TRATADO DE LOS CUATRO SAGRADOS MATRIMONIOS

Primer matrimonio.

    [1]En el principio creó Dios los cielos y la tierra. La tierra era caos y confusión y oscuridad por encima del abismo, y un viento de Dios aleteaba por encima de las aguas. Dijo Dios: Haya luz, y hubo luz, etc. (Gn_1_13).

    En el principio Dios creó el cielo, al que tomo aquí como los ángeles, y la tierra, que para mí representa la humanidad. Dios creó espíritus angélicos que fuesen como cielos, dándoles por morada el cielo empíreo, en el que les ha manifestado su gloria por ser entendimientos puros.

    La tierra representa la naturaleza humana, que estaba vacía. Como no se encontraba confirmada en la justicia original, perdió muy pronto tan preciado tesoro. Nuestra pobre naturaleza era incapaz de producir acción alguna que mereciera la vida eterna, a causa del pecado que le arrebató la gracia. Después de haber desobedecido a Dios, se encontró en un abismo de desdichas [2] y las tinieblas cubrieron la faz creada a imagen y semejanza de la divina belleza, haciéndola espantable.

    El Espíritu de la bondad divina, considerando nuestra naturaleza inconstante y mutable como el agua, quiso ser él mismo su dique, su peso y su término. Movido por su propia inclinación, se dirigió a ella para cernirse y volar sobre su superficie. El Espíritu del Señor se movió sobre las aguas. El Espíritu del Señor vuela sobre las aguas. El Padre, movido por un deseo paternal suyo, envió a su Hijo, el cual tomó nuestra naturaleza para morar entre nosotros. A su vez, el Espíritu Santo voló hacia la humanidad para accionarla y darle efectividad.

    La Santa Trinidad acordó en consejo: Que una de nuestras personas, a saber, la segunda, que es sabiduría y esplendor del Padre, figura de su sustancia, imagen de su bondad, claridad purísima y omnipotente, movida a piedad hacia esa pobre naturaleza, se haga hombre en la plenitud de los tiempos. Como dicho Consejo era sapientísimo y lleno de bondad, tuvo su efecto santísimo [2°]. Se pronunció una divina palabra: Haya luz 

(Gn_1_3), a favor de la humanidad. Y hubo luz (Gn_1_3). Que se haga la luz sobre la naturaleza humana. Que el Verbo divino se haga carne en las entrañas de María, que es un abismo de humildad. El Espíritu Santo, por inclinación, quiso descender hasta ella, que mediante el voto de virginidad parecía una tierra yerma, debido a que no deseaba conocer varón. María se había dedicado a la divinidad, la cual sobrevoló su mar y derramó en ella el rocío divino. En cuanto María abriera sus labios para decir: Fiat, el Verbo se haría carne para habitar entre nosotros. Al tomar nuestra naturaleza, nos daría la suya. Su hipóstasis sería la única en tener dos naturalezas, que integrarían eternamente una sola persona: Jesucristo, Dios y hombre. He aquí un matrimonio admirable y eterno, en el que Dios no sólo une a las criaturas, sino que él mismo se une a su criatura mediante la unión hipostática, de manera que Dios se hace hombre y el hombre, Dios: y hubo luz. Vio Dios que la luz estaba bien, y apartó Dios la luz de la oscuridad (Gn_1_3s).

    Dios, al ver que la luz del Verbo era buena hasta la excelencia, y que merecía estar separada de las tinieblas, dividió la luz de la oscuridad. La justicia exigió un tributo, que el Verbo divino tuvo a bien pagar con su alma santísima y su cuerpo sagrado. Esto significa que, a pesar de que su alma bendita gozaba en su parte suprema de la visión beatífica de la gloria, contemplando su divina esencia, la parte inferior estuvo sujeta al sufrimiento y al poder de las tinieblas, como lo afirmó el Salvador el día de su Pasión. A pesar de ello, ni su alma ni su cuerpo estuvieron jamás sujetos al pecado ni a la imperfección de la ignorancia; no a la culpa, sino a la pena, de la que Jesucristo hizo elección.

    Después de obrar esta división, Dios llamó a la luz día (Gn_1_5). Sin confundir las sustancias, Dios realizó la admirable e inefable Encarnación. La naturaleza divina fue llamada día, y la naturaleza humana, noche.

    Dijo Dios: Haya un firmamento por en medio de las aguas. (Gn_1_6).Que en medio de las aflicciones, que llegarán hasta la parte inferior del alma, exista el firmamento; es decir, que [3] dicha alma, en su parte superior, contemple en todo momento la esencia divina; que ni las tristezas de su parte inferior, ni los tormentos del cuerpo, la distraigan jamás de ella. Y apartó las aguas por debajo del firmamento (Gn_1_17). Dios supo obrar esta maravilla en la unidad de la persona de Jesucristo: su alma gozaba en su parte superior de las aguas del manantial abundante y viviente a la que estaba unida, al mismo tiempo que la parte inferior sufría la impetuosidad de las aguas de las contradicciones, es decir, los pecados del mundo, que entristecieron su alma hasta la muerte. El pecado cometido contra Dios es aborrecido por Dios, por oponerse a su esencial y soberana bondad.

    Después de la resurrección, el cuerpo y el alma de Jesucristo fueron convertidos en firmamento. La divinidad transformó las aguas amargas en torrente y océano de delicias. De este modo, la humanidad recibió el atributo de la impasibilidad: Cristo, una vez resucitado de entre los muertos, ya no muere más (Rm_6_19). Jesucristo es un cielo. Es cielo de los cielos y posesión del Señor. Por esta razón, la plenitud de su divinidad mora en él.

    Dios quiso que las aguas de las perfecciones esenciales y divinas estuviesen contenidas en Jesucristo, Dios y hombre; y que, de manera eminente, poseyera las de toda la creación en plenitud. Dispuso además que, de su plenitud todos los ángeles, la humanidad y las demás criaturas [3°] recibiesen de él todo cuanto tienen. El es cabeza de los ángeles y de los hombres. El es el grande y espacioso mar del que nacen los ríos, y al que vuelven pasando por el canal que está adherido a él: la gloriosa Virgen, su santa Madre, que es el cuello de la Iglesia y por cuyo medio reparte sus gracias a todos los miembros de su cuerpo místico.

    Hizo Dios dos luceros mayores; el lucero grande para el dominio del día (Gn_1_16). Este gran astro es Jesucristo. Juan nos dice que él es la verdadera luz, que ilumina a todo hombre que viene a este mundo, confiriéndole por sí mismo la gracia, que es como la luz del día. El lucero pequeño para el dominio de la noche, y las estrellas (Gn_1_16). La luminaria menor es la Santa Virgen; pequeña, porque ella es una simple criatura en comparación con Jesucristo, que es creador antes que criatura. La Virgen nos ilumina mediante sus intercesiones, obteniéndonos la gracia de su Hijo cuando estamos en la noche del pecado. Es ella la que pide a su Hijo que nos ilumine. [4] Como es Madre de misericordia, tiene piedad de los pecadores. María no desempeña el oficio de juez, sino el de abogada, al que la invitan los santos, que son astros que piden también por nosotros. Ella es la medianera, después de Jesucristo y por encima de los santos. Ella es la mujer que apareció a San Juan como una gran señal en el cielo, revestida de sol en su Asunción y rodeada de la gloria de su Hijo cuando lo llevaba en sus entrañas virginales. Ella era la novedad que contempló el profeta Jeremías sobre la tierra: una mujer circundando a un varón y siendo portadora del verdadero Hombre-Dios, que es causa de su gloria. Todos los santos la reconocen como la Madre del Santo de los santos, el cual la santificó mediante un privilegio especial y por los méritos de la sagrada humanidad que tomó en ella. El la hace coadjutora suya en la redención, y desea que todos los santos, al verla tan humilde y cercana a su trono, coloquen sus coronas sobre su cabeza, la cual inclina ella a los pies de Jesucristo, por ser la más próxima a los afectos de su Hijo, simbolizados por los pies.

    Ella tiene la luna como escaño, porque siempre se mantuvo constante en la gracia. La luna a sus pies significa que posee [4] una singular inclinación y un grandísimo afecto para incrementar en nosotros la benigna influencia de todas las gracias que su Hijo nos concede por su medio, por ser la tesorera. A María, su santa Madre, da en totalidad; a los santos y santas, por parcelas. Todos los ríos proceden del mar. María es un mar, y a ella vuelven. Jesucristo es el mar por naturaleza. De él derivan todas las gracias, y la Virgen es un mar por participación o privilegio para hacernos el bien y, con preferencia a los demás, a las esposas de Jesucristo.

