[1] Quiero que sepas, mi amada y queridísima esposa, que cuando me ruegas por los pecadores ingratos y casi obstinados, tus ojos derretidos en lágrimas y tu corazón lleno de amor, son armas tan formidables, que mi justicia cede sus armas a la misericordia, la cual no puede ni desea rechazar tus peticiones. Soy más atraído por tu amor de lo que lo fue Asuero por la bella Esther. Por ello, te concedo la liberación, no sólo de los inocentes afligidos, sino aun de los culpables. Yo convierto a los que te aman en otros Mardoqueos, y perdono a todos los demás. A ti te concedo mi amor, que, mediante la gracia, es la totalidad de mi Reino. Aún si no quisiera yo acrecentar tus méritos, me obligarías, por los atractivos de tus ojos, a cambiar mi decisión para permitirte gozar de mí glorioso en la tierra, o para llevarte muy pronto a mi gloria celestial. Privaría con ello a la tierra de la dicha que posee al gozar de tu persona, y de un domicilio en el que las almas que esperan pueden invocar mi presencia, para que las atienda movida por la piedad y la compasión.
Cuando la cananea vio que yo la rechazaba, se dirigió a mis apóstoles, los cuales me movieron a acceder a su petición. De igual manera, las almas a las que parezco desoír [2] acuden a ti, que eres mi predilecta, para obtener, por tu medio lo que por ellas mismas no pueden conseguir. El amor todo lo puede. El amor que arde en tu corazón lanza sus llamas a través de tus ojos, que me hieren con dardos de un atractivo tan potente, que me disuelvo en ti, para que más tarde puedas derramarte en mí. Para que así suceda, es menester que te diluyas del todo, de modo que puedas desear lo mismo que mi Apóstol, el cual fue urgido por tales llamas, que se vio obligado a exclamar: ¡Ay de mí! ¿Quién me librará de este cuerpo de muerte? (Rm_7_24). Agobiado por la caridad y el celo de las almas, llegó hasta aceptar el ser anatema y verse privado de todo consuelo por el bien de sus hermanos (Rm_9_3). Ahora bien, como por mi amor deseas amar al prójimo: Retira de mí tus ojos, que me subyugan (Ct_6_5).
Aparta los ojos del deseo de verme glorioso en el cielo, pues al verte aspirar y suspirar por mí, me veo como los que atienden un enfermo sediento, al que dan de beber por lástima antes de que desfallezca. Ceden, de este modo, al deseo ardiente del enfermo, pero desobedeciendo al médico que desea lograr su perfecta salud. Es verdad que mi gracia puede ser tan grande, que al satisfacer tu vehemente deseo no dejo de hacerte merecer en un momento lo que sería diferido en otras almas, porque mi ojo [3] es bueno, como dije a los trabajadores de la viña Sin embargo, con objeto de respetar mi mandato, aparta tu vista de las alegrías que podrías gozar en la gloria, y date cuenta de que una amazona valiente debe combatir mientras se encuentra en la batalla. Puedes escuchar de mí lo que dije a santa Teresa, que se moría de deseos de verme: moría porque no moría. Yo le manifesté que era necesario sufrir para gozar de la gloria que le tenía reservada, pero mediante un amor singular. Le dije que, si la gloria aun no llegaba, el mismo amor que la hacía esperar no la había creado para contraer un segundo matrimonio. Mi amor es suave y fuerte; mediante la dulzura, se inclina ante tu anhelo de verme, y mediante él me atraes hacia ti para que te traiga al cielo. Sin embargo, como mi amor es fuerte, desea que permanezcas en la tierra mientras que yo me escondo en el cielo, llevando a él conmigo todos tus afectos y aun los pensamientos más ordinarios, que son como los cabellos de tu cabeza. Tu entendimiento se eleva a través de conocimientos sublimes, que semejan las cabras que se apacientan en el monte de Galaad: Tu melena cual rebaño de cabras que ondulan por el monte Galaad (Ct_6_5). Así como las cabras son ligeras y saltan al subir, así tus pensamientos son sutiles y llenos de alegría, de un gozo que estallar al saberme glorioso en el cielo. Así como Jacob se alegró al saber que su José gozaba y era feliz en su calidad de virrey de Egipto, así te alegras de que, en el cielo, se perciba claramente la verdad [4] de todo lo que la Escritura dice de mí y de todo lo que he dicho. Mis santos se alegran al verte fiel, iluminada por una fe firme que te acerca más a mí. Fe viva que, al ser animada por la caridad, causa que ésta arregle tus cabellos en rizados bucles para venir a cautivarme hasta mi trono, haciendo para mí un collar más precioso que las cadenas de oro y pedrería que suelen portar los reyes. Tus cabellos están aderezados con polvos de violeta de aroma admirable, que es la humildad. Fe, humildad y caridad que ejercen tanto poder sobre mí, que me obligan a ceder a sus deseos. Si los enamorados del siglo se glorían al portar las libreas de sus amadas, yo, que sé amar más que ellos, me glorío mucho más en ellas: Tus dientes, un rebaño de ovejas, que salen de bañarse. Todas tienen mellizas, y entre ellas no hay estéril (Ct_6_6). Es tal la purificación de tus sentidos, que parecen ser espíritus; son tan ingenuos y sencillos, que sólo tienden al soberano bien. Han escogido la mejor parte. De Marta que eran, se han convertido en María gozando de un dominio absoluto sobre todos los objetos que pueden conmocionarlos o atribularlos. Su modestia arroba a los ángeles de admiración. Cuando consideran lo que es puramente material o corporal, imitan, con el poder de mi gracia, todo lo que es espíritu. Tu modestia me honra. La belleza que se manifiesta en tus sentidos es como una vestidura luminosa. [5] El profeta dice que estoy revestido de luz. En el día de mi Transfiguración, mis vestidos aparecían blancos como la nieve y mi rostro brillaba como el sol. Esta belleza atrajo a Moisés del limbo, a Elías del paraíso terrenal y a mis apóstoles de la tierra, cuya cabeza y príncipe, no pudo menos de exclamar, extasiado ante tanta belleza: Señor, bueno es estarnos aquí (Mt_17_14), más aún; mi Padre y el Espíritu Santo, como movidos por santos y divinos celos, acudieron, podría parecer, deseosos de proclamar su amor. Como sobre esta montaña, estábamos en consejo yo y mis servidores, mi evangelista dice: Todavía estaba hablando, cuando una nube luminosa los cubrió con su sombra: se trataba de la persona del Espíritu Santo. Y de la nube salía una voz que decía: Este es mi Hijo amado, en quien me complazco; escuchadle (Mt_17_5). Advierte, querida mía, que mi Padre quiso mostrar así que mi belleza es el objeto de su amor y complacencia. La conversación que tuvo lugar se refirió al exceso de amor que llegaría a su culmen en Jerusalén, donde me entregaría yo a los hombres mediante la institución del divino Sacramento. Dicho exceso de amor se cumplió a la letra en Jerusalén; un exceso de la benevolencia de nuestra Trinidad, que quiso entregarse a la humanidad a través del don que haría yo de mi cuerpo glorioso, bajo las especies de pan y vino: Cuyo bien procede de él, y cuyo poder nos da el trigo de los elegidos y el vino que engendra vírgenes (Za_9_17). [6] La Transfiguración fue figura de todo esto. Deseaba yo demostrar que podía tan bien dar mi cuerpo oculto bajo las especies, sosteniéndolas sin su propia sustancia, como había yo suspendido mi gloria mediante un milagro continuo, que dejó de darla a mi cuerpo por espacio de treinta años. En el primer caso, obré una transfiguración exterior; en el segundo, una transubstanciación interior, cambiando el pan en mi cuerpo. La primera se dio para permitir a los hombres admirar la gloria que había yo ocultado; la segunda, para admiración de los ángeles, al ver el recurso del amor, que deseaba de ese modo ocultarse para alimentar a la humanidad, obrando un exceso de prodigalidad divina, que sobrepasaría todos los banquetes de los hombres, pero de una manera admirable, para alimentar y revestir a mi esposa, a fin de que sus dientes se blanquearan al beber mi sangre, blanca como la leche, y al comer mi cuerpo, puro como la flor del trigo, saboreando ya en la tierra el mismo manjar que los bienaventurados en el cielo, pero con un doble privilegio: el acrecentamiento de gracia y de gloria. Cuando un alma crece en grados de gracia, acrecienta su grado de gloria.
[7] Por ello es muy cierto que los dientes de la esposa semejan un rebaño de ovejas, ya que sus sentidos interiores y exteriores son moldeados por mí mediante la manducación de mi cuerpo. Así como soy un cordero, ella se transforma en oveja, que produce dos frutos gemelos: la gracia y la gloria. Son éstos bienes eternos para los espíritus y dones para el cuerpo, debido a que este sacramento ser germen de inmortalidad y causa de la resurrección de los cuerpos. Ya desde esta vida, los cuerpos recibir n alivio mediante su recepción. También serán mortificados, por ser una realidad que éste es un baño en el que el alma es purificada y transformada en aquel a quien recibe: el Cordero sin mancha que lava y blanquea las túnicas de sus amadas, y que borra los pecados del mundo en virtud de su preciosa sangre. Cuando la esposa comulga, alegra a los espíritus celestiales: los ángeles y los santos, y conforta a los habitantes de la tierra. El doble fruto, los que están en el purgatorio y los que siguen en la Iglesia Militante, son como corderitos gemelos. La Iglesia Militante obtiene el alimento de estas pobres almas, que están como amortajadas y sin posibilidad de ayuda, si no se les pone el pezón el la boca mediante los sufragios. Las otras son como hijos ya crecidos, que aportan su cooperación, por estar aún en estado de merecer.
Pero así como el alma o la esposa deben haber esquilado, mediante la vía purgativa, la lana superflua, no se dice en el segundo pasaje que sus dientes son emparejados, como las ovejas del primero, que ya expliqué. [8] Por ello no debe afirmarse que esta redención es innecesaria y superflua, en tanto que la primera se lleva todo el sentido. La primera es propia para la meditación: se la compara con los dientes que mastican el alimento, y que hacen el oficio de navaja, cortando por sí mismos y desechando el alimento superfluo.
La segunda forma se refiere a la contemplación, que une el alma a su amado. Por ello, no tiene nada en común con la primera, en la que se dice: y entre ellas no hay estéril (Ct_6_6), como si el esposo quisiera decir: Aunque posees grandes gracias, existen imperfecciones entre tus obras y las mías." La consideración del castigo y del deseo de recompensa que se deslizan en sus intenciones, y sus consideraciones no estériles, producen dos gemelos: el temor al juicio y el deseo del salario o de la dicha del reposo celestial. El otro pasaje dice: y entre ellas no hay estéril. Las operaciones de los sentidos no se hacen ya por temor al sufrimiento ni con esperanza de una recompensa, sino para agradar al amado, que es el único fin en su calidad de esposo único, al que pertenece la esposa, que ha dejado de ser de sí misma.
Tus mejillas, como cortes de granada a través de tu velo (Ct_6_7). Querida mía, la granada es agradable a la vista y al paladar al ser cortada. Cuando es dada o presentada a un amigo, o por compasión a un enfermo, le complace doblemente, tanto por ser agradable, como porque es ofrecida por amor, que es la causa de que el ser amado la estime más . Lo que de ordinario, gusta más al enfermo, es lo que apetece y le ofrece la mano de una persona querida. El beso casto y espontáneo de una esposa, es más agradable que si el esposo lo tomara por autoridad, sin que la esposa accediera a sus deseos.
Por ello, amada mía, como herido de tu amor y conquistado por ti, gozo del beso que me cura, pero mucho más el afecto interior que hay en ti, y que me das en tan delicioso beso. Tu interior oculto es una santa y divina participación del amor puro infundido por el Espíritu Santo que habita en ti, el cual adorna tus mejillas con mi sangre, cual si fueras otra Inés: Puso un signo en mi rostro, para que no reconozca otro amor sino el suyo solía decir mi angélica Inés.
Todo, pues, en tu rostro, es un signo de mi singular amor. Al no desear amar sino a mí, yo mismo te digo: [10] Sesenta son las reinas, ochenta las concubinas, e innumerables las doncellas (Ct_6_8). Tengo sesenta reinas entre las almas que están en estado de gracia, de almas santificadas desde su infancia. Tengo ochenta concubinas, es decir, las que son confirmadas en gracia después de sus caídas. Tengo también otras que, cual innumerables jovencitas, pueden caer pero también ser elevadas a un estado altísimo. Todas ellas están destinadas a mi palacio y serán, en ocasiones, admitidas a mi tálamo. Tú, en cambio, la más querida, eres mi única paloma. Tú eres mi perfecta y la que es, con mayor legitimidad, elegida y engendrada por tu madre. La caridad te da la vida; caridad que es Dios, y que te mueve a decir por participación: "El que vive en el amor, vive en Dios, y Dios en él" (1Jn_4_16). El que se adhiere a Dios, se hace un mismo espíritu con él.
Entre amigos, todas las cosas son comunes. Este ha sido el deseo de mi Padre para el mundo desde toda la eternidad: darle a su propio Hijo, a fin de él mismo lo salve (Jn_3_16). Sí, ha querido salvar al mundo mediante su propio Hijo, aunque el mundo lo haya tratado con tanta rudeza. Si tanto amó a sus enemigos, ¿puedes imaginar cómo manifestar su amor a sus amigos? Ni el ojo ha visto ni el oído oyó, ni el corazón humano al elevar sus pensamientos ha podido llegar a comprender los bienes que el amor divino prepara para los que ama (1Co_2_9).
El profeta Isaías vio de muy lejos el amor que tenía yo a todas las almas rescatadas, el cual manifestaría a muchos después de mi Encarnación. [11] Para las almas escogidas, todas las reglas generales tienen excepciones. Tú eres una de ellas, amada mía, mi paloma, mi toda hermosa: Única es mi paloma, mi perfecta. Ella, la única de su madre, la preferida de la que la engendró. Las doncellas que la ven la felicitan, reinas y concubinas la elogian (Ct_6_9).
Asuero quiso presentar a su Esther para que fuera el ornamento de su mesa. Deseaba también mostrarle sus delicias y la gloria de su reino, en el que reemplazaría a Vashti, la cual, debido a su soberbia, perdió esta felicidad. De igual manera, amada mía, quiero presentarte a mi derecha adornada de mi gracia por diversos dones. A causa de su orgullo, Lucifer fue expulsado de mi diestra. De haberlo querido, Lucifer, que significa portador de luz, hubiera sido un astro brillante en el cielo. Su arrogancia, empero, lo cambió de luminoso en tenebroso; y así como fue príncipe de luz, es ahora príncipe de tinieblas. Quiero que tú ocupes las ruinas causadas por este espíritu rebelde, y que mis ángeles y todos mis santos: los inferiores, los intermedios y los superiores, te alaben y te proclamen dichosa.
Yo, que soy la causa de tu gloria, deseo glorificarme en ti y por ti en presencia de todos mis príncipes. Quiero que sepas [12] que yo bajar‚ de lo más alto de los cielos, es decir de mi trono, sin dejar mi diestra. Bajar‚ para venir a ti, fijando mis ojos y mi corazón en ti, presentándote el cetro de mi gloria para besarte. Llevo mi principalidad sobre mis hombros --las llaves de la vida y de la muerte. Reino por medio de ambas. Reino en gracia y reino en gloria. Vivo en lo más alto de todos los cielos y contemplo al humilde.
Tanto en el cielo como en la tierra, deseo levantar al pobre que parece estar sumergido en el cieno y en peores condiciones de vida, a fin de colocarlo entre los príncipes, pero los príncipes de mi pueblo elegido. Por esta razón exclama el profeta: ¿Quién como el Señor, nuestro Dios, que se sienta en las alturas, y se abaja para ver los cielos y la tierra? El levanta del polvo al desvalido, del estiércol hace subir al pobre, para sentarle con los príncipes, con los príncipes de su pueblo. El asienta a la estéril en su casa, madre de hijos jubilosa (Sal_113_5s).
Yo tomo a las almas que parecen estériles según los criterios humanos, para que moren conmigo en el cielo, haciéndolas madres de méritos deliciosos en sumo grado. Ellas son causa de conversiones admirables, que son como hijos de alegría. Yo hago fecunda su virginidad y casta su generación, que es bellísima en su luminosidad. Tú eres mi más querida, escogida para ser la admiración de todas mis criaturas, de manera que todas ellas exclaman: ¿Quién es ésta que surge cual la aurora, bella como la luna, refulgente como el sol, imponente como batallones? (Ct_6_10). [13] ¿Quién es ésta que nos saca de la noche de nuestros malos hábitos mediante la claridad de su vida, con la luz que recibe del sol, que está próximo a obrar un nuevo Oriente en ella? La vemos aumentar en esplendor y belleza como la aurora, adornada con tan bellos colores, que encanta nuestros ojos y nuestro corazón, invitándonos a levantarnos del lecho de nuestros vicios, donde yacíamos como en la sombra de la muerte, sepultados en las tinieblas de nuestras iniquidades, con las que pretendíamos servir al que nos da el ser, poniendo nuestros pecados como una barrera que obstaculizaba (la entrada) de su gracia en nuestras almas.
Esta bella aurora, sin embargo, surge con tanto adelanto, que no podemos tardar más en levantarnos para ocuparnos en las obras de la luz, cuando nuestros pecados serían todavía más negros que la costumbre, que se ha hecho en nosotros como una segunda naturaleza. Ella es hermosa como la luna. Ella nos hará partícipes de las influencias que Dios quiere que comunique en la tierra. El divino sol de justicia la hace semejante a él por participación de luz, según su poder y la oración que dirigió a su Padre la noche de la Cena. Más todavía: la maravilla que observamos en ella es que es terrible ante los enemigos, como un batallón ordenado por la estrategia del Señor de los ejércitos, el cual le comunica su poder o su fuerza, exponiéndose por ella y sus amigos. Lo que es más de admirar, es que este ejército se mantiene pacífico [14] en sí mismo, cual un coro de música armoniosa en presencia de Dios, de los ángeles y de los hombres, que son los espectadores de las maniobras que realiza, que son recompensadas con dotes riquísimas por aquel que posee en sí mismo todos los tesoros de las riquezas de la ciencia y de la sabiduría del Padre. El Padre se alegra al ver que su Hijo tiene una esposa tan valerosa como otra Judith, siendo la alegría de su pueblo y la gloria de Jerusalén (Jdt_15_9). Su luz brilla sobre la tierra, glorificando con sus buenas obras al Padre que está en el cielo.
