TRATADO  DE LOS TRES SAGRADOS MATRIMONIOS. 1619

 Primer matrimonio

   [1]Jesús, Amor y misericordia. Que tu gracia desborde en mí.

    Ven, Espíritu Santo, y envía desde el cielo

    Un rayo de tu luz.

    Ven, Padre de los pobres;

    Ven, dador de los dones;

    Ven, luz de los corazones.

    En el nombre de Jesús, mi amor, en el nombre de la santísima Trinidad, escribiré aquí lo que la santa obediencia me ha mandado escribir; a saber, el matrimonio espiritual que el divino esposo se complace en llevar a cabo con el alma a la que toma por esposa.

    Virgen Sagrada, que eres Madre del Esposo sagrado; ¿me atreveré a hablar adecuadamente de las bodas de tu Hijo sin invocarte? Te pido, por amor a tu Hijo, la ayuda necesaria para hablar de los tres matrimonios; si no dignamente, al menos con utilidad; que el nombre de tu Hijo sea óleo en mis labios, [2] mediante el cual pueda contemplar en el océano de la perla o santa unión que anhelo poseer. Me sumerjo en él como desde un trampolín, abandonándome a tu dirección. Oh Jesús, sabiduría eterna que procede de la boca del Altísimo, dígnate acudir a lo más bajo, abajando tu grandeza. Te digo, pues, unida a la Iglesia: Oh Sabiduría, que se despliega vigorosamente de un confín al otro del mundo y gobierna de excelente manera el universo (Sab_8_1). Ven a enseñarme el camino de la prudencia, pero de la prudencia divina, porque la humana no comprende las cosas que son del espíritu de Dios, Los sentidos humanos son incapaces de penetrar en la maravillosa unión que realizas con el alma a la que escoges por esposa. Si esto fuera conocido, el mundo tendría menos enamorados y enamoradas.

    Quiero exclamar con el rey profeta: Vosotros, hombres, ¿hasta cuándo seréis torpes de corazón, amando vanidad, rebuscando mentira? Sabed que el Señor mima a su amigo (Sal_4_3s).

    Celoso estoy de vosotros con celos de Dios. Pues os tengo desposados con un solo esposo para presentaros cual casta virgen a Cristo (1Co_11_2), decía el apóstol a los Corintios. Doncellas que gozan la falsedad de los placeres del mundo, [3] si conocieran los deleites sagrados que se paladean con el divino Esposo, cuán dulces y deliciosos los encontrarían Cuán dolorosos y amargos los primeros: Si conocieras el don de Dios y quién es el que te dice (Jn_4_10). Si pudiésemos saber quién es el que nos pide en matrimonio, lo buscaríamos con apremiante pasión. Si tuviéramos un juicio recto, lo reconoceríamos como al que hace las delicias de su Padre, cuyo rostro es un sol y cuyas vestiduras son blancas como la nieve. Su voz es encantadora. Es él quien nos habla; escúchenlo en la persona de los apóstoles. 

    El es un campo de perfumadas flores, el hálito que procede del seno del Padre eterno; vapor que es tan poderoso, que puede reconfortar y dar vida al alma que hubiera muerto: Es bueno y amable; es Jesucristo. Incoercible, bienhechor, amigo del hombre, firme, seguro, sereno, que todo lo puede, todo lo observa, penetra todos los espíritus, los inteligentes, los puros, los más sutiles. Porque a todo movimiento supera en movilidad la Sabiduría, todo lo atraviesa y penetra en virtud de su pureza. Es un hálito del poder de Dios, una emanación pura de la gloria del Omnipotente, por lo que nada manchado llega a alcanzarla. Es un reflejo de la luz eterna, un espejo sin mancha de la actividad de Dios, una imagen de su bondad. [4] Aun siendo sola, lo puede todo; sin salir de sí misma, renueva el universo; en todas las edades, entrando en las almas santas, forma en ellas amigos de Dios y profetas, porque Dios no ama sino a quien vive con la Sabiduría (Sab_7_22s).

    ¿Acaso todas estas cualidades que posee Jesucristo no bastarían para atraer a los corazones? Su poder y su fuerza radican en su dulzura; es humano y bondadoso; no cambia jamás. Es un amigo fiel y seguro por siempre. El posee todos los tesoros y todas las virtudes de su Padre, para compartirlas con su esposa. El la contempla en todo momento, lo mismo que todas sus acciones y aun sus pensamientos, para recompensarlos. El comprende a todos los espíritus, pero merece aún más cautivarlos mediante sus atractivos. El se entrega para compartir, concediendo luces repentinas, castas y purísimas. El amor que obra en él mueve nuestros corazones a amarlo, siendo capaz de llegar a lo más íntimo de nuestros espíritus mediante la pureza de su unión, tan ardiente como luminosa; ardor que refresca; sol que no ofusca los ojos de la esposa cuando ella lo contempla con mirada sencilla. La intención recta es el ojo sencillo que reclama el Salvador en el Evangelio, el cual ilumina todo el cuerpo. El amor obra la semejanza; el amor exige la unión, es decir, la unidad. La belleza, la bondad, atraen. No es de admirar, por ello, que Salomón mueva a la esposa a proclamar su atractivo. Al pedir la Encarnación, La Iglesia, deseosa de que la sabiduría que procede de la boca del Altísimo se digne llegar personalmente a nuestra naturaleza, exclama: Me besar con un beso de sus labios (Ct_1_2). Padre Eterno, envía al Verbo. Bésame con el beso de tu boca, para que pueda saborear la dulce leche de tus pechos. Danos al Emmanuel, para que coma leche y mantequilla; que una nuestra humanidad a tu divinidad; que venga a borrar el mal que es el pecado, y nos conceda el bien. Cielos, derramen su rocío..., etc. (Is_45_8).

    En cuanto a mi voluntad, nuestra pobre naturaleza sugería el deseo de que los cielos se derritieran para que el Verbo divino, como un rayo deslumbrador, se llegase hasta mí. Que redujese a la nada el soporte humano, para no ocuparme más de él, dándome a cambio el divino; que obrase un Hombre-Dios sostenido por bases de oro, para que nuestra naturaleza fuera eternamente unida y apoyada cual piernas de mármol sobre esta base de oro, y poder así contemplar [6] esta nueva maravilla sobre la tierra: La mujer ronda al varón (Jr_31_22).

    Gran Dios, ¿hasta cuándo permitirás a esta naturaleza vagabundear en medio de tan engañosas delicias? ¿Es que no ves que se disuelve, que sus pensamientos no se detienen? Busca una bella Ester que te agrade. Retracta la sentencia sin apelación que pareces haber dictado: que tu espíritu no moraría en el hombre por ser carnal, y porque, además, toda carne ha corrompido su camino. ¿Acaso te niegas a concedernos al santo de los santos para mirar nuestra corrupción? Contempla a María, cuya naturaleza nunca se pervirtió. Ella es la perla sin par que fue preservada por tu gracia, sin recibir el agua del mar que penetra en todos hijos de Adán el pecado original; derrama en ella tu rocío divino, envía tu poder; muestra que has sido vencido por una mujer, lo cual aumentar tu gloria. En ella tu amor se manifestar con mayor excelencia; fortalece nuestra debilidad; encuentra tú mismo en María a la mujer fuerte, cuyo precio sólo tú puedes calcular. Confíale a tu Hijo; su seno virginal es capaz, mediante la gracia, de retener a este Unicornio que está fuera del alcance de los hombres, en cualquier tipo de cacería que emprendan. La Virgen es la montaña santa, [7] la Sión amada del divino Verbo: Y construyó su santuario como el unicornio, como la tierra que fundó por siempre (Sal_77_69). Bendígate el Señor, oh estancia justa, oh monte santo (Jr_31_23).

    Bendita seas, María, por el Señor, que preservó en ti la belleza de la justicia original; bendita seas, llena de gracia; el Señor está contigo; recibe esta embajada que es la más venturosa que jamás se haya hecho, porque trata de un matrimonio divino que ser indisoluble; jamás dejar el Verbo lo que toma mediante la unión hipostática, que es nuestra naturaleza. No temas, el Espíritu Santo vendrá sobre ti y te cubrirá con su sombra. El Verbo divino, que es fuego, no producir en ti sino ardores sagrados, cuyo ímpetu mitigar el Espíritu. Tu alma, derretida ante la palabra omnipotente, ser recibida y conservada por el Espíritu Santo.

    Así como fuiste casta en tu concepción y pura e inmaculada durante tu estancia en el templo, di también que al recibir al Verbo eres virgen; entrégate a él sin miedo; ámale con todo tu corazón. Al llamarte sierva suya, eres constituida reina, hija, madre y esposa. [8] En esto cifro nuestra dicha: Y el Verbo se hizo carne para vivir entre nosotros (Jn_1_14). Hete aquí cual nueva Jerusalén, más feliz que la antigua; tabernáculo de Dios en medio de la humanidad y novedosa realización en la tierra: La mujer ronda al varón (Jr_31_22).

    ¿Y tú, amable Jesús? Te haces cautivo por amor. Hete ahí encerrado en el seno de una virgen. Los cielos no pueden contenerte, y una virgen te abarca. ¿Qué rescate pagarás? Sólo podrás liberarte pagando el precio de ti mismo. Como somos hijos suyos, no deseamos optar por una alianza inferior. 

    Nos gloriamos de tener, por medio de María, un familiar tan grande como el Hijo de Dios. También deseamos serlo, porque la caridad incomparable de tu Padre desea que seamos llamados hijos suyos, y que lo seamos: Tanto amó Dios al mundo (Jn_3_16), que el divino Padre eterno quiso dártelo, Virgen, santa madre y primera esposa toda pura.

    Jesús mío, tu Padre te entrega a nosotros, no para juzgar al mundo, sino para salvarlo por ti mismo (Jn_3_17), para darnos la vida de la gracia y después la de la gloria. La vida eterna consiste en conocer a tu Padre y a ti, que eres su enviado. Sal, querido enamorado, de este lecho nupcial y virginal, alegre como un esposo; la Virgen consiente en ello. Ella sabe que eres un sol, y que nadie [9] será privado de tus calurosos rayos, a menos que la malicia de su obstinación te cierre la entrada. Mi muy amado, veo en verdad que has venido a morar con los tuyos, y que ellos no te recibieron: vino a los suyos y no lo recibieron (Jn_1_11). No dejes de hacer la elección de una segunda esposa, que es la Iglesia.

 Segundo matrimonio

El segundo matrimonio: Lo llevó a cabo al elegir a los apóstoles, a quienes, como a los que le reciben, fue dado el poder y el privilegio de ser hijos de Dios. Ellos fueron elegidos por el amor del Padre, porque nadie va al Hijo si el Padre no lo atrae. La voluntad de la carne no los atrajo, porque era necesario ser llamados por el Espíritu y vivir según él. El llamado de la sangre no era benéfico para ellos, como se lo indicó el mismo Salvador: No sabéis lo que pedís. ¿Podéis beber la copa que yo voy a beber? Dícenle: Sí, podemos. Díceles: Mi copa sí la beberéis; pero sentarse a mi derecha o a mi izquierda no es cosa mía el concederlo, sino que es para quienes está preparado por mi Padre. (Mt_20_22s). Como si les dijera, "No piensen que, por ser primos míos, les concederé los primeros lugares; ¿pueden beber mi cáliz? y aunque lo beban, no es de mi incumbencia. [10] Como si les dijera: si fueran parientes suyos. Darles un sitio a mi derecha, solo mi Padre, que no tiene acepción de personas. Cuán cierto es que el Espíritu sopla donde quiere: El viento sopla donde quiere y oyes su voz, pero no sabes de dónde viene ni a dónde va. Así es todo el que nace del Espíritu (Jn_3_8). ¿Quién es mi madre, mi hermano y mi hermana? Todo el que hace la voluntad de mi Padre. ¿Acaso piensan que sólo se les dará el nombre de hija o hijo? Será un nombre de mayor dignidad. Mi Padre implantará su voluntad en el alma, y ella no será ya sino una misma voluntad con Dios. Todo el que se adhiere a Dios es hecho un mismo espíritu con él. Por esta razón, la esposa debe permanecer unida al esposo.

    Quien se adhiera a él y se pierda a sí mismo, debe dejar todas las cosas y recordar las palabras de Jesucristo acerca de la necesidad de que el esposo deje al padre y a la madre para unirse a su esposa: Por eso deja el hombre a su padre y a su madre y se une a su mujer, y se hacen una sola carne (Gn_2_24). Si el esposo debe hacer esto, con mayor razón la esposa. Por ello Jesucristo, al llamar a sus apóstoles, les exige que dejen todo: padre, madre y hasta sus redes, porque deseaba iniciar el segundo matrimonio, que realiza con la Iglesia.

    Para mostrar los preparativos de las bodas, dijo a los que murmuraban porque sus apóstoles no ayunaban [11]: ¿Pueden acaso ayunar los invitados a la boda mientras el novio está con ellos? Mientras tengan consigo al novio no pueden ayunar (Mc_2_19). Se nos muestra, de este modo, el amor del soberano esposo que pretende desposar a la Iglesia. En cuanto él declara su linaje, el Padre eterno lo confiesa como Hijo y heredero universal de todos sus bienes. Tomando como testigos a Moisés y Elías junto con san Pedro, Santiago y san Juan en la Transfiguración, manifiesta la gloria que posee; alimenta a cinco mil hombres, sin contar las mujeres y los hijos; resucita a unos, ilumina a otros y da salud a los leprosos: Id y contad a Juan lo que oís y veis: los ciegos ven, los cojos andan, etc. (Mt_11_4s) Dichoso aquel que no se escandalice ante tu amor, mi buen Jesús. San Juan Bautista sabía muy bien que tú eras el esposo, y que tenías una esposa destinada para ti. El se llamó a sí mismo amigo del esposo. Desposó a la santa Iglesia cuando estuvo en el templo, repudiando a la sinagoga, la cual había imitado a Vaisti, desconociendo el honor que Jesucristo, más noble que Asuero, le concedía al invitarla a ser la primera (Est_1_10s). [12] Se valió de su dulce amor por compasión, pero ella rechazó su banquete, negándose, además, a pertenecerle.

    El sufrió más ante la pena de perderla, que ante el desprecio que ella le demostró. Nada perdió con ello. La fuente no recibe daño alguno cuando alguien se acerca a sacar agua de ella, porque no deja de correr. En ti, mi buen Jesús, se encuentra la fuente viva y poderosa que mana de tu Padre; eres fuente de vida en ti mismo; eres Dios, y no tienes necesidad alguna de tus criaturas.

    El Espíritu que procede de tus dos personas es designado como fuente viva y fuego de caridad; caridad que te mueve a amar a tus criaturas para comunicarte a ellas con una comunicación tan excelente, como la de un esposo con su esposa: Yo te desposaré conmigo para siempre; te desposaré conmigo en justicia y en derecho, en amor y en compasión, te desposaré conmigo en fidelidad, y tú conocerás al Señor. Y sucederá aquel día que yo responderé, oráculo del Señor, responderé a los cielos, y ellos responderán a la tierra; la tierra responder al trigo, al mosto y al aceite virgen. (Os_2_21s). 

Todo lo anterior se llevó a cabo hacia el fin de los días mortales del Salvador. [13] San Juan dijo: Jesucristo, sabiendo que había llegado su hora de pasar de este mundo al Padre, habiendo amado a los suyos que estaban en el mundo, les dio, al final, el signo más grande, porque sabía que el Padre le había puesto todo en sus manos (Jn_13_1s). Quiso, por ello, ofrecer la cena y, después de ella, darles él mismo el don infinito que procedía de un amor infinito: quiso hacer el banquete de sí mismo deseando, antes de darse en alimento, lavar los pies de los discípulos, en un servicio que era el más bajo que se asignaba a un sirviente. Los pies de Judas fueron los más indignos y advenedizos que jamás había soportado la tierra. Cuán cierto fue, mi buen Jesús, que el que estaba a tu mesa para comerte, verdadero pan de vida, levantó el talón para traicionarte, entregándote a tus enemigos. Aun así, toda su malicia pareció multiplicar en tus entrañas actos de bondad. Esposo apasionado, perdona mi atrevimiento al preguntar hasta dónde te lleva el amor. Los serafines tienen razón cuando velan su rostro ante tu grandeza y los pies ante tu voluntaria humildad, como no comprendiendo ni tu humildad, ni tu sublime majestad. Sólo les quedan las dos alas de en medio para volar. Su vuelo se detiene en el amor; el amor que es tu peso: donde él te lleva, ahí te diriges. Te veo ahora como el espectáculo de Dios, tu Padre, de los ángeles y de los hombres: Salid a contemplar, hijas de Sión, a Salomón el rey, con la diadema con que le coronó (Ct_3_11), no su Madre María, sino [14] su humildad, a la que puede llamarse de ese modo en el día de sus bodas, el día del gozo de su corazón (Ct_3_11). Salgan, ángeles de la Sión celestial; salgan, almas fervientes, fuera de ustedes mismos para admirar al rey de Salomón a los pies de Judas, a quien no sólo lava, sino besa. Contemplen esos pies colocados sobre la cabeza del Salvador, admirándolos cual valiosa diadema para el rey de reyes. La humildad y la caridad son causa de que él reciba esta corona o diadema en los días de sus bodas, de su alegría y de los deseos de su corazón. Contémplenlo humillándose y anonadándose a sí mismo tomando la forma de un servidor, el más despreciado de todos. Véanlo como al pie de la Cruz, ya que Judas fue para él la cruz más grande que debía sufrir: en ese momento, su apostasía crucificaba al Salvador en lo más íntimo de su corazón. La cruz de madera fue el suplicio de su cuerpo; Judas, empero, fue el tormento de su alma, al igual que todos los Judas, por los que Jesucristo quiso sufrir voluntariamente y transportado del divino amor, al grado en que éste llegó a constituir la alegría de su corazón afligido. Dos contrarios parecen radicar en un mismo sujeto, pero ello es obra del amor: el amor transporta el alma del que ama al objeto amado, pareciendo animarlo de sí mismo. [15] Contemplen al Salvador portando él mismo su corazón, su alma y su divinidad hasta los labios de Judas, en los que irrumpir el primer enemigo del mismo Salvador.