    Que sus esposas se alegren con plenitud. Tienen un esposo cuyo Padre es el Dios de toda consolación, y cuya Madre es Virgen, más pura que toda otra criatura. Que consideren cuán incomparable es su esposo, que es el Hijo de Dios. Y que le rueguen tenga piedad de las que no tienen esta gracia, sabiendo que gracias a la bondad y la caridad de Dios son esposas del Rey de los reyes. Que atraigan a otras jóvenes, diciéndoles ardiente y verdaderamente: Si conocieran al esposo que he escogido, y las grandezas y placeres que [5] experimento al tenerlo por esposo. Si conocieran el don de Dios y quién es aquel de quien hablo, lo buscarían y les sería dado. El es un campo sembrado de flores perfumadas y el aliento que procede del seno paterno, un hálito tan poderoso, que puede confortar y dar vida al alma, aunque haya muerto. Jesucristo, mi esposo, es tan dulce y benigno: Bienhechor, incoercible, amigo del hombre, firme, seguro, sereno, que todo lo puede, todo lo observa, penetra todos los espíritus, los inteligentes, los puros, los más sutiles. Porque a todo movimiento supera en movilidad la Sabiduría, todo lo atraviesa y penetra en virtud de su pureza. Es un hálito del poder de Dios, una emanación pura de la gloria del Omnipotente, por lo que nada manchado llega a alcanzarla. Es un reflejo de la luz eterna, un espejo sin mancha de la actividad de Dios, una imagen de su bondad. Aun siendo sola, lo puede todo, sin salir de sí misma, renueva el universo: en todas las edades, entrando en las almas santas, forma en ellas amigos de Dios y profetas, porque Dios no ama sino a quien vive con la Sabiduría (Sb_7_23s). ¿Acaso las cualidades de mi Jesucristo, dejarán de atraer a los corazones? Su poder y su fuerza residen en su dulzura. Es humano y benigno; jamás cambiará. Es un amigo fiel y seguro por siempre. Posee todos los tesoros y los atributos de su Padre, para compartirlos con su esposa. Siempre la contempla, lo mismo que sus obras, para darles su recompensa, lo mismo que a sus pensamientos. El comprende todos los espíritus, mereciendo además cautivarlos con sus atractivos. Se da en participación a su esposa, concediéndole sutiles inteligencias, inocentes y purísimas. El amor que obra en él mueve nuestros corazones para amarle. El ha llegado a lo más íntimo de nuestros espíritus mediante la pureza de su rayo, tan ardiente como brillante; ardor que refresca, sol que no ofusca los ojos de su esposa cuando lo mira con una simple mirada, es decir, con rectitud de intención. [5°] Se trata del ojo sencillo que el Salvador exige en el Evangelio, ojo que ilumina todo el cuerpo. El amor obra la semejanza. El amor exige la unión, es decir, la unidad. Como la belleza y la bondad son tan amables, no es de admirar que Salomón hable de sus afectos a través de la esposa. 

    Al pedir la Encarnación, La Iglesia, deseosa de que la sabiduría que procede de la boca del Altísimo se digne llegar personalmente a nuestra naturaleza, exclama: Me besará con un beso de sus labios (Ct_1_2). Padre Eterno, envía al Verbo. Bésame con el beso de tu boca, para que pueda saborear la dulce leche de tus pechos. Danos al Emmanuel, para que coma leche y mantequilla; que una nuestra humanidad a tu divinidad; que venga a borrar el mal que es el pecado, y nos conceda el bien. Cielos, derramen su rocío, etc. (Is_45_8). En cuanto a mi voluntad, nuestra pobre naturaleza sugería el deseo de que los cielos se derritieran para que el Verbo divino, como un rayo deslumbrador, se llegase hasta mí. Que redujese a la nada el soporte humano, para no ocuparme más de él, [6] dándome a cambio el divino; que obrase un Hombre-Dios sostenido por bases de oro, para que nuestra naturaleza fuera eternamente unida y apoyada cual piernas de mármol sobre esta base de oro, y poder así contemplar esta nueva maravilla sobre la tierra: La mujer ronda al varón (Jr_31_22). 

    Gran Dios, ¿hasta cuándo permitirás a esta naturaleza vagabundear en medio de tan engañosas delicias? ¿Es que no ves que se disuelve, que sus pensamientos no se detienen? Busca una bella Ester que te agrade. Retracta la sentencia sin apelación que pareces haber dictado: que tu espíritu no moraría en el hombre por ser carnal, y porque, además, toda carne ha corrompido su camino. ¿Acaso te niegas a concedernos al santo de los santos para mirar nuestra corrupción? Contempla a María, cuya naturaleza nunca se pervirtió. Ella es la perla sin par que fue preservada por tu gracia, sin recibir el agua del mar que penetra en todos hijos de Adán, el pecado original; derrama en ella tu rocío divino, envía tu poder; muestra que has sido vencido por una mujer, lo cual aumentará tu gloria. En ella tu amor se manifestará con mayor excelencia; fortalece nuestra debilidad; encuentra tú mismo en María a la mujer fuerte, cuyo precio sólo tú puedes calcular. Confíale a tu Hijo; su seno virginal es capaz, mediante la gracia, de retener a este Unicornio que [6°] está fuera del alcance de los hombres, en cualquier tipo de cacería que emprendan. La Virgen es la montaña santa, la Sión amada del divino Verbo: Y construyó su santuario como el unicornio, como la tierra que fundó por siempre (Sal_77_69).

 Segundo matrimonio.

    Recibe esta embajada que es la más venturosa que jamás se haya hecho, porque trata de un matrimonio divino que será indisoluble; jamás dejará el Verbo lo que toma mediante la unión hipostática, que es nuestra naturaleza. No temas, el Espíritu Santo vendrá sobre ti y te cubrirá con su sombra. El Verbo divino, que es fuego, no producirá en ti sino ardores sagrados, cuyo ímpetu mitigará el Espíritu. Tu alma, derretida ante la palabra omnipotente, será recibida y preservada por el Espíritu Santo. Así como fuiste casta en tu concepción y pura e inmaculada durante tu estancia en el templo, di también que al recibir al Verbo eres virgen; entrégate a él sin miedo; ámale con todo tu corazón. Al llamarte sierva suya, eres constituida [7] reina, hija, madre y esposa. En esto cifro nuestra dicha: Y el Verbo se hizo carne para vivir entre nosotros (Jn_1_14). Hete aquí cual nueva Jerusalén, más feliz que la antigua; tienda de Dios en medio de la humanidad y novedad en la tierra: La mujer ronda al varón (Jr_31_22).

    ¿Y tú, amable Jesús? Te haces cautivo por amor. Hete ahí encerrado en el seno de una virgen. Los cielos no pueden contenerte, y una virgen te abarca. ¿Qué rescate pagarás? Sólo podrás liberarte pagando el precio de ti mismo. Como somos hijos suyos, no deseamos optar por una alianza inferior. Nos gloriamos de tener, por medio de María, un familiar tan grande como el Hijo de Dios. También deseamos serlo, porque la caridad incomparable de tu Padre desea que seamos llamados hijos suyos, y que lo seamos como herederos contigo: Tanto amó Dios al mundo que le dio a su Hijo único (Jn_3_16). El quiso dártelo, Virgen, santa, esposa toda pura y sin mancha. Jesús mío, tu Padre te entrega a nosotros, no para juzgar al mundo, sino para salvarlo por ti mismo, para darnos la vida de la gracia y después la de la gloria. La vida eterna consiste en conocer a tu Padre y a ti, [7°] que eres su enviado. Sal, querido enamorado, de este lecho nupcial y virginal, alegre como un esposo; la Virgen consiente en ello. Ella sabe que eres un sol, y que nadie será privado de tus calurosos rayos, a menos que la malicia de su obstinación te cierre la entrada. 

Tercer matrimonio.

    Mi muy amado, veo en verdad que has venido a morar con los tuyos, y que ellos no te recibieron: vino a los suyos y no lo recibieron (Jn_1_11). No dejes de hacer la elección de una tercera esposa, que es la Iglesia. La llevó a cabo al elegir a los apóstoles, a quienes, como a los que le reciben, fue dado el poder y el privilegio de ser hijos de Dios. Ellos fueron elegidos por el amor del Padre, porque nadie va al Hijo si el Padre no lo atrae. La voluntad de la carne no los atrajo, porque era necesario ser llamados por el Espíritu y vivir según él. El llamado de la sangre no era benéfico para ellos, como se lo indicó el mismo Salvador: [8] No sabéis lo que pedís. ¿Podéis beber la copa que yo voy a beber? Dícenle: Sí, podemos. Díceles: Mi copa sí la beberéis; pero sentarse a mi derecha o a mi izquierda no es cosa mía el concederlo, sino que es para quienes está preparado por mi Padre (Mt_20_22s).

    Como diciéndoles: No piensen que, por ser primos míos, les concederé los primeros lugares; ¿pueden beber mi cáliz? y aunque lo beban, no es de mi incumbencia, como pariente suyo, darles un sitio a mi derecha, sino de mi Padre, que no tiene acepción de personas. Cuán cierto es que el Espíritu sopla donde quiere: El viento sopla donde quiere y oyes su voz, pero no sabes de dónde viene ni a dónde va. Así es todo el que nace del Espíritu (Jn_3_8). En otra parte dice: ¿Quién es mi madre, mi hermano y mi hermana? Todo el que hace la voluntad de mi Padre (Mc_3_33s). ¿Acaso piensan que sólo se les dará el nombre de hija o hijo? Será un nombre de mayor dignidad. Mi Padre implantará su voluntad en el alma, y ella no será ya sino una misma voluntad con Dios. Todo el que se adhiere a Dios es hecho un mismo espíritu con él. Por esta razón, la esposa debe permanecer unida al esposo. Quien se adhiera a él y se pierda a sí mismo, debe dejar todas las cosas y recordar las palabras del Génesis que [8] repitió Jesucristo acerca de la necesidad de que el esposo deje al padre y a la madre para unirse a su esposa: Por eso deja el hombre a su padre y a su madre y se une a su mujer, y se hacen una sola carne (Gn_2_24). Si el esposo debe hacer esto, con mayor razón la esposa. Por ello Jesucristo, al llamar a sus apóstoles, les exige que dejen todo: padre, madre y hasta sus redes, porque deseaba iniciar el tercer matrimonio, que realiza con la Iglesia. Para mostrar los preparativos para las bodas, dijo a los que murmuraban porque sus apóstoles no ayunaban: ¿Pueden acaso ayunar los invitados a la boda mientras el novio está con ellos? Mientras tengan consigo al novio no pueden ayunar (Mc_2_19)

    Se nos muestra, de este modo, el amor del soberano esposo que pretende desposar a la Iglesia. En cuanto él declara su linaje, el Padre eterno lo confiesa como Hijo y heredero universal de todos sus bienes. Tomando como testigos a Moisés y Elías junto con san Pedro, Santiago y san Juan en la Transfiguración, manifiesta la gloria que posee; alimenta a cinco mil hombres, sin contar las mujeres y los hijos; resucita a unos, ilumina a otros y da salud a los leprosos: Id y contad a Juan lo que oís y veis: los ciegos ven, los cojos andan. Dichoso aquel que no se escandalice ante tu amor, mi buen Jesús. San Juan Bautista sabía muy bien que tú eras el esposo, y que tenías una esposa destinada para ti. El se llamó a sí mismo amigo del esposo.

