servicios que la Compañía rinde al Señor Dios de los ejércitos y Dios de Jacob, admitirán que merece todos los elogios que se le tributan por boca de este profeta y algunos otros que cito, dejando la expresión a quienes poseen el espíritu, la pluma y la luz más fecunda y clara que yo. Confieso que mi vista es demasiado débil para contemplar fijamente a este sol, y que necesitaría la pluma de los vientos y la inteligencia de los espíritus angélicos para poder conocer y narrar las perfecciones de Ignacio y de sus hijos cuando imitan a su Padre, quien a su vez imitó a Jesucristo, que anduvo delante de él para ser su ideal y para librarlo de las emboscadas que sus enemigos urdían en su contra. Jesucristo le abrió [183] caminos en el mar: Que trazó caminos en el mar y vereda en las aguas impetuosas (Is_43_16). No hubo obstáculo que no removiera para abrir el paso a este santo y a sus hijos: ni el mar de las contradicciones, ni los torrentes de las persecuciones, ni los ríos de los maldicientes, ni las murmuraciones, ni la altura, ni la profundidad, ni criatura alguna pudieron causar daño alguno a las generosas empresas de este gran Santo y de sus hijos. Dios mismo los defendió, dando a Ignacio la gloria. No temas, que yo te he rescatado, te he llamado por tu nombre, etc.
Yo te daré toda la tierra, vine para traer el fuego a ella, con el deseo de abrasarla si hubiera estado dispuesta en el tiempo en que anduve visiblemente entre los hombres. Mi sabiduría se dejaba oír en las plazas públicas, para que si alguien tenía sed acudiera a las aguas de la gracia. Algunos se acercaron y bebieron, pero en número reducido. Yo hubiera querido mundos enteros para que bebieran en la fuente de vida y de vigor; los llamé, pero ensordecieron sus oídos, obrando males que asombraron al cielo.
Se alejaron de mí, que soy el manantial de agua viva, fabricando cisternas secas que no sólo se resquebrajaron y fueron incapaces de contener las aguas, sino que trocaron las de mi gracia en lodo y fango, haciendo mortíferas las obras que ella los movió a hacer. El fuego sagrado se ocultó en el pozo durante la cautividad del pecado. Envié a Ignacio para que lo sacara y lo hiciera arder por toda la tierra. Ignacio es un fuego que mi divino Espíritu produce y reproduce en sus hijos. Yo dije a mis apóstoles que harían los mismos signos que yo hacía, y aún mayores; no por ellos mismos, sino en mi nombre, el cual di a Ignacio y a su Compañía. Dios es un fuego que consume. Es el nombre de Ignacio y su Compañía que lleva el nombre de Jesús, haciendo todo para su mayor gloria. Yo procuro el honor de los que me honran; Ignacio hace todo para gloria mía, y yo, en cambio, deseo glorificarlo; sus hijos son también los míos: Venid a mí los que me deseáis, y hartaos de mis productos. Que mi recuerdo es más dulce que la miel, mi heredad más dulce que panal de miel. Los que me comen quedan aún con hambre de mí, los que me beben sienten todavía sed. Quien me obedece a mí, no queda avergonzado, los que en mí se ejercitan, no llegan a pecar. Los que me dan a conocer, tendrán la vida eterna. Todo esto es el libro de la vida del Dios Altísimo, el conocimiento de la verdad (Si_24_19s).
Vengan a mí, porque me aman y desean hacer mi voluntad. A todos los que mi Padre me ha dado, los recibo y jamás los echaré fuera. Ignacio me fue [184] dado por mi Padre eterno, y todos los suyos son también míos, mi propia generación. Yo soy el Padre del siglo futuro y el Príncipe de la paz para mis esposas. Me aparecí a Ignacio con mi cruz, que es mi realeza. Síganme, hijos suyos y míos. Les fui propicio en la Roma de la tierra, y también lo seré en la del cielo.
Reciban mi espíritu, que es más dulce que la miel; que el rayo de miel atraiga al panal de mi corazón divino a las abejas místicas a través de sus palabras, que son dulcísimas. Que su rostro reluciente lleve almas al sol de justicia. Manifiesten mi día a los pueblos que estaban en tinieblas, porque a través de ustedes quiero darles una gran luz. Deseo colmarlos de néctar y ambrosía. El que me coma tendrá más hambre y el que me beba volverá a tener sed. Yo daré la gracia en el camino y la gloria en el término.
El que me escuche no será confundido, y quien haga las obras que yo haré por su medio, se alejará del pecado. Quien me dé a conocer y amar, tendrá la vida eterna. Este es el designio de Ignacio; ¿tengo o no razón al adjudicarle las palabras del profeta evangélico?: Oídme, islas, atended, pueblos lejanos (Is_49_1). El Señor Jesús me llamó desde el vientre de mi madre, y se acordó de mi nombre estando yo recluido en las entrañas maternales. Me destinó a ser guerrero, eligiendo mi lengua para ser una filosa espada, mediante la cual quería destruir el pecado y edificar la virtud. Me protegió bajo la sombra de su mano. Me escogió como saeta preferida, a la que escondió en su carcaj, que es su corazón. El Espíritu Santo me reservaba para la guerra cristiana, habiéndome permitido adiestrarme en las artes militares, en las que recibí una llaga felicísima, que me obligó a una venturosa actividad, a buscar la verdadera ocupación a la que entregué todo mi ser. Quien me obedece a mí, no queda avergonzado, los que en mí se ejercitan, no llegan a pecar. Los que me dan a conocer, tendrán la vida eterna. Todo esto es el libro de la vida del Dios Altísimo, el conocimiento de la verdad. Al leer este libro sagrado, morí a mí mismo para vivir de Dios, el cual me hirió con la llaga de su divino amor, en el que me reveló toda mi dicha, que consistía en conocer al Padre y al Hijo por el Espíritu Santo, el cual me cubrió con su sombra para protegerme. Me transformó en una saeta escogida y depositada en la aljaba de Jesús, mi buen maestro; saeta que conservó para dispararla contra el mundo, el demonio y la carne, y para encender los corazones en su amor sagrado, diciéndome que de ahí en adelante debía yo ser su soldado y muy humilde servidor suyo, al que deseaba glorificar. Por [185] esta razón tomé por divisa "Todo a la mayor gloria de Dios", la cual busqué en todas las cosas.
Era deseo del Salvador glorificar al que envió al mundo. Habiendo leído su vida, que es libro de la vida y Testamento del Altísimo, encontré en ella el conocimiento de una verdad: que sólo Dios merecía ser amado, y que él era mi principio y mi fin. Mi corazón, hasta ese día, había estado inquieto, alejado de su centro. Ignacio entregó su corazón desde que despertó del sueño letárgico de las vanidades mundanas a la realidad de Dios, que lo creó para él, lo cual aceptó con todo el corazón. A pesar de ello, su providencia dispuso, para su mayor bien y el de otros, que fuese un tanto atribulado por los escrúpulos, a fin de afirmar a los demás en la confianza en su divina bondad, y que despreciara la tierra y sus placeres, amando el cielo; mejor dicho, al Dios del cielo, el cual se comunicaría a su alma en medio de tantas delicias, que pudo adjudicarse por experiencia la palabra del profeta: Confiadle todas vuestras inquietudes, pues él cuida de vosotros.
Gran santo, fuiste todo de fuego tanto en tu nombre como en tu ardor, que recibiste de la santísima Trinidad. San Francisco Javier fue la llama viva que enviaste a países extraños, que permanecieron bajo del hielo durante mucho tiempo. En tus entrañas se encendió este santo, que en ocasiones se veía obligado a exclamar: Basta, Señor, temiendo expirar antes de haber visto respirar a los pobres infieles los dulces aires del Evangelio.
Jesucristo fue tu vida y tu muerte, y morir por él fue vivir para ti. Podías con toda verdad evocar las palabras del apóstol: Ya no vivo yo, mas vive Cristo en mí (Ga_2_20). En cuanto a mí, hubiera escogido el gozo si la divina providencia me hubiese permitido nacer en el tiempo de los apóstoles, cuando la sangre de Jesucristo aun ardía; pero me alegro ante su designio sagrado, que me reservó para los días de Ignacio, el gran Nehemías, que retiró el fuego divino del pozo en que la divina providencia lo ocultó durante los días de la cautividad, para encenderlo de nuevo en los altares sagrados.
A partir de Ignacio, reinaron la meditación y la frecuentación del divino fuego eucarístico, que obra la unión de las almas y de los cuerpos con el alma y el cuerpo de Jesucristo, llegando a ser casi ininterrumpida. Fue él quien hizo renacer las prácticas de la Iglesia primitiva, formando [186] comunidades santas que tienen un solo corazón y una sola alma, que perseveran en la oración y en la fracción del pan de los ángeles y de la vida eterna.
Fue dicho a Zacarías, por el arcángel Gabriel, que muchos se alegrarían a causa del nacimiento de Juan Bautista; mundos enteros deben experimentar una gran alegría al pensar en el renacimiento de Ignacio, que vino a reconciliar los corazones de los hijos con Dios, su Padre. No temas, suelo, jubila y regocíjate porque el Señor hace grandezas. Hijos de Sión, jubilad, alegraos en el Señor vuestro Dios. Porque él os da la lluvia de otoño, con justa medida, y hace caer para vosotros aguacero de otoño y primavera como antaño. Las eras se llenarán de trigo puro, de mosto y aceite virgen los lagares rebosarán. Yo os compensaré de los años en que os devoraron la langosta y el pulgón, el saltón y la oruga, mi gran ejército que contra vosotros envié. Comeréis en abundancia hasta hartaros, y alabaréis el nombre del Señor vuestro Dios, que hizo en vosotros maravillas. Mi pueblo no será confundido jamás (Jl_2_21s). Iglesia militante, no temas, alégrate y goza porque el Señor ha decidido obrar en ti grandes maravillas, concediéndote grandes doctores que manifestarán la verdad y la justicia de sus leyes divinas, plenas de dulzura desde el comienzo hasta el fin. De la noche a la mañana, sus proposiciones recibirán sus conclusiones; recibirás el rocío celestial en todo tiempo; tendrás en abundancia el trigo de los elegidos y el vino que engendra vírgenes; serás ungida con bálsamo, y tus hijos participarán de los divinos sacramentos, de la unción de la oración y de la contemplación. Dios te devolverá los años que parecieron ser devorados por tus pecados; tus sensualidades y pereza serán reparadas, para saciarte de sí mismo. Alaben el nombre del Señor su Dios, hijos de la Iglesia militante, porque ha hecho grandes maravillas con ustedes, y continuará haciéndolo hasta el último día, concediendo su Espíritu y su ciencia a estos doctores, que resistieron a las mentiras y falsedades del anticristo, para librarlos de la confusión que la ignorancia y la debilidad hayan podido causarles.
Jesucristo dijo que la fe sería perseguida, y que sería pequeña, de suerte que causaría dudas si llegara a ser del tamaño de un grano de mostaza, por cuya causa la caridad de muchos se enfriaría. Yo creo en las palabras de la verdad, esperando que su bondad manifestará su poder en nuestra debilidad, concediendo nuevas fuerzas e infusiones abundantísimas de gracias, a fin de que pueda decirse con el apóstol que, siendo débil, se es fuerte en aquel que da su fuerza, el cual prometió estar con los suyos hasta el fin del mundo.
Ignacio y sus hijos son de la sociedad de Jesús, el cual nos enseñará por su medio el camino de la verdad, iluminándonos con su luz y alimentándonos con su palabra. El cielo y la tierra pasarán, pero nuestra palabra permanecerá. Y sabréis que en medio de Israel estoy yo, el Señor, vuestro Dios, y no hay otro. Y mi pueblo no será confundido jamás (Jo_2_27).
El derramará su espíritu sobre toda carne que debe ser salvada. Los elegidos serán protegidos en el tiempo de la tribulación. El estará con ellos y los recogerá para que le glorifiquen por toda su eternidad; él mismo los saciará con su propia beatitud. Los doctores resplandecerán y brillarán como estrellas en perpetua eternidad. Esto es lo que se dirá de san Ignacio y de sus hijos quienes habrán evangelizado naciones enteras; ¿carecí de razón al aplicarles estas palabras?: Oídme, islas, atended, pueblos lejanos. El Señor desde el seno materno me llamó.
Dios recordó mi nombre, todo de fuego, para enviarme en los últimos tiempos, en que la caridad de muchos se habrá resfriado. Señor Jesús, mi dulce amor, hemos experimentado esta verdad; la caridad, ¿no se había enfriado ya debido a la negligencia de muchos cristianos? Me refiero a los institutos religiosos que se habían relajado de su primer fervor; muchos, desde la aparición de san Ignacio, recuperaron su primer valor o el espíritu inicial de su instituto. ¿Cuántas órdenes se renovaron del todo gracias a los fervores de Ignacio? Sólo tendría que nombrarlas; son demasiado conocidas en nuestro tiempo. ¿Qué no decir del provecho que este Santo les proporcionó con sus ejercicios espirituales, que sirven de cerilla para encender los corazones más helados si aceptan hacerlos con toda exactitud, según el orden que el santo les ha señalado?
Ignacio es semejante a un gigante que estaba en el cielo en un momento, y en la tierra en otro. Al volver de su altísima oración, se ponía en acción de manera perfecta en cuanto estaba en la tierra, dedicándose a obras de caridad. Era como otro Moisés que recibía las enseñanzas divinas en el monte de la contemplación, para comunicarlas a los más próximos en su trato con ellos sea él mismo directamente, sea por sus hijos. Sin que haya nada que a su ardor escape (Sal_19_7). El enseñaba la ley del Señor a toda clase de personas. Con la ley del Señor convertirás almas: el testimonio de Dios es fiel y da su sabiduría a los pequeños (Sal_19_8). Al enseñar la ley del Señor, que es inmaculada, ha convertido innumerables personas. Las palabras de verdad del Señor son testimonios fieles que santifican a las almas y colman a los pequeños y humildes de sabiduría celestial. [188] La enseñanza de Ignacio y sus hijos se dirige a niños y adultos; desde la cuna hasta el lecho de muerte, sin distinción de sexo. Es para pequeños y grandes, afirmando así la veracidad de estas palabras: Te voy a poner por luz de las gentes, para que mi salvación alcance hasta los confines de la tierra (Is_49_6).
Capítulo 24 - Diversas consideraciones sobre los admirables ardores y esplendores de la vida, muerte y gloriosa asunción de la incomparable María, Madre del Verbo Encarnado. Agosto de 1636.
[189] El Apóstol exhortaba sin cesar a los cristianos a resucitar con Jesucristo y a buscarlo a la derecha del Altísimo. El amor divino y humano que impulsaba el corazón de la Madre del amor a desear la visión y el gozo de su tesoro, que era su Dios y su Hijo, es inenarrable a toda criatura. Sólo aquel que dijo en la institución del Santísimo Sacramento: Con gran deseo he deseado, lo conocía perfectamente siendo el único que podía hablar de él dignamente, por ser el Verbo del Padre.
El Verbo es el digno orador de las alabanzas de su Madre, a la que deseaba ver en el cielo a su lado. Entre Dios y sus criaturas, sólo María tiene su rango aparte. Aunque está por debajo de la naturaleza increada, está por encima de toda naturaleza creada debido a su derecho de Madre de Dios, el cual la deseaba con el deseo de su corazón, deseo que se cumplió el día de su Asunción.
Sube, Señora mía, al Louvre celestial para realizar lo que falta a las amorosas pasiones de tu Hijo. Su cuerpo glorioso fue tomado del tuyo, que era santísimo, como de su principio en el día de tu poder. Cuando te encontraste en el esplendor divino, el Espíritu Santo formó su cuerpo santísimo con tu consentimiento. Fuiste la mujer fuerte de Israel al ver a Dios y al ser fuerte con Dios, quien se hizo hijo tuyo por indivisibilidad, por ser Hijo de su divino Padre. El fue concebido, llevado en tu seno, engendrado y alimentado de tus pechos virginales, que eran todos suyos por estar colmados de leche celestial para alimentar al Adán del cielo.
En comparación con las demás madres de la tierra, María es la Madre celestial. Si se acepta llamarla tierra de los vivientes, también estoy de acuerdo en que se le de el nombre de tierra bendita, exenta del tributo ordinario y de todas las [190] cautividades de Jacob. Fue esta tierra la que oyó la palabra de Dios y le dio un cuerpo en sus entrañas virginales. La carne de Jesucristo es carne de María.
Nadie odia su propia carne, sino que la nutre y calienta. Jesucristo, al vivir la vida gloriosa, deseó nutrir a su Madre con los manjares gloriosos y el torrente de divinas delicias con los que se satisfacía, recordando que ella bebió un cáliz de amargura en su camino, participando en los dolores de su Pasión sumergida en el torrente de sus angustias y aflicciones. El desea exaltar a su cabeza. Dios es cabeza de Cristo, y Cristo de la Iglesia. También afirmo sin dificultad que María, Madre de Jesús, es la cabeza o señora de Jesús, porque en la tierra fue para él una Madre única y todo lo que el padre y la madre son para un hijo engendrado de sus sustancias comunes. María, sola, comunicó todo ello a Jesucristo, que no reconoció otra materia para su formación sino la pura sangre y la virginal simiente de María, reservada por Dios para nuestra eterna salvación. De no habernos dejado el Señor de los ejércitos su simiente, como Sodoma seríamos, a Gomorra nos pareceríamos (Is_1_9). María era hija de Abraham y de ella nació Jesús, llamado Cristo. El es el único Isaac y simiente de bendición para nosotros, según la divina promesa. María es Madre del Salvador, al que salvó de sus enemigos, debiendo llamarse la que salva con más razón que José en Egipto. Si permitió que, durante la Pasión, fuese vendido a los judíos, lo hizo para rescatarnos, ya que sabía con toda seguridad que resucitaría glorioso y sería muerte de la muerte y aguijón del infierno. Sabía que él era el león de la tribu de Judá que debía vencer mientras dormía con los ojos abiertos, y aun cuando no hubiese querido resucitar ante los gritos de toda la humanidad, María, la leona sin par, lo hubiera despertado con sus rugidos. Sin causar miedo en las almas, habría atemorizado a sus enemigos, diciendo dulce pero fuertemente: Gloria mía, despierta, despertad, arpa y cítara. El, obediente a su madre, hubiera respondido: a la aurora he de despertar (Sal_59_8s).
[191] Si me atreviese a hacer hablar a Jesucristo, por boca de Ana, madre de Samuel, en favor del poder amoroso de María; su madre, él habría dicho: La Señora da muerte y vida, hace bajar al sheol y retornar. La Señora enriquece y despoja, abate y ensalza. Levanta del polvo al humilde, alza del muladar al indigente para hacerle sentar junto a los nobles, y darle en heredad trono de gloria, pues del Señor los pilares de la tierra y sobre ellos ha sentado el universo (1S_2_6s). Al dar su consentimiento a la redención, mi Madre y señora me mortificó, dándome un cuerpo para morir por los hombres; pero, también me vivificó al esperar y creer en mi resurrección. Todo es posible para el que cree. Ella tenía el derecho de pedir mi resurrección; únicamente me prestó a la muerte, con la condición de que el poder divino me resucitara. No me desvestí de mi cuerpo pasible sino a condición de ser revestido del impasible. Mi Madre me hizo pobre al darme a los hombres, pero me enriqueció con la seguridad de que la humanidad llegaría a ser posesión mía, según la promesa que me hizo mi Padre si exponía y entregaba mi alma a la muerte. El alma de mi Madre se adhirió a la mía. Simeón predijo que su alma sería traspasada por una espada de dolor, al verme puesto para ruina de muchos y como señal de contradicción. Sin embargo, vio que con mi muerte daría yo vida a los buenos y sería la resurrección de muchos después de permanecer en un sepulcro de la tierra en compañía de los muertos del siglo, rodeado de tinieblas cual si hubiera sido polvo y ceniza.
María fue conservada; su pureza incontaminada me habría librado de la corrupción aun cuando yo no hubiera sido incorruptible, porque la sentencia divina fue contra Adán, el pecador, y contra Eva, la pecadora, diciéndoles que en castigo del pecado, volverían a la tierra. Dicha orden no se refirió a María, la criatura más pura, que quiso, como yo, someterse al decreto de la muerte para hacer la segunda vida más admirable, y a fin de que ella y yo fuésemos señores tanto de la muerte como de la vida, ganando, con nuestra obediencia, todas las victorias, y para que los hombres y los ángeles supieran que dos soles se remontaron de en medio de los hombres, lodo y fango, hasta el trono de gloria; y para que los hambrientos y sedientos de justicia fueran saciados, y que los pobres y mendicantes están sentados por encima de todos los cielos, como Emperador y Emperatriz de toda criatura.
[192] Por ser igual a mi divino Padre, me sometí a mi querida Madre, a la que rindo honor como Señora mía, obedeciéndola como hijo sumiso. Soy todo para ella, pues en mí posee el cielo, la tierra y toda la divinidad, la cual lleva este globo terráqueo con tres dedos gracias a la respuesta que dio al ángel diputado del divino cónclave. Me hice y me obligué, por toda la eternidad, a ser el apoyo y soporte de la tierra, tomando un cuerpo en María y aceptando la infusión de un alma creada. Pues del Señor los pilares de la tierra y sobre ellos ha sentado el universo (1S_2_8). Ella mandaba y yo obedecía y obedezco de cuerpo y alma. Estaba y estoy aglutinado por amor al alma de mi Madre, que era y es la más amable y la más amada; es decir, la incomparable en el amor después de mí, que la amó infinitamente por ser Dios. Yo dije a la Samaritana: si supieras el don de Dios y quién es el que te habla y te pide de beber, quizás le pedirías del agua de vida y él te la dará.
Jeanne, si supieras cuánto amor tengo hacia mi Madre y quién es el que la desea, moriría a causa del deseo de vernos; el amor te arrebataría la vida con su violenta dulzura. Si quieres que te pida el conocerla, añado que también te plazca darme la gracia de reconocerla según tú lo desees. Yo no puedo vivir una vida más amable ni morir de una muerte más deseable; los ángeles desearían morir de ella, imitando a su Rey y a su Reina. Los ardentísimos serafines parecen helados al lado de vuestros ardores. Se atiza el horno pata obras de forja: tres veces más que el sol que abrasa las montañas; vapores ardientes despide, ciega los ojos con el brillo de sus rayos (Si_43_4).
No hay sino las tres hipóstasis de la esencia divina que pueden saber el amor que el sol de justicia tiene por su madre, él arde con sus tres poderes, las tres sublimes montañas de ésta alma eminente, la más perfecta imagen de la augusta Trinidad después del alma del Verbo divino. Este amor increíble por todas las criaturas las desharía, las cegaría de sus ardientes adoradores, los querubines gloriosos hacen sombra como si ellos fueran velos que cubren esas admirables claridades. Pueden mirar fijamente el sol en su tabernáculo maternal. Sin el rocío, sin la sombra del Espíritu Santo este mar se secó en el momento de la encarnación, su esplendor lo hubiera perdido en el abismo de su luz. [193] Ante su ardor, ¿Quién puede resistir? (Si_43_3). La fuerza del altísimo le hizo sombra y el Espíritu Santo vino a ella para conservar su pureza mientras el Verbo se encarnaba en ella. Tan pronto como María pudo hablar y el Verbo divino vino a ella con pasos de gigante, el Espíritu Santo abrió la puerta y ahí con el Padre siguieron, si puedo expresarme así, al Verbo haciendo el acto adorable de la divina Encarnación sin detrimento del ser natural de María y tampoco de su integridad virginal. Vaso admirable, obra del altísimo que estuviste probada en el fuego divino y por un milagro continuo fuiste conservada. ¿Quién puede comprender tu excelencia? Dios solo o el Hombre-Dios, el Oriente en la Trinidad, el Oriente en tu humanidad. Haz en mí, oh princesa, aunque en proporción, lo que el Espíritu Santo ha hecho en ti. Si tu hijo quiere favorecerme con sus visitas celestiales, con sus fervorosas claridades, fortifícame cuando las recibo, no rehúso morir, esta muerte es preciosa delante del Señor. Señora mía, soy tu sierva y la sierva de tu hijo, si él desea que yo entre en su cámara nupcial, dame las instrucciones de cómo me debo comportar y si tu quieres que te siga al templo de amor sin pretender verlo al descubierto, la gloria interior que la divinidad te comunica entre todas las creaturas, ya que verlo pertenece concederlo sólo al Dios soberano, Rey de reyes. Si él y tú lo desean la continuación de mis posibilidades heme aquí preparada para seguir a la Reina Madre del divino Rey. Entre alborozo y regocijo avanzan al entrar en el palacio del rey (Sal_44_15s). Las vírgenes están colmadas de la alegría de saber que eres la Reina del cielo y de la tierra, la Madre de Dios y el templo de toda la Trinidad que se goza en ti de una manera que no comprendemos y por toda la eternidad eres su firmamento. Orgullo de las alturas, firmamento de pureza, tal la vista del cielo en su espectáculo de gloria (Si_43_1).
Tú eres la más elevada de las creaturas. La belleza cautivadora y la tercera visión de gloria; me explico. La esencia divina es la visión beatifica, la primera. La humanidad de tu hijo es la segunda visión, y tu belleza admirable es la tercera. La primera es solo la divinidad, la segunda ya es un Hombre-Dios, la tercera es solo una creatura. Oh Jesús [194] mi amor, tú nos dijiste que en la casa de tu Padre hay muchas moradas para mí. Pienso que los bienaventurados ven tres tabernáculos de gloria que serán habitados por siempre por los elegidos y recibirán deleites inefables. San Pedro tuvo razón al decir para el momento y para la eternidad. Vamos quedándonos aquí, adorando la majestad divina del único Dios. Adorando al Verbo encarnado con un culto vivo puesto que él es Dios. Adorando a María con la adoración que conviene a la Madre de Dios puesto que ella ha rodeado al Hombre-Dios sobre la tierra y como una gracia especial ella es rodeada del divino sol en el mediodía de su gloria que la hace aparecer como el signo mas grande que jamás haya aparecido en el cielo. Es una mujer vestida de sol, coronada de estrellas, caminando sobre la luna con una firmeza eterna. Todo lo que no es Dios esta por debajo de ella. El sol de gloria que la reviste anunciando a los bienaventurados las maravillas de su Madre los atrae admirablemente a honrarla y a amarla, a imitarla en su justa proporción. Todos los ángeles y los hombres no pueden comprender el amor que él tiene por su alma y cuerpo bendito que es, como ya dije, el origen del suyo, ya que es su misma carne que él ama con un ardiente amor. De qué fuego arde su pecho sagrado donde él reposo por tanto tiempo cuando era pequeño. Ahora es él quien la hace reposar a ella sobre el suyo. Estos dos corazones son dos llamas vivas encendidas de un mismo fuego porque un mismo amor los alimenta. Lo que agrada alimenta. Apaciéntate en medio de tus delicias eternas con todos tus bienaventurados. Acuérdate de esta peregrina en la tierra viviendo entre los habitantes de Cédar que encuentran muy enfadoso todo lo que no es para tu gloria por la que ella quiere vivir y morir dándote gracias de lo que le has concedido a tu santa Madre.
Capítulo 25 - De la dulcísima muerte, gloriosa resurrección y triunfante asunción de nuestra Señora, Madre del Verbo Encarnado. 15 de agosto de 1636.
[197] El sabio dice que la muerte es amarga para los que están apegados a su perecedera sustancia; por mi parte, creo que la muerte es dulce a los que están unidos por amor a la vida eterna. La muerte de la Madre del amor es la más dulce de todas las muertes.
Balaam pidió morir la muerte de los justos; san Bernardo, la de los ángeles y Tomás, la de Jesús; pero ¿Quién, entre los hombres y los ángeles, ha osado pedir alguna tener la misma muerte de María? La Escritura no habla de ella. El Verbo divino reservó para sí el conocerla, para hablar de ella al Padre y al Espíritu Santo. El silencio conviene aun en Sión, en tanto que el Verbo canta el himno de gloria a la muerte de su Madre, diciendo a la divina esencia: A ti viene toda carne.
La carne de mi Madre es origen de la mía. Quiero reconocerme parte de este todo; la porción que tomé de ella fue destinada al sacrificio por los pecados de los hombres. Aunque no había pecado en ella, se manifestó semejante a la carne del pecado y murió por los pecadores. Yo fui el cordero sacrificado por los pecados del mundo; mi muerte fue dolorosa en extremo. Al darme en prenda por la humanidad, pagué sus ofensas.
En verdad fui víctima de sus iniquidades. Tuve apariencia de leproso y fui el último de los hombres, no teniendo casi otro rostro que el del pecado ni quedando en mí rastro alguno de belleza: No tenía apariencia ni presencia, le vimos y no tenía aspecto que pudiésemos estimar. Despreciable y desecho de hombres, varón de dolores y sabedor de dolencias, como uno ante quien se oculta el rostro, despreciable, y no le tomamos en cuenta. Y con todo eran nuestras dolencias las que él llevaba, y nuestros dolores los que soportaba. Nosotros le reputamos como un leproso, herido de Dios y humillado. El ha sido herido por nuestras rebeldías, molido por nuestras culpas. El soportó el castigo que nos trae la paz, y con sus cardenales hemos sido curados (Is_53_2s).
Es permitido desear morir la muerte de los justo y dejar el cuerpo, que entorpece al alma por estar sujeto al pecado. También lo es morir la muerte de los ángeles mediante la renuncia perfecta de todo interés sólo para gloria de Dios. Es muy lícito, además, anhelar morir con Jesucristo a imitación de Sto. Tomás y de muchos otros santos, privándose de todo y sufriendo con el Salvador. Sin embargo, morir como la purísima María, Madre de Dios, es un privilegio concedido sólo a ella. María no murió en sí por el pecado, sino en su Hijo, al que [198] ofreció a la muerte. Lo que él poseía del divino Padre no murió en la cruz, pero sí lo que recibió de su inmaculada Madre, quien nada debía a la muerte porque jamás fue tributaria del pecado: por el pecado entró la muerte al mundo.
Pero, ¿por qué murió entonces? me preguntará alguno. Yo respondería lo que dijo el Verbo Encarnado acerca de la hija del príncipe de la sinagoga: No lloréis, no ha muerto; está dormida (Lc_9_52). No piensen que mi Madre murió de una muerte dolorosa; no, se durmió en un sueño de amor, que arrebató dulcemente su alma tranquila, llevándola para siempre a los cielos. Mi diestra, tomando su mano derecha, le dijo: Niña, levántate (Lc_9_54).
Ella duerme y su corazón vigila. Los hijos son en verdad el corazón de su Madre, y por encima de todos ellos yo soy el de la mía, al que ella dice con más fervor que David: Dios de mi corazón y mi porción; Dios mío para siempre (Sal_16_5). Su corazón y su carne hicieron saltar al Dios vivo. Mi divinidad fue siempre el soporte de mi cuerpo y de mi alma, aunque uno se encontrara en el sepulcro y la otra en los limbos, debido a la unión hipostática, que jamás abandonó lo que tomó de María.
La divinidad acompaña el alma y el cuerpo de mi Madre, no con una unión semejante, pues mi Madre no era Dios como yo, careciendo por tanto de la sustancia divina. Fue favorecida, sin embargo, con la asistencia de la divinidad de manera incomprensible a los mortales. La divinidad está en todas partes por esencia, presencia y potencia, morando por la gracia en el alma justa. En mi Madre moró de manera singular, para dar gloria a su sepultura. La gracia nunca se alejó de esta arca mística, santuario divino, nube luminosa, escabel de sus pies. En este templo sagrado, la divinidad ejercía el sacerdocio, consagrándolo de nuevo y realizando lo que el discípulo amado entendió como santo o vuelto a santificar. La gloria de su sagrado cuerpo fue más augusta que el cielo empíreo. La divinidad estaba en él como en su lugar semioscuro, que era la tierra santa, donde ningún [199] hombre pudo entrar sino Moisés, quien recibió y dio la ley a toda la naturaleza creada.
Al hacer guardia ante este cuerpo como propiciatorio y santo de los santos, los ángeles adoraban desde la puerta su sagrado depósito, en el que se posaron los pies del Verbo Encarnado, diciéndose unos a otros: Adoremos el lugar donde se asentaron sus pies (Is_60_13b). La entrada, a la que el poder del Altísimo cubrió con su sombra, era para el Verbo Encarnado. No se permitía a los espíritus angélicos tocar a la Cristífera. Todos ellos podían cantar con razón este motete: Levántate, Señor, hacia tu reposo, tú y el arca de tu fuerza (Sal_132_8). Jamás se hubiesen atrevido a preguntar: ¿Quieres, Señor, que portemos este santuario? porque sabían muy bien que el Hijo deseaba ser su guardián, su escudero y su trono glorioso; y junto con él, el Padre y el Espíritu Santo, por concomitancia.
Aquel cuerpo había llevado al Verbo Encarnado; y con él, a las dos personas que le acompañan debido a que, por ser un solo Dios, son indivisibles, aunque distintas. Ella guardó nueve meses en sus entrañas al Verbo del Padre, hálito de la virtud divina, emanación nítida de la claridad omnipotente a la que ninguna sombra ha podido enturbiar; candor de la luz eterna, espejo sin mancha de la majestad divina, imagen de la belleza del divino Padre, impronta de su sustancia, de la que es la unidad deífica; Verbo que todo lo puede, todo lo lleva y que sostiene todas las cosas.
Me atrevo a decir que se hizo la litera de su Madre, por ser el cedro del Líbano y palabra del Padre, como éste afirmó con sus mismos labios: Plata escogida es la lengua del justo (Pr_10_20). Es plata purísima y sonora, que todo lo puede con su palabra, que constituye las columnas sobre las que se apoyan el cielo y la tierra: las dos naturalezas de Jesucristo, porque todo se hizo por y para el Señor: Todas las cosas las hizo el Señor por su causa. María fue creada para él de manera singular antes de ser su Madre. El mismo quiso llevarla y servirle de subida empurpurada. El es su trono y ordenó el amor en medio de su corazón para las hijas de Jerusalén, amando a la naturaleza humana que él tomo en ella, y haciéndose hombre para conversar con nosotros.
¿Qué haces, Dios oculto, augusta Trinidad, en tanto que este cuerpo sagrado yace en el lecho en el que va a expirar? Estamos a la espera para recibir el espíritu que infundimos en él, es decir, el pináculo de vida de un amoroso ardor que jamás fue conocido por las simples criaturas, que es figura de la espiración de nuestro divino Espíritu, porque las almas son la imagen de la Trinidad. No se tome a mal que el alma de María sea figura de nuestro beso divino, porque ella es nuestro amor creado.
[200] Nosotros soplamos con un delicioso afecto, sobre su rostro interno y externo, el espíritu de vida y el alma que vive en su sagrado cuerpo; alma que hemos venido a buscar, por usar una expresión humana, porque en todas partes le damos compañía. En el cielo moraremos junto con su cuerpo; en la tierra, celebramos un jubileo, cuarenta horas, a lo divino, del que están excluidos los mortales.
El sepulcro se cierra y los apóstoles se retiran por no estar permitido a los mortales contemplar estos misterios. Yo me contento con adorar las maravillas divinas, en espera de que se abra el sepulcro. Cuando este tabernáculo sea elevado, me mantendré en silencio: Silencio, toda carne, delante del Señor, porque él se despierta de su santa Morada (Za_2_17).
Tres días han pasado desde que estás en el empíreo; ¿Las delicias del Louvre de la gloria te harán olvidar el templo de la divinidad encarnada? ¿Has olvidado el anonadamiento de las maravillas de Dios, el mundo al que él amó al grado de enviar a él a su propio y único Hijo, para crear en él otro mundo? Acuérdate de obrar como su alma, la cual subió de los infiernos al sepulcro para retomar el cuerpo que el Verbo tomó de ti.
Desciende, soberana mía, hasta nuestro hemisferio; me refiero al lugar desde donde ascendió el alma de tu Hijo. Alma sagrada, sol luminoso, gira diez líneas atrás, volviendo a la tierra; atraviesa los nueve coros de los ángeles y vuelve al sepulcro a informar tu cuerpo preciosísimo, custodiado por la divinidad. Penetra en este mar de cristal. Como es un cuerpo transparente, obrarás en él un día luminoso. Tu segundo oriente será un claro meridiano y una perpetua claridad.
Hete ahí, en tu tabernáculo, Oh sol radiante. Es menester que me vele; mis ojos son demasiado legañosos y mi vista harto débil. Si tu manto no fuera el esplendor mismo, te pediría que me lo dejaras, así como Elías dejó el suyo a Eliseo. Los cielos parecerán oscuros al lado de tus claridades, que los iluminarán con un nuevo esplendor, mismo que san Juan, el águila, percibió exclamando: Una gran señal apareció en el cielo: una Mujer, vestida de sol, con la luna bajo sus pies, y una corona de doce estrellas sobre su cabeza (Ap_12_1).
Si todos los bienaventurados ciudadanos y todo el cielo están admirados, cómo deberán estar los de la tierra. No deseo ser tan temeraria como para atreverme mirarte; tus rayos luminosos deben reverberar ante cualquier mortal como yo. Me revestiré de confusión y reverencia, porque se han dicho cosas grandes sobre mí. Sólo corresponde al [201] Verbo Encarnado, luz de luz, Dios de Dios, conocerte enteramente. Los ángeles exclaman: ¿Quién es ésta que sube del desierto rodeada de delicias? ¿Quién es ésta? Es la Madre del Verbo, a la que su amado Hijo sacó del desierto de la tierra, elevándola por encima de todo lugar, hasta el reino celestial.
Aunque repetí con el águila real y discípulo amado de Jesús, que María está coronada de estrellas, su corona no excluye la que las tres personas de la augusta Trinidad le conceden en este día glorioso, corona que ilumina a todos los bienaventurados. A ella se dirigen, de manera singular, estas palabras: Iluminas admirablemente desde los montes eternos.
Así como se dijo de Babilonia, mientras cifraba sus delicias en obrar el mal, que se redoblaran sus suplicios, la divina y equitativa bondad dijo con una propiedad que le es natural: intensifiquemos las delicias de la que se sumergió en las aflicciones del Calvario y de la muerte de su Hijo, por cuya causa que el sol se vistió de duelo, ocultándose como signo de tristeza cuando el amor lo crucificó de manera admirable: En sus días florecerá la justicia, y dilatada paz hasta que no haya luna; dominará de mar a mar, desde el río hasta los confines de la tierra (Sal_72_8).
Que ella domine como soberana Emperatriz por toda la eternidad, que será el tiempo en que brillará y resplandecerá en lo más alto de los cielos con una abundancia de paz que sobrepasará todos los sentidos, es decir, todas las potencias de su alma. Dicha plenitud procederá del origen esencial de la bondad divina, pasando por Jesucristo, de cuya plenitud los hombres y los ángeles reciben y recibirán a través del cauce virginal que, antes que todos y más que todos, debe ser colmado de él. A los demás santos y santas se concede en parte pero a María en totalidad, por ser ella la Dama universal que domina de un mar a otro mar, y de un río a otro río de la gracia, hasta llegar a la gloria y del cielo a los confines de la tierra, con toda dulzura y benignidad por ser la Madre del amor hermoso y de la bondad inefable. Durará tanto como el sol (Sal_72_5). Permanecerá siempre con el sol oriente que es su Hijo, el cual la previno con la dulzura de sus bendiciones, iluminándola desde la aurora con los fulgurantes rayos de su divina faz.
María estaba destinada a ser Madre de Dios antes de la creación de los ángeles y de los hombres. El Señor me creó, primicia de su camino, antes que sus obras más antiguas. Desde la eternidad fui fundada, desde el principio, antes que la tierra. Cuando no existían los abismos, fui engendrada (Pr_8_22s). Podría [202] yo seguir con todo este capítulo hasta su fin. Ella es la Madre del Rey del amor, en el que encontró sus más caras delicias. Gozó al lado de su Hijo, que vale más que todos los hijos de los hombres, por espacio de treinta años, pasando desapercibidos ante el mundo. Su Hijo, a su vez, gozaba al contemplar a su Madre, objeto exquisito de sus castos amores fuera de la esencia divina; placer que continuará en la gloria por toda la eternidad. El que no ame a María merece ser anatema; es éste un gran pecado. El que me ofende, hace daño a su alma; todos los que me odian, aman la muerte (Pr_8_16).
Lucifer fue el primero en odiarme, razón por la cual de bello que era se volvió horrible y espantable en su fealdad, junto con todos sus compañeros. A pesar de esto, no se sustrajo a mi dominio, porque mi Hijo quiere que esté sometido a mi grandeza; y a pesar de su soberbia arrogancia, debe rendirme el honor debido a la Madre de su Creador. Ante él se doblará la Bestia, sus enemigos morderán el polvo (Sal_72_9). El dragón infernal experimenta mi poder; aplasto bajo mis pies a esta serpiente antigua, que me reverencia al lamer y comer la tierra de maldición que es el infierno, en el que permanecerá eternamente.
Por toda la eternidad estaré sobre los cielos con mi Hijo amado, que es la tierra de los vivos. El es el fruto de la tierra sublime que será el lote de mi heredad y mi porción para siempre. Al verme hambrienta de su justicia, el que es el soberano bien me sacia consigo mismo y mediante la contemplación de su gloria, que es toda mía así como yo soy toda suya.
Descansaré y consideraré mi lugar a la clara luz del mediodía y como nubes de rocío en el día de la siega. Reposaré en su seno, que es mi lugar, así como mi seno fue suyo; durante la eternidad contemplaré al mediodía del más ferviente amor su belleza inefable gracias a la abundante luz de gloria que me comunica, que rebasa en claridad y ardor la de todos los ángeles y los hombres que están y estarán en el empíreo. Aquel que me dio su sombra el día de la Encarnación, cuando el Verbo divino fue sembrado en mis entrañas virginales, me convirtió en nube admirable en los días de mi glorioso cosechar. Abrazo la hierba de mi campo virginal, el Verbo Encarnado, que es mi Hijo glorioso.
Por esta razón, Princesa mía, aquel a quien, dolorido, tomaste en tus brazos al ser bajado de la cruz, constituya hoy tus delicias, y que su júbilo te dilate [203] el corazón así como su tristeza te lo oprimió cuando fuiste la incomparable en el dolor. Por ser entonces mar de amargura, hoy eres digna de ser un mar de dulzura: Un mar grande y espacioso en el que la divinidad se encerró por obra de la industriosa mano de su divino Espíritu. Su divina grandeza te rodea hoy y por siempre.
Almas elegidas, somos hijas de esta Madre. Ahora no podemos contemplar fijamente sus claridades porque nuestra vista mortal es demasiado débil Cuando se les apareció. Seremos semejantes a ella cuando la veamos. Gloriosa como es, nos iluminará con su gloria e irradiaremos sus claridades. Todos aquellos y aquellas que obran santamente según esta esperanza, se disponen a recibir esta dicha. Por ser santa, María desea que seamos como ella; ama a Dios y a sus hijos porque la caridad no busca su propio bien.
Ella imitó al Padre eterno al dar a su Hijo por la salud del mundo: Acercaos a la Señora con bondad y sencillez; buscadla y la encontraréis. Se esconderá de los que no la procuran y se manifestará, en cambio, a los que han puesto en ella su fe. ¿Quién jamás tuvo confianza en María y se desvió en su sincera búsqueda? Ella es la más dulce de todas las criaturas, refugio y asilo de pecadores, puerta y ventana del cielo. Si nos vemos abrumados por grandes aflicciones, ella nos libera de todas, mostrándonos medios de encontrar soluciones para gloria de su Hijo. Si volamos a ella como palomas, esta ventana celestial nos introduce a Jesús, el divino palomar en el agujero de la piedra. En esta caverna sagrada encontramos nuestro reposo y decimos con el Rey profeta: Aquí está mi reposo para siempre, en él me sentaré, pues lo he querido. Allí suscitaré a David un fuerte vástago, aprestaré una lámpara a mi ungido; de vergüenza cubriré a sus enemigos, y sobre él brillará su diadema (Sal_132_14s).
El Hijo de Dios encontró en ella su reposo al escogerla para ser su Madre, de manera única y singular. El nos la da para que sea nuestro apoyo, deseando que nos dirijamos a ella para llegar hasta él, así como dijo que acogió a todos los que le había dado su Padre; a ninguno rechazó.
Me atrevo a decir que de todos aquellos que su Madre conduce hasta él, ninguno se retira sin haber recibido mil beneficios de su bondad. Si no todos se salvan, se debe a que desprecian la generosidad y paciencia del Hijo y de la Madre, amasando para ellos un tesoro de ira en el día de la venganza, cuando el cordero montará en justa cólera contra los obstinados que aparecerán como ingratos ante el cielo y la tierra. Se verán entonces forzados a vocear a los montes y colinas que caigan sobre ellos por haber despreciado las bondades del [204] cordero, que se inmoló por ellos desde el origen del mundo, el cual permite que su Madre de bondad, acuda en su socorro hasta el día de su sentencia definitiva.
En el día del juicio final, María estará cubierta de sangre, lamentándose a causa de los que despreciaron la sangre de la alianza. Entonces los réprobos serán colmados de confusión y desearán verse lejos de aquella a la que no quisieron escuchar, diciendo que están en desolación ante la indignación de la paloma: Como no quisimos oír los gemidos amorosos que lanzaba por nuestra causa, ¿Quién nos librará de su ira? Alma mía, no seas de estos últimos. Escucha su voz dulcísima en esta vida, y contemplarás su hermosísimo rostro en la otra. Su gran deseo es que te salves. Bendice su bondad por los siglos de los siglos. Amén.
Capítulo 26 - Excelencias de la Madre de Dios, que está sentada a la derecha de su Hijo en un trono de grandeza. Agosto de 1636.
[205] Amor, ¿Qué es lo que hago? Parece que debería callar y permanecer en silencio, admirando el triunfo de la Madre del amor hermoso y decirte: Ah, Señor Dios. Mira que no sé expresarme, que soy un muchacho; pero te oigo decirme: No digas: Soy un muchacho, pues adondequiera que yo te envíe irás, y todo lo que te mande dirás (Jr_1_6s). Si tú estás conmigo, es menester que te escuche antes de hablar; sueles instruirme por contradicción, diciendo que las obras que hiciste los seis días son buenas en sumo grado, y que en el séptimo dijiste que no era bueno para el hombre estar solo, sino que necesitaba una compañía semejante a él.
Al estar en la cruz dijiste que todo estaba consumado, y al buen ladrón que en ese mismo día gozaría de la gloria, que es el fin de toda consunción. Toda consumación es el fin, y el día glorioso se prolongaría sin ver jamás la noche; no más tinieblas después de la resurrección. Tu apóstol dice que subiste por encima de los cielos para ser constituido cielo supremo, a fin de colmar todas las cosas de bendiciones, de santificación, de gloria y deificación. En fin, entraste al santo de los santos en el día del gran sabbat de tu humanidad. A pesar de ello, me parece oír estas palabras: No es bueno que el hombre esté solo. Hagámosle una ayuda semejante a él (Gn_2_18). No te contentaste, Trinidad divina, con el solemne sabbat que hiciste eternamente en tu amor común, el Espíritu Santo. Tú eres Shaddai y te bastas a ti mismo. Pero deseas un segundo sabbat, que contemplamos en Jesucristo, Hombre-Dios, [206] en el que habita corporalmente la plenitud de la divinidad, un sabbat admirable y divino. Se trata del sabbat mixto del Verbo Encarnado, divino y humano, increado y creado.
También deseamos un tercero en una simple criatura: será en María, que aún no se encuentra en el paraíso celestial, donde el nuevo Adán es colocado en el día del sabbat que durará eternamente. Nuestra amorosa bondad dice: no estoy satisfecha fuera de nuestra esencia si no constituyo un sabbat delicado en la nueva Eva, que debe ser compañera del nuevo Adán, la cual debe ser semejante a él en su naturaleza humana, así como él es igual a nosotros por tener nuestra naturaleza divina y ser un solo Dios con nosotros. Hemos comprobado su profunda humildad: al ser elegida para ser Madre, se llamó sierva; al ser destinada para mandar al que es Rey de reyes, pidió obedecer a todos como esclava, retirando su pie del sabbat (Is_58_13); al abajarse en su nada, no aspiró a ensalzarse como Lucifer. Siempre adoró la voluntad divina; en nada se envaneció ante sus grandezas, al verse Madre de Dios. Es la más fiel de todas las criaturas; es un delicado sabbat; jamás la obra del pecado se llegó hasta ella; en todas las cosas, en todo lugar, encontró reposo y lo compartió con la humanidad. Añadiría yo según nuestra manera de hablar que ella lo dio a toda la divinidad: el Espíritu Santo descendió sobre ella; Espíritu que no quiso hacer su morada en el hombre debido a que era carne antes de que la carne de María fuera Dios en la persona del Verbo divino, que se encarnó en ella, viviendo en sus entrañas nueve meses completos. El Padre está por concomitancia allí donde se encuentran el Hijo y el Espíritu Santo; las tres personas distintas son indivisibles en su única esencia.
María, al guardar la Palabra, lleva en sí al Padre y al Hijo. Nos ofrece el pan entero: el Verbo Encarnado, repartiendo entre nosotros sus gracias y fraccionando con nosotros el pan de las bendiciones divinas. Ella nos libró de nuestras cadenas para unirnos al soberano bien; es el consuelo de las almas afligidas.
Al despuntar el día, deja brillar su luz para que penetre a lo más profundo del corazón. Al elevarse sobre la parte superior del alma, brilla en ella a plomo, echando fuera toda aflicción espiritual y [207] corporal y transformando a los elegidos en jardines floridos, en fuentes que manan agua inagotable. Al establecer su morada en los desiertos del siglo, dio fundamento a todas las generaciones y despertó, por así decir, al que dormía en el seno paterno, del que fue engendrado antes de la aurora, a fin de que tuviera a bien venir al mundo para ser el camino, la verdad y la vida.
Ella nos hace fácil ese camino; clara esa verdad, y suave esa vida, apartando a las almas de los caminos torcidos y escabrosos. Es para nosotros un seto que impide a las bestias entrar en los jardines de nuestras almas, en las que Dios se recrea y encuentra sus delicias. Lo que ella hace sola, jamás será entendido por los ángeles y los hombres. Fue ella quien llevó en sus entrañas al que el cielo y la tierra no pueden contener; ofreciéndole un delicado reposo y siendo sus delicias; es el santo del Señor de la gloria, o el santo de gloria del Señor.
No corresponde sino a la divinidad alabar dignamente a María, todo lo que no es Dios está debajo de ella. El Dios que está por encima de ella, sin dejar de ser Dios, se puso bajo María al hacerse hombre. Es ésta una invención de su amor divino, que jamás hubieran imaginado ni los ángeles ni los hombres. María es la justa por excelencia, a la que fue dado el soberano bien por exceso de su bondad. Dios se apacienta en esta creación porque así le place; se goza en ella; es su paraíso de delicias, en el que su divina voluntad se hace siempre de manera más perfecta que en el empíreo. La divinidad no se unirá hipostáticamente al cielo empíreo como la segunda persona lo hizo en la carne de María. El cielo empíreo es tan incapaz de esta unión, como de decir libremente una palabra: Hágase en mí según tu Palabra. María la pronunció, y la Palabra en ella se hizo carne. Ella no tenía camino propio, pero dejó a Dios que lo trazara en ella: Cuando no hagas tus caminos, no buscando tu voluntad ni tratando asuntos, entonces te deleitarás en el Señor (Is_58_13).
Cuando María concibió al Verbo divino, transfirió todo al todo; la nada, al ser y entonces Dios se deleitó en ella y ella en Dios, lo cual expresó divinamente en su cántico: Engrandece mi alma al Señor y se alegra mi espíritu en Dios mi Salvador (Lc_2_46), entonces te deleitarás en el Señor.
A partir de aquel momento, María se deleitó en el Señor, que se convirtió en [208] su Hijo, el cual la elevó sobre todas las alturas de la tierra, haciéndola su Madre y Señora, a la que estuvo sujeto lo mismo que a san José por amor a ella, dándoles la heredad de Jacob, fuerte contra Dios, viendo a Dios y siendo suplantador del mismo Dios por obra del amor, como lo dice el mismo Dios: Ha hablado la boca del Señor (Is_40_5).
Dios es inmutable en sus promesas y no se arrepiente de sus dones. Después de conceder todo su favor a María desde el instante mismo de la Encarnación, no volvió a cerrar su mano sobre ella, sino que, llevándola de virtud en virtud, la colmó de gracia tras gracia de manera que, a su salida de este mundo, se vio convertida en gracia para ser muy pronto transformada en gloria.
Me atrevo a decir en la gloria de su Hijo, porque al estar sujeto a su Madre, o al yacer humildemente en el establo entre dos animales, en el pesebre, sobre la cruz, en el sepulcro o sentado a la diestra del divino Padre, siempre fue igual a Dios sin causarle detrimento. No es un Dios más grande en el cielo; es en verdad un hombre glorioso, pero no menos humilde. Si me atreviera, diría que el Hombre-Jesús está en presencia de Dios, de los hombres y de los ángeles creciendo sin cesar en poder, sabiduría y bondad por una admirable experiencia en el término, así como se dijo que durante su vida creció ante de Dios y los hombres para glorificar a su Madre.
Puedo afirmar que en la tierra hizo crecer las gracias concedidas a su santa Madre mediante un crecimiento incomparable. Como la gracia es la medida de la gloria en el cielo, está ensalzada en él por encima de todos los ángeles y de los hombres: Fuiste llevada a lo alto, santa Madre de Dios, sobre los coros de los ángeles, al reino celestial. Este reino es Jesucristo, que es Dios. Por ello, me refiero al reino divino, Jesucristo es Hijo de María. El es su gloria y su corona, porque el Hijo es la corona del Padre. Como ella es hija sapientísima del Padre eterno, él es su corona por ser también Hijo de la Virgen y por ser el único Hijo del Padre, que en cuanto Dios no tiene madre. Es el único Hijo de María, sin padre en cuanto Hombre. El es, por tanto, su gloria y su corona en calidad de Hijo suyo.
María es la Virgen de las vírgenes. Como diadema de las vírgenes, él es la corona de su Madre, gloriándose en ser esto para ella. El ama la sujeción; por eso dice el [209] apóstol, refiriéndose al Salvador, que habiendo vencido y sometido la creación a sus pies, someterá a todos sus súbditos, consigo mismo, al divino Padre, a fin de que Dios sea todo en todos. Para él, la sumisión es sinónimo de su reino divino; cifrará su gloria sometiendo todo a su Madre, a la que estuvo sujeto.
Salgan, pues, hijas de Sión y acudan a ver a la Reina Madre en el día de su reinado y de la alegría de su corazón, ceñida por una diadema divina: coronada del Hijo de sus entrañas; del Hijo de su amoroso corazón, sobre el que puede mandar con derecho materno, según toda ley. Dios quiere que la Virgen sea la Señora universal de todos sus dominios y, por un privilegio de amor, la Dama del santo amor, que es omnipotente y buenísimo; amor que es el peso de la Trinidad, amor que abarca el de la humanidad.
No seré yo quien ponga en duda la inclinación divina y humana hacia la Madre de Dios. Dios se inclina en dirección de su peso; quiero decir: hacia donde lo lleva el amor. El Verbo Encarnado no encuentra en el cielo ni en la tierra criatura alguna semejante a él. Sólo él mora en el empíreo, en este jardín de delicias. No puede reposar, permítaseme la expresión, si no se le proporciona una compañera; pero no, él mismo desea ir a buscarla. El es hueso de sus huesos y carne de su sangre. Ella es la ayuda semejante a él, que es hombre y su propio Hijo; es, además, esposo suyo. Lo uno le obliga y lo otro le atrae a descender a la tierra para conducir a su Madre por encima de los cielos y colocarla a su derecha en un trono magníficamente augusto y majestuosamente divino.
Aquel que llevó a cuestas a su padre para librarlo del fuego, fue considerado como un buen hijo; este buenísimo hijo, empero, lleva en brazos a su Madre para elevarla por encima del fuego. El cielo empíreo está inflamado en su totalidad: los ángeles son llamas de fuego. La Virgen sobrevuela todo esto y es llevada hasta la diestra divina, en la que su amorosísimo hijo desea acomodarla en el sitial de su gloria, en el que se abrasará por toda la eternidad sin ser consumida en la divina llama. Ven, pues, Señor de la gloria; ven, Dios de los ejércitos. Ven, divino Rey de los corazones, a proclamar por ti mismo la gloria que deseas desatar sobre tu Madre. Se dice que los hijos de Dios, al ver a las hijas de los hombres, quedaron tan prendados de su hermosura, que cambiaron de camino, por no decir corrompieron, que es la palabra adecuada, lo cual fue causa de que Dios enviara el diluvio para lavar la tierra que los pecados habían profanado, abismando a los pecadores en las aguas de su indignación.
Olvida, si es posible, tu majestad divina para venir en calidad de hombre a admirar a la bella entre las bellas, de la que tomaste tu segundo nacimiento sin violar su pureza virginal. No es posible comprender los caminos de Dios en esta doncella, aunque es posible entender que en ellos fue la más pura; que su maternidad realzó de manera sublime su virginidad, confiriéndole el brillo y lustre de lo divino. El Espíritu Santo, que es el amor común, viene hasta ti para adornar este cielo nuevo con una gloria [210] inefable; es el Espíritu que, por tus labios, dice lo que el amor quiere expresar, no hablando sino a través del Verbo Encarnado.
El une a la Madre con el Hijo; es lazo en la humanidad, así como lo es en la Trinidad. El centra todo en tu todo; tú estás, oh Madre, dentro tu hijo, que en otro tiempo estuvo dentro de ti. El divino sol te rodea sin cesar, transformándote en el holocausto más perfecto que la divinidad haya recibido de las simples criaturas. Siempre fuiste la mayor de todas y la primera en la mente divina. Tu Hijo no es una simple criatura, porque es el Creador.
Al proponerse la alegría que brindarías a todas las naciones al llegar a tu término, escogió la cruz para que fuera su porción durante el camino, trabando el combate general contra todas las criaturas, que parecieron tener dificultad en reconocerle como Hijo de Dios, por tener apariencia de Hijo del hombre. Salió triunfante del cielo y de la tierra, abriendo o levantando las puertas eternas para organizar una entrada magnífica a tu majestad.
Ven, Princesa divina, al templo del Señor, llevando contigo una multitud de vírgenes. Fuiste tú la destinada a este sacrificio de amor que te transformará en holocausto perfecto y oblación viva aceptable ante Dios. Por medio de tu virginal maternidad alegrarás el cielo y la tierra. Eres la gloria de la divinidad, fuente de virginidad, que te atrae a los montes y collados eternos; que te desea con gran deseo para cantar allí el cántico de gozo que será siempre nuevo al oído del Anciano de todos los tiempos.
Que la hija de Jefté, mal instruida en materia de pureza virginal, llore la suya por los montes, acompañada de una tropilla ignorante [211] como ella. Tú eres la virgen sabia por excelencia, que lleva, no una lámpara sujeta a la extinción, sino que es llevada por el sol, que se hizo tabernáculo tuyo, en el que habita a la manera de esposo celestial, subiendo en tu compañía con pasos de gigante así como descendió para venir a ti en este cometido. El cielo y la tierra experimentarán el ardiente amor que él te trae y el que tú le das. Nada puede esconderse a su calor (Sal_18_7).
El es vencedor en todos los lagares, porque está prensado de amor hacia nosotros. El da el óleo de alegría a todos sus amigos; su nombre es bálsamo derramado y fue ungido con preferencia a sus compañeros. Tu suerte es la suya; así como él es Rey, tú eres Reina; así como su Padre le preparó su reino, él prepara el tuyo. No beses sólo el cetro de oro de su gloria; recíbelo amorosamente: él te lo da, haciéndote omnipotente por tu autoridad maternal y por la fuerza del divino amor.
No temas, Señora; eres su hija, esposa y Madre; jamás con-fundirá tu rostro. Su reino no tiene fin. Con él no hay un Adonías que pueda destronarlo y su anhelo es que todos sus hermanos reinen con él. Pide con seguridad el reino para todos junto con la gloria esencial y la visión de paz, que es dote de la esposa. La divina bondad te concederá todo. La imagen de la gloria es el Hijo del Padre eterno, que es tan antiguo como él y el Espíritu Santo. El Hijo de su corazón en el que tiene sus complacencias, mora en su seno, que es su lecho visceral, lo mismo que en su mente divina. El ha dado a todos, su bondad y belleza, que son inmensas, en toda su integridad, por ser indivisibles, a pesar de que no todos la comprenden en su totalidad. Es privilegio único de las tres divinas personas comprenderse divinamente con inmensidad; su divino centro está verdaderamente en todas partes, sin que su circunferencia resida en lugar alguno.
Entra, Emperatriz de los ángeles y de los hombres al Louvre admirable que no es digno de tu majestad si el mismo Dios no es tu trono. Así como no encontró en la tierra otro más digno para él que tu seno virginal, no te vería [212] bien alojada en el empíreo si no estuvieras situada en medio de su divino y amoroso corazón. El amor hace la unión; es decir, la unidad cuando le es posible. Sube intrépidamente por encima de todas las criaturas apoyada en tu amado Hijo, que es también tu Creador. Penetra hasta donde el amor lo desee a la circumincesión de las tres divinas personas. Aunque su bondad desea esto, no las comprenderás en su totalidad, pero ellas te absorberán enteramente y te abismarán en Dios.
Te veo ya colmada de delicias, subiendo del desierto a través del desierto. Te sentarás en un trono semejante al del cordero dominador, que regresó a la piedra del desierto para volver desde allí al seno del Padre eterno: Salí del Padre y he venido al mundo. Ahora dejo otra vez el mundo y voy al Padre (Jn_16_28).
Al elevarte a tanta altura, no nos dejes huérfanas, no olvides a tus hijas, bondadosa Madre nuestra. Ofrece por ellas la oración de la dilección amorosa, así como tu hija lo ha hecho por los suyos, que son también tuyos, porque eres la Madre de todos los elegidos. Pide grandes cosas; es propio de un gran rey hacer grandes regalos, y de un Dios conceder dones divinos. Pide la gloria que tu Hijo impetró para los suyos, y el mismo amor.
Adiós, Princesa mía, como el cielo te espera, no puedo detenerte en la tierra; conviene más a tu cuerpo glorioso morar en el cielo empíreo, en la mansión de la gloria, que en nuestra pobre tierra: el mundo no es digno de contemplarte, así que repite junto con tu hijo: Un poco más y el mundo ya no me verá, etc. (Jn_14_19).
En verdad es justo y razonable que vuelvas a tu Padre, oh tú, la mejor de las hijas; ¿pero quieres irte sola? Si no llevas allá nuestros cuerpos, atrae nuestros espíritus. Después de tu Hijo, eres nuestro amor y tesoro, de los que nuestros corazones no se pueden desprender. Es menester que los lleves contigo; eres demasiado buena para rehusar lo que no puedes impedir sin dejar de ser tan buena Madre. El permiso de amarte no está en tu poder: tú misma lo concediste al dar [213] tu Fiat a un ángel, con el que comprometiste a Dios y a los hombres. Aunque representaba a Dios y a la humanidad, el ángel respondió también por todos sus compañeros como si hubiesen estado presentes; estas tres jerarquías ratificaron todo lo que él prometió a tu augusta majestad. Todos a una prestaron juramento de fidelidad y amoroso servicio por toda la eternidad.
Tu inmensa claridad deslumbra ya nuestros los ojos que te contemplan revestida del sol. No podemos contemplarte por más tiempo oculta en él si Dios no nos da ojos de águila para mirar tu cuerpo luminoso. Lo puede hacer, pero no lo juzga conveniente por ahora. Nuestro amor puede sobrepasar nuestro conocimiento, al decir de aquel que te hubiese adorado como una diosa si la fe no le hubiera enseñado que sólo hay un Dios por esencia, el cual te creó y admitió en la participación de su divina gloria por tener un Hijo que es común con el divino Padre por indivisibilidad.
Lo contemplo en la fe, que te rodea de su gloria y te penetra con los dulces rayos de su divina felicidad, desbordando en ti el torrente de sus divinas delicias, con las que eres sublimemente embriagada. Tu cabeza coronada de doce estrellas es ensalzada como signo de tu incomparable grandeza. Estás triplemente coronada de gloria y de honor eterno.
Divino Padre, ¿Quién es esta mujer, que fue la primera en tu mente y la última a sus ojos a la que participas todo lo que tienes de más querido por mediación del Espíritu Santo? Es tu Hijo, también suyo, quien te hizo súbdito por una infinitud, lo cual no pudo darse en toda la eternidad, para someterte del todo junto con él. A través de él, todo estuvo sujeto a María desde que fue visitada por el Espíritu Santo y dio un cuerpo a tu Hijo. Ella era de una naturaleza un poco inferior a los ángeles; sin embargo, cuando la elevaste a la gloria y honor de la maternidad divina, se convirtió en Señora de los hombres y de los ángeles.
María está constituida sobre todas las obras de tus manos; le diste no sólo tu dedo sino tu brazo omnipotente, haciendo maravillas en ella y exaltando su humildad hasta el trono de la maternidad divina, al grado en que no puedes elevar a una simple criatura a una dignidad más alta. Nunca habrá otra que se [214] compare con ella: es la única paloma, la perfectísima por excelencia, la Hija del Padre, la Madre del Hijo y la Esposa del Espíritu Santo.
Me encomiendo a ella para entonar con fuerza en nombre todas las criaturas: Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo. Como era en el principio, ahora y siempre y por los siglos de los siglos. Amén.
Capítulo 27 - Pedí a mi divino esposo el contagio del santo amor para todas sus hijas y para aquellos que amarán su Orden. 16 de agosto de 1636.
[217] Como el día de san Roque me encontraba mal, mientras consideraba que todo el mundo invocaba a este santo para ser librado del contagio, el amor me proporcionó un nuevo recurso, moviéndome a pedir un sagrado contagio en el que, a través del contacto divino, se recibe no un mal, sino el ardor que hace morir al cuerpo y la llama celestial que santifica el alma. Dicho contagio se encuentra entre las tres divinas personas, y fue traído por el Verbo al mundo para comunicarlo al contacto de su humanidad, sanando el alma y purificando el cuerpo. Por ello exclamé: Al amarle, me conservo casta; al tocarlo, permanezco pura.
Di gracias a mi esposo porque, en medio del tormentoso diluvio de este mal, me envió fuera de Lyon como una paloma, volviéndome al arca de la Congregación en cuanto hubo pasado, llevando la rama de olivo del Verbo Encarnado. Este nombre me fue revelado en mis viajes, y pedí ser portadora de la verde rama de olivo de la misericordia todos los días de mi vida, y que le agradara al divino Padre no abandonarme a la hora de la muerte, a fin de poder alabarle por toda la eternidad.
También le rogué se dignara concederla a todas las hijas de su Orden, así como la hizo pasar de generación en generación desde Abraham hasta el día en que se encarnó; que se dignara purificar a todas las personas que amarían su Orden por amor a él, a quienes deseo tan dichosa enfermedad y que, mediante el contagio de la gracia, les fuera permitido asociarse a su divino Padre por mediación suya, según la narración de san Juan acerca de su aparición en el mundo, en la que nos dice cómo él y los demás discípulos vieron con sus ojos y palparon con sus manos al Verbo de Vida, que estaba y sigue estando en el seno del divino Padre: Lo que hemos visto y oído, os lo anunciamos, para que también vosotros estéis en comunión con nosotros. Y nosotros estamos en comunión con el Padre y con su Hijo Jesucristo (1Jn_1_3). Por esta unión sagrada, los santos son purificados en virtud de la sangre del santo de los santos, que los iluminó con su luz. Pero si caminamos en la luz, como él mismo está en la luz, estamos en comunión unos con otros, y la sangre de su Hijo Jesús nos purifica de todo pecado (1Jn_1_7).
[218] Esto es lo que debemos pedir: amar en el tiempo y en la eternidad a aquel que nos amó primero, llamándonos a la santidad en su admirable bondad.
Capítulo 28 - La santísima Virgen puede ser llamada Reina de Dios porque él la ensalzó soberanamente a causa de su profunda humildad.
[219] A eso del atardecer, habiéndome retirado a nuestra capilla, y prosternándome delante del Santísimo Sacramento, derramé mi corazón delante de Jesús y María; es decir, me quejé amorosamente porque oí contar un milagro que obró la Virgen, en el cuerpo y en el alma, a un señor de la secta hereje, que dio por resultado su conversión.
Dije a la Virgen que parecía tener menos afecto hacia sus hijas, que la invocaban con tanto fervor y lágrimas para el establecimiento de su casa, que hacia personas que, hasta ahora, habían profanado su culto. Fui elevada a una altísima contemplación y sublime conocimiento de las grandezas de la Virgen y al designio de Dios en ellas, viéndome inundada de una luz extraordinaria y un sentimiento del todo divino, que arrebataba mi espíritu.
Al día siguiente vino a verme mi director y, encontrándome muy abatida a causa de la intensidad de dicha operación de Dios, me mandó declararle lo que había pasado en ella. Me resistía a ello debido a que temía blasfemar haciendo una mala descripción, que estaría muy lejos de la sublimidad de las maravillas de la Virgen. La luz del Espíritu Santo me recordó que Jesucristo dijo que debemos obrar mientras que dura el día; de igual manera, es fácil expresarse al tiempo en que el Verbo habla. Por medio de la divina locución, es él quien se expresa, valiéndose de las potencias del alma y de los órganos del cuerpo, dirigiendo la lengua cual si fuera la pluma de un ligero y hábil escribano. De este modo, el alma llega a comprender estas palabras: Bulle mi corazón de palabras graciosas; voy a recitar mi poema para un rey: es mi lengua la pluma de un escriba veloz (Sal_45_1).
Escuché que la Virgen se apareció a san Juan bajo la figura de la mujer prodigiosa [220] revestida de sol, calzada de luna y coronada de estrellas. La Virgen se relacionaba de manera admirable con la Trinidad de personas, siendo llamada torre de perfección, de abundancia y de fuerza.
La excelencia y la perfección se encuentran en el Padre como en su fuente, por ser el principio original de las demás personas, que reciben de él todo lo que tienen. El no recibe su esencia de las otras dos personas; el Verbo es la abundancia porque el Padre comienza a producirse y a comunicarse en él, concluyendo en él todo el entendimiento del Padre, mediante el cual produce todo ser creado: Todo fue hecho por él (Jn_1_3). El Espíritu Santo puede llamarse la fuerza del Padre y del Hijo porque detiene el curso de todas las emanaciones divinas, que terminan en la producción del amor sustancial y subsistente que es la tercera persona. La excelencia del Padre no tiene ventaja alguna sobre la abundancia del Hijo, ni sobrepasa la fuerza del Espíritu Santo; y aunque esta persona no produce nada en la Trinidad, no por ello es menos rica que el Hijo, el cual, junto con el Padre, le comunica toda la esencia.
La gloriosa Virgen se relaciona con la excelencia del Padre porque, en el momento mismo de su concepción, recibió la gracia y fue convertida en esposa de Dios, destinada a ser Madre del Verbo Encarnado independientemente de todas las demás criaturas, no derivando su excelencia sino del Creador, ni estando sujeta o dependiente sino de él. El origen de María es excelente y sublime sin comparación. Dios la poseyó desde el comienzo de sus sendas. Esta concepción se dio en plenitud de claridad y de luz. Todo don bueno y perfecto en sumo grado fue concedido a la Virgen por predilección del Padre de la luz.
La Virgen es una torre de abundancia porque, en el transcurso del tiempo, engendró al que el Padre eterno produce en la eternidad, por cuya mediación dio el ser a todo lo creado. La Virgen es una luna en plenitud que envía su influjo hacia nosotros.
El poder de la Virgen está simbolizado en su corona de estrellas que están fijas en el firmamento, del que nadie podrá arrancarlas. Nada hay parecido a su fuerza, ni su imperio tiene par. Ella detiene todas las producciones y comunicaciones de Dios al exterior. La Virgen está por encima de todo lo que no es Dios, encerrando todo en sí; encerrando al Verbo Encarnado y cerrando un ciclo, permítaseme la expresión, así como el Espíritu Santo cierra el ciclo en la Trinidad, porque Dios nada ha podido dar más grande que su Verbo y su Espíritu, a los que María recibió de manera espacialísima e inexplicable. Su dignidad de Madre de Dios es infinita; una simple criatura no puede ser elevada a mayor altura. [221] La eminente nobleza de María es evidente en todo. Primeramente, en que es Hija del Padre eterno. Nada plebeyo se opone entre Dios y ella: es noble de cuerpo, de espíritu, y por honor. En la mente de Dios, es su primogénita e hija única y destinada a ser tal. Desde el principio y antes de los siglos fui creada (Pr_8_23), de ahí que podamos llamarla Madre de Dios, del que tomó su noble y particularísima extracción. María es Virgen de Dios porque Dios, deseando elegir una esposa entre sus criaturas para hacerla Madre de su Hijo, no encontró nada que se avecinara a su pureza sino en María; sólo ella es la toda pura. Nadie, fuera de la Augustísima Trinidad, ha conocido y comprendido dicha alianza en sus relaciones. El Verbo penetró en el seno de María y, al entrar en él por un derramamiento inexplicable de sí mismo, la purificó aún más, haciéndola más conforme a la divinidad. Se encarnó en ella por no haber encontrado en ninguna otra una pureza igual ni semejante a la de esta Virgen incomparable. Cuando la Iglesia canta que el Hijo no tuvo horror a las entrañas de la Virgen, no quiere decir con ello que hubiera en el seno de la Virgen alguna impureza que pudiera causar horror y desprecio en Dios; lo dice más bien para explicarnos, con admiración, el exceso de la bondad de Dios en el anonadamiento de la Encarnación, al que san Pablo llama exinanición; y que siempre existir una distancia infinita entre la pureza de Dios y la de la Virgen.
Por ello decimos que Dios no desdeñó hacerse hombre. La pureza de María es inconcebible, ya que fue purificada por el mismo Dios. Nada de lo creado entró en María; sólo el Verbo que tomó en ella su carne. Dios actuó en la Encarnación cuando el Espíritu Santo sobrevino, para explicarme de alguna manera, purificando, con su sagrado fuego y su castísimo y purísimo amor, aquel corazón virginal. Afirmo, por tanto, que María es Virgen por condición y por alianza.
María es Reina de Dios. Dios es soberanamente libre e independiente, pero al enviar su Hijo a María, [222] pareció someterse a su autoridad. Cuando el Hijo se sujetó a María por ser su Madre en su humanidad, las otras personas participaron en dicha sujeción en cierto modo, pues María da órdenes al Verbo Encarnado, el cual, acomodándose a la voluntad de su buena Madre, quiere lo que ella quiere, aunque sólo la obedece en cuanto hombre. Su voluntad divina no depende, con una verdadera sujeción, de la voluntad y mando de María, a no ser por una condescendencia basada podría parecer en algún deber y obligación de conveniencia. En estos casos, se acomoda a la voluntad de aquella que reconoce como Madre.
El desea lo que ella quiere, porque ella lo quiere o se lo pide; y aunque con frecuencia no querría conceder una gracia, lo hace en atención a los ruegos de su Madre. La oración de la Virgen tiene un no sé qué sobre la oración de los santos, debido a una obligación de conveniencia de nada rehusar a la Virgen Madre, pues, aunque sólo es Madre del Verbo Encarnado, es verdadera Madre del Verbo. Ahora bien, todo lo que el Verbo quiere, es querido por el Padre y el Espíritu Santo, porque la voluntad de todos es indivisible. En consecuencia, lo que quiere la Virgen, lo quiere Dios.
En cierto modo, Ella no es únicamente Reina de los hombres, sino del mismo Dios. María es como el primer móvil que introduce a las criaturas y al mismo Dios, podría parecer, al movimiento circular que se encuentra, según nuestro modo de concebir, en la Trinidad: el Padre produce a su Verbo y, con él, se mueve con una moción de amor produciendo al Espíritu Santo, que es el fin de todas las emanaciones de la Trinidad. De igual manera, la Virgen es el término del amor de la Divinidad hacia el exterior.
Todo fue hecho por el Verbo y María hizo todo por El. Por ello, tiene un ascendiente de amor sobre su Hijo, que es Dios. Con frecuencia, los príncipes dejan su reino y ceden sus cetros por debilidad, al no poder resistir los ataques de otro más poderoso que se los quita a la fuerza. Dios cede su imperio y majestad a María, vencido por su amor. Le envió a Gabriel, que significa fuerza, ya que no fue obligado por la fuerza, sino por el amor, a sujetarse a María, a la que concedió su poder, por complacerse infinitamente en los anonadamientos que obró en ella.
¿No es María, por tanto, Reina de Dios por derecho? [223] Gabriel le llevó la llave de la Trinidad por haber recibido en esta embajada al Verbo, mediante el cual se tiene acceso al Padre y al Espíritu Santo. Ella recibió el sello y la marca: Y a éste el Padre lo señaló como Dios (Jn_6_27). Dios imprimió este sello en la carne que tomó de María, a través de la unión hipostática de dicha parte con su sustancia. El es la impronta de la sustancia del Padre, y por este hijo humanado, ha sellado todo lo que lleva la marca de su divinidad.
Al recibir el conocimiento de las grandezas de la Virgen, vi un cuadro bastante grande, en el que sólo aparecía una luz y en el centro un gran corazón de carne de color rojo vivo, como púrpura llameante o encendida. En medio del corazón había una luz que parecía ser la misma que, saliendo del corazón, lo rodeaba o circundaba al mismo tiempo que lo sostenía. El pequeño círculo de luz parecía tan artísticamente colocado en el corazón, que se veía con claridad que era diferente a él mas no separado, por estar unido a una parte de la sustancia del mismo corazón. Por encima de él brotaba una multitud de flores, como no se ven parecidas en nuestros prados. Vi también gran abundancia de frutos excelentes en su belleza, cuyo sabor me pareció tan agradable como su hermosa apariencia. La visión prosiguió con dos flechas que penetraban en el corazón, dirigiendo sus puntas hacia el cielo y traspasándolo sin dividirlo.
Escuché que esta maravilla me daba a conocer que la Encarnación se obró en el seno de la Virgen, representada por el gran corazón. El Verbo, que es luz de luz y esplendor de la gloria del Padre, se incorporó a María, tomando, como ya dije antes, una parte de la sustancia del cuerpo de María que lo apoyó sobre su soporte divino, sin confusión, ni mezcla de las naturalezas, en la unidad de las personas.
Las flores y frutos, abundantes y admirables, señalaban la belleza y fecundidad del corazón de la Virgen. Las flechas traspasaron el corazón divino; a su vez, Dios penetró el corazón de María. Ambas me mostraron la unión del corazón virginal con el corazón divino, en la que no hubo división. En todas estas maravillas, percibí el poder de la Virgen, que venció a la Trinidad divina, en la que el Padre la considera su hija; el Hijo, su [224] madre y el Espíritu Santo, su esposa. A su vez, los ángeles la reconocieron como Señora y soberana Emperatriz de todos ellos.
No fue sin manifestarnos un gran misterio, que la Trinidad envió al ángel a san José, para decirle que tomara al hijo y a la madre y los condujera hasta Egipto. Dicho ángel respetaba demasiado a la Virgen para darle órdenes o mandatos, ya que en su autoridad de Madre, mandaba a su Señor, por ser su Hijo. El ángel debía obedecerla, no darle órdenes. En los evangelios no leemos que Jesucristo haya jamás dado una orden a su Madre. La Encarnación, decretada por Dios desde toda la eternidad, en su pensamiento eterno, sólo se hizo realidad en el tiempo mediante el Fiat de María. Si ella no lo hubiera dicho, el Verbo, más caballeroso por así decir, que cualquier príncipe del cielo y de la tierra, no se hubiese encarnado, por desear la libre aceptación del corazón y de la mente de aquella a la que destinó a ser su Madre y su Reina.
Si ella observó la ley de la purificación, se debió a su profunda humildad; no estaba obligada a ella ni debajo de ella. Pero, oh maravilla, el Verbo se hizo su Hijo para estar bajo la ley. Pero, al llegar la plenitud de los tiempos, envió Dios a su Hijo, nacido de mujer, nacido bajo la ley, para rescatar a los que se hallaban bajo la ley, y para que recibiéramos la filiación adoptiva (Ga_4_5). Para redimirnos del rigor de la ley, el Hijo de Dios quiso hacerse hombre de una mujer virgen, bajo cuya ley tendría como gloria y honor permanecer durante el tiempo en que sería Hombre-Dios, es decir, por toda la eternidad. La Virgen no se exceptuó de las humillaciones de la ley: presentó su hijo al templo y lo rescató después de haberlo ofrecido, a pesar de no estar obligada por dicha ley, ya que conservaba el sello de su claustro virginal. Nada había en dicha ley la concernía; todo se hizo para mostrarnos, algún día, la humildad del Hijo y de la Madre.
La fortaleza de la Virgen se manifestó, de manera admirable en la cruz, a cuyo pie se mantuvo firme y sin abandonar a su queridísimo Hijo, al que el Padre eterno había [225] desamparado como ocultándose y retirándose de él, según la queja que él mismo expresó. San Pablo dijo que Dios era el primero en dar, y que nadie podía retribuirle. Sin embargo, María devolvió al Padre eterno el Hijo que recibió de él.
El Padre dio su Hijo a María sin privarse de él, sin cometer omisión alguna y sin anonadarse. María se privó de su Hijo para sacrificarlo, compartiéndolo en la cruz. Al morir Jesucristo, el compuesto se destruyó sin que el Verbo se apartara de él a pesar de la separación del cuerpo y del alma; el soporte divino es permanente en uno y en otra.
Jesucristo fue arrebatado a su Madre para ser puesto en el sepulcro, lo cual equivalía a arrancar el fruto de su árbol. María dio al Padre eterno un Dios como sacrificio, un Dios adorador. Admiremos tanta grandeza y la altura del corazón de María, que ofrece a Dios, con la autoridad que la fe concede a las madres sobre sus hijos, lo que Dios Padre no pudo dar por superioridad, debido a que el Padre no la tiene sobre su Hijo Dios, porque como Verbo divino es igual a él.
En cuanto Hijo engendrado eternamente, no hay en él sumisión alguna, por ser Dios como él y un solo Dios con él y el Espíritu Santo. Permítaseme aplicar a María las palabras de san Pablo, sin robar a Dios lo que le es soberana y divinamente propio: Oh altura y profundidad del corazón de María, altura que, por su divina maternidad, da órdenes a Dios encarnado; profundidad del corazón de María, que se humilló hasta el fondo de su nada mientras era destinada a la divina maternidad.
Por ser pequeña ante sus ojos, agradó al Altísimo, que la ensalzó hasta la divina grandeza; a la insondable sabiduría de Dios, que sólo toma consejo de sí mismo. Que todos los ángeles y los hombres adoren su ciencia inescrutable.
Capítulo 29 - Conocimientos que mi divino amor me concedió respecto a las sequedades que permite en las almas contemplativas. Su bondad obra en ellas y por ellas y cómo debe ser su comportamiento. 11 de septiembre de 1636.
[227] Con frecuencia oigo personas que se quejan de retroceder en la devoción después de varios años dedicados a la oración. Se encuentran tibias y distraídas, diciendo con el profeta que la luz de los ojos de su entendimiento las ha abandonado: Y aun la luz de mis ojos me falta ya (Sal_37_11). Me parece que mis amigos y prójimos me han abandonado y por ello se han enfriado. Me traquetea el corazón, las fuerzas me abandonan, y la luz misma de mis ojos me falta. Mis amigos y compañeros se apartan de mi llaga, mis allegados a distancia se quedan; y tienden lazos los que buscan mi alma (Sal_38_11s).
Dichas personas sienten un temor extremo de que su virtud, que es Dios, los haya abandonado y que su gracia, luz de las potencias del alma, no se encuentre más en ellos; sus sentidos están dispersos y las criaturas, que les sirven de medios para acercarse a Dios, parecen ser obstáculos que les impiden encontrarlo. A pesar de ser escaleras visibles, parecen alejarse del alma, que no puede acercarse a sus escalones por sentirse paralizada.
Son como la causa de su dolor, que la violenta procurando la desolación del alma, que desearía fueran su solaz; se han vuelto crueles para con ella. Cómo da compasión ver pobre y afligida un alma que en otro tiempo fue rica y consolada. Para aquellas que, a causa de sus faltas, dejaron el camino hacia Dios, no tengo palabras; merecen iniciar su infierno en este mundo porque en él repudiaron su paraíso a causa de sus culpas, dejando a la soberana verdad por una ridícula vanidad.
Deseo hablar a las almas que Dios prueba en su Providencia para corregirlas y para su mayor perfección. No me estoy refiriendo a las almas que no fueron felices en su amor y decayeron de su primer fervor y caridad. A éstas, que son muy numerosas, Dios envía las penas mencionadas. Hay otras almas, sin embargo, que son fieles, a las que Dios quiere probar y crucificar para glorificarlas de nuevo; para retirarlas del afecto a las criaturas y a ellas mismas, a fin de que sigan el camino de su Hijo en palabras y en obras, el cual dijo que era menester perder su alma en esta vida por amor a Dios, a fin de hallarla en la otra en el mismo Dios; que el que sirve a Jesucristo debe seguirle a todas partes: Si alguno me sirve, que me siga, y donde yo esté, allí estará también mi servidor. Si alguno me sirve, el Padre le honrará. Ahora mi alma esta turbada ¿Qué voy a decir? Padre, líbrame de esta hora. Pero si he llegado a esta hora para esto. Padre, glorifica tu Nombre. Vino entonces una voz del cielo: Le he glorificado y de nuevo le glorificaré (Jn_12_26s). [228] Gran Jesús, qué buen Maestro eres. Quisiste experimentar las aflicciones y dar prueba de tu fidelidad en sufrimientos y tribulaciones que aceptaste voluntariamente. Permitiste el terror en tu alma bendita, segura de la gloria eterna, de la que gozaba en su parte superior mediante la visión beatífica; aflicción que no sólo manifestó cuánto amas a tu Padre, cuya justicia quisiste satisfacer, sino hasta dónde puede llegar tu amor a la humanidad, tomando sus miserias en el cuerpo y en el alma; afligiendo al inocente por los culpables, para glorificar el nombre de aquel que fue ofendido por el pecado. Ya habías glorificado a Dios tu Padre en el tiempo de tu nacimiento: la gloria fue cantada a Dios en los lugares más altos. Cuando te anonadaste en el pesebre, fuiste glorificado a causa de tu humildad. Diste gloria a Dios en el Tabor, brillando delante de los hombres, glorificando a tu Padre celestial, el cual confesó ante nosotros al Hijo de sus delicias, glorificándole con toda su gloria. Escucho una voz celestial poco antes de dirigirte a la muerte: Le he glorificado y de nuevo le glorificaré (Jn_12_28) [229] voz que no vino a darnos una nueva seguridad de tu glorificación, de la cual no dudabas, sino a ratificar que tu voluntad era padecer por la gloria divina y por la salvación de los hombres, los cuales deben imitarte valerosamente: Ahora es el juicio de este mundo; ahora el Príncipe de este mundo ser echado fuera. Y yo cuando sea levantado de la tierra, atraeré a todos hacia mí. Decía esto para significar de qué muerte iba a morir (Jn_12_31).
Cuando un alma nace a la devoción, se hace pequeña diciendo que nada sabe y que está deseosa de aprender la virtud. Después de deshacerse de sus vicios y malos deseos, escucha una voz interior que canta gloria a Dios en las alturas y paz en la tierra a su buena voluntad. Después de esto crece en edad, prudencia y fortaleza delante de Dios y de los hombres.
Cuando alcanza un grado sublime con la gracia divina, sube la montaña de la perfección y se aparta de todo lo creado mediante un eminente estado de oración, en la que se encuentra transfigurada y acompañada de sus predilectos: la mansedumbre de Moisés, el ardiente fervor de Elías, la fe de Pedro, la esperanza de Santiago y la amorosa caridad de Juan. Su rostro parece un sol porque Dios lo ilumina; sus vestiduras son blancas como la nieve, por no amar sino lo que es puro y casto. Dios da testimonio auténtico de que ella es su hija amadísima, en la que encuentra sus complacencias.
El alma no piensa sino en el amor excesivo de la divinidad humanizada; la fe exclama: Ah, qué bueno es estar aquí: hagamos tres tiendas, en las que residan la mansedumbre, el celo y la gloria del Dios vivo. Después de este estado de júbilo y luminosidad, el alma cae a tierra, no debido al pecado, sino a la claridad de los esplendores y al poder de la voz divina, que es un rayo que abate y asombra al entendimiento.
Los que han visto tan grandes maravillas, tienen necesidad de que el Salvador toque sus débiles potencias, fortificándolas al decir: No teman, reanimen su valor, pero no canten el triunfo de la vida hasta que no hayan vencido la muerte. Es menester guardar silencio hasta el tiempo de la verdadera resurrección, que se dará después de la muerte de todas las imperfecciones y de todo lo que es vida deficiente. Mientras dura la espera, hay que descender de la montaña y humillarse; hay que padecer [230] sufrimientos internos y externos, temores, tibiezas, disgustos, oscuridades, abandonos; en fin, la muerte de sí mismo y de todo alivio.
El alma se complace en dos cosas: la primera, el bofetón que recibe de las criaturas, que parecen burlarse de ella juzgándola temeraria por aspirar más arriba de lo creado, siendo, como es, la debilidad misma. La segunda es el desamparo del divino Padre, que deja al alma en angustias de muerte y casi a los pies del infierno, por encontrarse entre espesas tinieblas, aunque en este caso el rechinar de dientes no va acompañado de blasfemias, por no encontrarse con los condenados, sino más bien con los afligidos.
Desde la planta de los pies hasta la cabeza está herida; desde la parte inferior hasta la superior no encuentra lugar sano en ella: todo le es aflicción. Sólo la cruz es su reposo, aunque doloroso. Por ello la elige, echando fuera al mundo con todas sus máximas. El príncipe de éste es enviado a los abismos por el poder divino; ella saca fuerzas de su debilidad y confianza de su abandono, apelando al seno paterno, que es el trono de misericordia y de toda consolación, diciendo que desea derivar su placer de las amarguras de la cruz, sabiendo que ésta es el lecho de honor en el que ser espectáculo de los ángeles, de los hombres y del mismo Dios, que se complace en observarla en sus combates, de los que sólo el amor divino sale victorioso.
El triunfo y la gloria son el premio del alma que sigue valientemente a aquel que dijo: Y yo cuando sea levantado de la tierra, atraeré a todos hacia mí (Jn_12_32s), refiriéndose a la excelencia de la muerte de la cruz, cuyas dimensiones son la anchura, la longitud, la profundidad y la altura. La anchura tuvo lugar durante la vida mortal del Salvador; la longitud se dio cuando su corazón la deseó amorosamente; la profundidad cuando tuvo sentimientos de humildad incomparables al ver que los hombres de la nada ofendieron a un Dios majestuoso y que muchos se condenarían eternamente al no aprovechar los frutos de su cruz, a la que se obligó por todos; es decir, uno solo por el todo; la altura fue (la cruz) aceptada en la perfecta obediencia de un corazón enamorado del Dios vivo y de la humanidad, por cuya causa fue exaltado. Habiéndose hecho el último de todos, fue ensalzado hasta el trono de Dios, recibiendo un nombre sobre todo nombre, ante el que toda rodilla se dobla en el cielo, en la tierra y en los infiernos, confesando que [231] merece la gloria que toma en posesión.
El dice a su esposa que sea su imitadora, y que le prepara su reino así como su Padre se lo preparó a él; Padre que no perdonó a su Hijo único. El alma valerosa no debe desear la gloria sin el sufrimiento, porque fue necesario que Cristo padeciera para entrar en su gloria y que cumpliera lo que las Escrituras dijeron de él. También afirmó que nadie puede ir en pos de él sin renunciar a sí mismo y llevar su cruz.
El apóstol dice que nadie recibir la corona sin antes combatir legítimamente. Es necesario luchar por la adquisición de todas las virtudes, porque esta vida es una continua milicia sobre la tierra. Es necesario hacer una grande y abundante provisión de paciencia, dice el mismo apóstol: Corramos con paciencia la prueba que se nos propone, y fijos los ojos en Jesús, el que inicia y consuma la fe, el cual, en lugar del gozo que se le proponía, soportó la cruz sin miedo a la ignominia, y está sentado a la diestra del trono de Dios. Fijaos en aquel que soportó tal contradicción de parte de los pecadores, para que no desfallezcáis faltos de ánimo. No habéis resistido todavía hasta llegar a la sangre en vuestra lucha por el pecado. (Hb_12_1).
¿Quién perderá el valor al ver a Jesucristo, que llevó la cruz y fue clavado en ella, sosteniendo la contradicción de los pecadores que lo crucificaron? ¿Quién de nosotros ha resistido hasta derramar por él toda su sangre? la aflicción en que ustedes están, ¿no es acaso un signo de su amor? A quien ama el Señor, le corrige (Hb_12_6). En esto parecéis sus hijos y muy amados, cuya fidelidad quiere probar. Los amigos de la cruz y del crucificado son los más queridos. María, Juan y Magdalena se manifestaron, en la Pasión, como los amantes apasionados del amor de su Maestro; pasión que fue para ellos dolorosa muerte; que nosotros sepamos, ninguno de los tres murió de otro martirio. Añadamos que la muerte de Jesucristo fue la muerte de su muerte, porque se mantuvieron vivos al ver morir a su vida, lo cual fue uno de los grandes milagros obrados durante la Pasión.
Habiendo gustado las amarguras de muerte de su amado, probaron las dulzuras de su gloria en el tiempo de su muerte, que no fueron sino deliciosos pasos de la vida de la gracia a la de la gloria; saliendo de sus tabernáculos, entraron en el de Dios en el tiempo y en la eternidad. María retomó su cuerpo en tres días y muchos opinan que su fiel guardián está también en cuerpo y alma en el cielo. Si el de la enamorada Magdalena se quedó en la tierra, se debió a la divina prudencia, que no quiso privar a la Iglesia militante de las admirables reliquias del amor penitencial, a fin de que sirvieran de atractivo a los pecadores y de signo de clemencia a los penitentes, recordándoles la misericordia divina y el ardiente amor del corazón de Magdalena, de la que dice la Iglesia: Fue la primera en merecer el gozo de verle resucitado en la victoria. Vio a Jesús salir de los infiernos, la que más en su amor ardía. El amor sufriente es el verdadero amor de los viandantes; santa Teresa decía: O padecer o morir. Jesucristo sufrió desde su encarnación hasta el último momento de su vida; es decir, hasta la muerte. Ahora es impasible, no puede morir, pero se quedó en el sacramento del amor a manera de muerto, aunque viviendo su vida bienaventurada, durante la cual quiso conservar las marcas recibidas en el lecho de la muerte: sus sagrados estigmas.
A san Pablo no le preocupa el verse privado de todo lo que no sea Dios en el cielo y en la tierra. Sin embargo, está resuelto a no perder jamás la caridad de Jesucristo, contentándose con sus estigmas, que lleva impresos en el espíritu en el cuerpo. Habiendo sido arrebatado hasta el tercer cielo, no se glorifica por ello, sabiendo que Dios mandó un ángel a Satanás con el cometido de humillarlo: Y por eso, para que no me engría con la sublimidad de esas revelaciones, fue dado un aguijón a mi carne, un ángel de Satanás que me abofetea para que no me engría. (2Co_12_7).
No quiero gloriarme sino en la cruz de mi buen Maestro, por la que el mundo está crucificado para mí, y yo para el mundo: Estoy crucificado con Cristo. Todo lo tengo por basura y fango cuando se trata de ganar a Jesús crucificado. Estoy clavado en su cruz, en la que he aprendido una ciencia eminentísima. Para mí vivir es Cristo crucificado y morir por él es mi ganancia. Estimo todo lo que ha sido y que será, como nada para mí. Como todas las criaturas están sujetas a la vanidad, me vuelvo hacia la verdad, Jesucristo, que es mi camino y mi vida. Y no vivo yo, sino que es Cristo quien vive en mí. Ahora como siempre Cristo será glorificado en mi cuerpo, por mi vida o por mi muerte (Ga_2_20); (Flp_1_20).
Si el alma está resuelta a complacer a Dios por amor a él, poco le importará todo lo que no sea Dios o para Dios, sabiendo que le pertenece: por él, de él, y para él, de modo que dice con David:¿A dónde iré yo lejos de tu espíritu, a dónde de tu rostro podré huir? Si hasta los cielos subo, allí estas tú, si en el sheol me acuesto, allí te encuentras (Sal_139_7s).
[233] La fe me dice que estén todas partes. No deseo huir de tu rostro; si subo al cielo por amor, allí estás; si desciendo a los infiernos por temor, allí te encuentro. Si tomo las alas del deseo para volar hasta las extremidades no solo de la tierra, sino de los mares, también allí tu mano me conduce, tu diestra me aprehende. Aunque diga: Me cubra al menos la tiniebla, y la noche sea en torno a mí un ceñidor, ni la misma tiniebla es tenebrosa para ti, y la noche es luminosa como el día (Sal_139_11s).
Estoy cierta de que me llevas la delantera en todo; habiéndome amado primero, me sostienes fuertemente con tu diestra. Si ella me es invisible, es para fortalecer mi fe, la cual me da seguridad en tu Providencia, que no permitirá que las tinieblas de esta prueba me arrojen en las del abismo infernal. La noche que permites constituye mi iluminación y mis delicias. Gozo en sufrir porque lo mandaste con justicia: Ni la misma tiniebla es tenebrosa para ti (Sal_138_12). Nada me apartará de ti: ni las tinieblas, ni el día de la prosperidad, ni la noche de la adversidad. Tú iluminas esta noche como un claro día, aunque tus luces puedan tinieblas a la debilidad de mis ojos. Sería temerario el querer mirarte al descubierto en la tierra, tal y como se te contempla en el cielo.
Colócame la venda de la fe, yo soy tu hijita, enferma de mis imperfecciones, aunque más bien de tu amor. Permíteme que te diga, por medio de mis compañeras, que languidezco a causa de tu amor; no dudo que tu corte celestial querrá proporcionarme el gozo de anunciarte en parte mis deseos, ya que mis pensamientos más íntimos te son conocidos: Porque tú mis riñones has formado, me has tejido en el vientre de mi madre; yo te doy gracias por tantas maravillas: prodigio soy, prodigios son tus obras. Mi alma conocías cabalmente (Sal_138_13s).
Tú me previniste antes de haber sido concebida en el seno materno. Te alabo y te alabaré eternamente porque eres grande. Bien sabe mi alma cuán admirables son tus obras; nada está oculto ante ti; todo está al descubierto en tu presencia: Mis imperfecciones no se te ocultaban (Sal_138_15). Todas están escritas en tu libro. [234] El Verbo divino las imprimió en mi alma y en mi cuerpo, para borrarlas con su preciosa sangre, cancelando mis deudas. Por ser mi recibo global, nada puedes exigirme a causa de mis culpas pasadas.
Gracias a él he llegado a ser tu buena amiga. Por tener el honor de participar de tu naturaleza divina, me veo muy reconfortada y confirmada en mi principalidad. Si es menester cargar con la cruz en pos de mi Rey, en eso cifraré mi gloria: Sondéame, oh Dios, mi corazón conoce, pruébame, conoce mis desvelos; mira no haya en mí camino de dolor, y llévame por el camino eterno (Sal_138_23s).
Pruébame, Dios mío, en esta vida; mira mis caminos, enderézalos si se desvían de tus voluntades; mira si en mí hay intenciones que se aparten de la justicia. Renuncio a todas estas cosas con todo el corazón, que desea seguirte en la dilatación de mis afectos. Condúcelos a todos a la vida eterna sea en la afluencia, sea en la indigencia. Cual tierra seca, agotada, sin agua. Como cuando en el santuario te veía, al contemplar tu poder y tu gloria, pues tu amor es mejor que la vida, mis labios te glorificaban (Sal_63_2s).
Tanto en la tierra desierta como en el camino de la sequedad, eres admirable en amor, transformando en santa al alma que se despega de los deleites. Por mandato tuyo persevera el día de la verdad en medio de las tinieblas de la muerte, que es una noche oscura debido a que te has ocultado para que pueda yo sufrir por tu amor estas arideces que, por tu grande misericordia, reducen a la nada las imperfecciones del amor propio. Mis labios te alaban por ser justísimo. Bendigo tu nombre junto con Job, diciendo constantemente estas palabras del cántico: La multitud de las aguas no puede extinguir la caridad, ni los ríos servirle de obstáculo (Ct_8_7).
La fiel enamorada que se comporta de este modo en los abandonos, es la consentida del Padre, la favorita del Hijo y la muy amada del Espíritu Santo, los cuales animan a los ángeles a considerarla para prepararla a recibir los nuevos favores que desean concederle. Dichos espíritus dicen: Tenemos una hermana pequeña: no tiene pechos todavía. ¿Qué haremos con nuestra hermana el día que se hable de ella? Si es una muralla, edificaremos sobre ella almenas de plata; si es una puerta, apoyaremos contra ella barras de cedro (Ct_8_8s).
[235] Qué maravilla el ver a nuestra hermana sin pechos. Dios, que es el Dios de los pechos de la dulzura, la dejó en este valle y ahora la desteta. ¿Morirá en tanta escasez? ¿Cómo podrá resistir a sus enemigos estando tan débil? Reforcémosla para demostrarles que está a nuestro cuidado. Si ella es un muro abatido por sus enemigos o por sus aflicciones, construyámosle torreones de plata, probemos que la necesidad no la llevará a rendírseles. Jesús hecho pobre por ella, la haga rica de sus gracias. Si ella es una puerta rota por los golpes dados y esta medio destruida por las continuas tristezas que ella sufrió hagámosla reconstruir con tablones de cedro incorruptible que el cielo y la tierra puedan pasar delante de ella sin la destruir ni maltratar, porque el Verbo Encarnado, el cedro del Líbano se ha hecho su puerta como su palabra lo dice: Yo soy un muro y mis pechos son como una torre abastecida de provisiones (Ct_8_10). Me siento en paz en cuanto reconozco la providencia de mi esposo, que no permitirá que mis enemigos me sorprendan. Yo soy su viña pacífica queridísima, a la que cuida y hace guardar de sus santos ángeles, a los que manifiesta cuánto le place el buen cuidado que tienen de mí. Les paga bien sus servicios, lo mismo que a los hombres de la tierra que son directores espirituales, duplicando sus méritos en gracias y en la gloria que les prepara: Oh tú, que moras en los huertos, mis compañeros prestan oído a tu voz. Deja que la oiga (Ct_8_13).
Después de que ella muestra su valor y fidelidad en esta prueba, le viene el ímpetu de sus deseos y dice a su esposo, que está en su jardín celestial, que haga oír su voz, porque sus amigos escuchan en lo oculto para ver si él la ama con tanto ardor, habiendo sabido por experiencia que ella debe sufrir en su peregrinar la ausencia del Consolador. Por ello le dice generosamente: Huye, amado mío, sé como la gacela o el joven cervatillo, por los montes de las balsameras (Ct_8_14). Huye, Señor y amor mío, a los montes aromáticos de tu dominio celestial. [236] Estoy contenta al saberte glorioso y reinando sobre un reino infinito con el Padre y el Espíritu Santo. Esperaré en la tierra tanto cuanto te plazca. Que tu voluntad se haga en ella como en el cielo.
Si todas las almas devotas se comportan de este modo en las sequedades, cuánto complacerán a Dios y a sus santos, y cuántos frutos darán a la Iglesia. Dejo esto a su reflexión, rogándoles que oren por mí, para que sea fiel a mi Esposo.
Capítulo 30 - Aun cuando todos los hombres hablaran de las grandezas de la Virgen, se expresarían muy por debajo de la realidad. Solo la divinidad que la ha ensalzado, puede alabarla dignamente. Si María no hubiese tenido la existencia, el Verbo no habría tomado una naturaleza de una madre creada, no se hubiera hecho el Verbo Encarnado. 14 de septiembre, 1636.
[239] El Eclesiástico dice con gran acierto: Hagamos ya el elogio de los hombres ilustres, de nuestros padres según su sucesión. Grandes glorias que creó el Señor, grandezas desde tiempos antiguos. Hubo soberanos en sus reinos, hombres renombrados por su poderío, consejeros por su inteligencia, vaticinadores de oráculos en sus profecías, guías del pueblo por sus consejos, por su inteligencia de la literatura popular, sabias palabras había en su instrucción inventores de melodías musicales, compositores de escritos poéticos, hombres ricos bien provistos de fuerza, viviendo en paz en sus moradas (Si_44_1s).
En cuanto a mí, exclamo: Alabemos a la Virgen de las vírgenes, Madre de Jesucristo en su generación, a la que Dios ha hecho alabar por los más doctos y santos, sea antes de la Encarnación, sea después. Ella es digna de que todas las criaturas integren un coro musical dirigido por el Verbo Encarnado, para entonar el cántico sublime.