    Mi buen Jesús, fue éste un duelo trágico y sangriento. Pero, ¡cómo! ¿Te bates contra todo el infierno por el alma de Judas, a la que anhelarías desposar y recibes los golpes de los poderes de las tinieblas? Cual otra Dalila, esa alma desdichada te traicionaba ya en su corazón y, a ejemplo de Sansón, pareciste enseñarle la manera, diciéndole que hiciera pronto lo que su malicia había planeado. El amor es, en ti, más fuerte que la muerte y tus celos más duros que el infierno; tu fuego sobrepasa todo fuego. Tu corazón es una lámpara de fuego, al que ni los pecados de la humanidad podrían extinguir, ni disminuir en algo su caridad. Padre eterno, ¿es así como amas a los pecadores? Tanto amó Dios al mundo (Jn_3_16). Levántate, Aquilón (Ct_4_16); sal de aquí, alma congelada. Dejemos a Judas, ya que abandona a los buenos.

    ¡Ven, ábrego! Sopla en mi huerto, que exhale sus aromas (Ct_4_16). Alma mía, permanezcamos en el cenáculo con los buenos. Jesús invita; quédate con él, que es la soberana bondad. Contempla a Jesús, quien parece olvidarse de sí mismo, diciendo: Con gran deseo he deseado (Lc_22_15). Ah, cuánto he anhelado este día de mis bodas, en el que he querido entregarme y comunicarme sustancialmente a ustedes, obrando este matrimonio sagrado mediante este sacramento, que es prenda de mi amor. 

    Adornados de la gloria futura, bebamos en nombre del matrimonio: Ya he entrado en mi huerto, hermana mía, novia; he tomado mi mirra con mi bálsamo (Ct_5_1) [16]. Tú me llamas a tu jardín, y yo te reclamo al mío. Ya he mezclado mi mirra con mis perfumes. Ya bebí mi vino con mi leche; me encanta estar en ti; pero como dije a San Agustín: Es mejor que tu sed sea cambiada en mí, y que beban mi esposa, mis apóstoles, mis amigos. Juan, mi muy amado, embriágate. Mi pecho es su lugar de reposo, después de haber comido el trigo de los elegidos y el vino que engendra vírgenes.

    Yo dormía, pero mi corazón velaba (Ct_5_2), repetía Juan. La voz de mi amado Jesús llama a mi entendimiento. Ábreme tu alma, hermana mía, mi toda mía, mi paloma, mi inmaculada, porque mi cabeza está colmada de rocío. Recibe en ti el rocío celeste que tanto desearon los antiguos. Abre tu corazón y haré germinar en él el principio de mi amor inmortal. Serás semejante a aquel a quien amas; yo moraré en ti y me asentaré como la nube, Y germine el Salvador (Is_45_8). En tanto que San Juan correspondía a este amor con toda la gracia y fuerza que poseía, se adormeció dulcemente, sosegándose sobre el pecho del Salvador: Exulto a la sombra de tus alas; mi alma se aprieta contra ti, tu diestra me sostiene (Sal_63_8s).

    El discípulo amado voló a cubierto bajo las alas del Salvador, el cual extendió su vuelo hasta el seno del Padre, donde se estremeció de júbilo al contemplar la generación eterna: En el principio existía el Verbo (Jn_1_1), y lo que sigue, que me llevaría largo tiempo describir. [17] Vio cómo el Verbo se hizo carne para morar entre nosotros, contemplando su gloria como la del Hijo único del Padre, lleno de gracia y de verdad. Fue entonces cuando esta águila excelsa enseñó a volar a su aguilucho del corazón, permitiéndole contemplar fijamente el sol de su divina esencia. De este modo, de pequeña aguililla, lo convirtió en otra águila grande que se alimentaba del extracto del cedro del Líbano, que representa al Salvador. Dicha resina es su divinidad, y el exterior del árbol, su humanidad. El penetró en el sagrado zumo, conociendo así los secretos divinos con tanta inteligencia y comprensión como puede darse en la tierra, adhiriéndose fuertemente a esta su presa, el pecho de su maestro, al que siguió hasta la muerte, diciendo: mi alma se aprieta contra ti, tu diestra me sostiene (Sal_63_9).

    Dicha diestra lo sostuvo milagrosamente, ya que es de admirar que no muriese de amor, pudiendo exclamar: La diestra del Señor hace proezas, excelsa la diestra del Señor, la diestra del Señor hace proezas. No, no he de morir, que viviré, y contaré las obras del Señor (Sal_118_16s). El fue dejado en la tierra para que nos dijera o narrara los misterios más grandes que tenemos, los cuales dice haber contemplado. El es hijo de la diestra, hijo del corazón y el Benjamín del Salvador: Allí iba Benjamín, el pequeño, abriendo marcha (Sal_68_28). El amor y la virginidad fueron las dos grandes alas que lo llevaron hasta este desierto; un amor interior y una virginidad interior más excelentes en él que lo exterior. Este desierto puede ser descrito como la divinidad, que no podía ser vista por los hombres sin morir, y mucho menos habitada. Este elegido, en cambio, tuvo el privilegio de verla sin morir, y el de poder hablar de ella. En él fue escuchada la oración de Jesús en la cena: [18] él vio cómo el Verbo estaba en su Padre, la gloria que tenía antes de la creación del mundo, cómo era y es uno con su Padre y fue uno con Jesucristo así como la esposa con el esposo. Su tálamo sagrado fue Jesús de Nazareth, esposo florido que sembraba de flores su lecho, el cual fue más admirable que el de Salomón. San Juan pudo dormir seguro en él. ¿Quién dudaría que el esposo haya dicho a los demás: Las conjuro, hijas de Jerusalén, a no despertar a mi amada hasta que ella quiera? (Ct_2_7).

    Cuando los ángeles vieron al escogido elevado en tan sublime contemplación, exclamaron a una: ¿Qué es eso que sube del desierto, cual columna de humo sahumado de mirra y de incienso, de todo polvo de aromas exóticos? (Ct_3_6). El corazón de Jesús era su ascensión en el amor; en él realizó sus ascensiones; el dulce Jesús fue el lecho rodeado por los más fuertes de Israel. Jesucristo seguía siendo la litera fabricada con maderas del Líbano. El Rey Salomón hizo para sí una litera con maderas del Líbano (Ct_3_9). El mismo la hizo por obra de su Santo Espíritu y de la inmaculada sangre de María; El Verbo se hizo carne, para habitar entre nosotros. 

    San Juan nos dice: Reciban también ustedes al Verbo humanado, que es el don sublime y perfecto que el Padre de las luces les concede. Amen a este esposo, ya que se encuentran en el lecho que es el tálamo santísimo. Digan: Amo a Cristo, a cuya cámara nupcial entraré; cuya madre virgen es; cuyo Padre no conoce mujer. El es para mí un órgano melodioso, a cuyo son cantaré. Cuando le amo, permanezco casta; cuando lo toco, sigo siendo pura; cuando lo recibo, sigo siendo virgen.

    [19] Cuando él te llamó y tú lo seguiste, dejaste a tu padre. Fuiste casto cuando te dejaste lavar los pies y purificado cuando te los besó. Mas ahora que lo has recibido, entregándote del todo a él, de espíritu a espíritu, de corazón a corazón, tu virginidad es más íntegra. Que tu corazón reciba la efusión del suyo; y que el tuyo se funda o licúe en él. Recíbelo una vez más como un sol que producirá en ti claridades eternas: Fulgurante de luz Tú, poderoso, viniste, de los montes eternos. Se turbaron los ignorantes de corazón (Sa_175_5s).

    El hombre sensual es incapaz de comprender los amores espirituales; difícilmente los entiende. Con ello quiero decir que, cuando Jesús ama un alma con amor esponsal, se comunica a ella, pero ante todo, sustancialmente en el Santísimo Sacramento del altar con un proceder de amor tan admirable, que sólo puede describirse como el derramamiento de la simiente divina en el alma; semilla que no muere ni se aparta de su principio u origen, permítaseme la expresión, ni de su vitalidad o de su poder; poder que recibe el nombre de amor, de un amor que obra y hace germinar dicha simiente infusa en el espíritu y en el corazón de la esposa. Es la llave maestra, el dedo de la derecha que abre el corazón, aunque esté cerrado con doble cerrojo, cual jardín cerrado y fuente escondida. Es un huerto reservado a plantar en él la flor de los campos y el lirio de los Valles. Es fuente en la que se reciben, en participación, las aguas del manantial de vida. Este corazón, [20] al que el Cantar y el Evangelio llaman seno, es transformado en río: Del seno de aquel que cree en Mí, manarán ríos de agua viva (Jn_7_38).

    El amor divino produce todo esto en la esposa, porque ella posee la fe viva que la impele a acercarse a su esposo, en un movimiento que produce la esperanza, esperanza que no es vana, sino prontamente coronada de alegría, de un gozo que es caridad, la cual establece su morada en el corazón. Donde hay caridad, Dios establece su morada. El amor es una ley exigentísima. No basta con sólo guardar los mandamientos y consejos del amado, sino aun sus signos, que son como invitaciones y poderosos atractivos al grado en que, si él atrae una de nuestras potencias, todas las demás vayan en pos de su aroma. Tanto las más bajas como las más jóvenes, están muy apegadas a los sentidos corporales, los cuales parecen espiritualizarse. También ellos participan de las nupcias, pero toda la gloria de la esposa hija del Rey está en el interior. Dicha gloria es una claridad que arde santamente, pero con un fuego que es refrigerio, por ser fuego y fuente, sol y nube a la vez: Cielos, derramen su rocío (Is_45_8), y el Espíritu Santo, que es dicha nube, cubre o modera el ardor del sol de justicia, y mediante su inhabitación difunde en el corazón la suave lluvia de la caridad. El son divino produce sus rayos en el interior de su esposa.

    Estos rayos son concepciones admirables que se realizan mediante la unión de fuego que el divino esposo hace con la esposa. Es la generación castísima: Oh, cuán bella y luminosa es la generación de los castos. Inmortal es su memoria, y honorable delante de Dios y de los hombres (Sb_4_1). ¡Ah, cuán hermosa es esta castidad, en sus irradiaciones! Eterna ser su memoria, porque se realiza en presencia de Dios y por mediación de Dios en el alma [21]. Cuando nos es presentada como un ejemplo a seguir, debemos imitarla. Quien pueda entender, que entienda (Mt_19_12).

    Cuando ella se presenta a nuestros entendimientos, debemos desearla. Si la recibimos, obrará en nosotros esta maravilla: Y coronada triunfa eternamente, ganando el premio en los combates por la castidad (Sb_4_2). A los vencedores se les dar el maná escondido y nombres nuevos. San Juan contempló todo esto. El presenció el combate de la pasión, y bebió con fidelidad del cáliz de dolor de Aquel a quien amaba, que fue para él un esposo de sangre y de aflicción. Así como fue el Benoní en la Cena, hijo de la alegría de su padre, en el Calvario fue el hijo del dolor de su Madre.

    ¡Qué dolor fue para la Virgen el verse privada de un hijo divino, para adoptar uno meramente humano! Virgen santa, así obra el amor: He ahí a tu hijo, el cual te acepta por madre. Es un parto doloroso, que sobrellevas con amor. Es agridulce: tiene lugar en el lecho de la cruz. Este hijo, Juan, será para ti esposo y guardián. Sobre esta colina, tú y él representan a la Iglesia, a la que Jesucristo da a luz y desposa mediante la sangre que brotar de su costado. Te adhieres al querer de Dios, su Padre. Ambos se hacen un mismo espíritu con él. Todo está consumado. Este matrimonio debe durar eternamente, por ser más fuerte que la muerte. Se lleva a cabo en ella, o por ella. La sangre y el agua son lazo y testimonio; y el espíritu son los tres que dan testimonio en la Iglesia Militante [22], así como hay tres que dan testimonio visible en el cielo: el Padre, el Verbo y el Espíritu Santo.

    Así como estos tres son un solo Dios, el agua, la sangre y el espíritu forman una unidad en la tierra. La victoria que vence al mundo es nuestra fe; nuestra seguridad, Jesucristo que ha resucitado para no volver a morir. El está a la derecha del Padre para atraernos en pos de sí, a fin de que busquemos las cosas de arriba y no las de la tierra. El es el nuevo y celestial Adán que tiene una esposa virginal, salida de su costado. Todos los hijos deben ser semejantes: blancos de pureza y rojos de caridad, ya que él dijo: Cándido y rubicundo (Ct_5_10). Un semejante engendra otro semejante; la pureza acerca a Dios, y la caridad transforma en Dios: el esposo y la esposa son dos en un espíritu.

    ¡Oh, gran sacramento del matrimonio de Dios con la Iglesia! Es la nueva Jerusalén que desciende del cielo y de Dios, adornada de su esposo; es el tabernáculo de Dios con los hombres: él vive con nosotros, mediante este matrimonio, hasta la consumación de los siglos: Y estaré con vosotros todos los días, hasta el fin de los tiempos (Mt_28_20). Su espíritu no abandona jamás a la Iglesia, gobernándola en todo momento. Este amable Jesús mora en ella realmente en el santo Sacramento del altar, que es una invención de amor incomprensible e incomparable para deleitar a la Iglesia militante con el mismo Verbo, que está en el cielo glorioso y visible para glorificar a la triunfante.

Tercer matrimonio

    Tercer Matrimonio: [23] Y ahora, el tercer matrimonio, que es el que mi queridísimo esposo se ha dignado hacer con la más indigna de las esposas que quiso escoger sobre la tierra. El mismo me ordenó escribir, mandato que me fue reiterado por mi confesor. A pesar de la pena que sentí en mi espíritu, tuve que resolverme a obedecer. Al comenzar a escribir, no pensé en hablar del matrimonio realizado con la Virgen en la Encarnación; pero su esposo, el glorioso Espíritu Santo, así lo quiso. Tampoco sobre la Iglesia, pero el mismo Jesucristo condujo mi pluma junto con mi entendimiento. No podía oponerle resistencia y darme a la tarea, ya que estos tres matrimonios son tres testigos de su amor y sagrados lazos que nunca se romperán. Los dos primeros son muy reales; a pesar de ello, los ángeles y los santos le suplicaron que confirmara el tercero. Las otras dos esposas son purísimas y sin mancha. La tercera, en cambio, es la indignidad misma a causa de sus pecados. Sé bien, querido amor, que puedes en tu bondad, permitir que donde ha abundado la iniquidad, sobreabunde la gracia; que no has venido a llamar a los justos, sino a los pecadores. Fuiste tú quien mandó al profeta Oseas que desposara una pecadora pública. Tú mismo llamas al alma pecadora, a pesar de ser el Padre de la virginidad. Tu amor te mueve a abrir senderos en un mundo lleno de abrojos, a fin de que el alma errante vuelva a ti, que abres cada día tus brazos para recibirla en ellos.

    A otras, querido amor, las llamas desde el vientre de la madre. Tu Providencia las levanta del polvo [24] para gloria tuya, haciéndolas Israelitas. Te manifiestas a ellas, y desde la aurora las ayudas, estableciéndote en medio de su corazón: Dios está en medio de ella, no se estremecerá (Sal_45_6). Les concedes un río de gracia, que parece brotar impetuosamente de tu amor, con objeto de alegrar el alma que te pertenece, santificándola como a tabernáculo tuyo. Cuán dichosa es el alma a la que llamas desde la aurora, si corresponde a esta vocación. La proteges bajo la sombra de tu mano, transformándola en una especie de saeta escogida y aguda para taladrar los corazones. Ella es de las escogidas que llevas en tu carcaj. Los espíritus te son muy queridos, aunque parezcan poca cosa a sus ojos, y comparados contigo. A pesar de lo dicho, obras en ellos maravillas: El ha dicho: Poco es el que tú me sirvas para restaurar las tribus de Jacob, y convertir los despreciados restos de Israel: He aquí que yo te he destinado para ser luz de las naciones, a fin de que seas mi salvación hasta los confines de la tierra (Is_49_6), dices a esta alma. 

    En el tiempo oportuno, la escuchas, siendo su ayuda en el día de salvación y sirviéndola tú mismo. Que el cielo del amor te alabe por ello, y que la tierra también se regocije, porque tú, Señor, consuelas a tu pueblo teniendo piedad de tus pobres servidores. Aun cuando la madre olvidara a su hijo, tú no olvidarías a la que amas, diciéndole: Mira, en las palmas de mis manos te tengo tatuada (Is_49_16). Siempre estoy en vela en torno a tus muros: Tus muros están ante mí perpetuamente (Is_49_16). En ella los ángeles son cual muros o guardianes del alma, que contemplan sin cesar los ojos divinos y tu rostro [25].

