"Salí de Lyon con dos monedas de diez francos cada una, con las cuales compré en Bermon todo lo que podía enviar a nuestros hermanos para provisiones. Tu me has provisto de todo. Mientras a que los hebreos tuvieron harina en Egipto, no hiciste caer el maná:; pero en cuanto aquella les faltó, hiciste llover sobre ellos este pan del cielo. Espero en tu providencia. He llegado al lugar donde me has pedido que venga." (1)
Con gran tristeza y sin recursos, el 29 de noviembre de 1628, la víspera de la fiesta del Apóstol Andrés, la Madre de Matel llegó a esta gran ciudad. La Srita. Guilloire, conocida del padre Jaquinot, preparó un alojamiento situado en la calle de San Andrés, junto al Hotel Lyon. Poco después, se dirigió a la iglesia de este santo, donde estaba expuesto en el Santísimo Sacramento. Sus ojos se llenaron de lágrimas y al arrodillarse dijo: "Te adoro y te doy gracias porque según tus promesas me has conducido hasta París. Sabía bien que ahí sufriría y encontraría cruces. No rechazo ninguna de las que me tienes destinadas" (2)
Ella sabía que su padre se encontraba en esta ciudad, temía la cruz que le haría sufrir y le dijo a su Señor: "Dame valor, si te place, o dispón su espíritu a tu voluntad, pues está encolerizado contra mí por haber salido de su casa por seguir tus mandatos" (3)
El Sr. de Matel, al salió de Roanne hacia la Corte, sin renunciar a que su hija experimentara los efectos de su resentimiento, pero, "Tu bondad le ablandó, y no me trató tan duramente como había amenazado hacerlo en las cartas que le había escrito."(4)
Como la Srita. Guilloire le proporcionaría lo necesario hasta la Pascua, no le pedió nada a su padre para su sostenimiento, temiendo que le ordenara volver a su casa. A estos temores, fundados en disposiciones bien conocidas se añadió, tal vez, una secreta intuición de los sufrimientos que le reservaba la capital: París debía ser su calvario. Fue presentada a damas de alto rango social, quienes sentían gran admiración y estima por ella. Entre ellas, se encontraba la Duquesa de Recheguyon, quien la procuró como si fuera su hija. La Duquesa quiso ayudar económicamente a la Madre de Matel pero no podía hacerlo porque su dinero era administrado por su tía la Srita de Longueville, quien le dijo: "pida a Dios, que reciba mi dotación y nada le faltara."(5)
Nuestro Señor había arreglado todo, de tal modo, que el Jueves Santo alquilaron una casa por tres años. " El Viernes Santo, vi, al despertarme, un lagar que debía hacer girar yo sola. Durante varios días. Llevaba en mi espíritu estas palabras: Hicieron un plan para condenar a muerte a Jesús (Mt. 27,1) y te decía: Señor, ¿quién se conjura actualmente contra ti y tu Orden?" (6) Ella no recibió respuesta del Señor por el momento.
El padre rector de Orleans había comentado con algunas personas, las maravillas que el Señor obraba en la Madre de Matel, llegando hasta la corte. Ella ignoraba que esta gran reputación la perjudicaría.
La Mlle. de Sainte-Beuye, muy amiga de las Ursulinas y fundadora del noviciado jesuita en Faubourg, Saint Germain, temerosa de que al iniciar una nueva Orden, las suyas disminuirían, se dio a la tarea de comunicarles a todos que, esa Srita. Llegada de Lyon, venía a fundar a las jesuitesas y esto iba en contra de los designios de la compañía de Jesús, de San Ignacio y de la mayoría de los habitantes de la ciudad real que no toleraban a los jesuitas. Llamó al Padre General de la Compañía en Roma, a familiares y a otros sacerdotes amigos suyos para que le ayudaran a la prohibición del establecimiento de esta nueva Orden.
La Madrede Matel afligida, pidió al P. Jaquinot que le diera los ejercicios de San Ignacio, pero la casa estaba muy retirada y convino con ella que le pidiera al R. P. de Lingendes, quien se encontraba más cerca, se los dirigiera.