La memoria de María, Madre de Dios, durará por los siglos de los siglos, en los que ella presidirá. Su sagrado cuerpo no permaneció en la tierra: era digno del cielo empíreo porque una parte de su sustancia es la materia del cuerpo del Salvador, que dejó a la Iglesia como testamento para ser simiente de pureza y germen de inmortalidad, y en virtud del cual los justos [240] resucitarán diciendo con el apóstol: Donde esperamos como Salvador al Señor Jesucristo, el cual transfigurar este miserable cuerpo nuestro en un cuerpo glorioso como el suyo, en virtud del poder que tiene de someter a sí todas las cosas (Flp_3_21).
Habiendo considerado en estos días las grandezas de María, también en estos días me siento apremiada a hablar de ellas, aunque tartamudeando. El amor da osadía a los más tímidos, y hace que la lengua de los niños diserte: La vieron las hijas de Sión y la proclamaron bienaventurada (Ct_6_8).
Todos los escritores alaban la humildad de María, humildad que no puede ser suficientemente ensalzada por los hombres y los ángeles. Aquel que puso en ella su mirada para convertirla en su Madre proclamada bienaventurada por todas las generaciones, es el único digno de alabarla como lo merece. El Verbo divino, el Hijo del Altísimo, es capaz de exaltar la magnitud del valor de la humildísima Virgen, la cual le dijo con admirable generosidad de corazón: El poderoso hizo en mí cosas grandes; santo es su nombre (Lc_1_49). ¿Quién es el que obró en ti cosas grandes, gloriosa María?
Fuente de la sabiduría es la palabra de Dios en las alturas (Si_1_5). Fue el Verbo de Dios, que es manantial de sabiduría en su sublimidad, a la que atrae a las almas generosas, en especial la mía, que jamás tuvo otro afecto sino Dios, ni apego a criatura alguna. He dicho desde el momento en que tuve uso de razón que todo lo que no es Dios es nada para mí; que Dios es el Dios de mi corazón y mi porción en la eternidad. Por ello hice voto de virginidad decidiendo permanecer virgen en cuerpo y espíritu para ser toda de Dios, que deseaba entregarse a mí. Como en mi humildad me turbé, su bondad y mi confianza reanimaron mi valor a la hora de la Encarnación, habiéndoseme asegurado que el poder del Altísimo me protegería y que el Espíritu Santo descendería hasta mí para hacerme Madre sin lesionar mi virginidad. Mi corazón se sintió así alentado para dar a Dios la respuesta que di al embajador que me envió: que yo era la sierva del Señor, y que se hiciera en mí según su palabra; es decir, que fuese Madre del Verbo y que él tomaría para sí mi cuerpo y mi espíritu para encontrar en ellos sus delicias.
Cuando Isabel me llamó bienaventurada, mi generoso corazón, guiándose por las luces que el Verbo divino infundía en mi intelecto, me impulsó a decir: Engrandece mi alma al Señor (Lc_1_46). [241] Mi alma, aunque pequeña en sí, quiso engrandecer al Señor y mi humildísimo espíritu se alegró, enalteciéndose en Dios mi Salvador, porque no desdeñó mi pobrísima naturaleza. Al tomar en mí la carne, quiso que fuera proclamada bienaventurada entre las naciones. Me ensalzó porque él es grande; me hizo poderosa, porque él lo es; divina por participación, porque él es Dios por esencia, porque extendió su omnipotente brazo y me elevó hasta la divina maternidad después de haber abatido a los soberbios.
Tengo hambre y sed de complacerlo. Vasti fue repudiada por no haber querido presentarse delante de los príncipes ni sentarse a la mesa del rey, que deseaba enaltecerla a fin de que ella exaltara su regia magnificencia, que deseaba realzar con la belleza de su esposa. En cuanto a mí, me presentaré ante Dios y sus criaturas con todos los encantos que quiere manifestar en mí, mismos me ha concedido para tener en ellos sus delicias.
Entraré, si así le place, en su interior, ya que él vino al mío. Me elevaré junto con mi Hijo, que es el Verbo de Dios, fuente de excelencia y el más hermoso del cielo, porque él desea que esté con él en su reino, colocada a su diestra, sentada en el trono de su grandeza suprema. No lo rehúso, por saber que así lo quiere. Entraré ante aquel que me llama. Para mí, sus atractivos son mandatos, ya que él confiesa que sus delicias se cifran en estar conmigo, y que yo soy su muy amada. Desecho todo temor, me acerco a su trono y le escucho decirme: Ven, amada mía, a ocupar mi trono, porque el rey ha deseado tu hermosura.
Como él se complace en alcanzar de un confín hasta el otro, dispuso todas mis potencias para dirigirse hacia él con fuerza, dulzura y suavidad. Agradecí este favor como venido de su amor, que me previno en bendiciones de dulzura. Que cifre su contento en acariciarme y engrandecerme; que me eleve hasta el supremo cielo de su eminente grandeza, después de haberse abatido hasta mi nada. Aunque tenía la forma de Dios, igual al Padre, tomó la forma de siervo y se sometió a una joven a la que tomó por Madre.
Ángeles y hombres, admiren el amor divino que se complace en las [242] grandezas que concedió a su hija, Madre y esposa. Si él es admirable en sus santos, es admirabilísimo en la Virgen-Madre, que es un mar en la naturaleza, en la gracia y en la gloria, por tener las perfecciones de estos tres estados en grado eminente. Más imponente que las ondas del mar, es imponente el Señor en las alturas. Son veraces del todo tus dictámenes (Sa_93_4s). El es digno de todo crédito oh Virgen de las vírgenes. Cuán grande eres por obra del que es poderoso, que te ha levantado por encima de todas las criaturas. Tú mandas al Hombre-Dios, que se complace en ser hijo y súbdito tuyo. Cuando inspiró la narración o descripción de su genealogía, tuvo por mayor gloria aparecer como Hijo de María al final de la misma: de la que nació Jesús, llamado Cristo (Mt_1_16), que pertenecer a la simiente de Abraham, de Isaac y de Jacob.
Ya dije que poseíste las perfecciones de los tres estados; prosigo diciendo que tu excelencia está por encima de todas estas leyes y estados, porque los ángeles y los hombres han podido alcanzarlos, pero ningún hombre o ángel ha podido ni podrá igualar a tu Alteza o Majestad real y divina, puesto que eres Madre única del único Hijo de Dios, lo cual te hace incomparable en grandeza y dignidad. Afirmar que estás por encima de la luna, del sol y las estrellas, es poco decir, porque los apisonas bajo tus pies.
Todos aquellos que en la naturaleza, en la gracia y en la gloria han hecho progresos admirables, son dignos de alabanza; ver tus adelantos, empero, es contemplar la majestad misma que avanza solemnemente. Hay tres cosas de paso gallardo y cuatro de elegante marcha (Pr_30_29). No sólo tienes tu rango entre los santos inferiores, medianos y supremos, sino con el mismo Dios, si puedo expresarme así, ya que tienes un hijo común con el divino Padre por indivisibilidad, el cual te honra como a madre suya, por ser el santo de los santos. Tú eres la Santa de las santas, la Reina de santidad, de gloria y de todo lo que es santo en el cielo y en la tierra. Mi mano lo hará más brillante que los astros y morará en la mansión del rey. (Pr_30_2). Esto, que es debido a tu Hijo por esencia, es tuyo por participación. Su gloria consiste en haberte dado el imperio soberano, no sólo sobre sus súbditos, sino sobre él mismo. [243] Si no puedo yo decir que tus manos formaron esta humanidad divina, puedo afirmar que por tu FIAT el Verbo se hizo carne en ti y de ti, y que eres su Madre, su autoridad y su Señora. ¿Quién asciende al cielo y desciende de él? ¿Quién puede contener al espíritu en sus manos? ¿Quién congrega las aguas como un manto? ¿Quién abarca los confines de la tierra? ¿Cuál es su nombre? (Pr_30_4). Es el Verbo Encarnado Hijo de Dios y de María, de la que nació Jesús, llamado Cristo (Mt_1_16), ¿Quién podrá contar su generación? (Is_53_8).
Aun cuando todos los ángeles y los hombres dedicaran la eternidad entera a describir las grandezas de la generación de María, no podrían expresar sus excelencias inefables. Son tan augustas, que llegan a lo infinito porque el inmenso Dios es su Hijo. Sucederá en días futuros que el monte de la Casa del Señor será asentado en la cima de los montes y se alzará por encima de las colinas (Is_2_1). Todas las criaturas son dependientes de esta Señora, por ser ésta la voluntad del soberano que la elevó hasta la divina maternidad. Contra todos los montes altos, contra todos los cerros elevados, contra toda torre prominente, contra todo muro inaccesible, contra todas las naves de Tarsis, contra todos los barcos cargados de tesoros. Se humillará la altivez del hombre, y se abajará la altanería humana; será exaltada la Señora sola en aquel día (Is_2_14s).
Nada hay por encima de María sino la divinidad, porque el Hombre-Dios se colocó debajo de ella. Todo lo que el Verbo hace está sujeto a María; nada se hizo sin aquel por quien todo fue hecho; más aún, quiso que los ángeles y los hombres obtuvieran la gracia y la gloria al adorar el cuerpo que él tomó de ella, reconociéndola como a su Madre. En su calidad de Madre del Verbo Encarnado, deben honrar la dignidad de aquella que es Madre de Dios, de la gracia y de la gloria, el cual quiso estarle sujeto.
Este mar es también un navío: una nave de Tarsis que vuela con la pluma de los vientos, el Espíritu Santo, que el Padre y el Verbo producen como un solo principio, aunque sean dos los que lo espiran. Es la espiración única del Padre y del Hijo. Es un Dios simplísimo y único en sumo grado con ellos, y además [244] término de la voluntad del Padre y del Hijo y de todas las emanaciones interiores de la divinidad. El se complació y se complace en acrecentar las grandezas de María en el cielo y en la tierra, porque no produce obra alguna en el mar de la divina Trinidad.
Fue él quien trabajó sin descanso en la superficie y en el interior del mar de la humanidad de Jesús y de María durante su peregrinar. No ignoro que el Salvador también lo comprendía todo; pero como decimos que se alegraba en el Espíritu Santo, nos permitirá afirmar que dicho Espíritu obraba sobre él, en él y con él, ya que se dice que el Niño Jesús crecía en edad y en gracia delante de Dios y de los hombres, sin dejar de aprovechar en sabiduría experimental.
El Espíritu Santo estaba sobre él para ungirlo, a fin de que evangelizara Sión. El mismo Espíritu lo condujo al desierto a fin de ser tentado, y san Pablo dice que el Espíritu Santo lo resucitó, como afirmando que el mismo que obró el misterio de la Encarnación en las entrañas de la Virgen, resucitó al divino Salvador de las entrañas de la tierra. Cuando los sacerdotes quieren consagrar y pronunciar las palabras sagradas, ¿acaso no invocan al Espíritu Santo? El es el viento del que habla san Juan Bautista: Yo os bautizo en agua; pero aquel que viene detrás de mí es más fuerte que yo, y no soy digno de llevarle las sandalias. El os bautizará en Espíritu Santo y fuego. En su mano tiene el bieldo (Mt_3_11). El Verbo Encarnado lo da a quien quiere. En cuanto Verbo, lo produce y en cuanto hombre, depende de él, del Padre y de sí mismo. Me refiero a su soporte divino.
Si Jesucristo dio poder a los hombres, que son sus ministros, para dar al Espíritu Santo, con mucha mayor razón debemos decir que lo dio, lo portó y fue portado por él. Dicho Espíritu se cernía sobre las aguas al inicio del mundo; ¿por qué no decir que era llevado por el Verbo Encarnado, la fuente de sabiduría, en el seno del Altísimo Padre y en el de su insigne Madre? Fuente de la sabiduría es el Verbo de Dios en las alturas (Si_1_5). Al entrar en María, Señora ensalzada, realizó un inefable progreso para su humanidad, la cual se vio unida al Dios [245] altísimo apoyada por la segunda persona de la Trinidad, que es el Verbo divino, fuente sublime de la sabiduría. En el mismo instante, María se convirtió en verdadera Madre de Dios.
Qué prosperidad para María verse Madre de su Creador después de haber exclamado: Hágase en mí según tu Palabra (Lc_1_38). Se elevó tan alto, que los serafines la perdieron de vista. Velándose los pies y el rostro, cantaron la gloria de la majestad que llenaron el cielo y la tierra virgen. En cuanto a mí, afirmo que la Virgen se encontró en tan sublime elevación, que podemos decir que contempló la esencia divina. La fuente de la sabiduría no sólo invadió sus entrañas para tomar en ellas la carne e inundarla en sus delicias, sino que en la parte más alta de su alma, gozó de la amorosa divinidad y en el punto supremo de su espíritu se verificó la palabra del Eclesiastés: Fuente de la sabiduría es el Verbo de Dios en las alturas (Si_1_5). Si se concede el privilegio a Moisés y a san Pablo, cuánto más a María, que no dijo: Mi cuerpo engrandece al Señor; sino Mi alma lo engrandece, mi espíritu se alegra en Dios mi Salvador (Lc_1_46s), porque su mirada ha ensalzado la bajeza de su sierva. En cuanto me miró, su rostro brilló sobre mí. El rostro de Dios es el Verbo, que es fuente de eterna dicha, la cual me comunicó tan abundantemente, que por ello todas las generaciones me llamarán bienaventurada. Sepan que aquel que es poderoso hizo grandes cosas en mí y que su nombre es santo. Yo entré al santo de los santos de la divinidad, la cual vino a mí, dándome también el nombre de santo de los santos. El Verbo, además, me dice que se introduce en mi seno según el designio eterno que el Padre y el Espíritu Santo, elaboraron junto con él para la divinización de la humanidad.
Los que afirman que el pecado fue el motivo de la Encarnación, ¿saben lo que están diciendo? El origen de la sabiduría, ¿a quién ha sido revelado, ni quién conoce sus recursos? La sabiduría, ¿a quién ha sido jamás descubierta y manifestada, ni quién pudo entender la multiplicidad de sus designios? Sólo el Creador, altísimo, omnipotente, y rey grande, y sumamente terrible, que está sentado sobre su trono, y es el Señor Dios: éste es el que la dio el ser en el Espíritu Santo, y la comprendió, y numeró, y midió. Y derramó la sobre todas sus obras, y [246] sobre toda carne, según su liberalidad, y comunicó la a los que le aman. (Si_1_6s).
Al elevar mi espíritu mi divino Maestro lo instruyó de esta manera: Hija mía, quiero que sepas que el mal jamás ha precedido al bien, ni la nada al ser soberano. Mi amor previene el pecado por ser la raíz de la sabiduría, que resolvió implantarse en el seno virginal, y el Verbo divino que quiso tomar el ser en la naturaleza humana. Esta resolución fue tomada antes de su creación. La serpiente no tuvo suficiente astucia para descubrir mis planes, ni a qué nivel los pondría en práctica. Por estar privado de gracia y de gloria, su naturaleza espiritual estaba ciega para ver qué clase de gloria destinaba yo a la naturaleza humana al darle a mi Hijo y a mi Espíritu Santo. Yo la creé en el Espíritu Santo. Tanto Adán como Eva, su mujer, fueron creados en estado de gracia. Yo conté sus pasos y medí sus caminos. Aunque Satán los hizo transgredir mis mandatos valiéndose de su astucia y engaños, ignoraba mis recursos: la decisión de hacer a la naturaleza humana participante de la divina; decisión que llevé a cabo al exceptuar a una virgen de todo pecado. Es la más amada de todas las criaturas, como proclama ella misma en Proverbios: El Señor me creó, primicia de su camino, antes que sus obras más antiguas. Desde la eternidad fui fundada, desde el principio, antes que la tierra. Cuando no existían los abismos fui engendrada (Pr_8_22s).
Antes de toda creación, el Señor me poseyó al inicio de sus vías, a las que el pecado no pudo adelantarse. Fui suya en el Verbo, que es el principio por el que todo fue creado. Desde la eternidad estuve destinada a ser su Madre antes de que hiciera la tierra, de la que fue formado el cuerpo de Adán, que significa tierra.
Quién amó primero a Dios, nadie; sólo su amor pudo prevenir al ángel y al hombre. El se reservó las entradas al interior de estas dos criaturas, que se desconocieron entre sí al menos mientras su sabiduría se dignaba revelarlas. Yo creé en el Espíritu Santo estas dos naturalezas para comunicarles mi amor, pasando por encima de toda mente angélica y [247] humana para dar mi naturaleza a la más humilde, que fue la última de mis obras. Me refiero a la humana, en la que inspiré mi hálito. No siendo suficiente para contentar mi amor el haberla creado como alma viviente, inspiré en su rostro el aliento de vida, para que poseyera un día, para siempre, la vida divina, la faz de nuestra santísima Trinidad, la figura de mi sustancia e imagen de mi soberana bondad, que es la segunda persona de nuestra Trinidad.
Mi designio se cumpliría al llegar la plenitud de los tiempos, cuyo plazo calculé con toda exactitud. La llegada de María a la edad de concebir marcó el término de nuestra espera. El Verbo tomó la carne, el Espíritu Santo descendió, el poder del Altísimo dio su sombra. María fue llena de gracia y del Dios de la gracia, que bajó cual poderoso bastión en defensa suya: Un fuerte protegido para resguardar su atrio (Lc_11_21).
El Verbo, habiendo tomado un cuerpo en María, se encontró unido a todas sus partes y la sabiduría divina difundió, por así decir, en todo este compuesto la obra del Espíritu Santo: la derramó sobre todas sus obras, y sobre toda carne, según su liberalidad, y la comunicó a los que le aman (Si_1_10).
En Jesucristo residía de manera eminente la perfección de todas las criaturas. A este hombre perfecto por excelencia, al cuerpo que tomó, fue dado el soporte divino y los tesoros de sabiduría de su Padre. La plenitud de la divinidad habitó en él corporalmente desde el primer instante de su Encarnación; su alma bienaventurada gozaba de la visión y fruición divina en su parte suprema: Fuente de la sabiduría es el Verbo de Dios en las alturas; y penetraron en ellos los mandatos eternos (Si_1_5). ¿A quién, de entre los ángeles fue jamás revelado lo que el Salvador comprendió en cuanto hombre aun estando en las entrañas de su Madre, a la que reveló misterios inefables? ¿Qué hombre o ángel, permítaseme expresar mis pensamientos, sospechó siquiera la luz que residía en la parte superior de la Virgen? No puedo expresarlos mejor que con estas palabras: Fuente de la sabiduría es el Verbo de Dios en las alturas (Si_1_5). Quiero decir que la fuente de sabiduría y el Verbo de Dios colmaron el espíritu de María con los sublimes conocimientos de sus divinos misterios, con lo que puedo afirmar que ella permanecía continuamente en la oración de Dios; no que fuera Dios por esencia como su Hijo, sino que, [248] mediante una transformación divina, se convirtió en la imagen misma de aquel que, en su humanidad, era la imagen misma de su Madre Por ello el apóstol se atreve a decir de él y sus compañeros: Mas todos nosotros, que con el rostro descubierto reflejamos como en un espejo la gloria del Señor, nos vamos transformando en esa misma imagen cada vez más gloriosos: así es como actúa el Señor, que es Espíritu (2Co_3_18). ¿Quién estuvo alguna vez más unido al Señor por la fe, la esperanza y la caridad que María? El amor purísimo que moraba en su alma tenía el poder de descubrirle las divinas claridades. Si los limpios de corazón son favorecidos con la visión de Dios, ¿Quién ha sido más puro de corazón que María, si no el Verbo Encarnado que es Dios? El mismo apóstol se atreve a prometer esta gracia a los recién convertidos: Y cuando se convierte al Señor, se arranca el velo. Porque el Señor es el Espíritu, y donde está el Espíritu del Señor, allí está la libertad (2Co_3_17). ¿Quién poseyó alguna vez la libertad con más perfección que María? Fue libre de todo lo creado para unirse al Dios increado, el cual encontró en todo momento el espíritu de María dispuesto a corresponderle. Su corazón, hecho para él, jamás estuvo inquieto, porque jamás salía de su centro divino, en el que estaba concentrado por ser una misma carne con el Verbo Encarnado y un mismo espíritu con la Trinidad divina. Ella se adhirió a Dios con todo su corazón, con toda su alma y todas sus entrañas, en y de las que el Verbo tomó su humanidad sacrosanta.
Perdona, Señora, mi temeridad. Si quise hablar de tus grandezas, confieso que no puedo alabarlas divinamente. Dejo este oficio al Hijo del Altísimo, que te las ha dado y conoce perfectamente a su Madre. Ruégale, venerada mía, que me haga digna de ensalzarte como a él le gusta que lo haga. En el y por él eres digna de elogio por encima de toda alabanza creada. La mayor parte de ellas permanecen ocultas; muy pocas de sus obras podemos ver (Si_43_36). El evangelista san Lucas dice: hijo de Adán, hijo de Dios (Lc_3_38), mostrando que Dios es Padre de Adán. Si éste hubiera conservado su inocencia, [249] podría llamársele Adán de Dios. Lo digo para afirmar que debemos llamar a María, María de Dios, por ser ella su hija mayor y amadísima del divino amor, que la destinó a ser un sol de claridades inefables, en el que levantaría su tabernáculo.
El amor divino habitó en los ángeles y en los astros, fijando en ellos su morada. Me refiero a los que permanecieron fieles. Se excedió al morar en Adán y Eva, que fueron lunas inconstantes que se alejaron de él; pero, admirablemente, resolvió reposar eternamente en el sol. Levantó para el sol una tienda, y él, como un esposo que sale de su tálamo (Sal_19_6).
La Trinidad, al desear salir fuera de ella misma, no podía llevar esto a cabo de manera conveniente sino en la claridad, porque en ella no hay tiniebla alguna. Creó, por tanto, al sol del amor, María, para fijar en él su morada eterna, desposándola de manera incomparable, dotándola de gloria y honor divinos y dilatando sus potencias hasta hacerla vecina suya, en la proporción en que una simple criatura puede ser convecina del Creador. María de Dios no ama sino a Dios, aborreciendo el pecado con un odio total, no sólo porque Dios lo odia infinitamente, sino porque se opone por decadencia al soberano ser, por haber sido hecho sin Dios, porque el Verbo no lo creó, por estar privado de vida y de bondad, por ser la malicia y la misma muerte, que arrebató la gracia infundida por Dios en el alma y cuerpo de Adán y Eva.
Satán hubiera podido decir a Dios: Has perdido el valor ante la primera de tus obras en la tierra. Yo salí victorioso porque, a través del pecado, el hombre muerto se ha esclavizado a mí junto con su posteridad. Antes de venir para rehacerlo, pasarás por mis fronteras, y habitaren los lugares que son mis dominios.
Te equivocas, Satán, poseo un mar inmenso y espacioso que sólo puede ser abordado por la divina esencia. Los ángeles y los hombres no lo hacen sin un privilegio especial, por ser ella la protegida del Señor fuerte y poderoso en la batalla, que la reserva para sí y para sus recreaciones. Todas las criaturas se abismarían en ella si se les ocurriera la idea de tocar fondo. Ella debe dar a luz al delfín del Dios vivo y producir el sol de justicia, conservando [250] su purísima integridad, por ser una Virgen de Dios, en la que él penetra sin causar división alguna.
Es hija del Padre, María de Dios, Madre de Jesús, el cual, al entrar en ella, se vio a salvo del pecado en su humanidad. Ya lo era en su naturaleza divina, la cual podía exceptuarlo de él y así lo hizo. El nacimiento purísimo y empurpurado que tomó de su Madre Reina tuvo lugar de manera maravillosa. Por su medio nació Rey de los Judíos, exceptuándose de esta deuda, si en algo podía obligarle, lo cual no era posible. Nació en verdad bajo la ley de su Madre, mas no bajo la ley del pecado. Es impecable por naturaleza, y María por gracia, gracia que no hizo a un lado la libertad de María, sino que le concedió el privilegio de no pecar jamás.
Como las tres divinas personas obran juntas hacia el exterior, y sólo el Verbo se revistió de nuestra naturaleza, del mismo modo María dejó obrar en ella a las tres divinas hipóstasis debido a su adhesión, sin ser privada del privilegio de rehusar o aceptar la venida del Verbo divino a ella. Esto significa que su fidelidad la impulsó a dar su consentimiento junto con su libre arbitrio, para que el Verbo se hiciera carne de su carne y hueso de sus huesos; de manera que si otro que no fuera Dios hubiese podido producir un espíritu igual y consustancial, María lo hizo, al producir el espíritu de Jesús: así como el amor da la conformidad, María dio a su Hijo sentimientos humanos y benignos para reciprocar los divinos que había recibido de él. Estas correspondencias de amor son inefables entre el Padre y la Hija, entre la Madre y el Hijo, entre la Esposa y el Esposo, que es el Espíritu Santo.
Nunca existió tanta ternura entre un Padre y una Hija, tanto honor, reverencia y dulzura entre un Hijo y una Madre, ni tantos atractivos entre una esposa y su esposo. No corresponde sino a la divinidad hacer todo divinamente en la que es Madre, hija y esposa, la cual participa de su poder, de su saber y de sus deseos a través de sus amorosas inclinaciones, debiendo haberla constituido tal y como es por obligación de conveniencia después de haberla establecido en sus honrosas prioridades de hija, Madre y esposa; pero sobre todo, de haberla hecho Madre, Señora y maestra del Verbo Encarnado, al que ella sometió al divino Padre en la plenitud de los tiempos, después de haber él permanecido, por toda la eternidad, independiente [251] en su seno, igual a él y al Espíritu Santo, produciéndolo junto con el Padre como un solo principio.
Espíritu que se alegró al proyectar su sombra sobre los ardores de María en sus propias entrañas, mientras concebía al Verbo eterno, constituyéndolo como hombre, por lo que pudo decir: Poseo un Hombre-Dios por la gracia divina y mi cooperación espiritual y corporal. Al consentir mentalmente y dar corporalmente mi propia sustancia a la persona divina del Verbo, que es Hijo natural del Padre inmenso e hijo natural de la madre limitada por ser una criatura, su maternidad la hace eterna, inmensa e infinita. Eterna porque tiene poder sobre el eterno en cuanto Madre suya; inmensa, porque la humanidad de Jesucristo se unió hipostáticamente al Verbo divino. El tomó sobre sí los bienes de esta Virgen y los divinizó, debido a que dos naturalezas no componen sino a un Jesucristo. Jamás dejar lo que una vez tomó; por ello la heredad infinita de María radica en la infinitud del mismo Dios, que es su Hijo.
Dije, como fundamento, que Dios puso su tabernáculo en el sol. Los santos han sido iluminados por Dios; también a María se dijo: Iluminas admirablemente desde los montes eternos, (Sal_75_5), pero con una claridad que no puede ser contemplada con los ojos creados. María está penetrada de sol; María está rodeada de sol. Si en este divino sol no se hubiera encontrado Dios por esencia, María lo habría ganado con el poder del amor y sus atractivos. Me atrevo a decir que lo ganó al someterse por amor a la divinidad. Por esta razón, tendrá ascendiente sobre él por toda la eternidad. Sus ojos son reyes que someterán eternamente a Jesucristo a sus dulces leyes. David dijo que él inclinó su corazón a la ley de Dios y a sus testimonios. Jesucristo inclina su entendimiento y sus afectos, brillantes y ardientes, a los mandatos de María, rodeándola como un sol y sirviéndole de vestidura.
Estás revestida de luz como de una túnica oh María de Dios. Oh Hija de Dios. Ho Madre de Dios. Ho Esposa de Dios. ¿Con qué majestad te manifestarás? La Majestad divina se complace en hacerte magnífica: tú misma eres su grandeza. Ante los demás se manifiesta con toda majestad, pero ante ti es sólo un niño, aminorando su gloria para deleitarse en la tuya. De ti nació Jesús, [252] que es llamado el ungido; es decir, rey y sacerdote de dignidad eterna, separado de los pecadores, consagrado, inmaculado, nacido del Padre en el esplendor de los santos. El es el único nacido de ti por ser tú la flor de Jesé, la toda hermosa.
El es inocente, rayo del sol divino, rayo del sol humano, Hijo del seno del Padre, Hijo del seno materno; el Hijo de los pechos del Padre de los cielos, en cuya esencia es el Benjamín. Es también Hijo de los pechos de aquí abajo, en el interior de las entrañas y al exterior, porque María está compuesta de cuerpo y espíritu. Nació de ella por nosotros, aunque no había nacido del Padre para dársenos, por haber nacido desde la eternidad, permaneciendo en su seno sin salir de él. Las tres personas son inseparables. De no haber sido por los atractivos de María, el Verbo divino jamás hubiera salido al exterior de su divina mansión; mejor dicho, jamás hubiera hecho su extensión ni su estación en la criatura; jamás hubiera sido el Verbo humanado.
Hizo bien en ser lo que es; de otro modo, el amor lo habría reducido a la nada. Así como el amor destruyó durante cuarenta horas el compuesto, habría consumido y destruido algo más sencillo, si su simplicidad no fuera tan inmutable como su inmensidad, en la que es estabilidad eterna por ser Dios, que no puede cambiar. En tanto que todo envejece como una vestimenta, él permanece por siempre como el ser eterno y sin alteración. El demostró la fuerza de su amor por ser el Hijo del Altísimo, queriendo manifestarse y ser el Verbo humanado: el más grande y el más pequeño, Dios y hombre, Creador y criatura.
Capítulo 31 - La fe y la confianza de la Virgen vencieron al mundo. Ella consiguió la victoria sobre todos los enemigos. Ella es el misterio oculto en Dios porque en ella moran los tres que dan testimonio en el cielo y en la tierra. 16 de septiembre de 1636.
[255] Pues todo lo que ha nacido de Dios vence al mundo. Y lo que ha conseguido la victoria sobre el mundo es nuestra fe (1Jn_5_4).
El discípulo amado de su Maestro, que es la soberana verdad, nos asegura que esta fe es la victoria que ha vencido al mundo. Pues ¿Quién es el que vence al mundo sino el que cree que Jesús es el Hijo de Dios? Este es el que vino por el agua y por la sangre: Jesucristo; no solamente en el agua, sino en el agua y en la sangre. Y el Espíritu es el que da testimonio, porque el Espíritu es la Verdad. Pues tres son los que dan testimonio en el cielo: el Padre, el Verbo y el Espíritu Santo, y los tres convienen en lo mismo. Y tres son los que dan testimonio en la tierra: el espíritu, el agua y la sangre, y los tres son uno (1Jn_5_5s).
La Iglesia universal cree en verdad y sin dudar que Jesús es hijo de Dios, que se encarnó en el seno de la Virgen, que nos redimió, que es Creador, Redentor y Glorificador; que es un solo Dios con el Padre y el Espíritu Santo, que vino por el agua y por la sangre, que tomó carne en María por obra del Espíritu Santo, y que el poder del Altísimo cubrió con su sobra a esta Virgen pura, lo cual fue una maravilla desconocida ante el mundo, pero evidente en presencia de la divinidad.
Encarnación que fue el misterio escondido en Dios, ignorado en el tiempo. Misterio escondido desde siglos y generaciones, y manifestado ahora a sus santos, a quienes Dios quiso dar a conocer cuál es la riqueza de la gloria de este misterio entre los gentiles Col_1_26s). [256] Misterio que Dios quiso revelarnos en la plenitud de los tiempos a través de su Hijo y de su Espíritu Santo. Revelación de un Misterio mantenido en secreto durante siglos eternos, pero manifestado al presente por las Escrituras que lo predicen, por disposición del Dios eterno, dado a conocer a todos los gentiles para obediencia de la fe (Rm_16_25s).
Misterio que el gran apóstol debía anunciar consciente de su bajeza: A mí, el menor de todos los santos, me fue concedida esta gracia: la de anunciar a los gentiles la inescrutable riqueza de Cristo, y esclarecer cómo se ha dispensado el Misterio escondido desde siglos en Dios, Creador de todas las cosas, para que la multiforme sabiduría de Dios sea ahora manifestada a los Principados y a las Potestades en los cielos, mediante la Iglesia, conforme al designio eterno (Ef_3_8s).
Virgen Santa, tú obtuviste para mí la gracia de hablar de ti, que eres el gran misterio creado y la pura criatura que es la incomparable, a la que Dios predestinó desde la eternidad para ser Madre de su Hijo y la victoria que vence al mundo, al demonio y a la carne. Esta es nuestra fe: que por ti tengamos acceso a Dios, tu Padre, tu Hijo y tu Esposo.
Nosotros creemos que eres la Hija del Padre, la Madre del Hijo y la Esposa del Espíritu Santo. Creemos que desciendes de patriarcas, profetas y reyes; que eres de la simiente bendita de Abraham, de Isaac y de Jacob, que recibieron la bendición en consideración a tu dignidad admirable, por ser tú la primogénita de toda criatura.
Creemos que viniste al mundo predestinada, y que la gracia te fue concedida desde el instante de tu concepción; que tu alma fue infundida en tu sagrado cuerpo en plenitud de pureza, como un río impetuoso que alegra toda la ciudad de Dios, el cual te auxilió al despuntar la aurora con los rayos de su divina faz, que irradió sobre ti. La nube de pecados originales y actuales jamás se interpuso entre tú y Dios, el cual habitó en ti para hacerte firme [257] en su amor: Dios está en medio de ella, no será conmovida, Dios la socorre al llegar la mañana (Sal_46_6).
Toda la Trinidad te escogió para ser su templo sagrado, el Espíritu Santo te hizo su divino sagrario, habitando en ti de manera inefable desde tu concepción. Por ello el ángel añadió a la Anunciación: El Espíritu santo descenderá sobre ti, etc., como queriendo decir: No temas, Señora mía, Dios ha estado y está contigo desde tu concepción, el Espíritu Santo, que jamás te ha dejado, volverá de nuevo en una venida sublime a fin de obrar el divino misterio, y la virtud del Altísimo te cubrirá con su sombra mientras que el Verbo se encarna; es decir, que el Hijo nacerá Santo en ti en este momento, y de ti al cabo de nueve meses. Tú serás la única Virgen y Madre, tú serás la victoria que vencerá al mundo; tú serás la fe del pueblo fiel, que podrá decir en verdad lo que el predilecto de tu Hijo afirmó con toda verdad de él: lo que ha conseguido la victoria sobre el mundo es nuestra fe (1Jn_5_4).
María, pura por excelencia, es nuestra victoria, por haber atraído a la tierra al Hijo del Altísimo, quien se sujetó a su Madre, la cual creyó en las divinas promesas. Ella tuvo fe en que podía ser Madre y Virgen por obra del poder divino, y así todo se cumplió perfectamente en ella. Su Hijo está de acuerdo en que diga yo que ella es nuestra fe, sin derogar lo que él es por naturaleza.
Podemos describir lo que María es por la gracia: es tres veces santa en el cielo y en la tierra, porque en el cielo da testimonio de la perfecta sumisión de una hija, de la absoluta autoridad de una Madre y del incomparable amor de una Esposa. Estas cualidades integran una sola María, que las ejerce admirablemente en la tierra. Ella somete las almas al Padre; ella da poder al sacerdote sobre su Hijo, porque el cuerpo de Jesucristo es de María y la consagración se hace del cuerpo y de la sangre; y por concomitancia, el alma y la divinidad se encuentran allí, de manera que los sacerdotes son convertidos en padres y madres de Jesucristo al producirlo sobre el altar en virtud de las palabras [258] sacramentales.
Ella obtiene el fervor a las almas que vuelven a engendrar a Jesucristo en su corazón y en el de los demás. Ella atrae hacia el Dios del amor una innumerable muchedumbre de esposas sin distinción de sexo y condición. Ella viene a nosotros por el agua, la sangre y el espíritu. Ella es arteria de gracia: nuestra tierra estaba seca y estéril, maldecida a causa del pecado. El hombre, que era carne y sangre corrompida, era incapaz de recibir y conservar el espíritu de Dios, quien dijo que su espíritu no habitaría en el hombre carnal.
David gimió: Líbrame de la sangre, Dios, Dios de mi salvación, y aclamará mi lengua tu justicia (Sal_51_16). Haz venir a María, a fin de que ella te ofrezca un sacrificio de justicia y una oblación pura de su preciosa sangre y de su propia carne, que revestirá a tu Verbo divino, el cual se ofrecerá en holocausto perfecto a fin de que manifiestes tu bondad, aceptando esta víctima purísima. Después de repudiar la sangre de toros y machos cabríos, te será agradable el de Jesús establecido en María, quien vino a nosotros por el agua, es decir, por un privilegio de la gracia que jamás se ha concedido a ninguna otra criatura por la sangre y por el Espíritu Divino.
Nunca antes, ni los hombres ni los ángeles, hubieran podido inventar una maravilla tan grande como María. El divino amor fue quien halló a esta mujer fuerte, no sólo en los confines de la tierra, sino más allá de las bóvedas azuladas. El la encontró en su mente amorosa y en sus designios eternos, ocultos tanto a los siglos pasados como a los ángeles, hasta poder enviar un san Pablo que dijese con grandísimo respeto: Dios me envió para proclamar esta maravilla: María oculta en Dios a los siglos pasados. Permíteme, divino apóstol, que declare contigo la misión que Dios me confió a mí, que soy la última de sus criaturas y la más humilde de sus siervas: la de anunciar la buena nueva de los tesoros de su gracia y las excelencias de María, que son riquezas insondables para las criaturas, riquezas que el Hombre-Dios concedió y comprendió. El permite a ciertas almas decir algo sobre ellas a los que deben entender los misterios ocultos a los siglos en él, que es Dios, [259] creador de todas las cosas. El permite que una hija proclame las maravillas de su Madre: para que la multiforme sabiduría de Dios sea ahora manifestada a los Principados y a las Potestades (Ef_3_10).
Fui llamado, dice el apóstol, para enseñar estos misterios no sólo a los hombres, sino también a los ángeles. Este es el don que recibí en la Iglesia a través de aquel que es la sabiduría de Dios Encarnado, que posee en sí mismo toda la ciencia y sabiduría del Padre, en el que habita corporalmente la plenitud de la divinidad, el cual me asignó el oficio de juez sobre las doce tribus y aun el de juzgar a los ángeles, los cuales aprenderán de mí y de mis imitadores los misterios que no se han sabido en el cielo porque el Hombre-Dios debía enseñarlos en la tierra a su esposa, la Iglesia, nacida de su costado; es decir, de su corazón, a la que revela los secretos de su aposento nupcial, si no es que ella misma es dicho tálamo, en torno al cual los ángeles son apostados para cuidarla e intimidar a los espíritus nocturnos que no osan a acercarse a los rayos de sus divinas claridades, huyendo de la luz cual aves de la noche.
Designo a los santos ángeles como divinas claridades por participación, por cuyo medio, antes de la Encarnación, Dios se comunicó a los hombres, debido a que el Dios de bondad los constituyó ministros suyos, dando la ley a través de su ministerio. A partir de la Encarnación, él es el ministro adorable y adorado, que derrama sobre los hombres sus favores especiales, haciéndolos hermanos, participantes de su divina naturaleza y coherederos suyos. Encomendó además a los ángeles acudir en su auxilio para la adquisición de esta heredad, en calidad de ministros de fuego que en ocasiones tienen la misión de prender la llama e iluminar los entendimientos de las almas queridas, hasta llegar a cierta medida, después de la cual se detienen para adorar al sol en su tabernáculo.
Me estoy refiriendo al Verbo Encarnado, sol de justicia, que penetra en su t lamo y les cierra las cortinas del lecho cuando le place, diciendo: Mi secreto, para mí; como mi esposa es una conmigo, el ángel no siempre tiene permiso de entrar en el consejo y escuchar lo que en él se dice, ni en el gabinete secreto de la Majestad enamorada divinamente de la naturaleza [260] humana para ver lo que ahí sucede. No concedió al ángel el privilegio de sentarse a su diestra, como al hombre: ¿A qué ángel dijo alguna vez: Hijo mío eres tú: yo te he engendrado hoy? (He_1_5).
El humildísimo ángel recibe con respeto lo que Dios le enseña de más secreto a través del hombre, en especial lo que concierne a la economía de la Encarnación y de la Iglesia, a la que va iluminando de claridad en claridad por medio de su divino Espíritu, que no desdeñó ocuparse de su gobierno por considerarla esposa del Verbo Encarnado, a la que desea ver sentada a su diestra como una Reina vestida con túnica de oro adornada con todas las piedras preciosas de las perfecciones angélicas y humanas; es decir, que lleve en sí, por participación, las perfecciones de su amorosa divinidad, que le permiten enterarse de los secretos de su Rey, que es su Esposo gracias a la acción del Espíritu Santo.
Por ello dijo Gabriel a la Virgen que el Espíritu Santo le enseñaría el misterio que ella deseaba saber, ya que ni él ni toda la naturaleza angélica podrían expresarlo por ser el misterio oculto en Dios, que ella le enseñaría al convertirse en madre del Hijo único del Padre, que deseaba permanecer en su seno y nacer de ella en el tiempo, así como nació de su divino Padre en la eternidad.
Los tres que dan testimonio en el cielo empíreo serían sus testigos en el cielo intelectual de sus tres potencias e inefables riquezas de su amor divino, el cual descendería a ella para hacerla digna morada suya y revestirse de su propia sustancia. El divino Verbo, obró de este modo para que, por concomitancia, el Padre y el Espíritu Santo dieran testimonio en la tierra bendita de su sagrado cuerpo de que ella es Madre y Virgen, de que el Verbo Encarnado es un Dios simplísimo con el Padre y el Espíritu Santo y que siendo tres personas distintas, son una esencia indivisible, que está toda en el Padre, toda en el Hijo y toda en el Espíritu Santo.
El Padre la comunica al Hijo por vía de generación, y el Padre y el Hijo al Espíritu por vía de producción; Espíritu que es el lazo y el amor de los dos, el cual rechazó toda carne corrompida por tener el designio de reposar en María y tomar su sangre [261] purísima para formar y nutrir con ella el cuerpo del Verbo, que deseaba venir a nosotros a través del agua purísima y virginal de la sustancia de María y de la sangre inmaculada de la Virgen, que jamás se apartó del amor a Dios, siendo en todo momento un espíritu unido al espíritu divino.
Me atrevo a decir que la creó en el Espíritu Santo: la dio el ser en el Espíritu santo (Si_1_9), para sentarla en su trono y que tuviese autoridad sobre el Verbo Encarnado, que es Dios. María fue concebida Hija de Dios porque jamás contrajo el pecado, causa de que seamos concebidos como hijos de ira y que nazcamos enemigos de nuestro Creador, con excepción de los que santificó en el vientre de sus madres, que son raros. Muy pocos han recibido este favor.
Dios vino a nosotros por el agua y la sangre, no por el agua sola, sino por una y otra, así como por el espíritu de María, que dio su consentimiento a las divinas palabras dictadas al ángel por la divinidad, que es espíritu de verdad, a la que adora en espíritu y en verdad. María fue aquella que el Padre buscó y encontró para ser verdadera adoradora y a la que dio su Hijo para que fuera suyo, porque este Hijo es común al divino Padre y a María por indivisibilidad.
La Divinidad vino a nosotros, por tanto, a través del agua, la sangre y el espíritu de María, que darán testimonio eterno en el cielo así como lo dieron en la tierra de que la segunda persona de la Trinidad es verdadero hombre por el agua, la sangre y el espíritu de María. Los hombres van a Dios y al cielo en virtud del agua y de la sangre que María dio con el perfecto consentimiento de su alegre y humilde espíritu.
Los hombres somos salvados y rescatados porque Jesucristo pagó el precio de nuestra redención con su sangre y con el agua de sus sudores; es decir, de su costado, siendo voluntad suya que su Madre estuviese al pie de la cruz para ratificar el don que ofrecía a la divina justicia, pagándole con rigor mediante una copiosa redención del cuerpo y de la sangre que tomó de María, sin dejar de ser súbdito suyo tanto en la cruz como en el pesebre. El dependía de María; si ella se hubiera opuesto, ignoro si todo hubiera sucedido de distinta manera, debido al libre albedrío y ascendiente que María inmaculada tenía sobre Jesús, su hijo inocente, que murió porque así lo quiso, [262] para salvar a la humanidad pecadora.
No ignoro que María y Jesús, en cuanto creados, no fuesen dependientes de la Divinidad y, por tanto, obligados a su divina voluntad. Cuando plugo a la divina Trinidad mandar con poder absoluto e indiscutible, el Verbo, que era el soporte del alma y del cuerpo de Jesús, tuvo el poder de mandar esta muerte, pero la cortesía del divino príncipe no quiso recurrir al mandato riguroso, sino al de bondad, la cual se manifestó en la Encarnación en María, en el nacimiento, en la muerte y hacia todos los hombres con su humanidad, no porque lo mereciésemos, sino debido a la misericordia que quiso darnos un baño de regeneración en la muerte de aquel a quien el Padre engendra desde la eternidad y María en el tiempo, sin decir con ello que la naturaleza divina haya muerto en la cruz, porque el Verbo jamás abandonó el alma ni el cuerpo que tomó en María. Solemos afirmar al comunicarnos con el idioma, y basándonos en las acciones, que el Hijo de Dios murió por nosotros. Sin embargo, el alma y el cuerpo estuvieron siempre unidos hipostáticamente a la persona del Verbo divino, el cual confirió al cuerpo y alma a los que apoyaba en calidad de soporte, un mérito infinito con el que pagó más que suficientemente las culpas de todos los hombres, mereciéndoles así una gloria inefable a la que los elevó por la sangre de María. Creo tener razón al decir que el alma de María residía más amorosamente en la sangre que dio al Verbo divino al que amaba, que en su propio cuerpo al que animaba, porque al ver esta sangre virginal correr adorablemente en la segunda persona, se adhirió a ella con una devoción amabilísima, ya que nadie odia su carne y su sangre. Qué fuego tendría la Virgen hacia el cuerpo de su Hijo. Me siento incapaz de expresar este ardor. Sólo el Verbo Encarnado y su Madre, que lo sintieron y sienten, podrían expresarlo experimental y doctamente. El Padre y el Espíritu Santo lo comprenden, como el Verbo, de manera sublime. Los tres dan testimonio de ella en el cielo y en la tierra cuando se complacen en darla a conocer por iluminación y por inspiración, concediendo una chispa a algunas almas, [263] que es suficiente para encenderlas en fuego e impulsarlas a decir con el profeta: Ha lanzado fuego de lo alto, lo ha metido en mis huesos (Lm_1_13), y exclamando: Ciencia es misteriosa para mí, harto alta, no puedo alcanzarla (Sal_138_5). Lo que el alma no puede comprender es para ella una noche clarísima en sus delicias, porque esta noche, en la luz de la fe, es para ella más brillante que el día. No teme naufragar en el océano de sus comunicaciones admirables, porque mira la estrella y es mirada por María, hija del Padre, Madre del Hijo y esposa del Espíritu Santo, que posee en sumo grado el poder, la sabiduría y la bondad para asistirla al lado de la augusta Trinidad, mostrándose como hija en sus humildísimas súplicas; como Madre por sus sabias recomendaciones y como esposa por una amorosa solicitud a través de la cual el divino Espíritu accede a todos sus deseos, por haberle concedido los mismos deseos de su corazón, que se deleita en su divino amor, mediante el cual ella engendra en el cielo y en la tierra hijos de gracia y de gloria. Esto no es de maravillar, porque engendró al Dios de la gloria que venció al mundo, que nació de Dios y de María, la cual creyó por todos nosotros que el Salvador de todos podía y quería constituir al Hombre-Dios, haciendo que Dios se hiciera hombre, pero hombre mortal unido hipostáticamente al Dios inmortal.
La fe de María pudo esto, abajando al Altísimo mediante una amorosa victoria al creer que el Hijo de Dios podía ser su hijo sin detrimento de su virginal pureza, y que fue purísima al ser Madre de aquel que es el esplendor de la gloria del Padre, figura de su sustancia, imagen de su bondad y espejo sin mancha de su majestad. Fuente de la sabiduría es el Verbo de Dios en las alturas. El Verbo divino, que es la emanación purísima de la luz omnipotente del Padre en él y en su divino Espíritu por divina circumincesión, resolvió desde toda la eternidad entrar en María acompañado de las otras dos personas supremas, que son inseparables debido a su unidad esencial, a pesar de ser distintas en sus propiedades personales.
Al entrar en María, quiso alcanzar desde un confín hasta el otro, ideando la admirable invención de unir lo finito a lo infinito, al Altísimo con lo bajísimo, al Criador con la criatura, en el instante mismo de la Encarnación. Se despliega vigorosamente de un confín al otro del mundo y gobierna de excelente manera el universo (Sb_8_1).
¿Cómo es tu amor por María? Es un amor eterno, que no es joven ni viejo. Hija mía, no puedo decir: Yo la amé y la pretendí desde mi juventud (Sb_8_2). ¿Quién podría comprender cuánto he amado a mi Madre, si afirmara que la busqué desde mi juventud? La he amado con un amor eterno; la encontré dentro de mí para ser mi Madre, mi guía y esposa en el tiempo en que me haría niño en ella y de ella y me esforcé por hacerla esposa mía y llegué a ser un apasionado de su belleza. Realza su nobleza por su convivencia con Dios, pues el Señor de todas las cosas la amó. Pues está iniciada en la ciencia de Dios y es la que elige sus obras (Sb_8_2s).
Cuánta generosidad demostró al decir: Hágase en mí según tu Palabra. Con ella aceptó la maternidad divina, rodeando al oriente que entró en sus entrañas, en las que permaneció nueve meses durante los cuales ella le glorificó interiormente en sí misma, y exteriormente en casa de Zacarías.
Esta Virgen amó más a Dios que todas las demás criaturas, y fue amada por Dios sobre todas ellas. Como fue enseñada por el Espíritu Santo, es la más docta de todo el universo por haber engendrado a la sabiduría encarnada, que quiso aprender de ella por experiencia lo que sabía ya por eminencia. La obra de la Virgen es su Hijo, el cual es obra del Dios Altísimo. ¿Puede haber expresión más sublime que decir que el Hijo del Altísimo es el Hijo de María, igual al divino Padre y súbdito de esta Madre, la cual comprende verdaderamente que la voluntad divina es que su Hijo la obedezca y observe las leyes que dio a los demás hijos, sin omitir una sola tilde?
Hasta en el cielo empíreo María sigue teniendo poder sobre su Hijo, a pesar de ser cabeza de los hombres y de los ángeles, que la reconocen como a su [265] Emperatriz y Madre del soberano Dios, el cual no concede favor alguno sin que pase por su Madre, a fin de que todo sea testimonio de su bondad hacia los hombres y los ángeles, y que ella sea la Victoria que sobrevoló los cielos y la tierra: el cielo mediante su confianza, y la tierra a causa de su fe; confianza que venció al mismo Dios, fe que venció al mundo y a la tierra, la cual es incapaz de retenerla por ser la Incomparable.
Ella tuvo, para amarlo, el cuerpo de su queridísimo Hijo, que está compuesto del de María; cuerpo y sangre que atraen a Dios a nosotros; cuerpo sagrado que es nuestro viático y camino para ir hacia Dios, que es camino y término, todo a una, porque en el divino sacramento se encuentra la soberana felicidad, aunque velada, pero con un velo que atraviesa la fe para unir a la persona que comulga con el soberano bien, con tanta o más dicha que Moisés cuando dijo que hablaba con Dios como un amigo con su amigo. Puede decirse que, cuando una persona comulga con amor, habla boca a boca con Dios altísimo.
María entonó el cántico de gracia al Dios de la gloria cuando vio a su pueblo en medio del Mar Rojo de su sangre alimentado con el maná de su propia sustancia, abrevado, es decir, embriagado por este torrente de delicias y transformado por dicha recepción, en un mismo espíritu y una misma carne con Jesús y María.
Tres son los que dan testimonio en el cielo del espíritu: el Padre, el Verbo y el Espíritu Santo, y estos tres son uno; tres son los que dan testimonio en la tierra del cuerpo que ha comulgado: María, Jesús y el comulgante, con una fe virginal que es la victoria que ha vencido al mundo.
Todos estos favores llegan de Dios hasta nosotros a través de María, que es la Madre de los hijos de gracia y de adopción, a los que son contrarias las máximas del mundo. Si recibimos los testimonios de los hombres, con mucha mayor razón debemos recibir el del Hombre Dios y el de su Madre Virgen, que se nos dio por Madre porque Jesús nos engendró en la cruz por la sangre y el agua que brotaron de su costado, cuando exhaló su espíritu sobre nosotros al inclinar su cabeza; espíritu que recibió y conservó su Madre de manera admirable, por [266] estar siempre unida a Dios trino y uno en el cielo y en la tierra.
Como hija, Madre y esposa queridísima, llevaba en ella el agua y la sangre, conservando en sí misma a los tres que dan testimonio en el cielo y en la tierra a la hora de la muerte de su Hijo. En ella se apoya la Iglesia y es preservada, por ser su Madre, ya que su Hijo encomendó María su discípulo amado, en cuya persona puso bajo su amparo a todos los fieles, que son sus hermanos por adopción y herederos con él.
Capítulo 32 - La humildad, el fervor y la fe de san Miguel lo convirtieron en lo que es delante de Dios y sus criaturas. El venció el dragón en virtud de la sangre del cordero, de la fidelidad, de la fe y del respeto del embajador san Gabriel.
[267] El día de san Miguel, estando en oración después de la santa comunión, comprendí que la humildad y el celo por la gloria de Dios y del Verbo Encarnado elevaron a san Miguel al primer rango que posee en medio de los ángeles, mismo que perdió Lucifer a causa de su orgullo y rebelión al rehusar someterse a un Hombre-Dios, por el cual y en cuyo nombre combatió san Miguel, sujetándose con profunda humildad a esta naturaleza inferior a la angélica, pero ensalzada infinitamente por encima de ella por medio de a la unión hipostática, la cual no era debida al ángel, como lo pretendió el espíritu soberbio.
Como Dios es libre en la comunicación de sus dones y san Miguel se sometió, fue elevado tan alto, que, en cierta manera, el Verbo Encarnado se sometió a él por ser intendente de la nación judía, y en particular de la tribu de Judá; cuyo pueblo y tribu se hallaban bajo la dirección de este admirable guía, el Hijo de Dios, en cuanto hombre, estuvo bajo su dirección y tutela en cierto modo; no contentándose con estar bajo la ley, y naciendo de mujer para librar de los rigores de la ley a los hombres que debían observarla, antes de que él la cambiara según la dulzura de la gracia y de la fe mediante la cual es justificada el alma si acepta vivir de la fe que se fundar en el Verbo Encarnado.
El justo vive de la fe. san Miguel parece haberla puesto en práctica al adorar al Verbo humanado que le fue prefigurado al encarnarse en las entrañas de la mujer. San Juan en su Apocalipsis nos describe las maravillas que san Miguel y sus ángeles obraron en reconocimiento de la divina Encarnación que quiso obrar el Verbo, tomando un cuerpo en las entrañas de una mujer en cuya defensa san Miguel combatió y abatió al dragón, que parecía codiciar su fruto. San Miguel, generalísimo de los ejércitos del Dios vivo, demostró que luchaba para gloria del Verbo, cuya voluntad fue hacerse hombre mortal para vencer en virtud de la sangre que debía ser derramada: Ellos lo vencieron gracias a la sangre del Cordero y a la palabra de testimonio que dieron (Ap_12_11).
Miguel no dudó ni del poder ni de la voluntad del Verbo cuando supo que deseaba encarnarse. Abraham creyó en lo que Dios le dijo u ordenó bajo la apariencia de un ángel su fe y la firme creencia en ello le fueron reputadas por justicia. Como san Miguel no admitió duda alguna respecto a los misterios que la divina voluntad deseaba obrar en la tierra, su fe le fue reputada por justicia, siendo confirmado en gracia y en gloria, después de lo cual se hizo acreedor a la complacencia que Dios tiene en su fidelidad a todos los oficios que la Trinidad le ha confiado, y de ser el gestor del misterio de la Encarnación, así como san Gabriel fue el embajador de la misma. San Gabriel pareció hacer un acto de fe cuando la Virgen le preguntó cómo se haría la Encarnación si ella no conocía varón. El respondió: Señora mía, el Espíritu Santo descenderá sobre ti y la virtud del Altísimo te cubrirá con su sombra, y lo que nacerá de ti se llamará en verdad el Hijo del Altísimo. Yo lo creo, porque el Dios de toda verdad me pidió que te lo anunciara. Esta es mi misión. Adoro los misterios que él desea obrar en ti y [268] en la naturaleza humana.
No me corresponde saber los secretos del tálamo del divino esposo; debo retirarme después de haberte manifestado el motivo de mi embajada y reiterar ante tu majestad los ofrecimientos de mi obediencia y humildísimo servicio como a aquella a la que confieso como nuestra soberana Dama, Madre del Rey del cielo y de la tierra, que es cabeza de los hombres y de los ángeles, al que nada es imposible. El verificará las profecías, nacerá santo de ti y será llamado Hijo de Dios. Su reino sobrepasará los reinos y se elevará por encima de todos ellos. Será infinito.
Capítulo 33 - La bondad de Dios nos envía aflicciones para que la invoquemos. Su Espíritu Santo hace que todo coopere en bien de los que le aman con confianza. Jesucristo fue escuchado por su reverencia, en favor de su cuerpo místico.
[269] Cerca de la fiesta del Evangelista san Lucas, encontrándome oprimida por el asma, respiraba con gran trabajo. Ofrecí esta opresión a mi dulce amor como un signo de esperanza en su bondad, y que cada vez que respirara con dificultad trataría de aspirar a él, en quien tengo toda mi esperanza. El mal me movió a acudir al Padre de mi Señor Jesucristo, ante el cual me lamenté, invocándole con estas palabras: Ser de todo ser, reiterándole varias veces esta clase de queja. Al recurrir al auxilio de aquel que es el ser de todo ser, me pareció que no debía detener mi espíritu en esta invocación al divino Padre, por recordar que oí decir que un filósofo pagano la expresó de igual manera antes de morir. Temí equivocarme al repetir las palabras de un pagano. El Espíritu Santo me instruyó diciéndome que esta suerte de invocación complacía a la divina y paternal misericordia, que es fuente y origen de la Trinidad; que el divino Padre puede ser llamado Ser de los seres, porque el Hijo recibe de él su esencia, y yo el Espíritu de los dos en un solo principio. Es el Padre de las misericordias y el Dios de todo consuelo, que nos reconfortar en toda aflicción. Habiendo creado al hombre por misericordia, envió a su Hijo también por misericordia. Con esta inteligencia, proseguí mis quejas, más amorosas que dolorosas, diciéndole: Ser de todo ser, ten piedad de mí. Otro día me vino a la memoria que el Salvador fue escuchado a causa de su reverencia, no sabiendo si aplicar dichas palabras a la oración que hizo en el huerto, o a los clamores y lágrimas que derramó en la cruz. Estando próxima a comulgar, mi divino Amor me dijo: Quiero que sepas, hija mía, que fui escuchado según mis palabras en la cruz cuando lancé un fuerte grito, habiendo vertido lágrimas adorables que fueron los signos que acompañaron mi expiración, así como ves que sucede a las personas que expiran. Al ver sus dos últimas lágrimas, se dice: ha expirado. [270] Hija, un alma que ha consumado su vida en mi amor, lanza un fuerte grito al no encontrar criatura alguna que la pueda consolar. Al dejarse caer en mi amoroso y paternal cuidado, dice: Todo está consumado, adoro tu vigilante providencia, poniéndome en tus manos benditas. Inclino mi cabeza y te entrego mi espíritu con todo respeto. Termino mi vida con lágrimas, así como la comencé: llorando. Espero que consueles mi espíritu en la tierra de los vivos, en la que te veré pleno de gloria y de verdad al salir de la tierra de los muertos.
Las lágrimas son poderosas delante de la majestad divina. Cuando el Verbo Encarnado quiso obtener de su divino Padre algunos favores señalados para los que amaba, rompió en llanto. Lloró en la resurrección de su amigo Lázaro, lloró al prever la destrucción de Jerusalén, y aunque fue destruida en el tiempo predicho, su Padre y él, en consideración de sus lágrimas, enviaron al Espíritu Santo a Jerusalén porque las lágrimas de Jesús merecieron este favor. A pesar de que los judíos cometieron un crimen expulsando de ella al divino Salvador al salir de ella para dirigirse a la muerte, quiso que la Escritura se cumpliera: Pues de Sión saldrá la Ley, y de Jerusalén la palabra del Señor (Is_2_3).
El apóstol nos dice, refiriéndose al tiempo en que quiso obtener la consumación de la salvación de todos los hombres: El cual, habiendo ofrecido en los días de su vida mortal ruegos y súplicas con fuerte clamor y lágrimas al que podía salvarle de la muerte, fue escuchado por su actitud reverente (Hb_5_7). Si quisiera entenderse por esto la oración en el huerto, habría contradicción, por parecer que mi oración no fue escuchada enteramente, ya que no pasó de mí el cáliz; mi Padre no me libró de la muerte en mi cuerpo natural. Sin embargo, obtuve la vida para mi cuerpo místico y la gloria para mis elegidos a través de mi sacrificio, mis oraciones, mis lágrimas y mi clamor.
Siendo el Altísimo, me anonadé; por eso Dios mi Padre me oyó y me exaltó, de manera que toda rodilla se dobla en el cielo, en la tierra y en el infierno. Cuando el Padre de misericordia vio las lágrimas de su Hijo amadísimo, no pudo rehusar sus peticiones en favor de sus elegidos; no pudo ver al que es su reír en la eternidad, llorar en el tiempo y dejar de escucharle. Esto es lo que su paternal benignidad no pudo ver sin la compasión que le es natural, por ser propio de él ser misericordioso y perdonar a todos aquellos para los que su Hijo pide la salvación eterna, obteniendo para ellos el favor de perseverar en la gracia que les ha concedido y les concederá.
Padre Dios, que engendras a tu Hijo, comunicándole tu esencia por vía de generación, produciendo con él al Espíritu Santo, al que como un solo principio comunicáis el mismo ser; te pido me envíes al Hijo y al Espíritu Santo. Por ser inseparables de ti, y por ser indivisible tu naturaleza, te tendré junto con ellos. Como eres un Dios único sobremanera, seré consumada en tu unidad por tus divinas llamas.
Así como el Verbo Encarnado es el reino de Dios y su justicia, sus hijas deben buscarlo y con él, dar cumplimiento a toda justicia, porque es menester sufrir para poseerlo.
[269] El 27 de octubre de 1636, después de comulgar, traté de entrar en aquel que había entrado en mí. Pedí que una puerta me fuera abierta en el cielo de la divinidad para poder contemplar el arca de la alianza, es decir, el corazón de Jesucristo. La misma adorable arca, movida por su propia bondad, pidió con amor lo que más agradara a la divina paternidad.
Escuché estas palabras: Buscad primero el Reino y su justicia, y todas esas cosas, etc. (Mt_6_33). Pregunté qué era el Reino de Dios y su justicia, y se me comunicó que el Verbo divino es el Reino de Dios, y que su justicia es su humanidad, la cual sufrió para satisfacerlo.
Dios, en sí, es bueno, su bondad esencial es su reino. Dios es justo hacia nosotros, Jesucristo es Dios de Dios y el hombre inocente de María inocente; pero como se hizo responsable por los culpables, es decir, por el género humano, se manifestó en la similitud de la carne del pecado, y Dios descargó sobre él su justicia, a la que pagó con todo rigor las deudas de los hombres. Por haberlos redimido a todos, todos le pertenecen a titulo de redención. A él se dio todo poder en el cielo y en la tierra. Hija, busca y pide el Reino de Dios y su justicia, y todo se te dará con él. El Verbo Encarnado es este reino y su justicia. Es necesario que las hijas de esta Orden posean en la parte superior del espíritu el Reino de Dios, es decir, el Verbo, y que sufran aquí abajo por la justicia. Entonces todo les pertenecerá, y ellas al Verbo Encarnado.
Es menester que cumplan toda justicia a imitación del Verbo Encarnado y de su precursor, superando todas las dificultades, porque desde los días del gran Bautista, el reino de los cielos sufre violencia y sólo los violentos lo arrebatan. Que renuncie ellas mismas, que lleven la cruz, que sigan al Verbo Encarnado, que mueran cada día, pero por él, por medio de continuas mortificaciones. En suma, que pierdan sus almas en esta vida amándole y por su amor, a fin de que la encuentren en la otra en el amor que hace que el alma viva más justamente en Dios, al que ama, que en su cuerpo al que anima.
El gran apóstol encontró este secreto cuando dijo: Y no vivo yo, sino que es Cristo quien vive en mí (Ga_2_20). No era él quien vivía, sino Jesucristo en él. Aunque su cuerpo tenía todavía por delante permiso de detener su espíritu, que se decía ciudadano de este mundo, se estimaba como un forzado, llamándose desdichado y buscando un tirano que lo librara de él, como hizo Nerón. Sólo la voluntad de Dios por la salvación de sus hermanos le permitió perseverar en la tierra; su alma no hubiera podido consentir en ello si la cruz de Jesucristo no hubiera sido el contrato mediante el cual se ligó a la vida temporal, en espera de gozar de la eterna, a la que aspiraba y por la que suspiraba.
San Pablo no buscaba, según parece, el Reino de Dios al dirigirse a Damasco, sino que el Reino de Dios le salió al encuentro. Jesucristo, que es el Reino de Dios, lo detuvo en el camino, coronado de luz y revestido para darle a conocer su grandeza y el gozo de su bondad. A partir de ese día, vio el Reino de Dios. Fue arrebatado hasta el paraíso y en él intuyó secretos que no le fue permitido manifestar a los hombres.
El Salvador dijo a Ananías, al que fue enviado para ser instruido por él acerca de su voluntad, que le mostraría cuánto debía sufrir por su nombre para que pudiera llegar a la posesión del Reino de los cielos.
Era menester que padeciera para que, así como mi Padre lo preparó para mí, dispusiera yo este Reino para él, al que debía llegar después de muchos padecimientos.
Capítulo 34 - Sábado y reposo de Dios en sí mismo, en la santa humanidad, en la Virgen, en los santos y en las almas a las que su bondad se digna favorecer.
[271] Un día después de la santa comunión, daba gracias a nuestro Señor por la gracia concedida a un Padre de terminar felizmente el año. Habiendo acabado su clase satisfactoriamente en él y para él, deseaba emplear el tiempo de las vacaciones en la meditación, para gloria suya.
El divino enamorado, precavido ante lo que no puede satisfacer, me inspiró que le pidiera mis vacaciones. Me dijo que le alegraba mucho pasarme de grado, elevándome a la contemplación del reposo de su augustísima Trinidad. Se dirigió a todas mis potencias por medio de las palabras de David: Descansad y ved que yo soy Dios (Sal_66_5), invitando a mi alma a dejar las criaturas para descansar y alegrarse en él, que es Creador y criatura, que es Dios, mi principio, mi medio y mi fin.
Mi amor, elevándome en una alta y sublime suspensión, me despojó de todo lo que no era Dios. Su divino espíritu me condujo hacia un reposo admirable y exquisito, haciéndome experimentar lo que está escrito en Isaías: Y llamas al sábado Delicia, al día santo del Señor, Honorable. (Is_58_13). Me dijo que el reposo y sabbat de Dios radica en sí mismo; sabbat deleitoso, santísimo y gloriosísimo, que consiste en el amor subsistente que es el Espíritu Santo, ya que todas las producciones y emanaciones que proceden del interior de Dios finalizan en el Espíritu Santo, que recibe su ser de las otras dos personas, a las que nada comunica, aunque Dios nunca cesa de obrar en sí mismo a través de sus palabras e inexplicables emanaciones, [272] que terminan del todo en la persona del Espíritu Santo, podemos decir que en la tercera persona realiza su sabbat la Trinidad, sabbat y reposo de una operación eternamente incesante, porque el descanso de Dios consiste en sus operaciones y emanaciones, del mismo modo que las operaciones son eternas.
Sabbat y reposo amabilísimos y delicadísimos, que la admirable Trinidad y cada una de las divinas personas siente y recibe en sí, mediante la admirable sociedad y unidad de esencia que hay entre ellas. Ninguna de las divinas personas sería plenamente feliz si no tuviera la compañía inseparable de las otras dos y si no reposara en las otras y las otras en ella por la inefable circumincesión, y porque su consentimiento sólo se da en la producción del Espíritu Santo, que es también eterno como el Padre y el Hijo, de los que procede, recibiendo en él toda la abundancia de la divinidad y siendo el término del reposo de las divinas personas.
El Padre reposa en sí mismo al engendrar a su Hijo, que es el término al que se dirige toda operación del fecundo entendimiento del mismo Padre. El Hijo, al recibir su ser de su Padre mediante la generación eterna, siempre sin dependencia ni imperfección, reposa a su vez en su Padre, en el que se encuentra como Verbo en el entendimiento que lo produce. Reposa al contemplar al Padre, del que es imagen e impronta.
El Padre se complace al mirar la imagen perfecta de su sustancia, y el Hijo al considerar su prototipo, cuyas perfecciones extrae de tal manera, que posee la misma esencia y la misma divinidad. Cuando la voluntad del Padre y del Hijo no ha llegado al término de su acción, ni tampoco a su reposo y sabbat, no por esto se da en ella diferencia alguna de tiempo, ya que sus producciones y acciones son igualmente eternas.
Así como el Padre jamás ha sido Padre sin Hijo, ni el Hijo sin Padre, el Padre y el Hijo jamás se han amado sin el Espíritu Santo. [273] Es así como en la misma eternidad, el Hijo procede del entendimiento del Padre y el Espíritu Santo del amor del Padre y del Hijo. El entendimiento produce antes que la voluntad sin distinción ni prioridad de tiempo, cuando el Padre y el Hijo se unen para espirar al Espíritu Santo, que es el término, la meta y como el centro de su amor. Ambos reposan plenamente en el Espíritu Santo; en ellos el sabbat es perfecto, por ser pleno y entero, debido a que todas las operaciones y emanaciones han llegado a su término sin cesar ni desistir jamás, porque el reposo de Dios no reside en la conclusión de sus acciones, sino en sus acciones mismas, en las que el Padre siempre engendra al Verbo, y el Padre y el Hijo producen incesantemente al Espíritu Santo; Espíritu santísimo que es el fin de todas las divinas producciones. Por eso es llamado poder de Dios no activo, no productor de otras personas, no agente fecundo en la divinidad. Sin embargo, hacia él se dirige toda la virtud productiva y creadora de Dios, ya que junto con las otras personas recibe en él a toda la divinidad.
El Espíritu Santo es el sábado inefable, por ser el beso del Padre y del Hijo y el nudo que los estrecha; el amor con el que ellos se aman y en el que reposan y se deleitan. A su vez, el Espíritu besa a las personas cuyo beso es, se estrecha y se liga con ellas, siendo su nudo y su atadura. Las ama porque es su amor. Reposa en ellas por ser su adorable reposo y la alegría de este delicadísimo sabbat, que todas las personas poseen la unidad de la esencia, la una dentro de la otra, perfeccionándose y colmándose. En esto consiste la divina Bienaventuranza, que se basta a sí misma y no necesita de las criatura alguna.
Las ruedas que vio el profeta Ezequiel en la carroza de la gloria de Dios estaban de tal manera dispuestas una dentro de la otra, que una se movía al girar la anterior debido a la impetuosidad del mismo espíritu. La gran circunferencia que encerraba y recibía [274] su movimiento de manera inconcebible era tan admirable como la vida y el espíritu que estaban en esas ruedas. Las divinas personas obran, reposan y se encuentran una dentro de la otra de manera mucho más sublime, que sólo ellas conocen. Su movimiento está en su reposo, y su reposo en su movimiento y acción. Llamo a esta operación movimiento no porque aporte en sí cambio alguno, sino porque se realiza, según nuestra manera de concebir las cosas divinas, a través de una impetuosidad y a manera de precipitación: el Padre se apresura, por así decir, a comunicar su esencia al Hijo, y el Padre y el Hijo, con toda la vehemencia de su divina voluntad, a espirar al Espíritu Santo, que es su amor, para besarse entre sí y reposar en él como en el término de su voluntad y de todas sus acciones y el punto inmenso al que se arrolla el círculo de la inmensidad de Dios y de sus operaciones inmanentes y fecundas en sí mismo, movimiento sagrado que tiende al reposo, o que se realiza en el reposo. Reposo inefable que se da en el movimiento.
El uno y el otro son eternos e inseparables, reposo que no es ocioso ni estéril; movimiento que no es inquieto ni penoso, sino que actúa deliciosamente; acción fuera de la cual Dios no podría encontrar su sabbat. Reposo amoroso que se halla en el Espíritu Santo, sabbat interminable y eterno en su duración y perpetuidad, y de sábado en sábado (Is_66_23). Según la promesa escrita en Isaías, porque el reposo que Dios toma en la comunicación que hace por vía de entendimiento, va necesariamente seguida del que goza en la fecundidad de su voluntad. Dios encuentra este sábado en y dentro de sí mismo. En el interior de su ser, goza de toda la dulzura y delicia de su acción y de su luz; obra dentro de sí; descansa dentro de sí, siendo él mismo el fin y el término de su propia iluminación.
Este reposo es delicado porque se encuentra en el amor que Dios demostró a los hombres mediante la comunicación que les hizo de sí mismo cuando el Verbo se unió hipostáticamente a la naturaleza que tomó, dándole su propio soporte para servirle de base y de sostén, al grado en que podemos afirmar con toda verdad que Dios es hombre y que el hombre es Dios.
Todo artesano reposa en su obra con dulce inclinación y amorosa satisfacción al verla perfecta y terminada. La de la Encarnación es la más grande, la más excelente, la más maravillosa de todas las que han salido de las manos de Dios. En ella descansa él con un reposo santísimo y gloriosísimo: glorioso del Señor (Is_58_13), porque su humanidad es santificada sustancialmente por la divinidad misma. Es toda la gloria del cielo y de la tierra.
La humanidad del Verbo es no sólo la obra en la que Dios toma su sagrado sabbat, sino que ella misma goza de su sabbat en Dios: la parte superior del alma de Jesucristo, mientras fue peregrino, gozó de delicias inexplicables en la posesión de la gloria y de la bienaventuranza, en tanto que la inferior padecía y trabajaba en el camino. Esta humanidad santísima, esta alma que va apoyada en el soporte divino, que a su vez sustenta su sagrado cuerpo, gozará eternamente por encima de los bienaventurados de la divina operación en la que afirmo consiste el reposo y sabbat de las [276] tres divinas personas debido a que participa, en cierta manera, con el ser de Dios, subsistiendo en él por medio de la unión hipostática. Es así como goza de manera eminente del sabático de sus divinas operaciones, y aunque este gozo o reposo parezca ser común a todos los santos en la gloria, existe una gran diferencia, no sólo porque la alegría de esta alma es más grande en su plenitud, más amplia y como una pequeña inmensidad, sino porque los santos gozan del reposo sagrado sólo por gracia y favor y porque el alma de Jesucristo, desde el primer instante de su creación y unión al Verbo divino, recibió connaturalmente dicha visión y gozo como un derecho debido al ser en el que subsistía. En fin, ella se abisma y se pierde en dicha plenitud. Aun cuando no sea capaz de la inmensidad que se encuentra en Dios, el alma de Jesucristo participa en su contento según la exigua medida de la criatura elevada hasta la unidad de persona que tiene con Dios puede ser capaz de ello.
El tercer sabbat de Dios está en la Virgen, la cual, al responder al Arcángel que le había explicado de qué manera Dios la haría Madre sin tocar su virginidad, y que la virtud del Altísimo, con el Espíritu Santo, obraría en su seno, respondió: Hágase en mí según tu Palabra. Con esto quiero decir que el Verbo del Padre repose en mí, que su divina virtud me cubra como una sombra o nube sagrada y que el Espíritu Santo descienda sobre mí y en mí. ¿Quién podría negar que Jesucristo, Dios y hombre, no se encontrara en ella como en su lugar de reposo y delicado sabbat?
La misma Virgen, a partir de entonces, inició su reposo y dejó de trabajar, permaneciendo en casa de Zacarías tres meses enteros para celebrar en ella la fiesta de su sabbat. A su llegada, san Juan se estremeció de gozo en las entrañas de Santa Isabel, su madre, la cual profetizó. La alegría de dicha [277] fiesta se prolongó durante la permanencia de la Virgen en casa de Zacarías. Su celebración fue más grande aún, más solemne, más magnífica y radiante al nacer el precursor del Verbo Encarnado. Las montañas de Judá resonaron con gritos de alegría: Muchos se gozarán en su nacimiento (Lc_1_14).
Este sabbat fue muy célebre y glorioso en la natividad del Salvador: los ángeles lo solemnizaron en el cielo, y en la tierra los pastores los reyes, san José y María. María, por su parte, guardaba todas estas cosas, y las meditaba en su corazón (Lc_2_19), celebrando esa fiesta y observando aquel sabbat de manera admirable. La alegría y el júbilo de su corazón sagrado y de su alma bendita eran inexplicables. Ella consideraba y ponderaba interiormente todo lo que se decía de las maravillas que había visto y oído, de las grandezas de su hijo, el Hombre-Dios, reiterando en su espíritu sus caminos de alegría, los cánticos de gozo y componiendo con ellos un concierto melodiosísimo en sí mismo, en medio del cual tomaba en su Dios e Hijo suyo su delicioso sabbat, delicado como su divino Hijo, quien lo había tomado en ella por espacio de nueve meses. Si él salió de su seno virginal en cuanto a su humanidad, permaneció en él junto con el Padre y el Espíritu Santo en cuanto a su divinidad, como en el templo delicioso de la augustísima y adorabilísima Trinidad.
Plugo a mi divino amor darme a entender que el Dios todo bueno hace su reposo y sabbat en sus santos: Admirable es Dios en sus santos; tú moras en el lugar santo, que te alabe Israel. El se complace y desea que sus santos tomen su sabbat y reposo en él; después de las obras más grandes y los beneficios más señalados que hizo en favor de su pueblo, mandó que se instituyeran y celebraran festividades en memoria de sus beneficios divinos, que para los judíos eran días de asueto, de reposo y de júbilo, como está escrito en la historia sagrada. El toma y cifra su placer en que reposemos en él junto [278] con él. Esta es la razón por la que el sabbat fue llamado Día del Señor. El quiso que Moisés gozara y celebrara junto con él por espacio de cuarenta días en el Monte Sinaí, en la santa penumbra que es más clara al espíritu que todas las claridades que iluminan los ojos del cuerpo.
El aprobó el sábado y el reposo que Magdalena hizo a sus pies durante su vida mortal, permitiéndole sentarse y descansar mientras gozaba pacíficamente de la dulzura de sus divinas palabras, al mismo tiempo que la buena Santa Marta se quejaba a él confiadamente de que su hermana la dejaba sola en el ministerio de la vida activa, cuyo ajetreo y grandes preocupaciones reprendió él prudente sabia y bondadosamente, diciéndole: Marta, Marta, te preocupas y te agitas por muchas cosas; y hay necesidad de pocas, o mejor, de una sola. María ha elegido la mejor parte, que no le será quitada (Lc_10_41).
Para manifestar la verdad de su palabra, quiso él que Magdalena, después de su ascensión gloriosa, hiciera en el desierto un sabático de treinta años, durante los cuales, los ángeles elevaban a su enamorada siete veces al día para celebrar junto con ellos en el cielo, a pesar de la pesantez de su cuerpo, que era elevado y sostenido en el aire sea por los ángeles o por mandato y poder del amor. Magdalena tuvo el privilegio de asistir al servicio divino en compañía de los espíritus alados, y de cantar en el coro de los serafines las alabanzas de aquel que es tres veces santo y llena el cielo y la tierra de su gloria.
El espíritu y el cuerpo de Magdalena participaron en la celebración que permitía ver a los ángeles el triunfo del divino amor, admirando a esta mujer amante, que se dirigía al seno de su amado para reposar augustamente en él, colmada de delicias como una maravilla de amor, de gracia y de gloria, debido a que era del divino agrado agasajar a su amada.
A dicho reposo de amor me invitó su divino esposo, quien deseaba que gozara de él. Aunque indignísima, me hizo reposar amorosamente en la contemplación y [279] en la visión sublime del sabbat de Dios en sí mismo, en la humanidad santísima y en los santos. Admiré tan singular sabbat, que se multiplica a través de tan diversas y variadas comunicaciones, las cuales se remontan a la unidad de la que emanaron y fueron comunicadas gracias a la inclinación de la bondad soberana, que es en sí comunicativa. Adoré el sabbat de Dios en Dios. Admiré el divino favor que poseían las criaturas de ser participantes en dicha fiesta, de la que el mismo Dios les permite gozar porque es bueno.
El me dijo que deseaba morar en mí y establecer en mí su sabbat delicado y glorioso; que se complacía en estar conmigo; que yo hacía sus delicias. Del Señor santo y glorioso: que él me constituía santuario suyo; que sus santos se alegraban ante el reposo que se complacía en tomar en mí, porque yo sólo me complazco y reposo en el Dios del amor, quien me mostró el exceso de su amor hacia mí y sus predilectos, el cual llega hasta el celo al que, hablando a nuestro modo, si es que las pasiones se encontraran en Dios, llamaríamos celos, porque no desea tener rival alguno. Desea ocupar el corazón y llenarlo sólo de él; de lo contrario, no reposará en él. Existe una diferencia entre el amor y el celo: el amor se contenta con amar y poseer su objeto; el celo da muerte a todo lo que le es contrario o que le impide la plena posesión del objeto y del ser amado.
Me dio su palabra de que, si conservaba este sábado sagrado sólo en él, cumpliría las promesas que me había hecho con frecuencia, las cuales están descritas en el capítulo 58 de Isaías. Me refiero a: Y llamas al sábado Delicia, al día santo del Señor, Honorable y a las que siguen: Entonces te deleitarás en el Señor y yo te haré cabalgar sobre los altozanos de la tierra. Te alimentaré con la heredad de Jacob tu padre; porque la boca del Señor ha hablado (Is_58_13s), [280] a las que la esperanza continua de las delicias que gozaba en el Dios de bondad, justifica plenamente.
Mi divino amor, habiéndome dado a conocer a través de la claridad de su divina luz sus sagradas operaciones inmanentes en la divinidad, y de qué manera reposa en sí misma, quiso enseñarme también la forma en que obra y reposa fuera de sí en todas las obras de su creación. Me hizo ver en seguida el fin y meta de todas sus acciones, explicándome estas palabras del sabio: El Señor lo hizo todo por sí mismo. Si estamos aten tos a las divinas emanaciones, veremos que en verdad Dios obra por su medio, por sí y para sí; las producciones se realizan en Dios, teniendo a Dios como principio y como término.
En cuanto a las acciones que obra Dios fuera de sí, de las que habla el Sabio, todas tienden a la gloria del Señor y no se hacen sino por Jesús, a quien el nombre de Señor es, por esta causa, particularmente apropiado. Es pues al Hijo a quien el Padre ha dado toda la [281] creación, por no haber creado el universo sino para él; la Redención le es ya tan propia, que no puede, como a él, pertenecer a ninguna otra de las divinas personas. La santificación no puede serle negada, por ser él su causa meritoria y porque el Espíritu Santo, al que atribuimos toda la santidad de las criaturas como a su fuente de origen, es el Espíritu del Hijo, que lo envía junto con el Padre, dando testimonio del Hijo porque recibe de él la verdad que enseña a los apóstoles y a la Iglesia: Porque recibirá de lo mío y os lo anunciará a vosotros (Jn_16_14b). Su venida al mundo en abundancia de fuego y luz sólo fue para glorificar al Hijo hecho hombre: El me glorificará (Jn_16_14).
Todo lo que Dios hace fuera de sí es para provecho del Hijo. Hablando con propiedad, el Padre y las demás divinas personas no toman prestada su gloria, que procede de ellas mismas, y que poseen desde la eternidad en toda su plenitud. Así como no pueden perderla ni disminuirla, tampoco pueden acrecentarla. La gloria que les rinden las criaturas, que en verdad es; ora grande, ora pequeña, no hace a Dios más glorioso en sí. Es como que los espejos que devuelven al sol sus rayos, sin por ello hacerlo más luminoso. Permítaseme explicar de este modo mi punto de vista sobre esta luz increada.
En cuanto a la luz creada, el Verbo quiso unirse hipostáticamente a la naturaleza humana, haciéndose Dios y hombre, todo a una, y poseyendo en un mismo soporte la grandeza de Dios y de toda la creación, que está como abreviada en Jesucristo, de manera que podemos decir en verdad que la Virgen es Madre de Dios y que el Verbo es Hijo del hombre, el cual posee mayor gloria en cuanto a su extensión, mas no en cuanto a su eminencia y nobleza. Podemos también decir que el Verbo, según la naturaleza humana, es capaz de una nueva gloria debido a que todo se atribuye no a la humanidad, que nada posee de subsistencia propia, sino al Verbo, en el que su ser subsiste y se apoya.
[282] El Padre, el Verbo y el Espíritu Santo, habiendo hecho todo para gloria de Jesucristo, que es Hombre-Dios y verdadero Hijo natural del Padre eterno, gustan que digamos, como es verdad, que todo es para el Señor y para gloria de su Hijo, sea que consideremos las acciones de las tres divinas personas, sea las de Jesucristo en particular; las cuales, por ser teándricas y por tener como principio la naturaleza humana que subsiste en el Verbo, sostenida en su ser por la hipóstasis del Hijo, que es el mismo Verbo, son atribuidas en su totalidad al Hijo.
Si queremos saber de qué manera rinden las criaturas homenaje y tributo de gloria a Jesucristo, hay que fijarnos en que se dio en prenda por ellas y sufrió de parte de todas. Y todo para elevar al hombre, para cuyo bien fueron creadas. Después de esto y de la gloria que deben a Jesucristo, que es Dios y hombre, el mismo Jesucristo debe recolectar en sí la gloria de todas. Por ello nos dice san Pablo que todo será sometido a Jesucristo, y éste a su Padre, de quien reconoce haber recibido su reino. Habiéndose anonadado y humillado por de bajo de toda criatura, será ensalzado por encima de todas ellas. La creación entera cantará sus victorias y preparará galardones para él. El lleva todo consigo, no sólo debido al brillo de su grandeza, sino con mucha mayor ventaja mediante el resplandor de su amor, que como un torrente en hondonada desborda del seno del Padre eterno, el cual envió a su Hijo. Llevó consigo no sólo los afectos de los hombres y de los ángeles, sino también las inclinaciones del resto de las criaturas, que son todas suyas; lo digo en cuanto hombre, porque todas recibieron a través de él y por amor a él, los beneficios divinos.
Los ángeles deben al Verbo Encarnado su confirmación en gracia, su perseverancia en el bien y la posesión de la gloria que no tendrá otro término que la infinitud. Por su causa combatieron y abatieron a los ángeles rebeldes, y san Miguel, su generalísimo, triunfó del dragón y de todos sus secuaces, demostrando así que no corresponde a los súbditos usurpar las grandezas debidas al soberano; que Lucifer no tenía derecho a sentarse en el Monte de la Alianza, ni a desear igualarse al Altísimo. Sólo aquel que aceptó anonadarse y tomar la forma de siervo sin dejar la de Dios, fue el único que, sin causar menoscabo, pudo llamarse igual y consustancial a su divino Padre y sentarse en el trono de su divina grandeza en el lugar más alto. El es el cielo supremo: Fue constituido más alto que los cielos.
La gloria de los bienaventurados le es debida por esencia, por excelencia, por mérito y en acción de gracias. El es Dios y cabeza de los ángeles y de los hombres. El es redentor de los hombres y glorificador de unos y otros. El ofreció por nosotros sus méritos infinitos; todos le deben un eterno reconocimiento por lo que es en sí y por lo que hizo por todos como bienhechor soberano y universal. La Divinidad se complace en que los cuatro animales, los veinticuatro ancianos, los ángeles y los santos digan con amoroso respeto: Digno es el Cordero degollado de recibir el poder, la riqueza, la sabiduría, la fuerza, el honor, la gloria y la alabanza. Y toda criatura, del cielo, de la tierra, de debajo de la tierra y del mar, y todo lo que hay en ellos, oí que respondían: Al que está sentado en el trono y al Cordero, alabanza, honor, gloria y poder por los siglos de los siglos (Ap_5_12s).
El Verbo Encarnado es el centro de los bienaventurados en el cielo, en el que entró como precursor nuestro el día de su ascensión triunfante, como dice [284] san Pablo: Adonde entró por nosotros como precursor Jesús, hecho a semejanza de Melquisedec, Sumo Sacerdote para siempre. Pero éste posee un sacerdocio perpetuo porque permanece para siempre. De ahí que pueda también salvar perfectamente a los que por él se llegan a Dios, ya que está siempre vivo para interceder en su favor. Así es el Sumo Sacerdote que nos convenía: santo, inocente, incontaminado, apartado de los pecadores (Hb_6_20); (Hb_7_24s).
El está infinitamente alejado o apartado de los pecadores, siendo además el terror de los demonios y de los condenados en el infierno, lo cual redunda en gloria de su justicia. San Pablo dijo con toda razón: Si alguien no ama a nuestro Señor Jesucristo, sea anatema. (1Co_16_22).
El divino Salvador nos amó con infinito amor aun cuando éramos sus enemigos: Mas la prueba de que Dios nos ama es que Cristo, siendo nosotros todavía pecadores, murió por nosotros. Si cuando éramos enemigos, fuimos reconciliados con Dios por la muerte de su Hijo, con cuánta más razón, estando ya reconciliados, seremos salvos por su vida. Y no solamente eso, sino que también nos gloriamos en Dios, por nuestro Señor Jesucristo, por quien hemos obtenido ahora la reconciliación (Rm_5_8s). Porque el amor de Cristo nos apremia al pensar que, si uno murió por todos, todos por tanto murieron. Y murió por todos, para que ya no vivan para sí los que viven, sino para aquel que murió y resucitó por ellos (2Co_5_14).
Jesucristo dice que el que pierde su alma por su amor en esta vida, la encontrará en la vida eterna. No dijo que es necesario perder su alma por su Padre, a pesar de afirmar que correspondía a su Padre conceder el reino, los rangos y los lugares en él. Esto puede ser porque este Hijo amadísimo y amante dio su vida para adquirirnos la gloria, [285] la cual posee en plenitud. La vida eterna consiste en conocer a su Padre y al que envió para nuestra redención y para hacernos participar de su vida eterna. Su cuerpo sagrado, unido hipostáticamente al Verbo, aunque sin la visión de éste, de la que era incapaz por naturaleza, es como la fuente de la felicidad de nuestros cuerpos.
Los santos no la han recibido, no la reciben, ni la recibirán sino a través del Hombre-Dios, y mediante la comunicación que de ella les ha hecho, les hace y les hará según sus méritos, el cual subió al cielo para colmar todas las cosas. Lo que san Pablo afirma de la gracia, puede aplicarse a la gloria: A cada uno de nosotros le ha sido concedido el favor divino a la medida de los dones de Cristo. Por eso dice: Subiendo a la altura, llevó cautivos y dio dones a los hombres. ¿Qué quiere decir subió sino que también bajó a las regiones inferiores de la tierra? Este que bajó es el mismo que subió por encima de todos los cielos, para llenarlo todo (Ef_4_7s). El da la gloria según la gracia y los méritos que su caridad nos ha concedido y que permite merecer en la tierra, por ser bueno y misericordioso y porque ama a sus hermanos adoptivos, a los que ha hecho coherederos suyos.
Es evidentísimo que la creación, la redención, la santificación y la glorificación, que son los principios fundamentales a los que se dirigen todas las obras de la bondad divina, son para gloria del Verbo Encarnado Jesucristo, ya que el divino Padre hizo todo para Su Hijo, el Señor, a quien el Espíritu glorificó, glorifica y glorificará. El Verbo Encarnado se glorificó a sí mismo en el anonadamiento de su Encarnación, elevando una naturaleza inferior hasta la participación de su ser divino. Todo el lustre de esta naturaleza y de sus acciones repercuten en él sin acrecentar su gloria esencial, eterna y sustancial, que le es [286] común con su divino Padre y el Espíritu Santo. Las debilidades y dolencias que tomó en nosotros no pueden opacar el brillo y esplendor de su gloria anonadada en el seno de una virgen, ni en el sepulcro donde su cuerpo fue colocado entre los muertos mientras su alma descendía a los limbos de las bóvedas inferiores de la tierra. Sus abatimientos en nada disminuyeron su adorable y adorada excelencia.
Se trata del Hijo que lleva en sí desde la eternidad todas las riquezas y bellezas de su Padre; Hijo que en la plenitud de los tiempos quiso encarnarse y poseer todas las bellezas de su Madre, comunicando sus excelencias a la naturaleza a la que deseaba desposar. La Virgen estaba destinada a correr sobre los muros, es decir, a pasar por encima de todos los ángeles en el momento de su concepción y volar hasta el seno del Padre para contemplar y atraer a sí la belleza divina que deseaba unirse a la belleza humana. Ante los encantos de esta hija de José, las hijas de la gracia se arrobarían, sobrepasando todas sus debilidades y corriendo en pos de su divino amado, a pesar de las contradicciones de los gigantes o demonios que tuvieron la osadía de querer oponerse a la Encarnación del divino Verbo, y que siguen oponiéndose por malicia a los designios de las almas generosas que, por medio de la gracia, suben más allá de la naturaleza para contemplar y amar al esposo más bello entre los hijos de los hombres.
El cielo, la tierra y los infiernos doblan y doblarán las rodillas ante su nombre, que es la delicia de los buenos y formidable, temible y espantable para los malhechores; es el terror de los demonios y el deleite de los ángeles buenos; es como un bálsamo derramado. Las jovencitas aman mucho al Señor que se llama Jesús, el cual es su amor, su gloria, su reposo y su todo. El es el Hijo que se espiga, cuya figura fue el hijo de Jacob: Hijo que va en auge, José; hijo que siempre va en auge, y de hermoso aspecto: las doncellas corrieron sobre los muros para mirarle. Pero ante él causaron amarguras, y le armaron pendencias, le miraron con envidia sus hermanos armados de flechas (Gn_49_22s).
Se trata del Hijo que lleva en sí desde la eternidad todas las riquezas y bellezas de su Padre; Hijo que en la plenitud de los tiempos quiso encarnarse y poseer todas las bellezas de su Madre, comunicando sus excelencias a la naturaleza a la que deseaba desposar. La Virgen estaba destinada a correr sobre los muros, es decir, a pasar por encima de todos los ángeles en el momento de su concepción y volar hasta el seno del Padre para contemplar y atraer a sí la belleza divina que deseaba unirse a la belleza humana. Ante los encantos de esta hija de José, las hijas de la gracia se arrobarían, sobrepasando todas sus debilidades y corriendo en pos de su divino amado, a pesar de las contradicciones de los gigantes o demonios que tuvieron la osadía de querer oponerse a la Encarnación del divino Verbo, y que siguen oponiéndose por malicia a los designios de las almas generosas que, por medio de la gracia, suben más allá de la naturaleza para contemplar y amar al esposo más bello entre los hijos de los hombres.
Ellas desprecian a los arqueros junto con los dardos y venablos que se atreven a dispararles, sabiendo que el Padre ha dado todo poder a su Hijo, que es su esposo, en el cielo y en la tierra para defenderlas de estas heridas superficiales, y para concederles, por medio de su amor, salir victoriosas de cualquier enemigo. Todas participan de sus victorias y él comparte con ellas los despojos como profetizó David: El Señor da su Palabra a sus mensajeros; gran poder, el Rey de los ejércitos.
[287] El Señor vino a la tierra para dar gran poder a la palabra de su Evangelio y a quienes debían anunciarlo y seguirlo, en especial a las vírgenes que han tenido el valor de tomar su palabra a la letra; El que pueda entender, que entienda, y de convertirse en esposas de este Rey que las ama, comparte con ellas su botín y las adormece en su propio seno, más blanco que el marfil.
El es su palomar, en el que encuentran ellas su nido de amor, en el que gozan del reposo divino sin preocuparse de los ruidos que el mundo, la carne y el demonio querrían suscitar para turbar sus delicias. El Espíritu Santo les dirige estas palabras: Mientras vosotros descansáis entre las tapias del aprisco, las alas de la Paloma se cubren de plata, y sus plumas de destellos de oro pálido (Sal_67_14).
La sencillez de la paloma, la pureza de la plata, la caridad divina, les permiten conocer y gozar del reposo del Rey de reyes, que es más blanco que la nieve por ser figura de la sustancia de su Padre, esplendor de su gloria, imagen de su belleza y bondad divina, que lleva todo en sí mediante la palabra de su poder. Es él quien purgó los pecados y está sentado en el trono de su grandeza a la diestra en la que se encuentran los deleites infinitos. Allí disfruta del reposo y delicado y glorioso sabbat del que les hace [288] gozar en su compañía, elevándolas por encima de lo que es bajeza, haciéndolas reposar y alimentándolas en el mediodía del puro amor, que es el verdadero sabbat y delicioso reposo.
Capítulo 35 - Gloria del reino de Dios que goza el alma gracias a los méritos y justicia de Jesucristo. Únicamente las tres divinas personas son capaces de comprender totalmente esta gloria, de la que participan los santos según los diversos méritos que adquirieron por la gracia. 5 de noviembre, 1636
[291] Alrededor de la fiesta de Todos los Santos, el año 1636, resonaban con frecuencia en mi espíritu estas palabras: Buscad primero el Reino de Dios y su justicia (Mt_6_33). Pedí a mi esposo me ayudara a entenderlas, por creer que él me las sugería. El me ayudó a comprender que el reino de Dios es el mismo Dios trino y uno, en cuya imagen está hecha nuestra alma, la cual, al ser elevada al conocimiento de su esencia simplísima y al de la muy augusta Trinidad, posee la beatitud y el reino de Dios al poseer la divinidad, posesión que obtiene por los méritos de justicia del Salvador, que mereció la gloria a los hombres y a los ángeles. A esta justicia se refirió David cuando dijo: Tu justicia como los montes de Dios (Sal 36_7).
Los méritos de Jesucristo han levantado a los bienaventurados por justicia; el soporte divino del Verbo concedió un mérito infinito a la santa humanidad a través de una total y particular plenitud, divinizándola en razón de la hipóstasis del Verbo, por cuyo medio se encuentra unida por concomitancia a las divinas personas del Padre y del Espíritu Santo, sin que a pesar de ello desconozca la nada de la que fue sacada, lo cual la lleva a humillarse en cuanto criatura y a realzarse en la sublimidad de la persona a la que está hipostáticamente unida. Se abaja al considerar su propia nada. Jesucristo puede decir: Tus juicios, como el hondo abismo (Sal_36_7), [292] al ver que la divina bondad escogió a su humanidad para hacer de ella una montaña sublime que sobrepasa el lugar más elevado.
El Verbo Encarnado hizo que su Madre se sentara meritoriamente a su derecha y que todos los santos y santas poseyeran la gloria mediante sus hechos de justicia, que jamás se agotarán por ser el tesoro infinito de este cofre adorable, de manera que las obras de su justicia crecen y se elevan en todo momento a semejanza de los montes de Dios, que son como abismos delante de los ángeles y de los hombres, a los que nadie, fuera de las divinas personas, es capaz de comprender.
Aun cuando Dios creara cien mil millones de simples criaturas, serían incapaces de recibir en ellas todo lo que Jesucristo, Dios y hombre es decir, Creador y criatura ha merecido. Es necesario que el Padre sea su deudor durante la eternidad. Qué gloria para Jesucristo y qué grandeza encontró su humanidad apoyada en el soporte del Verbo, que da a los padecimientos y acciones de dicha humanidad teándrica un mérito infinito, que está contenido en los tesoros divinos, y al que los ángeles y los hombres no pueden recibir del todo.
En el principio Dios propuso a sus criaturas montañas de justicia y perfección, a las que fueron incapaces de llegar. Jesucristo, empero, las escaló todas, ascendiendo con su naturaleza y sus acciones por delante de los hombres, haciéndolas sublimes en alto grado y allanando los valles de las debilidades de la criatura al elevar a todos los santos.
El quiso sin embargo, con justicia admirable, que tanto en la participación de sus gracias como en la comunicación y aplicación de sus méritos no hubiese desigualdad alguna, ya se encuentran santos que son grandes, otros que son menores y otros más pequeños, que son muy grandes comparados con otros hombres. En su Reino, la justicia de Jesucristo se manifiesta maravillosamente en esta diferencia o desproporción que crea una deliciosa armonía en medio de tanta pluralidad.
A ello se debe que la Iglesia diga en el oficio propio de confesores que no se encuentra otro semejante. El exceso que uno posee sobre el otro no causa envidia alguna, sino que suple lo que falta al otro, llenando el vacío que de otro modo se [293] encontraría en este pacífico Reino, en el que no existen los celos, ni el menosprecio hacia los medianos y pequeños en la medida que han recibido, ya que todo valle terraplenado llega a ser tan alto como los montes.
Al inclinarse hacia los valles, todos los santos se alegran ante la diversa posesión del mismo Reino de Dios y todos son elevados por encima de su naturaleza en una elevación gloriosa: Gozan los santos en la gloria. Esto es lo que indica la gloria esencial, de la que necesariamente procede la elevación o exaltación de dichos montes. Y se alegrarán en su reposo, porque Dios parece conceder un número infinito de perfecciones a las almas a las que eleva de este modo, dándoles con ello un gozo sempiterno.
Por exaltación, significa que la criatura sube hasta Dios y que el gozo que experimenta en dicha elevación es la señal de la comunicación que Dios hace de sí mismo. Los santos de la tierra que imitan a los del cielo, son en verdad montes que se elevan en ocasiones por encima de ellos mismos, alabando en sus elevaciones al Dios de Sión: Los elogios de Dios en su garganta, pero que esgrimen al mismo tiempo espadas de dos filos en sus manos (Sal_149_6). A través de la mortificación continua, cortan de un tajo las deficiencias de la naturaleza imperfecta, combatiendo al mismo tiempo a los enemigos de su bien con el acero de la palabra de Dios y la ayuda de la gracia. El día de Todos Santos, admirando con la Iglesia militante la gloria del Verbo Encarnado con sus santos: Oh cuán glorioso es el reino en donde todos los santos gozan con Cristo, y, ceñidos de blancos vestidos, siguen al Cordero por dondequiera que va. (Antífona del día), mi alma se regocijó ante su gloria.
Por la tarde, al entrar a nuestra capilla según mi costumbre, me postré al pie del altar exclamando: Inclina, Señor, tus cielos y desciende (Sal_144_5). Le pedí, porque no podía, a causa de mi debilidad, subir al cielo para contemplar su gloria y la de sus santos, que su bondad se dignara abajar su grandeza y descender con todos los cielos de sus santos. Añadí que era demasiado caritativo para rehusar mi humildísimo ruego, y que sus santos lo seguirían por deber y por inclinación.
[294] Dije a mi divino esposo que él era imagen de la bondad esencial y esplendor de la gloria de su divino Padre, y que se había como reproducido al moldear a los santos que eran imágenes de él mismo o espejos en los que producía su imagen, así como el Padre había producido, en todo momento, su imagen sustancial en él. Le conjuré por tanto a descender y venir a fin de hacerme conforme a esta imagen, según el deseo del apóstol: Pues a los que de antemano conoció, también los predestinó a reproducir la imagen de su Hijo (Rm_8_29), ya que temía yo haber apagado y oscurecido la que en otro tiempo pintó en mí en el bautismo, al comunicarme la gracia en este luminoso sacramento. Le rogué que su bondad se dignara rehacerla, porque no deseaba yo otro pintor sino él mismo, añadiendo que, me sentía agradecida a su bondad por haber querido que naciera en la octava de Todos los Santos, los cuales se complacen en rogar por nuestra santificación.
En medio de estos impulsos, me sentí poderosamente atraída por mi esposo, el cual afirmó la realeza de mi nacimiento, y que el Dios de las misericordias había querido apuntarme en el libro del amor de su Hijo. Al enterarme de tan gran favor, me abandoné del todo a mi amor diciendo: En tus manos está mi suerte. Vi entonces un pabellón blanco amplio y grande, que me cubría y rodeaba. Al verme dentro de él, me creía, no obstante, fuera de él.
Escuché interiormente estas palabras: Que nos llamó para participar en la herencia de los santos (Col_1_12), junto con la explicación que sigue en la Epístola de san Pablo a los Colosenses, que consiste en que el divino Padre me amó y llamó para hacerme participar en la suerte de los santos con luces admirables, librándome del poder de las tinieblas en su divina providencia, que me aparta del poder y de la expectación de mis enemigos para trasladarme felizmente al reino del Hijo de su amor, cuya sangre me fue aplicada a través de una abundante redención y remisión de mis pecados, haciéndome conforme a la imagen del Dios invisible que es el Verbo divino, en el que creó y gobierna todo en el cielo y en la tierra, en el que reside toda plenitud y por el que se complace en reconciliar con él todas las cosas, pacificando por la sangre de su cruz lo que hay en la tierra y en los cielos.