    Esta alma se considera indigna de tales favores; ella misma se llama estéril. Comprende muy bien que semejantes gracias le llegan de la bondad de su amor, al que da toda la gloria. Dicho amor goza en ella como en su esposa, y el Señor deja oír su voz hasta los confines de la tierra. Los sentidos lo perciben a través de sentimientos de acogida y los ángeles se encargan de decir a la hija de Sión, a manera de heraldos, que su Rey viene como su Salvador, llevando consigo su recompensa, ya que, ¿Quién podría gratificar debidamente su visita? El obra por medio de su presencia la santificación de esta alma, redimiéndola con el precio de sí mismo. El alma, por tanto, le pertenece doblemente en calidad de ciudad conquistada en el fragor de sus batallas. Por ello la fortifica con sus ángeles. 

    No se contenta, empero, con verla dotada de esta guarnición. El mismo acude a ella con sus vestidos ensangrentados en la batalla que ha ganado; de manera que, al verle, exclama el alma: ¿Quién es ése que viene de Edom, de Bosrá, con ropaje teñido de rojo, ése del vestido esplendoroso, y de andar tan esforzado? (Is_63_1).

    Ella comprende muy bien que él viene de combatir para salvarla, y le pregunta por qué ha enrojecido sus vestiduras; por qué está todo bañado en rojo como alguien que sale de pisar un lagar. El le confiesa que él mismo lo ha hecho, pero enteramente solo; y después de expresar sus justas quejas en contra del pecado, proclama una indulgencia digna de la grandeza y la abundancia de su misericordia: Dijo él: De cierto que ellos son mi pueblo, hijos que no engañarán. Y fue él su Salvador (Is_63_8).

    Vemos aquí nuevas semillas que el esposo divino concede al alma, la cual, admirada ante las maravillas que escucha, y atraída por la belleza de su amado, dice: [26] Que me bese con el beso de su boca (Ct_1_11), porque Jesucristo, al que ha escogido, es el mismo que tanto ha sufrido por mí, que, sin haber padecido, le pertenezco en toda justicia. No deseo sino a él; que me bese con un beso de su boca. No sólo deseo ser su esposa, sino también su pequeña lactante. Me adheriré a sus pechos, que son mejores que el vino: Mejores son que el vino tus amores; mejores al olfato tus perfumes (Ct_1_2). Que él se apodere primeramente del sentido del tacto: Pues al tocarle, sigo siendo pura. Que me atraiga después mediante el ungüento perfumado que es su nombre: Ungüento derramado es tu nombre, por eso te aman las doncellas. Llévame en pos de ti: ¡Corramos! (Ct_1_3s).

    Dios llama al alma a ser su esposa, movido por su misericordia y caridad eternas, atrayéndola a sí dulcemente, mostrándole los dolores que sufrió por ella y cuánto merece ser amado, por ser la bondad soberana y la belleza inefable. La vista de una belleza la hace deseable y el deseo, a su vez, exige la unión o el gozo, que es posesión: posesión que complace y es agradable. Lo que agrada o complace alimenta; por ello la esposa, cuando besa a su divino esposo, se alimenta como un pequeñuelo del pecho divino. Este beso purifica el alma en sus amores; amores que se refuerzan con el aroma de sus ungüentos preciosos. El nombre del amado es bálsamo derramado; los sentidos, representados por las jovencitas, aman su perfume. Jesús es dulce al oído y a la boca. Cuando se dice que Jesús de Nazareth es un esposo florido, el olfato recibe su parte, atrayendo y ganando, de este modo, a todos los demás sentidos.

    [27] Es menester seguir adelante. El amigo dice: Atráeme y correré en pos de tus perfumes. Para demostrar que este enamorado es realmente liberal y magnífico, conduce él mismo a la esposa hasta su cava, donde guarda un vino que embriaga, embellece y alegra: El Rey me ha introducido en sus bodegas; en ti exultaremos y nos alegraremos (Ct_1_4). El alma se alegra, no sólo en los dones, sino en su esposo, en ti. La memoria de tus pechos es superior a la del vino; que no se piense en mí como aficionada al vino de los dones, sino que la leche de los pechos me venga más a la memoria. Mis amores son semejantes a la ternura de los bebitos, que se deleitan en la leche. Hablaré directamente a mi amado: Te aman los rectos de corazón. Negra soy, pero graciosa, hijas de Jerusalén (Ct_1_4s).

    Ángel de Jerusalén, soy morena porque aun no he llegado a la luz y santidad perfectas. Soy como las tiendas de Cedar: aún no me decido a dejar las ocasiones de pecado ni mis pasiones, que con frecuencia me hacen sentir sus tempestuosos embates. Con todo, no dejo de ser bella interiormente. Estoy determinada a no consentir en que dichos golpes afecten mi interior.

    Exteriormente, me parezco a las tiendas sacudidas por los vientos, y la piel sahumada de Salomón. Las penitencias son rudas y abaten las llamas de amor, llegando a alterar nuestro físico, por descuidarlo. Los enamorados del mundo se maquillan; en cuanto a mí, hago a un lado los afeites exteriores. No fijéis en mí la mirada (Ct_1_6), santos ángeles, por estar cubierta de hollín. Mi sol me ha decolorado: es un sol todo de fuego... Cuando él reluce sobre ustedes, los halla del todo espirituales. Ninguna partícula de materia le pone obstáculo; nada manchado hay en ustedes que deba purificarse; hace mucho que fueron purificados.

    [28] Yo, en cambio, da pena decirlo, soy tan material, y el sol encuentra tantos obstáculos, que no puede, con su acostumbrado poder, disipar mis brumas, que son fumarolas de vapor que exhala mi tierra. Es mi cuerpo, que disuelve el agua sobre un rostro al que el sol ateza exteriormente. Pero el secreto por el que les digo que soy bella, consiste en que mi sol, a través de su calor, origina que dicha agua riegue esta tierra, o al menos la humedezca. Cuando acepto mis deficiencias, su conocimiento me humilla; humildad que me hace hermosa ante sus ojos, que, al ver mis imperfecciones, las purifica.

    San Juan dice que los ojos de aquel que parecía un Hijo del hombre, eran semejantes al fuego chispeante: Cuál llama de fuego (Ap_1_14). Estas llamas purifican: Los hijos de mi madre tramaron en contra mía (Ct_1_6). Los hijos de la Iglesia combaten contra mí. Han deseado que fuese yo enteramente perfecta desde el momento en que fui llamada a la santidad. Los directores se encargan de cuidar la viña de nuestra alma, para que los ladrones y las bestias de la vanidad y la sensualidad no se acerquen a ella. Mi fragilidad, empero, me impele a recaer en mis imperfecciones: No cuidé mi propia viña (Ct_1_6).

    Suele suceder a casi todas las almas el enfriarse en su devoción después del primer fervor. El Señor tuvo que llamar dos veces a sus primeros apóstoles, y si añadiera yo que tres, diría la verdad: la tercera fue después de la Resurrección; vocación que se hizo efectiva por obra del Espíritu Santo, que es un amplio vínculo, muy difícil de romper. Estas tres vocaciones se mencionan en el evangelio: la primera, como procedente del Padre: [29] Nadie puede venir a mí, si el Padre que me ha enviado no lo atrae. Está escrito en los profetas: Serán todos enseñados por Dios. Todo el que escucha al Padre y aprende, viene a mí. No es que alguien haya visto al Padre; sino aquél que ha venido de Dios (Jn_6_44), Jesucristo; ése lo ha visto. En cuanto Verbo, él es Dios. En cuanto Cristo, es Dios, el primer nacido de las criaturas, en la mente eterna, y el primogénito entre muchos hermanos.

    Ahora bien, este primer llamado, a pesar de ser tan fuerte por apartar el alma de la gran vanidad, no es siempre tan fuerte como para que ella no dé marcha atrás, sea por estar acostumbrada al mundo, sea por la mortificación de cuerpo y de espíritu que encuentra en la devoción, sea porque el cuerpo y sus sentidos naturales no están agudizados o suficientemente iluminados.

    Me parece que, no sólo hay que escuchar los misterios ocultos, sino renunciar a sí mismo y seguir a Jesucristo cargando con su cruz. Solemos comportarnos como los demás, y aun algunos discípulos: Muchos de sus discípulos, al oírle, dijeron: Es duro este lenguaje. ¿Quién puede escucharlo? Pero sabiendo Jesús en su interior que sus discípulos murmuraban por esto, les dijo: ¿Esto os escandaliza? ¿Y cuando veáis al Hijo del hombre subir adonde estaba antes? El Espíritu es el que da vida; la carne no sirve para nada. Las palabras que os he dicho son espíritu y vida (Jn_6_60s).

    Bien sabía Jesús que, después de que el Padre hubiese atraído a él [30] a los hombres mediante las primeras luces que les diera, las brumas de las imperfecciones ofuscarían su luz, enfriando, al parecer, al alma más que antes, encontrándose de este modo más rezumante, en vista de que sus imperfecciones son más señaladas, disgustando con ello al prójimo más que antes de recibir los primeros rayos de la vocación. Esto es causa de que las almas retrocedan o se paren en seco; porque en los caminos de Dios, el que no avanza, retrocede.

    Llega a suceder también que hay almas que dejan todo, y que algunas de ellas jamás volverán a él ni querrán hacerlo: Porque Jesús sabía desde el principio quiénes eran los que no creían (Jn_6_64); y quién y quiénes lo traicionarían, aparentando devoción para entregarlo a sus enemigos, obrando de este modo peor que los que no le conocieron: Y decía: Por esto os he dicho que nadie puede venir a mí si no se lo concede el Padre. (Jn_6_64). Hago notar que Jesús dice, en esta segunda ocasión, que nadie puede ir eficazmente a él si no recibe el don del Padre. No dice los rasgos o los rayos, sino el don, que me parece es el Espíritu Santo: el poder de lo alto, el don perfecto que procede del Padre de las luces, el cual no sufre sombra corporal alguna, ya aun fue necesario que Jesucristo se alejara de la presencia visible de sus apóstoles para dar lugar al Espíritu.

    Esta vocación es la tercera; la que lleva a amar a Jesucristo más fuerte y divinamente, dando a conocer más claramente sus palabras, que dan la vida eterna y el verdadero conocimiento: Esta es la vida eterna: que te conozcan a ti, el único Dios verdadero, y a tu enviado, Jesucristo. (Jn_17_3). [31] Ahora bien, para adquirir este conocimiento, es menester poseer al Espíritu Santo, al que mi Padre enviará en mi nombre, y al que yo mismo enviaré si me voy, por ser esto lo que conviene a las almas.

    La carne en nada se beneficia: ni sus ojos corporales, ni sus corazones, que son tan duros, pueden comprender lo que les digo. Ustedes juzgan como hombres mortales las cosas mortales y corporales. En verdad les digo que las palabras que les digo son espíritu y vida (Jn_6_63). Ustedes se escandalizan cuando les digo que he dado mi cuerpo como verdadera comida del espíritu, a manera de espíritu. ¿Qué dirán cuando vean al Hijo del hombre subir corporalmente al lugar donde estaba desde el principio como Hijo de Dios? Aunque subirá hasta allí con su cuerpo, no ha dejado de estar siempre con su Padre y el Espíritu Santo, Espíritu que es el Espíritu del Padre y del Hijo. El es el Espíritu que vivifica; la carne, sola, en nada aprovecha para la vida eterna; y de esta vida les hablo. Sin embargo, como ustedes son materiales y corporales, es menester que comience yo a enseñarles a través de las cosas materiales. Me hice hombre para enseñarles a lo humano las cosas de Dios. Deseo que, a través del Hijo a quien ven, vayan al Padre, al que no ven. Y como yo soy el camino por el que se llega a mi Padre, no pueden ir a él sino por mí. Yo soy la vida que vive en él, y la vida que ilumina y vivifica a todos ustedes. Así como creó todo por mí, nada creó sin mí. El mismo no sería Dios sin mí. Nuestra esencia es una. Sin mí, el Padre no los iluminaría; él se contempla en mí y se conoce; conocimiento que nos es común. El me conoce como a su Verbo, al que engendra; y yo le conozco [32] como a mi Padre, que me engendra y me comunica su propia sustancia, que recibo íntegramente, sin agotarla, sin que esta comprensión total lo aminore o le haga salir de sí; ni que, al entrar en él, yo sea, en cuanto Verbo, menor que él. El está en mí por generación activa, y yo estoy en él por representación esencial y sustancial interna y eterna. Aunque él sea principio de origen, por ser quien engendra, yo en nada soy posterior ni dependiente por abajamiento. A través de la sucesión del tiempo yo estaba, o mejor, yo estoy con él desde el comienzo que es nuestra eternidad. Estoy con él por ser mi principio en el día de su grandeza. Yo soy también principio del Espíritu Santo, así como él es el amor común; él es nuestra fuerza, nuestra divina producción, nuestro lazo y nuestro término, nuestra espiración activa. El es fuerza que es Dios, producción que es Dios eterno, espiración que es inmensa, término que es infinito: no se trata de un término de impotencia, sino de un término de suficiencia y abundancia, en el que nada es superfluo, ya que el Espíritu Santo comprende todo el amor del Padre y del Hijo; amor que es tan poderoso como el Padre; amor que es tan sabio como el Hijo, amor que es omnipotente, sapientísimo y bondadosísimo como el Padre y el Hijo; amor que es la fuerza, la sabiduría y la bondad divina; amor que es el reposo de dos espirantes, quienes, sin esfuerzo, están siempre en acción de amar a través de ti, amor que amas pasivamente. Ambos exclaman a una: Shaddai. [33] Nada produces en Dios, porque en ti todo es producido. Eres el shabbat delicado y delicioso. El Hijo es la delicia del Padre, porque se deleita en comunicarle por generación toda su sustancia y toda su felicidad. Tú eres la delicia del Padre y del Hijo, que te comunican su felicidad, de la que eres capaz con capacidad divina.

    Hablo de cuán imposible sería para el Padre el contemplar a un Hijo que recibe tan plena y puramente sus perfecciones, si no estuviese asistido, sin cautiverio, por ti en el amor de esta comunicación, si el soberano bien no le amase soberanamente. ¿Qué haría el Hijo si no rindiese a través del amor, una gratitud semejante a la luz que irradia por entendimiento; conocer y recibir un bien y no poder dar gracias por él? Sería obrar como David: Ciencia misteriosa para mí, sublime, no puedo alcanzarla (Sal_139_6). 

    Padre Santo, como fuente de Origen, me concedes la ciencia que procede de tu entendimiento; si no tuviese el poder de amarte con agradecimiento y una identidad de amor, ¿Qué haría yo? Pero, ¿Qué harías, Espíritu Santo, y dónde estarían ustedes, dignísimas tres personas? Sin duda, como nosotros, en un retén definitivo. No serían Dios, no nos habrían creado, porque la nada no puede recibir orden de existir sino por el mandato de un ser soberano. Si lo que ustedes crearon les pareció hermoso y bueno, esto se debió a que lo contemplaron complacidos: Vio Dios todo lo que había hecho, y le pareció muy bueno (Gn_1_32). Por participación, tú sólo eres bueno; por esencia, eres la bondad soberana; te amas a ti mismo a través de tu eterno y soberano Espíritu. Gloria al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo, Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén. 

    [34] Buen Jesús mío hasta dónde he divagado. Decía lo que la esposa dice, que no guardó su viña. Me parece que no he conservado mi estilo de escribir. He volado más alto; el espíritu del Altísimo me arrebató. Es necesario el Espíritu para comprender la transubstanciación; es menester el Espíritu para comprender tu ascensión gloriosa: cuando tu cuerpo se elevará al cielo, tus pobres apóstoles quedarán en tierra admirados, porque el Monte de los Olivos no tendrá para ellos más enseñanzas humanas. No querrán volver hasta que les envíes ángeles con cuerpos visibles, que puedan hablar con ellos.

    Soberano maestro, hay quienes te dejan; y de los que permanecen contigo, no todos te seguirán con fidelidad. Les preguntas si también quieren irse. En esto, mi todo, observo tu presciencia, la cual no es causa de reprobación, ya que no deja de ofrecer las cosas necesarias para la salvación a los que no ignoras que la rechazarán, como si les dijeras: Pobres infortunados por malicia, las palabras que les digo son espíritu y vida, para instruirles y darles vida eternamente; pero ustedes no quieren creer. Son libres, si así lo quieren, de sacar provecho de ellas, y aunque sé desde el principio que no creerán en mí, y que uno de los míos me traicionará, no dejo de hacer lo debido para dotarlos. Ustedes, empero, se resisten; no están dispuestos a recibir el don que mi Padre les daría si me creyeran, para entrar por la puerta como ovejas mías. Yo soy la puerta que conduce al Padre; yo soy su Verbo y palabra de vida. Pero ustedes la rechazan porque digo cosas [35] que repugnan su sentir y su sensualidad. 

    Cuando Jesús terminó de hablar, ellos ya estaban lejos. El, volviéndose a los apóstoles, les preguntó: Y ustedes, ¿quieren también volver atrás como los otros? Elegí doce; sin embargo, uno de ellos es un demonio.