    Desposó a la santa Iglesia cuando estuvo en el templo, repudiando a la sinagoga, la cual había imitado a Vashti, desconociendo el honor que Jesucristo, más noble que Asuero, le concedía al invitarla a ser la primera. El dulce amante, lloró por ella, movido a compasión al considerar que ella sería homicida de su propio esposo y parricida, es decir, deicida, privándose de la vida con la muerte eterna. Rechazó la vida del Salvador, que se la ofrecía. Rechazó su banquete, negándose, además, a ser suya. El sufrió más ante la pena de perderla, que ante el desprecio que ella le demostró. Nada perdió con ello. La fuente no recibe daño alguno cuando alguien se acerca a sacar agua de ella, porque no deja de correr. En ti, mi buen Jesús, se encuentra la fuente viva y poderosa que mana de tu Padre; eres fuente de vida en ti mismo; eres Dios, y no tienes necesidad alguna de tus criaturas. El Espíritu que procede de tus dos personas es designado como [9] fuente viva y fuego de caridad; caridad que te mueve a amar a tus criaturas para comunicarte a ellas con una comunicación tan excelente, como la de un esposo con su esposa: Yo te desposaré conmigo para siempre; te desposaré conmigo en justicia y en derecho, en amor y en compasión, te desposaré conmigo en fidelidad, y tú conocerás al Señor. Y suceder aquel día que yo responderé, oráculo del Señor, responderé a los cielos, y ellos responderán a la tierra; la tierra responderá al trigo, al mosto y al aceite virgen (Os_2_21s).

    Todo lo anterior se llevó a cabo hacia el fin de los días mortales del Salvador. Juan dijo: Jesucristo, sabiendo que había llegado su hora de pasar de este mundo al Padre, habiendo amado a los suyos que estaban en el mundo, les dio, al final, el signo más grande, porque sabía que el Padre le había puesto todo en sus manos (Jn_13_1s). Quiso, por ello, ofrecer la cena y, después de ella, darles él mismo el don infinito que procedía de un amor infinito: quiso hacer el banquete de sí mismo deseando, antes de darse en alimento, lavar los pies de los discípulos, en un servicio que era el más bajo que se asignaba a un sirviente. Los pies de Judas fueron los más indignos [10] y advenedizos que jamás había soportado la tierra. Cuán cierto fue, mi buen Jesús, que el que estaba a tu mesa para comerte, verdadero pan de vida, levantó el talón para traicionarte, entregándote a tus enemigos. 

    Aun así toda su malicia pareció multiplicar en tus entrañas actos de bondad. Esposo apasionado, perdona mi atrevimiento al preguntar hasta dónde te lleva el amor. Los serafines tienen razón cuando velan su rostro ante tu grandeza y los pies ante tu voluntaria humildad, como no comprendiendo ni tu humildad, ni tu sublime majestad. Sólo les quedan las dos alas de en medio para volar. Su vuelo se detiene en el amor; el amor que es tu peso: donde él te lleva, ahí te diriges. Te veo ahora como el espectáculo de Dios, tu Padre, de los ángeles y de los hombres: Salid a contemplar, hijas de Sión, a Salomón el rey, con la diadema con que le coronó, no su Madre María, sino su humildad, a la que puede llamarse de ese modo en el día de sus bodas, el día del gozo de su corazón (Ct_3_11). Salgan, ángeles de la Sión celestial; salgan, almas fervientes, fuera de ustedes mismos para admirar al rey de Salomón a los pies de Judas, a quien no sólo lava, sino besa. Contemplen esos pies colocados sobre la cabeza del Salvador, admirándolos cual valiosa diadema para el rey de reyes. La humildad y la caridad son causa de que él reciba esta corona o diadema en los días de sus bodas, de su alegría y de los deseos de su corazón. Contémplenlo humillándose y anonadándose a sí mismo tomando la forma de un servidor, el más despreciado de todos. Véanlo como al pie de la Cruz, ya que Judas fue para él la cruz más grande que debía sufrir: en ese momento, su apostasía crucificaba al Salvador en lo más íntimo de su corazón. La cruz de madera fue el suplicio de su cuerpo; Judas, empero, fue el tormento de su alma, al igual que todos los Judas, por los que Jesucristo quiso sufrir voluntariamente y transportado del divino amor, al grado en que éste llegó a constituir la alegría de su corazón afligido. Dos contrarios parecen radicar en un mismo sujeto, pero ello es obra del amor: el amor transporta el alma del que ama al objeto amado, pareciendo animarlo de sí mismo. Contemplen al Salvador portando él mismo su corazón, su alma y su divinidad hasta los labios de Judas, en los que irrumpir el primer enemigo del mismo Salvador, a saber, el demonio.

    Mi buen Jesús, fue éste un duelo trágico y sangriento. Pero, ¡cómo! ¿Te bates contra todo el infierno por el alma de Judas, a la que anhelarías desposar y recibes los golpes de los poderes de las tinieblas? Cual otra Dalila, esa alma desdichada te traicionaba ya en su corazón y, a ejemplo de Sansón, pareciste enseñarle la manera, diciéndole que hiciera pronto lo que su malicia había planeado. El amor es, en ti, más fuerte que la muerte y tus celos más duros que el infierno; tu fuego sobrepasa todo fuego. Tu corazón es una lámpara de fuego, al que ni los pecados de la humanidad podrían extinguir, ni disminuir en algo su caridad. Padre eterno, es así como amas a los pecadores. Tanto amó Dios al mundo que le dio su Hijo único (Jn_3_16). Levántate, Aquilón (Ct_4_16); sal de aquí, alma congelada. Dejemos a Judas, ya que abandona a los buenos. Ven, brego, sopla en mi huerto, que exhale sus aromas (Ct_4_16). Alma mía, permanezcamos en el cenáculo con los buenos. Jesús invita; quédate con él, que es la soberana bondad. Contempla a Jesús, quien parece olvidarse de sí mismo, diciendo: Con gran deseo he deseado, (Lc_22_15). Ah, cuánto he anhelado este día de mis bodas, en el que he querido entregarme y comunicarme sustancialmente a ustedes, obrando este matrimonio sagrado mediante este sacramento, que es prenda de mi amor. 

    Adornados de la gloria futura, bebamos en nombre del matrimonio: Ya he entrado en mi huerto, hermana mía, novia; he tomado mi mirra con mi bálsamo (Ct_5_1). Tú me llamas a tu jardín, y yo te reclamo al mío. Ya he mezclado mi mirra con mis perfumes. Ya bebí mi vino con mi leche; me encanta estar en ti; pero como dije a San Agustín: Es mejor que tu sed sea cambiada en mí. Ven a mí, esposa mía querida, y ustedes, mis apóstoles; beban, amigos míos [11]

    Juan, mi muy amado, embriágate. Mi pecho es tu lugar de reposo, después de haber comido el trigo de los elegidos y el vino que engendra vírgenes. Yo dormía, pero mi corazón velaba (Ct_5_2), repetía Juan. La voz de mi amado Jesús llama a mi entendimiento. Ábreme tu alma, hermana mía, mi toda mía, mi paloma, mi inmaculada, porque mi cabeza está colmada de rocío. Recibe en ti el rocío celeste que tanto desearon los antiguos. Abre tu corazón y haré germinar en él el principio de mi amor inmortal. Serás semejante a aquel a quien amas; yo moraré en ti y me asentaré como la nube, Y germine el Salvador (Is_45_8). 

    En tanto que San Juan correspondía a este amor con toda la gracia y fuerza que poseía, se adormeció dulcemente, sosegándose sobre el pecho del Salvador: Exulto a la sombra de tus alas; mi alma se aprieta contra ti, tu diestra me sostiene (Sal_63_8s).

    El discípulo amado voló a cubierto bajo las alas del Salvador, el cual extendió su vuelo hasta el seno del Padre, donde se estremeció de júbilo al contemplar la generación eterna: En el principio existía el Verbo (Jn_1_1), y lo que sigue, que me llevaría largo tiempo describir. Vio cómo el Verbo se hizo carne para morar entre nosotros, contemplando su gloria como la del Hijo único del Padre, lleno de gracia y de verdad. Fue entonces cuando esta águila excelsa enseñó a volar a su aguilucho del corazón, permitiéndole contemplar fijamente el sol de su divina esencia. De este modo, de pequeña aguililla, lo convirtió en otra águila grande que se alimentaba del extracto del cedro del Líbano, que representa al Salvador. Dicha resina es su divinidad, y el exterior del árbol su humanidad. El penetró en el sagrado zumo, conociendo así los secretos divinos con tanta inteligencia y comprensión como puede darse en la tierra, adhiriéndose fuertemente a esta su presa, el pecho de su maestro, al que siguió hasta la muerte, diciendo: mi alma se aprieta contra ti, tu diestra me sostiene (Sal_63_9). Juan persiguió su presa, que era el cordero divino, obrando como Benjamín, lobo rapaz. Cuán místicamente se cumple aquí el dicho del profeta: el lobo y el cordero hacen las paces, pero al comer el grano junto con la paja.