Esta aurora no deja de emerger, tendiendo a su pleno día porque esta vida nos es dada para crecer y multiplicarse. Es un camino en el que, no avanzar, es retroceder. Avance que, lejos de envejecer a la esposa, la embellece como una luna llena, a la que el sol hace luminosa con su presencia, preparándola a ser elegida por el Padre, a cuya derecha pueda sentarse, como su Hijo lo pidió: Padre, los que tú me has dado, quiero que donde yo esté están también conmigo, para que contemplen mi gloria, la que me has dado, porque me has amado antes de la creación del mundo (Jn_17_24).
Cuando Dios habla al alma por su profeta, dice que la ha amado por toda la eternidad: Refulgente como el sol (Ct_6_9). Los demonios temen acercarse a esta alma. Se espantan ante la que, con su solo mandato, deshace todas sus argucias. Si tratan de construir una torre de presunción sobre sus fuerzas naturales, de la que Job dijo que no hay fuerza en la naturaleza humana que se le pueda comparar; la gracia que se concede a esta brava guerrera, los hace morder el polvo. La confusión resultante los confunde más aún, haciéndoles olvidar sus intentos. Ella se da cuenta de su astucia gracias a la inspiración del divino Espíritu, el cual condujo al Salvador al desierto para ser tentado y derrotar en él a todos los demonios. A la esposa se le concede una victoria similar para triunfar sobre todos ellos, afirmándose tranquila y gloriosa en el nombre de su esposo, al que atribuye su gloria. Los ángeles se acercan para servirle manjares celestiales, y para unir su voz a esta música, conservando su partitura y, el Espíritu Santo, el compás. Al nogueral había yo bajado para ver la floración del valle, a ver si la vid estaba en cierne, y si florecían los granados (Ct_6_11).
¿Qué quieres decir, querido amor, con este descenso al huerto de los nogales a fin de contemplar la floración de los valles, y observar si la viña florece, si comienzan a brotar las granadas? Significa que vienes a probar de algún modo amargo a tu esposa, y comprobar que posee virtudes interiores como el meollo de la nuez, que puedan dar aceite cuando el fuego de tu amor y la prensa de las aflicciones traten de machacarla. Tú mismo quieres tentarla y probarla, a fin de hacerla digna de imitarte, sobre todo en estas tres virtudes: la dulzura, que se compara al aceite; la humildad, que se equipara a los manzanos de los valles. Quieres ver si continúa siendo humilde después de sus victorias y si te las atribuye, cual debe ser. Deseas, como otro Noé, constatar si la viña plantada de tu propia mano ha florecido; si tu esposa exhala un buen olor hacia el prójimo, y si en ella crecen las granadas de la caridad mediante el celo por las almas, diciéndole que no nació para ella sola.
¿Qué significa esto, amado mío? ¿Quién hubiera dicho que ibas a escrutar tan de cerca a tu esposa, exponiéndola, en fin, a una rendición de cuentas tan exacta? Sé bien que se dijo que examinarías de cerca a la vieja Sinapá y a la antigua Jerusalén con una luz ardiente. Pero a esta nueva Jerusalén [17] adornada de tus gracias, acariciada por ti con ternura, ¿Quién lo pensaría, de no ser porque tú mismo dijiste que a tus amados los reprendes y castigas? Yo a los que amo, los reprendo y corrijo; al justo más lo justificar‚ y más lo santificar (Ap_3_19).
Purificas a tu esposa como el oro purísimo, como dice san Juan, el águila, al referirse a la santa ciudad de la nueva Jerusalén. Lo haces para hacerla semejante a ti, que fuiste probado hasta morir sobre una cruz. Eres como una nuez golpeada y triturada para dar a los pecadores el aceite de la misericordia, cual un manzano abatido hasta las partes inferiores de la tierra, en los valles del limbo. Tú eres la viña en la que tu Padre es el viñador, el cual ninguna pena te ahorró. A través de inclementes trabajadores, te obligó a cavar, podar, atar, deshojar, cortar de nuevo, pisar y prensar. Tu caridad, empero, te hizo borbotear y surgir, al grado en que podemos cambiar las palabras del profeta para significar que las naciones acuden a sacar vino de las fuentes del cuerpo del Salvador, que es el verdadero pan que reconforta y el vino que alegra el corazón del hombre. [18] De este modo, aunque el alma no sea lo suficientemente fuerte para poder beber de este vino, a causa de la fiebre de sus continuas faltas, eres para ella un fruto de granada, para recrear el apetito estragado del enfermo. Tu cuerpo es, en su incisión, como una granada en el costado, sin cuya abertura no se vería lo que está escondido en su interior, que es tu corazón amoroso, embriagado de puro amor. Tu costado derramó sangre y agua en abundancia, hasta la última gota, deseando así pagar por nosotros en rigor de justicia, diciéndonos: Porque si en el leño verde hacen esto, en el seco, ¿Qué se hará? (Lc_23_31).
En esta pasión, la creación entera parece estar conmovida y desolada. Los ángeles de paz lloran amargamente, el sol se oscurece, tiembla la tierra, las piedras se desgajan, los sepulcros se abren y devuelven a sus muertos; el velo del templo se rasga y la Virgen es traspasada por la espada de dolor, sostenida por el poder divino de pie junto a la cruz de aquel que, a pesar de sostener el mundo o globo terráqueo con tres dedos, está reducido a sufrir la humillación de esta pasión, según las narraciones de sus evangelistas.
San Juan dice que, afirmó que sería traicionado, y que todo el que lo recibe, recibe a aquel que lo envió: Cuando dijo estas palabras, Jesús se turbó en su interior (Jn_13_21). Y en san Mateo: Comenzó a sentir tristeza y angustia (Jn_26_37). Y en san Marcos: Y comenzó a sentir pavor y angustia (Mc_14_33). En san Lucas: Pedid que no caigáis en la tentación. Y se apartó de ellos como un tiro de piedra, y puesto de rodillas oraba diciendo: Padre, si quieres, aparta de mí esta copa; pero no se haga mi voluntad, sino la tuya. Entonces, se le apareció un ángel venido del cielo que le confortaba. Y sumido en agonía, insistía más en su oración (Lc_22_40s). Y más tarde: Eloí, Eloí, lema sabacthani? que quiere decir, Dios mío, Dios mío, ¿Por qué me has abandonado? (Mc_15_34).
Como dije antes, todas las cosas son comunes entre amigos. Por eso nos dices, Jesús mío, que preparas tu reino para los tuyos, así como tu Padre lo hizo para ti, y que debemos soportar la tentación en tu compañía.
No es de admirar, por tanto, que permitas la tentación, ni que sometas a la prueba a tu esposa con un suave rigor, que sin embargo la aflige y pone a prueba su mente, no sabiendo a qué atenerse por ignorar la causa de un cambio tan brusco.
Cinco días antes de tu muerte fuiste proclamado bendito en la ciudad de Jerusalén, donde se agitaron palmas como signo de victoria. Tú, en cambio, derribaste las mesas y los bancos e hiciste un látigo [20] con las cuerdas para atar a los animales que vendían en el Templo, echando fuera de él a los vendedores y compradores; y mostrando con ello tu poder absoluto sobre toda las creación.
El viernes siguiente, sin embargo, fuiste clavado en una cruz, despreciado y abandonado casi de todos. Tu Padre, que había dicho que eras su Hijo amado, pareció desconocerte, y tuviste que preguntarle por qué te abandonaba de ese modo, como si ignoraras que su amor a los hombres permitía todo aquello, como en una ocasión dijiste a Nicodemo.
La esposa, afligida, por desconocer de pronto la causa de sus penas, exclama: Sin saberlo, mi deseo me puso en los carros de Aminadab! (Ct_6_12). Como si dijera: Cuando podía estar en reposo y gozando la gloria de mis victorias pasadas, escucho un ruido como de carros de un príncipe, que se acerca como para entrar en nuestras tierras. No sentimos temor. Su fragor parecía el de los carros de Aminadab en su paso por el Mar Rojo.
Aunque las aguas se abrieron, no dejé de amedrentarme, pensando que podrían cerrarse estando yo en medio de ellas, devorándome en sus olas, que por aprensión natural han invadido mi alma, que se ha turbado por su causa, [21] ya que ignora si estas aflicciones me vienen para gloria de mi esposo, o que, siendo culpable, haya resuelto hundirme en el mar de su ira, como hizo con los Egipcios. ¿Será que desea que saque fuerzas de mi debilidad y lo contemple como Aminadab, después de que hubo dicho que el príncipe de las tinieblas nada tenía en común con él, y que deseaba manifestar el amor que tenía a su Padre observando a la letra sus mandatos?: Pero ha de saber el mundo que amo al Padre y que obro según el Padre me ha ordenado. Levantaos, Vámonos de aquí (Jn_14_31), O tal vez que lo considere saliendo del huerto después de haber orado y dicho a sus apóstoles: Mirad, ha llegado la hora en que el Hijo del hombre va a ser entregado en manos de pecadores. ¡Levantaos, vámonos! Mirad que el que me va a entregar está cerca (Mt_26_45s).
Judas, el que me traicionar, se nos acerca con su tropa, armado no sólo con las armas ordinarias, sino con una rabia extraordinaria. Todo el infierno integra su banda, que es capitaneada por príncipe de las tinieblas, el cual recurrir en esta hora a su poder decisivo, para perderlo con mi muerte, que ser la muerte de la muerte y el aguijón del infierno. ¡Valor! Salgamos al encuentro de este ejército. Ten confianza, esposa mía. Yo he vencido al mundo. Yo he convertido los tormentos en delicias; yo he calmado las aguas [22]; yo he embotado las armas de los enemigos, para que sus carros de guerra no te atribulen. Comparado al enemigo, Aminadab no debe asustarte. Si avanza para combatir, lo haré retroceder. Quizás yo mismo soy este Aminadab, que te abre los caminos en el Mar Rojo de mi sangre para permitiré pasar a pie enjuto.
¡Oh, mi arca mística! ¡Ten valor y no huyas! No dejo de complacerme en tu aflicción, al verte dudar si soy yo quien abre camino; no quieres arriesgarte, temiendo seguir a un príncipe extraño para ti. Con ello muestras tu fidelidad a tu rey, tu esposo, tu hermano y tu Dios. Dios, que es trino en persona y uno en esencia, es quien te llama para encontrar sus delicias contemplándote; y al hacerlo, colmarte de sus gracias mediante una divina infusión, que penetra todo tu ser. ¡Vuelve, vuelve, Sulamita! (Ct_7_1).
Vuelve, pacífica Sulamita, por el poder del Padre; vuelve a través de la sabiduría del Hijo; vuelve mediante el amor del Espíritu Santo; vuelve en la única voluntad de la Trinidad Santísima. Es la voluntad de Dios, que se hizo hombre, que seas divinizada por participación. Dios mismo desea penetrar en ti. [23] Las tres divinas personas, que desde el comienzo del mundo dijeron: Hagamos al hombre a nuestra imagen y semejanza (Gn_1_26), te llaman para comunicarte sus dones. La segunda persona, que se hizo hombre, te llama de nuevo y por cuarta vez a fin de que sus dos naturalezas te penetren: presta, pues, atención: ¡Vuelve, vuelve, Sulamita, vuelve, vuelve, que te miremos! (Ct_7_1). ¿Qué miráis en la Sulamita, sino a una danza de dos coros? (Ct_7_2)
Sabes muy bien, Dios mío, que estoy en la milicia; que es necesario que disponga siempre de las armas para combatir. Es verdad que tu gracia es suficientemente poderosa para darme la victoria, y que cuando te dignas combatir por mí, el orden que hay en mí es como un coro de música, que causa la dispersión del enemigo. Tú, amigo mío, permaneces conmigo por amor, pensando en mí; la fuerza y la gracia que hay en mí proceden más bien de tu bondad que de mis méritos. ¡Qué lindos son tus pies en las sandalias, hija de príncipe! Las curvas de tus caderas son como collares, obra de manos de artista (Ct_7_2).
[24] ¡Mi muy amada! ¡Cuán bellos son tus pasos y tu caminar en tu calzado! Muestras claramente que eres hija de príncipe. Tu porte es siempre real y arrebata mi corazón de rey más fuertemente que el de Judith a Holofernes, cuando ella salió en su búsqueda con sus hermosas sandalias, de las que se dijo: La sandalia de ella le robó los ojos, su belleza le cautivó el alma, y la cimitarra atravesó su cuello (Jdt_16_9).
Tu humildad y el temor que tienes a extender tus afectos a otro que no sea yo, son el calzado que cubre así tus pies, calzado que está atado por bellas rosas entretejidas de oro precioso; con cintas enriquecidas con las perlas y piedras precisas de las virtudes, anudadas por tu firme resolución de no amar sino a mí. Tu calzado es brillante como una luna cuando el sol le comunica su claridad.
Así como la luna no tocaría la tierra sino con un extremo, si se la pusiera encima de ella, a causa de la forma que tiene, así tú, amada mía, cuya conversación es más del cielo que de la tierra, la tocas muy poco, únicamente lo que pide la naturaleza, y eso por pura necesidad.
Has extendido tu calzado aun a la Idumea, atrayendo a mí almas pecadoras, debido al progreso en la perfección [25] y a los pasos de tu caridad, los cuales hacen volver a mi ley a los más alejados. Tú encadenas a las almas como un collar compuesto de varias cadenillas o hebillas adornadas con piedras de gran precio, que atraen a dichas almas, en especial a las jóvenes. Por ello siguen tus huellas, admirando tu caminar y tu porte majestuoso, que las motivan para seguir sus atractivos, que presentas con pasos amorosamente castos, por poseer en ti una modesta diligencia.
La alegría de tu corazón te da la gracia, la cual tiene su origen en mi amor, que te pone al ritmo de mi voluntad. Se trata de mi divino Espíritu, el admirable artífice, que ha compuesto la articulación de tus muslos en forma de collar místico, divinamente elaborado, uniendo la fecundidad con la virginidad. Estas gemas preciosas son las virtudes que nuestro amor produce como hijos perfectísimos, que son el adorno de la Iglesia, de la que se dice que es el cuello y yo, su cabeza. Cuello que me cautiva, pero sobre todo al unirte a mí mediante una divina unión, que debe llamarse unidad, ya que se dice que mediante el matrimonio hecho en presencia de mi Iglesia, los casados son dos en una carne.
En nuestro matrimonio perpetuo, sagrado y divino, somos dos en un Espíritu, [26] es decir, somos uno mediante la fuerza del amor castísimo y virginal. La unión de nuestros cuerpos se consuma divinamente, aumentando en ti la pureza, de manera que puedes exclamar a una con Inés, mi esposa: Amo a Cristo, a cuya cámara nupcial entraré; cuya madre es virgen; cuyo Padre no conoce mujer. El es para mí un órgano melodioso, a cuyo son cantaré. Cuando le amo, permanezco casta; cuando lo toco, sigo siendo pura; cuando lo recibo, sigo siendo virgen. Me ha dado en arras el anillo de su fidelidad; me ha adornado con joyas preciosas. Tu ombligo es un ánfora redonda donde no falta el vino (Ct_7_3).
Esposa mía, tu ombligo es un canal bien redondeado que nunca se seca, porque posees en tu seno un río, que es el Espíritu Santo, al que has recibido. Tú eres mi canal; por tu medio, por tu ombligo, concedo mis gracias. Jamás está vacío o indigente, por ser capaz de llevar en él virtudes y almas cual pequeños infantes, que en sus entrañas de caridad buscan su alimento. Este ombligo hace de ti una mamá. Eres un conducto que nutre a los pequeñuelos, dándoles su poción, que es la sustancia de la madre en que te convierto. Madre que recibe en ella las aguas de la fuente de vida que es Dios, mediante la infusión de la gracia que el Espíritu Santo derrama en ella. Esto significa que él transforma a esta esposa en un manantial que brota y del que fluye agua viva. La esposa dice: El que crea en mí, como dice la Escritura: de su seno correrán ríos de agua viva. [27] Esto lo decía refiriéndose al Espíritu que iban a recibir los que creyeran en él (Jn_7_38s).
Como la fe acerca a Dios y Dios dice por Oseas que desposa al alma en la fidelidad, es muy cierto entonces que, siendo esposo, ha recibido a su Santo Espíritu, el cual obra y produce en ella estas aguas celestiales, que son pura inteligencia, y de las que se alimentan las almas. Ella tiene para dar su poción a los sedientos, que encuentran en ella su refección perpetua, lo cual no debe interpretarse como cosa corporal.
El esposo le dice además: Tu vientre, un montón de trigo, de lirios rodeado (Ct_7_3). Tu vientre, amada mía, es fecundo en castidad. Es José, que acrecienta la provisión del trigo de los elegidos. Todas sus comuniones, al juntarse, producen méritos, de manera que, sin salir al campo a pizcar, tienes con qué alimentar una cantidad de almas. Soy yo quien, estando escondido en ti, me abajo para fructificar. Soy el grano que muere para darte la vida, multiplicando en ti mi simiente para enriquecerte castísimamente. Es así como sobre este trigo se siembran lirios de pureza, que hacen visible la pureza de nuestro matrimonio, produciéndolos a manera de lirios blanquísimos, en su primera inocencia. Tus dos pechos, cual dos crías mellizas de gacela (Ct_7_4). Tus pechos, como dos gemelillos de cabra, [28] que absorben su alimento de la fuente divina. Uno de ellos es el amor a Dios; el otro, el amor al prójimo. Ambos pechos son succionados por la boca de las dos naturalezas del divino esposo, no por indigencia, sino ante todo por complacencia. De manera similar, quiso el Salvador que sus apóstoles le entregaran los peces que habían pescado y la miel que les había quedado, para mostrarles que se complacía en su comida y en su compañía tanto como en la de la gloria; y que los peces que les había ayudado a capturar le eran tan agradables como los manjares que los ángeles le servían en el cielo, que son del todo espirituales, más aún, él no tomó la naturaleza y sustancia angelical para unirse a ella como a la naturaleza humana, a la que se unió mediante la unión hipostática, situándola sobre el soporte divino, deseoso de que su persona divina, a través de la naturaleza humana, se alimentara de los pechos de su madre, que estaban colmados de leche del cielo, que él absorbía complacido; leche de la gracia que la llenaba, pero también leche natural y sustancia virginal suya.