    Jesús dice esto para manifestar cuánto debemos temer, y aunque san Pedro parecía el más iluminado y fuerte, aun hablando en nombre de todos, fue el más débil de los once y negó a su maestro. Los hijos de su madre, la sinagoga, lo derrotaron. Pero no, fue sólo una muchachita, una insignificante doméstica, la causa de su falla en dar testimonio de la viña que el Padre de los cielos le había enseñado, y que el Hijo le mandó guardar por medio de la humilde oración. Pedro se durmió y fue presuntuoso; jactancia humana que lo hizo tibio e insensato; frialdad que lo mantuvo aletargado durante la oración. Al llegar la tentación estaba entumecido, y no pudo resistirla: una muchacha, al hablarle, lo hizo negar, y no pudo preguntarle más. Con este antecedente ¿Quién podrá dejar de temer? La columna fundamental fue sacudida por tan pequeña conmoción. El que esté en pie, mire no caiga (1Co_10_12). El ángel cayó del cielo; Adán, del paraíso terrenal; Judas, del colegio apostólico y san Pedro, en la casa de un pontífice, a pesar de estar ya destinado a ser vicario de Jesucristo. El Padre lo había llamado y el Hijo, iluminado; pero a pesar de todo esto, no pudo impedir su caída. No fue verdaderamente confirmado en la fe sino hasta la venida del Espíritu Santo, que perfeccionó su vocación.

    [36] La esposa, al ver que había abandonado la viña, separándose de Aquel que dijo de sí: Yo soy la verdadera vid (Jn_15_2), se encuentra vagando sin rumbo. Lleva, empero, la esperanza de que el Salvador la llame y la una a él como un sarmiento a la viña; pero de manera que el Salvador obre más que ella, ya que él dijo a sus apóstoles: No me eligieron ustedes a mí, sino yo a ustedes, y los he destinado (Jn_15_16). Soy yo quien les ha dado una participación en mi caridad.

    El Apóstol dice que él nada es, como afirmando: Nada sería yo sin el amor de Dios. Como ustedes están unidos a mí, llevan o dan frutos, y su fruto permanece en el árbol hasta su madurez. Entonces estará cargado de obras buenas y no arruinado por el gusano del amor propio, o por la podredumbre de los bienes más valorados en el mundo:. ..para que su fruto permanezca, de modo que todo lo que pidan al Padre en mi nombre, les sea concedido (Jn_15_16). Si el mundo, que ha sido su nodriza, debido a que se alimentaron de los pechos de sus falsos placeres, los odia porque desean dejar sus máximas, sepan que a mí me aborreció primero. Si fueran del mundo, el mundo amaría lo suyo (Jn_15_19). En verdad ustedes no son de este mundo, pero no debido a sus propios esfuerzos, sino a mi caridad, que los ha sacado de él. Esta es la razón por la que el mundo los odia. Recuerden la palabra que les he dicho (Jn_15_20). El servidor no es más grande que su maestro, Si me han perseguido a mí, también a ustedes los perseguirán (Jn_15_20).

    Las máximas del mundo combaten en contra de la esposa y los hijos de la naturaleza corrompida, que parece ser la madre que nos da a luz, dándonos tales inclinaciones al mal, que dejamos el cuidado de la viña. [37] No sabemos qué rumbo tomar hasta que, a fuerza de sufrimientos, volvemos a Dios, que nos inspira de nuevo; pero, como dudamos que sea él en efecto, y no sentimos que poseemos en realidad luces suficientemente fuertes para iluminarnos y desandar el camino, la esposa dice: Indícame dónde apacientas el rebaño, dónde lo llevas a sestear a mediodía, para que no ande yo como errante tras los rebaños de tus compañeros (Ct_1_7).

    Oh, Tú que amas tanto mi alma como para aceptar por ella el dolor como alimento. Hiciste tu comida al mediodía sobre el lecho sagrado de la cruz; pero una comida que consistió en hiel y vinagre. Dime, ¿Cómo te resarcías al mediodía del más fuerte de tus amores, y cómo descansas? Temo que, al buscarte, encuentre el amor propio, que es como un simio que se burla de ti. Si no me iluminas con el rayo más claro y puro del mediodía, me vería en peligro de optar por el amor propio en lugar del divino; a la criatura por el Creador, y al don por el donante. Enséñame a adorarte en espíritu de verdad, por ser éste lo que tu Padre busca en sus adoradores.

    Dame del agua viva que quita para siempre la sed de las aguas mortales de la tierra, y que mueve a dejar todas las ocasiones que pueden atraer a ella. Que, como el cántaro de la Samaritana, deje el agua terrestre sobre la tierra, así como tú dijiste: Dejen a los muertos que entierren a sus muertos. Que beba yo, si te place, del agua que brota hasta la vida eterna; y como tú la das por nada, y en tanta abundancia, que esta agua forme una fuente que remonte el alma hasta la vida eterna, para que adore con perfección, como los verdaderos adoradores, [38] que son como los del cielo: espíritus adoradores de tu divinidad en un espíritu que es el Espíritu: Dios es espíritu, y los que le adoran, deben adorar en espíritu y en verdad. Sé que va a venir el Mesías, el llamado Cristo. Cuando venga, nos lo explicar todo: Yo soy, el que habla contigo (Jn_4_24s). Fue así como la Samaritana encontró lo que pide la esposa, es decir, dónde come y descansa Jesús al mediodía, solo, después de enviar a otra parte a sus compañeros. La samaritana descuidó la viña, es decir, la gracia. Se había extraviado: el hijo de Jacob, el Padre eterno, le muestra los males que recibió a causa de los cinco maridos con los que no se casó, lo cual era una ofensa a la divinidad. Ella lo acepta, diciendo que sabía muy bien que él era un profeta, y que los profetas y patriarcas habían adorado sobre aquel monte. Y ahora, dice, ustedes los judíos dicen que debemos adorar en Jerusalén. Créeme, mujer, que llega la hora en que ni en este monte, ni en Jerusalén adoraréis al Padre. Vosotros adoráis lo que no conocéis; nosotros adoramos lo que conocemos, porque la salvación viene de los judíos. Pero llega la hora, y ya estamos en ella (Jn_4_21s). 

    La hora del mediodía ha llegado, en la que el sol de justicia cae a plomo sobre tu cabeza. Mujer, que debes ser su esposa; él te enseña cómo se alimenta y reposa al mediodía del puro amor. Tú piensas que debe tratársele como a un profeta; pero no quieres tratarlo con la deferencia debida a un profeta, diciendo que esperas la venida del Mesías, que enseñará todas las cosas. [39] El está sentado, como recostado, descansando de sus fatigas y sediento de tu conversión, que le sirve de manjar y bebida.

    Su Padre lo ha atraído: es éste el manjar que le prepara, y toda la mies que fue sembrada en Samaria, como Jesús bien sabía, y de la que se alimentaba ya en espíritu. Esto es lo que sus discípulos ignoran: la voluntad del Padre es la conversión de las almas; esta es su obra imperecedera, y que se conservar hasta la vida eterna. Mediante esta conversión, él entra en Samaria. Esta mujer fue su precursora, su heraldo, que iba por todos lados diciendo: Vengan a ver un hombre que me ha dicho todo lo que he hecho. ¿Acaso no es el Cristo? Como diciéndoles: Creo en verdad que lo es, pero juzguen por ustedes mismos.

    Mientras que esta mujer se humillaba, exaltaba a Jesucristo, llevando en sí misma, como un espejo cóncavo, al sol que la había deslumbrado en lo más fuerte del mediodía de su amor. Ella disponía los corazones, pareciendo madurar y blanquear la mies que el Salvador y sus apóstoles, irían a recolectar. Lo que la Samaritana recibió del Padre, lo sembró a su vez. Si, pues, les he dicho: ¿No decís vosotros: Cuatro meses más y llega la siega? (Jn_4_35). Levanten los ojos y vean cómo los campos blanquean con la mies. El que siega, recibe su recompensa, y recoge fruto para la vida eterna, de modo que el sembrador se alegra igual que el segador. Yo os he enviado a segar donde vosotros no os habéis fatigado. Otros se fatigaron y vosotros os aprovechéis de su fatiga. [40] Muchos samaritanos de aquella ciudad creyeron en él por las palabras de la mujer que atestiguaba: Me ha dicho todo lo que he hecho. Cuando llegaron donde él los samaritanos, le rogaron que se quedara con ellos. Y se quedó allí dos días (Jn_4_35s). 

    Los apóstoles aprendieron de este modo la manera en que la misericordia detiene a la justicia, y que el fuego del amor obtiene más que el de la venganza; el esposo se comporta con la esposa como para beneficiar a muchas almas. Jesús se comportó así con la Samaritana, la cual fue instruida en lo referente al banquete o refrigerio del mediodía. El esposo ama con un amor verdaderamente puro y lleva a cabo las bodas con él. De este matrimonio se produce la salvación del prójimo, mediante la humilde confesión de la esposa cuando rememora sus faltas, que son los pasos en falso que dio en las imperfecciones, y que abandona los caminos peligrosos del amor propio, que tanto prevaleció en lugar del divino amor. Era como los pastores que la llevaban a pastar entre las vanidades y delicias del mundo. Después de experimentarlas, sale de ellas y, si las considera, lo hace de manera un tanto exagerada, y para dar esperanza a las personas que se encuentran en el mismo peligro. Si Jesucristo la iluminó y sanó, perdonando todos sus pecados, hará lo mismo con ellas: les servirá un manjar inmortal y les dará a beber del agua de vida para siempre; les concederá un reposo interior, en el que él mismo estará presente, descansando en ahí mismo y cumpliendo su palabra: [41] Si alguno me ama, guardará mi Palabra, y mi Padre le amará, y vendremos a él, y haremos morada en él (Jn_14_23).

    Ahora bien, como él es quien reposa en el alma, ella lleva en sí la fuente de la luz, el manantial de vida, la verdadera vid, el torrente de delicias, el pan de los ángeles, el manjar de los grandes, el pan de vida que descendió del cielo y que concede el entendimiento de los misterios divinos.

    Cuando la esposa ha sido saciada y reposa en su rey, instruida por la sabiduría en el mediodía del amor, atrae hacia él a otras, dándole entrada en corazones que se le han resistido, los cuales habían sido considerado indignos de sus gracias por algunas personas celosas como San Juan y Santiago, que hubieran pensado obrar bien al pedir con insistencia el fuego de la justicia divina para consumirlos, a causa del rechazo de las divinas inspiraciones y de las gracias. Pero aquel de quien habla Isaías, que es el divino rey, todo paz, y paciencia, las espera. Es tan bondadoso, que: Caña quebrada no partirá, y mecha mortecina no apagará (Is_42_3). Su paciencia gana los corazones y hace que la gracia multiplique en ellos sus frutos al ciento por uno; y lo que el infierno habría obtenido debido a su vengadora justicia, se lo arranque [42] la misericordia mediante la bondad y la paciencia. La paciencia con la que la misericordia espera a los pecadores, hace visible el poder divino.

    Su prudencia es admirable, su amor tiene invenciones incomprensibles a los sentidos humanos, permitiendo culpas para conceder gracias, de las que podemos decir: Felices culpas que, siendo tan grandes, atrajeron tan gran redentor, el cual concede una copiosa redención, que extiende sobre los que no pensaban verse libres de la cautividad.

    Es verdad, buen Jesús, que con frecuencia dejas obrar a la naturaleza y a sus costumbres, hasta que el alma comete grandes pecados que te desagradan, pero que permites, para del mal, tomar ocasión de hacer el bien, atrayendo así a muchos pecadores. Te sirves de los ejemplos de las almas convertidas para ganar a otras por su medio y atraer, mediante la red de Adán, a los que, más tarde, deseas enlazar con el vínculo de la caridad. Fue como cuando permitiste la muerte de tu amigo Lázaro, para contribuir con ello a la gloria divina. Cuando la gente vio a Lázaro resucitado, muchos acudieron a verte de inmediato. Un buen número se convirtió. Esto no habría sucedido si Lázaro no hubiese muerto y si tú no lo hubieras llamado de nuevo a la vida.

    Tú permites, querido enamorado, que las almas caigan y se queden largo tiempo en el polvo, a causa de pecados que sorprenden a muchos. Si alguien te ruega [43] por estas almas, diciéndote: ¡Ay, estas almas que afirmaste ser tan queridas por ti, están en peligro de muerte, y de hecho mueren por el pecado! Tú, que das la vida a tantos otros que no son tan familiarmente acariciados por ti, permites que permanezcan en este estado. Al oírlo Jesús, dijo: Esta enfermedad no es de muerte, es para la gloria de Dios, para que el Hijo de Dios sea glorificado por ella (Jn_11_4).

    El apóstol dice que todo coopera en bien de los que aman a Dios. Por mi parte, afirmo que para los que son amados por Dios, la muerte es transformada en vida; el pecado, en gracia; sus caídas, en elevación. Dios nos amó primero, porque jamás persona alguna ha prevenido a Dios, y su caridad es perpetua. El es fuente de caridad y fuego ardiente. El purifica o visita Jerusalén a pesar de ser pecadora y no merecer este nombre, porque no supo guardar la causa de su paz. Este Dios, con una luz ardiente, el salmista no dice deslumbrante, viene no para descubrir su vergüenza, sino para inflamarla de nuevo. Continúa buscando en esta alma, que es un pozo, un recipiente de manjares, por si el fuego de tantas gracias que le había concedido, se ha apagado del todo. [44] Lo encuentra cambiado en un lodazal. Lo que él ve es que, a causa del pecado que retiene cautiva al alma, ella deja de ofrecer sacrificios al verdadero Dios, sus acciones son actos morales sin llamas. El ser transformados en lodo significa algunas recompensas terrenales o satisfacciones de este cuerpo de barro, y que dicha alma es esclava del cuerpo y del demonio.

    Aunque la caída llega hasta el pecado mortal, lo cual no siempre sucede, es sin embargo muy grave que el alma deje su caridad inicial o que la deje enfriar. ¿Qué hace la divina bondad? Se esconde en Cristo como en su linterna, y por su medio pasa a visitar a esta alma, reconciliándola con él y permitiéndole contemplar los méritos de su humanidad. A través de ella, tomará el lodo que la ensució en los peligros, la moverá a conocerse y la colocará sobre el altar, sobre la confianza en su pasión y en la cruz. El verdadero altar es Jesucristo, que es al mismo tiempo sacrificio y sacrificador. El es el pontífice que penetra los cielos, bajando y subiendo a ellos con la misma facilidad.

    Es un fuego que tiene la propiedad de descender para remontarse. El mismo es el agua que ofrece a la Samaritana. Pero es fuego y agua, todo a una. El es sol ardiente; en fin, todo lo puede, por ser del todo bueno y misericordioso. El es capaz de avivar este fuego o de cambiar este lodo. El concede la caridad y se une a la virtud. A la pobre alma que era como un carbón casi extinguido o [45] como una vela humeante, la derrite y la abrasa, consumiendo todas sus imperfecciones. El enciende este lodo con una llama ardiente, y Dios es más glorificado en ella que antes de su cautividad. Este sol, que estaba oculto por la nube que habían opuesto sus imperfecciones entre él y el alma, disipa todo y difunde sus rayos del mediodía. 

    A la esposa dice el esposo: Si no lo sabes, ¡oh la más bella de las mujeres!, sigue las huellas de las ovejas, y lleva a pacer tus cabritas junto al jacal de los pastores. A mi yegua, entre los carros de Faraón, yo te comparo, amada mía (Ct_1_8s). No dejes de ser bella. Se dice que nunca los amores parecieron feos a los ojos de los enamorados. En el mundo, el amor es ciego; Dios, en cambio, no puede ser así. Es que sus ojos pueden embellecer el alma desde que la mira, porque con su mirada la purifica.

    Al hablar de este modo, David se dirige al alma esposa del Verbo, más bien que a la mujer de su hijo Salomón. Le dice que, para agradar al rey, es necesario que incline sus oídos para escuchar únicamente la voz de su amadísimo esposo que olvide su pueblo, que salga fuera de su tierra y de sus malos hábitos; y aun que no se considere hija del mundo: una egipcia de tez morena, a la que puede oscurecer más aún. Debe olvidar todo lo creado, y meditar en el ardor que sentía mientras [46] llevaba los rebaños de sus sentidos a pastar como cabras malolientes a causa del pecado, cerca de los albergues de los pastores, o más bien de los mercenarios, ya que los mundanos son falsos pastores que devoran a las ovejas. Entonces las almas de las ovejas que han sido blanqueadas en la artesa, se vuelven, a causa de su maldad, sucias como el mundo, que, como dice San Juan, está inmerso en la malicia.

    Los cimientos del mundo son la concupiscencia de los ojos, la de la carne y la soberbia de la vida. Todo esto constituye la miseria y pobreza de Satán, que sólo puede experimentar una prisión infernal y tormentos sin fin. El es el príncipe del mundo, y como tal recompensa a sus súbditos. Sus hijas son templos adornados con fardos de terror, en cuyo interior sólo se encuentran sucios y horribles monstruos y bestias. La esposa, por tanto, no debe recordar la casa de su padre y todas las vanidades sino para despreciarlos.

    Sucederá entonces que el Rey de reyes se complacerá en su belleza, que proviene de él. Pero, como el Padre eterno ama la bondad y belleza que da a su Hijo por naturaleza, Jesucristo mismo amará la belleza con la que adorna a su esposa mediante la gracia; y así como parece que el Esposo sólo tiene ojos para conocer la belleza que le ha dado, es necesario que ella no tenga ojos, ni oídos, ni corazón sino para ver, escuchar y amar a Aquel que le comunica tal belleza, y que todas sus potencias y sentidos den gracias a Dios en la adoración; [47] que le ame con todo su corazón, con toda su alma y con todas sus fuerzas, y a su prójimo como a sí misma; atrayéndolo en pos de ella. Cuando los demás quieran verla, la considerarán sólo como la amiga del rey; si le rinden alabanzas, serán como regalos que le llevan las hijas de Tiro, ya que con frecuencia Dios permite que, para honrarlo, sus amadas reciban honores, pues Dios es admirable en sus santos.