    Dicha diestra lo sostuvo milagrosamente, ya que es de admirar que no muriese de amor, pudiendo exclamar: La Diestra del Señor hace proezas, excelsa la diestra del Señor, la diestra del Señor hace proezas. No, no he de morir, que viviré, y contaré las obras del Señor (Sal_118_16s). El fue dejado en la tierra para que nos dijera o narrara los misterios más grandes que tenemos, los cuales dice haber contemplado. El es hijo de la diestra, hijo del corazón y el Benjamín del Salvador: Allí iba Benjamín, el pequeño, abriendo marcha (Sal_68_28).

    [12] El amor y la virginidad fueron las dos grandes alas que lo llevaron hasta este desierto; un amor interior y una virginidad interior más excelentes en él que lo exterior. Este desierto puede ser descrito como la divinidad, que no podía ser vista por los hombres sin morir, y mucho menos habitada. Este elegido, en cambio, tuvo el privilegio de verla sin morir, y el de poder hablar de ella. En él fue escuchada la oración de Jesús en la cena: él vio cómo el Verbo estaba en su Padre, la gloria que tenía antes de la creación del mundo, cómo era y es uno con su Padre y fue uno con Jesucristo así como la esposa con el esposo. Su tálamo sagrado fue Jesús de Nazareth, esposo florido que sembraba de flores su lecho, el cual fue más admirable que el de Salomón. San Juan pudo dormir seguro en él. ¿Quién dudaría que el esposo haya dicho a los demás: Las conjuro, hijas de Jerusalén, a no despertar a mi amada hasta que ella quiera? (Ct_2_7). 

    Cuando los ángeles vieron al escogido elevado en tan sublime contemplación, exclamaron a una: ¿Qué es eso que sube del desierto, cual columna de humo sahumado de mirra y de incienso, de todo polvo de aromas exóticos? (Ct_3_6). El corazón de Jesús era su ascensión en el amor; en él realizó sus ascensiones; el dulce Jesús fue el lecho rodeado por los más fuertes de Israel. [13] Jesucristo seguía siendo la litera fabricada con maderas del Líbano. El Rey Salomón hizo para sí una litera con maderas del Líbano (Ct_3_9). El mismo la hizo por obra de su Santo Espíritu y de la inmaculada sangre de María; El Verbo se hizo carne, para habitar entre nosotros. 

    San Juan nos dice: Reciban también ustedes al Verbo humanado, que es el don sublime y perfecto que el Padre de las luces les concede. Amen a este esposo, ya que se encuentran en el lecho que es el tálamo santísimo. Digan: Amo a Cristo, a cuya cámara nupcial entraré; cuya madre virgen es; cuyo Padre no conoce mujer. El es para mí un órgano melodioso, a cuyo son cantaré. Cuando le amo, permanezco casta; cuando lo toco, sigo siendo pura; cuando lo recibo, sigo siendo virgen.

    Cuando él te llamó y tú lo seguiste, dejaste a tu padre. Fuiste casto cuando te dejaste lavar los pies y purificado cuando te los besó. Mas ahora que lo has recibido, entregándote del todo él, de espíritu a espíritu, de corazón a corazón, tu virginidad es más íntegra. Que tu corazón reciba la efusión del suyo; y que el tuyo se funda o licúe en él. Recíbelo una vez más como un sol que producir en ti claridades eternas: Fulgurante de luz Tú, poderoso, viniste, de los montes eternos. Se turbaron los ignorantes de corazón. (Sal_75_5s). 

 [13]  El hombre sensual es incapaz de comprender los amores espirituales; difícilmente los entiende. Con ello quiero decir que, cuando Jesús ama un alma con amor esponsal, se comunica a ella, pero ante todo, sustancialmente en el Santísimo Sacramento del altar con un proceder de amor tan admirable, que sólo puede describirse como el derramamiento de la simiente divina en el alma; semilla que no muere ni se aparta de su principio u origen, permítaseme la expresión, ni de su vitalidad o de su poder; poder que recibe el nombre de amor, de un amor que obra y hace germinar dicha simiente infusa en el espíritu y en el corazón de la esposa. Es la llave maestra, el dedo de la derecha que abre el corazón, aunque esté cerrado con doble cerrojo, cual jardín cerrado y fuente escondida. Es un huerto reservado a plantar en él la flor de los campos y el lirio de los Valles. Es fuente en la que se reciben, en participación, las aguas del manantial de vida. Este corazón, al que el Cantar y el Evangelio llaman seno, es transformado en río: Del seno de aquel que cree en Mí, manarán ríos de agua viva (Jn_7_38).

    El amor divino produce todo esto en la esposa, porque ella posee la fe viva que la impele a acercarse a su esposo, en un movimiento que produce la esperanza, esperanza que no es vana, sino prontamente coronada de alegría, de un gozo que es [14] caridad, la cual establece su morada en el corazón. Donde hay caridad, Dios establece su morada.

    El amor es una ley exigentísima. No basta con sólo guardar los mandamientos y consejos del amado, sino aun sus signos, que son como invitaciones y poderosos atractivos al grado en que, si él atrae una de nuestras potencias, todas las demás vayan en pos de su aroma. Tanto las más bajas como las más jóvenes, están muy apegadas a los sentidos corporales, los cuales parecen espiritualizarse. También ellos participan de las nupcias, pero toda la gloria de la esposa hija del Rey está en el interior.

    Dicha gloria es una claridad que arde santamente, pero con un fuego que es refrigerio, por ser fuego y fuente, sol y nube a la vez: Cielos, derramen su rocío (Is_45_8), y el Espíritu Santo, que es dicha nube, cubre o modera el ardor del sol de justicia, y mediante su inhabitación difunde en el corazón la suave lluvia de la caridad. El son divino produce sus rayos en el interior de su esposa.

    Estos rayos son concepciones admirables que se realizan mediante la unión de fuego que el divino esposo hace con la esposa. Es la generación castísima: Oh, cuán bella y luminosa es la generación de los castos. Inmortal es su memoria, y honorable delante de Dios y de los hombres (Sb_4_1). Ah, cuán hermosa es esta castidad, en sus irradiaciones. Eterna ser su memoria, porque se realiza en presencia de Dios y por mediación de Dios en el alma. Cuando nos es presentada como un ejemplo a seguir, debemos imitarla. Quien pueda entender, que entienda. (Mt_19_12). [14] Cuando ella se presenta a nuestros entendimientos, debemos desearla. Si la recibimos, obrará en nosotros esta maravilla: Y coronada triunfa eternamente, ganando el premio en los combates por la castidad (Sb_4_2). A los vencedores se les dará el maná escondido y el nombre nuevo. Esta alegría divina y nupcial, sólo puede ser comprendida por la esposa, que es agraciada con ella.

    A san Juan se concedió todo esto. El presenció el combate de la pasión, y bebió con fidelidad del cáliz de dolor de Aquel a quien amaba, que fue para él un esposo de sangre y de aflicción. Así como fue el Benoní en la Cena, hijo de la alegría de su padre, en el Calvario fue el hijo del dolor de su Madre. 

    ¡Qué circuncisión fue para el corazón de san Juan el ver morir a Jesucristo! ¡Qué dolor fue para la Virgen el verse privada de un hijo divino, para adoptar uno meramente humano! Virgen santa, así obra el amor: He ahí a tu hijo, el cual te acepta por madre. Es un parto doloroso, que sobrellevas con amor. Es agridulce: tiene lugar en el lecho de la cruz. Este hijo, Juan, ser para ti esposo y guardián. Sobre esta colina, tú y él representan a la Iglesia, a la que Jesucristo da a luz y desposa mediante la sangre que brotar de su costado. Te adhieres al querer de Dios, su Padre. Ambos se hacen un mismo espíritu con él. Todo está consumado. Este matrimonio debe durar eternamente, por ser más fuerte que la muerte. Se lleva a cabo en ella, o por ella. La sangre y el agua son lazo y testimonio; y el espíritu son los tres que dan testimonio en la Iglesia Militante, así como hay tres que dan testimonio visible en el cielo: el Padre, el Verbo y el Espíritu Santo.

    Así como estos tres son un solo Dios, el agua, la sangre y el espíritu forman una unidad en la tierra. La victoria que vence al mundo es nuestra fe; nuestra seguridad, Jesucristo que ha resucitado para no volver a morir. El está a la derecha del Padre para atraernos en pos de sí, a fin de que busquemos las cosas de arriba y no las de la tierra. El es el nuevo y celestial Adán que tiene una esposa virginal, salida de su costado. Todos los hijos deben ser semejantes: blancos de pureza y rojos de caridad, ya que él dijo: Cándido y rubicundo (Ct_5_10).Un semejante engendra otro [15] semejante; la pureza acerca a Dios, y la caridad transforma en Dios: el esposo y la esposa son dos en un espíritu.

    Oh, gran sacramento del matrimonio de Dios con la Iglesia. Es la nueva Jerusalén que desciende del cielo y de Dios, adornada de su esposo; es el tabernáculo de Dios con la humanidad: él vive con nosotros, mediante este matrimonio, hasta la consumación de los siglos: Y estaré con vosotros todos los días, hasta el fin de los tiempos (Mt_28_20). Su espíritu no abandona jamás a la Iglesia, gobernándola en todo momento. Este amable Jesús mora en ella realmente en el santo Sacramento del altar. Oh invención del amor, incomprensible e incomparable. Deleitas a la Iglesia militante bajo un velo que te oculta como estás en el cielo: glorioso y visible, para glorificar a la triunfante.