A pesar de que mis pecados me hacen indigna de sus favores, por haberme alejado de los caminos que más le agradan, desea acercarme a él por medio de la recepción del sagrado cuerpo de su Hijo, aplicándome los méritos de la dolorosa muerte de su divino Hijo, a fin de que aparezca santificada y purificada [295] en su presencia, y como irreprochable debido a la eficacia de la gracia que me dan la fe, la esperanza y la confianza en su bondad. Acrecienta en mi alma el amor a su palabra, que es mi apoyo, concediéndome su inteligencia junto con la gracia de explicarla para su gloria y la salvación de las almas, a pesar de ser sólo una mujer y la más pequeña de todas sus criaturas. Con ello me concede la alegría de sufrir en mi cuerpo numerosas dolencias, aún la de los cálculos.
También me ha llamado a trabajar por la exaltación de la Iglesia, asegurándome ser voluntad suya que mis escritos sirvan para utilidad de los fieles, por concesión divina, y para bien de mis hijas para dar cumplimiento a la Palabra de Dios, al Misterio escondido desde siglos y generaciones, y manifestado ahora a sus santos, a quienes Dios quiso dar a conocer cuál es la riqueza de la gloria de este misterio, que es Cristo (Col_1_26), el cual es para nosotros esperanza de gloria, esperanza firmísima, que me hace gozar por adelantado, dándome las arras de su gloria al cubrirme con este pabellón blanco en compañía de sus bienaventurados. De este modo, puedo conversar con ellos; y como aún voy por el camino de la tierra, este pabellón me cubre por divina participación junto con los que están ya en el término. Al mismo tiempo estoy fuera de él porque sigo siendo peregrina en este valle de lágrimas y expuesta a los peligros que en él nos acechan, lo cual debe hacerme esperar mi salvación con temor y temblor.
Esta operación, que duró largo tiempo, se prolongó durante la noche siguiente. Como no podía dormir, me entretuve en considerar la gloria de los santos, recibiendo una alta inteligencia de estas palabras: Para aplicarles la sentencia escrita: gloria será para todos sus santos (Sal_149_9). Dios escribió en su libro de la vida y de la [296] predestinación lo que los santos hicieron y harán; la justicia y el juicio culminarán en su respuesta a lo que Dios quiso de ellos. El los constituirá jefes de su casa, dándoles por justicia, y a guisa de corona, la recompensa de la gloria que su bondad y amor prepararon para ellos. Nuestro arquetipo y predestinación tienen su principio en Dios. Debemos obrar en todo según lo que está escrito en el libro santísimo y en la escritura divina.
En medio de estas sublimes luces, conocí que el Verbo era el ideal de la santidad, llamado el Santo de Dios, nombre que los demonios confesaron diciendo: Santo de Dios, ¿has venido aquí para atormentarnos antes de tiempo? (Mt_8_29); y que con este nombre lo distinguían de todos los demás santos. Admirada, respondí que me parecía haber oído decir que los demonios no conocieron la divinidad de Jesús; de otro modo, no hubiesen procurado su muerte, que debía ser la ruina de su imperio y la felicidad de los hombres que serían rescatados con su amorosa muerte.
Mi divino esposo, instruyéndome, me dijo que el demonio que vino a tentarlo en el desierto lo conoció en cuanto sintió la eficacia de su omnipotente voz: Apártate, Satanás (Mt_4_10); pero que la rabia que había concebido en contra suya lo impulsó a procurar su cruel y afrentosa muerte, para darse al menos la satisfacción de tener bajo su poder al Verbo Encarnado, a un Hombre-Dios, mientras tuviese que permanecer en poder de las tinieblas.
Hoy en día sigue haciendo lo mismo, a pesar de no dudar ya de su divinidad. No deja de perseguirle en sus miembros y en su Iglesia, ni de satisfacer su rabia en todo lo que puede, a pesar de que con ello agudiza sus tormentos. El conocimiento que obtuve del odio que tiene al Verbo Encarnado me es inexplicable, así como la envidia que tiene hacia la humanidad, a la que Dios levantó por encima de la naturaleza de los ángeles al fusionar la naturaleza humana a la suya por medio de la unión hipostática, ensalzándola hasta la diestra de su divina grandeza, lo cual le obliga al demonio a doblar las rodillas al nombre del Hombre-Dios.
Esperaba también que, al impulsar a los judíos al deicidio, los haría tan indignos del perdón y tan abominables ante de Dios, que en razón de sus crímenes le obligarían a ejercer justicia y a castigarles eternamente en su compañía, abandonando el designio que su bondad y misericordia le movieron a preparar para redimirlos.
El demonio sabía por propia experiencia cuán diligente es el Padre en lo que se refiere al [297] honor de su Hijo, en vista de que Lucifer y sus secuaces quisieron atacarlo y rehusarle la dignidad que le era debida y estaba mandado darle en cuanto el Verbo acató el designio de su Encarnación.
A causa de su rebeldía, sería castigado por toda una eternidad junto con sus compañeros, sin esperanza de perdón. Como los hombres cometieron un crimen más execrable al crucificar al Hijo, tratándole con tanta infamia y crueldad, incurrirían sin duda en un castigo semejante al suyo, o más grande quizá.
El demonio se lamentó diciendo que el Verbo, el Santo de Dios, había venido antes de tiempo, porque no habiendo sabido comprender el transcurso de las semanas de Daniel, ni el designio de Dios, se equivocó en cuanto al tiempo de la Encarnación, que no creyó llegaría tan pronto. El pensaba que esto sucedería en el último día y no en la plenitud de los tiempos. Calculó mal el número de días en que la mujer milagrosa permanecería en la soledad bajo los cuidados de Dios, el cual la destinaba a ser la Madre de su Hijo, mismo que no abandonaría la forma de Dios al tomar la forma de servidor, al encarnarse en el seno de esta Santa Virgen, escondida y preservada en Dios.
Como sólo tenía el conocimiento natural, no podía conocer los misterios de la gracia ni las ventajas de la gloria después de que Miguel y sus ángeles, por mandato del soberano, lo echaron y proscribieron del cielo, al que no ha vuelto ni volverá jamás. Entonces se entabló una batalla en el cielo: Miguel y sus ángeles combatieron con el dragón. También el dragón y sus ángeles combatieron, pero no prevalecieron y no hubo ya en el cielo lugar para ellos. Y fue arrojado el gran dragón, la serpiente antigua, el llamado diablo y Satanás, el seductor del mundo entero, fue arrojado a la tierra y sus ángeles fueron arrojados con él (Ap_12_7s).
La serpiente antigua fue condenada a arrastrarse sobre la tierra, acechando el talón de la mujer que, con un desprecio infinito, la aplastaría, sin que tuviera poder para ver su rostro resplandeciente de luz ni su cuerpo rodeado de sol. Era un búho que no hubiera podido soportar la luz de la Madre del Verbo Encarnado, la cual lo produciría en el mundo cual oriente de lo alto, que vendría a visitar y redimir a los hombres por la muerte de cruz, a fin de que fuera vencido por un árbol, ya que en un árbol engañó a nuestro primer padre.
Ignoraba que la [298] cruz era el Santo de los santos, que el Pontífice santísimo e inocente, inmaculado y separado de los pecadores, quería ungirse a sí mismo con su sangre, convirtiéndola en llave del reino de los cielos, a los que el pecado cometido por haber comido del fruto del árbol prohibido había cerrado a la humanidad. En reconocimiento a la bondad de la divina sabiduría, la Iglesia, en el prefacio de la misa, a partir del Domingo de Pasión, exclama: Que pusiste la salvación del género humano en el árbol de la cruz, para que de donde salió la muerte, saliese la vida, y el que en un árbol venció, en un árbol fuese vencido por Cristo nuestro Señor. Por la sangre del cordero sin mancha fuimos lavados de nuestros crímenes y los demonios fueron vencidos. Los santos lavaron y blanquearon sus vestiduras en esta sangre preciosa.
¿No es acaso el Señor quien mueve a sus santos a proclamar sus maravillas? A todas las confirma el Señor omnipotente con firmeza en la gloria. Los constituyó montañas gloriosas gracias a sus méritos, que son infinitos. El se abajó y anonadó a sí mismo porque así lo quiso, escogiendo la cruz para merecer el gozo a los santos. Se hizo obediente hasta la muerte en el madero. Por ello, Dios su Padre lo exaltó y le dio un nombre por encima de todo nombre, deseoso de que toda lengua confiese que está sentado a su diestra en la gloria, igual a él, que lo engendra en el esplendor de los santos.
El Verbo se hizo el cielo supremo, atrayendo ahora y en el futuro a todos sus santos a causa de sus justicias, que son montañas que se levantan hasta Dios debido a que sus acciones eran soportes: por ser divino el soporte, sus acciones son divinas. Los santos han buscado siempre su gloria, obrando y padeciendo en la tierra para incrementarla; él, en cambio, los ha elevado hasta el cielo mediante la participación en su gloria admirable, en una inefable comunión en la que creo firmemente, así como en todos los artículos de nuestra fe.
Verbo divino, que tu reino se establezca en mí en esta vida mediante la gracia, y que pueda yo estar en él en la otra por medio de la gloria según tus divinas intenciones, que deben ser las nuestras.
Capítulo 36 - Las saetas de amor divino que el Verbo Encarnado envía a los que le aman, cual divino sagitario y admirable centauro. 6 de noviembre, 1636.
[299] Habiéndome puesto en oración a eso de las cinco de la tarde, plugo a la augustísima Trinidad favorecer a su pobre hija, que no encontraba en la tierra cosa que la pudiese contentar, por haber renunciado a todo lo que no fuera deseo de Dios. Fui admitida a los deleites de su divino amor; es decir, el Verbo me condujo benigna y vigorosamente al interior del templo del amor divino, en el seno del Padre, del que es sello y secreto. El es la gloria del divino Padre, que se expresa divinamente en su seno. El Espíritu Santo es el lazo y beso de paz mediante el cual el Padre y el Hijo se abrazan divinamente.
Pedí ser una reproducción de este divino retrato. El amor, deseoso de aplicar sus colores y reproducir sus rasgos, me impulsó a decirle: alza sobre nosotros, Señor, la luz de tu rostro. Diste alegría a mi corazón (Sal_4_6). Más tarde me dio a entender que la morada del Verbo Encarnado tenía lugar en la casa del Santo amor, llamada la casa del sagitario. Me ofrecí entonces a recibir sus disparos, recordando las palabras de Jeremías: Entesó su arco y me puso por blanco de sus saetas (Lm_3_12). Amor, como el arco está tenso, estoy dispuesta a recibir sus dardos. El divino centauro, a causa de las dos naturalezas, armado de flechas, me llamó con sus atractivos para venir a ver, en el empíreo, cómo dispara sus saetas a los bienaventurados, diciéndome que, por haber sido viajero y comprensor en el camino, es ahora receptáculo y distribuidor en el término. En cuanto Dios, recibe sin dependencia su esencia y gloria de su Padre, y a través de su fecundidad con su Padre produce al divino Espíritu, el cual recibe su producción del Padre y del Hijo como de un solo principio, sin sujeción de inferioridad.
Es receptáculo en cuanto Verbo Encarnado, porque su augusta humanidad recibe y posee en sí, a través del soporte divino, la plenitud del divino deleite, que le es como inherente; [300] y estando en la posesión pacífica, es admirable, en cierta manera, en su activa distribución de las delicias divinas a los ángeles y a los hombres, que son en la gloria espejos purísimos y humildísimos; espejos cóncavos, por así decir, que reciben la afluencia y el ardor en ellos, y de los que procede una reverberación de luz y llamas que es inexplicable.
El Verbo Encarnado es el trono de la divinidad, de la que proceden luminosos rayos y voces de trueno amoroso, rayos que son saetas encendidas que abrasan a los ciudadanos del cielo sin consumirlos ni oprimirlos, deleitándolos, por el contrario, con una admirable satisfacción que los lleva a través de un divino transporte al gozo de su Señor, que es el trono de la divinidad.
Las voces que salen del trono son truenos majestuosamente dulces, que mueven a todas las almas que son ciervas y leones reales, a engendrar alabanzas sublimes que los dan a conocer como hijos legítimos del león de la tribu de Judá, el cual lanza un grito tan admirablemente fuerte, que espanta a todo el infierno, que tiembla en sus tenebrosas mazmorras, en tanto que los hijos de la luz se alegran dulcemente en el cielo, donde el divino Salvador manifiesta su valor en lides, justas y torneos indescriptibles, recibiendo el premio del santo amor y estando ungido con óleo de alegría como el más diestro para llevar la gloria por encima de todos los hombres y los ángeles con una destreza teándrica tan admirable, que arrebata a todos los espíritus en la gloria, con los que comparte las penas y laureles de sus conquistas.
De su plenitud todos hemos recibido. En la tierra, gracia por gracia y en el cielo, gloria por gloria. De este modo, la Iglesia militante recibe la gracia de su plenitud y la triunfante, la gloria de su desbordante felicidad. El cielo empíreo es el mausoleo o rotonda que recibe sus rayos resplandecientes. Todos los bienaventurados son dioses hijos del Altísimo, que dieron su vida por su amigo. No volverán a morir; son manantiales y fuentes de vida por los méritos del Cordero, que los rige amablemente.
Dicho Cordero me invitó a pasar, pero ay, sin saber si haría allí una larga parada. Escuché muchas otras cosas que no puedo describir por ahora; tampoco sé si las recordaré más adelante. Que se haga la voluntad de Dios. Pido a mi divino amor me conserve en la casa de las saetas de la gracia, en espera de entrar en las de la gloria, que son las más bellas y deliciosas saetas de la felicidad.
[301] El divino Enamorado, redoblando en mí sus deliciosos favores a través de su inefable bondad, después de muchas y grandes gracias y caricias me dijo que yo era la hija de su gloria, la cual no daría a ninguna otra; que llegaría el tiempo en que los favores que me concedía serían flechas poderosísimas para herir los corazones con su divino amor, recordándome que unos veinte años atrás me dijo que haría de mí su abanderada, y que al verme portar su estandarte, muchos serían iluminados y combatirían por su gloria.
Me enseñó que moraba en la casa de las saetas, que es el seno de su Padre, y que su corazón era en su pecho un sagitario, con cuya saeta se impulsaba con misteriosas reproducciones, sin salir de su amorosa y grata morada. Le dije que me ofrecía a ser, en el tiempo y en la eternidad, un blanco puesto para recibir sus saetas; que las disparara con fuerza y, si moría yo por su causa, mi muerte sería preciosa ante de sus ojos en los que deseaba yo encontrar la gracia y la gloria por su misericordiosa bondad.
Capítulo 37 - La Presentación de la Virgen en el templo fue ofrenda digna de Dios después de su Hijo, por poseer en grado eminente las perfecciones de los ángeles y de los hombres. La amable mano de oro con la que Dios bendice a las almas fieles y la mano de hierro con la que castiga a las infieles. 20 de noviembre, 1636.
[303] Casi me arrastraba debido a las incomodidades que me causaban los medicamentos que estaba obligada a tomar. El boticario que me trataba me había advertido que los males que sufriría me causarían alteraciones tan grandes, que no podría evitar cometer impaciencias, por no decir extravagancias.
Habiéndome retirado, me postré al pie del altar en nuestra capilla y expresé mi aflicción a mi amado, el cual, para consolarme, me dio a entender que tenía mi suerte en sus manos, que escogía a los seres más pequeños para confundir a los fuertes y que lo que parecía locura a los ojos de los hombres, era sabiduría en su presencia.
Hija, toma y recibe mi sangre, me dijo; ten siempre el deseo de la muerte y lleva la vida con paciencia. Mi yugo es suave y mi carga ligera. Encontrarás en mí el reposo de tu alma.
Al día siguiente, al despertarme a las tres de la mañana, me presenté al Dios de mi corazón junto con la Virgen de las vírgenes, y me vi colmada de las divinas luces. Comprendí entonces grandes misterios encerrados en estas palabras: Y se abrió el Santuario de Dios en el cielo, y apareció el arca de su alianza en el Santuario (Ap_11_19).
Permanecí ocupada por mi divino amor desde las cuatro de la tarde hasta las nueve de la noche.
De no haber estado enferma, hubiese tratado de ponerlos por escrito, pero como no podía hacerlo, dije algo sobre ellos a mi Director. Cito ahora lo que me quedó. Escuché: la tierra ha hecho en este día un presente al cielo, más grande que los que ha recibido hasta este día, porque los presentes y las ofrendas que los ángeles han dedicado a Dios no son comparables a la Virgen.
El templo de Dios jamás fue visto fuera de Dios mismo. Antes de la venida de María, Dios reveló a los ángeles el diseño del tabernáculo y del templo, del que hicieron copias o bosquejos para entregarlos a Moisés y a David. Ellos, empero no llegaron a conocer la verdad y la realidad que encerraban los símbolos, que Dios les explicó en este día, dándoles a conocer que esa hija que era llevada al templo material era el verdadero templo que él escogió, del que el antiguo era sólo una figura; que ésta era el arca del testamento y de la alianza que Dios haría con el mundo mediante la Encarnación que se obraría en su seno.
Hasta entonces no se habían enterado de que ella estuviera destinada a la maternidad de Dios, a pesar de haber admirado los favores y gracias que Dios le concedió en su concepción y nacimiento. La Virgen fue llamada, con justa razón, el Arca de la Alianza, por haber sido entregada a Dios por sus padres como ofrenda irrevocable y a manera de testamento solemne. Fue éste su más querido y precioso legado. El Espíritu Santo les inspiró tan noble y generoso designio, estando deseoso, por así decir, de poseer dicha heredad y tener aquella hija que debía ser su esposa mediante la libre donación que hicieron sus padres.
Parecería que el Espíritu Santo nada olvidó para guiarlos hacia esa resolución, valiéndose para ello de su esterilidad, del oprobio y de las aflicciones, que renovaban sus deseos de tener descendencia. Las oraciones y votos que él les inspiró, unidos a mociones incesantes, los llevaron a realizar esa entrega, no por un tiempo [305] determinado, como hacían los demás padres que dedicaban a sus hijas al servicio del templo durante algunos años, sino para siempre.
A ello se aunaron el sentir y la voluntad de la Virgen, la cual, a pesar de tener sólo tres años, animó a sus padres a cumplir su voto y hacer dicha donación a perpetuidad. Pareció a mi alma escuchar los truenos que el cielo emitió, las voces que se escucharon, las sacudidas de la tierra, el granizo y otros movimientos naturales que dieron testimonio del misterio que ya se anunciaba. Porque el Verbo Encarnado estuvo, a partir de este día, representado en las entrañas de la hija que era dedicada como futuro templo animado del Verbo Encarnado, cuyo misterio fue descubierto a los ángeles.
A través de esas visiones, comenzaron ellos a reconocer a esa niña como Madre de su Dios, y a intuir, mediante la profecía, las obras que seguirían a esa maravilla: el estremecimiento de la humanidad del Verbo al verse unida a la persona divina, las angustias de muerte que la harían palidecer, los truenos que se producirían en el mundo ante la predicación del Evangelio, el granizo de las persecuciones que llovería sobre los predicadores y sobre la gloria de esta nueva arca, de esta niña que se manifestaba crecientemente ante sus ojos como un prodigio: coronada de estrellas, revestida de sol y la luna bajo sus pies. La naturaleza entera acudió a contribuir a la gloria de la Virgen en cuanto la muerte del Verbo Encarnado por la redención del mundo fue dada a conocer.
Las tres divinas personas, al complacerse en ella, dieron a los ángeles el testimonio de su júbilo en forma extraordinaria, revelándoles la grandeza de aquella princesa. Los demonios, es decir, los ángeles rebeldes, deseosos de arrebatarle su gloria, fueron rechazados por san Miguel y los santos ángeles que combatieron para defender su honor.
No es de admirar que Dios haya figurado la misma gloria de la Virgen en diversos lugares y bajo diversas figuras, debido a que suele uno repetir con frecuencia lo que le agrada; cuando un aire nos ha gustado, lo bailamos con gusto hasta tres o cuatro veces seguidas. La Trinidad se complació tanto en la elección que hizo de la Virgen, en las gracias que le concedió y en los misterios que obró en ella y por su medio, que quiso pintarla y simbolizarla en todas partes, dando señales de su sentir y de su afecto a través de los siglos, aprovechando las ocasiones que en ellos se presentaban. Aun en el Apocalipsis la figura bajo el trono de esmeralda, por ser ella la esperanza de los elegidos que presenciaron el inicio del cumplimiento de tantos santos deseos a partir del día en que dicha Arca apareció en el cielo y en el templo.
Si su Hijo fue el Deseado de los collados eternos, la [306] Virgen fue su esperanza. Así como en el cielo los elegidos desean la gloria del Verbo Encarnado, de la que procede en gran medida la suya, estimándose dichosos al contemplarlo en su hermosura, sin cansarse jamás de esta visión, sino deseando cada día poseer lo que ya gozan plenamente, así esperan en la Virgen que por su intercesión se acreciente su número y termine de construirse la Sión celestial, para que su Hijo sea glorificado en su reino. Su gloria recibirá entonces diversos atavíos y agradables adornos exteriores que se acrecentarán sin cesar. Así como el Verbo Encarnado es el Deseado de las colinas eternas, aún hoy en día en la gloria, así la Virgen es su esperanza.
No puedo expresar lo que comprendí acerca de las grandezas de la Virgen. Podría decir que el Espíritu Santo, siguiendo la inclinación del Padre y del Hijo, derramó en ella sus tesoros, ya que el Espíritu Santo tiene en sus manos nuestra fortuna. Como, según nuestra manera de imaginar, ocupa el lugar de la mano en la divinidad, se dice de él: En tus manos están mis tiempos (Sal_31_15). El Padre y el Hijo, que son el principio único del Espíritu Santo, son como la cabeza y el Espíritu Santo la mano que abraza y une al Padre y al Hijo; Espíritu que es, con todo derecho, representado por la mano.
El Padre es la cabeza, el Hijo está en el entendimiento del que emana y el Espíritu Santo es la mano que derrama en María todo lo que ha vertido sobre el resto de las criaturas. Parece producir en María todo lo que ha recibido del Padre y del Hijo al obrar en ella el misterio de la Encarnación junto con la unión hipostática del Verbo con humanidad tomada de María, a la que convierte realmente en Madre de un Hijo de quien El recibe todo el ser que posee y que reconoce como principio en la divinidad aunque sin dependencia ni [307] desigualdad.
Sus manos son de oro fino en razón de la divinidad, que lleva en sí la marca de la pureza y el esplendor del oro. Están llenas de jacintos, con los que adornó el alma de Jesucristo. Son manos torneadas, no sólo porque en la circumincesión de las divinas personas el Espíritu Santo abraza a las otras dos, según nuestra manera de concebir y de hablar, sino porque él mismo se convierte en un torno de amor.
El Espíritu Santo obra únicamente según la inclinación del Padre y del Hijo, y ambas personas no producen nada fuera de ellos sino a través de la inclinación de su amor sustancial y subsistente que es el Espíritu Santo, el cual jamás tuvo inclinación más grande hacia criatura alguna como por María. A su vez, el Padre y el Hijo no poseen otra inclinación sino la, o las que terminan en su amor sustancial, que es el Espíritu Santo, el cual no tiene ninguna otra sino la, o las que recibe del Padre y del Hijo como de su propio principio. Recibe su ser, su divinidad, su voluntad, sus afectos y todas sus inclinaciones, haciéndose un prodigioso entorno en este amor sustancial y subsistente y en las inclinaciones de éste y las operaciones y producciones que se siguen, de todas las inclinaciones del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo, que fueron singulares.
En cuanto a la Virgen, quién podrá dudar que la liberalidad de las manos divinas y del Espíritu Santo figurado por ellas no hayan obrado prodigios en ella. Al escribir esto, me parecería ser repetitiva y encontrarme en un laberinto. Si ella no me condujera, me perdería en él y nada sabría decir. Es necesario que ella me saque en la red de Adán para verla con sus cualidades de hija de Adán. Podría pensarla divina si la misma fe no me dijera que sólo hay un Padre increado, y que ella es una criatura.
La Virgen es la fuente de los jardines, en la que los hombres y los ángeles se pueden saciar. Es un pozo de agua viva; gran misterio, porque en los pozos el manantial está oculto. Jamás los espíritus creados comprenderán el fondo que existe en María; la fuente de la que ella toma sus aguas está en el seno del Padre, en el que está oculto el Verbo, quien al hacerse hombre se escondió de tal manera en ella, que pareció perderse sin dejar, al parecer, rastro alguno de su divinidad, la cual no se hubiera percibido en él de no ser por algunas señales que dejó escapar de los rayos que encerraba dentro de sí.
[308] Todo esto se obró en María y en su seno, en el que él se ocultó. A ella misma la escondió en el seno sagrado de la divinidad, de la que recibe las aguas vivas de las gracias que hace correr sobre nosotros. Ella es el jardín del Espíritu Santo, que aporta una continua novedad de flores y de frutos a favor del céfiro que sopla con suaves bocanadas en este lugar sagrado.
Es el palacio del Hijo, que reina en él, donde puso su trono para hacer en él sus juicios, manifestando la manera en que satisface a la divina justicia y se humilla delante de ella, pagándole rigurosamente mediante su Encarnación y la ofrenda que hace de sí mismo al presentarse como víctima en dicho templo.
Este es el templo en el que verdaderamente el Padre celestial es adorado en espíritu y en verdad, no sólo por Jesucristo, mientras que permaneció en él corporalmente, sino por María misma, que es templo y adoradora por haber poseído la eminencia por encima de todos los ángeles aunque fueran espíritus puros, teniendo pensamientos y afectos más sinceros y espirituales que los de ellos mismos.
La mentira y la debilidad no provienen sino del pecado original y del formal o actual, que jamás se encontraron en la Virgen por una gracia particularísima. Siempre caminó en la verdad, sobre todo al rendir sus deberes y adoraciones a la divina majestad, que jamás recibió otras parecidas de criatura alguna.
Fui animada a considerar cómo la Virgen entró no solamente a un templo material, sino al templo del divino amor. Algo escribí sobre esto a mi director, que no añadiré aquí.
Escuché que la llave para entrar al templo del amor es toda de oro, porque la cerradura es igual y que cuando dicha llave va ungida con óleo real y divino, el alma participa en el poder, sabiduría y bondad divinos. La divinidad es la unción por excelencia y las tres divinas personas están ungidas con ella o, sobre todo, se derraman la una en la otra. Las divinas producciones se realizan mediante el derramamiento de un mismo aceite que es sin embargo invisible en su comunicación. La humanidad de Jesucristo fue ungida con excelencia, por ser una sola persona con el Verbo que, debido a su divinidad, es la unción por esencia.
La Virgen obtuvo la llave de oro mediante la gracia. Fue ungida de manera singular y la unción reposó en sus entrañas. Por ser la humanidad del Verbo una parte de la sustancia de la Virgen, ella entró en Dios como su Madre, adquiriendo un gran poder debajo del Hombre-Dios.
El ha permitido a otras almas, a las que fue confiada la llave del amor, penetrar en Dios y en sus misterios sin que aprendieran las ciencias. Unas tienen más unción; otras, menos. Por ello su admisión es diferente, así como diversas son las gracias que reciben.
Las manos de oro macizo del esposo son generosas para con las que le aman, en especial con las esposas, que deben estar en gracia. Hay, sin embargo, quienes no siempre tienen su llave perfectamente bruñida: la pereza o algunas otras imperfecciones la dejan enmohecerse y no pueden abrir con facilidad. La caridad del esposo, entonces, se apresura a introducir los dedos en la cerradura, dándoles facilidad para abrir cuando esperan paciente y humildemente a la puerta de la oración.
Dios es bueno en sí, y tiene manos de oro con las almas que le son fieles. Sus dedos, empero, son de hierro para las rebeldes, castigándolas por ellas mismas. Si la meten en el fuego y la tornan útil, entran en su morada, aunque no siempre con prontitud en el gabinete. Sin embargo, lo que las echa fuera son los nuevos pecados, con los que dejan oxidar sus llaves. Mientras no las pulan, quedarán afuera, añadiendo pecado sobre pecado y ciñéndose una cadena de vicios con que los demonios las precipitan de un abismo a otro: del desprecio de Dios a la desesperación de su clemencia, que podría pulir su llave siempre que dichas almas no estén bajo el poder total de esos desventurados conserjes; es decir, en el término de su vida, que es el infierno bajo la tiranía del príncipe de las tinieblas. Dios, a nuestra manera de hablar, empuña de mala gana el acero en su mano, pero la rebeldía le obliga a armar su justicia contra los rebeldes. Luego en su cólera les habla, en su furor los aterra: Con cetro de hierro los quebrantarás, los quebrarás como vaso de alfarero (Sal_2_5s).
Capítulo 38 - El Verbo Encarnado recibió como aroma de incienso la capilla que hice edificarle, y de las dulces palabras que me dirigió para darme valor. 28 de noviembre de 1636.
[311] El día de la gloriosa virgen y mártir Sta. Cecilia, a eso del anochecer, me retiré delante del Santísimo Sacramento para pedir a nuestro divino amor que él, que es el Evangelio de Dios, se complaciera en reposar en mi pecho. Mi alma fue elevada por un impulso amoroso según estas palabras del Cantar: El olor de tus vestidos, como la fragancia del incienso (Ct_4_11), que apliqué dignamente a la santa ya que sus vestiduras estuvieron consagradas del todo a Dios y a que el Evangelio que llevaba sobre el pecho las convertía en incienso perpetuo. Sin embargo, el divino Enamorado que se complace en alabar tanto la gracia que concede como la gloria, me dijo: Recibe, tanto para ti como para Sta. Cecilia, estas palabras.
El ángel Rafael presentó a la santísima Trinidad todas las buenas obras de Tobías, en especial la de privarse de su comida para sepultar a los muertos como una obra de caridad, que era como incienso que los ángeles ofrecían ante la augusta majestad, la cual lo recibía de manos de este príncipe celestial con el designio de testimoniar a su fiel amigo cuán agradables eran dichas ofrendas ante Dios, que previene a los suyos con bendiciones, obrando como si ellos lo hubieran prevenido, coronando sus obras de misericordia y haciéndolas pasar como recompensas prometidas a los méritos de los justos.
El divino amor es creativo hacia la humanidad; amor que movió a la segunda persona de la adorable Trinidad a y de forma.
El Eterno se hizo encarnarse en la plenitud de los tiempos tomando un cuerpo mortal, apoyándolo en su divino soporte a manera del alma que lo informaba. El, que en cuanto Dios es un espíritu simplísimo, se unió hipostáticamente al compuesto de materia temporal; el amor supo unir lo finito y lo infinito. Dos naturalezas infinitamente alejadas se unieron en un mismo soporte; lo que le Verbo tomó una vez, no volverá a dejarlo; el Hijo único del divino Padre, y delicia suya, no pudo, al parecer, contenerse hasta darse él mismo para ser todo del ser humano y orar por él.
[312] Se hizo hombre sin dejar de ser Dios, ofreciendo en calidad de ángel del gran consejo y divino ceremoniero, el incienso delante del Altísimo, obrando por bondad la comunión de los santos al unirlos y asociarlos a sus méritos y a él mismo, lo cual movió al príncipe de los apóstoles a decir: Simón Pedro, siervo y apóstol de Jesucristo, a los que por la justicia de nuestro Dios y Salvador Jesucristo les ha cabido en suerte una fe tan preciosa como la nuestra. A ustedes, gracia y paz abundantes por el conocimiento de nuestro Señor (2_Pe_1_1s). Hija mía, Dios entregó todo al dar a su Hijo, por el cual dejas todo y te privas de tus contentos de cuerpo y espíritu, sufriendo en uno y otro al renunciar a los sentimientos de la naturaleza, que se queja y llora por ello, lo cual te humilla delante de Dios, de los ángeles y de los hombres, suscitando en ellos compasión ante tus sufrimientos y en mí la resolución de coronarte si eres constante, aunque te lamentes como doliente y llores por ser débil. La virtud de la paciencia se perfecciona en el dolor.
Yo soy el pontífice que conoce y puede compartir tus penas, tus debilidades y la pobreza a la que has llegado por mi gloria y para dar techo y alimento a mis hijas. Me hice pobre para enriquecerlas, me privé de atavíos de gloria durante treinta y tres años para revestirlas de mi gloria de claridad eterna. Hija, te desvistes para vestir a mis hijas; llevas hábitos raídos y deteriorados por haberme construido una iglesia. Todos ellos huelen a incienso y son presentados delante de mi trono como incienso arrojado al fuego de mi divina caridad. Ofrécemelos en sacrificio. Los acepto aunque la naturaleza proteste. No te turbes, la gracia los ofrece voluntariamente en la cima del espíritu.
En tu aflicción, dividí unas aguas de las otras. Deja correr las aguas inferiores que significan la inestabilidad de la naturaleza y admira las superiores que la gracia convierte en firmamento, porque tu consientes y deseas darme de buen grado lo que te di primero, y que no recibiría complacido si no consintieras libremente en el placer que me proporciona el hacerte merecer mediante tu correspondencia a mi inspiración, que te ofrece la gracia y la fuerza de conformarte a mi amor, que es mi peso, el cual se ofrece a ser el tuyo si sigues el atractivo que mi bondad te envía, que es la gracia, la cual te invita sin forzarte; [313] te solicita, está a la puerta, pidiendo tu permiso para entrar a tu corazón. Es tan generosa como graciosa. Por su medio entraré y haré mi morada en tu alma, ofreciéndote un festín digno de mi magnificencia.
Divino Amado, si he encontrado gracia ante tus ojos y tu bondad se digna inhalar en olor de suavidad el sacrificio de mi consentimiento a todas tus inclinaciones y amabilísimos designios, que more en mi corazón por toda la eternidad.
Concédeme el Evangelio de amor que recree mi alma en coloquios sagrados contigo mismo. Que, a imitación de esta santa, que se transformó toda en ti, y cuya su boca produjo cánticos melodiosos de la abundancia de su corazón amoroso, mi alma y mi cuerpo sean inmaculados delante de ti. Que pueda yo entonar el himno de acción de gracias en tanto que me instruyes por medio de tus justificaciones. Es bueno que me humilles a fin de que las aprenda.
Capítulo 39 - Deseo que tuvo mi alma de pertenecer al número de las vírgenes sabias y ser el lecho del esposo divino a imitación de la gran santa Catalina. Cómo ella ha escuchado con frecuencia los deseos de mi corazón. Noviembre de 1636.
[315] Al recibir la comunión el día de Sta. Catalina, virgen y mártir, tuve el deseo de contarme entre las vírgenes sabias, y que le agradara al divino Esposo recibirme en su lecho nupcial en la tierra por gracia de amor, así como recibió en el cielo a esta gran santa en su tálamo mediante la gloria del amor.
Si hasta ahora no te he pedido como es debido, enséñame, querido amor, cómo pedirte tu espíritu bueno. Derrama y difunde la gracia en mis labios, bendiciéndome con bendiciones soberanas. Recuerdo claramente, Señor mío, que me has favorecido algunas veces con esta infusión. Mis infidelidades, sin embargo, han merecido el verme privada de ella. He dado ocasión de castigo a tu justa cólera. Sin embargo, Dios piadosísimo, te acuerdas de tu misericordia en el momento mismo en que estás justamente irritado contra mis culpas. La montaña del Sinaí es el terror de los judíos desobedientes. Moisés, [316] tu fiel servidor, trata en ella con toda confianza con tu majestad, hablándote cara a cara como amigo tuyo. El sabe cuánto le quieres, y esto le da la libertad de decirte: Perdona a este pueblo, o bórrame del libro de la vida.
Su celo te ataba los brazos y tu caridad te hería las entrañas, abriendo tu corazón paternal y divino a la piedad para conceder el perdón a tu pueblo, porque tu inclinación consiste en obrar la misericordia y tu naturaleza es bondad comunicativa en sí misma; bondad que manifiestas en mí de manera muy singular no sólo al disimular mis faltas, sino esperando el momento en que me convertiré enteramente ayudada de tu gracia. Tus caricias, empero, llenan mi alma de tus dulzuras inexplicables, convirtiéndome en signo de clemencia mediante el cual confundes a tus enemigos, lo cual da osadía a mi espíritu, del todo consolado por tus divinos favores, para reposar en tu seno. Tú, Señor, me ayudas y consuelas (Sal 86:17). Yo te ensalzo, oh Rey Dios mío, y bendigo tu nombre para siempre jamás; todos los días te bendeciré, por siempre jamás alabaré tu nombre (Sal_145_1s).
Señor, como tu amor se complace en asistirme y consolarme, te ensalzaré en mi alma bendiciendo tu bondad. Te reconozco como a mi soberano Rey. Bendeciré tu santo nombre por todos los siglos desde hoy hasta la infinitud, confesando que eres grande e infinitamente digno de alabanza. Tus grandezas no tienen fin; todas las generaciones alabarán el exceso de tu caridad en mí, que obra maravillas en mi espíritu. Todos los elegidos, por medio de cánticos de alegría, proclamarán que manifestaste tu poder en mi debilidad y que te complace hacer entrar en él a una pequeñuela que ignora el alfabeto: Mi boca publicará tu justicia, todo el día tu salvación: pues no conozco su medida. Contaré el poder de Dios, Señor, celebraré la justicia solo tuya (Sal_70_15s).
OG-05 Capítulo 40 - La bondad y la sabiduría divina quisieron escoger a san Miguel, a san Pedro de Alejandría y llamar a una jovencita para divinizar su humanidad y humanizar su divinidad.
[317] El día de san Pedro de Alejandría, al meditar en las palabras que el Salvador dirigió al santo, diciéndole que Arrio desgarraría su túnica, admiré la paciencia del dulcísimo y bondadosísimo Hijo de Dios.
Participé compasivamente en los sufrimientos de este enamorado de los hombres al saber que Arrio deseaba negar su divina filiación, y desee revestirlo de gloria. Hubiese querido ser toda de claridad para reparar, de serme posible, la afrenta que le infligía la impiedad de Arrio.
Vi entonces un dosel o palio sobre mi cabeza, que me cubría. Mi divino amor me demostraba así que aceptaba mi deseo y que a cambio me cubría con su divinidad, la cual confesé en voz alta, deseosa de dar a conocer a todas las criaturas que el Verbo Encarnado es Dios y Hombre, y que es igual al Padre en su divinidad, que El le comunica desde la eternidad, antes del día de la creación, y que por él hizo todas las cosas. El cual, siendo resplandor de su gloria e impronta de su sustancia, y el que sostiene todo con su palabra poderosa, después de llevar a cabo la purificación de los pecados, se sentó a la diestra de la Majestad en las alturas, con una superioridad sobre los ángeles tanto mayor cuanto más les supera en el nombre que ha heredado. En efecto, ¿a qué ángel dijo alguna vez: Hijo mío eres tú; yo te he engendrado hoy? (Hb_1_3s).
Años después de este mismo día, al pensar con gran pena, oh Verbo divino, en la amorosa queja que hiciste a este santo patriarca de la desgarradura que el infortunado Arrio causó en tu túnica a la altura del pecho, te dije: Queridísimo amado, cuán bueno eres al buscar en la tierra un hombre que apoye la divinidad que recibes de tu Padre, de cuyo entendimiento y seno emanas como su progenie.
Escuché que fue la misma bondad la que aceptó que san Miguel defendiera en el cielo la naturaleza humana que deseabas tomar [318] en la tierra en el seno de tu Madre. Qué maravilla contemplar a san Miguel luchar por la tierra, estando en el cielo; y a san Pedro de Alejandría combatir por el cielo mientras moraba en la tierra. Cuán detestable fue Arrio y cuán gravemente te ofendió al robarte, tanto cuanto su malicia se lo permitió, el derecho de Hijo único que reposa en el seno del divino Padre, desmintiendo en cierto modo al águila de los Evangelistas, que nos anunció esta verdad después de haberte visto, diciendo: En el principio existía la Palabra y la Palabra estaba con Dios, y la Palabra era Dios (Jn_1_1).
En el comienzo existía el Verbo y el Verbo estaba en Dios y Dios era el Verbo, tan antiguo y eterno como el Padre; Verbo mediante el cual lo hizo todo; Verbo que es junto con el Padre principio del Espíritu Santo.
Águila sagrada, ¿Qué blasfemo fue capaz de vomitar semejante herejía desgarrando o dividiendo esta filiación divina, arrancando a este Hijo amadísimo del seno del Padre que lo engendra De sus entrañas en el esplendor de los santos, antes del día de la creación? Oh verdadero Hijo del Altísimo, ¿Quién me dará el poder de anunciar y notificar en el cielo, en la tierra y en los infiernos el eterno nacimiento que recibes de tu divino Padre, mostrándoles que eres coigual y consustancial a aquel que te comunica tu esencia, que es tu vestidura y tu ser divino, que junto con él, comunicas al Espíritu Santo, con el que eres un Dios en tres personas distintas?
Al inclinarte a mí, me hiciste comprender, querido amor, que, aunque muy indigna, me escogiste entre muchas otras para hacer ver una extensión de tu Encarnación y para manifestar el esplendor eterno que recibes de tu Padre, de quien eres la imagen y figura de su sustancia.
No tienes necesidad de mendigar el afán de tus criaturas ni en el cielo ni en la tierra. Sin embargo, por una sabiduría y bondad incomprensibles, suscitaste a san Miguel en el Cielo, a san Pedro en Alejandría y a una pequeñita en Francia para apoyar y dar muestra evidente de tu verdadera deidad.
Confirma, oh Todopoderoso, tu designio y vivifica tu obra en medio de los años. Tú eres el Eterno sin fin y sin principio, que se establecerá en el transcurso del tiempo. ¿Quién podrá resistirte? Inclinarás los collados del mundo, los abajarás hasta el camino de tu eternidad y armarás con tu amor a todas tus criaturas en contra de los insensatos.
Te doy gracias, divino Amor mío, por haberme enviado con la misma misión de san Miguel y de san Pedro de Alejandría a combatir a Lucifer y Arrio.
Capítulo 41 - La divinidad se complace en consagrar a las almas e iluminarlas, transformándolas en templos suyos y llenándolas no de una nube simbólica, sino de la realidad de ella misma. Las tres divinas personas gozan al glorificar a los santos.
[321] Por encontrarme en gran sequedad y poca devoción, pedí a Dios que me hiciera su templo y mausoleo, y ser transformada en el cielo de las tres divinas personas y de la unidad de la esencia que les es común de manera indivisible. Mi petición fue concedida. Sentí que mi entendimiento se convertía en un cielo de luz y pude ver al Padre eterno, que, con amor admirable, me consagró como su templo y su cielo.
Comprendí un movimiento divino, que no me podía explicar, del Padre en mí, que es el movimiento en voluta del que habla y atribuye a la divinidad san Dionisio; movimiento que mi alma comprendió bien por entonces, viendo y contemplando cómo el Padre existe y está en el Hijo y en el Espíritu Santo, en sus producciones eternas, jamás interrumpidas. El Padre poseyó de manera divina la parte superior de mi alma; el Hijo ocupó la parte inferior, protegiéndola de manera admirable, así como protege a la Iglesia militante que encomendó a san Pedro, de la que es siempre soberano y principal Pastor. El Espíritu Santo se complacía, al mismo tiempo, en darme a conocer cómo santificaba mi cuerpo, haciéndome experimentar deliciosamente el dicho del apóstol de que nuestros cuerpos son templos del divino Espíritu, que se complace en establecer en ellos su grata morada.
Sentí el consuelo indecible de la presencia y asistencia de este admirable y benignísimo Paráclito, que derramaba o esparcía un divino rocío que temperaba y refrescaba las llamas que me asaltaban y oprimían. [322] Preparé mi pecho para ser su morada, haciendo de mi corazón su tabernáculo de alianza de amor, asegurándole que su afecto deseaba reciprocar sus insignes favores, por ser él divinamente bueno y soberanamente misericordioso. El Espíritu, Dios de verdad, me dijo que debía yo sufrir, porque trabajaba en firme para su gloria y mi purificación, pero que esto se haría con paz, ya que su caridad impediría la inquietud y acrecentaría en mí la confianza.
Escuché que el Padre es fuente y origen de la luz, el cual me iluminaba con sus divinas claridades, que no admiten sombra alguna, porque las criaturas no pueden oponerse a sus dones cuando él los envía con una voluntad absoluta que procede de su pura misericordia, cuyas entrañas se movieron a enviarnos al oriente de lo alto que es el Hijo, cuyo nombre es Dios poderoso y Señor de los ejércitos.
Dicho Señor, me dijo que se complacía en combatir por mí, dándome a entender que deseaba morar conmigo. El Espíritu Santo me hizo sentir que oraba en mí con gemidos indecibles, que castigaría a quienes violaran los templos y purificaría con amoroso ahínco las inmundicias que el pecado hubiera producido en ellos. Me dio a conocer maravillas acerca de las tres Iglesias, que no son sino una, enseñándome que la militante combate con la intención de que la sufriente ingrese a la triunfante, porque las tres son una sola. Comprendí que la militante combate y persevera por medio de y en la fe, mientras que la sufriente es confortada por la esperanza en sus penas, esperando entrar victoriosa a la triunfante, que goza de la gloria en la caridad perfecta.
La militante está en medio de las dos, participando en la caridad y en la gloria iniciada en una, y animándose por la confianza y esperanza de la otra a sobrellevar sus trabajos. Para ello dispone de coros de batallones, alegrándose por la esperanza y la caridad mientras combate aspirando al culmen de la beatitud que reside en la triunfante, en la que vi brillar la divina justicia y escuché estas palabras: Tu justicia es como los montes de Dios (Sal_36_6).
Las tres divinas personas eran como tres montañas; la santa humanidad es también una montaña en sus méritos, ya que el Verbo, que les da un valor infinito, es igual a su Padre y al Espíritu Santo, y satisfizo en todo rigor a la justicia divina mediante la efusión de su sangre, que es la sangre de un Dios que habla mejor al divino Padre que la sangre de Abel. El es nuestra paz y nuestra gloria.
El divino Jesucristo, después de su pasión, fue revestido con la túnica de inmortalidad y de gloria de la que se privó Adán, quien murió por haber cometido el pecado, pecado que lo redujo al sepulcro después de su muerte. Jesucristo entró en él, mas sólo para producir allí la vida, por ser el primogénito de entre los muertos. El es nuestra resurrección y nuestra vida.
[323] Mi alma sentía en sí la presencia de las tres divinas personas y su inmensa dicha. Intuí que con ellas están los santos, que asisten al lado de su cabeza, el Verbo Encarnado, el cual les mereció la gloria gracias a su gran caridad, caridad que los urge a estimar la muerte que él sufrió por ellos, misma que los condenados, por los cuales también sufrió se negaron a aceptar, menospreciando así la sangre del testamento.
David acertó al decir: Convoca a los cielos desde lo alto, y a la tierra para juzgar a su pueblo (Sal_50_4). Por estos lugares entendí que Jesucristo dijo al Padre y al Espíritu Santo, que son cielos y un Dios con él, que todo lo que sufrió en cuanto hombre no es siempre un signo de su bondad. Interroga a los ángeles, que son espíritus celestes, preguntándoles qué dejó de hacer para conducir a los condenados al camino de salvación, habiéndoles asignado a estos príncipes en calidad de guardianes, para pedirles que amaran a su buen Salvador por medio de inspiraciones continuas, a las que aquellos resistieron maliciosamente. Como no quisieron aprovechar su sapientísima y bondadosísima providencia, es justo que sean separados de los buenos: Convoca a los cielos desde lo alto, y a la tierra para juzgar a su pueblo (Sal_50_4).
Su bondad demuestra que juzga con equidad, condenando a los malos, recompensando a los buenos y constituyéndolos jueces o al menos asesores de sus juicios. David, iluminado por el rayo divino, prosigue: Congregad mis fieles ante mí, los que mi alianza con sacrificio concertaron. Anuncian los cielos su justicia, porque es Dios mismo el juez (Sal_50_5). Eres admirable en tus juicios, divino Amor mío. Todo en ti es bondad y equidad. Seas bendito por siempre.
OG-05 Capítulo 42 - La Inmaculada Concepción de Nuestra Señora, en la que la divinidad hizo su trono sublime. Ella es el libro en el que el Verbo se inscribió de manera admirable mediante la Encarnación, misterio inefable salvo para las tres divinas personas, al que adoran los serafines velándose la cara y los pies. Diciembre, 1636
[325] La divina bondad eximió a Noé del cataclismo del diluvio. El condujo su arca con seguridad, conservando en ella las reliquias de la naturaleza humana. El Dios amoroso contempló a la Virgen en su mente, preservándola de la caída del pecado que es un diluvio universal, gracias a los méritos del Hijo que quiso hacerse hombre en sus entrañas.
El Verbo divino es el libro en el que están anotados los elegidos. En él aparece inscrita primeramente la Virgen, su madre. A su vez, su Madre es el libro en el que la sola palabra que es el Verbo del Padre está escrita. Isaías, el profeta evangélico, nos describe la grandeza de esta incomparable Madre: El año de la muerte del Rey Ozías vi al Señor sentado en un trono excelso y elevado, y sus haldas llenaban el templo. Unos serafines se mantenían erguidos por encima de él; cada uno tenía seis alas: con un par se cubrían la faz, con otro par se cubrían los pies, y con el otro par aleteaban. Y se gritaban el uno al otro: Santo, santo, santo, el Señor Dios de los ejércitos: llena está toda la tierra de su gloria. (Is_6_1s).
Isaías dice que en el año en que el rey Ozías murió, vio al Señor sentado sobre un sitial a manera de trono elevado, y que lo que era inferior a sus grandezas divinas llenaba el templo; que los serafines estaban de pie, velándose los pies y la cara con cuatro de sus alas mientras que con otras dos volaban gritándose el uno al otro: Santo, Santo, Santo es el Señor Dios de las batallas; la tierra está llena de su gloria.
[326] Dios vio desde toda la eternidad la caída de Adán, que fue su muerte y la nuestra. Adán fue rey de toda la tierra; Dios, el Padre que deseaba dar un nuevo Adán que nos devolviera la vida que el viejo nos hizo perder por el pecado y preparar un trono alto y magnífico para su Hijo, que no es otro que la Virgen, a la que quiso hacer Madre de su Hijo amadísimo, el cual quiso situarse en las entrañas purísimas de aquella Madre, haciéndose hijo suyo.
Al colmarla de todos los dones de naturaleza, de gracia y de gloria, la Trinidad realizó sus complacencias en María. Corresponde a las tres divinas personas alabar augustamente a esta Madre, Hija y Esposa, a la que Dios hizo su templo sagrado. Los serafines la rodearon con un respecto inexplicable a ellos mismos, que contemplaban a través de velos la grandeza de aquél que estaba sentado en este trono y la gloria que llenaba toda la tierra virginal, adorando los misterios que no podían comprender y que Dios pensaba realizar en la Virgen. El la contempló en su mente eterna. Ozías significa la fuerza del Señor. Toda la fuerza que Dios concedió a Adán quedó abatida y perdida por el pecado, pero su divina bondad la levantó y creó de nuevo, en cierto modo, en María.
El profeta citado dice: Ay de mí, por haber callado (Is_6_5). Si Adán hubiera confesado su falta sin esconderse de aquel a quien ofendió, hubiera sido absuelto e Isaías no hubiera dicho que habitaba con un pueblo perdido, por haber contraído la culpa original mordiendo el fruto prohibido. Veo que Dios desea escoger un legado y embajador para anunciar la buena nueva mediante la profecía; es decir, que una Virgen brotaría de la raíz de Jesé, cuya flor se elevaría hasta la igualdad del Padre de las luces, por ser coigual a su tronco y tener en sí la forma divina sin causar detrimento. Ella glorificaría su grandeza, haciendo ver que emanaba de su principio en el esplendor de los santos, y que era coeterna, consustancial y un mismo Dios con él en la unidad del Espíritu Santo, y que dicho Espíritu colmaría a la Madre y reposaría sobre el Hijo humanado.
Ay de mí, pobre hombre que tiene los labios manchados. No me atreveré a hablar; todo mi ser se estremece después de contemplar al Dios de los ejércitos, cuya majestad sacudió de espanto, al parecer, los goznes y el dintel de las puertas ante la voz de los serafines que clamaban: Santo, Santo, Santo ¿Sabrían aquellos espíritus celestes, siempre invariables en sus perfecciones desde que fueron confirmados en gracia y en gloria, que muy pronto se les pediría levantar, alzar sus puertas para la entrada del Rey de la gloria. Se conmovieron los quicios y los dinteles a la voz de los que clamaban, y la Casa se llenó de humo (Is_6_4). Quedaron admirados ante semejante noticia, admirando un sacrificio desconocido que llenaba la casa de Dios de un humo divinizado. Es que el Verbo, al encarnarse, llenaría la carne tomada de María de un mérito infinito, por ser la carne de un Dios hecho hombre que se ofrecería en holocausto perfecto.
Valor, santo profeta, esos espíritus ardientes están encargados de purificarte con el carbón que se les permitió tomar con tenazas de sobre el altar: Entonces voló hacia mí uno de los serafines con una brasa en la mano, que con las tenazas había tomado de sobre el altar, tocó mi boca y dijo: He aquí que esto ha tocado tus labios; se ha retirado tu culpa, tu pecado está expiado (Is_6_6s). Habla con osadía, profeta; has sido purificado en virtud de los méritos del Verbo que quiso encarnarse. El es el germen de David, de la raza a la que tienes el honor de pertenecer. Su trono debe brillar como el sol y ser confirmado por toda la eternidad. Fijó su tienda en el sol y vendrá para iluminar a las almas fieles; pero, oh desdicha, los que lo desconocerán serán los más ciegos a causa de la malicia: endurecerán sus corazones, cerrando sus oídos por temor a ser curados por él de su ceguera, de su sordera y de su malicia.
El desearía ser el ojo del ciego, el oído del sordo y el corazón del ingrato, pero ellos no querrán ser sanados por Jesucristo temiendo ser reconocidos o declarados súbditos suyos. Al escoger a César, un príncipe extranjero como su rey, renunciarán a su gobernante legítimo. Y Dijo: Ve y di a ese pueblo: Escuchad bien, pero no entendáis, ved bien, pero no comprendáis. Engorda el corazón de ese pueblo, hazle duro de oídos, y pégale los ojos no sea que vea con sus ojos y oiga con sus oídos, y entienda con su corazón, y se convierta y se le cure. Yo dije:¿Hasta dónde, Señor? Dijo: Hasta que se vacíen las ciudades y queden sin habitantes, las casas sin hombres, la campiña desolada (Is_6_9s).
Todo esto se cumplió en el tiempo en que el Verbo Encarnado apareció en el mundo: el pueblo que debía reconocer sus beneficios [328] fue el mismo que le causó la muerte. Ellos despreciaron a su Madre, que debía ser la admirable Virgen que concibiera, portara y diera a luz sin detrimento de su virginidad, la cual nacería de Ana, considerada estéril y despreciada de los hombres junto con san Joaquín, rechazado por el gran sacerdote como si Dios mismo lo hubiese abandonado: Y haya alejado el Señor a las gentes, y cunda el abandono dentro del país (Is_6_12).
Pero, Oh providencia del Dios que ama a los suyos, aquella mujer estéril engendraría una hija que sobrepasaría en grandeza y mérito a todos los ángeles y los hombres, siendo la única en ofrecer a Dios un Hijo que poseería méritos infinitos. Ella sería la Madre de todos los elegidos mediante la adopción que Dios realizará a través de ella, de sus hijos de luz a los que rodearía con su manto radiante; prenda de esplendor que protege a los que estarán bajo su tutela. Ellos verán, a favor de dichas claridades, que la Virgen es la simiente santificada, que fue preservada de todo pecado y que Dios no quiso que estuviese obligada a la deuda común por ser la princesa soberana exenta de las leyes promulgadas para todas las demás: Lo que hay en ella santa simiente es (Mt_1_20).
Si los judíos hubiesen querido convertirse, la Virgen los habría vuelto al amor de su Hijo, del que renegaron ante Pilato; Hijo que se anonadó hasta hacerse hombre mortal para morir a fin de rescatar a los hombres mediante su muerte. El retrocedió diez grados, según el signo mostrado al Rey Ezequías: la retrogradación de las sombras del sol a favor de la prolongación de su vida. Una lágrima obtuvo esta gracia. Al volverse a la pared, [329] inclinó la misericordia de Dios, a la que el muro de nuestras iniquidades había alejado de nosotros, mereciendo que dicha misericordia le mostrara en figura los abatimientos de la Encarnación, en la que el Verbo deseaba dar a conocer el exceso de su divino amor hacia la humanidad.
El Dios del amor mandó a Isaías que se hiciera de un libro grande y escribiera en él con pluma de hombre.! Qué admirable misterio, tomar un gran libro para escribir en él con pluma de hombre, que es como una nada. Se trata del Verbo humanado en el seno de María, que representa el medio de la tierra. Pero, Señor, ¿Qué deseas que escriba en este libro? El nombre que la profetisa debe dar a la casa de David. Está urgido por su amor; desea despojar a Samaría y arrebatar el poder de Damasco antes de llegar a la edad en que los hijos saben decir papá y mamá: Llámale con éste nombre pronto saqueo, rápido botín (Is_8_3).
El destruirá los rangos de los enemigos que les hacen la guerra, despojando la carne y la sangre representada por Damasco y las rebeldías que causan en el espíritu. Pues los que nacerán para la salvación eterna serán los que le reciban. A ellos dará el poder de convertirse en hijos adoptivos de Dios su Padre y sus hermanos coherederos: Pero a todos los que le recibieron les dio poder de hacerse hijos de Dios, a los que creen en su nombre; la cual no nació de sangre, ni de deseo de carne, ni de deseo de hombre, sino que nació de Dios. Y el Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros (Jn_1_12s).
Isaías, ¿viste acaso la gloria del Hombre-Dios que la profetisa te dio en presencia de dos testigos mencionados por ti, un sacerdote que representa el ministerio y Zacarías, la profecía de que el Salvador vendría para dar cumplimiento y ofrecer el sacrificio perfecto, por ser el sacerdote eterno? El será el Pontífice que penetrará los cielos y se convertirá en el cielo supremo. Tenemos necesidad de un Pontífice como él: santo, inocente, apartado de los pecadores, que se siente en el trono de grandeza. Se trata del que hablas con admiración, llamándolo Emmanuel, el cual detendrá el poder de Damasco y los desbordamientos que la carne y la sangre causan en la naturaleza humana.
Su Madre, en primer lugar, será eximida de todo pecado y de la deuda común. Siempre purísima, se conservará mediante la acción del Espíritu Santo, que bajará a ella, cubriéndola con la sombra del poder del Altísimo. Samaría significa guardia que será despojada, porque María concebirá sin sentir el deseo, permaneciendo Virgen sin lesión de su integridad. Satán, que acecha la concepción de todos los hijos de Adán, quedará ciego ante la concepción tanto del Hijo como de la Madre. Una por gracia y la otra por naturaleza, estarán por encima de su conocimiento.
Santo Profeta, tu prudencia no es enteramente humana, ya que la aprendiste en la corte de los reyes de Judá. Es, más bien, divina: los dos testigos del nacimiento del Verbo Encarnado representan la grandeza de este Hijo divino y humano. Hay necesidad de un sacerdote para ofrecer el sacrificio de alabanza en acciones de gracias, y de un profeta vidente para contemplar en visión al que es el esplendor de la gloria del Padre, figura de su sustancia, imagen de su bondad, espejo sin mancha de su majestad, que purgará por nuestros pecados y será arrebatado al trono divino por su propio poder. Es el hijo varón de la mujer que aparecerá coronada de doce estrellas, con la luna bajo sus pies, y [330] revestida con un manto de sol se le darán dos grandes alas para volar a su soledad. Conversará con las tres divinas personas de la muy adorable Trinidad. A la segunda persona siendo su hijo, la rodeara de sus entrañas como a su niño. El es el Emmanuel, Dios con nosotros, que tendrá el cetro de fierro para quebrar el de sus enemigos que son como vasos frágiles. El ha elegido a esta Madre como su única paloma, su toda hermosa en la que no habrá ninguna mancha, elegida para ser el trono imperial de este Rey de reyes y soberano emperador de cielo y tierra.
Ella es el templo de la divinidad al que todos los ángeles y los hombres deben adorar con respeto, reconocimiento y amor. Si no pueden mirar o contemplar sus esplendores sin velo, es menester que el amor vaya más allá del conocimiento para volar con los serafines mediante las dos alas de la complacencia y la benevolencia, bendiciendo a las tres divinas personas por las maravillas que han hecho en María, mediante la cual el nuevo Adán nos fue dado al tomar un cuerpo de su sustancia virginal. Su sangre, más roja de amor que el bermellón, aportó la materia para nuestra salvación, porque el corazón del Salvador fue formado y alimentado por ella.
El es carne de su carne, hueso de sus huesos y sangre de su sangre. Adán fue formado de limo rojo del campo de Damasco cuando Dios lo creó a su imagen y semejanza. Más tarde arruinó esta imagen formada por la divina bondad al quebrantar sus mandatos, convirtiendo con ello a todos los hijos en criminales de lesa majestad. La tierra enrojecida que Dios moldeó como una maravilla de amor, haciendo un cuerpo tan agradable a la vista, fue corrompida por el pecado, que movió la justa cólera de su hacedor a predecirle: Eres tierra por tu origen, y a la tierra volverás por haber pecado. Al comer del fruto prohibido, ocasionaste que se pudriera la gracia por complacer a tu mujer y al apetito sensual. Mando que seas sometido a la muerte corporal, y después reducido al polvo.
Pero ¿Qué que dices, Dios mío? Seguiré siendo gracia; he encontrado en mis designios a una admirable Eva y a un Adán adorable que no están incluidos en el infortunio del pecado: el Salvador y su Madre, Jesús y María, el redentor y su cooperadora, la Virgen Madre, la Incomparable entre las criaturas.
Capítulo 43 - El Salvador, al venir a derramar su sangre, quiso recibir y presentar a su divino Padre la de los santos Inocentes. Aquel mar de sangre ofreció a los santos Inocentes como perlas preciosas unidas a la perla oriental que es el Verbo Encarnado, por el que murieron dichosamente.
[333] Al considerar a mi Salvador en el pesebre, y cómo en pocos días debía sufrir la circuncisión para ofrecer su sangre a su divino Padre en arras de nuestra redención, mi espíritu se detuvo a contemplar la preciosa muerte de los Santos Inocentes.
Elevada en espíritu, vi ángeles que sostenían un recipiente de concha nácar. Comprendí que se trataba de los Santos Inocentes, que fueron llevados por los ángeles antes de que su razón y entendimiento fuesen capaces de comprender o discernir el bien y el mal; que la bondad divina los eligió para unirlos al Verbo Encarnado, destilando en ellos su gracia a manera de perla en la concha nácar, que se forma en el mar por el rocío que entra en ella, para realizar una bella unión.
Fueron hechos receptáculos de gloria por la amorosa providencia de Dios, que los eligió para sí. Herodes buscó la perla oriental del Salvador, que no pudo encontrar debido a que no deseaba apreciarla, sino destruirla. María, Virgen prudente, la conservó en su seno entre sus pechos, como dos torres de metralla y fortaleza. Todos los patriarcas, reyes y profetas fueron escudos y ejércitos bajo sus órdenes. La infantería estuvo integrada por los Santos Inocentes.
El Salvador desnudo en el pesebre se adornó de gloria con la victoria de los Inocentes, que formaron un río con su propia sangre para salvar a su Rey de la furia de Herodes. Hicieron más que la tribu de Judá, que cruzaron el Jordán por David. Los Santos Inocentes fueron también como los hijos colocados en la brecha para salvar y prolongar la vida a su Rey, el cual coronó su muerte con una gloria inmortal, ofreciendo su sangre en sacrificio a su Padre eterno, como primicias de la tierra a la que había venido a vivir.
[334] David derramó y sacrificó el agua de la cisterna de Belén, que le fue llevada con peligro de la sangre y la vida de tres valientes soldados. Es privilegio de Jesucristo beber la sangre de sus mártires o dar a beber la suya, por ser el soberano por esencia, por excelencia y por amor, amor que lo lleva a dar un manantial de leche y otro de sangre. El amor dilató su corazón derretido en la Cena; pero lejos de contentarse con el gran don que hizo a sus apóstoles, quiso abrir sus poros sagrados en el jardín de los olivos para hacer ríos con su sangre, por la salvación de la humanidad.
Cayó en gruesas gotas, más preciosas que todo el rocío que desciende al mar y a la tierra, ya que las gotas de sangre del Salvador son de un precio infinito porque manan del sagrado cuerpo que se afirma en el soporte del Verbo divino, hipóstasis que apoyó la sangre desde el instante mismo de la Encarnación, sangre adorable del Hombre-Dios, sangre preciosa de la que fue formado el cuerpo que no sería un cuerpo humano si careciera de venas, que son los vasos de la sangre, sangre que al ser tan preciosa por ser de un Dios, quiso derramar el amor en muchas y diversas ocasiones: el día de la Circuncisión, en el Huerto, ante Pilato, en el Calvario en la misma cruz y aun después de su muerte, mostrando así que el amor es más fuerte que la muerte, y que mediante la sangre de la cruz pacifica el cielo y la tierra.
Los reinos suelen establecerse mediante la destrucción de otros reinos. El del Salvador fue fundado por la efusión de su sangre y afirmado con sus sudores. Al morir, Jesucristo se sobrepuso a todo; su muerte fue muerte de la muerte y victoria contra el infierno. El divino Salvador y todos sus fuertes llevan la espada sobre el muslo para edificar y destruir a los espíritus nocturnos. Muchos mártires reinaron por haberla recibido como un collar que honró su cuello al cercenar la cabeza. Reinaron al sufrir el martirio y dar su vida por el Verbo Encarnado. En el mundo sólo es posible reinar mientras se vive una vida pasajera. Los inocentes, empero, reinaron al morir por el autor de la vida, el cual vino para destruir el reino de la muerte y para fundar el de la vida en el tiempo destinado por el consejo divino.
Estos niños afortunados son reyes, porque pertenecieron a la tribu de Judá y a la de Benjamín y murieron por Jesús, que los hizo herederos con él. Les da como propia su misma sangre; son ellos los humildes de Israel escogidos para confundir a Herodes con todo su poder, que fue retado a duelo para batirse con un niño cuyo reinado deseaba impedir. Para que no escapara aquel al que deseaba matar, dio la muerte a su infantería.
[335] La providencia divina permitió que aquellos niños murieran a causa de la rabia de Herodes, como hijos perdidos que expuso a su furor endemoniado, no perdonando ni a su propio hijo, que tuvo el honor de ser mártir del Salvador y testigo de la crueldad de su padre, que sin calcularlo hizo que ingresara en la compañía de avanzada del monarca al que deseaba matar, convirtiéndolo en príncipe del empíreo al desear exterminar a su emperador, al que la divina providencia le arrebató por tenerlo reservado para otro tiempo, de acuerdo a sus eternos designios.
Capítulo 44 - Mi divino amor me inspiró asociarme en comunidad con los santos Inocentes, a los que desde hacía mucho tiempo me había unido, deseosos de llevar a cabo lo que su edad les impidió hacer. (1636)
[337] Un día de los Santos Inocentes, los invité a venir con el cordero a mi casa, en el monte Sión, diciéndoles que eran las primeras flores de su Iglesia; que me rodearan por ser el lecho florido del esposo. Como murieron sin hablar, no pudiendo confesar con la boca a aquel por quien morían, yo podía confesarlo con el corazón y con los labios para satisfacer lo que les faltó, en mi calidad de hija del Verbo, quien me da la palabra por ellos. Como no tengo la oportunidad de morir por él como ellos, les pedí que unieran su muerte a mi confesión y me obtuvieran el favor de culminar su martirio como dijo san Pablo, afirmando que completaba en él lo que faltó a los sufrimientos del cordero, al que confesaron al morir, y al que siguen en la gloria, permaneciendo en su compañía en el monte Sión por ser su infantería.
Les dije: recuerdo que mi divino amor me puso entre ustedes un día de su fiesta en el año 1619, marcando mi frente con su santo nombre y el de su divino Padre con la mano de su amor, que es el Espíritu Santo. Pude sentir dicha marca, a pesar de ser invisible. La bondad del Dios trino y uno le movió a darme un dulce beso, soplando en mi rostro con un aliento delicioso, para hacerme vivir la vida de amor que ustedes viven en el cielo.
A continuación el Verbo Encarnado se dignó expresarme su deseo de que le organizara una compañía de pequeñas inocentes que preparasen su segunda venida, vistiéndolas de blanco y rojo para comparecer como víctimas inocentes que, desde su más tierna edad, se presentaran al sacrificio para su gloria, realizando en ellas lo que dijo en Isaías: Lo de antes, ya ha llegado, y anuncio cosas nuevas (Is_42_9). Así como hubo inocentes del sexo masculino, quería inocentes [338] del sexo femenino, a las que daría nuevas gracias por amor de su nombre. Añadió que no daría esta gloria a ninguna otra, porque le es debida, y sus hijas están del todo dedicadas a ella.
Les suplico, inocentes afortunados, orar para que sus hermanas participen en la heredad de su Padre, que es también el de ellas, así como las hijas de Job tuvieron parte con sus hermanos, y que sean flores primaverales en todo tiempo, cuyo aroma agrade a su esposo y a toda su corte; que en todo haga yo su voluntad y que me bendiga al final de la vida con más abundancia que al principio, como se dijo de Job: El Señor bendijo la nueva situación de Job más aún que la antigua. (Jb_42_12).
Que él obre en las tres Órdenes de mis hijas, las religiosas, las hermanitas y las pensionistas, como hizo con las tres hijas de Job: que ilumine a las primeras, para que alumbren a las almas como si fuera de día; que las segundas sean como la canela olorosa, casia, apartándose de la impureza que infecta a la juventud. Que las que por su estado se hallan en el mundo, no olviden las buenas enseñanzas ni las prácticas piadosas que oyeron y pusieron en práctica; que sean llamadas cuernos de abundancia, enseñando a todo el mundo cómo hacer provisión de virtudes y buenas obras, para que se presenten sin confusión a la derecha de aquel que dirá a las buenas: Vengan, benditas de mi divino Padre, a poseer el reino que les está preparado desde la constitución del mundo. Tuve hambre y me dieron de comer; tuve sed y me dieron de beber; estuve desnudo y me vistieron; fui peregrino y me albergaron; estuve prisionero y me visitaron. Lo que hicieron por mis pobrecitos que creen en mí, lo considero como hecho a mí mismo.
Tuve hambre y sed de su salvación y ustedes correspondieron a mis inspiraciones, no recibiendo en vano mis gracias. Estuve en la prisión del sagrario y allí me visitaron con amor y compasión. Fui peregrino venido del cielo a la tierra, y me recibieron. Estuve desnudo, cubierto con una tenue hostia, y me revistieron con su propio corazón. Ahora les doy el mío junto con mi reino y mi gloria.
Capítulo 45 - Cuidado que la divina Providencia tiene de los pobres virtuosos y de los castigos que recibirán los ricos que viven en el pecado. Los ricos misericordiosos son amados como lo fue Abraham.
[339] El 28 de noviembre pedí por una mujer que murió esa mañana. Poco después vi, en una elevación de espíritu, un ángel que guardaba su cuerpo muerto con cuidados angélicos. Más tarde volví a ver una mujer como suspendida, cuya cabellera esparcida estaba rematada por una corona. A través dichas visiones pude saber que mi oración había sido escuchada, y que la mujer descansaba en paz. Su pobreza se había transformado en riqueza, sus humillaciones en honor, sus sufrimientos en placer y sus bajezas en grandezas, como lo demostraba la corona que portaba.
Estas maravillas nos enseñan que Dios no tiene acepción de personas, y que los pobres que aman o aceptan con paciencia su pobreza pueden aspirar a la bienaventuranza y al reino celestial, donde reinarán en la eternidad después de ser indigentes en el tiempo.
Los ricos, en cambio, con sus placeres y voluptuosidad, se preparan fosas en el infierno, como se dijo del rico del Evangelio, que, revestido de púrpura y de lino, ofrecía diariamente suntuosos banquetes en tanto que Lázaro yacía acostado a su puerta presa de dolores, y languideciendo de hambre pedía humildemente las migajas que caían de la mesa de aquel rico insensible a la piedad. Los mismos perros parecieron resentirlo, acudiendo a lamer las llagas del pobre afligido, al que la divina providencia miraba, dando orden a los santos ángeles de recibir su alma, que el hambre y el dolor hicieron salir de su atormentado cuerpo.
No dio trabajo a su espíritu encontrar la puerta para salir de su prisión: dejó el seno de la miseria para ser recibida en el de la misericordia de Abraham, padre de los creyentes, que salía al ir en su peregrinar, a la puerta de su tienda en el calor del mediodía, para invitar a los ángeles, a los que creía hombres peregrinos, a que le honraran y obligaran con su visita, haciéndole el favor de que les lavara los pies y comieran participando de sus bienes, que consideraba suyos también.
Dichas obras buenas le obtuvieron un Isaac e hicieron resolver a los ángeles, por orden del soberano, llevar hasta su seno, aún después de su muerte, las almas de los pobres [340] afligidos, a las que recibía para no dejarlas volver a la tierra, donde fueron tan maltratadas por decir la verdad a los hombres seguidores de la mentira, a imitación de aquel que durmió el sueño de la muerte, viéndose al despertar despojado de sus vestiduras de lino y púrpura y revestido de llamas. Como castigo a los vinos delicados, fue privado de una sola gota de agua, que pedía a aquel cuyos clamores no pudieron obtener de él ni una sola migaja de pan.
Abraham, a quien llamó padre, le dijo que no podía acudir a la puerta del limbo, y que su bondad paternal no veía conveniente ni aún posible que Lázaro le diera solaz, por existir un abismo insondable entre el limbo y los infiernos subterráneos, donde yacía en un sepulcro de horror, muriendo sin morir en una muerte viviente. Le dijo que recordara que Lázaro había sufrido estando en el mundo, en tanto que él se dedicaba a sus placeres; que la divina justicia mandaba que Lázaro descansara y que él fuera atormentado en las llamas; que la paciencia de los pobres no perece al final, por haber vivido en medio de las penas a pesar de su inocencia. Las almas de los ricos culpables que vivieron en medio de los placeres, en cambio, serán atormentadas por suplicios en el transcurso de la eternidad de Dios.
Capítulo 46 - Grandes favores que mi divino amor me concedía cuando se intentaba causarme aflicción, mostrándose a mí como un pabellón, un cayado vigilante y derramando sobre mí el rocío de sus santas bendiciones.
[341] Desperté a la una de la mañana y recordé las palabras del oficio: Cuando un profundo silencio envolvía todos los seres, y la noche alcanzaba en su curso la mitad de su camino,... (Sb_18_14). Me dirigí a mi esposo, representándole el estado de nuestros asuntos, que parecía una noche espesa, sin que en ella se vislumbrara el día. También le hablé del profundo silencio que se me obligaba a guardar porque no se podía, ni de viva voz ni por escrito, tratar con aquel que con su autoridad me lo impedía. Me quejé a mi divino amor, diciéndole que ni aun los más miserables eran privados de la libertad de presentar sus peticiones.
El me dio a entender que la noche estaba en su curso, y que aquel hombre vivía en las tinieblas; que nada hacía falta sino esperar el socorro, que provendría del trono real de su justicia. Me resigné con gran sumisión a la divina voluntad, diciéndole que esperaría a su salvador: Esperaré al salvador de mi Dios (Gn_49_18). Después, creciendo en confianza, dije a mi amado que recordara sus promesas, en las que me ofreció elevarme por encima de la cumbre de la tierra, es decir, más allá de los poderes elevados en dignidad, y que a pesar de ello me encontraba yo en un continuo rechazo al ser despreciada por ellas. Mi divino amor me dio a conocer que cada día cumplía su promesa, porque al enfrentarme a los altos dignatarios de la tierra, que combatían mis proyectos, me situaba por encima de todo y gozaba de una profunda paz, en tanto que mi adversario sufría una negra melancolía que lo mantenía en desazón.
Mi alma con nueva osadía, pidió instantemente a mi divino Salvador que terminara su obra; que sólo el fin otorgaba la corona y que le conjuraba amorosamente a poner fin a tantas contradicciones. Vi entonces un pabellón de azul muy oscuro, suspendido por una cinta verde. Comprendí que era el pabellón de Jacob, que jamás pudo ser maldecido. Me dijo que no temiera y recordara el cayado en cuyo extremo había un ojo abierto, que [342] vi pocos días antes. Mi amado me enseñó su misterio, diciéndome que él era la vara que Jacob había adorado, honor que no rindió a la piedra sobre la que durmió durante el sueño misterioso de la escala, y que consagró después como altar, ni al óleo que derramó sobre ella; que con el poder de esta vara, que le había servido de bordón, atravesó el Jordán obrando otras maravillas, y que por su medio había adquirido la gloria, porque el Salvador era su fuerza. Por lo anterior me dio a entender: La vara que has visto, soy yo; el ojo que esta ahí significa la generación eterna en la que Dios, mi Padre, se contempla a si mismo, me hace su Palabra. Yo soy su ojo en el que se él se mira y del que es visto, yo soy su imagen y la figura de sus sustancia encarnada. Yo era el final que debía terminar la generación de Jacob según la carne y comenzar la de los Israelitas según el espíritu. Jacob adoró el final y la extremidad de esta vara que marcaba la continuación de su generación. El retiró sus pies muriendo porque todos sus afectos se unieran en el que terminaba toda su generación.
Jacob vio la escala y los ángeles, que significaban el misterio de la Encarnación y el favor de los ángeles que ella nos atraería. Mi divino amor me exhortó a recoger o reunir todas mis aflicciones en él, besando esta vara sin temor alguno, porque me era dada para alegrarme con sus flores, para corregirme, sostenerme y apoyarme.
Añadió que el ojo de la divinidad, que es él, me miraba amorosamente y que en ello consistía mi gloria. Que en ella me había elevado, que la aflicción llevaba a conocer al Espíritu, y que todos conocían el Espíritu de Dios que me movía y se mostraba tan generoso para animarme y sostenerme en medio de tantas contradicciones. Los Inocentes perdieron el nombre que tuvieron en la tierra; no sabemos el de ninguno de ellos; pero en el cielo, en lugar de ese nombre, llevan grabado sobre su frente el nombre de Dios y el del cordero. De semejante manera, al ser humillada por los que con su poder resistían los designios de Dios, tanto más sería yo exaltada.
Este amoroso discurso de mi divino esposo duró más de cuatro horas, que transcurrieron en mil consuelos y caricias. El esposo de mi corazón, respondiendo a sus invenciones, [343] me dijo que deseaba venir a mí colmado de gotas de rocío, que me enseñaban la manera en que derramaba sus gracias sobre mí, movido por la bondad de su divinidad. Las destilaba como gotas de rocío, diciendo que tenía compasión de mis lágrimas, en las que se glorificaba en todo momento, considerándolas como las perlas de su peluca y que permanecía a la puerta de mi corazón, al que deseaba entrar para celebrar conmigo un festín con manjares de su gusto, del de su divino Padre y de conversión para todas las almas.
Capítulo 47 - El Verbo Encarnado me dijo que sus hijas eran las hijas de Judá, y que establecerían su Orden con firmeza cimentándola en su palabra y en su sangre. Enero de 1637
[345] El primer día del año 1637, en la santa comunión, fui intensamente acariciada por mi divino esposo, el cual me reveló algunos secretos por medio de su amor inefable, dándome a conocer que la circuncisión cercenó el mal para dar la salud y la santidad, suprimiendo lo que es imperfecto en nosotros para establecer lo que es de Dios y vive en El. Me dijo que era mediador por mérito, por redención, por dilección y por amor; que sólo los que se encuentran en la dilección gozan de la redención; que sólo la tribu de Judá acudió a recibir a David después de la derrota de Absalón y, atravesando el Jordán, transportó a su rey victorioso de la rebelión para colocarlo en su trono. Prosiguió diciendo que los hijos de Judá son aquellos que confiesan la gloria del Redentor, animados por la dilección valerosa. Mi divino amor me prometió que sus hijas y mías serían verdaderas hijas de Judá que atravesarían el Jordán, a las que Behemot deseaba devorar (Jb_40_15). Me dijo que caminaran en pos de él por sus caminos, libres de cualquier temor.
Conversó conmigo acerca de diversos estados que experimentó en el camino: cómo estuvo lleno de gozo al contemplar su divinidad, que glorificaba la parte superior de su alma, diciéndome que el cuerpo, junto con la parte inferior de esta alma bendita, estaba sumergido en el dolor a causa de los pecadores. Me explicó la manera en que gozaba de las delicias de la divinidad y de la bienaventuranza al mismo tiempo que amaba los dolores de su humanidad, por cuyo medio nos manifestó su amor y su bondad.
[346] La dulzura del amor lo impulsaba hacia su Padre para gozar de los deleites de su seno, en tanto que la compasión inclinaba su corazón hacia los pecadores y a abrazar por ellos el sufrimiento, diciéndome que si se pudiera y fuera necesario, se separaría de su Padre para ir en busca de los pecadores; que su amor lo pondría en un dilema: quedarse con su Padre en medio del júbilo, o abajarse hasta su hija en la aflicción para compadecerla y consolarla.
En este punto experimentó ella mil delicias en su alma y fue invulnerable a la aflicción que, según el parecer común, debía abrumarme por entonces, a causa de los rechazos de que era objeto el establecimiento de la Orden. Mi divino enamorado me consoló admirablemente, demostrándome más amor que Siquem a Dina, deseoso de morir por mi salvación para desposarme eternamente con su muerte en la fe y en el amor, anhelando poseer la belleza que me daba su gracia.
El día de la octava dediqué todo el día al misterio de la circuncisión según la oración de David: Acuérdate, Señor de David (Sal_132_1), y lo que sigue, en la que el santo rey expresa su deseo de Dios y de morar en su tabernáculo.
Mi divino amor me hizo ver que dicho tabernáculo fue Belén, en el que se ofreció el nuevo sacrificio que el Divino Salvador hizo de sí mismo por mano de su Madre. El pesebre era el altar, en el que fue cercenado el tejido adorable que le otorgaría el carácter de víctima. Fue cubierto e inundado por su sangre, para que resplandeciera y brillara en su púrpura real: Mas sobre él florecerá mi santidad (Sal_132_18); santidad que germina y florece en la sangre que da a mi alma, a fin de que florezca en mí, porque busco el tabernáculo de Dios, el cual quiere construirse uno a través de este nuevo Instituto, del que se podrá decir que no es hechura de mano de hombres, sino de la de Dios, que lo ama porque es bueno.
Hija, san Pablo se refirió con acierto al tabernáculo asentado por Dios y no por hombres cuando dijo: Pero Cristo se presentó como Sumo Sacerdote de los bienes futuros, a través de una Tienda mayor y más perfecta, no fabricada por mano de hombre (Hb_9_11).
Hija mía, yo mismo estableceré mi Orden. Los hombres no pueden impedir mi [347] eterno designio. Con el poder de mi sangre y de mi palabra fundaré este nuevo tabernáculo; no con sangre de animales ni según el sentir de los que cuentan con la providencia humana, que es la prudencia de la carne. Lo que ellos consideran locura, es sabiduría ante mí.
Penetré una sola vez al Santo de los Santos y ofrecí mi sangre para una redención eterna ideada por mi amor, el cual la ofrendó a mi divino Padre para que fuera el precio de dicha redención y, al mismo tiempo, paz y alimento para la humanidad.
Yo mostraré mi poder y haré ver a la prudencia humana que sé levantar a los débiles y destruir a los soberbios, que piensan ser los únicos que deben brillar. Ensalzaré a los humildes que piensan que son nada. Los escribas y los fariseos, a una con los sacerdotes, creyeron poder destruir mi doctrina y borrarme de la tierra al darme la muerte. Se equivocaron, ya que con ella realicé mi designio y mi alianza pudo merecer. Hija mía, cuando los hombres crean haber impedido el establecimiento de mi Orden, yo la edificaré. A través de mi palabra y de mi sangre ustedes serán establecidas y, en su calidad de hijas del Verbo Encarnado, serán herederas de sus bienes y de sus gracias. Con su sangre serán purificadas, alimentadas y coronadas. Sean fieles a mi amor.
Capítulo 48 - Cuatro cadenas que representan los diversos estados de las almas en el camino y al llegar a su fin.
[349] Durante la Octava de Reyes, mi divino amor, haciendo sentir a mi alma su dicha a causa de la elección que él se dignó hacer de ella por iniciativa propia, me dio a entender y a conocer la diversidad que existe en los estados en que se encuentran las almas que están oprimidas por diversas cadenas. La primera cadena es de hierro, la cual aherroja y abruma con su peso a los pecadores obstinados en este mundo y a los condenados en el infierno, entre los que sólo hay la diferencia del fuego, que atormenta interiormente a los que se encuentran en camino y material y sensiblemente a los que han llegado al término. Como los que van por la vida no suelen aparecer ante los hombres como pecadores obstinados, reprobados y condenados por su impenitencia, la ejecución de la sentencia sólo es diferida. Los que están en el infierno, en cambio, por haber llegado a su fin, sufren ya los suplicios de sus crímenes y la pena a la que están condenados. Por haber muerto en pecado mortal, serán privados eternamente de la visión beatifica.
Los desventurados que van en camino se obstinan en resistir al Espíritu Santo y a forjar pecado sobre pecado, con los que forman la cadena de sus malos hábitos, que encadena unos con otros, y como jamás se enmendarán, están como condenados en presencia de Dios. La ejecución del suplicio es sólo aplazada, como se dice antes; sus cadenas no pueden romperse por rehusar la conversión y exponerse a que el Dios justísimo les abandone a causa de su endurecimiento, aunque esta imposibilidad sólo se de en los condenados, que están en un estado en el que ya no hay redención, porque ya no están en camino para hacer penitencia.
Dicha imposibilidad se da en quienes resisten al Espíritu Santo. Desafortunadamente para ellos, no hay remisión alguna ni en este mundo ni en el otro, como dijo el Salvador. Cadena doblemente temible. Cuando pienso en ella, me siento espantada porque encadena a dos clases de culpables: los que se encuentran en camino que ofenden a Dios durante su eternidad, porque jamás se enmendarán; y a los que llegaron a su fin durante la eternidad de Dios, lo cual es justísimo. Como emplearon su eternidad en ofenderle, es razonable que él los castigue durante la suya: Por que aparezca tu justicia cuando hablas y tu victoria cuando juzgas (Sal_51_6).
La segunda cadena es de plomo, que puede fundirse y licuarse en el fuego. Ella encadena a las almas que no son obstinadas, pero que se encuentran, no obstante, en pecado mortal, del que pueden lavarse, purificarse y deshacer su opresión mediante la gracia que Dios desea concederles. Esta cadena puede ser fundida a través del temor de Dios, cuya ardiente caridad puede reformarlas o transformarla en la hoguera del divino amor, que produce la contrición amorosa.
La tercera cadena es de oro brillante y sirve de corona y collar honorífico más que de grilletes. Esta cadena es para las almas que sirven a Dios por su amor y por la recompensa de la gloria, todo a una. Hay muchos en este número: Inclino mi corazón a practicar tus preceptos, recompensa por siempre (Sal_119_112).
La cuarta, que es maravillosa, está formada de luz, sin ser pesada como la de oro. Las almas que la llevan son iluminadas, no encadenadas por ella y son conducidas por el esplendor de la luz eterna que es el Verbo, el cual es su camino, su verdad y su vida: Yo soy el camino, la verdad y la vida (Jn_14_6). Dios mora en estas almas y se reproduce en ellas cada vez que las ilumina. Allí a David suscitaré un cuerno, aprestaré una lámpara a mi ungido (Sal_132_17), dándoles su amor, que es dulce, fuerte, muy bien representado por el cuerno y simbolizado por la luz de Cristo, que es el ungido y la unción. David, contemplándolo como rey, dijo: Por eso Dios, tu Dios, te ha ungido con óleo de alegría más que a tus compañeros (Sal_45_8). Con estas almas afortunadas, por ser sus esposas queridas, comparte su alegría. Junto con la luz, reciben la unción sagrada de reinas; luz que les da el impulso para moverse de acuerdo a las exigencias de la gloria eterna. Son resplandecientes como el sol, blancas, cándidas y plateadas [351] como la luna; el sol no tiene otro color que el de la luz; estas almas, tan felizmente ligadas, no tienen ni color ni tinte de criatura alguna; sólo el blanco de la inocencia.
Es éste el rayo divino mediante el cual son hechas participantes de la Sión celestial; participación que algunas poseen en la sola esperanza. Las demás se encuentran en una esperanza experimental, porque al no estar todavía en la plena posesión que esperan, gozan parcialmente, ya desde el camino, lo que esperan poseer con mayor plenitud y abundancia en la gloria. Estas almas, a pesar de ser viandantes, saborean por adelantado las arras de la felicidad en la comunicación que tienen con el Cordero, que las conduce a las fuentes de vida y a los manantiales de luz que brotan de sus cuernos y de sus ojos; y así como la luz es toda para el ojo y éste sólo fue hecho para la luz, de igual modo estas almas son todas de Dios y para Dios, y Dios es todo para ellas, como si sólo para ellas existiera.
Dichas almas son el encanto de los ángeles y de las almas que están en la gloria del cielo, porque en sus resplandores los bienaventurados contemplan el brillo de la luz de Dios: En tu luz veremos la luz (Sal_36_9). Y los mortales caminan a favor de sus resplandores: Caminarán las naciones a tu luz (Is_60_2).
Mi divino Amor me comunicó que compartiría conmigo los mismos favores, exhortándome a tener ánimo y a prepararme a recibir las divinas luces: arriba, resplandece, Jerusalén, que ha llegado tu luz y la gloria del Señor sobre ti ha amanecido. (Is_60_1). A continuación, me aplicó el resto de la epístola que se leía durante esta octava, diciéndome: Hay tantas almas que se encuentran en las tinieblas, en la frialdad, en el disgusto, y que no son acariciadas en esta vida por mi bondad como tú. Hija mía, no les causo perjuicio alguno. Como soy libre, sólo estoy obligado a mis criaturas por mis promesas. Si ellas corresponden a mi gracia en la tierra, tendrán la gloria en el cielo. A ti, Hija, sin embargo, concedo mis favores en profusión en el camino, encuentro en ti mis delicias y deseo que pruebes cuán bueno soy con aquellos que no aman sino a mí.
Frecuentemente, durante esta octava, el rayo de luz brilló con fuerza sobre mi cabeza y mi rostro. Sentí una dulce brisa y escuché: El espíritu sopla donde quiere; no siempre le gusta manifestar de dónde proviene su soplo, ni a dónde va, pero se complace en dar a conocer que es él quien mueve al alma para que obre según sus [352] mociones. Es él quien produce en ella mil gracias de bondad y de complacencia, adornándola con sus dones para hacerla agradable al Padre y al Hijo, lo cuales, con el Espíritu Santo, fijan en ella su morada. La santísima Trinidad reside plenamente en su parte superior como en su domicilio: Que así me ha dicho el Señor: Reposaré y observaré desde mi puesto, como calor ardiente al brillar la luz, como nube de rocío en el calor de la siega (Is_18_4).
La divina majestad, sentada en el alma como en su trono, hace brillar sus rayos de amor en presencia de toda su corte; el alma se deleita en la luz que cae a plomo sobre ella sin ofuscarla, porque el Espíritu Santo produce en ella una nube admirable que le sirve de sombra y deliciosa frescura, en la que se apacienta y reposa al mediodía del puro amor. Después de recoger los frutos de la divina bendición, que es una cosecha abundante, dicha nube parece fundirse dulcemente y destilarse en suave rocío que se insinúa en el alma, en la que hace germinar mil gracias en las que se encuentra el mismo Salvador, según los deseos que expresó el profeta: Cielos, enviad rocío de lo alto, y nubes, lloved al Justo; ábrase la tierra, y brote el Salvador (Is_45_8).
La santa humanidad se encuentra presente de manera admirable en esta alma, haciendo en ella una extensión de la amorosa Encarnación y produciendo uniones maravillosas que son nuevos favores mientras se encuentra en el alma. Ella es la luz de este pequeño mundo, según dijo el Salvador, en este tiempo de gracia. Jesucristo hace que a su luz el alma obre maravillosamente. Es un día que hizo el Señor, en el que la alegría es grandísima. Por ello todas las potencias del alma exclaman: Este es el día que hizo el Señor, exultemos y gocémonos en él. Señor, da la salvación, Señor, da el éxito. Bendito el que viene en el nombre del Señor. Desde la casa del Señor os bendecimos. El Señor es Dios, él nos ilumina (Sal_117_25s).
El alma que es favorecida de este modo por el Señor que es su salvación, el cual la hace crecer ya desde el camino casi como conciudadana de los bienaventurados que están en la mansión de gloria, debe bendecirlo por dignarse llegar hasta ella como a su casa de gracia, para hacerla participante de sus divinas ilustraciones y de su felicidad, tanto cuanto puede sufrirlo su estado de peregrina.
Esta cadena de luz liga e ilumina de manera inefable a los bienaventurados que están en el término, y a las almas de las que ya he hablado, que van por la vida; porque las que han llegado al final se encuentran en la plena alegría de la gracia consumada, a la que llamamos gloria del cielo. Las que siguen en camino participan de la gloria iniciada que se denomina gracia en la tierra; cadena bien diferente de la que aprisiona a los obstinados en el camino y a los réprobos en el término.
Capítulo 49 - Del bautismo de Jesucristo, en el que fue proclamado Hijo de Dios que se manifestó en medio de la humanidad pecadora.
[353] El 13 de enero de 1637, al contemplar a mi divino Salvador en el Jordán, lo admiré en esas aguas en medio de los pecadores; El, que era el justo por excelencia y por esencia. Mi espíritu permaneció elevado y maravillado al ver al Señor complacerse al aparecer semejante a los pecadores; El, que jamás conoció el pecado. Ante esta novedad, el cielo se abrió para ver un espectáculo digno de la Trinidad, la cual demostró sus prodigios en la voz, en la paloma y en el que recibía el bautismo, dando a conocer la distinción de las personas.
Cuando Adán y Eva pecaron, se disculparon y con sus excusas se cerraron el cielo, al no querer ser reconocidos como pecadores. El Verbo Encarnado, siendo justo, pareció pecador. El cielo se abrió y Dios Padre lo confesó como Hijo suyo amadísimo, en el que se complace desde la eternidad. El Espíritu Santo fue enviado del cielo para manifestar su santidad, que ocultó bajo la forma del pecador. San Juan fue testigo de sus voluntades, diciendo: He ahí el Cordero de Dios que lleva los pecados del mundo para lavarlos en su sangre. Aunque sólo parece un hombre, es un Dios.
El Arca de la Alianza fue admirada al entrar en el Jordán, que retiró sus aguas; sin embargo, es una maravilla mucho mayor que el arca mística entre en las aguas sin hundirse en ellas; es decir, en el Jordán de las aflicciones, cuyas aguas penetraron hasta el alma de Jesucristo pero sin ahogarlo; pudiendo tan sólo llegar a su parte animal e inferior.
El Salvador discutió santamente con su precursor el precio de la humildad, cumpliendo toda justicia. El fue el menor, por haber querido anonadarse al tomar nuestra naturaleza sin dejar la diestra del Padre, al que era igual. [354] Apareció como el último de los hombres, cuando era el primogénito entre muchos hermanos y el mayor de todas las criaturas.
El Rey de los hombres y de los ángeles, el Arca adorable de la alianza eterna, sitió admirablemente el empíreo, que abrió sus puertas ante esta arca divina. Ante la brecha que hizo su humildad en esa ciudadela, el Padre y el Espíritu Santo se confesaron vencidos y prestos a entregar meritoriamente la Jerusalén celestial al vencedor y a la humanidad, por la que se encarnó y humilló. Las palabras son más poderosas que las trompetas que derrumbaron a Jericó. Esta arca santísima contiene en sí con eminencia todo, lo anterior sólo figuró: el propiciatorio, los candeleros la vara de Aarón, los panes de la proposición, las tablas de la ley y todo lo descrito por Moisés, que recibió orden de Dios de asentar el tabernáculo. El es el esposo florido, la flor de los campos y el lirio de los valles, el maná que el Padre nos da, el Sancta Sanctorum, el pan de vida y la ley del amor.
Capítulo 50 - Fui invitada a las bodas de la Reina de los ángeles y Madre del cordero, el Verbo Encarnado, su Hijo y esposo. Grandes gracias con que me favoreció la Trinidad
[355] Esta noche, no pudiendo dormir y queriendo hacer mi oración, fui elevada por espacio de tres horas en una sublime contemplación de las grandezas de la Virgen, cuya gloria me dieron a conocer los ángeles.
Fui invitada a las bodas de esta esposa del Cordero y vi a miles de ángeles rodeando el trono del Señor. Los ángeles fueron los primeros profetas de María, habiéndola conocido mediante la revelación que recibieron antes de la creación de los hombres. Las centellas y rayos con los que fueron iluminados sirvieron por entonces de sombras o figuras de María.
Durante esta comunicación, recibí favores inestimables. Después de invitarme a las bodas de la Madre y Esposa del Cordero, la adorabilísima Trinidad me dio a conocer y comprender que yo pertenecía a las tres divinas personas que ocupaban mi corazón y mi alma, cuya presencia sentía de manera inefable, acompañada de miles de ángeles que las asistían. La Trinidad me hizo un augusto regalo, dándome un triple cordón irrompible, que era Dios, la Virgen y las criaturas.
Todo esto me unió al Dios trino y uno. Escuché que, como yo desafié a todas las criaturas y combatí valientemente en una larga oración y un afecto preñado de temor y aprensión de alejarme al menos un poco del Dios del amor, la gracia obró en mí esta resistencia, agradando de tal modo al Dios de bondad, que quiso demostrármelo con luces, [356] dándome a conocer que yo era un ejemplo de las bondades que él concede a las almas; me dijo que yo era su elegida y que se complacía en poner en mí su trono, porque amaba su gracia en mi alma. Ya describí en otra parte escribí el conocimiento que obtuve de las grandezas de la Virgen.
Escuché al Dios de amor que me decía: Te he puesto como un signo de mi bondad delante de mi rostro, así como hice con Zorobabel. Al ver en ti este signo, me aplacaré cuando mi justicia me mueva a castigar y recordaré mi amorosa clemencia.
Querido amor, que este signo redunde en mi bien y que des a mi alma un mandato soberano: que conozca por su propia experiencia cuán bueno es adherirse a tu amor y poner en ti toda mi esperanza. Las almas a las que favoreces con tus gracias poseen un paraíso en esta vida y esperan de tu caridad tener uno en el otro, porque te complaces en dar la gracia y la gloria.
OG-05 Capítulo 51 - La amorosa Providencia de Dios permite que quienes la aman sientan inclinación de afectos para concederles magnánimas victorias en sus combates
[357] Me contristaba a mí misma a causa de mi natural afectivo, y lamenté ante mi divino amor la inclinación que comenzaba a sentir hacia algunas personas. Escuché entonces estas palabras: Lo hice fuerte en la lucha y descendí con él a la fosa para que venciera; no lo abandonaré en los obstáculos. Me dijo que no temiera; que mi Esposo permitía esta inclinación que no era mala para que me sirviera de ejercicio y pudiera combatir por su divino amor; que él terminaría por triunfar y que deseaba me ejercitara en mil actos generosos y en mil sagrados intercambios con mi amado.
Temerosa de causarle el menor disgusto, me dispuse a prepararme sin cesar a morir en todo momento, para asegurar mi fidelidad, diciéndole que la muerte me sería más dulce que el amor de cualquier criatura, si atentara a disminuir en algo el que había yo consagrado al que es mi solo y único amor, el cual se complace en combatir generosamente el afecto no desviado que sentía hacia la persona de mi confesor; pero al ver que el pensamiento de dicha persona se me presentaba y me impedía volar al seno de mi esposo, dije: Antes que ser prisionera, de enamorada me convertiré en guerrera.
Mi divino Amor cumplió lo que prometió: descendió conmigo a la fosa de mi humillación y me libró gloriosamente, privándome enteramente de lo que era superfluo en el cariño que sentía yo por esta persona, pero de suerte que me fue tan indiferente como cualquier otra, restándome tan solo el agradecimiento por los beneficios recibidos, para no ser ingrata, ya que odio al extremo la ingratitud.
[358] Reconozco la providencia de mi esposo al permitir este afecto, el cual fue para bien y progreso de su santa Orden y para darme a conocer más y más la exuberancia del amor divino que tenía hacia mí, ya que durante el tiempo que tuve a dicho confesor, su Majestad me acarició continuamente, desbordando torrentes de delicias en mi alma. A causa de las imperfecciones que cometí siguiendo los diversos sentimientos de mi inclinación hacia esta persona, me puse en actitud de contrición delante de mi esposo, no atreviéndome a elevar mi pensamiento hasta él, por confesarme indigna de presentarme ante su divino Amor. Me dijo entonces lleno de cortesía y ternura hacia mí: Habla, corazón mío, mi bien amada. Al oír tus palabras echaré las redes; deseo dejarme cautivar por tus palabras, que serán las redecillas que atraparán al delfín del Padre eterno en el océano de su divino amor. Me dijo que me hacía pescadora de un Dios-hombre que se complacía en enlazarse a mi corazón, a fin de permanecer conmigo; que podía yo decir que mi Redentor vivía en mí para hacerme vivir por él y que mi esperanza era el júbilo del soberano bien en mi seno.
La diferencia con los bienaventurados es que ellos gozan de él al descubierto, y yo bajo los velos de la fe, en la que el alma muestra su fidelidad en el camino, en el que se encuentra en estado de merecer mediante las buenas obras y los acrecentamientos de gracia y de gloria.
Ante estas amorosas persuasiones, mi alma se derramó en el seno de este Enamorado, incomparable en bondad, al que se abandonó con justa razón.
Capítulo 52 - Luces y delicias que el Verbo Encarnado obró, mediante sus intervenciones sagradas, en el alma de su indigna enamorada, a la que constituyó su baldaquino de gloria. 15 de febrero, 1637
[361] En este tiempo en que los hombres parecen oponer tanta resistencia a la fundación y quisieran, si pudieran, sofocar la Orden en mi seno antes de su nacimiento, mi divino esposo me ha consolado indeciblemente. Hoy, en la santa comunión, me dijo que deseaba enseñarme de qué manera vivió soberanamente los tres grados o caminos de la vida de perfección: la unión, la iluminación y la purificación; mejor dicho; que él poseyó, en grado eminente, la vía unitiva, la contemplativa y la purgativa durante su vida pasible en la tierra.
La primera mediante la unión hipostática. Como ésta es la más sublime de todas las uniones poseyó en su humanidad, en virtud de ella, todas las otras sin mezcla de imperfección y sin interrupción. Vivió la vía iluminativa al ejercer actos de todas las virtudes para iluminar al mundo. Los judíos quisieron extinguir la luz en las tinieblas del Calvario; pero el Todopoderoso la hizo revivir de la misma oscuridad. Pues el mismo Dios dijo: De las tinieblas brille la luz (2Co_4_6). Los judíos pensaron ensombrecer sus claridades haciéndolo morir, pero se equivocaron. Antes de su muerte pareció iluminar sólo la Judea; después de ella, ilumina a toda la tierra.
La vía purgativa se encuentra soberanamente en Jesucristo. San Pablo dice: El cual, siendo resplandor de su gloria e impronta de su sustancia, y el que sostiene todo con su palabra poderosa, llevó a cabo la purificación de los pecados (Hb_1_3). El se sentó a la derecha de la majestad en las alturas, donde vive en la gloria igual al Padre y al Espíritu Santo, que son tres personas distintas, aunque un solo Dios de naturaleza simplísima e indivisible. Su vida es una; una es la unidad divina; sus tres voces o sus tres vías se verifican en mí con amor a través de las luces unitarias que me comunican.
Me explicó estas palabras del Cantar: Tu ombligo es un ánfora redonda, donde no falta el vino; tu vientre, un montón de trigo, de lirios rodeado (Ct_7_3), [362] diciéndome: Hija mía, el cordón umbilical mediante el cual el hijo se adhiere a su Madre y recibe su alimento mientras que está encerrado en su seno, simboliza su entendimiento, que está unido al Verbo, que es fuente de sabiduría: Fuente de sabiduría es la Palabra de Dios en las alturas, la cual realiza en ti profusiones continuas de sus luces, que penetran hasta el corazón figurado por el vientre.
Hija, saboreas las delicias del paraíso a través de las caricias de un Dios enamorado de ti, que se hizo trigo de los elegidos y posees al Dios todo bueno en una pureza virginal que él te comunica, que son los lirios que ha sembrado en ti. De él procede la fuerza de tus palabras para vencer a todos los que se oponen a tus proyectos.
El te ha dado el poder de encadenar los corazones y atraer las voluntades mediante las dulzuras y claridades de la sabiduría divina, que sumen en admiración a los que conversan contigo. Las victorias que él obtiene por medio de tus palabras redundan en su gloria.
