CALVARIO Y CRUZ DE JUVENTUD

El Señor, durante su primer año de comunicaciones extraordinarias enseñó a su querida discípula experimentando los misterios de su Pasión en carne propia y le hizo considerarlos como un castigo a sus pecados y a detestarlos. 

Su oración progresaba guiada por su único Maestro.  Un día le dijo: "Divino y caritativo amor, tu mismo  quisiste conducirme sobre el monte de la mirra y la colina del incienso, enseñándome a orar mentalmente y guiándome hasta la soledad interior. Habiéndome convertido en una abeja mística, me hacía libar en tus sagrados misterios y en tus santas Escrituras la miel de mil santos pensamientos.  No cesabas de pasarme de clase en clase, dijo ella, en esta academia sagrada, en la que aprendí de Tu amor misterios adorables en el transcurso de nueve años." (1 ) 

El mundo ya no le atraía y le gustaba más esconderse en el establo para sentirse a solas con su Maestro. Ahí era "donde tu me ponías mil santos pensamientos en mi alma; me entretuviste así muchos años en los dolorosos misterios de tu Pasión, y siempre recogida., pidiéndote perdón  y la gracia de sufrir  por mis faltas, lo que con tu gracia podría  yo ser capaz de sufrir en satisfacción de todas ellas. Te consideraba flagelado, coronado de espinas, clavado al madero de la cruz por mis crímenes y los de todos los pecadores según la profecía de Isaías (53, 5-7)" (2)

Al siguiente año el Señor le concedió el experimentar otro admirable don, el de la compasión. "Me encontré unida a tus sufrimientos como si yo hubiera sido tu mismo. Estaba atada y adherida por unos sentimientos amorosos y dolorosos a la columna y a la Cruz; me sentí transfigurada y transformada en tus dolores; sudaba en el jardín, pero no era sino agua; contemplándote ligado a la columna, sentía por una aplicación de sentidos producida por amor, los golpes de látigo  que te daban; viéndote cargar tu Cruz, me parecía cargarla contigo sin ser obligada como Simón el Cirineo. Quería ayudarte cargándome el peso que tu amor había querido aceptar por mis pecados y por los de todos los hombres," (3)

Ese Viernes Santo, ella, al sentirse verdaderamente crucificada con Él y cuando el predicador dijo: "inclinó su cabeza y entregando su espíritu, expiró," ella quería expirar también y seguirlo, pero el Señor le hizo comprender que la quería todavía en este mundo.Al día siguiente en el sermón del R.P. Ireneo, capuchino, estaba hablando de los dolores de la Santísima Virgen cuando tuvo una experiencia mística en la que Dios le permitió participar de los sufrimientos de la  Madre de Jesús,  y cuando el sacerdote dijo con fuerte voz: "He aquí a tu Madre",  reaccionando se maravilló al verse con vida, expresó que después de esa muerte amorosa, conoció que el amor es más fuerte que la muerte y que dos fuerzas contrarias pueden subsistir en un mismo sujeto por el poder de Dios. 

"Jesús la introdujo en el misterio de su Cruz e inundó su alma de luces"(4haciéndole comprender que "la gloria de la cruz que ella adoraba como el carro triunfal de su amable Rey, le pareció tan augusta, que a ejemplo de San Pablo no podía gloriarse en otra cosa sino en la cruz de Jesucristo." (5)

La Sra. de Matel preocupada por la educación de sus hijas les asignaba con frecuencia las labores del hogar aunque hubiera sirvientes que lo pudieran hacer, sin embargo la predilección maternal  que sentía hacia Jeanne la dispensaba de sus ocupaciones,  pero ella era tan hábil que encontró el modo de realizarlas labores más humildes y fatigosas sin que su madre se diera cuenta.