Tu cuello, como torre de marfil (Ct_7_4). Tu cuello, esposa mía, es puro como una torre de marfil, cuya blancura llena de placer. Se parece a mi corazón, al que deben atribuirse estas palabras: Su vientre, de pulido marfil, recubierto de zafiros (Ct_5_14), ya que a través de la unión que hago contigo, somos hechos semejantes, porque el amor asemeja a los enamorados.
Tu cuello está adornado con mis zafiros celestiales y todas mis piedras preciosas. Tu cuello es el canal mediante el cual mi Padre, el Espíritu Santo y yo vertemos los licores de nuestras gracias, para ser el alimento de los hijos, cuyo padre es el amor y la caridad, la madre. Eres una torre repleta de vituallas para los que están destinados a combatir al enemigo. Eres una torre que brinda seguridad, porque mi amor es su centinela. El la vigila como a su ciudad, refugiándose en ella cuando los pecados lo expulsan del mundo y le hacen la guerra.
El es este amor gemelo, porque se ama a sí mismo y a sus criaturas, adheridas a su cuello cual si se tratara de dos bebés colgados del cuello de su madre, a los que ella mira dulcemente, con ojos que les muestran cuánto desea su bien, y el contento que experimenta al alimentarlos con su propia sustancia. Según san Juan, el amor nutricio no es inferior al amor maternal. Nos lo dice repitiendo con Jesús que el Padre amó tanto al mundo que le dio a su propio y único Hijo para salvarlo mediante su muerte, que fue el alumbramiento de los hijos de la Iglesia. El mismo discípulo amado, deseoso de expresarnos el ardor del amor nutricio, exclama: Como amaba a los suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el fin (Jn_13_1). [30] Como si dijera: Jesús, después de dar a luz a sus apóstoles, quiso él mismo ser su nodriza, alimentándolos con su propia sustancia al instituir el santo Sacramento del altar con un amor infinito. Sus ojos divinos, que sabían y podían penetrar todos los secretos divinos y humanos, anunciaban a su corazón amoroso la providencia que deseaba dejar a sus hijos; ojos que fueron como las piscinas de Jesbón (Jn_9_7), cercanas a la puerta de Bat Rabbim.
Con preferencia al Templo de Salomón, dejó a su Iglesia católica, que quiere decir universal en cuanto a multitud, su ojo y su corazón amantísimo. Su ojo es el divino Sacramento, en el que se encuentra en persona el Verbo divino revestido de nuestra humanidad, y por concomitancia el Padre y el Espíritu Santo; ojo que nos transmite su influjo por pertenecer al sol divino, que es causa de toda nuestra dicha.
Su corazón es el divino Paráclito, el cual ha dado y dejado a su Iglesia, [31]. Habló de él antes de su muerte, exhortando a sus discípulos a observar sus mandatos y diciéndoles para consolarlos de su ausencia visible: Yo pedir‚ al Padre y os dar otro Paráclito, para que esté con vosotros para siempre, el Espíritu de la verdad, a quien el mundo no puede recibir, porque no le ve ni le conoce. Pero vosotros le conocéis, porque mora con vosotros. No os dejaré huérfanos: volver‚ a vosotros. Dentro de poco el mundo ya no me verá, pero vosotros sí me veréis, porque yo vivo y también vosotros viviréis. Aquel día comprenderéis que yo estoy en mi Padre y vosotros en mí y yo en vosotros. El que tiene mis mandamientos y los guarda, ése es el que me ama, y el que me ame, será amado de mi Padre: y yo le amaré y me manifestaré a él (Jn_14_16s), más tarde el mismo Salvador, refiriéndose a los dones que deseaba concederles: Mucho tengo todavía que deciros, pero ahora no podéis con ello. Cuando venga él, el Espíritu de la verdad, os guiar hasta la verdad completa; pues no hablar por su cuenta, sino que hablar lo que oiga, y os anunciar lo que ha de venir. El me dar gloria, porque recibir de lo mío y os lo anunciará a vosotros. Todo lo que tiene el Padre es mío. Por eso he dicho: Recibir de lo mío y os lo anunciará a vosotros (Jn_16_12s).
[32] Como se dice ordinariamente que el conocimiento engendra y produce el amor, mi Padre, al contemplarse, me engendra y juntos producimos el amor común, nuestro divino Espíritu, el cual recibe de mí y de mi Padre nuestra producción. Así como mi Padre puso todo en mis manos, así me entrego a mi Iglesia en el divino Sacramento. Lo hago en calidad de ojo divino, de sabiduría eterna, para ser en ella una piscina que rebose con las aguas de mi gracia en ella; como la hija de la multitud (Bat Rabbim), que siempre tiene las puertas abiertas para recibir en ella a sus hijos, aun los que se han extraviado y desean volver a ella. Tus ojos, las piscinas de Jesbón, junto a la puerta de Bat Rabbim. Esta insigne piscina es el divino Espíritu Santo, que es todo amor, por ser el mismo amor. Es nuestro corazón divino, y también un ojo muy penetrante, cuya vista iguala en todo a la de mi Padre y la mía. Estos dones se dan a la Iglesia para que vea con dos ojos y para derramar y distribuir, como dos piscinas, las aguas de nuestro divino manantial, para lavar, purificar y saciar con ellas a todos sus hijos. Tan pronto estas piscinas fluyen con dulces lágrimas de grandísimo gozo, como con lágrimas de una suave y amarga contrición por todos los pecados cometidos contra mi [33] voluntad, sea por los católicos, sea por los herejes y paganos. Y así como las fuentes que proceden de un manantial vivo y abundante no dejan de correr, sin desperdiciar sus aguas aun cuando nadie las aproveche, mi esposa la Iglesia nada pierde cuando la malicia de los obstinados les impide lavarse y beber de dicha agua. Como esta fuente procede de mí y a mí retorna, obtiene de mí sus méritos. A ella me referí cuando dije a mis apóstoles: Si en algún lugar no reciben la paz, ella volverá a ustedes. Yo mismo me complazco en beber de estas aguas, mismas que pedí a la samaritana y en las que me bañé para santificarlas de nuevo. Tu nariz, como la torre del Líbano, centinela que mira hacia Damasco (Ct_7_5).
Los herejes no tienen ni piscina ni agua, por no estar unidos a esta hija de la multitud. Carecen también de nariz y de torre, de manera que se encuentran siempre en manos del príncipe de las tinieblas, siendo cegados por él. Tampoco sienten ni descubren sus huellas: Es como un lobo que los sofoca si intentan ladrar. Cuando él los sitia, carecen de torre de refugio o de municiones. No pueden ni quieren subir por encima de su razón humana, ni dejarse cautivar por los misterios de la fe. Por eso sus enemigos los saquean y cautivan. [34] La suya es una condición miserable de la que no desean salir, complaciéndose en este Egipto y en su gastronomía, que no vale más que las cebollas y los ajos que añoraba el pueblo hebreo. Así como algunos de dicho pueblo despreciaron el maná del mismo modo estos infortunados menosprecian el Sacramento divino.
Mi prudente esposa, en cambio, tiene la nariz adecuadamente larga para distinguir la huella de mis ligeros pasos, de la de mi enemigo. Ella me abre la puerta, lo mismo que a todos mis deseos y divinas inspiraciones, haciendo la voluntad de mi Padre, que es mi alimento, como dije a mis apóstoles cuando me encontraron con la samaritana. En la prudencia de mi esposa encuentro, como en una torre, las provisiones que necesito. La contemplo toda blanca como el Líbano. Ella vela, para rechazar a los enemigos del lado de Damasco y evitar que la sorprendan. Ella se eleva mediante su esperanza en mí, a pesar de estar bien cimentada en el abismo del conocimiento de su propia bajeza, que es la nada. Tu cabeza sobre ti, como el Carmelo, y tu melena, como la púrpura; un rey en esas trenzas está preso (Ct_7_6). Tu cabeza, esposa mía, es tan hermosa como el carmín, que está cargado de mis bendiciones. [35] Tu cabeza, del color de los polvos del rey. Peluca que cautiva mis gracias más selectas; y aun cuando no estuviera revestido de la púrpura real del amor, la adoptaría para portar tus libreas, con el deseo de que tu cabellera y tus santos pensamientos constituyeran el tejido de mi manto real. Sin embargo, como por tu amor quise hacerme hombre, este mismo amor ha hecho enrojecer mi cabeza con las punzaduras de las espinas, que sigo conservando como valiosos favores realzados por mi gloria. No sólo mi cabeza, sino mis pies, mis manos y mi sagrado costado, son cinco canales sagrados que se cierran o abren con el poder de tu trenza. Con ella deseas atraerme, mediante tus dulces pensamientos, que son para mí conductos por los que desciendo a ti, y por los que te atraigo de nuevo a mí. Con ellos atraes al prójimo la abundancia de mis gracias, que son aguas de salvación. Yo soy el cielo al que das órdenes como otro Elías, no para privar de las aguas, sino para que no vierta sobre los pecadores el rigor de mi cólera, porque el espíritu que traje al mundo no es tan rígido como el de Elías. Como dije a Juan y a Santiago, no deseo tirar piedras, sino más bien infundir llamas deliciosas en los corazones de los humanos, ganándolos por amor. Te hago ejecutiva de este deseo. Esta es tu misión. Di, pues, como mi apóstol, poniendo en ello todos tus afectos: Somos, pues, embajadores de Cristo, como si Dios exhortara por medio de nosotros. En nombre de Cristo os suplicamos: reconciliaos con Dios (2Co_5_20).
Qué bella, qué encantadora, oh amor, oh delicias. Tu talle se parece a la palmera, tus pechos, a los racimos (Ct_7_7s). Qué hermosa eres. Qué amable, esposa mía querida, en tus delicias. Tu exterior es tan atrayente, que me movió a hacerme corporal; a mí, que había permanecido espiritual e invisible por toda la eternidad. Tu talle es parecido a la palmera, que fructifica en presencia de su palmero, que soy yo. Mientras más estés cargada de frutos, que son tus afectos, más levantas tu esperanza hasta mí, no doblándote bajo su peso. Mientras más eres acariciada por mí, más te humillas y más te exalto. Tu interior está tan bien ordenado en el gozo de mis delicias, que son todas tuyas, porque la amada goza de todo lo que pertenece a su amor, y aun del mismo enamorado. Estoy tan íntimamente unido a ti como un fruto a su palmera.
[37] Todos los que desean gozar de mis dulzuras y de mis gracias, por saber que eres mi predilecta, acuden a rendirte honores, diciendo en general y en particular: Me dije: Subiré a la palmera, recogeré sus frutos (Ct_7_9). Si queremos obtener el efecto de nuestras peticiones, subamos a esta palma, y obtendremos el fruto que por amor está adherido a ella, y que es uno con ella. Sean tus pechos como racimos de uvas, el perfume de tu aliento como el de las manzanas (Ct_7_9). Amada mía, no sólo mis elegidos recurrirán a ti, sino que, en un éxtasis de amor, seré como un pequeñuelo que aprende a dar sus primeros pasos desde el suelo hasta el seno de su madre, abrazándose a su cuello con los brazos y con su boca a su pecho, que es más dulce para él que el vino o la uva que cuelga de la vid. Esta, empero, es una uva que se halla en su lugar natural, sin ser trasladada por manos extrañas a lugares donde se podría temer que no madurase, o que se secara.
Pero la maravilla de esta uva es que, permaneciendo íntegra, no deja de darme su vino místicamente: no sólo eres nodriza y viña, sino también manzano. [38] Sólo necesito acercarme para aspirar el aroma de las manzanas; y como por esencia soy para ti todas las cosas, tú representas para mí, por amor, todo placer y delicias. Tu paladar como vino generoso. El va derecho hacia mi amado, como fluye en los labios de los que dormitan (Ct_7_10).
Oh tú, la esposa más querida de mi amado Hijo. Aunque estoy oculto en el cielo, es necesario que para alabarte el Espíritu Santo y yo nos demos a conocer. Tu paladar es tan dulce, que cuando hablas, tus palabras no exhalan sólo el aroma de sabrosas manzanas, sino que eres como una cava colmada de vino excelentísimo. Este vino es la viña que planté en ti. Yo soy el viñador y mi Hijo es la vid que has recibido en el divino Sacramento del altar. Así como los que reciben el sacramento del bautismo reciben al Espíritu Santo y el agua de la gracia que los regenera, haciendo brotar en ellos una fuente que surge hasta el cielo y que es alimento, así tú, queridísima esposa de mi único Hijo, eres convertida en viña, en manzano y en una bodega de vino riquísimo al paladar. Eres digna de ser saboreada con la boca de mi Hijo amadísimo, que es también tu amado. Por ello sus labios, en los que están difundidas mis gracias, que se irradian a todos, por ser fuente de todas ellas igual que yo, se complace en retener tu sabor. Cuando sus dientes la mastican, hacen un ruidito que alegra como los leves chasquidos o murmullos de las aguas, que son tan agradables al oído [39]. Parece repetir, entre dientes y labios semiabiertos, el dulce tararear de tu garganta, alimentándose con ellos, porque lo que agrada satisface o nutre; es decir, encanta, como sucede con tu música.
Padre de misericordia, Dios de todo consuelo, ¿Qué dices en tu caridad inefable a la más humilde de tus siervas?: Yo soy para mi amado (Ct_7_11). Yo, la esclava más pequeña, soy para mi amado; soy suya por esencia, por ser y por opción de la voluntad, así como lo soy en sustancia por toda la eternidad. Yo soy para mi amado, y hacia mí tiende su deseo (Ct_7_11). Su misericordia y su amor obran lo que soy, y su bondad íntima lo hace todo mío. Como soberano bien, se complace en comunicarse y volverse a mí, dejándose poseer en reciprocidad por una pequeña criatura, una nada; él, que es el ser y el Creador, inabarcable excepto para sí mismo. La Iglesia admira que se haya encerrado y dejado llevar, por medio de la Encarnación, al seno y regazo de la Virgen madre, que es un mar y un paraíso inmenso a mi lado. Yo sólo soy una gota de agua, un puntito, indigna de recibir un nombre. [40] Por ello le admira que el mismo Dios, de otra manera mística, se deje poseer por mí, penetrando en un corazón tan limitado. ¿Cómo es posible que goces, Amado mío, al penetrar en tanta estrechez? Salgamos juntos. Olvidaré a mi pueblo y la casa de mi padre si te dignas complacerte en contemplar la belleza que tu gracia me ha dado. Llévame contigo a los espaciosos campos de tu divinidad. Como el ser humano, al vivir su vida natural, no puede ver la extensión ni contemplar la inefable claridad de tus campiñas, que son todas luz, ven en ayuda de mi debilidad. Que en virtud de tu luz humana, pueda ver la divina. Albérgame en la torre de tu humanidad, que es torre de puro cristal, a través de la cual contemplaré los rayos de tu divina hermosura. Que tu humanidad sea una cúpula edificada en medio del templo de mi corazón, para iluminarlo con tus divinos resplandores, y que tus perfecciones sean los retratos, figuras y cuadros. Que abarquen éstos a tu Madre y a tus santos; que todos ellos sean para mí ejemplos, sea para adorarte, sea para admirarte, sea para imitarte. Oh, ven, amado mío, salgamos al campo. Pasaremos la noche en las aldeas (Ct_7_12). Sabes muy bien, amado mío, que en la ciudad de mi cuerpo hay tanto alboroto, que mis sentidos son para mí continuos disturbios, y sus tendencias una continua distracción, porque la parte sensorial no comprende tus misterios divinos. Este cuerpo, que entorpece al alma, inclinándola hacia la tierra, es su lecho de molicie. Pero, si habitáramos en el campo, podrías decirme: De mañana iremos a las viñas; veremos si la vid está en cierne (Ct_7_13). Levantémonos de madrugada. No quiero levantarme sin ti: sería algo inútil para mí madrugar antes de mi día, que eres tú. Así como no poseo un ser natural sin ti, y eres tú quien me lo da, así no puedo ni deseo tener uno sobrenatural. Si tu gracia no es mi reposo, mi despertar, mi día, mi apoyo y mi guía, nada queda de mí. David dice que, apoyado en el Señor, pudo rebasar los muros. Repito lo mismo, a pesar de ser mucho más débil que David. Todo lo puedo en ti, si tú me confortas. Levantémonos, querido y dulce esposo mío, al alba de tu bondad, que no puede retrasarse ni ser impedida, porque ¿qué tenemos que no hayamos recibido? El Oriente de sus dones se levanta siempre antes que nosotros.
[42] Subamos a su claridad y veamos nuestras viñas. Miremos a todas las almas. Te suplico les des tu bendición. Sin embargo, como tú dijiste: ¿De qué‚ sirve a alguien ganar todo el mundo si pierde su alma? detengámonos ante la mía, que es toda tuya. Veremos si la vid está en cierne (Ct_7_13). Tú, empero, no te contentas con simples flores. Exiges también los frutos: Veamos si las yemas se abren (Ct_7_13). Observa, mi muy amado, si los buenos deseos que me has dado están a punto de engendrar efectos. Tan sólo di una palabra, y esto será realidad. Manda a mis perfecciones que se detengan. Son ellas el Mar Rojo que me obstaculiza el salir de la servidumbre en que me tienen los enemigos de mi felicidad, que son el mundo, el demonio y la sensualidad.
Ordena a estas aguas que hagan para mí dos muros, uno de cada lado. El primero ser el conocimiento de tu bondad, que tolera mis grandes imperfecciones. El segundo ser el conocimiento y el desprecio de mí misma. Que tus ojos vean mis imperfecciones. A medida que las observen, tendrán piedad de mí y me darán la conversión. [43] Así como el basilisco mata con la mirada, tú, Salvador mío, das la muerte a las imperfecciones y la vida de la gracia con tu dulce mirar. Tú eres el divino Sol que hace producir los frutos que amas en tus vergeles, en los que soy un manzano. Obra en mí todo cuanto pueda agradarte; que dichos frutos sean inmortales y para tu eterna gloria y si florecen los granados, allí te entregaré el don de mis amores (Ct_7_13). Amado mío, así como no basta con que demos frutos para los fuertes, es decir, que edifiquemos a los virtuosos que están sanos de alma, es necesario, si te place, que tu gracia haga florecer el fruto del granado para dar un jugo sabroso a los enfermos que yacen en el lecho de sus pecados, estando aun próximos a la muerte. También a otros que son tan débiles ante tus inspiraciones, que son como niñitos alejados de sus nodrizas. Si, a través de la caridad, me conviertes en madre para ellos, te ofreceré mis pechos: uno que es oración, y el otro que es acción, con la condición de que me des en todo momento la leche de tus bendiciones. Las mandrágoras exhalan su fragancia. A nuestras puertas hay toda suerte de frutos exquisitos. Los nuevos, igual que los añejos, los he guardado, amado mío, para ti (Ct_7_14).