El lunes de Pascua comenzó su retiro sin incidentes. Durante la misa en la capilla de los Grandes Agustinos, vio un brazo poderoso que salía de las nubes y pidió al R. P. de Lingendes hacer confesión general. Él al ver la abundancia de lágrimas con que acusaba sus faltas le dijo, que ese lagar era la contrición que Dios le concedía. El viernes siguiente, cambió de opinión y la llamó para preguntarle si estaba dispuesta a darle vuelta sola a ese lagar y a cargar con la cruz más grande que haya tenido. Ella dijo: "Padre me aflige más el que me la oculte, que si me la revelara, porque no sabe usted que a nosotras, las mujeres, la aprehensión a veces nos desgasta más que el mal cuando ha sido descubierto." (7)
Ante esta insistencia le dijo, hija mía: "Han llegado cartas de Roma prohibiendo a todos los jesuitas de las tres casas de París ocuparse de usted y de su obra. Dentro de tres días no podré hablar con usted. ¿Qué piensa de esta cruz? ella dijo: Padre mío, es grande, pero ¡tengo un Dios que es todavía más grande!"(8)
El P. Lingendes le dijo que ahora era valiente pero que al cabo de unos días ese valor ya no existiría, a lo que ella comentó: "Padre, si su reverencia me asegura que todas las luces que he recibido y que le he comunicado no son ilusiones, y que es verdad todo. Lo que sus sacerdotes que me han conducido desde mi infancia me han asegurado, no tengo miedo alguno a esta cruz. Con Dios lo puedo todo. El me dará el valor y la fuerza. Mientras que no reciba usted la prohibición de darme consejo, démelo y yo lo observaré." (9)
El aconsejó a la Madre de Matel no salir de París, aún cuando otros lo hicieran. Le dijo que, por prudencia, delante de los demás le diría que abandonara París, pero que no lo hiciera, porque esto lo hacía forzado por las circunstancias y a causa de la envidia de los otros y también porque no tenía ningún voto de obediencia. "Es verdad que no estoy obligada a ello, pero nadie ignora que, hasta el momento, solo he obrado según los consejos del R.P. Jaquinot." (10)
¿qué sucedería, si me valiera de la autoridad de mi padre, pidiéndole ahora que me mire con benignidad y diga que no quiere que salga de París" por complacer a la Srita. de Sainte-Beuve y a olgunos padres jesuitas?" (11)
Al R.P. Lingendes le pareció excelente idea, porque así, la censura y desconfianza desaparecerían en cuando el Sr. de Matel retuviera a su hija en París. Le pidió que no se desanimara porque con toda seguridad todo se arreglaría a su favor, que él iría a ver al padre Jaquinot para hacerle ver el daño que le estaban haciendo y que le daba gracias a Dios por haber inspirado a la Srita. Rocheguyon el haber alquilado la casa por tres años. Mientras tanto, ella recordó una carta que envió al Padre Benoit en 1627 donde mencionaba que una gran agitación, parecida a la que ocurrió cuando su Majestad entró al templo de Jerusalén (MT 21,10) sucedería cuando ella estuviera en París. Después estando en oración dijo: "Querido Amor, ¿soy yo quien ha presumido de instituir una Orden debido a un designio ambicioso, o eres tú quien, por una incomparable bondad, me has inspirado y destinado para esta obra? Sí, soy yo, ¡ah, Señor mío! Siento al presente, la gracia y el valor de sufrir una confusión universal, delante de toda clase de personas. Este sentimiento procede de tu bondad, y no de mis méritos. Le mostró una luz vivísima, y le dijo: Hija, me tendrás en el Santo Sacramento, no temas a as contradicciones. Extasiada y consolada ella solo pudo exclamar con el Rey-Profeta: El Señor es mi luz y mi salvación, ¿a quién temeré? El Señor es el protector de mi vida ¿quién me hará temblar?" (12)
Durante los diálogos amorosos con Nuestro Señor, la Madre de Matel recibió la Ternura de su Amado, para sus sufrimientos el Bálsamo Divino de su Consuelo y la fortaleza necesaria para tener el valor de aceptar las decisiones que se habían tomado referentes al establecimiento de la Orden y hacia ella. El Superior General de los Jesuitas convocó a consejo para aclarar esta confusión, pero como ahí se encontraban los sacerdotes que estaban en contra de ella, no se logró nada y la prohibición de no tener comunicación alguna con la Madre de Matel permaneció. El R. P. Jaquinot debió obedecer lleno de tristeza. Ella se acercó a confesarse con el padre Jean Baptiste Carré, religioso dominico, quien le tuvo gran aprecio. Pasaron tres meses abandonada por los jesuitas pero no así de Nuestro Señor quien la inundó de sus luces, la embriagó con sus delicias, que "desfallecía bajo el peso de su felicidad y en ocasiones decía a su Amado en el delirio sagrado que la transportaba. Si me causas la muerte desbordando sobre el torrente de tus gracias, mi muerte será preciosa delante de Ti; pero no alabará tu nombre delante de los hombres, quienes dirán que morí de tristeza al verme abandonada, mientras que la plenitud de los gozos multiplicados que te dignas conceder a quien es tan indigna, sería la sola causa: ¡ten cuidado de tu gloria!"(13)
Fue hasta que la insistencia del R.P. Lingendes que escribió a su Superior en Roma y a sus hermanos sacerdotes, tratando de que se dieran cuenta del error en el que estaban e informan al R.P. Jaquinot que "devolvieron a los Jesuitas de Paris toda libertad de sus consejos y de su dirección."(14)
(1) Autobiografía. Jeanne Chezard de Matel. Cap 53, p.216
(2)Autobiografía. Jeanne Chezard de Matel. Cap 53, p.215
(3) idem
(4)idem
(5)Autobiografía. Jeanne Chezard de Matel. Cap 53, p.217
(6) idem
(7) Autobiografía. Jeanne Chezard de Matel. Cap 53, p.221
(8) idem
(9) Autobiografía. Jeanne Chezard de Matel. Cap 53, p.222
(10) idem
(11)Vida de la Reverenda Madre Jeanne Chezard de Matel. M. Saint Pierre de Jesús. Cap. IX p. 121
(12) Autobiografía. Jeanne Chezard de Matel. Cap 53, p.122 . 123
(13)Autobiografía. Jeanne Chezard de Matel. Cap 53, p.122 . 124
(14)Autobiografía. Jeanne Chezard de Matel. Cap 53, p.122 . 125
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