Estas actividades las realizaba  para  alabar a su tierno Maestro que la inundaba de gracias para que vinieran a su mente las escenas de la Sagrada Escritura como por ejemplo: " Si se dirigía a sacar agua, el recuerdo de la caridad de Jesús esperando a la pecadora a la orilla del pozo de Jacob, la embelezaba. Se sentía embriagada del agua viva que él prometió a la Samaritana y le suplicaba con efusión se la diera también a ella" (6)Su comportamiento era ejemplar, ávido de sufrimientos y humillaciones. Al considerar que la  sangre de su Dios había sido derramada por su salvación,  su corazón ardía en deseos de verter la suya por el amor de su amado.  Ella sabía que no era posible a través del martirio, así que hizo correr su sangre bajo los golpes de ásperas disciplinas.  Como su temperamento era débil y delicado no hubiera podido soportar largo tiempo con semejantes austeridades. Cuando sus directores espirituales se enteraron de esto, se las moderaron y fue tan ingeniosa que las reemplazaba por otro tipo de penitencias. Nuestro Señor le decía: "Hija mía, amo más la misericordia que el sacrificio, tus pensamientos están tan alejados de los míos, como lo está el cielo y la tierra. Tengo para ti sentimientos de paz y alegría; los tuyos son de guerra y aflicción a causa de pecados que he sumergido   en el mar de mi preciosa sangre, y que mi caridad infinita ha, no solamente cubierto y abismado sino destruido del modo en que pueden serlo. Recibe pues, mis gracias con humildad y agradecimiento, y sufre el que te ame y encuentre mi gusto en desbordar sobre ti mis torrentes de bondad." (7)

Ella quería agradar a su Señor siempre pero, ¿qué le podía dar a su Dios? Él no tenía necesidad de nada pero inspiró a Jeanne para que encontrara su modo de actuar en estas palabras: "Lo que hiciereis al más pequeño de los míos, a mí me lo hiciereis. (Mt. 25)"

"Estas palabras inflamaron su caridad y se ofreció a ser la distribuidora de las limosnas de la Sra. de Matel," (8) no sólo se privó de comer los manjares que servían en su mesa para llevárselos a los pobres, sino que también usó ropa muy modesta para asistirlos mejor. "A una niña que vivía cerca de nuestra casa  y a la que todos los días le daban sopa, le pedí que no dijera nada cuando en ella encontrara carne u otra cosa" (9) y aún cuando sus hermanas lo notaban no decían nada, por el contrario la apoyaron con sus ahorros. 

Su corazón no tenía límites, sufría tanto que llegó a implorar, como un favor especial, poder sufrir las penas de ellos penas, para que se liberaran de ellas, rogaba que el Señor les concediera la vida de la gracia a quienes no la tenían y aumentarla a quienes ya la poseían.

 Recitaba diariamente todas las fórmulas de oración que había, el Oficio de la Santa Virgen, el del Espíritu Santo, los salmos graduales y el rosario, añadiendo los lunes el oficio de difuntos. "Ninguna ocupación exterior era capaz de interrumpir su oración ni distraer su espíritu de la presencia de Dios, o apartar su corazón de su amor pues no podía amar sino a Él en todas las cosas y a todas las cosas en Él" (10)"Se desarrollaron en ella, todas las virtudes. La apreciación de su nada llegó a ser tan clara y el sentimiento de su impotencia tan profundo, que no le era posible contar sólo con ella para las menores cosas, mientras más incapaz y débil se sentía más se apoyaba en la fuerza infinita, pues sabía muy bien que nunca debía faltarle. El ardor de su fe igualaba la firmeza de su esperanza." (11)

El Supremo Arquitecto, sabía perfectamente que sobre estos cimientos tenía que construir la obra maestra que Él quería.  "Edificó mi morada en tu alma, que es para mi un desierto agradable porque no alberga amorosamente sino a mí. Coloco en ella un cimiento tan profundo, que las generaciones venideras podrán subsistir y habitar en ella con seguridad."(12) Colocar piedra sobre piedra de este suntuoso edificio fue, es y seguirá siendo una obra titánica fundada por el Amor.

 (1) Vida de la Reverenda Madre Jeanne Chezard de Matel. M. Saint Pierre de Jesús. Cap. III p. 38

(2) idem

(3) Vida de la Reverenda Madre Jeanne Chezard de Matel. M. Saint Pierre de Jesús. Cap. III p. 38

(4) Biografia. Jeanne Chezard de Matel. Cap.12 p.34

(5)Vida de la Reverenda Madre Jeanne Chezard de Matel. M. Saint P  Vida de la Reverenda Madre Jeanne Chezard de Matel. M. Saint Pierre de Jesús. Cap. III p. 41

(9) Biografia. Jeanne Chezard de Matel. Cap.12 p.43

(10) Vida de la Reverenda Madre Jeanne Chezard de Matel. M. Saint Pierre de Jesús. Cap. III p. 41

(11) idem

(12)Vida de la Reverenda Madre Jeanne Chezard de Matel. M. Saint Pierre de Jesús. Cap. III p. 44

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