    De este modo, ella exclamará: No a mí, Señor, no a mí; porque toda la gloria de la hija del Rey está en el interior. Que su vida esté escondida con Jesucristo en Dios; que no viva más que en él, por él y de él. Que diga unida a la Santísima Virgen: Engrandece mi alma al Señor (Lc_1_46). Que su espíritu sólo se alegre en Dios su salvador; que pueda decir en verdad que él ha mirado su humildad.

    ¿En quién hará su morada el Espíritu Santo, sino en el espíritu humilde que conduce a esta alma así como condujo a los cuatro animales, y a las cuatro ruedas que vio el profeta Ezequiel? En el punto en que su amor desea exaltarla, no permite que ella dé marcha atrás. Su deseo es que ella siga la impetuosidad de sus mociones. La hace toda ojos; le da alas, la desea bondadosa para amar. Le da rasgos humanos para que sea humanitaria. La desea como un león para que tenga los ojos abiertos y se llene de valor; [48] la desea como un buey para que se sacrifique y lleve las cargas; quiere que sea como un águila para que vuele por encima de todas las cosas.

    El quiere que los rostros de estas cuatro propiedades tiendan al cielo y que las alas vayan allá; que las cuatro alas estén unidas y adheridas, y que el cuerpo casi no sienta su propio espesor. El desea revestirlo de alas, lo cual tiene un bello significado: la esposa no debe llevar el lastre de las cosas terrenas, y todos sus afectos deben identificarse con su rostro. Esto no puede darse por inadvertencia: ella debe moverse con el poder del Espíritu Santo, así como el profeta dijo de estos seres: Y no se volvían en su marcha. Había en el centro como una forma de cuatro seres, como brasas incandescentes, con aspecto de antorchas, que se movía entre los seres; el fuego despedía un resplandor, y del fuego salían rayos. Y los seres iban y venían con el aspecto del relámpago (Ez_1_13s). Esto significa que, al dar respuesta al Espíritu divino, ella no vuelve más a lo suyo, sino que su sola vista inflama a todos los que la ven. Ella es como una lámpara brillante y ardiente, como se dijo de San Juan Bautista. En ocasiones, la lámpara parece producir rasgos llameantes, a manera de astros, a los ojos de quienes la contemplan. Dios suele conceder esta gracia a los cuerpos de los santos: los torna brillantes y manifiesta el resplandor del fuego que él mismo ha encendido en su corazón, que suele ser él mismo, ya que de dicho fuego sale un rayo que derrota a los enemigos y da eficacia a las palabras santas, despedazando con frecuencia a los corazones más endurecidos. Nadie puede resistir a dicho rayo, que es el espíritu o la boca que él prometió a los apóstoles: Y los seres iban y venían con el aspecto del relámpago (Ez_1_13s).

    Los cuerpos van y vuelven a manera y semblanza de un rayo fulminante. El toca las almas, y después ellas retornan a Dios, para tornarse semejantes a dicho rayo refulgente. ¿Por qué no? Sucede en virtud de la oración del Salvador, que pidió a su Padre que los suyos tuvieran la caridad, la unión y la santificación que él poseía con él desde antes que el mundo existiera, y antes de la ley de la gracia, cuando Dios dio la ley a Moisés, sea que esto haya sido por mediación suya o a través de sus ángeles. Aquel que promulgaba la ley no la daba de modo estéril, sino acompañada del rayo, rayo que espanta a los malos y alegra a los buenos, compartiendo con ellos su luz.

    Con dicha luz brilló el rostro de Moisés, en forma de cuerno. Y David, ¿no dice acaso en tantos lugares que los rayos de Dios son fulminantes y destruyen a los enemigos?: Señor, inclina tus cielos y desciende, toca los montes, que echen humo. Fulmina el rayo y desconciértalos, lanza tus flechas y trastórnalos (Sal_144_5s). Y todo para hacer a los amigos de Dios temibles y victoriosos entre todos: [50] Allí suscitaré a David un fuerte vástago, aprestaré una lámpara a mi ungido; de vergüenza cubriré a sus enemigos. Y sobre él brillará mi diadema (Sal_132_11s).

    Hay dos o tres clases de ungidos: los sacerdotes, los reyes y las personas a las que el Espíritu Santo unge con la unción mística. A éstos me estoy refiriendo. San Esteban fue ungido del Espíritu Santo cuando sus apóstoles lo elevaron al diaconado, junto con los demás, para el ministerio entre las viudas: Y escogieron a Esteban, hombre lleno de fe y de Espíritu Santo, Esteban, lleno de gracia y de poder, realizaba entre el pueblo grandes prodigios y señales. (Hch_6_5s).

    Y todos los de diversas naciones que allí se encontraban, se pusieron a disputar con Esteban, pero no podían resistir a la sabiduría y al Espíritu con que hablaba (Hch_6_9s); sabiduría que no residía solamente en sus palabras, sino en la belleza de su rostro, que convencía a quienes le miraban, manifestando cuánta paz y alegría inundaban su alma: Fijando en él la mirada todos los que estaban sentados en el Sanedrín, vieron su rostro como el rostro de un ángel (Hch_6_15). Pero un ángel del orden supremo, con un privilegio especial para contemplar el trono divino y mirar cara a cara a las dos personas de la Sma. Trinidad, ya que la tercera, que es el Espíritu Santo, moraba en él, permitiéndole contemplar a [51] las otras dos. El amor y la pureza de corazón permiten ver a Dios, Espíritu que es amor y pureza.

    Pero él, lleno del Espíritu Santo, miró fijamente al cielo y vio la gloria de Dios y a Jesús que estaba en pie a la diestra de Dios (Hch_7_55). No vio el rostro ni los pies velados como los serafines de Isaías. San Pablo dice que él juzgará a los ángeles. Pero, ¿no ha sido determinado ya el destino de los ángeles desde su confirmación en gracia y en gloria? Sí, pero el Apóstol les hará entender que Dios, al hacerse hombre, deificó al hombre por participación, y que Jesucristo pidió a su Padre, para la humanidad, la misma gloria que siempre tuvo con él. Ahora bien, Dios nada oculta a su Hijo. Afirmó que nadie le conocía sino el Hijo, y aquellos a quienes éste quisiera revelarlo. Jesucristo dice que en el mundo habla en parábolas, pero a sus apóstoles descubrió sus misterios divinos, diciéndoles lo que aprendió de su Padre. ¿Acaso no afirmó San Juan, el águila: Nosotros hemos visto su gloria, gloria como del unigénito del Padre, lleno de gracia y de verdad?

    San Esteban, lleno de gracia y fortaleza, es o puede ser llamado verdad, porque la verdad sobresale gloriosamente en las disputas, ya que la Voz la enseña y la Vida la vivifica. Sin embargo, si la verdad es divina, y la vida también lo es, puede uno remontarse y vivir divinamente. Como San Esteban poseía por participación la verdad de Dios, el camino de Dios y la vida de Dios, pudo contemplar en verdad la gloria de Dios; y esto tan claramente, que vio a Jesucristo [52] de pie a la derecha de Dios. En ese momento el Espíritu Santo reveló al Hijo, instruyendo plenamente a San Esteban y, por medio de su palabra, increpó al mundo pecador, es decir, a los judíos, diciendo: Veo claramente a Aquel que les aseguró ser el Cristo. Lo veo claramente a la diestra divina: está con su Padre por derecho de toda justicia: él quiso padecer para entrar en su gloria, donde lo veo llamarme, de acuerdo a su promesa de venir de nuevo después de haberse ido. 

    Ha echado fuera al príncipe de este mundo; el diablo ha quedado confuso y proscrito a la invocación del nombre de Jesús. La sinagoga, que tenía un pontífice que era el príncipe más noble de este mundo lo cual testificó Alejandro, quien creyó que él era rey y le rindió homenaje como a soberano suyo fue maestro del sacerdocio institucional judío. El es el verdadero pontífice que se ofreció a sí mismo sobre la cruz, y el que penetró los cielos, donde no cesa de ofrecerse a su Padre por nosotros. El es sacerdote eterno: De ahí que pueda también salvar perfectamente a los que por él se llegan a Dios, ya que está siempre vivo para interceder en su favor. Así es el Sumo Sacerdote que nos convenía: santo, inocente, incontaminado, apartado de los pecadores, encumbrado por encima de los cielos (He_7_25s).

    En ese momento san Esteban, lleno del Espíritu Santo, convenció al mundo de pecado, de justicia, y de juicio. Pudo, entonces, contemplar al descubierto la gloria de Dios. Aquel que es el camino lo instruía. ¿Quién podrá dudar que inclinó los ojos de su propia persona para venir a buscarlo? El dijo a sus apóstoles: Yo me voy, pero volveré a ustedes. En cuanto este gran santo le vio, exclamó: Señor Jesús, recibe mi espíritu. Después de haber orado por sus enemigos, se durmió en brazos de su Señor. Este fue, sin duda, el verdadero significado de sus palabras. Dio la vida mortal a cambio de la inmortal, que Jesús le comunicó.

    Soberano Rey mío, te entregas a san Esteban en calidad de trono, de lecho, de mesa, de todo. A la hora del mediodía sirves el alimento y das reposo; al mediodía haces brillar sobre él tu gloria. No temió equivocarse; satisfaría sus potencias, pero no al lado de las tiendas de los pastores, sino de los apóstoles. Se apacentará, sobre todo, en ti y de ti, torrente de delicias, embriagándose de la abundancia de tu divinidad, que sale a su encuentro colmada de su opulencia. El no obra por sí mismo, no se lleva a sí mismo, porque esto lo hacen tú y tu Espíritu. Eres un rayo hacia sus enemigos, mas para él, un arco iris, según la visión de San Juan: Y un arco iris alrededor del trono (Ap_4_3); y más abajo dice: Del trono salen relámpagos y fragor y truenos (Ap_4_5).

    He ahí a San Esteban, en el verdadero mediodía que anhela la esposa. Helo ahí contemplando la verdad anunciada por los cuatro seres. El ve sus cuatro caras contemplando la rueda, y a ésta que, apoyada sobre la tierra, se vuelve a los cuatro confines de la tierra, a los que llegaría el Evangelio de la palabra divina, que es un mar infinito, temible para los malos y amabilísimo para los buenos. Ella les sirve de cristal para aumentar y manifestar su claridad [54] y para exteriorizar en su carne esta rueda que apareció sobre la tierra. 

    ¿Acaso no eres tú, amado de mi alma? ¿No eres poseedor de los cuatro rostros? La persona del Padre y la persona del Espíritu Santo junto con la tuya. Y tu persona, ¿No tiene acaso dos naturalezas? ¿No es esto poseer dos rostros? Para vivir en la tierra, ¿dejas de existir en tu Padre, y tu Padre en ti? ¿Abandonas al espíritu común de los dos? ¿Deja él de morar en ti? ¿No consiste en ello la circumincesión divina? ¿Encuentras algunos obstáculos que te obligan a volver atrás? ¿Acaso no tienes un camino eterno que te guía, en tu esencia, sin salir de ella? ¿Acaso no posees tu propia dimensión, recinto infinito que eres tú mismo? ¿No eres terrible a los infiernos, y penetras a mayor profundidad su bajeza? ¿No te elevaste hasta los cielos? ¿Verdad que allí eres uno con el Altísimo? Y tu cuerpo glorioso, ¿no tiene ojos por todas partes, para contemplar con ellos la divina esencia a la que está unido por la hipóstasis del Verbo? ¿Acaso no posees el Espíritu de vida, al que envías a tus evangelistas y a tus santos, a quienes dijiste: Cuando sea levantado sobre la tierra, atraeré a todos hacia mí? Tu Espíritu de Vida los mueve a donde le place. El es su peso y su límite. El es sus alas; él es sus manos; él ejecuta por su medio las obras que hiciste, y aún más grandes. Es por tu promesa que ellos hará las obras que tú hiciste y aún más grandes. Lo que te mueve a hablar así es el exceso de tu amor, confiriendo este poder al atraer hacia ti a la criatura. Atraes a ti a la nada mediante tu palabra; dando el ser y comunicando, [55] tus atributos a la criatura a través de tu Espíritu de vida. Vienes en persona. Ningún dios podría acudir a recibirte, porque tú eres el Dios inseparable e indivisible. Sé bien que en esto consiste tu felicidad divina; pero me dirijo a ti según nuestra manera de hablar.

    También me valgo de tus mismas palabras: Si alguno guarda mi palabra, vendremos a él para hacer en él nuestra morada. Nuestro amor obrar maravillas en esta alma: el ser su peso y su corona perdurable. Sobre las cabezas del ser había una forma de bóveda resplandeciente (o temible) como el cristal (Ez_1_22). Qué manera de hablar, amor mío. ¿Puede ser temible un cristal? Es que la belleza que concedes a tus santos parece espantable a los demonios y a los enemigos que los han odiado y envidiado. Al odiarte, odian a los tuyos y tratan de hacerles perder este bien. Lo que más les puede, es estar sometidos a su poder eternamente; con ello, su soberbia rabia hasta el paroxismo. Tus elegidos son, gran Dios, honrados en sumo grado, porque los haces príncipes, coronándolos con una corona estable como un firmamento que espanta a los malos y admira a los buenos: Extendida sobre sus cabezas, y bajo la bóveda sus alas estaban rectas, una paralela a la otra; cada uno tenía dos que le cubrían el cuerpo (Ez_1_22s).

    Esto demuestra la gran conformidad que existe entre los santos, y la rectitud que observan respecto a Dios, a quien conocen en el grado de conocimiento que él les concede. Vuelan hasta él en la amplitud de vuelo que les permite y, al hacerlo, reconocen que no son capaces de comprender a Dios como Dios se comprende, y que él es un espejo voluntario. [56] Todos pueden ver, en la medida que él les da, su propia visión por participación. Si tienen dos grandes alas que los transportan, poseen otras dos que los cubren, confesando de este modo su debilidad y la excelencia divina: Y oí el ruido de sus alas, como un ruido de muchas aguas, como la voz de Shadday: cuando marchaban, era un ruido atronador, como ruido de batalla; cuando se paraban, replegaban sus alas. Y se produjo un ruido. Por encima de la bóveda que estaba sobre sus cabezas, había algo como una piedra de zafiro en forma de trono, y sobre esta forma de trono, por encima, en lo más alto, una figura de apariencia humana. Vi luego como en el fulgor del electro, algo como un fuego que formaba una envoltura, todo alrededor, desde lo que parecía ser sus caderas para arriba: y desde lo que parecía ser sus caderas para abajo, vi algo como fuego que producía un resplandor en torno, con el aspecto del arco iris que aparece en los días de lluvia: tal era el aspecto de este resplandor, todo en torno. Era algo como la forma de la gloria del Señor (Ez_1_24s).

    [57] Hay almas que, ya desde este mundo, se asemejan a la visión de este profeta debido a su total unión con la Santísima Trinidad. Gracias a los méritos de la humanidad, son, por participación, una misma cosa con Dios y su guía es la santa moción del Espíritu divino, que es su vida. Al ser llevadas por Dios, son portadoras de Dios.

    Se elevan hasta él con sus dos alas y rostros levantados, para conocerle. Bajan hasta ellas cubriendo su bajeza con sus dos alas, confesando su indignidad, menospreciándose. La contrición de sus faltas es como un torrente estruendoso, cuyo fragor llega hasta oídos de Dios y de sus ángeles. Se trata de un río impetuoso que llega directamente hasta los tronos de Dios con un sonido tan fuerte, que parece igualar la voz del Altísimo. Cuando Dios desea manifestar su poder, esta voz lo mueve a detenerse por amor. El llamado de una de estas almas lo arrebata, por así decir, atrayéndolo a ella para poder estar juntos. Ella es como un campo de batalla, como un Israel, fuerte contra Dios, el cual se complace en esta santa lucha. Sin embargo, no se le permite experimentar las cosas divinas, a pesar de que él no deja de dar cierta libertad a las alas y a su voluntad, en la que reside el amor, el cual penetra hasta profundidades que la ciencia no puede alcanzar.

    El es el firmamento de esta alma y su corona estable; corona que es el espíritu del Verbo Divino, Verbo fortísimo y firmísimo, por ser él quien fundó los cielos, el cual durará más allá de la consumación de las cosas que tendrán fin. Este Verbo es un firmamento que corona al alma, una voz superior a todas las criaturas. Voz que todo lo domina, que somete a los ángeles, que somete los cuerpos. Esta voz y este Verbo es firmamento sublime y dominador, en sí por excelencia y como causa eficiente y esencial, lo cual nos es figurado por las piedras preciosas y por los zafiros celestes que son el material de su trono.

    De hecho, el divino esposo establece su trono sobre la cabeza de su esposa, convirtiéndose en su corona de gloria. [58] Reside en ella como el Dios del todo celestial. También lo hace como hombre divino, elevado por encima de todas las cosas. Allí establece su trono. La esposa dice: Vi luego como en el fulgor del electro, algo como un fuego que formaba una envoltura (Ez_1_27). El mismo Jesucristo se reveló en esta visión admirable, manifestándose como Dios, como Dios morando en un ser humano, y también como fuego. Como hombre, está unido hipostáticamente a la divinidad, la cual lo penetra, lo rodea, lo apoya, lo diviniza y lo convierte en un hombre Dios. Divinidad que lo rodea tanto en sus operaciones sublimes de lo alto, como en las obras que parece hacer, humildemente, al exterior de sí mismo.