Añadió que mi esposo me hacía brillante y resplandeciente cuando todos se esforzaban en oscurecerme; que él se mantenía en la firmeza y en la constancia cuando más se me contrariaba y que al final me descubriría sus misterios con tanta claridad, que parecería a muchos que yo hablaba sólo en parábolas y enigmas, que serían para mí luces radiantes mediante las cuales se conocerían tantas verdades como palabras expresara, y que dichas luces eran favores y presentes de su bondad hacia mí. Mi memoria, prosiguió, era el trono de su majestad, donde reposa con admirables delicias, porque ella le ofrece frutos nuevos y antiguos.
Entonces mi divino Esposo me hizo ver una especie de cúpula de cristal en figura de globo, maravillosamente iluminada. Comprendí que ésta representaba mi entendimiento, al que mi Salvador destinó para ser la bóveda de sus claridades, y que debía estar unido a la divinidad figurada por el globo en razón de su plenitud. La divinidad colmó el cielo y la tierra con sus resplandores: un cielo que es mi alma y una tierra que es mi cuerpo.
Me encontré suspendida en medio de tan admirables resplandores. El globo está lleno de claridad porque recibe la luz de lo alto y la comunica por el lado que da a la tierra, reteniéndola al mismo tiempo en sí mismo. Conocí de qué manera se integraba la divinidad a mi alma, o fijaba mi alma a dicho globo, que la representaba, la sostenía, la iluminaba, la unía y la purificaba. Las iluminaciones transformaban mi entendimiento en un globo luminoso de cristal en el domo de las divinas claridades.
Dios hizo de mi voluntad el templo del amor divino; el amor me confinó a la posesión de mi bien, al cual [363] abracé estrechamente. El entendimiento recibió la luz a manera de una esfera de cristal, que ni la retiene ni la detiene, sino que deja pasar sus rayos y queda sin luz cuando el cuerpo luminoso que emitía sus rayos está a cubierto y se ha retirado muy lejos llevado por la luz. En razón de la diafanidad, es enteramente penetrado por la luz y el alma recibe las divinas claridades hasta el corazón y en su voluntad, la cual retiene y posee lo que recibe, transformándose en prototipo y ejemplar suyo. El entendimiento es un cristal en la recepción, y la voluntad, un globo en su plenitud. Estas dos maravillas son admirables en la santa humanidad, que está colmada de la divinidad o grandeza de la gloria de un Dios que se manifiesta en la limitación y pobreza de nuestra pequeñez.
La santa humanidad comunica a ciertas almas las profusiones de su plenitud, que está figurada por los siete candelabros de oro, las siete lámparas y los siete cuernos del cordero, ya que los siete candeleros significan los siete dones del Espíritu Santo, los siete cuernos de la unción sagrada que se derrama de ellos y llena dichas luminarias por los ojos. El cordero enciende el fuego inextinguible en los corazones sinceros, comunicando por sus siete cuernos una abundancia indecible; los ojos encienden el fuego divino. Estos cuernos de abundancia llenan al alma con óleo de alegría, todos estos dones manifiestan la semejanza de Dios en su criatura y la grandeza de Dios, mediante su divino poder, confiere a su criatura la aptitud necesaria para recibir los dones que, en su generosidad, les regala profusamente.
La bondad infinita quiso que experimentara en mí misma dichas profusiones, diciéndome que las siete estrellas que portaba en su mano derecha eran la participación en la ciencia que recibo de él, mediante la cual lo contemplo como un todo suficiente en sí mismo y como al ser superesencial. Durante dicha visión percibí continuamente mi nada; conocimiento del que soy consciente en todo momento, el cual me mantiene en un humilde sentir de mí misma.
La vista de la bondad de Dios me confiere una amorosa dilección hacia ella, que es en sí comunicativa y que comparte su gloria con el alma, la cual se ve rodeada de luz; porque Dios se glorifica en ella, haciéndola participe de su bondad mediante una efusión y derramamiento inexplicable, en el que el alma se contempla y se glorifica; colmando sus potencias de una plenitud divina, que no le oculta, sin embargo, su nada, de la que es consciente clara y distintamente mientras que Dios la favorece con sus sagradas comunicaciones.
[364] Recibí estas alabanzas y otras aun más admirables, que no puedo detallar aquí. Mi divino amor, al complacerse en habitar en mí, me alabó por encontrar en ello sus complacencias, sin que las alabanzas me hicieran olvidar mi nada.
Sus amores y luces me dieron a conocer muchas maravillas sobre las comunicaciones divinas. Cuando el Dios oculto habló a los hombres por medio de sus ángeles, medía sus locuciones y estaciones como se observa en el movimiento del ángel, que, envuelto en la nube y en la llama, señaló las jornadas y altos de los hijos de Israel en los desiertos. Sin embargo, una vez que el Verbo se hizo hombre, Dios quiso hablarnos por medio de esta Palabra suya, que es eterna e inmensa como aquel de quien procede. El Verbo es el eterno e infinito hablar del divino Padre, por cuya mediación conversa con nosotros a partir de la Encarnación, dirigiéndose a nosotros como a hijos suyos por adopción y hermanos y coherederos del Verbo hecho carne, que vino a la tierra a conversar familiarmente con los hombres, lo cual admiró y expresó su predilecto con estas palabras: Lo que existía desde el principio, lo que hemos oído, lo que hemos visto con nuestros ojos, lo que contemplamos y tocaron nuestras manos acerca de la Palabra de vida, pues la Vida se manifestó, y nosotros la hemos visto y damos testimonio y os anunciamos la Vida eterna, que estaba vuelta hacia el Padre y que se nos manifestó (1Jn_1_1s).
El Verbo puso su trono en la Eucaristía y en nuestros altares, quedando a merced de la voluntad de los hombres, pudiendo parecer así que el amor lo llevó a disminuir o rebajar su poder para dar realce a su bondad.
Capítulo 53 - Deleites que en Dios son un sumo placer, y como me permitió saborearlos de manera admirable.
[365] La noche del 18 de febrero de 1637, lamentaba yo los numerosos males y desórdenes que ocurrieron en Lyon este año a causa de las mascaradas, fiestas, bailes y comedias en los que la naturaleza corrompida encuentra su placer, disgustando a Dios o al menos perdiendo el tiempo, que es para obtener la salvación. Mi Amado me dijo que deseaba darme a conocer las grandes desdichas que se acarrean las personas que cambiaban, desfiguraban o enmascaraban sus rostros. Primeramente me dio a entender que, mediante la sugestión del demonio y la malicia a la que lleva el pecado, los hombres se transformaban de tiniebla en tiniebla como por un espíritu demoníaco, hasta llegar a la obstinación y un parecido perfecto con el demonio, que fue el primero en inventar el uso de las máscaras al tomar el cuerpo de la serpiente. A continuación Adán y Eva cubrieron, no sus rostros sino su vergüenza, adoptando una máscara de pureza aparente, cuando habían cometido una impureza evidente. Se escondieron de su creador, como ignorando que todo está al desnudo a los ojos de Dios, que es clarividente. Aquellos primeros pecadores del mundo se velaron y enmascararon para ocultarse a los ojos de Dios, después de haber creído la mentira de la serpiente, que se mofó de ellos diciéndoles que llegarían a ser como Dios si comían del fruto prohibido.
La naturaleza corrompida, la malicia y la astucia de la serpiente velaron todos los designios y acciones de Adán y Eva, quienes se complacieron en las tinieblas. El disimulo sirve con frecuencia de velo y embozo a la malicia. Los que se dejan arrastrar y persuadir por las sugestiones y engaños del demonio, se transforman en él, como se dijo [366] de Judas, en cuyo corazón había penetrado el demonio, razón por la cual fue llamado diablo por el que, siendo la verdad esencial e infalible, no puede mentir: ¿No os he elegido yo a vosotros, los Doce? Y uno de vosotros es un diablo. Hablaba de Judas, hijo de Simón Iscariote (Jn_6_71). La luz de nada sirve a estos espíritus, que son como búhos que sólo buscan las tinieblas y la oscuridad de los velos de la noche. La claridad los ciega. En todo momento se obstinan en su malicia, a pesar de que Dios, en su bondad, los inspire a reconocer que buscan el peligro. Se endurecen hasta llegar a la última etapa del mal, a ejemplo de Judas, quien despreció las dulces advertencias del Salvador, empecinándose en sus culpas hasta ahorcarse por desesperación. Del cadalso descendió a los infiernos en compañía de los diablos, a los que su pecado lo hizo semejante, lo cual movió al Salvador a exclamar: Hubiera sido mejor para este desventurado no haber nacido; ya que, por ser hombre, debía gozar de la humanidad y ser abrumado por los divinos favores del amable Salvador. Se obstinó, en cambio, más y más hasta que su malicia lo hizo inflexible y semejante a los demonios.
Después de varios secretos que mi divino amor se dignó enseñarme, que no me es posible revelar aquí, por serme inexpresables, me invitó a gozar de las delicias divinas en la claridad de sus luces, mientras que el mundo, bajo diversos velos y disfraces, procuraba contentar los sentidos recurriendo a placeres indignos de mencionar. Me dijo: Hija mía, encontrarás en la divinidad placeres deliciosos que sobrepasan incomparablemente a los de los sentidos, mismos que san Juan experimentó con plenitud, como dice en su primera epístola: Lo que existía desde el principio, lo que hemos oído, lo que hemos visto con nuestros ojos, lo que contemplamos y tocaron nuestras manos acerca de la Palabra de vida, pues la Vida se manifestó, y nosotros la hemos visto y damos testimonio y os anunciamos la Vida eterna, que estaba vuelta hacia el Padre y que se nos manifestó lo que hemos visto y oído, os lo anunciamos, para que también vosotros estéis en comunión con nosotros. Y nosotros estamos en comunión con el Padre y con su Hijo, Jesucristo (1Jn_1_1s).
En el lazo y amor del Espíritu Santo, indivisible del Padre y del Hijo, que lo producen como un solo y único principio, es decir, un todo amado, santísimo y sutilísimo, el Padre engendra a su Verbo, al que penetra y del que es penetrado. El Verbo emana del Padre y es inmanente en su Padre, lo cual se realiza mediante un contacto purísimo y delicadísimo, sin que se de mezcla alguna en las divinas personas, que son realmente distintas y que residen la una en la otra por medio de una penetración inefable.
El Padre lo da todo sin disminución, el Hijo recibe todo sin imperfección ni desigualdad y el deleite y placer inconcebible que nace de este contacto del todo divino, produce una llama de amor sagrado, llama subsistente que es tocada y a su vez toca al Padre y al Hijo que lo producen. Se trata del Espíritu Santo, que mediante la divina circumincesión está en las otras dos personas, quienes a su vez están en él. Se da entonces el abrazo que es el fin y perfección del contacto sagrado, que consiste en oprimir divina y santamente lo que se ama. El Espíritu Santo es llamado con toda propiedad el abrazo del Padre y del Hijo. En las criaturas se da la división y la separación aun en el más fuerte de sus abrazos, ya que, por estrecha que sea la unión, jamás llega a la unidad. En Dios no existen ni división, ni separación, ni dispersión, ni pérdida, sino una unidad soberana en la distinción inseparable de las divinas personas.
El placer del olfato no es menos admirable en Dios, según nuestra manera de concebir, que las purísimas y delicadas delicias del tacto. El Padre exhala un límpido aliento de su esencia: Es un hálito del poder de Dios, una emanación pura de la gloria del omnipotente (Sb_7_25), [368] vapor, empero, consistente y subsistente, que en nada disminuye la sustancia de la que emana. Vi cómo dicha sustancia se exhala del todo en este hálito, después de lo cual el mismo aliento, junto con el principio del que emana, produce una brisa o exhalación cálida, que recibe todo el aroma de los dos para reflejarla en su único principio y autor. Esta fragancia no puede ser comunicada a ninguna persona creada, que no podría gozar de su suavidad como el Padre, que exhala el puro hálito de su sustancia, que es su Verbo; y el Verbo, que con su Padre goza indivisiblemente de este único perfume, produce y adquiere en una sola exhalación y soplo, al Espíritu Santo, que goza del mismo placer indivisiblemente junto con los dos que lo producen como un solo y único principio.
El gusto se encuentra en Dios porque de él procede el alimento, ya que la criatura es alimentada por Dios cuando lanza, pone o levanta su pensamiento hasta él; lo cual movió a David a exclamar: Descarga en el Señor tu peso, y él te sustentará (Sal_55_24). ¿Cómo, siendo alimento y saciedad de las criaturas, no se nutrirá a sí mismo, de sí mismo y en sí mismo sin alimentos extraños, sin dispersión ni eyección, alimento eterno que sacia sin desdén ni superfluidad? El Padre se alimenta de su Verbo, y el Padre y el Verbo en la producción del Espíritu Santo, que es su hartura y abundancia, el cual se nutre del mismo manjar que las otras dos personas, ya que la admirable Trinidad no tiene sino un manjar, un gusto, una abundancia, una saciedad, un mismo saborear y las mismas delicias, plenas, abundantes y eternas: A tu derecha delicias por siempre.
El placer de la vista se da soberanamente en Dios, porque Dios es todo luz, todo vista, todo ojo, todo visión. Se contempla en su propia claridad, que es el entendimiento del Padre, quien a su vez engendra otra claridad que, junto con el divino Padre, produce una llama de amor, que no por ser ardiente es menos reluciente y que abraza, sin ofuscarlo, al principio y claridad que la produce. ¿Quién podrá explicar el gozo que las tres divinas personas reciben [369] en esta visión de su belleza y de su claridad que es la fuente de todas las otras claridades? Nadie más que estas tres personas divinas puede explicar pues ellas la conocen.
Resta el oído, que se da de manera inconcebible en Dios Padre al producir a su Verbo; su hablar es una Palabra y una música; ambos oyen esta música y escuchan esta palabra, aunque sólo el Padre la produzca, por ser su dicción, la cual posee la perfección del oído sin contradicción: no pronuncia otro Verbo, sino que produce, junto con su principio, un suspiro que es el Espíritu: el Espíritu Santo impulsado por la Palabra y por aquel que la pronuncia. El Espíritu que de los dos emana eternamente está adherido indivisiblemente a ellos, recibiendo todo lo que son y poseyéndolo indivisiblemente en unión con ellos.
La música termina en un dulce éxtasis y en un adorable silencio. El hablar del Padre y del Hijo culmina en una extática producción del Espíritu Santo, en el que, respirando todo su amor, termina su conversación en un divino tararear que es el deleite del Padre, del Hijo y de él mismo, que goza en ser el fin infinito de tan melodiosa y encantadora música.
Dios ha hablado sólo una vez, y David dice que escucha dos cosas, porque el Verbo, que es tan único en la Trinidad, se encontró sin incremento ni multiplicidad en el seno de la Virgen a través de la Encarnación. La música divina, que es toda la Trinidad, vino a ella cantando las divinas alabanzas en tanto que el Verbo se encarnaba. El espíritu y el corazón de la Virgen fueron colmados de delicias inenarrables.
La Virgen era el templo de la Trinidad, la cual orquestó un divino concierto al consagrarla con una dedicación divina; la unción en ella fue tan abundante y la luz tan resplandeciente, que el Santo Espíritu descendió a ella y la virtud del Altísimo cubrió con su sombra a la Virgen, a fin de que su entendimiento no fuera oprimido y abismado en la fuente de la luz, y que su voluntad o su corazón no desfalleciera en el ardor y dulzura de esta efusión o divina unción. La esposa dice [370] que su alma se derritió cuando su amado le habló: Mi alma había quedado desmayada al eco de su voz (Ct_5_6). Si la Virgen quedó como desvanecida ante la luz del ángel: La Virgen se conturbó ante la luz, admirada ante el saludo que él le trajo de parte de la santísima Trinidad; de qué desmayo y azoro hubiera sido presa si la misma Trinidad hubiese venido a ella. Si el Altísimo no hubiera ordenado todo, la llama y unción la hubieran hecho expirar, muriendo ante la abundancia de las delicias divinas.
Mi divino amor, deseando elevarme en el conocimiento de las divinas delicias, mediante las cuales gozaba de la paz y dulzura del Dios de bondad, que sobrepasan todo sentir, según el dicho del apóstol: Y la paz de Dios, que supera todo conocimiento, custodiará vuestros corazones y vuestros pensamientos en Cristo Jesús (Flp_4_7), me dijo: Hija, ¿Qué pérdida podrías experimentar privándote de las aparentes delicias de los sentidos corporales, tras de los que corre el mundo con tanto ardor en el miserable tiempo de sus desórdenes? Qué placer tan verdadero sacia ahora tu alma, a la que mi divino amor ha querido sumergir en los torrentes de mi divino deleite, al que David describió con tanta admiración divina: Se sacian de la grasa de tu Casa, en el torrente de tus delicias los abrevas; en ti está la fuente de la vida, y en tu luz vemos la luz (Sal_36_9s).
Querido amor, no me atrevería a hablar sobre tus delicias si no me hubieras ordenado describir lo que tu bondad se ha dignado comunicarme. Los que por amarte han tenido esta experiencia, entienden y sienten lo que no puedo expresar. Es necesario que clame yo con mi amoroso Padre san Agustín, tomando las palabras siguientes que leí en el breviario: Da al que ama y siente lo que digo; da al que desea, da al hambriento, da al que peregrina en santa soledad, al sediento y al que suspira por la fuente eterna de la patria; dales a ellos y sabrás lo que digo.
Como estas delicias no hartan, me dejaron un continuo y agradable deseo de saborearlas más y más. [371] La Sabiduría dice: Quien me bebe, volverá a tener sed. La saciedad que producen las delicias que derivan de las criaturas causa disgusto. Sin embargo las delicias que Dios comunica a los que le aman, deja siempre un nuevo deseo de poseerlas con mayor amplitud. El alma que las saborea desprecia todo lo que no es Dios, encontrándose en esta vida como en un desierto y en soledad.
Al levantarnos por encima de la naturaleza con el favor de la gracia, el Padre nos atrae al Hijo en su divino amor, que es el Espíritu Santo: El Padre los atrae al Hijo; creen en el Hijo, porque creyeron en el Padre como Dios. El Padre atrae con los dulces atractivos del Espíritu Santo, que se complace en atraer suavemente a las almas que le siguen mansamente, sin forzar nunca la libertad: Donde está el Espíritu Santo, allí está la libertad (2Co_3_17).
El sopla donde quiere; el Padre, mediante el atractivo amoroso del Espíritu, atrae a Jesucristo a quien dice: Tú eres Cristo, el Hijo del Dios vivo. El amor atrae al que ama, y al amado sin violencia, en medio de una amable complacencia. Muestras el manojo de hierba verde a la oveja y la atraes; enseñas las nueces al niño y se acerca; pero al que corre lo atraes con el vínculo del corazón. Si a unos atraes con deleites y placeres sensibles, con cuánta mayor razón embelesas a los que te aman, atrayéndolos con las verdaderas delicias.
El alma que es atraída por la divina y verdadera voluntad, sigue dulce y fuertemente el atractivo del Dios de la verdad. ¿Qué desea el alma con más fuerza que la verdad? los deleites que Dios comunica a las almas que se abandonan a su dirección son auténticas, y los placeres del mundo, aparentes. Nuestro corazón fue hecho para Dios y estará inquieto hasta que encuentre a Dios. Es bueno para el alma adherirse al Dios que la creó, que es su principio, su medio y su fin, el cual, a través de encantadores atractivos, sin forzar su libertad, la atrae a sí mediante las sagradas y amorosas amonestaciones de la gracia, que es una delicia. Pon tu alegría en las delicias del Señor, y te concederá los deseos de tu corazón. Los que se complacen en meditar las maravillosas dulzuras de Dios son atraídos por el [372] placer que Dios pone en ellos y, en cuanto los posee del todo, los une a sí de la manera más íntima, dándoles a conocer que todo es vanidad, menos amarle con toda fidelidad. El que se deleita en la verdad, se deleitará en la bienaventuranza, en la justicia y en la vida eterna, porque Cristo lo es todo. El Padre y el Espíritu Santo están con él mediante la unidad de la naturaleza divina y por concomitancia. Si el Espíritu Santo se digna hacer de nuestros cuerpos templos sagrados en los que se complace en habitar desde que el Verbo los santificó al tomar nuestra carne, con cuánta mayor razón nuestras almas: si en verdad los sentidos corporales y el alma han abandonado sus placeres; si el alma sólo encuentra sus delicias en las riquezas del Hijo, el hombre hallará su esperanza a la sombra de tus alas. Se sacian de la grasa de tu Casa, en el torrente de tus delicias los abrevas; en ti está la fuente de la vida, y en tu luz vemos la luz (Sal_36_9s). Si repito una vez más las palabras del real profeta, es porque amo esta sagrada embriaguez y el divino placer que no animaliza ni embrutece los sentidos, sino que los perfecciona y eleva el entendimiento, el cual se complace en la luz por medio de la luz, diciendo: En tu luz vemos la luz. A través de la luz de la gracia, el alma espera ver un día, para siempre, la luz de la gloria
Capítulo 54 - Dios se complace en enseñar a los pequeños que él hace capaces de sus secretos dejando a los sabios del siglo. Febrero 1639.
[373] Mientras que rezábamos la hora media de Nona, mi divino Amor me detuvo cuando decíamos estos versos Maravillas son tus dictámenes por eso mi alma los guarda. Al abrirse, tus palabras iluminan dando inteligencia a los sencillos (Sal_119_129s). Supe que los testimonios divinos son admirables, y por eso mi alma los busca y los medita y eso es poco si la gracia infusa no me declarara el sentido de esas palabras, multiplicando la claridad, elevando mis potencias para entender. También creando, para decirlo de alguna manera, una como nueva claridad en el entendimiento, cuando el entendimiento divino se une de una manera inefable a su pobre hijita y esposa, para que comprenda por su Verbo lo que dice al alma: Pero yo tengo un testimonio mayor que el de Juan: porque las obras que el Padre me ha encomendado llevar a cabo, la mismas obras que realizo, dan testimonio de mí, de que el Padre me ha enviado (Jn_5_36). Hija mía soy yo quien atestiguo de mí mismo y mi Padre atestigua también que él me ha enviado para mostrarte sus maravillas, las que el amor divino confirma y atestigua. Cuando abres por tu libertad y atención tu entendimiento y voluntad tú atraes cada vez más los tres testigos, el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo. Cuando tú deseas mis órdenes que son leyes de amor, como los enamorados las aman fuertemente aún cuando lleven un fuego vehemente, pues mis órdenes destellan tanto como el oro en un horno. Así era el amor de Juan Bautista, una continua maravilla delante de los hombres y de los ángeles del cielo que lo miraban viviendo en la tierra una vida celestial. Los doctores escolásticos comprenden en la oscuridad la exposición de mis palabras y así las enseñan. Las almas iluminadas místicamente por mí comprenden con una dulce claridad esta declaración. Cuando la veo pequeñas y desapegadas de todo, me uno a ellas y les doy mi propia comprensión en proporción de participación, pues ellas no podrían tenerla en su [374] totalidad ni en su esencia. Es a esas almas que mi divino Padre revela los misterios, los más secretos, venimos a hacer nuestra morada en ellas. Son tres los que atestiguan en esos espíritus purificados, que son como cielos iluminados: el Padre por medio de una gran fuerza, el Verbo por medio de una suave sabiduría, el Espíritu Santo por medio de una ardiente llama, y esas tres personas son un solo Dios. Son tres también quienes atestiguan en la tierra: el agua, la sangre y el espíritu y esos tres no son sino uno solo, Jesucristo, que derrama el agua de sus gracias ofreciendo a su Padre la sangre preciosa de la copiosa redención y el Espíritu que él ha merecido y dado con su Padre de quién procede como de él. Espíritu que es la santificación y recibe su ser del Padre y del Hijo, como su único principio. Este Espíritu se complace en reposar en los humildes, les comunica sus favores, vive en ellos y les da sus dones. Esta sabiduría no la da a los sabios del mundo; consejo, que los prudentes del siglo no saben recibir; fortaleza, que no pueden tener los que se apoyan en los brazos humanos; ciencia, ignorada por los sabios; temor respetuoso, que desprecian los presuntuosos; piedad, que los sensuales no conocen; entendimiento, que los soberbios jamás tendrán porque es a los pequeños a quienes Dios se comunica y revela sus misterios escondidos. A los humildes los levanta del fango para sentarlos en el trono de gloria con los príncipes de su pueblo, dándoles conocimientos claros de sus propios esplendores. Los corona a la puerta del paraíso del que saborean sus delicias por adelantado. Esto ha hecho decir al Salvador regocijándose en el Espíritu, padre de los pobres: Te glorifico Padre, Señor del cielo y de la tierra porque escondiste esto a los sabios y prudentes y lo has revelado a los pequeños, si Padre porque así lo has querido (Mt_11_25).
Capítulo 55 - Manera en que Dios Padre expresa sus divinas perfecciones a través de su Verbo. Todo lo hizo por el Verbo, y sin él nada fue hecho. Él es la alegría y la paz del cielo y de la tierra. Mediante su encarnación, la Virgen posee en su totalidad el cielo y la tierra. Marzo 1637.
[375] El Padre eterno, deseoso de permitirme admirar a su Verbo, al que debo, por tantos títulos, ofrecer las alabanzas de los ángeles y de los hombres, y ensalzarlas por medio de las que el divino Padre, el mismo Verbo y el Espíritu Santo le ofrecen, me dio a entender que el Verbo era la imagen sustancial y esencial de sus perfecciones en cuanto Palabra preñada de su divino poder, por la que creó todas las cosas: Todo se hizo por ella y sin ella no se hizo nada de cuanto existe (Jn_1_2). Este Padre adorable no puede nada sin su Verbo, y sin él estaría inactivo sin producir su semejanza ni su imagen, porque su entendimiento sería estéril y su voluntad infecunda al no producir Verbo alguno. No espiraría el amor, ni Espíritu Santo alguno; el Padre estaría solo. No habría en Dios sino luz, sin multiplicación de las personas. No existiría la Trinidad, ya que Dios nada haría sin su Verbo en sí mismo, y sin él nada produciría fuera de sí mismo.
Como el Verbo es el arte, la idea y el principio mediante el cual todo fue creado, los ángeles son iluminados por el Verbo en la gloria, en la que es el espejo que envía los rayos sobre todos los entendimientos de los bienaventurados. Los ángeles son segundas imágenes de Dios; el Verbo es la primera y esencial. El hombre fue creado a imagen del Verbo.
El Padre eterno posee todo en su Verbo; la Virgen también, por tener la posesión del mismo Verbo. Como es su [376] hijo común por indivisibilidad a partir de la Encarnación, ella nada perdería aunque todas las criaturas volvieran a su nada, porque todo está en el Verbo, que se encuentra también en cada criatura para darle el ser. A través del Verbo, ella posee al Padre eterno, que se expresa en su Palabra. Posee además al Espíritu Santo, al que el Padre y el Verbo producen; los distintos soportes no dividen la esencia simplísima; las tres divinas personas son inseparables, estando la una en la otra en su admirable circumincesión.
En consecuencia, la Virgen todo lo tiene desde que a través del acto más sublime de fe, de humildad y de confianza, dio su consentimiento, diciendo: He aquí la esclava del Señor, hágase en mí según tu Palabra. Ella hizo al Verbo palpable y corporal, aportando en la Encarnación la vestidura que sería tejida por el Espíritu Santo para revestir al Verbo.
El Verbo está en medio de María y de José porque María es de José en calidad de esposa y Jesucristo es el fruto común de su matrimonio virginal. Al morir en la cruz estuvo en medio de María, su Madre, y de san Juan, a fin de que la Virgen fuera nombrada Madre de Juan por el mismo Verbo, que es eficaz. El Verbo produjo lo que deseaba, diciendo: Mujer, he aquí a tu hijo; y al discípulo: He aquí a tu madre. Y desde aquella hora el discípulo la acogió en su casa (Jn_19_26s).
El es mediador entre Dios y los hombres, entre los ángeles y los hombres, por la sangre de su cruz. El pacificó el cielo y la tierra: los ángeles fieles recibieron una satisfacción indecible al ver que la muerte del Verbo Encarnado reemplazaba con seres humanos los lugares vacíos que dejaron los ángeles rebeldes y que, por la sangre de la cruz, Jesucristo reparaba las ruinas que el demonio causó al tentar a Eva y, a través de Eva, a Adán, para que comiera del fruto prohibido como desobediencia a Dios. Con frecuencia se apaciguan los ángeles ante los pecadores, a los que su diligencia desearía exterminar, al ver que fueron comprados por la sangre preciosa del Cordero, cuya dulzura es tan grande, que la deja en la Iglesia para lavar, blanquear y purificar a los mismos [377] pecadores tantas cuantas veces se arrepientan de sus culpas.
Los ángeles se sobreponen, en virtud de esta sangre, a su ardor justamente irritado, y como son esencias invariables, serían firmes ejecutores de la justicia divina si esta sangre preciosa no exigiera misericordia.
Moisés, el más bondadoso de los hombres de su tiempo, rompió las dos tablas de la ley que llevaba consigo de lo alto de la montaña, al ver la ofensa cometida por su pueblo mientras que él trataba con el Señor, que establecía una alianza con aquel pueblo: Ardió en ira, arrojó de su mano las tablas y las hizo añicos al pie del monte. Luego tomó el becerro que habían hecho, lo quemó y lo molió hasta reducirlo a polvo, que esparció en el agua, y se lo dio a beber a los israelitas (Ex_32_19s).
El Señor, aplacado, ordenó a Moisés que tallara de nuevo dos tablas para volver a escribir en ellas los mismos mandamientos, diciéndole que estuviera listo desde el amanecer y subiera a su encuentro a la cima de la montaña, para renovar las palabras de su alianza. Moisés, conocedor de las inclinaciones misericordiosas de aquel que se mostró fuertemente irritado, invocó el nombre del Señor, que era el Verbo, diciéndole: Señor, Señor, Dios misericordioso y clemente, tardo a la cólera y rico en amor y fidelidad, que mantiene su amor por millares, que perdona la iniquidad, la rebeldía y el pecado, pero no los deja impunes (Ex_34_6s).
Sé bien que este pueblo es de dura cerviz, y que te ha ofendido gravemente; pero estoy bien seguro de que lo propio de tu natural bondad es obrar la misericordia en mil generaciones, y que tu justicia no pasa, en el castigo de las culpas, de la cuarta generación. Moisés, sabiendo qué clase de súplicas debía ofrecer al Dios de bondad, obtuvo de él más de lo que pedía: no sólo el perdón de los pecados, sino que continuara poseyendo al pueblo como suyo. El Señor le dijo: Mira, voy a hacer una alianza; realizaré maravillas delante de todo tu pueblo, como nunca se han hecho en toda la tierra ni en nación alguna (Ex_34_10).
Capítulo 56 - El divino amor se complace en situar a las almas en diversos estados, haciéndolas su presa y dándoles su gozo. Marzo 1637
[379] A eso de las cuatro de la tarde, sentí mi corazón traspasado y como sacrificado, de lo que se siguió un desfallecimiento de todos mis miembros. Al volver de esta debilidad, me encontré en una gran abundancia de gozo, presagio de la cruz y los tormentos que sentiría el viernes siguiente, día 28, en el que experimenté una aflicción y angustia sin par, viéndome abandonada y desolada en el deserción de casi todo el mundo y aun del mismo Dios, que parecía gozar ante mi pena y convertirse en mi tormento, pues el que sentí me era inexplicable. Dios me dio a entender que dos años antes, había ocupado mi corazón en forma de paloma con las alas extendidas, para servirme de escudo, a fin de que en ese tiempo no fuese abrumada por la tristeza; que vi más tarde a dicha paloma elevarse y sostenerse en lo alto para observar mis combates, y que antes de esto había él tendido lazos amorosos para atraparme como presa de su divino amor, permitiéndome gozar al mismo tiempo de sus deliciosos placeres y contentamientos.
Ahora, sin embargo, había sido entregada como presa a un buitre que me roía y desgarraba las entrañas; buitre de aflicción y de amor, todo a una. Dicho amor me movía a desear vivir, en tanto que yo anhelaba morir para gozar de mi amado. Tenía el deseo de vivir para perfeccionar su obra y procurar la gloria de mi esposo, y al mismo tiempo temía morir.
Se me dijo que una pena seguía a la otra, y que me llegarían nuevas congojas; que uno de los buitres que me afligía era el Señor Cardenal de Lyon, y el otro mi Esposo mismo, quien deseaba tenerme como su presa, no a través de las delicias del amor, sino de su cruz amorosa y dolorosa, donde se manifiesta la verdadera dilección, que es fuerte como la muerte y dura [380] como el infierno, el cual, a pesar de sus asaltos, no podía conturbar un corazón enamorado de verdad.
Se me dijo además, que el amor se complace en obrar transformaciones como secuencia de sus deleites; que él era el rey de mis afectos, que me mantuvo durante varios años en su salón como un pájaro alimentado deliciosamente, complaciéndose al escuchar mi voz; pero que en adelante deseaba verme morir a mí y a todo lo que no era él; que al estar muerta a mí misma, deseaba, de manera divina, satisfacerse conmigo transformándome en él, y que en ello consistía su real y divino placer, así como mi felicidad suprema; que era un favor mucho mayor ser la presa y el manjar del Rey que su música, porque en ello consistía llegar a ser una misma cosa con el rey, convirtiéndome en él tanto cuanto el amor lo deseara; amor que ama y tiende a la unión, obrando la unidad por ser tan omnipotente como divino.
Al comprender que mi real esposo deseaba ser mi rigurosa, aunque amorosa, ave de presa, me abandoné a sus amorosas crueldades, que consideré más amables a mi espíritu que las más dulces caricias que los hombres y los ángeles pudieran hacerme. Le dije en mi extrema angustia que le ofrecía mi hígado, abrasado por sus llamas de amor y de dolor, por experimentar en mí el dicho del profeta: Ha lanzado fuego de lo alto, lo ha metido en mis huesos (Lm_1_13). Me conviertes en sierva de tus operaciones por medio de la luz ardiente que me has enviado de lo alto. No arrojo mi hígado contra la tierra, como el adolorido profeta cuando sus ojos se debilitaron después de un torrente de lágrimas, esperando sólo el limbo, porque los cielos aún no estaban abiertos. En cuanto a mí, sé que tú estás en ellos y mi gozo consiste en saber que estás en tu gloria, a pesar de que mi espíritu sea desolado por tu divino permiso, por no decir mandato. Combates para salvar, y deseo ser abatida; mi gloria se cifra en ser vencida por un Hombre-Dios; que su amor me permita ver a mi vencedor, porque ha encendido mis entrañas. El es mi fuego y mi fénix y por él experimento una nueva vida.
Le dije que, no siendo hipócrita, podía yo perseverar con él en sus llamas sagradas e infinitas, [381] cuyo principio era el Padre; él mismo el camino, por ser el Hijo, y el término del amor subsistente y sustancial el divino y Santo Espíritu, al que se debe una gloria eterna y común. En verdad mi tristeza era extrema, y mi gozo excesivo. Comprendía, en cierta manera, la situación del Salvador en el Jardín de los Olivos, poseyendo divinamente la alegría beatifica en su parte superior, y sufriendo la horrible tristeza de la muerte en la parte inferior cuando dijo: Mi alma está triste hasta la muerte.
Experimenté dos contrarios en un mismo sujeto, y cómo el divino mandato sabía y podía dividir las aguas superiores de las inferiores; dar poder a la tristeza para abrumar un alma, y levantar al mismo tiempo al espíritu en el placer de la alegría, viéndose simultáneamente en el deleite a la diestra de su felicidad y en la aflicción, podría parecer, a la siniestra de su desdicha; afligida por el poder concedido a las tinieblas de hacerla sentir las penas indecibles, y ser consolada por la misión conferida a los ángeles de luz, de asistirla con caritativa solicitud y servirle de antorcha en la noche del desamparo.
Pero, oh maravilla del amor divino. El mismo acudió a sostenerla, como si estuviera impaciente sobremanera, y como temiendo que los ángeles de fuego fueran incapaces para socorrerla con presteza en estos conflictos y desmayos, entremezclados de miedo y de amor. Los ángeles la confortaron para animarla al combate y aun a la muerte, si el decreto eterno fuera hecho por aquel que en sí es el inmutable, a menos que esto sucediera para comprobar la fidelidad de su amado.
[382] Todos tocan a retirada cuando suena la hora en el reloj divino. El alma nada encuentra más seguro que decir: No mi voluntad, sino la tuya; si mi parte inferior rehúsa beber este cáliz, la superior lo acepta. Como su amor no posee tanto ardor y luz como el del Verbo Encarnado, no experimenta tanto el sufrimiento, porque no conoce, como él, la grandeza del Padre ofendido, e ignora la bajeza del pecador y la gravedad del pecado.
Esta diversidad de sentimientos la hacen fluctuar entre el amor y el temor, manteniéndola suspendida con Job, que, aterrado, exclamó: Preferiría mi alma el estrangulamiento (Jb_7_15), confesando que él nada es y que se admira de que un Dios todopoderoso y soberano se digne combatir contra la nulidad de un hombre, cuyos días se desvanecen y pasan como una sombra. Al mismo tiempo, admira la bondad del Dios [383] de amor que levanta al hombre hasta él, dignándose darle un lugar junto a su corazón divino: ¿Qué es el hombre para que tanto de él te ocupes, para que pongas en él tu corazón, para que le escrutes todas las mañanas y a cada instante le escudriñes? (Jb_7_17).
Job expresa con acierto lo que Dios hace, porque parece al alma que la aurora se le aparece en el momento en que Dios la visita; pero de pronto él permite que una nube lo oculte; y después de esta nube, se ve asaltada con frecuencia por tempestades que sus pasiones agitan contra la razón, acusándose de ello después de lamentarse amorosamente ante aquel que la prueba por medio de tan oprimentes aflicciones: ¿Cuándo retirarás tu mirada de mí? ¿No me dejarás ni el tiempo de tragar saliva? Si he pecado, ¿Qué te he hecho a ti, oh guardián de los hombres? ¿Por qué me has hecho blanco tuyo? ¿Por qué te sirvo de cuidado? (Jb_7_19s).
Oh, Dios omnipotente y buenísimo. ¿Por qué no borras mis pecados que te disgustan? ¿Por qué no me libras de mis iniquidades? Te aseguro que, para que así suceda, estoy dispuesta a morir como castigo a mis infidelidades, si mi muerte pudiera satisfacerte. No puedo soportarme a mí misma; el peso de mis pecados resulta para mí una carga intolerable si tú, divino Cordero que carga sobre sí todos los pecados del mundo, no me libras de ella. Pero, ¿Qué digo? Te ofreces a tu Padre para abolirlos; de esto estoy segurísima. A cambio de mis culpas me das tus virtudes, diciéndome que quieres transformarme en ti. Tu caridad es incomprensible.
Festeja, Rey mío, devórame ávidamente, mi divina ave de rapiña; mis entrañas y todo lo que soy te pertenecen. Si permites que otro buitre las devore con la aflicción, consentiré en ello, pero ay. ¿Quién podrá escuchar sin piedad las amenazas que le diriges, al decirme que tales rapaces son, después de su muerte, arrojadas al muladar?
Te pido, corazón mío, si mi ruego es de tu agrado: Señor, no le imputes este pecado. Querido amor, que me adormezca en tu seno, ya que deseas introducirme en él transformándome en tu alimento. Cámbiame en ti, así como prometiste a mi padre san Agustín convertirlo en ti, y no tú en él. Las llamas que abrasan mis entrañas me dan a conocer tu divina presencia. Consume todo lo que es mío; eleva mi espíritu por el extremo de tu llama amorosa, así como el ángel que anunció el nacimiento de Sansón salió volando por la cresta del fuego del sacrificio. Deseo hacer lo mismo y volver a ti, mi principio, para perderme feliz y completamente en ti, que eres mi fin.
Capítulo 57 - Visión en que se me mostró la raíz de Jesé, que fue unida al Verbo Increado mediante la unión hipostática en las entrañas de María, esposa de José. Marzo 1637.
[387] Dios me comunicó que tomó la simiente de Abraham para que brotara de la raíz de Jesé, mostrándome una raíz transparente que subsistía por gracia divina, revelándome, con una inteligencia sublime, que dicho símbolo representaba lo que había sucedido en el seno de la Virgen mediante su cooperación con el Espíritu Santo, obrando junto con él por la capacidad que tenía en común con las demás madres, y recibiendo nuevas aptitudes del mismo Espíritu Santo al aportar su sustancia purísima para ser materia del cuerpo del Salvador. De este modo, llegó a ser madre con mayor derecho que cualquier otra madre, permaneciendo siempre virgen y más pura que las estrellas, porque su maternidad acentuó y embelleció su virginidad. Comprendí que no se obró esta divina operación en la Virgen sino hasta después de su virginal matrimonio con san José, al que pertenecía todo cuanto había nacido en ella, por ser José su castísimo esposo y por el derecho del santo matrimonio. Aunque el Hombre-Dios hubiera podido nacer de la Virgen sin que se hubiera desposado con san José, Dios no lo quiso por razones sublimes y para velar la Encarnación a los demonios, los cuales sedujeron a una mujer valiéndose de su curiosa vanidad y de la condescendiente inclinación del hombre a las palabras de Eva. La sabiduría eterna quiso que María, por medio de la misión del ángel, accediera a la venida del Verbo divino, y que se convirtiera en su seno en Verbo Encarnado, fruto de bendición y vida para la humanidad. Ella mantuvo secreta la Encarnación, dejando al Espíritu Santo el cuidado de revelarla a su esposo, el cual debía admirar el árbol que le pertenecía y adorar el fruto, que era también suyo: el Salvador del mundo, por quien los hombres debían ser rescatados y liberados del pecado y del poder de los demonios. El Padre destinó a la raíz de Jesé para ser la salvación de los hombres, por estar apoyada en la hipóstasis del Verbo, que la ensalzó hasta [388] llegar a ser Dios a través de la unión hipostática. El Hijo, Hombre-Dios, fue Hijo de José por María su esposa, a la que profesó suma reverencia cuando el ángel le comunicó que ella sería la Madre del Altísimo. En cuanto Hijo de Dios, él es luz de luz; en cuanto Hijo de la más humilde, se encierra en su seno. Lo propio de la raíz es ser plantada en la tierra y quedar oculta. El quiso pasar nueve meses en las entrañas de la Virgen; su santa humanidad permaneció feliz durante esta noche de nueve meses, en medio de delicias que no puedo expresar.
El cielo contempló al sol oriente en María como en el mar, del que debía surgir a la media noche para dar lugar a un hermoso y jubiloso día.
En otro día, fiesta de san José, recibí favores que me resultan inexplicables; y al encontrarme en una suspensión, se me dijo que este gran santo era un águila que había volado tan alto, que se le perdía de vista; siendo imposible imaginar las maravillas que Dios obró en él. Ya describí algunas de ellas con la pluma, siguiendo la inspiración de Dios al respecto, pero hay muchas más. Como favor especial, el Verbo concede el maná escondido y la piedra blanca con el nombre nuevo a todos sus santos. A san José, por alianza, se dio el nombre que su Padre tiene por naturaleza; nombre de Padre que deleitó admirablemente a san José cada vez que el divino Niño lo pronunciaba al dirigirse a él.
Se me dijo que la virginidad de san José lo convirtió en esposo de la Virgen, en la que esta admirable raíz de Jesé fue bendecida y divinizada, por estar apoyada por el Verbo increado que, en María se hizo Verbo Encarnado: Dios-hombre y Hombre-Dios; que todos los ángeles y los hombres debían adorar dicha raíz, la cual sería un signo para todos los pueblos.
Los reyes desearon contemplar su gloria, que fue contemplada por los apóstoles en el Tabor, donde se manifestó radiante como un sol y blanca como la nieve. El Padre eterno dio testimonio de que aquel hombre luminoso, que era el candor eterno, Hijo suyo por indivisibilidad y también Hijo de María, la cual lo engendró de José su esposo, habiéndolo concebido por la virtud del Altísimo, protegida por la sombra del Espíritu Santo, el cual lo escogió para confiarle su divina operación junto con los tesoros de ciencia y sabiduría del [389] Padre que estaban ocultos en aquel cuerpo divino, en el que residía toda la plenitud de la divinidad.
Capítulo 58 - La divina bondad se complació en instruirme y acariciarme afectuosamente. Me mandó proclamar el Evangelio del amor. Marzo de 1637
[391] Dios, acariciándome de modo extraordinario, me dio a entender varios secretos de su amor, que es eterno; secretos que nos prueban, según las palabras de su discípulo amado, lo que nos pide darle en reciprocidad: Porque él nos amó primero. (1Jn_4_19).
Jesucristo se ofreció a la muerte de cruz por nosotros, dándonos a luz con dolores de parto: Isaac oró al Señor en favor de su mujer, pues era estéril, y Dios le fue propicio, y concibió su mujer Rebeca (Gn_25_21). Jesucristo nos obtiene y nos concede la bendición de concebir y engendrar la gracia y la gloria. Si Raquel pidió hijos a Jacob, éste, a su vez, los deseó tan ardientemente como ella, porque el amor busca siempre reproducirse. El amor que Dios tiene al alma la hace fecunda en buenas obras y sería estéril aunque amara mucho, si Dios no la amara.
Existe una diferencia: la inclinación que Dios da al alma es libérrima, en tanto que el amor de Jacob hacia Raquel era prisionero: el amor convertía a Jacob en esclavo de la hermosura de Raquel. La maravilla del divino amor consiste, empero, en que él obra con toda libertad hacia sus esposas, y al mismo tiempo como si fuera esclavo o estuviera totalmente constreñido. Esto se debe a que su natural bondad lo inclina a conceder gracias y a entregarse espléndidamente a quienes ama, lo cual me ha demostrado en tantas ocasiones. Hoy se leyó el Evangelio de la Samaritana, la cual pidió al divino Salvador el agua viva; y aunque ella ignoraba el don de Dios y desconocía al que le hablaba y le pedía de beber, él, en su bondad le dijo: Si conocieras el don de Dios, y quién es el que te dice: Dame de beber, tú le habrías pedido a él, y él te habría dado agua viva (Jn_4_10). Mi divino amor me dijo que me concedería saber y conocer quién era el que me hablaba, y cómo poseía el don de Dios, don que consistía en el Verbo y el Espíritu Santo, cuya posesión incluía también al Padre, por ser inseparables. Mi Padre y yo somos uno; el Espíritu que procede del Padre recibe su ser tanto de él como del Padre, por ser su producción común.
[392] El Padre y el Verbo me conferían el don de la gloria, que es su Santo Espíritu, también llamado don de Dios, al que el Padre y el Hijo enviaron con gran abundancia cuando el Verbo Encarnado fue glorificado. La santísima Trinidad me permitió disfrutar del Espíritu Santo para que comprendiera lo que el Verbo hizo y dijo mientras estuvo en la tierra.
El Padre se complace en que sea yo instruida por el Verbo, que habla conmigo y me enseña él mismo en qué consiste el don de Dios que el Padre nos ha dado como redención, y el Espíritu Santo, para santificación. El divino Salvador me ayudó a comprender cómo él vierte libremente sus aguas sobre las almas que las reciben con amorosa confianza y reconocimiento, mostrando gran generosidad hacia ellas y sin forzarlas jamás, dejándolas en libertad como a la Samaritana, la cual podía rehusar o pedir este don de Dios y agua de vida. El Salvador me dijo: Mi inclinación es mayor que la necesidad del alma; mi amor sobrepasa toda medida para poder dar, no teniendo otro límite que el de mi bondad, que es inmensa y, que en sí, es comunicativa. Yo soy bueno en mí mismo, y justo hacia ustedes.
El Verbo divino siempre ha sido muy grande en el seno de su Padre eterno. A pesar de ello, escogió el anonadamiento para habitar en el seno de María, su Madre. Al convertirse en el Verbo Encarnado, se entregó a su iglesia, en la que quiso morar reducido a las especies de pan y vino. Qué humillación. Por un amor singular, me dijo que deseaba dárseme obrando en mí una impronta de sí mismo, y además una viva imagen de su bondad, con el fin de producir en mí un Evangelio de amor. Le supliqué que me explicara como seria yo ese Evangelio de amor, y su respuesta fue que el Evangelio del poder fue dado a los apóstoles a través de los hechos milagrosos que realizaron, fueron producto de una energía extraordinaria. Por su medio convirtieron al mundo, según su promesa de que obrarían signos iguales a los suyos y aún más grandes, por ser ésta su voluntad.
Me dijo que el Evangelio de sabiduría correspondía a los doctores, a los que hizo maestros del mundo para enseñar su doctrina y para explicar su palabra; que, en cuanto a mí, el Evangelio de Amor me había sido reservado, y lo recibía al acoger al Verbo, quien viene a mí como se expresa en san Lucas: Fue dirigida la palabra de Dios a Juan (Lc_3_2). Añadió que debía, siempre y en todas partes, anunciar el Evangelio de Amor y de Bondad, el cual él se complacía en enseñarme al revelarme sus divinas perfecciones.
[393] Admiré al Verbo mostrando a su Padre toda su belleza a manera de un espejo viviente, dando término a la inmensidad intelectual del Padre y produciendo junto con él su amor sustancial, que llena la inmensidad de la divina voluntad, amando la amabilísima belleza y bondad del Padre, representada infinitamente, y tanto cuanto puede ser representada, en su
Verbo: Es un reflejo de la luz eterna, un espejo sin mancha de la majestad de Dios, una imagen de su bondad (Sb_7_26). El es la Palabra que produce el amor como un principio único e indivisible, en unión con el que la pronuncia.
Escuché cómo el mismo Verbo, al anunciar el amor al exterior de Dios, lo proclamó alta y poderosamente en el corazón de María, en el que se encerró. También pregona dicho amor a los serafines, que son iluminados por el Verbo, del que reciben igualmente su llama y su luz, que pasan de este primer orden hasta el último, para volver al principio mediante el amor recíproco, formando así un ciclo perenne de amor.
Los bienaventurados participan de diversas maneras en la felicidad de este Evangelio, a medida que se asocian a la divina bondad. Los mártires aprendieron dicho Evangelio. Exclamé entonces: Qué hermosos son los pies de los que anuncian este Evangelio; cuán amables son sus pasos. Fuera de él sólo hay división, donde no hay amor, no hay paz; el amor promueve la unión y produce la paz.
Únicamente los pecadores son incapaces de recibir el Evangelio del Amor, porque sólo ellos resisten al Verbo que se les anuncia. El pecado es una nada o una pérdida que, aun careciendo de subsistencia alguna, posee una infortunada resistencia. La nada física, al contraponerse al ser, no puede resistirlo, porque aunque Dios hace surgir el ser de la nada, no puede producir el amor en medio del pecado.
El divino Salvador me mandó predicar este santo Evangelio de amor a todas las criaturas, haciéndome escuchar varias veces: Súbete a un alto monte, alegre mensajero para Sión; clama con voz poderosa, alegre mensajero para Jerusalén, clama sin miedo (Is_40_9).
Después de escuchar la invitación divina, me sentí transportada en Dios a causa de su grande amor hacia mí. Convidé entonces a todas las criaturas, aún a las inanimadas, a escuchar el Evangelio de amor, en especial a las que tienen uso de razón, para escuchar las maravillas que me enseñaba mi divino Amor. Me dirigí a los mismos demonios y a los réprobos, ya que hubiese querido cambiar su infierno en paraíso si les fuera posible prestar atención a las palabras del amor.
Los cielos, aunque sólidos como el bronce, se funden y derraman cual bálsamo sobre los que aman. Dios parece destilar su majestad en su bondad. Dicha visión me movió a decir [394] varias veces: Ay Amor mío, cuán amoroso eres. Cuán poderosamente se inclinan las entrañas de tu misericordia a visitarnos y enderezar nuestros pasos en el amabilísimo camino de tu dulce paz.
Sentía un mayor placer al devolver a Dios lo que recibía de su bondad, que al recibir la efusión de sus dones, por considerarme un lugar minúsculo en el que El se dignaba colocarlos y juzgué a todas las criaturas como lugares pequeñísimos y resistentes a recibir las efusiones del amor de Dios. Mi gran contento consistía en dar a Dios lo que había recibido de él, para situarlo en el propio lugar de su fuente y origen, repitiendo lo que una vez dijo Sabio: Todos los ríos van al mar y el mar nunca se llena; al lugar donde los ríos van, allá vuelven a fluir. (Qo_1_7).
Te devuelvo las gracias que tu bondad se digna concederme. Sé bien que se trata de tu amor, al que mueves a regalarme favores inefables. Oh Padre, Fuente santa de la Trinidad, recibe lo que te devuelve mi debilidad fortalecida con tu poder. Verbo eterno, recibe todo lo que te presenta mi ignorancia, a la que instruyes rectamente. Espíritu Santo, amor subsistente, producto del Padre y del Hijo, recibe todo lo que te ofrece mi frialdad, a la que abrazas con una divina presencia.
Me alegro, soberano e inmenso Dios, de que seas suficiente a ti mismo y de que no tengas necesidad alguna de tus criaturas. Acepto mi impotencia, al no poder alabar dignamente tus grandes perfecciones. La humanidad y todos los ángeles admitirán la confesión del sabio: que Dios no puede ser suficientemente alabado de todas sus criaturas porque está por encima de toda alabanza. Mucho más podríamos decir y nunca acabaríamos; broche de mis palabras: El lo es todo. ¿Dónde hallar fuerza para glorificarle? Que él es el Grande sobre todas sus obras. Temible es el Señor, inmensamente grande, maravilloso su poderío. Con vuestra alabanza ensalzad al Señor, cuanto podáis, que siempre estará más alto; y al ensalzarle redoblad vuestra fuerza, no os canséis, que nunca acabaréis (Si_43_27s).
La Iglesia, divinamente inspirada, y sabiendo que Dios no puede ser suficientemente alabado sino en sí mismo, añade al final de cada salmo: Gloria al Padre, y al Hijo, y al Espíritu Santo, gloria que las tres divinas personas se dan y reciben desde la eternidad, que durará hasta la infinitud. El saber que Dios trino y uno se ama y se alaba infinita e inmensamente, constituye la seguridad en la que reposan las almas inflamadas en el divino amor.
Capítulo 59 - La Encarnación del Verbo divino en las entrañas de la Virgen, a la que protegió con su sombra la virtud del altísimo. Marzo de 1637.
[395] El 24 de marzo, víspera de la Anunciación, me ocupé en Dios, el cual me comunicó admirables conocimientos tocantes a este misterio inefable. Me había tenido, durante varios días, en medio de grandes luces; y al recibir en la santa comunión a mi divino Esposo, me dijo que deseaba mostrarme la manera en que Dios obró y padeció al mismo tiempo en este misterio.
Me dio a conocer que él dio y recibió al mismo tiempo, al encarnarse y ser encarnado, al engendrar y ser engendrado, al concebir y al nacer, mostrándome una joven que daba y recibía una Virgen-Madre, Esposa y nodriza, que concibió, dio a luz y alimentó a un mismo tiempo. Ella concibió al Verbo, que al mismo tiempo nació en ella y al que también al mismo tiempo alimentó con su propia sustancia.
Vi al Ser unirse a la nada sin resistencia: al Espíritu Santo, que es el Esposo, al Verbo, que es el Hijo y al Padre, quien comunicó su paternidad a una joven, convirtiéndola en Madre que seguía siendo virgen, y que al llamarse sierva fue constituida Señora. Contemplé su humildad y su valor al decir: He aquí la esclava del Señor: he aquí su humildad; Hágase en mí según tu Palabra: he aquí su valor. La luz divina me mostró sus contrarios o antitesis por medio de conocimientos tan altos y admirables, que mi espíritu permaneció suspendido ante esas maravillas. Las declaré al R.P. Gibalin, cuya admiración fue tan grande como la mía, sobreponiéndose a ella con dificultad a pesar de que el reloj ya había dado el mediodía.
Escuché secretos divinos que no podría expresar si el que me los reveló no los manifestara a través de mi pluma. Mi espíritu fue elevado e iluminado según el salmo 67: La tierra tembló, los cielos también destilaron ante Dios, se estremeció el Sinaí, ante Dios, el Dios de Israel. Lluvia copiosa enviaste, Oh Dios, sobre tu heredad, y fatigada, tú la reanimaste (Sal_67_9s).
[396] Vi cómo Dios derramó los cielos durante las cinco mociones que la Virgen, tierra escogida de bendición, sintió al contacto y operación del Espíritu Santo. Vi que era su heredad particular, a la que preparó y separó del resto de las simples criaturas, destinando para ella la lluvia voluntaria del Verbo, que se derramó en ella cual rocío sobre un vellón; rocío enviado por la voluntad del Padre, al que destiló por propia iniciativa.
Vi al amor divino diseminar esta lluvia con gran placer. En su condición de criatura, la Virgen era demasiado débil para recibir dicha efusión. Por ello la virtud del Altísimo la cubrió con su sombra y el Espíritu Santo, al descender sobre ella, la hizo fuerte, convirtiéndola en Madre y conservándola Virgen.
Contemplé cómo su pureza fue divinamente perfeccionada: Fatigada, tú la reanimaste. Sólo hasta ese momento se hizo sentir la comunicación de la divinidad en el cuerpo de María, que la encerraba en su seno. Vi también como la parte física y sensitiva de la Virgen morando a la sombra y protección especial de Dios: Tu grey habitó en ella (Sal_67_11).
En el transcurso de tan adorables operaciones, contemplé a María desprenderse con toda perfección de las criaturas, por medio de un despojo y desasimiento de espíritu que podemos llamar pobreza singular. Vi que el reino de los cielos estaba en ella y que Dios reinaba en su seno virginal y en su humildísimo espíritu. Vi que, a medida que se vaciaba de sí misma, era colmada de la dulzura divina por medio de nuevos enriquecimientos que Dios le había destinado y preparado desde la eternidad: La preparaste en tu bondad, Oh Dios, para el pobre (Sal_67_11).
Contemplé al Rey de los ejércitos, que era desde la eternidad el benjamín de su divino Padre, y en el tiempo de de la Virgen Madre, dividir y compartir con ella el botín obtenido en el combate que sostuvo el amor por la humanidad, para embellecer la casa en la que él se alojaba: Los reyes, que acaudillan ejércitos, huyen, huyen, la bella de la casa reparte el botín (Sal_67:13); con los despojos de la divinidad vencida por su misma bondad, se dirigió al seno de la Virgen María, que reposaba dulcemente en medio de [397] toda clase de aflicciones y contradicciones, cual paloma sin hiel de bellas alas plateadas por la pureza de sus intenciones.
Lo que no fue evidente, sin embargo, y se mantuvo oculto a los ojos de los ángeles y de los hombres, fue el oro purísimo de la divinidad, que, a través de una unión inefable, se ocultó en las entrañas de la Virgen para morar en su seno. Adoré a la segunda hipóstasis al revestirse de un cuerpo que era parte de su sustancia virginal. Mi divino amor me explicó de manera admirable el resto de este salmo, lo cual conté al mencionado Padre, aunque no lo recuerdo debido a que mi espíritu no se encuentra ahora en medio de estas luces. Todo lo que digo está tan alejado de la claridad con la que contemplé y conocí este misterio, que me parece ofender esa luz si trato de reproducirla con tinta. Fue una sencilla inteligencia que el mismo Dios me comunicó sin intermediario, iluminándome con su mismo rayo, que alcanza y penetra todo por medio de su pureza. Si el ángel Gabriel, al preguntarle la Virgen cómo se obraría en ella la Encarnación del Hijo de Dios, dijo que el Espíritu Santo descendería hasta ella y que la virtud del Altísimo la cubriría con su sombra para hacerla capaz de concebir y dar a luz a la Palabra eterna, a la sabiduría encarnada, ¿Qué diré a los que me preguntan de qué manera fui iluminada, si no que el Espíritu Santo y el poder del Altísimo fortalecieron mi alma mientras que el Verbo la instruía e iluminaba con sus luces y la inflamaba con sus ardores?
Capítulo 60 - La divina bondad quiso invitarme a las bodas de la Encarnación, donde vi y escuché las maravillas que se obraron en la Virgen, en la que el Verbo, al encarnarse, se hizo hombre, obrando y padeciendo las admirables realidades del Hijo y de la Madre, la cual es su heredad por excelencia, a la que nunca abandonará. Ella es el Monte de sus complacencias y la alegría de los ángeles y de los hombres. Dios se complació en ser cautivo suyo por amor. 24 de marzo de 1637.
[399] El águila real que conoció las divinas claridades en los esplendores del sol, en cuyo seno reposa, llama bienaventurados en su Apocalipsis a los que tienen el favor de ser invitados a las bodas del Cordero, y que gozan del privilegio de contemplar a la esposa divina coronada por su divino esposo.
¿Me atreveré a decir que me prestó sus ojos sin darme su pluma, para describir lo que vi y escuché en las Bodas de la Encarnación, a la que fui invitada por un favor indecible? Fui rodeada de luz, colmada de delicias y penetré en la fuente de la sabiduría. Si dicha plenitud de claridad me hubiera permitido en ese momento poder reproducirla en el papel, hubiera dicho lo que no puedo expresar al presente, ya que sus resplandores pasaron como centellas.
Pensé que mi director las habría puesto por escrito, pero veo que fue deslumbrado por ellas, pudiendo retener sólo algunos rayos que dan a conocer su fuente de origen.
El Verbo es un espejo voluntario, al que plugo manifestarme, en una luz divina, lo que sucedió en la Encarnación, en la que el Verbo obró y padeció. Vi, a la claridad de esta luz, al que obra junto con el divino Padre desde la eternidad, sufrir permítaseme la expresión que se lo embozara con un cuerpo mortal, a pesar de que obraba junto con el Padre y el Espíritu Santo. Se ató y se dejó atar a una naturaleza creada, en la que recibió la plenitud de perfección de manera inefable después de aceptar el Fiat de la Virgen, que en ese momento se convirtió en Madre del Verbo, el cual se entregó a ella al mismo tiempo que ella le entregaba su carne, comenzando a ser su Hijo y del divino Padre, por indivisibilidad.
Contemplé en ese momento al Verbo sagrado convertirse en Verbo Encarnado, y vi cómo producía en su Madre gracias inefables al recibir de ella una nueva naturaleza. Para no alargarme, debido a que al presente carezco de esa diversidad de visiones, diré que contemplé a un Dios que obraba padecía al mismo tiempo, dando y recibiendo, encarnando y encarnándose, engendrando y siendo engendrado, naciendo y siendo concebido. Vi también a una joven que recibía y daba, a una Virgen Madre, a una Esposa-nodriza que concebía y alimentaba al mismo tiempo.
Admiré al ser unido a la nada sin oponer resistencia; al Espíritu, que es el Esposo, al Verbo, que es el Hijo, al Padre, que comunica su fecundidad a la Virgen; al Hijo, que recibe su filiación humana de su criatura, que fue hecha admirablemente su Madre y Señora, y él, su súbdito y su Hijo, sin dejar de ser su Señor y Dios.
Escuché muchas otras maravillosas explicaciones de este misterio, que han vuelto a su origen: que veremos al Verbo cuando su bondad manifieste su gloria, cuando lo veamos en su luz a través del poder de la luz de la gloria. A este respecto, se dignó explicarme la mayor [402] parte del salmo 67: La tierra tembló, los cielos también destilaron ante Dios, se estremeció el Sinaí, ante Dios, el Dios de Israel. Lluvia copiosa enviaste, Oh Dios!, sobre tu heredad. (Sal_67:9-10).
Pude así saber que Dios destiló los cielos durante las santas mociones que la santísima Virgen, su tierra escogida y de bendición, sintió mediante la operación y contacto del Espíritu Santo. Ella era su heredad particular, a la que preparó y separó de todo el resto, por haber destinado para ella la lluvia intencional del Verbo al que destiló voluntariamente de sí mismo, y que expresó el amor.
Como esa heredad era demasiado débil para recibir este rocío, la virtud del Altísimo la cubrió y fortaleció; al descender a ella, el Espíritu Santo la perfeccionó: Fatigada, tú la reanimaste. Las efusiones de la divinidad se hicieron sentir de manera admirable en el cuerpo de María, que la encerró dentro de sí. Toda su parte física y sensitiva se encontró morando bajo la sombra y protección particular de la divinidad del Verbo: Tu grey habitó en ella (Sal_67_11).
Durante toda esta operación, la Virgen se desprendió perfectamente de toda criatura mediante un despojo y desnudez de espíritu que puedo llamar pobreza singular. A medida que se daba y entregaba, era colmada de la dulzura divina que Dios le había preparado desde la eternidad y continuaba dándole con nueva intensidad. La preparaste en tu bondad, Oh Dios, para el pobre (Sal_67_11).
El Rey de los ejércitos se encontró en el tiempo, que jamás terminará, por ser, el muy amado de la Madre, las complacencias de su Padre desde la eternidad. El dividió con su Madre y compartió con ella los despojos para adornar y embellecer la casa en la que habitaba: Los reyes, que acaudillan ejércitos, huyen, huyen, la bella de la casa reparte el botín (Sal_67_13); los despojos del pecado y el botín de la divinidad vencida.
La Virgen reposó dulcemente en medio de diversas circunstancias, aflicciones y contradicciones, cual paloma sin hiel de bellas alas plateadas por la pureza de sus intenciones. Lo que, sin embargo, no apareció y se mantuvo oculto a los ojos de los ángeles y de los hombres, fue el oro acrisolado de la divinidad que, mediante una unión inefable, se había [404] escondido en una parte de la Virgen y moraba en su seno.
Su hermosura fue evidente a la Virgen, la cual conoció distintamente al que era más blanco que la nieve. Ella fue la montaña elevada a la altura de la maternidad divina, lubricada y ungida con la unción sagrada del Verbo divino, que era su Hijo, su Rey y su Dios.
Ella fue conglutinada con él de la manera más admirable, con una unión más íntima que la de David y Jonatán. Lo que Dios tomó en María, jamás volverá a dejarlo y lo conservará eternamente. El Monte Sión, en que Dios tuvo a bien habitar, en el que siempre habitará el señor (Sal_67_17).
Los ángeles redoblaron su alegría. Los querubines admiraron aquel propiciatorio, contemplándolo como lugar de reposo de Dios, y a la Virgen como el sitio en el que se escondió el Oráculo divino. Ella lo cubrió en sus entrañas, donde se sentó y fue llevado con más dignidad que en los que, hasta el momento de la Encarnación, le habían servido de carros.
[405] Los serafines contemplaron las ardientes llamas de su corazón abrasado por el fuego de la divinidad, que daba la ley sobre este monte al Verbo Encarnado. El divino Padre recibió una nueva adoración a través de su Hijo hecho hombre, que le estuvo sujeto por medio de María, a la que se sometió por ser su Madre, la cual, por su maternidad divina, trascendió todo lo que no era Dios.
Capítulo 61 - El Verbo Encarnado quiere que Magdalena sea alabada de distintas maneras. Él es la vida de su vida, su vida bendita, su gloria eterna.
[407] Verbo eterno, ¿Qué has hecho desde la eternidad? Hablo de mi Padre a mi Padre. Yo soy su palabra y su alabanza eterna. Mi Padre ella la rescaté. Por la vena sólo habla a través de mí. Yo estoy en él y él en mí. El ama a los que me aman y se complace en que les hable y me hablen. El silencio de los que aman es también un lenguaje elocuente.
El corazón de Magdalena me expresó maravillas. Su rostro me buscó, encontrándome siempre dispuesto a concederle nuevos favores. Yo soy su venero de vida eterna y de salvación inmortal, mediante la cual goza de la mejor parte en el seno de mi Padre; por ella fue afligida de inmenso dolor junto con mi Madre; por ella la llamé; por de vida debes entender la esencia que recibo de mi Padre eterno, del que emano sin salir de él; nunca me deja solo. Por la vena de salvación yo me hice hombre en mi Madre y nací temporalmente en ella y de ella por la virtud del Altísimo, que la cubrió con su sombra. Cuando bajó el Espíritu Santo, el Hijo de Dios nació en ella, como dijo Gabriel a san José: Porque lo engendrado en ella es del Espíritu Santo, añadiendo: Dará a luz un hijo, y le pondrás por nombre Jesús, porque él salvará a su pueblo de sus pecados (Mt_1_20s).
En mi circuncisión se abrió la fuente de salvación. Allí manifesté el precio de la redención, derramando mi sangre para salvar a la humanidad. Aun cuando sólo Magdalena hubiera existido, habría yo muerto para redimirla, a fin de que tuviera la vida espiritual y me amara. Yo quise perder mi vida corporal para demostrar cuán prendado estaba de su amor.
David es el hombre según mi corazón, porque hizo todas mis voluntades. Magdalena es la [408] mujer de mis ojos y el objeto de todos mis afectos. Proclamé ante las criaturas lo que dije al fariseo, al tiempo en que la miraba amorosamente: Simón, ¿ves a esta mujer? Entré en tu casa (Lc_7_44), y no me lavaste los pies, ni me diste un solo beso de paz. No tuviste la cortesía de darme del agua de la cisterna o de tu pozo. Esta mujer, sin embargo, me ha bañado con sus lágrimas y no ha dejado de besar mis pies desde que entró. Su amor es extremo y el mío, infinito. Su fe es admirable; por ello será alabada con magnificencia por aquel que ya la ensalzó por encima de los cielos, por lo que los ángeles hacen más fiesta que si hubieran llevado al seno de Abraham a todos los justos que no tienen necesidad de penitencia. Magdalena debe ser muy querida de los ángeles y de los hombres, no sólo porque el Verbo Encarnado la ama tanto, sino por haber alegrado a los primeros y trazado el camino a los segundos. Mi Madre es proclamada bienaventurada por todas las generaciones por ser la inocencia misma, que pagó un precio de salvación eterna al darme su sustancia virginal. Ella se sienta en el trono de grandeza adorable como Reina de los ángeles y de los hombres, y Madre del Dios de la gloria. Magdalena está a sus pies para invitar a los pecadores a la penitencia, diciéndoles que no vine yo a llamar a los justos, permaneciendo siempre en su compañía, sino a los pecadores; que ella fue llamada la pecadora de la gran ciudad, para demostrar que el amor divino se complace en que sobreabunde la gracia donde abundó el pecado.
Hija, ¿quieres escuchar las comparaciones de Magdalena con los más grandes de la antigua ley? Yo la convertí en primera jardinera del Paraíso de Dios, cuando regó sus pies sagrados, que conservó entre sus manos, tanto como le fue posible, como queriendo plantar en ellos sus propios cabellos, hundiendo sus raíces en el primero de los elegidos y primogénito de entre los muertos. Ella fue el Henoc trasladado del mundo al amor divino, habitando desde entonces más en mí, a quien ama, que en ella, a quien anima.
Noé fue preservado del diluvio; Magdalena fue salvada del diluvio del pecado por la gracia, mas por un misterio admirable produjo un diluvio de lágrimas que la transformó en un arca que voló a lo alto, en tanto que yo me gloriaba en quedar abajo, por ser ella el río que alegra la ciudad de Dios, rodeándola por todas partes; ella sobrenada por encima de los fundamentos de su salvación gracias a sus lágrimas, remontándose por su unción por encima de mi cabeza. [409] Abraham practicó una fe admirable ante todas las criaturas y Magdalena suscitó la admiración del Creador ante la suya. El justo vive de la fe; Magdalena fue totalmente transformada en el objeto de la fe, que vino al mundo por el agua, la sangre y el espíritu, en lo cual Magdalena creyó con toda firmeza. Las lágrimas que derramó en la resurrección de su hermano, la sangre derramada en el Calvario, el Espíritu concedido a los fieles, fueron para Magdalena signos de la amorosa dilección del Mesías. Con esta fe venció al mundo, sacrificando a su Isaac al ver morir a su amado Salvador, muriendo en él por ser él su vida y su camino. Se hizo fuerte, además, para llevarlo consigo, sin tener en cuenta lo que pudiera pesar.
Jacob fue fuerte contra Dios al luchar con el ángel, que, al ver la aurora, le pidió lo dejara retirarse. Jesucristo dijo a Magdalena: Cuidado, no me toque, no estoy preparado para luchar contigo, a pesar de ser glorioso e impasible. Tu amor me haría parecer sin fuerza; vencido ante tus encantos, cedería a tus condiciones. No temes mi esplendor porque eres israelita y ves a Dios en su gloria, que es el sol. ¿Cómo me dejarías al despuntar la aurora? No ves aquí a los ángeles subiendo y bajando, pero sí al Dios de los ángeles, a cuyos pies quieres abrazarte como queriendo hacer de ellos una escala. Debo antes subir hasta mi Padre para obtener tu pasaporte o ascensos en el desierto, siete veces al día.
Moisés se descalzó al ver la zarza ardiente, mas tú te despojas de ti misma para arder en las llamas de mi fuego divino, al que animas sin apagarlo, al verter en él el agua de tu cabeza. Dicho legislador dejó a todo el pueblo en la planicie para recibir la ley del rigor; tú, empero, aventajas las nubes para gustar la ley de la dulzura que el divino Rey de los corazones desea darte personalmente en presencia de los felices ciudadanos del cielo.
Tú eres la muy amada del cielo y de la tierra, y turnas tus visitas para contentar al uno y a la otra. Tu memoria es bendita cuando dejas el cielo para visitar la tierra; has sido hecha semejante a la gloria de los santos que habitan en los cielos; eres temible a los demonios, que fueron confinados al vacío de los abismos; fuiste liberada de su posesión y [410] has apartado a muchos de su jurisdicción, por ser el espejo de los penitentes.
Eres gloriosa con los reyes del palacio del amor, gozando con los bienaventurados de la gloria del soberano Dios, que los hace reyes y sacerdotes con una dignidad eterna. Posees el poder de consagrar al verdadero Aarón por medio de la unción de paz. Eres tú quien le ciñe la corona de belleza y de gloria; tú quien lo reviste con una túnica que representa la tierra y lo que en el cielo hay de más augusto.
El tuvo a bien cargar sobre sí los pecados de los hombres que, a imitación tuya, querrían llevarlos a cuestas y declararlo ante el cielo y la tierra, ante los ángeles y la humanidad, que son espectadores de tu gloria y de tu dicha sin envidiarla, que sólo El es digno de ser amado. En fin, todo lo que hay de más excelente en la naturaleza y de más encantador en la gracia, es una muestra de lo que Dios te ha dado y de lo que tú le has devuelto. Por ello se complace en ser embellecido por las unciones y el adorno de tu cabeza, a pesar de ser la belleza misma por esencia y por excelencia.
Antes de él, no se encontró alguien parecido a él; después de él, no debemos esperar otro que se le asemeje. Ungiste su cabeza como principio, y como fin sus pies, sabiendo bien que él es el principio y fin de toda la creación y el ciclo de toda perfección que no tiene comienzo ni fin, cuyo centro está en todas partes y cuya circunferencia no se encuentra en lugar alguno. Al considerarlo solamente Dios, que todo lo llena y está fuera y por encima de todo, pero que en un momento dado se manifestó como hombre y Dios, eres capaz de abarcarlo.
El es tu Jerusalén de paz, que se rinde ante tus dardos amorosos, por haberla sitiado con miradas de amor. Es también Jericó, cual luna cambiante en sus diversas fases. A pesar de ser invariable en su divinidad, cambia de rostro o de postura en su humanidad: se recostó en casa de Simón, estuvo de pie en el Calvario, la hizo de jardinero al lado del sepulcro, está sentado en la gloria del Padre. Conoces mejor que yo las formas en que se te mostró.
Josué mandó rodear siete veces con el arca la ciudad de Jericó al son de las trompetas, apoderándose de ella con sus milagrosos recursos. Cuántas veces rodeaste los pies de Jesucristo; cuánta fuerza tuvieron tus suspiros. Tu boca fue como una sigilosa trompeta, por así decir, y una máquina pacífica de guerra colocada sobre sus [411] pies sagrados, que lanzaba sus llamas y sus ráfagas; tus labios fueron la mecha; tus pensamientos, disparos de mosquete de alto calibre: todo ello fue milagro sobre milagro, maravilla sobre maravilla: frenaste en su curso al sol divino, a la luna admirable, cuando detuviste al Verbo Encarnado.
La divinidad y la humanidad de Jesucristo quedaron admiradas ante tus acciones; para verte en tu victoria brilló sobre ti el gran día del divino amor para admirar tus victorias. David dice que sus ojos están fijos en el mandato del señor como los de una sierva en las manos de su señora. Yo voy más lejos: el Señor fija los suyos en las obras de tus manos, aconsejando a Simón y a todos los hombres que fijen sus miradas en ti cuando lavas al que lava todos los pecados de la humanidad con su propia sangre, y que tus encantos lo cautivan. Son éstas las armas bajo las que él, siendo el vencedor, se rinde y se declara vencido. El amor mueve a contemplar el objeto deseado, y la mirada lleva a amar aquello que gusta. Magdalena, Dios se deleita en ti por ser tú la petición de su amoroso corazón. Tú lo has herido, y desea que tú misma seas la llaga. Es un ciervo perseguido por vencedores, cuyos deseos lo apremian a dirigirse a la fuente que brota de tu frente. Refréscalo, Magdalena; un vaso de agua de tu cabeza obtuvo para ti el paraíso del amor, que es todo tuyo, pero de suerte que a tu vez puedas obtenerlo para otros penitentes, que desearán imitar tu conversación de amor.
David dijo en otro tiempo que en la inundación, aunque las muchas aguas se desbordaran, no le alcanzarían. Es porque él no vivía más en la tierra. Magdalena no nació y su término no expiró porque la aguardaba la plenitud de los tiempos. Después de la Madre del amor hermoso, ella debía manifestarse como hija amante, hija del corazón divino que debía soltar la vela sobre las aguas de sus gracias sin peligro de naufragio. Si en alguna ocasión tuvo miedo de irse al fondo, él se convirtió en su tierra firme para pudiese soltar el ancla de su confianza en él. El la llevaría al puerto de salvación, siendo su ensenada de gracia porque su único deseo es hacerla feliz. ¿Podría ser más afortunada?
[412] Magdalena, seas por siempre engrandecida en el cielo, ya que lo has sido en la tierra; seas ensalzada por ser la magnificencia del Altísimo. Que la boca de los hijos de los hombres, que están adheridos a los pechos de la contemplación de la fuente del amor, perfeccione tus alabanzas, acrecentando accidentalmente tu gloria, en tanto que bebes a largos tragos en el torrente de las delicias divinas.
El que es tu cisterna, ha hecho de tus brazos un recipiente de gloria: Bebe el agua de tu cisterna, la que brota de tu pozo (Pr_5_15). Comparte con nosotros los favores que tu amor te ha adquirido; al dar, nada perderás. Lo que el amor te da como don glorioso te confiere una gloria singular, porque la gloria de los santos es tan variada como las estrellas lo son en claridad. Tú posees una gloria especialísima en la comunidad de los santos.
Sea tu fuente bendita (Pr_5_18). Alégrate con el Verbo de vida, que es la gloria supereminente. Toma posesión de este venero de las aguas de la vida. Goza por siempre de la fuente de la sangre virginal, que es venero de salvación. Adhiere tus afectos al Verbo Encarnado, cuyas dos naturalezas son dos pechos para ti. Ruégale, tú a quien tanto quiero, que su amor nos las de en este mundo por medio de la gracia, y en el cielo por la permanencia en la gloria, en la eternidad que durará por siempre jamás.
Capítulo 62 - El amor inefable y apasionado del Salvador, después de beber un torrente de amargura durante su vida, quiso darnos un torrente de fuego al instituir la divina Eucaristía, 9 de abril de 1637.
[415] El jueves de la cena, al despertar, me vino a la mente que el Salvador deseaba dar al mundo un torrente de fuego, que vi realizarse en la institución del sacramento de la Eucaristía a instancias del amor divino, que movió al Salvador a reproducir su cuerpo y su alma, entregándonos de nuevo su persona divina por un exceso de bondad. El amor obra en este misterio para incitarlo a comunicar toda su humanidad, llegando hasta las efusiones de la divinidad. Dicho amor es el principio y fin de dicha comunicación y realiza el ciclo admirable del movimiento de Dios hacia nosotros y de nosotros hacia Dios, mediante la comunicación del Hombre-Dios, en el que se encierra como en un extracto o compendio todo ser creado e increado, todo lo que es por esencia y todo lo que sólo existe por participación.
Dicho torrente, que tiene su fuente de origen en el corazón de Dios, comenzó a correr; mejor dicho, a desbordarse, en medio de la confusión, del horror y las tinieblas de la noche de la pasión, desembocando en la gloria, en la que veremos el manantial de este amor, la profundidad de este torrente y el ardor de su fuego y llamas.
Aun entonces dicho amor será un sacramento, ya que los bienaventurados jamás intuirán plenamente el secreto que radica en el seno del Padre, ni todo el ardor de la sagrada llama que arde en él, ni todo lo que Dios guarda para sí mismo, con lo que se ama tanto como es amable, con lo que colma plenamente la inmensidad de su voluntad, que es infinita e incomprensible.
El Salvador, que ama a los suyos, pide a su Padre que lo glorifique con la gloria que recibió de él antes de la creación del mundo, deseoso de que los que le fueron dados gocen de la misma gloria. Se refiere a la participación y proporción en que la gracia los hará capaces de gozar de la gloria, donde todos verán a [416] Dios, aunque no de manera total, ya que esto sólo corresponde a las tres personas divinas, que se conocen inmensamente y se aman de manera divina.
Las tres, con un mismo amor, aman a los ángeles y a la humanidad, pero este amor encuentra límites en las criaturas, que son incapaces de recibir toda su plenitud y fijar términos o abarcar dicho océano. Todos reciben de la plenitud del Salvador, sin disminuirla, porque en él habita corporal y totalmente la plenitud de la divinidad. Todo ello lo mueve a elevar sus ojos, embriagado del torrente de fuego que lleva en su seno, manifestándolo en su rostro como nos dice proféticamente el profeta Daniel: Un río de fuego corría y manaba delante de él. Miles de millares le servían, miríadas de miríadas estaban en pie delante de él (Dn_7_10).
Para alguno será novedad que relacione yo esta visión del profeta Daniel con la institución del divino sacramento, ya que en realidad tiene más conexión con el juicio final. Les concedo razón, pero permítanme exponer lo que entiendo al presente.
Jesucristo es Dios y hombre; es el cordero sacrificado desde el principio del mundo. Como su Padre, es eterno en su divinidad y por él fueron hechos los siglos. En el día de la institución, los apóstoles estaban sentados y Jesucristo también tomó asiento después de lavarles los pies.
Su amor es tan antiguo como su esencia en cuanto Dios, y en cuanto hombre. El deseó con gran deseo, desde el instante de su Encarnación, entregarse a la humanidad en el sacramento del altar, así que puedo relacionar sus cabellos blancos como la lana con este deseo suyo.
Su corazón era un trono de fuego en el que había ruedas de llamas. Sus pensamientos hacia todos sus elegidos consistían en que se elevaran hasta el seno del Padre, en el que levantó sus ojos divinos cual dos bellas ruedas, que rodaban admirablemente en torno a su mesa divina para contemplar a sus muy amados y a todos sus ángeles, a los que el Padre ordenó adorarlo en la reiterada introducción que hacía de su Hijo al mundo por medio de este sacramento. Porque Jesucristo se produjo por segunda vez en el mundo en este sacramento. El fuego encerrado en su corazón se manifestó en su rostro, y su boca sagrada produjo aquel torrente de llamas.
Al pronunciar las palabras de amor que san Juan llama un amor infinito entre los suyos, el Salvador dijo que uno de los que estaban con él a la mesa lo traicionaría. [417] Cada discípulo preguntó si sería él, exponiendo ante su Maestro los deseos de sus corazones, a los que él miró con su propia ciencia, que todo lo sabe porque todo está en su presencia: El tribunal se sentó, y se abrieron los libros (Dn_7_10).
El demonio era la bestia que anidaba en el corazón de Judas, lo cual intuyó perfectamente el discípulo amado después de que su Maestro le dijo que aquel que metiera la mano en el plato con él era el traidor. Por ello dice: Y entonces, tras el bocado, entró en él Satanás. Jesús le dice: Lo que vas a hacer, hazlo pronto (Jn_13_27).
Judas recibió su juicio y condenación al recibir indignamente el santísimo sacramento. El apóstol san Pablo, refiriéndose a los que imitan a Judas al comulgar en estado de pecado grave, dice que comen y beben su propia condenación. Para demostrar que Judas había sido juzgado, san Juan afirma que el Salvador exclamó después de la salida del traidor: Cuando salió, dice Jesús: Ahora es glorificado el Hijo del hombre y Dios es glorificado en él (Jn_13_31).
Pero, ¿Qué hizo Judas después de estas palabras? Se dirigió a los sacerdotes, escribas y fariseos para recibir los treinta denarios, y de allí regresar para entregarles a su Maestro, que era la bondad esencial, a la que traicionaba Judas. El Maestro era la generosidad misma; Judas, la avaricia más repugnante. Este, sabiendo que había entregado la sangre del justo, fue a devolver el precio de su traición, crimen que le pareció tan enorme, que se desesperó considerándose justamente condenado al fuego eterno, que tenía merecido por carecer de esperanza en la caridad de su divino Salvador, que hubiese querido salvarlo si hubiera recurrido a su bondad.
Desesperado, se colgó, y del patíbulo, su alma pasó a su lugar, como dice san Lucas en los Hechos de los Apóstoles en la narración de la elección de S. Matías: Tú, Señor, que conoces los corazones de todos, muéstranos a cuál de estos dos has elegido, para ocupar en el ministerio del apostolado el puesto del que Judas desertó para irse a donde le correspondía (Hch_1_24).
El desventurado fue a su lugar, que es el infierno, sitio en el que los pecadores son condenados con justicia imparcial y por el peso del pecado, en tanto que los justos remontan el vuelo hacia la vida eterna en la gloria que el Salvador adquirió para ellos después de vencer a los poderes de las tinieblas. Estos irán al suplicio eterno; los justos, en cambio, viven eternamente (Sb_5_15).
Capítulo 63 - Maravillas que los tres Fiat obraron. En la Creación, en la Encarnación y en la Pasión.
[419] Mientras estaba en oración, consideré tres Fiat Mi divino amor me dio a conocer que el primero mostró las inclinaciones de la bondad de Dios, el segundo, el anonadamiento del Verbo; el tercero, la confusión de un Hombre-Dios.
El primero se dio en la creación, cuando produjo Dios la creación del abismo de la nada a través de las solas mociones de su bondad; el segundo fue pronunciado por la Virgen al asentir a la Palabra del Padre, cuando el Verbo se hizo carne humillándose, la Virgen fue transformada en Madre de Dios, y los extremos que estaban infinitamente distantes se unieron, a pesar de sus infinitas desproporciones. El tercer Fiat fue pronunciado por un Hombre-Dios en el Huerto de los Olivos, por el que se abandonó a los rigores del justo querer de su Padre y a la confusión extrema con que sería afligido, por haberse convertido en maldición por la humanidad.
Al primer Fiat, la nada no opuso resistencia, cediendo a la bondad y poder de Dios; en el segundo se encuentra la condescendencia de Dios a su criatura y la complacencia de ésta hacia Dios en la cumbre de la elevación y la efusión de un Dios a la criatura, uniéndose a ella como consecuencia del Fiat. En el tercer Fiat se encuentran el abismo de confusión hasta la muerte por una rigurosísima justicia, para satisfacer a Dios ofendido, y un exceso de amor a la criatura.
El primer Fiat produjo las criaturas que carecían del ser. Por el segundo, Dios, que siempre [420] existió, se hizo hombre; en el tercero, un Hombre-Dios fue destruido durante cuarenta horas, a fin de satisfacer, con su muerte, la justicia divina. La divinidad nada pierde y nada puede sufrir. La humanidad apoyada por la divina hipóstasis del Verbo, que es su soporte y cuyos méritos son infinitos, pagó a la divinidad ofendida en rigor de justicia más de lo que el hombre debía: un simple hombre ofendió, y un Dios-Hombre pagó.
El Hombre-Dios se anonadó a sí mismo, tomando la forma de servidor, a pesar de ser igual a su Padre sin causarle detrimento. Aunque tenía la forma de Dios, se dignó escoger y aceptar por obediencia la muerte, y una muerte de cruz, haciéndose anatema por nosotros, según estaba escrito: Maldito aquél que pende del madero El Hijo de Dios bendito quiso ser tratado como el macho cabrío expiatorio y ser expulsado ignominiosamente de la Jerusalén de la tierra, llevando sobre sí el peso de nuestros pecados para hacernos entrar en la ciudad celestial, adornados con su gracia y elevados hasta el honor de la posesión de su gloria.
OG-05 Capítulo 64 - Mi divino Salvador y su santa Madre se me aparecieron coronados de espinas para consolarme, al verme presa de la tristeza. Abril de 1637.
[421] Al ver que la tristeza se había apoderado de mi corazón, me presenté ante mi Dios, hablándole de mis penillas durante mi oración. Me consoló maravillosamente, mostrándome una cruz de san Andrés, cuyos travesaños, a manera de aspas, estaban unidos por un clavo de diamante que significaba la fuerza y riqueza de mi cruz en medio de tantas contradicciones.
Vi después a la santísima Virgen portando una corona de espinas. Me pareció hija y madre a la vez, con una belleza, dulzura y majestad incomparables. Al desaparecer la Virgen, vi a mi divino Esposo con un rostro grave y aparentando tener treinta años de edad. Llevaba también una corona verde de espinas, para consolarme en mis penas. Vi, por último, varias piezas de cristal que debían formar un trono. Escuché que se trataba del que adquiriría con mis penas y aflicciones, que con frecuencia eran más aparentes que reales.
Dichas luces que mi divino amor me comunicó fueron acompañadas de tanta dulzura, que no debo temer las aflicciones, porque él las rodea de divina compasión, haciéndomelas amables. El está conmigo en la tribulación, adueñándose de mi alma para hacerla participar en su gloria: Arroja su hielo como migas de pan, a su frío ¿Quién puede resistir? (Sal_147_17).
El envía como a través de la impetuosidad de su llama amorosa palabras ardientes que derriten el hielo y el miedo que mis enemigos querrían causarme, haciendo congelar mi sangre en las venas por medio del terror y el pánico. Su divino Espíritu, que sopla donde quiere, impulsado por su natural bondad, me dijo que él era el consolador [422] de los afligidos, dando más calor a un alma que espera en su bondad, que frío le pueden provocar los demonios con su horrible pavor.
Añadió que meditara en mi buen pontífice, que quiso compartir mis debilidades asemejándose al macho cabrío, cuya cabeza está coronada de espinas, para ser ofrecido por mí a su Padre eterno a fin de librarme de las manos de su justicia y ser recibida en las de su misericordia; que se hizo pobre para enriquecerme que al verlos a él y a su santa Madre ardiendo en amor por mí, debía acercármeles con un mayor deseo de contemplar estas grandes visiones, que el de Moisés cuando el Señor se le apareció en la zarza ardiente, ordenando que me quitara el calzado porque ambos, él ella, se habían hecho familiares a los hombres; que esta admirable pastora lo revistió a nuestra manera cuando se encarnó para morar entre nosotros; que me llamaba a él para establecer su Orden en la Iglesia, nombrándome embajadora de su divina voluntad, admirando mis pasos en mi calzado, que me ligaba a él, porque mis pies representaban mis afectos antiguos y nuevos, que le he ofrecido en su totalidad.
Capítulo 65 - El Verbo Encarnado derramó un mar de sangre sobre el mundo al subir al santuario por su preciosa sangre. Reunión que tuvo en el limbo con las almas de los justos. Mar de gloria que posee en el cielo, en el que los bienaventurados se embriagan en el torrente de sus delicias.
[425] Al considerar a mi divino Salvador atado a la columna y más tarde levantado en la cruz derramando su sangre, en la que me lavé, lo vi como un torrente desbordado por el amor, en el que su bondad me invitó a sumergirme. Por un favor inefable, penetré en el santuario con este sumo sacerdote a través de su sangre adorable: Y a la aspersión purificadora de una sangre que habla mejor que la de Abel (Hb_12_24).
Admiré, arrobada en espíritu, a este torrente que brotaba de la piedra viva, derramándose sobre la tierra para purificarla. Vi a sus partes más sutiles elevarse para formar nubes en su sagrado costado, del que manaba el rocío que hace germinar al justo y la justicia que colmaba los deseos del profeta Isaías: Cielos, derramen su rocío; nubes, lluevan al justo.
Vi la justificación y la santidad siendo concedidas a los hombres por medio de la sangre y el agua que salían del costado abierto del nuevo Adán, que nos engendró a la vida venciendo a la muerte que comenzó con el viejo Adán.
[426] Conocí que la ley natural y la ley de Moisés sólo eran leyes de muerte, mediante las cuales se sacrificaban víctimas muertas; y que, para abrogarlas, el Salvador aceptó dirigirse a la muerte y morir ofreciéndose en holocausto perfecto, derramando su sangre para entrar en el santuario y darnos por ella la redención eterna que nos libra de la muerte.
Comprendí que, así como los ríos desembocan en el mar sin acrecentar sus aguas, la sangre de los antiguos sacrificios en nada incrementó el mar del Salvador, que era de un mérito infinito; y que dichas víctimas sólo fueron aceptadas en virtud de la muerte y efusión de la preciosa sangre del Salvador, que fue llevado por su sangre, misma que ofreció al penetrar al tabernáculo.
Se abajó hasta el sepulcro para combatir la muerte en su propio hábitat: su alma descendió a los limbos para reunirse con las almas de los justos y conferenciar con ellas durante cuarenta horas.
A dicha reunión asistieron también las mujeres, por haber contribuido a la Redención y servido como figuras de la Encarnación. Allí reveló a todos los prisioneros que la muerte había quedado absorbida en su victoria y que la ley de la muerte había llegado a su fin.
Comenzó así la ley de la gracia, que no tuvo figuras ni sombras por ser simiente y germen de gloria; gloria que prometió al buen ladrón al estar en la cruz, diciéndole: Hoy estarás conmigo en el paraíso (Lc_23_43).
Su ser salió de los limbos a fin de que el lugar que era el término de la muerte fuera el principio de la vida. Su alma gloriosa se dirigió a su cuerpo para darle la grata noticia de la resurrección y la gloria. En medio del júbilo, levantó su sagrado cuerpo, con lo que se cumplieron las palabras de David: Resucité y estoy contigo. Su alma gloriosa retornó a su sagrado cuerpo cual torrente de luz, proyectando sus rayos luminosos por las benditas aberturas del cuerpo adorable al que informó de nuevo por toda la eternidad.
[427] Ya no estará sujeto a la muerte ni a las tinieblas. Su permanencia en el cielo, así como los cuerpos de los bienaventurados, será amable en la gloria del Paraíso. La gloria refulgente de Jesucristo no pudo ser oscurecida por todas las sombras de la muerte, y su sepulcro fue transformado en un paraíso verdaderamente glorioso.
El alma comunicó a su cuerpo la vida divina, la vida de la gloria: su sagrado cuerpo es un ser glorioso que no estará ya sujeto ni a las miserias ni al dolor, por ser el cuerpo de un Hombre-Dios. San Pedro, al dirigirse a los fieles, dice que los profetas anunciaron sus sufrimientos, sus angustias y su gloria definitiva: Sobre esta salvación investigaron e indagaron los profetas, que profetizaron sobre la gracia destinada a vosotros, procurando descubrir a qué tiempo y a qué circunstancias se refería el Espíritu de Cristo, que estaba en ellos, cuando les predecía los sufrimientos destinados a Cristo y las glorias que les seguirían en el Espíritu Santo enviado desde el cielo; mensaje que los ángeles ansían contemplar (1Pe_1_10s). El rostro del Salvador es tan admirablemente bello, que constituye la alegría del Espíritu Santo y de los ángeles, que desean contemplarlo sin cesar.
Divino Amado, accede a que tu indigna esposa te pida el favor de que tenerte a su derecha mientras va en camino, para que la guíes según tu voluntad y pueda decir con toda verdad: Pongo al Señor ante mí sin cesar; porque él está a mi diestra, no vacilo. Por eso se me alegra el corazón, mis entrañas retozan, y hasta mi carne en seguro descansa. Me enseñarás el camino de la vida, hartura de goces, delante de tu rostro, a tu derecha, delicias para siempre (Sal_15_9s).
Tal vez sea mucho pedir, pero es lo que deseas concederme, por habérmelo merecido con tu preciosa sangre. Tu deseo es que un torrente de dolor produzca un torrente de dulzura. Ni todo el oro y plata de la tierra podrían merecernos el cielo, pero una sola gota de tu sangre adorable puede merecernos la gloria. El amor que la derramó enteramente por nosotros desea que, por su medio, lleguemos a tener abundancia de gloria.
[428] Me dirijo a su amor, cuya magnífica generosidad conozco. David anunció con acierto esta maravilla al decir: Señor, Dios nuestro, qué glorioso tu nombre por toda la tierra (Sal_8_9). Señor, Señor, Dios nuestro, que después de tu resurrección eres reconocido como emperador soberano; cuán admirable es tu nombre en toda la tierra, pues visitaste aun sus partes inferiores. Los vestigios de tus sagrados pies santificaron a este elemento, y quisiste también santificar el del aire al elevar sobre los cielos tu grandeza, que es tu cuerpo glorioso animado por tu alma bendita.
Contemplé tus admirables arterias henchidas por tu preciosa sangre, de un azul espléndido que hacía resaltar la blancura de tu cuerpo sagrado, que arrobará de contento los ojos de los cuerpos gloriosos cuando moren ya en el Empíreo. Todos esos afortunados ciudadanos adorarán la magnificencia divina, y los hijos del pecho de la gloria cantarán un melodioso concierto al Hombre-Dios que venció a sus enemigos y a la muerte, que será la última en ser derrotada por el Señor de la vida, que es digno de cantar las alabanzas del Padre y del Espíritu Santo que lo produce junto con este divino Padre, que formó su cuerpo sagrado en el seno de la Virgen, que es su principio en cuanto hombre.
Su carne, apoyada en el soporte del Verbo, es parte de la carne de María, que fue elevada sobre los cielos. Su Hijo, el Hombre-Dios, fue constituido cielo supremo y está sentado en el trono de la grandeza divina igual en gloria al divino Padre, sin causarle detrimento. Es poseedor de un torrente de gloria. Es Dios y Hombre. En su esencia inmortal, es un mar inmenso de felicidad que constituye la dicha de los ángeles y de los hombres. El es el contento de su Padre, la delicia del Espíritu Santo, el amor de su Madre y nuestro todo.
[429] Su sangre preciosa corrió sobre la tierra para revelar a la humanidad el exceso del amor divino, que la derramó para salvarlos en el camino, a fin de ser ensalzados por él al llegar al término. Después de beber en la tierra del torrente del dolor, tienen la alegría de gustar sus delicias por toda la eternidad. Serán ensalzados en compañía del divino Salvador, que es su cabeza gloriosa, cuya exaltación predijo David en el salmo 109: En el camino bebe del torrente, por eso levanta la cabeza (Sal_109_7).
Dios es cabeza de Cristo, y Cristo es cabeza de la Iglesia, como dice el Apóstol. Cristo fue ungido Rey y sacerdote eterno; pontífice santo, sin mancha, separado de los pecadores por su inocencia y por su divina grandeza. De él reciben los bienaventurados toda su gloria: Pues de su plenitud hemos recibido todos, y gracia por gracia (Jn_1_16). Gracia por gracia que es la gloria iniciada en esta vida. En el término, es la gracia consumada a la que, con mayor dignidad, llamamos gloria, por ser la felicidad eterna, la ventura sin fin y por estar exenta de toda suerte de aflicción, sufrimiento y dolor.
La sangre que fue un espectáculo de dolor cuando el Salvador la derramó sobre la tierra, a través de la intensidad de su amor y la violencia de los tormentos, los latigazos, las espinas, los clavos y la lanza, será una profusión de deleites y un torrente de júbilo: Se sacian de la grasa de tu Casa, en el torrente de tus delicias los abrevas; en ti está la fuente de la vida, y tu luz, nos hace ver la luz (Sal_36_8).
La humanidad santa es la morada por excelencia de Dios, por estar cimentada en la hipóstasis del Verbo. Es su casa, a la que apoya y a la que se unió hipostáticamente. Las fuentes de agua y de sangre son manantiales de vida, por ser la sangre de un Hombre-Dios. La vida esencial, eterna y divina, es el torrente de delicias del que se embriagan y se embriagarán los bienaventurados por toda la eternidad. El esplendor eterno iluminará sus entendimientos y la dulzura infinita colmará de contento su voluntad.
Capítulo 66 - Únicamente el Verbo Encarnado puede alabar dignamente a su Padre. Sólo él conoce las divinas maravillas del amor que dio a Magdalena, que fue figurado por el río que Dios hizo brotar en el paraíso, que se repartía en cuatro brazos en el Génesis capítulo segundo. Abril de 1637.
[433] El discípulo amado proclama que las acciones adorables que su Maestro, el Verbo Encarnado, hizo en la tierra, son tan numerosas, que ni todo el mundo transformado en libro sería suficiente para escribirlas en él: Hay además otras muchas cosas que hizo Jesús. Si se escribieran una por una, pienso que ni todo el mundo bastaría para contener los libros que se escribieran (Jn_21_25).
Águila real, me permite que vuele hasta donde te encuentras hoy, y que sea yo en la tierra la intérprete de tus pensamientos, diciendo que ves claramente, en la visión de la gloria, que el cielo y la tierra son demasiado reducidos para hablar ampliamente del Verbo Encarnado y de las maravillas de su amor infinito. No incumbe sino a él hablar de sí mismo, por ser la Palabra del Padre que expresa divinamente lo que era, lo que es y lo que será. El divino Padre confiesa que, desde la eternidad, se complace y se alimenta de oír a su palabra, a cuyas enseñanzas nos manda prestar atención: Este es mi Hijo amado en quién me complazco; escuchadle (Mt_17_5).
Padre santo, deseamos en verdad prestar atención a tu Verbo y tener atento el oído del corazón para escucharlo. Como dice el gran san Dionisio, nuestro amor va más allá de nuestra mente. Los discípulos cayeron en tierra cuando les dijiste que escucharan al Verbo: Al oír esto los discípulos cayeron rostro en tierra, llenos de miedo (Mt_17_6). Si los discípulos no son capaces de escucharlo, ¿cómo lo serán de hablar de él, si no se convierte en Verbo humanado, tocándolos con el dedo de su benignidad? san Pablo tiene razón al [434] decir que su humanidad, su bondad y su gracia se manifestaron a todos los hombres para salvarlos.
Hacen falta hijos del trueno con el privilegio de poder soportar sin morir el resplandor del Verbo Encarnado, que todo lo dice en una palabra que expresa la eminencia increada y la bajeza creada. David apenas si la intuyó cuando dijo: Dios ha hablado una vez, dos veces, lo he oído: Que de Dios es la fuerza y tuya, Señor, la misericordia (Sal_62_12).
David recibió el favor de penetrar en las potencias de Dios a pesar de que no haber aprendido las letras; pero en cuanto a su parte ordinaria, la misericordia le estaba reservada. Por ello dijo que tenía el derecho de cantarla por toda la eternidad, dejando al Verbo Encarnado la dignidad de alabar dignamente su divina grandeza: En Dios, cuya palabra alabo, en el Señor, cuya palabra bendigo (Sal_56_11), y que alabaría al Padre a través del Hijo en la plenitud de los tiempos, porque debía nacer en el tiempo de su simiente real, que supliría su incapacidad. Verbo eterno, he hablado ya muchas veces de las maravillas de tu amada; pero todo lo que he dicho es poco en comparación con lo que puede añadirse; pero, ¿qué digo? de lo que es inefable.
Magdalena fue magníficamente ensalzada por encima de todas las alabanzas creadas, porque el Verbo increado y encarnado quiso ser su orador y escucha. Se levantó del sepulcro, pero de madrugada para preguntarle el motivo de sus lágrimas, que no ignoraba. El amor goza con los argumentos del amor; habla de sí mismo porque hace que dos sean uno y que el que ama esté en el ser amado. El Padre eterno conversa por toda la eternidad con su Verbo, a través de su mismo Verbo, produciendo eternamente su único amor, que es el bien de ambos espirantes, y el término de la voluntad del Padre y del Hijo.
Verbo amoroso, te complaces en interrogar a tu amada; la niña de su ojo te habla dignamente de su dolor al creerte ausente, después de exponer ante tus ángeles, en pocas palabras, el motivo de sus lágrimas. Ellos trataron de consolarla, pero sin lograrlo: no puede recibir consuelo de las criaturas. Es menester que el Creador la consuele. Sabes muy bien que tú eres el objeto de sus lágrimas, y le preguntas por qué llora.