Raquel concibió a José, el Salvador del pueblo, al favor de las mandrágoras. Después de insistir tanto ante Jacob: Dame hijos, o morir‚ al verme estéril (Gn_30_1s), Rubén, el primogénito de Jacob, le llevó unas mandrágoras. Esto explica la naturaleza angélica de uno de sus primeros hijos, lo cuales, en cuanto nacían, se multiplicaban mediante tu gracia, aportando dones. Tantas almas que son tan fecundas hoy día en la Iglesia, que me es imposible contarlas. A ellas cedo la alegría de los placeres que podría yo tener en las dulces uniones, éxtasis y suspensiones de esta noche. Prefiero aceptar mi propia dicha y ofrecerte sus frutos. Amado mío, si ello te agrada, deseo ser tu viña. Quiero ser tu grano, que te d‚ un Jacob que acreciente los graneros para todo el pueblo y para los que a él vendrán, imitándote así devolver el bien por mal. Concédeme ser una granada que lleve su corona; que la caridad perfecta me acompañe hasta el último suspiro, ya que el fin corona la obra. [45] Que dé un jugo sabroso a los que me corten y despedacen con los cuchillos de las persecuciones y maldiciones. Que imite a tus apóstoles, quienes bendecían cuando eran maldecidos; que oraban cuando se blasfemaba de ellos; que, al ser despojados de sus bienes, y aun de su propia piel, revestían a las almas con gracias obtenidas de ti, para sus verdugos. La oración de San Esteban da testimonio de lo anterior. Fue él la persona por cuyo medio tu bondad se dignó revestir de luz a Saulo en los caminos de Damasco. En esta oración se consumó el nuevo mandamiento, que nos diste con tus mismas palabras, oh Jesús mío: amar a los enemigos. Los antiguos decían: Ama a tu amigo y odia a tu enemigo. Pero desde que viniste a la tierra, tu esposa te dice que ella ha estado en guardia por ti, sirviéndote a tus puertas y ofreciéndote manzanas nuevas y antiguas. Es porque ella ama a sus enemigos cuando la echan fuera de la puerta de la ciudad, así como hicieron contigo y con san Esteban. Son éstas las primeras manzanas que te sirvió, ya que tú oraste por tus enemigos y san Esteban oró primero por el alma de aquellos, levantando su voz al tiempo que doblaba las rodillas para caer en tierra: Después dobló las rodillas y dijo con fuerte voz: Señor, no les tengas en cuenta este pecado. Y diciendo esto, se durmió (Hch_7_60). Este sueño demuestra que estaba embriagado con el vino de la caridad, adormeciéndose en ti, Señor, que eras su lecho de reposo. En medio de las piedras y guijarros, abriste los cielos y las puertas eternas para mostrarle tu diestra y tu gloria, Dios de bondad. Cuando san Esteban enseñaba tu ley a los que no la habían observado, le rechazaron así como lo hicieron antes con tu Hijo. En presencia de Esteban, rechinaban los dientes de rabia y furor en su contra, cuando él sólo quería hablarles para su bien: Al oír esto sus corazones se consumían de rabia y rechinaban sus dientes contra él (Hch_7_54). Parecían perros, osos, leones, leopardos y tigres ansiosos de desgarrarlo con sus propias y crueles mandíbulas de venenosos dientes, [47] deseando borrar cuanto antes su rostro, que tenía una belleza, no sólo humana, sino angelical y hasta divina. Ellos estaban llenos del espíritu del mal, y Esteban del espíritu divino de bondad. Pero él, lleno del Espíritu Santo, miró fijamente al cielo y vio la gloria de Dios y a Jesús que estaba en pie a la diestra de Dios (Hch_7_55).
Sorprendido ante la maravilla de ver los cielos abiertos; no sólo las doce puertas custodiadas por los doce ángeles, sino las del palacio imperial, contempló en directo el trono de Dios. En él admiró su gloria, y a Jesús a su diestra. Ante él se abrieron las doce puertas eternales. Dios dijo a Moisés: Un ser humano es incapaz de contemplarme en vida. Por ello, Moisés, mi querido amigo, contemplar s sólo mi espalda. Verás la tierra prometida, pero no entrar s a ella por no haber creído que con sólo hablar a la roca, te habría dado agua. La golpeaste por tu propia iniciativa. Esteban, en cambio, habló a la piedra: Y la roca era Cristo (1Co_10_4), sin tocarla, diciéndole que no les tuviese en cuenta sus pecados, y absteniéndose con ello de romper las tablas de la ley del amor. [48] Como por entonces Saulo perseguía al Dios de la ley, poseía la fe del granito de mostaza; tal vez él mismo era un granito. Esteban, en cambio, estaba lleno de fe y del Espíritu Santo: Y escogieron a Esteban, hombre lleno de fe y de Espíritu Santo (Hch_6_5). Esteban había crecido como un árbol al que acudían los pájaros del cielo para anidar. Los ángeles le tomaron por espejo, imprimiendo en él su rostro. Los apóstoles, en el cielo (Los cielos proclaman la gloria del Señor, Sal 19:1), se contemplan reposados cuando Esteban administra el pan sagrado, seguros de que dar el alimento a las mujeres fieles, que eran los pajarillos del cielo de la Iglesia primitiva, a la que con razón se equipara al cielo, ya que en ella los cristianos no tenían sino un corazón y una sola alma; es decir, una voluntad que era la de Dios; voluntad que es la de todos los bienaventurados, por dar testimonio de la soberana verdad.
Pero este joven levita, este santo diácono, este gran árbol, fue además el depositario de las personas divinas. [49] El Espíritu Santo moraba en él como en su nido, como una paloma mística anidando en el corazón de san Esteban, que era una roca adherida a Jesucristo, piedra viva. Como Jesús era su amor y su tesoro, era, por tanto su corazón. Cuando dos o tres de ustedes se reúnan en mi nombre, dice Jesús, allí estar‚ en medio de ustedes.
El cuerpo y el espíritu de san Esteban estaban reunidos en el nombre de Jesús, para confesarle y sufrir por él el martirio. El espíritu que poseía, cuando se contradecía la auténtica doctrina del amable Jesús, dio más gloria a san Esteban que las piedras con las que lapidaron su santo cuerpo. El contempló la gloria de Dios y a Jesús a su derecha; una gloria y una diestra tan cercanas a él, que penetraron en él y él en ellas. Por ello no dijo solamente: Veo (Hch_7_56), sino que ante exclamó: He aquí como extasiado ante el triunfo divino que le servía de trono. Cayó sobre sus rodillas y, como Esteban quiere decir corona, al estar de hinojos colocó la corona en el suelo, para dar gloria a Dios y a su divinidad. También la dio a Nuestro Señor, el Cordero, protestando y afirmando que el que murió está vivo y en pie a la derecha de Dios. No volver a ser clavado en la cruz, sino que está libre y sin ataduras para asistir a quienes lo reclamen. El es el verdadero rey de Israel, que resucitó de la muerte, que da vida eterna a sus amigos y aun a sus enemigos, cuando aquellos ruegan por éstos siguiendo su ejemplo. [50] Llegan a ser así como un grano de mostaza arrojado en tierra, que crece como un árbol donde anidan los pájaros que su Padre le ha dado, sin que ninguno de ellos se pierda, salvo el cauteloso y traicionero Judas. El Cordero sigue presente en el Smo. Sacramento para que podamos anidar en él y él en nosotros, haciendo realidad las palabras de Job: a través de su muerte, multiplicará sus días, siendo su voluntad renacer en nosotros como un ave fénix. En la noche en que fue traicionado, quiso arder él mismo en la llama infinita de su inmenso amor. Haciendo memoria de su pasión, instituyó el sacramento de vida sobre el monte Sión. A manera de un nuevo nacimiento, fue como el partero que se recibió a sí mismo, preservándose como un divino Moisés a pesar de la cólera de Faraón. Era éste el príncipe de las tinieblas y maestro de la humanidad, que intentó expulsarlo, no sólo de la Judea, sino de toda la tierra, pretendiendo desarraigarlo de ella. Puso este pan sobre el madero, clavándolo con gruesos clavos durante el tiempo en que perdía la vida, creyendo que no podría arraigar de nuevo y quedaría muerto de ahí en adelante.
Pero estos insensatos se equivocaron. El Salvador, que era el grano de trigo, debía fructificar plenamente después [51] de su muerte y no antes de ella. Así lo hizo; pero queriendo representar su muerte estando todavía en vida, obró como el ave fénix, consumiéndose en las llamas del madero aromático preparado por él mismo. Batió sus alas en la calidez de los rayos del sol, por representar ellas sus mismos deseos: con gran deseo dijo a sus apóstoles. Estos rayos eran las dos personas divinas, con las que él producía la tercera en una misma esencia. Ambas personas se encuentran con él por concomitancia en este divino misterio.
Construyó su nido durante la Cena, y multiplicó sus días, prometiéndonos permanecer en él para nosotros, con nosotros y en nosotros hasta el fin del mundo. Se mantuvo en ella erecto como la palmera, enderezándose él mismo cuando estaba más abrumado de aflicciones, de tristeza y de amor. Si el amor pesara como los grandes fardos, el mayor peso de Jesús seguiría siendo su amor y continuaría inclinándose hacia donde éste lo lleva. Su amor lo lleva a todas partes, sobre todo a donde hay pecado. Su amor fue el que lo movió a tomar sobre sí los pecados del mundo para borrarlos todos, a fin de reinar en todos y en todas partes. Sin embargo, como el amor todo lo quiere por amor y no por la fuerza, no se impone a la libertad de las voluntades. [52] Oh Jesús, mi Jesús, emplea tu fuerza en la mía. Pero, ¿Qué digo, acaso es forzar una cosa cuando la pedimos, cuando con todo derecho nos pertenece, y es para nuestro bien mayor? ¿Acaso la libertad auténtica no consiste en tender a su fin y a su centro? ¨
¿No nos hiciste para ti, y no estarán nuestros corazones siempre inquietos hasta que lleguen a ti? Serán como esclavos cruelmente oprimidos si se apegan a ellos mismos o a cualquier criatura, en especial si lo hacen con la miserable furia infernal que es el pecado. Pecado que es padre del infierno de horrendas tinieblas. ¿Quién creó el infierno? El pecado. Sin el pecado, no ardería el fuego del infierno. No habría tinieblas ni mazmorras si el pecado no hubiera descendido junto con Lucifer y sus cómplices desde el cielo hasta el centro de la tierra. El pecado es, pues, el padre de los suplicios. El pecado es lo único que se opone al amor, impidiendo que Jesús multiplique sus gracias en nuestros corazones cuando son obstinados.
Si, empero, los encuentra vacíos de pecado, hace en ellos su nido. Se multiplica como la palma. Nos transforma en otra ave fénix que resucita en sus llamas. [53] El es el grano de mostaza triturado por los tormentos, que fortalece con su místico aroma a toda la Iglesia. Después de haber sufrido el peso de la cruz, los clavos y la agonía, expiró entregando su alma santa como una suave fragancia que se impuso al hedor de los cadáveres del Calvario. El consoló a su Madre, que pudo permanecer en pie, lo mismo que a san Juan, su predilecto, que es como el cerebro o entendimiento de la Iglesia.
San Juan debía hablar del Verbo, al que el entendimiento del Padre engendra desde la eternidad al conocerse a sí mismo. Verbo que es la adhesión eterna. Todo lo que existe fue hecho por él y toda la creación obedece su absoluto mandato. El es la luz verdadera que vino al mundo para iluminar a los hombres. Vino a los suyos, y los suyos no lo recibieron. Lo rechazaron, pero a quienes lo recibieron, como san Esteban, les dio el poder de ser hijos de Dios que nacen no de la sangre ni de la voluntad de la carne, ni de querer humano, sino de Dios, que los engendra y los recibe. A ellos se presenta, como a san Esteban, cuando sufren por él. Es muy cierto que se encuentra a su lado cuando en su martirio lo confiesan y lo invocan; cuando son oprimidos o se quebrantan sus huesos. Es menester que estos granitos de mostaza exhalen un aroma tan fuerte que las personas se fortifiquen.[54] Su mente sabiendo que existe una vida eterna, y que los tormentos llegan a parecer tan dulces a los mártires, cambiarían cien de ellos por un millar.
Pero, como ya dije, Jesús es el árbol que recibe a estas aves para que aniden en las cavidades de sus llagas, protegiéndolos a la sombra de sus alas. Como hizo con nuestro buen san Esteban, los introduce en su corazón cual pequeñines o aguiluchos del corazón que sabe perdonar de corazón, imitando así a su Salvador, el cual lo recibe al expirar. Al cerrar los ojos corporales, abre los del espíritu para contemplar el sol a su gusto. Jesucristo mismo se convierte en su tabernáculo.
Como un esposo que sale de su tálamo, se recrea, cual gigante, corriendo su carrera A un extremo del cielo es su salida (Sal_19_6). El Salvador acudió, como un esposo alegre, a recibir a san Esteban. Vino saltando de gozo, en un solo impulso desde la diestra divina y sin agitación alguna. Estuvo al lado de san Esteban, el cual adoró su grandeza mientras oraba por sus enemigos: Y diciendo esto, se durmió en el Señor (Hch_7_60). Enteramente seguro ante la presencia de su amoroso Señor, [55] se durmió entre sus brazos. Cuán preciosa es la muerte del que sabe conservar para su amado sus frutos antiguos y nuevos, ofreciéndoselos a las puertas de entrada y salida de su vida y dejando en pos de sí un olor a mandrágoras. Así como el Salvador acudió a recibir a san Esteban con pasos de gigante, regresó con el mismo paso a lo más alto de los cielos, llevando consigo a su aguilucho para que contemplara de cerca sus rayos luminosos, acercándolo a su cuerpo, que es la forma del sol, en la que mora la plenitud de la claridad divina. San Esteban, adornado con las piedras preciosas de su martirio, que lo coronaban y hacían resplandecer su cuerpo, fue doblemente enriquecido por Jesús, que es una corona tan preciosa como una gema de precio infinito. Fue ésta la recompensa de los frutos antiguos y nuevos que san Esteban le había ofrecido, el cual recibió no sólo el céntuplo, sino el valor incalculable y la vida eterna. Había dejado todo para seguir a su maestro, y éste lo premió con su infinita riqueza.
La esposa hace el mismo comentario al ofrecerle sus manzanas, sea con frutos recibidos de los amigos, sea de los enemigos, mediante su observancia de los mandamientos antiguos y nuevos. Llega a parecerle que nada posee ya en la tierra, por haberse dedicado a su esposo tanto en la juventud como en la ancianidad, por ello exclama: Ah, si fueras tú un hermano mío, amamantado a los pechos de mi madre. [56] Podría besarte, al encontrarte afuera, sin que me despreciaran (Ct_8_1).
¿Quién me dará, hermano mío, por ser tu Padre el mío como dijiste, verte alzado hasta el pecho de mi madre? La divinidad es mi madre, pero de manera muy particular, la tuya. Es para ti madre y nodriza, apoyándote en la hipóstasis y uniéndote a los pechos divinos, pero con tanta dulzura, que tu humanidad se adhiere fuertemente al seno divino, de manera que dos naturalezas forman una sola persona en Jesucristo, que es Dios y hombre.
¡Ah! ¿Quién me concederá el favor de salir de mí para contemplarte fuera de todo lo que no es Dios, y que nada de lo que no es él me retenga en la tierra o en el cielo? ¿Quién hay para mí en el cielo? Estando contigo no hallo gusto ya en la tierra. Mi carne y mi corazón se consumen: Roca de mi corazón, mi porción, Dios por siempre. Mas para mí, mi bienestar junto a Dios.
Si estuviera despegada de todas las cosas, y nada opusiera obstáculo a mi amor, encontraría extraño todo lo que no es Dios. Te contemplaría en la unidad de esencia y en la Trinidad de personas. Presenciaría la circumincesión divina: a las tres divinas personas como están la una en la otra, y te vería adherido y levantado hasta el pecho del Padre [57] que te engendra, y de qué manera estás asociado al Espíritu Santo, al que produces. Sería testigo de cuán amada del Espíritu Santo es tu humanidad, a la que el mismo Espíritu formó en las entrañas de la Virgen, dándole leche celestial para alimentarla. Te vería como persona distinta en un trono particular, por encima de todos los santos y de todos los cielos, adherido al pecho de la diestra divina que es madre de los elegidos, cuyo primogénito eres tú.
Si pudiese estar allí, te tomaría por derecho de bodas y de nuestros desposorios, y te besaría tanto cuanto tu bondad lo permitiera y me diera audacia para ello. Por ser tu esposa, no tenería que alguien se atreviera a reñirme o a despreciarme por esta santa presunción, porque la esposa es del esposo tanto como él lo es de ella. Te besaría con un dulce y castísimo beso, por ser un ósculo entre hermano y hermana, entre un esposo y su esposa, cuyo amor es indivisible. Beso tiernamente amoroso, por ser el de una madre a su hijo, pero beso de un Dios a su criatura, por tener todo el derecho de hacer lo que desee, [58] y de encontrar sus delicias con los hijos de los hombres, sin que ángel o criatura alguna puedan murmurar por ello. El Padre y el Espíritu Santo, lejos de menospreciar a la esposa del Hijo, la honran y aman tierna y fuertemente. Te llevaría, te introduciría en la casa de mi madre, y tú me enseñarías. Te daría a beber vino aromado, el licor de mis granados (Ct_8_2).
El amor confiere un santo atrevimiento, y el derecho de matrimonio, una santa temeridad. Es necesario que la tome y la lleve a casa de mi Madre, la santa Virgen. Ella será para mí una madre más favorable de lo que la tierra fue para él, según la narración que nos presenta esta verdad. Si la Sma. Virgen me abre su pecho, la casa de mi corazón, te llevaré a él. Pero, ¿Qué estoy diciendo? Tú siempre estás allí. En él me enseñarías a practicar las virtudes de la humildad, de la paciencia y de la caridad. Allí te daría el agua de mis lágrimas, que son para ti como una suave bebida del vino de nuestro divino amor, por haber perdido enteramente el sabor del amor propio. Te daría del jugo de mis granadas.