    Está rodeado de un fuego resplandeciente, semejante al arco iris que apareció en la nube en tiempos del diluvio: tal era el aspecto de este resplandor, todo en torno (Ez_1_28). El profeta lo vio semejante a esta visión, la cual es semejante a la gloria del Señor. El habita, él mora de este modo en su esposa, obrando en ella, por su bondad, todas sus maravillas.

    El la ha convertido en su carro de triunfo. Al combatir, sale victorioso; en su victoria, triunfa; en su triunfo, es pacífico. La hace como su caballería fuerte y terrible, que va donde él desea. La convierte en su yegua uncida al carro de Faraón. Ella parece estarlo al carro del mundo, es decir, del diablo, lo cual significa que será engolfada en el Mar Rojo del infierno. Al obrar igual que su rey, ella precipita la misma muerte: ella es su propia muerte y el aguijón del infierno. Jesucristo, empero, encuentra para ella un firmamento para oponerle resistencia, portando sobre su cabeza el trono de Dios, y al mismo Dios, y éste hecho hombre: Jesús. El cielo, la tierra, el infierno, doblan las rodillas. Jamás aquel que rompe los vasos de la tierra y envía su fuego, [59] causa tan gran espanto a sus enemigos como esta esposa.

    Ella parecía ser sólo de la tierra y estar perdida entre sus huestes. Su Esposo, en cambio, la encontró bella y le dijo: Si no recuerdas de qué estás hecha, oh tú, la más bella de las mujeres, sal un poco de las tinieblas, sal de tu ignorancia; considera que eres la esposa de uno que es bellísimo y la misma luz. Acude a sus purísimos rayos. Sigue los pasos de sus rebaños; sigue a las potencias que voy a atraer: el objeto mueve la potencia. Sigue el entendimiento que te doy a la claridad del mediodía. Pacifica tus machos cabríos, ya que en ti y de ti, los sentidos son como sucios cabritos, corrupciones de la tierra. No dejes, cariño mío, que se acerquen a pastar cerca de los albergues de los pastores. No les permitas acercarse a los sacramentos ni al Sacramento de sacramentos, en el que mi Padre, yo y el Espíritu Santo, hacemos nuestra morada, puesto que ellos dos están conmigo por concomitancia. Mi gracia lo prepara. ¿Acaso no puedo purificar a la que proviene de humilde semen? Quiero hacerte mi nube blanca, en la que aparezca junto con miríadas de mis santos. Deseo que en tus días brille una gran luz: yo mismo, siendo llevado por ti según mis deseos. Yo iluminaré la tierra. Deseo que tengas el mismo privilegio de los querubines, sobre cuyas alas se dice que vuelo. Quiero que seas la pluma de los vientos, para ser conducido por ella. Mi espíritu será el viento; de este modo, serás tan rápida en dejarte elevar, como lo será él para arrebatarte. Yo seré tu peso; él levantará los vientos de nuestros divinos tesoros, que harán morir en ti todo lo que es del mundo: desde los sentidos animales, hasta la prudencia y la razón humana, la cual no sabe de dónde viene el Espíritu Santo, [60] ni a dónde va; pero la fe escucha su voz.

    La esposa llega a ser tan temible a sus enemigos porque Dios se enfrenta por ella, y por ella manifiesta su gloria. El entra, como ya dije, en almas en las que nunca antes penetraría sin recurrir a su poder absoluto, lo cual sería casi como forzar el libre arbitrio. Así lo hizo en Samaria, y, de creer a los dos hijos del trueno, hubiera hecho más aún, ya que obraban movidos por su celo hacia la antigua ley, desconociendo el espíritu que enviaría el legislador de la nueva; espíritu dulce y suave, que atrae más por los rayos del amor, que por el viento del temor.

    Graciosas son tus mejillas entre los zarcillos (Ct_1_9). Jesucristo, al ver las lágrimas de Magdalena, las estimó en más que todos los banquetes del fariseo. El mismo Jesús se fija en su esposa que vuelve a él, cuando se le ha alejado; pues, como ya dije, en sus frialdades no siempre sucede que llegue a cometer pecados graves. No la llamaría la más bella de las mujeres; no sería llamada esposa, por ser como una adúltera espiritual. No le diría tórtola, porque ésta sólo quiere a su pareja y, habiéndola perdido, llora y gime, no queriendo admitir a otro. 

    El esposo, que sabe bien que su esposa no ha querido aceptar a otro en su lugar, la acaricia dándole muestras de su fidelidad, diciendo que sus mejillas cubiertas de lágrimas son bellas como la tórtola que gime. [61] Estas lágrimas, mi muy amada, corren a lo largo de tus mejillas. Son su fardo, pero cuelgan de tus ojos cual preciosas perlas; perlas que proceden del océano de nuestro amor. Son signo de nuestra unión y rocío celestial que he derramado en ti, que no has podido ser abierta sino por mí, rechazando todo lo que procede de las aguas amargas del mar del mundo. ¡Qué bella es tu garganta rodeada de este collar: Zarcillos de oro haremos para ti, con cuentas de plata! (Ct_1_10).

    El esposo dice que hará esta joya para su esposa, para que por su medio pueda ella saber lo que él desea de ella. El oro representa la caridad y la plata, la pureza. El oro es precioso y la plata, resonante. Es porque él desea que cualquier otro amor sea nada para ella, y que pueda escuchar su voz con pureza de entendimiento. El oro representa su divinidad, y la plata su humanidad; que ella no busque ningún otro presente. El sólo desea serle suficiente, y aunque parezca encerrado en su habitación celestial, en su lecho divino, no rehúsa la fragancia del nardo que le ofrece su esposa, sin importar su pequeñez. Ni todo el aroma ofrecido por los espíritus celestiales podrá impedir que el esposo se convierta perpetuamente en el perfume de nardo y de lavanda de su esposa. Las alas de la humildad y de contrición de ella lo atraen tan fuertemente, que acude a regalar a su esposa lo de sus propios méritos. Parece compadecerse de sus l grimas, como diciéndole: Querida mía, sé muy bien cuán amargo es para ti estar en la tierra mientras que yo me encuentro en el cielo. No estoy tan alejado de ti como para no darme cuenta de tus menores pensamientos. Mi comunicación con los bienaventurados en nada me impide, al comunicarme a ellos en una gloria al descubierto, que me entregue a ti con una gracia velada. [62] Recíbeme, querida esposa, y alójame en tu seno como un ramito de mirra. Tendrás así un doble mérito: la amargura de no tenerme visible en la gloria, y la pureza que te comunicaré, que te será reputada más tarde en grado de gloria esencial, así como cuenta para ti en grado de gracias.

    La esposa, que ama la pureza por ser su esposo purísimo, ama también la mortificación, sabiendo que su esposo la amó. Aun la muerte fue aceptada por él con todo amor, después de tomar castísimamente un cuerpo en las entrañas de su madre virgen, por voluntad de su Padre, al que dijo: Me proporcionas un cuerpo purísimo con objeto de hacerme capaz de sufrir la muerte más ignominiosa y cruel que jamás haya sido experimentada. Abres mi oído a fin de que escuche tu voluntad. Penetras mi inteligencia a fin de que comprenda cómo deseas que sufra.

    Te aseguro, Padre mío, que a nada contradigo ni me resisto. Sé muy bien que podría tomar la naturaleza humana sin ser mortal para mí, y que podría portarla gloriosamente en el cielo sin sufrir en mi cuerpo. Un acto de amor te bastaría. Veo, Padre mío santo, que me propones el gozo de la inmortalidad, si yo no quiero morir. El pecado causa la muerte; pero como por naturaleza soy impecable, no estoy obligado a morir. Me propones, y yo mismo me propongo, el gozo que la parte inferior experimentaría al no tener que sufrir, pero mi amor no lo quiere así. Elijo la Cruz y sus sufrimientos, las tristezas y las ignominias, a las que comprendo con una comprensión que tú, Padre mío, y el Espíritu Santo, solos pueden comprender. Daré esta comprensión a mi alma, con todos los rigores que un alma puede sufrir. La instruiré en ella, de manera que el día o la noche de mi pasión, ella estará triste hasta la muerte. El amor será más fuerte, porque retendrá la vida para sufrir más aún. El amor será tan grande, que pondrá en conflicto a todo mi cuerpo, de suerte que manará sangre y agua de mis venas y de mis poros sin otra lanza que su dardo acerado. Me veré además privado de la permanencia ordinaria de mi divinidad por suspensión, que atribuiré tanto a ti, Padre mío, que por el amor que tienes al mundo me entregarás, a fin de que, con mi muerte, pueda tener la vida eterna, como a mí. Te preguntaré por qué me has abandonado. Clamaré a ti diciendo que tengo sed, que todo lo habré consumado, si con ello te contento. Sé bien todo esto, Padre mío; lo acepto y no lo contradigo. En nada doy marcha atrás en cuanto a mi vida mortal. Estoy dispuesto a sufrir y desfallecer. Me ofrezco a todo. Cada momento de mi vida es para complacerte. Al hacer tu voluntad en todo momento, seré según tu corazón. Mi alimento consistir siempre en complacerte. Aguardaré, Santísimo Padre mío, la hora de mi muerte, de la manera en que la deseas. Recibe mi circuncisión como arras del pago que te daré. Si mi cuerpo es pequeñito comparado con el precio, por estar en la infancia y no tener fuerza suficiente para sufrir el efecto de tu brazo poderoso, ayúdale a crecer hasta la edad viril: El niño crecía y se fortalecía, llenándose de sabiduría; y la gracia de Dios estaba sobre él (Lc_2_40). Ten la seguridad, Padre mío, que al crecer en edad, creceré en fortaleza para sufrir. La gracia y la sabiduría con las que estoy colmado acrecentarán en mí, si puedo, los deseos de sufrir, y podré afirmar al final de mis días, que he deseado con gran deseo pasar de este mundo a ti, entregando mi cuerpo a mis apóstoles. También se me oirá decir que recibiré un bautismo y cuánto anhelo recibirlo. Padre mío, haré cuanto me mandes. Según tu mandato, viviré sujeto a mi Santa Madre y a san José: Y vivía sujeto a ellos. Su madre conservaba cuidadosamente todas las cosas en su corazón. Jesús progresaba en sabiduría, en estatura y en gracia ante Dios y ante los hombres (Lc_2_51s). 

    Jesús crecía en sabiduría, obrando siempre según ella, de acuerdo al mandato de su divinidad: la orden dada por Dios. La humanidad del Salvador fue la más dependiente de todas las criaturas; y su alma, la más humilde. Sentíase tan obligada con la divinidad, que permanecía en una gratitud admirable y continua acción de gracias. Me refiero también a su parte inferior, la cual, por dispensación divina, recibía con toda humildad lo que el Verbo divino deseaba derramar en ella. Porque, a pesar de que la plenitud de la divinidad habitaba corporal y sustancialmente en él, como un mar en su hondonada, [65] si puedo afirmar que Aquel que todo lo abarca, sin ser limitado por criatura alguna, pudiera ser incluido entre confines, diría que está encerrado en Jesucristo. Dios estaba en Jesucristo, dice su apóstol, reconciliando al mundo con él. Convenía a su divinidad dejar que su claridad se extendiera sobre la parte inferior del alma y los sentidos del Salvador, a medida que dicha parte inferior y sentidos adelantaban por medio de actos y por experiencia. Al grado en que se dijo que, cuando Jesús se humilló en el río Jordán, su Padre lo exaltó y el Espíritu Santo lo manifestó. 

    El evangelista nos dice: Entonces Jesús fue llevado por el Espíritu al desierto (Mt_4_1), a fin de ser tentado por el diablo. Y más tarde: después de resistir a Satanás, los ángeles se acercaron, como si se hubiesen hallado a cierta distancia de Jesucristo. Como él era Dios, no podían estar lejos de él. Pero cuando se habla de esta manera de acercamiento, es con vistas a su humanidad, a la que acudieron a prestar nuevos servicios y a felicitarla por su victoria: Y he aquí que se acercaron unos ángeles y le servían (Mt_4_11).

    Más tarde subió al monte Tabor con sus discípulos: Y se transfiguró delante de ellos: su rostro se puso brillante como el sol y sus vestidos se volvieron blancos como la nieve. En esto, se le aparecieron Moisés y Elías que conversaban con él (Mt_17_2s). 

    Ellos hablaban del exceso de dolores que debía sufrir en Jerusalén, exceso que manifestaba el amor y la sabiduría que, mediante dichos actos o sufrimientos, así como de su santa generosidad, glorificaría a Dios y redimiría a los hombres. Veamos cómo Dios confiesa lo que ha progresado, aun después de su bautismo. En esta ocasión dijo únicamente: Este es mi Hijo muy amado. En la transfiguración, empero, añadió: Escuchadle 

(Mt_17_5). Como si el Salvador se hubiese convertido en doctor, ya que parecía haber aprendido del Espíritu Santo en el desierto, razón por la que dijo: Mi doctrina no es mía, sino de aquél que me envió (Jn_7_16).

    Ustedes se admiran de mi doctrina, pero ella procede de mi Padre, que me ha enviado. Hagan su voluntad y llegarán a conocerla: Si alguno quiere cumplir su voluntad, verá si mi doctrina es de Dios, o hablo yo por mi cuenta (Jn_7_17).

    Como, para crecer en conocimiento o sabiduría delante de Dios y de los hombres hay que hacer la voluntad del Padre, esta sagrada humanidad vino como dijo David: en el principio del libro está escrito de mí que vengo a hacer tu voluntad, Dios mío. Así lo quiero; tu ley estará en medio de mi corazón, dilatándolo. Escribe en él tu doctrina, que es tu Verbo, que soy yo; Palabra que vibrará con más ardor en mis últimos días. El Verbo divino es un fuego o un sol que ardía y brillaba más al mediodía, que por la mañana. El sol no es menos sol por la mañana, pero no tiene su apariencia tan brillante sino hasta el mediodía, por ser ésta la hora de su plena luminosidad. De manera parecida Jesucristo no manifiesta tan abiertamente su divinidad sino al mediodía, como podemos llamar el fin de su vida, que fue el cenit de la flor de su edad: treinta y tres años. No quiso llegar a la edad de la decrepitud, porque vino para crecer, como dice su precursor: Conviene que él crezca y que yo disminuya (Jn_3_30). Yo sólo soy la voz. El es la palabra, que desea que cumplamos toda justicia. Cuando se humilla, su Padre lo exalta. Esta humildad me ayuda a conocer mejor su grandeza. Así sucedió cuando vino a visitarme, siendo muy pequeño en las entrañas de su Santa Madre: me estremecí de alegría, pero sin decirle que era yo quien debía ir a él, y no él a mí. El venía a ejercer el acto de un soberano, librándome de mis ataduras. Ahora, en cambio, que acude a humillarse para ser bautizado por mí, le digo que yo debería ir a él. La idea de su grandeza humana es insigne para mí; él estaba en mis pensamientos. El dijo que, si entregaba su alma por la humanidad, su descendencia sería numerosa.

    Si el grano de trigo muere, dará mucho fruto. Como quiso anonadarse tomando la forma de servidor, para morir con muerte de cruz, descendiendo hasta los infiernos, por esta razón está a la derecha y tiene un nombre por encima de todo nombre, ante el que todas las criaturas doblan las rodillas. Este nombre le fue dado desde la Encarnación, pero él quiso comprarlo con los sufrimientos de su muerte, queriendo también pagar por su gloria, que le correspondía por esencia. El afirmó que era necesario que su santa humanidad sufriera y fuese maltratada, para ganar, mediante sus trabajos, dicha gloria. La cruz era una ciencia que estudiaba; ciencia que san Pablo tenía en más que la que aprendió en el tercer cielo, porque reputaba en nada toda otra ciencia, comparada con la riqueza de la ciencia eminente de Jesucristo crucificado. Jesucristo crucificado era su saber y su vivir. Morir era ganancia para él. Lo que agrada, satisface. La sabiduría consiste en saborear una ciencia que agrada. La sabiduría que Jesucristo saboreó [68] ante de Dios, su Padre, fue su cáliz, preparado por su mano, el cual lo embriagó y embelleció con una atractiva belleza que procedía no sólo de él, sino de su Padre.

    En el Tabor, mientras conversaba sobre las leyes del amor, su Padre pareció salir fuera de sí por amor, y decir delante de los hombres al exterior lo que dice en su interior: Este es mi Hijo amadísimo, escúchenlo. Comprendan su ciencia. Ámenlo. San Pedro, que entendió y paladeó con fruición el gozo de esta gloria, embriagándose de ella, quiso poseerla para siempre. Sin ser Dios obró a la manera del Espíritu Santo en el seno de la divinidad: recibió pasivamente lo que el Padre y el Verbo le comunicaban activamente. Aspiró a terminar en sí la transfiguración, así como el Espíritu Santo termina en sí las divinas producciones. Quiso levantar tres tiendas que albergaran tres relaciones admirables: la de Jesucristo, la de Moisés y la de Elías. Jesucristo era su morada, y parecía serle propicio. Obtuvo, de este modo, todo el provecho que deseaba

    Los lazos de este afecto ligaban en torno a él al admirable rey-delfín en el mar de la divinidad; rey de las aves y águila real que mira fijamente al Padre de las luces, y que, con un vuelo humilde, quiso lanzarse hacia la tierra para agarrar su presa en las entrañas de una Virgen. Dicha presa es nuestra naturaleza humana. Aquella Virgen era el cedro del Líbano más alto de toda la naturaleza humana. A él descendió para atraer a sí la médula sin dañar la corteza, pero haciéndolo de manera que pudiese tornar dicha médula en un cuerpo natural para sí.