[435] Eres tú quien la hace llorar; no contento con ser el hálito de la virtud divina y la emanación purísima de su claridad, provocas, mediante una poderosísima llama, que Magdalena produzca un segundo aliento y haces que su corazón vaporice para que suba hasta la cabeza, en la que tu sol luminoso dispara sus rayos para derretirlo en agua, que te ofrecerá en sacrificio por estar segura de que eres su Dios y su amor. Magdalena es más valiente, que los soldados que llevaron a David agua de la cisterna de Belén, ofreciéndote sus lágrimas en sacrificio, sin temor a los guardias del sepulcro; sin miedo al horror de las tinieblas. Como tú eres su amor, eres su peso. Ignora dónde te pusieron; por eso está desorientada. Sin embargo el amor, que es ciego a lo exterior, ve claramente el interior a través de instintos que le son propios.
En su extravío, se dirige al mismo que perdió para encontrarse en él, a fin de que se detenga con ella. Por eso te dice: Señor, si has escondido en tu jardín la flor que yo adoro y por la cual yo sufro, dime donde la pusiste, me parecías tan cortés que no querrías rehusar un ramo a una señorita moribunda. Permíteme que corte esta rosa, cuyas espinas me han causado tan agudos dolores desde que estoy privada de la vista de su hermosura y de su suave aroma. No me niegues un favor que te pido con tantas lágrimas; es un árbol de granada que puede curarme con su fruto agridulce.
Cuando él muera, tengo confianza que resucitará entre mis brazos. Yo haré como el profeta Eliseo, que mis sentimientos concuerden con la voluntad divina para verlo revivir. El ha prometido que tres días después de su muerte, recobrará su vida, pero mi amor me apremia tanto, que no puedo esperar al fin de los tres días. Es necesario que él me conceda este favor sin faltar a su verdad de tomar la parte por el todo. El resto del viernes, el sábado entero y el comienzo del domingo van de acuerdo a la Escritura, pero han sido muy largos para mí.
[436] El amor no puede caminar a pié, quiere volar, las alas son lo más conveniente para él. El no entiende nada de lo que es hacerse para atrás como los animales del profeta Ezequiel. Perdóname si soy como la impetuosidad del espíritu que me empuja, la cual es su mismo espíritu. No creas que he venido aquí con un espíritu femenino, los guardias ya me hubieran espantado. No, no, vine hasta aquí con el espíritu beligerante del Dios de los ejércitos, que es Espíritu de vida que me impide, como mujer, llenarme de terror ante el sepulcro de los muertos, donde encerraron a Jesús de Nazareth, que es mi vida más preciada, esposo de mi alma, anhelo de mi corazón. Si no estás dispuesto a permitir que me lo lleve, pensaré que se debe al gran aprecio en que tienes al Verbo humanado. Permite que derrame agua a sus pies; los jardineros tienen necesidad de regar sus plantas. Poseo una fuente en mi cabeza y mis dos ojos serán los canales que regarán aquella por la que pregunto; dime dónde la plantaste, porque es mi árbol de vida. Magdalena, él es una palmera, tú quisieras subir con él mismo y tomar su fruto antes que suba a su Padre al que ha reservado las primicias de su gloriosa victoria. Le haré ver mi pasión y él me gobernará por su razón, ¿dime, por favor, donde lo pusiste?, perdona a una apasionada que te juzga como muy cruel, al hacerla languidecer en extremo.
María, eres un mar, si yo te permito rodearme, me harás naufragar antes de que llegue al puerto que es el cielo empíreo para dar cuentas a mi Padre Eterno del largo viaje que acabo de hacer. Querido Amor, tu Padre es el Padre de misericordias y el Dios de toda consolación, creo que sus entrañas de bondad se conmueven de dolor. El quiere que tú seas mi Oriente; cuando tu humanidad estará sentada a su diestra, te enviará desde lo alto para visitarme en estas sombras de muerte, para tranquilizarme en la aflicción y dirigir mis pasos por el camino de mi verdadera paz.
[437] Eres Tú, oh mi bien Amado, quién siendo la verdad soberana, por qué disimularías, privándome tú mismo de la parte que he escogido por consejo tuyo y que me has ratificado insinuando la entrega que tu Padre y tu Madre me han hecho de ti en ti mismo. Te has quedado cuarenta días en la tierra; y en ella serás un paraíso de delicias, y yo un manantial que recibirá un gran honor si permites que derrame sobre tus pies adorables las aguas que brotan de mi enamorado corazón.
Tú eres mi Rey y mi Dios, mi templo y mi altar. Acepta oh mi Todo, que me derrame en ti y sobre ti, el amor concede privilegios a los enamorados, está bien que me levante, el amor me da una santa audacia, quiero ser esta fuente y ese río admirable. De Edén salía un río que regaba el jardín, y desde allí se repartía en cuatro brazos (Gn_2_10). Tú eres mi paraíso; es necesario que yo te irrigue. Mezclaré mis aguas con los cuatro ríos de tus manos y de mis pies, y me perderé en el abismo de tus entrañas penetrando por la abertura de tu costado. Después de haber irrigado todo, me contentaré con ser llevada a todos los confines del universo por tu Evangelio. Quiero ser por orden tuya la evangelista de los apóstoles, mis pensamientos son olas que van tan veloces que parece que se quieren adelantar unas a otras. Quiero agradarte gozando de tu presencia y quiero cumplir tus mandamientos después de haberlos aprendido bien. Mi buen Maestro, tú ordenas en mí el amor; eres tú el amor que me da tantas ideas para contentar aquí mi amorosa pasión; me encuentro en un nuevo paraíso: Yo, como canal derivado de un río (Si_24_41).
Participo perfectamente de ti mismo, tú quieres quedarte en mí y yo quiero estar siempre en ti, ya que esas son tus intenciones, de las cuales tengo un gran conocimiento, estoy hecha por una maravilla inefable, tu ciencia y tu sabiduría divina, por eso mi corazón produce ese río; mis ojos, mi boca y todos mis poros hacen brotar las aguas de tus favores: Yo, la sabiduría, derramé ríos. Yo, como canal de agua inmensa, derivada del río, y como acequia sacada del río, y como un acueducto salí del paraíso (Si_24_41).
[438] Tú eres mi jardín y mi prado verde. Deseo irrigarte como un jardín, y deseo también inundarte como a mi prado: Yo dije: Regaré los plantíos de mi huerto, y hartaré de agua los frutales de mi prado; y he aquí que mi canal ha salido de madre, y mi río se iguala a un mar. Porque la luz de mi doctrina, con que ilumino a todos, es como la luz de la aurora, y seguiré esparciéndola hasta los remotos tiempos (Si_24_42s). Sabes muy bien que seré un espejo de penitencia y que, hasta los cuatro confines del mundo, contaré tus misericordias para dar esperanza de salvación a los pecadores. Tu Madre, mi Señora, es el espejo de los limpios de corazón; yo, el de los penitentes. Ha habido tan pocos que no hayan mancillado sus vestiduras, que me atrevo a decir que su reducido número podría contarse con los dedos de la mano. Ella es el puerto de gracia en el que te abordamos para estar a salvo, estando de acuerdo en que lleve hasta ella, mediante mi conversión, a los que me convidaron al vicio. Ella es Madre de misericordia; con ella servir es reinar. Me siento muy honrada al considerarme súbdita suya y conservar esta categoría bajo su amorosa y eficaz potestad.
Deseo, por tanto, atraer a los pecadores con la encantadora seducción de tu elocuente sabiduría. Entraré a las partes inferiores de la tierra, buscando la manera de despertar a los que duermen en los sepulcros del pecado, moviéndolos a creer que tú eres su salvación, y que deben esperar en tu bondad, cuyas maravillas les contaré. Quiero ser la profetisa de su felicidad eterna; mediante la penitencia, llegarán a la edad perfecta de la santidad a través de tus méritos.
Amor y Maestro mío; podrás constatar, al igual que todos tus elegidos, que no trabajé sólo para mí al detenerte ante el sepulcro, al que entré por amor. Me asomé llorando para ver si mis lágrimas te reproducían vivo en él, al no encontrarte, como yo pensaba, muerto y colocado en su oscuridad. Esta idea provocaba una pena y ansiedad extrema en mi espíritu, que se había sepultado contigo, vida mía. Traje conmigo ungüentos para ungirte como muerto, y te encuentro vivo. Acéptalos en ofrenda y olor de suavidad. Te los ofrezco. Eres un fuego que consume. Permíteme ser el ángel que se elevó [439] junto con la llama del sacrificio que pidió al padre y a la madre de Sansón te ofrecieran.
Sería muy afortunada si mis aguas y mi ungüento se tornaran en fuego. Tú eres mi principio, como afirmaste un día a quienes te preguntaron: ¿Quién eres tú? Jesús respondió: Desde el principio os lo estoy diciendo (Jn_8_25). Como eres mi origen, no te negarás a ser mi fin; por ello eres mi corona; una corona de bondad. Anunciaré a tus discípulos que resucitaste. Adiós, amor mío; como no me permites abrazarte en Judea, te adoraré en la Provenza, donde estaré en el desierto en sagrada soledad. Permaneceré solitaria, elevándome por encima de mí misma, porque tú eres mi todo; más mi yo que yo misma.
Seré, pues, la dichosa enamorada que se apoya en su amado, abundando en delicias; es una gran recompensa para mis perfumes el ser transformada en tu misma fragancia: ¿Quién es ésta que sube del desierto rebosando en delicias, apoyada en su amado? (Ct_8_6).
Ángeles del cielo, es la enamorada penitente a la que su Maestro alabó a causa de su gran amor, que tanto apreció; es aquella que, al no encontrarlo en el sepulcro, se creyó suficientemente fuerte como para llevarlo consigo si se la informaba dónde estaba. Su amor era más fuerte que la muerte. Es la que perseveró en medio de los temores para encontrar su seguridad. El era su amor y su peso, que la arrastró tras de sí por la aflicción de su pérdida; amor al que ella deseó llevar consigo en calidad de ganancia. Al dirigirse al sepulcro deshecha en lágrimas, volvió de él desbordando júbilo, como dice el profeta: Los que siembran con lágrimas segarán con alborozo. Al ir, van y lloran, llevando la semilla para la siembra: Al volver, vuelven con alborozo, trayendo sus gavillas (Sal_125_5s).
[440] Magdalena deseaba llevar su gavilla, que es el trigo de los elegidos; el grano de trigo que fue echado en tierra, multiplicándose maravillosamente para dar la vida a los hombres: En verdad, en verdad os digo que si el grano de trigo, después de echado en la tierra, no muere, queda infecundo; pero si muere, produce mucho fruto (Jn_12_24). Su intento no quedó frustrado; su esperanza no fue confundida: lo encontró y quiso llevárselo. Al tomarlo por amor como lleva uno a los niños en brazos, Magdalena pareció desear llevarse al Hijo de la Virgen en los suyos; pero él se contentó con su voluntad, diciéndole que no podía ser tocado por ella cual hijo de una madre mortal, sino que lo considerara como Hijo de su Padre inmortal, al que debía subir para volver más tarde por ella, ensalzándola, apoyándola con su propia gloria y haciéndola rebosar en delicias sagradas.
Ella penetró en las potencias del omnipotente, a pesar de no haber estudiado las letras. El Verbo, que es la sabiduría eterna, la alojó en el seno de su divino Padre, en el que conoció la perfección del Verbo hecho carne, del Hijo único lleno de gracia y de verdad.
Lo contempló lleno de gloria, semejante al que lo engendra en las eternas claridades. El vivió en la tierra junto con nosotros, y ella mora con él en el cielo, alegrándose de su grandeza y elevada por encima de todos los cielos.
Capítulo 67 - El Verbo Encarnado me concedió un ardiente deseo de recibirlo como árbol plantado en mi corazón. Me exhortó a acogerlo cual divino rocío que brota de la cabeza, que es el Padre eterno, junto con la brisa sagrada que es el Espíritu Santo, al que produce en unión con el divino Padre. 1º de mayo de 1637.
[441] El viernes, primer día de mayo de 1637, al meditar en la costumbre que tienen los enamorados de sembrar una planta de maíz a la puerta de las jóvenes que pretenden tomar por esposas, me dirigí a mi amado para decirle que, si se lo pedía a su Padre eterno, él mismo lo plantaría en mí cual árbol que no puede ser arrancado de cuajo, que es la verdadera dilección; y que su divino Padre encuentra un placer inefable en hundir sus raíces en sus elegidos, extendiéndolas a todas las potencias de mi alma.
El día dos se dignó despertarme diciendo: Ábreme, hermana mía, amiga mía, porque está llena de rocío mi cabeza y del relente de la noche mis cabellos (Ct_5_2). Ábreme, amiga mía queridísima, porque mi cabeza está cubierta de rocío. Por mi cabeza debes entender a mi Padre eterno, que es fecundo con una inmensa plenitud. Al contemplarse a sí mismo, me engendra a mí, su Verbo, que recibe sin empobrecerlo toda su plenitud, la cual me comunica al comunicarme su esencia. Soy inherente a y dimano de su divino entendimiento; yo soy el principio del que dijo: Contigo el principado el día de tu nacimiento en esplendor de santidad; antes del lucero, como al rocío, te engendré (Sal_109_2).
El puede pronunciar con soberana autenticidad estas palabras: Estoy colmado de palabras. Estoy colmado del Verbo que es la palabra increada, que abarca toda mi sabiduría; por su medio deseo crear a los ángeles y a los hombres. Lo engendro por generación activa, y con él produzco activamente al Espíritu de nuestra común espiración, que es nuestro amor. Escuché Sermonibus, sin entender varias palabras de la divinidad; sino más bien, esta sola palabra. El expresa todo lo que es unidad, y todo lo que se multiplica en las criaturas: Dios ha hablado una vez, dos veces, lo he oído: Que de Dios es la fuerza y tuya, Señor, la misericordia (Sal_62_12).
[442] El produce su Verbo necesariamente, apremiado por su fecundidad, sin ser compelido por ella; porque de Dios es la fuerza. El crea a través de esta Palabra las creaciones, que deben responder: Tuya, Señor, la misericordia, porque a través de mí desea él mostrar la misericordia de sus entrañas en la plenitud de los tiempos, en que me enviará a la tierra a visitar a la humanidad cual Oriente de felicidad para ellos, movido por su amor y su bondad: Manifestaré mi sabiduría, aunque estoy colmado de palabras.
El amor que produzco junto con el Hijo nos apremia a hacer el bien a la humanidad. Soy la caridad eterna que los ama por sí misma, deseando atraerlos con la red de Adán y el lazo de la caridad inefable que me mueve a encarnarme, sin añadir algo en nuestra fecunda divinidad. El Espíritu de amor quiere que me derrame en su humanidad cual rocío sobre el vellón de Gedeón, que fue figura de mi santa Madre, a cuyo seno fui enviado. Yo soy el rocío celestial que se derrama del seno paterno al seno materno, haciendo que germine el Salvador sin dejar de ser el Verbo increado. Me convertí, en un instante, en Verbo Encarnado en las entrañas virginales.
Ábreme, hija mía; todas las potencias de tu alma, pues las amo y deseo que recibas y percibas el divino rocío que quiere descender a tu interior sin dejar el cielo paterno para darte a conocer y gozar tanto como él lo desee y tu condición de viajera mortal lo permita, las alegrías del Padre al engendrar eternamente a un Hijo igual y consustancial a sí mismo.
El es el principio en y por el cual todo ha sido creado y gobierna todas las cosas; es la vida que vivifica todo lo que tiene vida al exterior. Es la obra del divino Padre y la vida que produce con él al Espíritu de vida, que es Dios junto con el Padre y el Hijo. Este fecundo rocío que emana y mora en su principio, es principio con aquel que no tiene principio, por ser en sí la fuente de origen que no procede de persona alguna: origen de la divinidad, fuente de la Trinidad y en ella del Espíritu Santo que es el término de la única voluntad, al que ambos producen por espiración activa; Espíritu único que posee su propia subsistencia sin disminuir la del rocío ni resecarlo, porque subsiste siempre inmenso e incorruptible.
[443] El viendo ardiente que sopla sobre la tierra deshidrata el rocío, al igual que el sol, con su ardiente calor. Esto se da con tanta rapidez, que para simbolizar la vejez o la corta duración de algo, solemos decir: pasó como el rocío de la mañana, al que secaron el sol y el viento. La maravilla de este viento, sin embargo, consiste en que se trata de un Dios unido al rocío y a la cabeza de la que dimana, que es el Padre de las luces. Las tres subsistencias existen divinamente y no pueden ni desean destruirse gracias a una felicísima unidad de esencia. Las tres constituyen la misma grandeza y poder, sin confundir sus propiedades personales.
El Padre es de tal manera Padre, que no puede ser el Hijo. Sólo el Hijo nace de su Padre, y el Espíritu Santo, que no puede ser un segundo Hijo, es felizmente producido por los dos espirantes como su única producción, que se denomina Espíritu Santo, que como persona es distinto del Padre y del Hijo, siendo el término de su voluntad y el amor increado en la augusta Trinidad. El Espíritu es un viento que en ella nada produce, dando fin a sus emanaciones, a las que abarca sin constreñirlas, ya que las divinas personas son inmensas y existen la una en la otra sin confusión ni opresión.
El Padre sigue siendo padre en su Hijo, y el Hijo no sale jamás del entendimiento del Padre, y el Espíritu Santo es siempre el amor que emana y reside divinamente en el Padre y el Hijo, subsistiendo personalmente en su propia subsistencia.
Dicho viento que vino a los discípulos para crear y renovar la faz de la tierra, no habría tenido motivo para marchitar la rosa eterna que dimana de Dios sin dejar de ser Dios; que subsiste como término de su divino entendimiento. El Espíritu reconoce amorosamente y sin dependencia, que es la producción del Padre y del Hijo; admirando la auto-existencia del uno y el nacimiento oriental del otro como un acto puro que produjo fecundamente, en unidad de principio, la amorosa y ardiente espiración que constituye su persona adorable en igualdad con las otras dos, que son con él un Dios único y perfectísimo, inmutable en su unidad e invariable en la Trinidad de las hipóstasis, que no pueden ser destruidas por su distinción real.
El Padre, al nombrarse sol sin principio, engendra un sol del que es origen, que es el rocío de su cabeza divinamente fecunda. El sol divino, junto con el rocío, producen un fuego que se llama viento, por ser una espiración mutua, que es distinta y da término a la voluntad divinamente única, sin destruir el rocío con su llama de amor, cuya propiedad consiste en abrazar y ser el beso del Padre y del Hijo, por ser el lazo de los dos y su amor inmenso y eterno. [444] Ábreme, hermana mía, amiga mía. Abre al Verbo divino que mora en su Padre por esencia desde la eternidad, como Dios de Dios, luz de las luces, Dios verdadero de un verdadero Dios; engendrado y no hecho consustancial a aquel del que y en el que nació antes del día de la creación. El divino Padre lo engendra en medio de esplendores eternos.
Ábreme, hija mía, o permite que abra yo tu mente para narrarte mi genealogía, que el desventurado Arrio intentó suprimir negando mi filiación divina y tratando de arrebatarme la consustancialidad que tengo con mi Padre eterno. El dragón infernal convirtió a ese hombre execrable en su rabiosa cola, por cuyo medio atrajo en gran parte a las estrellas que mi bondad había colocado en el firmamento de la Iglesia militante, que tanto tuvo que sufrir. Sin embargo, según la divina promesa, las puertas del infierno no prevalecieron; ella permaneció firme como una roca, aunque azotada por las tempestades de dicha herejía, que fue perdición para tantas almas, aun para algunas constituidas en las más altas jerarquías.
Valor, hija mía, emprende el vuelo hacia mí con las dos fuertes alas que te he dado gratuitamente: la inteligencia de la Santa Escritura, y el conocimiento de la sagrada teología; que el ojo de tu espíritu me contemple fijamente y sin temor de ser oprimido por mi gloria. Yo la suprimiré poderosamente para conservarte firme en el desierto inaccesible a las criaturas, por medio de diversas dispensaciones. No temas la persecución del dragón, que no puede dañarme por ser yo igual a mi Padre omnipotente, a cuya diestra estoy sentado en mi reposo, y de pie para acudir en ayuda de mis elegidos, que combaten valerosamente para apoyar las verdades divinas.
Llevo en la mano un báculo de hierro, insignia de mi poder, para quebrantar las cabezas de los rebeldes que me declaran abiertamente la guerra en la persona de mis fieles. Yo soy el Esposo de la Iglesia, siempre presente aunque invisible; mi Espíritu santísimo la gobierna, impidiéndole caer en el error. El la sostiene y mantiene en la verdad católica, que posee la revelación auténtica que manifesté a mis apóstoles, quienes la legaron a sus sucesores.
Estoy a la derecha de los divinos deleites, para prepararte goces inmortales. Confiésame, querida mía, delante de los hombres y yo te confesaré delante de los ángeles. Mi amor quedará insatisfecho si no te presento a mi Padre [445] eterno, que te conoce a través de mí. El y yo te visitamos mediante nuestra espiración común, que sigue siendo un rocío admirable y prodigiosamente fecundo. Ábreme los entendimientos de la humanidad, que permanecen cerrados a mi luz; sé mi pasaporte, introdúceme en los espíritus que no estén ciegamente obstinados por obra del príncipe de las tinieblas, que es la potestad del mundo depravado, por el que no quise orar; mundo que mi predilecto describió tan bien al decir que su fundamento radica en la malicia: pero la sabiduría no vence a la malicia. No, hija, la sabiduría no rebasa la malicia porque no violenta el libre albedrío que di al ser humano. Llega, sin embargo, a todos los confines inspirando fuerte y suavemente a todos sus amados para enseñarles el camino de la prudencia divina.
Hija, mi sabiduría reprueba la sabiduría del mundo, que es locura ante mí. Me complazco en escoger a los débiles para manifestar mi fuerza, y llamar al que carece del ser, para destruir al que se gloría en tenerlo. Porque lo que no es, debes entender a los que no se estiman sabios por sí mismos, a causa de su propia suficiencia. Me complazco en escogerte para confundir a muchos que se glorían vanamente en su saber. Todos ellos se admiran al verte iluminada por la inteligencia que te concedo movido por mi bondad y no a causa de tus méritos.
Deseo valerme de ti para reparar el daño que las mujeres ocasionaron a mi divinidad al apoyar a los herejes, fomentando las herejías con su autoridad mal encauzada: muchas fueron las reinas y emperatrices que respaldaron a los heresiarcas, causando con ello grandes males. Quiero, mi toda mía, que seas una columna de verdad. Mucho te lo he demostrado al llamarte a grandes cosas y al instruirte yo mismo, prometiendo que confirmaría mis ojos sobre ti, con la condición de que permanezcas atenta a mis luces, que serán para ti verdades permanentes si eres fiel a mi voluntad.
En cuanto a ti, deseo corroborar las palabras del Génesis que menciona el apóstol de la gloria: Pues el mismo Dios que dijo: De las tinieblas brille la luz, ha hecho brillar la luz en nuestros corazones, para irradiar el conocimiento de la gloria de Dios que está en la faz de Cristo Jesús (2Co_4_6).
Permíteme, queridísimo Amor, que te hable de parte de las potencias de esta alma a la que tanto favoreces, diciéndote humildemente: Pero llevamos este tesoro en recipientes de barro para que aparezca que una fuerza tan extraordinaria es de Dios y no de nosotros (2Co_4_7).
Mi debilidad me haría temer la pérdida de tus tesoros, si tú mismo, al dármelos, no cuidaras de ellos. Al considerarlos en un vaso tan frágil, afirmo [446] que el poder sublime de un Dios infinitamente bueno es tan amable como admirable: Eliges mi debilidad para manifestar tu poderosa diestra, a fin de que cante yo con el rey profeta: La diestra del Señor me ha exaltado, la diestra del Señor ha hecho proezas. No, no he de morir, que viviré y contaré las obras del Señor (Sal_118_16).
Ven, Dios mío, ven, mi Señor, ven, Verbo increado, Hijo eterno del Padre, ven Soberano mío, Hijo temporal de tu Madre Virgen, de la que tomaste nuestra naturaleza sin dejar la tuya. Quiero exclamar con la Iglesia: Dios se hizo hombre. Lo que ya existía, subsistió y lo que no, fue asumido sin que se diera en ello mezcla ni división.
Unión admirable de dos naturalezas que no se mezclan. Oh sabiduría divina, cuán adorable eres al asumir nuestra pobre naturaleza, que quisiste tomar dándole tu soporte, a fin de que el ser humano fuera Dios, uniendo lo finito a lo infinito en unidad de personas, sin confundir las sustancias. Te adoro con todas las criaturas. Quisiera que todo entendimiento creado se extasiara ante tus esplendores, y que todos los corazones fueran abrasados con tus llamas.
Heme aquí dispuesta, al menos con el deseo, a recibir, tanto cuanto tu gracia me capacite para ello, la plenitud del rocío que emana de tu cabeza y las gotas que relucen cual perlas orientales en tus cabellos. Tu sagrada humanidad te hace más agradable a nuestra imperfecta mirada por adaptarse más a nosotros, siendo una naturaleza creada y visible, que tan bien te va sin serte necesaria, ya que tu divinidad posee en grado eminente toda su creación del cielo y de la tierra.
Estoy de pie para recibir tu divino rocío. Estoy preparada para recoger las gotas de la noche, porque la Encarnación es una noche debido a que las criaturas son incapaces de percibir la manera en que se obró este misterio. El ángel no lo manifestó a la Virgen, cediendo este oficio al Espíritu Santo. Mientras que él obraba, la virtud del Altísimo cubrió con su sombra a la Virgen, en la que se obró esta maravilla con su propia sustancia.
La sangre de la Virgen asumió las gotas de la noche; por ello se la llama con toda verdad Santa, Virgen oculta, Virgen singular y dulcísima, a la que el Verbo descendió cual lluvia fecunda para tomar su sustancia y unirla a su divina subsistencia, convirtiéndose en Verbo humanado en sus castas entrañas para salvar por sí mismo a todos los hombres con una copiosa redención, derramando su sangre preciosa a través de una santa prodigalidad a la que llama gotas de la noche cuando pide a sus [447] esposas le abran las puertas de sus almas a fin de enriquecerlas con el abundante rocío de su divinidad y con las amables gotas de su bondadosa humanidad, que desea manifestarse visiblemente a todos a pesar de que ninguno hayamos merecido este favor, por estar adormilados en la pereza desde que el pecado nos aletargó.
¿Cuántas personas, hoy en día, rehúsan levantarse para abrirle? ¿Quiénes se molestan un poco para recibir tan gran tesoro, que contiene la plenitud de las riquezas de la divinidad en forma corporal? Cuántas esposas indignas de este nombre dejan al esposo a la puerta de su corazón, desde donde las invita con inspiraciones continuas a que le abran para su bien. Porque nada se puede hacer de lo nuestro: lo que toma de nosotros se reduce a simples miserias y sufrimientos. Quiso hacerse pobre para enriquecernos. Se despojó para revestirnos. Llevó sus heridas para sanar las nuestras; se hizo mortal y quiso morir para darnos su vida, a fin de hacernos inmortales un día.
Ven, gloria mía, para que te abrace después de adorarte. Seas bienvenido, oh el más querido de todos los amores: Mi amado metió la mano por la hendidura; y por él se estremecieron mis entrañas (Ct_5_4). Es tu derecho entrar con tu sutilidad divina en mi entendimiento, y tomar mi corazón con tu delicada y preciosa mano, tan hábil para abrir cualquier cerrojo, aun si estuviera cerrado con mil llaves. Tú eres la llave de David: cuando abre, nadie puede cerrar. Cuando has dado a un alma la confianza de ir hasta ti. Nadie puede impedírselo ni distraerla. Aun cuando todos los hombres y los ángeles quisieran detenerla, no querría emplear el poco tiempo de que dispone para permanecer en su compañía, a no ser para que le digan dónde podrá hallarte cuando te ausentas de ella. Sus conversaciones la afligen; sus palabras le parecen pesadas como golpes que ofenden su corazón herido por tu ausencia.
Estaría dispuesta a dejarles su manto si intentaran retenerla por la fuerza. Quiero decir que dejaría con gusto el cuerpo, que es como un fardo para la pobre alma que languidece de amor, que no puede pensar ni hablar sino del que es la luz de sus ojos y el fuego de su enamorado corazón.
Escucho, querido Amor mío. Ante tu palabra mi alma se derrite en medio de un amoroso temor de haberte dejado esperando ante mi puerta más de lo debido. Perdón, mi buen Señor; tú eres la misma dulzura; tu bondadoso corazón no puede disgustarse [448] sin hacerse violencia, violencia que sería capaz de causarme la muerte. Tu ausencia me ha dejado ya como una planta carente de vigor. Vierte tu rocío para vivificarla por ti mismo; haz de ella un árbol para que seas su injerto. Así te complacerás en ser el Verbo encarnado; transforma en ti mi corazón indómito.
Oh dulzura de los ángeles y de los hombres; oh ambrosía de tu Padre y del Espíritu Santo, tu paladar es suavísimo; tú eres el deseado de los collados eternos. Si eres plantado en medio de mi pecho, obrarás la salvación en medio de la tierra. Todos mis afectos te rodearán por ser su salvador. Mi alma cantará con el buen anciano: Haz Señor, o permite, oh mi camino, que yo camine hacia Ti, según tu palabra, deseo seguirte hasta la cruz.
No tengo tantos años como el buen profeta, que esperó por tanto tiempo la consolación de Israel. Deseo servirte en la tierra antes de gozar de los placeres de tu diestra, en la que me sumergirás en el torrente de gloria. Si ya desde este mundo quieres hacerme participe del árbol de la vida, y que tus cuatro Evangelistas sean para mí cuatro ríos de gracias que rieguen el jardín de mi alma, no huiré de ello. Tu espíritu, se complació en ser llevado sobre las aguas por medio de un amoroso afecto, planeando sobre su superficie y volando desde allí. Envíamelo: mi deseo e inclinación es elevarme por encima de las nubes por medio de las contemplaciones sublimes que tu bondad se digna concederme.
Allí estoy contenta; esto es darme gracia sobre gracia; es darme la tierra, el mar y el cielo; es darme lo que es don por excelencia. Tu rocío me parece un mar en el que me abismo sea al contemplarte en la profundidad del seno paterno, sea que te contemple en el seno de tu Madre o en el Calvario y aun en el sepulcro.
Te contemplo en todo momento como bondad inefable y amor infinito. Te encuentro en todas partes semejante a ti mismo; te contemplo lleno de gloria como Hijo único del Padre, lleno de gracia y de verdad, que vive por toda la eternidad.
Capítulo 68 - La bondad y la misericordia de Dios se manifestaron convirtiendo a Bonifacio, cuando estaba en el camino del pecado, haciéndolo Apóstol, Confesor y Mártir, recompensando todas sus limosnas amorosamente. 5 de mayo de 1637
[449] No contenta con decir con el real profeta, arrebatado de admiración: Cuán bueno es el Dios de Israel con los de recto corazón (Sal_125_4); exclamé toda extasiada: Cuán amante y bueno es el Dios de los gentiles con los de corazón malvado, que aman la detestable podredumbre del pecado.
Cosa admirable. El que habita en la sublime pureza a la diestra de gloria; el que es el candor de la luz eterna, el espejo sin mancha de la majestad divina, se digna volver sus luminosos ojos para mirar a Bonifacio en su basura, y de allí colocarlo con los más grandes príncipes de su corte, transformándolo en pocos días en apóstol, mártir y confesor.
Job dijo que sólo la bondad divina podía obrar la maravilla de cambiar el mal en bien y la inmundicia en pureza; el orden de la naturaleza es inferior al de la gracia. El que siembra corrupción, recoge corrupción. El que derrama bendiciones, cosecha bendiciones. La gracia, al derramar sus rayos con el poder de la diestra, mueve al alma a decir: dad a mí, un ignorante. Dios del todo amable, cuánto deploro mi ceguera. Sol de mi alma. ¿Por qué no muestras un rencor infinito hacia mi ingratitud?
[450] Bonifacio, ¿Qué dices? ¿Acaso no es el Dios de bondad el que espera con dulzura la conversión de los pecadores, sobre los que hace resplandecer su sol de caridad, a fin de mostrar al cielo y a la tierra que su gracia desea sobreabundar allí donde abundó el pecado?
El Verbo tomó un alma siempre santa y agradable a la divinidad para librar a las que el pecado ha desfigurado. Aceptó un cuerpo de gracia para destruir el cuerpo del pecado, cuerpo que tomó en la Virgen llena de gracia a fin de pagar por los cuerpos entregados al pecado. Con gusto entregó su cuerpo a la destrucción, a pesar de ser el templo de la divinidad, para reparar las ruinas de los cuerpos ulcerados. No dudes de su misericordia, que desborda hacia los hombres todas sus obras. Cántale eternamente, por haber sido tan favorable hacia ti.
Cuando eras su enemigo, te contempló como amigo; por ello puedes decir: De lejos se me apareció el Señor (Jr_31_3), porque entre el pecador y Dios hay una distancia infinita. No obstante, el Dios de amor te dice: Con amor eterno te he amado: por eso he reservado gracia para ti, volveré a edificarte (Jr_31_4). Derramaré mi gracia en este lugar en el que hiciste tanto mal, que pudo hacer llorar a los ángeles de paz ante la alegría y júbilo de los bienaventurados, que acompañan tu cuerpo martirizado por mí.
Tu espíritu presenciará por vivir en mí y conmigo la fiesta que le harán el cielo y la tierra: Volverás a tener el adorno de tus panderos y saldrás a bailar entre gentes festivas (Jr_31_4). La que pecó contigo te reprende al pensar que dices por ironía que serás mártir y que ella pagará sus propios denarios. Ignora, al presente, que la divina providencia lo destinó a encontrar su ganancia en su pérdida. Se trata del dedo de la diestra, que movió un resorte digno de su sabia bondad. La tierra acudirá ante tus reliquias con la veneración debida a un testigo de Jesucristo.
Los demonios se enfurecen ante el cambio de Bonifacio, al que esperaban ver en su compañía, y que su muerte sería como su vida: Al verle, quedarán estremecidos de terrible espanto, estupefactos por lo inesperado de su salvación (Sb_5_2), diciendo entre ellos, arrepentidos de no haber recurrido a más artimañas para desviar el golpe de su martirio, que fue para ellos como una gehena, Se dirán mudando de parecer, gimiendo en la angustia de su espíritu: Este es aquel a quien hicimos entonces objeto de nuestras burlas, a quien dirigíamos, insensatos, nuestros insultos. Locura nos pareció su vida y su muerte una ignominia. [451] Hemos sido unos locos, al estimar el fin de esos dos deberes amorosos, el ser y el honor, viéndolos con la locura del pecado. Ahora estamos confundidos al ver lo que la gracia obró en ellos, así como su correspondencia a ella: ¿Cómo, pues, ha sido contado entre los hijos de Dios y tiene su herencia entre los santos? (Sb_5_5).
No se arrepienten de haber obrado mal, ofendiendo a su Creador, ni de haber menospreciado a los santos, arrepintiéndose de haber sido demasiado laxos al tentarlos, y al verse frustrados en la espera de sus tiránicos designios de atormentarlos junto con ellos, viéndolos maldecir y blasfemar del que los creó y redimió, contra el que sienten de hecho un odio irreconciliable. Desean, en su furor, destruir a Dios en sus criaturas, por ser incapaces de lesionar al que es invulnerable. Este deseo desordenado retorna y descarga sobre ellos su propia furia. La expresión: Se dirán mudando de parecer, gimiendo en la angustia de su espíritu, muestra que su arrepentimiento es sólo un amor propio que es para ellos un cruel suplicio que dichos dementes e insensatos sufrirán a causa del odio que tienen al Creador y a sus criaturas.
Se desgarran en lo íntimo de sus pensamientos maliciosos, que ocultarían a Dios si ante él no estuviera todo al descubierto, porque conoce los recovecos de las tinieblas. No pudiendo ser ateos por la ignorancia de la divinidad, son impíos por sus malévolas voluntades, rehusando reconocer con humildad la soberanía de Dios en sus obstinados corazones. Desconocen enteramente el amor a Dios; el impío dice en su corazón: No hay Dios. No se atreve a decirlo con la boca, porque habría una contestación general y las criaturas verían la vergüenza sobre su frente. Al escupir contra el cielo, recibe su escupitajo sobre su rostro. Dios reserva para sí los pensamientos ocultos, descubriéndolos a su tiempo y en la medida que le place a sus criaturas.
Malditos los pecadores que no temen la mirada de Dios, que sondea las entrañas y los corazones, odiando el pecado como un monstruo que se opone a su bondad, la cual al amarse por esencia, odia también por esencia el pecado, que es una nada infeliz que se opone a la bondad del ser. Este odio, que convierte al ángel y al ser humano en enemigos de Dios, constituye su mayor tormento, ya que se contemplan como un espectáculo horrible ante Dios, en quien, como dice Santiago: También los demonios creen y tiemblan (St_2_29).
[452] Al creer en él y experimentar su poder, tiemblan y le odian con un aborrecimiento que los priva de toda dicha y los hunde en toda clase de desdichas. En esto consiste la pena de daño: se ven privados de su felicidad y abrumados por los tormentos del fuego y otras miserias, que constituyen la pena de sentido, cuyo fuego manifiesta el poder divino al obrar en contra de estos espíritus. Lo anterior es razonable, ya que el demonio no deja de oponerse directamente a Dios por malicia, e indirectamente a través de sus criaturas, moviéndolas a la apostasía y complaciéndose en obstinarlas, como él, en malicia, ofendiendo a su creador, contra el que vive en perpetua insania, al verse privado de la beatitud que un día quiso arrebatar al Verbo Encarnado. Querría privarlas de él, para tenerlas un día por siempre en las moradas infernales, y ser acompañados por ellas en sus blasfemias, con las que se desgarran a sí mismos con una rabia interior.
¿Cuál no sería su furor al ver a Aglae y a san Bonifacio lejos de sus garras, libres por siempre de sus asechanzas, alabando eternamente al Creador eterno y al amoroso Redentor que les reveló su abundante redención a causa de su gran misericordia, que no los dejó consumirse en sus culpas? Por ello dicen con el profeta Jeremías: El amor del Señor no se ha acabado, ni se ha agotado su ternura (Lm_3_22).
Bonifacio, adora la divina clemencia por haberte mirado con bondad; de ella recibiste la inclinación a socorrer a los miserables carentes de bienes temporales, en tanto que, a causa del pecado, te privabas de los bienes eternos. Mira cómo ha tolerado tus ofensas hasta este día, preparando su gracia para ti por las acciones moralmente buenas que hiciste, ocultando tus ganancias en el seno de los pobres, que las hicieron agradables a Dios. Fueron transformadas en los que Dios envió para bien de los ricos, en bienes eternos. La divina providencia permite que el pobre se encuentre al lado del rico, a fin de darle la oportunidad de salvarse socorriendo a los demás.
Daniel exhortó al Rey Nabucodonosor a redimir sus pecados por medio de la limosna. El Salvador de nuestras almas dijo: Bonifacio fue movido por su inclinación a socorrer a los pobres y afligidos. Dios se fijó en su don y no en él, que vivía en el pecado. [453] Su caridad hacia los menesterosos, sin embargo, movió al Dios de bondad a compadecerse de la miseria de Bonifacio, porque el pecado es el mayor de todos los males; el mal del que el Señor de clemencia nos exhorta a pedir al Padre celestial ser librados, el cual lo envió a la tierra para morir y dar muerte al pecado, muriendo en su humanidad a fin de que el ser humano pudiera vivir en su divinidad. El que murió de una vez por todas, es el pecado; el que vive para siempre, es Dios. Jesucristo resucitó, no morirá jamás, la muerte no lo dominara de nuevo, ni a él ni a Bonifacio. Muerte. ¿Dónde está tu victoria? Infierno, ¿Dónde está tu aguijón? Pecado, encuentras tu muerte en la gracia que salió victoriosa en Bonifacio. Infierno, pensabas devorar esta presa astutamente, pero te equivocaste. Jesucristo desbarató tus planes con su misma muerte, en la que Bonifacio creyó para apartarse de tus tentativas. Por ello quiso ofrecerse por justicia y amor al martirio, testimoniando así su agradecimiento a su libertador y firmando con su sangre sus firmes creencias. Expuso sus miembros no sólo al servicio divino, sino al sacrificio inmortal, ya que por su preciosa muerte, adquirió la gloriosa inmortalidad. Gran Santo, ruega por mí y por todos aquellos que dan gloria a Dios en ti.
Capítulo 69 - Vi dos ojos abiertos sobre mí y una mano, que me representaron a las tres divinas personas de la santísima Trinidad, quienes me iluminaban y fortalecían. 14 de mayo de 1638
[455] Hoy, 14 de mayo, al despertar por la mañana, exclamé: Extiende tu mano desde lo alto, y sálvame (Sal_144_7), pidiendo el auxilio de la poderosa mano de Dios para nuestros asuntos. Después de la comunión vi dos ojos abiertos sobre mí que se unieron en uno, del que, maravillosamente, surgió una mano sin cubrirlo. Deseosa de tener la explicación de dicha visión, me fue aclarada diciéndome que dichos ojos eran las dos personas de la Trinidad que, como un solo y único principio, producen a la tercera, que es el Espíritu Santo, llamado mano y dedo de Dios. Las tres me confirmaron su cuidado y protección. El Padre existe en sí porque no recibe su esencia de otro; por ser la fuente de origen, se le atribuye dignamente el existir por si mismo. El es el manantial de la Trinidad; es una luz que engendra otra luz, que es tan clarividente como el Padre: su Hijo, que es luz de luz, Dios verdadero de Dios verdadero. Engendrado, no creado, habiendo nacido de su sustancia antes de todos los siglos, a los que el Padre creó por su mediación. El es Dios de Dios, esplendor de la gloria de su Padre, impronta de su sustancia, imagen de su bondad, espejo sin mancha de su majestad. El es el ojo al que engendra el Padre, en el que contempla todas sus perfecciones divinamente expresadas, y el carácter de su sustancia. Por ello, Cristo dijo a Felipe, quien le pedía les mostrara al Padre para quedar satisfecho: Le dice Felipe: Señor, muéstranos al Padre y eso nos basta. Le dice Jesús: ¿Tanto tiempo hace que estoy con vosotros y no me conoces Felipe? El que me ha visto a mí, ha visto al Padre. ¿Cómo dices tú: Muéstranos al Padre? ¿No crees que yo estoy en el Padre y el Padre está en mí? Las palabras que yo os digo, no las digo por mi cuenta, el Padre que permanece en mí es el que realiza las obras; Creedme. Yo estoy en el Padre y el Padre está en mí (Jn_14_8s). [456] Ya había escrito el mismo evangelista en el capitulo 10 que Jesús lo había dicho a los Judíos. Divino amor mío, ¿Fue para explicarme esta unidad que vi esos dos grandes ojos unidos en uno? Percibí su distinción personal y su unidad esencial; vi cómo producen la mano en unidad de principio, sin ofuscar en algo su luz, ya que procede del Padre y del Hijo; mano que obraba en mí de modo semejante, sabiéndola yo omnipotente como el Padre y el Hijo, porque las tres divinas personas obran de igual manera debido a que todas sus obras al exterior les son comunes.
Según nuestra manera de hablar, el Espíritu Santo desea manifestar en nosotros su fecundidad por ser estéril en la Trinidad, en la que nada produce porque todo es producido en él. Desea mostrar su magnificencia y dar en nosotros al Padre y al Hijo lo que no puede darles en la divinidad, porque en él todas las emanaciones terminan feliz y plenamente.
Esta impotencia no es señal de indigencia alguna por proceder de la excelencia, revelándonos la suma perfección de la adorable Trinidad, sociedad felicísima, y que su tercera persona es un círculo inmenso que abarca la plenitud del amor del Padre y del Hijo, convirtiéndose en el término de su única voluntad, por cuyo medio hacen todo cuanto quieren en el cielo y en la tierra.
Según esta benéfica voluntad, el Dios de amor trino y uno nos conduce y obra en nosotros sus divinas complacencias, que contempla en el alma destinada a manifestar su gloria. Dicha mano omnipotente se apodera del alma, moviéndola a obrar grandes cosas cuando ella se abandona a su guía y sigue sus divinas mociones diciendo a su amoroso Maestro: De la mano derecha me has tomado; me guiarás con tu consejo, y tras la gloria me llevarás (Sal_73_23).
La bondad infinita me hizo esperar que obrara admirablemente según sus amorosos designios, añadiendo que sus ojos estaban fijos sobre mí y que el Padre y el Hijo enviarían al Espíritu Santo para establecer en el día destinado la Orden que glorificaría al Verbo Encarnado, quien posee el ojo y el corazón de Dios.
Capitulo 70 - El Verbo Encarnado, al subir glorioso por encima de todos los cielos, es nuestro júbilo y nos eleva mediante la fe y las alas de su santo amor a contemplar la belleza de su rostro, que es nuestro sol radiante, mayo de 1637.
[459] Sube, Amado mío, sobre los cielos para convertirte en el cielo supremo. Rey de gloria, Majestad adorable. Cuánto júbilo para todos los tuyos, que te adoran en espíritu y en verdad.
Habiendo vencido al mundo antes de aparecer en el combate con aspecto de hombre, eras digno de recibir la gloria, no solo de los ángeles, sino de tu Padre eterno, cuyo espectáculo eres, y él, espectador digno de considerar tu generosidad sin par, por ser tú el Señor de los ejércitos y el vencedor en los lagares. Por haber hecho girar y por pisar tú solo el de su cólera contra los pecadores, te hiciste acreedor a llevar escritos; más bien grabados, estos augustos títulos: Rey de reyes y Señor de señores, porque de ti fue escrito: El pisa el lagar del vino de la furiosa cólera de Dios, el Todopoderoso. Lleva escrito un nombre en su manto y en su muslo: Rey de Reyes y Señor de Señores (Ap_19_15s).
Los reyes de la tierra reciben de ti su realeza; los del cielo ponen sus coronas a tus pies, por ser tú el Dios inmortal, en consideración a que habitaste en la tierra como hombre mortal y a que moriste en verdad por la salvación de los hombres, conservando por siempre las señales de tu Pasión. Por ello los ángeles y los bienaventurados cantan con fuerte voz: Digno es el Cordero degollado de recibir el poder, la riqueza, la sabiduría, la fuerza, el honor, la gloria y la alabanza (Ap_5_12).
La tierra se alegra al conservarte un poco más. ¿Tienes corazón para dejar a tus amigos en este valle de miserias? Me siento oprimida por dos deseos: detenerte aquí abajo para consolar a los que dejas en medio de sus enemigos, y [460] sabiendo que el cielo conviene más a tu estado glorioso, consentir en provecho tuyo, que considero mío, porque eres más para mí que mi propio ser. Has trocado mi lamento en una danza, me has quitado el sayal y me has ceñido de alegría; mi corazón por eso te salmodiará sin tregua; Señor, Dios mío, te alabaré por siempre (Sal_30_12s). Al considerarte impasible, después de haber roto el saco de mi mortalidad, me veo en ti, rodeada de alegría; tus llagas gloriosas son para mí rayos de luz que con-vierten todas mis lágrimas en consuelos indecibles, invitándome a cantar tus alabanzas.
Gloria mía, sin dejo alguno de tristeza, te confesaré por siempre digno de tus eternas grandezas. Subiré en ti hasta la diestra divina, porque eres mi cabeza y yo, miembro de tu cuerpo glorioso. Levántate, gloria mía, levántate. Álzate, salterio mío, y alábate dignamente, glorificando tu alabanza: Sube Dios entre aclamaciones, el Señor al clamor de la trompeta (Sal_47_6). Sube con tu divino poder: en cuanto Dios, eres tu propio júbilo; en cuanto hombre, los ángeles y los san-tos son tus fanfarrias: Salmodiad para nuestro Dios, salmodiad, salmodiad para nuestro Rey, salmodiad. De toda la tierra él es rey: salmodiad a Dios con destreza (Sal_47_7s).
Confieso que soy demasiado pequeña para alabar dignamente al Dios de grandeza; soy la ignorancia misma, para alabar a la eterna sabiduría. Sólo toca al divino Verbo alabarse con suficiencia. No dejen, sabios del cielo, de entonar sus cantos. Doctísimos querubines; él goza compitiendo con su coro musical. Serafines de amor, digan: santo, santo, santo, es el Señor de los ejércitos, la tierra está llena de tu gloria. Muy pronto el cielo se llenará de él para siempre; no apresuren su partida.
Divino amor mío, deja que tus esposas te vean una vez más antes de volver a tu Padre. El accede a ello por haber amado tanto al mundo, que te dio para salvarlo. Jacob nada pidió a Labán sino a Raquel, y éste le dio dos esposas por una. Qué dicha para este enamorado afortunado, que obtiene de un idólatra más de lo que hubiera deseado, ni esperado un fiel que reconocía al verdadero Dios. El amor tiene recursos propios sólo de él, sacando ganancias de las mismas pérdidas.
[461] Si permaneces un poco en la tierra, me harás celestial, es decir, divina. Me uniré con el afecto a los buenos patriarcas que deben subir en seguimiento tuyo: Los príncipes de los pueblos se reúnen con el pueblo del Dios de Abraham. Pues con Dios son arrebatados con vehemencia los fuertes de la tierra (Sal_47_10). Tú eres su amor y también su peso. Si accedes a detenerte un poco conmigo, no mostrarán prisa en subir al cielo. La puerta no debe abrirse a nadie sino a ti, porque el antiguo Adán la cerró y tú, el Nuevo, deseas y debes abrirla, porque eres su llave.
Si pudiera, te ataría a mi cinturón sin temor a los ladrones si aparto la vista de mi tesoro tan solo un momento. Te llevaría en mi cuello y serías para mí un fino collar, mi Agnus Dei, mi devoción se centraría en ti sin temor al amor propio, porque sería divina. Al llevar a Dios en mi seno, seré una copia del seno paterno al tener en mí, todo para mí, al único Hijo de mi corazón. Me atrevo a expresarme así porque tú prometiste a los que hicieran la voluntad de tu Padre que serían tus hermanos, tu hermana y tu madre. Eres incapaz de mentir y te tomo la palabra para conservarla.
Al detener al Verbo, el Padre y el Espíritu Santo no podrán alejarse de él. Acepta, pues, divino Amor mío, que te aloje en mi pecho cual ramito de mirra o licor cordial. En él moriré de amor si tú no me reconfortas. Sé mi porción y mi posesión, como Dios de mi corazón. No deseo el cielo ni la tierra; sólo tú me atraes, divina vida mía. Todas mis potencias han sido divinizadas por ti llegando a ser como poderosas divinidades en sus obras. Todas son atraídas por tu belleza, que les da la fuerza: Pues con Dios son arrebatados con vehemencia los fuertes de la tierra.
Si me dejas en medio de tan fervientes anhelos, elijo ser suspendida, por temor al contacto con otro que no sea mi esposo, al que deseo amar únicamente como a mi todo: Por tu favor exaltas nuestra frente; sí, del Señor es nuestro escudo; del Santo de Israel es nuestro rey (Sal_89_18s). En esta suspensión nada temo, porque el Señor no podría dejar sin apoyo a la que ama, aunque sea la más imperfecta. El envió a la nube para su ascensión; él mismo será la mía: subo en su seno, porque él es mi confianza y mi tesoro; mi corazón mora en él. ¿Para qué lo tiene abierto si no es para brindarme morada permanente después de terminar con nuestro infortunio?
[462] Se abrió a nuestra felicidad cuando dijo: Todo se ha cumplido; inclinando su cabeza para darnos una señal de que en su pecho estaba nuestra dicha; que una lanza podía abrir el Santo de los Santos, lo cual hizo; pero con tal destreza, que mostró el corazón que deseaba ser el objeto de los nuestros en el tiempo y en la eternidad. Ya no hay puerta cerrada; aunque sea oriental, invita a las almas valerosas a entrar en ella, confiriéndoles la dignidad de princesas de Judá o leonas que encuentran en ella su presa. Por su medio toman posesión no sólo de la realeza, sino del sacerdocio sagrado.
Este Sancta sanctorum está abierto para entrar en él no sólo una vez al año, sino todos los días. Si, por ligereza, saliera de él algo que jamás deseo hacer, estoy resuelta a ser un aguilucho de este corazón real, que es mi sol, fijando en él la mirada de mi intelecto por ser mi presa, a la que me aferraré firmemente con las garras de su voluntad y de la mía, por ser voluntad suya que no suelte mi trofeo. Si me llegara algún temor de aflojar por fragilidad o debilidad propia de la naturaleza, le diré: Mas yo en ti confío, Señor; digo: mi Dios eres tú. En tu mano está mi suerte (Sal_31_14).
Divino amor mío, consérvame este favor con tu voluntad; sólo en ella confío; sabes bien que desconfío de mí. No tienes necesidad de mi fuerza ni del poder de tus criaturas, que son tuyas porque las creaste. Permíteme que te bendiga con las fuentes de Israel; que te mire en ti y en aquel que te engendró antes del día de la creación, en el esplendor de los santos. De tu seno puedo pasar al suyo, que es inmenso, para contemplar claramente tu generación inenarrable.
Me esconderé en la sombra; si se me considera atrevida al adorar tu grandeza, me haré pequeña. Si deseas convertirme en tu querida benjamina y elevarme en pensamientos sublimes, cumpliré tus deseos aunque me vea ofuscada por tu gloria.
No es mera curiosidad el que desee yo penetrar los secretos arcanos de tu divina Majestad, a la que adoro con humildad, con temor y temblor, al recibir la ley que se digna entregarme, que es santísima. Tus fieles palabras me sugieren que me desprenda de todo y fije la vista de mi entendimiento en la contemplación de tu divinidad: Desocúpense y vean que yo soy Dios, excelso entre las gentes, excelso en la tierra (Sal_46_10). Hoy mismo sigo tu consejo, sin miedo a la [463] censura de los testigos de mi gloria, que es mi tabernáculo, el cual me posee al dejarse poseer por mí: Y poseerá a Judá como herencia suya en la tierra santa, y escogerá otra vez a Jerusalén. Calle toda carne ante el rostro del Señor; porque él se ha levantado y ha salido de su santa morada (Za_2_12s).
¿Puedes guardar silencio? Habla, mi divino amor. Que tu voz resuene en mis oídos: es encantadora y arrebata mi corazón con su sonido. Quiero que sepas que la hermosura de tu rostro es mi sol radiante, al que contemplo con deseo en las fuentes de Israel, ya que me es permitido ver a Dios y sostener el brillo de su divina luz. Por tu mediación, luz de luz y Dios de Dios, contemplo los esplendores inefables. Soy tu benjamina llena de confianza y segura de tu amistad: Y de Benjamín, dijo: Benjamín, el muy amado del Señor, estará cerca de él con confianza; allí morará siempre como en cámara nupcial, y reposará en sus brazos (Dt_33_12). ¿Quién, con santa osadía, se atreverá a morar en tus entrañas paternales y a contemplar el parque luminoso en el que naces? Allí te apacientas divinamente con divinos resplandores y elixir dulcísimo, que en su abundancia se convierte en plenitud esencial del fecundo entendimiento que te engendra, llameando con un divino ardor unido al que es principio de la gloria. Tú y él producen una hoguera ardiente que da término a su única voluntad y encuentra, en el mismo instante que ustedes, una tercera hipóstasis que es un solo Dios contigo y el divino Padre, único en su unicidad. No salgas de este lecho nupcial. Como he recibido el privilegio de entrar en él contigo, deseo quedarme allí todo este día. Más aún, si por un favor te dignas conservarme mientras dure tu día eternal, dicha estancia sería mi felicidad, en la que te alabaría a causa de todos tus elegidos que son glorificados en esta Iglesia sagrada: A Dios, en coros, bendecía: es Yahvé, desde el origen de Israel. Allí está Benjamín, el menor en edad, al frente de ellos. (Sal_68_27s). Es necesario que mis pensamientos sean elevados, porque deben corresponder a la grandeza del Altísimo, al que Dios me manda contemplar en su gloria, brindándome el apoyo de su poderosa luz, que me sirve de lecho nupcial. Allí morará siempre como en cámara nupcial, y reposará en sus brazos. [464] Con un deleite adorable Dios se hace desear y poseer por mi corazón permitiendo que me descanse en él que es mi cámara nupcial y pacifica no en la noche sino en pleno día. Todos los días te protege y entre sus hombros mora (Dt_33_12). Teniendo dos naturalezas el Verbo Encarnado yo descanso entre ellas sin verlas divididas, están unidas por un solo ser que es divino extendido de un extremo al otro. Dispone todo para mí suavemente y con poder. No me apresuro a dejarlo, sé bien que él es el deseado de las colinas eternas. Yo digo, él es también el deseado de toda la gente, es decir de todas mis facultades, déjenmelo todavía, se los suplico, ustedes son las montanas eternas que me iluminan como él si permanecéis aquí; Estoy maravillada de tus deliciosas excelencias, viendo la fuente de luz que engendra este torrente de resplandor con el que produces este cristal de bondad que es el fin de esta divina fecundidad. Vi este mar de vidrio muy brillante y muy sólido que es Dios, con la fuerza del torrente y quise tomar la citara o el arpa para alabarlo con los bienaventurados ya que yo sé que son más hábiles en tocar que yo, pero el amor me da la audacia. El Verbo Encarnado, él, quién puede entrar sin ojos porque penetra donde la ciencia no puede entrar, Dios se insinúa íntimamente besando lo que El no puede ver por estar encandilado de tanta claridad y es en esta como penumbra feliz que El recibe las leyes divinas pues el dedo de su derecha las escribió en el centro del alma para leerlas claramente y la esperanza hace que el alma las practique con valentía por la fuerza del amor que no encuentra nada difícil cuando se trata de agradar a este Dios de bondad que da la gracia y la gloria a los que tienen la dicha de ver su Ascensión. Por esto estoy resuelta con firmeza a seguir sabiendo que él es más liberal que Elías ya que él es el Dios de Elías. Quiero seguirlo a conciencia y con toda mi voluntad hasta el cielo. Si esta nube pone como un manto, él es el sol para convertirla en un roció de delicias cubriéndome con ella. Con este regalo soy riquísima en la vida y daré mi testimonio delante de los reyes sin temor de ser confundida. Secaré el Jordán para atravesarlo sin ser mojada de sus aguas caudalosas que significan la vanidad, quiero seguir solamente la verdad eterna. El Verbo Encarnado me prometió su Espíritu Santo médico universal, revestirme de la virtud del altísimo. Me quedo en la pacifica Jerusalén como hija de paz, esperando este Espíritu de fuego. Adiós gloria mía, temo ofender la muchedumbre celestial que desea ardientemente verte en el empíreo con los despojos de las profundidades y de los sepulcros. Son los tesoros de la tierra que tú llevas al cielo. Pertenece a tu grandeza elevarte hacia los cielos. Tú eres el vapor de la virtud de tu Padre, la emanación sincera de su claridad poderosa, el candor de la luz eterna, el espejo sin mancha de la Majestad divina, la imagen de la bondad paterna, eres co-igual y consubstancial al divino Padre y al Espíritu Santo por unidad de naturaleza. Aun siendo sola lo puede todo (Sb_7_27). Sé siempre lo que eres y renueva la faz de la tierra dentro de diez días por medio de la misión de tu Espíritu divino que te esconde en figura de nube para mostrarse él mismo en lenguas de fuego. Espero es relámpago, ese rayo ardiente y brillante mientras que tu subes a tu trono glorioso convirtiéndote en el cielo supremo. Al Dios de los siglos, al Dios inmortal, invisible y único, honor y gloria por los siglos de los siglos. Amen. (1Tm_1_17)
Capítulo 71 - El alma fiel se priva de la posesión del Salvador visible para su gloria y honor, en espera de la venida del Espíritu Santo, que es un mar de fuego y llamas que alegra el cielo y la tierra y colma a los suyos con su inefable bondad. 1 de mayo, 1637.
[467] Sagrado Verbo Encarnado, gloria y Esposo mío; hace diez días, que me han parecido diez siglos, te permití subir a tu gloria, que te es esencialmente debida en razón de tu soporte divino.
Admiré tu poder oscurecido en la nube, que te arrebató a mis ojos, sabiendo que eres la sabiduría que debe habitar en lo alto. Levantaste tu trono en la nube, de los que procedían rayos voces y truenos: Del trono salen relámpagos y fragor y truenos. (Ap_4_5).
Dije también que estaba contenta de morir al privarme de la alegría de mi vida, a condición de que reinaras en un imperio celestial y que todas las criaturas fueran lenguas que hablaran para alabar tu grandeza elevada sobre los cielos. La condición se refería además a que de la boca de los niños de pecho saldrían para ti alabanzas perfectas; es decir, que tus pobres huérfanos humillados en la tierra serían provistos de un Padre y Consolador eterno; de un Paráclito que aguardamos en silenciosa esperanza, sabiendo que eres fiel a tus promesas y que volviste por nosotros al Padre, que desea concedernos el Espíritu que el mundo no puede recibir, el cual deberá morar con nosotros durante toda una eternidad: Acuérdate de la comunidad que de antiguo adquiriste (Sal_74_2).
Recuerda, si puedes olvidar tus entrañas, que dejaste en la tierra hijos huérfanos que piden un Padre lleno de amor que interceda por ellos. David dice que abrió su boca por el espíritu; todos sus discípulos abren la suya con indigencia, a fin de atraer al Espíritu. Tu cuerpo sagrado tiene cinco bocas abiertas ante el Padre, para que lo envíe; bocas excelentes en amor y en méritos, que piden y pueden dar porque todo poder le corresponde bajo todo titulo.
[468] Eres mediador de una ley inefable y maravillosa: la ley de la gracia y del amor, a la que David admiró diciendo con espíritu profético: Abre mis ojos para que contemple las maravillas de tu ley. Un forastero soy sobre la tierra, tus mandamientos no me ocultes. Mi alma se consume deseando tus juicios en todo tiempo (Sal_119_18s). Revela con tu gracia, ante mis ojos, tu luz, a fin de que contemple a mi placer las maravillas de la ley del amor.
Soy peregrina en la tierra y estoy lejos de mi patria. No me dejes sin tu ley, que es mi sol y luz adorable que me sirve de faro en la noche de mis enemigos, durante la cual me consume el anhelo de poder desear con ardor y todos los afectos de mi alma, el conocimiento de tus juicios; es decir, que la tierra conozca con una dulce bendición que tú eres el Hijo amado del Padre de bondad, que amó tanto al mundo que te dio para salvar a la humanidad, y que el Padre y tú aman tanto a los suyos, que desean darles su mismo amor para santificarlos, manifestando en ellos su propia santificación, que constituye sus delicias divinas.
Diste testimonio con pasión extrema, permítaseme la expresión, y amoroso ardor de que deseabas dar a tu Espíritu Santo para santificar a los tuyos, diciéndoles que convenía privarlos por un tiempo de la vista de tu humanidad, a fin de que pudieran tener el bien de gozar para siempre al Espíritu divino, que debía llenar de luz sus entendimientos, y de fogosidad sus voluntades.
Todos ellos te conminan a causa de tus promesas, y yo con ellos. Abrí y abro mi boca con indigencia, a fin de atraer a tu espíritu: Abro mi boca franca, y hondo aspiro, que estoy ansioso de tus mandamientos (Sal_119_131). Tú nos dijiste que él nos enseñaría todas las cosas, trayéndonos a la memoria tus palabras, más dulces que la miel, a las que aprecio más que el oro y el topacio: Por eso amo yo tus mandamientos más que el oro y el topacio (Sal_119_127).
Donde está mi tesoro, está mi corazón; sabes muy bien que no puedo vivir sin él; lo que yo deseo es el viento que produces. Si quieres que viva, concédeme el Espíritu de vida, aun si tienes que romper los cielos para enviármelo, y [469] alarmar a la tierra con tanto fragor. Los profetas escribieron que, para poseer la Palabra, no creían perjudicar sus bóvedas azules al pedir que se abrieran, ni dañar a la tierra al rogar que se rasgara o que al menos abriera su seno para germinar al divino Salvador. La penumbra de las dos leyes les impidió el claro conocimiento de las maravillas divinas. A pesar de todo, llegaron a tener un avanzado entendimiento de las grandezas del Altísimo.
El Padre de las luces reservó el conocimiento de la misión del Verbo eterno y el envío del Espíritu Santo a la ley de gracia; Espíritu que no confió a ninguno de los ángeles lo referente a una Virgen sola en su pequeño cuarto, en silencioso éxtasis, lo que el sabio expresó con tanto acierto: Cuando un profundo silencio envolvía todos los seres, y la noche alcanzaba en su curso la mitad de su camino, tu Palabra omnipotente saltó del cielo, desde el trono real. (Sb_18_14s).
Aunque dicho misterio se refería a un Dios escondido y salvador, la misión del Espíritu Santo debía manifestarse a los fieles de todos los confines de la tierra: Mas por toda la tierra se adivinan los rasgos, y sus giros hasta el confín del mundo (Sal_19_5). ¿Por qué? Porque el Verbo asentó su tabernáculo en el sol de la gloria suprema; el tabernáculo del Verbo es su humanidad sentada a la derecha del Padre, que es su sol, por ser él luz de luz, Dios de Dios, engendrado en el esplendor eterno.
La sagrada humanidad mereció que todos los suyos fueran encendidos con su ardor. Por ello el Padre y el Verbo enviaron al Espíritu Santo en forma de fuego, con la vehemencia de un fuerte viento que representa el fervor del divino amor: Al llegar el día de Pentecostés, estaban todos reunidos en un mismo lugar. De repente vino del cielo un ruido como el de una ráfaga de viento impetuoso, que llenó toda la casa en la que se encontraban. Se les aparecieron unas lenguas como de fuego que se repartieron y se posaron sobre cada uno de ellos; quedaron todos llenos del Espíritu Santo y se pusieron a hablar en otras lenguas, según el Espíritu les concedía expresarse (Hch_2_1s).
[470] El Espíritu Santo es el amor, dispuesto a no tardar ni un momento después del tiempo designado por el divino cónclave. Por ello acude con impetuosidad sobre los discípulos del Verbo, para inflamarlos y perfeccionarlos, dando los últimos toques y colores definitivos; confiriendo una vida superior que los transforma divinamente, al grado en que los hombres que los escuchan hablar de las maravillas divinas, llegan a desconocerlos.
Son admirados por los ángeles, que desearían contemplar al Espíritu en los corazones, sabiendo que el Padre y el Hijo lo envían con este fin desde el cielo: En el Espíritu Santo enviado desde el cielo; mensaje que los ángeles ansían contemplar (1Pe_1_12). Permítanme, inteligencias purísimas hablarles en los términos de mi ignorancia sin temor a ser criticada por mi atrevimiento: Ustedes reprendieron a unos pobres descalzos por quedarse mirando al cielo debido a que perdían de vista su camino y su calzado, que se extendía hasta la ciudad guarnecida, no de Idumea, sino del empíreo, para hacerlos amigos de la santísima Trinidad.
Hoy los veo atentos a la contemplación del divino Paráclito, que difícilmente pudo aguardar diez días completos en el cielo para descender sobre los que remitieron ustedes hasta el día del juicio para recibir el gozo del que se veían privados, diciéndoles: Hombres de Galilea qué hacen mirando hacia el cielo? Este Jesus que el Espíritu Santo os esconde en forma de nube que se eleva, regresara, pero el día del juicio final del palacio supremo, acompañado de sus ángeles para dar a cada uno su merecido; mucho tendrían que esperar, pobres rústicos. Vuelvan a la ciudad de Jerusalén. El Salvador les prometió al Consolador, pero todo esto es para nosotros carta sellada; ignoramos el día de esta misión. Después de anunciar tantas veces a los profetas que el Verbo vendría muy pronto después de ser prometido, no nos atrevemos a decirles que el Espíritu Santo está por llegar. Si el Verbo tardó miles de años, ¿cómo saber si el Espíritu Santo hará lo mismo? De una cosa estamos seguros: el Verbo Encarnado, que es su camino y auténtico Maestro, [471] volverá, como lo prometió, para llevar a todos ustedes al cielo.
Nosotros no somos admitidos al consejo privado de la augusta Trinidad; Ninguna de las tres personas tomó jamás nuestra naturaleza, como la del Verbo, que tomó para sí la de ustedes, elevándola hasta la dignidad suprema de su divina grandeza. Tampoco nos ha permitido sentarnos a la derecha, como a la descendencia de Abraham: Porque, ciertamente, no se ocupa de los ángeles, sino de la descendencia de Abraham (Hb_1_16).
Quiso hacer a los hombres hermanos suyos por la encarnación, haciéndose hombre para divinizarlos. Todo lo que antes anunciamos nos fue revelado en calidad de ministros de sus designios; es un grande honor el ser nombrados embajadores de sus intenciones hacia la humanidad. Para nosotros, constituye un titulo especial ser espíritus administradores, como dice el gran Rey de los profetas y profeta de los reyes: Que hizo a sus ángeles espíritus de llamas de fuego (Sal_105_32). Somos seres de fuego para servir a los que son coherederos del Hijo único, que está siempre en el seno del Padre, quien puede revelar a quien le place los arcanos divinos que han permanecido ocultos al mundo en su divinidad.
Les doy las gracias, ángeles de paz y amor, por el cuidado que, en lo general y en lo particular, tienen de la humanidad, y por aconsejar a los apóstoles y discípulos del Verbo Encarnado que regresen a la ciudad donde se les ordenó esperar al Consolador. En pocos días llegará, porque el abogado de los hombres litiga para obtener su felicidad. Ya encauzó su demanda, que él mismo presentó; sus méritos y elocuencia son tan persuasivos, que el Padre se ve apremiado, como él, a urgir al Espíritu Santo, que desconoce la tardanza en la comunicación de su amor; es decir, de sí mismo. El viento, símbolo de diligencia, lo llevará e impulsará con vehemencia para venir al décimo día, convirtiéndose en ley del fuego que los abrasará sin destruirlos. En sólo un día los hará más perfectos de lo que hubieran sido en mil aun teniendo con ellos al Verbo Encarnado en su forma humana, a la que estaban apegados por amor propio, que no había sido purificado de la materia. Tenían necesidad del fuego de Dios para divinizarlos.
[472] Dime, divino amor mío, un secreto que no he podido saber de los ángeles: ¿Qué significa para mí el mar de vidrio reluciente y fuerte, cual cristal ardiente? Te oigo, decir Verbo eterno que se trata de tu Espíritu santísimo, que es la inmensa producción de tu Padre y tuya, que es un mar que te contiene en su seno. Así como lo producen plenamente, él, a su vez, los contiene divinamente, amándolos ardientemente por ser su único y divino amor y término de su absoluta y única voluntad, que abrasa los corazones con sus divinas llamas. El mío quiere pescar en él; siempre das más de lo que pareces prometer. Al llamar a tus apóstoles, les dijiste: vengan, que yo los haré pescadores del mismo Dios. El será tanto vuestra pesca como vuestro mar, recogiendo vuestra pesca ustedes serán recogidos por la nuestra y extasiados por nuestro amor. Ustedes serán sumergidos en nuestro mar ardiente y por el, el Padre y yo los visitaremos, y en este mar ustedes nos verán. Esteban estará lleno de gracia, de fortaleza y del Espíritu Santo. El obrará prodigios y verá, a través de este mar, la gloria del divino poder, contemplándote de pie a la diestra del Padre. Te poseerá y te verá al mismo tiempo; su muerte será preciosa en tu presencia, ya que expirará sobre tu pecho después de orar por sus enemigos. Proclamará a un Dios en tres personas, una de las cuales es verdadero hombre, que lo pescará y lo sumergirá en su gozo divino, que es el Espíritu Santo. En este mar de delicias, su corazón estará activo y en reposo. Pulsará su cítara particular, y tendrá una gloria singular y otra común, como todos los demás santos, ya que todos difieren en la posesión de su felicidad, que en cuanto posesión es una, simple e indivisible; mas por ser inmensa, sólo será poseída en su totalidad por las tres divinas personas, cuya admirable distinción hace que las propiedades personales formen un orden adorable que extasía a los ángeles y los hombres por medio de sus existencias. Al penetrarse divinamente, son mar en unidad y peces en propiedad o distinción real. [473] Su relación es una red que las reúne, por así decir, por estar siempre enlazadas en unidad de esencia.
Si el Padre engendra a su Hijo, lo hace sin salir de su entendimiento. El Padre y el Hijo producen al Espíritu Santo, que nunca deja de permanecer en su voluntad, cuyo término es. Al ser producido, abraza, besa y une al Padre y al Hijo. Es su red, es su mar, así como el Padre y el Hijo son océano y su origen divino, no dejándolo nunca para producirlo, aunque se trate de una producción que constituye una persona distinta del Padre y del Hijo. Así como el Hijo es inmanente y dimana en y del entendimiento del Padre, el Espíritu Santo es inmanente y dimana en y de la voluntad del Padre y del Hijo, dando fin a todas las divinas emanaciones.
Oh maravilla admirable. Mi alma adora al Padre y al Hijo, que se extasían divinamente delante de dicho mar de vidrio, que es también un arpa divina que penetra al Padre y al Hijo, que se hallan en él a través de su divina compenetración. Esta sutilidad, esta inmensa circumincesión de las tres divinas hipóstasis, constituye la gloria de la augusta Trinidad y la de los bienaventurados, quienes tienen la dicha de pulsar sus cítaras en su presencia en proporción a los dones de gracia y de méritos de cada uno: Otro es el fulgor de las estrellas. Y una estrella difiere de otra en resplandor (1Co_15_41).
Cada uno poseerá maná escondido y un nombre nuevo conocido sólo de Dios y de él. Todos los santos cantarán delante del mar de vidrio el cántico de gloria. Todos verán a Dios, aunque no en su totalidad ni de igual manera. El amor hará felices a todos mediante la unidad en la posesión divina, pero este mismo amor los distinguirá en el gozo de gloria singular debido a la diversidad de méritos según la variedad de sus acciones y apertura a la gracia en el camino, en el que obraron maravillas en la práctica fiel del santo amor y de la caridad de Dios y del prójimo. La caridad es un mar en el camino, que permite ocuparse en los asuntos de la santidad; la caridad es una senda que conduce al alma al término para recibir el pago debido a los méritos, junto con el exceso que Dios quiera añadir, ya que se complace en dar una medida colmada.
[474] Es un mar de cristal y de fuego que jamás escatima al comunicarse, porque nunca se agota. Siempre se llamará plenitud divina, porque es y será la abundancia misma hacia todos los bienaventurados, sin que jamás la envidia se pueda mezclar en ello. Dicho mar es caridad, y Dios, que mora en él, permanece en Dios; es una caridad que se difunde sin disiparse en nuestros corazones a causa de la inhabitación del Espíritu Santo, que llena nuestras almas y se complace en hacer de nuestros cuerpos sus templos sagrados, para honrar el cuerpo que el Verbo tomó en el seno de la incomparable Virgen sin par. Es ella un mar sobre el que el mar de cristal descendió para convertirla en digna Madre de Dios, engendrando una Madre compuesta, un Jesucristo poseedor de un cuerpo y un alma y, milagrosamente, dos naturalezas inconfundibles: Dios se hizo hombre: lo que ya existía, permaneció; lo que no, fue asumido sin que se diera en ello mezcla ni división.
Oh admirable misterio: un Dios verdadero Hombre, y un hombre verdadero Dios: unidad adorable, dos naturalezas con un solo soporte, que jamás salió del seno paterno al tomar nuestra humanidad en el seno materno. Un fuego divino se reviste de un vaso humano; un rico tesoro en un frágil vaso, que es convertido en fuerza de la fuerza. Una delicada Virgen lleva a Dios en sus entrañas, en las que lo reviste para siempre. La Virgen es un mar; Jesucristo es un mar; el Espíritu Santo es un mar que descendió al seno virginal. No son ya ríos que proceden de este mar y vuelven a él, sino mares inmensos que penetraron al interior de María para poseerla de modo admirable. Por ser la Madre del Hijo, lo posee como hijo suyo: es el delfín del Padre eterno, quien a su vez es el mar original del que proceden el Hijo y el Espíritu Santo, que son indivisibles o inseparables del Padre, que es el Altísimo, cuyo poder dio sombra a esa Virgen delicada en la que nació el santo por excelencia e Hijo de Dios por esencia. Cuántas claridades en estos cristales. Cuánto fuego en estos mares. Cuánta luz en este Océano luminoso. Cuán adorables son estos conocimientos en su propia luz.
Padre, origen, fuente y mar de luz, contémplate incesantemente y engendra, a través de tu luminosa fecundidad, al Verbo que es tu esplendor eterno, impronta de tu sustancia y mar transparente que produce a otro junto contigo, [475] en el que penetran al espirarlo, por ser su exhalación común, que se relaciona a su único principio, al que da gloria igual al que la recibe, porque el principio no rebasa el tiempo en grandeza ni autoridad.
El viento que ustedes producen divinamente no es causa de tempestades, sino una paz tan inefable como vuestra producción activa, tan grande como su calma, en cuya recepción pasiva nadie experimenta turbación. El es el centro de reposo de las divinas hipóstasis: el Padre y el Hijo están en acción tan tranquilos como su divina y pacífica producción.
Las tres personas subsisten divinamente en su inmensidad de gloria, dando el honor que conviene a su alabanza eterna. Las tres pulsan una cítara esencial, y cada una la que le es propia. El Padre tañe al engendrar a su Verbo; el Hijo toca al producir con su Padre su única llama, que es su sueño, su vida y el aire que aspiran y respiran de igual manera. Se trata de un sueño y una vida divinos; de un aire que es Dios; un sueño que es Dios, una vida que es Dios, un aspirar-respirar, un aire que es Dios, un reposo que es Dios, un mar tranquilo cuyo cristal es fuego, y su fuego, cristal. Es la amorosa beatitud y la felicidad de amor en la que las divinas personas se sumergen sin hundirse ni confundir sus propiedades, por poseer en común la abundancia de su inmensidad. Las tres abisman a todos los bienaventurados sin causarles naufragios peligrosos, preservando sus méritos en este océano de bondad. Al perder todo lo que era efímero, encontraron al que es eterno e inmutable. Ningún mercader cae en bancarrota al navegar en este venturoso mar, que enriquece con sus bienes. Sus olas son deseables y sus vientos favorables, por ser la dádiva divino, que no cambia jamás.
Es la benevolencia de un Dios todo bueno, que se complace en dar con generosidad, por ser propio de su bondad comunicarse al interior y al exterior: al interior de manera total y al exterior por participación.
Como las comunicaciones son infinitas, lo hace exteriormente al cuerpo y al alma de Jesucristo en una comunicación singularmente singular. Únicamente el alma y el cuerpo del Verbo están unidos al soporte divino. En este cuerpo habita corporalmente toda la plenitud de la divinidad, y en su alma se encierran las riquezas de la ciencia y sabiduría divinas, lo cual me mueve a [476] exclamar: Qué magníficas son tus obras, Señor. Todas las has hecho con sabiduría; de tus criaturas está llena la tierra (Sal_104_24).
Oh misterio adorable de la Encarnación del Verbo, cuán sublime y magnífica es su obra. Dos personas divinas acompañan a la tercera, que se reviste de una naturaleza inferior. Las tres personas revisten, pero una sola se cubre de un cuerpo bajo y terrenal, que en nada disminuye la grandeza celestial, ni opaca un punto la claridad divina; porque el Hijo conserva lo que recibió de su Padre eterno: el hálito del poder divino permanece del todo claro y purísimo en su candor eterno, siendo en todo momento impronta de la sustancia paterna y espejo sin mancha de la majestad divina en el seno de su Madre y fuera de él. Jamás el alma bendita del Salvador ni el cuerpo sagrado del Redentor se apartaron de su divino soporte, que es su posesión. Qué magníficas son tus obras, Señor. Todas las hiciste con sabiduría; de tus criaturas está llena la tierra (Sal_104_24).
La tierra de tu cuerpo sagrado lleva en plenitud tu posesión divina. Allí está el mar, grande y de amplios brazos (Sal_104_25). En este mar espacioso contemplo la mano, es decir, el brazo omnipotente de la fuerza divina y el dedo de la diestra. El Dios que solo hace maravillas hizo una que sobrepasa todas sus demás obras. Se trata de la misericordia inefable, que se compadeció de los hombres, visitándolos por medio de su oriente, venido de lo alto, que es un océano en el que todas las criaturas pequeñas y grandes son recibidas y alimentadas cual felices pececillos: Animales, grandes y pequeños; por allí circulan los navíos (Sal_104_25s).
Tú me nutres, por ser mi alimento y mi elemento. No huyo por sentirme feliz en este mar divino, que acaricia mis potencias con un amor inefable, llevándome cual navío equipado al que su viento empuja según su voluntad, sirviéndome de piloto, velas, cuerdas y aun de viático: Todos ellos de ti esperan que les des a tiempo su alimento, tú se lo das y ellos lo toman, abres tu mano y se sacian de bienes. Envías tu soplo y son creados, y renuevas la faz de la tierra. (Sal_104_27s).
Envía tu Santo Espíritu como un mar de fuego que alegre y renueve la faz de la tierra corrompida por [477] la culpa y así verás la gloria de tu Hijo en nuestro siglo. Al Señor mientras viva he de cantar, alabaré a mi Dios mientras exista (Sal_104_33). Mientras bogue en el mar viviente de mi vida, cantaré las alabanzas del Dios de bondad. No seré un pez mudo; es voluntad del Verbo que cante la alabanza de la caridad divina. Oh, que mi poema le complazca. Yo en el Señor tengo mi gozo (Sal_104_34). Que quienes desean alegrarse lejos de su voluntad perezcan, porque no merecen el ser. Bendice al Señor, alma mía (Sal_104_35). Bendito sea su nombre glorioso para siempre, toda la tierra se llene de su gloria. Amén. Amén. (Sal_72_19).
Capítulo 72 - Exceso del amor divino hacia la humanidad, expresado en estas palabras: Porque tanto amó Dios al mundo, que le dio a su único hijo. Lunes de Pentecostés.
[479] El enamorado san Agustín habla siempre en tono augusto y exaltado; pero al tratar del divino amor, se expresa divinamente, diciendo: "Ama y haz lo que quieras". Dios es omnipotente, sapientísimo y todo bondad; para alabarlo dignamente, es necesario decir que es todo amor, y que a través de su amor hace todo cuanto quiere en el cielo y en la tierra. Lo que se hace sin su amor va en contra de su benignísima voluntad. Se trata del pecado, que es objeto de su odio. Así como él se ama esencialmente, por ser el amor esencial, aborrece el pecado, que se opone a la esencia misma de este amor, que se complace en entregarse a sí mismo deseoso de que el hombre al que ama reciba su amor subsistente en él. El pecado es una lamentable pérdida, una nada que el Verbo jamás cometió; es el defecto execrable y objeto de la ira de Dios, quien se ve obligado a castigarlo con justicia eterna; castigo que no va con la naturaleza de Dios, que en sí es bueno y justo con los pecadores El pecado es una obra extraña al amor divino, que carece de la inclinación al castigo.
Si Dios fuera mortal, no dudaría en morir antes que presenciar la muerte del pecador, muerte que es el pecado; muerte no creada por Dios, que entró al mundo a causa de la maliciosa envidia del demonio y por la desobediencia del hombre. Miguel la arrojó fuera del cielo cuando venció a Lucifer, el dragón furioso que arrastró en seguimiento suyo a la tercera parte de los astros.
No contento con enviar a los ángeles para expulsarlo del mundo, envió a su Hijo único y amadísimo, que es su vida tan querida, para ahuyentar dicha muerte y precipitarla en los abismos. El Hijo consintió en destruirla mediante su [480] caridad divina amando tanto al mundo, que se entregó para salvarlo, ofreciéndose como rescate de la humanidad y como pago de todos sus crímenes a la justicia infinita, que no deseaba perder sus derechos, sabiendo que el amor abundaba en medios para satisfacer por todo y seguiría siendo rico después de dicha satisfacción.
El Padre es principio de amor; el Hijo, camino de amor; el Espíritu Santo es término del amor, pero de un amor inmenso e infinito, amor que el Verbo eterno reveló a Nicodemo diciendo: Porque tanto amó Dios al mundo que dio a su Hijo único, para que todo el que crea en él no perezca, sino que tenga vida eterna. Porque Dios no envió a su Hijo al mundo, no para juzgar al mundo, sino para que el mundo se salve por él (Jn_3_16s).
Dios no se inclinaba a enviar a su Hijo único para juzgar a la humanidad, sino para que la salvara él mismo, pareciendo muy poco a su amor infinito dar algo menos que su Hijo, debido a que no hubiera sido un don infinito y, en consecuencia, no habría contentado su amor, que es inmenso y se complace en comunicarse en plenitud divina.
Los que han creído en el Hijo no son juzgados, por haber apreciado el don que de él hizo el Padre, valorándolo según sus deseos. El amor mueve a estimar y la estima mueve a amar al amor. No hay necesidad de ley alguna, ni de juez para juzgar las diferencias, porque todo es una misma cosa debido a la fuerte y perfecta unidad que obra el amor. Su propio designio y su natural inclinación consiste en darse y unir a quien ama con el objeto amado, a fin de que todo sea consumado en la unidad: El que cree en él, no es juzgado, pero el que no cree, ya está juzgado, porque no ha creído en el Nombre del Hijo único de Dios (Jn_3_18).
El incrédulo es juzgado a causa de su incredulidad, por no creer en aquel que podría darle la vida; permaneciendo en la muerte de la infidelidad por su falta de fe en el Hijo único de Dios, cuyo nombre por excelencia es el de Hijo amadísimo y amoroso de su Padre, con el que produce el amor que es la tercera hipóstasis, que liga amorosamente al Padre y al Hijo, siendo su beso eterno y el término de su voluntad, que es su delicia perfecta; es su amor suficiente e inmenso, que los alegra divinamente por ser el [481] contento divino y el final de todas las emanaciones en Dios.
Por ello exclamo con el que quiso conocer este amor, pidiendo al Padre que lo atrajera por mediación de su Hijo; objeto de sus delicias, concediéndole, junto con el Padre, al Espíritu Santo, que es amor y don delicioso: Por ser el contento del corazón, atrae con su mismo deleite y no por necesidad. Todos tienen necesidad del Espíritu, mas dicha necesidad no los atrae. Es menester que sean fascinados por el encanto del amor, que es puro deleite: no obligación, sino delicia. Los que son atraídos por el placer divino se ven envueltos en su amor, pudiendo decir que son ciudadanos del paraíso debido a que, ya desde el camino, están en posesión del divino amor.
Oh Dios, cuán felices son y serán en el término. Se sacian de los bienes de tu Casa, en el torrente de tus delicias los abrevas; en ti está la fuente de la vida, y en tu luz vemos la luz (Sal_36_8). ¿Cómo será, Dios mío, que el alma te posea perfectamente en el empíreo, contemplando a través de la misma luz de la gloria a la fuente de la luz? Luz, empero, que es divina por ser el mismo Dios. Tal como es, y en cuanto hombre, se complace en ser mirado por los bienaventurados, a los que manifiesta su gloria.
El amor es tan fuerte en la tierra como para sacar al alma de su propia morada por medio de sus ardores. Estos, sin embargo, son moderados por las aguas de las aflicciones y las necesidades corporales, debido a que es necesario cuidar de mantener al cuerpo para gloria del Señor, que alimentó el suyo en la tierra hasta su muerte, según el divino mandato que lo hizo semejante a sus hermanos peregrinos, a pesar de ser el Señor de todo, que quiso ser bautizado con bautismo de sangre, para ser abismado en la plenitud de la gloria.
Dicho enamorado sintió con toda su fuerza la languidez del amor, para después gozar perfectamente de la gloria que le era debida en razón del soporte divino, el cual accedió, por bondad hacia la humanidad a que el cuerpo y el alma que apoyaba sufrieran tormentos y fueran privados de dicha felicidad, que residía en el extremo del espíritu y en la parte superior del alma santísima del Salvador, conforme al querer divino, que se complace en probar a las almas avanzadas en la perfección.
[482] La de Jesucristo, fue la más perfecta y el ideal de todos los espíritus puros que son presa de la vehemencia de este amor y del deseo de la gloria divina; deseo que no puede ser expresado ni comprendido en la tierra, salvo por aquellos que son impulsados por él: Da con amor y sentirás lo que digo; da con deseo, da con fervor, da en la soledad de este peregrinar, teniendo sed de la fuente eterna y suspirando por la patria. Da todo esto, y sabrás a qué me refiero.
Los que son fríos no pueden conocer la llama que mueve a hablar a los que aman, que poseen una lengua de fuego y un corazón ardentísimo: su pecho es una hoguera, en la que mora el Espíritu Santo, que es caridad. Si no hiciera las veces de manantial de refrigerio para con los mártires del amor, todos se consumirían en sus llamas. ¿Qué mortal podría sobrevivir en esta vida poseyendo llamas inmortales? que son más propias de los serafines inmortales que de los hombres mortales, a los que, sin criticar de hipocresía o fingimiento, dirijo estas palabras del Profeta en otro sentido: ¿Quién de nosotros podrá habitar con el fuego consumidor? ¿Quién de nosotros podrá habitar con las llamas eternas? (Is_33_14).
Los que poseen el mar abundante del Padre y del Hijo, es decir, el Espíritu Santo, que puede alimentar la llama con sus profusiones, desbordando ríos de agua para contener los torrentes de fuego, al que puede llamarse con toda propiedad fuego que consume. A esto se debió que los hebreos no se atrevieran a acercársele: temían sus palabras, que eran rayos y truenos. Dijeron por ello a Moisés: Habla a ese Dios ardiente y temible por temor de que no nos dirija su palabra y destruya lo poco de vida que nos queda después de tanto miedo
Moisés, recibiste un privilegio singular del Dios terrible, que contigo es un Dios de dulzura, hablándote cara a cara como a buen amigo suyo. Tú eres el más fiel de sus servidores, y te trata como al más querido de todos sus predilectos. De ti y de personas como tú puedo decir, en general y en particular, lo que expresó el profeta evangélico: Este morará en las alturas, subirá a refugiarse en la fortaleza de las peñas, se le dará su pan y tendrá el agua segura. Tus ojos contemplarán un rey en su belleza, verán una tierra desde lejos (Is_33_16s).
Aquel a quien Dios inflama habita en las alturas del jardín del Padre, en el que su amado y su amor [483] le acompañan. Se trata del Verbo Encarnado, que preparó esas adorables moradas, quien da entrada en el tiempo, sin esperar a la eternidad, a ciertas almas escogidas que son elevadas por encima de las cosas creadas por la llama del divino amor, que en ocasiones les brinda reposo en los agujeros de la piedra del costado del divino Salvador, que se hizo todo para ellas, a fin de que nada les falte.
El es su pan de vida y su espíritu divino; su agua deliciosa que aplaca su sed y las refresca tanto cuanto lo cree conveniente. Es él quien las purifica y embellece con su unción, a fin de que sean presentadas al Rey de reyes, al que contemplan con ojos llenos de amor, que están totalmente adheridos a su objeto divino y celestial, al que contemplan, aunque de lejos, ya desde la tierra.
Todas ellas están atentas a sus palabras gravemente dulces, que son una ley admirable para sus mentes iluminadas; ley que les confiere gran sabiduría en la ciencia de los santos que se encuentran en las alegrías de la gloria, alegrándose ante la felicidad que es para ellos lecho de reposo y de júbilo: Mas los justos se alegran y exultan ante la faz de Dios, y saltan de alegría (Sal_68_4).
El, a su vez, invita a las almas escogidas a subir, por medio de la contemplación, hasta el interior de la Sión celestial: Contempla a Sión, villa de nuestras solemnidades; tus ojos verán a Jerusalén, albergue fijo, tienda sin trashumancia, cuyas clavijas no serán removidas nunca y cuyas cuerdas no serán rotas; porque en ella sólo es grande el Señor nuestro Dios. (Is_33_20s).
Almas tan queridas del Rey del amor, suban en estas llamas, que les servirán de carro triunfal. Acudan a ver a Sión, la ciudad de nuestra solemnidad, con los ojos de su entendimiento iluminado por la luz que el Padre celestial concedió a san Pedro, la cual les ha sido dada. Tengan la audacia de una esposa; audacia que es siempre amable a causa de su modestia. El divino Esposo codicia su belleza, que es participación de la suya; está deseoso de que la admiren. A ustedes se refirió el profeta cuando dijo: Tus ojos contemplarán un rey en su belleza, verán una tierra desde lejos (Is_33_16).
[484] Su vida es más divina que humana. Al contemplar al Rey de la gloria en su divino esplendor, son transformadas en su belleza. Como él las ama en calidad de esposas suyas, viven en comunidad con él. El es todo suyo, y ustedes todas de él. Son más que domésticas de la Jerusalén pacífica: en ella son reinas opulentas sin vanidad. Que sus pensamientos sean elevados, porque la grandeza cede al amor, que siempre es soberano en poder y placentero en su dominio. Penetren al divino tabernáculo que se apoya en la hipóstasis del Verbo, al que Dios solidificó por toda la eternidad.
Nadie, ni en el cielo ni en la tierra, puede arrebatarles esos clavos ni despojarlas de su felicidad a menos que ustedes mismas quieran perderla. Su felicidad radica en la caridad del amor, cuyos lazos sólo pueden romperse por malicia, apartándose del amor de un esposo encantador para adulterar con las criaturas, sea extranjeras, sea domésticas, apegándose al amor propio. Guárdense con cuidado de esta infidelidad, que cambiaría su dicha por un extremo infortunio; no aparten su vista de la belleza real y divina.
Si es necesario que sean viandantes, consideren la tierra que pisan como muy lejana; es decir, vayan por ella sólo por necesidad y no por afecto, adhiriéndose en todo a su divino amor. Sino que allí el Señor será magnífico para con nosotros; como un lugar de ríos y amplios canales, por donde no ande ninguna embarcación de remos, ni navío de alto bordo lo atraviese (Is_33_21).
El debe bastarles porque se basta a sí mismo; todo lo creado es nada en su presencia: Porque el Señor es nuestro juez, el Señor nuestro legislador, el Señor nuestro rey: él nos salvará (Is_33_22).
Este esposo es su juez favorable, debido a que ustedes observaron las leyes que les dio, mismas que cumplió a fin de suavizárselas. Para salvarlas se hizo su camino y su término, además de ser su principio, por ser Dios y hombre. Qué favores no deberán esperar del que se hizo semejante a sus hermanos para hacerlos hijos adoptivos de su Padre eterno, herederos con él y consortes de su naturaleza divina. No te digo: entonces sino ahora se repartirá cuantioso botín (Is_33_23).
Aunque sigan en esta vida sujetas a imperfecciones que las hacen cojear o tambalearse por fragilidad, [485] tienen el derecho de tomar de mano del vencedor Que sube sobre el ocaso y cuyo nombre es digno de alabanza, lo que nos ganó con su sangre preciosa; ni los ángeles ni los santos, que son sus vecinos en el empíreo, se encelarán por ello. Los cojos se llevarán parte de él.
Ni dirá el vecino: Soy débil; y el pueblo que morará allí recibirá el perdón de sus pecados (Is_33_23s). Todos son confirmados en gloria por el Dios de bondad, que, como hizo con ellos, desea hacerlas felices después de purificarlas de sus imperfecciones, a las que deben considerar como iniquidades por ser un indigno retorno a la equidad debida a la voluntad divina, que creó al ser humano en estado de inocencia, sometiendo la parte inferior a la superior y la sensualidad a la razón.
Animo. Si Adán causó la caída común, Jesucristo realizó un levantamiento universal. Al abatirse en forma de servidor y de la nada, nos elevó a la unión de la forma divina, deificándonos porque el divino Padre quiso que tuviésemos el privilegio de ser conformes a la imagen de su Hijo amadísimo, al que su divino amor nos dio para que él mismo nos salvara; es decir, por todo lo que él es. Oh exceso de amor indecible a las criaturas. Aunque ellas expresaran todo lo que puede decirse de este amor, confesarían que nada dijeron del hecho inefable manifestado por el mismo Salvador cuando dijo: Tanto amó Dios al mundo... Moisés y Elías hablarán de esto con el Verbo, que es el único digno de referirse a ello; pero lo harán en medio de la admiración hacia este exceso de amor, desapareciendo en cuanto el Padre alabe al Verbo, y el Espíritu Santo cubra al sol ardiente con una nube, para enseñar a Moisés que sus ojos carecen de una clara visión para mirar al descubierto el esplendor paterno, que es una luz inaccesible. En otro tiempo velaba su rostro para hablar al pueblo, pero el Espíritu Santo sirve hoy de velo al Verbo, a fin de que Moisés no pierda los ojos al verlo, por ser un sol radiante.
El Padre eterno impone silencio, diciendo a él y a Elías: He aquí mi Verbo Eterno que es mi gloria, mi alabanza y mi bienaventuranza, escuchad este oráculo divino. Moisés tu no haces que tartamudear, guarda silencio para escuchar la sabiduría eterna. Elías, he aquí un celo que no es impedido por las [486] persecuciones. El no pide morir en la soledad, huyendo de sus perseguidores. La vida te disgustó porque temiste que te la arrebataran por violencia. Mi querido Hijo quiere darla por amor, habiendo dispuesto conmigo que le sería quitada por medio de duros tormentos, a fin de aparecer como el más humillado de los hombres valientes. El, que desearía volar a la muerte de cruz, permite, para una mayor confusión, que se le ate, que se le arrastre al suplicio, como si esto sucediera a causa de sus crímenes, cuya vergüenza lo abatirá, pero el Espíritu Santo sirve hoy de velo al Verbo, a fin de que Moisés no pierda los ojos al verlo, por ser un sol radiante.
El siempre ha sido mi predilecto, impecable por naturaleza, cuyo valor no tiene igual. Es el Señor de los ejércitos, el vencedor en los lagares, que pisará solo el de mi indignación, satisfaciendo en rigor de justicia todas las quejas que tengo en contra de la humanidad. Escucha, Elías, lo que el Hombre-Dios dice de nuestro excesivo amor, o mejor desaparece; porque esta llama te muestra helado y frío, a pesar de que fuiste calentado por el carro de llamas.
Retírate, Moisés; tu ardor ya no es de admirar. He ahí al que desea morir no sólo por el pueblo de Israel, sino por todos sus enemigos. Es el libro de vida que aparecerá muerto sobre la cruz como si fuera libro de maldición; se hará semejante a la carne del pecado y será echado fuera de la ciudad de Jerusalén cual macho expiatorio que lleva sobre sí todas las imprecaciones.
Moisés murió sobre el monte, no por desobediencia al golpear dos veces la piedra con su vara, sino por estar golpeado por el pecado y mi justicia ofendida. Su amor lo hizo hombre mortal; amor que no recibiría satisfacción si no se ofreciera por obediencia a la muerte, pero una muerte de cruz. Aquella voz fue tan fuerte, que obligó a los dos profetas a retirarse y arrojó por tierra a los tres apóstoles, quedando solo el amoroso Jesús de pie en el lugar donde se habló de su inmenso amor, que deseaba mostrar al cielo y a la tierra.
Llevado por este deseo, murió por adelantado. Fue el verdadero Daniel, que deseó se abreviaran las semanas de su vida mortal para ungir el santo de los santos con su propia sangre, siendo escuchado a causa de su reverencia, y por sus lágrimas al dar un fuerte grito sobre la cruz después de consumir su humanidad en las llamas de su caridad divina, que dejaría en él una sed insaciable de [487] mi gloria y la salvación de los hombres.
Con esta sed, moriría, para seguir amando con un amor infinito en su vida inmortal y eterna, habiendo terminado su vida mortal en el tiempo a causa de su inmenso amor, del que nadie sino él puede hablar dignamente. Si no tuviera yo este camino para desbordar la abundancia de mi sabiduría, sería un principio o término de salida sin vía intelectual, ni término de mi entendimiento divino; si mi Hijo y yo permaneciéramos en la impotencia de amarnos recíprocamente, quedaríamos sin camino y sin término. Para empezar, nuestra voluntad única, que es fecundísima, no produciría una tercera persona que es nuestro amor y meta de nuestra felicidad, por ser bien y reposo nuestro, que nos rodea inmensamente hacia el interior.
Ella nada produce, porque en ella todo es producido, recibiendo pasivamente el ser que le comunicamos activamente. Al estar pasiva en la Trinidad, es activa hacia su humanidad, en la que percibe tanta indigencia, que se ve urgida para colmarla con nuestra afluencia. Se trata del amor, que posee la inclinación de hacer el bien al objeto amado, apremiando nuestra bondad para que se comunique a los ángeles y a la humanidad.
El Espíritu urgió al Hijo a venir al mundo, y yo, el donante, fui apremiado de modo igual y único. El amor que procede de nosotros como de un solo principio, deseando que todo sea uno en nuestra unidad, apremió al Verbo Encarnado a morir por la humanidad. Fue el mismo Espíritu de amor el que lo resucitó al tercer día por abreviación. ¿Por qué al tercer día? Para honrar su persona, que es el tercer soporte de nuestra Trinidad y perfección del día divino, siendo todo luz como un mediodía eterno en el que nos apacentamos y reposamos sin sombra alguna, porque en la divinidad jamás puede darse la oscuridad.
Hacemos un día que procede del mismo día; todo es claridad, todo es luz, todo es Dios en Dios. Es un solo Dios en tres personas distintas iguales, consustanciales y eternas, a las que todo es conocido; en cuya presencia todo está al desnudo. Nuestro ojo simplísimo y sutilísimo penetra todos los recovecos de las tinieblas, aunque los hombres pueden tratar de ocultarse de la verdadera luz al hacer las obras de las tinieblas, obras que los juzgan antes de que nosotros las manifestemos ante las [488] criaturas, que no pueden verlas al presente sin permiso expreso de nuestra sabia providencia.
¿Acaso no son culpables los hombres de amar las horribles tinieblas, huyendo de la luz del Verbo, que es amabilísimo? Verbo que produce el amor junto conmigo, que los amo al grado de haber entregado a este Hijo tan querido, en el que me complazco, y al que poseeré infinitamente.
Amor del Padre, no puedo sino admirarte al adorarte; amor del Hijo: salgo fuera de mí al admirarte. Amor divinamente espirado, como única espiración del Padre y del Hijo: penetro en ti porque eres el término de todas las divinas emanaciones. Sé para mí el término de todos mis afectos; que expire al respirar a través de ti y en ti. Sé, por siempre, mi vida y mi amor. Que de ti, por ti y en ti, comience, prosiga y terminen todos mis pensamientos, palabras y acciones.
Capítulo 73 - El Salvador murió por todos los hombres. En su cruz venció a sus enemigos. En el Santísimo Sacramento dejó su sagrado cuerpo como un alambique para destilar sus dulzuras y dones de bondad en nosotros. 1637, Viernes después de la Octava.
[491] Después de estar enferma toda la semana, y habiéndome retirado al anochecer ante el Santísimo Sacramento para permanecer en su presencia, fui interrumpida varias veces por nuestras hermanas, que acudían a mí para que intercediera por sus necesidades espirituales. El divino Salvador no tuvo tiempo de encontrarse conmigo en soledad, para enseñarme lo que deseaba que aprendiera.
Esta mañana me encontró en mejor situación y disposición en lo referente a mi salud. Lleno de bondad hacia mí, me dio a entender que el sacrificio cruento que se consumó en el Calvario fue ofrecido para lavar los pecados con abundante profusión para bien de los pecadores, porque el divino Jesús murió por todos y su sangre fue exprimida en dos lagares, siendo el primero el exceso del amor divino y el segundo, los tormentos de la cruz en la que se terminó la pasión de nuestro amoroso Salvador, según las palabras Todo está consumado.
Al inclinar su cabeza, entregó su espíritu victorioso a su divino Padre, ofreciéndole la gloria de los triunfos obtenidos sobre el mundo a través de la humillación; sobre el demonio por la fiel correspondencia a los divinos mandatos del mismo divino Padre, al que obedeció hasta el último instante mediante la renuncia a su voluntad humana; y sobre la carne, a través de los sufrimientos hasta la muerte de cruz, a la que el cuerpo fue clavado y colgado impidiéndole volverse a la derecha o a la izquierda por ser una víctima adherida, extendida y suspendida, lo cual señala tres clases de gehenas: la adherencia de los clavos, el estiramiento de los miembros y el dolor de estar suspendido de manera que el peso del cuerpo atormentaba al Salvador de manera indecible.
[492] Aquellos tres tormentos pagaron al divino Padre el gran libertinaje de los pecadores, quienes al explayarse en sus crímenes prolongan sus pecados, cometiendo el pecado a través del mismo pecado y la vanidosa ambición de ser puestos en alto sin humillarse bajo la mano de Dios. El divino Salvador quiso llevar a cuestas el fardo de nuestras culpas y sentir el peso de su cuerpo suspendido por tres clavos. El sacrificio del Calvario es la copiosa Redención de todos. Escuché: Permanecí en la cruz hasta haber pacificado todo y pagado a mi Padre eterno. Hija, entre muchas razones que podría darte acerca de mi permanencia en el divino Sacramento, te doy a conocer una, que te mostrará un amor delicado y sublime, por tratarse de una destilación divina para quienes me aman y se acercan a mí con frecuencia y fervor.