Comenzarías por besarme sin que yo te lo pidiese, previniéndome con tu ternura y dándome tu amor como [59] cortejándome, admirando las gracias que me has concedido y haciendo que tus criaturas acudan a admirar contigo a la que no merece ser vista.
¡Cuántos coloquios y alabanzas! ¡Cuántos perfumes y serenatas! ¡Cuántos motetes cantados por tus ángeles, que a tu vez me entregas y dedicas para encantarme y atraerme a tu amor! ¡Cuánta dulzura sagrada! ¡Qué raudal de santas discreciones, según tus riquezas! ¡Qué abundantes profusiones y divinas prodigalidades, tanto sobre mis sentidos, como sobre mi espíritu!
Has querido atraerme a la soledad con la poción de la leche de la devoción del agua de Naffe, de las lágrimas del vino delicioso (Ct_5_1), de los consuelos del río impetuoso del torrente de tus delicias. En fin, pensé quedarme en medio de esta abundancia, diciendo con David que nada cambiaría, o con san Pedro, que era bueno estar allí. No pensaba sino en mi propio contento, como una adolescente que se complace en jugar y saltar. Al jugar contigo, me darías el derecho y la ganancia, porque te gusta contentarme. Tú eras mi laúd y mi cítara de diez cuerdas, en armonía con los nueve coros angélicos. [60] Tú y tu santa Madre, ambos a una, me hacen dar saltos como una cervatilla sedienta que huye de los cazadores. Con ello me invitan a dejar las vanidades para buscar descanso y solaz en la fuente de vida que es tu divina bondad; manantial de fuerza y de vida. Sembrabas espinas en mis caminos cuando yo quería seguir el mundo; pero al ir en pos de ti, los sembrabas de flores perfumadas. Me atraía el olor de tus perfumes. Tu nombre precioso era para mí tan aromático, que todas mis potencias corrían hacia él; y aunque jóvenes para la devoción, parecían amarlo mucho.
Durante el día, sólo pasear en las altas y fecundas consideraciones, es decir, en contemplaciones; de manera que, si los ardores del sol eran demasiado fuertes, me servías de árbol para ponerme a su abrigo. Mientras estaba a tu sombra, tu fruto dulcificaba mi paladar. Me lo infundías de manera divina, como no pudiendo sufrir que tuviese el trabajo de masticarlo. Si desmayaba, me rodeabas de manzanas y de flores, llevándome a tu bodega para embriagarme en ella, [61] a fin de que nada sintiera cuando plantaras el estandarte del amor: tu cruz sacratísima, en el fondo de mi corazón. Los clavos me eran tan dulces y el madero tan ligero, que me parecía volar. Si al llevar tu estandarte, parecieron agudos a otras, los convertías en lirios para mí: Como el lirio entre los cardos, así mi amada entre las jovencitas (Ct_2_2).
Era yo como una varita de incienso perfumado. Tu lengua parecía manar siempre leche y miel, y tus labios eran para mí un panal. Tus labios, es decir, tu santa humanidad. Cuando el sol de tu divinidad caía de lo alto, ella destilaba en mí dulzuras tan deliciosas como un panal de miel. Cuando me dabas el dulce beso de tu boca, exclamaba yo que tu paladar era suavísimo. Me enamorabas como un amigo queridísimo, y a mi vez yo lo hacía, cada quien a su turno.
Es necesario que explique lo que he aprendido acerca de la manera en que se procede este buen esposo cuando escoge a las almas para manifestarse a ellas y elevarlas al sublime amor que comprende todos los grados de caridad perfecta.
[62] Al principio se comporta como un joven enamorado al ver a una muchacha de la que se ha prendado tan fuertemente, que se impacienta durante el tiempo que no pasa con ella. Envía mensajero tras mensajero con cartas y regalos. Cuando la amada contempla sus dones, exclama: Si tanto me ama, que se presente; que venga, pues, él mismo a hablarme de viva voz. Por ello dice la esposa: "Que me bese con un beso de su boca". Al principio del Cantar, ella parece tomar la iniciativa, mas no por eso es la primera. Tiene que ser el amado, el cual se ha dedicado a cortejarla por medio de sus ángeles, de sus dones y de sus inspiraciones. El alma, prevenida y conmovida ante ellas, exclama: "Que me bese con un beso de su boca". Ella da su consentimiento; hela ahí, comprometida, pero el matrimonio aún no se ha consumado. El esposo la acaricia con toda clase de delicias. No escatima ni perfumes, ni ternura, ni aderezos, ni instrumentos de música, ni caricias, ni zalamerías. Hace, además, despliegue de sus tesoros, sabiendo que ella ha renunciado a cualquier otro amor, diciendo a todos: Retírate de mí, patíbulo de muerte, porque ya pertenezco a otro amor. [63] Habiendo recibido las potencias del divino esposo, se ve adornada por ellas con la propia mano de su esposo: Ha ceñido mi diestra y mi cuello con piedras preciosas, y adornado mis oídos con perlas de valor incalculable. Me ha regalado pulseras más hermosas que las de Rebeca (Gn_24_22), que son signo de esperanza y seguridad para la esposa. Ha ceñido mi cuello con el collar de su caridad; ha colgado a mis oídos pendientes de preciosas perlas, que son sus fieles palabras, que para mí valen más que el oro y el topacio. Ha puesto sobre mi frente una diadema admirable y tan rica, que ningún otro enamorado sería capaz de darme una parecida.
El mismo se ha incrustado en ella, a fin de que nadie pretenda cortejarme: Puso un signo en mi rostro para que no reconozca a otro enamorado sino a él. Me rodeó con piedras y gemas resplandecientes. Me ha dado en arras el anillo de su fidelidad; me ha adornado con pendientes admirables. El Señor me coronó con una túnica dorada. Miel y leche me han dado sus labios y su sangre adorna mis mejillas. Sólo a él sirvo con fidelidad; a él me entrego con toda devoción. Me ha mostrado tesoros incomparables, que son para mí promesas seguras.
En fin, no hay favor que mi esposo haya omitido desde el principio, dice la esposa. [64] Me ha arrebatado hasta el tercer cielo, revelándome secretos indecibles a cualquier ser humano. Los ángeles estaban como extasiados de admiración al verle tratar conmigo con tanta bondad, y tomarme por esposa. Consideraban un gran honor el servirme como ministros.
Pero, querido Esposo, ¿acaso ignoras que al mismo tiempo que Pablo era arrebatado a las delicias de la misericordia, la justicia le preparaba cruces durísimas, conforme dijo el Salvador a Ananías: Le mostraré cuánto tendrá que sufrir por causa de mi nombre? (Hch_9_16). Estuvo en éxtasis tres días, y casi toda su vida fue afligido, como él mismo cuenta más tarde, llegando a contarse en el número de los infortunados y anhelando la destrucción de su cuerpo para librarse de la ley, que resiste al espíritu. Es cautivo de dicha ley, que lo atrae al pecado, al que aborrece. Aunque victorioso de toda culpa, no se deja abatir por la pena. Afirma que hace el mal que no quiere y no el bien que ama. Dice que castiga su cuerpo y lo reduce a servidumbre, temiendo que, al reprender a los demás, sea condenado él, que era un vaso de elección. Podría seguir con tantas otras penas que sufrió este santo al ser probado. Por esta razón, nos aconseja hacer acopio de mucha paciencia y de todas las virtudes, ya que Dios mismo quiso que se ejercitara en ellas.
Quiso por ello que su esposa fuese probada, casi abandonándola en el temor de ser reprobada. La palabra casi demuestra que ella no ha perdido ni la esperanza ni la fe ni la caridad, pero que sus virtudes eran como un fuego ardiendo bajo la ceniza; como una cuerda de tres cordeles tan bien entretejidos, que la esposa no los percibía.
¡Ah, quién podría describir los dolores, los disgustos, las aflicciones, las tristezas, los sufrimientos, los martirios, es decir, las muertes por las que atraviesa la esposa! Ella vive sin vivir y muere sin morir, diciendo: Porque para mí, la vida es Cristo y la muerte, una ganancia (Flp_1_21). Jesucristo es su vida, y para ganarla, aceptaría morir cuanto antes. No existe otro consuelo para ella sino la muerte, porque piensa que hallar en ella a su esposo, al que no descubre en vida.
Ella no lo contempla sino mediante la ciencia segura de la fe, que la instruye en todas partes. No es atea, pero ¡ay! es la pobreza misma. Se cree infiel al ver la fidelidad de las otras. [66] No que se sienta pagana, pero sí en una especie de infidelidad que la aflige. En el sentirse así radica su fidelidad. Pobre esposa. Puedes en verdad decir, estando tan afligida, que es un mal extremo el no poder gozar del bien amado. Ella piensa y vuelve a pensar en sus faltas, por creer que son la causa del alejamiento de su esposo. Se culpa y desea el martirio, lamentando la partida de su amado. Vivo sin vivir; ¿por qué no he muerto ya?
Ella es como Elías cansado de vivir. Se espanta ante la menor criatura de este mundo; ella, que hubiera podido hacer bajar fuego del cielo después de haberlo cerrado para no dejar que lloviera. Ella lo obliga a desplegar o desbordar los tesoros de sus aguas en cuanto eleva su oración de siete peticiones, con el rostro entre sus rodillas, rostro que Dios no podía dejar abatirse de este modo sin escuchar su oración, hecha con extrema humildad y sumisa reverencia, abajando el alma con el cuerpo, representado por las rodillas. El hijo que ella alimentaba era su esperanza contra toda esperanza. Al verlo, pues, como el pobre Elías [67], perseguido y desterrado de todo consuelo, desearía dejar de vivir corporalmente, por no entender si aún había vida en su espíritu.
Pero Dios, cual buen amigo, se manifiesta en la necesidad. En primer lugar, a manera de poderoso rey, envía a sus procuradores y a sus heraldos: manda un ángel a la pobre desamparada y afligida para darle la seguridad de su amor por ella. Despacha un ángel que despierta a la pobre enferma, hiriéndola con una doble llaga que la solaza.
Citaré aquí algo que pasó hace cuatro años. Conozco una persona que, después de haber gozado de consuelos indecibles y multitud de favores, a pesar de casi no conocer los libros, ya había experimentado toda clase de ternuras y caricias descritas en ellos; escritas por santa Gertrudis, o por santa Catalina de Siena, o por Santa Teresa. Por espacio de nueve años casi continuos, y casi sin privaciones, tuvo presente a su derecha, al divino esposo, de una manera mística y amorosa. Esto impedía el temor y producía una alegría interna, situando aun su cuerpo en un dulce reposo, como si estuviese ya en la gloria, sin riesgo de sufrir. David lo explica con estas palabras: [68] Pongo al Señor ante mí sin cesar; porque él está a mi diestra, no vacilo. Por eso se me alegra el corazón, mis entrañas retozan, y hasta mi carne en seguro descansa (Sal_16_8s). Al cabo de aquellos nueve años, esta alma se encontró en la sequedad, o más bien en algo parecido al desamparo. Así como las que suelen recibir caricias se sienten abandonadas cuando no se les habla, así el Señor nos manda grandes penas cuando dejamos de sentir su asistencia, porque todo nuestro ser depende de Dios. Si él se retirara, dejaríamos de existir. Lo mismo sucede cuando retira sus consuelos de un alma que los ha experimentado largo tiempo. ¡Ay, ay! ¡Qué pena da ver a un príncipe alimentado con sabrosos manjares, forzado a comer pan de avena o de cebada sin ser purificado de su pajilla, cuyas puntas parecen estrangular la pobre vida que le resta!
Así se veía esta alma, que ignoraba dónde estaba el Dios de su corazón. Le parecía que cada criatura le preguntaba dónde estaba aquel que tanto la amaba, y que no parecía tener ojos sino para contemplarla, pero que al presente parecía tenerlos sólo para desdeñarla. [69]
Humillada por tan diversos pensamientos, la pobre huérfana fue mirada con piedad por aquel que se llama el padre de los huérfanos y el juez de las viudas. Cual nuevo Booz hacia esta pobre Ruth, mandó que se la dejara recolectar asiduamente, permitiendo que mojara su pan seco en el vinagre, para que probara nuevos sabores y terminando por tomarla por esposa después de que ella le hubo revelado su identidad.
El dulce Jesús no ignoraba que dicha alma era su esposa, ni que había dejado su propio país, renunciando a todo lo que no es Dios y a sus posesiones. A imitación de María Virgen, había hecho voto de castidad, rechazando los placeres del mundo. Durante esta hambre o privación de los consuelos del cielo, no había dejado de esperar valientemente.
Este dulce y benigno padre, este amorosísimo esposo, después de haber ejercitado la paciencia de su esposa, reveló a una joven compañera suya, que todas sus aflicciones pasadas no se debieron a desamparo alguno de su parte, y que le dijera en su nombre que su infinita bondad siempre la había amado, la amaba y la amaría con una caridad perpetua o eterna. Así lo hizo la buena muchacha, acudiendo sin tardar a decirlo a la esposa.
Estas palabras fueron como flechas lanzadas directamente a su corazón oprimido, para abrirlo a la alegría que le traía semejante noticia. [70] De pronto, ante su gran asombro mezclado con temor, sintió el amor agridulce, y sus ojos se convirtieron en dos fuentes de lágrimas mezcladas con el recuerdo de los dolores apenas pasados, con el beneficio que aún no acababa de captar, debido a la grandeza de su amor. ¿Acaso no dijo él, resucitado: Yo me acuesto y me duermo, me despierto, pues el Señor me sostiene? (Sal_3_6). A punto está mi corazón, oh Dios, a punto está mi corazón (Sal_108_1). Tú enciendes mi corazón, mi corazón quiere ir delante de ti. Mas no, prefiero seguirte: Voy a cantar, voy a salmodiar, anda, gloria mía, despertad, arpa y cítara, ¡a la aurora he de despertar! Te alabaré entre los pueblos, Señor, te salmodiaré entre las gentes, porque tu amor es grande hasta los cielos, tu lealtad hasta las nubes. ¡Alzate, oh Dios, sobre los cielos, sobre toda la tierra, tu gloria! Para que tus amados salgan libres (Sal_108_1s).
Y así el resto de este salmo, que es conforme a lo que siente el alma: Triunfaremos con el auxilio del Señor, el cual aplastar a nuestros enemigos (Sal_108_14).
La esposa se ve libre de todos sus males al recuperar a su esposo, que es su soberano bien. En él encuentra ella todas las cosas. Todo parece estarle sujeto; domina en todo y sobre todo. Sólo cuenta su amado, que es su rey y su Dios. Pero también es su esposo, lleno de amorosa bondad. [71] Ella es toda de este amor, mediante el cual goza de todos sus placeres. Las dominaciones y las tribus de todas las naciones son también cautivas de la esposa: Judá es mi cetro; Moab, la jofaina de lavarme (Sal_108_9s). Aun los contrarios más acérrimos: Sobre Edom, tiro mi sandalia, contra Filistea lanzo el grito de guerra. ¿Quién me conducir hasta la plaza fuerte, quién me guiará hasta Edom? (Sal_108_10s).
Ella reconoce que todas sus gracias proceden de su amado, y a él las atribuye; pero como es propio del amor engrandecer al ser amado, el esposo desea convertirla en su Señora, como ya dije antes, exigiendo únicamente su fidelidad.
Ahora bien, los deseos de la esposa consisten en gozar de su amado, que es el Deseado de las naciones y de los collados eternos. El Padre y el Espíritu Santo se complacen en este Salvador, que es su esposo, y todo de ella. De manera que si no tuviese la misma esencia indivisible con el Padre y el divino Espíritu, podría parecer que la ley del matrimonio establecida divinamente haría que él dejara todo para unirse a esta esposa.
Pero así como la unidad que él tiene con el Padre y el Espíritu Santo es su felicidad total, [72] así la esposa es dichosamente elevada sin divagar, con todos los honores y todas las grandezas de la Virgen, de la Virgen Madre, que dio el cuerpo del esposo divino, el cual fue tomado del seno virginal de una manera virginal. Así como el Verbo es engendrado virginalmente por el Padre, así el Espíritu Santo es producido virginalmente por el Padre y el Hijo.
De manera semejante el esposo habita virginalmente con su esposa, la cual lo ama, exclamando por ello: Amo a Cristo, a cuya cámara nupcial entraré; cuya madre es virgen; cuyo Padre no conoce mujer. Su voz, al cantar, es para mí un órgano melodioso. Cuando le amo, permanezco casta. (Sta. Inés). Amo a Jesucristo, en cuyo tálamo soy admitida; a Jesucristo, cuya madre es Virgen, y cuyo Padre divino no conoce mujer. Sus palabras castísimas son para mí más armoniosas que las cítaras. Mi corazón se complace al imitarlo, y todas mis potencias establecen con él un ensamble musical que nos atrae al uno y a la otra al amor. Cuando le amo, sigo siendo casta; cuando lo toco, sigo siendo pura. Cuando él me besa, quedo incólume; cuando lo recibo, sigo siendo virgen. Estoy desposada con aquel a quien sirven los ángeles, cuya hermosura admiran el sol y la luna. Sólo a él serviré con fidelidad (Sta. Inés).
Yo soy la esposa queridísima del Señor de los ángeles, cuya hermosura admiran el sol y la luna. [73] Sólo a él servir‚ con fidelidad de esposa. A él me entrego con toda devoción (Sta. Inés). Soy toda suya por inclinación de mi franca y libre voluntad. Deseo ser enteramente suya, así como su bondad lo mueve a ser todo mío.
El alma de la que antes hablé, que recibió el favor de escuchar de labios de su compañera el mensaje de su esposo, recuerda una visión intelectual que tuvo el día de san Martín. Pero antes contaré lo que precedió a este favor.