    Permanece en su lecho sagrado contentando a Lía y Raquel. La Iglesia militante, cual otra Lía, podría protestar de que la Iglesia triunfante, bella como Raquel, retenga siempre al esposo común, el cual se recrea en su belleza. La de aquí, en cambio, le da su fecundidad. Si Rubén sigue recolectando las mandrágoras que Lía da a Raquel, para que crezca en gloria accidental, se debe a que los hijos de la Iglesia militante pueden enviar frutos a la Iglesia triunfante. 

    Cuarto matrimonio.

    [16] Y ahora, el cuarto matrimonio, que es el que mi queridísimo esposo se ha dignado hacer con la más indigna de las esposas que quiso escoger sobre la tierra. El mismo me ordenó escribir, mandato que me fue reiterado por mi confesor. A pesar de la pena que sentí en mi espíritu, tuve que resolverme a obedecer. Al comenzar a escribir, no pensé en referirme al matrimonio realizado con la Virgen en la Encarnación; pero su esposo, el glorioso Espíritu Santo, así lo quiso. Tampoco sobre la Iglesia, pero el mismo Espíritu guió mi pluma junto con mi entendimiento.

    No podía oponerle resistencia y darme a la tarea, ya que estos tres matrimonios son tres testigos de su amor y sagrados lazos que nunca se romperán. Los tres primeros son muy reales; a pesar de ello, los ángeles y los santos le suplicaron que confirmar el cuarto. Las otras tres esposas son purísimas y sin mancha. La cuarta, en cambio, es la indignidad misma a causa de sus pecados. Sé bien, querido amor, que puedes en tu bondad puedes permitir que donde ha abundado la iniquidad, sobreabunde la gracia (Rm_5_20); que no has venido a llamar a los justos, sino a los pecadores. Fuiste tú quien mandó al profeta Oseas que desposara una pecadora pública. Tú mismo llamas al alma pecadora, a pesar de ser el Padre de la virginidad. Tu amor te mueve a abrir senderos en un mundo lleno de abrojos, a fin de que el alma errante vuelva a ti, que le abres a diario tus brazos para recibirla, por ser tan bueno.

    A otras, querido amor, las llamas desde el vientre de su madre. [16°]Tu Providencia las levanta del polvo para gloria tuya, haciéndolas Israelitas. Te manifiestas a ellas, y desde la aurora las ayudas, estableciéndote en medio de su corazón: Dios está en medio de ella, no se estremecer (Sal_45_6). Les concedes un río de gracia, que parece brotar impetuosamente de tu amor, con objeto de alegrar el alma que te pertenece, santificándola como a tabernáculo tuyo. Cuán dichosa es el alma a la que llamas desde la aurora, si corresponde a esta vocación. La proteges bajo la sombra de tu mano, transformándola en una especie de saeta escogida y aguda para taladrar los corazones. Ella es de las escogidas que llevas en tu carcaj. Los espíritus te son muy queridos, aunque parezcan poca cosa a sus ojos, y en comparación contigo. A pesar de lo dicho, obras en ellos maravillas: El ha dicho: Poco es el que tú me sirvas para restaurar las tribus de Jacob, y convertir los despreciados restos de Israel: He aquí que yo te he destinado para ser luz de las naciones, a fin de que seas mi salvación hasta los confines de la tierra (Is_49_6), dices a esta alma.

    En el tiempo oportuno, la escuchas, siendo su ayuda en el día de salvación y sirviéndola tú mismo. Que el cielo del amor te alabe por ello, y que la tierra también se regocije, porque tú, Señor, consuelas a tu pueblo teniendo piedad de tus pobres servidores. Aun cuando la madre olvidara a su hijo, tú no olvidarías a la que amas, diciéndole: Mira, en las palmas de mis manos te tengo tatuada (Is_49_16). Siempre estoy en vela en torno a tus muros: Tus muros están ante mí perpetuamente (Is_49_16). En ella los ángeles son cual muros o guardianes del alma, que contemplan sin cesar los [17] ojos divinos y tu rostro. 

    Esta alma se considera indigna de tales favores; ella misma se llama estéril. Comprende muy bien que semejantes gracias le llegan de la bondad de su amor, al que da toda la gloria. Dicho amor goza en ella como en su esposa, y el Señor deja oír su voz hasta los confines de la tierra. Los sentidos lo perciben a través de sentimientos de acogida y los ángeles se encargan de decir a la hija de Sión, a manera de heraldos, que su Rey viene como su Salvador, llevando consigo su recompensa, ya que, ¿Quién podría gratificar debidamente su visita? El obra por medio de su presencia la santificación de esta alma, redimiéndola con el precio de sí mismo. El alma, por tanto, le pertenece doblemente en calidad de ciudad conquistada en el fragor de sus batallas. Por ello la fortifica con sus ángeles. No se contenta, empero, con verla dotada de esta guarnición. El mismo acude a ella con sus vestidos ensangrentados en la batalla que ha ganado; de manera que, al verle, exclama el alma: ¿Quién es ése que viene de Edom, de Bosrá, con ropaje teñido de rojo, ése del vestido esplendoroso, y de andar tan esforzado? (Is_63_1).

    Ella comprende muy bien que él viene de combatir para salvarla, y le pregunta por qué ha enrojecido sus vestiduras; por qué está todo bañado en rojo como alguien que sale de pisar un lagar. El le confiesa que él mismo lo ha hecho, pero enteramente solo; y después de expresar sus justas quejas en contra del pecado, proclama una indulgencia digna de la grandeza y la abundancia de su misericordia: Dijo él: De cierto que ellos son mi pueblo, hijos que no engañarán. Y fue él su Salvador (Is_63_8).

    [17°] Vemos aquí nuevas semillas que el esposo divino concede al alma, la cual, admirada ante las maravillas que escucha, y atraída por la belleza de su amado, dice: Que me bese con el beso de su boca (Ct_1_11), porque Jesucristo, al que ha escogido, es el mismo que tanto ha sufrido por mí, que, sin haber padecido, le pertenezco en toda justicia. No deseo sino a él; que me bese con un beso de su boca. No sólo deseo ser su esposa, sino también su pequeña lactante. Me adheriré a sus pechos, que son mejores que el vino: Mejores son que el vino tus amores; mejores al olfato tus perfumes (Ct_1_2). Que él se apodere primeramente del sentido del tacto: Pues al tocarle, sigo siendo pura. Que me atraiga después mediante el ungüento perfumado que es su nombre: Ungüento derramado es tu nombre, por eso te aman las doncellas. Llévame en pos de ti: ¡Corramos! (Ct_1_3s).

    Dios llama al alma a ser su esposa, movido por su misericordia y caridad eternas, atrayéndola a sí dulcemente, mostrándole los dolores que sufrió por ella y cuánto merece ser amado, por ser la bondad soberana y la belleza inefable. La vista de una belleza la hace deseable y el deseo, a su vez, exige la unión o el gozo, que es posesión: posesión que complace y es agradable. Lo que agrada o complace alimenta; por ello la esposa, cuando besa a su divino esposo, se alimenta como un pequeñuelo del pecho divino. Este beso purifica el alma en sus amores; amores que se refuerzan con el aroma de sus ungüentos preciosos. El nombre del amado es bálsamo derramado; los sentidos, representados por las jovencitas, aman su perfume. Jesús es dulce al oído y a la boca. Cuando se dice que Jesús de Nazareth es un esposo florido, el olfato recibe su parte, atrayendo y ganando, de este modo, a todos los demás sentidos.

    Es menester seguir adelante. El amigo dice: Atráeme y correré en pos de tus perfumes. Para demostrar que este enamorado es realmente liberal y magnífico, conduce él mismo a la esposa hasta su cava, donde guarda un vino que embriaga, embellece y alegra: El Rey me ha introducido en sus bodegas; en ti exultaremos y nos alegraremos (Ct_1_4). El alma se alegra, no sólo en los dones, sino en su esposo: en ti. La memoria de tus pechos es superior a la del vino; que no se piense en mí como aficionada al vino de los dones, sino que la leche de los pechos me venga más a la memoria. Mis amores son semejantes a la ternura de los bebitos, que se deleitan en la leche. Hablaré directamente a mi amado: Te aman los rectos de corazón (Ct_1_4). Mi corazón fue hecho para ti [18].

    Negra soy, pero graciosa, hijas de Jerusalén (Ct_1_4s). Ángel de Jerusalén, soy morena porque aun no he llegado a la luz y santidad perfectas. Soy como las tiendas de Cedar: aún no me decido a dejar las ocasiones de pecado y mis pasiones, que con frecuencia me hacen sentir sus tempestuosos embates. Con todo, no dejo de ser bella interiormente. Estoy determinada a no dejar que dichos golpes afecten mi interior.

    Exteriormente me parezco a las tiendas sacudidas por los vientos, y la piel sahumada de Salomón. Las penitencias son rudas y abaten las llamas de amor, llegando a alterar nuestro físico, por descuidarlo. Los enamorados del mundo se maquillan; en cuanto a mí, hago a un lado los afeites exteriores. No fijéis en mí la mirada (Ct_1_6), santos ángeles, por estar cubierta de hollín. Mi sol me ha decolorado: es un sol todo de fuego. Cuando él reluce sobre ustedes, los halla del todo espirituales. Ninguna partícula de materia le pone obstáculo; nada manchado hay en ustedes que deba purificarse; mucho tiempo ha que fueron purificados.