En este sacramento de amor soy como un alambique del que destilan favores inefables a las almas y aun a los cuerpos de mis predilectos. En él soy de manera eminente todo lo que es aroma, dulzura, bondad, belleza y melodía. En él soy la flor por excelencia que comprende la rosa, el clavel y cualquier otra flor aromática. En él soy la dulzura del tacto delicado. En él soy blanco de pureza y rojo de amor. En él soy el maná para todos los gustos. En él soy el cántico de amor que extasía a todos los santos y complace divinamente a la Trinidad, que se deleita en escuchar esta melodía de amor, invitando a mi Madre a gozarla con alegría de Hija, Madre y Esposa.
Hija, si por medio de un fuego ardiente te acercas a mí, harás que me destile en ti con más abundancia. Mi Padre es el velo de esta alquitara, que te da, cuando le envío mis rayos, un vapor sagrado que se licua para caer hacia abajo. Pon canales en torno a él. En proporción a lo que pongas, recibirás la gracia. Coloca en él tus cabellos; es decir, tus pensamientos, a fin de que tu cabeza sea como la de la Esposa, a la que dice el Esposo: Tu cabeza sobre ti, como el Carmelo, y tu melena, como la púrpura; un rey en esas trenzas está preso (Ct_7_6).
Tu cabeza es roja como el Carmelo y tus cabellos semejantes a la púrpura del Rey ligado por canales; tus pensamientos están enrojecidos de mi sangre, que es mi púrpura real y divina, con la que te adornas como Esposa mía amadísima. Estos pensamientos, como cabellos de tu cabeza, son canales unidos y conglutinados en mí y conmigo; es decir, me unen a ti, moviéndome a destilar en ti el divino licor que te colma de delicias indecibles.
Que tus pensamientos jamás se desvíen a la izquierda ni a la derecha; sea en la aflicción, sea en la consolación. Permanece siempre unida a mí; acude a este Sacramento de amor donde me encontrarás para serte suficiente en todo. Sé como los vasos de la viuda, vacíos de lo que no soy yo: un bálsamo deseoso de derramarse en ti y en todos los vasos que me presentes. Toma en tus manos los corazones de los hombres, me amen o no, y acércalos a este alambique. Así se llenarán para mi gloria y tu provecho [493] eterno.
Paga toda deuda y permanece en paz; enriquécete, lo mismo que a tus hijas y a los que desean participar en tus oraciones, si corresponden a mi voluntad, que sólo desea su santificación.
¿Podría yo contar los mil favores que el divino Salvador me ha dispensado a través de este alambique en unión de corazones? No, amor mío; esto me es indecible. Aprópiate y acerca a ti todos estos canales según tus intenciones, ya que estás en el divino sacramento para comunicar las delicadezas de tu amor sublime y para derramarte como un bálsamo, como aceite, como agua aromática, como una rosa, como una esencia purísima e imperial, como agua cordial y agua de vida, cuya claridad cristalina y límpida, cuyo fuego y ardor es divino.
Me dijiste que te encuentras en este sacramento para derramar un licor que es tu mismo ser, sin que dicha efusión te disminuya o te divida en tu unidad, inmensidad y solidez divina, conservando en cuanto Dios tu sencillez esencial y tus propiedades personales en el interior de tu naturaleza indivisible, que es del todo interior, sin mezclarse con cosa alguna creada.
Añadiste, Amor mío, que no me emancipe ni en lo interior ni en lo exterior de lo que sea de tu agrado; que soy una en ti y contigo; que estoy unida a este cuerpo sagrado y a esta alma bendita, a la que el divino soporte que te distingue de las otras dos personas lleva y llevará por toda la eternidad. Aglutínate a mi cuerpo y a mi alma, porque te amo con todo mi corazón, aprisionado por mi cuerpo consagrado a ti. Que te atesore con toda mi alma y que, con todo mi espíritu, sea una misma cosa contigo a través de tu amor.
Que ame a mi prójimo como a mí misma por tu amor, que se digna llamar a este mandato divino el mandamiento más grande. Grande, por ser el amor inmenso de un Dios incomprensiblemente amoroso, que todo lo ordena por ser el principio y el fin de esta ley, en la que desemboca toda profecía y toda ley, en las que Jesucristo, Dios-Hombre, termina su curso y pone un límite a sus designios, dejando este divino sacramento como memorial de sus maravillas y compendio de sus grandezas.
Es aquí donde el amor define su término en el camino, encerrándose en una hostia y revistiéndose de las frágiles especies de pan [494] bajo una nube, dejándose envolver como un niño en sus pañales: ¿Quién encerró el mar con doble puerta, cuando del seno materno salía borbotando? (Jb_38_8), cerrando las puertas de los sentidos mientras que el mar que emana del seno paterno, para nacer de María Virgen, parece desbordarse en la potencia del alma, que reviste a este sol de una nube como si la luz que ilumina a todo hombre, al venir al mundo, intentara probar además, en este sacramento, cómo será recibido. Penetra en dicha penumbra como un pequeñín envuelto en pañales, que está a merced de los cuidados de quien le ama. Cuando le puse una nube por vestido y del nubarrón hice sus pañales (Jb_38_9). ¿Por qué te abates de esta suerte, gloria mía? Es para acomodarme a tu debilidad y acompañar un alma semejante a la tórtola, que fuera de mí nada encuentra que la contente en la tierra, y que gime en pos de mí: Se oye el arrullo de la tórtola en nuestra tierra (Ct_2_12).
Quise instituir este sacramento de amor a fin de que ella encuentre en él una morada segura de fe, porque allí soy el mismo que está a la derecha, a pesar de que en él no tenga mi extensión local ni mi cuantiosidad externa. Sólo el amor pudo encontrar un recurso como éste Cuando le tracé sus linderos y coloqué puertas y cerrojos. Llegarás hasta aquí, no más allá, le dije (Jb_38_10s). Para no anegar a mi frágil enamorada, mi poder pone límites al torrente y a la plenitud de su amor.
Aquí se romperá el orgullo de tus olas (Jb_38_11). Me he reducido a estar encerrado en este sacramento, como ya te he dicho, a manera de alambique, esperando que el alma me reciba. En él detengo mis inclinaciones para derramarme después con mis divinos afectos, a fin de que la esposa diga con el Rey profeta: Abismo que llama al abismo, en el fragor de tus cataratas, todas tus olas y tus crestas han pasado sobre mí. (Sal_42_7).
Todos los días de tu vida me has enviado tu misericordia; y la noche antes de tu muerte me enseñaste a recitar tu cántico y el himno que debo cantar unida a ti después de haberte recibido, diciendo a tu Padre que lo confesaré delante de todos los ángeles y en presencia de la humanidad, invitándolos a cantar conmigo la alabanza de su bondad, que tanto amó al mundo que le dio a su Hijo único para salvarlo.
Capítulo 74 - La predestinación y la reprobación por el buen o mal uso que el ser humano hace de la libertad que Dios le dio, a la que no fuerza, aunque el Espíritu Santo ruega por él y en él. 21 de junio de 1637.
[495] Medité en el evangelio de hoy, que nos habla de la solicitud del Salvador para buscar a la oveja extraviada que andaba errante y en la dracma perdida en la ciudad o en el campo.
El divino Salvador se dignó instruirme acerca del secreto de la predestinación, y cómo la libertad y obstinación de los réprobos inutilizan en ellos cualquier afán. Me dijo que pagó por todos en su pasión, dando tanto por Judas como por san Pedro, por haber derramado la misma sangre y abrazado la misma cruz por los dos, a pesar de conocer, por su presciencia, el rechazo y obstinación del primero y la fragilidad del segundo quienes, por falta de valor, dejarían de corresponder a la divina vocación y a la gracia que su Padre concedió a ambos en virtud de sus méritos.
[496] Me dio a entender que había orado absoluta y eficazmente por uno, aunque no por el otro, porque nunca oró efectivamente por los réprobos. A esto se refiere lo que dice san Juan: No ruego por el mundo, sino por los que tú me has dado, porque son tuyos; y yo he sido glorificado en ellos... No te pido que los retires del mundo, sino que los guardes del Maligno (Jn_17_9s).
Judas es llamado hijo de la perdición, porque se perdió a sí mismo al desconfiar de la misericordia del Salvador. Ninguno de los que se confiaron a la guía divina se extravió, por corresponder a los llamados amorosos de la gracia. Son éstos aquellos a los que el Padre eterno, en la previsión de su libre correspondencia, amó, y por ellos rogó el Hijo a su Padre diciendo: He velado por ellos y ninguno se ha perdido, salvo el hijo de perdición (Jn_17_12).
Sólo el hijo de perdición se perdió a sí mismo, por vivir obstinado en su desgracia. Jesús lo dejó perderse con pena, aunque frecuentemente lo buscó en su bondad; pero él no quiso ablandarse y menos entregarse a sus deberes; y como Jesucristo no fuerza la libertad que dio [497] al hombre, no rogó absoluta y eficazmente por su salvación, a la que previó impedida por la obstinación de la mala voluntad del traidor.
Los ángeles cantaron la noche de Navidad gloria a Dios y paz a los hombres de buena voluntad, lo cual justifica la divina presciencia que a nadie condena, aunque la clemencia auxilia a todos aquellos que se salvarán. La razón por la que el Salvador los reprueba se debe a que era necesario: o que su Padre se lo rehusara, o que forzara la libertad de sus criaturas empedernidas.
Lo primero le hubiera causado una confusión eterna al ver, por toda la eternidad, la perdición de ciertas almas debido a que su Padre no quiso concederle su salvación, después de pedirla instantemente y con gemidos.
Lo segundo estaría en contra del orden de su providencia y respeto con el que trata la libertad, aunque es muy cierto que el Padre eterno nada le habría rehusado de haberlo pedido absolutamente, pues, como dice san Pablo, fue escuchado a causa de su reverencia.
[498] Adoremos al Padre eterno por no querer causar confusión en su Hijo rechazando sus peticiones; rechazo que manifestaría: o falta de respeto en las peticiones del Hijo, o poca estima y amor del Padre hacia él. Las lágrimas del Hijo sufriente eran demasiado preciosas para no encontrar lugar en el corazón del Padre de bondad; por eso dijo al Padre: Padre, te doy gracias por haberme escuchado. Ya sabía yo que tú siempre me escuchas (Jn_11_42).
Si se me replica que él oró por sus enemigos, que lo crucificaron, la respuesta es muy fácil: él no oró sino por aquellos que preveía se rendirían a las gracias que su Padre les tenía destinadas, en virtud de los ruegos del mismo Hijo, y que por tanto no oró absolutamente por todos sus enemigos, sino con la distinción que ya señalé.
Manifestó compasión hacia esas almas obstinadas; mas para no acrecentar su desdicha, que obedecía a una contumaz malicia, que despreciaba las divinas gracias, no pidió en absoluto gracias que preveía les serían inútiles, cuyo rechazo haría más culpable aún su libre albedrío. Qué pesadumbre para el Salvador de todos verse obligado a no pedir de manera absoluta a su Padre la salud de las almas a las que redimió con un precio infinito; almas [499] réprobas a las que deseó, sin embargo, salvar con tanto ardor con su voluntad universal, que quiere que todos los hombres se salven. Cuando las almas le oponen resistencia, evita forzar su voluntad. El Hijo, que es el espejo en el que su Padre se contempla, lo mismo que todas las criaturas, al ver en su presciencia la rebelión de las almas endurecidas a las admoniciones que su Padre les hace a causa de su oración, tuvo razón al no pedir por ellas: sus ruegos aumentan sus culpas, por no desear valerse de ellos para su salud eterna.
Comprendí que el Espíritu Santo, que ora en los corazones con gemidos inenarrables, no ruega sino por los santos: intercede por los santos con gemidos inenarrables (Rm_8_26). Los santos poseen el verdadero amor que les confiere el dolor de su falta, lo cual mueve al Espíritu Santo a rogar y gemir incesantemente en ellos y por ellos, a fin de que se vean libres de las imperfecciones que disgustan al puro amor; oración que es eficaz e infalible, ya que si hay gemidos, habrá contrición, amor y santidad.
[500] El Espíritu Santo tiene buena voluntad hacia todos; pero no produce los mismos efectos en todos, por querer que cooperemos libremente con él, al grado en que nuestra libertad, o sobre todo, el mal uso de ella, es la causa de la reprobación de los condenados. La gracia divina inicia nuestra predestinación, que jamás se lleva a cabo si nosotros no correspondemos y consentimos a la misma gracia, que halaga tan dulcemente la voluntad de unos, a los que atrae en pos de sí; y aunque sea suficientemente poderosa para producir el mismo efecto en la voluntad de otros, no lo hace, sin embargo, debido a que ellos se niegan a seguir libremente sus mociones sagradas.
Estos últimos se comportan como hijos de Belial, no deseando tener parte con Jesucristo, el Hijo de David aparentando no estar prevenidos por su bondad como los buenos, a los que desprecian; aborreciendo sus obras, como sucedió con la tribu de Judá, que pasó a su rey por en medio del Jordán. ¿Qué significa pasar a David a través del Jordán? Es una figura de los fieles amigos del Salvador, que se [501] arrepienten de los pecados que han cometido, con los que el Dios de la gracia no puede convivir, porque la salvación está lejos de los pecadores que deben entrar al Jordán de la penitencia, arrepentidos de haberle ofendido por amor a él.
Dicho arrepentimiento lleva y mueve al divino Salvador a serles favorable y a reinar sobre ellos mediante su gracia, que a nadie recusa en esta vida, y su gloria en la otra, en recompensa a la fidelidad con que respondieron a la misma gracia. Entre tanto, el cabecilla de los rebeldes dirá a sus seguidores: Retirémonos, no a nuestros tabernáculos, sino a nuestras mazmorras. No quisimos en absoluto amar al Hijo de David; al Hijo de Dios, que es la dulzura y la misericordia misma. Como no quisimos pasar por la penitencia, no tenemos parte alguna en la salvación eterna.
A través de estas situaciones contradictorias, Jesucristo se manifestó como resurrección y ruina de muchos, y como signo al que los malos han contradicho y contradirán sin que por ello se de en él la injusticia: Nunca estuvo la iniquidad en presencia de Dios. Es verdad que él muestra misericordia porque [502] se complace en ejercerla, mostrando su bondad; pero no podemos negar que haga ver su fuerza y su paciencia para soportar los vasos de ira que le odian sin causa. El apóstol, sabiendo esto, dijo: Pues bien, si Dios, queriendo manifestar su cólera y dar a conocer su poder, soportó con gran paciencia objetos de cólera preparados para la perdición, a fin de dar a conocer la riqueza de su gloria con los objetos de misericordia que de antemano había preparado para gloria; con nosotros, que hemos sido llamados no sólo de entre los judíos sino también de entre los gentiles (Rm_9_23).
Capítulo 75 - Los favores y admirables grandezas que la visita de la Madre del Verbo Encarnado comunicó a san Juan Bautista, 2 de julio de 1637.
[503] Al considerar estas palabras de san Lucas: Se levantó María y se fue con prontitud a la región montañosa, a una ciudad de Judá (Lc_1_39), mi entendimiento fue iluminado acerca de esta elevación de María, que siguió inmediatamente a su acto de humildad, en el que dijo: He aquí la esclava del Señor, hágase en mí, según su Palabra(Lc_1_38), convirtiéndose en el acto en Madre del Verbo Encarnado, el cual se hizo de inmediato súbdito e hijo suyo: un Hijo que era Dios y Hombre!
[504] Antes de María, Dios dominaba sobre las simples criaturas; después de María y por su medio, encontró un augusto dominio sobre Jesucristo, que es Creador y criatura. Las aguas del diluvio se levantaron quince codos sobre los montes más altos. El mar María, que es un diluvio de perfección, se eleva por encima de los más excelsos serafines; es decir, camina al par con Dios Padre por medio de su divina maternidad. Sólo Dios por sublimidad de naturaleza, es digno de dar gloria a su alabanza con una dignidad que iguala a su grandeza. María es digna de glorificar su alabanza debido al eminente privilegio de ser Madre del Soberano que es su alabanza. Así como un hijo es la gloria de su padre y de su madre, Jesús es la gloria de la alabanza de María, la cual dice que, en consideración a su divina maternidad, todas las generaciones la llamarán bienaventurada, porque, siendo el que todo lo puede, la engrandeció, proclamando la santidad de su nombre.
Para expresar en la tierra la grandeza del Padre de los cielos, el Hijo nos enseña a pedirle la santificación de su nombre y en seguida que venga a nosotros su reino, que es el Verbo, el cual descendió a María para en ella tomar posesión del reino de David, su padre según la carne. Aunque era rey en el seno paterno por generación eterna desde la eternidad, quiere ser rey en el seno de su Madre en la plenitud de los tiempos por toda la infinitud. A esto se refirió el ángel cuando dijo: El será grande y será llamado Hijo del Altísimo, y el Señor Dios le dará el trono de David, su padre (Lc_1_32). El Señor Dios, que es su Padre eterno, le dará, por tu mediación, Señora, el trono de David, su padre temporal, porque desea ser hijo de David en el tiempo así como es Hijo de Dios en la eternidad: Reinará sobre la casa de Jacob por los siglos y su reino no tendrá fin (Lc_1_33). Si su reino no tiene fin en cuanto hombre, y su realeza divina no tuvo principio, por ser un rey eterno, María es su verdadera Madre, a la que está sujeto. Ella ejerce sobre él una incomparable dominación, siendo su Madre y Señora. Por eso el evangelista san Lucas dice con razón que el ángel se retiró, sabiendo que el poder del Altísimo acudía a cubrir con su sombra a la más humilde de las criaturas, elevándola hasta la más alta dignidad que pudiera existir: Este mar fue elevado por encima de todo lo creado, ascendiendo a las altas montañas donde estaba la ciudad de Judá, para manifestar allí al rey [505] que llevaba en ella como Dios e hijo suyo, al que en ese lugar debía rendirse adoración y reconocimiento en calidad de verdadero Mesías. La voz de María y su saludo, que era la voz del Verbo, voz del león de Judá, que lo buscaba como su presa, conmovieron las entrañas de Isabel, haciendo estremecer a Juan Bautista: Cachorro de león es Judá; de la presa, hijo mío, has vuelto; se recuesta, se echa cual león, o cual leona, ¿Quién le hará alzar? (Gn_49_9). Leoncillo que María lleva en sus entrañas, elévate con ella hacia las montanas donde tú eres el rey, ve y atrapa la caza en las entrañas de su madre, estando tú en las de la tuya, recostado en su seno virginal.
Ligero, con una santa astucia, despojas al infierno de su presa arrancando a este león de las garras del pecado original. Tu madre es una leona que, con su voz, lo despertará. Al resonar en los oídos de su madre, su eco lo hará temblar de júbilo en su guarida eternal: Y sucedió que, en cuanto oyó Isabel el saludo de María, saltó de gozo el niño en su seno (Lc_1_41). Isabel fue llena del Espíritu Santo, exclamando con gran voz: ¿Qué maravilla es esta? He aquí a la Madre Virgen bendita entre todas y sobre todas las mujeres a causa del fruto de su vientre, que es la bendición eterna.
¿De dónde a mí la dicha de que la Madre de mi Señor venga a mí? Debes saber, señora, que antes de honrar a tu súbdita con tu saludo, el hijo que llevo en mis entrañas se estremeció de gozo y tomó la posta para ser el precursor del tuyo, que es su Dios y su Rey. Bienaventurada seas por haber creído en todo lo que te fue dicho por la fuerza de su amor, porque llegarás a ver el cumplimiento de todas sus promesas en la tierra y en el cielo. El cetro anunciado por Jacob no fue visto en el linaje de Judá antes de que hubieras concebido; pero al presente, su reino ha venido a nosotros gracias a tu Fiat.
Oh dichosísima por haber creído y por haber pronunciado el Fiat glorioso que da la verdadera luz a los que estaban en las sombras de la muerte y proporciona una nueva naturaleza al Verbo increado. Henos aquí en nuestra felicidad, porque llevas al Mesías prometido a todos nuestros antepasados, que será también la esperanza de los pueblos: El cetro no será quitado de Judá, ni de su posteridad el caudillo, hasta que venga el que ha de ser enviado y éste será la esperanza de las naciones (Gn_49_10).
[506] He aquí el niño que trae la luz a la vista y hace sentir su dulzura. El reboza de alegría por la venida del esposo que es un gigante: Se recrea cual atleta, corriendo su carrera (Sal_18_6). ¿Quién podrá ocultarse a su calor? Lo he visto como un esposo que acude a su lecho nupcial sin dejarlo, entrar en el seno de una Virgen no solo sin desflorarla, sino, lo que es mucho más, divinizándola de suerte que no la llamo más María ni prima, sino Señora y Soberana mía, exaltada por encima de todas las criaturas; es decir, la contemplo como Reina del Hijo que lleva, porque él la escogió por Madre y Señora. Esta es la razón por la que me admira el ser visitada por aquella a la que Dios quiso visitar con su propia persona. El Padre envió su Hijo en sus entrañas, uniéndolo a ella por el Espíritu Santo. Es un misterio inefable, o la unión adorable de la hipóstasis del Verbo con nuestra naturaleza, unión que se hace en María, viña mística. El Padre unió su Hijo a ella y por ella a nuestra naturaleza. Este Hijo le es común por el poder de su ser mismo con este divino Padre: el que ata a la vid su borriquillo y a la cepa el pollino de su asna (Gn_49_11). Este Hijo unido por la unión hipostática a la naturaleza humana que es la viña desierta, este Hijo esta unido a María que es la madre y su viña bendita. Oh Hijo mío, dice Jacob, puesto que en mi descendencia hay una Hija incomparable, espero todo que esta unión. Tu llevas los pecados de la humanidad en tu regazo virginal. Esta Virgen los lleva llevándote a ti, pero ella esta exceptuada, te ofrece su sustancia para pagar por los pecados, pídele a ella el precio ya que tu diste tu fuerza a esta naturaleza que tomaste de ella. Lava en vino su vestidura, y en sangre de uvas su sayo (Gn_49_11)
En el fervor de tu amor, lavas tu túnica en el furor de tu Padre, lavas tu manto a la sangre de la vid de tu Madre. tu alma estará triste hasta la muerte en el Huerto de los Olivos, por tratarse de un vino de oración ferviente en la que sufrirás los terrores de una fiebre incomparable, conocida sólo por ti, que dices te ha reducido a las angustias de la muerte, a pesar de ser tú la vida divina. El amor y la muerte no te sitiarán de torre a torre, o separadamente, sino todo a una, para comprobar si eres fiel a tu Padre y a tu esposa, por la que prometiste morir para manifestarle tu amor, lavando tu manto en la sangre de la vid y desposándola en la cruz, en la que pareces [507] una uva exprimida en un lagar de dolores indecibles. Uva pisada por todas las criaturas junto con tu Padre, que te dio el mandato de sufrir para manifestar al mundo su amor excesivo hacia los hombres.
Lo que, sin embargo, realza la fuerza del amor, es que él dispuso que tu Madre estuviera presente allí, después de privarte del concurso de su ayuda, que fue lo que más te afligió, ya que le preguntaste por qué te había desamparado.
Mi queridísimo amor, ¿fue para dejarte al lado de tu madre, demostrando así que ella es la mujer fuerte que debe ser tu apoyo al entrar al mundo y al salir de él? También le dijo que se hiciera en ella según tú, que eres la palabra del Padre. Su precio corresponde a dos fines: al entrar en el mundo, dijiste que venías a ser víctima por todos.
Antes de salir de él, era menester que cumplieras tu promesa. María es el medio de la tierra: está quebrantada y toda unida; está junto a la cruz para ofrecerte por todos, y te dice con Jacob: Hijo mío, lava tu túnica en el vino, y en la sangre de la vid tu manto.
Señora, ¿me permites decirte lo que pienso? Es bueno lavar su vestimenta en el vino; Dios bien merece ser recompensado del daño que los hombres le causaron; pero que tu Hijo lave su manto en la sangre de la vid por ingratos. Ver morir al inocente. Si muriera por los elegidos que aprovecharían su sangre, podría tolerarse; pero por los que pisotearon bajo sus pies la sangre de la alianza.
Virgen Madre, cuán buena eres al firmar esta muerte, estando en ella en persona. En ella salvaguarda el Padre su divinidad, que es impasible; saldando con ella su cuenta porque, en rigor de justicia, fue más que satisfecho por nuestras culpas. En ella nadie sino tu, Reina mía, paga en su Hijo lo que no debe. Me doy cuenta, Virgen santa, de tu caridad al querer salvar nuestra naturaleza y responder por ella; aun siendo criatura humana, pagas el rescate de la humanidad.
Una Eva y un Adán la vendieron; una María y un Jesús la rescataron con el precio de la sangre que tiene méritos infinitos, en razón del soporte divino. Dicho mérito infinito hace inefable tu amor, que es más fuerte que la muerte. No me admira el que desees entregar a tu divino Hijo para redimir a los humanos: sabes muy bien que él capaz de combatir con la muerte, que saldrá vencedor cuando parezca vencido y dirá: Muerte, yo soy tu muerte. Infierno yo soy tu aguijón. Muerte, dónde está tu victoria. La muerte ha sido absorbida, Hijo mío, en [508] tu victoria; por eso estoy feliz y radiante al entregarte para liberar a la humanidad: Sus ojos son más hermosos que el vino y sus dientes más blancos que la leche.
Despierta, bravo león que has dormido con los ojos abiertos; tus ojos son bellos como el vino. Al contemplarte, se embriaga uno de amor; y al besarte, encuentra en ti la dulzura de la leche. En ti está la visión y la fruición de la gloria. Virgen Santa, ¿en qué me he movido con tal rapidez de un extremo a otro? En ti, que eres mi carroza, la gloria de Israel y la alegría de tu pueblo, al que libraste de los enemigos que aguardaban su ruina. Dios mismo es tu gloria y alabanza; todo lo que no es puramente Dios está debajo de ti. El va donde tú lo llevas, sin informarse de tus intenciones, porque las conoce. Su Espíritu te lleva y, a tu vez, lo llevas y conduces, por haber descendido sobre ti mientras que la virtud del Altísimo te cubría con su sombra durante los nueve meses de tu embarazo.
No temes el calor ni la lluvia, por estar protegida por el Altísimo; el espíritu de vida te conduce adonde él quiere, como una rueda animada y llameante. Sus almas están más conglutinadas que las de David y Jonatán, por estar abrasadas del fuego divino y por tener en ti al Verbo eterno y, por concomitancia, al Padre y al Espíritu Santo. Ellos son ruedas dentro de otras ruedas debido a su circumincesión; ruedas que siguen estando en ti, porque envuelves al oriente que el cielo de los cielos no ha podido abarcar, que es inseparable del Padre y del Espíritu Santo.
Isabel tuvo razón al decirte: De dónde a mí la gracia de ser visitada por tu majestad. Salomón se admiró al ser visitado por una nube que sólo era figura tuya. Isabel recibe la visita de todo lo que es grande, a fin de engendrar un prodigio al que, mediante tu presencia, ensalzarás más alto que el cielo empíreo. Porque tu Hijo es el cielo supremo, y cuando acudiste a presenciar su nacimiento, tuvo, al nacer, la dicha de ser recibido entre tus manos y besado por tus labios sagrados que pronunciaron el Fiat glorioso mediante el cual Dios se hizo hombre en tu seno.
El Hijo del Altísimo era el tuyo. Al estar Juan sobre tus rodillas, y ser besado por tu boca divinizada, mediante la cual el Verbo Encarnado respiraba y se alimentaba, Juan fue elevado a una dignidad singular. No se trataba de un Juan portador de Cristo, sino de una Cristófora y un Cristo que portaba a Juan; por ello el Salvador nos dirá más tarde. Entre los nacidos de mujer no hay otro mayor que Juan Bautista (Mt_11_11). [509] Este niño es grande delante de Jesús, nuestro Señor. La mano de Dios está con él; Dios lo lleva por María y en María; es un profeta y más que profeta entre todos los nacidos de mujer.
De entre ellos ninguno ha sido más grande; así, con este honor, es enaltecido aquel a quien el Rey de reyes desea ennoblecer con su púrpura, porque María es la púrpura del Rey; María es su collar; María es su trono viviente, su carroza animada y deificada. En ella triunfa Juan en el momento de su nacimiento, llevando en su dedo el anillo del soberano en calidad de favorito suyo.
El es la voz del Verbo. Quien lo escucha, escucha al Verbo. No se trata de una voz de bronce que resuena, sino de la voz del Verbo que es plenitud sustancial. El oficio de Juan es ser la voz del Verbo del Padre, Verbo que lleva en su integridad la Palabra de su poder. Por ser el esplendor de su gloria e impronta de su sustancia, confirma a Juan y lo confiesa con su voz plena de grandeza; voz que se eleva sobre todas las aguas, porque el mar María la lleva entre sus brazos, haciéndola reposar en su seno junto al Verbo Encarnado.
Puede verse que es amigo del esposo porque descansa en su lecho virginal, apareciendo como el ángel fiel que preparará un pueblo perfecto. Este niño es más grande que los ángeles; es el ángel del Padre eterno, que debe mostrar con el dedo a su Hijo; es decir, por medio del Espíritu Santo, que es el dedo de su diestra, que mora en él desde el vientre de su madre. Este niño es consorte de la naturaleza divina y primo de la naturaleza humana de Jesucristo. Es hijo de Isabel, de la estirpe sacerdotal de Aarón: un vástago santo y real.
Juan es grande en todo y por todo, porque el Altísimo, el omnipotente, lo porta y lo eleva por encima de todos los hombres. María estuvo presente en su nacimiento y fue movida por el Espíritu Santo a tomarlo en brazos para acercarlo al Verbo encerrado en sus entrañas.
Que no nos extrañe ver a María al lado de Isabel dando a luz, porque engendra un astro que la gracia, no la naturaleza, envió a sus entrañas porque era estéril. No digo que Juan haya sido concebido como el Verbo Encarnado, porque esto corresponde a María con exclusividad a cualquier otra, sino que Juan recibe más su ser de la gracia que de la naturaleza, por lo admirable de su concepción.
Como Isabel era estéril, la mano de Dios intervino. En María medio con su brazo, debido a que el soporte divino del Verbo eterno, [510] habiéndose revestido de nuestra naturaleza en el seno virginal, le brindaba su apoyo. Era imprescindible este brazo omnipotente para sostener una naturaleza sin un soporte apropiado; mas para hacer fecunda a una estéril, sólo hacía falta la mano. La industria divina todo lo puede a través de su palabra y por medio de su mano; es decir, con su dedo. Esta distinción no significa que en Dios haya brazo, mano, o dedo, como en el ser humano; estas distinciones nos ayudan más bien a conocer la diferencia de los admirables soportes que obran de común acuerdo al exterior; estos conceptos proporciona una idea conveniente a nuestros espíritus.
En estos misterios, el apóstol dice que nos elevamos a las cosas invisibles por medio de las visibles: los sacramentos, por ejemplo, tienen signos visibles y misterios invisibles que radican en ellos. El nacimiento de Juan Bautista es un gran misterio. En él María es la maravilla, por llevar a Jesús, que santificó a este niño desde que entró en su casa, con el deseo de perfeccionar su obra. Juan Bautista es la obra del Verbo Encarnado, quien a su vez es obra del Espíritu Santo y de María mediante la sombra que proyectó el poder del Altísimo, cubriendo su esplendor mientras que el Espíritu Santo formaba un cuerpo para el divino Verbo en las entrañas virginales; sombra refrescante que provenía del brazo omnipotente, a fin de que María no se fundiera con su ardor.
Fue un milagro de poder el crear una Madre Virgen, tomando su verdadera sustancia, y de ésta formar un cuerpo en un instante, infundiéndole un alma y apoyando el uno y la otra en un soporte divino por obra del poder de Dios. Qué conformidad entre la nada y el ser; entre la debilidad y la fuerza. Este pequeño compuesto es nuestro todo. Adorémosle como Verbo anonadado en el seno de María, que fue su medio ambiente en la tierra, porque vino a ella como salvación universal. Una joven es hecha Madre del Hijo del anciano de los días, que vivifica esta obra por su vía divina, que era y es siempre con él y en él como en su principio.
Virgen santa, después de escuchar la palabra de esta Encarnación por medio del ángel, te llenaste de temor y casi te desvaneciste al ver su luz brillantísima. No me asombro ante ello; qué proporción entre tu delicadeza y su divino poder. Viene Dios de Temán, el Santo, del monte Parán (Ha_3_3). [511] Dios viene del mediodía para reclinarse y alimentarse en María.
Este santo viene del monte que es el Dios que truena y asombra a los hebreos, dándoles como porción el temor y el espanto. María, que es su hija, pudo haber estado sin miedo al verle en su cuarto; pero por ser el ángel su intérprete y embajador, esto no podía ser, o al menos no debía ser debido a que los misterios divinos deben mostrar su grandeza en medio del temor y su bondad a través del amor, que lo echa fuera en cuanto llega el momento de su cumplimiento.
Su majestad cubre los cielos, de su gloria está llena la tierra. Su fulgor es como la luz, rayos tiene que saltan de su mano (Ha_3_3s).Su fulgor es tan intenso, que es menester que el poder del Altísimo te de su sombra. El Padre que está en los cielos te cubre con su divina protección; pero tan gloriosamente, que la tierra de tu cuerpo se vio llena de su alabanza. Encierras en tus entrañas al que lleva en sí la plenitud de la divinidad morando dentro de un cuerpo, y permaneces Virgen. El es tu hijo verdadero y natural, cuyo fulgor se aviene a ti. El es el objeto y unción del Padre por encima de todo. Es él quien vierte sobre ti la sagrada unción, consagrándote de nuevo. Con ella eres Reina y se te hace de nuevo sacerdotisa divina. Eres templo sagrado y santo de los santos, al que sólo el sumo sacerdote puede entrar. Llevas al oráculo en tu seno y el pectoral que es la doctrina verdadera y esencial en la que todos los elegidos son espíritus. En medio de ellos se encuentra el precursor que debe llevar al Padre a todos los hijos que se convertirán por su predicación. Tu Hijo vino para darle su misión; guíalo para que la desempeñe con éxito. San Pablo dice que anunciará a los ángeles los misterios divinos. Enseña a este ángel encarnado, tomándolo en tus brazos. Si lo instruiste al estar en las entrañas de su Madre y allí pudo escucharte, con más razón ahora que está fuera de su prisión y sin mediación alguna. Dile al oído lo que dijiste a los de su madre, por cuyo medio te conoció su corazón.
Cuéntale las maravillas del hijo que llevas, al que debe anunciar al mundo, diciendo a los grandes que se verán obligados a obedecer su voluntad, que los guiará hacia el camino de la eternidad durante su reinado, que será eterno. El levantará a los humildes, despojando y humillando a los soberbios; colmará a los hambrientos de sus bienes y dejará vacíos a los ricos, acogiendo en él a Israel, su hijo querido, alegrándose por la misericordia que prometió a Abraham y a toda su descendencia.
Oh Virgen, qué bellas son tus palabras. El pequeñuelo está [512] extasiado. Dichoso niño que es instruido por la Madre del Verbo, que se presenta transfigurada en él. Cómo hubieras deseado que se quedara siempre contigo; pero la providencia divina y su humildad van a arrebatártela: quizá la habrías señalado con el dedo a todos los asistentes el día de tu circuncisión, para que la conocieran como Madre del soberano Rey; pero esto no estaba dispuesto para esa ocasión. María siguió al Espíritu Santo, que la guió. No. María fue trasladada por él, llevando a Jesús en su seno.
María, retírate, los tres meses señalados se han cumplido. Después de tres días, tu Hijo el Salvador saldrá del sepulcro, porque las obras de Dios son perfectas. No debemos pensar que la Virgen fue retornada antes del parto del pequeño prisionero; no fue así. Virgen santa, estuviste allí hasta su nacimiento, que fue preciosísimo delante de Dios y de las personas que estaban allí reunidas.
Juan fue pronto en salir, por ser ya casi libre. Si hemos de creer a algunos santos, como san Edmundo, no podemos negar la integridad al precursor del Verbo, quien debía recostarse sobre el seno virginal en el que reposaba el candor de la luz eterna. Lo contrario hubiera sido indebido, y algo que el Espíritu Santo no habría permitido en presencia de su esposa y Madre del Verbo. Gloria y majestad están ante él, poder y fulgor en su santuario. Te has vestido de esplendor y majestad, arropado de luz como de un manto. Gran gloria le da tu salvación, le circundas de esplendor y majestad; bendiciones haces de él por siempre, le llenas de alegría delante de tu rostro (Sal_95_6); (Sal_21_6).
Juan Bautista fue embellecido por la presencia del más hermoso de los hijos de los hombres, que era y es la fuente adorable de belleza y bondad. María, que es toda hermosa y toda pura, es el cuello del Verbo Encarnado y la torre de marfil en la que Dios congregó la pureza de los ángeles y de los hombres; torre que está colmada de la verdadera provisión para nutrir a sus ejércitos.
Juan Bautista debía no sólo nutrir y embellecer, sino armar para sitiar los cielos, que sufrían violencia desde el día de su santificación. Los ángeles, al ver en las entrañas de Isabel al que era el ángel del Señor por excelencia, se decían unos a otros: ¿Qué debemos pensar de las grandezas de este niño, que va sostenido por la mano del Fuerte por excelencia y adornado de sus gracias, al verlo entre los brazos de María, nuestra Señora? Es un Hijo adoptivo de esta bella Noemí, más que de su propia Madre, Isabel. El es la voz del Verbo Encarnado. Isaac se sorprendió tocando a Jacob, pero no de oír su voz. Nosotros vemos a Jesús cubierto de la naturaleza humana, pero su voz nos declara que es la voz del Verbo. Si el viene a asediarnos con su canon, nosotros no podremos aguantar su asedio. El merece estar sobre todos nuestros coros angélicos, por haber sido ensalzado por encima de todos los hombres en la tierra. La santidad que Jesús y María le confirieron lo levanta por encima de nosotros.
Es el amigo de la esposa, revestido con la túnica nupcial. Es el hermoso por participación, que va a anunciar la hermosura del que es bello por esencia. Es el amigo del Rey por la pureza del espíritu y del cuerpo. Como es puro de corazón, pudo ver a Dios oculto; por ser puro de cuerpo, vio y fue recibido de María, su Madre, a la que el divino niño no permitió ver la corrupción, sino la santificación hasta en las entrañas de la tierra en la que vivía san Juan, que fue lavado en este vaso materno por medio de la fuente de sabiduría que estaba en María, sin dejar el seno del Altísimo.
Sus entradas son entradas eternas a causa de los gozos que le dio san Juan, mismas que los ángeles y los hombres no pueden conocer sin concesión especial del Verbo divino. Como Juan fue colmado del Espíritu Santo desde el vientre de su madre, fue, por tanto, purificado de todo, experimentando la profecía de Ezequiel al ser santificado: Os rociaré con agua pura e infundiré en vosotros un espíritu nuevo. (Ez_36_25s). Juan Bautista vino a consumar la ley y los profetas y a proclamar el Evangelio de gracia y santidad, porque anunció a Jesucristo Dios y Hombre. Poseyó no sólo un espíritu nuevo, si-no un cuerpo nuevo que era conforme al querer divino. Jesús y María le comunicaron esta gracia, y fue santo con esos santos.
María, con toda razón, estuvo presente cuando dicho astro, como una estrella, acudió a recibir tanto sus órdenes como las del sol, porque la luna preside las estrellas. Donde manda Jesús, María tiene autoridad, sobre todo en la santificación de los ministros de la Encarnación, en la que Dios no quiso obrar sin su consentimiento ni conceder gracia alguna sino por mediación de esta Madre del amor hermoso, en el que Juan fue admitido por una admirable filiación.
Vive y muere como naciste, oh gran Bautista, y ruega por aquella que desea revivir en el seno del divino amor.
Capítulo 76 - El nombre de Magdalena fue digno de alabanza por haber tenido la generosidad de elevarse magnánimamente sobre el occidente de sus caídas, llegando por ello a ser un sol oriente que ascendió hasta el mediodía de la transformación en Dios. Julio de 1637, día de santa María Magdalena.
[515] El profeta evangélico, al asegurar que Dios ama su gloria con el mismo amor con que ama su esencia indivisible, enunció esta verdad inmutable: Yo soy el Señor, ése es mi nombre, mi gloria a otro no cedo (Is_42_8).
Oh, Dios. ¿Qué podré decir sin desmentir al profeta? Magdalena la arrebató con las armas del amor, del que es un prodigio y milagro que arrebata a los hombres, a los ángeles y aún al mismo Dios, que se convierte en su admirador. Siendo su vencedor, es vencido a su vez, engrandeciendo con ello su triunfo, porque ensalza la gloria de su victoriosa enamorada, confesando que la consiguió en buena lid por haberlo elegido entre millares; es decir, entre todos los suyos, sea del cielo, sea de la tierra, disparando su flecha en público y recibiendo la suya en privado. Aquel cuyo brazo es poderoso, fue débil de corazón.
Magdalena conocía bien el punto débil del muslo, que no pudo resistir el contragolpe de su amor, a fin de que ella pudiese obtener la alabanza que hasta entonces nadie había podido alcanzar salvo el Verbo Encarnado: El que asciende sobre el ocaso y cuyo nombre es glorioso. Porque quiso tomar nuestra naturaleza caída por el pecado, cayó por todos los hombres sin verse abatido por ella; al tomar nuestra obligación, no tomó nuestra corrupción; al aceptar nuestra bajeza, nada perdió de su grandeza; siendo semejante a la carne del pecado, conservó [516] la verdadera santidad del cuerpo y del alma, que al ser privados del soporte humano, fueron felizmente apoyados por lo divino. Por ello dice el real cantor: Que asciende sobre el ocaso y cuyo nombre es glorioso (Sal_67_5). El que solo hace maravillas, el Santo de los santos, es quien pregunta: ¿A quién me comparan ustedes? Antes de Magdalena, no podía yo encontrar tu maravilla divina sino en tu Padre, que es tu origen; y la humana sólo en María, tu Madre admirable. Por ello exclamé: Ah, si fueras tú un hermano mío, amamantado a los pechos de mi madre. Podría besarte, al encontrarte afuera, sin que me despreciaran. Te llevaría, te introduciría en la casa de mi madre, y tú me enseñarías. Te daría a beber vino aromado, el licor de mis granados (Ct_8_1s). Con tales ansias deseaba penetrar en la esencia inefable para contemplarte en la plenitud de tu felicidad divina en el entendimiento que te engendra y en el seno que te conserva y te nutre, para adorarte y besarte sin temor a ser despreciada por los espíritus amables que desean ver la reparación total de las ruinas que los rebeldes dejaron en el empíreo. Allí, a la luz de la gloria, me enseñarías a amarte con un amor perfectísimo adornado por una triple corona de naturaleza, de gracia y de gloria. Dándome cuenta de que podía llegar a la temeridad al revestirme de tanta osadía, me disculpé ante ti diciendo: permíteme que entre en la cámara virginal y que yo te contemple. Elevada a los pechos benditos de tu Madre, puesto que tú eres mi hermano, tengo el derecho de nombrarla también mi Madre, ahí seré enseñada por tu [517] benignidad, cómo te debo dar el mosto de mis granadas. Todas mis afecciones me llevarán a besarte sin temor de ser despreciada. Si besándote, desfallezco de amorosa debilidad, Tú tienes suficiente fuerza para poner tu mano izquierda sobre mi cabeza para estrecharme con tu diestra; Pareciendo enfermo, eres fuerte, si te muestras pobre, es para enriquecerme. Yo confieso, Amor, que a veces tu bondad me ha concedido repetidamente estas gracias, pero mis imperfecciones te obligan a privarme de ellas con la misma prontitud, diciéndome: como vives en el amor propio, no puedes ver ni gozar de mi amor divino. Mi Madre es en verdad la Madre de la misericordia; yo, empero, soy el juez de los justos que ilumina con luces ardientes destinadas a desoxidar el hierro y purificar el oro hasta llegar a los 24 quilates. Primero lo someto al crisol de la mortificación y después lo acepto. El tiempo no es para gozar; es necesario padecer. Cuando te despojes de todo lo que no es Dios, podrás ver a Dios; hasta que hayas sufrido mi prueba, si eres fiel, serás admitida al lado de mi santa Madre, y entonces te enseñaremos, por medio de nuestras acciones, cómo deben ser las tuyas. Divino Amor mío. Santa Madre mía. Cuánta distancia veo entre ustedes y yo. Si la misericordia no fuera mi puerta a cada instante de mi vida, aun cuando fuera de mil años: todos ellos serían incapaces de conducirme al menos a las afueras del empíreo. Si camino como una tortuga llevando un pesado caparazón, terminaré por caer en el abismo de confusión en lugar de subir a la gloria de vuestro gozo. Ante la imposibilidad de entrar por ahora en la morada divina y virginal, se presenta ante mí un camino de penitente que conduce hasta tus pies, donde encuentra su palacio de gracia y de salvación; su reposo admirable y la gracia que la eleva a mayor altura que la profundidad a que el pecado la redujo. [518] Todo esto en un momento, que fue el del conocimiento de tu bondad, dándole a tal grado la posesión de tu bondad, que tengo motivo para hablar de ella: el nombre de Magdalena, que se levanta sobre sus caídas, es admirablemente loable y divinamente alabado, porque el Verbo es su valedor. No pudiendo sufrir los pensamientos contrarios al sentimiento que tiene hacia la santidad de Magdalena, interroga al fariseo con la niña de su ojo, sobrepasándolo con la elocuencia de su corazón, donde el amor está en su trono. David dijo: Haz conmigo un signo de bondad: que los que me odian vean, avergonzados, que tú, Señor, me ayudas y consuelas. (Sal_86_17). En dicho trono, el amor dice maravillas a favor de su amada. El Verbo es loable en su amada y se complace en alabarla por sí mismo. El Padre es alabado por el Verbo, que afirma que quien lo ve, ve a su Padre; por ser una misma esencia, tienen una voluntad verdaderamente única, que es su bien y su beso amoroso, que constituye una tercera persona, siendo, en suma, un Dios simplísimo sin composición o añadidura alguna, que se ama y es suficiente a sí mismo.
Sin embargo este Dios, sin tener necesidad de sus criaturas, las invita a ir a él para unirse a ellas y hacerlas una misma cosa con él, deseando que su amada se convierta en un solo ser y pueda gozar de la claridad que el Hijo tenía con el Padre antes de que el mundo fuera, estando donde él está: en el seno del Padre. Para elevarnos hasta él, desciende a nosotros. Su reino se establece primeramente en nosotros, y después entramos en él.
Su reino se estableció en Magdalena en el momento en que ella lo vio, y se alegró en él. Estando en medio de las tinieblas, vio la verdadera luz; estando en la vanidad y en la nada del pecado, vacía de buenas obras, el que la predestinó para ser conforme a la imagen de su Hijo, que es el principio por el que creó todas las cosas: En el principio Dios creó el cielo y la tierra. La tierra era caos y confusión y oscuridad por encima del abismo, y un viento de Dios aleteaba por encima de las aguas. Dijo Dios: Haya luz, y hubo luz (Gn_1_1s).
[519] Miró a Magdalena a través de su Verbo, en el que la eligió, y el amor del Espíritu Santo se movió con divina impetuosidad hacia ella, impeliéndola a los pies del Salvador, deshecha en lágrimas de amor en un acto del soplo del mismo Espíritu: Envía su palabra y hace derretirse, sopla su viento y corren las aguas. El revela a Jacob su palabra, sus preceptos y sus juicios a Israel: no hizo tal con ninguna nación, ni una sola sus juicios conoció (Sal_147_18s).
Es verdad que Dios no concede estos favores a todas las almas, debido a que no corresponden a sus inspiraciones como Magdalena, que es digna de alabanza por ascender hacia Dios en el momento en que estaba caída en sí misma, yaciendo en la confusión de las tinieblas que cubrían su rostro, que era un abismo para ella y para muchos, que se perdían en sus aguas que eran simas de las que sólo era posible salir con el poder del Espíritu divino, que, por amor, la transformó en un diluvio de gracia.
Cubriéndola para preservarla de sí misma y de todas las criaturas, la condujo al Verbo, que dijo: Hágase la luz, y hubo luz. Al ver esta luz, proclamó que era buena y, apartando el pecado, dejó la gracia. Fue la separación de la luz de las tinieblas, llamando a la vida pecadora de Magdalena NOCHE y a su vida penitente DIA o LUZ, que dijo ser buena, por proceder de él, que es bueno.
Pero lo más admirable fue que dijo: Haya un firmamento por en medio de las aguas, que las separe unas de otras (Gn_1_6). En medio de las aguas del amor y del dolor, creó un firmamento, [520] dividiendo la parte inferior de la superior, estableciendo el orden, preceptuando la caridad e implantando en su corazón el estandarte del amor, amor que gobernaría a Magdalena según la voluntad de su Amado que, siendo vencedor, estaba vencido, para ensalzar el triunfo de la enamorada, que era como suyo; asegurando que sus conquistas no tienen par, por ser Magdalena la incomparable, y él, el insuperable: el más bello de todos los hijos de los hombres. La gracia está derramada en sus labios y por ello su Padre lo bendice eternamente, ungiéndolo por encima de todos sus compañeros. Magdalena es la hija de Jerusalén que es bella por excelencia y cuyas manos destilan mirra; por cuyas vestiduras desciende el áloe; ella es la bienvenida a su corazón divino, que es su trono de gloria sembrado de zafiros.
Magdalena, hete allí gloriosa en el Verbo Encarnado. David tuvo razón al decir que el nombre del Verbo Encarnado es admirable por estar por encima de nuestras caídas. No creo equivocarme al elogiar de este modo a Magdalena, por no ir en contra de la verdad divinamente pronunciada por los labios purificados por el carbón seráfico. La gloria de Magdalena es la gloria del Verbo Encarnado, porque el amor transforma a los que se aman, uniéndolos para que sean un mismo corazón.
El que ama está más en la persona amada, en una amorosa circumincesión de la atención afectuosa. Magdalena piensa en el Verbo Encarnado al besar sus divinos pies, y el Verbo piensa en Magdalena al considerarla; pero como él es capaz de prestar atención y de estar presente en todo, sea en el cielo, sea en la tierra, penetra en la mente del fariseo para cambiar sus pensamientos a favor de Magdalena, que es la niña de su ojo. Lo que la toque, lo hiere en lo más vivo, de modo que toma su causa y aboga por ella. Toma partido y convierte a Simón en juez de lo que éste ignoraba.
Expón tus razones, no litigues como un hombre cualquiera; habla en calidad de Verbo Encarnado, en quien la forma iguala la ciencia y cuya soberana verdad lo trasciende todo. Simón juzga a favor de la que [521] acusó de pecado y a ti de ignorancia, lo cual te mueve a decir que él mismo se condena al confesarte por justicia deudor de los dos, por haber conferido tu derecho a tu amada. Cuán afortunada es Magdalena por haber nacido en la plenitud de los tiempos para ser, por obra del Altísimo, un vaso admirable que recibe en sí las irradiaciones divinas.
Dije que fue un firmamento en medio de las aguas, después que el Verbo separó las aguas superiores de las inferiores, y afirmo que ella es el firmamento maravilloso del que habla el Eclesiástico: Orgullo de las alturas, firmamento de pureza, tal la vista del cielo en su espectáculo de gloria. El sol apareciendo proclama a su salida. Qué admirable la obra del Altísimo. En su mediodía reseca la tierra, ante su ardor, ¿Quién puede resistir? Se atiza el horno para obras de forja; tres veces más el sol que abrasa las montañas, vapores ardientes despide, ciega los ojos con el brillo de sus rayos. Grande es el Señor que lo hizo, y a cuyo mandato emprende su rápida carrera (Si_43_1s). Que atrae al Verbo Encarnado, admirado ante la excelencia de su amor, que se equipara con el de los serafines, que poseen la visión de la gloria. Como ella optó por contemplar al Verbo divino, el Verbo no le fue arrebatado, por ser inseparable de ella. Su alma estaba más en él, a quien ella amaba, que en su cuerpo, al que animaba.
Magdalena buscó el cuerpo de su Maestro movida por la fuerza de su divino amor, que la impulsaba a menear o despertar a ese león que dormía con los ojos abiertos, debido a que buscaba su presa en las regiones inferiores de la tierra, retirando de ellas a los bravos Macabeos que tan dignamente combatieron por el templo y por sus hermanos. El vencedor saqueaba las mansiones tenebrosas para llevarse el botín de las dos leyes, sin olvidar al precursor de la tercera y de José, el hijo que crecía, al que había dado la parte que ganó con su flecha y su arco: la Virgen incomparable, que era la esposa de José y Madre del león vencedor de la tribu de Judá, raíz de David [522] El bramido de su trueno insulta a la tierra, a su voluntad sopla el huracán del norte y los ciclones (Si_43_17). La voz de Magdalena fue un trueno provocado por el amor y por la muerte; amor que es cálido, muerte que es fría. La tierra fue golpeada por las tempestades de Aquilón, es decir, de los espíritus helados que carecen de amor hacia su creador, al que aborrecen obstinadamente.
Magdalena no temió las alarmas; se sentía tan poderosamente urgida a cambiar y encontrar al que tanto deseaba, que no pudo El permanecer en los limbos ni en el sepulcro más de cuarenta horas: un día completo y parte de otros dos. Al ver a Magdalena en su propia vida, que es él mismo, el amor salió vencedor. Resucitado y victorioso, vio a Jesús salir de los infiernos; y mereció el gozo primero la que le amaba sobre todo lo creado.
[523] El amor de Magdalena era más fuerte que la muerte y la obligaba a dar su vida: La muerte y la vida lucharon un duelo admirable; el Señor de la vida reina vivo después de muerto. Dinos, María, ¿Qué has visto en el camino? Vi el sepulcro de Cristo vivo y la gloria del resucitado. Lo vi lleno de gracia antes de su muerte. Lo veo lleno de gloria y de verdad en su resurrección. El es mi sublime firmamento, la gloria de los cielos, el esplendor de la gloria del Padre, la impronta de su sustancia, el espejo sin mancha de la majestad divina; es mi sol que surge de las tinieblas para iluminarme y colmarme de alegría. Estoy configurada con él, y por él soy transformada en claridad: Vaso admirable, obra excelsa. De vaso ultrajado, en vaso de gloria transformado.
Por sus llagas he sido curada; por su muerte poseo la vida; su esplendor es mi luz, que camina ante mí hasta el mediodía de mi felicidad, para consumar todo lo terreno: En su mediodía reseca la tierra, ante su ardor, ¿Quién puede resistir? Se atiza el horno para obras de forja. Es necesario que él me retire a los desiertos o al empíreo para que pueda soportar sus llamas; es menester que conserve mi ser natural a través de un continuo milagro. El horno que arde en mi corazón obra suya admirable, produciéndola y apoyándola por un milagro de amor. Las tres divinas hipóstasis de la augusta Trinidad inflaman las tres potencias de mi alma, despegándolas de todo lo creado cual montes elevados por encima de las nubes: tres veces más el sol que abrasa las montañas (Si_43_4).
Este divino sol, con sus brillantes rayos, hace que pierda de vista a las criaturas, para que sólo lo mire a él, haciendo además otra maravilla al cubrirme en la penumbra de su grandísima claridad, que me ofusca felizmente: no teniendo ya vista en mí, sólo veo en él y por él: vapores ardientes despide, ciega los ojos con el brillo de sus rayos. Qué afortunada soy en medio de estas llamas, que me convierten, por participación, en fénix del que es fénix por esencia, cuyas mismas llamas me sirven de refrigerio. Después de contemplar el sol, nada deseo ver fuera de él. Como es tan singular para mí, deseo ser única para él, no pudiendo volver mis ojos para contemplar cualquier otro objeto.
El me envía sus ardientes rayos, y a cambio, le devuelvo mis suspiros inflamados. Si cierro los ojos, es para abrir el corazón porque el amor experimenta más gozo al abrasar su objeto, [524] que al contemplarlo, porque todo en él tiende a la unión y a la transformación. Yo soy el vaso admirable en el que Dios, que lo hizo, desea derramarse profusamente, a fin de colmarlo con su bondad: Grande es el Señor que lo hizo, y a cuyo mandato emprende su rápida carrera.
La grandeza de Jesucristo se manifiesta en la santificación de las almas; al convertir una gran pecadora como Magdalena en una santa eminente, su grandeza se muestra magnífica y munífica; Magdalena es una muestra de sus maravillas, un prodigio sobre la tierra y una maravilla en los cielos, que la admiraban cuando se elevaba en pensamientos sublimes. Los ángeles se abajaban para sostener su cuerpo, cuya gloria deseaban por haber servido al Verbo Encarnado, no sólo de escabel de sus pies, sino de carro triunfal en el día de su victoria, cuando con su muerte dio muerte a la nuestra.
Mientras él dormía en el sepulcro, y su alma santísima se ocultaba en los limbos, Magdalena velaba y comparecía en presencia de sus enemigos, animando a sus amigos. Al levantarse el sol del amor, acudió al sepulcro antes que surgiera el sol ordinario; aun permanecían las tinieblas cuando ella caminaba a la cabeza de hombres y mujeres, como la más valiente. Magdalena fue un sol que avanzó en una carrera admirable: desde el Oriente de la divinidad, llegó hasta el Occidente de la sagrada humanidad: Grande es el Señor que lo hizo, y a cuyo mandato emprende su rápida carrera (Si_43_5).
Ya dije que Magdalena fue un milagro de amor; por ello no puede dudarse que sea un evangelio, debido a que todas sus palabras y acciones son prodigios evangélicos del amor divino, que no desea ser proclamado en los cuatro extremos del mundo sin llevar en él la memoria de las obras de su amada, de la que no quiso desligarse. El amor los hace [525] inseparables, por tratarse de un reino que jamás podrá ser dividido sin ser destruido.
Jesús es Rey de Magdalena, y Magdalena es Reina de Jesús; reino que no es de este mundo porque el Rey viene del cielo y la Reina sube a él. En esta bendita unión, la misericordia y la verdad se encontraron. Magdalena es la maravilla de la misericordia de la divina bondad y el Verbo Encarnado es la forma sustancial de la verdad eterna.
Ella su corona inmortal, porque Magdalena coronó con las trenzas de su cabeza los pies de su amor, y su amor la corona con los resplandores de su rostro, que son saetas pacíficamente relanzadas a su origen: Un ejército hay en las alturas, el cual brilla gloriosamente en el firmamento del cielo (Si_43_9). Se trata del combate de amor que se lleva a cabo por el Señor de los ejércitos y por la Sulamita, que dirige un ejército admirablemente puesto en orden de batalla, por ser semejante al coro musical donde el Espíritu Santo da los agudos; el Padre, los bajos; el Hijo es barítono y su humanidad, contralto.
Todos los santos integran el auditorio que rodea el domo resplandeciente del eterno amor. Pero, ¿Qué digo? No pueden rodear su inmensidad pero están dichosamente abismados en su gloria inefable, extasiados en una divina admiración. El reposa en el centro de la felicidad, cuya circunferencia no se encuentra en lugar alguno y todos [526] exclaman: Terrible es el Señor y grande sobremanera, y su poder es admirable. Glorificad al Señor cuanto más pudiereis, que todavía quedará El superior; siendo como es prodigiosa su magnificencia. Bendecid al Señor, ensalzadle cuanto podáis; porque superior es a toda alabanza (Si_43_31s).
Ah, cuán admirablemente grande es el Señor de la gloria; cuán inefable es su poder. Alábenlo con todas sus fuerzas, ofrezcan sus alabanzas en continuas y sublimes elevaciones; él estará infinitamente más elevado en la maravilla de su grandeza. Bendigan a esta deidad suprema con toda la capacidad que les de; conozcan y confiesen que es divinamente loable; que sólo ella puede alabarse dignamente. Obren con humildad como los serafines y canten el trisagio de gloria.
Alégrense todos ustedes que son santos, en los lechos de su reposo, perdiéndose en tanta felicidad junto con la amada gloriosa, a la que he perdido de vista en los esplendores de su gloria.
Adiós, santa mía, recuerda a tu sierva en el seno de nuestro Amor, que te apacienta y te hace reposar en el mediodía de su ferviente y ardentísimo amor, en el que las potencias de tu alma son augustamente ensalzadas y eminentemente iluminadas por la divina luz.
Ya contemplas la luz; has entrado ya en el gozo de tu Señor, que te recompensa los sufrimientos que padeciste cuando él se encontraba en las angustias de su muerte. Tus lágrimas son transformadas en perlas gloriosas que te adornarán por toda la eternidad.
Bebe a grandes tragos en el torrente de sus divinas delicias; embriágate de deleites en la mansión de la gloria. El que bebió en el camino del torrente de la amargura, ha levantado tu cabeza, que es su amor. No volverá a morir; la muerte no volverá a ocultártelo. El es tu visión gloriosa y tu deleite amoroso por toda la eternidad. Así sea.
Capítulo 77 - Admirables luces que Dios me comunicó, inflamándome por medio de sus espíritus de fuego. Las tres divinas personas tienen sus complacencias en la Virgen Madre, en quien depositaron su poder, sabiduría y bondad. 1° de agosto de 1637.
[527] ¿Cómo podría yo hablar de lo que escuché y conocí después de tres horas de admiración? ¿Cómo describir las maravillas y esplendor de la gloria del Padre? Tus rayos son más apropiados para expresar la claridad que te dignaste infundir en mí esta noche que fue luz en mis delicias, que esta tinta negra; pero no me es posible expresarme por otro medio.
La necesidad, al igual que el amor, no tiene ley cuando es extrema, a no ser que su desorden se convierta en orden inexplicable. ¿Quién podría nombrar su generación sin conocer sus designios? El hiere para curar; combate para salvar; humilla para levantar; destruye para edificar; mata para vivificar y separa el alma del espíritu para divinizarla, uniéndola a su principio, que es su fin. Todo coopera en bien de los que le aman; aun las imperfecciones, que transforma en gracias a través de su generosa bondad; bondad que me envió una multitud de espíritus de luz para animarme y despertar, con la llama de sus ojos luminosos, la flama que me abrió el corazón y los ojos para contemplar a su autor y el esplendor del esposo que acudía a las bodas.
[528] Pero antes de hablar de lo que me parece inefable, adoro a la Augustísima Trinidad, al Padre en el Hijo, al Hijo en el Padre y al Espíritu Santo en los dos, así como ellos están en él. Adoro, pues, la unidad de la esencia y la trinidad de las personas sin confundir sus propiedades. Adoro su igualdad sustancial, adoro el centro eterno que está en todas partes, y cuya circunferencia no se encuentra en lugar alguno.
María tiene por principio al Padre, por camino al Hijo y por término al Espíritu Santo, lo cual la avecina tanto a la divinidad, que digo con el gran san Dionisio que, sin la fe admirable que me dice que sólo hay un verdadero Dios, que creó a la Virgen en su eternidad, la adoraría como una segunda divinidad, porque veo en ella, como a través de un cristal purísimo, la imagen de la hija de Dios y el trono de su Majestad, en el que el Anciano de los días se sentó desde el principio de sus designios, poseyéndola como su gloriosa heredad y obra maestra de su poder, no pudiendo reservarle dignidad más eminente que la de Madre de su Verbo, por cuyo medio expresa todo lo que procede de su perfecta fecundidad, manifestando su inmensa claridad a los ángeles y a la humanidad.
[529] Verbo que es el esplendor de la gloria del Padre; Verbo Encarnado que es además el esplendor de la gloria materna, recibiendo desde la eternidad su ser divino en forma virginal. El nos reveló la pureza del seno materno al nacer de María en el tiempo, manifestándonos su virginal pureza, a la que engrandeció por su magnificencia, que quiso tomar la naturaleza humana en su Madre como un rayo de su claridad, para dejar en ella una participación de su luz increada. Todo ello sucedió de manera tan singular, que ni el ángel ni el ser humano pueden comprender, pero sí adorar en María. Cuando el Padre introdujo a su primogénito en el seno virginal, se dice que por segunda vez ordenó a sus ángeles que le adoraran. La primera introducción se dio en el decreto eterno, cuando los ángeles aún no existían. Se dio, digo, en la mente divina que no tiene principio.
Sin embargo, como es necesario hablar de una hija, me refiero a un primer instante, en que la deidad la admiró complacida. El Padre la coronó de firmeza, representada por las estrellas, engendrándola en él como una hija coronada de su poder. El Hijo la revistió de luz, por ser su sol; el Espíritu Santo la calzó del influjo divino que termina al exterior las abundantes emanaciones del divino amor, de la misma forma en que da fin a las emanaciones interiores, por ser el término inmenso y amoroso del Padre y del Hijo.
La belleza de esta esposa apremió, por así decir, a las criaturas angélicas y humanas a reverenciar, servir y amar a la augusta María, adornando con ella a los ángeles designados a ser ministros que servirían, asistirían y admirarían a la Reina de la gloria, que era el verdadero trono de Dios, de quien procede el río de amor que alegra toda la ciudad santa.
[530] El Dios tres veces santo santificó este tabernáculo que levantó, no el hombre, sino el Espíritu Santo, movido por una divina inclinación sobre sus aguas, que eran y son un mar en el que deseaba que naciera en el tiempo el Verbo que nace eternamente del divino Padre. Fue él quien manifestó a los ciudadanos del cielo los fulgores indescriptibles de aquella que sería el terror de los demonios rebeldes a Dios. La complacencia de Dios ante la fiel obediencia que los ángeles rindieron a María, es indecible. Me pareció ver una jerarquía admirable, en la que Dios deseaba asentar su trono, honrándolos con una nueva dignidad mediante los oficios que debían rendir a esa infanta, a esa regente, esa Reina. Constituyó a unos asistentes y a otros, administradores.
Todos los espíritus celestiales aguardaron esa aurora que debía manifestarles las nuevas claridades de su divino sol, esperando contemplar el templo de gloria en el que Dios mismo oficiaría y presentaría los sacrificios de alabanza; en el que el príncipe debía, en calidad de señor, entrar solo sin causar abertura, dejando cerrada esta puerta del cielo. Al penetrar en María y al nacer de ella, conservaría siempre su condición de Virgen de Dios, porque la virtud del Altísimo la cubriría con su sombra.
El Espíritu Santo descendió a ella con plenitud y el Verbo se revistió en ella de las vestiduras sagradas que guardaba este templo divino. El cordero pidió por la humanidad entera. El era el Hijo divino y humano, que complacía a la divinidad con sus eminencias divinas y la humanidad de sus sufrimientos abismales. Todos los Danieles se extasiaron al [531] ver posarse en María el trono de la adorable Trinidad, mirando en él a la divinidad siempre antigua y siempre nueva, toda vestida de luz. Como los deseos divinos parecían haberse retrasado, Dios se manifestaba como un anciano en sus afectuosos pensamientos: Y un Anciano se sentó. Su vestidura, blanca como la nieve; los cabellos de su cabeza, puros como la lana. Su trono, llamas de fuego, con ruedas de fuego ardiente (Dn_7_9).
El Verbo se hizo carne a fin de tener necesidad de María, sabiendo que ella lo concebiría, lo llevaría en su seno, lo daría a luz, lo alimentaría, le enseñaría a hablar, a caminar, a compadecerse de nuestras debilidades y le buscaría esposas. En fin, que daría a su Padre un Hijo servidor, en el que éste se glorificaría más que en todas las cosas del cielo y de la tierra; Hijo que sería criatura y Creador; Hijo que pacificaría el cielo y la tierra; [532] Hijo que le sometería todo al sujetarse a su Madre, que sería su Señora en el tiempo y en la eternidad. Aquel que la llama Completa a la trinidad, la alaba dignamente. La contemplo no sólo como la deseada de todos los pueblos, sino como la deseada de las tres divinas personas, si me es permitido expresar con estos términos el amor eterno con que debieron dar la existencia a María, que constituye, externamente, la culminación de sus delicias. El Padre ve en ella su poderosa generación; el Hijo, su sabia filiación; el Espíritu Santo, su ardiente amor y reposo amoroso. Por mediación de la Virgen, el Espíritu une nuestra humanidad a la divinidad, a través del soporte del Verbo divino que se hizo hombre en ella, haciéndonos participes de la naturaleza divina en el momento de la Encarnación.
El Espíritu Santo se regocija a causa de María, al formar de su sustancia virginal un cuerpo bellísimo y perfectísimo: el del Hijo único del Padre, que nos ha llamado por su propia gloria y virtud, por medio de las cuales nos han sido concedidas las preciosas y sublimes promesas, para que por ellas os hicierais participes de la naturaleza divina (2Pe_1_3).
Qué alegría para los ángeles fieles contemplar un Hombre-Dios que venía a reparar las ruinas ocasionadas por los que apostataron. Qué abundancia de gozo espiritual al ver las delicias que el Espíritu Santo encontraba en la fecundidad de María, obrando en ella después de permanecer toda una eternidad sin producir nada en la Trinidad porque en él termina todo, ya que es el fin de todas las operaciones internas! [533] El Espíritu Santo enviado desde el cielo, al que los ángeles ansían contemplar (1Pe_1_12), experimentó un divino contento al mirar al Verbo Encarnado. A su vez, los ángeles adoraron y admiraron la divina Encarnación en María, que se llevó a cabo sin detrimento de su integridad virginal, reconociéndola como Madre del Salvador.
Capítulo 78 - Grandezas de la Virgen. Fui invitada a las bodas del Cordero. 2 de agosto de 1637.
[535] Durante la noche de este día, fui elevada por espacio de tres horas en una sublime contemplación de las grandezas de la Virgen, cuya gloria me dieron a conocer los ángeles.
Fui invitada a las bodas de esta esposa del cordero. Miles de ángeles rodeaban el trono del Señor; ángeles que fueron profetas de María, por haberla conocido a través de la revelación que tuvieron antes de la creación de la humanidad. Los fulgores y relámpagos que los llenaban de luz, sirvieron de sombra a María en esta ocasión.
Durante estos conocimientos, recibí favores inestimables, después de lo cual se me convidó a las bodas del Cordero.
La adorabilísima Trinidad me dio a entender que yo pertenecía a las tres divinas personas, que ocupaban mi corazón y mi alma, cuya presencia sentía de manera inefable, acompañada de una [536] legión de ángeles que asistían a la adorable Trinidad, que me hizo un augusto presente: un triple cordón que no podía romperse, que era Dios, la Virgen Madre y la creación, todo lo cual me ligaba al Dios trino y uno.
Comprendí que, por haber desafiado a todas las criaturas y combatido valerosamente durante una larga oración, un afecto que me hacía tener alejarme al menos un poco de Dios, la resistencia que la gracia opuso en mí complació al Dios de bondad, lo cual me demostraba por medio de sus luces, dándome a conocer que era yo un ejemplar de las bondades que obra en las almas. Añadió que yo era su elegida, que se complacía en asentar su trono en mí y que le encantaba ver su gracia en mi alma. Ya escribí en otra parte, con más amplitud, los conocimientos que recibí acerca de las grandezas de la Virgen.
Capítulo 79 - Excelencias del corazón de la Madre de Dios. 18 de agosto de 1637.
[537] El secretario de las divinas y adorables maravillas: el águila real y evangélica, después de fijar sus ojos en la fuente de origen de la divinidad, y contemplar claramente el nacimiento inefable del Verbo eterno e increado, retornó a la tierra diciendo: Y el Verbo se hizo carne, y puso su Morada entre nosotros, y hemos contemplado su gloria, gloria que recibe del Padre como Hijo único, lleno de gracia y de verdad (Jn_1_14). Con ello quiso decirnos que el espectáculo eterno que admiró en el seno del Padre es el mismo que adora en la plenitud de los tiempos en el seno de María, lleno de gracia y de verdad.
María es la hija incomparable del gran Caleb, admirable-mente adornada y prometida al que derrotara a Quiryat Séfer (Jos_15_16) en la que se encuentra la fuente del agua superior e inferior. Su corazón está lleno de gracia y de verdad; en él contemplamos la gloria del único Hijo del amor superior e inferior, eterno y temporal: la gloria del Hombre-Dios.
Ella es la mujer fuerte que la divinidad encontró en los designios de su infinito amor, cuyo único principio es la eternidad y su término la infinitud, que son sus confines. Es necesario el mismo Verbo, para hablarnos de la vastedad de María, cuyo corazón es un mar espacioso delimitado por la mano de Dios para albergar en él toda su divinidad corporal y cordialmente, porque las tres divinas personas de la Trinidad son indivisibles.
[538] Las contemplo admirablemente en el corazón de la tierra, virgen por tres días pero también para siempre, porque el Verbo Encarnado debía salir de ella visiblemente revestido de su sustancia virginal. Allí habitará divinamente con su deidad de origen, que estableció prodigiosamente en este corazón su eterna morada, lo cual no puedo expresar sino adorar y decir balbuciendo que la Virgen penetró, por una gracia inefable, en el consorcio divino por medio de circumincesiones adorables, para proclamar todo lo que se decía del Verbo Encarnado.
En el original divino y academia de la sabiduría increada, aprendió ella la manera de comportarse respecto a la sabiduría encarnada, intuyendo con mayor claridad que san Dionisio el orden de sus esencias espirituales, en las que se purifican, iluminan y perfeccionan. María experimentó la firmeza del rayo divino, que la ligaba divinamente al iluminarla augustamente, porque los ángeles son meros símbolos de sus intensas luces, invisiblemente visibles a los ojos de su luminoso entendimiento, que circunscribía sus esplendores en las concavidades de su noble corazón. Dios, al tomarlo en sus manos, actuó como en la división de las aguas, inclinándolo según sus deseos.
Por lo que a mí respecta, afirmo que María es el corazón de Dios en plenitud, al que el mismo Dios se inclinó para descender a ella. Este corazón sagrado, tocado y tocando sus montes eternos, lanzó fumarolas: el Verbo se convirtió en un incienso perpetuo en el seno de María. Fue ésta la sima en que él se abismó en la noche de sus luminosas delicias, orando cual Dios encarnado en forma divina y humana. El pequeño Samuel; mejor dicho, el pequeño Emmanuel, crecía en sabiduría y en edad delante de Dios y en María, en la que fue concebido del Espíritu Santo, como dijo el ángel a [540] José, morando en su seno lleno de gracia y de verdad, impasible y pasible, inmortal y mortal, Dios y Hombre, resurrección de los buenos y ruina de los malos.
Como en Dios todo está presente, el corazón de María es la misma admirable Virgen, que contiene los nombres de los hijos de la luz; que lleva en sí grabadas doctrina y verdad. Es el oráculo del cielo y de la tierra, razón por la que confirió todo al corazón dividido y sopesó todo según el peso del santuario divino, conservando sus derechos de soberanía.
Jamás se encontró un corazón más fiel, que haya sabido conservar la ley del Altísimo, manteniéndose en su bajeza en una abismal y profunda humildad, que Dios contempló para engrandecerla ante él y todas las generaciones, que la llamarían bienaventurada. El la engrandeció por ser el omnipotente, cuyo nombre es santo, eterno en su esencia y temporal en María. Toda santidad pertenece a su casa a través de una divina alianza, como profetizó el real profeta, [541] antepasado suyo: La santidad es el ornato de tu Casa, Señor, por el curso de los días (Sal_93_5). El mismo rey David exclamó: Voy a escuchar de qué habla Dios. Sí, el Señor habla de paz para su pueblo y para sus amigos, con tal que a su torpeza no retornen. Ya está cerca su salvación para quienes le temen, y la gloria morará en nuestra tierra (Sal_85_9s).
María confirió a la humanidad la misericordia divina junto con las verdades prometidas, y vio a la justicia y la paz besarse en su corazón; fue consciente de que la verdad había descendido a ella en la Encarnación, y que nacería de ella nueve meses después, en el día de la Natividad, por la humanidad entera. Fue concebida en ella para glorificar con ella a la Trinidad, gloria tan admirable, que ni los hombres ni los ángeles serían capaces de cantarla. Únicamente las tres divinas personas, la humanidad sagrada y María, entonan este cántico en medio de un divino silencio, que expresa sus maravillas inefables en el corazón de María, Virgen divinizada y divinamente alabada. Por todo ello exclamó: Engrandece mi alma al Señor, y mi espíritu se goza en Dios mi salvador.
[542] Mi alma ha crecido en Dios y engrandece o glorifica al Señor en mí, regocijándome con una alegría inexplicable. Mi espíritu rebosa de alegría en Dios mi divino salvador, que se complació en unirse a mi nada, a fin de que todas las generaciones me digan bienaventurada. Por ser poderoso, hizo en mí grandes cosas, grabando en mi corazón su nombre, que es santo, seguido de los nombres de los elegidos. Su voluntad desea que nos alegremos por ello, por ser él libro de vida en mis entrañas; libro que recibí en cuanto di mi consentimiento a su embajada de amor.
Al verme en el temor, me llevó en un momento hasta su amor, en el que experimenté sus adorables delicias. Mi corazón, que es un mar, se inclinó a sus designios sin que sus aguas se dividieran. Los ángeles, cuando su Padre les mandó adorarle el día de su nacimiento en la tierra, pudieron exclamar: Qué maravilla tan grande: un Hombre-Dios nace de una Virgen, que lo produjo sin que sus aguas fueran separadas, obrando en ella y de ella todas sus voluntades. El Padre, que se rodeó de rayos en el monte Sinaí, calma aquí las tempestades; el Espíritu Santo, que no deseaba morar en el hombre por [543] ser carnal, descendió a María como esposo para formar de su carne virginal un cuerpo para el Verbo del que procede; un cuerpo en el que toda la plenitud de la divinidad habita para siempre.
El Padre, que moraba y mora en una luz inaccesible al ser humano, encontró la manera de conceder su sublime poder a María, dándole su sombra para atemperar con ella las luces ardientes del Verbo divino, que se encarnó en su seno con tanta dulzura, que ella fue su sabbat delicado y el santuario en el que el Señor vive glorioso.
Fue esto lo que el profeta Isaías profetizó diciendo: Si apartas del sábado tu pie, de hacer tu negocio en el día santo, y llamas al sábado Delicia, al día santo de Yahvé Honorable, y lo honras evitando tus viajes, no buscando tu interés ni tratando asuntos, entonces te deleitarás en Yahvé. (Is_58_13s). Pero, ángeles del cielo, ¿Qué hacen? Por mandato del omnipotente dan el maná a la humanidad que va en los desiertos; ellos, admirados, preguntan: ¿Qué es esto? Y así durante [544] 40 años. Sin embargo, en la plenitud de los tiempos y ya para siempre, María da el maná al mismo Dios, maná al que ustedes adoran en esta noche, que es un mañana de alegría en el que cantan: Gloria a Dios en las alturas y paz en la tierra a los hombres de buena voluntad. El maná que ustedes daban no caía en día de sábado porque no contenía el verdadero reposo de las almas, por ser sólo figura y sombra del cuerpo sagrado que lleva en él la eterna verdad, que lo sustenta divinamente por ser su soporte. En el maná sagrado se encuentra el reposo eterno: el Espíritu Santo, por concomitancia con las operaciones internas y eternas de este acto purísimo. Dios, que está en acción perpetua y en eterno reposo, es el delicado sábado en María Virgen, que se convierte en Madre sin detrimento de su integridad virginal.
Lleva en ella al Soberano que se revistió y se alimenta de su sustancia purísima. Al convertirse en ella para transformarla en él, diviniza enteramente su corazón es divinizado por ser hijo de este corazón encendido que es santuario de la Trinidad, que vive en él.
El maná que ustedes daban no caía en día de sábado porque no contenía el verdadero reposo de las almas, por ser sólo figura y sombra del cuerpo sagrado que lleva en él la eterna verdad, que lo sustenta divinamente por ser su soporte. En el maná sagrado se encuentra el reposo eterno: el Espíritu Santo, por concomitancia con las operaciones internas y eternas de este acto purísimo. Dios, que está en acción perpetua y en eterno reposo, es el delicado sábado en María Virgen, que se convierte en Madre sin detrimento de su integridad virginal.
Lleva en ella al Soberano que se revistió y se alimenta de su sustancia purísima. Al convertirse en ella para transformarla en él, diviniza enteramente su corazón es [545] divinizado por ser hijo de este corazón encendido que es santuario de la Trinidad, que vive en él. Su forma es triangular, para alojar a las tres augustas personas de la adorable Trinidad, que son siempre una Deidad simplísima. En este corazón brillan las divinas nociones; en este corazón adoro las divinas emanaciones; en este corazón admiro las adorables relaciones y los inefables atributos personales con su elevadísima penetración.
Las contemplo una dentro de la otra en su circumincesión divina. Salomón se extasió al ver a la majestad divina entrar al templo en forma de una nube que obstaculizaba la celebración. Yo, en cambio, tengo mucha más razón para extasiarme al contemplar a la divinidad en su realidad y no figurada en el seno de María, sin impedir las operaciones de sus potencias, viéndolas divinamente en acción, y exaltándolas de manera sublime. Exclamé con la Iglesia: Levantemos el corazón para contemplar el corazón divinizado en el que Dios encuentra sus delicias de amor.
El Dios oculto dijo en otro tiempo a Job que se ciñera como un hombre a fin de que pudiera interrogarlo y él [546] responderle: ¿Dónde estabas tú cuando fundaba yo la tierra? Indícalo, si sabes la verdad. ¿Quién fijó sus medidas? ¿Lo sabrías? ¿Quién tiró el cordel sobre ella? ¿Sobre qué se afirmaron sus bases? ¿Quién asentó su piedra angular, entre el clamor a coro de las estrellas del alba y las aclamaciones de todos los Hijos de Dios? ¿Quién encerró el mar con doble puerta, cuando del seno materno salía borbotando? (Jb_38_4s).
Amor mío, ¿me reclamas para interrogarte en la plenitud de los tiempos, en que diste tu soporte a nuestra naturaleza, convirtiéndote en el cimiento de nuestra tierra? Eres tú quien la midió al anonadarse. Al ceñirte como un hombre sin dejar de ser Dios, no traspasaste la línea recta de tu eterno decreto, apoyando desde lo infinito a lo finito, con tu propia sustancia, una naturaleza frágil que nada tenía de sí. Supiste permanecer en el seno del Padre y descender a las entrañas de tu Madre como verdadera piedra angular, uniendo dos naturalezas infinitamente lejanas y fijándolas en un mismo soporte.
[547] Los ángeles, estrellas mañaneras, te alaban al unísono por haber venido a la tierra para reparar las ruinas del cielo. Fue grande su júbilo al saber que la naturaleza humana se había unido mediante este cordel al Padre, del que emana toda paternidad divina, toda filiación, y al ver que la humanidad recibía la adopción para gozar de la heredad celestial gracias al divino salvador que se encontraba en el mar, cerrando sus puertas cuando todos los pecadores se encontraban en los destrozos del pecado y los seres humanos nacían culpables al salir del vientre de su madre, dividido por sus faltas.
¿Dónde estabas cuando le puse una nube por vestido y del nubarrón hice sus pañales? (Jb_38_9). Estaba en tu mente, gloria mía; estaba en ti, vida mía, cuando tu amoroso poder tomó en María, tenue nubecilla, una vestidura sagrada, en tanto que el Altísimo la cubría con su sombra y el [548] Espíritu Santo bajaba hasta ella para que te rodeara de su sustancia como se envuelve a un niño en pañales purísimos. Tú, mediante la unidad de personas con ellos, y al asumir nuestra naturaleza, trazaste sus linderos y colocaste puertas y cerrojo (Jb_38_10).
Yo estaba en ti, amor mío, cuando encerraste tu inmensidad en el seno de María, tomando en ella una túnica mortal y colocando una puerta entre tu parte superior e inferior, convirtiéndote en viandante y comprensor: Llegarás hasta aquí, no más allá, le dije, haciendo un continuo milagro: aquí se romperá el orgullo de tus olas (Jb_38_11), al detener y suspender la gloria que te era esencialmente debida en razón del soporte divino, para que no se desbordara en la parte inferior del alma y sobre los sentidos. Estaba en ti, bondad inefable, sin conocer el exceso de amor que por sí solo deseaba imponerse esta ley, que el Padre eterno me pidió escuchara a fin de que te ame con intenso amor para [549] corresponder al suyo, en proporción a la capacidad de una pequeñita.
Amor mío, dame fuerza para amarte. Padre Santo, concédeme el amor con el que amaste a los hombres al grado de entregarle a tu Hijo único. Eres tú, Padre Santo, quien da sin jamás haber recibido; el que entrega su esplendor con abundancia inefable, de manera que puedo aplicarte estas palabras que dijiste a Job: Echa luz su estornudo, sus ojos son como los párpados de la aurora. Salen antorchas de sus fauces, chispas de fuego saltan. De sus narices sale humo, como de un caldero que hierve junto al fuego. Su soplo enciende carbones, una llama sale de su boca. En su cuello se asienta la fuerza, y ante él cunde el espanto (Jb_41_10s).
De tu boca divina emana el Verbo que es tu esplendor eterno, todo fuego y llamas. Tus ojos son luces orientales que fulgen desde la aurora; de tu boca salen antorchas cuya flama se eleva hasta el principio que las produce.
[550] Por ser tú fuente de origen, de ti proceden, divino Padre, el Verbo y el Espíritu Santo. ¿Quién es el Verbo? Es tu generación; tu hálito. ¿Quién es este viento ardiente, esta espiración? Es el Espíritu Santo que produces en unidad de principio junto con tu Verbo mediante una espiración común. Es un soplo eterno del pecho inflamado en el que reside el único y engendrado del Padre fecundo, que te penetra al ser engendrado produciendo, Padre divino, dos divinas personas que están en ti como tú estás en ellas. Las tres abismadas sin sumergirse en la plenitud de tu inmensa gloria, en la que te bastas a ti mismo, en tu deidad única y admirabilísima Trinidad en una sociedad inmensamente feliz.
Tu bondad, en sí comunicativa, ha querido ser suficiente al exterior a los ángeles y a los hombres por medio de comunicaciones admirables en la naturaleza, en la gracia y en la gloria. Sin embargo, lo que sobrepasa todo pensamiento y extasía las mentes angélicas y humanas, es que tu amorosa y suprema deidad se dignó unirse a la naturaleza humana, apoyándola en una de las hipóstasis de la adorable y pacífica [551] Trinidad, a fin de que en ella el hombre fuera Dios y Dios, hombre; y que esto sucediera en el seno de una Virgen, donde culminó este misterio inefable. En su cuello se asienta la fuerza, y ante él cunde el espanto.
¿Qué cuello es éste donde se asentó la fuerza? Es la Virgen Madre escogida por el Verbo, que se adhirió fuertemente a ella para derramarse dulce y misericordiosamente en nosotros a fin de alimentarnos con su sustancia, desvaneciendo toda escasez y empobreciéndose para enriquecernos. La Virgen es una torre provista, que llevó en ella el trigo de los elegidos rodeado de azucenas, y su vientre colmado del vino que engendra vírgenes.
La bondad y la belleza del Señor, el Verbo eterno, quiso habitar en esta casa de marfil y atraer a ella espíritus y almas virginales, para deificarlos. Los corazones puros poseen el privilegio de contemplar al cordero en esta fuente de amor. Ella es el arsenal de flechas sagradas y rayos amorosos que abrasan castamente los corazones escogidos que la divina bondad contempla en él; aquél que ella nos da, [552] es el mismo Señor. Tu ombligo es un ánfora redonda, donde no falta el vino. Tu vientre, un montón de trigo, de lirios rodeado. Tus dos pechos, cual dos crías mellizas de gacela. Tu cuello, cual torre de marfil (Ct_7_3s).
El seno de esta Madre es pura abundancia; es el trigo sagrado salpicado de azucenas. Es marfil adornado de zafiros. Sus pechos alimentaron al Verbo Encarnado, que tiene dos naturalezas: por una es igual a su Padre, y por la otra, purísima, está sujeto a su Madre. Ambas están divina y dignamente en lo más alto de los Cielos. Este Jesús es el cielo supremo. En él no sólo es nuestro abogado, sino nuestro hermano, que desea seamos alimentados a los pechos de su Madre, y que estemos con él en el seno de su Padre, que es el domo de gloria y de luz que poseía desde antes de la constitución del mundo.
El quiere que todos seamos uno con su divino Padre, y que ya desde esta vida establezcamos nuestra morada en su casa de marfil, que es el seno de su Madre Virgen, al que invita a sus esposas virginales.
Los corazones puros tienen el privilegio de contemplar al cordero divino en la fuente del amor, que es el arsenal de las [553] armas de la luz, de las flechas sagradas y de los rayos amorosos con que abraza castamente los corazones escogidos, que la divinidad contempla y contemplará en él. El Señor aparecerá sobre ellos, y saldrá como relámpago su flecha; el Señor tocará el cuerno y avanzará en los torbellinos del sur. Yahvé Sebaot los escudará; y devorarán y pisotearán las piedras de la honda, beberán la sangre como vino, y se llenarán como copa de aspersiones, como los cuernos del altar. Los salvará el Señor su Dios el día aquel, como rebaño de su pueblo, porque serán piedras de diadema refulgentes sobre su suelo (Zc_9_14s).
El Señor Dios le contempla y les envía saetas inflamadas de fuego reluciente, de chispas brillantes, cantando él mismo sus victorias e impulsándolos hacia el mediodía de su morada, donde desea protegerlos con sus armas invisibles, a fin de que devoren todo y que sometan la naturaleza a la gracia, a pesar de que sus hábitos los hayan endurecido como piedras de un cimiento, que aquí es enterrado y devorado por la fuerza del amor divino, para el que nada es [554][ difícil, por estar embriagado del vino del lagar virginal.
Todos son colmados como vasos sagrados; y al igual que los cuernos de los altares, son el asilo de los prófugos y la abundancia de los que viven en el templo; los que huyen de la naturaleza para adherirse a la gracia, están seguros en él, por ser rebaño predilecto de este pastor. Todos son ensalzados como zafiros sembrados en este marfil divino: Su vientre de marfil, adornado de zafiros, a favor del corazón virginal que es la tierra sacerdotal; corazón sagrado que siempre complació al sumo sacerdote, siendo cual muro de fuego que lo rodeó por todas partes.
El habitó siempre en medio de este corazón en gloria divina; corazón que recibió y conservó en todo momento sus amores, siendo la porción del Dios eterno así como quiso ser la suya al ascender sobre todos los cielos. El es el cielo supremo; pero, oh maravilla, en este entorno se somete a María, y su corazón se inclina amorosamente al seno porque ella tiene un corazón de Madre y él un corazón de Hijo; de un Hijo incomparable, de una Madre sin par.
Capítulo 80 - Los inmensos deseos de la Virgen muriendo y triunfando. 15 de agosto de 1637
[557] Padre eterno, cuán larga parece la tregua a la hija que dejaste como rehén a la Iglesia militante. Cuando permitió al Amado, por esencia y por excelencia subir más allá de los montes, te mostró que la caridad no busca su contento, sino Su gloria, diciendo al Hijo de sus entrañas: Huye, amado mío, y aseméjate a la corza y al cervatillo, en los montes de las balsameras (Ct_8_14). Huye querido mío con la velocidad de un venado o de un cervatillo sobre las montañas perfumadas, tu cuerpo glorioso no está aquí en un lugar que convenga a su gloria. No hay semejanza entre la luz de la inmortalidad, con la mortalidad de esta tierra. Para mí que no estoy en estado de gloria, siendo todavía viajera y mortal, permaneceré aquí para asistir la Iglesia hasta el tiempo en que tu providencia querrá retirarme.
Languideceré en tu ausencia, el amor que nos une me hará experimentar un martirio indecible; pero así como no rehusé sufrir junto al escándalo de tu cruz, acepto las penas de una vida alejada de tu gloria. Sufriré valerosamente cualquier aflicción que el amor me pueda causar y, si lo crees conveniente, te informaré de vez en cuando acerca de lo que mi apenado corazón deberá padecer. Lo haré a través de mis suspiros, diciendo amorosamente: el cielo escucha y mira mis anhelos. Id pues, suspiros míos, a los cielos. Suspiros que no serán despreciados de tu buen corazón que no se olvidará absolutamente de su languideciente Madre. Tú eres el Benjamín de tu Padre. Ve a su derecha, tu hora ha llegado, tú eres el Benoní de tu Madre, puesto que Ella no vive sino una vida de muerte, porque languidece en la tierra después de tu ascensión, recordando la opción que hiciste al entrar en el mundo: se te proponía el gozo y escogiste, en cambio, la cruz y el menosprecio. Que se haga en mí como en Ti oh mi Amor. Ve a la gloria con júbilo, sube al son de las trompetas, ve, vida mía, me contentaré cuando Tú reinarás en el empíreo donde los millares de millones y las centenas de millares de millones te servirán y asistirán a tu lado para adorar tu gran majestad [558] para obedecer tus mandatos.
Ve cerca de tu Padre que no te ha dejado nunca solo. Sé entronizado a su derecha como el esplendor de su gloria, la figura de su sustancia, la imagen de su bondad, el espejo de su majestad como el candor de la luz eterna, entra en los cielos y haz el cielo supremo. Siéntate con El en el trono de grandeza. Acepto todo lo que te glorifique mortificándome por Ti todos los días de mi peregrinación. Yo experimento con esta salida dos deseos: Uno de verte gloriosamente alabada en los cielos, el otro de detenerte en la tierra para no ser privada de tu amada presencia. El primero, sin embargo, es el más fuerte por ahora. Adiós, mi luz; adiós, gloria mía; adiós, corazón mío; adiós, fuego mío. Dirígete al empíreo, que es el cielo llameante; la tierra no supo conservar el fuego que viniste a traerle. Envía a tu Espíritu Santo para que la inflame.
Madre incomparable, en el momento en que mencionas al Espíritu de amor, cubre él a tu hijo en forma de una nube, ocultándolo a tus ojos y a los nuestros. Ah, Virgen mía, qué espada te atraviesa. Nuestra cabeza sube al cielo y nos deja su cuello. María, tu corazón ve sin ojos; tu amor penetra hasta donde la ciencia no puede alcanzar. Tienes continuamente un auxilio divino; la Trinidad mora en ti como en su templo, para recibir en él tu incomparable adoración. Atravesarás con generosidad el Jordán de esta vida, después de lo cual serás elevada por encima de los cielos, donde tu Hijo ha ido a preparar tu gloria y ensalzar tu trono. Pero ¿Qué digo? Señora, esto es contradecir los deseos de tu soberano corazón, que nació para reinar, pero divinamente en el reino infinito cuyo retraso la hace languidecer. Escucho tu anhelo, que es muy legítimo: Si él me besara con beso de su boca (Ct_1_2).
El Padre Eterno se estremeció de mi languidez, que termine esta prueba que tanto dura, enviándome desde lo alto su Oriente. Me encuentro aquí en la sombra de la muerte por la privación de mi apreciada vida. Es demasiado dejar a una hija a una madre y esposa en este valle de lágrimas; es demasiado el haberla dejado setenta años en la iglesia militante; mis afectos me impulsan a ir con la triunfante.
Padre Santo, yo te hago la súplica que tu Hijo y el mío te hizo en la Cena. Dame la claridad que me habías destinado desde antes que el mundo fuera hecho porque me habías poseído desde el comienzo de tus designios en el Verbo Eterno antes de todos los siglos como la hija primogénita y la más amada de todas tus criaturas. [559] Albérgame pronto al lado de mi principio eterno, a fin de que tenga junto a él su principio temporal. Tú me diste a tu Hijo, que es la fuerza que sostiene la naturaleza que tomó en mí. En él te di mi sustancia, porque se hizo carne para ser un templo divinamente edificado; un templo cimentado en el soporte divino que también lo portaría.
Le he dado mi carne con su consentimiento. Yo no dormía porque consideraba con mucha prudencia cómo te agradaría haciéndome Madre sin quitar mi virginidad por la cual yo estaba completamente consagrada. El Ángel me dijo de tu parte que tu Espíritu divino descendería hasta mí, que tu poder me cubriría con su sombra y que Hijo que concebiría y daría a luz sería tu Hijo santísimo. Todo esto se cumplió el él, que está glorificado contigo, único Dios.
No está bien que El esté solo, sentado a tu derecha en el trono de gloria, porque por naturaleza, El es puro, separado de los pecadores. Dame una compañía que por gracia, habrás hecho semejante a El para que yo sea su sostén en la distribución de la gloria porque yo fui su consejera en la redención. El dijo que allí donde está, desea que estén sus ministros. Si me concedes dicho favor en esta dignidad, con mayor razón me lo reiterarás por ser, gracias a tu divina elección, tu Hija queridísima, su Madre honorabilísima y la Esposa amadísima del Espíritu Santo, que intercede en mi corazón con gemidos inenarrables. El desea mi gloria, es un Esposo amoroso que tiene su delicia en la felicidad de la Reina de Amor, toda la gloria de tu paternidad habitó en mí cuando yo acogía este Niño glorioso, ahora que yo habito en El, entrando en la gloria de mi Hijo y mi Señor; se acerca la hora, estoy ansiosa de ser sumergida en el bautismo de luz y gloria inefables. En todas las cosas busqué su reposo; debo morar en tu heredad, que es mi gloria y mi alegría, así como fue mi cáliz de tristeza. El me dijo que me daría con gusto la participación en su cruz, pero que un día tú me darías para siempre la posesión de la alegría eterna, por tu divina magnificencia, deseando que yo sea divinamente recibida.
Siendo mi Hijo y mi pensamiento, estima que mi gloria será más sublime si me es conferida por su Padre, que es enteramente divino. Por eso quiere que me dirija a ti. No vivo más en el mundo: aquí me tienes, vengo a ti; bésame con el beso de tu boca. Tus pechos son mejores que el vino; que me embriague en los torrentes de tus divinas emanaciones: el Verbo, que emana de tu entendimiento, y el Espíritu Santo, que procede de tu voluntad, de la que son términos adorables, a los que contemplo en la fuente de la luz, de la luz inefable que es tu Hijo y el mío. Que muy pronto sea yo transformada en esta unidad, porque él pidió que todos los que le diste fueran consumados en ella, así como tú y él son uno en el Espíritu Santo.
Me diste a él por Madre y él se dio a mi por Hijo, por ser ésta tu voluntad, a fin de que yo pudiera conocer la infinita grandeza de tu amor hacia mí, amor que me hizo predilecta por encima de toda la creación por una gracia singular: la de ser Madre sin [560] detrimento de mi virginidad y Madre de un Hijo que tengo en comunión contigo por indivisibilidad. Al darme a este hijo, me diste en él todas las cosas en el estado de la naturaleza y de la gracia. Espero de ti y de él, por el Espíritu Santo, la plenitud de la gloria, por ser tus dones tan abundantes en el tiempo como magníficos en la eternidad. Padre Santo, yo te recomiendo a todos los elegidos que Tú me has dado por deseo de tu Hijo, dándome a su favorito como Hijo. En El, el me ha hecho madre de todos sus hermanos
¿Podré olvidar mis hijos de adopción que mi Hijo natural y el vuestro me han adquirido y recomendado? Virgen santa. Al orar te transfiguras; ya la gloria te circunda, penetrándote con sus rayos gloriosos. El sol vuelve a entrar en su aurora para mostrar en los cielos una nueva claridad. Nosotros vemos aparecer en nuestro horizonte la aurora antes que el sol; en el empíreo vieron al sol antes de su aurora. Esto se debió a que la fuente de luz no dejó su principio, ni el Verbo divino salió jamás del seno paterno, en el que nunca es de noche porque en Dios todo es luz eterna.
Cuando hablo del Verbo increado, digo mal si me refiero al Verbo Encarnado, porque él estaba y está en el seno paterno mediante su soporte, que jamás abandona el alma y el cuerpo a los que dio apoyo. A pesar de que la muerte los separó, el amor eterno los mantuvo siempre enlazados en el soporte divino que los apoyaba divinamente, mientras que, hablando a lo humano, estaban separados y humillados en el sepulcro y en los limbos. Dios jamás dejó lo que una vez tomó para siempre. La suspensión que obró mediante la economía admirable de sus deliciosas claridades, cuando era viandante y comprensor, privaba a su cuerpo y a la parte inferior del resplandor de la gloria que debía poseer por naturaleza, por ser tu Hijo natural inseparable e indivisible de su principio, y a que su soporte, como el tuyo y el del Espíritu Santo, son un Dios simplísimo en tres personas distintas, aunque no divididas, por estar plenamente una dentro de la otra en igualdad y consustancialidad eterna e infinita.
[561] Ah, no estás más en el mundo ni en la tierra, Virgen mía, en la que eres la tierra sublime que asciende hasta los cielos. ¿Qué haces, divino amor mío? Quiero hacerles un rapto. Elevas tu tabernáculo, imponiendo silencio a esta carne divinizada que comprende toda carne purificada y pura, porque el resto fue corrompido en Adán. Has escuchado su oración: muy pronto volverá a ti toda carne. A pesar de ello, te llevas este espíritu, sirviéndole de carro triunfal, inflamándolo e iluminándolo a tal grado, que exclamo ante ti: La virgen desfallece ante la luz cuando la saludas llena de gloria, para ser Señor con ella, que es tu Señora y tu Reina, estando unida a su cuerpo.
Virgen santa, Te desvaneces en sus delicias; si expiras al recibir el beso de su boca, ¿Qué haremos después? ¿Podremos respirar cuando hayas expirado? Espera, divino amor mío, espera un poco. No te lleves todavía a nuestra luz. Abre sus bellos ojos, tan llenos de atractivos para embelesar a los que favorecen con sus miradas.
Espero tu doble espíritu al contemplar tu elevación, divina Madre y consejera mía; tú fuiste la escogida para llevar y guiar en la tierra al Dios de Israel. Espero de ti el favor de gozar en la tierra de la contemplación sin desistir de la acción necesaria para cumplir la voluntad divina. Eliseo no dejó a Elías hasta haber accedido a su petición; el carro de fuego y sus caballos llameantes no pudieron espantarlo.
En cuanto a mí, tengo el valor de mirarte fijamente cuando el Dios de la gloria te eleva hasta su trono; pero, ¿por qué digo valor? Tu amado es quien te levanta y eleva dulcemente en medio de sus delicias, que abundan en ti. Dejo que me arroben los encantos de sus dulces y amorosos ojos, que veo adheridos a ti. A través de ti, penetran con la pureza de sus rayos hasta el fondo de mi corazón, causando en él una llaga de la que jamás quiero sanar, por serme más amable que cualquier curación. Ella divide mi alma del espíritu, transportándolo hasta su fin y su gloria; y, debido a un recurso típico del amor divino, estoy más en él que en mí, a quien animo.
Hablando de transporte de amor, eres trasladada al Louvre de la gloria; al salir del tabernáculo del Verbo Encarnado, penetras en su tálamo increado en el seno paterno, donde te veo divinizada. Al expirar tu cuerpo sagrado, respiras el Espíritu divino en la fuente de vida y energía; tu muerte de amor te conduce a la vida de la gloria.
[562] Canten, músicos angélicos, el glorioso motete que entonaron en el nacimiento del Verbo Encarnado. Si no se extasiaron al considerar esta primera maravilla, admirando su gloria, canten ahora tres días para prepararse al triunfo universal del cuerpo sagrado unido al espíritu que muy pronto lo glorificará en sólo tres días.
Sean los edecanes de la Reina; ustedes reunieron a los apóstoles para presenciar su dormición; todos ellos la rodearon como doce fuentes de las que ella fue origen. La maravilla que admiro es que María jamás se extralimitó a causa de las emanaciones que comunicó a otros, ni debido a las irrupciones que recibió: cuando el Verbo penetró en ella en la Encarnación, María lo engrandeció en su alma y en su espíritu, alegrándose en su divino Salvador; si se eleva sobre los montes de Judea, no rebasa sus cimas de gloria, por encontrarse en aquel que llena el cielo y la tierra, que la encumbró a la divina maternidad sin privarla de su integridad virginal.
Toda su vida mortal fue moderada por la norma divina, sin inclinarse ni a la derecha ni a la izquierda. Todo en ella se amoldaba a la medida de las virtudes que Dios deseaba depositar en ella. Aun cuando estaba llena de gracia en la encarnación, la profusión de la venida del Espíritu Santo en ella la prolongó y dilató para que pudiera contener al Verbo, que es la gracia sustancial, y para ser contenida por él sin manifestar al exterior aquel diluvio inefable.
Dios en ella y ella en Dios: milagro tras milagro, que a los ojos humanos pasa desapercibido. Cuando el Espíritu Santo permitió un vistazo a su prima, a través de su Hijo, sumergió a todos en transportes de alegría. María es siempre María, es un mar: Todos los ríos van al mar y el mar nunca se llena; al lugar donde los ríos van, allá vuelven a fluir (Qo_1_7), lo cual demuestra que María tiene una capacidad indecible; que es vaso admirable y obra del Altísimo.
Mientras describo tan excelentes gracias, veo a María penetrar de gloria en gloria: de la gloria del alma a la del cuerpo. Por mediación del Espíritu del Señor, es resucitada y sale de su sepulcro glorioso en un cuerpo divinizado, por ser el mismo que llevó en sí la divinidad por espacio de nueve meses, del que dio al Verbo una vestidura de su propia sustancia, que se unió al soporte del Verbo divino.