Cierto día del mes de noviembre, encontrándose la esposa en una capilla, se sintió fuertemente atraída, sin saber cómo, de suerte que su corazón pareció salir de su pecho debido a la fuerza de dicho atractivo. No fue como los asaltos que había experimentado en otras ocasiones. Dios mío, decía ella, ¿Qué quieres de este corazón al que atraes tan poderosamente a ti, sin que sepa por qué ni cómo; sin ver lo que pides de él, ni aun si en realidad eres tú? Pero como no se eleva ni se abre por sí mismo, debe tratarse de ti. Su corazón tuvo tantos asaltos, que se abrió a su amado, el cual hizo la brecha. Con ello [74] quiso cambiar la nada en botín, para entregarse todo a la esposa, transformándola en el más rico trofeo. Después de gozar a su amado, éste le reveló cómo había obrado en ella, diciéndole: Mi toda mía, he morado en tu corazón de manera admirable. Por derecho de matrimonio sagrado entre nosotros dos, me he deslizado en tu corazón cual divino semen. Cuando tu corazón sintió los primeros deseos de mi amor, fue como una casta llama. Cuando se acercó a mí para hacer la unión mediante el beso de paz, fue como una llama límpida; pero cuando nos unimos de manera inefable, a la que puedo llamar unidad, me recibiste como Verbo humanado en tu corazón derretido de amor, abierto por deleite y dilatación, introduciéndote en él a manera de injerto, para absorber tu sustancia y cambiarla en mí al darte la mía. En tu tronco exterior parecerás la misma, pero tu interior seré yo mismo y los frutos que darás serán míos, porque proceden de mí.
El esposo, no contento con explicar esta gracia que concedía a su esposa, quiso, un día de san Martín, mostrarse en visión, mostrando un cuerpo compuesto de luz, cual clara diafanidad, o como el cristal de un vitral. [75] Llevado por su amorosa ligereza, parecía venir de lo alto con una divina impetuosidad, para abrazar a su esposa. Dicha visión no era sensible, sino imaginativa y espiritual.
No intentaré describir todos los favores que concedió a su esposa, porque me sería imposible. Cerca de la fiesta de san Lucas, quiso de nuevo conversar con su esposa en términos encantadores y dulcísimos, diciéndole: Has de saber, amada mía, que cuando has sentido mis abandonos, pretendía yo estar alejado de ti como si me hubiese ido a una tierra extraña, deseoso de conquistar para ti bienes y grandes riquezas. Te dejé las arras de mi fidelidad, es decir, mi propio corazón con sus afectos, después de pedirte la llave del tuyo, a fin de que en mi ausencia no abrieras a nadie. La llave no es otra que la promesa fiel de ser toda mía. Volví cuando tú dormías, para sorprenderte. Al despertar, quisiste saber quién se acercaba a ti, sin tener la intención de admitir en tus amores a otro que no fuera aquel a quien los diste. Al asegurarte que era yo, me abriste la puerta; mejor dicho, no pudiste levantarte, sorprendida por el temor y el amor. [76] Por el temor, dudando que se tratara de una voz que imitase la mía. Por el amor, sintiendo, con un instinto divino que era yo. Tu corazón, que sufría y se alegraba, fluctuaba entre estos sentimientos, ocasionando algún dolor a tu pobre estómago. Conociendo al fin que en realidad era yo, se desvaneció el temor y tu corazón se abrió alegremente a mis delicias, aspirando dulcemente de mí tus sagrados placeres. Yo me derramaba en ti a través de mis sagrados deseos, abrazándote castamente, es decir, de manera divina y mística, como se hace en el puro amor, porque todo esto procede de él mismo y en él, y él solo obra esta metamorfosis. Tú moras en mí y yo en ti, así como mi Padre y yo estamos el uno en el otro. Esta unidad produce un mismo amor que es Dios como nosotros, el cual está también en nosotros. Tres personas distintas integran un Dios trino y uno, que se basta a sí mismo. Si Dios se basta a sí mismo, serás muy avara si no te basta con él. Si anhelas la claridad, él es todo luz. Si deseas la bondad, él lo es por esencia. Si deseas la sabiduría, él es la misma ciencia. Si deseas el poder, él es la omnipotencia. Si deseas grandezas, él es la suprema altura. [77] Si deseas hijos celestiales y divinos, él es la fecundidad cuya generación es innumerable: Y su generación, ¿Quién podrá contarla? (Is_53_8). Qué puedes desear que no encuentres en él, esposa sagrada. El es todo tuyo. Goza a tu holgura en tu lecho celestial. A ello te invita él amorosamente. Ven, mi elegida, y te daré un trono, y el rey se prendará de tu hermosura (Sal_44_12). ¡Acudan, elegidos míos! Por ser el sol, pondré y asentaré mi trono en ti, porque el amor real y divino codicia tu belleza. Ven a mi derecha para ser justificada por mí; ven al sitial de la sabiduría que te ofrezco. Que tú seas mi trono de marfil, de zafiro y de toda clase de piedras preciosas. Contémplame como el esplendor del Padre y figura de su sustancia. Llévame grabado en ti, que soy imagen de su bondad divina. De este modo, serás el Monte Tabor en el que muestro mi gloria. Si no te sientes feliz, acude al cielo empíreo con libertad de esposa: nadie menospreciará la osadía de tu santa libertad. Es mi bondad la que te apremia; bondad divina que también es tu madre. Dime: Te llevaría, te introduciría en la casa de mi madre, y tú me enseñarías. Te daría a beber vino aromado, el licor de mis granados (Ct_8_2). [78] A pesar de mi indignidad, te tomaré por esposo, ya que el matrimonio en que te dignas unirte a mí me permite hacerlo. Te conduciré, no por poder de autoridad, sino por el imperio que el amor ejerce sobre ti. Esta gracia es un lazo que te mueve a inclinarte divinamente y por bondad, a lo que ella desea. Te llevaré a la casa de mi madre, la caridad eterna, en la que me has amado en ti mismo antes de haberme creado. Allí me darás a conocer tus deseos con tus fulgores: en tu luz contemplaré la luz. Ahí te daré una bebida agradabilísima, pero que no procede de mí como de su fuente, sino de ti. En todo soy instrumento, y todo lo que soy estará dedicado a ti. Lo que eres en mí y lo que me haces ser en ti, será como un vino delicioso. Contendrá el sabor o jugo de las granadas de las obras de caridad que tu divino Esposo me hará producir como fruto de su bondad, la cual se comunica tan dulcemente a mí, que sus delicias manan de mí a través de un suave éxtasis, en el que soy sostenida por ti, queridísimo esposo mío, ya que [79] tengo la impresión de que tu mano izquierda está sobre mi cabeza, cuidando que no caiga yo en un mal mayor y que el deseo del cielo, que es la casa de mi Madre, no sea para mí tan violento que me quite la vida.
Que tu diestra me abrace para decirme que viva con paciencia, porque no estoy sin ti, que permaneces conmigo en el divino sacramento. Con tantas visitas que tu amor me hace, conserva mi espíritu en medio de tantos peligros. Tu mano izquierda impide que los males me derroten, en tanto que tu derecha me comunica sus bienes para alegrarme y embriagarme de tus delicias.
Tú que vives al amparo del Altísimo, que vives a la sombra del Omnipotente (Sal_91_1). Si estoy bajo tu protección y en brazos de tu caridad, ¿Qué temeré? Diré con el real profeta: Muchos dicen: ¿Quién nos hará ver la dicha? ¡Alza sobre nosotros la luz de tu rostro! Señor, tú has dado a mi corazón más alegría que cuando abundan ellos de trigo y vino nuevo. En paz, todo a una, yo me acuesto y me duermo, pues tú solo, Señor, me asientas en seguro (Sal_4_7s). Tu rostro se detiene sobre mí como un sol, como signo de tu divina providencia, siempre presente; dando con ello un gozo y alegría indecible a mi corazón, alimentándolo con la abundancia del trigo de los elegidos [80], embriagándolo con el vino que engendra vírgenes y ungiéndolo con bálsamo de alegría. Por ello, en una paz divina y extática, me duermo entre tus brazos, perdiéndome en ellos y olvidando en ellos mis cuidados, porque en ti está toda mi esperanza. Tú mismo eres mi sola confianza y mi posesión eterna.
Este esposo benignísimo, al ver que su amada esposa no piensa sino en él, y que, como una bebita se duerme entre sus brazos como si él fuera su nodriza, conjura a las hijas de Jerusalén, a los ángeles aunque pacíficos, a todas las obras aunque sean virtuosas, para que no despierten a su amada hasta que ella quiera: Yo os conjuro, hijas de Jerusalén, no despertéis, no desveléis a mi amada, hasta que le plazca (Ct_8_4). No sólo no la despierten enteramente; eviten hasta el más ligero ruido para no turbar su reposo. Esperen a que esté enteramente satisfecha del sueño de su contemplación mística. No les extrañe que los someta a las leyes de sus mandatos; yo mismo, a pesar de ser su Señor, su esposo y su Dios, me someto a ellos por amor. Yo hago la voluntad de los que me temen. Piensen que mi bondad cumple diligentemente la de los que me temen y me aman, ya que todo coopera en bien de los que temen a Dios. [81] El divino Paráclito al que se atribuye la bondad, intercede por ellos. A esto se refiere el Apóstol en el capítulo en que nos dice que, cuando la esposa se encuentra en medio de una dichosa debilidad, ignorando lo que debe pedir, el Espíritu viene en ayuda de nuestra flaqueza. Pues nosotros no sabemos cómo pedir para orar como conviene; mas el Espíritu mismo intercede por nosotros con gemidos inefables, y el que escruta los corazones conoce cuál es la aspiración del Espíritu, y que su intercesión a favor de los santos es según Dios. Por lo demás, sabemos que en todas las cosas interviene Dios para bien de los que le aman; de aquellos que han sido llamados según su designio. Pues a los que de antemano conoció, también los predestinó a reproducir la imagen de su Hijo, para que fuera él el primogénito entre muchos hermanos; y a los que predestinó, a ésos también los justificó; a los que justificó, a ésos también los glorificó. Ante esto ¿Qué diremos? Si Dios está por nosotros ¿Quién contra nosotros? El que no perdonó ni a su propio Hijo, antes bien le entregó por todos nosotros; ¿Cómo no nos dar con él graciosamente todas las cosas? (Rm_8_26s).
Si el Padre nos ha dado a su propio Hijo, dándonos todo en todo, ¿Quién pondrá en duda los dones y gracias que concede a su esposa? La colma de grandes favores, la enriquece con sus propias riquezas, la adorna con su belleza y la hace semejante a él por participación; de suerte que los ángeles y todas las demás criaturas, arrebatadas de admiración, exclaman: [82] ¿Quién es ésta que sube del desierto, apoyada en su amado? (Ct_8_5). ¿Quién es ésta que sube del desierto rebosando en delicias? Nos asombra muchísimo el ver a una persona que, sin el apoyo de las criaturas, y estando sola, se eleve por encima de ella misma, colmada de delicias. Los desiertos no suelen producir sino espinas y rigores, y sus habitantes son casi salvajes. Sin embargo, vemos todo lo contrario en esta enamorada. Es verdad que el amor domestica, pero en los desiertos no se encuentren galas y ungüentos tan preciosos como para adornar a los que viven en él. ¿Quién hubiera pensado jamás que, en o debajo de la tierra, hubiera delicias como las del cielo? Santos ángeles, confieso a ustedes que, antes de la Encarnación, esto era difícil de encontrar; pero después de ella, el Verbo Encarnado aportó los tesoros de la ciencia divina y de la sabiduría del Padre, enviando al Espíritu Santo con todos sus dones. El es el amor inefable que ha hecho todo esto; es la caridad del Padre que tanto amó al mundo, que le dio a su propio y único Hijo para que morara en él hasta la consumación de los siglos. Todo lo que tienes en el cielo se encuentra en la tierra, aunque no al descubierto. Escuchen el secreto de la Ascensión, de esta esposa y de sus delicias. [83] Ella se apoya en los méritos de su esposo, y en su mismo esposo. El se dignó ejercer el oficio de cargador en la cruz y, me atrevo a decirlo, también el de escudero. ¡Ah, la manera divina de actuar! El espíritu de este esposo engalanado, esta esposa, que es un cielo, y todo, es una realidad. Por la palabra del Señor fueron hechos los cielos; por el soplo de su boca toda su mesnada (Sal_33_6). Debajo del manzano te desperté, allí donde te concibió tu madre, donde concibió la que te dio a luz (Ct_8_5).
Querida mía, a fin de que conozcas el gran cuidado que tengo de ti, no sólo como esposo, padre y nodriza, sino también como médico, me propongo cuidarte con mi vigilancia, por temor a que las alabanzas que se te prodigan encanten tu oído y te cierren los ojos, impidiéndote ver tu origen. Tú sabes que en Adán y Eva todos los hombres pecaron, que fuiste concebida en iniquidad y que debajo de un manzano, tu madre Eva fue violada o engañada por las falacias de la serpiente. También tú estabas debajo del mismo árbol; dormías en Eva, ignorando aun tu nacimiento; pero yo te veía presente, porque todo está presente ante mí. Quería despertarte yo mismo. Dormías con un sueño como de sombra de muerte; [84] un sueño letárgico. Para despertarte, quise bajar de los cielos; más tarde lo hizo mi Santo Espíritu, en medio de un ruido ensordecedor, bajando con vehemencia sobre los que estaban en el Cenáculo: no sólo mis apóstoles, sino los que creían en la resolución eterna que tomé de crear, volver a crear y santificar la creación. Cuando el alma se infunde en el cuerpo, encuentra en él al pecado. Sólo mi madre por privilegio, y yo por naturaleza, fuimos exentos de él.
En la regeneración del Bautismo, te desperté. Bajo el árbol del mal, estaba tu madre corrompida por la astucia de la serpiente. Más tarde fue privada por su propia sensualidad, ya que nadie es ofendido sino por sí mismo.
Las vanidades y las alabanzas podrían corromperte, haciéndote creer que tienes de ti alguna cosa. Por eso quiero que atribuyas todo a mi bondad y no a tus méritos; que conozcas que de tu ser sólo has recibido el pecado, que borré de ti en el bautismo. Como sabes, acepté reclinarme sobre el árbol tenido por el más afrentoso entre los instrumentos de tortura para los criminales: Condenémosle a una muerte afrentosa, pues, según él, Dios le visitará (Sb_2_20).
[85] Pero recuerda también que llevas en ti la inclinación al pecado. Esta sensualidad fue causa de que tu madre violara mis leyes, aun teniéndola en su poder absoluto, porque en ese tiempo reinaba la razón. La parte superior dominaba a la inferior. Este recuerdo debe humillarte y hacerte dudar de ti en todo, amando y agradeciendo mi cuidado en preservarte de tantos males en los que podrías incurrir, si mi gracia y mi amor no fueran tus centinelas y no te protegieran. Ponme cual sello sobre tu corazón, como un sello en tu brazo. Porque es fuerte el amor como la Muerte, implacable como el sheol la pasión; Saetas de fuego, sus saetas (Ct_8_6). Como tú eres mía por tantas razones: creación, redención o adquisición, conservación, dependencia, d diva de la franca y libre voluntad, ponme como un sello sobre tu corazón; que pueda estar seguro de que este corazón al que deseo todo para mí, está bien sellado con todos mis tesoros y mi corazón mismo. Quiero ser su guardián, por no fiarme de ninguna criatura. Esto es una dicha para ti, porque nadie es capaz de custodiarlo sino yo. Mi sagrada humanidad es la cera. Mi divinidad, el fuego. [86] Mi santísima y divina persona es su sello. Si lo deseas, tú ser s la cera y el fuego; y yo, el omnipotente, el sello. Mi amor ser tu peso, así como es el mío, porque me inclino hacia donde él me lleva: hasta tu corazón, para regir tus pensamientos y afectos. Pero esto no es todo. Exijo que me pongas como un sello sobre tu brazo; que tus pensamientos y tus palabras, que salen de la abundancia del corazón, no sean solo míos, sino también tus acciones, simbolizadas por el brazo. La verdadera prueba del amor son las obras. Decir y no hacer, es nada. Amar de palabra y no de hecho, no me complace. No se abrirá el cielo a los que sólo dicen: ¡Señor, Señor! El cielo es para los que hacen la voluntad de mi Padre. El amor es fuerte como la muerte. Así como la muerte no perdona a nadie, así mi amor no cede a criatura alguna. La muerte causa la separación del alma y del cuerpo. Por esta razón, mi amor desea la separación eterna de todo lo que no es el bien, sin aceptar nunca el pecado. Así como el infierno jamás devuelve a las almas que ha encerrado en sus mazmorras, [87] mi amor jamás te devolverá a ti misma. El infierno posee esta rivalidad para conservar a los condenados en la eterna privación de todo bien y en la vejación infinita de todos los males, no permitiéndoles jamás volver a su libertad primera.
Por ello mi amor no desea jamás devolverte a ti misma: caerías en la cautividad y dejarías de poseer la dicha esencial. Obra de este modo para que dejes la nada, a fin de que poseas el todo. Así como él se te ha dado todo, te desea toda para él. Un corazón dividido en sí mismo está desolado. El amor que te tengo me movió a permitir, sobre todo, la separación de mi alma y de mi cuerpo, para no verte privada de la gracia y del mismo amor. Es necesario que la humanidad escoja el amor eternal. Las lámparas del amor son focos de fuego y llamas. Como se dice que Dios es fuego que consume sin ser consumido, todo debe transformarse en el amor y para amar. Toda la claridad del entendimiento, toda la solidez de la memoria, debe ser para el amor, que es la voluntad; amor que desea predominar, como una viva llama separada de su pesada masa; de todo lo que es burdo, material y, me atrevo a decirlo, creado. [88]
Las tres personas desean, en una esencia, poseer al alma con sus tres potencias, lo cual es devolver a Dios lo que es de Dios. Como el corazón tiene una forma triangular, pertenece al Dios trino y uno, que lo hizo para él. Por ello estar inquieto hasta que llegue a su término infinito, es decir, hasta la fuente de la divina bondad, subiendo siempre a lo alto, hacia Dios, que es su centro. El fuego parece inquietarse cuando se intenta desviar la punta de su llama. Si se hace con una cosa blanda, no tardar en derretirla; pero si se trata de un material muy duro, dejar de ser fuego con esta materia. Así obra Dios con los obstinados, que se niegan a obedecerle. Aun cuando Dios no castigara sino con su privación, esto sería demasiado. ¡Ay, verse privado de Dios! Ser privado de todo bien es, como ya dije, ser acribillado por todos los males, porque la justicia no conoce punto intermedio. Es ella quien prende las llamas de la muerte eterna del infierno, en los corazones que no aceptaron las llamas de vida eterna del paraíso. Las primeras son tan severas, que un gran profeta exclamó: ¿Quién de nosotros podrá habitar con el fuego consumidor? ¿Quién de nosotros podrá habitar con las llamas eternas? (Is_33_14). Grandes aguas no pueden apagar el amor, ni los ríos anegarlo. Si alguien ofreciera todos los haberes de su casa por el amor, se granjearía el desprecio (Ct_8_7).