    Yo, en cambio, da pena decirlo, soy tan material, y el sol encuentra tantos obstáculos, que no puede, con su acostumbrado poder, disipar mis brumas, que son fumarolas de vapor que exhala mi tierra. Es mi cuerpo, que disuelve el agua sobre un rostro al que el sol ateza exteriormente. Pero el secreto por el que les digo que soy bella, consiste en que mi sol, a través de su calor, origina que dicha agua riegue esta tierra, o al menos la humedezca. Cuando acepto mis deficiencias, su conocimiento me humilla; humildad que me hace hermosa ante sus ojos, que, al ver mis imperfecciones, las purifican. Sus ojos tienen poder para lograrlo. San Juan dice que los ojos de aquel que parecía un Hijo del hombre, eran semejantes al fuego chispeante: Cual llama de fuego (Ap_1_14). Estas llamas me purifican: Los hijos de mi madre tramaron en contra mía (Ct_1_6). [19] 

    Los hijos de la Iglesia combaten contra mí. Han deseado que fuese yo enteramente perfecta desde el momento en que fui llamada a la santidad. Los directores espirituales se encargan de cuidar la viña de nuestra alma, para que los ladrones y las bestias de la vanidad y la sensualidad no se acerquen a ella. Mi fragilidad, empero, me impele a recaer en mis imperfecciones: No cuidé mi propia viña (Ct_1_6).

    Suele suceder a casi todas las almas el enfriarse en su devoción después del primer fervor. El Señor tuvo que llamar dos veces a sus primeros apóstoles, y si añadiera yo que tres, diría la verdad: la tercera fue después de la Resurrección; vocación que se hizo efectiva por obra del Espíritu Santo, que es un amplio vínculo, muy difícil de romper. Estas tres vocaciones se mencionan en el evangelio: la primera, como procedente del Padre: Nadie puede venir a mí, si el Padre que me ha enviado no lo atrae (Jn_6_44). Está escrito en los profetas: Serán todos enseñados por Dios. Todo el que escucha al Padre y aprende, viene a mí. No es que alguien haya visto al [20] Padre; sino aquél que ha venido de Dios (Jn_6_44), Jesucristo; ése lo ha visto. En cuanto Verbo, él es Dios. En cuanto Cristo, es Dios, el primer nacido de las criaturas, en la mente eterna, y el primogénito entre muchos hermanos.

    Ahora bien, este primer llamado, a pesar de ser tan fuerte por apartar el alma de la gran vanidad, no es siempre tan fuerte como para que ella no dé marcha atrás, sea por estar acostumbrada al mundo, sea por la mortificación de cuerpo y de espíritu que encuentra en la devoción, sea porque el cuerpo y sus sentidos naturales no están agudizados o suficientemente iluminados.

    Me parece que, no sólo hay que escuchar los misterios ocultos, sino renunciar a sí mismo y seguir a Jesucristo cargando con su cruz. Solemos comportarnos como los demás, y aun algunos discípulos: Muchos de sus discípulos, al oírle, dijeron: Es duro este lenguaje. ¿Quién puede escucharlo? Pero sabiendo Jesús en su interior que sus discípulos [20°] murmuraban por esto, les dijo: ¿Esto os escandaliza? ¿Y cuando veáis al Hijo del hombre subir adonde estaba antes? El Espíritu es el que da vida; la carne no sirve para nada. Las palabras que os he dicho son espíritu y vida (Jn_6_60s).

    Bien sabía Jesús que, después de que el Padre hubiese atraído a él a los hombres mediante las primeras luces que les diera, las brumas de las imperfecciones ofuscarían su luz, enfriando, al parecer, al alma más que antes, encontrándose de este modo más rezumante, en vista de que sus imperfecciones son más señaladas, disgustando con ello al prójimo más que antes de recibir los primeros rayos de la vocación. Esto es causa de que las almas retrocedan o se paren en seco; porque en los caminos de Dios, el que no avanza, retrocede.

    Llega a suceder también que hay almas que dejan todo, y que algunas de ellas jamás volverán a él ni querrán hacerlo: Porque Jesús sabía desde el principio quiénes eran los que no creían (Jn_6_64); y quién y quiénes lo traicionarían, aparentando devoción para entregarlo a sus enemigos, obrando así peor que los que no le conocieron [21]. Cuánto daño hace retroceder en el camino al que Dios llama. Jesucristo añade estas palabras: Por esto os he dicho que nadie puede venir a mí si no se lo concede el Padre (Jn_6_64).

    Hago notar que Jesús dice, en esta segunda ocasión, que nadie puede ir eficazmente a él si no recibe el don del Padre. No dice los rasgos o los rayos, sino el don, que me parece es el Espíritu Santo: el poder de lo alto, el don perfecto que procede del Padre de las luces, el cual no sufre sombra corporal alguna, ya aun fue necesario que Jesucristo se alejara de la presencia visible de sus apóstoles para dar lugar al Espíritu. Esta vocación es la tercera; la que lleva a amar a Jesucristo más fuerte y divinamente, dando a conocer con mayor claridad sus palabras, que dan la vida eterna y el verdadero conocimiento: Esta es la vida eternaque te conozcan a ti, el único Dios verdadero, y a tu enviado, Jesucristo (Jn_17_3). [21°] Ahora bien, para adquirir este conocimiento, es menester poseer al Espíritu Santo, al que mi Padre enviará en mi nombre, y al que yo mismo enviaré si me voy, por ser esto lo que conviene a las almas.

    La carne en nada se beneficia: ni sus ojos corporales, ni sus corazones, que son tan duros, pueden comprender lo que les digo. Ustedes juzgan como hombres mortales las cosas mortales y corporales. En verdad les digo que las palabras que les digo Son espíritu y vida (Jn_6_63). Ustedes se escandalizan cuando les digo que he dado mi cuerpo como verdadera comida del espíritu, a manera de espíritu. ¿Qué dirán cuando vean al Hijo del hombre subir corporalmente al lugar donde estaba desde el principio como Hijo de Dios? Aunque subir hasta allí con su cuerpo, no ha dejado de estar siempre con su Padre y el Espíritu Santo, Espíritu que es el Espíritu del Padre y del Hijo. El es el Espíritu que vivifica; la carne, sola, en nada aprovecha para la vida eterna; y de esta vida les hablo. Sin embargo, como ustedes son materiales y corporales, es menester que comience yo a enseñarles a través de las cosas materiales.

    [22] Me hice hombre para enseñarles a lo humano las cosas de Dios. Lo que deseo es que, a través del Hijo a quien ven, vayan al Padre, al que no ven. Y como yo conozco y soy el camino por el que se llega a mi Padre, no pueden ir a él sino por mí. Yo soy la vida que vive en él; vida que los ilumina y vivifica. Así como creó todo por mí, nada creó sin mí de lo que es participado. Una es nuestra esencia. Sin mí, el Padre no los iluminaría; él se contempla en mí y se conoce; conocimiento que nos es común. El me conoce como a su Verbo, al que engendra; y yo le conozco como a mi Padre, que me engendra y me comunica su propia sustancia, que recibo íntegramente, sin agotarla, sin que esta comprensión total lo aminore o le haga salir de sí; ni que, al entrar en él, yo sea, en cuanto Verbo, menor que él. El está en mí por generación activa, y yo estoy en él por representación esencial y sustancial [22°] interna y eterna. Aunque él sea principio de origen, por ser quien engendra, yo en nada soy posterior ni dependiente por abajamiento. A través de la sucesión del tiempo yo estaba, o mejor, yo estoy con él desde el comienzo que es nuestra eternidad. Estoy con él por ser mi principio en el día de su grandeza.

    Yo soy también principio del Espíritu Santo, así como él es el amor común; él es nuestra fuerza, nuestra divina producción, nuestro lazo y nuestro término, nuestra espiración activa. El es fuerza que es Dios, producción que es Dios eterno, espiración que es inmensa, término que es infinito: no se trata de un término de impotencia, sino de un término de suficiencia y abundancia, en el que nada es superfluo, ya que el Espíritu Santo comprende todo el amor del Padre y del Hijo; amor que es tan poderoso como el Padre; amor que es tan sabio como el Hijo, amor que es omnipotente, sapientísimo y bondadosísimo como el Padre y el Hijo; amor que es la fuerza, la sabiduría y la bondad divina; amor que es el reposo de dos espirantes, quienes, sin esfuerzo, están siempre en acción de amar a través de ti, amor que amas pasivamente. Ambos exclaman a una: Shaddai, contigo. Los tres son un Dios que se basta a sí mismo.

    Nada produces en Dios, porque en ti todo es producido. Eres el shabbat delicado y delicioso. El Hijo es la delicia del Padre, porque se deleita en comunicarle por generación [23] toda su sustancia y toda su felicidad. Tú eres la delicia del Padre y del Hijo, que te comunican su felicidad, según tu divina capacidad de recibir y de dar.

    ¿Me permites expresar cuán imposible sería para el Padre el contemplar a un Hijo que recibe tan plena y puramente sus perfecciones, si no estuviese asistido, sin cautiverio, por ti, en el amor de esta comunicación? Si el soberano bien no le amase soberanamente, ¿Qué haría el Hijo si no rindiese a través del amor, una gratitud semejante a la luz que irradia por entendimiento? Conocer y recibir un bien sin poder dar gracias por él, sería obrar como David: Ciencia misteriosa para mí, sublime, no puedo alcanzarla (Sal_139_6).