No encuentro dificultad en adorarla como Madre de Dios, por la relación que tiene con el Verbo. Si se me permite, mejor dicho, si se me ordena adorar [563] la cruz, que llevó al mismo Salvador, ¿por qué se me prohibirá adorar a María, porta-Dios y Cristófora auténtica? No la adoro en cuanto criatura, sino como Madre del Creador, con el que dicha adoración se relaciona por ser principio y término del mencionado honor.
Gran san Dionisio, te resististe a este culto en el tiempo en que los misterios estaban ocultos a los hombres, que en tu época no hubieran podido aprobar semejante acto, pareciéndoles que se idolatraba a la criatura. Como dicho misterio permanecía oculto en Dios, se desconocían las riquezas que la divinidad depositó en María. Como nuestra tierra era mortal, se lo hubiera situado entre el sol increado y esta luna creada, provocando así eclipses en la fe. Con razón dijiste que los divinos misterios del sacramento del amor no se revelaban con claridad sino a los iniciados.
Dichosos los que vivieron en tiempo de María. Los que viven ahora, sin embargo, no lo son menos, porque la luz de la fe se manifiesta con más claridad que la de los sentidos, enseñándonos la manera en que debemos honrar a la que Dios se dignó divinizar.
Te adoro, Soberana mía, con la sublime adoración que Dios, tu Padre; tu Hijo y tu Esposo, desea que te adore. Te contemplo llena de Dios, siendo llevada por Dios, circundada de Dios, como el gran signo que el águila inmensa vio en el cielo: una mujer revestida de sol, coronada de estrellas y calzada de luna. Te adoro a la manera en que el hijo que engendraste me enseña a adorarte. Cuando era tu súbdito, dobló las rodillas delante de tu grandeza maternal, que era tan dulce para él. El vio en ti el amor de una Madre y la majestad de una Reina, sin perder los derechos de la divina grandeza que poseía con el Padre y el Espíritu Santo. Es él quien te rinde un homenaje filial, de Hijo sujeto a tu gobierno para enseñar a los ángeles cómo honrarte en el cielo, así como enseñó a la humanidad en la tierra el culto que debe rendir al divino Padre.
¿Por qué no afirmar que el Padre eterno les mandó adorar a esta Hija en su segunda entrada al cielo empíreo? Si no lo hizo en la primera, se debió a que el alma no estaba unida al cuerpo de cuya sustancia fue formado y alimentado el cuerpo de su Hijo amadísimo, al que llevó nueve meses en sus entrañas virginales. Si, como ya dije, la cruz es digna de adoración y es adorada por haberlo llevado algunas horas, ¿por qué no lo será [564] la Virgen, que proporcionó su sustancia para nuestra redención, y que es Madre del redentor universal, a la que todas las naciones deben adorar y llamar bienaventurada?
Los ángeles conocen bien su dignidad y contemplan el trono de gloria que su Padre, su Hijo y su Esposo destinaron para ella, trono que está junto al de su Hijo, a su gloriosa diestra. El hace y desea hacer sentar a esta Madre admirable, para ser venerada de los ángeles y de los hombres, revestida de la gloria divina y adornada de manera eminente con las piedras preciosas de los bienaventurados. Hela ahí ascendiendo al salir de la tierra, apoyada en su Amado y colmada de delicias. La pitonisa que evocó a Samuel a ruegos de Saúl, quedó admiradísima al verlo subir del sepulcro y salir de los limbos por la providencia divina, que no lo permitió como aprobación de los sortilegios, sino para anunciar a Saúl su última desdicha y para que Samuel lo reprendiera una vez más, por ser el único capaz de censurar al rey, al que consagró y anunció que Dios lo había rechazado para elegir a David, el hombre según su corazón que debía poner en práctica todas sus voluntades.
Dicha mujer, al ver a Samuel, clamó que éste la había engañado, velándole su hombre, y que no había hecho aparecer un hombre cualquiera, sino que había visto a los dioses que se levantaban de la tierra: Vio entonces la mujer a Samuel y lanzó un gran grito. Dijo la mujer a Saúl: ¿Por qué me has engañado? Tú eres Saúl. Tú eres el rey de Israel; tu mandato ha dado efecto, porque. Veo un espectro que sube de la tierra. Saúl le preguntó: Qué aspecto tiene. Ella respondió: Es un hombre anciano que sube envuelto en su manto. Comprendió Saúl que era Samuel y cayendo rostro en tierra se postró (1S_28_12s).
Por ser el verdadero rey de Israel, el Verbo me ordena venir a Getsemaní para invocar a su Madre en el sepulcro. Me apresuro a obedecer su mandato, llamándola con una intención muy distinta a la de Saúl, no para hablarle de combates, sino para alegrarme de su triunfo.
La Virgen se me aparece saliendo de la tierra, ensalzada y llevada en triunfo por su Hijo, que le brinda su apoyo: Apoyada en su amado. Como es indivisible del Padre y del Espíritu Santo, ambos lo acompañan por seguimiento necesario, estando en todas partes como el Verbo, por medio de su inmensidad. Los miro subir de la tierra: He visto dioses que salían de dentro de la tierra (1S_28_13). Veo, en una visión intelectual, a los tres divinos soportes subir de la tierra. Las personas divinas, con sus atributos, dan honor a María.
[565] Si, empero, se me pregunta qué es lo que veo, diré que miro a la Virgen Madre como la más grande de todas las criaturas e hija primogénita del Redentor, del que es Madre, revestida con un manto de inmortalidad, que sale del sepulcro sin haber conocido la corrupción. Es divina por participación. Contemplo al Rey de reyes y Señor de señores abajarse hasta ella para besar la tierra virgen con el beso de su boca, enseñándome que ella es posesión de Dios e hija de oración, que jamás perdió una sola palabra de las que su Hijo, el Verbo Encarnado, le dirigió, aunque esto se dio raramente en presencia de los hombres, en el transcurso de treinta años.
El permaneció con ella como Hijo y súbdito suyo, lo cual jamás obligó a esta Virgen prudente a utilizar su derecho o privilegio, porque siempre lo respetó como a su Señor. Al amarlo en calidad de Hijo, lo adoró como Dios. Su Hijo pudo y quiso honrarla como a la mujer que lo reverenció, haciéndola parecer como una divinidad por participación. A esto se refirió David cuando dijo: Yo dije: Vosotros, dioses sois, todos vosotros, hijos del Altísimo (Jn_10_34). Por Jesús y por María, todos somos hijos adoptivos del Altísimo; pero debemos morir por ser mortales. Jesús y María, príncipe y princesa nuestros, no fueron exentos de este decreto. Ambos quisieron morir: Jesús en cuanto hombre, y María por ser mujer; Jesús, que es Dios y hombre. María, su Madre Virgen, aceptó la muerte porque su Hijo, que llevaba en sí el principio de la vida, también murió. Oh muerte preciosa delante de la Trinidad, muerte de Jesucristo que nos dio la vida, muerte de la Virgen que nos dio valor, suavizando nuestra muerte; muerte de María que es dulzura, por ser una muerte de amor, con la que los ángeles desearían morir si tuvieran un cuerpo. Mas, no, no se trata de una muerte, sino de un sueño de tres días, al cabo de los cuales despertará: su mismo sol vendrá a despertarla con un beso: Le inspiró en el rostro un soplo de vida (Gn_2_7). En el mismo instante, el sagrado cuerpo se vio nuevamente informado por su alma gloriosa, que iluminó del todo. El Hijo, rodeó a su Madre como un sol de gloria, elevándola a través de su claridad. Ella es figura de su Hijo, que es figura del divino Padre. La veo toda pura y colmada de su esplendor divino al entrar en el gozo, es decir, en la gloria de su Hijo. Ella es el espejo sin mancha [566] de su belleza, imagen de su bondad; que llevó en sí la palabra de su poder primeramente en su espíritu y después en su cuerpo.
Por ello su Hijo no se contentó con que se la alabara por haber escuchado su palabra, guardándola a la letra. La reina de Sabá consideró dichosos a los ministros de Salomón, pero más felices aún a los que tuvieron el honor de escuchar las palabras de su sabiduría. María fue siempre felicísima por haber tenido la dicha de escuchar a la sabiduría encarnada treinta y tres años en la tierra, y después en el cielo en calidad de Madre augusta que penetra en el consejo privado del Rey de la gloria, que resolvió constituirla Reina reinante y Regente, sin verse por ello privado de sus poderes ni del reconocimiento de todos sus elegidos, sea en su gloria, sea en su gracia. Su sabiduría gobierna todo a través de su divina providencia, que es infalible.
La Madre entra como esposa en la cámara nupcial; a ella se declara el secreto inefable que ni los ángeles ni los hombres, entenderán jamás. Es el privilegio de esta única paloma, de la toda hermosa, cuyo rostro pide ver el esposo, así como escuchar su voz, que es dulce. La Virgen canta un cántico de amor que ninguna criatura puede entonar, haciéndolo en calidad de emperatriz universal y digna Madre del soberano Dios.
Una voz procede del trono, que es oída por todos los ciudadanos, aunque de diversa manera, según su grado de gloria: es la voz de María. Me refiero a la que es escuchada por los bienaventurados, pues la calidad de voz que Dios desea escuchar, sólo la perciben las tres augustas personas de la santísima Trinidad. A ella se refiere el Dios trino y uno cuando dice: Que tu voz resuene en mis oídos, porque su dulzura es encantadora que solamente Dios puede oír esta maravilla. ¿No ves todos los ciudadanos de la Ciudad Santa fuera de si mismos al escuchar la voz que sale de tu boca? Si ella por su bondad llega hasta los peregrinos de la tierra que acabas de dejar, todos ellos se detendrán sorprendidos ante su dulzura, y desearán llegar al final de su camino.
Virgen santa, te escucho y me confieso cautiva de tu dulzura. Por favor, al subir a lo alto, lleva contigo a esta prisionera, o líbrala de todo lo que puede atarla, exceptuando los lazos del amor de tu Hijo y del tuyo. Concede dones a tu hija, así como mi esposo, Hijo tuyo, envió su Espíritu a sus fieles diez días después de su ascensión.
[567] No dejes de dar generosamente, porque fuiste constituida Reina del cielo y de la tierra. Por tu mediación la gloria es comunicada en abundancia en la Iglesia triunfante; que también la militante participe de tu esplendidez. Nadie puede ocultarse a tu ardiente caridad. Envíanos tu doble espíritu para saber pasar en medio de las cosas temporales sin olvidar las eternas. Tú eres la tesorera de las gracias y el cuello de la Iglesia, que está unido a nuestra cabeza, el cual derramará sobre nosotros, por tu intercesión, sus divinos favores. Te pedimos todo esto para ser dignas de alabarte en el tiempo y por toda la eternidad. Amen, así sea.
Capítulo 81 -La santísima Virgen es la admirable litera del divino Rey Salomón. María fue purísima y santísima en su concepción. El Señor quiso que su santidad fuera comparable únicamente a la de la Virgen, de la que nacería el Santo y sería llamado hijo del Altísimo, septiembre 1637.
De maderas del Líbano se ha hecho el rey Salomón su litera. Ha hecho de plata sus columnas, de oro su respaldo, de púrpura su asiento; su interior, tapizado de amor por las hijas de Jerusalén (Ct_3_9).
[569] El divino Rey pacífico, la sabiduría eterna, fabricó para sí una litera de madera del Líbano, cuyas columnas eran de plata, el reclinatorio o respaldo de oro y el asiento de púrpura, recubriéndola de caridad para las hijas de Jerusalén. Dicha litera es la Virgen Madre, que fue creada por Jesucristo: ella es del Líbano por su candor, por ser toda pura e inmaculada desde su concepción; ella es engrandecida por estar destinada a ser Madre del Altísimo; ella es fecunda por tener un Hijo que, sin comparación, vale más que todos los ángeles y los hombres.
Eva fue para Adán, que era solo un hombre; María es para Jesucristo, que es Dios y hombre. Ni toda la creación merece poseer a María; por ello es la porción y posesión de la sabiduría increada y encarnada. Fuera de la esencia divina, Dios no recibe entera satisfacción sino en el alma y cuerpo de María; ella es quien colma los deseos de Dios al exterior. El que dio la ley a todas las criaturas se sometió a la ley para convertir (a María) en Señora del Señor de la ley: Y vivía sujeto a ellos (Lc_2_51); ley que le pareció admirable y deliciosa porque María constituye su complacencia inefable en medio de las criaturas. Lo que no es puramente Dios, está debajo de ella, por ser la primogénita de la creación, así como Jesucristo es el primogénito entre muchos hermanos.
[570] El Verbo divino, al desear tomar nuestra naturaleza, escogió el seno de María a manera de carro triunfal llevado sobre las cuatro columnas de favores admirables que concedió a la Virgen de gracia, que son: la predestinación, la vocación, la justificación y la glorificación, predestinándola, llamándola, justificándola y glorificándola en él antes de y por encima de todas las criaturas. Por ello, en el instante de su concepción, ella gozó de la visión divina y de los frutos de la predestinación, de la vocación, de la justificación y de la glorificación, y es probable que haya tenido la visión de la esencia divina. San Juan Bautista conoció plenamente al Verbo a través de las entrañas maternales; conocimiento que el Verbo le envió mediante la voz de la Virgen y el saludo que dirigió a Sta. Isabel, imitando de manera admirable al Padre eterno, que produjo su Palabra, que es el término de su conocimiento y de su intelectualidad. ¿Quién es su palabra? Es su Verbo. ¿Quién es su Verbo? Es su Hijo, al que los profetas pidieron dándole el nombre de salvador, el cual constituye la exultación de todos los redimidos; es decir, de todos los elegidos. Los profetas exclamaron: Muéstranos, oh Dios, tu misericordia y danos tu salvación, lo cual fue concedido a san Simeón cuando la Virgen llevó a Jesús al templo. El buen anciano tuvo la visión beatifica y pacífica, de manera que no temió la muerte después de contemplar al Verbo de vida y de vida eterna, que consiste en conocer al Padre que engendra al Verbo, y a Jesucristo, que es el Verbo Encarnado, al que envió al mundo y, en una admirable misión, al entendimiento de este santo profeta, que fue un ángel por haber visto el rostro de Dios, ya que lo propio de los ángeles es contemplarlo. Juan Bautista es el ángel que camina delante de la faz de Dios para preparar los caminos del Verbo Encarnado.
María es Reina de los ángeles y Madre del Verbo Encarnado. ¿Quién pondrá en duda el privilegio concedido a la Madre, cuando no es posible negar el concedido a los servidores, ángeles y hombres, que fueron creados en gracia y confirmados en gloria en el instante de su creación? Me refiero a los buenos ángeles, aunque Adán y Eva fueron creados en gracia y sin pecado original.
[571] ¿Por qué no María, a la que no osaríamos atribuir el pecado actual? Ella es toda pura, exenta de pecado original y de toda mancha; es la toda bella por excelencia, nacida de Dios sin ser Dios; ella es su Madre, que es la dignidad más grande que una simple criatura puede recibir de Dios, el cual tuvo la iniciativa de hacerse su Hijo, y someterse a ella en calidad de tal. Siendo Señor de nuestra ley, quiso ponerse bajo la ley de su Madre y, mediante ella, bajo la ley de Moisés, aceptando que ella lo ofreciera y lo rescatara como a un siervo cualquiera.
Más aún; llegó hasta encontrar amables las penas debidas por los pecados de los hombres, de quienes su Madre es abogada. Siendo juez, se hizo acusado, recibiendo sobre él la rigurosa sentencia de todos los culpables, por los que Jesucristo oró a su Padre frente a la única mirada, que su Madre le dirigió sobre el lecho de la cruz. Cosa admirable. El Hijo, humillado por los crímenes de la humanidad, no se atreve a pronunciar el nombre de aquella dama, que era Madre de un ajusticiado, aunque sí para hacerla Madre de san Juan, el hijo de la gracia, que se convirtió en Hijo de la Madre del amor hermoso. Jesús sabía que era el oprobio de los hombres, la abyección de los pueblos y la figura de un leproso, en nada parecido al Hijo de la Bella entre las bellas.
Ella, sin embargo, no lo desconoció sobre el madero, asistiendo personalmente, con tan incomparable valor y generosidad, que no se veló cuando su corazón fue traspasado por la lanza, que atravesó impetuosamente su alma. César no tuvo el valor, aun siendo César, de mirar de frente a su asesino, que era su amigo íntimo. María, amorosa y valerosamente, miró de frente a los de su propia nación, que la hacían morir con la muerte más cruel en su Hijo, al que amaba más que a su cuerpo, al que animaba. También dio el beso de paz a Judas y a Longinos cuando éste perforó el corazón de su Hijo, imitándolo en el beso que devolvió al traidor Judas, llamándolo amigo.
Jesús y María merecen triunfar por encima de los [572] Césares. María es el carro triunfal de Jesús, y Jesús triunfa dignamente en María, que fue hecha por él y para él.
A partir del instante de su concepción, ella gozó de la visión beatifica; el sol de la visión beatifica y de la divina esencia iluminó, inundó su tabernáculo y lo divinizó de manera inefable entre las criaturas. Este es el secreto del tálamo divino, que puede ser revelado por el esposo divino, el Verbo eterno, por ser el único capaz de expresar divinamente las perfecciones de su divino Padre.
Sólo él puede contar las complacencias que la Augustísima Trinidad tuvo en su santa Madre desde el primer instante de su existencia, en que su alma bendita fue infundida en su cuerpo sagrado. Con ello digo que la divinidad triunfó al exterior de ella misma, arrebatando de admiración a los ángeles, que exclamaron: ¿Quién es esta hija admirable que avanza como una aurora, bella como un sol, terrible como un ejército ordenado por el Señor de los ejércitos, y que, en el día de su admirable concepción espanta de tal manera a los demonios, que no se atreven a salir de sus abismales tinieblas para vagar por el mundo, sobre el que el sol desea derramar sus claridades? En este dichoso momento el cielo y la tierra se alegran, según la profecía de David: Alégrense los cielos, regocíjese la tierra, retumbe el mar y cuanto encierra; exulte el campo y cuanto en él existe, griten de júbilo todos los árboles del bosque (Sal_96_11). Todo participa en esta fiesta, que hace el júbilo general de los ángeles y de los hombres y hasta del mismo Dios, porque ella es espectáculo de Dios, de los ángeles y de los hombres.
Admire en mi lugar, quien así lo desee, al profeta Elías arrebatado en el carro de fuego, que se lo lleva del mundo. Yo prefiero extasiarme al contemplar al Dios de Elías elevando a María por encima de los serafines, para asentar su lecho nupcial, su tálamo divino, en las entrañas de su Madre, comunicándole sus ardores incomparables, de manera que nada en ella puede ocultarse a su divino calor. Su cuerpo purísimo está destinado a ser la carne del Verbo divino; ella es la ley purísima e inmaculada que el Señor de la gloria se impone, prendado de las bellezas de María.
Sus bellos ojos son como reyes que lo mueven a rendirse bajo sus mandatos, de modo que puede ella decir en el momento de su concepción: Yo he venido, he visto, yo conquisté, no solamente a las criaturas, pero por medio de sus propias armas, al Creador. San Juan dice que la fe venció al mundo; yo, en cambio, afirmo que las excelencias que Dios puso en María le dieron el triunfo sobre ella misma. Cuando el Altísimo admiró la gran perfección de su obra, del vaso admirable donde se encerró en espera de hacerla portadora de Cristo, la divinizó mediante la extensión de sus delicias.
[573] En la plenitud de los tiempos, se hará el Verbo humanado, a fin de engrandecerla: Porque hizo en mis cosas grandes el que es poderoso, cuyo nombre es santo, exclamó ella con profunda humildad. El Espíritu Santo la impulsó a proclamar sus grandezas, asegurando que su alma generosa glorificaría a su Señor, y que su espíritu sapientísimo se alegraría en Dios su salvador, que había mirado su humildad para hacer que todas las naciones la proclamaran bienaventurada.
El que es poderoso quiso obrar en María y de María cosas grandes, concediéndole una singular participación en la santidad de su nombre. Hasta entonces, había dicho a la humanidad que se daría por ofendido cuando se hicieran comparaciones con él: ¿Con quién me asemejaréis y seré igualado?, dice el Santo (Is_40_25).
El me elevó a su derecha, hasta el trono en el que su santa Madre, a la que llama Reina, se sienta a su lado. En él la reconoce como Madre y Señora suya, siendo súbdito suyo por ser ésta su voluntad.
En el momento de su concepción, la presentó a los ángeles como la toda pura, la toda bella, la toda inmaculada, la Sulamita amiga del Rey, el templo de la Trinidad, el santuario, el Santo de los Santos, al que sólo el sumo sacerdote entraría y asumiría, en el momento de la Encarnación, sus vestiduras sacerdotales y pontificales.
El Padre y el Espíritu Santo lo cubrirían con ellas, porque sólo el Verbo estaría revestido de la carne de María a partir de aquel instante, ofreciéndose al Padre por mediación del Espíritu Santo, que bajaría sobre ella, en tanto que el poder del Altísimo la cubría con su sombra; naciendo en ella y de ella solamente, para llamarse Hijo de Dios.
Capítulo 82 - Mi amado me consoló al verme llorar por los obstáculos que tenía para el establecimiento de su Orden, prometiéndome establecerla a su debido tiempo, septiembre de 1637.
[577] Esta noche, mientras lloraba en mi lecho al pensar en el rechazo que se oponía al establecimiento de la Orden del Verbo Encarnado, mi divino Amor me inspiró obrar como Jacob, el cual, después de dormir sobre una piedra, la ungió con aceite, como diciéndome que, por medio de la oración, podría ser ablandada la dureza de este corazón. Le presenté mis quejas confiada y amorosamente, diciéndole que Jacob, movido por el amor de Raquel, había quitado él solo la piedra que impedía beber a las ovejas que ella pastoreaba; que concediera este favor a sus hijas, ansiosas de beber de sus manantiales; que yo sola no podía moverla, y que no veía pastor alguno acudir a mí para hacerme esta caridad.
El me respondió que me veía desanimada a causa del que debía dar de beber a sus ovejas, el cual me rechazaba como su infierno; pero que su bondad paternal me recibía como su paraíso; que él había colocado cuatro; mejor dicho, cinco ríos en mí, haciéndolos manar con abundancia de caridad: el primero es de agua, que es el Padre eterno y fuente de la Trinidad; el segundo, de aceite, es el Verbo; el tercero, de vino, es el Espíritu Santo, amor sustancial y subsistente; el cuarto es el Verbo hecho carne de la sangre purísima de la Virgen; el quinto, de leche, representa el seno y pechos de la Virgen. Me aseguró que yo sabía muy bien que eran posesión mía y que podía bañarme en ellos a mi antojo. También plugo a su bondad prometerme que él movería la piedra a su debido tiempo, para dar de beber a mis ovejas, que son sus hijas y mías también.
Me invadió una gran confianza, sabiendo que él es tan fuerte como amoroso, y que sabrá remover todos los obstáculos, estableciendo su Orden a pesar de las resistencias de los poderes temporales; que su poder es eterno y su reino infinito. El es la sabiduría que alcanza de una extremidad a la otra, disponiendo todas las cosas fuerte y suavemente.
Capítulo 83 - Necesidad de despojarse y renacer de las aguas de la gracia y del Espíritu Santo para contemplar el reino de Dios y entrar en el. Los grandes misterios de Dios y de la cruz. 14 de septiembre de 1637.
M.R.P [579] Me encuentro tan mal dispuesta en este día de la fiesta de la Santa Cruz, que ignoro si podré anotar los pensamientos que el enamorado de la cruz me infundió acerca de dos o tres palabras del Evangelio, en las que se detuvo mi espíritu:
Jesucristo las dice siempre con reiterado juramento; gran misterio que admira mi alma: El que no nazca de lo alto no puede ver el Reino de Dios. Palabras que admiran a todos aquellos que las escuchan si no están determinados a desprenderse enteramente de todo lo que no es Dios. La santa humanidad está a su favor mediante el agua de sus méritos; pero como dicha humanidad ya cumplió este oficio, cede el paso al Espíritu Santo, que consuma y perfecciona lo que ya fue lavado, y al alma se ve capacitada para recibir esta primera forma que es Dios, a pesar de ser de una naturaleza espiritual, porque informa lo que no es material y sensible. Es necesario que Dios obre un gran sacramento, para que la persona amada y que le ama, sea divinizada, lo contemple y pueda gozar de él.
[580] Bienaventurados los limpios de corazón porque ellos verán a Dios; pero más dichosos aun los que se adhieren a Dios, porque son hechos un mismo espíritu con El. Este segundo nacimiento procede del Espíritu Santo, y es un gran sacramento cuyo signo visible es la amada, y la cosa invisible el que ama. El signo visible es la criatura anonadada en todo lo que existe en sí, no viviendo sino para Dios. El Verbo Encarnado contiene un gran sacramento, cuya forma es su divinidad y la materia, su humanidad, a la que dieron muerte hombres ignorantes que desconocían el sacramento de Dios.
Dios no puede, en sí, ser sacramento, porque en la esencia divina no puede haber algo oculto ni materia para ser informada. El se mira como es, por ser eminentemente simple, clarividente y sin composición; él es todo inteligencia, todo ojo y todo claridad. Sin embargo, instituyó un sacramento que es la Encarnación del Verbo, que debe mencionarse como el sacramento de Dios; el sacramento que el Espíritu Santo obró en el templo sagrado de María, tomando de ella la materia para darla al Verbo, que a su vez la asumió. En todo ello actuó el Padre, unido a las otras dos personas.
Las tres revisten a uno que es revestido. Las dos personas por concomitancia están con la segunda, que concede su soporte, porque la esencia es indivisible. Los tres son inseparables; pero como las personas son distintas, sólo la del Verbo se reviste para unirse hipostáticamente a nuestra naturaleza, que es el signo visible del Verbo invisible. Este sacramento es Dios y de Dios en la humanidad divinizada privada del soporte humano, la cual contempla el reino de Dios en su interior. Su alma santísima se entrega amorosamente a Dios a través de la humanidad, a fin de ser separada de su cuerpo, entregándolo al suplicio de la cruz, donde parece estar despojado, no sólo de sus vestiduras, sino aun de su piel.
La humanidad entra al reino divino tanto en el cuerpo como en el alma, por ser una sola persona con el Verbo, que es, con el Padre y el Espíritu Santo, un Dios indivisible y Reino de Dios. Su resurrección es un nacimiento reiterado. El ve a Dios, penetra en Dios y es Dios glorioso. El fue Dios y hombre para siempre a partir del instante de la Encarnación, pero era pasible y mortal: la parte inferior del alma podía sufrir las tristezas y sólo participaba de las alegrías de la superior según los mandatos de la divina voluntad.
Ella esperaba de momento en momento lo que complacería a la divinidad comunicarle, sometiendo su cuerpo a los decretos divinos; jamás Dios tuvo un súbdito tan obediente como Jesucristo, ni tan desprendido como él. Su alma bendita gozaba en plenitud en su parte superior de la felicidad, y la inferior aceptaba que dicho gozo fuera suspendido por la economía del Verbo ante la muerte de la humanidad, la cual aceptó de corazón dicha privación, mostrando con signos visibles de paciencia el amor invisible que tenía a Dios y a la humanidad. Es éste un sacramento inefable que no se puede expresar, y que pierde en su consideración al alma que tiene el bien de entreverlo a favor de la aurora.
Me refiero a un privilegio amoroso que concede el puro amor, así como cualquier doctrina adquirida que el hombre pueda tener con la ayuda de la gracia ordinaria. No sé si pueda conocer bien esto aunque sea maestro en Israel, que es tanto como ver a Dios o estar contra Dios. El ignora esto: Es necesario renacer de las agua contenidas, de las privaciones voluntarias de Jesucristo; dicho favor es concedido a los méritos de este enamorado, al que debemos esta gracia especial; a través del amor del Padre y del Hijo, que es el Espíritu Santo, es llevado a su perfección dicho nacimiento.
El Espíritu Santo sopla donde quiere; el alma que escucha su voz no sabe de dónde viene ni a dónde va. Con ello quiero decir que no puede comprender su eterna e infinita bondad, que no tiene principio ni fin; así es todo lo que nace en el hombre cuando procede del Espíritu Santo.
La santísima Virgen fue protegida con sombra cuando el Espíritu Santo realizó la obra del misterio inefable, cuando aquel que nació eternamente en el seno del Padre quiso nacer temporalmente en ella, según lo que dijo a san José: Lo engendrado en ella es del Espíritu Santo (Mt_1_20). Para entonces la Virgen lo llevaba ya en sus entrañas virginales; de este modo, el primer nacimiento de Jesucristo tuvo lugar en su Madre y la segunda en el establo, ya fuera de su Madre, o nacido de su Madre, lo cual anunció el ángel a los pastores como una nueva y alegre noticia: Que lo será para todo el pueblo: os ha nacido hoy, en la ciudad de David, un salvador, que es el Cristo Señor (Lc_2_11), el cual hizo visible este segundo nacimiento en el que todos los ángeles lo adoraron.
[582] Nació en toda la tierra, para todo su pueblo; su nombre es Emmanuel, sacramento de Dios con el hombre, que sólo es conocido de los hombres a los que Dios hace renacer. A esto se refirió el Sabio al hablar de los pecadores y de los justos que no desean ser santificados de nuevo, que equivale a decir que no desean renacer por no escuchar las palabras de Jesucristo cuando habla de dicho nacimiento.
Cuando el Eclesiastés habla de la sabiduría divina y del conocimiento que él tiene de todas las cosas creadas: Nada se esconde a su mirada, que ve a través de los siglos, y nada es grande en su presencia, se refiere tal vez a su divinidad y a su fuente de origen, que es el Padre, que posee la capacidad de existir por si mismo, hasta el término de procesión del Espíritu Santo.
El Dios simplísimo y único engendra, produce, se mira, se abraza, se ama. Las tres divinas personas son eminentemente sabias, poderosas y benevolentes. Ellas se penetran, estando una dentro de la otra a través de su circumincesión, y aunque las operaciones se dan, por así decir, en el interior de la divinidad, que es interior, son propias de cada persona, como la generación activa del Padre al engendrar a su Hijo y la producción activa que el Padre y el Hijo, como un solo principio, obran eternamente del Espíritu Santo, de quien es propio ser el término de la voluntad del Padre y del Hijo, que a su vez, es el término del entendimiento del Padre, lo cual es propio de su ser, así como es propio del Espíritu Santo ser el término de la voluntad del Padre y del Hijo y finalizar todas las emanaciones por ser el amor pasivo, recepción pacífica y tercera persona de la santísima Trinidad, que se conoce y se glorifica con la verdadera gloria que merece.
Dios es todo luz, y en él no tienen cabida las tinieblas ni puede haber en él cosa escondida ni misteriosa. No tiene añadidura ni composición alguna; es un nacimiento purísimo y simplísimo; un acto tan puro, que no se divide en su eternas operaciones, ni deja de ser inmenso, infinito, el principio y el fin, sin comienzo ni fin; de ser todo bien y el soberano bien, la felicidad esencial para sí y en sí; que nada toma prestado fuera de él.
El da el ser a todas las criaturas, que existen sin mermarlo en su ser; él lleva en sí a todas las criaturas; es único en sí mismo e inmensamente múltiple fuera de él, sin que dicha multiplicidad acreciente sus grandezas.
La Trinidad es un gran misterio y un gran sacramento para los hombres y los ángeles, a pesar de haber sido descubierto a los ángeles por carecer de materia para esconderles su forma purísima y simplísima; como son ser espíritus puros, [583] la contemplan viendo la luz en su luz, que es indivisible. Ellos no pueden verla sin mirarla toda, pero, por ser inmensa e incomprensible, no pueden contemplarla en su totalidad ni abarcarla como ella se comprende, porque no son Dios, como ella es Dios.
Digo lo mismo de los hombres que están en la gloria. Jesucristo dijo que serían como los ángeles, estando por encima de ellos a causa del Hombre-Dios, que los hace participantes de su naturaleza divina. Ellos verán al Dios de los dioses en Sión; contemplarán a la humanidad divina, al Hombre-Dios, que es un gran sacramento y sacramento de Dios, el cual se dará a conocer a todos plena y diversamente, colmándolos a todos, aunque sin darse a conocer del todo, porque este conocimiento es de Dios, está en Dios y corresponde al que está en el seno del Padre. A la santísima Virgen fue dado y seguirá dándose un conocimiento especial. La especie que él tomó de ella, si digo bien, le confiere el privilegio de un derecho maternal que la amorosa ley del Altísimo desea para ella, porque es bueno y justísimo en sus bondades, y omnipotente para realizar la voluntad de su amor. El no conocer ni comprender a Dios como él se conoce, no nos hace culpables; su excelencia está por encima de nuestra inteligencia, lo cual debe ser para nosotros motivo de gran alegría, glorificando en nosotros la excelsitud del Verbo Encarnado en actitud de admiración. La santísima Virgen, en su cántico, nos enseña todo esto a través de sus admirables palabras, en las que dice que Dios la escogió pequeña para engrandecerla, manifestando así un nacimiento nuevo que la hace bendita de todas las generaciones y del Dios poderoso, que hizo cosas grandes en ella porque su nombre es santo.
Seremos culpables cuando no tratemos de imitar a la Virgen, ni poner en práctica los consejos del Salvador. No renacemos; nos consideramos maestros en Israel, y lo somos sólo en la imaginación o en apariencia. Si desconocemos las cosas que vemos, aun con los sentidos, ¿Cómo podremos percibir las que pertenecen al espíritu, si no vivimos como espirituales?
Pida, mi querido Padre, que viva yo y camine en espíritu, transformándome en el espíritu de Dios y subiendo de claridad en claridad; que nazca por las aguas de su gracia y mediante la llama de su Santo Espíritu; que en mí se haga realidad el sacramento de Dios, al que el mundo [584] ignora, desconociendo al Espíritu y sus operaciones e incapacitándose con ello para recibirlo.
Que me una a Dios, a fin de ser un mismo espíritu con él; que permanezca unida al Salvador en la cruz, en la que veré el reino de Dios y entraré, a través de las llagas del Hijo crucificado, hasta el Padre que lo glorificó, en cuyo seno contemplaré las invenciones del amor. De este modo veré al enamorado de la cruz, que la eligió cuando se le proponía el gozo y exclamaré con el divino apóstol que no se me conceda glorificarme sino en la cruz de mi Salvador, por la que el mundo está crucificado para mí y yo para el mundo, y que en ella pueda conocer los sacramentos que han estado ocultos durante siglos en Dios, el creador de todas las cosas.
Capítulo 84 - Exceso del divino amor hacia María la inocente y María la penitente, 15 de septiembre de 1637.
[587] El día de la Octava de la Natividad de Nuestra Señora, al pensar en María inocente, me fue inspirado un pensamiento en el que coincidieron los doctores respecto a los misterios de la Encarnación y de la Pasión.
Escuché que el Verbo se encarnó por el amor que la Trinidad tenía a María inocente, y que ella sola atrajo a Dios a la tierra para hacerse Hijo suyo. En cuanto a María la pecadora, el amor de compasión lo movió a morir por ella. Con esto en mente, podía yo apropiar las palabras del símbolo de Nicea: Por obra del Espíritu Santo se encarnó de María Virgen, y se hizo hombre, para María inocente; por nuestra causa fue crucificado bajo el poder de Poncio Pilato, padeció y fue sepultado, para María Magdalena, pecadora y penitente, y por todos los pecadores. Para manifestar dicho afecto, Jesucristo quiso la muerte y sepultura de Lázaro.
Pero, habla, Verbo Encarnado: ¿Quién te atrajo a la tierra? ¿María, mi Madre inocente? ¿Qué te resolvió a la aceptación de la muerte? Mientras viví con María inocente, mi buena Madre, me encontraba en una fortaleza en la que mis enemigos no podían atacarme, y menos obligarme a rendirme. Ella era mi baluarte y sus pechos mis torres, pues a pesar de que mi Madre estuvo conforme con la voluntad divina, fue sensible a los dolores que yo debía sufrir. Al pensar en ellos en muchas y diversas ocasiones con gran realismo y reflexión, me apretaba contra su seno, adhiriéndome a sus pechos. Pensaba en los sufrimientos de mi encarnación, y estos pensamientos me hacían refugiarme en el seno materno, que era mi lugar de abrigo, como si desde mi infancia le hubiera dicho: protégeme Madre mía de las trampas de los malignos tu que eres buena por excelencia. Ocúltame a la banda de malvados (Sal_63_3).
[588] Me encarné en ti y por ti, pero no moriré por ti ni por tu causa, como por los pecadores, porque tú no necesitas ser puesta en gracia, a la que jamás dejaste; tú no me diste muerte en Adán. Así como Samuel reservó el lomo para Saúl antes de que comieran todos los invitados a la fiesta, te reservé para mí. En mí, príncipe de los designios divinos, fuiste rescatada por prevención admirable, aplicándote mi muerte de manera singular. Tu corazón estuvo en mi mente antes de producir criaturas al exterior, así como David fue el primer elegido del Espíritu Santo. A pesar de que su padre Jesé presentó a Samuel a todos sus hermanos antes que a él, David fue el escogido para reinar.
No morí por mí, sino por los pecadores. Morí para glorificar a mi Padre y para exaltarte conmigo; tú compartiste en mi muerte el solio de gloria, como primogénita del Redentor, y no por redención común; no estabas obligada al rescate común porque jamás fuiste tomada ni sorprendida fuera de la divina gracia. Tú eres María de Dios, un mar sobre el que se cernía el Espíritu Santo, en tanto que la tierra universal estaba vacía y las tinieblas se asentaban sobre la faz del abismo, que es el pecado.
Tú eres Virgen de Dios porque sólo Dios habitó y habita en ti de manera singular; él solo te poseyó sin división corporal ni espiritual; tus pensamientos jamás se extraviaron; mi muerte se empleó en merecerte el derecho al trono de mi gloria en mi compañía, por haber cooperado en la redención. Estás, por gracia, por encima de la ley, así como yo lo estoy por naturaleza, a pesar de lo cual me obligué a la cruz, exceptuándote porque lo juzgué conveniente. Tu intervención en ella te glorifica porque aceptaste sufrir la confusión y el menosprecio. Serás enaltecida en la gloria y en el honor por encima de toda criatura.
Fuiste tú, querida Madre mía, la que perseveró al pie de la cruz mientras que yo sufría por los pecadores, que me devolvían, a cambio de mi amor, desprecios y contradicciones. Como estuviste presente en la purificación, no estabas obligada a ello. Acudiste al Calvario sin estar anotada en la nota roja de la divina justicia. Yo, en cambio, lo estaba por haberme comprometido por todos.: uno por el todo, por haber tomado sobre mí todos los pecados del mundo.
Tu exaltación es grande; la cruz en ti es gloriosa como signo de tu santidad y de tu inocencia, siendo [589] también señal inconfundible de tu gloria y del triunfo de tu sin par valor. A pesar de que naciste en la inocencia en calidad de primogénita e hija única de gloria, quisiste renacer en el sufrimiento de tu Hijo para convertirte en hija de su aflicción. Al igual que en la purificación, sales de su pasión admirablemente exaltada en presencia de la Trinidad.
Aceptaste comparecer como primogénita de la cruz maldita, al ver que me hice objeto de maldición para librar al género humano. Deseaste ser humillada conmigo, pero no fue éste el designio de la divina sabiduría, que te bendijo con toda bendición del cielo y de la tierra: todas las generaciones te llamarán dichosa porque el poder divino te engrandeció, santificando su nombre en ti por amor de ti. La misericordia se prolongó desde Adán y así será hasta el fin de los tiempos para que seas nombrada con justicia Madre de Misericordia, Esperanza y asilo de los pecadores, el reglamento de los justos y el ejemplo incomparable de todas las virtudes. Mi Padre con el poder de su brazo desposeyó y dispersó a los soberbios que se creían fuertes y los quito del trono de su orgullo y a ti te reconoció como la emperatriz de cielo y tierra. Acogió a Israel su hijo acordándose de la misericordia que había prometido a Abraham y a su descendencia.
Puedes decirle que, como heredad, recibiste a su Hijo único en tu seno y más tarde en tus amantes brazos, en los que halló seguridad. Si no hubiera salido de tu tutela ni me hubiera emancipado para ir en búsqueda de los pecadores, quedándome contigo en mi vida oculta de Nazareth, hubiera sido inapreciable. Yo era de esos hijos que jamás trataron con los perversos; a ellos nunca les di escándalo, contigo, mi buena Madre, todo era delicioso. Pero en cuanto salí a buscar pecadores, recibí de su ingratitud innumerables golpes. Permíteme que diga unas palabras, oh mi Jesús, para decir el exceso de tu amor desde que te hiciste el constructor del camino, tuviste bastante de qué alarmarte y alarmar a tu santa Madre.
Todo esto lo hiciste para obedecer a tu divino Padre quien te había dado un excesivo amor para salvar el mundo por ti, y a expensas de tu inocente Madre a quien dejaste para que María la pecadora fuera después la Penitente.
Oh gran misterio, hablas a tu madre de una manera fuerte como si ignoraras sus méritos y sus ternura, que apreciabas como un deber habiéndote hecho hombre de esta divina mujer. Poniéndote bajo la ley inocente para rescatar a todos los que estaban bajo la ley del pecado.
Se te llama Dios escondido con ella, pero seguiste siendo hijo oculto delante de los hombres, llamándola mujer. No encontramos que delante de ella la hayas nombrad Madre mía, lo cual no provenía del desprecio; no, se trataba de un misterio que no puedo expresar aquí. Deseo seguir tus pasos y considerarte yendo y viniendo por las calles de las ciudades y los senderos de los campos, buscando pecadoras para hacerles proposiciones amorosas al hablar con ellas cerca de los pozos, sin miedo a ser envenenado con sus aguas putrefactas o embrujadas por su malicia; no; quisiste más bien encantarlas con tus dulces palabras y embriagarlas con tu amor a través del fulgor de tu mirada.
Magdalena fue apremiada, impulsada y traspasada; pero tú más que ella, porque parecías inquieto cuando te alejabas de ella ¿podría decir de su sagacidad? Bien que lo sabes, porque tú mismo me instruiste al respecto para que lo diga. Enviaste la enfermedad a Lázaro a fin de hallar un motivo aceptable para tus apóstoles, que los moviera a acompañarte a visitar a tu amigo. Los discípulos, que en su tosquedad desconocían tu delicadeza, te dijeron: Maestro para qué ir a ver a un hombre que duerme, lo despertarías para despertar en los judíos los pensamientos de arruinarte.
Eh, buen Jesús, apresúrate a dar un mandato efectivo, o permite a la muerte rematar en duelo a Lázaro, para que lo eche por tierra y lo lleve al sepulcro. Tú eres el Maestro de la muerte y de la vida. Como tienes las llaves, conseguirás el fin de tu designio, manifestando tu bondad y haciendo aparecer la gloria de Dios. Respondes con tanta sublimidad como verdad que la muerte de Lázaro fue permitida para gloria de Dios, para que parezca bien a tus apóstoles que vayas allá, diciéndoles que aquello sucedió debido a tu ausencia: Lázaro murió y yo me alegro por ustedes de no haber estado allá para que crean; pero vallamos a verlo (Mt_11_14s). Tomás los animó a ir, con una buena voluntad que conociste en sus palabras: Entonces Tomás dijo a los otros discípulos, vayamos y muramos con él (Jn_11_14s).
Ve, divino amor mío; atraviesa los escuadrones de tus enemigos para ver a tu Amada con el pretexto de resucitar a Lázaro, amigo tuyo y de los apóstoles. También está Marta, que sabe cuánto amor le tienes a Lázaro, aunque ignora tal vez que María tiene el doble y también la mejor parte en tu corazón. Ella te habla de esta muerte, diciéndote que su hermano ha muerto por no haberte tenido presente, para que fueras su segundo en el duelo al que la muerte lo retó, cuán rápidamente emprendió la huida, al ver la vida que concediste al que te complacías en conferir el honor de tu presencia. Cuando quisiste resucitarlo, Marta temió la putrefacción. Por hablar demasiado, sólo recibirá doscientos por su viña: Mi viña, la mía, está ante mí; los mil siclos para ti, Salomón, el pacífico; y doscientos para los guardas de su fruto (Ct_8_12).
Es necesario llamar a María, pacifica que recibirá mil siclos con tu amor, tu corazón y tus lágrimas. Tu corazón ya le pertenecía; ella tiene el poder de exprimir su sangre, es decir, las lágrimas, porque se dice que las lágrimas son la sangre del corazón. Sabías muy bien que la resurrección de Lázaro provocaría nuevamente el furor de los judíos quienes, a partir de entonces, harían todo lo posible por adelantar tu muerte, para lo cual se reunirían en consejo.
Caifás, a pesar de ser un pontífice perverso, será el intérprete u oráculo del Espíritu Santo. Era esto lo que tú deseabas, para manifestar al mundo que amabas a tu Padre y a María la penitente; la cual tiene poder no sólo para hacerte llorar, sino para hacerte expirar y suscitar en ti el deseo de conminar a Lázaro, llamándolo con voz estentórea del sepulcro, a fin de que después de su muerte se supiera que pagaste su vida con la tuya. Oh amor sin par. Tú puedes resucitar al hermano de tu Amada sin prometer tu vida a cambio de la que le devuelves; tú puedes dar junto con tu Padre, por ser Dios, lo que pides como hombre.
Si conversara más tiempo contigo, te molestaría tanto como Marta; lo que deseas es ver a María y por eso le dices que la llame. María es la maestra universal de los sentimientos de tu corazón, del que eres cautivo por amor. Hermana, el Señor te llama con un llamado de amor. Es necesario decirlo secretamente; se dio a Marta la comisión sólo para ti, después de lo cual deberá retirarse para dedicarse a su obra de caridad; tú, en cambio, a gozar de la bondad apasionada.
Maestro, solaz y vida mía; si hubieras estado aquí, la vida no habría dejado a mi hermano sin tu permiso; no se encontraría en las tinieblas de la muerte.
María; esto bastará para devolverlo a la luz de la vida; estoy dispuesto a penetrar, con mi poderosa voz, hasta los limbos para llamar su alma. La mía deberá ir allá dentro de algunos días, separada de mi cuerpo. Hagan rodar la piedra, desaten el cuerpo si le pido que salga de este sepulcro cerrado; de otro modo, podría pensarse que se trata de sortilegios y, sobre todo, de un demonio y no de Lázaro: los judíos dirían que lo hago con el poder de Belcebú.
Muéstrenme dónde yace amortajado y dónde lo han puesto. ¿Lo ignoran? Sí, pero como el amor se complace en aprender de quien ama lo que conoce por sí mismo, se alegra más al saberlo de ella, que de él. Me equivoco; él está más en ella, a quien ama, que en él, al que anima, llegando a desear que le exija aun sus mismos designios; pero olvidé decir que María se desvaneció a sus pies, encontrando en ellos fuerza para su debilidad: Cuando María llegó donde estaba Jesús, al verle, cayó a sus pies y le dijo: Señor si hubieras estado aquí no hubiera muerto mi hermano. Viéndola llorar Jesús y que también lloraban los judíos que la acompañaban, se conmovió interiormente, se turbó y dijo: Dónde lo habéis puesto. Le responden: Señor, ven y ve y Jesus lloró (Jn_22_32s).
María, estando en casa de Simón, lloraste sola a los pies de tu Amado, el cual contuvo sus lágrimas para hablar en tu favor. Hoy, empero, te habla con las suyas, estremeciéndose en su espíritu. Es un asalto que su corazón amoroso enfrenta con las fuerzas de tu amor. Los judíos no entienden el secreto, imaginando que el afecto al muerto lo hace sufrir. Es, sin embargo, el que profesa a aquella que vive en él una vida atribulada lo que le causará la muerte. Es menester que entregue muy pronto su espíritu después de recomendarla a su Padre con poderosa voz, cuando lance un fuerte grito sobre la cruz: El cual, habiendo ofrecido en los días de su vida mortal ruegos y súplicas con poderoso clamor y lágrimas al que podía salvarle de la muerte, fue escuchado por su actitud reverente (Hb_5_7).
El comenzó entonces a implorar, a llorar y a dar gracias a su Padre por escucharlo siempre, debido a que sus ruegos [593] son justísimos y hechos con gran caridad y reverencia. El prometió a su Padre pagar por Lázaro al cabo de pocos días. Apenas terminó Magdalena de romper el vaso de alabastro y de verter sobre su cabeza sagrada el valioso ungüento, Judas resolvió venderlo a sus enemigos. A Jesús no le preocuparon los pensamientos que Judas tuvo de él, pero sí el cambiar la imagen que tenía de Magdalena, loando él mismo su acción y ordenando que su Evangelio la alabara por todo el mundo.
Como su amor es más fuerte que la muerte, olvidó la proximidad de su muerte para recordar la extensión de su amor en Magdalena hasta los cuatro confines de la tierra. Magdalena, repite con el apóstol que tu Amado y Enamorado murió por tu hermano, por tu amor, para consolarte y para darnos la vida. Proclama: Me amó y se entregó por mí (Ga_2_20).
Capítulo 85 - Dios honró a san Miguel según su nombre y sus inclinaciones de amor y benevolencia. 29 de septiembre de 1637.
[595] Verbo eterno, si anotaras en este papel lo que me revelaste esta tarde acerca de las maravillas con las que dignificaste a san Miguel, gracias a tu amor y a su correspondencia, para que fuera el representante de tus grandezas; este honor corresponde a quien el Rey quiere honrar (Est_6_11), quedarían más dignamente expresadas.
Si todo el cielo permanece en silencio cuando él combate, humilla y vence al dragón, ¿Cómo podré hablar, sea de viva voz, sea por escrito, si el Espíritu de tu boca no habla por sí mismo? Verbo eterno, sólo tu elocuencia, que admirablemente te arrebata a ti mismo, si se me permite hablar en estos términos.
Gran Santo, se te dio el nombre ¿Quién como Dios? tal es el significado de Miguel, que llevas dignamente por haber combatido por la gloria del Verbo Encarnado en contra del que deseaba oponerse al decreto divino para convertirse en usurpador de su gloria, diciendo: En tu corazón decías: subiré hasta el cielo y levantaré mi trono encima de las estrellas de Dios; me sentaré en la montaña, allá donde el Norte termina, subiré a la cumbre de las nubes, seré igual al Altísimo. Pero ay. Has caído en las honduras del abismo en el lugar donde van los muertos. (Is_14_13s).
Miguel interpretó dicha ambición como un pensamiento sacrílego del que deseaba compartir la gloria del Altísimo, el cual no desea darla a los soberbios, que tratan de apropiársela independientemente de él, atreviéndose, con ciega arrogancia, a igualarse a Dios, que sólo procede de él, por él y en él del Padre por el Hijo y en el Espíritu Santo, que da término a todas las divinas emanaciones; del Dios trino y uno, que es El que Es, sin proceder de las criaturas, sea angélicas, sea humanas, a las que él mismo hizo, como dice David: El nos hizo y no nosotros a él (Sal_100_3).
El bravo Miguel tomó dicho pensamiento como un reto a duelo e, impulsado por la gloria de Dios, se armó de entusiasmo para vengar su querella, luchando con tanto valor, que sumió en confusión al orgulloso y a todos los de su bando.
Durante aquel combate no se oyó palabra en el cielo. Miguel y el dragón lucharon sin ruido, por convenir el silencio en Sión para alabar al Verbo que triunfó en san Miguel, al que concedió su gloria sin privarse de ella, presentándolo a todo el cielo como lugarteniente y general de su milicia; su predilecto, su canciller, primer príncipe de su corte y su otro yo. Así como el Hijo es la gloria del Padre, san Miguel es la del Hijo; así como el Hijo es la impronta del Padre, san Miguel es la del Hijo; el Padre manifiesta su paternidad a través de la palabra que produce con sus labios; san Miguel pone en evidencia la verdad del Hijo, por ser el espíritu de su boca, que debe destruir al hijo de la mentira, al anticristo.
Cuando éste parezca vencer, san Miguel aparecerá para ser el vencedor del sacrílego, como lo fue del dragón y de la serpiente antigua en el cielo, del que lo echó fuera. San Miguel vendrá a la tierra para aniquilar este veneno, dando con ello fin al reinado del dragón y al de la astuta serpiente. Al cabo de lo cual los demonios y sus secuaces, serán reducidos a las moradas infernales, en tanto que Miguel se manifestará victorioso en todas partes.
Es él quien desafía a Faraón y sus ejércitos en el Mar Rojo, por ser el general y el protector del pueblo hebreo, que recibió la ley a través de Miguel, que habló a Moisés en medio de la nube en calidad de comisionado de Dios, a quien representaba.
Miguel dirigió el brazo de David, dándole destreza para herir a Goliat, precisamente en la frente, con la piedra que lo abatió por tierra. Miguel, el victorioso, ayudó a David a triunfar.
Miguel condujo a Judith, dándole fuerza para que cortara la cabeza de Holofernes. Fue Miguel quien tomó la forma de la sierva de aquella santa mujer, que aseguró que el ángel del Señor nunca la dejó, yendo y viniendo en su compañía. Por lo que a mí respecta, pienso que fue Miguel quien le aseguró la victoria, ayudándole a entender que no convenía a las criaturas poner límites a la providencia y poder de Dios porque, ¿Quién es como Dios en el cielo? reiterando a Judith dichas palabras, a fin de que se armara del ardor de su gloria.
Fue él quien humilló a Nabucodonosor Pero habiéndose engreído su corazón y obstinado su espíritu hasta la arrogancia, fue depuesto de su trono real, y se le quitó su gloria (Dn_5_20). Fue Miguel quien escribió la sentencia de Baltasar mientras banqueteaba con sus concubinas, contaminando los vasos sagrados.
Miguel representaba al Verbo eterno, que es un solo Dios con el Padre y el Espíritu Santo, en forma de una mano que escribió con tres dedos la eterna sentencia de condenación de dicho sacrilegio y de aquel impío. Las tres divinas personas, distintas como tres soportes, forman una sola mano mediante la unidad de la esencia y la operación común que dirigen al exterior; mano que trazó la sentencia de aquel criminal deicida por ministerio de san Miguel.
Así como el Verbo Encarnado se dirigió al pueblo en parábolas, y sin ellas no habló en público, tampoco quiso hablar antes de la Encarnación sino a través de Miguel, y fuera de él casi [598] no habló a los hombres. Por mediación de Miguel conversó con nuestros padres Abraham, Isaac y Jacob, ocultándose en él cuando Jacob lo vio al despuntar la aurora. Miguel fue tomado por el Verbo durante la ley natural y escrita, debido a que el Verbo se complacía en conceder dicho honor a su fiel servidor.
Lo que se dice de un rey, que no se equivocó al considerar a su favorito su otro yo, puede aplicarse al Verbo y a san Miguel que fue puesto a la cabeza de sus ejércitos sea en la paz, sea en la guerra. El Verbo se complace en que reciba el mismo honor que le corresponde, aunque con la diferencia de que Miguel es honrado con honor de condigno, por ser del agrado del divino Rey honrarlo de esta manera, reservando para sí el honor debido a su divinidad esencial y la gloria que le es debida con exclusividad a cualquier otra criatura.
Fue Miguel quien libró a san Pedro de la prisión y el que golpeó a Herodes cuando se complació en ser llamado voz de Dios y no de hombre. Miguel guarda celosamente el honor debido al Soberano Dios, que a su vez enaltece a los que le honran.
Miguel es tan grande, que después de Jesús y María constituye la visión del mismo Dios, que así lo quiere. Miguel, por un privilegio incomparable, fue llamado por la santísima Trinidad para conocer de ella misma el misterio de la Encarnación, penetrando, mediante un favor especial, en el consejo divino para intuir el secreto que estaba escondido en Dios por toda la eternidad. Pero, ¿Qué fue lo que oí esta noche? Que el Padre eterno confirió su poder a san Miguel, que debía ser llamado sombra del Padre, para cubrir con ella a la santísima Virgen mientras que el Espíritu Santo formaba con su sangre virginal un cuerpo para el divino Verbo.
Como tuve el pensamiento de que las palabras que escuché acerca de san Miguel podrían ser un tanto [599] exageradas, se me dijo: Hija, no temas rebajar la persona del Padre al decir que se sirvió de san Miguel, ni disminuir la sublimidad de la Encarnación divina. El Espíritu Santo en nada se degradó al descender sobre el Hijo encarnado en forma de paloma, ni sobre los apóstoles a manera de lenguas de fuego. La divina sabiduría obra en todas las cosas conforme a su ciencia.
Quiero que sepas, hija mía, que a toda la Trinidad le pareció oportuno que Miguel fuera la penumbra en la que el divino Padre desplegó el poder de su brazo omnipotente y lleno de esplendor. Era necesario crear una atmósfera para preservar a María de ser consumida. Miguel era una criatura espiritual; por tanto, el medio adecuado para Dios y para María. La naturaleza angélica era un medio, ni divino ni humano, aunque de ella a la de Dios haya una distancia infinita; pero la naturaleza del ángel es puramente espiritual.
Ahora bien, como Dios es espíritu y verdad esencial y en sí mismo un ser purísimo, al unirse a la naturaleza humana quiso que Miguel representara su persona haciéndose sombra con la que, como dije antes, la naturaleza es compatible y, en comparación de la divina, una mera opacidad a pesar de ser toda claridad si se la compara con las criaturas de aquí abajo; por ejemplo, el ser humano.
Es la más apropiada para dar sombra y atenuar las claridades divinas, que desean ser mitigadas para comunicarse en la debida proporción. Sólo la poderosa deidad, en sí, no puede ocultar y mostrar su luz como y tanto cuanto lo desea, y a quien quiere manifestarla. Como todo lo puede en el cielo y en la tierra, quiso que Miguel tuviera el honor de estar presente a manera de sombra en el cuerpo del Verbo que se formaba en María, siendo en ella nebulosidad en tanto que el Verbo asumía su sustancia virginal.
Así como la sombra de san Pedro curaba las enfermedades, la sombra del Padre eterno daba protección a María.
[600] Hija, la sombra no es el cuerpo; no debes asombrarte ante lo que te dije en otra ocasión: que Gabriel y los ángeles, rodeaban, al exterior, el lecho de Salomón, en tanto que la Trinidad obraba la maravilla de maravillas en el seno de María. No existe una regla tan general que no admita excepción. Miguel pudo ser exceptuado, no tanto por ser ángel, sino por ser el fiel amigo de la Trinidad y, al modo de entender de ustedes, escudo del Verbo que se opuso al diablo para defender a su Madre encinta de él. Lo que Miguel hizo simbólicamente y en visión figurada, le fue reputado en realidad; Dios es un fiel remunerador. La escritura dice: Abraham creyó y su fe se le reputó en justicia; Miguel se opuso al demonio para gloria del Verbo Encarnado, y la Trinidad reputó en justicia su fidelidad mediante el deseo de revelarle la encarnación divina.
Se dice con razón: Abraham deseó ver mi día; lo vio y se alegró en él. ¿Quién puede saber cuándo lo vio? Nadie, empero, lo pone en duda. Hija, estas ideas no son tuyas, porque proceden de mí para que como hija alabes a Miguel, que luchó por mi Madre, que es la primogénita del amor de Dios. Tú debes engendrarme, pero de otra manera. Miguel combatió por ti y te ha favorecido tanto, que he juzgado conveniente que conozcas las gracias que a mi vez he concedido a este fiel mío por excelencia. Gabriel supo muy bien qué era lo más adecuado para anunciarlo en calidad de embajador de este misterio pero sin ser tajante, alargando su visita porque fue necesario informar a María, que tanto se asustó al verle en forma humana, como símbolo del misterio que se obraría en ella, o como signo visible del sacramento invisible que encerraba en ella. [601] Miguel fue el primero de los entendimientos celestiales, el príncipe de los ángeles, el más cercano a la Trinidad y el primer adorador del Dios vivo. No debe asombrarte que te diga que estoy en su presencia en calidad de Verbo increado, porque soy una de las personas de la Trinidad; debajo de mí, aunque a mi lado, está mi Madre, por cuya dignidad lleva la corona del reino. Mardoqueo fue el primero de los príncipes por habérsele conferido una dignidad real; pero no era el rey. Ester gozó de grandes privilegios por encima de él, a pesar de que su fidelidad para defender la vida del rey fue el motivo para recompensarlo. Cuando el rey supo que no se había dado reconocimiento a sus buenos oficios, cuando supo que era tío de la reina Ester, a la que había criado como hija suya, lo constituyó después de Ester en el primero de su reino, dándole su anillo para que proveyera en su nombre todo lo que deseara su esposa Ester, que era su hija adoptiva llena de agradecimiento por los grandes cuidados que le dispensó durante su minoría de edad.
María, la más excelsa de todas las reinas y emperatriz del universo, fue escogida por la Trinidad para ser Hija del Padre, Madre del Hijo y Esposa queridísima del Espíritu Santo; asignándole no sólo al gran san Gabriel para ser su guardián, sino la prerrogativa de contar con san Miguel, que recibió del soberano Dios la comisión de escoltarla con todos sus ángeles en nombre del divino Verbo, del que era digna Madre; y que Miguel y todos sus ángeles los reconocieran como su cabeza, combatiendo por su causa con el dragón, que se oponía a esta mujer maravillosa cuando estaba encinta del Verbo Encarnado, en cuyas entrañas se humanó y se envolvió de ella, confiriendo a Miguel el oficio de generalísimo para combatir en contra del dragón.
[602] Fue Miguel quien reveló a san José el misterio de la Encarnación; y aunque no me parece bien afirmar que fue el mismo que anunció a la Virgen, se me permitirá decir que san Gabriel se confesó agradecido en sus comisiones cuando Miguel acudió en su auxilio, sobre todo en lo concerniente al pueblo hebreo, del que era protector, debido a que el Salvador y su Madre fueron la redención misma de aquel pueblo, así como descendencia bendita de Abraham. Ante su perplejidad, Miguel reafirmó en sueños a san José; es decir, en medio de la oscuridad de la noche, no deseando ser reconocido y cubriendo con su sombra los ojos corporales de José por medio de las tinieblas.
San Lucas se enteró por la Virgen que Gabriel había sido enviado en su calidad de guardián, en tanto que Miguel, que debía venir junto con el Verbo en calidad de asistente, esperaba la respuesta, y que, una vez dada, la Trinidad realizó la obra adorable de la divina Encarnación, honrando a Miguel con la visión de esta maravilla, a fin de que saboreara el gozo de la victoria que obtuvo sobre el dragón y sus ángeles, diciendo al Verbo: a ti la gloria y el triunfo, a ti que eras que eres y que serás eternamente. Abraham vio el nacimiento y se alegró por él; Miguel contempló la Encarnación con respetuoso júbilo. Cuando Eva perdió la justicia original, la serpiente estuvo presente. Cuando María recibió la gracia sustancial, Miguel estuvo presente. El texto dice que Gabriel la dejó en cuanto recibió la respuesta a su embajada. Moisés se apartó de los que no debían entrar en la nube, dejándolos donde la providencia divina se lo mandó, para internarse solo en la penumbra en la que Dios hablaba por medio de Miguel, que al pueblo pareció ser el mismo Dios.
Miguel, por tanto, estuvo presente cuando el Rey de los ángeles se hizo verdadero hombre para levantar nuestra naturaleza hasta el trono de Dios, y Miguel fue el primero en prestar juramento de fidelidad en nombre de todos sus ángeles al Hombre-Dios, al que adoró en espíritu y en verdad, confesándose súbdito no sólo del Hijo, sino de la Madre Virgen. Sólo Dios y él pueden decir con cuánta alegría lo hizo. Jesucristo dijo que Abraham deseó ver su nacimiento, y que dicha gracia le fue renovada como a padre de los fieles, cuya simiente bendita sería el Salvador, también Hijo suyo, el cual debía sentarse a la divina diestra del Padre eterno.
San Miguel tuvo, a no dudar, tantos deseos de ver la Encarnación, como los tuvo para ser fiel y combatir al que quiso impedirla. Obtuvo del Padre, por tanto, el favor de contemplar al Hijo cuando se encarnara, a fin de instruir jubilosamente a sus ángeles para que lo reconocieran y adoraran a una señal suya. Más tarde, al nacer, lo adoraron de nuevo por mandato del Padre, cantando al mismo tiempo: Gloria en las alturas. Miguel fue el único espectador del misterio escondido en María, pero tanto él como sus ángeles fueron admiradores de la Natividad del Salvador, anunciándolo a los hombres por los que había nacido. Miguel fue el amigo al que Dios no quiso ocultar su secreto, al igual que a Abraham. Por mediación de Miguel, Abraham fue instruido acerca de todo representando ante él al Verbo Encarnado, al que adoró en figura. Miguel supo el secreto antes de que Abraham existiera.
Cuando el Verbo se encarnó en María, los ángeles no toleraron más que los hombres los adorasen. Miguel, que instruía a Juan, le prohibió hacerlo, llamándose servidor al igual que él. Fiel Miguel, di que eres el secretario del Verbo en la Iglesia triunfante y en la militante; que guardaste a María en las figuras que dicha princesa merecía más que un ángel, por ser la Reina de todos los ángeles. Que fuiste tú quien se extasió ante su perfección junto con Gabriel y que dos serafines te dijeron que el Hijo al que ella llevaba era tres veces Santo; que la Virgen era su alto sitial, morada santa y templo sagrado en que la divinidad se encerraba dignamente, por ser digna Madre de Dios.
Si san Gabriel tuvo necesidad de tu asistencia para terminar con las resistencias que el príncipe de Persia le opuso durante veintiún días, ¿acaso no era conveniente que acudieses a alabar augusta y dignamente a la emperatriz universal, a la que su único Hijo alaba convenientemente, sirviéndola con humildad como principio de su vida humana? Así lo expresó san Dionisio a san Timoteo al informarlo de la conferencia que tuvo lugar en presencia de los pontífices escogidos por Dios: en cuanto a ustedes, a mí, y a muchos de nuestros santos hermanos se refiere, convivimos para orar al cuerpo que fue el principio de vida y alojamiento de Dios. Estuvieron presentes Santiago, hermano del Señor y Pedro, la cima más alta y el primero de todos lo teólogos. Después de esta visión convinimos en que todos los jerarcas, cada uno según su suficiencia, alabarían la infinita y poderosa bondad de la debilidad divina.
Con estas palabras, el gran san Dionisio alabó la infinitud de la bondad divina valiéndose del término debilidad. Qué manera de loar la poderosa bondad, llamándola debilidad divina. Con ello vemos la grandeza de María, a cuyo servicio estuvo su Hijo encarnado y cuyo soporte es el mismo Dios, que da valor a sus acciones, que son teándricas: divinamente humanas y humanamente divinas. Un Dios hijo sirve a su Madre, de la que se confiesa súbdito. Siendo igual a su divino Padre y recibiendo su esencia de él sin dependencia, se convierte en servidor al tomar la carne en su Madre, poniéndose bajo su potestad para redimir a los que estaban bajo la ley del pecado.
El gran Miguel acudió, pues, a rendir alabanza según su poder, para loar la infinita y poderosa bondad de la debilidad divina, que tomó nuestra fragilidad para darnos su fuerza y se hizo pobre para enriquecernos. Jesucristo podría decir mejor que san Pablo: Estoy avezado a todo y en todo: a la saciedad y al hambre, a la abundancia y a la privación (Flp_4_12). Nuestro pontífice supo compartir por experiencia nuestras debilidades, por haberse hecho pasible y mortal. En ello tuvo a bien que Miguel fuera espectador y testigo fiel de sus humillaciones, así como lo fue de sus grandezas, en las que penetró más que los demás ángeles, en calidad de cabeza de todos por decir: ¿Quién como Dios? a todo lo que su sabiduría dispuso en el cielo y en la tierra.
San Miguel es el ministro perfecto, que manifiesta la verdadera complacencia de aceptación de los deseos del Rey de amor, el cual lo constituyó intendente de su justicia; oficio que no debe ser encomendado sino al primero de los serafines que sabe, después del Verbo Encarnado y de su Madre, cuán ardiente es el amor. Para exhalar sus llamas se opuso a Lucifer; por no poder sufrir que la criatura intentara igualar al Verbo que deseaba encarnarse para mostrar cuánto amaba Dios a los hombres; amor que lo movió a unir una de las personas divinas a su naturaleza en un individuo, confiriéndole su propio soporte. Dios es un altruista que colmará de admiración a los ángeles y los hombres por toda la eternidad.
Miguel, aprendió en el Verbo, que es un espejo voluntario que se complació en instruir al angélico príncipe acerca de sus designios, [606] sabiendo cuán fielmente los adoraba, complaciendo con ello el divino placer de alegrarse en sus designios como el alma del esposo. Casi estalló de alegría al contemplar al Rey de amor en el día de sus bodas, el día del gozo de su corazón (Ct_3_11), al ver la diadema con que su Madre Virgen lo coronaría el día de su Encarnación. Miguel lo vio como el primogénito entre muchos hermanos, el primer nacido de entre los muertos, cuyo amor no estaría satisfecho si no se sujetaba al madero y colocaba su nombre entre los muertos del siglo: Me hace morar en las tinieblas, como los que han muerto para siempre; se apaga en mí el aliento, mi corazón dentro de mí enmudece (Sal_143_3).
Miguel, al contemplar el amor excesivo, habría deseado poder seguir a su maestro, si él hubiese querido que se hiciera hombre para morir con él, padeciendo las aflicciones y angustias que debía sufrir de la resurrección de Lázaro a la Cena; en el Huerto y en la cruz, y para ser encerrado en el lugar de los muertos junto con el que era la vida esencial, cuyo único amor triunfó y triunfará de cara a la eternidad sin disminuir la gloria que corona las victorias de este Enamorado. Como Miguel no podía tener un cuerpo, ya que no debía encarnarse como su maestro para batirse en duelo a campo cerrado, llamó al jefe de los espíritus rebeldes para combatir con auténtico celo, abatiéndolo junto con todos sus secuaces. El cielo y la victoria serán de Miguel, y la gloria del Verbo Encarnado.
Capitulo 86 - Mi divino amor, Santo de los santos, quiso instruirme en la bienaventuranza por medio de luces altísimas y de su deliciosa claridad. 30 de octubre de 1637.
[607] El 30 de octubre de 1637, después de humillarme ante el Rey de la gloria y Santo de los santos, trayendo a la memoria mis faltas, mi divino Amor las disimuló para que, en actitud de plena confianza, pudiera meditar en la bienaventuranza. Primeramente se me apareció en forma de un cordero llevando su cruz en un valle que parecía un pasadizo, a cuyos lados crecían árboles. El cordero pacífico estaba en medio de la maleza, que para mí fue símbolo de las zarzas en las que se enredó el carnero que Abraham sacrificó en lugar de Isaac. Con esto el divino cordero me dio a entender que, por medio de sus sufrimientos, me había merecido la gracia y la gloria.
En cuanto desapareció esta visión, siguió otra en la que se me mostró un mapa en el que vi una multitud innumerable para mí de santos bienaventurados. El divino Enamorado disponía mi espíritu para instruirme acerca de la gloria, enseñándome que el llamarla claridad es definirla, porque la esencia de Dios, que es el único objeto de felicidad de los Santos, es origen, camino y término de luz. Añadió que Dios es un ojo perfectísimo que ve, que ilumina y que produce en sí la luz eterna, por ser él mismo su luz, su visión y su objetivo. El puede contemplarse y penetrarse a sí mismo sin tomar nada prestado de nadie, no, ni aun su objeto, por tenerlo todo de sí. El mismo enfoca su visión, extendiéndose a todo sin necesidad de tiempo y lugar y solo se penetra a sí mismo. El ilumina todo lo que tiene alguna claridad, y con su solo rayo los bienaventurados contemplan la esencia divina, porque el alma es un ojo que se relaciona en esto con su prototipo, ya que Dios hizo el alma a su imagen en la unidad de su ser y distinción de sus potencias, creándola también semejante a él a manera de un ojo capaz de recibir la claridad de Dios. Cuando el divino amor se digne comunicarle sus rayos, el ojo, a pesar de ser tan pequeño, recibirá en sí la imagen de aquel al que contempló en medio de espacios infinitos, en los que se puede extender. El ojo es la sede del alma, en la que se manifiestan todos los afectos del corazón.
El alma es, pues, un ojo que recibe en si la imagen divina para conocer las grandes obras escondidas en el cuerpo, es un ojo cubierto de su párpado y privado de luz y claridad; a pesar de su extrema delgadez, el párpado no le permite conocer casi nada. El rayo divino de la fe que recibe es, por tanto, demasiado débil, por ir acompañado de las tinieblas que los velos y párpados del cuerpo producen en ella; pero cuando se abre dicha membrana, y se recorren las cortinas, el ojo de la divinidad produce en el ojo del alma la vibración de su claridad y de sus rayos, permitiéndole contemplar su inmensidad y la realidad de la divinidad, aunque no siempre comprenda lo que es incomprensible. No existe ningún otro medio entre la divina esencia y el alma sino el mar transparente de cristal, que es Dios mismo, el cual sin embargo ciega lo que ilumina. Su fortísima claridad deslumbra la debilidad de este ojo, que jamás podrá ser tan fuerte, aun robustecido por la luz de la gloria, como para penetrar lo más oculto de Dios, que está reservado a la luz de la comprensión perfecta; luz que no puede comunicarse fuera de Dios. El único ojo que podrá contemplar la divina esencia en toda su perfección, como ella misma se contempla, será Dios que es ojo por naturaleza.
La naturaleza angélica es un ojo perfectísimo como el alma como el alma, aunque con una ventaja superior, por tratarse de un ojo siempre vidente, sin párpados que lo cubran. A pesar de ello, si la visión de la gloria no proviniera de la claridad y luz natural, el ángel carecería de dicha ventaja: la debilidad y las tinieblas de su [609] naturaleza limitada lo incapacitarían para recibir el rayo procedente del ojo divino; y aun pudiendo recibirlo, lo percibiría con muchas limitaciones.
Cuando el rayo sobrenatural incide en el ojo del ángel y del alma bienaventurada de igual manera, su claridad y visión son idénticas: el párpado del cuerpo no impedirá a los santos dicha visión porque será transparente. No veremos a la divinidad, empero, a través del ojo corpóreo, aun llevándolo en el cuerpo, debido a que en éste, cual bello cristal, será engastado el ojo del alma, que recibirá del ornamento y no del impedimento del ojo espejo.
El alma del Salvador en la tierra, aun estando en un cuerpo mortal y pasible, permanecía siempre en la visión de la divinidad, con la que estaba unida en unidad de soporte. El limo de nuestra mortalidad jamás pudo impedir la claridad beatifica ni la comunicación del rayo del ojo divino al ojo de su alma santísima. De esta visión surgen los amores y las llamas que abrasan el empíreo; por eso los rayos que expiden los ojos son ardientes y calurosos; a través de los ojos se exhala el alma mucho mejor que cuando suspira.
En él se pierden los bienaventurados, fundiéndose y derritiéndose ante su vista. Oh visión admirable. Oh claridad del todo divina, como es únicamente la emanación del rayo del ojo con el que Dios se contempla a sí mismo, es una reposición y un combate de rayos entre ambos ojos: el de Dios y el del alma, que lo recibe distinta, simple, pura e infinitamente, sin alteración, sin mezcla, sin oscuridad y sin otra limitación que la de su propia naturaleza e incapacidad, que le impide recibirla en su totalidad, debiendo contentarse con la medida que la bondad de dicho rayo, al comunicarse, se digne compartir con ella.
Lo admirable es que la variedad de la gloria, dentro de la diversidad de sus comunicaciones y de los rayos que iluminan el ojo de los santos, permite a todos contemplar la misma divinidad a través del mismo rayo y del mismo cristal, dándose al mismo tiempo la pluralidad en la claridad de su visión. Todos penetran en mayor o menor grado la esencia infinita de Dios, según [610] el grado en que perciben sus rayos.
Mi divino Amor me dijo que la predestinación de los elegidos es la gracia que el ojo divino les reserva desde la eternidad; gracia que reciben en el momento en que él se digna manifestársela, a través de su bondad que es en sí comunicativa; bondad que desea la respuesta del alma querida para asegurar su vocación, a fin de que la gloria imprima el sello de la divina elección.
En esto se manifiesta la libertad del alma, que puede, si quiere, resistir a Dios y a su felicidad, de lo que nunca podrá acusar al amor divino. Al obrar como Vasti, la consecuencia de su rechazo es ser repudiada por el Rey justísimo, que no tiene necesidad de ella ni de la belleza que le dio, por ser en sí la belleza esencial. Movido por su amorosa bondad favoreció a esta ingrata, dándosela en participación para convertirla en digna esposa de su gloria, de su majestad y de su amor, con el deseo de que toda la corte pudiese admirarla como esposa del soberano, que se complace en gloriarse en ella. Fue él quien le dio la belleza que tanto codicia; por eso debe olvidar la naturaleza corrompida de todas sus costumbres, contemplando únicamente la claridad del Rey que es su esposo y escuchar sus divinos oráculos con profunda humildad, porque solo él la desposó por gracia, por fe y por amor; amor que la eleva a la dignidad de esposa, deseando ardientemente conservarla para él en la eternidad de Dios. Por esto dice a través de su profeta Oseas: Tu destrucción ha sido, Israel, porque sólo en mí estaba tu socorro (Os_13_9).
Cuando él desea llevarla a un desierto abandonado por los hombres, la sitúa en soledad para hablarle al corazón con dulzuras indecibles, mediante las cuales sale de ella misma para entrar en él, que se digna honrar a su esposa sagrada sirviéndole de escudero que la llevará en alto hasta la gloria, sorprendiendo con ello a los espíritus bienaventurados, que exclaman admirados: ¿Quién es ésta que sube del desierto, rebosando en delicias y apoyada en su amado?
[611] También debemos tomar en cuenta que él le da a conocer de cuánta desventura la libró: Yo te levanté debajo del manzano donde fue desflorada tu madre, donde fue violada la que te dio a luz (Ct_8_5). No te digo esto a manera de reproche, sino para animarte a amarme con perfección por ser yo tu esposo fiel. Ponme como una señal sobre tu corazón, como un sello sobre tu brazo; que tu amor sea fuerte como la muerte, ya que el mío me movió morir por ti. Que el infierno y sus tentaciones no te turben; que el mundo y sus vanidades no tengan más atractivo para ti; que la carne y sus apetitos dejen de seducirte.
Son la sangre de mi enamorado corazón, que languidece por contemplarte en tu luz. Si me niegas este favor, permite a mi alma salir de ella misma para pasear por los espacios de tus ojos, que son mis campiñas. Si deseas que haga un alto en ellos, permite que me detenga en la aldea de tu corazón sagrado: Yo soy para mi amado, y hacia mí tiende su deseo. Oh, ven, amado mío, salgamos al campo. Pasaremos la noche en las aldeas (Ct_7_11s).
Después de contemplar las maravillas del empíreo, ¿podré seguir viviendo en la tierra y soportar en ella las tinieblas? Sí, amor mío, por ser tu voluntad que more en ella, después de las tinieblas esperaré la luz.
Capitulo 87 - Dios encontró en María sus delicias fuera de las que experimenta en sí mismo. Tres auroras. La primera, en la naturaleza, la segunda en la gracia y la tercera en la gloria. La compasión de la Virgen hacia los pecadores y su incomparable poder. 8 de diciembre de 1637.
[615]La noche que precedió el día de la Concepción de la gloriosa Virgen, escuché que Dios tuvo en su mente a la Virgen como el único objeto que, fuera de sí, y entre todas las criaturas, podía conversar con él y contentarlo, por ser aquellas meros accesorios, y que Dios no miraba sino en razón de María, mediante la cual y en la cual encontraba todo el placer que podía hallar fuera de sí, porque es suficiente en sí mismo y no necesita mendigar contento alguno de las criaturas. Cuando se digna concederles gracias y bienes fuera de él lo hace movido por el sentimiento de bondad que tiene hacia ellas. Sólo ha encontrado satisfacción a su inclinación y a su bondad en María, en la que pensó durante la eternidad para producirla en el tiempo como objeto de sus complacencias y milagro de su amor.
Al meditar en tan dulces pensamientos, comprendí que el Padre es origen y fuente de felicidad; el Hijo, el río; el Espíritu Santo, el término y culmen de la divina felicidad; río y término tan inmenso como la fuente de origen. La Virgen es el comienzo, el progreso y el fin de las alegrías de Dios fuera de él, que comenzó a complacerse en esta criatura y, por amor a ella, en las demás. Antes de crearla, sólo hizo bocetos y figuras de la admirable Virgen; desde que ella estuvo en el mundo, todas las demás criaturas sólo fueron copias imperfectas.
Toda la Trinidad puso en María las más reales y auténticas imitaciones o expresiones de sus divinas perfecciones. Dios encontró en ella sus delicias al grado en que llegó a ser la bendición de la Trinidad al exterior; Trinidad que fue bendecida por la Virgen con la bendición más excelente que una simple criatura haya podido dar a la Trinidad.
[616] La Tierra fue maldita en su obra: Su porción es maldita en la tierra (Jb_24_18). La concepción de María no fue un fruto ni una obra de la tierra maldita, ni de la corrupción, sino una obra que recibió su destino de Dios y dio fruto en medio de bendiciones; pues a pesar de fue engendrada por la vía común y ordinaria, vino para hacer realidad en el mundo el designio de Dios. Los padres de la Virgen se unieron, no impulsados por el ardor de la concupiscencia, sino para cooperar a los designios de Dios para engendrar al Mesías.
El Verbo hizo todas las cosas. María fue hecha por el Verbo y para el Verbo, en el Espíritu Santo. Así como en el Espíritu Santo encuentra Dios su inmensidad y su amor limitado, por ser el término de todas las emanaciones, podría parecer que Dios encontró en la Virgen su término, su felicidad y su hartura al exterior. Ella fue hecha por el Verbo debido a que el Verbo está unido al resto de las criaturas mediante la dependencia que tienen de él.
En María, se adhirió de la manera más noble a su madre Virgen, y su producción y generación fue obra del Espíritu Santo; es decir, en la perfección y santificación inefable. Dios Padre constituyó a la Virgen principio de los elementos, por ser ella el principio de su Hijo, al que aportó un aire purísimo, un agua cristalina, una tierra bendita y un fuego inextinguible, que aun en la muerte conservó el vigor de su llama, porque durante el sueño de tres días o de cuarenta horas que su alma estuvo en los limbos, su cuerpo conservó sus admirables cualidades sin sufrir la corrupción.
El cuerpo de la Virgen no las perdió cuando su alma volaba al cielo, donde recibió la gloria y sus atributos para traerla a la tierra. Con dichos atributos en su cuerpo sagrado, su vida no pareció extinguirse, porque vivió en su Hijo con la vida natural que le comunicó, la cual retomó gloriosa en su resurrección, consagrando todos los elementos porque jamás aspiró ni expiró un aire inficionado y contaminado. María jamás ardió con la llama de la concupiscencia; jamás dejó que las aguas de los afectos de su corazón se derramaran ni desahogaran en las criaturas, ni sufrió las maldiciones de la tierra.
María es el milagro de la Trinidad: el Padre admira con admiración de benevolencia a esta hija suya; el Verbo prodiga a su Madre una admiración respetuosa y el Espíritu Santo, una admiración de benevolencia por ser su esposa. Dios se mira en sí mismo y se extasía divinamente con la visión de sus propias bellezas; en este arrebato y gozo consiste su felicidad, [617] independientemente de todo lo que no es él mismo. En su exterior contempla a esta criatura como una forma y expresión de sus perfecciones, admirando su propia excelencia en su criatura como un efecto de su virtud y un rayo de su bondad.
Cuando Dios se anonada en la humanidad del Verbo, lo hace para realzar la gloria de la Virgen porque, teniendo cierta inclinación a la dependencia para satisfacer su amor a las criaturas, y no pudiendo estar sujeto ni ser dependiente en su naturaleza ni en su persona, desposó a la humanidad a fin de poder, en esta naturaleza unida a él por unidad de persona, someterse a la Virgen, ensalzándola hasta el punto de permitir que un Dios le estuviera sujeto naturalmente como un Hijo con su Madre, porque la mayor gloria que Dios puede tener consiste en que un Hombre-Dios le esté sujeto.
Por ello elevó a la Virgen a un nivel de gloria que sobrepasa todo, sometiéndole un Hombre-Dios y mostrando tanta inclinación y amor hacia ella. Con el fin de ensalzarla, quiso humillarse y estar bajo su potestad, sometiéndose a ella de manera que el abajamiento y anonadamiento del Verbo pudiera servir de fundamento o de base para la gloria de María: Su fundamento está en el monte santo (Sal_87_1).
La montaña de la divina persona del Verbo se abaja para llevar a lo más alto la realidad de la gloria de María: El Señor ama las puertas de Sión más que todos los tabernáculos de Jacob. (Sal_87_2). Dios dignificó la puerta a través de la cual vino a nosotros algo más valioso que las maravillas de los tabernáculos de Jacob y la riqueza de todos los santos.
María fue una aurora de gracia. De hecho, constituyó tres auroras: la primera es la aurora natural en Adán, que terminó en una noche y no en un día; la segunda fue la aurora de la gracia en María, que nos condujo al sol de la gracia y de la gloria, porque en ella recibió en su seno la gracia subsistente y sustancial; la tercera aurora de la gloria es Jesucristo.
La primera aurora tuvo lugar en el paraíso, pero fue ahuyentada, dando lugar a las tinieblas; la segunda, en el mundo, en medio de las tinieblas del pecado, que no fueron obscurecidas por estar ella exenta de todo pecado; la tercera se dio en el cielo: cuando llegó a él, Jesucristo compartió la gloria con todos sus santos; pero cuando su Madre fue recibida en él, les comunicó una nueva y más abundante gloria.
Cuando su Madre, la Reina del cielo y de la tierra fue [618] recibida en el cielo, él se manifestó como un sol, habiendo sido hasta entonces, si se me permite la expresión, sólo una aurora que precede. El sol y la luna se unieron entonces en una conjunción sagrada: El sol y la luna se detuvieron en su lugar (Ha_3_11); Jesucristo, desplegando sus rayos, que había como reservado en parte hasta ese momento, los envió de tal manera sobre los santos, que rebotaron o, mejor dicho, fueron organizados por la Virgen. Ella acomodó los rayos de la gracia y de la bondad al rayo de las entrañas de su misericordia en el camino, rogando a su Hijo por todos.
Todas las gracias pasan por sus manos. María es un canal de gloria que muestra a todos su misericordia, aún a los más empedernidos, impidiendo, tanto como puede, que caigan en peores culpas y sean castigados en cuanto ofenden a Dios, implorando la misericordia de atraerlos a la penitencia y deteniendo la sentencia de condenación tanto como le es posible, por ser Madre de compasión que carece de la facultad de juzgar a los criminales. Se contenta con la de ser abogada de los pobres pecadores, por los que ora sin cesar para obtener su salvación. María ofrece al Padre eterno a su Hijo, permaneciendo en pie junto a la cruz. Su amor y su salvación la mantuvieron de pie y le dieron fuerza para presenciar la consumación del holocausto perfecto, viendo morir a su Hijo con un valor más que varonil.
María fue la única por excelencia que podía vivir al ver morir a su vida; ella fue el portento más señalado de los que ocurrieron a la muerte del Salvador, su Hijo, por ser la única que no fue abatida por el pecado original. Sólo María fue hallada inflexible cuando la muerte quiso asestarle su golpe mortal, sufriendo sin quejarse el dolor que su espada impetuosa le causó haciendo morir a su Hijo.
Capítulo 88 - Sublimes luces que me fueron comunicadas en la solemnidad de santa Lucía, y supe que el alma movida por ellas es más excelsa que cuando las recibe y se extasía dejando de actuar, 13 de diciembre de 1637.
[619] El día de Santa Lucía recibí grandes gracias y favores de esta santa. Hoy, al invocarla, mi divino amor me dio a conocer en un éxtasis la grande gloria de esta santa. Me pareció verla toda luminosa, como sugiere su nombre. Escuché que tiene un grado de gloria semejante al de san Lorenzo. También vi un unicornio y escuché estas palabras: Allí suscitaré a David un cuerno, aprestaré una lámpara a mi ungido (Sal_132_17), y que el cuerno de David, el verdadero Salvador, había aparecido entre esplendores en esa azucena sagrada.
Vi tantas maravillas, que llegó a parecerme que Dios me había escogido para describir la gloria de esta santa; pero no he podido escribir lo que contempló mi espíritu, distraída o impedida por mis achaques. Solamente diré que dicha santa estaba fortalecida por el Espíritu Santo, que la escogió para ser su morada y que el Verbo gozaba de manera inefable al comunicarle su claridad. Ella fue el templo del Espíritu de amor, que se complació en consagrarla con la profusión de su unción sagrada.
Lucía fue el domo del sol de justicia, que la colmó de luz; al colocar en ella el cuerno de David, la volvió cristífera, tomando la forma del divino unicornio que se apacentaba y reposaba en su pecho. Al huir de sus enemigos, encontraba en el seno de esta Virgen su descanso amoroso, en el que moraba gratamente con el Espíritu Santo y el divino Padre. Como guardó su palabra, el Verbo quiso ser su viático y festejarla después de que el verdugo le hundió la espada en el cuello.
Recibió el Santísimo Sacramento de la Eucaristía, que le confirió aceptación delante de los ángeles, y que fue su acción de gracias. La Iglesia quiso expresar esta maravilla diciendo: Agradó a Dios en la lucha y fue glorificada delante de Dios y de los hombres. Habló sabiamente en presencia de los príncipes y Dios la amó en todo momento; su auxilio fue el rostro del Señor. Dios está en medio de ella, no será conmovida (Sal_46_6).
[620] El amor le confirió una fuerza divina. Lucía agradó a Dios, a los ángeles y a los hombres. Los príncipes de la corte celestial admiraron la gloria y la sabiduría que la instruía n, por cuyo medio hablaba. La belleza del rostro del Señor de la gloria le dio seguridad y la dulzura de su amorosa bondad, que colmaba su corazón, la sumergía en delicias incomparables. La muerte de Santa Lucía fue preciosa delante de Dios, que la amaba, y delante de los ángeles, con los que brillaba y resplandecía a manera de centella. Contemplé a esta Virgen en compañía de las esencias espirituales que la ensalzaban como esposa del Verbo Encarnado, que ama la pureza virginal y que se unió íntimamente a ella en razón de la conformidad que tiene la virginidad perfecta con Jesucristo, al que ella reprodujo en cierta manera, ya que la virginidad del alma es el espejo o imagen de la divinidad, y la del cuerpo representa la humanidad del Salvador. El voto sirve de plomo para detener los rayos o la imagen que el Salvador produce de sí mismo en la virgen, a la que transforma en espejo acabado.
Así como la humanidad del Verbo, mediante una admirable correspondencia a la divinidad, y una inefable transfusión de ambas, se convierte en su propia imagen y espejo, de igual manera la virginidad, a través de la humildad, la soledad y la producción y generación legítima, produce nuevas imágenes de Jesucristo y espejos que lo representan en la tierra.
La virgen perfecta engendra nuevamente a Jesucristo, el cual, a través de una producción admirable, se multiplica en proporción al número de vírgenes en el cielo, obrando imágenes de sí mismo en la misma medida. Las vírgenes que, sin desearlo, han permanecido en dicho estado, aunque no sin amor a la virginidad, siguen al cordero a todas partes; pero las que deseándolo, y mediante un voto, han profesado esta sublime virtud, no solo siguen a Jesucristo, sino que lo engendran en la tierra. En el cielo sólo hay una paloma y una gran multitud de vírgenes por voto y por opción, las cuales, dotadas de una fecundidad inmaculada, engendran verdaderamente a Jesucristo y son sus esposas: Oh, cuán bella y luminosa es la generación de los castos (Sb_4_3); cuán casta y bella en sus claridades; o más bien: Cuán bella es la castidad; cuán agradable y encantadora en sus generaciones santas y luminosas. Cuán cierto es que las que han sido menospreciadas por ser estériles abundan en descendientes, según la profecía de Isaías.
Cada vez que Jesús se contempla en estos espejos se reproduce, obrando junto con el alma, que no sufre únicamente, sino que, fortalecida por la luz y resplandor que Dios refleja en dicho espejo virginal, obra con él y coopera en sus inocentes producciones, porque el alma que obra en este sublime género de acción es mucho más perfecta que aquella que [621] sólo sufre, porque la pasión de las cosas divinas que se escoge no es el punto más alto de la unión divina; y aunque sobrepase la acción ordinaria que va acompañada del razonamiento de la acción y de los sentidos interiores, no alcanza la nobleza de la acción que produce el alma cuando se acostumbra al brillo de las divinas luces, que la hace dúctil en su manera de obrar con Dios. Las pasiones que arrebatan el alma y casi la desprenden de los sentidos, haciéndoselos prohibitivos, suponen un alma que aun no tiene la fuerza de sostener los acercamientos de Dios ni sus sonoros rayos. San Pablo, en un principio, fue abatido, y durante su éxtasis no supo dónde estaba o qué sucedía. San Esteban, en cambio, contempló la gloria de Dios al ver el cielo abierto, sin éxtasis alguno, y obrando al mismo tiempo. Su alma se unió de tal manera al rayo divino, que se sirvió de él como de un rayo natural, convirtiéndose en algo así como una inteligencia con Dios. Sin embargo, es necesario llegar a la sublime perfección de la pureza virginal para participar en el estado de las vírgenes, que en el paraíso son espejos capaces de recibir los rayos más puros de la divinidad, como Santa Lucía, a la que canta la Iglesia: Lucía, esposa de Cristo, como aborreciste las cosas del mundo, brillas ahora con los ángeles. El que se sienta sobre los querubines realiza sus ascensiones sobre las nubes, caminando y volando sobre la pluma de los vientos. Al tratar con Moisés, habló y ordenó a su fiel servidor, al que alaba la Escritura por haber recibido de él el favor de hablarle cara a cara como un amigo a su amigo, le comunicó sus luces, lo cual fue advertido por los hijos de Israel cuando descendió de la montaña llevando consigo la ley para explicarles los mandatos del Dios que tronaba al dárselas y espantaba a todo el pueblo, en tanto que Moisés escuchaba y respondía con seguridad. Moisés supo orar con fuerza tal, que maniató a la justicia divina, al grado en que el Dios omnipotente le rogó que le permitiera aplicar su justo rigor contra los que fueron ingratos a sus favores. La nube que avanzaba durante el día mostrando que no debía detenerse, manifiesta que la inacción no es un estado más elevado que la acción en la contemplación perfecta. Si Nuestro Señor reprendió a Santa Marta, se debió a que se afligía por muchas cosas; no a que obrara en su servicio. Se dice que la Virgen escuchaba y conservaba todo lo que los ángeles, los reyes, los pastores, san Simeón y Ana la profetisa decían de su Hijo, ponderándolas en su corazón, que crecía en amor e intensificaba sus llamas. Las prudentes preguntas que hizo a san Gabriel cuando le anunció que sería Madre de Dios, muestran que no estaba en la inactividad que tantos admiran sin conocer, que es más una ociosidad en muchos devotos que gozar de las cosas divinas, como la llaman. No todos se encuentran en el estado en el que dijo hallarse san Dionisio, su santo maestro. La santísima Virgen pareció turbarse al escuchar las palabras del ángel, que la saludaba como llena de gracia, diciéndole que el Señor estaba con ella y que era bendita entre todas las mujeres. En su turbación, que procedía de la humildad, pensaba y consideraba sabiamente qué significaría aquel admirable saludo. El ángel, para afianzar su humildad, le dijo que no temiera ser sorprendida; que había encontrado gracia en el corazón de Dios, cuyo mismo Hijo sería suyo por indivisibilidad; que él sería el Salvador de todos sus hermanos, y que la había escogido para ser su Madre, por ser del linaje de David, del que sería hijo, y en cuyo trono se sentaría; y que reinaría en Jacob eternamente, porque su reinado no tendría fin. Todas esas grandezas fueron insuficientes para extasiar a la Virgen y privarla de la palabra. Así, preguntó al ángel: ¿Cómo será esto, si no conozco varón? (Lc_1_34). Gabriel le respondió que la virtud del Altísimo la cubriría con su sombra y que el Espíritu Santo descendería sobre ella para realizar la divina operación, formando para el Verbo un cuerpo de su pura sustancia; que la concepción en sus entrañas virginales sería purísima; que su hijo sería santo y se llamaría Hijo de Dios. María, cuyo consentimiento esperaba Dios a través del Fiat, después de relatarle el ángel la concepción de san Juan en las estériles entrañas de Santa Isabel, añadió que nada era imposible para Dios. María, antes de pronunciar su Fiat, se llamó primeramente sierva, haciendo patente con ello su humildad. A través del Fiat, según la palabra del Señor que el ángel le transmitió, tuvo confianza en que su virginidad sería preservada y que seguiría siendo virgen al convertirse en Madre. Virgen santa, te contemplo llena de Dios; eres Madre del Hijo del Altísimo, llevas en tus entrañas a aquel en quien reposa corporalmente toda la plenitud de la divinidad y en el que están encerrados todos los tesoros de ciencia y sabiduría del Padre. Muchos piensan que en el instante de la Encarnación fuiste elevada hasta la más sublime contemplación de la esencia divina. Permanece tranquila en tan dichosa visión; siente las cosas divinas sin obrar; el que te lleva en sus manos es inmenso; déjate perder en el gozo de tu Señor, que puede enviar a Gabriel con santa Isabel, para decirle que venga a rendir honores a tu divina maternidad. Perdón, Señora, por la libertad que me tomo para demostrar que el Espíritu del Señor te [623] impulsa hacia donde quiere llevar la gloria de Dios, que es lo que te impele. Que la divina contemplación no impida la acción por un designio divino; acude a santificar a san Juan subiendo y remontándote sobre los montes de Judea, pero con diligencia. Tu Hija es un gigante cuyo nombre es Pronto Saqueo (Is_8_1), urgiendo la gracia del Espíritu Santo, al que no gusta retrasar el efecto de sus bondades. En aquellos días, se levantó María y se fue con prontitud a la región montañosa, a una ciudad de Judá (Lc_1_39). Al entrar en la casa, saludó a Santa Isabel, sin quedar extasiada ni en un silencio de admiración. El sonido de su voz conmovió al pequeño san Juan en el seno de su Madre, haciéndolo saltar de alegría. Fue causa también de que Santa Isabel pronunciara con gran voz sus admirables palabras, después de las cuales María entonó su Magnificad, que nos dice más que todo lo que hayamos podido saber de ella en toda su vida. No deseo extenderme sobre este tema. Ahora consideraré a los serafines, espíritus ardientes, que adoran a Dios ante su trono con el rostro velado, como dijo el profeta Isaías, cantando sin cesar: Santo, Santo, Santo es el Señor de los ejércitos, estimulándose unos a otros a repetir este trisagio. En el Apocalipsis, el águila evangélica vio al Cordero sentado y con él ciento cuarenta y cuatro mil que llevaban su nombre y el de su divino Padre escritos sobre la frente. Escuché sus voces cual voz de muchas aguas y el retumbar de un trueno potente, pero con tanta suavidad como poder. Todos eran cual perfectos tañedores de arpas y cítaras, cantando un cántico nuevo; los cantores del empíreo más cercanos al cordero y los más próximos a sus resplandores eran vírgenes; a ellos que está permitido, con exclusión de otros, entonar su cántico, que es siempre nuevo en su admirable sublimidad. San Juan añade que a los vírgenes elevados sobre la tierra les está permitido seguir por todas partes al Cordero, sea sobre las nubes, sea por encima de las bóvedas azules. En el capítulo cuarto del mismo Apocalipsis, el predilecto del Cordero vio delante del trono, del que procedían los rayos, voces, truenos y cuatro animales llenos de ojos para contemplar las divinas claridades, los cuales, sin reposar e incesantemente, cantan: Santo, Santo, Santo, Señor Dios todopoderoso, Aquel que era, que es y que va a venir. Y cada vez que los Vivientes dan gloria, honor y acción de gracias al que está sentado en el trono y vive por los siglos de los siglos, los veinticuatro Ancianos se postran ante el que está sentado en el trono y adoran al que vive por los siglos de los siglos, y arrojan sus coronas delante del trono diciendo: Eres digno, Señor y Dios nuestro, de recibir la gloria, el honor y el poder (Ap_4_8s).
Es evidente que los cuatro animales dicen Santo sin cesar, y que los 24 ancianos están activos, ya que se postran y depositan sus coronas ante el escabel del trono divino. ¿No es esto obrar? David dijo con razón [624] que los ángeles fueron nombrados ministros, pero raudos cual chispas de fuego que acuden con presteza; siendo como cielos por cuyo ministerio El nos envía sus luces a manera de centellas resplandecientes.
El Evangelista nos dice que en la gloria el Salvador se ceñirá de claridad para colmar a los bienaventurados con sus luces deliciosísimas, por ser la divina sabiduría que alcanza suave y fuertemente de un confín al otro, mirándolos con lámparas encendidas en sus manos y atentos a su voluntad para cumplirla. El los hará sentarse a la mesa, es decir, les asegurará la posesión de la gloria eterna, celebrando, gracias a su poderosa bondad, el banquete de su propia gloria, sin perder la suya al comunicarla. Si los encuentra vigilantes que equivale a decir anticipando su llegada o saliéndole al encuentro para abrirle cuando llame a la puerta para que en cuanto llegue y llame, al instante le abran (Lc_12_36), los llama bienaventurados, por haber velado y abierto con prontitud.
Los hará sentarse a la mesa por toda la eternidad, y yendo de uno a otro, les servirá (Lc_12_37) Daniel, en sus visiones, vio al Anciano secular sentado en el trono, del que salían llamas de fuego: Su trono, llamas de fuego, con ruedas de fuego ardiente. Un río de fuego corría y manaba delante de él. Miles de millares le servía n, miríadas de miríadas estaban en pie, delante de él (Dn_7_9). Por medio de dicho trono, de sus ruedas de fuego, del torrencial río de fuego que manaba o procedía del rostro del anciano de los siglos, muestra que, en la gloria, Dios quiere que los ángeles actúen cual ministros de fuego, y que los llamados asistentes tampoco están ociosos. San Rafael, es uno de dichos siete asistentes ante Dios, vino a la tierra para guiar a Tobías y ocuparse de sus negocios; y el mismo Salvador, al referirse a los que cuidan de los pequeños que creen en él, añade que el cuidado de los niños en nada les impide la clara visión del rostro de Dios, su Padre. No existe contemplación más sublime para las simples criaturas que el poder ver, estando en la tierra, el rostro del divino Padre, que equivale a mirar la divina esencia. El Eclesiástico, al hablar del sol, dice maravillas que tienen por objeto mostrar en figura lo que los bienaventurados hacen y harán en la gloria por toda la eternidad. Grande es el Señor que lo hizo, exclama, después de describir las excelencias de dicho astro como obra del Altísimo; y a cuyo mandato emprende su rápida carrera (Si_43_5). Sin embargo, como el Salvador nos dice que su perfección consiste en hacer las obras de su Padre, diciendo que era igual a él, ¿Qué debemos pensar en la tierra de sus admirables obras? En verdad, en verdad os digo: el Hijo no puede hacer nada por su cuenta, sino lo que ve hacer al Padre: lo que hace él, eso también lo hace igualmente el Hijo. Porque el Padre quiere al Hijo y le muestra todo lo que él hace (Jn_5_19s).Si en la Trinidad se dan operaciones [625] internas y emanaciones o producciones activas, ¿Cómo negar que en la divina contemplación las almas que obran mediante las mociones del Espíritu Santo no sean más elevadas? El Espíritu Santo, que es pasivo en la Trinidad, desea obrar en ellas mediante su cooperación. Los doctores o experimentados en la oración mental son del común sentir que las almas que pueden corresponder y sufrir los sublimes ardores sin caer en éxtasis son más elevadas que las que se limitan a recibir sin dar nada a cambio. La esposa dice: Mi amado es para mí, y yo para él en una admirable respuesta que me absorbe; pero de manera que obro movida por sus propias mociones. En efecto, todos los que obran por el espíritu de Dios, son hijos de Dios (Rm_8_14). En estas acciones permanecen tranquilos y sin turbarse, siendo reposados en sus movimientos, manifestando en todo la vida de Dios en ellos.
Adoran en espíritu y en verdad a Dios, que es espíritu; las aguas que reciben brotan hasta la vida eterna, sin estancarse como el agua que, al mezclarse con la tierra, se convierte en lodo.
Los que, según san Juan, son fieles creyentes, se convierten en fuentes y manantiales que surgen hasta la vida eterna, por medio de la recepción del Espíritu Santo. Cuando san Pedro fue instruido acerca de la generación del Verbo, que procede del divino Padre, ¿quién de los hombres lo contempló en éxtasis? Si cuando el Verbo Encarnado preguntó a los apóstoles por quién lo tenía si san Pedro hubiera dicho: No puedo decir lo que sé de ti, el Salvador no le habría respondido: Bienaventurado eres, Simón, hijo de Jonás, porque ni la carne ni la sangre te han revelado mi generación, sino mi Padre, que me engendra siempre, a pesar de encontrarse en el cielo.