    ¿Puedo afirmar, Verbo divino, que tu santa encarnación fue el delicioso banquete que preparaste? Es el festín, oh gran Rey, que María preparó para ti y para el Espíritu Santo, que es tu muy amado, [69] por ser tu mismo amor, la persona más justa del reino divino, pero la segunda en ser invitada a este banquete.

    El no obrar como Amán, ni proclamar un edicto contra nuestra raza; o, si ya lo hizo en otra ocasión, diciendo que no moraría en el ser humano por ser carnal, lo modificará diciendo: Mi espíritu vivirá en la humanidad, porque el Verbo se hizo carne en María. El preparó un banquete con la flor del trigo y el vino purísimo que engendra vírgenes. Es el Señor bueno y hermoso; la leche y la miel, la crema de la naturaleza humana. Que venga, este Emmanuel, a comer miel y mantequilla, a fin de que aprenda a reprobar el mal y elegir el bien. Que aprenda por experiencia; que su divinidad sea la moderadora de su humanidad, la cual se someterá a tal grado, que nunca se quejará, aunque la divinidad suspenda, en la parte superior del alma, los consuelos divinos. Que estos consuelos sean comunicados en la medida en que crezca en edad, y en que haga obras de virtud eminente delante de Dios y de los hombres. Dios las mirará, no para aprender de ellas, sino para aprobarlas con una complacencia divina, así como se dijo que Dios contempló su creación y la encontró muy buena.

    Dios no tuvo que aprender de la bondad de la criatura hecha por él, porque de él procedía. Por ello, el niño Jesús no creció en sabiduría esencial en su parte superior, la cual contemplaba al Verbo con toda claridad. Sobre la inferior, en cambio, se derramaban ríos de ciencia, según los designios del Padre, como si éste, al enviar a su Hijo a la tierra, hubiera dicho: [70] Hijo mío, tú eres mi sustancia y mi legítimo vástago. Al desposarte con la naturaleza humana, tomas la forma de niño. Serás puesto bajo tutela y estarás bajo la ley como nacido de mujer, a fin de redimir a los que están bajo la ley del pecado; pecado que se cometió por haber querido ser sabios como Dios en un día, y parecerse a nuestra divinidad. Para satisfacer el presuntuoso pensamiento del primer Adán, reduces tu humanidad a una sujeción en la que aprenderás a diario algunas maravillas de la divinidad.

    En la medida en que la aceptes, se enriquecerá de favores. Tus sufrimientos, a su vez, ocuparán en ti el lugar de las pasiones. Porque las pasiones nunca existieron en el Salvador, así como se dan en nosotros. Por ello se dijo: Fue oprimido, y él se humilló y no abrió la boca. Como un cordero al degüello era llevado, y como oveja que ante los que la trasquilan está muda, tampoco él abrió la boca. Tras arresto y juicio fue arrebatado y de sus contemporáneos, ¿Quién se preocupa? Fue arrancado de la tierra de los vivos; por las rebeldías de su pueblo ha sido herido; y se puso su sepultura entre los malvados y con los ricos su tumba, por más que ni hizo atropello ni hubo engaño en su boca. Mas plugo al Señor quebrantarle con dolencias. Si se da a sí mismo en expiación, verá su descendencia, alargará sus días y lo que plazca al Señor se cumplirá por su mano. Por las fatigas de su alma, verá la luz, se saciará. [71] Por su conocimiento justificar mi Siervo a muchos y las culpas de ellos él soportará. Por eso le daré su parte entre los grandes y con poderosos repartirá despojos, ya que indefenso se entregó a la muerte y con los rebeldes fue contado, cuando él llevó el pecado de muchos, e intercedió por los rebeldes (Is_53_7s).

    En virtud de sus sufrimientos y oraciones, su humanidad recibió, según nuestra manera de hablar, maneras de crecer y, cuando se intentaba rendirle honores, sufría u oraba, humillándose. Al llegar el último día de su vida, pidió la gloria que su Padre le había dado desde antes que el mundo le conociera. Cuando, desde toda la eternidad, resolvió hacerse hombre, su Padre le concedió el verdadero don de todas sus grandezas divinas, pero en el consejo divino se resolvió que no recurriría a ellas sino mediante un mandato del amor, amor que deseaba obrar de manera creativa en un hombre totalmente dependiente de él por voluntad amorosa. El amor quiere todo por amor, y no por la fuerza; al grado en que la Sma. Virgen puede decir con razón al Espíritu Santo que es un esposo de sangre, que redujo a Jesucristo a la sangre.

    Da sangre y recogerás espíritu, alma mía, porque Aquel en quien moraba el espíritu glorioso, no quiso gozar plenamente de él sino dando enteramente su sangre; espíritu que nos fue dado en plenitud, como dice Juan, hasta que Jesucristo fue glorificado. Jesús no fue glorificado sin antes haber sido crucificado. Fue entonces cuando se creyó en él y cuando se le confesó verdadero Hijo de Dios y Rey de la humanidad. Esta es la grandeza, la sabiduría que conocieron los hombres, a la que son atraídos en él después de su muerte: él mismo afirmó que se le había dado todo poder en el cielo y en la tierra. Recibió la plenitud de la luz. Murió para no sufrir más. [72] 

    La esposa, al conocer la admirable pureza que su amado obra en ella cuando la abraza, lo aprieta contra sus pechos a manera de un ramito de mirra, que la hace pura y casta. Dice además: Racimo de alheña es mi amado para mí, en las viñas de Engadí (Ct_1_14).Como si dijera: cuando comulgo y te recibo, recordando tu pasión, me das un amor dolorosamente casto; casi muero al condolerme amorosamente de tus pena, abrazándolas con más gusto que las nodrizas a sus bebés. A diferencia de ellas, mi gusto es mayor cuando te abrazo. Mi amor me excita con tal vehemencia, que a fuerza de correr en pos de él parece morir, o al menos causarme desmayos. Pero, al verme desvanecer, eres para mí un pastel de pasas bajado del cielo, mi verdadera patria. Me iluminas con doble claridad: la primera, con tu sustancia. A manera de vino generoso, reanimas mi espíritu y mis potencias. Bajo el aroma y gusto de la uva no deja de afligir mis sentidos, de suerte que, al hablar de amor, parezco morir y soy resucitada con la ayuda del amor. Cuán bien sabes herir y sanar al alma que amas.

    El esposo, admirando la belleza interior y exterior de su esposa, exclama: ¡Hermosa eres, amiga mía! (Ct_1_15). ¡Qué bella es tu alma, mi toda mía, y todas sus potencias! ¡Hermosa eres, tus ojos son como de paloma! (Ct_1_15). ¡Sí, amada mía, eres muy bella, aun en tu cuerpo! Tus ojos son dulces y humildes como los de una paloma sin hiel; me amas con un amor fecundo y santo, reconociendo que las gracias que te concedo proceden de lo alto y así como la paloma, llevada por un instinto que le he dado, después de saciarse, eleva los ojos y el pico a lo alto, [73] obras como ella, diciéndome: ¡Qué hermoso eres, amado mío, qué delicioso! (Ct_1_16). Veo claramente, mi muy amado, que la hermosura que alabas en mí me viene de ti. Es una belleza que participa de la tuya, que te es esencial. De ti se dijo, amado mío: Eres hermoso, el más hermoso de los hijos del hombre (Sal_45_3). Tú eres el esplendor del Padre, la figura de su sustancia, la imagen de su bondad, bondad que te mueve a comunicarme la belleza que alabas en mí. Puesto que deseas venir a mí en calidad de esposo, harás florecer nuestro lecho. Es necesario que la esposa se apropie la cualidad del esposo. Tú eres Jesús de Nazareth, esposo floreciente: Nuestro lecho es florido. Las vigas de nuestra casa son de cedro (Ct_16_17). Los travesaños de nuestro hogar son de cedro. Lo que sostiene nuestros amores suave, fuerte y castamente, es tu divina y altísima esencia, que es fuerte, suave y pura en sumo grado.

    En cuanto a ti, amado mío, eres un hermoso manzano que proporciona toda clase de delicias a su esposa. Mis ojos se encantan al mirarte. Todo mi cuerpo reposa en ti, porque, en tu humanidad, eres cual sombra que modera los ardores del sol divino. De este modo, te adaptas a mi debilidad, que se sienta bajo tu protección, ya que nada puede de sí. Te animas con tu amor, que jamás está ocioso. Al abajar tus méritos hasta mí, tu divinidad me penetra íntimamente, mientras que yo reposo a la sombra de tu humanidad. El Verbo unido a ella me da un fruto que es más dulce que la miel a mi paladar: A su sombra apetecida estoy sentada, y su fruto me es dulce al paladar (Ct_2_3).

    ¡Qué bueno es que te deleites en [74] regalarme con el don especial de la contemplación! Tienes otras amigas a las que permites trabajar en la meditación, como abejas que zumbando de árbol en árbol recogen las flores para elaborar con ellas la miel de sus panales; flores que, ni todas juntas, son dulces por ellas mismas. Es verdad que las dificultades que experimentan al meditar les parecen, con frecuencia, la miel más dulce de su devoción. Es que nada dejas sin recompensa. Nadie tiene derecho a quejarse cuando te sirve, porque tú das a todos lo que les es necesario y el salario prometido al trabajillo que nos tomamos al servirte, cuyo servicio en nada te es útil, por no tener necesidad de tus criaturas, en cuyo provecho redunda todo. Y es porque tu mirada, que es buena con una bondad soberana, goza al comunicarse.

    Lo haces soberanamente en tu divinidad: el Padre contigo y tú con el Padre, comunican al Espíritu Santo toda su bondad y, aunque en esta comunicación los tres se satisfacen plenamente en la intimidad, un exceso de bondad, por así decir, los mueve a salir al exterior para comunicarse a todas sus criaturas, en cuyo medio hay algunas en las que hallan un placer singular para comunicárseles a través de una infusión de amor que sólo tiene igual en su caritativa bondad. Al situarlas en una santa ociosidad, tu amor excita en ellas un sencillo deseo de ti, en el que, por ser débiles, se detienen al cobijo de tu confianza. En este reposo las alimentas de ti mismo. La dulzura no se encuentra sólo en la lengua, [75] sino en lo íntimo del paladar. Deseas que estas almas se abandonen a ti, para concederles el anhelo de su corazón, que consiste en un simple deseo y que, si reitera sus mociones, se deba siempre a un mismo motivo, que se origina en tu Espíritu Santo, el cual, en ocasiones, presiona más al alma para darse a ella, para que lo reciba sin esfuerzo. Así como él es paloma, la urge pidiéndole con gemidos inenarrables que se convierta en paloma en unión contigo, que eres palomo divino y humano. El dulce latir de su corazón la fatiga amorosamente. Por ello se reclina y su amado, contento ante el reposo de su muy amada, se inclina hacia ella para infundir en su paladar, él mismo, la dulzura de su amor, deseoso de que pruebe este sagrado licor. En cuanto ella dice que encuentra su sabor agradable, su amado la levanta y la conduce a su propio interior. Sosteniéndola, la introduce en su bodega de vino, ordenando en ella la caridad: Me ha llevado a su bodega, y el pendón que enarbola sobre mí es el Amor (Ct_2_4). Como si dijera: ¡Ah, pequeña mía! ¿Encuentras de tu gusto la miel del manzano? ¿Las gracias iniciales que te comunico en medio de los campos o de los bosques, cuando estás acompañada? Quiero entregarte la cava de mi vino. Ven, queridísima mía, ven sola a mi bodega. Tiene un gusto que sobrepasa con creces el sabor del manzano. Mi vino te transportará, de suerte que morirás de amor. Si no ordeno en ti la caridad, no querrás vivir más. Quiero que seas mi abanderada; lleva en tu corazón el estandarte de mi amor. Si te hiere y te hace languidecer por mí, él me causó antes la muerte por ti, mi muy amada. Que tu corazón se derrita de amor para que, al entrar yo en él [76], obre en ti una extensión de mi Encarnación; que esta abertura se haga con suavidad: Recibid con docilidad la Palabra sembrada en vosotros (St_1_21). No morirás a causa de ella, amada mía. Cuando hiero, alivio al mismo tiempo. Yo ocupo y doy descanso al alma; yo ofusco los sentidos e ilumino el espíritu. En nuestra cava, que parece oscura, soy luz y respiradero: Resplandecerá en las tinieblas tu luz, y lo oscuro de ti será como mediodía. Te guiará el Señor de continuo, hartará en los sequedales tu alma, dará vigor a tus huesos (Is_58_10s).

    ¿Acaso piensas, querida mía, que como deseo sacarte pronto de esta vida, te hago sentir la aguda punta de mi amor? Tus sentidos están espantados, por ser incapaces de estas visitas. Se encuentran a oscuras, pero tu espíritu se halla en una luz como la del mediodía, que me has pedido otras veces. Abandónate a mí, y te daré el reposo. Adormécete, amada mía. Este sueño no me impedirá colmar tu alma con mi resplandor; yo cuidaré de ti. No temas que el calor de esta luz los abrase. Soy fuego para ti, pero también frescura. Soy vino, causo ardor, pero deseo ser también para ti agua refrescante. Soy todo tuyo, amada mía, recíbeme Y serás como huerto regado, como manantial cuyas aguas nunca faltan (Is_58_12). Esto impedirá que las llamas de tu propio fuego te consuman. Yo soy la vid, pero también manantial de vida. Te alegras porque soy, al mismo tiempo, flor de los campos y manzano; pero seré para ti un jardín delicioso, adornado de flores y de árboles frutales que regaré con mi gracia. [77] Reposaré en ti, y serás llamada mi delicado reposo: Si apartas del sábado tu pie, de hacer tu negocio en el día santo, y llamas al sábado Delicias, al día santo del Señor, Honorable, y lo honras evitando tus viajes, no buscando tu interés ni tratando asuntos, entonces te deleitarás en el Señor, y yo te haré cabalgar sobre los altozanos de la tierra, te alimentaré con la heredad de Jacob tu padre (Is_58_13s).

    ¿Has comprendido bien la lección que mi amor te ha dado? ¿Quieres ser una verdadera hija de Jacob y combatir por la posesión de tu heredad? ¿Deseas en verdad poseer el estandarte de mi amor en medio de tu corazón? Si eres fuerte contra Dios mediante la fuerza que mi amor te da, con mayor razón serás fuerte contra los humanos. Me dirás que has sido golpeada; que como Jacob, al cojear, oscilas. El golpe descubre tu valor. Las llagas de los soldados son su gloria, si al recibirlas, salen victoriosos. La gloria de mis enamoradas se manifiesta en sus aflicciones; cuando sus propias fuerzas desfallecen, las mías las sostienen, así como sucedió en mi Encarnación: cuando se debilitó la subsistencia humana, el Verbo divino fue el apoyo de la naturaleza humana.

    Como me has embriagado y desfallezco de amor, siento que languidezco cual si muriera con la dulce muerte de los que aman con un amor más fuerte que mil vidas, lo cual los mueve a exclamar con san Pablo: Deseo partir (Flp_1_23). Pero como es voluntad tuya que siga viviendo en la tierra para servir al prójimo como el apóstol, yo también lo quiero y, para darme fuerza a fin de poder hacer lo que te prometo, confórtame con flores, con manzanas reanímame, que enferma estoy de amor (Ct_2_5).

    [78] Quédate conmigo hasta la consumación de mi vida, como un esposo florido. Tú eres la flor de los campos. Llévame en brazos o, en ocasiones, paséame por la extensión de tus perfecciones divinas, para recrearme en el campo paterno en el que te veo plantado cual una flor. Atráeme también al seno de tu humildísima Madre; que te contemple en él como lirio de este valle. Permíteme aspirar su aroma para fortalecerme, y que tu caridad me permita cortar la deliciosa manzana que ya he probado bajo el árbol donde reposaba, de cuya sombra me sacaste para conducirme a la bodega de tan potente vino, que me hubiera hecho morir de amor si no lo hubieras impedido con tus manzanas y flores. Quiero vivir para servirte y trabajar por mi prójimo, pero temo hacer el mal que no quiero, y omitir el bien que anhelo.

    Su izquierda está bajo mi cabeza, y su diestra me abraza (Ct_2_6). Niña mía, tienes miedo de ofenderme. Tu temor me complace: es la entrada a mi sabiduría, que viene a ti para enseñarte la manera de prevenir las faltas. No lo hace, sin embargo, a la manera de los maestros humanos, que saben hablar del mal, pero sin dar la fuerza de evitarlo. Yo, en cambio, pongo mi mano izquierda bajo tu cabeza, para comunicarte mis dones y las virtudes. Sólo mi mano izquierda puede impedirte caer y sostenerte en la virtud. Pero a mi amor no le basta; es menester que, con mi derecha, te abrace y yo mismo me comunique a ti; que te adormezca sobre mi pecho y mi corazón. [79] Aspira toda la dulzura que quieras; que la emanación del bálsamo que aspirarás te sumerja en un delicioso sueño. Esto sucede en especial después de la santa comunión, de manera que te pierdes en ti misma. Me dijiste, cual otro san Martín, que estabas dispuesta a vivir con paciencia en la tierra si con ello podías ser útil en mi servicio y en la salvación del prójimo en la tierra. Me agrada tu resignación. Descansa, amada mía, con toda paz. En cuanto a ustedes, ángeles de la Jerusalén celestial, los conjuro por los cervatillos y las gacelas de los campos, aunque se trate de animales veloces, que pasan en un instante, que no despierten a mi amada hasta que esté satisfecha de su sueño, y quiera ser despertada. Aunque los cervatillos tengan la vista penetrante, y puedan ustedes darle tal penetración que podría ella verme en visiones tan rápidas como los ciervos de los campos, no la interrumpan. Ella goza de un bien mucho mayor: el de mi pura divinidad. No sólo quiero que ustedes la exalten sin tocarla; ella es mi cristífera, o mi ungida. Ella ve claro en mí; yo la convierto en profetisa. Por esta razón, yo os conjuro, hijas de Jerusalén, por las gacelas, por las ciervas del campo, no despertéis, no desveléis al amor, hasta que le plazca (Ct_2_7). Y, para señalar que es clarividente como una profetisa que conoce bien mi voz: La voz de mi amado. Helo aquí que ya viene, saltando por los montes (Ct_2_8).