    Padre Santo, como fuente de origen, me concedes la ciencia que procede de tu entendimiento; si no tuviese el poder de amarte con agradecimiento y una identidad de amor, ¿Qué haría yo? Pero, ¿Qué harías, Espíritu Santo, y dónde estarían ustedes, dignísimas tres personas? Sin duda, como nosotros, en un retén definitivo. No serían Dios, no nos habrían creado, porque la nada no puede recibir orden de existir sino por el mandato de un ser soberano. Si lo que ustedes crearon les pareció hermoso y bueno, esto se debió a que lo contemplaron complacidos: Vio Dios todo lo que había hecho, y le pareció muy bueno (Gn_1_32). Por participación, tú sólo eres bueno; por esencia, eres la bondad soberana; te amas a ti mismo a través de tu eterno y soberano Espíritu. Gloria al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo, Como era en el principio, ahora y siempre, por los siglos de los siglos. Amén. [23°]

    Buen Jesús mío, hasta dónde he divagado. Decía que la esposa dice que no guardó su viña. Me parece que no he conservado mi estilo de escribir. He volado más alto; el espíritu del Altísimo me arrebató. Es necesario el Espíritu para comprender la transubstanciación; es menester el Espíritu para comprender tu ascensión gloriosa: cuando tu cuerpo se elevar al cielo, tus pobres apóstoles quedarán en tierra admirados, porque el Monte de los Olivos no tendrá para ellos más enseñanzas humanas. No querrán volver hasta que les envíes ángeles con cuerpos visibles, que les puedan hablar con palabras que perciban sus sentidos. Soberano maestro, hay quienes te dejan; y de los que permanecen contigo, no todos te seguirán con fidelidad. Les preguntas si también quieren irse. En esto, mi todo, observo tu presciencia, la cual no es causa de reprobación, ya que no deja de ofrecer las cosas necesarias para la salvación a los que no ignoras que la rechazar n, como si les dijeras: [24] Pobres infortunados por malicia, las palabras que les digo son espíritu y vida, para instruirles y darles vida eternamente; pero ustedes no quieren creer. Son libres, si así lo quieren, de sacar provecho de ellas, y aunque sé desde el principio que no creerán en mí, y que uno de los míos me traicionará, no dejo de hacer lo debido para dotarlos. Ustedes, empero, se resisten; no están dispuestos a recibir el don que mi Padre les daría si me creyeran, para entrar por la puerta como ovejas mías. Yo soy la puerta que conduce al Padre; yo soy su Verbo y palabra de vida. Pero ustedes la rechazan porque digo cosas que repugnan su sentir y su sensualidad. 

    Cuando Jesús terminó de hablar, ellos ya estaban lejos. El, volviéndose a los apóstoles, les preguntó: Y ustedes, ¿quieren también volver atrás como los otros? Elegí doce; sin embargo, uno de ellos es un demonio. [24°] Jesús dice esto para manifestar cuánto debemos temer, y aunque san Pedro parecía el más iluminado y fuerte, aun hablando en nombre de todos, fue el más débil de los once y negó a su maestro. Los hijos de su madre, la sinagoga, lo derrotaron. Pero no, fue sólo una muchachita, una doméstica insignificante, la causa de su falla en dar testimonio de la viña que el Padre de los cielos le había enseñado, y que el Hijo le mandó guardar por medio de la humilde oración. Pedro se durmió y fue presuntuoso; jactancia humana que lo hizo tibio e insensato; frialdad que lo mantuvo aletargado durante la oración. Al llegar la tentación estaba entumecido, y no pudo resistirla: una muchacha, al hablar, causó que negara aquello que no le preguntaba. Con este antecedente ¿Quién podrá dejar de temer? La columna fundamental fue sacudida por tan pequeña conmoción. El que esté en pie, mire no caiga (1Co_10_12). El ángel cayó del cielo; Adán, del paraíso terrenal; Judas, del colegio apostólico y san Pedro, en la casa de un pontífice, a pesar de estar ya destinado a ser vicario de Jesucristo. El Padre lo había llamado y el Hijo, iluminado; [25] pero a pesar de todo esto, no pudo impedir su caída. No fue verdaderamente confirmado en la fe sino hasta la venida del Espíritu Santo, que perfeccionó su vocación.

    La esposa, al ver que había abandonado la viña, separándose de Aquel que dijo de sí: Yo soy la verdadera vid (Jn_15_2), se encuentra vagando sin rumbo. Lleva, empero, la esperanza de que el Salvador la llame y la una a él como un sarmiento a la viña; pero de manera que el Salvador obre más que ella, ya que él dijo a sus apóstoles: No me eligieron ustedes a mí, sino yo a ustedes, y los he destinado (Jn_25_16). Soy yo quien les ha dado una participación en mi caridad, con el fin de que tengan el ser.

    [25°] El Apóstol dice que nada es sin la caridad, como afirmando Nada sería yo sin el amor de Dios. Como ustedes están unidos a mí, llevan o dan frutos, y su fruto permanece en el árbol hasta su madurez. Entonces estará cargado de obras buenas y no arruinado por el gusano del amor propio, o por la podredumbre de los bienes más valorados en el mundo: Para que su fruto permanezca, de modo que todo lo que pidan al Padre en mi nombre, les sea concedido (Jn_25_16). Si el mundo, que ha sido su nodriza, debido a que se alimentaron de los pechos de sus falsos placeres, los odia porque desean dejar sus máximas, sepan que a mí me aborreció primero. Si fueran del mundo, el mundo amaría lo suyo (Jn_15_19). En verdad ustedes no son de este mundo, pero no debido a sus propios esfuerzos, sino a mi caridad, que los ha sacado de él. Esta es la razón por la que el mundo los odia. Recuerden la palabra que les he dicho (Jn_15_20). El servidor no es más grande que su maestro, Si me han perseguido a mí, también a ustedes los perseguirán (Jn_15_20). [26] Las máximas del mundo combaten en contra de la esposa. Son los hijos de la naturaleza corrompida, que parece ser la madre que nos da a luz, dándonos tales inclinaciones al mal, que abandonamos el cuidado de la viña. No sabemos qué rumbo tomar hasta que, a fuerza de sufrimientos, volvemos a Dios, que nos inspira de nuevo; pero, como dudamos que sea él en efecto, y no sentimos que poseemos en realidad luces [26°] suficientemente fuertes para iluminarnos y desandar el camino, la esposa dice: Indícame dónde apacientas el rebaño, dónde lo llevas a sestear a mediodía, para que no ande yo como errante tras los rebaños de tus compañeros (Ct_1_7).

    Oh, Tú que amas tanto mi alma como para aceptar por ella el dolor como alimento. Hiciste tu refección al mediodía sobre el lecho sagrado de la cruz; pero una comida que consistió en hiel y vinagre. Dime, ¿Cómo te resarcías al mediodía del más fuerte de tus amores, y cómo descansas? Temo que, al buscarte, encuentre el amor propio, que es como un simio que se burla de ti. Si no me iluminas con el rayo más claro y puro del mediodía, me vería en peligro de optar por el amor propio en lugar del divino; a la criatura por el Creador, y al don por el donante. Enséñame a adorarte en espíritu de verdad, por ser éste lo que tu Padre busca en sus adoradores.

    Dame del agua viva que quita para siempre la sed de las aguas mortales de la tierra, y que mueve a dejar todas las ocasiones que pueden atraer a ella. Que, como el cántaro de la Samaritana, deje el agua terrestre sobre la tierra, [27] así como dijiste: Dejen a los muertos que entierren a sus muertos. Que beba yo, si te place, del agua que brota hasta la vida eterna; y como tú la das por nada, y en tanta abundancia, que esta agua forme una fuente que remonte el alma hasta la vida eterna, para que adore con perfección, como los verdaderos adoradores, que son como los del cielo: espíritus adoradores de tu divinidad en un espíritu que es el Espíritu: Dios es espíritu, y los que le adoran, deben adorar en espíritu y en verdad. Sé que va a venir el Mesías, el llamado Cristo. Cuando venga, nos lo explicar todo. Yo soy, el que habla contigo (Jn_4_ 24s).

    Fue así como la Samaritana encontró lo que pide la esposa, es decir, dónde come y descansa Jesús al mediodía, solo, después de enviar a otra parte a sus compañeros.

    La samaritana descuidó la viña, es decir, la gracia. Se había extraviado: el hijo de Jacob, del Padre eterno, le muestra los males que recibió a causa de los cinco maridos con los que no se casó, lo cual era una ofensa a la divinidad. Ella lo acepta, diciendo que sabía muy bien que él era un profeta, y que los profetas y patriarcas habían adorado sobre aquel monte. Y ahora, dice, [27°] ustedes los judíos dicen que debemos adorar en Jerusalén. Créeme, mujer, que llega la hora en que, ni en este monte, ni en Jerusalén adoraréis al Padre. Vosotros adoráis lo que no conocéis; nosotros adoramos lo que conocemos, porque la salvación viene de los judíos. Pero llega la hora, y ya estamos en ella (Jn_4_21s). 

    La hora del mediodía ha llegado, en la que el sol de justicia cae a plomo sobre tu cabeza. Mujer, que debes ser su esposa; él te enseña cómo se alimenta y reposa al mediodía del puro amor. Tú piensas que debe tratársele como a un profeta; pero no quieres tratarlo con la deferencia debida a un profeta, diciendo que esperas la venida del Mesías, que enseñar todas las cosas. El está sentado, como recostado, descansando de sus fatigas y sediento de tu conversión, que le sirve de manjar y bebida.

    Su Padre lo ha atraído: es éste el manjar que le prepara, y toda la mies que fue sembrada en Samaria, como Jesús bien sabía, y de la que se alimentaba ya en espíritu. Esto es lo que sus discípulos ignoran: la voluntad del Padre es la conversión de las almas; esta es su obra imperecedera, y que se conservar hasta la vida eterna. Mediante esta conversión, él entra en Samaria. [28] Esta mujer fue su precursora, su heraldo, que iba por todos lados diciendo: Vengan a ver un hombre que me ha dicho todo lo que he hecho. ¿Acaso no es el Cristo? Como diciéndoles: Creo en verdad que lo es, pero juzguen por ustedes mismos.