Cuando él escuchó la voz del Padre, cuyo brillo ni él ni los otros pudieron soportar, ni contemplar al Salvador transfigurado, no se alabaron por su poder y conocimientos. Pedro quiso detenerse allí y hacer tiendas para permanecer inactivo en la contemplación del rostro de su Maestro. El texto dice que no sabía lo que decía. El Salvador los tocó, es decir, les dio fuerzas para levantarse. Jesús no cayó por tierra, sino que conversó con Moisés y Elías. La santísima Virgen jamás se mostró extasiada, perdiendo con ello los sentidos, ni en sus dolores ni en sus gozos. Fue la mujer fuerte que encontró la sabiduría, cuya luz no se extinguía por la noche para dormir en la ociosidad; al contemplar sin cesar al que amaba sin intermitencias, participaba en la economía del alma de su Hijo, que, en su parte superior, gozaba de la visión del Verbo, al que estaba personalmente unido. No afirmo con ello que la santísima Virgen poseyera dicha visión como su Hijo, que era Dios y Hombre, cuya alma y cuerpo eran y han sido siempre apoyados por la divina hipóstasis.
A él da el Padre sin medida, porque posee toda la plenitud de la divinidad. Me refiero más bien a que la santísima Virgen era llena de gracia antes de la venida del Espíritu Santo, y a que la virtud del Altísimo, [626] al cubrirla con su sombra en la Encarnación, la iluminó y fortaleció divinamente en sus contemplaciones.
El reverendo P. Coton me dijo en el año 1618 o 1619 que pidiese a N. S., que tantos favores me había concedido, se dignara elevar a él mi espíritu sin ser extasiada ni arrobada; que la Hna. María de la Encarnación, carmelita, conocida en el mundo como la Srita. Acarie, se encontraba en este excelente grado de oración, mediante la cual había conocido la economía del alma del Verbo Encarnado y el estado de la Virgen en proporción, quienes no fueron impedidos de obrar al exterior por éxtasis o arrobamientos, que son señal de debilidad.
Algunos días después plugo al Dios de bondad elevarme a dicho estado. Era la fiesta de san Pedro en ese lugar. Se me dijo en esa sublime elevación de mi alma que san Pedro había recibido el mismo favor cuando el divino Padre le reveló la generación de su Hijo. A partir de entonces, recibí las luces divinas sin caer en éxtasis: mis sentidos no se perdían ni se dispersaban y mi espíritu, casi libre de ellos, parecía unirse admirablemente a Dios y separarse del alma sin dolor, por obra del poder del Verbo divino, como dice el apóstol: Porque viva es la Palabra de Dios y eficaz, y más cortante que espada de dos filos. Penetra hasta las fronteras entre el alma y el espíritu, hasta las junturas y médulas (Hb_4_12). San Pablo afirmó esto después de haber dicho a los Hebreos: Esforcémonos, pues, por entrar en ese descanso (Hb_4_11), en el que entró el Verbo Encarnado después de llevar a cabo la obra que su Padre le encomendó.
Capítulo 89 - Gran belleza con la que el divino esposo recompensa la modestia de sus fieles esposas, 19 de diciembre de 1637
[627] Durante la oración de la tarde, vi un rubí y más tarde un broche compuesto de toda clase de piedras preciosas, el cual me parecía más y más admirable. Se me explicó que simbolizaba para mí la persona del Espíritu Santo, que es el nudo del Padre y del Hijo; Hijo que es el sumo Sacerdote revestido de nuestra mortalidad, llevando a todo el mundo en su vestidura, y que dicho granate lo abrochaba divinamente, obrando la unión con grande dilección. Vi después, estando elevada en espíritu, una joven cuyo rostro no percibía, cubierta por el enorme granate a manera de escapulario, lo cual fue para mí símbolo del divino favor que recibía de mi esposo.
Mi divino esposo me explicó que tan maravillosa gema se me había reservado por haber tenido siempre la garganta cerrada; que sus divinos ojos se complacían en recompensar la pureza de sus esposas, produciendo con sus luces gracias maravillosas y adornando su cabeza, su cuello y su brazo. Cada una puede decir con [628] Santa Inés: Ciñó mi diestra y mi cuello con piedras preciosas; adornó mis oídos con perlas valiosísimas. Estoy desposada con aquel a quien los ángeles sirven, cuya hermosura admiran el sol y la luna. Sólo a él sirvo en la fe; a él me entrego con todo fervor.
¿Quién, entre los mundanos, podría pensar que los ojos del Verbo Encarnado, que son incapaces de mirar porque él no desea iluminarlos en su impureza, se fijarían divinamente en el cuello cubierto de una virgen, y que en presencia de los ángeles y de los santos se afana en hacerle collares, cadenas e insignias de esplendor que arroban de admiración a los espectadores celestiales, que alaban al divino esposo como artífice de las grandes maravillas con las que adorna y embellece a sus esposas? San Juan, el águila virginal que pudo contemplar los rayos del hombre-oriente, el Verbo Encarnado, dice que ella es la esposa del Verbo, divinamente adornada por las claridades de su esposo, que es el esplendor de la gloria del Padre, figura de su sustancia, imagen de su bondad y espejo sin mancha de su majestad. Los rayos de este sol lo penetran todo; es el rocío del seno paterno y el que recibe toda su esencia. El Verbo es el que hace reposar a sus esposas en su seno, que es transparente como el cristal. Así como se insinúa en su corazón, se derrama en su pecho, produciendo perlas orientales con su ardiente luminosidad. Es él quien forma admirables uniones, confeccionando con ellas collares finísimos que sólo él puede valorar. [629] Es él quien se ata y se encadena a sí mismo, sin perder la libertad. Es él quien engasta su palabra de modo divino, como si las alabanzas que prodiga a sus esposas con su boca adorable, les obsequiaran perlas preciosas para los pendientes de sus oídos. David estima mucho más, sin comparación, la palabra divina que el oro y el topacio y con toda razón, porque dicha palabra permanecerá siempre. El cielo y la tierra, con sus piedras preciosas, y el mar con sus perlas, pasarán; pero el Verbo permanecerá con sus esposas, que serán cielos nuevos y tierras nuevas que cantarán en el corazón del Salvador, que es su laúd y su arpa, un cántico nuevo por toda la eternidad. Por haber conservado su pureza, permanecerán siempre al lado del Rey de reyes, que es su corona eternal. En el seno del Padre, se apacentarán con este lirio blanquísimo, y él se apacentará entre ellas, amando las perfecciones que su amor ha querido darles. Dios no se arrepiente de sus dones; el Espíritu Santo se complace en adornar estos cielos cristalinos y en ser el broche eterno que los liga al Verbo y al divino Padre con un amor que no tendrá fin, porque que su dilección es más fuerte que la muerte.
Capítulo 90 - El ojo de Dios se dignó consolarme al verme afligida. Admirables conocimientos que me dio acerca de sus adorables perfecciones por su bondad, que se desborda hacia mí, 28 de diciembre de 1637.
[631] Estando sumida en una aflicción extraordinaria, me puse en oración por la tarde, según mi costumbre. Al derramar mi corazón en presencia del Santísimo. Sacramento, vi un ojo grande y sin párpado, de una dulzura encantadora, que me consolaba al mirarme con amor. Me di cuenta de que era el ojo de Dios y la divinidad simplísima; ojo que carece de párpado, que no se cierra jamás y puede verlo todo en todas partes sin pedir prestada la luz de las criaturas, por ser luz esencial e indeficiente.
Vi a este ojo subsistir por sí mismo, como teniendo el ser en sí mismo. Lo vi intelectual, inteligente, fecundo en su inteligencia. Lo miré como Padre fecundísimo de su intelecto, de su dicción y de su palabra, que percibí como término de la inteligencia y entendimiento que la produce.
Percibí la dicción, la palabra, el Verbo que emana de su principio, que es su Padre, siendo principio o comienzo de las vías internas del mismo Padre, que es del todo interior como el Hijo, el cual es imagen en la Trinidad. Vi en este ojo al Espíritu de vida, que vive con la vida del Padre y del Verbo, que es el término de la voluntad ardiente, fecunda y amorosa del Padre y del Verbo, siendo el fin de la voluntad ardiente, fecunda y amorosa del Padre y del Hijo, que lo espiran divina y amorosamente, ligándolos inmensamente y uniéndose a ellos sin limitación alguna, encerrándose a su vez en la divina vastedad, que es tan [632] inmensa como infinita. El ata y es atadura, besa y es beso, recibiendo del Padre y del Hijo toda la esencia y perfecciones que ellos poseen, sin inferioridad ni dependencia, así como ellos le comunican todo sin superioridad. Percibí que este ojo es claridad y llama de él, por él y en él, adorándolo en la unidad de la Trinidad.
Adoré en espíritu el ojo que veía como espíritu y verdad. Adoré las divinas emanaciones, los principios y los términos, las nociones y las relaciones. Contemplé la fuente de origen y la paternidad que pertenecen al Padre en calidad de atributo personal. Percibí cómo en sí tiene el ser. Vi la manera en que el Verbo, que es su imagen, impronta de su sustancia y esplendor de su gloria paterna, emana del divino Padre tan inmensa como su principio, en unión con el que produce al Espíritu Santo, que recibe su ser del Padre y del Hijo como de un solo principio, que es la llama purísima de ambos espirantes; que es eterno e inmenso como el Padre y el Hijo que lo producen. Vi que el Hijo llamándose el esplendor de la gloria del Padre podría decirse el resplandor de su fuente, pero resplandor de su sustancia propia y no accidental sino, como luz de luz y Dios de Dios, engendrado y no creado, al ser engendrado ve divinamente expresadas todas sus perfecciones y su misma naturaleza que es muy sencilla e indivisible. Vi como el Padre engendra al Hijo en los esplendores de los santos (Sal_109_3). Antes del día de la creación todo hecho por el Hijo vi cuánto ama al Hijo, y cuánto ama el Hijo al Padre, y a entrambos producir al Espíritu Santo, que es su amor personal, que es amor sustancial, esencial, personal e infinito por ser el término de todas las emanaciones productivas. Vi de qué manera puede ser llamado el fuego de este ojo, amor divino y Dios único junto con el Padre y el Hijo, teniendo su soporte distinto, así como el Padre y el Hijo tienen el suyo; y cómo los divinos soportes tienen sus atributos personales. Miré y comprendí con gran claridad la igualdad del Hijo con el Padre en [633] poder, en sabiduría y en todo. Vi al Verbo como ojo del Padre y espejo necesario y sin mancha de su majestad, comprendiendo que en él no podían darse las tinieblas, por ser incapaz de caer o deslizarse en falta alguna. Vi al Padre engendrar necesariamente al Hijo y amarlo con la misma necesidad; no en una condición de indigencia, sino de excelencia. Vi cómo su Padre lo engendra, sin ocultarle nada de lo que hace al engendrarlo, por ser luz de luz. Percibí que ese ojo era Dios, el cual carece de párpado por ser Dios simplísimo en su naturaleza, aunque distinto en las propiedades personales.
Escuché estas palabras, que revelan la igualdad del Hijo con el Padre en cuanto Dios: lo que hace él, eso también lo hace igualmente el Hijo (Jn_5_20); y las siguientes, que nos enseñan los conocimientos y los poderes que recibió en cuanto hombre, según lo que dijo a los judíos, que lo acechaban, lo perseguían e intentaban darle muerte, no sólo porque según su criterio terrenal no observaba el sábado según la ley, sino porque se decía igual a Dios, llamándolo Padre y diciéndose Hijo suyo, llamándose a sí mismo un Dios con el divino Padre: Haciéndose a sí mismo igual a Dios. Jesús, pues, tomando la palabra, les decía: En verdad, en verdad os digo: el Hijo no puede hacer nada por su cuenta, sino lo que ve hacer al Padre: lo que hace él, eso también lo hace igualmente el Hijo. Porque el Padre quiere al Hijo y le muestra todo lo que él hace (Jn_5_18s).
Vi que ese ojo es la gloria de los bienaventurados, a los que mira porque es bueno, por ser lo bueno y lo bello que atrae a sí el entendimiento y la voluntad en medio de tantas delicias, que me es inexplicable. Todos los santos ven este ojo completo por ser simple e indivisible; aunque no en su totalidad, porque es inmenso.
Comprendí [634] que este ojo se mira divinamente, abarcándose a sí mismo con una mirada única, divina e inmensa, que es la intimidad oculta del Dios trino y uno, conocida sólo de sí mismo.
Escuché que no todos los bienaventurados lo ven de igual manera, ni en su totalidad al verlo todo; y que todo lo que permanece oculto para ellos los sume en la admiración adorable y deliciosa de la grandeza perfecta e inmensa del Dios que se basta a sí mismo; impotencia que deriva de la excelencia del objeto, que sobrepasa inmensamente su capacidad. Ninguno trata de sobresalir por deseo o curiosidad desordenada, que resultaría vana. Todos están colmados de la gloria de Dios en el gozo de su Señor, encontrándose tanto en la quietud como en la beatitud, que abarca toda felicidad y dicha eternal. Todos son contemplados amorosamente por este ojo con una benevolencia que los glorifica más de lo que podría yo expresar. Todos miran al Dios de bondad y de luz a través de su misma luz. Todos están rodeados del torrente de su divina abundancia, que eleva su entendimiento, en cuyos adorables conocimientos aman perfectamente. Todos se alegran en su reposo con exaltaciones y muestras de gozo que son tan modestas y respetuosas como exuberantes, por encima de todo sentimiento natural, porque en ellos todo está ordenado por aquel que es caridad y Dios: Por las palabras del Señor están fijas según su orden (Si_43_9). Este ojo divino y caritativo beatifica y ordena todo en su palacio de gloria, en el que nunca habrá indigencia de luz porque él es la luz divina. Sólo habrá alegría; en él todas las lágrimas serán enjugadas bajo la mirada de dicho ojo, amorosamente dulce, que produce en sus cortesanos delicias infinitas.
Vi a este ojo mirar compasiva y justamente a los miembros de la Iglesia sufriente, excitando por bondad la compasión de los ciudadanos del cielo para rogar por ellos, e inspirando a los que se encuentran en la Iglesia militante para que se ocupen en las buenas obras y los liberen. Su [635] providencia es también causa de que los sacramentos aprovechen en los que desean recibirlos en dicha Iglesia, en la que las gracias se conceden en abundancia.
El ojo de Dios, que en sí es bueno y justo, nos señala el bien, a fin de que hagamos producir los talentos que nos da, que con frecuencia son gracia por gracia. Vi que este ojo clarividente, porque todo está al desnudo ante él, no castiga los pecados que ve en el futuro del hombre, a pesar de intuir su malicia antes de que la ponga por obra, deteniéndose, aunque no por designio, antes de ejercer su justicia inflexible para darle tiempo, ofreciéndole sus gracias para prevenir sus males. A pesar de que ve un mal fin, no escatima los medios que pueden apartarlo de él; y cuando corta con sus ardientes rayos el hilo de la vida, lo hace para detener el curso de la malicia, impidiendo que el hombre aumente el número de sus culpas y, en consecuencia, de las penas que por ellas merece.
Vi a este ojo considerar las penas de los condenados, porque penetra más allá de los abismos, odiando el pecado tanto cuanto se ama. Es menester que castigue con la medida de justicia que el pecador exige de él, acompañándola de misericordia respecto a los suplicios, que son menores que los crímenes, a pesar de que los mismos hombres se priven del fruto de la copiosa redención, no pudiendo impedir, con su obstinación, que el Salvador se haya compadecido de ellos en su pasión. En esto consistió el cáliz que lo hizo sudar sangre y agua cuando era mortal. Que los desgraciados murmuren contra Dios, que nada escatimó para salvarlos; no por ello su ojo es menos caritativo. Ellos le odian porque se condenaron a sí mismos, haciéndose indignos de la clemencia del Dios de los muertos, para caer en las manos del Dios vivo, que castiga justamente a los obstinados.
Vi al ojo divino, que es Dios mismo, seguirme en el camino con amorosa providencia para [636] darme confianza, luz y amor a él, y que la divina unidad y adorabilísima Trinidad cuida de mí por pura bondad, asegurándome que el Padre deseaba concederme, movido por una divina inclinación, el don excelente y perfecto que es claridad y ardor.
El ojo radiante y abrasador, que no puede ser oscurecido por las criaturas, me miraba siempre y en todo, manifestándome su bondad y diciéndome que ni los hombres ni los demonios podrían dañarme si yo era fiel en corresponder a sus designios, animándome a caminar en su presencia con pureza de intención. Mi alma se llenó de gozo al ver que este ojo era el ser en sí mismo, la luz por sí mismo y el fuego en sí mismo, que se sostenía poderosamente, que se conocía claramente y que se amaba ardientemente, a pesar de que no puedo afirmar que en Dios hay cualidades, ni apropiarle las dimensiones que vemos con nuestros ojos que son materiales.
Pude conocer la belleza de este ojo, así como su grandeza y su ardor. Contemplé su fuerza, su esplendor y su llama; fuerza que soportaba todo lo que él es sin ser una carga para él, y grandeza y esplendor que en nada exceden su inmensidad. Lo vi como el centro por excelencia. Lo miré siendo todo llama, sin consumirse, abrasándose en todo momento y siendo indeficiente; siendo sustancia sin accidente y claridad sin tinieblas, que nunca deja de velar sobre todas las cosas, mirándose en nosotros, sin impedimento para ver todo lo que está fuera de él. El se ama sin cesar y se contempla sin intermisión. Lo vi compadecerse de mis aflicciones y disiparlas mejor que el sol a la bruma, elevándome al mirarme e instruyéndome divinamente y sin ruido, él mismo por sí mismo, sin comprometer a ninguno de sus espíritus-ministros para enseñarme sus divinas excelencias. Me dijo que se detuvo en mí como si sólo yo tuviera necesidad de consuelo, instrucción y solaz, pareciéndome tan inteligente como intuitivo, tan elocuente como amoroso. Fui testigo de tantas maravillas al mirar aquel ojo, que puedo decir que vi todo el bien sin ver el rostro del Dios que me regalaba sus favores inestimables.
[637] ¿Qué alma desolada no se hubiera consolado a la vista de aquel bondadosísimo ojo? El rey profeta había experimentado ya sus dulzuras cuando nos dijo que nos pusiéramos en su presencia con amorosa confianza, manifestándole nuestros sentimientos y deseos de seguir en todo sus designios: Pon tu suerte en el Señor, confía en él, que él obrará; hará brillar como la luz tu justicia y tu derecho igual que el mediodía (Sal_37_5s).
Mi alma, viéndose en una extrema tristeza, se presentó ante el Dios de bondad, sometiéndose a todo lo que él deseaba hacer de ella y en ella, confiándole sus penas como a su padre misericordioso y su Dios de todo consuelo, para que la colmara de luz y se le mostrara en el lugar donde se solaza y reposa al mediodía, deteniendo, no el sol, como hizo con Josué, sino su ojo rebosante de luz sobre ella, no permitiendo que mendigue claridades de las criaturas, sino iluminándola él mismo con sus propios resplandores, para darle a conocer la claridad que poseía antes de la creación del mundo, uniéndola a su bondad de manera admirable.
Que todas las almas afligidas se acerquen al Dios de bondad para experimentar la bondad de su ojo divino.
Capítulo 91 - Reverencia debida a san José, a quien el Verbo Encarnado honró grandemente, 19 de marzo de 1638.
[639] El día de san José, en 1638, aunque estaba incomodada por un fuerte dolor de cabeza, mi divino amor quiso elevar mi entendimiento al sublime conocimiento de las grandezas de este santo. Como por entonces mi indisposición me impidió ponerlas por escrito, me esforzaré en traer a la memoria algunos de los pensamientos que el Dios de bondad me comunicó.
Me dijo que la humildad de san José fue siempre muy profunda, pues a pesar de haber sido tan privilegiado en bendiciones del cielo, y sumergido en los abismos de gracia de los pechos divinos y humanos; a pesar de haber visto durante varios años al Verbo Encarnado sometido a él, se estremecía santamente al considerar que los ángeles miraban al Dios humanado con gran respeto.
Moisés, para recibir la ley de Dios, penetró en la penumbra donde conversaba con su majestad oculta, atronadora y admirable en el monte Sinaí. El Verbo, que es todo luz, se envolvió a sí mismo en tinieblas para recibir la ley de José y acatar su voluntad, tomando un cuerpo en las entrañas virginales de María, esposa de José, quien sirvió de velo a este misterio.
Fue también el velo del templo sagrado, pero que jamás se desgarró; cuyos tres recintos son Jesús, María y José. Sólo ellos tres en la tierra supieron el inefable secreto, y jamás se conocerá enteramente lo que sucedió entre ellos, a la manera en que el secreto de las tres divinas personas de la Augustísima Trinidad está entre ellas, y que sólo ellas tres se conocen y se comprenden totalmente.
La Escritura dice que es bienaventurado el que, habiendo podido transgredir, no lo hace; por ello obrará maravillas en su vida. Nadie sino san José merece esta alabanza, porque pudo, sin desfallecer, denunciar el embarazo de la Virgen a la que desposó, ya que la ley le confería dicha libertad. Sin embargo, renunció a su derecho, haciéndose a un lado dulcemente, como sintiéndose indigno de convivir con ella. Fue más allá de la ley [640] sin desfallecer; por ello hizo maravillas en su vida oculta; las más grandes que pudieran admirarse en un hombre cualquiera.
Josué detuvo el sol, dándole órdenes en tanto que tomaba venganza de los enemigos de Dios; el mismo Dios, que acudió en persona a combatir a sus enemigos y destruir el pecado, se detuvo para someterse a san José, que le dio órdenes durante tantos años y lo tuvo a sus pies, permítaseme la expresión, sujeto y obediente a sus deseos, a diferencia de Josué, que tuvo siempre al sol sobre su cabeza, sin tenerlo en su poder como lo que tenemos en nuestras manos y gobernamos a nuestro antojo.
José llevó y dirigió al Verbo Encarnado por donde quiso que fuera, dándole órdenes y, él, obedeciendo. Gedeón recibió el rocío en un vellón; José recibió el rocío del Verbo en el seno de la Virgen, que fue el vellón sagrado y que pertenecía realmente a José según la tradición de un verdadero matrimonio. Como consecuencia, el rocío que cayó sobre ella y que germinó, pertenecía a san José.
Rocío que se derramó en el seno virginal de modo más admirable que el que cayó sobre el vellón de Gedeón. El Rey Ezequías, habiendo mostrado sus tesoros, fue condenado a la muerte. Fue necesario que llorara para suspender la ejecución de su sentencia y que, por piedad, Dios le prolongara la vida quince años.
José poseyó durante mucho tiempo los tesoros del cielo y de la tierra. Al que era y que poseía toda la plenitud de la divinidad, lo cubrió y ocultó con gran sabiduría, comportándose con toda prudencia en el gozo de la posesión adorable del Verbo hecho carne, que lo llamó padre e inspiró al evangelista para decir que le estuvo sujeto.
El sol en el reloj de Acab retrocedió a favor de Ezequías, pero se adelantó, retrocedió y se movió según la voluntad de José. San Pedro recibió un gran favor cuando Jesucristo le confió el gobierno de la Iglesia; pero sin concederle poder alguno sobre él, que es su cabeza, ni sobre María, que es su Madre, a la que el divino Salvador confió a san Juan, dando con ello suficiente testimonio de que no la dejaba bajo la jurisdicción de san Pedro.
José, en cambio, recibió el poder de padre [641] sobre su Hijo Jesús, y de marido sobre su esposa María. En una palabra, es mucho más ser padre que simple vicario. Lo último correspondió a san Pedro, y lo anterior a san José, debido a que en la realidad la sustancia de la que el Verbo tomó su carne sagrada era pertenencia de José.
Sería fácil recorrer los privilegios que Dios concedió a san José; todas las maravillas que Dios hizo en sus santos son admirables, pero en nada comparables a las que su sabia bondad obró en san José. Es demasiado evidente que aquellas son mucho menores.
Los apelativos de padre del Verbo Encarnado y de esposo de la Madre del Hombre-Dios se elevan por encima de todo lo que hay en el cielo y en la tierra. El Padre y el Espíritu Santo se alegran y regocijan al ser llamados Padre del Hijo y Esposo de la Madre.
Capítulo 92 - Prudencia de la Virgen en todo tiempo, en especial en la Encarnación y en la muerte de su Hijo, lo cual debe ser para nosotras un ejemplo admirable para comportarnos con prudencia, marzo de 1638.
[643] Un sacerdote me dijo que meditara por algún tiempo en la prudencia de la Virgen y le confiara mis pensamientos, debido a la dificultad que encontraba en la elaboración de un sermón culpando la imprudencia de Eva. Le respondí que en realidad Eva pecó por ligereza e imprudencia, seducida por las argucias de la astuta serpiente, por cuyo motivo la sabiduría eterna le dijo que la segunda Eva le aplastaría la cabeza con su admirable prudencia y que, aunque acechara su talón, ella saldría siempre victoriosa de sus insidias.
Contemplemos su modestia y escuchemos las prudentes palabras que cruzó con el arcángel Gabriel, como para informarse y conformarse al designio divino de Aquel que ella sabía era omnipotente, demostrando su prudencia al decir: ¿Cómo será esto? Después, al tener la seguridad de que permanecería virgen, exclamó: He aquí la esclava del Señor; palabras que concluyeron la alianza de Dios con la humanidad por toda una eternidad.
Las virtudes auténticas no se contrarían jamás; movida por una ardiente caridad, salió de su habitación para visitar a Santa Isabel, siendo llevada por el Espíritu Santo sobre sus colinas para permitirle ver y experimentar las verdades en las que ella creía firmemente, haciendo que se lo confirmaran las insignes alabanzas de labios de Isabel, que fue instrumento suyo: Bienaventurada tú, que has creído: Porque se harán realidad en ti, etc., (Lc_1_45). Lo que se te anunció de parte del Señor se cumplirá; alabando su fe después de haber admirado las muestras de su humildad, diciendo que ella misma [644] iría a visitarla, aun siendo Madre de Dios. Insigne fue la prudencia de María para desviar el curso de las alabanzas que Santa Isabel le dirigía, enfocándolas hacia el que es digno de toda alabanza, por ser origen de todo bien: entonó su Magnificad, que encierra toda la prudencia como en un compendio que es necesario observar para complacer a Dios al hablar de los favores que su bondad nos comunica.
Se trató de una humilde prudencia para hacerlo callar el misterio de la Encarnación. No se debió a una duda que haya visitado a Isabel, para comprobar las palabras de Gabriel; tampoco le preocupaban los pensamientos de san José, por tener la seguridad de la providencia divina y por conocer bien la virtud de José, que era un hombre justo guiado por el Espíritu Santo.
El Evangelista san Lucas hace resaltar su prudencia tanto en el establo como en el templo, diciendo que María conservaba y ponderaba todo en su corazón. Cuando vio a su Hijo en el templo, admirado por los doctores, no manifestó su alegría, sino que, cuando todo hubo terminado, preguntó a su Hijo, tan prudente como amorosamente, por qué había permitido que ella y José pasaran tres días en su búsqueda, si sabía que era todo para ellos.
¿Quién podría dejar de admirar la prudencia que tuvo para abastecer las bodas, al decir a su Hijo: No tienen vino, aconsejando a los anfitriones que hicieran todo lo que El les dijera? A la muerte de su queridísimo Hijo triunfaron en esta reina de los mártires todas las virtudes: la prudencia las dirigió, pero con tanta fuerza, sabiduría y valor, que permaneció en pie junto a la cruz, donde su corazón estaba crucificado.
Fue allí donde aplastó la cabeza de la serpiente antigua, obedeciendo al Padre eterno, dando y sacrificando el propio fruto de su vientre y consintiendo al designio divino de que un Hombre-Dios, Hijo suyo, fuese anonadado y humillado hasta la muerte de la cruz. Así como no se enorgulleció ante las aclamaciones que se le prodigaron el día de Ramos, diciendo: Hosanna al Hijo de David, bendito el que viene en nombre del Señor (Mt_21_9), tampoco se dejó abatir por los sufrimientos de su Hijo, [645] que se ofreció porque así lo quiso.
La Virgen tuvo un mismo querer y no-querer con él, siendo la mujer fuerte a la que encontró y poseyó la sabiduría al comienzo de sus vías, reservándola para mostrarla a los hombres y a los ángeles, constituyendo el espectáculo del mismo Dios, la gloria de nuestra naturaleza y las delicias de la santísima Trinidad. El Padre amó la prudencia de su Hija, el Hijo, la prudencia de su Madre y el Espíritu Santo la prudencia de su Esposa, que estuvo tan recogida junto a la cruz como delante del pesebre. Todo ello de manera que podemos afirmar que conservaba y ponderaba en su corazón todo lo que se decía y hacía, aunque su alma estuviera traspasada de dolor; a fin de revelar no sólo los pensamientos de muchos, sino para declarar, en el tiempo designado por Dios, los propios de ella.
Es la Virgen prudente por excelencia, que tuvo siempre su lámpara bien provista a la hora de la muerte de su Hijo, que fue un mediodía transformado en media noche por las tinieblas que cubrieron toda la tierra, así como las de los corazones de los hombres poseídos por los demonios, que salieron de sus mazmorras para dar curso a su rabia por permisión de Dios. En las bodas del dolor estuvo próxima a las de la gloria, en la que vivirá eternamente coronada de estrellas, vestida de sol, calzada de luna y ensalzada sobre todas las criaturas, en tanto que la serpiente es confinada al centro de la tierra.
En fin, lo que no es de Dios, está por debajo de la Virgen prudente, a la que suplicamos se ocupe de nuestra dirección, a fin de que podamos complacer a la santísima Trinidad, de la que es Madre, Hija y Esposa.
Isaías dijo a los judíos: Reparad en Abraham vuestro padre, y en Sara, que os dio a luz. (Is_51_2). El Espíritu Santo nos dice: Tomen ejemplo de la Virgen, que es su Madre. Contemplen su prudente humildad y su humilde constancia. La sabiduría eterna pensó en ella por toda la eternidad; ella permaneció siempre en un profundo sentimiento de su bajeza; ella es la fuerza elegida por Dios para esconderse en ella al hacerse hombre mortal; [646] ella fue su sepulcro glorioso en el momento de la Encarnación, del que se revistió, tomando en ella un cuerpo mortal que debía morir un día por toda la humanidad, haciendo inmortal dicho cuerpo al cabo de cuarenta horas. El primer Adán fue condenado a volver a su origen; el segundo Adán, que era del cielo, modificó esta sentencia. Habiéndose hecho mortal, resucitó inmortal y fue nuestra primera resurrección, convirtiéndose en tierra de los vivos. El primer Adán fue hecho tierra de los muertos, debido al pecado; Eva se ensalzó por soberbia y él, por imprudencia, lo cual los sumió en la confusión y les preparó el infierno. La Virgen, humilde y prudente, se humilló, el cielo se abrió ante ella y Dios mismo descendió para elevarla hasta la divina maternidad.
Después de la caída de Eva, se comprobaron estas divinas palabras: El que se exalta será humillado, y el que se humilla será exaltado. El Espíritu Santo instruyó a la Virgen a partir del tiempo y momento mismo de su concepción, inspirando en ella las mociones que eran de su agrado, que ella obedeció con toda fidelidad. El mismo Espíritu se ofrece a nosotros para dirigirnos según sus divinas voluntades, que son nuestra santificación. Desea enseñarnos mediante la sabiduría el camino de la prudencia. Al llenar la tierra, quiere colmar nuestros corazones, que son nuestras lámparas. Sigamos sus divinas instrucciones, imitando así a la santísima Virgen, nuestra Madre.
Capítulo 93 - El Verbo Encarnado resucitado es el día que él mismo hizo después de la noche de su pasión, en que venció el poder de las tinieblas. Bienaventurados los que participan en la primera resurrección, semana de Pascua 1638.
[647] Mi divino amor, dedico todo a tu mayor gloria, a la que tú mismo te entregas, sabiendo que el Eclesiástico nos dice: Con vuestra alabanza bendecid al Señor (Si_43_30). Al meditar en las palabras: Este es el día que hizo el Señor, mientras que el predicador las explicaba, mi divino amor se dignó llevarme aparte para interpretármelas de otro modo. Me dijo así: Exultad bendiciendo al Señor. Pensando a las palabras: Este es el día que hizo el Señor (Sal_118_24), y de las que el predicador daba explicaciones, mi divino amor quiso entretenerme dándome otras explicaciones diciéndome: Este es el día que yo mismo hice, iniciándolo en la Cena, en unas Vísperas llenas de luz; día que observó san Juan, el águila amada, ascendiendo en un vuelo intelectual en su transcurso, durante el cual contempló y miró fijamente mis rayos, por ser el aguilucho de mi corazón. Jesucristo realizó acciones de luz, que ocultaría en la oscuridad. A él correspondía vivificar su obra, produciendo instantes de gracias y las doce horas del fruto del Espíritu Santo. El construyó un cielo nuevo y una tierra nueva. El hizo posible el paso de los suyos en el mar de su pasión. El echó a andar el astro de su vida, cual gran luminaria; dándole una afluencia admirable cual luna perfecta. El fijó luces que serían brillantes estrellas en la Iglesia, a las que san Juan contempló durante la noche de su pasión. El se recostó en su lecho de dolor, del que, al salir, fue a comunicar su luz al sepulcro y a los limbos.
Este es el día poderoso y glorioso que hace reconocer al Hijo del Hombre como Hijo de Dios en todas partes. De este día, que es el terror de las tinieblas, procede el día de nuestra felicidad. Gracias a esta noche, que es [648] nuestra luz, hemos conocido la ciencia y la sabiduría del Padre. Todo el universo escucha su voz. El sol divino encontró o asentó su tabernáculo en las tinieblas, convirtiéndolas en día al salir de ellas con pasos de gigante, precediendo a la aurora. Por ello se levantó antes que las Marías.
Despedía tales luces, que cegaron a los hombres. El Evangelio dice que todavía era de noche. El dio con tal rapidez un paso del cielo a la tierra y de la tierra al cielo, que asombró a David en su carrera.
Este día se manifestó con tanta claridad, que hizo estallar de júbilo. Penetró en su lecho nupcial, engendró a sus hijos de luz, y apareció ante todos en el mismo instante para imponer las leyes del amor, que son inmaculadas. Dio una muestra dulcísima de su bondad, que levanta a la nada. El es el carro y la gloria de Dios que vio el profeta Ezequiel más allá del río Kebar, río que procede de la cruz, donde todos estuvimos representados como cautivos venidos de los cuatro rincones del mundo. El apareció teniendo cuatro caras, todo luz y todo amor. El está lleno de ojos porque mira todo y a todos. El tenía pies y manos de hombre. El siempre se movió según la impetuosidad del Espíritu Santo, que estaba en él en cuanto Hombre y procedía de él en cuanto Dios. El recibió la rueda de los mandatos divinos, a los que siempre observó, sin retroceder jamás, y sin contradecir en algo los decretos eternos (Ez_1).
Después de su muerte se convirtió en firmamento, embelleciendo a toda criatura con el esmalte de sus perfecciones y elevando nuestra humanidad admirablemente hasta el mediodía de la gloria, haciendo la mañana admirable en la que era y es tanto aurora como sol; en ella produjo innumerables astros y solecitos, cuya magnitud iluminó a las almas engolfadas en el mar de su amor, convirtiéndolas en mares y cuerpos celestes. El se reproduce a sí mismo en las almas santas. Me refiero a las que participan en esta primera resurrección: Revivieron y reinaron con Cristo mil años. Es la primera resurrección. Dichoso y santo el que participa en la primera resurrección; la segunda muerte no tiene poder sobre éstos (Ap_20_4s).
Cristo murió una vez y no volverá a morir. La muerte perdió su imperio. Sus dos naturalezas jamás se separaron, a pesar de que en cuanto hombre se dividió; es decir, su alma y [649] su cuerpo se separaron, en el gran día de la inmensa aflicción del Salvador y del gran reposo de todos los hombres. Toda la naturaleza sufrió en el Salvador; el viernes solemne fue el día de la Resurrección. Este es el día que hizo el Señor después de imponerse a los poderes de las tinieblas, que tenían licencia para combatir en su contra, como él mismo afirmó al ser aprehendido en el Huerto: Por hoy esta es su hora y el plazo concedido a los espíritus de las tinieblas, en el que tienen poder para maniatarme. No lo tendrían si no les fuera dado por mi Padre celestial, el cual me enviaría legiones enteras de ángeles de luz si yo se lo pidiera.
No deseo segundo en este duelo. Quiero combatir solo y abatir a todos mis enemigos. Quiero hacer ver que yo soy la luz por esencia y por excelencia. Quiero que las almas que me aman caminen en el esplendor de mi gloria, viéndome revestido de claridad, que es la vestidura propia de los cuerpos gloriosos, que son impasibles, inmortales y ligeros; con ella aparezco prontamente para iluminar a todos los que yacen en tinieblas y en sombras de muerte.
Capítulo 94 - La ascensión del Verbo Encarnado, glorificó nuestra naturaleza. La nube representa la persona del Padre y el viento al Espíritu Santo, que descendió distribuyendo lenguas de fuego para abrasar a todo el mundo. 5 de mayo de 1638.
[651] El día de la Ascensión, sintiéndome molesta a causa de mi salud y tan afligida que no podía encontrar solaz en lugar alguno, me retiré a nuestra capilla, haciéndome violencia para orar ante aquel que había subido a su gloria, ascendiendo sobre los cielos para convertirse en el cielo supremo. Al cabo de un rato el divino Salvador, que es mi Rey y mi reino, se inclinó a mis deseos; mejor dicho, me elevó hasta él diciéndome amorosamente que había subido hasta la gloria suprema, que fue adquirida por su poderosa diestra a través de sus sufrimientos. Me dijo maravillas, que describí lo mejor que pude a mi director espiritual.
Permite a mi alma, divino Salvador mío, que alabe tu bondad, que es tan grande, magnífica y generosa con nuestra naturaleza, a la que uniste a tu divina persona. Oh Verbo eterno. Eres imagen y figura de la sustancia paterna, espejo sin mancha de su majestad, esplendor de la gloria, a la que penetras y en la que envuelves a la humanidad santa a manera de luminosa vestidura, para convertirla en el cielo supremo. La elevaste por encima de todos los cielos a fin de que se siente a la diestra poderosa, tocando divinamente las aguas supremas para ser un mismo Dios con el Padre y el Espíritu Santo, que son indivisibles de tu divina persona en razón de su naturaleza que es simplísima, aunque los soportes sean distintos y conserven sus atributos personales.
Esta nube que te cubre a nuestra vista y ese viento elevándote nos da a conocer por estos grandes signos las dos divina personas que te acompañan; el Padre por la nube que llovió sobre nosotros, los justos y el Espíritu Santo por el viento que es tu [652] común aspiración en las operaciones internas. Este viento da el ser a tu humanidad para hacer que se admire la producción que recibe de tu fecundidad divina. Como el Espíritu no produce nada dentro de la Trinidad desea producir algo fuera de la Trinidad.
Envía a los ángeles, tus ministros de fuego, para decir a los apóstoles que se dirijan a la ciudad de Jerusalén, donde te recibirán para recibir solidez en tus leyes: Sobre sus bases asentaste la tierra, inconmovible para siempre jamás (Sal_104_5). A partir de la misión del Espíritu Santo, los apóstoles fueron confirmados; su corazón, que era de tierra, temblaba continuamente, agitado por el miedo y el espanto. Sin embargo, en cuanto recibieron el poder de lo alto, un abismo de gozo los revistió de poder sobre sus bases. Las aguas sagradas se detuvieron con fuerza divina, confiriéndoles poder al grado de parecer formidables al infierno y a los elementos desencadenados, que obedecían sus mandatos. Los grandes de la tierra, simbolizados por los montes, aceptaron humillarse y, al someterse al Evangelio se elevaron hasta la filiación divina; sometieron sus juicios a los preceptos divinos y dedicaron sus entendimientos al servicio de la fe: Haces manar las fuentes en los valles, entre los montes se deslizan (Sal_104_10).
El divino Espíritu envió manantiales de agua a los apóstoles, que penetraron los corazones y sobrepasaron todas las inteligencias creadas, por tratarse de las aguas de la sabiduría increada, que es fuente de gracias, las cuales se derramaron por toda la tierra en virtud los méritos del Salvador, llegando hasta nosotros por los gloriosos canales de sus llagas, que son fuentes de vida y de vigor; que tienen vida porque son una persona con el Verbo de vida, del que se dijo: Fuente de sabiduría es la Palabra de Dios en las alturas, por ella les comunicó sus mandatos eternos (Si_1_5). El Espíritu Santo, que es fuente de vida, unción y fuego de caridad, produjo ríos de gracias en los corazones de los primeros cristianos, derramando en ellos la unción sagrada, encendiendo en ellos su fuego purificador y valiéndose de los apóstoles para llevar su fuego ardiente por todo el mundo.
OG-05 Capítulo 95 - El Verbo Encarnado se dignó ser para mí la puerta de entrada a su divino Padre, invitándome a salir con él para provecho del prójimo. En su bondad, me confirió los siete Sacramentos, asegurándome que establecería su Orden. 25 de mayo de 1638.
[655] El martes de Pentecostés, al meditar en las palabras del Evangelio del día: Yo soy la puerta, rogué al que, según su propia expresión, se denomina la puerta, me permitiera entrar y salir por ella, penetrando por su medio en el Padre, y saliendo a través de él hacia el prójimo. Mi divino Amor, para demostrarme cuánto le agradó mi súplica, me invitó a salir con él a los campos y detenerme en su casa campestre en su agradable compañía: Salgamos al campo. Pasaremos la noche en las aldeas (Ct_7_12). Me dijo amorosamente que los inmensos campos a los que me invitaba a ir en su compañía eran los admirables atributos de las tres divinas personas, a las que debía admirar, encontrando mis delicias en ellas y con ellas. Aprendí además, de mi divino Maestro, que la diversidad de atributos no dividía la unidad de la esencia.
El Verbo hecho hombre me dijo que los campos floridos eran sus ojos en cuya belleza me vería y en los que encontraría mis delicias. Escuché que el poder, el objeto, la acción y el placer varían en las criaturas, pero no en Dios, lo cual me fue expresado por el ojo que, poseyendo en sí la belleza, percibe la diversidad de los objetos que le son expuestos por la luz, en cuya multiplicidad se complace y recrea. Por medio de dicho placer, el espíritu es elevado a la contemplación de las cosas invisibles para el ojo del cuerpo, mismas que le están reservadas para cuando salga de su prisión y goce de la felicidad que el cuerpo del Salvador [656] comunica a los cuerpos gloriosos, que admirarán la santa humanidad del Rey de reyes. Añadió, por exceso de amor, que mi morada campestre era su corazón divino, en el que encontraba y seguiría encontrando, si permanecía fiel, todo lo que es todo para mí. Entre los ojos y el corazón existe una amorosa correspondencia: el corazón se abre con frecuencia a causa de las miradas de los ojos pero la sabiduría y el amor pueden abrirlo todo. El conocimiento engendra el amor, y éste va más allá del conocimiento, llevando consigo al espíritu en la vastedad de la caridad. Los que entran por los ojos y por el corazón del Verbo Encarnado pasan por puertas de gracias que los justifican. Las almas justas entran por dichas puertas mediante la recta intención, al contrario de los ladrones, que penetran de noche por aberturas secretas o indebidas. Las almas justas hacen todas sus acciones en presencia de Dios; en tanto que trabajan en medio del conocimiento y del amor, son vistas por sus ojos y amadas por su corazón. Sus corazones buscan el rostro y la presencia del Dios de Jacob, no deseando sino agradar y complacer al mismo Dios, diciendo: Dice de ti mi corazón: Busca su rostro (Sal_27_8). Nadie puede tener el corazón de Dios si no camina con perfección en su presencia, siendo un objeto agradable a sus ojos sin apegarse al propio corazón ni ser poseído por él; (nadie posee el corazón de Dios) si no da gusto a sus ojos que iluminan a los justos en medio de las tinieblas más espesas y en las prisiones más sombría s. El alma fiel adora a Dios en la oscuridad; como lleva en su corazón el amor de Jesús, él lo mira y toma posesión de él. Mi divino Amor me invitó, en su bondad, a contemplarlo mientras me paseaba, diciendo que sus ojos serían mi parque de gloria, mi hermosa campiña y mi bello jardín de flores. Prosiguió diciéndome que su corazón sería mi baluarte y mi ciudadela; mi templo, mi louvre y mi palacio de amor, añadiendo que me había puesto en dicho baluarte y me había defendido de mis enemigos con su propio poder; que yo estaba como recreada y reproducida en ese templo sagrado, y que buscara todo mi contento en su hermoso palacio; que su corazón divino sería para mí una torre de defensa contra las dificultades y los atentados de la naturaleza, y que en su templo recibiría los favores y comunicaciones de la gracia; que en su louvre podía contemplar desde ahora la grandeza de la gloria, y que me había embriagado por adelantado de los torrentes de la divina abundancia, estando aún de camino, por ser ésta su voluntad. Las dulzuras y cariñosos detalles de mi divino esposo me son inexplicables cuando considero el respeto que debo a su majestad, cuyo amor le movió a invitarme de nuevo a acercarme a él, intensificando sus amorosas y deliciosas caricias. Me dijo que no temiera los siete cuernos con los que san Juan lo vio coronado; que ya le había oído decir, en varias ocasiones, que se trataba de las terminaciones de su diadema de gloria y, que aparte de todo eso, aprendiera lo que eran los siete sacramentos, con los que alimentaba, fortalecía, engalanaba y embellecía a la Iglesia y a sus esposas. Me comentó que, de ordinario, se dice que los sacramentos salieron de su costado, del que fue engendrada la Iglesia, lo cual era verdad; pero que también emanaban de su cabeza y que todo lo que posee en su amor, también lo lleva en su entendimiento, cuyas producciones se deben a su sabiduría y amor. Su Padre es su cabeza, y él, cabeza de la Iglesia; por ello puede afirmarse con verdad que los sacramentos dimanan de la cabeza y del corazón de Jesucristo, habiendo entre ellos uno que abarca a todos los demás: el sacramento de la Eucaristía. Prosiguió diciéndome que me bautizaba con su luz, que me confirmaba con su poder, que me absolvía con una benigna indulgencia, que se derramaba en mí como unción de su bálsamo de alegría, que me alimentaba con su misma sustancia, que me consagraba con el carácter del sacerdocio invisible de la caridad, y que me desposaba con el anillo de fidelidad, dándomelo en calidad de aro del divino amor. Añadió que me amaba antes de la creación del mundo, desde su eternidad; que su amor lo había movido a comunicar su ser en el tiempo, a las criaturas, en las que se refleja, y en los sacramentos; y que al cabo de los siglos reunirá todo en él, para que Dios sea todo en todos. Afirmó que sus cuernos no lastiman el seno de su esposa cuando reposa en él, y que al acariciarla y confiarse a ella no pierde su fuerza; que él sabe amar a su esposa predilecta con más intensidad que Sansón; que él es el guardián de Israel, que [658] nunca duerme y que es un sol para iluminar a su amada con sus rayos cuando descansa en su pecho. Ella, prosiguió, le sirve de velo y él es su antorcha, a la que da su luz, porque desea verla inflamada en su amor, para lo cual derrama en ella su abundante, luminosa y ardiente unción. Me dijo que el alma se derrite a medida que es iluminada; pero la maravilla consiste en que fortalece en él al alma que se encuentra en dicho proceso de licuefacción y agotamiento de sí misma, impidiendo que pierda su ser y cuidando de que subsista mediante el apoyo del Dios de bondad, que la abisma en él sin perderla ni arrebatarle su existencia, que conserva amorosamente y de manera inexplicable. Ella se mira, considerándose como una nada que tiene el ser gracias a él, en tanto que Dios goza al contemplar al alma en este despojo, en que se sólo se adhiere a El, que es el único origen de su ser.
Aquí se trata de las almas delicadas o de elección, entre las que reposa ordinariamente, que son hijas de gracia en las que se complace, como sucedió con Eva mientras que gozó de la justicia original. El mismo la formó e insufló en ella todo lo que tenía aliento de Espíritu (Gn_7_22), en tanto que el hombre fue creado para el trabajo. El Dios de bondad no mandó a Eva ganar su pan, anunciándole después de su culpa que sufriría al dar a luz y estaría sujeta a su marido. Las que no se casan no sufren estos dolores, teniendo la sola obligación de sujetarse a Dios y para Dios, el cual las acaricia con ternura, reposando en sus corazones y entregándoles el suyo. El Dios del amor, en su reposo, se holgará en sus santos, y sus santas en él durante toda la eternidad. El tiempo está destinado para el trabajo y la eternidad para el sábado. A pesar de que Dios, todo bondad, descansa en las almas a las que favorece, no está ocioso en su reposo, pero tampoco atareado a causa de las sagradas mociones de su amor, que está activo en dichas almas. La impetuosidad del Espíritu de Dios lleva a estas almas en un instante a diversos lugares, suscitando en ellas gran cantidad de pensamientos diversos, que les lleva horas expresar; porque la capacidad de describir las luces recibidas es una segunda gracia.
Recordé que hay personas que no ven bien que yo hable tanto de las cosas de Dios, diciendo que me sería más conveniente escuchar; que el silencio en el amor es maravilloso, que las palabras disipan o [659] disminuyen la intensidad de la llama. Estas razones hubieran bastado para imponerme silencio, pero mi divino esposo me dio a conocer el favor que me había concedido en esto, diciéndome: Hija mía, mi Padre habla eternamente y pronuncia su Verbo, que soy yo. Mi Padre y yo espiramos incesantemente al amor, que es el Espíritu Santo. Admira, hija, la soberana unidad de esencia que hay en la Trinidad; admira cómo la Palabra es eterna, y eternamente pronunciada; admira un amor eternamente espirado, que es producción del Padre, que habla y dice su divina Palabra antes del día de las criaturas y del esplendor de los santos. Mi divino Padre creó el tiempo y los siglos a través del Verbo, que soy yo. Fue él quien produjo el mundo y colmó a todas las criaturas por mediación del Verbo, adornándolas y embelleciéndolas por obra del Espíritu Santo. A través de su palabra envió a Adán fuera del paraíso terrenal, condenándolo y reparando su falta en razón de la Palabra, recuperando así lo que Eva perdió a causa de la palabra. Con su Palabra reveló sus designios a Abraham, Moisés y a todos los patriarcas y profetas; es decir, por mediación del Verbo. La palabra eterna es el Verbo, el cual, para manifestarse, se revistió de la naturaleza humana, haciéndose sensible al convertirse en hombre. Dios halló a la naturaleza humana adecuada para hacer a su Verbo visible y sensible, a fin de que conversara con nosotros en la tierra. Fue él quien creó a los ángeles, que son estrellas brillantes, para contemplar su gloria y ser mensajeros de su voluntad: Los llamó y respondieron: Aquí estamos, alabándolo con júbilo; nuestro Dios es quien las hizo (Ba_3_35). Fue él quien los envió a Jacob, su hijo, y a Israel, su muy amado: Después de lo cual fue visto en la tierra y trató con los hombres (Ba_3_38).
Cuando el Verbo Encarnado se fue de entre nosotros, envió al Espíritu Santo en forma de lengua, porque la palabra debía convertir al mundo. El Espíritu Santo no vino a ser mudo, sino a ser voz que anuncia las maravillas divinas. A unos da solamente el corazón; a otros, la lengua y el corazón.
El Verbo Encarnado, mi divino esposo, me aseguró que me había dado la una y el otro: el amor del corazón y la [660] elocuencia de la lengua, para expresar los conocimientos que Dios me comunica; y que la multitud de inteligencias que me concede es mucho más admirable que la de las lenguas. En cuanto Verbo me da a conocer la manera en que él comprende las inteligencias y conocimientos de todo lo que es inteligible y cognoscible, porque la lengua es sólo el instrumento de aquel que habla; en tanto que la inteligencia nace de aquel en la que se asienta. El Verbo me dijo que él es igual al Padre y su misma naturaleza e inteligencia, la cual me da a conocer en proporción a su deseo; que hablase yo con osadía de sus bondades; que los apóstoles fueron más prodigiosos en lo que dijeron acerca de las grandezas divinas, que al hablar en diversas lenguas porque no se requiere esfuerzo alguno para recibir la abundancia divina: Hablaban de las maravillas de Dios (Hch_2_11).
El amoroso Salvador, siendo el Verbo y la palabra del Padre, quiso manifestar al mundo que no subió al cielo para gozar solo de la gloria que le era esencialmente debida, sino para tomar posesión de ella como cabeza a nombre de todos sus fieles, que son miembros de su cuerpo místico. En su caridad envió a su Espíritu según su divina promesa, en forma de lengua y como un viento impetuoso, sobre la asamblea de sus discípulos para instruirlos divinamente en sus maravillas divinas, impulsándolos a predicar por toda la tierra. La vanidad y la ambición de los gigantes fue castigada con la confusión de lenguas; al dejar de entenderse entre sí, les fue imposible edificar la torre de Babel. El Verbo envió al Espíritu Santo en forma de lenguas de fuego a sus discípulos, concediéndoles su diversidad de dones y el poder de hablar en diversas lenguas, enseñando los misterios escondidos al siglo en Dios, que todo lo creó; obrando prodigios y signos que confirmaban su doctrina; convirtiendo en una sola predicación a tres mil personas. La admirable eficacia de la palabra santa. Al ser pronunciada por Pedro, le dio la posibilidad de asegurar a sus oyentes que la profecía de Joel se había cumplido; que el Espíritu Santo había venido en una abundante efusión sobre los fieles que vivían en la tierra en una carne mortal, y que derramaría su bondad y dulzura sobre toda carne. Venía como un padre a los huérfanos, para consolarlos y alegrarlos, asegurándoles que el Salvador estaba glorioso a la derecha del Padre, donde ejercía el oficio de abogado y hermano.
El Espíritu Santo viene a consolarnos en nuestras lágrimas. Podemos, con su gracia y a través de ellas, obtener la gloria. El da su gracia para que podamos dar. En este valle de miserias cosechamos lágrimas; ofrezcámoslas y serán recibidas por aquel que no despreció las del rey penitente y que al ver las de Ezequías prolongó su vida quince años. El me hizo saber que aceptaba las mías vertidas por el celo de su gloria, y que sus pensamientos sobre mí eran pensamientos de paz.
Su bondad me hizo muchas caricias, que no detallaré por escrito. Se me apareció también con una tiara, como Soberano Pontífice, inclinándose hacia mí para decirme que, cuando S. E. me rechazaba y despreciaba, él, que es el Pontífice eterno, se compadecía de mis penas y me miraba amorosamente, lo cual me colmó de inmensa confianza que me animó a decirle: Siguiendo el consejo de tu apóstol, vuelvo mi alma a ti, que eres mi caritativo y buenísimo pastor.
Hace algunos años, en este mismo día, vi al Soberano Pontífice mostrándose propicio a mis deseos y concediéndome el tan deseado establecimiento de la Orden, al tiempo que me decía que no perdiera el valor ante las contradicciones que se levantarían contra mí; que el cielo y la tierra pasaría n, pero que su palabra permanecería; que él cumpliría con toda fidelidad sus promesas, allanando las colinas del siglo hasta el camino de su eternidad; que esperara todavía un poco de tiempo y vería la obra de su poderosísima bondad, porque el alma que cree no se apresura. Añadió que él asentaría los fundamentos de Sión, que eran él mismo; obrando maravillas según la promesa que mi Madre santísima me hizo, y que en el tiempo designado en su divino consejo haría ver que los grandes de la tierra se confabulan en vano en contra de las (y los) que escogió para anunciar sus voluntades y extender su gloria en la tierra; que se ríe de los pensamientos de los prudentes del siglo; que reprueba la aparente sabiduría de los políticos del mundo, eligiendo a los pequeños para confundir su ciencia; que hablara con la santa libertad que el Espíritu Santo concede a los que posee, moviéndolos a proclamar las maravillas de su bondad, la cual les asegura que él es su Padre y, ellos, sus hijos.
Capítulo 96 - Mi divino amor, en el Santísimo Sacramento, me dijo que lo ganara como la ciudad admirablemente adornada, de Quiryat Arba, que posee la belleza divina y humana. La sabiduría increada me esclareció con mil resplandecientes luces, en tanto que la bondad divina me inflamó con su amor, Octava de Pentecostés 1638.
[663] Mi puro amor, ¿Qué puedo decir de tus bondades hacia aquella que sólo merece los rigores de tu justicia, sino que la miras con misericordia por que te complaces en ser misericordioso?
Divino Salvador mío, cuando por la tarde, me preparé a comenzar las primeras vísperas de la solemnidad de tu fiesta, me encontré estéril. Te plugo entonces dar a mi alma en posesión la casa de los hijos de la alegría, y enseñarme amorosamente la manera en que debía combatir para ganar, por medio de las armas y de tu humanidad santísima, el cuerpo adorable que es el mejor dotado de todos los cuerpos celestes y terrestres, el cual ha sido y será el objeto adorable de todas las criaturas espirituales.
Añadió que san Juan Evangelista lo conquistó en la Cena, en el Calvario, en Patmos y al final de sus días. El nombre de Juan que llevaba significa gracia, y la Eucaristía buena gracia o acción de gracias, porque en ella reside la bondad esencial, que se retribuye dignamente con lo que concede amorosamente. Dicha bondad se ha complacido, se complace y seguirá complaciéndose en ser la forma de la gracia, así como el alma es la forma del cuerpo, gozando además en ser el espíritu de nuestra alma y la vida de nuestra vida. El Verbo es la vida que anima todo en el cielo y en la tierra, el cual sólo vino a la tierra para dar la vida y no la muerte.
[664] El es la expresión de todo lo que se dice en el entendimiento paterno dentro de la divinidad, para que proclame que fue creado a su exterior por mediación del Verbo, a saber: El cielo, la tierra y toda criatura fueron hechos para que, en el combate del amor, lo conquisten, por ser éste su deseo. Desde los días de Juan el Bautista, que es su voz, simuló sufrir violencia, rindiéndose a ella prontamente estando aún oculto en el seno materno. Dicha voz se dejó escuchar para exaltar al Verbo encerrado en las entrañas virginales, tomándolo en posesión a pesar de estar rodeado de dos mares: el seno de su Padre, que es el mar de su origen en la divinidad, y el seno de su Madre María, que es el mar de la humanidad.
Jamás se vieron antes fosos más grandes, ni fortaleza más inexpugnable que estas dos personas: Nadie va al Padre sino por el Hijo, dice el Salvador. Nunca antes el mar virginal tuvo en sí vestigios humanos. ¿Quién, pues, le dio el poder, las alas y su creatividad? El Padre y el Hijo a través del Espíritu Santo, que es viento y fuego. Por obra de este fuego el Verbo es el amor que todo lo remonta, al que ni los ríos ni los mares pueden apagar. El viento hace volar los navíos; mejor dicho, los corazones, por ser Dios el que los lleva y el que conquista todo. Othoniel significa que cuando el Dios de su corazón mora en un alma, puede ella capturar la ciudad de Quiryat Arba junto con el corazón del Padre. Toda la Trinidad se entrega según su promesa. Aksá, engalanada con dos naturalezas, es el ornato del cielo y de la tierra.
Por ello eres toda mía, humanidad divina; y yo, toda tuya; pero no estarás satisfecho si dejo de pedir tanto el riego superior como el inferior. Suspiro por él: esta tierra, al medio día; este calvario, es abrasado por dolorosas llamas. Juan está con María y Arba, que es el rociador superior y el inferior: el agua es la divinidad; la sangre, la humanidad. Juan tiene la fe que vence al mundo: helo ahí, grande con el Verbo humanado, tomando posesión de Aksá. El hijo del trueno detonó tan bien, que ante la admiración de cielos y tierra, arrebató del seno del Padre al Verbo divino. ¿De qué manera se realizó la conquista de tan bravo guerrero? Murió, vio, venció y fue vencido a su vez.
Mi nombre es Juana; tú eres mío, porque te dignas enseñarme a conquistarte como san Juan, mi patrono. Me dijiste que recibí de ti la fe, que es la victoria sobre el mundo; que me concediste el rocío superior y el inferior a través de tu boca divina y del oráculo de Roma; que poseo el [665] Espíritu que me da testimonio en la tierra a través del agua y de la sangre; que viniste por mí y para ser mío; que no ponga en duda tus promesas; que en ti poseo todas las cosas y mi porción es el linaje de Judá. Que el Hebrón es mío, para que permanezca en él viva y muerta, reinando por tu vida y viviendo por tu muerte con tu misma vida, porque este augusto sacramento abarca la muerte y la vida.
La Eucaristía es el compendio de tus maravillas. En él te encuentras a manera de muerto para simbolizar tu muerte, que es un doble abismo que ni los hombres ni los ángeles pueden abarcar por ser la sede y la ciencia de tu doble naturaleza. En él eres rey de Judá; en él estableces el Reino de Israel y en él eres consagrado Rey: Mi Rey y mi Dios (Sal_84_4). En él eres mi altar, la palabra divina, la palabra enviada a la nación, la cual exclama con justa razón: No hay nación tan grande que pueda poseerte (Dt_4_7).
Tú eres la simiente del pueblo hebreo y el único Isaac, hijo del supremo Abraham que es el Padre eterno, y de María, la admirable Sara. Llevas en ti la sustancia del Padre y una porción de la de tu Madre, amable y admirable; sustancias que están animadas por la vida divina. María es una gran Señora que da órdenes a un Dios encarnado. ¿Me permites decirte que, a pesar de ser su Señor en cuanto Dios, ella es tu Señora en cuanto hombre?
Oh, Verbo, eres Dios en aquel cuya poderosa palabra proclamas; eres su Hijo, el hijo de Abraham que se apoya en tu soporte. Llevas la carne que tomaste de la simiente de Abraham. Cuánta nobleza para la raza Hebrea. Admiro la providencia del Padre, verdadero Padre de los creyentes y Padre de una multitud en este abismo, para simbolizar que un día estarías en este sacramento, que es la paz del cielo y de la tierra.
El nos rescató con su muerte, de la que nacería la verdadera vida, engendrando a ella como hijos a los fieles creyentes. En ella serás Padre de una muchedumbre; ¿Quién podría contar las generaciones que procreas en este sacramento? ¿A cuántos has llevado al cielo después de haberlos encendido?
Dijiste que todos los que se [666] acercaran, se unieran o se entregaran al recibirte, vivirían en ti, así como tú vives por tu Padre; que vivirían en ti y tú en ellos, y que serían uno contigo, que eres único y múltiple. ¿Cuántas estrellas de admirable claridad engendras en el alma que comulga? ¿Cuántos dones concedes, tanto a los cuerpos como a los espíritus, en proporción a su capacidad? Son como las arenas innumerables del mar. Cumples la palabra que diste a Abraham, dándole tu Verbo en calidad de apoyo, y todo lo creado como dones accesorios, porque el Verbo es el don fundamental y principal.
En este sacramento reside la gloria de Israel, el fuerte contra Dios, que contempla a Dios y que es el mismo Dios. Es José en crecimiento, el bravo y valiente león de Judá, que duerme con los ojos abiertos, permaneciendo en él a manera de muerto a pesar de ser la vida por esencia y por excelencia; en él eres vencido por el amor y das tu miel al vencedor de las pasiones bestiales y de los demonios.
Aquí se encuentra el pastorcito que arranca de las fauces del lobo y de los leones a sus ovejas, a las que apacienta en sí mismo, dando por ellas su cuerpo, su alma y su divinidad. Por eso dijo: Yo soy el buen pastor (Jn_10_11). Tú eres hijo de Abraham y de David, al que juraste y cumpliste tu juramento. Eres tú quien se me entrega de tantas maneras que no me es posible expresar; a pesar de que no aprendí las letras, no has dejado de introducirme en tus potencias. Me has invitado a conquistar por amor la inteligencia de tus secretos, porque el amor dice todo al ser amado. Nada desea tanto el que ama como estar con su amada. Por eso te entregas a mí, tú, ciudad del saber Quiryat Arba; ¿qué otra cosa puede ser este sacramento sino la ciudad del saber? Este es mi cuerpo. Este es el cáliz de mi sangre, nueva y eterna alianza, misterio de fe, que será derramada por ustedes y por muchos para la remisión de los pecados. Estas divinas palabras son la esencia del sacrificio y del sacramento. El cuerpo y la sangre preciosa son verdaderamente el sacrificio y el sacramento, la ciudad del alma y de la divinidad, unidas por concomitancia en virtud de estas palabras fundamentales, palabra que se asentará en el [667] altar de esta ciudad divina, que es la ciudad del saber ofrecida por Caleb y obtenida por Othoniel, quien ganó para sí a Aksá. Esto es lo que me ofreces Oh corazón de mi corazón. En cuanto a mí, te recibo también de corazón. También me dijiste que yo era tu Débora y una abeja celestial, porque libo la miel de tus misterios y de tu persona, que es flor de los campos y de la divinidad, y lirio de los valles de tu humanidad. Añadiste que hablas por mi medio, y que Débora significa palabra; que yo soy palabra sensible, estando al cubierto bajo la palma de la fe victoriosa. Por ello no debo temer expresar juicios sobre las verdades que están cubiertas por los velos de la fe, sino proclamar en todo tiempo la verdad, obrando con osadía a ejemplo de Baruc. Proseguiste diciéndome que el rayo es poderoso y muy atinado cuando es conducido por tu palabra; que te complaces en mostrar tu fuerza en nuestra debilidad; que ofrezca leche para adormecer a los que por ligereza se dejan llevar de las vanidades que pasan como las golondrinas, volviéndose en contra de los elegidos de tu bondad; que los adhiera a la tierra al humillarlos o confundirlos, y me eleve a lo alto despreciando la tierra y todas las cosas terrenales, manifestando lo que Joel profetizó de ti. A pesar de ser considerada como un pequeño gamo salvaje, seré domesticada muy pronto por ti, para llevarme hacia ti.
Detuviste mi espíritu en el primer libro de Samuel para decirme mil maravillas que no sabría cómo expresar, pidiéndome que te ofreciera, según la visión de Samuel referente a Dios, tres cabritos para simbolizar tus tres sustancias: la divina, la del alma y la del cuerpo; que ofreciera las tres medidas de harina; es decir, las tres hipóstasis, que son una sola esencia y una sustancia. Todo esto sin olvidar ofrecer el vino, que es el amor que alegra el corazón del Hombre-Dios, Jesucristo, que contiene todo en sí, por ser un Dios indivisible con el Padre y el Espíritu Santo; que te ofreciera a tu Padre junto con tu túnica; es decir, nuestra humanidad y el oro de la divinidad. Nadie sino tú posee por esencia la palabra increada; el Padre tiene un solo Verbo, no hablando sino en ti y a través de ti.
Sólo a ti corresponde ofrecer el sacrificio de alabanza que le da honor. [668] El sacerdocio fue suprimido en los otros; el sacerdocio antiguo cede al tuyo; tu primer sacrificio es un cordero de leche; es decir, tú en el seno materno, sea en tu concepción, sea en tu nacimiento; la sangre purísima de los pechos virginales te fue ofrecida por medio de la leche con que fuiste alimentado en sus entrañas, roja por dentro y blanca por fuera. Con ella se ganó la victoria. Tú eres la piedra de refugio que resguarda a tus amigos y abate a tus enemigos. En este sacramento eres la justa muerte del injusto, que te recibe en él incircunciso de corazón. En él contemplas a los buenos, y éstos te contemplan a su vez.
Tú eres el arca que, por inclinación, se dirige al campamento de Josué, donde el alma tiene el deseo de salvarse y ayudar a los demás a hacer lo mismo. Mi alma es tu morada y tú eres mi sol, porque me dijiste que estabas en mí como en tu morada y que te complaces en ser un sol expuesto sobre el altar, cuyo vidrio soy yo, a través del cual te muestras tan amable como adorable.
Bet que vienes a mí, no sólo en la casa del sol, delante de todas las asambleas, a la vista de claridades admirables, sino además a Quiryat Tarin, la ciudad de los fuertes, en medio las tinieblas más espesas y de las ocupaciones más absorbentes; debido a que, con toda mi voluntad, deseo tanto darte a luz como ser engendrada por ti; no contento con llevarme en tu regazo, deseas anegarme en el torrente de tus delicias. Me refiero al río de leche que desbordas en mí y sobre mí aunado a mil caricias indescriptibles, deseando que, abismada en este río de paz, te engendre pacíficamente en las almas y que, con el nombre de hermana, de hija y de esposa, sea también tu madre. Deseo todo lo que te agrada, porque tu placer consiste en hacer la voluntad de tu Padre; y al hacerla, se nos aplican todos estos títulos de amor.
El que se gloría en el Señor se gloría sin [669] vanidad alguna: Que no es hombre de probada virtud el que a sí mismo se alaba, sino aquel a quien el Señor recomienda (2Co_10_18). ¿Quién podría soportar mis locuras si no la sabiduría infinita, gracias a su incomparable bondad?
Me refiero a un alma que al encontrarse en medio de sentimientos inefables, en la fuente de la paz, súbitamente, debido a su ignorancia y ligereza, se encuentra en un mar tempestuoso excitado por sus imperfecciones; es como verla reina y, poco después, esclava de sus pasiones.
Admiren, cielo y tierra, estas visiones así como yo me asombré esta mañana. Divino amor mío, me encontraba muda ante ti, contemplándote en este sacramento y diciéndote solamente: Verbo Encarnado, mi casta afición de amor, seme propicio. No tardaste en manifestarme tu impaciente amor, que no podía permanecer solo en este paraíso terrestre. Oh, nuevo Adán, la Trinidad santa parecía decir: No es bueno que el hombre esté solo (Gn_2_18); hagámosle una ayuda semejante a él; la tierra del Edén y sus posesiones que tienen el ser: los árboles y la vida vegetativa; los animales, la sensitiva; la fuente que se reparte en cuatro ríos donde se encuentran el oro purísimo y las piedras preciosas son también suyas; pero él está por encima de todo esto. No hay semejanza alguna con él, que tiene un espíritu hecho a imagen y semejanza de Dios; las bestias no se relacionan con él por medio de la razón. Los tesoros no son delicias para un hombre que está solo. No debe subir tan pronto al paraíso celeste, en el que hay espíritus como él. ¿Qué hacer, pues? Necesita una ayuda semejante a él; es decir, una Eva.
Estás allí, solo, mi querido nuevo Adán. Podría parecer que en estimas en nada todo lo que te rodea, porque tu único deseo es que Jeanne sea sacada de tu costado y penetre en tu propio corazón para ser tu esposa.
Tus ángeles y todos los santos dicen: nuestra hermana es pequeña; no tiene pechos todavía. ¿Qué haremos con nuestra hermana el día que se hable de ella y que a su vez deba hablar? El día en que se hable de ella (Ct_8_8). Estas palabras significan el uno y la otra: ella es un muro que rodea una gran ciudad con sus tesoros. Al comulgar lleva en sí todas las cosas: reforcémosla con almenas de plata pura, en la que resuenen las virtudes del Verbo Encarnado. Si es una puerta abierta a pensamientos extravagantes, fortifiquen su espíritu dirigiendo su mirada hacia los cuadros de cedro de las tres divinas personas y de las tres sustancias de Jesucristo. Que hable el Verbo divino y ella será fuerte, será esposa, será Madre y sus pechos se transformarán en torres en cuanto se una en la paz con aquel que es su paz. En él, será una viña pacífica; en ella y en su prójimo, dará gloria a Dios, poseyendo la gracia que vale mil y sus guardias recibirán doscientos. Por guardias se entiende sus confesores y otras personas que velan solícitamente por ella.
La amada alimenta con leche a los niños pequeños y con vino a los mayores; y cuando el que habita en los deliciosos jardines del cielo empíreo donde resuena su timbre de gloria, expresa el deseo de escuchar su graciosa voz, ella sale de sí misma para conversar en el cielo, pero sin olvidar que aún no le toca gozar de la gloria y que es menester seguir en la tierra. Por ello permite a su amado que huya y la prive de sus delicias, diciéndole: Huye, amado mío, (Ct_8_13); nuestros valles no son el lugar de tu gloriosa morada; somos incapaces de soportar los rayos de tu luz deslumbradora. Soy una pastorcilla tímida y débil cual hoja que tiembla ante la más ligera brisa. Pero también es verdad, mi Todopoderoso, que sólo tú sabes y puedes encontrar una mujer fuerte como la que Salomón añoraba: Una mujer fuerte, ¿Quién la encontrará? Es mucho más valiosa que las perlas. En ella confía el corazón de su marido, y no será sin provecho (Pr_31_10s).
Sólo mi sabiduría divina y omnipotente es capaz de encontrarla en sus confines o en mis fines; es decir, en mis designios, que son desconocidos o incomprensibles para mis criaturas. Puedo hallarla si deseo buscar con el poder de mi amor, para realizar en ella lo que proyecté desde la eternidad, porque mi poder es amor infinito. Te he amado con amor eterno (Jr_31_3).
[671] Te atraigo con la red de Adán a causa de tu debilidad y también para ligarte con la cuerda de su caridad, porque soy misericordioso. Atraigo a mí la miseria para transformarla en fuerza, complaciéndome en levantar al alma cuando acepta su extrema debilidad, dándole a conocer hacia donde va cuando mi poder no la detiene. Yo combato para salvar y, al permitir que la misma naturaleza se destruya, edifico la gracia a través de la gracia.
La Trinidad santísima encuentra en ti a la mujer fuerte porque dice a través del Verbo que lo seas, para ser preciosa ante sus ojos. De ella proviene el precio de tu valor porque te da el corazón viril y esforzado del Hombre-Dios, que es tu esposo, cuyo corazón te confía, cuidando del tuyo por ser el guardián de Israel, que no duerme en su corazón. Saldrás vencedora en todo y no te faltará botín, porque es necesario guerrear haciendo el bien y no el mal frente a las tentaciones, hasta el fin de la vida. Hay que ser fiel para recibir la corona de la vida. Bienaventurados los que sufren la tentación, porque al pasar la prueba, recibirán la corona de la vida (Ap_2_10).
Es necesario buscar la lana y el lino; es decir, ordenar los sentidos corporales y el deseo de las cosas terrestres según la ley del Dios del amor, que está por encima de la razón y bajo la ley de la fe. Es menester ser un navío bien calafateado y equipado, que viene de lejos trayendo su pan por temor a que le falte en el camino; si las tempestades parecen sumergirlo en los profundos abismos donde encuentran su presa las garras del que pesca en agua turbulenta, la valiente enamorada resiste esperando contra toda esperanza, sobreviviendo en medio de las angustias de la muerte. Vuelve así a encontrar su vida, que estaba como escondida, sacando fuerzas de su debilidad para alimentar con su confianza a los de su casa; confianza que está enraizada en su divino amado. El es la presa que ella atrapó, siendo a su vez presa de él cuando la libera de las redes de sus enemigos.
Ella se reviste de su fuerza, que la ciñe con su cinto sagrado. El mismo la ciñe, sea con sus armas poderosas, sea con su amor, que refuerza su brazo, dándole él mismo la victoria y entregándole los despojos conquistados [672] por él. Al verse afluente en delicias y llena de fortaleza, dice ella que en este mar ha negociado con éxito, porque su luz no se extinguió. Es la lámpara toda de fuego de la divina caridad, que ha vencido al mundo de la carne y al demonio por medio de la llama de fuego que no teme los ríos que desembocan en el mar, el cual redobla su fuerza como una moción antiperistáltica.
Dicha victoria la hace magnánima y más valerosa que antes, interior y exteriormente; en las contradicciones, grandes y pequeñas, manifiesta que todo coopera en bien de los que aman a Dios. Consecuentemente, hace a los pobres participes de los favores recibidos del divino amor, con una liberalidad magnánima, sin tener en el futuro las angustias y los témpanos que abaten el corazón, porque sabe que el Hombre-Dios la reviste doblemente en su exterior y en su interior, confeccionando para ella una especie de túnica que la reviste del lino de su humanidad y de la púrpura de su divinidad, o, si se quiere, de la púrpura de su humanidad ensangrentada y del lino de su purísima divinidad, porque es el candor de la luz eterna.
Comprendo bien, corazón mío, que dicha túnica es tu caridad, que cubre la multitud de mis pecados, por ser el fuego que los destruye y purifica el alma que le sirve de objeto. Amable, ardiente y luminosa llama que Dios enciende y a ella tiende; fuego que da lugar al refrigerio, y al ser amado con su ardor preserva.
El Apóstol dice, hablando de la divinidad: Oh abismo de las riquezas, de la ciencia y sabiduría de Dios (Rm_11_33); cuán inescrutables e impenetrables son tus caminos en ti y en tu intimidad, porque son indivisibles; también fuera de ti, porque lo que obras en mí me parece inefable. Soy un abismo de imperfecciones; y cuando soy bien consciente de ellas, me aflijo a mí misma, recordando los favores que he recibido de ti y arrepintiéndome de mis faltas. Tus gracias son para mí un Jordán donde me lavo y un monte Hermón de donde descienden tus deliciosos favores sobre el montecito de mi alma, por cuyo medio levantas mi corazón:
[673] Abismo que llama al abismo, en el fragor de tus cataratas, todas tus olas y tus crestas han pasado sobre mí (Sal_42_8).
Capítulo 97 - El amor infinito movió al Verbo Encarnado a instituir el divino Sacramento, para ser en él víctima de muerte y de amor hasta el fin de los siglos, glorificando en él a su Padre y dándonos la vida con su mismo amor, Octava del Santísimo Sacramento 1638.
[675] Durante toda la octava de la fiesta del Santísimo Sacramento recibí grandes luces. Mi divino amor me reveló muchos secretos cuyo contenido completo no pretendo relatar, diciendo solamente que un día de dicha octava conocí con una inteligencia sublime en alto grado el estado de muerte perpetua al que Jesús, nuestro perfecto amador, se reduce en este admirable sacramento; estado en el que me mostró el exceso de su amor, debido a que el amor ardiente causa un éxtasis perfecto, arrebatando al que ama fuera de sí, en tanto que la muerte hace salir el alma del cuerpo. Todo lo que hace el amor, lo obra el amor en las almas amantes, no siempre mediante una privación, sino por una perfección y consumación perfecta. Se dice que el que ama con perfección experimenta un tránsito o muerte de amor; y mientras más se enciende el amor, más se apaga la vida del enamorado. La consumación es, por tanto, la muerte del que ama, a quien consume dicho fuego. Este inmenso amor es la causa del estado de muerte del Salvador cada vez que se inmola en nuestros altares. Su poderoso amor lo sitúa en estado de muerte sin que pueda volver a morir, debido a que la sabiduría eterna halló el medio de satisfacer su amor infinito, dándole la perfección que sólo encuentra en la muerte. Como al mismo tiempo conserva divinamente su perpetua inmortalidad, el amor lo mueve a exclamar: Me hace morar en las tinieblas, como los que han muerto para siempre (Sal_143_3).
Está con los muertos del siglo en tanto que se oculta bajo los velos de las especies; el amor que lo ha puesto en dicho estado, ocasionándole esta muerte, lo hace vivir con una vida amabilísima. En esta muerte, amorosa y misteriosa, se encuentra el germen de nuestra inmortalidad, llamándosele viático porque nos ayuda a pasar de la muerte a la vida y comenzar a vivir con su vida indeficiente, viviendo por él así como él vive por su Padre. Es pan de vivos, no de muertos, porque nada obra en los muertos; a los vivos, en cambio, les infunde una vida de amor, que nunca es más amable que cuando produce una muerte perpetua que provoca el amor sin ser culpable; es un martirio dulce y cruel que mueve a amar y a sentir agradecimiento hacia su tirano. Sus flechas son tan agradables, que todos los que son alcanzados por ellas aman sus heridas, resistiéndose a ser curados de ellas.
En el Calvario, el Señor da testimonio de un amor excelentísimo hacia su Padre. El celo divino que tuvo de su gloria, el deseo de satisfacer su justicia y honrar su grandeza sobre la cruz, nos parece inconcebible. Aunque todo esto se enfocó a nuestra salvación, demostrándonos un amor infinito al satisfacer por nosotros a su Padre ofendido, la razón podría preguntarse cuál de estos dos amores fue más poderoso: el de su Padre o el que nos tenía. Si ambos amores pudieran disputarse la gloria de dicha acción para adjudicársela, sería menester que el amor que él nos tiene cediera al que profesaba a su [677] Padre, que fue el motivo más poderoso que llevó al divino Salvador al anonadamiento y a los sufrimientos de la cruz, siendo también un rasgo de amor infinito el aceptar someterse por nosotros a la justicia de su Padre y hacer un trato con ella. Después de la aprobación del contrato, se comprometió a pagar necesariamente; de lo contrario habría incurrido en injusticia o infidelidad a menos que su Padre lo aliviara de su promesa, consintiendo en la ruptura del contrato. De haber sido así, no se habría mostrado tan generoso en presencia del divino Padre y de sus ángeles: A Jesús, le vemos coronado de gloria y honor por haber padecido la muerte, pues por la gracia de Dios gustó la muerte para bien de todos. Convenía, en verdad, que Aquel por quien es todo y para quien es todo, llevara muchos hijos a la gloria, perfeccionando mediante el sufrimiento al que iba a guiarlos a la salvación. Pues tanto el santificador como los santificados tienen todos el mismo origen (Hb_2_9s).
La gracia de Dios prueba la muerte y se humilla en el sacramento eucarístico mediante una maravillosa y misteriosa inmolación. Podría parecer que sólo el amor que nos tiene lo detiene en dicho estado de muerte por nosotros, porque en el Calvario satisfizo con suficiencia el honor de su Padre, cumpliendo todas sus obligaciones y promesas en la cruz. Sólo su exceso de bondad lo llevó a permanecer con nosotros en este sacramento de muerte y de amor. Satisfizo la justicia de su Padre y rescató a la humanidad con plenitud de redención, pero la profusión de su puro amor lo movió a quedarse en el divino, adorable y amabilísimo sacramento, haciéndolo varias veces cada día para reiterar su sacrificio e inmolar una nueva víctima.
En la Eucaristía es gracia y favor; al instituirla, saboreó la muerte amorosa, muerte de la que mandó se hiciera memoria cada vez que se ofreciera el divino sacrificio y se le recibiera en el divino sacramento, que es el viático de los que mueren en su amor y la vida de los que mueren a través de su amor y por amor a él. Gustó la muerte por adelantado en la última Cena; la muerte pareció [678] abismarlo, pero el amor divino fue más fuerte que la muerte. Condujo a todos los que le aman a la gloria. El es el rey del amor coronado con la diadema de sus victorias, que fue levantado en triunfo hasta el trono de su grandeza. En el ínterin se ofrece por medio de este santo sacrificio en cada misa, complaciéndose en verse todos los días, por obra de su amor, en la consumación que representa amorosamente su muerte y el afecto que lo urge a darse a nosotros. Como su amor no puede morir, desea reiterar su muerte de amor dándonos la vida de su amor. El es uno con su Padre por unidad de esencia y unidad de amor; y estará siempre unido a los bienaventurados mediante una unión de gloria. Desea unirse a nosotros durante nuestra mortalidad a través la gracia en este adorable sacramento, que es el pan de vida, delicia de reyes y fruición divina. En él se incorpora a nosotros, haciendo que vivamos de su vida purísima. El discípulo amado dice que, al amar a nuestros hermanos, somos trasladados de la muerte a la vida: Nosotros sabemos que hemos pasado de la muerte a la vida, porque amamos a los hermanos (1Jn_3_14).
El divino Salvador pasa de la vida a la muerte al amarnos y nos lleva de la muerte a la vida cuando le amamos y correspondemos a su amor en este divino sacramento, uniéndonos a él y muriendo en nosotros para que no vivamos sino en él, de él, por él y para él, a pesar de ser indignos de su vida divina e infinita, porque de lo finito a lo infinito no hay proporción alguna; sólo el amor hace posible esta maravilla. El Salvador se entrega en este sacramento, no para ejercer en él su justicia hacia nosotros, sino para complacerse en él con nosotros y para visitar su templo. El apóstol dice que los cristianos son templos de Jesucristo, en los que él se complace en orar y enseñar. David pidió una y otra vez recibir del [679] Señor el favor de visitar su santo templo y de contemplar en él su divina magnificencia. El templo inanimado no es la plenitud de la grandeza del Señor, sino sus fieles amantes, a los que tanto ama.
Cuando este divino Señor instituyó el augusto sacramento, transformó a sus apóstoles tanto en templos como en sacerdotes, mandándoles ofrecer a su Padre el sacrificio de su sagrado cuerpo y de su preciosa sangre, recibiéndolo como alimento y bebida con amor y reverencia y adorándolo al recibirlo: Comieron y adoraron, etc.
Hacía mucho tiempo que el divino Padre buscaba personas que adoraran en espíritu y en verdad. El Hijo quiso dar un alimento espiritual y corporal a la vez, que contuviera la divinidad y la humanidad, invitándonos a adorarlo. El Espíritu Santo, al que recibimos por seguimiento necesario, nos enseña a ser adoradores en espíritu y en verdad.
Dichoso estado de amor por el que entramos en la participación de la vida y de los bienes infinitos que son el mismo Dios. Al comer de este pan somos más felices que los ardientes serafines, que son sólo ministros que sirven en el banquete (divino). Los hombres, en cambio, se sientan a la divina mesa como hermanos del Salvador, participando de su heredad en calidad de coherederos suyos.
El los amó con un amor infinito hasta el fin, muriendo por ellos en el Calvario, reiterando su muerte sobre el altar, y exponiéndose ante el pueblo en estado de amor y de muerte, a fin de que los fieles, como Tobías, lo tomen y reciban en su pecho, donde quiere ser sepultado por encontrarse como muerto en este sacramento, para ser en él la muerte de nuestra muerte, el aguijón del infierno y nuestra admirable victoria, que vencerá al mundo si lo recibimos con una viva fe. Si vivimos de su vida divina y [680] amorosa, él permanecerá en nosotros y nosotros en él, según su palabra: El que me coma vivirá por mí (Jn_6_57).
Capítulo 98 - Dios se complace en la devoción que tenemos a sus santos. 21 de junio de 1638.
[683] El día de san Luis Gonzaga sufrí un gran asalto y una muy íntima unión con mi divino Amor. En total duró cerca de dos horas, durante las cuales pedí a su divina bondad me concediera como escuderos a este santo y al beato Berchmans, por ser su real esposa según el matrimonio que se dignó celebrar conmigo, diciéndole que ellos gozaban ya de su compañía mientras que yo estaba destinada a proseguir la obra de la institución y establecimiento de la Orden, la cual me encomendó, y que no dudaba que ambos santos se complacerían en honrar sus designios, promoviendo así su mayor gloria. Los dos me dieron con anterioridad muestras de un gran afecto que ya describí en otra parte, obteniendo para mí grandes gracias y el desprendimiento de las criaturas, para ser toda de él. Su [684] bondad no desoyó mi humilde súplica.
Capítulo 99 - El amor del divino Salvador llamándose a sí mismo fuego consumidor, elevó hasta él mi espíritu desprendiéndolo de la materia, uniéndolo a él, comunicándole sus luces, colmándolo de bendiciones y disipando a sus enemigos con su muerte, 1638.
[685] Al pensar esta mañana por qué había permanecido como estéril durante ocho días, diciendo que no había podido tener concepciones impedida por la contradicción que se me causó a la hora en que el amor las producía en abundancia sobre el tema de la aparición a Sta. Magdalena, el mismo amor me dio a entender que es muy sutil y que retira sus operaciones purísimas cuando se le quiere sujetar a leyes demasiado burdas, aunque en sí no sean malas, valiéndose de ellas en su tiempo y lugar.
Deseaba, empero, estar conmigo separado de la masa y dándose el nombre de fuego consumidor, fuego elevado que tiende siempre a volver a su centro, que es Dios. Como Jesucristo quiso venir a traer el fuego, quiere que se encienda con ardor y que tienda a lo alto. Por ello dijo: La primera vez que sea yo levantado de la tierra, atraeré todo hacia mí; a la segunda, daré entrada a mis amados al cielo empíreo, que es todo fuego. Allí habitarán conmigo en el seno paterno, que es mi morada perpetua. Deseo ver en él a mis amados y que gocen de mi claridad y de la unidad que se da en mi Padre y yo por el Espíritu Santo, que es nuestro amor común y subsistente, en el que nos amamos infinita y necesariamente en nuestra intimidad. Este amor desea amar libremente a las criaturas que lo reciben, aunque no del todo porque en cuanto Dios es indivisible, inmenso e incomprensible. La criatura es incapaz de comprenderlo; puede recibirlo según se lo concedo, y según el límite que fija mi ciencia, que es tan libre y poderosa como sabia. Nuestro impetuoso río es capaz de entregarse dulce y amorosamente. Oh poder del amor [686] que manifiesta que él es Dios omnipotente, y que su sapientísima ciencia llega de un confín al otro con fuerza y suavidad. Nos amamos necesariamente con una abundancia que no llega a la superfluidad. Como nosotros deseamos y podemos llevar este amor a la criatura según nuestro querer, pudimos hacer que Aquel que en el seno paterno es igual a su Padre en inmensidad, se convirtiera en verdadero Hijo de la Virgen a la manera de un Verbo humanado, y que la plenitud de la divinidad habitara en él corporalmente. Pudimos darlo todo a su humanidad porque la naturaleza humana en sí no es inmensa, si bien sus acciones son de un mérito infinito. En razón del soporte divino sus acciones fueron teándricas, humanamente divinas y divinamente humanas. Todo lo podemos en el cielo y en la tierra. Bendito seas, Dios del amor, Verbo increado y encarnado, por las bendiciones que proceden de lo alto, por las bendiciones de la tierra, por las bendiciones de los pechos, por las bendiciones de las matrices. Tú eres el Hijo que crece, si me permites referirme así a la eternidad; tú eres la saciedad de tu Padre y principio del Espíritu Santo, cuyo amor produces con el Padre en la divinidad para desbordarlo en nuestra humanidad, haciendo que un pequeño grano de arena detenga este mar corporalmente, y que a su vez el mar detenga divinamente a ese grano en el seno paterno donde se encuentra, como dijo el águila de los evangelistas que contempló ese grano brillante como un sol. El es el verdadero sol de belleza que encanta a las jóvenes, haciéndolas correr sobre los muros. Me refiero a los elevadísimos argumentos que parecen interponerles los hombres a manera de muros o ciudadelas, como para prohibirles acercarse a ellos debido a la fragilidad de su sexo, privándolas tanto del estudio como de la enseñanza; pero la bondad y belleza del divino José les concede su privilegio, eligiendo la debilidad para confundir la fuerza y llamando a los seres reputados en nada para confundir a los que tienen el ser: los arqueros gigantes, envidiosos enemigos de José, quienes con su soberbia desean hacer pedazos, destruir y anonadar la gloria del Hijo que madura, envidiando sus excelencias divinas y humanas. ¿Quiénes son estos gigantes? Los demonios, los judíos, los herejes y los soberbios que se dicen católicos. Todos a una disparan dardos envenenados de envidia, que no pueden dañar a este bravo José, a quien la muerte ha glorificado. El desplegó su brazo y su arco; siendo tan fuerte después de [687] su resurrección, que la muerte no se atreve más a atacarlo por ser él mismo su muerte y el aguijón del infierno. El es Jacob el fuerte, el suplantador, la piedra de Israel que ve a Dios y es fuerte contra Dios, porque es el mismo Dios. El es la Piedra que resquebraja los dientes del infierno, de la muerte y del pecado, que murió una vez a través de su muerte, que hace que Dios viva siempre en nuestra humanidad, la cual no sufrirá más en Jesucristo las angustias de la muerte. Fue él quien levantó todas las maldiciones lanzadas a causa del pecado, siendo colmado y revestido de todas las bendiciones eternas, temporales, divinas y humanas. Tú eres el deseado de los collados eternos, el Nazareno que florece entre sus hermanos, el Santo que destaca entre sus hermanos. Mi querido hermano José, ¿me aceptas como tu Benjamín? Tú eres el cordero adornado de flores y el que las produce; tu amorosa sabiduría te condujo como un cordero al sacrificio pascual. Entra en mí y yo en ti a manera de Benjamín, lobo rapaz. Deseo saciarme de ti, que no sólo eres el cordero que quita los pecados del mundo, sino mi alimento. Al entregarte para ser comido en el augusto sacramento por todos los tuyos, permaneces entero a la derecha de tu Padre. Oh invención del amor. Después de este banquete, haces que tu Benjamín repose en ti, siendo su lecho nupcial y elevándolo en sublimes conocimientos, según las profecías de Jacob y de Moisés señaladas en Génesis 49 y Deuteronomio 33: Benjamín, lobo rapaz; de mañana devora su presa, y a la tarde reparte el despojo. Benjamín, querido del Señor, en seguro reposa junto a El, todos los días le protege y entre sus hombros mora (Gn_49_27); (Dt_33_12). Deseo arrebatarte, que seas mi presa. Te comeré de mañana, y por la tarde repartiré entre mis hermanos los despojos las ciencias y las gracias que obtendré de ti, que me amas y me recuestas confiadamente sobre tus hombros y tus sufrimientos como en un lecho nupcial, elevándome a los pensamientos más sublimes de tus divinos misterios, que me parecen un día luminoso cuyo sol divino y humano eres tú, revelándome tu generación eterna y temporal a través de la luz que resplandece en las tinieblas. Al atravesar el pasaje de la muerte, me das entrada al conocimiento de la vida.
[688] Unido a tu Padre, eres el principio y el oriente de todas las criaturas. A tu brazo estuvo adherido o diseñado el rojo cordón de nuestra humanidad desde antes que el mundo fuera. ¿A qué se opuso Lucifer en su deseo de ser más que el hombre? Actuó como faraón, resquebrajando la muralla de su eterna predestinación al oponerse, tanto como le fue posible, a nuestro oriente y sus excelencias; pero su disidencia lo arrojó fuera del cielo antes de que el hombre entrara en él. Más tarde lo apartó de la gracia por el pecado, obrando una división que fue causa, al parecer, de otra: la muerte de Jesucristo, cuyo compuesto fue destruido por espacio de cuarenta horas, durante las cuales el alma separada de su cuerpo sagrado saqueaba los limbos, liberando a los justos que esperaban, por la muerte del divino Salvador, disfrutar de la felicidad del empíreo, en el que gozarán de las delicias de la vida eterna, en cuyo transcurso contemplarán al divino oriente, que nace eternamente del seno fecundo de su Padre eterno, que es Rey de los siglos inmortales y cuyo reinado no tendrá fin.
Capítulo 100 - Panegírico de los méritos y excelencias de san Lorenzo mártir, que el Eclesiástico describe dignamente en el Capítulo 44, 10 de agosto de 1638
Hagamos ya el elogio de los hombres ilustres, de nuestros padres según su sucesión. Grandes glorias que creó el Señor, grandezas dadas desde tiempos antiguos. Hubo soberanos en sus reinos, hombres famosos por su poderío, consejeros por su inteligencia, vaticinadores de oráculos en sus profecías (Si_1_3).
El Eclesiástico es digno de loa en todo lo que dice, pero en especial es de admirar en la alabanza que tributa a los hombres gloriosos en sus generaciones, en las que el Señor ha manifestado la grandeza de su gloria en el tiempo, concediendo su poder a quienes ha dotado de su prudencia y excelsa virtud. Si el predicador de la antigua ley encontró dignas de sus sublimes alabanzas a esas personas venerables a causa de su fidelidad en las sombras de una ley que sólo era figura de nuestra clara y deliciosa ley de la gracia, porque todos sus sacramentos eran elementos vacíos, de cuánta mayor gloria serán dignos los que han aparecido, vivido y combatido en la Iglesia de Jesucristo, Soberano Pontífice, Rey de reyes, cabeza de los ángeles y de los hombres. Aquellos vislumbraron de lejos las promesas y su gloria se ocultaría en los limbos, pareciendo vencidos en vez de vencedores debido a que su ley era una ley de servidumbre y de rigor, que los ligaba en los lugares y a las fosas, dejando la memoria de su valor a los siglos. Quedaron en la languidez de una esperanza prolongada, esperando que Jesucristo viniese a remover el cielo y la tierra según la profecía de Ageo, que les anunció su inminente llegada: [690] Dentro de muy poco tiempo sacudiré yo los cielos y la tierra, el mar y el suelo firme, sacudiré todas las naciones; vendrán entonces los tesoros de todas las naciones, y yo llenaré de gloria esta Casa, dice el Señor de los ejércitos (Ag_2_6s).
Dentro de algunos años vendrá el Salvador deseado de todas las gentes, que hará temblar el cielo y la tierra y colmará de gloria su Casa; pero la que será su segunda casa: Grande será la gloria de esta Casa, la de la segunda mayor que la de la primera, dice Yahvé Sebaot, y en este lugar daré yo paz, oráculo del Señor de los ejércitos (Ag_2_9).
¿Cuándo llegó? En la plenitud de los tiempos, cuando el Padre removió el cielo y la tierra enviando a los ángeles a cantar ante su nacimiento. Bueno fue el alborozo del cielo, que acudió a la tierra para invitar a los pastores que guardaban sus rebaños.
Una estrella del cielo vino a entusiasmar y a sacudir a los reyes para conducirlos a los pies del deseado de todas las gentes. Jerusalén se conmovió ante semejante noticia, de suerte que el rey Herodes ordenó una masacre de inocentes para dar muerte al Mesías en su infancia, a fin de impedir la gloria de la segunda Casa. No existió, empero, complot en contra del Señor, que debía vivir treinta y tres años y llegar a la edad de su madurez para enfrentarse a todos sus enemigos en el Calvario, donde los convocó para combatir al medio día en una lucha tan encarnizado, que la naturaleza entera se conturbó: el sol se oscureció, la tierra tembló, las rocas se hendieron, el velo del Templo se rasgó en dos, los sepulcros se abrieron y los muertos resucitados se aparecieron a muchos en la ciudad santa.
El valor de este bravo león lo hizo vencedor en todo: el infierno y el mundo. Cuando fue levantado en la cruz y de la cruz a su gloria, atrajo todo a sí, ganando con el poder de su cruz los corazones de los valientes soldados que han obtenido insignes victorias a causa de la fe, entre los que se cuenta san Lorenzo, que es todo un laurel, porque todo en él es victoria. Es hombre de un solo deseo, que anhela abreviar los instantes de su vida por Jesucristo, ansiando ungir con su sangre y su grasa el santo de los santos.
[691] Lamenta que el Papa, soberano vicario de Jesucristo en la tierra, se dirija al sacrificio sin él. Dicho Santo Padre le predijo, el profeta de san Lorenzo fue san Sixto, que estaba destinado a un holocausto más admirable que el suyo; que al cabo de tres días lo seguiría y lo aventajaría en la gloria; que el leño seco se agostaría en poco tiempo, pero que habría necesidad de más para consumir el verde. Le encomendó su Iglesia, en especial a los pobres, porque conocía bien su fidelidad y sabía que los tesoros de la esposa de Jesucristo no podían confiarse a manos más seguras, porque Lorenzo era un buen administrador de sus bienes. En cuanto el santo levita oyó esto, se dedicó a poner en práctica las bulas verbales de su Pontífice; obra que llevó a cabo en poco tiempo tan admirable como caritativamente. El purifica, ilumina, inflama y perfecciona a todos los fieles, cambiando las noches en días mediante la irradiación de sus delicias. Concede la curación a los enfermos, exhorta a los santos, desafía a los emperadores, echa por tierra a los demonios, arrebata a los ángeles, da honor a Dios, que se manifiesta admirable en este santo: Dios es admirable en sus santos (Sal_68_56). Lorenzo humilló la majestad de los emperadores, hablándoles como a hombres de paja que ennegrecían al lado del fuego que lo hacía brillar como oro precioso: Brillante como el fuego y el incienso que arde en el incensario; como vaso de oro macizo adornado de piedras preciosas, etc. (Si_50_9). Valiente Lorenzo, te contemplo cual otro Simón, pero mucho más admirable en tu tiempo. Eres el apoyo de la Iglesia que san Sixto te encomendó, en la que fortaleces los templos del Espíritu Santo: Y en sus días fortificó el santuario. El echó los cimientos de la altura doble, del alto contrafuerte de la cerca del templo (Si_50_2), cuidando de las almas y de los cuerpos de los fieles y de la fe cimentada por el Altísimo. Tú coronas la Iglesia con dos elevadísimos contrafuertes: tu doctrina y tu sufrimiento. En ti los pozos de las gracias divinas se han derramado con tal abundancia, que parecen océanos; proporcionas alivio a los hijos de toda la Iglesia en el cuerpo y [692] en el espíritu. Tu martirio enriquecerá la ciudad de Roma con tesoros divinos; tu mérito se asemejará al de los apóstoles y tu fiesta será tan solemne como la de ellos. Tú eres la estrella mañanera en medio de los nubarrones de la persecución; eres la luna llena que brilla en tu día, que es el día de la Iglesia, porque suples al sol que ha terminado su carrera, dejando nuestro horizonte para abismarse en la luminosa gloria del sol de justicia en el empíreo. San Sixto está en el cielo, invitándote a ser luna y a ejercer la influencia de tu misericordiosa bondad. Sabes hacerte amar de los buenos, deseando también librar a los malos; eres como un sol que derrama sus rayos sobre todos. Sólo el infierno, con rabia endemoniada, es capaz de resistir a tus llamas. Eres el arco iris de paz en medio de las tormentas de los tiranos; eres rosa veraniega en medio de las espinas del invierno, cuya belleza resalta frente al odio y furor de los verdugos. Tu castidad te muestra como un lirio blanquísimo junto a las aguas de las contradicciones. Eres incienso que invade toda la Iglesia en un día de verano, subiendo en dirección al trono divino. El perfume de tu martirio se difunde por todo el cielo y la tierra; eres un fuego que arde a manera de centellas luminosas. Eres incienso y fuego, todo a la vez. Eres el vaso de oro macizo en el que las gracias divinas brillan con nitidez; estás adornado de toda clase de piedras preciosas; en ti se encuentran todas las virtudes y todos los dones del Espíritu Santo. Me extendería mucho y me reduciría mucho si los enumerara: sería mucho alargarme porque necesitaría escribir volúmenes enteros; y mucho acortarme porque diría muy poco en comparación de tu perfección inefable. Eres un admirable olivo floreciente de frutos y un ciprés que se eleva hasta el Altísimo, Dios del cielo y de la tierra, que es tu estola de gloria y el ornamento y consumación de tu virtud [693]. Al subir al santo altar, te revistió de santidad; eres su diácono y él, tu Pontífice. El mismo es tu pan y la porción de tu heredad. Y cuando recibía las porciones de manos de los sacerdotes, él mismo de pie junto al hogar del altar (Si_50_12). Te encuentras al lado del gran sacrificador, del sacerdote adorable y adorado según el orden de Aarón y Melquisedec. Eres, con el primer diácono y también primer mártir, san Esteban, la corona de tus hermanos. El se llama corona y tú, laurel. Los dos son palmas de la Iglesia triunfante, en cuyas sus manos fueron depositadas y aseguradas las oblaciones del soberano y la porción de las ofrendas que ustedes incrementaron con su fervor y méritos. Tu fe hizo prodigios sin número en presencia del cielo y la tierra. Derramaste tu sangre cual simiente divina, acrecentando con ella la Iglesia, cuyo fundamento eres unido a los apóstoles. Con tu sustancia has consagrado altares y los instrumentos de tu martirio son dignos de veneración. Diste gloria a Dios y alegría a los ángeles, con los que vives glorioso cantando el cántico de gloria y bendición, invitando a las naciones a cumplir con su deber de doblar las rodillas en presencia del Dios de bondad, adorando su majestad postrados sobre sus rostros. En el día de tu martirio invocaste a Dios en la tierra y él te escuchó en la tribulación exaltando tu gloria. Al manifestar tu verdadera justicia, refrescó tu ardor. Mostraste a los hijos de los hombres el error que cometían al adherirse a los bienes aparentes, y les revelaste, con la alegría de tu rostro en medio de los tormentos, que Dios te glorificaba en medio de las llamas, en las que te encontrabas en medio de verdaderas e indecibles delicias al lado de Aquel que recibía tus exclamaciones, demostrando que el dolor de los sentidos era superado por el gozo del espíritu, que por adelantado era admitido a la gloria celestial y divina. Encontraste en tus yacijas de hierro y fuego la dulzura del cielo y el rocío divino junto con una paz que rebasaba los sentidos corporales, ofreciendo sobre ti mismo un [694] sacrificio en rigor de justicia.
Tu esperanza estaba en Dios, que te mostraba la gloria que concede a sus amigos. Te colmó de alegría con el resplandor de su rostro, que imprimía en ti como primicia de gloria que multiplicaba los frutos del trigo de tu elección y del vino de tu pureza, consagrándote con el óleo de su felicidad y sirviéndote de trono y de tálamo glorioso para que reposaras en él por toda la eternidad. Ruega por aquella que se alegra ante tu dicha.