Ni todas las aguas de las aflicciones de esta vida, podrán jamás extinguir la caridad. Así se trate de penas interiores, sufrimientos del cuerpo, menosprecios, ángeles malos con sus tentaciones, o buenos que luchan, como el que combatió con Jacob (Gn_32_25). Ni los impetuosos ríos de la vanidad, con su flujo y reflujo, podrán sofocarla. Si alguien diera toda su heredad, es decir, todos sus bienes temporales, los corporales, los espirituales como la fe, la esperanza y las demás virtudes, sus posesiones a los pobres, su cuerpo al martirio; si poseyera la elocuencia de los ángeles y de los hombres, es decir, la humanidad de Jesucristo si pudiera ser separada de la divinidad, que es la misma caridad y amor, todo esto sería reputado en nada, porque el amor perfecto a Dios y al prójimo es el tesoro más grande en el cielo o en la tierra. Sería preferible perder todo lo que hay en el mundo, y aun la propia vida, que perder la caridad y el amor. [90] Sería preferible sufrir las penas del infierno y privarse de los goces del paraíso, si éstos no se pudieran llamar alegrías por falta de caridad y amor. La esposa ama por amor al esposo; y aunque no hubiera paraíso o cielo empíreo, él no sería menos amado por su fiel enamorada, que sólo ama el paraíso por amor de su Dios. Se trata de un amor despojado. Todo lo que no es Dios, es nada para ese amor. Ella misma no se pertenece, sino a su Dios. El paraíso con su altura, el infierno con su profundidad, el instante de esta vida, la eternidad de la otra, el hambre de contemplar muy pronto a Dios, la falta de todo consuelo, los peligros cuando se vive en el mundo, que es un mar: todo le parece nada. Aun cuando su Señor lo ordenara, mostrándole la gloria como a san Martín, ella diría que, si pudiera servir a la caridad y al amor, no rechazaría los trabajos ni las persecuciones, ni la espada, repitiendo a una con el apóstol: ¿Quién nos separar del amor de Cristo? ¿La tribulación, la angustia, la persecución, el hambre, la desnudez, los peligros, la espada?, como dice la Escritura: Por tu causa somos muertos todo el día; tratados como ovejas destinadas al matadero. Pero en todo esto salimos vencedores gracias a aquel que nos amó (Rm_8_35s). Pero con una dilección y amor que lo movió a darnos a su Hijo único, para morir por nosotros:
Pues estoy seguro de que ni la muerte ni la vida ni los ángeles ni los principados ni lo presente ni lo futuro ni las potestades ni la altura ni la profundidad ni otra criatura alguna podrá separarnos del amor de Dios manifestado en Cristo Jesús Señor nuestro (Rm_8_38s).
Tenemos una hermana pequeña: no tiene pechos todavía. ¿Qué haremos con nuestra hermana el día que se hable de ella? (Ct_8_8). ¡Cuánto valor das a una pequeñita!
Nuestra hermana es pequeña; es humilde porque no tiene cuenta de sí. Se ha perdido a sí misma, para encontrarse en Dios, porque el amor vacía al ser amado de sí mismo. La sagrada humanidad de nuestro Señor no tuvo sustancia propia, sino sólo la del Verbo. Su humanidad careció de los pechos de la propia complacencia; atribuyendo sus obras sólo a la divinidad. Por ser ella su soporte, sus obras son teándricas: divinamente humanas y humanamente divinas, así como se conoce a un ser humano con sólo ver su cabeza. Cuando se pinta en un cuadro, basta con ella. El cuerpo sin cabeza carecería de nombre, por no tener espíritu ni entendimiento. Cuando se pinta un ángel, se le da una cabeza coronada por alas. Durante su predicación, el Salvador solía decir: Mi doctrina no es mía, sino del que me ha enviado. Si alguno quiere cumplir su voluntad, [92] ver si mi doctrina es de Dios o hablo yo por mi cuenta. El que habla por su cuenta, busca su propia gloria. El que busca la gloria del que le ha enviado, ese es veraz; y no hay impostura en él (Jn_7_16s).
El buen Jesús daba toda la gloria a la divinidad, por ser el origen de su propio soporte. ¿Qué dijeron las tres personas divinas? Nuestra hermana es pequeña, aún no tiene pechos. Esta humanidad que tenemos con nosotros cual hermana queridísima, carece de pechos. ¿Qué haremos en el día en que se hable de ella, en que se hable a su Madre, la virgen, para realizar un matrimonio entre esta humanidad y nuestra divinidad?
Contemplamos esta humanidad en la nada, no teniendo el ser sino de nosotros y por nosotros. La vemos humillada, anonadándose libre y voluntariamente; ofreciendo servir a toda criatura y padeciendo lo que sea voluntad nuestra, por tener un cuerpo y un alma. El cuerpo es propio para sufrir, y el alma, en su parte inferior, se presenta para sufrir también, sin contrariar nuestro mandato. Aun cuando se le presenta el gozo, escoge la cruz, deseando morir para que la humanidad viva [93] con una vida de gloria inmortal. No se echa atrás: entrevé las penas que debe sufrir; las comprende y se abraza a ellas, porque el mismo Verbo se las ha dado a conocer. No tiene pechos todavía para creer que puede darse en matrimonio a nuestra divinidad, cuya voluntad es que ella sea madre y nodriza de sus hijos. ¿Qué haremos cuando haya que hablarle para tratar este matrimonio? Ella es como un muro: edifiquemos parapetos sobre él: Si es una muralla, construiremos sobre ella almenas de plata: si es una puerta, apoyaremos contra ella barras de cedro (Ct_8_9).
Si la Sma. Virgen había resuelto guardar la virginidad como un huerto cerrado y una ciudad rodeada de murallas, edifiquemos almenas sobre ellas; fortifiquemos aún más a esta pequeña Virgen. Hagámosla madre sin que pierda su virginidad; es decir, ensalcemos su virginidad por medio de la maternidad divina. Hagámosla más fuerte que cualquier otra criatura. Construyamos en ella torrecillas de plata, que resonarán tan lejos, que todas las criaturas la llamarán dichosa, moviéndola a razonar y decir que hemos mirado su humildad; que tuvimos en cuenta que carecía de pechos de complacencia propia, de vanidad; y que lejos de desear atraer a ella criatura alguna, se ofreció ella misma como esclava. [94] Como es una puerta cerrada a todos, es el conducto del Señor. Obremos en ella de suerte que nuestra divinidad pueda depositar en ella manjares divinos. Ayudémosle a ser pura; levantémosla muy alto, para alimentar por su medio a la raza humana, para la que será constituida Madre de misericordia, así como la nombramos Madre del amor hermoso y nodriza del Salvador. Que sea puerta del cielo y refugio de pecadores. Pero consideremos a esta humanidad que de ella tomamos, para unirla al Verbo, al que contemplamos en un abismo de humildad. Todo un abismo de grandeza atrayendo al abismo de la bajeza, para hacerlo igual a nosotros mediante la hipóstasis del Verbo. En cuanto él vio todo esto, exclamó diciendo: En verdad, en verdad os digo: Yo soy la puerta de las ovejas. Yo soy la puerta. Si uno entra por mí, estará a salvo; entrará y saldrá y encontrará pasto (Jn_10_7s). Yo soy una muralla, y mis pechos, como torres. Así soy a sus ojos como quien ha hallado la paz (Ct_8_10). Yo soy un muro, pero un muro de fuego para guardar a los elegidos y para consumir a los réprobos. Mis pechos son torres de refugio bien pertrechadas. Fui creada en presencia de mi Padre: la redención de las almas es su deliciosa cena. Yo las alimento en paz, las albergo en la paz; moro con ellas en paz. [95] Pero volviendo al alma esposa del Dios del amor, los ángeles, los santos y Dios mismo dicen: Nuestra hermana es pequeña porque viene de la nada; pequeña ante sus ojos; pequeña porque no se ha perdido en el amor, habiendo renunciado a sí misma. Cuando hablamos de desposarla con un Dios hecho hombre, ella exclama: ¿Cómo será esto? (Lc_2_34). Por haber resuelto vivir como una desconocida, rodeada por un muro sellado. No se atreve ni a tener el pensamiento de aparecer, por considerarse una inútil. ¿Qué haremos cuando se hable de ella? ¿Qué podrá respondernos, si carece de pechos para alimentar a los hijos que su esposo le dará? ¿Acaso no ha dicho que no tiene virtud ni ciencia para gobernar e instruir a sus hijos? ¿No nos dijo que ella misma es una niña que necesita ser llevada a los pechos y no alguien que puede amamantar a otros? Su humildad parece oponernos resistencia, como una fuerte muralla. Ella misma es una puerta de hierro. Seamos amables; atraigámosla a nosotros así como el imán atrae el hierro. No podrá resistirnos. Como es un muro, edifiquemos en él torreones de plata. Hagámosla elocuente. [96] Si es humilde, digámosle que en los humildes y temerosos se asienta como en su trono nuestro espíritu, y que donde hay humildad, hay sabiduría. Si es casta como un huerto cerrado o una fuente sellada y escondida, seremos en él lirio, árbol de vida y cedro plantado en medio de su corazón, para producir en él un manantial vivo. Hagamos en ella un río impetuoso que alegre la ciudad divina. Santifiquémosla como al tabernáculo del Altísimo; ella es el monte Sión, donde el unicornio divino desea edificar por siempre su santuario y su morada santísima: Su fundación sobre los santos montes ama el Señor: las puertas de Sión más que todas las moradas de Jacob. Glorias se dicen de ti, ciudad de Dios (Sal_87_1s).
Como reconoces tu nada, deseando ser tenida por la última y peor de todas las criaturas, eres levantada por mi bondad, y tus cimientos se colocan sobre la montaña sagrada. Debes saber que tu Señor ama tu puerta, ¡oh Sión pacífica!, más que todos los tabernáculos de Jacob. Sólo él pasar por esta puerta, para morar en ella en efigie y en su propia persona. El la guardar. El es el verdadero Líbano donde los cedros se yerguen altísimos. Si eres casta, el te hará castísima, por ser él la fuente [97] y el primer modelo de la virginidad. El es Dios y hombre. El es la corona de las vírgenes. Las puertas reales muestran sobre ellas el escudo de armas del rey. Tendrás sobre ti y en ti al rey como escudo viviente. ¡Cuán bueno es este conserje hacia los buenos domésticos, y cuán terrible para los malos, que son ladrones y enemigos!
Por esto digo con presteza: Ponme cual sello sobre tu corazón, como un sello en tu brazo. Porque es fuerte el amor como la Muerte (Ct_8_6). Las puertas del infierno no estarán más firmemente cerradas ante los que la justicia divina ha constituido en ella, de lo que tú lo estarás ante los enemigos que fingen ser amigos, pretendiendo pasar por ella. Tú vencerás pacífica y castamente. Jacob fue suplantador al combatir contra el ángel, porque era peregrino. Pero tú, sin agitarte ni forzarte a combatir, vencer s en mí mismo, que me glorío al ser vencido por tu amor. Por tu parte, puedes gloriarte en el mío, que es más fuerte que la muerte, por que él es la muerte de tu muerte y el aguijón del infierno. He aquí la esclava (Lc_1_38). Glorias se dicen de ti, ciudad de Dios (Sal_87_3). Proclama mi alma la grandeza del Señor; mi espíritu se alegra en Dios mi Salvador. Porque ha mirado la humildad de su sierva (Lc_1_46). [98] Por bondad tuya, Dios mío, me han sido concedidas estas gracias. Heme aquí, dispuesta a lo que desees obrar en mí y de mí. Yo soy una muralla. Soy un muro cimentado y cuidado por ti. Veo claramente que tu gracia me ha dado pechos que son como torres. Tu amor y tu providencia están conmigo. Tú eres mi fuerza y mi suficiencia, así como la de todos aquellos que me has dado y quieres darme. Me conviertes en pan de paz, por ser tú el maná dulcísimo que me sacia, lo mismo que a nuestros hijos, en el desierto celestial. Yo soy una muralla, y mis pechos, como torres. Así soy a sus ojos como quien ha hallado la paz (Ct_8_10).
Querido esposo mío, no contento con ser padre y esposo, te conviertes en un niño adherido a mis pechos, encerrándote en la misma torre que eres tú, sobre todos los cielos, a fin de estar conmigo en paz, como en tu Sión. Se te puede aplicar lo que se dice de la leona, que es casi inalcanzable para los cazadores, la cual se detiene cuando una virgen se coloca en su camino, por detectar su seno virginal. Pareces huir de tantos cazadores fuertes y diligentes que te persiguen y, al encontrarte conmigo, pobre niñita, te dejas apresar. Es la bondad, es el amor; permanece eternamente conmigo, amado mío. [99] Salomón tenía una viña en Baal Hamón. Encomendó la viña a los guardas, y cada uno le traía por sus frutos mil siclos de plata (Ct_8_11).
Tú has sido y eres mi viña pacífica, porque te he dado y te doy mi paz. He ordenado tus potencias para que no sean turbadas por los enemigos: te he dado a mis ángeles por guardianes, y yo soy tu esposo y hombre, que concede mil favores a los ángeles y a los hombres por el cuidado que tienen de ti, al presentarme los frutos que mi gracia te hace producir. Ellos estiman más estos favores que mil piezas de plata. Yo los hago partícipes de mis secretos contigo. Ellos ven claramente cuánto te amo, alegrándose mucho por ello. Ellos ven que estás en el camino para crecer en gracia y dar frutos y méritos, que carecen de valor esencial cuando se llega al cielo. Mi viña, la mía, está ante mí; los mil siclos para ti, Salomón (Ct_8_12). Mi viña más querida eres tú y siempre estás en mi presencia. Yo soy tu amado y tu guardián. Me eres más querida que mil de mis ángeles, aunque ellos contemplan mi rostro pacífico y glorioso. No he dado por ellos mi naturaleza para unirla a la suya por hipóstasis, como quise unir a mí la tuya, [100] para no ser sino una persona con dos naturalezas, un Hombre-Dios. Así como esta humanidad existe por siempre, desde mi Encarnación, no sólo ante mí, sino unida conmigo sustancialmente y ella es .... (texto faltante) la tengo en más estima que todos los ángeles. No fue de esta humanidad que se dijo: Tú eres mi Hijo, yo te he engendrado. Esto se aplica a la persona de Jesucristo, cabeza de los ángeles y de los hombres. Esta alianza con tu naturaleza se hizo sólo conmigo y por amor a mí.
Esposa mía, mi Padre te tiene siempre a su lado con más amor que a miles de ángeles; y así como ellos no tienen necesidad de ser cuidados y dirigidos, por haber alcanzado su fin, estando confirmados en gracia y en gloria, me preocupo más por ti que por todos ellos, tanto porque eres pequeña, como porque me eres tan querida. Te amo con la ternura que se da a un lactante, meciéndote sobre mi regazo al darte mi leche. Tú eres mi Jerusalén pacífica, santificada por mi gracia y mediante el don altísimo y perfecto que procede del Padre de las luces, al que ninguna criatura puede dar sombra. Don que es el Espíritu que te renueva.
Tú eres mi nueva Jerusalén que baja del cielo coronada de mí, tu esposo. Tú eres el tabernáculo de Dios con los hombres, en el que yo habito con ellos. [101] Ellos son mi pueblo y yo soy su Dios. Yo mismo, mediante el fuego del amor, seco sus lágrimas, cambiando en júbilo tus gritos y lamentaciones. Yo caliento la frialdad que tendrías en la devoción, y refresco los ardores de la concupiscencia, que te secarían sin mi particular asistencia. Te hago puerta del cielo, y mi morada divina, que es agradabilísima para los ángeles y elegidos, pero terrible para los demonios: ¡Que temible es este lugar!, esto no es otra cosa sino la casa de Dios y la puerta del cielo (Gn_28_17).
Me dijiste que yo era escogido entre miles de afectos de tu corazón, y yo te respondí que me eras más querida que mil espíritus angélicos. Te vuelvo a decir que te amo más que a mil almas. Doy doble recompensa a los hombres que cuidan de ti, a los que he confiado tu cuidado en calidad de confesores tuyos: la recompensa de la gracia, la recompensa de la gloria, gloria esencial y gloria accidental. Y doscientos para los guardas de su fruto (Ct_8_12).
Además de servirte de ayuda en la perfección, los hago partícipes de dones particulares, dones que los mueven a perfeccionarse. Santa Teresa dice que un alma escogida y querida por Dios no puede amar mucho tiempo a alguien, a menos que esto sea para el adelantamiento común. [102] Esta alma es el recipiente y el canal del que deriva la fuente de la bondad. La fuente es para ella, pero el canal es para el prójimo. ¡Oh tú, que moras en los huertos, mis compañeros prestan oído a tu voz, deja que la oiga! (Ct_8_13).
Yo sé que te complaces ante mis peticiones, y que mi voz te agrada, sea al alabarte, sea al darte gracias, sea al pedirte perdón. En cuanto a ti, deseas que te pida cosas grandes. Sabes bien que me encuentro en una tierra extraña; que estoy en peligro mientras no sea confirmada en gracia, y que, a pesar de las caricias que me prodiga tu caridad, no dejo de ofenderte. Mientras más me levantas, más debo temer la caída. Los navíos que nada llevan no son perseguidos por los piratas, ni hundidos durante la noche. Las cosas humildes no son tan azotadas de los vientos como arruina a los campanarios. Yo soy un campanil; tú eres la campana y el tañido. Sin embargo, temo que el eco me bambolee, obligándome a caer y a recibir tus gracias en vano; en una palabra, temo que la vanidad me haga daño.
No tomes a mal, por ello, que te pida con urgencia el descanso seguro. Te lo digo a ti, que vives en el jardín celestial con tus santos y tus queridos predilectos a tu lado. Ellos, como amigos, entienden tus secretos, pero se esconden de mí por estar en el cielo empíreo, velados a mis ojos legañosos. Hazme oír tu voz, dime, lo mismo que a todas mis potencias, colocándolas a tu derecha: Venid, benditos de mi Padre, a heredar el reino preparado para vosotros desde la creación del mundo (Mt_25_34).