    Mientras que esta mujer se humillaba, exaltaba a Jesucristo, llevando en sí misma, como un espejo cóncavo, al sol que la había deslumbrado en lo más fuerte del mediodía de su amor. Ella disponía los corazones, pareciendo madurar y blanquear la mies que el Salvador y sus apóstoles, irían a recolectar. Lo que la Samaritana recibió del Padre, lo sembró a su vez. Si, pues, les he dicho: ¿No decís vosotros: Cuatro meses más y llega la siega? (Jn_4_35). Levanten los ojos y vean cómo los campos blanquean con la mies. El que siega, recibe su recompensa: Y recoge fruto para la vida eterna, de modo que el sembrador se alegra igual que el segador (Jn_5_35s).

    Yo os he enviado a segar donde vosotros no os habéis fatigado. Otros se fatigaron y vosotros os aprovecháis de su fatiga. [40] Muchos samaritanos de aquella ciudad creyeron en él por las palabras de la mujer que atestiguaba: Me ha dicho todo lo que he hecho. Cuando llegaron donde él los samaritanos, le rogaron que se quedara con ellos. Y se quedó allí dos días (Jn_4_36s).

    Los apóstoles aprendieron de este modo la manera en que la misericordia detiene a la justicia, y que el fuego del amor obtiene más que el de la venganza; el esposo se comporta con la esposa como para beneficiar a muchas almas. Jesús se comportó así con la Samaritana, la cual fue instruida en lo referente al banquete o refrigerio del mediodía.

    El esposo ama con un amor verdaderamente puro y lleva a cabo las bodas con él. De este matrimonio se produce la salvación del prójimo, mediante la humilde confesión de la esposa cuando rememora sus faltas, que son los pasos en falso que dio en las imperfecciones, y que abandona los [29] caminos peligrosos del amor propio, que tanto prevaleció en lugar del divino amor. Era como los pastores que la llevaban a pastar entre las vanidades y delicias del mundo. Después de experimentarlas, sale de ellas y, si las considera, lo hace de manera un tanto exagerada, y para dar esperanza a las personas que se encuentran en el mismo peligro. Si Jesucristo la iluminó y sanó, perdonando todos sus pecados, hará lo mismo con ellas: les servirá un manjar inmortal y les dará a beber del agua de vida para siempre; les concederá un reposo interior, en el que él mismo estará presente, descansando él mismo en ella y cumpliendo su palabra: Si alguno me ama, guardar mi Palabra, y mi Padre le amar, y vendremos a él, y haremos morada en él (Jn_14_23). Le alimenta con pan de inteligencia (Sir_15_3) [29]. Cuando la esposa ha sido saciada y reposa en su rey, instruida por la sabiduría en el mediodía del amor, atrae hacia él a otras, dándole entrada en corazones que se le han resistido, los cuales habían sido considerado indignos de sus gracias por algunas personas celosas como San Juan y Santiago, que hubieran pensado obrar bien al pedir con insistencia el fuego de la justicia divina para consumirlos, a causa del rechazo de las divinas inspiraciones y de las gracias. Pero aquel de quien habla Isaías, que es el divino rey, todo paz, y paciencia, las espera. Es tan bondadoso, que: Caña quebrada no partirá, y mecha mortecina no apagará (Is_42_3). Su paciencia gana los corazones y hace que la gracia multiplique en ellos sus frutos al ciento por uno; y lo que el infierno habría obtenido debido a su vengadora justicia, se lo arranque la misericordia mediante la bondad y la paciencia. La paciencia con la que la misericordia espera a los pecadores, hace visible el poder divino.

    Su prudencia es admirable, su amor tiene invenciones incomprensibles a los sentidos humanos, permitiendo culpas para conceder gracias, de las que podemos decir: Felices culpas que, siendo tan grandes, atrajeron tan gran redentor, el cual concede una copiosa redención, que extiende sobre los que no pensaban verse libres de la cautividad.

    Es verdad, buen Jesús, que con frecuencia dejas obrar a la naturaleza y a sus costumbres, hasta que el alma comete grandes pecados que te desagradan, pero que permites, para del mal, tomar ocasión de hacer el bien, atrayendo así a muchos pecadores. Te sirves de los ejemplos de las almas convertidas para ganar a otras por su medio y atraer, mediante la red de Adán, a los que, más tarde, deseas enlazar con el vínculo de la caridad. Fue como cuando permitiste la muerte de tu amigo Lázaro, para contribuir con ello a la gloria divina. Cuando la gente vio a Lázaro resucitado, muchos acudieron a verte de inmediato. Un buen número se convirtió. Esto no habría sucedido si Lázaro no hubiese muerto y si tú no lo hubieras llamado de nuevo a la vida.

    Tú permites, querido enamorado, que las almas caigan y se queden largo tiempo en el polvo, a causa de pecados que sorprenden a muchos. Si alguien te ruega por estas almas, diciéndote: Ay, estas almas que afirmaste ser tan queridas por ti, están en peligro de muerte, y de hecho mueren por el pecado. Tú, que das la vida a tantos otros que no son tan familiarmente acariciados por ti, permites que permanezcan en este estado. Al oírlo Jesús, dijo: Esta enfermedad no es de muerte, es para la gloria de Dios, para que el Hijo de Dios sea glorificado por ella (Jn_11_4).

    El apóstol dice que todo coopera en bien de los que aman a Dios. Por mi parte, afirmo que para los que son [31] amados por Dios, la muerte es transformada en vida; el pecado, en gracia; sus caídas, en elevación. Dios nos amó primero, porque jamás persona alguna ha prevenido a Dios, y su caridad es perpetua. El es fuente de caridad y fuego ardiente. El purifica o visita Jerusalén a pesar de ser pecadora, no merecer otro nombre, porque no preservó la causa de su paz. Este Dios la visita con una luz ardiente, y si ella es luminosa, no es para descubrir su vergüenza sino para iluminarla para que salga del precipicio y si la hace ardiente es para inflamarla de nuevo. Continúa buscando en esta alma, que es un pozo, un recipiente de vanidades, para ver si el fuego de tantas gracias que le había concedido, se ha apagado del todo. Lo encuentra cambiado en un lodazal. Es porque vio que, a causa del pecado que retiene cautiva al alma, ella deja de ofrecer sacrificios al verdadero Dios; que sus acciones son actos morales sin llamas. El ser transformados en lodo significa algunas recompensas terrenales o satisfacciones de este cuerpo de barro, y que dicha alma es esclava del cuerpo y del demonio.

    Aunque la caída llega hasta el pecado mortal, lo cual no siempre sucede, es sin embargo muy grave que el alma deje su caridad inicial o que la deje enfriar haciéndose tibia, tibieza que parece provocar vómito a Dios. ¿Qué hace la divina bondad? [31] Se esconde en Cristo como en su linterna, y por su medio pasa a visitar a esta alma, reconciliándola con él y permitiéndole contemplar los méritos de su humanidad. A través de ella, tomará el lodo que la ensució en los peligros, la moverá a conocerse y la colocará sobre el altar, sobre la confianza en su pasión y en la cruz. El verdadero altar es Jesucristo, que es al mismo tiempo sacrificio y sacrificador. El es el pontífice que penetra los cielos, bajando para salvar una alma, como subiendo para tomar su lugar a la derecha de Dios su Padre

    Es un fuego que tiene la propiedad de descender para remontarse. El mismo es el agua que ofrece a la Samaritana. Pero es fuego y agua, todo a una. El es sol ardiente; en fin, todo lo puede, por ser del todo bueno y misericordioso. El es capaz de avivar este fuego o de cambiar este lodo. El concede la caridad y se une a la virtud. A la pobre alma que era como un carbón casi extinguido o como una mecha humeante, la derrite y la abrasa, consumiendo todas sus imperfecciones. El enciende este lodo con una llama ardiente, y Dios es más glorificado en ella que antes de su cautividad. Este sol, que estaba oculto por la nube que habían opuesto sus imperfecciones entre él y el alma, disipa todo y difunde sus rayos sobre ella. 

    A la esposa dice el esposo: Si no lo sabes, ¡oh la más bella de las mujeres!, sigue las huellas de las ovejas, y lleva a pacer tus cabritas junto al jacal de los pastores. A mi yegua, entre los carros de Faraón, yo te comparo, amada mía (Ct_1_8s).No dejes de ser bella. Se dice que nunca amores parecieron feos a los ojos de los enamorados. En el mundo, el amor es ciego; Dios, en cambio, no puede ser así. Es que sus ojos pueden embellecer el alma desde que la mira, porque con su mirada la purifica.

    Al hablar de este modo, David se dirige al alma esposa del Verbo, más bien que a la mujer de su hijo Salomón. Le dice que, para agradar al rey, es necesario que sea prudente y atenta a su voluntad. [31] Que incline sus oídos para escuchar únicamente la voz de su amadísimo esposo que olvide su pueblo, que salga fuera de su tierra y de sus malos hábitos, y que no recuerde ya que es hija del negro mundo egipcio, un mundo que la oscureció totalmente.

    Debe olvidar todo lo que no es él, y considerar la fealdad en que se hallaba cuando llevaba a pastar los rebaños de sus sentidos, que eran como machos cabríos que apestaban a causa del pecado, cerca de los albergues de los pastores, o más bien de los mercenarios, ya que los mundanos son falsos pastores que devoran a las ovejas. Entonces las almas de las ovejas que han sido blanqueadas en la artesa, se vuelven, a causa de la maldad de ellos, sucias como el mundo, que, como dice San Juan, está inmerso en la malicia, ya que sus cimientos la concupiscencia de los ojos, la de la carne y la soberbia de la vida.

    ¡Bendígate el Señor, oh estancia justa, oh monte santo! (Jr_31_23) Bendita seas, María, por el Señor, que preservó en ti la belleza de la justicia original; bendita seas, llena de gracia; el Señor está contigo;