    La escucho. ¡Oh, la voz de mi amado, que viene a mí saliendo sin salir del seno de su Padre! El amor, que es el Espíritu Santo, lo urge a bajar desde lo más alto para venir hasta mí. El es el deseado de los collados eternos. El Padre desea siempre engendrarlo, y el Espíritu Santo desea recibirlo en la producción que le comunica el Verbo. El es la sabiduría de la que el Padre y el Espíritu Santo se satisfacen. Siempre están deseosos de colmarlo con ella. El sigue siendo su anhelo y el deseado de los collados eternos. Cómo desean el Padre y el Espíritu Santo ver a su santa humanidad ascender a lo más alto de los cielos. Cómo habrá sido acogido por estas dos personas, que estaban del todo unidas al Verbo por esencia, por ser un Dios indivisible.

    Si se me permite la expresión, el Padre recibe en esta humanidad un nuevo contento, al verla sentada a su derecha. ¿Quién se sintió más feliz, Jacob o José? ¿Aquel buen padre al ver a su Hijo reinar, o el hijo, que reinaba como un virrey? Si el amor es más grande cuando se abaja, el Padre eterno experimentó un contento superior al que la humanidad podía gozar, porque es mayor el placer de dar que el de recibir. El Espíritu Santo ocupaba, en cierto modo, el lugar de Padre en esta humanidad, por haber obrado la Encarnación en las entrañas de María. Con qué alegría contemplaría al Salvador. El Espíritu Santo siente una complacencia singular al ver a Jesús glorificado. Como dijo el Salvador: El Espíritu que procede de mi Padre me glorificará, porque él recibe de mí su producción.

    [81] Ustedes recibirán abundancia de gozo y de dones cuando yo sea glorificado. Jacob perdió la alegría desde que supo que José había sido devorado por una bestia feroz que figuraba la envidia. Lo añoró hasta que supo que estaba en Egipto, ocupando un puesto tan honroso. Su espíritu se perdió junto con José, muriendo con la muerte imaginaria de su hijo. Pero en cuanto supo que José vivía, resucitó; en cuanto le vio, fue tan grande su gozo, que dijo que moriría contento porque había vuelto a ver el rostro de José. La muerte, que es la nueva más triste para la humanidad, a causa de la separación que ocasiona, no entristeció a Jacob: José era su vida, su grandeza y su gloria: ni la total oscuridad del limbo pudo ensombrecerlo cuando descendió, feliz, a él.

    Glorioso Espíritu Santo, no fue una falsa noticia que tu Jesús, tu José, fue devorado por la envidia: murió en verdad, vendido por uno de sus hermanos, en tanto que los otros le dieron la muerte, de la que resucitó para ser nombrado y confirmado Señor de todas las criaturas, no por Faraón, sino por su Padre. El llevaba, y sigue llevando en sí mismo, el trigo de los elegidos.

    Nada de esto era desconocido a tu presciencia divina; pero como se dice con razón que te contristamos cuando hacemos algo en contra de tu voluntad en el alma, permite que diga que recibiste tu gozo en la humanidad gloriosa. Al contemplar su rostro desfigurado transformado en rayos de gloria, sentado a la derecha divina, unido a la segunda persona, la misma segunda persona, ya que las dos naturalezas conforman una sola persona; ¿Qué dices al abrazar a este Salvador como Hijo del Padre? Lo estrechas junto con su Padre, por ser su amor infinito. Tú eres el abrazo de las dos personas, su centro y el término del amor divino. Por ello dijiste a la sagrada humanidad, cuyo Padre eres: Goza de la parte que he ganado para ti al vencer a Satanás, el príncipe de este mundo, en tu santa humanidad. Yo combatí en el desierto, al que te llevé para que fueses tentado y vencieras a tu tentador. La heredad que le arrebaté es la humanidad; te pertenece. ¡Ah, cómo gozo en tu gloria, en tu felicidad! Descenderé gozoso al Cenáculo sobre tus apóstoles. Bajaré con gusto al infierno, es decir, a los pecadores, para establecer en él un paraíso el día de Pentecostés. Lo haré en Pedro, al que llamaste Satanás, y que era como un infierno, por ejercer su oficio: porque, ¿Cuál es la ocupación de los infiernos, sino la negación? ¿Y qué hizo san Pedro la noche de la Pasión, sino imitar a los poderes de las tinieblas, negando a Jesucristo? Yo transformaré a este renegado en confesor y en un predicador tan admirable, que convertirá miles de pecadores, que llegarán a ser como infiernos convertidos en paraísos. Yo cambiaré su tristeza en alegría. ¡Reina, mi José! ¡Triunfa, Jesús, Cristo verdadero! Tú has perdonado a todos tus hermanos, dejándoles tu cuerpo en calidad de festín. Jamás recuerdes lo que te hicieron. Yo soy Amor para ellos: yo ruego en ellos con gemidos inenarrables; tú eres glorificado; yo les soy dado en abundancia.

    [83] Y la esposa, ¿carece de razón al velar, para poder así escuchar la voz de su amado, sin perderla de vista, al igual que el Padre y el Espíritu Santo, quienes se deleitan al contemplarlo? Si no estuvieran unidos a él, dejarían el cielo para venir a verlo en la tierra, ya que rebasó los collados angélicos, para tomar, no su naturaleza, sino la naturaleza humana. Es el reloj de sol que retrocedió nueve líneas o coros, para detenerse en la décima después de su carrera. Lo hizo a la manera de un corzo o de una cría de cierva: lo hizo de un salto, pero ¡qué salto!: Como un esposo que sale de su tálamo, se recrea, cual gigante, corriendo su carrera A un extremo del cielo es su salida (Sal_19_6). ¡Ah, lo veo! Contemplo al sol de amorosa bondad y verdadera justicia, que es el verdadero Hijo o Palabra de Dios. No es un ángel, sino él mismo: Detrás de nuestra cerca, mira por las ventanas, atisba por las rejas (Ct_2_9).

    Contemplo esta luz soberana y divina, que se difunde por sí misma, por no tener necesidad de apoyo, dispuesta a darme sus gracias. Ella se oculta, escondiendo su resplandor divino tras el muro de nuestra humanidad, que le sirve de baluarte; pero este fuerte ha sido destruido por el hierro o, mejor dicho, por el cañón del amor. Por estas brechas y sus ventanas, lo contemplo en su divina claridad; pero al ver que mi vista es suficientemente fuerte para percibirlo por las hendiduras de la pared, su cuerpo se asemeja a un enrejado. Desea tomarme por sorpresa y ver si en verdad lo amo o si mi afecto va tras las criaturas cuando él parece ausentarse o esconderse de mí.

    Después de obrar como los ciervos que se alejan, pareció temer que mis afectos lo presionaran de tal modo, que se viera acosado por ellos. [84] Tomó medidas, cambiando o transfigurándose: dejó el disfraz de ciervo por el de sol. Intenté ser como una perrita y correr tras él. Quise ser saeta para herirlo. Intenté cazarlo, pero inutilizó mis ardides. ¿Cómo puede una perrita alcanzar el sol? Mis flechas no pueden llegar hasta él. No está expuesto a ellas por hallarse tan elevado en el seno de su Padre, firme y de pie, como lo vio san Esteban detrás del muro de su humanidad. Desde esa fortaleza, me observa por los huecos de las almenas, traspasándome con sus rayos, que son como saetas que me hieren, causándome heridas tan deliciosas como dolorosas y una seducción aun mayor cuando me tira sus dardos, sabiendo muy bien que nadie sino él, puede curarme. No deseo sino a él. Lo escucho en cuanto me llama: Empieza a hablar mi amado, y me dice: Levántate, amada mía, hermosa mía, y ven (Ct_2_10). ¿Quién me habla? Soy yo, querida mía; soy yo, tu verdadero y fiel esposo. He visto, entre las rejas de la celosía, que me eres fiel; que nadie sino yo es escuchado y amado por ti. Conoces mi señal y mi voz, como mi paloma. No sientes otros dardos sino los míos, que te atraen y elevan a lo alto. Levántate pronto, mi toda mía. Corresponde a mi amor nupcial, que te hace fecunda como una paloma en la sencillez de tu acción, que se hace efectiva en mí. No tienes dardos; mi saeta no te aflige. Yo soy la sabiduría que te hermosea, hermosa mía (Ct_2_10). Te pareces a mí. Juntos formamos una unión, es decir una unidad. Me entrego a ti con mi claridad sustancial. En tu delicadeza, sientes un exquisito placer que te penetra toda en medio de la paz, así como el sol en la aurora: Mira hacia Oriente, Jerusalén, y ve la alegría que te viene de Dios (Ba_4_36). Recibe en ti esta luz. Tú misma eres luz. [85] Sean dos enamorados en un sol y una aurora. Produzcan un mismo día, iluminen una misma atmósfera.

    ¡Gran sol! Produce tus rayos en esta aurora: cuán admirable es la generación de los castos en medio de tu luz. Su memoria es inmortal (Si_43_1). Como con Dios, hecho hombre, se consuma la unión de este matrimonio. El está ahí, presente, excitando divinamente a su esposa a reciprocar castamente los movimientos de su corazón. Mientras más parece comunicarse esta sabiduría, tanto más la esposa anhela esta comunicación, la cual la constituye reina, es decir, divina por participación. El esposo le transmite su misma condición. 

    ¡Oh, mi Jesús! Tú eres su corona inmaculada y perenne. Tú eres su aureola y corona de virginidad. Triunfas en ella por encima de todo lo que es impuro y contaminado. Tú obtienes el premio, por ser el vencedor de un casto amor. La constituyes igualmente triunfadora sobre todo lo que es la carne. Ella obtiene el premio de la pureza, y es toda hermoseada por ti. Ella produce flores, porque en ella germina tu simiente, que sembraste en ella; en un instante, Aparecen las flores en nuestra tierra (Ct_2_12). Nuestros dos [86] Somos uno por nuestro matrimonio: Llega el tiempo de la poda (Ct_2_12). ¿Qué quieres decir, querido amor? El tiempo de cortar para dar un fruto mayor, ha llegado. Estas flores se han abierto; que sean cortadas para llenar la Iglesia con aromas perfumados; que los mortales aspiren su fragancia.

    Que la abundancia de nuestro matrimonio produzca una savia que se injerte en los árboles silvestres de los hijos del mundo; que los frutos de nuestro matrimonio animen, de manera semejante, a tantos pobres miserables apegados a las bajezas del siglo, los cuales cometen actos más brutales que las bestias, apartándose de las relaciones y uniones más elevadas que las de los ángeles, las cuales llevan a la unión, es decir, a la unidad de sustancia con la divinidad, sobre todo en la recepción del Smo. Sacramento, que es una extensión de la Encarnación que se obra en los hijos de Dios.

    La tórtola, el cuerpo que, mediante el voto de castidad, sólo reconoce en la tierra a Jesús, es escuchada por los oídos de la santa humanidad; de esa humanidad que se une a ella de nuevo cada vez que comulga. En la comunión produce el germen de inmortalidad, la simiente de la gloria que el cuerpo poseer un día. ¿Por qué se piensa que Dios honra los cuerpos de los santos, si no es mediante este contacto? Como despreciaron la corrupción de la carne y de la sangre, Dios no permite que vean la corrupción en sus cuerpos, aun después de su muerte. Algunos son tan incorruptibles como arcas de madera preciosa, en las que reposó la vara de Aarón, figura de la virginidad que es posesión del verdadero sacerdote, Jesucristo. Los esposos del mundo pierden la flor de su virginidad en la consumación de su matrimonio, lo cual no sucede en este matrimonio sagrado. [87] Las esposas florecen, porque el esposo es todo florido: él hunde sus mismas raíces en sus esposas como signo de que sus flores jamás se marchitarán. Santa Dorotea lo sabía muy bien cuando se dirigía al martirio. El ángel lo confirmó a través de las que condujo al cielo, que produjeron la bella rosa del martirio, según los escritos de San Teófilo. Florece el justo como la palmera, crece como un cedro del Líbano. Plantados en la Casa del Señor, dan flores en los atrios del Señor Dios nuestro. Todavía en la vejez producen fruto, se mantienen frescos y lozanos, para anunciar lo recto que es el Señor nuestro Dios; mi Roca, no hay falsedad en él (Sal_92_13s).

    Cuando la esposa se une a su esposo, es una bella palma florida; aun cuando sólo le permitiera verla en visión, estaría llena de flores. Su acción de amor mutuo es tan puramente alta, y tan excelsamente pura, que se compara con el cedro del Líbano. Sin embargo, esta acción es reiterada mediante la acción mutua y la fusión íntima. Los esposos son cedros y águilas. Se penetran hasta la médula, penetración que realizan como un festín mutuo. Ambos son como dos niños, pero con uso de razón, de suerte que están adheridos a los pechos de la divina bondad, que es antigua y siempre nueva, la cual los hace jóvenes en ternura y ancianos en sabiduría. Están en el seno del Padre, que, urgido divinamente por su puro amor, se deleita en alimentarlas con su leche.

    Jesús es como José, como ya dije antes: castísimo y bellísimo cual trigo de los elegidos y vino que engendra vírgenes. [88] Es tan bello, que sus alas vuelan sobre estos muros, apasionado con un puro amor, elevándose por encima de ellos mismos, es decir, por encima de los ángeles, que son los muros que los guardan y que admiran la belleza del esposo. Magdalena se enamoró al contemplar la belleza de su amado. Sin dignarse mirar a los que participan de su belleza, codició la esencial: la de su Señor y Maestro. Si los ángeles pudieran ser capaces de envidiar, a pesar de la grandeza y la excelencia de su naturaleza, codiciarían nuestra felicidad, es decir, a nuestro José. Antes de que el Verbo se encarnara, no envidiaban nada sobre la tierra; pero desde que contemplaron al más bello de los hijos de los hombres, pudieron haber envidiado, al que hace las delicias de su Padre, al que llevaba en sí todas las bendiciones del cielo y las de los abismos: Bendiciones de los cielos desde arriba, bendiciones del abismo que yace abajo, bendiciones de los pechos y del seno (Gn_45_25s).

    El fue el deseado, como ya dije. El fue el verdadero Nazareno por encima de todos sus hermanos. Su belleza mueve a las jóvenes a sufrir el martirio, sobrepasando sus fuerzas naturales. Aun las que son más tardas en amar, se adelantan a servirlo: Echa la higuera sus yemas (Ct_2_13). Las enamoradas más fértiles son como las viñas: dan un olor suavísimo. Ellas hacen desear la cercanía de este esposo a las demás, al contrario de las astutas serpientes, que se arrastran sobre la tierra.

    Esta es la razón por la que el esposo llama a su amada: [89] Levántate, amada mía, hermosa mía, y ven (Ct_2_10). Amor mío, no te apegues a las bajezas de la tierra; he puesto enemistad entre ti y la serpiente, que se arrastrará sobre la tierra, para castigarla por lo que hizo a la mujer. La sencillez no volverá a ser engañada por ella. Levántate, paloma mía, ven a las oquedades de la piedra, a la caverna y cobijo de mi costado abierto, que es un agujero de piedra viva en el que vivirás con seguridad. Introdúcete en mis llagas, mora en mí. Exclama, con Job, que morirás en tu nido, y como la palma, multiplicarás las victorias. Ven a gozar de mi amor en mi propio corazón, en el que he reunido todas mis acciones, que tienen un mérito infinito, para unirlas a las tuyas. Gime, paloma mía, bate las alas de tus afectos. El sol de mi divinidad, caerá sobre tu pecho en plenitud, porque todo lo mío es tuyo. Encenderá un fuego en el que arderás, par vivir y multiplicarte cada día, pero reviviendo siempre con mi única vida. Cuán bueno es, querida mía, arder en mis llamas aromáticas. ¡Cuánta es la diferencia entre los que arden en las fétidas llamas de la concupiscencia, a las que se sigue la muerte! En mis llamas, sin embargo, se produce la vida nueva de una divina y santa resurrección. Mi esposa debe, como yo, buscar las cosas del cielo, como dice el apóstol: Así pues, si habéis resucitado con Cristo, buscad las cosas de arriba, donde está Cristo sentado a la diestra de Dios. Aspirad a las cosas de arriba, no a las de la tierra. [90] Porque habéis muerto, y vuestra vida está oculta con Cristo en Dios. Cuando aparezca Cristo, vida vuestra, entonces también vosotros apareceréis gloriosos con él (Col_3_1s).