¡Ah! Si tu gracia hubiese obrado en mí al grado de que entendiese estas palabras, dándote a comer el manjar de tu voluntad, que es la de tu Padre, de la que tienes hambre; y que te diese a beber del agua de mis lágrimas, tanto de mi entera conversión como de la de mi prójimo. Si te recibiera dignamente en el divino sacramento del altar cuando te dignas venir a morar en mí, lo mismo que tus inspiraciones. Haz que ellas encuentren mi corazón dispuesto a aceptarlas y conservarlas en él. Que te cubra, que te vaya a visitar afligido por mi amor. Que, al verte atado por los lazos de tu caridad, que desea mi bien, quiera y pueda adherirme a ti, teniendo un mismo espíritu contigo; que mi libertad se entregue del todo a ti, [104] porque tu bondad se pone como límite u obstáculo mi libertad, no queriendo forzarla.
Que no niegue a los pobres los alimentos necesarios, sea del espíritu, sea del cuerpo; que dé de beber a los que carecen del agua del buen ejemplo. Que reciba y ayude a curar a tus pobres, sea corporal, sea espiritualmente. Que los visite si están presos, sea en el cuerpo, sea en el espíritu, a causa del pecado. Que dé testimonio de vivir en ti, de ti, por ti y para ti. Que, por toda la eternidad, viva para ti y de ti, transformada en otro tú. Toma posesión de mí como mi rey, mi esposo, mi Dios.
Que escuche tu voz, oh ruiseñor divino, que moras en el jardín delicioso donde tus amigos están separados de tus enemigos, para nunca volver a ser turbados ni de su odio ni de su envidia, que fueron las dos bestias feroces que se apoderaron de ti en el Huerto de los Olivos. Cuando te retiraste ahí con tus amigos: Pedro, Santiago y Juan, hiciste escuchar tu voz, pero tan suavemente, que un ángel vino del cielo para escucharla, aunque lúgubre y triste. ¿Qué decían ustedes, ángeles, al escuchar el murmullo de voz, las gotas de sangre y el agua que brotaba de aquel que, siendo Dios impasible, se hizo hombre pasible para rescatar a la humanidad? [105] Era el valiente jardinero que se complace en los jardines para borrar el pecado obrado en el primer jardín. Dile que conceda mi petición; que haga resonar en el oído de mi corazón la voz y el débil murmullo del arroyuelo mezclado de sangre y agua. Cayó sobre la tierra (Lc_22_44). Puedes decir, con toda razón: Tierra ingrata, si este licor fluyera sobre los cielos, lo apreciaríamos mucho más que tú. Estaríamos mucho más atentos a la armonía de esta incomparable música. El Padre y el Espíritu Santo se deleitan en ella.
Dios justísimo, ¿puedes gozar cuando tu justicia se venga de nuestros pecados sobre este justo Abel? Esta preciosa sangre te venga del pecado y reconcilia contigo al pecador. Tú estás, oh Dios, en Cristo, reconciliando por él al mundo. Que la voz de su sangre se haga oír a la divinidad ofendida por los hombres, para contentarla y satisfacerla en este jardín de los Olivos, por los crímenes cometidos en el jardín del Edén y en todo el mundo. Judas sabía muy bien, oh Jesús, que tú te complacías, cual incomparable jardinero, en visitar este jardín: Judas, el que lo había de traicionar, conocía también el lugar, porque Jesús solía ir allí con sus discípulos (Jn_18_2). Que tus amigos estén más alertas y vigilantes, pero los del cielo, porque los de la tierra se han dormido.
Ángeles de paz, ¿desean contribuir a esta música? Lloren amargamente, pero tomando cuerpos para acompañar al rey de la paz, que negocia nuestra paz eterna con la elocuencia de su preciosa sangre. Como amigos del esposo de sangre, estén a la escucha. Que escuche yo su voz, porque la voz de este río es dulce al oído de mi corazón, y la triste faz de mi Jesucristo es hermosa a mis ojos.
Jesús mío, adorna mis mejillas con tu sangre purísima; que escuche yo su voz y contemple su color. Su belleza y su bondad me extasían. Ya no vivo para mí. Tu sangre, Salvador mío, brota de tus venas; tu alma saldría de tu santo cuerpo si el amor, más fuerte que la muerte, no la detuviera. Está triste hasta la muerte, pero a pesar de eso, saldrá sólo con una orden de la vida que está en ti, porque marcaste su camino con el Padre y el Espíritu Santo. Cuando inclines la cabeza, por estar todo consumado, habrás terminado tu misión. Es necesario que ella haga oír su música sobre el monte Calvario, no sólo al oído de los amigos, sino de los mismos enemigos. Es menester que seas el espectáculo de los ángeles, de la humanidad y de la Trinidad sobre esta montaña. Las tres personas quieren contemplar [107] al que es el deseado de las colinas eternas y el esperado de todos los pueblos. ¡Huye, amado mío, sé como la gacela o el joven cervatillo, por los montes de las balsameras!
El amor y la caridad fueron más fuertes que el odio y la envidia de tus enemigos. Una te empujaba y la otra tiraba de ti; pero tan pronta y fuertemente, que te condujeron hasta el Monte Calvario, donde te adhirieron más estrecha y fuertemente que las cuerdas y los clavos. Los verdugos no estaban tan rabiosos de crueldad, que tú apremiado por el amor. Amor que te hizo sufrir, haciéndote el espectáculo de los hombres, de los ángeles y de Dios. Amor que te hacía sufrir todas las contradicciones de los pecadores y la podredumbre de las osamentas esparcidas en ese lugar. Sin embargo, la infección de las almas obstinadas era la más hedionda de todas.
Huye, amado mío, descansa al volar y vuela descansando. Sé llevado sobre la pluma de los vientos. Que mi pluma vuele llevada por los dulces vientos de tu divino Espíritu. Que, mediante sus divinas inspiraciones, te lleve con ella a los corazones, y que éstos lleguen a ser montes de perfección enriquecidos por tus gracias y todas las virtudes. Que sean tu buen olor, Jesucristo mío. Que estos corazones lleven sembradas [108] las violetas de la humildad, los lirios de la pureza y las rosas de la caridad. Es más que razonable que tú poseas los suaves aromas, porque hiciste que florecieran las infectas podredumbres, y que cortes las rosas después de haber sentido las picaduras de las espinas.
Huye, amado mío, sobre lo más alto de los cielos. Rebásalos. Aseméjate a los cabritos; que tu vista penetre los secretos que la divinidad quiere dar a conocer a tu santa humanidad. Que seas portado sobre las alas de los querubines, para ser todo ojo, todo sabiduría. Que tu celeridad se asemeje a los cabritos que vemos subir a las colinas aromáticas, o a los ciervos cuando se alejan de los cazadores durante el verano, buscando refugio en las aguas de una fuente fresca y cristalina. Asciende al huir, y huye subiendo. Sobrepasa la mirada de los hombres y de los ángeles. Llega hasta la derecha del Padre, a recibir la gloria que quiere darte por haberla merecido. Aseméjate al ciervo urgido de mis deseos. Entra en el gozo de las delicias del manantial divino de agua viva, reposando después de haber trabajado tanto.
Envuélvete en los perfumes aromáticos de tus méritos y de tus divinas perfecciones. [109] Recibe la fragancia de los sacrificios que han sido, son y serán ofrecidos; en especial el sacrificio de alabanza que te honra. Recibe el aroma del incienso del ángel que había y ha juntado todas las oraciones de tus santos, que por tu medio son tan aceptados, según nos dice tu apóstol, al hablar de ti a los hebreos: Pero éste posee un sacerdocio perpetuo porque permanece para siempre. De ahí que pueda también salvar perfectamente a los que por él se llegan a Dios, ya que está siempre vivo para interceder en su favor. Así es el sumo Sacerdote que nos convenía: santo, inocente, incontaminado, apartado de los pecadores, encumbrado por encima de los cielos, que no tiene necesidad de ofrecer sacrificios cada día, primero por pecados propios como aquellos Sumos Sacerdotes, luego por los del pueblo: y esto de una vez para siempre, ofreciéndose a sí mismo. Es que la Ley instituye Sumos Sacerdotes a hombres frágiles; pero la palabra del juramento, posterior a la Ley, hace al Hijo perfecto para siempre. Este es el punto capital de cuanto venimos diciendo, que tenemos un Sumo Sacerdote tal, que se sentó a la diestra del trono de la Majestad en el cielo, al servicio del santuario y de la Tienda verdadera, erigida por el Señor, no por un hombre (Hb_7_24s). [110] Pero, amado mío, ¿nadie te sigue mientras huyes? Tú dijiste que cuando fueras elevado sobre la tierra, atraerías todo a ti. Te recuerdo tu promesa. Atráenos a todos. En especial, atrae mi corazón a ti, con todos mis afectos. Tú eres mi amor; que seas también mi peso, que me lleve a donde tú quieras llevarme. Mi corazón te expresa sus aflicciones. Mi cara, cubierta de lágrimas, te manifiesta lo que siento. Vivir‚ pacientemente en este valle de miseria, no viéndote más en él. Tendré en deseo la muerte de los santos, que es preciosa ante tus ojos. Me ofrezco en sacrificio. Concédeme la gracia de enviarme tu fuego sagrado que obre en mí un holocausto; que sea yo un ave fénix renovada en tus aromáticas llamas. Que pueda decir que mi conversación está en el cielo. Que no tenga aquí ciudad permanente, sino que camine siempre hacia la futura. Que, cual ave fénix, viva sola, sin unirme a cosa alguna creada; que como ella, permanezca siempre en los árboles de tus misterios gozosos, dolorosos y sobre las altas colinas de los gloriosos, esperando el día en que, cara a cara, y gracias a tu bondad, te veré para ofrecerte el sacrificio de alabanza eterna en la unidad de la gloria y del amor eterno [111] que tienes con el Padre y el Espíritu Santo, que es el amor con el que se aman.
Dios trino y uno; Jesús, amor que enciendes sin cesar las llamas del corazón de tu santa Madre, de manera especial, y los corazones de los santos, entre los que vives glorioso. Que lo seas también en mí. Y que todos mis pensamientos y acciones se dirijan a tu mayor gloria, Jesús, amado mío.
Mi queridísimo esposo, que acudes prontamente a morar en las almas, que son tus amigas ocultas en el mundo, para habitar en ellas como Dios oculto y Salvador. Los tesoros ocultos son más seguros que los que están al descubierto. Por ti, están a salvo del enemigo. Ayúdame a escuchar tu voz única; que yo sea tu vergel, tu prado, tu jardín de placer; que permanezca escondida contigo en Dios. Habita en mí. Recréate en mí, si puedo ser para ti un prado; haz de mí un lugar de paseo para ti. Por ser jardín, corta en él todas las flores por ti plantadas; por ser vergel, resérvate todos los frutos. Que el fuerte viento de la vanidad no los abata, y que el gusano del amor propio no los roa ni los carcoma.
[112] Que mi memoria recuerde tu poder sobre mi debilidad; mi entendimiento, tu luz sobre mi ignorancia; mi voluntad, tus bondades, a pesar de mi malicia. Que tu todo estabilice mi memoria; que tu claridad ilumine mi entendimiento; que tu pronta bondad ilumine infinitamente sus llamas en mi voluntad. Que esté yo escondida en ti, y tú en mí. Que el divino amor nos una mutuamente, uno en el otro. Que él sea la voz que me harás oír. Si así te place, que sea yo llamada a las bodas divinas y eternas, adornada por tu liberalidad y tú mismo. Que sea yo la santa ciudad de la nueva Jerusalén. Que no te trate como la antigua; que no rechace tus inspiraciones; que no sofoque los santos deseos que me da tu Santo Espíritu; que no tenga pensamientos y afectos sino de ti y para ti. Que sea del todo celestial y divinizada, como lo pediste a tu Padre. Y así como él y tú son uno, que sea yo consumada en la unidad con ustedes.
Te pido este favor por ti y para ti. Que me pierda a todo lo que no sea tú; que tú seas por siempre mi vida, esposo mío. Que de mí no salga jamás otra voz sino la tuya; que sea yo la tienda de Dios en la humanidad. Que por mi medio te dignes comunicarle tus bendiciones de gracia y de gloria. Que sea su canal; que conozca siempre mi vacío y mi nada, y que sólo tu misericordia sea su subsistencia, por ser ella la que impidió a tu justicia consumirme en las llamas eternas. Que merezca ser más grande que esas llamas. Que sea yo tu casa, custodiada y rodeada por tus ángeles, terribles con los enemigos, y una dulcísima mansión para tus amigos.
Que nuestro matrimonio sea un sacramento de amor irreprensible; es decir, que sea yo dotada de tus gracias y de ti mismo, que eres impecable; porque de mí sólo soy pecado e imperfección y nada en cuanto al ser. De la malicia a la bondad, y a la bondad infinita, hay una distancia infinita. Si la misma bondad no se derramara, no daría el ser en participación al no-ser. Que sea yo el cielo nuevo y la tierra nueva que vio san Juan, lo cual consiste en que no tenga ya en mí los afectos turbulentos del mundo, que es un mar de flujo y reflujo.
[114] Que sea yo tu trono, donde al estar sentado digas y para ti decir, es hacer: Mira que hago un mundo nuevo (Ap_21_5). Que tú seas el principio y el fin de todos mis pensamientos, palabras y acciones. Que tu amor me lleve a tener sed de tu gloria. Dame a beber gratis del agua de vida, porque nada tengo para darte. Sé mi fuerza, a fin de que rebase todo impedimento. Que llegue a poseer esta agua, para que tú seas mi Dios, y yo, tu hija. Expulsa de mi corazón todo lo que te disguste en él.
Elévame a la contemplación de tu sagrada humanidad, de tu santa Madre y de tu Iglesia triunfante, que por ser tu esposa además, posee tu claridad y una luz semejante a las piedras preciosas y al cristal; cuyos muros son elevados y fortísimos, con doce hermosas puertas guardadas por doce valientes porteros, los doce ángeles que hacen guardia.
Todas estas perfecciones fueron vistas por el águila mística en Patmos, las cuales anotó en su Apocalipsis, que está compuesto de los misterios del pasado, del presente y del porvenir. Parece que este predilecto estuvo más en el cielo que en la tierra; en Dios, que en sí mismo. Dios le preguntó si era capaz de guardar los secretos, no sólo del castigo a Sodoma, sino de la generación temporal de su hijo a Abraham. No, podría parecer que no pudo, según nuestra manera de hablar, porque Dios no usa de la fuerza sobre sus criaturas. [115] Sólo su amor lo llevó a hacer lo que hizo: mantener oculta su generación eterna hasta que san Juan la contara, al comienzo de su Evangelio. Juan también es llamado Benjamín; y después de haber contemplado el sol, esta águila se dejó caer en tierra para atrapar su presa, que es Jesucristo.
Es menester poner más atención a este santo que a los demás evangelistas, respecto a lo que nos dice acerca de la institución del divino sacramento: Jesucristo quería dar su cuerpo en alimento, y su sangre como bebida. Se le llama Benjamín por la altura de sus pensamientos. También es conocido como el discípulo amado del Señor, el hijo de la diestra, el águila del corazón, pero ante todo Benjamín, lobo rapaz, que atrapa su presa por la mañana para comerla, repartiendo sus despojos al atardecer.
El vio al cordero degollado desde el origen del mundo, y lo tomó en alimento la tarde del jueves santo, manteniéndolo apretado entre sus labios. Su espíritu comprendió lo que era espiritual y divino; su cuerpo, lo que era corporal. El escuchó los secretos de la divinidad, que abrasaba su alma. El se recostó sobre el pecho de su maestro, adueñándose del corazón del Salvador; y al hacerlo, sacó para sí la médula de aquel cedro del Líbano. ¡Qué despojo! Jesús es el botín.
El vio lo que existió desde el comienzo del mundo, lo que sucedió en la plenitud de los tiempos. El contempló el infierno, viendo además lo que suceder al final y después del fin. Ni el cielo nuevo ni la tierra nueva cambiarán. El vio la ciudad celestial y a todos sus ciudadanos, seres humanos y ángeles. El vio el trono de Dios y el río de agua viva y espléndida, parecida al cristal, que procedía del trono de Dios y del Cordero: En medio de la plaza, a una y otra margen del río, hay árboles de Vida (Ap_22_2). [116] Juan contempló la dicha y la felicidad perpetua de los bienaventurados. Vio la recompensa de los santos, de los apóstoles, de los doctores, de las vírgenes, de los inocentes, de los mártires, que lavaron su estola en la sangre del cordero, a fin de tener parte en el madero de vida, asemejándose al cordero sacrificado. Los vio al entrar por la puerta de la gloria, por haber pasado antes por la puerta de la virtud, de la paciencia caritativa.
El vio que los bienaventurados son los llamados a las bodas del cordero. El describió las grandezas divinas y humanas del esposo, y cuáles comunica a su esposa. En su Evangelio, nos dice que Jesucristo es verdadero hijo de Dios; en su Apocalipsis, manifiesta su generación en la tierra: Yo soy la raíz y el Hijo de David, la estrella de la mañana (Ap_22_16). La estrella que ascendió en Jacob. El Espíritu y la Esposa dicen: ¡Ven! Y el que oiga, diga: ¡Ven! (Ap_22_17). Y el que tenga sed, que se acerque, y el que quiera, reciba gratis agua de vida. El Espíritu que gobierna la Iglesia llama a estas bodas. La Iglesia, al ser llamada como una buena Madre, al escucharlo acude a buscar el agua de la vida sin pagar nada a cambio.
Jesús, el esposo, es misericordioso como David y amoroso como Jacob con su querida Raquel. El no sirvió catorce años, sino treinta y tres años. Murió, además por sus esposas, deseando celebrar las bodas, pero en el lecho de la cruz.
También lloró, lanzando un fuerte grito, redoblado por la fuerza del amor. Cuando todo había sido consumado, besó a su esposa y entregó su espíritu, deseoso de que se lo pidamos a su Padre.
El dijo: Sí, vengo pronto. ¡Amén! ¡Ven, Señor Jesús! Que la gracia del Señor Jesús sea con todos. ¡Amén! (Ap_22_20s).
Que la gracia de Jesucristo, del Padre y del Espíritu Santo, esté con nosotros por siempre. Gloria a la Santísima Trinidad. Amén.